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Revista Internacional n° 94 - 3er trimestre de 1998

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Editorial - Frente a la miseria y la barbarie capitalistas, una única respuesta...

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Editorial

Frente a la miseria y la barbarie capitalistas, una única respuesta:
la lucha internacional del proletariado

 

La dinámica catastrófica en la que se hunde el capitalismo mundial, y a la que arrastra a la humanidad entera, acaba de conocer un brusco acelerón desde el principio del año 1998. El atolladero histórico en que está metido el capitalismo ha aparecido con fuerza en todos los planos: multiplicación de los conflictos imperialistas, crisis económica y, en el plano social, un empobrecimiento y una miseria que se generalizan a millones de seres humanos.

La agravación de los antagonismos imperialistas entre grandes potencias, que quedó patente en el fracaso estadounidense frente a Irak en febrero último ([1]), se afirma ahora en la acelerada carrera del arma atómica entre India y Pakistán. Esta carrera escapa al control de las grandes potencias, especialmente de EEUU, las cuales no han sabido atajar las pruebas indias e impedir la réplica pakistaní. La dinámica de «cada uno para sí», característica principal del período de descomposición del capitalismo en el plano imperialista, estalla cada día un poco más en todos rincones del planeta. La amenaza de una guerra entre India y Pakistán, en la que el arma atómica sería utilizada, es muy real y ya es hoy un factor de inestabilidad suplementaria mundial y regionalmente por el juego mismo de la relaciones y oposiciones imperialistas. Las burguesías de las naciones mayores se inquietan... a la vez que participan en la agravación de las tensiones, tomando posición –más o menos abiertamente– por uno u otro país. En la región, China –presentada como enemigo principal por el gobierno indio– no va a dejar de reaccionar; ya ha reaccionado en realidad ([2]). De igual modo, esa agudización de la perspectiva guerrera en la región, plantea a la burguesía japonesa, con cada vez mayor fuerza, la cuestión de su propio armamento nuclear frente a sus vecinos; lo cual añade todavía más inestabilidad y acentúa las rivalidades imperialistas mundiales. Asia del sudeste es un verdadero polvorín, en gran parte atómico. La situación creada por India y Pakistán no hará sino reforzar más si cabe la carrera de todo tipo de armamentos que se vive en la región desde el hundimiento de la URSS y del bloque del Este.

El período histórico actual de descomposición del capitalismo se plasma pues en el trágico aumento de los antagonismos y de los conflictos imperialistas. Continentes enteros son presa de guerras y matanzas. Mientras escribimos este artículo, esa desquiciada espiral se acaba de plasmar en el estallido de la guerra entre Eritrea y Etiopía y en las filas de refugiados de Kosovo que huyen de los nuevos combates en Yugoslavia. Esos Estados forman parte de la interminable lista de países que han vivido las desgracias y destrucciones de la guerra. Ya nunca volverán a conocer «la paz» bajo el capitalismo. Sólo les espera una barbarie en la que los sátrapas locales y sus bandas armadas van a perpetrar matanzas sin parar, sometiendo a las poblaciones locales a sufrimientos que afganos, chechenos, pueblos de Africa, de la antigua Yugoslavia y de otras partes soportan desde hace años y años y que no podrán evitar. El capitalismo en putrefacción arrastra a la humanidad entera a guerras sin fin, cada vez más bestiales.

La agravación brutal de la crisis económica del capitalismo mundial acaba de golpear de un modo especialmente violento a las poblaciones del Sudeste asiático, las cuales, después de haber soportado una explotación feroz durante los años de «crecimiento» y de «éxitos» económicos, se ven ahora, del día a la mañana, en la calle y sin trabajo, víctimas de las subidas de los precios, de la miseria, el hambre y la represión. Las primeras consecuencias de la crisis en los países asiáticos son ya hoy dramáticas. Las quiebras de bancos y empresas, los cierres de fábricas o los ceses parciales de producción más o menos largos echan al desempleo a millones de obreros. En Corea del Sur, el desempleo se ha duplicado en cinco meses; un millón y medio de obreros expulsados, y muchos otros en paro parcial. El desempleo se dispara en Hongkong, Singapur, Malasia, Tailandia... De un día para otro, hay millones de obreros con sus familias que se quedan con lo puesto y eso cuando, por ser emigrantes, no son expulsados a punta de fusil hacia sus países de origen. El consumo se hunde, ¿ cómo no va a hundirse cuando, además de los despidos, la inflación se dispara a causa también del hundimiento de las monedas locales ?.

«Lo que parece vislumbrarse es una recesión profunda. En Malasia, el producto interior bruto (PIB) se ha contraído 1,8% en el primer trimestre. En Hongkong, el PIB ha bajado por primera vez desde hace trece años en 2% en los tres primeros meses del año» ([3]), mientras que Corea del Sur «está enfrentada a un “credit crunch” dramático que “amenaza con minar la industria y las exportaciones, último recurso de la recuperación económica”, ha declarado, el lunes, el ministro de Hacienda [coreano]. Se hace esta advertencia ahora que Corea del Sur ha registrado un crecimiento negativo de 2,6 % en mayo» ([4]).

Así, la prensa burguesa está hoy obligada a reconocer que no se trata solo de una «crisis financiera» que afecta a los antiguos «dragones» y a algún que otro «tigre», sino de un descalabro económico global para esos países. Este «reconocimiento» le permite en realidad ocultar una realidad mucho más grave: la situación dramática en la que se está hundiendo esa región del mundo no es ni más ni menos que una expresión espectacular de la crisis mortal del capitalismo como un todo ([5]). Esa situación se está volviendo a su vez factor de aceleración de la crisis general. Los recientes y violentos sobresaltos de las Bolsas de Hongkong, Bangkok, Yakarta, Taiwán, Singapur y Kuala-Lumpur a finales de mayo han desbordado ampliamente el marco del Sudeste asiático. En el mismo momento, efectivamente, las Bolsas de Moscú, de Varsovia y de países de Latinoamérica bajaban de manera muy considerable. De igual modo, las dificultades actuales de Japón (caída de su moneda, descenso importante del consumo interno, recesión abierta oficialmente prevista a pesar del aumento de los déficits presupuestarios) vienen a su vez a amenazar lo que queda de equilibrio financiero en la región, y anuncian una agudización de la guerra comercial. Una devaluación del yen acabará imponiendo una devaluación de la moneda china (cuya economía se está agotando), lo cual tendría consecuencias todavía más dramáticas para la región. Aunque a un nivel muy diferente, claro está, las dificultades japonesas van a tener consecuencias graves para toda la economía mundial.

La agravación de la crisis económica es mundial y afecta a todos los países

Todos los elementos que se han dado cita en el estallido asiático de finales de 1997, están reunidos ahora también en el caso de Rusia. Esta pide una ayuda de urgencia a los países del G7, los siete países más ricos del mundo, una ayuda de más de 10 mil millones de $, a la vez que los capitales huyen del país y el rublo, la moneda rusa, baja a pesar de unos tipos de interés de ¡150 %! Rusia se encuentra en la misma situación que los países asiáticos el invierno pasado, la de Corea en particular, con una deuda a corto plazo de 33 mil millones de $ a pagar en 1998, cuando sus reservas no llegan ni a 15 mil millones, y no permiten pagar los salarios obreros como lo acaban de recordar los mineros de Liberia ([6]). A diferencia de los países asiáticos, Rusia lleva ya en recesión desde hace 10años, con una economía sumida en el marasmo, en medio de un caos y una descomposición social que afecta a todos los sectores de la sociedad en una espiral sin fin.

Ésa es la única perspectiva que pueda hoy ofrecer el capitalismo a la inmensa mayoría de la población mundial. Miseria y hambre, desempleo o sobreexplotación en aumento, condiciones de trabajo que se degradan sin cesar, corrupción general, enfrentamientos entre bandas mafiosas, droga y alcoholismo, criaturas abandonadas cuando no son vendidas como esclavos, ancianos reducidos a la mendicidad y a morir en la calle, guerras sangrientas, caos y barbarie sin fin. No es esto un mal guión de ciencia ficción, sino la realidad cotidiana que conoce la inmensa mayoría de la población mundial y que ya se vive en Africa, en la ex URSS, en cantidad de países de Asia, en Latinoamérica, y que no hace sino acelerarse, afectando ahora a ciertas regiones europeas como lo muestra la ex Yugoslavia, Albania, y buena parte de los países del antiguo bloque del Este.

¿Qué alternativa a semejante barbarie?

Ante ese cuadro catastrófico, muy incompleto, ¿quedan soluciones o una alternativa? Solución en el marco del capitalismo, no hay. Las proclamas de políticos, economistas y periodistas y demás sobre la esperanza en un futuro mejor si se aceptan sacrificios hoy no sólo han sido desmentidas por la quiebra de los países asiáticos, incluido Japón, que nos presentaban como los ejemplos a seguir, sino, más ampliamente, por los treinta años de crisis económica abierta a finales de los años 60 y que han desembocado en el siniestro cuadro descrito.

¿Existe acaso una alternativa fuera del capitalismo? Y si sí, ¿cuál? Y sobre todo ¿quién es su portador? ¿Las grandes masas que se han rebelado en Indonesia?

La degradación repentina de las condiciones de vida en Indonesia, impuestas por las grandes democracias occidentales y el FMI del día a la mañana, iban a provocar, obligatoriamente, reacciones populares. En algunos meses, el PIB bajó 8,5 % en el primer trimestre de 1998, la rupia indonesia ha perdido 80 % de su valor desde el verano de 1997, la renta media ha bajado 40 %, la tasa de desempleo subió súbitamente al 17 % de la población activa, la inflación se dispara y alcanzará el 50 % en 1998. «La vida se ha vuelto imposible. Los precios no paran de aumentar. El arroz ha pasado de 300rupias antes de la crisis a 3000 hoy. Y pronto será peor» ([7]).

En esas condiciones era de lo más previsible la revuelta de una población ya miserable. Las grandes potencias imperialistas y los grandes organismos internacionales, como el FMI o el Banco Mundial, que han impuesto las medidas de austeridad a Indonesia, sabían que esas reacciones populares eran inevitables y se han preparado para ellas. Los días del presidente Suharto estaban contados desde el instante en que su autoridad estaba puesta en entredicho. La dictadura brutal instaurada por Estados Unidos en tiempos de la guerra fría con el bloque imperialista de la URSS, ha permitido desviar la revuelta y las manifestaciones hacia el nepotismo y la corrupción del dictador Suharto y su camarilla, evitándose así la más mínima puesta en entredicho del capitalismo. Ese desvío ha sido tanto más fácil porque el proletariado indonesio, débil y sin experiencia, no ha podido desplegar el menor movimiento en su terreno de clase. Las pocas huelgas o manifestaciones obreras –tal como han sido relatadas en la prensa burguesa– han sido rápidamente abandonadas. Los obreros se vieron pronto anegados en el interclasismo, o en los disturbios y el pillaje de almacenes junto a las grandes masas misérrimas y lumpenizadas con las que conviven en los barrios de latas, ya detrás de los estudiantes en el terreno de las «reformas», o sea en el terreno democrático contra la dictadura de Suharto. La sangrienta represión que ha hecho más de 1000 muertos en Yakarta y muchos más en provincias, ha permitido reforzar todavía más la mistificación democrática, dando todavía más peso a la «victoria» obtenida con la dimisión de Suharto. Dimisión fácilmente organizada y obtenida... por Estados Unidos.

En una situación de quiebra declarada del capitalismo, las burguesías de las grandes potencias imperialistas, y la estadounidense en primera fila, han logrado darle la vuelta a la situación en Indonesia, de la que son ellas las primeras responsables, en beneficio del capital y de la democracia burguesa. Y esto ha sido tanto más fácil al no haber sido capaz el proletariado de luchar como tal, en su terreno de clase, es decir contra la austeridad, el desempleo y la miseria, mediante huelgas o manifestaciones masivas.

La alternativa sólo puede ser la revolucionaria, anticapitalista. Y las portadoras de ella nunca podrán ser las grandes masas miserables sin trabajo, que se hacinan en inmensos suburbios de chabolas de las metrópolis de los países del «Tercer mundo». Sólo el proletariado internacional es portador de esa alternativa que implica la destrucción de los Estados burgueses, la desaparición del modo de producción capitalista y la marcha hacia el comunismo. Sin embargo, la réplica internacional del proletariado no se presenta de la misma manera por todas las partes del mundo.

Es verdad que, en Asia, todas las fracciones del proletariado no son tan débiles, no están tan faltas de experiencia como el de Indonesia. La clase obrera en Corea, por ejemplo, mucho más concentrada, tiene una experiencia de lucha más importante, y ha llevado a cabo, especialmente en los años 1980, luchas significativas ([8]). Pero también allí la burguesía se ha preparado. La «democratización» reciente de los sindicatos coreanos y del Estado –con la elección presidencial en diciembre último, en lo más álgido de la crisis–, al igual que las últimas elecciones locales, han reforzado las mentiras democráticas, dando a la burguesía una mayor capacidad para enfrentarse al proletariado y meterlo en falsas alternativas. En el momento en que escribimos, el Estado coreano, el nuevo presidente, Kim Dae Jung, antiguo oponente encarcelado durante largo tiempo, los dirigentes de las grandes empresas y los dos sindicatos, incluido el más reciente y «radical», están consiguiendo hacer tragar los millones de despidos, el paro parcial y los sacrificios gracias al juego democrático.

La responsabilidad histórica internacional
de la clase obrera de los países industrializados

El uso de las mistificación democrática, con la que se intenta atar a los obreros al Estado nacional, no podrá ser totalmente superado y aniquilado más que por el proletariado de las grandes potencias imperialistas «democráticas». Por su concentración y su experiencia histórica en la lucha contra la democracia burguesa, la clase obrera de Europa occidental y de Norteamérica es la única que pueda dar al proletariado mundial a la vez el ejemplo y el impulso de la lucha revolucionaria, y de darle la capacidad de afirmarse por todas partes como la única fuerza determinante y portadora de una perspectiva para todas las masas pauperizadas de la sociedad.

La burguesía lo sabe. Esta es la razón por la que acaba uniéndose momentáneamente para desplegar las maniobras y los ataques –económicos y políticos– más sofisticados contra la clase obrera. Esto lo pudimos comprobar en Francia en diciembre de 1995 y, después, en Bélgica y Alemania ([9]). Acabamos de volverlo a ver en Dinamarca.

Los 500 000 huelguistas del sector privado –para una población de 2 millones, lo que equivaldría a 5 millones de huelguistas en un país como Francia o Gran Bretaña– que han paralizado el país durante quince días del mes de mayo, son una ilustración de las potencialidades del descontento y de la combatividad obrera en Europa. No es por nada si la prensa ha presentado ese movimiento como un anacronismo, como una «huelga de ricos», para así limitar al máximo todo sentimiento de solidaridad, toda conciencia de la existencia de una misma lucha obrera.

Al mismo tiempo, el esmero que ha puesto la burguesía danesa en «resolver» el conflicto es una buena indicación del peligro proletario. El uso del juego democrático entre gobierno socialdemócrata, patronal, dirección del sindicato LO y sindicalismo de base, los «tillidsmand», así como el uso del referéndum sobre Europa para decretar el fin de la huelga, todo ha sido la expresión del armamento político sofisticado de la burguesía y de su pericia. Armamento político en el uso de la oposición entre dirección de LO y sindicalismo de base, para así asegurarse del control de los obreros. Habilidad en el «horario», en la planificación temporal de la huelga provocada entre las negociaciones sindicales y la fecha del referéndum sobre Europa que iba a «autorizar» –desde el punto de vista legal– al gobierno socialdemócrata a intervenir y «pitar» la vuelta al trabajo.

Pese al fracaso de la huelga y las maniobras de la burguesía, ese movimiento no tiene el mismo sentido que el de diciembre del 95 en Francia. Mientras que la vuelta al trabajo se hizo en Francia en medio de cierta euforia, con una especie de sentimiento de victoria que impidió que el sindicalismo fuera puesto en entredicho, el final de la huelga danesa se ha realizado en un ambiente de fracaso y de poca ilusión hacia los sindicatos. Esta vez, el objetivo de la burguesía no era lanzar una vasta operación de prestigio para los sindicatos a nivel internacional como en 1995, sino «mojar la pólvora», anticipándose al descontento y a la combatividad creciente que se están afirmando poco a poco tanto en Dinamarca como en los demás países de Europa y de otras partes.

Los esfuerzos y el esmero que ponen algunas burguesías, sobre todo las europeas, en su combate contra el proletariado contrastan vivamente con los métodos «primarios» represivos y brutales de sus colegas de los países de la periferia del capitalismo. El nivel de sofisticación, de maquiavelismo, utilizado es una clara señal del peligro histórico que hoy representa el proletariado de los países más industrializados para la burguesía. De este punto de vista, la huelga danesa es anunciadora de la réplica de clase y la perspectiva de luchas masivas que el proletariado experimentado de las grandes concentraciones de Europa occidental va a ofrecer a sus hermanos de clase de otros continentes. Anuncia también la perspectiva revolucionaria que el proletariado internacional debe ofrecer a las masas pobres y hambrientas que son hoy la inmensa mayoría de la población del planeta.

La alternativa al sombrío porvenir, a la siniestra perspectiva que el capitalismo nos «ofrece» en su descomposición, es ésta: una misma lucha revolucionaria del proletariado internacional cuya señal y dinámica serán dadas por las luchas de los obreros de las grandes concentraciones industriales de Europa y de América del Norte.

RL, 7 de junio de 1998

 

[1] Revista internacional nº 93.

[2] «El presidente chino Jiang Zenin ha acusado a India de “pretender desde hace tiempo la hegemonía en Asia del Sur” y que “India apunta a China” cuando reanuda sus pruebas nucleares» (Le Monde, diario francés, 4/6/98).

[3] Le Monde, 4/6/98.

[4] Le Monde, 3/6/98. «Credit crunch» es la súbita penuria de créditos.

[5] Ver la «Resolución sobre la situación internacional» del XXIº congreso de la CCI así como el artículo editorial de la Revista internacional nº 92.

[6] La huelga de mineros que exigían sus salarios no pagados desde hace meses. Ver Le Monde, 7/6/98.

[7] Le Monde, 4/6/98.

[8] «Las huelgas del verano de 1987», Revista internacional nº 51, otoño de 1987.

[9] Ver Revista internacional nos 84 y 85, 1996.

Noticias y actualidad: 

  • Lucha de clases [1]
  • Crisis económica [2]

Euro - La agudización de las rivalidades capitalistas

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Euro

La agudización de las rivalidades capitalistas
 

La cumbre de jefes de Estado de la Unión europea (UE) de principios de mayo del 98 tenía el objetivo de coronar dignamente la introducción de la moneda común, el euro. Fueron a Bruselas para celebrar su victoria sobre «el egoísmo nacionalista», nada menos. Anteriormente, el canciller alemán Kohl había asegurado que la nueva moneda encarna sobre todo la paz en Europa para el siglo que viene y, especialmente, la superación de la destructora rivalidad histórica entre Alemania y Francia.

Pero los hechos son tozudos y, en las ocasiones más inesperadas, hacen saltar por los aires las ideas falsas que las clases explotadoras inventan para encandilarse a sí mismas y sobre todo engañar a quienes explotan. En lugar de haber sido una demostración de confianza mutua y de colaboración pacífica entre Estados europeos, la cumbre de Bruselas y la celebración en ella del nacimiento del euro pronto acabó en pugilato en torno a un problema aparentemente secundario: cuándo tendría que sustituir el francés Trichet al holandés Duisenberg como presidente del nuevo Banco central europeo; y esto, dicho sea de paso, conculcando el propio tratado sobre el euro tan solemnemente adoptado.

Una vez acallados los ruidos de la batalla, una vez que el Presidente francés Chirac hubo terminado de alardear de la manera con la que había impuesto la sustitución de Duisenberg por Trichet dentro de cuatro años y el ministro de Finanzas alemán, Weigel, dejara de contestarle que el holandés, preferido por Bonn, podría quedarse los ocho años «si así lo deseaba», un silencio embarazoso cayó sobre las capitales europeas. ¿Cómo explicar esa repentina recaída en el espíritu nacionalista «de prestigio», tan anacrónico según dicen? ¿Por qué Chirac puso en peligro la ceremonia de introducción de la moneda común sin más razón que la de poner a un compatriota suyo en la dirección de un banco, un compatriota que tiene además fama de ser un «clónico» de Tietmeyer, presidente del Bundesbank?

¿Por qué tardó tanto Kolh en hacer una pequeña concesión sobre semejante problema? ¿Por qué lo han criticado tanto en Alemania por el compromiso que ha aceptado? ¿Y por qué las demás naciones presentes, las cuales, por lo visto, habían apoyado unánimemente a Duisenberg, aceptaron esa agria pendencia?

Tras haberse devanado los sesos, la prensa burguesa ha llegado a una explicación o más bien a varias explicaciones. En Francia, la responsabilidad del contratiempo de Bruselas se atribuye a la arrogancia de los alemanes. En Alemania se achaca al ego nacional abotargado de los franceses; en Gran Bretaña se imputa a la locura de los continentales, incapaces de contentarse con su sus buenas monedas de siempre.

¿No serán ya esas excusas y «explicaciones» la prueba de que lo que se jugaba en la cumbre Bruselas era un verdadero conflicto de intereses nacionales? La introducción de la moneda única no significa, ni mucho menos, que se vaya a limitar la competencia económica entre los capitales nacionales que participan en ella. Al contrario, se van a intensificar las rivalidades. El conflicto entre «esos grandes amigos» que son Kohl y Chirac expresa sobre todo la inquietud de la burguesía francesa ente el reforzamiento económico y político, frente a la agresividad del «compadre» alemán. El auge económico e imperialista de Alemania es una realidad brutal que no puede sino alarmar al «socio» francés, por muy prudente que sea la diplomacia de Kohl. En efecto, éste, previendo su probable retiro de canciller, ha hecho pasar el mensaje siguiente a sus sucesores: «La expresión «liderazgo alemán» en Europa debe ser evitada, pues podía llevar a la acusación de que estamos intentando ser hegemónicos» ([1]).

La agresividad creciente del capitalismo alemán

Mayo de 1998 ha sido testigo, de hecho, de dos concreciones importantes de la voluntad de Alemania de imponer medidas económicas con las que asegurar la posición dominante del capitalismo alemán a expensas de sus rivales más débiles.

La primera ha sido la organización de la moneda europea. El euro fue en su origen un proyecto francés impuesto a Kohl por Mitterrand a cambio del consentimiento francés a la unificación alemana. En aquella época, la burguesía francesa temía, con razón, que el Banco federal de Francfort no utilizara el papel dominante del marco, mediante una política de tipos de interés altos, para obligar a toda Europa a participar en la financiación de la unificación alemana. Pero cuando Alemania puso finalmente todo su peso en ese proyecto (y sin él, el euro no habría existido nunca), lo que surgió fue una moneda europea que corresponde a los conceptos y a los intereses de Alemania y no a los de Francia.

Como escribía el diario Frankfurter Allgemeine, portavoz de la burguesía alemana, tras la cumbre de Bruselas: «La independencia del Banco central europeo, su instalación en Francfort, el pacto de estabilidad de apoyo a la unión monetaria, el rechazo al “gobierno económico” como contrapeso político al Banco central... en última instancia, Francia ha sido incapaz de imponer ni una sola de sus exigencias. Hasta el nombre de la moneda única inscrito en el Tratado de Maastricht, el “ecu” –que recuerda el nombre de una moneda histórica de Francia– ha sido abandonado en el camino de Bruselas por el más neutro de “euro”. (...) Francia se encuentra así, en lo que a sus conceptos y prestigio políticos se refiere, con las manos vacías. Chirac ha hecho de malo en Bruselas para intentar borrar, al menos parcialmente, esa impresión» (5/05/98).

La segunda manifestación importante reciente de la agresividad de la expansión económica alemana está demostrada por las operaciones internacionales de compra de empresas realizadas por los principales constructores  de automóviles alemanes. La fusión de Daimler-Benz y Chrysler va a hacer de ellos el tercer gigante mundial del automóvil. Incapaz de sobrevivir como tercer constructor americano independiente frente a General Motors y Ford, habiendo ya sido salvado de la quiebra por el Estado americano durante la presidencia de Carter, a Chrysler no le quedaba otra opción que la de aceptar la oferta alemana, incluso a sabiendas de que eso proporciona a Daimler, que ya es la empresa principal alemana de armamento y aeronáutica, un acceso a los intereses de Chrysler en el armamento de EEUU y en los proyectos de la NASA. No estaba seca la tinta de esa firma cuando ya Daimler anunciaba su intención de comprar Nippon Trucks. Aunque Daimler es el primer constructor mundial de camiones, sólo posee el 8 % del importante mercado asiático. También aquí está la burguesía alemana en posición de fuerza. En efecto, aunque el Estado japonés sabe que el gigante de Stuttgart tiene la intención de utilizar esa compra para incrementar su parte en el mercado asiático de camiones hasta 25 % y... a expensas de Japón, le es difícil impedir ese acuerdo a causa de la quiebra irremediable que golpea a la que fue orgullosa compañía Nippon Trucks.

Y para completar ese cuadro, la pelea sobre la compra del británico Rolls Royce de Vickers lo es exclusivamente entre dos empresas alemanas, lo cual pone, sin duda, a los honorables accionistas de Vickers ante una «dolorosa» alternativa histórica. Venderse a BMW es casi casi un sacrilegio si se recuerda la batalla de Inglaterra de 1940, en la que la Royal Air Force, equipada con motores Rolls Royce, repelió la Luftwaffe alemana cuyo proveedor era ese mismo BMW. «La idea de que BMW posea Rolls Royce me rompe el alma» ha declarado uno de esos venerables gentlemen a la prensa alemana. Por desgracia, la otra opción era Volkswagen, empresa creada por los nazis, lo cual obligaría a la Reina de Inglaterra a desplazarse en el «coche del pueblo».

Todo eso no es más que el inicio de un proceso que no va a limitarse a la industria automovilística. El Gobierno francés y la Comisión europea de Bruselas acaban de ponerse de acuerdo sobre un plan de salvamento del Crédit lyonnais, uno de los primeros bancos franceses. Uno de los objetivos principales de ese plan es impedir que las partes más lucrativas de ese banco caigan en manos alemanas ([2]).

Durante la guerra fría, Alemania, nación capitalista importante, estaba dividida, ocupada militarmente y poseía una soberanía estatal parcial. No tenía la posibilidad política de desarrollar una presencia internacional de sus bancos y sus empresas, una presencia que hubiera correspondido a su poderío industrial. Con el desmoronamiento en 1989 del orden mundial surgido de Yalta, la burguesía alemana no vio ninguna razón para seguir soportando esa situación en todo lo referente a finanzas y negocios. Los acontecimientos recientes han confirmado que los tan demócratas sucesores de Alfred Krupp y Adolf Hitler son tan capaces como sus predecesores de abrirse paso a codazos entre sus rivales. No es de extrañar que sus «amigos» y «socios» capitalistas estén tan furiosos.

El euro, instrumento contra la tendencia a «cada uno para sí»

Kohl entendió antes que sus colegas alemanes que el hundimiento de los bloques imperialistas, pero también la inquietud producida por la unificación alemana podrían provocar una oleada de proteccionismo que había sido contenida gracias a la disciplina impuesta en el bloque occidental. Estaba claro que Alemania, principal potencia industrial de Europa y campeona de la exportación, corría el riesgo de volverse una de las principales víctimas de aquella posible tendencia.

Lo que hizo adherirse a la posición de Kohl a la mayoría de la burguesía alemana –tan orgullosa de su marco alemán y tan asustada por la inflación ([3])– fue la crisis monetaria europea de agosto de 1993, que, de hecho, ya se había iniciado un año antes cuando Gran Bretaña e Italia abandonaron el Sistema monetario europeo (SME). La crisis vino provocada por una importante especulación internacional sobre las monedas, la cual no es sino la expresión de la crisis de sobreproducción crónica y general del capitalismo. Esto casi desemboca en la explosión del SME que había sido instaurado por Helmut Schmidt y Giscard d'Estaing para impedir las fluctuaciones incontroladas e imprevisibles de las monedas con el riesgo de paralizar el comercio en Europa. Ese sistema apareció entonces como algo inadecuado ante el avance de la crisis. Además, en 1993, la burguesía francesa –a menudo más capaz de determinación que de sentido común– propuso, a espaldas de Alemania, sustituir el marco por el franco francés como moneda de referencia de Europa. Esta propuesta era, evidentemente, descabellada y obtuvo un sonado rechazo por parte de sus «socios», especialmente por parte de Holanda (o sea de... Duisenberg). Todo ese montaje convenció a la burguesía alemana del peligro que contenía la tendencia incontrolada de «cada uno para sí». Esto hizo que se pusiera del lado de su Canciller. La moneda común fue pues concebida como algo que hiciera imposibles las fluctuaciones monetarias entre los diferentes «socios comerciales» europeos y poder así atajar la tendencia hacia el proteccionismo y el hundimiento del comercio mundial. En fin de cuentas, Europa es, con EEUU, el centro principal del comercio mundial. Pero, contrariamente a Estados Unidos, Europa está dividida en múltiples capitales nacionales. Y como tal es, potencialmente, un eslabón débil del comercio mundial. Hoy, incluso los mejores abogados de la «Europa unida» como la CDU y el SPD en Alemania, admiten que «no existe alternativa a la Europa de las patrias» ([4]). Y sin embargo, se instaura el euro para limitar los riesgos a nivel del comercio mundial. Por eso es por lo que el euro es apoyado por la mayoría de los fracciones de la burguesía, y eso no sólo en Europa, sino también en Norteamérica.

Entonces, si ese apoyo general al euro existe ¿de dónde viene ese agudizamiento de la competencia capitalista? ¿Dónde estaría ese interés particular de la burguesía alemana? ¿Por qué la visión alemana del euro sería la expresión de su autodefensa agresiva a expensas de sus rivales? En otras palabras ¿por qué disgusta tanto a Chirac?

Euro: los más fuertes imponen sus reglas a los más débiles

Es un hecho de sobras conocido que en los últimos treinta años, la crisis ha afectado a la periferia del capitalismo más rápida y brutalmente que al corazón del sistema. No hay, sin embargo, nada de natural ni de automático en ese curso de los acontecimientos. La acumulación más importante y explosiva de las contradicciones capitalistas, se encuentra, precisamente, en el centro del sistema. Por eso, el que los dos países capitalistas más desarrollados, Estados Unidos y Alemania, fueran, tras lo de 1929, las primeras víctimas y las más brutalmente afectadas por la crisis mundial, es algo que se corresponde mucho más con el curso espontáneo y natural del capitalismo decadente. Durante las décadas pasadas, hemos podido ver, uno tras otro, el hundimiento económico de Africa, de Latinoamérica, de Europa de Este y Rusia y, más recientemente, del Sudeste asiático. El mismo Japón empieza a tambalearse. Norteamérica y Europa del Oeste, especialmente EEUU y Alemania, han sido, a pesar de todo, los más capaces en resistir. Y lo han sido porque, en cierta medida, han sido capaces de impedir la tendencia a «cada uno para sí», tendencia dominante en los años 30. Han resistido mejor porque han sido capaces de imponer sus reglas de conducta en la competencia capitalista, y esas reglas existen para asegurar la supervivencia de los más fuertes. En el naufragio actual del capitalismo, esas reglas permiten empezar a tirar por la borda a los «piratas» más débiles. La burguesía presenta esas reglas como la receta que permitirá civilizar, pacificar y hasta eliminar la competencia entre las naciones, cuando en realidad son los medios más brutales para organizar la competencia en beneficio de los más fuertes. Mientras existía su bloque imperialista, sólo EEUU imponía las reglas. Hoy, aunque Estados Unidos sigue dominando económicamente a nivel mundial, en Europa es Alemania la que dicta cada día más la ley, imponiéndose a expensas de Francia y de los demás. A largo plazo, esta situación llevará a Alemania a encontrarse frente a los propios Estados Unidos.

El conflicto europeo sobre el euro

Es cierto que la moneda común europea sirve los intereses de todos sus participantes. Pero eso es sólo una parte de la realidad. Para los países más débiles, la protección que ofrece el euro puede compararse a la generosa protección que la Mafia ofrece a sus víctimas. Frente a la potencia de exportación superior de Alemania, la mayoría de sus rivales europeos han solido recurrir, en los últimos treinta años, a devaluaciones monetarias, como así ocurrió con Italia, Gran Bretaña o Suecia, o, cuando menos, a una política de estímulo económico y de moneda débil como ha ocurrido con Francia. En este país, el concepto de política monetaria «al servicio de la expansión económica» no ha sido una doctrina de Estado de menor entidad que el «monetarismo» del Bundesbank. A principios de los años 30, esas políticas, especialmente las devaluaciones bruscas, estaban entre las armas favoritas de las diferentes naciones europeas a expensas de Alemania. Bajo la nueva ley germánica del euro esas políticas ya no son posibles. En el centro de ese sistema hay un principio que a Francia le cuesta mucho digerir. Es el principio de la independencia del Banco central europeo, lo cual significa dependencia de la política y del apoyo de Alemania.

Los países más débiles –Italia es un ejemplo clásico– tienen escasos medios para mantener un mínimo de estabilidad fuera de la zona Euro, sin acceso a los capitales, a los mercados o a los tipos de interés más baratos que ofrece el mercado. Gran Bretaña y Suecia, relativamente más competitivas que Italia, y menos dependientes de la economía alemana que Francia y Holanda, son capaces de mantenerse más tiempo fuera del euro. En el interior de las murallas protectoras del euro, los demás han perdido algunas de sus armas en beneficio de Alemania.

Alemania podía llegar a un compromiso sobre lo de Trichet y la presidencia del Banco central europeo. Pero sobre la organización del euro o sobre la expansión internacional de sus bancos y su industria, no ha aceptado ningún compromiso. Y no podía ser de otra manera. Alemania es el motor de la economía europea. Pero después de treinta años de crisis abierta, incluso Alemania es un «hombre enfermo» de la economía mundial. Su dependencia del mercado mundial es enorme ([5]). Su importante masa de desempleados se está acercando a la de los años 30. Y le queda un arduo problema más por resolver: los astronómicos costes, económicos y sociales, de la unificación. Es la crisis de sobreproducción irreversible del capitalismo decadente lo que está zarandeando el corazón mismo de la economía alemana, obligándola, como a los demás gigantes del capitalismo, a combatir despiadadamente por su propia supervivencia.

Kr, 25/05/1998

 

[1] Declaraciones de Kohl en una reunión de la comisión parlamentaria de la Bundestag sobre finanzas y negocios de la Unión europea, del 21/04/97.

[2] Vale la pena recordar el papel importante desempeñado por el tan respetable Trichet en el asunto del Crédit lyonnais: ocultar al público la bancarrota de ese banco durante varios años.

[3] La burguesía alemana no ha olvidado 1929, ni tampoco 1923 cuando el Reichsmark (el marco de entonces) no valía ni siquiera «un trozo de papel higiénico».

[4] La división del mundo en capitales nacionales competidores sólo podrá ser superada por la revolución proletaria mundial.

[5] Alemania ha exportado por valor de 511 mil millones de $ en 1997, segundo detrás de EEUU (688 mil millones) y bastante más que Japón con 421 mil millones de $ (OCDE).

Geografía: 

  • Europa [3]

XIIIo Congreso de Révolution internationale – Resolución sobre la situación internacional

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XIIIo Congreso de Révolution internationale

Resolución sobre la situación internacional
 

Transcurrido un año, la evolución de la situación internacional ha confirmado en lo esencial los análisis contenidos en la Resolución adoptada por el XIIº Congreso de la CCI, en abril de 1997. En ese sentido, la presente resolución es simplemente un complemento de la citada limitándose a confirmar, precisar o actualizar los elementos que lo requieren en la situación actual.

 

Crisis económica

1) Uno de los puntos de la resolución precedente confirmados con total claridad es el relativo a la crisis económica capitalista. Así, en abril de 1997 decíamos que: «... Entre las mentiras abundantemente propaladas por la clase dominante para hacer creer en la viabilidad, a pesar de todo, de su sistema, ocupa también un lugar especial el ejemplo de los países del Sudeste asiático, los “dragones” (Corea del Sur, Taiwan, Hongkong, Singapur) y los “tigres” (Tailandia, Indonesia, Malasia) cuyas tasas de crecimiento actuales (algunas de ellas de dos dígitos) hacen morir de envidia a las burguesías occidentales... La deuda de la mayoría de esos países, tanto la externa como la interna de los Estados, está alcanzando grados que los están poniendo en la misma situación amenazante que los demás países... En realidad, si bien hasta ahora aparecen como excepciones, no podrán evitar indefinidamente, como tampoco lo pudo su gran vecino Japón, las contradicciones de la economía mundial que han convertido en pesadilla otros “cuentos de hadas” anteriores, como el de México...» (Punto 7, Revista internacional nº 90).

No hicieron falta más que cuatro meses para que las dificultades de Tailandia inauguraran la crisis financiera más importante del capitalismo desde los años 30, crisis que se ha extendido al conjunto de países del Sudeste asiático y que ha requerido la movilización de más de 120 mil millones de dólares (mucho más del doble de la ya excepcional ayuda a México en 1996) para evitar que un gran número de Estados de la región no se declararan en quiebra. El caso más espectacular es evidentemente el de Corea del Sur, undécima potencia económica mundial, miembro de la OCDE (el club de los «ricos») que se ha encontrado forzada a declarar suspensión de pagos, con una deuda de cerca 200 mil millones de dólares. Al mismo tiempo, este hundimiento financiero ha hecho temblar al país más grande del mundo, China, del que nos han vendido igualmente el «milagro económico» y también, a la segunda potencia económica del planeta, el mismísimo Japón.

2) Las dificultades que encuentra actualmente la economía japonesa, «el primero de la clase» durante décadas, no están únicamente motivadas por la crisis financiera desatada en el Sudeste asiático a finales de 1997. De hecho, desde comienzos de los años 90 Japón «se encuentra enfermo» y prueba de ello es la recesión larvada que no han podido solucionar los numerosos «planes de relanzamiento» (5 desde octubre del 97 que continúan a más de 19 anteriores) y que hoy ya se ha convertido en recesión oficialmente abierta (la primera en los últimos 23 años). Al mismo tiempo el yen, moneda estrella durante años, ha perdido un 40% de su valor respecto al dólar en los últimos tres años. Además, el sistema financiero japonés ha revelado con toda crudeza su debilidad mostrando una proporción de créditos dudosos que alcanzan el 15% del PIB anual del país, al tiempo que sigue siendo «la caja de ahorros del mundo» en especial con sus propiedades de miles de millones de dólares en Bonos del Tesoro americano. De hecho la preocupación y la angustia que ha provocado en toda la burguesía la situación de Japón está más que justificada. Es evidente que un hundimiento de la economía japonesa causaría un cataclismo al conjunto de la economía mundial. Pero esta situación tiene además otro significado: el que la economía más dinámica de la segunda posguerra mundial se encuentre hundida desde hace ocho años en un marasmo económico, indica el nivel de gravedad alcanzado por la crisis capitalista en los últimos treinta años.

3) Ante esta situación, los marxistas, deben leer por detrás de los discursos de los «expertos» de la clase dominante. Si creyéramos en estos discursos, habría que considerar que la cosas, tras el susto, vuelven por buen camino para el capitalismo, ya que se vislumbra una recuperación del conjunto de la economía mundial y las recaídas de la crisis financiera de Asía son menos destructivas de lo que algunos habían creído o anunciado hace meses. De hecho, nos dicen, hoy se está viendo a todas las Bolsas del mundo, empezando por Wall Street, batir récords históricos. En realidad, los acontecimientos recientes no contradicen en modo alguno el análisis hecho por los marxistas sobre la gravedad y el carácter insoluble de la crisis actual del capitalismo. En última instancia, tanto tras el hundimiento financiero de los «dragones» y «tigres» como tras la larga enfermedad de la economía japonesa encontramos el endeudamiento astronómico en el que se hunde día tras día el mundo capitalista: «... En fin de cuentas el crédito no permite ni mucho menos superar las crisis, sino, al contrario, lo que hace es ampliarlas y hacerlas más graves, como lo demostró Rosa Luxemburg apoyándose en el marxismo. Las tesis de la izquierda marxista... del siglo pasado siguen siendo hoy perfectamente válidas. Hoy como ayer, el crédito no puede ampliar los mercados solventes. Enfrentado a la saturación definitiva de éstos (mientras que en el siglo pasado podía existir la posibilidad de conquistar nuevos mercados), el crédito se ha convertido en condición indispensable para dar salida a la producción, haciendo así las veces de mercado real... (punto 4, ídem). «... ha sido principalmente la utilización del crédito, el endeudamiento cada día mayor, lo que ha permitido a la economía mundial evitar una depresión brutal como la de los años 30...».

4) De hecho, la característica más significativa de las convulsiones económicas que afectan hoy a Asia no es el impacto que pueden producir sobre las economías de los países desarrollados (aproximadamente un 1% del crecimiento del PIB) sino el hecho de que revelan el callejón sin salida en el que se encuentra el sistema capitalista hoy en día, un sistema condenado a una perpetua huida hacia adelante en el endeudamiento (una situación que se ve aún más agravada por los prestamos realizados en Asía en los últimos meses). Por otra parte, las convulsiones que afectan a estos «campeones del crecimiento» son una prueba evidente de que no hay ninguna formula que permita a un país o grupo de países escapar de la crisis histórica y mundial del capitalismo. En fin, la amplitud que han tomado estos sobresaltos financieros, mayor que la de años pasados, revela la agravación continua del estado de la economía capitalista mundial.

Ante la quiebra de los «dragones», la burguesía ha movilizado medios enormes con la participación de los principales países de ambos lados del Atlántico y Pacifico, dando pruebas de que, a pesar de la guerra comercial en la que están inmersas sus diferentes fracciones nacionales, está decidida a evitar que no se reproduzca una situación similar a la de los años 30. En este sentido el «cada uno para sí» que implica el hundimiento de la sociedad capitalista en la descomposición encuentra sus limites en la necesidad para la clase dominante de evitar una desbandada general que hundiría brutalmente al conjunto de la economía mundial en un verdadero cataclismo. El capitalismo de Estado que se desarrolla con la entrada del sistema en su fase de decadencia, y que se desarrolló particularmente a partir de la segunda mitad de los años 30 tiene por objeto garantizar un mínimo de orden entre las diferentes fracciones del capital dentro de las fronteras nacionales. Tras la desaparición de los bloques imperialistas tras el hundimiento del bloque ruso, el mantenimiento de una coordinación de las políticas económicas entre los diferentes Estados permite mantener este tipo de «orden» a escala internacional ([1]). Este hecho no pone en entredicho la continuación y la intensificación de la guerra comercial, pero permite que ésta se pueda llevar a cabo con ciertas reglas que permitan sobrevivir al sistema. En particular, esta política ha permitido a los países más desarrollados exportar hacia la periferia (África, América Latina, países del Este...) las manifestaciones más dramáticas de una crisis que encuentra, sin embargo, su origen en el centro del sistema capitalista (Europa Occidental, Estados Unidos y Japón). Del mismo modo permite establecer zonas de una mayor estabilidad (relativa) como actualmente se propone hacer con la instauración del euro.

5) Sin embargo, la puesta en práctica de todas las medidas de capitalismo de Estado, de coordinación de políticas económicas entre los países más desarrollados, de todos los planes de «salvamento» no pueden evitarle al capitalismo una quiebra creciente, por mucho que consigan aminorar el ritmo de la catástrofe. El sistema se podrá beneficiar, como ha ocurrido en el pasado, de curaciones momentáneas de su enfermedad, pero después del «relanzamiento» habrá nuevas recesiones abiertas y siempre convulsiones económicas y financieras. Dentro de la historia de la decadencia del capitalismo, con su espiral de crisis-guerra-reconstrucción-nueva crisis abierta, existe una historia de la crisis que comenzó a finales de los años 60. A lo largo de los últimos treinta años hemos asistido a una degradación ineluctable de la situación del capitalismo mundial que se manifiesta especialmente por:

– una caída de las tasas medias de crecimiento (para los 24 países de la OCDE, período 1960-70: 5,6 %; 1970-80: 4,1 %; 1980-90: 3,4 %; 1990-95: 2,4 %);

– un crecimiento espectacular y general del endeudamiento, particularmente el de los Estados (representa hoy, para los países desarrollados, entre un 50 y un 130% de toda la producción anual);

– una fragilización e inestabilidad crecientes de las economías nacionales con quiebras cada vez más sistemáticas y brutales de sectores industriales o financieros;

– la exclusión de sectores cada vez más importantes de la clase obrera del proceso de producción (en la OCDE 30 millones de parados en 1989, 35 millones en 1993, 38 millones en 1996).

Y ese proceso va a continuar sin remisión. En particular el desempleo permanente, que expresa la quiebra histórica de un sistema cuya razón de ser ha sido la extensión del trabajo asalariado, no podrá más que crecer incluso aunque la burguesía haga todas las contorsiones posibles para ocultarlo e incluso logre estabilizarlo por el momento. Junto a todo tipo de ataques contra los salarios, las prestaciones sociales, la sanidad, las condiciones de trabajo, el desempleo va a convertirse cada vez más en el principal medio que utilizará la clase dominante para hacer pagar a sus explotados el precio de la quiebra histórica de su sistema.

Enfrentamientos imperialistas

6) Si bien los diferentes sectores nacionales de la burguesía, con objeto de evitar una explosión del capitalismo mundial, llegan a imponer un mínimo de coordinación en sus políticas económicas, nada de esto es posible en el terreno de las relaciones imperialistas. Los acontecimientos del año confirman plenamente, también en este punto, la Resolución del XIIº Congreso de la CCI: «... esas tendencias centrífugas, del “cada uno para si”, de caos en las relaciones entre los Estados, con sus alianzas en serie circunstanciales y efímeras, no solo no han aminorado sino todo lo contrario...» (punto 10, idem).

«... La primera potencia mundial está enfrentada, desde que desapareció la división del mundo en dos bloques, a una puesta en entredicho permanente de su autoridad por parte de sus antiguos aliados...» (punto 11, idem).

Es por ello por lo que hemos visto agravarse hasta límites insospechados la indisciplina de Israel ante el patrón americano, indisciplina que se ha visto agravada por los sucesivos fracasos de las misiones a Oriente Medio del mediador Dennis Ross, quien no ha conseguido restablecer el más mínimo avance en el proceso de paz de Oslo, pieza maestra de la «paz americana» en Oriente Medio. La tendencia constatada en los años pasados se confirma plenamente: «... entre otros ejemplos de la contestación del liderazgo americano hay que destacar aún... la perdida del monopolio en el control de la situación en Oriente Medio, zona crucial...» (punto 12, idem).

Del mismo modo, hemos visto a Turquía tomar distancias respecto a su «gran aliado» alemán (a quien ha reprochado impedir su entrada en la Unión Europea), al mismo tiempo que intenta establecer por su cuenta y riesgo una cooperación militar privilegiada con Israel.

En fin, asistimos a la confirmación de lo que señalaba igualmente nuestro XIIº Congreso «... Alemania, en compañía de Francia, ha iniciado un acoso diplomático en dirección de Rusia, país del que Alemania es el primer acreedor y que no ha sacado grandes ventajas de su alianza con Estados Unidos...» (punto 15, idem). La cumbre de Moscú entre Kohl, Chirac y Yelstin ha sellado una especie de «troika», reuniendo a los dos principales aliados de Estados Unidos en tiempos de la «guerra fría» y al que, tras el hundimiento del Este, había manifestado durante años juramento de fidelidad al gran gendarme. Aunque Kohl ha señalado que esta alianza no está dirigida contra nadie, es más que evidente que es a expensas de los intereses americanos si esos tres compadres intentan entenderse.

7) La manifestación más evidente del cuestionamiento al liderazgo estadounidense ha sido el lamentable fracaso en febrero de 1998 de la operación «Trueno del desierto» orientada a dar un nuevo «toque de atención» a Irak y, más allá de ese país, a las potencias que lo apoyan, especialmente a Francia y Rusia.

En 1990-91, Estados Unidos tendió una trampa a Irak empujándolo a invadir otro país árabe, Kuwait. En nombre del «respeto al derecho internacional» consiguieron alinear tras sí, de buen o mal grado, a la casi totalidad de Estados árabes y a todas las grandes potencias, incluso a la más reticente, Francia. La operación «Tempestad del desierto» le permitió afirmar su papel de único «gendarme del mundo» a la potencia americana, lo que le permitió abrir, a pesar de las trampas que se le tendieron en la ex-Yugoslavia, el proceso de Oslo. En 1997-98, han sido Irak y sus aliados los que han tendido una trampa a Estados Unidos. Los impedimentos de Sadam Husein al control de los «palacios presidenciales» (que no contenían, como se ha visto más tarde, ningún tipo de armamento que contraviniera las resoluciones de Naciones Unidas) han conducido a la superpotencia a una nueva tentativa de afirmar su supremacía por la fuerza de las armas. Pero esta vez, ha debido renunciar a su empresa ante la resuelta oposición de la casi totalidad de Estados árabes, de la mayor parte de las grandes potencias y con el único y tímido apoyo de Gran Bretaña. El balance es evidente, el hermano pequeño de la «Tempestad del desierto» no ha sido el «Trueno» que se esperaba, ni mucho menos. Ha sido más un petardo mojado que ha obligado a la primera potencia mundial a sufrir la afrenta de ver viajar al Secretario general de la ONU a Irak en el avión del presidente francés y ver cómo éste y aquél se encontraban antes y justo después del viaje. Lo que debía constituir un «toque de atención» para Irak y Francia, se ha convertido en una victoria diplomática para estos dos países.

El contraste entre los resultados de la «Tempestad del desierto» y el «Trueno» del mismo apellido permiten calibrar la actual crisis de liderazgo de Estados Unidos, crisis que no ha desmentido el medio fracaso alcanzado por Clinton en su gira africana de finales de marzo, gira que se proponía consolidar el avance operado en detrimento de Francia con el derrocamiento del régimen de Mobutu en 1996. Lo que ha revelado este viaje sobre todo es que los Estados africanos y en especial el más potente de todos ellos, la República Sudáfricana, tienden a jugar cada vez más sus propias cartas procurando librarse de la tutela de las grandes potencias.

8) Así, los últimos meses han confirmado plenamente lo que se había visto en el pasado: «... En lo que a la política internacional de Estados Unidos se refiere, el alarde y el empleo de la fuerza armada no sólo forman parte de sus métodos desde hace tiempo, sino que es ya el principal instrumento de defensa de sus intereses imperialistas, como lo ha puesto de relieve la CCI desde 1990, antes incluso de la guerra del Golfo. Frente a un mundo dominado por la tendencia de “cada uno para si”, en el que los antiguos vasallos del gendarme estadounidense aspiran a quitarse de encima la tutela que hubieron de soportar ante la amenaza del bloque enemigo, el único medio decisivo de EEUU para imponer su autoridad es el de usar el instrumento que les otorga una superioridad aplastante sobre todos los demás Estados: la fuerza militar. Pero en esto, EEUU está metido en una contradicción:

– por un lado, si renuncia a aplicar o hacer alarde de su superioridad, eso no puede sino animar a los países que discuten su autoridad a ir todavía más lejos;

– por otro lado, cuando utilizan la fuerza bruta, incluso, y sobre todo, cuando ese medio consigue momentáneamente hacer tragar sus veleidades a sus adversarios, ello lo único que hace es empujarlos a aprovechar la menor ocasión para tomarse el desquite e intentar quitarse de encima la tutela americana... por eso, los éxitos de la actual contraofensiva americana no deben ser considerados, ni mucho menos, como definitivos, como una confirmación de su liderazgo. La fuerza bruta, las maniobras para desestabilizar a sus competidores (como hoy en Zaire) con todo su cortejo de consecuencias trágicas, van a seguir siendo utilizadas por esa potencia, contribuyendo así a agudizar el caos sangriento en el que se hunde el capitalismo...» (punto 17, idem).

Estados Unidos no ha tenido ocasión, en el último período, de utilizar la fuerza de sus armas y de participar directamente en este «caos sangriento». Pero eso no podrá seguir así, pues EEUU no puede quedarse parado ante la derrota diplomática que han sufrido en Irak.

Por otra parte, el hundimiento del mundo capitalista, con el telón de fondo los antagonismos entre las grandes potencias, en la barbarie guerrera y las masacres, prosigue como vemos en Argelia y recientemente en Kosovo que viene a azuzar la chispa siempre candente en los Balcanes. En esta parte del mundo los antagonismos, entre de un lado Alemania y del otro Rusia, Francia y Gran Bretaña, tradicionales aliados de Serbia, no podrán dejar sobrevivir por mucho tiempo a la paz de Dayton. Incluso si la crisis de Kosovo no se convierte inmediatamente en crisis abierta, es un claro exponente de que no hay posibilidades de una paz estable y sólida en la actualidad, en particular en esta región que es uno de los principales polvorines del mundo por el lugar que ocupa en Europa.

Lucha de clases

9) «... Este caos general, con su cortejos de sangrientos conflictos, masacres, hambre y más generalmente la descomposición que va corroyendo todos los aspectos de la sociedad y que contiene la amenaza de aniquilarla, tiene su principal alimento en el callejón sin salida en el que está metida la economía capitalista. Sin embargo, al provocar necesariamente ataques permanentes y siempre más brutales contra la clase productora de lo esencial de la riqueza social, el proletariado, semejante situación también provoca la reacción de ésta y contiene entonces la perspectiva de su surgimiento revolucionario...» (punto 19, idem).

Provocada por las primeras manifestaciones de la crisis abierta de la economía capitalista, el resurgimiento histórico de la clase obrera a finales de los años 60 puso fin a cuatro décadas de contrarrevolución e impidió al capitalismo aportar su propia respuesta a la crisis: la guerra imperialista generalizada. A pesar de los momentos de retroceso en el combate, las luchas obreras se inscribían en una tendencia general a librarse del control de los órganos de encuadramiento del Estado, en particular de los sindicatos. Esta tendencia se interrumpió brutalmente con las campañas que acompañaron el hundimiento de los supuestos «países socialistas» a finales de los años 80. La clase obrera sufrió un retroceso importante, tanto a nivel de su combatividad como de su conciencia: «... en los principales países del capitalismo, la clase obrera ha vuelto a una situación comparable a la de los años 1970 por lo que respecta a sus relaciones con los sindicatos y el sindicalismo: una situación en la que la clase, globalmente, lucha tras los sindicatos, sigue sus consignas y propaganda y, en definitiva, vuelve a confiar en ellos. En este sentido, la burguesía ha conseguido de momento borrar de las conciencias obreras las lecciones adquiridas a lo largo de los años 80, extraídas tras repetidas confrontaciones con los sindicatos...» (punto 12 de la Resolución sobre la situación internacional, XIIº Congreso de Révolution internationale, sección en Francia de la CCI).

Desde 1992, el proletariado ha retomado el camino del combate de clases pero, por la profundidad del retroceso sufrido y por el peso de la descomposición general de la sociedad burguesa que dificulta su toma de conciencia, el ritmo de este relanzamiento de las luchas está marcado por la lentitud. Sin embargo, su realidad se confirma no tanto por el desarrollo de las luchas obreras, que, por el momento es aún muy débil, sino por todas las maniobras desplegadas durante años por la burguesía: «...para la clase dominante, totalmente consciente de que los ataques crecientes contra la clase obrera van a provocar necesariamente respuestas de gran amplitud, se trata de tomar la delantera mientras la combatividad todavía sigue embrionaria, mientras todavía siguen pesando fuertemente sobre las conciencias las secuelas del hundimiento de los regímenes pretendidamente socialistas, para así mojar la pólvora y reforzar al máximo su arsenal de mistificaciones sindicalistas y democráticas...» (punto 21, idem).

Esta política de la burguesía se ha confirmado una vez más, en el verano de 1997, con la huelga de UPS en los Estados Unidos que ha acabado con una «gran victoria» de... los sindicatos. Igualmente se ha confirmado con la continuación de las grandes maniobras que a propósito del problema del desempleo han organizado las burguesías de diferentes países europeos.

10) Una vez más, la clase dominante responde de forma coordinada en la respuesta política al descontento creciente que provoca el aumento inexorable del desempleo. De un lado, en países como Francia, Bélgica o Italia lanza grandes campañas ideológicas sobre el tema de las 35horas de trabajo semanal que teóricamente permitirían la creación de cientos de miles de empleos. Por otra parte vemos, en Francia y también en Alemania, desarrollarse, bajo el control de los sindicatos y de diferentes «comités»  inspirados por los izquierdistas, movimientos de parados, con ocupaciones de lugares públicos y manifestaciones en la calle. En realidad esas dos políticas son complementarias. La campaña sobre las 35 horas, y la puesta en práctica efectiva de esta medida como ha hecho el gobierno de izquierdas en Francia permite:

–  «demostrar» que se pueden hacer «algunas cosas» para crear empleos;

– poner en juego una reivindicación «anticapitalista» porque los patronos serían hostiles a tal medida;

– justificar toda una serie de ataques contra la clase obrera que serían la contrapartida de la reducción de los horarios (intensificación de la productividad y de los ritmos de trabajo, bloqueo de los salarios, mayor «flexibilidad» en particular con la anualización del tiempo de trabajo como base de cálculo del mismo).

Por otra parte, las movilizaciones de parados organizadas por diferentes fuerzas de la burguesía buscan otros tantos objetivos antiobreros:

– a corto plazo, crea una división entre los diferentes sectores de la clase obrera, y sobre todo intenta culpabilizar a los trabajadores en activo;

– a más largo plazo, y éste es el objetivo principal, intenta desarrollar órganos para el control de los obreros desempleados que hasta ahora estaban poco encuadrados por los órganos especializados del Estado en tales tareas.

De hecho, estas maniobras ampliamente mediatizadas, sobre todo a escala internacional, son la prueba de que la burguesía es consciente de:

– su incapacidad para resolver el problema del paro (lo que indica que no se hace demasiadas ilusiones sobre la «salida del túnel de la crisis»);

– que la situación actual de débil combatividad de los obreros con empleo y de gran pasividad de los desempleados no va a durar demasiado tiempo.

La CCI ha puesto de relieve que, debido al peso de la descomposición y a los métodos progresivos con los que el capitalismo ha llevado al paro a decenas de millones de obreros en las últimas décadas, los parados no han podido organizarse y participar en el combate de clase (contrariamente a lo que ocurrió en algunos países en los años 30). Pero, al mismo tiempo, habíamos señalado que si bien no podrían constituir una vanguardia de los combates obreros, estarían obligados a encontrarse en la calle con otros sectores de la clase obrera cuando ésta se movilizara masivamente aportando al movimiento una fuerte combatividad resultante de su situación miserable, su ausencia de prejuicios corporativos y de la falta de ilusiones sobre el «futuro» de la economía capitalista. En este sentido, la maniobra actual de la burguesía en dirección de los parados significa que espera y se prepara para combates de la clase obrera y que se preocupa de que la participación de los obreros desempleados en este movimiento pueda ser saboteada por órganos de encuadramiento apropiados.

11) En esta maniobra, la clase dominante utiliza los sindicatos clásicos pero también recurre a sectores más «a la izquierda» de sus aparatos políticos (anarquistas, trotskistas, «autónomos», «de base») porque ante los parados y a su inmensa cólera tiene necesidad de exhibir un lenguaje más «radical» que el que normalmente utilizan los sindicatos oficiales. Este hecho ilustra igualmente un punto contenido en la Resolución adoptada por el XIIº Congreso de la CCI: hoy día nos encontramos en un «momento clave» entre dos etapas del proceso de relanzamiento de la lucha de clases, un momento en el que la acción del sindicalismo clásico que tuvo gran eficacia alo largo de los años 94-96, debe comenzar, aunque no está desprestigiada, a ser completada de forma preventiva por la el del sindicalismo «radical», de «combate» o de «base».

12) En fin, la continuación por parte de la burguesía de campañas ideológicas:

– sobre el comunismo, fraudulentamente identificado con el estalinismo (sobre todo con el ruido originado en torno al Libro negro del comunismo traducido a varias lenguas) y contra la Izquierda comunista con la matraca antinegacionista,

– de defensa de la democracia como única «alternativa» ante las manifestaciones de la descomposición y de la barbarie capitalista,

son la prueba de que la clase dominante, consciente de las potencialidades que percibe en la actual y futura situación, se preocupa desde este mismo instante en sabotear las perspectivas a largo plazo de los combates proletarios, el camino hacia la revolución comunista.

Ante esta situación, es responsabilidad de los revolucionarios:

– señalar la verdadera perspectiva comunista luchando contra todas las falsificaciones abundantemente difundidas por los defensores del orden burgués;

– mostrar el cinismo de todas las maniobras de la burguesía que llaman al proletariado a defender la democracia contra los pretendidos peligros «fascistas», «terroristas», etc.;

– denunciar todas las maniobras desarrolladas por la clase dominante para credibilizar y reforzar los aparatos de naturaleza sindical destinados a sabotear las futuras luchas obreras;

– intervenir ante las pequeñas minorías de la clase que se plantean cuestiones respecto al callejón sin salida histórico del capitalismo y la perspectiva revolucionaria;

– reforzar la intervención en el desarrollo ineluctable de la lucha de clases.

 Abril 1998.

 

[1] Al principio de este período hubo una tendencia al boicot de los organismos internacionales de concertación y de regulación económicas, pero muy rápidamente la burguesía supo sacar las lecciones del peligro de la tendencia a «cada uno para sí».

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [4]

Noticias y actualidad: 

  • Lucha de clases [1]
  • Crisis económica [2]

China, eslabón del imperialismo mundial, III - El maoísmo : un engendro burgués

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China, eslabón del imperialismo mundial, III

El maoísmo : un engendro burgués

 

Después de haber esbozado y diferenciado, tanto el periodo de la revolución proletaria en China
(1919-1927), como el de la contrarrevolución y guerra imperialista que le siguió (1927-1949) ([1]), y de haber mostrado que, tras la derrota de la clase obrera, la llamada «revolución popular china» no fue sino una mistificación elaborada por la burguesía con el objetivo de enrolar a las masas campesinas chinas en la guerra imperialista, quedan por exponer unos aspectos centrales de esa mistificación: el de Mao Tsetung como «líder revolucionario» y el maoísmo como una «teoría revolucionaria» y «desarrollo del marxismo». En este artículo nos proponemos, pues, mostrar al maoísmo como lo que realmente ha sido: una corriente ideológica y política burguesa más, surgida de lo más profundo del capitalismo decadente.

Contrarrevolución y guerra imperialista: las parteras del maoísmo

La corriente política de Mao Tsetung dentro del Partido comunista de China (PCCh) se originó en los años 30, en el periodo de la contrarrevolución y cuando el PCCh se había convertido ya en un organismo del capital, tras su derrota y destrucción física. Mao formó una de las tantas camarillas que se constituyeron, precisamente como producto de la degeneración del partido, para disputarse el control del mismo. Es decir, el origen del maoísmo nada tiene que ver con la revolución proletaria, si no es el hecho de que brota a partir de la contrarrevolución que la aplastó.

Por otra parte, Mao no toma el control del PCCh, y el maoísmo no se vuelve la «doctrina» oficial del mismo, sino hasta 1945, después de haber liquidado a la camarilla, hasta entonces dominante, de Wang Ming, en el tiempo en que el PCCh participa completamente en el siniestro juego de la guerra imperialista mundial. En este sentido, el ascenso de la camarilla de Mao Tsetung depende directamente de su complicidad con los grandes bandidos imperialistas.

Estas afirmaciones pueden sonar de lo más extraño a cualquiera que conozca la historia de China del siglo XX sólo a través de las obras de Mao, o que haya leído los manuales burgueses de historia de China. Lo que sucede es que Mao llevó a un extremo tal el arte de falsificar la historia de China y del PCCh (arte inspirado en el estalinismo, e iniciado desde 1928 por las camarillas que le precedieron), que hoy todavía el relato llano de los acontecimientos puede parecer un producto de la imaginación.

Esta inmensa labor de falsificación tiene como fundamento el carácter burgués y profundamente reaccionario de la ideología de Mao Tsetung. Al reescribir la historia, de tal manera que él mismo apareciera como el «líder» infalible y eterno del PCCh, a Mao le animaba no solamente el interés de reforzar su propio dominio político, sino que, en la base de este interés particular se encontraba el interés de clase de la burguesía, expresado tanto en el intento a largo plazo de borrar para siempre de la conciencia del proletariado las lecciones de su experiencia histórica revolucionaria de los años 20, como a corto plazo el de arrastrar a las masas obreras y campesinas a la carnicería imperialista que se preparaba. Ambos objetivos los cumplió perfectamente el maoísmo.

La contribución de Mao Tsetung a la liquidación del partido proletario

La mistificación tejida alrededor de Mao Tsetung se inicia desde el ocultamiento púdico de su oscuro origen político. A los historiadores maoístas les gusta repetir que Mao fue uno de los «fundadores» del PCCh, sin embargo, se muestran reacios a exponer su actividad política durante el periodo de ascenso de la lucha de la clase obrera. Tendrían que revelar que en ese tiempo, Mao Tsetung formaba parte del ala oportunista del Partido Comunista de China, la que seguía ciegamente las orientaciones del comité ejecutivo de la Internacional comunista en proceso de degeneración. Más específicamente, también tendrían que revelar que Mao fue parte del grupo del partido que ingresó en 1924 en el Comité ejecutivo del Kuomingtang, el partido nacional popular de la gran burguesía china, con el falaz argumento de que éste no era un partido burgués sino un «frente de clases».

En marzo de 1927, la víspera del aplastamiento sangriento de la insurrección de Shanghai a manos del ejército del Kuomingtang, mientras el ala revolucionaria del Partido comunista de China exigía desesperadamente el rompimiento de la alianza con el Kuomingtang, Mao Tsetung, unido al coro del oportunismo, seguía reivindicando las acciones del Kuomingtang y deseaba salud al carnicero Chiang Kai-chek ([2]).

Pocos meses después, Qu Qiubai, que había sido compañero de Mao en el Kuomingtang, fue nombrado dirigente del PCCh a instancias de los esbirros de Stalin recién llegados a China. La misión de Qu era descargar la responsabilidad del aplastamiento de la insurrección proletaria sobre los hombros de Chen Tusiu ([3]) (quien se había pasado a la oposición de izquierda de Trotski, y simbolizaba la corriente que luchaba contra las decisiones oportunistas de la Internacional), con la acusación de que éste ¡había caído en el oportunismo y subestimado el movimiento campesino!. El corolario de esta política fue la serie de desastrosas aventuras, durante la segunda mitad de 1927, que únicamente aceleraron la dispersión y aniquilamiento del Partido comunista de China, en el que Mao participó activamente.

Según la historia reescrita por Mao en 1945, él habría criticado la «línea oportunista de izquierda» de Qu. Lo cierto es que Mao Tsetung era partidario de la política de Qu Qiubai, como lo muestra su «Informe sobre Hunán» donde predice sin parpadear el «levantamiento como una tempestad de centenares de millones de campesinos». Esta predicción se concretó en la «revuelta de la cosecha de otoño», uno de los fiascos más significativos de la política «insurreccionista» de Qu Qiubai. Con el eje de la revolución –la clase obrera– quebrantado, las tentativas de levantar a los campesinos eran un verdadero crimen. Y así, el «levantamiento de cientos de miles de campesinos» de Hunán, se redujo a la grotesca y sangrienta aventura de no más de cinco mil campesinos y lumpenproletarios encabezados por Mao, la cual terminó con la huida de los sobrevivientes a las montañas y la remoción de aquél al Buró político del partido.

Así es como, en el periodo de la revolución proletaria, Mao Tsetung participó en la política del ala oportunista del PCCh, contribuyendo a la derrota de la clase obrera y al aniquilamiento del partido comunista en tanto que organización del proletariado.

La conversión del PCCH en un partido burgués y la creación de la camarilla de Mao

En los artículos anteriores señalamos cómo el Partido comunista de China fue exterminado física y políticamente por las fuerzas combinadas de la reacción china y el estalinismo. A partir de 1928 los obreros dejaron de militar en masa en él. En cambio, se empezó a formar el «ejército rojo» mediante el alistamiento creciente de campesinos y lumpenproletarios, en tanto que, de comunista, al partido sólo le quedó el nombre. En el PCCh no solamente empezaron a sobresalir los elementos que desde el principio habían estado más alejados de la clase obrera y más ligados al Kuomingtang, sino que en adelante fue alimentado por todo tipo de deyecciones reaccionarias: estalinistas adoctrinados en la URSS, generales del Kuomingtang, «señores de la guerra» en búsqueda de territorio, intelectuales patriotas y hasta nobles «sensatos» y grandes burgueses. Con esta plétora, el interior de este otro PCCh se volvió una guerra a muerte permanente entre camarillas disputándose el control del partido y del «ejército rojo».

Como ocurrió con todos los partidos de la Tercera internacional, la degeneración del Partido comunista de China y su conversión en un instrumento del capital, no solamente marcó el triunfo de la contrarrevolución, sino que a la vez se convirtió en una fuente de terrible confusión para la clase obrera respecto a la función y la vida interna de las organizaciones revolucionarias, confusión que los ideólogos de la burguesía no hicieron sino repercutir, amplificando este trabajo de mistificación. Así, todos los historiadores oficiales presentan al PCCh de 1928 en adelante como modelo de partido «comunista», si bien existe una división del trabajo entre, por una parte los defensores de la «democracia occidental», para quienes la guerra de camarillas en el PCCh es una «prueba» de la «sordidez», de la «turbiedad» de los comunistas, y de la invalidez del marxismo; y, de otra parte, los defensores del maoísmo, para quienes esa misma guerra clánica era una lucha entre la «línea eternamente correcta del genial presidente Mao». Ambos campos ideológicos, aparentemente opuestos, se reparten en realidad la faena para ir en el mismo sentido: identificar falazmente a las organizaciones revolucionarias del proletariado con lo contrario de éstas, es decir, con las organizaciones del capital que surgieron de la decadencia del capitalismo y de la contrarrevolución burguesa.

Lo cierto, es que Mao Tsetung habría de desplegar todas sus «potencialidades» solamente en el medio putrefacto del PCCh pasado a la burguesía. Ya desde su mítica «retirada» – huida desastrosa – a las montañas de Xikang, Mao ensayó los métodos de gángster que finalmente le llevarían al control del partido y del ejército. Primero, hizo un pacto de alianza con los jefes de los bandidos que controlaban la zona. Poco después, esos jefes fueron eliminados, y Mao tomó el control completo de la zona. Fue en este tiempo, en la inseparable compañía de Chu Te –un general enemigo de Chiang Kai-chek– cuando Mao empezó a cimentar su propia banda.

Por otra parte, Mao sabía agacharse temporalmente ante los rivales de mayor jerarquía, hasta que los podía superar. Cuando Qu Qiubai fue sustituido por Li Lisan, Mao se volvió contra Qu, en favor de la «línea» de Li Lisan, la cual, por lo demás, no era otra cosa que la continuación de la política aventurera «golpista» de su predecesor. La historia reescrita por Mao nos dice que éste se opuso rápidamente a Li Lisan. Pero en realidad, Mao participó plenamente en uno de los fracasados intentos, impulsados por la IC del « tercer periodo », por Bujarin (carta de la IC de octubre de 1929) y por Li Lisan a mediados de 1930, de «tomar las ciudades» utilizando a los «guerrilleros» del campo.

Fue solamente después, a finales de 1930, cuando Mao Tsetung cambió nuevamente de bando, cuando la camarilla encabezada por Wang Ming denominada «los estudiantes retornados» (retornados de Moscú en donde fueron formados dos años) o los «28 bolcheviques », inició una «limpieza» en el partido para tomar las riendas de éste, y Li Lisan fue destituido. Entonces ocurrió el obscuro «incidente de Futian»: Mao Tsetung realizó su segunda acción punitiva, esta vez de mayor envergadura, y ahora contra los miembros del propio PCCh que controlaban la región de Fujian, acusados según diversas versiones de ser seguidores de Li Lisan, de formar parte de una «Liga antibolchevique», o hasta ser miembros de un «Partido socialista». Los indicios más veraces de esta acción fueron dados a conocer en occidente sólo años después de la muerte de Mao. Una revista china de 1982, por ejemplo, refería que «la purga en Fujian occidental, que duró un año y dos meses e hizo estragos en toda el área soviética, comenzó en diciembre 1930 con el incidente de Futian. Un gran número de dirigentes y masas del partido fueron acusados de pertenecer al Partido socialdemócrata y perdieron la vida. El número llegó a cuatro mil o cinco mil. De hecho, no existía ningún partido socialdemócrata en el área...» ([4]).

Como pago por esa «purga», Mao Tsetung logró, en parte, congraciarse con la camarilla de los «estudiantes retornados» pues, aunque él también había sido acusado de seguir la «línea» de Li Lisan y «haber cometido excesos» en Fujián, a diferencia de otros no fue «liquidado» ni «deportado» como tantos. Y si bien fue depuesto de su mando militar, Mao fue nombrado a cambio, durante el pomposamente llamado «Primer congreso de los soviets» de China realizado a fines de 1931, «Presidente de los soviets», un cargo «administrativo» supeditado al grupo de Wang Ming.

En adelante, Mao buscaría, a la vez que consolidar su propia banda, dividir calladamente a la camarilla dominante de los «estudiantes retornados». Por lo pronto, Mao quedó supeditado a ésta, como lo muestra el hecho de que, en 1933, la alianza con el «régimen de Fujian» (formado por generales que se habían rebelado contra Chiang Kai-chek) propuesta por él, fuera rechazada por Wang Ming, para no perjudicar los tratos entre la URSS y Chiang Kai-chek, y que, meses después, Mao tuviera que retractarse públicamente de esa propuesta acusando a ese mismo régimen de «engañar al pueblo»([5]). Y como lo muestra también el hecho de que, a pesar de que Mao fuera ratificado como Presidente en 1934, Chang Wentian –miembro de la camarilla de «los estudiantes retornados» y Primer ministro de los «soviets»– era el verdadero hombre fuerte del Partido.

En la Larga marcha con la banda estalinista

La mistificación de la «Revolución popular china» siempre ha presentado a la Larga marcha como la más grande epopeya «antiimperialista» y «revolucionaria» de la historia. Ya hemos señalado que el verdadero propósito de la Larga marcha era transformar a las guerrillas campesinas, dispersas en una decena de regiones por toda China y orientadas más bien hacia luchas locales contra los terratenientes, en un ejército regular, centralizado, apto para la guerra de posiciones, que sirviera como instrumento de la política imperialista de la URSS.

Por otra parte, la mistificación nos dice que la Larga marcha fue una obra inspirada y dirigida por el Presidente Mao. Esto no fue realmente así. En primer lugar, en el periodo de preparación e inicio de la marcha, Mao Tsetung se hallaba enfermo y aislado políticamente por la banda de Wang, por lo cual no «inspiraba» nada. En segundo lugar, la Larga marcha no pudo ser «dirigida» por Mao, sencillamente porque en ese periodo no existía aún un mando concentrado del Ejército rojo (era lo que se intentaba crear), éste se hallaba formado por una decena de destacamentos dispersos, con dirigentes más o menos independientes. En todo caso, lo que daba cohesión al PCCh y al «Ejército rojo» en ese periodo era la política imperialista de la URSS, encarnada en la banda de los «estudiantes retornados», la cual basaba su fuerza en el apoyo político, diplomático y militar que recibía del régimen de Stalin.

Por último, la mistificación «enseña» que fue durante la Larga marcha cuando la «línea correcta» de Mao se elevó por encima de las «líneas incorrectas» de Wang Ming y Chang Kuotao. Lo cierto es que la concentración de las fuerzas del «Ejército rojo» agudizó las pugnas entre camarillas, por la disputa del mando central. Y también es cierto que, en esas pugnas, Mao escaló algunos puestos, si bien lo hizo aún a la sombra de la banda de Wang. Al respecto hay que señalar dos acontecimientos.

El primero, es la reunión de Tsunyi, de enero de 1935. A esta reunión los maoístas la llaman «histórica», porque se supone que a partir de allí Mao dirigiría al «Ejército rojo». La dichosa reunión fue en realidad una conspiración de las bandas del destacamento en que viajaba Mao, en la que se acordó el nombramiento de Chang Wentian (de la banda de los «estudiantes retornados») como secretario del partido, mientras que a Mao se le concedía la recuperación de su cargo anteriormente perdido en el comité militar. Estos nombramientos serían poco después cuestionados por una parte importante del partido, con el argumento de que la reunión de Tsunyi no había sido un congreso, y serían una de las causas de la escisión del PCCh.

El segundo acontecimiento sucedió a mediados de 1935, en la región de Sechuán, donde se habían concentrado varios destacamentos del «Ejército rojo». Fue aquí donde Mao Tsetung, respaldado por la banda de los «estudiantes retornados» intentó tomar el mando total del ejército, a lo cual se opuso Chang Kuotao, quien era otro viejo miembro del PCCh que había estado al frente de una «base roja» y que para entonces dirigía un destacamento mayor y mejor conservado que el de Mao y Chang Wentian. En agosto, la feroz disputa terminó con una escisión dentro del Partido y el Ejército, formándose dos Comités centrales. Chang Kuotao permaneció en la región de Sechuán con la mayor parte de las fuerzas que se habían concentrado allí. Incluso compañeros de Mao, como Liu Pocheng y Chu Te (su secuaz desde la huída a Chingkang) se pasaron al lado de Chang Kuotao. Entonces, Mao y Chang Wentian, con su disminuido destacamento salieron precipitadamente hacia la región norteña de Shensi, hacia la «base roja» de Yenán, la cual estaba señalada como el punto de concentración definitivo de los destacamentos del «Ejército rojo».

Al transcurrir los meses, la fuerzas que permanecieron en Sechuán quedaron aisladas y fueron paulatinamente diezmadas, lo que finalmente las obligaría a marchar también a Yenán. Esto sellaría el destino de Chang Kuotao: al llegar allí sería depuesto de sus cargos y, en 1938 se pasaría al Kuomingtang. De aquí, la mistificación maoísta hizo surgir la leyenda del «combate contra el traidor Chang Kuotao». A decir verdad, al cambiar de partido, lo único que hacía Chang Kuotao era salvar su propio pellejo de las purgas que Mao emprendería en Shensi. Pero, en cuanto a intereses de clase, entre Mao Tsetung y Chang Kuotao no había diferencia alguna, como no la había entre el PCCh y el Kuomingtang.

Hay que señalar también que fue durante la concentración de tropas en Sechuán cuando se publicó, haciendo eco a la política imperialista de la URSS proclamada por el séptimo congreso de la Internacional estalinizada, el llamado al frente unido nacional contra Japón, es decir, el llamado para que los explotados se subordinaran a los intereses de sus explotadores. Con ello, el PCCh no solamente reafirmaba su naturaleza burguesa, sino que se destacaba como uno de los mejores reclutadores de carne de cañón para la guerra imperialista.

El control de Yenan y la alianza con el Kuomingtang

Fue en Yenán, entre 1936 y 1945, durante la guerra contra Japón, cuando Mao, desplegando todos sus recursos de astucia, sus maniobras y purgas, se levantó con el control del PCCh y el «ejército rojo». En la guerra de facciones de Yenán pueden distinguirse tres fases que marcan el ascenso de Mao: primera, la de la eliminación del grupo fundador de la base de Yenán; después la de la consolidación de la banda de Mao y los primeros enfrentamientos abiertos contra la de Wang Ming; y, finalmente la de la eliminación de esta última.

El maoísmo glorificó la expansión del «ejército rojo» en la región de Shensi como producto de una lucha revolucionaria de los campesinos. Ya hemos dicho que en realidad esta expansión se basó, por una parte, en el método de alistamiento de los campesinos adoptado por el PCCh (la alianza de clases, en la que los campesinos obtenían una pequeña disminución de impuestos, tan pequeña que no disgustara a los terratenientes, a cambio de servir como carne de cañón) y, por otra parte, en la alianza con los «señores de la guerra» regionales y con el Kuomingtang mismo. Sobre este aspecto, son reveladores los acontecimientos de 1936, los cuales también enmarcan la liquidación de la antigua dirigencia de Yenán.

Cuando el destacamento de Mao Tsetung y Chang Wentian llegó a Yenán, en octubre de 1935, se encontró con otra lucha de facciones en el lugar. Liu Shidan, quien había fundado y dirigido la base desde principios de la década, había sido «purgado», torturado y encarcelado. El destacamento recién llegado inclinó la balanza a su favor, y Liu fue liberado, pero a cambio quedó subordinado a Mao y Chang Wentian.

A principios de 1936 los destacamentos de Liu Shidan recibieron la orden de iniciar una expedición al Este, hacia Shansi, teniendo que enfrentar a un poderoso «señor de la guerra» (Yan Jishan) y en seguida a las tropas de Chiang Kai-chek que llegaron a reforzarlo. La expedición fue derrotada y durante ella murió Liu Shidan. Poco después, salió otra expedición al Oeste que también fue derrotada. Estos acontecimientos, y en particular la muerte de Liu, permitieron a Mao y Chang Wentian tomar el control de la base de Yenán. Esto recuerda, aunque ahora en escala mayor, la manera en que Mao tomó el control de las montañas de Chingkang años antes: llegó con fuerzas maltrechas a una zona controlada por otros; formó una alianza con los jefes de esa zona; y, finalmente esos jefes fueron pretendidamente muertos «desafortunadamente», gracias a lo cual Mao logró tomar el control.

Mientras las expediciones al Este y Oeste eran derrotadas, Mao, por su parte, establecía una alianza con otro «señor de la guerra». Hacia el sur de Yenán, la región de Sian estaba controlada por el soldadote Yang Hucheng, quien había dado asilo al gobernador de Manchuria Chang Hsueliang junto con sus tropas, tras haber sido derrotado por los japoneses. Desde diciembre de 1935, Mao entró en contacto con Yang Hucheng y unos meses después estableció una pacto de no agresión con éste. Fue sobre la base de ese pacto que ocurrió el «incidente de Sian» a finales de 1936 que ya relatamos en la Revista internacional 84: Chiang Kai-chek fue hecho prisionero por Yang Hucheng y Chang Hsueliang, pero en lugar de ser enjuiciado por colaborar con los japoneses como querían éstos, bajo la presión de Stalin se aprovechó su captura para negociar una nueva alianza entre el PCCh y el Kuomingtang.

Los maoístas han tratado de ocultar el carácter de las alianzas del PCCh con los jefes de guerra y con el propio verdugo de Shangai, en las que participó Mao, como una «hábil maniobra» para aprovechar las divisiones en las clases dominantes. Es cierto que la burguesía tradicional, los terratenientes y los militaristas estaban divididos, pero no debido a intereses de clase diferentes, ni siquiera a que unos fueran «progresistas» y otros «reaccionarios» o, como decía Mao a que unos fueran «sensatos» y los otros no. Su división obedecía solamente a intereses particulares, pues a unos les convenía la unidad de China bajo el dominio de Japón porque así conservaban u obtenían poder regional, mientras que a los otros habiendo sido desplazados por los japoneses (como el señor de Manchuria por ejemplo), les convenía buscar el apoyo de las potencias antagónicas a Japón.

En este sentido, la alianza entre el PCCh y el Kuomingtang tuvo un evidente carácter de clase burgués, imperialista, concretándose de manera precisa, en un pacto de ayuda militar de la URSS al ejército de Chiang Kai-chek que incluyó cientos de aviones de caza y bombarderos y el establecimiento de una ruta con 200 camiones, que fue la principal fuente abastecimiento del Kuomingtang hasta 1941. A la vez, se estableció una zona propia para el PCCh, la «mítica» Shensí-Kansú-Ningsia, que tuvo su complemento en la integración de los destacamentos principales del «ejército rojo» (bajo el nombre de «octavo ejército» y «cuarto ejército») en el propio ejército de Chiang Kai-chek, y en la participación de una comisión del PCCh en el gobierno del Kuomingtang.

En el plano de la vida interna del PCCh, hay que señalar que los comisionados para negociar, y posteriormente participar en el gobierno de Chiang, representaban tanto a los «estudiantes retornados» (Po Ku, el mismo Wang Ming) como a la banda de Mao (Chou Enlai), reafirmándose que Mao aún no tenía el control del partido y el ejército, y que aún se mantenía, por lo menos exteriormente, del lado de los esbirros declarados de Stalin.

Le derrota de Wang Ming y el coqueteo con Estados Unidos

La pugna de Mao contra «los estudiantes retornados» no se manifestó abiertamente por primera vez hasta octubre de 1938, durante el pleno del comité central de PCCh. Mao aprovechó el fracaso en la defensa de Wuhan (sede del gobierno del Kuomingtang atacada por los japoneses) ordenada por Wang Ming, para cuestionar el mando de éste sobre el partido. Sin embargo, Mao Tsetung aún tuvo que aceptar la ratificación de Chang Wentian como «secretario general» y debió esperar dos años más para lanzar un ataque definitivo contra Wang Ming, cuando la guerra imperialista volcó la situación en el PCCh contra la banda de «los estudiantes retornados».

En efecto, a mediados de 1941, el ejército alemán invadió la URSS, y el régimen estalinista, para evitar abrir un nuevo frente de guerra por su retaguardia, prefirió firmar un pacto de no agresión con Japón. Esto trajo como consecuencia, por una parte, el cese de la ayuda militar de la URSS al Kuomingtang y, por otra, la paralización y caída política de la camarilla estalinista de Wang Ming dentro del PCCh, al quedar ésta desvalida y en una posición «colaboracionista». Pocos meses después, en diciembre, el ataque a Pearl Harbor marcó la entrada de Estados Unidos en la guerra contra Japón por el control de la región del Pacífico. Estos acontecimientos provocaron una fuerte oscilación, no sólo del Kuomingtang, sino también del PCCh, y en particular de la camarilla de Mao Tsetung, hacia los Estados Unidos.

De manera inmediata, Mao se abalanzó contra la camarilla de «los estudiantes retornados» y sus acólitos. Tal fue el fondo de la famosa «campaña de rectificación», una acción punitiva más, que duró desde 1942 hasta mediados de 1945. Mao comenzó atacando a los dirigentes del partido, especialmente a los «estudiantes retornados» como «dogmáticos incapaces de aplicar el marxismo en China». Aprovechando las rivalidades en el interior de la camarilla de Wang, Mao logró poner de su lado a algunos miembros de ella, como a Liu Chaichi a quien otorgó el puesto de secretario general del partido, y a Kang Cheng quien se convirtió en el inquisidor, el del « trabajo sucio », tal como le había correspondido al propio Mao en 1930, en Fujián.

Las publicaciones de la camarilla de Wang fueron suspendidas, y se permitieron sólo las que estaban bajo el control de Mao. Asimismo, la banda de Mao tomó el control de las escuelas del partido y de las lecturas de los militantes. La «purga» tomó fuerza, y hubo enjuiciamientos y persecuciones, que, desde Yenán, se extendieron a todo el partido y el ejército. Los «convencidos» (como Chou Enlai) quedaban subordinados a Mao. Los «recalcitrantes» eran, o desterrados a las zonas de guerra donde caían en manos de los japoneses, o directamente eliminados.

La purga alcanzó su apogeo en 1943, coincidiendo con la disolución oficial de la Internacional y la mediación de Estados Unidos entre el PCCh y el Kuomingtang. Se dice que, como producto de la «purga», fueron liquidadas entre 50 mil a 60 mil personas. Los miembros más prominentes de la banda de los «estudiantes retornados» quedaron eliminados: Chang Wentian fue expulsado de Yenán, Wang Ming estuvo a punto de morir envenenado, Po Ku perdió su posición y murió en 1946 en un «accidente aéreo»...

La «campaña de rectificación», corresponde, en el plano de la guerra, al viraje del PCCh hacia los Estados Unidos. Ya hemos abordado este aspecto en la Revista internacional nº 84. Aquí sólo hay que subrayar que fue precisamente Mao Tsetung, junto con su camarilla, quien impulsó dicho viraje, tal como queda descrito en la correspondencia oficial de la misión estadounidense asentada en Yenán en esos años ([6]), y que no es casual que el combate contra la camarilla estalinista coincida con el acercamiento a los Estados Unidos. Evidentemente, esto no hace de Mao Tsetung un «traidor al campo comunista» (como posteriormente le acusaría Wang Ming y la camarilla gobernante rusa), solamente es otra muestra del interés de clase burgués que le anima. Al igual que para Chiang Kai-chek, y para toda la burguesía china en general, para Mao Tsetung, su sobrevivencia era una cuestión de calcular fríamente a la sombra de cuál de las dos potencias imperialistas –la URSS o EUA– era más conveniente acogerse.

En este sentido, tampoco es casual que el tono de la «rectificación» se hubiera moderado al volverse evidente que la URSS triunfaría sobre Alemania. De hecho, la purga terminó «oficialmente» en abril de 1945, dos meses después de la firma del pacto de Yalta en el que, entre otras cosas, las potencias imperialistas «aliadas» decidieron que la URSS declarara la guerra a Japón y cuando ésta se disponía a invadir el norte de China. Fue por ello por lo que el PCCh tuvo que ponerse nuevamente bajo las órdenes de la URSS. La vuelta temporal de Mao al redil de Stalin no fue voluntaria, sino forzada por la repartición imperialista del mundo.

A pesar de todo, como resultado de la «rectificación», Mao Tsetung con su banda pudo finalmente tomar el control del PCCh y el ejército. Creó para sí el título de «presidente del partido» y proclamó que el «maoísmo» o «pensamiento Mao Tsetung» era «el marxismo aplicado a China». A partir de entonces los maoístas difundirían la mistificación según la cual Mao habría ascendido al mando debido a su genio teórico y estratégico y al «combate» contra todas las «líneas incorrectas». ¡Pura mentira! Al escucharles, Mao habría fundado el «Ejército rojo», elaborado la reforma agraria, dirigido triunfalmente la Larga marcha, establecido las «bases rojas»... Y fue así como Mao Tsetung, el taimado arribista, se elevó al rango de mesías.

El maoísmo: un arma ideológica del capital

Como «teoría», el maoísmo se impuso, pues, durante la guerra imperialista mundial, en el seno de un partido que, aunque se hacía llamar comunista, pertenecía ya al campo del capital. En sus orígenes, el maoísmo buscaba justificar, y con ello solidificar, la toma del control de todos los hilos de ese partido por parte de Mao Tsetung y su camarilla. Al mismo tiempo, el maoísmo tenía que justificar la participación del partido, junto con el Kuomingtang, la nobleza, los militaristas, la burguesía y las potencias imperialistas, en la guerra imperialista. Esto implicaba el ocultamiento de los verdaderos orígenes del PCCh, de tal manera que, desde el principio, el maoísmo constituyó no sólo una «interpretación» particular de la guerra de camarillas dentro del partido, sino también una tergiversación completa de la historia, tanto del propio PCCh, como de la lucha de clases. La derrota de la revolución proletaria y la degeneración del Partido comunista de China quedaron borradas, y la nueva existencia del PCCh como un instrumento del capital encontró su justificación «teórica» en el maoísmo.

Sobre la base de esa tergiversación, el maoísmo se alzó como otro más de los instrumentos de propaganda ideológica de la burguesía utilizados para, tras la bandera de la «defensa de la patria», enrolar a los trabajadores –principalmente a las masas campesinas– en la carnicería imperialista. Por último, cuando el PCCh tomó el poder, el maoísmo se convirtió en la «teoría» oficial del Estado «popular», esto es, en la tapadera de la forma del capitalismo de Estado que se instauró en China.

Por lo demás, aunque se revista con un lenguaje seudo marxista, el «pensamiento Mao Tsetung» nunca oculta que sus fuentes son otras tantas «teorías» pertenecientes al campo de la ideología burguesa.

Por una parte, ya desde la época en que participaba en la coalición del PCCh con el Kuomingtang, Mao consideraba que la lucha campesina debería supeditarse a los intereses de la burguesía nacional, representada por Sun Yatsen: «Derribar a las fuerzas feudales es el verdadero objetivo de la revolución nacional... los campesinos han realizado lo que el Dr. Sun Yatsen quiso pero no logró cumplir en los cuarenta años que consagró a la revolución nacional» ([7]). Posteriormente, las referencias a los principios de Sun estarían en el centro de la propaganda maoísta para enrolar a los campesinos en la guerra imperialista: «En lo que concierne al Partido Comunista, toda la política que ha seguido en estos diez años corresponde fundamentalmente al espíritu revolucionario de los Tres Principios del Pueblo y las Tres Grandes Políticas del Dr. Sun Yatsen» ([8]). «Nuestra propaganda debe hacerse conforme al siguiente programa: hacer realidad el Testamento del Dr. Sun Yatsen despertando a las masas populares para la resistencia común al Japón...» ([9]).

En el primer artículo de esta serie ya hemos aclarado que, durante los «cuarenta años que consagró a la revolución nacional», Sun Yatsen nunca dejó de buscar pactos y alianzas con las grandes potencias imperialistas, incluso con Japón, que el «nacionalismo revolucionario» de Sun Yatsen era una mistificación detrás de la que se escondían los intereses imperialistas de la burguesía china, y esto desde la época de la «revolución» de 1911. El maoísmo no hizo sino reapropiarse de esa mistificación, es decir, se apuntaló con los viejos temas ideológicos de la burguesía china.

Por otra parte, el «genial» «pensamiento Mao Tsetung» es, en gran medida, sólo un calco de los toscos manuales estalinistas oficiales de la época. Mao adula a Stalin como el «gran continuador del marxismo», tan sólo para retomar por su propia cuenta la brutal falsificación del marxismo llevada a cabo por Stalin y sus ideólogos. La pretendida «aplicación del marxismo a las condiciones de China» del maoísmo es sólo la «aplicación» de los temas de la ideología contrarrevolucionaria e igualmente imperialista del estalinismo.

Una falsificación completa del marxismo

Pasemos revista tan sólo a algunos de los aspectos esenciales de la supuesta «aplicación del marxismo» según el «pensamiento Mao Tsetung».

Sobre la revolución proletaria

Quien estudie la historia de China a través de las obras de Mao Tsetung jamás tendrá la menor idea de que la oleada de la revolución proletaria mundial iniciada en 1917 alcanzó también a China. El maoísmo (y tras éste, la historia oficial, maoísta y no maoísta) sepultó llana y completamente la historia de la revolución proletaria en China.

Cuando Mao menciona el movimiento obrero, es únicamente para asociarlo con la supuesta «revolución democrático-burguesa»: «La revolución de 1924-1927 tuvo lugar gracias a la cooperación de los dos partidos –el PCCh y el Kuomingang– sobre la base de un programa definido. En dos o tres años apenas, se lograron enormes éxitos en la revolución nacional... tales éxitos fueron la creación de la base de apoyo revolucionaria de Kuangtung y la victoria de la Expedición al Norte» ([10]).

Aquí, cada aseveración de Mao es una mentira: el periodo de 1924-1927, como ya hemos visto, se caracterizó no por una «revolución nacional», sino, ante todo, por el ascenso de la lucha revolucionaria de la clase obrera de las grandes ciudades chinas, hasta la insurrección contra la clase capitalista. La cooperación entre el PCCh y el Kuomingtang, es decir la subordinación oportunista del partido proletario a la burguesía, no produjo «enormes éxitos» sino derrotas trágicas para el proletariado. Finalmente, la «expedición al Norte» no fue una «victoria» de la revolución sino el movimiento envolvente de la burguesía para controlar las ciudades y aplastar al proletariado; la culminación «victoriosa» de esa expedición fue precisamente la masacre del proletariado a manos del Kuomingtang.

En una obra de 1926, en plena efervescencia del movimiento obrero, al hablar del proletariado, Mao no podía dejar de referirse a las entonces recientes «huelgas generales de Shanghai y Hongkong a raíz del incidente del 30 de mayo» ([11]). Sin embargo, en 1939, cuando el maoísmo estaba ya fermentando, el llamado «Movimiento del 30 de mayo de 1925», es reducido por Mao a una manifestación de la pequeña burguesía intelectual, y nunca menciona siquiera a la histórica insurrección de Shangai de marzo de 1927, en la cual participaron casi un millón de trabajadores ([12]).

El haber enterrado metódicamente toda la experiencia, de importancia histórica y mundial, del movimiento de la clase obrera en China, es uno des los aspectos esenciales de la contribución «original» del maoísmo a la ideología burguesa, al oscurecimiento de la conciencia de clase del proletariado; aunque, por supuesto, no es la única.

El internacionalismo

Es este uno de los principios que fundamentan la lucha histórica de la clase obrera, y por ello mismo uno de los principios de base del marxismo, el cual contiene la destrucción de los Estados capitalistas, la superación de las barreras nacionales impuestas por la sociedad burguesa. «El internacionalismo ha sido una de las piedras angulares del comunismo. Desde 1848 quedó bien afirmado en el movimiento obrero que los obreros no tienen patria... si el capitalismo encontró el marco para su desarrollo en las naciones, el comunismo sólo podrá instaurarse a escala mundial. La revolución proletaria destruirá las naciones» (Introducción a nuestro folleto Nación o Clase).

Pues bien, en boca de Mao, este principio se convierte precisamente en lo contrario, en la defensa de la nación burguesa. Según Mao el internacionalismo es idéntico al patriotismo: «¿Puede un comunista, que es internacionalista, ser al mismo tiempo patriota? Sostenemos que no sólo puede, sino que debe serlo... en las guerras de liberación nacional el patriotismo es la aplicación del internacionalismo... Somos a la vez internacionalistas y patriotas, y nuestra consigna es “luchar contra el agresor en defensa de la patria”»([13]).

Recordemos, de paso, que la supuesta «guerra de liberación nacional» de la que habla Mao aquí, no es sino la segunda guerra mundial. Así que, al enrolamiento de los trabajadores para la guerra imperialista se le llama una ¡«aplicación del internacionalismo»! Fue detrás de mistificaciones tan monstruosas como ésta, que la burguesía arrastró a los trabajadores a masacrarse entre sí.

En este caso, Mao Tsetung ni siquiera tiene el mérito de haber formulado por primera vez la ingeniosa frase de que «un internacionalista puede ser al mismo tiempo patriota», pues tan sólo retoma el discurso de Dimitrov, uno de los ideólogos al servicio de Stalin: «El internacionalismo proletario debe, pudiéramos decirlo así, “aclimatarse” en cada país... Las “formas nacionales” de la lucha proletaria no contradicen el internacionalismo proletario... la revolución socialista significará la salvación de la nación» ([14]); quien, a su vez, emula las declaraciones de los socialtraidores, estilo Kautsky, que empujaron al proletariado a la primera carnicería imperialista mundial de 1914: «Todos tienen el derecho y la obligación de defender su patria; el verdadero internacionalismo consiste en reconocer este derecho para los socialistas de todas las naciones» ([15]). Así que, sobre este aspecto, sí debemos reconocer una evidente continuidad del maoísmo, aunque no con el marxismo, sino con todas las «teorías» que lo han deformado para servicio de la burguesía.

La lucha de clases

Hemos mencionado que, en sus obras, Mao enterró la experiencia del movimiento obrero. Es cierto que habla constantemente de la «dirección del proletariado en la revolución».

Pero el aspecto más importante del «pensamiento Mao Tsetung» sobre la lucha de clases es el que remarca que los intereses de las clases explotadas deben subordinarse a los de las clases explotadoras: «Es un principio establecido que, en la Guerra de Resistencia contra el Japón, todo debe estar subordinado a los intereses de ésta. Por consiguiente, los intereses de la lucha de clases deben estar subordinados a los intereses de la Guerra de Resistencia, y no en conflicto con ellos... hay que aplicar una política apropiada de reajuste de las relaciones entre las clases, una política que, por una parte, no deje a las masas trabajadoras sin garantías políticas y materiales, y, por la otra, tenga en cuenta también los intereses de los ricos » ([16]).

Tal es el discurso de Mao Tsetung, el de un funcionario burgués clásico, que detrás de las promesas de «garantías políticas y materiales», exige los mayores sacrificios, aún la vida, a los trabajadores, en aras del «interés nacional», es decir, en aras del interés de la clase capitalista. La única peculiaridad es el cinismo con el que el maoísmo califica a esos argumentos como un «desarrollo del marxismo».

El Estado

El famoso «desarrollo del marxismo» a cargo del maoísmo sería entonces la «teoría» de la «nueva democracia», «la vía revolucionaria» para los países subdesarrollados. Según ésta teoría «la revolución de nueva democracia... no conduce a la dictadura de la burguesía, sino a la dictadura de frente único de las diversas clases revolucionarias bajo la dirección del proletariado... también difiere de la revolución socialista; sólo procura derrocar la dominación de los imperialistas, los colaboracionistas y los reaccionarios en China, pero no elimina a ningún sector del capitalismo que pueda contribuir a la lucha antiimperialista y antifeudal».

Mao habría descubierto una nueva forma de Estado, en la que no dominaría una clase particular, sino que sería un frente o una alianza de clases. Esto puede ser una nueva formulación de la vieja teoría de la colaboración de clases, pero nada tiene que ver con el marxismo. La «teoría» de la «nueva democracia» es sólo una nueva edición de la gastada «democracia» burguesa que pretende ser el gobierno «de todo el pueblo», es decir de todas las clases, con la única diferencia de que Mao le llama «frente de diversas clases», y el propio Mao lo reconoce así: «La revolución de nueva democracia coincide en lo esencial con la revolución preconizada por Sun Yatsen con sus Tres Principios del Pueblo... Sun Yatsen declaraba: “En los Estados modernos, el llamado sistema democrático está en general monopolizado por la burguesía y se ha convertido simplemente en un instrumento de opresión contra la gente sencilla. En cambio, según el Principio de la Democracia sostenido por el Kuomingtang, el sistema democrático es un bien común de toda la gente sencilla y no se permite que sea propiedad exclusiva de unos pocos”» ([17]).

En la práctica, la teoría de la «nueva democracia» sirvió como medio de subordinar a las poblaciones mayoritariamente campesinas en las zonas controladas por el PCCh. Posteriormente, fue también la tapadera ideológica de la forma del capitalismo de Estado que se instauró en China cuando el PCCh tomó el poder.

El método materialista dialéctico

Durante décadas, las obras «filosóficas» de Mao han sido divulgadas en los círculos universitarios como «filosofía marxista». Sin embargo, la filosofía de Mao –a pesar del lenguaje pseudomarxista que maneja– no sólo no tiene nada que ver con el método marxista, sino que le es completamente antagónico. La filosofía de Mao Tsetung, inspirada en los manualitos estalinistas de la época, no es sino un medio para justificar las contorsiones políticas de su creador.

Para dar tan sólo un ejemplo, la retórica embrollada de Mao sobre «las contradicciones» se puede resumir en lo siguiente: «En el proceso de desarrollo de una cosa compleja hay muchas contradicciones y, de ellas, una es necesariamente la principal, cuya existencia y desarrollo determina o influye en la existencia y desarrollo de las demás contradicciones... En un país semicolonial como China, la relación entre la contradicción principal y las contradicciones no principales ofrece un cuadro complejo. Cuando el imperialismo desata una guerra de agresión contra un país así, las diferentes clases de éste, excepto un pequeño número de traidores, pueden unirse temporalmente en una guerra nacional contra el imperialismo. Entonces, la contradicción entre el imperialismo y el país en cuestión pasa a ser la contradicción principal, mientras todas las contradicciones entre las diferentes clases dentro del país (...) quedan relegadas temporalmente a una posición secundaria y subordinada (...) tal es también el caso de la actual guerra chino-japonesa».

En otros términos, la «teoría» maoísta de las «muchas contradicciones que cambian de lugar», quiere decir, sencillamente que el proletariado puede y debe supeditar su lucha de clase contra la burguesía en aras del «interés nacional»; que las clases antagónicas se pueden y se deben «unir» en aras de la guerra imperialista; que las clases explotadas pueden y deben subordinarse a los intereses de sus explotadores. ¡No es por nada si la burguesía se ha encargado de difundir en las universidades la filosofía maoísta a título de «marxismo»!

En suma: el maoísmo no tiene nada que ver, pues, ni con la lucha, ni con la conciencia, ni con las organizaciones revolucionarias de la clase obrera. No tiene nada que ver con el marxismo, no es ni «parte» ni «tendencia» ni «desarrollo» de éste como tampoco lo es de la teoría revolucionaria del proletariado. Por el contrario, el contenido del maoísmo es una falsificación completa del marxismo, su función es enterrar todos los principios revolucionarios, obscurecer la conciencia de clase del proletariado y sustituirla con la más tosca ideología nacionalista. Como «teoría», el maoísmo es sólo una de las formas que adoptó la ideología burguesa de la época de la decadencia del capitalismo, durante el periodo de la contrarrevolución y la guerra imperialista.

Ldo.

 

[1] Ver Revista internacional nº 81 y 84. [En estos artículos, los nombres propios chinos están transcritos al antiguo modo, el de antes de 1979].

[2] Informe sobre una encuesta del movimiento campesino de Hunán, Mao Tsetung, marzo de 1927.

[3] Vease cuadro a final del artículo.

[4] Citado por Lazlo Ladany, The Communist Party of China and Marxism, Hurst & Co., 1992, traducido por nosotros.

[5] Discurso de Mao durante el IIº congreso de los "soviets chinos", publicado en Japón. Citado por Lazlo Ladany, op. cit.

[6] Lost chance in China. The World War II despatches of John S. Service, JW Esherick (editor), Vintage Books, 1974.

[7] Informe sobre una encuesta del movimiento campesino de Hunán, Mao Tsetung, marzo de 1927.

[8] Las tareas urgentes tras el establecimiento de la cooperación entre el Kuomingtang y el Partido comunista, Mao Tsetung, setiembre de 1927.

[9] Problemas tácticos actuales en el frente único antijaponés, Mao Tsetung, setiembre de 1937.

[10] Ver el primer artículo de esta serie, Revista internacional nº 81.

[11] Análisis de las clases en la sociedad china, marzo de 1926.

[12] La revolución china y el PCCh, Mao Tsetung, diciembre de 1939.

[13] El papel del Partido comunista de China en la guerra nacional. Mao Tsetung, octubre 1938

[14] Informe presentado por Georgi Dimítrov, agosto 1935. En «Fascismo, democracia y frente popular. VIIº Congreso de la Internacional comunista». Cuadernos de Pasado y Presente 76, México: 1984.

[15] Citado por Lenin en El fracaso de la Segunda internacional, septiembre de 1915.

[16] El papel del PCCh en la guerra nacional, op.cit.

[17] La revolución china y el PCCh, op.cit.

Geografía: 

  • China [5]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Maoismo [6]

IV - La plataforma de la Internacional comunista

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Junto a los artículos de la serie «El Comunismo no es un bello ideal, sino que está al orden del día de la historia», estamos publicando algunos de los documentos clásicos del movimiento revolucionario del siglo XXº, que tratan del significado y objetivos de la revolución proletaria. En esta ocasión, transcribimos la Plataforma de la Internacional comunista, adoptada en el Congreso de su fundación (marzo de 1919), como base para la adhesión al nuevo partido mundial, de todos los grupos y corrientes auténticamente revolucionarios.

La gran oleada revolucionaria que se alzó en respuesta a la guerra imperialista de 1914-18 alcanzó, precisamente en 1919, su punto culminante. La insurrección de Octubre en Rusia y la toma del poder por el proletariado organizado en consejos obreros, encendió una llamarada que amenazó con acabar con el capitalismo mundial. Entre 1918 y 1920, Alemania, el auténtico corazón del capitalismo mundial, se vio sacudida por varios levantamientos revolucionarios; mientras, al mismo tiempo, se sucedían luchas masivas en las principales ciudades industriales del planeta, desde Italia a Escocia, de Argentina a Estados Unidos. En el momento mismo en que tiene lugar el primer congreso de la IC, llegan las noticias de la proclamación de la República de los Soviets en Hungría...

Igualmente, sin embargo, otros acontecimientos que acababan de suceder ponían de manifiesto las terribles consecuencias que tendría, para ese creciente movimiento de masas, el hecho de no ser guiado por un partido comunista centralizado a escala internacional y dotado de un programa claro. La derrota del levantamiento de Berlín en enero de 1919, especialmente marcada por el asesinato de Luxemburgo y Liebknecht, fue, en gran parte, el resultado de la incapacidad del recién nacido KPD para alertar a los trabajadores sobre las trampas y provocaciones de la burguesía, y así guardasen sus energías para un momento más propicio. La fundación de la Internacional Comunista obedecía pues también a esta exigencia imperiosa de la lucha de clases. Representaba también la culminación del trabajo desarrollado por el ala izquierda revolucionaria desde el colapso de la IIª Internacional en 1914.

Pero lejos de suponer un liderazgo impuesto desde fuera, la Internacional comunista era, en sí misma, un producto orgánico del movimiento obrero, y la claridad de sus posiciones programáticas en 1919 es un reflejo de su estrecha vinculación con las tendencias más profundas de esa oleada revolucionaria. Del mismo modo la posterior degeneración oportunista de la IC, estuvo también estrechamente ligada al declive de esa oleada, y al aislamiento del bastión ruso.

El borrador de la Plataforma fue escrito por Bujarin, y por Eberlein, delegado del KPD. Ambos tenían también el mandato de presentar sus puntos principales ante el Congreso. Las puntualizaciones de Bujarin merecen ser recordadas, pues en ellas se pone de manifiesto cómo esta plataforma incorpora algunas de las aportaciones teóricas del movimiento comunista emergido del naufragio de la socialdemocracia:

«Lo primero que aparece es una introducción teórica que da una caracterización general de la época actual, desde un punto de vista concreto, que es el de la bancarrota del sistema capitalista. Anteriormente este tipo de introducciones se limitaban a una descripción general del sistema capitalista. En la actualidad, a mi parecer, esto resulta insuficiente, ya que no debemos contentarnos con describir las características generales del capitalismo y del imperialismo, sino igualmente, mostrar el proceso de desintegración y colapso de este sistema. Este es el primer aspecto de la cuestión. El segundo es que debemos examinar el sistema capitalista no en abstracto, sino concretamente, mostrando su carácter de capitalismo mundial, y por ello deberemos examinarlo como una única entidad, un conjunto económico. Y si miramos a este sistema económico capitalista mundial, desde el punto de vista de su colapso, entonces deberemos preguntarnos: ¿Cómo se ha llegado a este colapso?. Y para ello, debemos analizar, primeramente, las contradicciones del sistema capitalista» (Actas del Primer congreso de la Internacional comunista: Informe sobre la Plataforma, traducido del inglés por nosotros).

Bujarin sigue diciendo también que en esa época de desintegración «las anteriores formas del capital – disperso, desorganizado – ya han desaparecido. Este proceso ya se había puesto en marcha antes de la guerra pero se intensificó con ella. La guerra jugó un gran papel como organizador. Bajo su presión, el capitalismo financiero se transformó en una forma incluso superior: la forma del capitalismo de Estado».

La Internacional comunista partió pues, desde sus inicios, de una comprensión de que el desarrollo capitalista había alcanzado ya una extensión mundial, y que por tanto había topado ya con sus límites geográficos, iniciándose pues la era de su declive histórico. Esto pone en solfa a todos esos pensadores «modernos» que creen que la «globalización» es algo nuevo que, además, le conferiría al capitalismo un nuevo soplo de vida. Pero también es un recuerdo molesto para aquellos revolucionarios (en particular los de la tradición bordiguista) que se reclaman herederos de la Internacional comunista, pero que aún rechazan la noción de la decadencia capitalista como piedra angular de la política revolucionaria actual. Lo mismo sucede respecto al concepto del capitalismo de Estado, en cuya elaboración Bujarin tuvo también un papel clave, y sobre cuyo significado volveremos en esta serie sobre el comunismo. Aquí simplemente queremos dejar constancia de la importancia que le concedió la Internacional, hasta el extremo de incluirlo como rasgo fundamental de la nueva época.

Tras esa introducción general, la Plataforma se centra en las cuestiones capitales de la revolución proletaria: lo primero y principal: la conquista del poder político por la clase obrera; en segundo lugar la expropiación de la burguesía y la transformación económica de la sociedad. Sobre el primer punto, la Plataforma plantea las principales lecciones de la revolución de Octubre: la necesidad de una completa destrucción del viejo poder del Estado burgués, sustituyéndolo por la dictadura del proletariado organizada por medio de los soviets o consejos obreros. En esto, la Plataforma fue completada por las «Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado» escritas por Lenin y aprobadas por ese mismo congreso. La ruptura con la socialdemocracia, con su fetichismo sobre la democracia en general y el parlamentarismo burgués en particular se centró en torno a ese punto. En cuanto a la reivindicación del poder para los consejos obreros, era el simple pero irremplazable grito común del conjunto del movimiento internacional.

La parte sobre las medidas económicas es, lógicamente, más general, ya que, en aquel tiempo, sólo podía tener un sentido concreto en el caso de Rusia, pero, por otra parte, tampoco podía ser resuelto únicamente en Rusia. Planteaba eso sí las necesidades básicas de la transición hacia una sociedad comunista: la expropiación de las grandes empresas tanto privadas como estatales; los primeros pasos de la sustitución del mercado por la socialización de la producción, la paulatina integración de los pequeños productores en la producción socializada. En esta serie nuestra sobre el comunismo, examinaremos más adelante algunas de las dificultades y de los errores que fueron otras tantas trabas para los revolucionarios de esa época. Ello no obsta para ver que las medidas que se señalan en la Plataforma de la IC, constituyen, sin embargo, un punto de partida adecuado, y que sus debilidades hubieran podido ser superadas en el caso de un desa-rrollo victorioso de la revolución mundial.

El apartado «El camino a la victoria» es también muy general. Es muy explícito en cuanto a su insistencia en la necesidad del internacionalismo y del reagrupamiento internacional de las fuerzas revolucionarias, así como de una ruptura completa con los socialchovinistas y los kautskystas, en abierto contraste, por cierto, con la política oportunista del Frente único que imperó a partir de 1921. Sobre otras cuestiones sobre las que la IC expresó peligrosas confusiones (el parlamentarismo, la cuestión nacional, el sindicalismo) la Plataforma es extremadamente abierta. A decir verdad se menciona la posibilidad de utilizar el parlamento como una tribuna para la propaganda revolucionaria, pero sólo como una táctica subordinada a los métodos de la lucha de masas. En cuanto a la cuestión nacional no aparece mencionada en ningún punto, aunque en el Manifiesto del Congreso, la apreciación general es que la victoria de la revolución comunista en los países adelantados es la clave para la emancipación de las masas oprimidas en las colonias. Sobre la cuestión sindical, la apertura de la Plataforma es incluso más explícita, tal y como expone Bujarin en su presentación:

«Si hubiéramos escrito sólo para los rusos podríamos hablar del papel de los sindicatos en el proceso de reconstrucción revolucionaria. Sin embargo, a juzgar por la experiencia de los comunistas alemanes, esto resulta imposible ya que estos camaradas nos cuentan que allí, la posición que ocupan sus sindicatos es precisamente la contraria de la que ocupan los nuestros. En nuestro país los sindicatos juegan un papel vital en la organización del trabajo y constituyen un pilar del sistema soviético. En Alemania sucede todo lo contrario y esto fue debido, lógicamente, a que los sindicatos alemanes se encontraban en manos de los socialistas amarillos –los Legien y compañía– que dirigían su actividad contra los intereses del proletariado alemán. Eso continúa sucediendo aún hoy y por ello el proletariado en Alemania está disolviendo esos viejos sindicatos, levantando en su lugar nuevas organizaciones –los comités de fábrica y de planta– que intentan tomar el control de la producción en sus propias manos. Allí los sindicatos no juegan ya ningún papel positivo. No podemos, sin embargo, resolver esto de manera concreta y es por ello que decimos que, en términos generales, para gestionar las empresas deben crearse instituciones que dependan del proletariado, que estén estrechamente ligadas a la producción e insertadas en el proceso productivo».

Podemos no estar de acuerdo con algunas de las expresiones de Bujarin en este documento (en particular las que hacen mención al papel desempeñado por los sindicatos en Rusia), pero ese pasaje es muy revelador de la actitud receptiva de la Internacional en ese momento. Frente a las nuevas condiciones impuestas por la decadencia del capitalismo, la IC muestra una preocupación por expresar los nuevos métodos de lucha obrera adecuados a esa situación, y esto es una clara demostración de que su Plataforma fue el resultado del momento culminante de la oleada revolucionaria mundial, y que continúa siendo una referencia esencial para los revolucionarios de hoy.

CDW

Plataforma de la Internacional comunista

Las contradicciones del sistema mundial, antes ocultas en su seno, se revelaron con una fuerza inusitada en una formidable explosión: la gran guerra imperialista mundial.

El capitalismo intentó moderar su propia anarquía mediante la organización de la producción. En lugar de numerosas empresas competitivas se organizaron grandes asociaciones capitalistas (sindicatos, cárteles, trusts), el capital bancario se unió al capital industrial, toda la vida económica cayó bajo el poder de una oligarquía capitalista que, mediante una organización basada en ese poder, adquirió un dominio exclusivo. El monopolio suplanta a la libre competencia. El capitalista aislado se trasforma en miembro de una asociación capitalista. La organización reemplaza a la anarquía insensata.

Pero, en la misma medida en que, en los Estados considerados separadamente, los procedimientos anárquicos de la producción capitalista eran reemplazados por la organización capitalista, las contradicciones, la competencia,  la anarquía alcanzaban en la economía mundial una mayor acuidad. La lucha entre los mayores Estados conquistadores conducía inflexiblemente a la monstruosa guerra imperialista. La sed de beneficios impulsaba al capitalismo mundial a la lucha por la conquista de nuevos mercados, de nuevas fuentes de materia prima, de mano de obra barata de los esclavos coloniales. Los Estados imperialistas que se repartieron todo el mundo, que transformaron a millones de proletarios y de campesinos de Africa, Asia, América, Australia en bestias de carga, debían poner en evidencia tarde o temprano en un gigantesco conflicto la naturaleza anárquica del capital. Así se produjo el más grande de los crímenes: la guerra del bandolerismo mundial.

El capitalismo intentó superar las contradicciones de su estructura social. La sociedad burguesa es una sociedad de clase. Pero el capital de los grandes Estados «civilizados» se esforzó por ahogar las contradicciones sociales. A expensas de los pueblos coloniales a los que destruía, el capital compraba a sus esclavos asalariados, creando una comunidad de intereses entre los explotadores y los explotados, comunidad de intereses dirigida contra las colonias oprimidas y los pueblos coloniales amarillos, negros o rojos. Encadenaba al obrero europeo o americano a la «patria» imperialista.

Pero este mismo método de continua corrupción, originado por el patriotismo de la clase obrera y su sujeción moral, produjo, gracias a la guerra, su propia antítesis. El exterminio, la sujeción total del proletariado, un monstruoso yugo, el empobrecimiento, la degeneración, el hambre en el mundo entero, ese fue el último precio de la paz social. Y esta paz fracasó. La guerra imperialista se trasformó en guerra civil.

Una nueva época surge. Epoca de disgregación del capitalismo, de su hundimiento interior. Epoca de la revolución comunista del proletariado.

El sistema imperialista se desploma. Problemas en las colonias, agitación en las pequeñas naciones hasta el momento privadas de independencia, rebeliones del proletariado, revoluciones proletarias victoriosas en varios países, descomposición de los ejércitos imperialistas, incapacidad absoluta de las clases dirigentes de orientar en lo sucesivo los destinos de los pueblos, ese es el cuadro de la situación actual en el mundo entero.

La Humanidad, cuya cultura ha sido devastada totalmente, está amenazada de destrucción. Sólo hay una fuerza capaz de salvarla y esa fuerza es el proletariado. El antiguo «orden» capitalista ya no existe. No puede existir. El resultado final de los procedimientos capitalistas de producción es el caos, y ese caos sólo puede ser vencido por la mayor clase productora, la clase obrera. Ella es la que debe instituir el orden verdadero, el orden comunista. Debe quebrar la dominación del capital, imposibilitar las guerras, borrar las fronteras entre los Estados, trasformar el mundo en una vasta comunidad que trabaja para sí misma , realizar los principios de solidaridad fraternal y la liberación de los pueblos.

Mientras, el capital mundial se prepara para un último combate contra el proletariado. Bajo la cobertura de la Liga de las Naciones y de la charlatanería pacifista, hace sus últimos esfuerzos por reajustar las partes dispersas del sistema capitalista y dirigir sus fuerzas contra la revolución proletaria irresistiblemente desencadenada.

A este inmenso complot de las clases capitalistas, el proletariado debe responder con la conquista del poder político, volver ese poder contra sus propios enemigos, servirse de él como palanca para la transformación económica de la sociedad. La victoria definitiva del proletariado mundial marcará el comienzo de la historia de la humanidad liberada.

La conquista del poder político

La conquista del poder político por parte del proletariado significa el aniquilamiento del poder político de la burguesía. El aparato gubernamental con su ejército capitalista, ubicado bajo el mando de un cuerpo de oficiales burgueses y de junkers, con su policía, su gendarmería, sus carceleros y sus jueces, sus sacerdotes, sus funcionarios etc., es, en manos de la burguesía, el más poderoso instrumento de gobierno. La conquista del poder gubernamental no puede reducirse a un cambio de personas en la constitución  de los ministerios sino que debe significar el aniquilamiento de un aparato estatal extraño, la apropiación de la fuerza real, el desarme de la burguesía, del cuerpo de oficiales contrarrevolucionarios, de los guardias blancos, el armamento del proletariado, de los soldados revolucionarios y de la guardia roja obrera, la destitución de todos los jueces burgueses y la organización de los tribunales proletarios, la destrucción del funcionarismo reaccionario y la creación de nuevos órganos de administración proletarios. La victoria proletaria es asegurada por la desorganización del poder enemigo y la organización del poder proletario. Debe significar la ruina del aparato estatal burgués y la creación del aparato estatal proletario. Sólo después de la victoria total, cuando el proletariado haya roto definitivamente la resistencia de la burguesía, podrá obligar a sus antiguos adversarios a servirla útilmente, orientándolos progresivamente bajo su control, hacia la obra de construcción comunista.

Democracia y dictadura

Como todo Estado, el Estado proletario representa un aparato de coerción y este aparato está ahora dirigido contra los enemigos de la clase obrera. Su misión consiste en quebrar e imposibilitar la resistencia de los explotadores, que emplean en su lucha desesperada todos los medios para ahogar en sangre la revolución. Por otra parte, la dictadura del proletariado, al hacer oficialmente de esta clase la clase gobernante, crea una situación transitoria.

En la medida en que se logre quebrar la resistencia de la burguesía, ésta será expropiada y se trasformará en una masa trabajadora; la dictadura del proletariado desaparecerá, el Estado fenecerá y las clases sociales desaparecerán junto con él.

La llamada democracia, es decir la democracia burguesa, no es otra cosa que la dictadura burguesa disfrazada. La tan mentada «voluntad popular» es una ficción. al igual que la unidad del pueblo. En realidad, existen clases cuyos intereses contrarios son irreductibles. Y como la burguesía sólo es una minoría insignificante, utiliza esta ficción, esta pretendida «voluntad popular», con el fin de consolidar, en medio de bellas frases, su dominio sobre la clase obrera para imponerle la voluntad de su clase. Por el contrario, el proletariado, que constituye la gran mayoría de la población utiliza abiertamente la fuerza de sus organizaciones de masas, de sus soviets, para aniquilar los privilegios de la burguesía y asegurar la transición hacia una sociedad comunista sin clases.

La esencia de la democracia burguesa reside en un reconocimiento puramente formal de los derechos y de las libertades, precisamente inaccesibles al proletariado y a los elementos semiproletarios, a causa de la carencia de recursos materiales, mientras que la burguesía tiene todas las posibilidades de sacar partido de sus recursos materiales, de su prensa y de su organización, para engañar al pueblo. Por el contrario, la esencia del sistema de los soviets –de este nuevo tipo de poder gubernamental– consiste en que el proletariado obtiene la posibilidad de asegurar de hecho sus derechos y su libertad. El poder del soviet entrega al pueblo los más hermosos palacios, las casas, las tipografías, las reservas de papel etc., para su prensa, sus reuniones, sus sindicatos.  Sólo entonces es posible establecer la verdadera democracia proletaria.

Con su sistema parlamentario, la democracia burguesa sólo da el poder a las masas de palabra, y sus organizaciones están totalmente aisladas del poder real y de la verdadera administración del país. En el sistema de los soviets, las organizaciones de las masas gobiernan y por medio de ellas gobiernan las propias masas, ya que los soviets llaman a formar parte de la administración del Estado a un número cada vez mayor de obreros y de esta forma todo el pueblo obrero poco a poco participa efectivamente en el gobierno del Estado. El sistema de los soviets se apoya de este modo en todas las organizaciones de masas proletarias, representadas por los propios soviets, las uniones profesionales revolucionarias, las cooperativas etc.

La democracia burguesa y el parlamentarismo, por medio de la división de los poderes legislativo y ejecutivo y la ausencia del derecho de revocación de los diputados, termina por separar a las masas del Estado. Por el contrario el sistema de los soviets, mediante el derecho de revocación, la reunión de los poderes legislativo y ejecutivo y, consecuentemente, mediante la aptitud de los soviets para constituir colectividades de trabajo, vincula a las mismas con los órganos de las administraciones. Ese vínculo se consolida también por el hecho de que, en el sistema de los soviets, las elecciones no se realizan de acuerdo con las subdivisiones territoriales artificiales sino que coinciden con las unidades locales de la producción.

El sistema de los soviets asegura de tal modo la posibilidad de una verdadera democracia proletaria, democracia para el proletariado y en el proletariado, dirigida contra la burguesía. En ese sistema, se asegura una situación predominante al proletariado industrial, al que pertenece, debido a su mejor organización y su mayor desarrollo político, el papel de clase dirigente, cuya hegemonía permitirá al semiproletariado y a los campesinos pobres elevarse progresivamente. Esas superioridades momentáneas del proletariado industrial deben ser utilizadas para arrancar a las masas pobres de la pequeña burguesía campesina de la influencia de los grandes terratenientes y de la burguesía, para organizarlas y llamarlas a colaborar en la construcción comunista.

La expropiación de la burguesía
y la socialización de los medios de producción

La descomposición del sistema capitalista y de la disciplina capitalista del trabajo hacen imposible –dadas las relaciones entre las clases– la reconstrucción de la producción sobre las antiguas bases. La lucha de los obreros por el aumento de los salarios, aun en el caso de tener éxito, no implica el mejoramiento esperado de las condiciones de existencia, pues el aumento de los precios de los productos invalida inevitablemente ese éxito. La enérgica lucha de los obreros aumentos de salario en los países cuya situación no tiene evidentemente salida, imposibilitan la producción capitalista debido al carácter impetuoso y apasionado de esta lucha y su tendencia a la generalización. El mejoramiento de la condición de los obreros sólo podrá alcanzarse cuando el propio proletariado se apodere de la producción. Para elevar las fuerzas productoras de la economía, para quebrar lo más rápidamente posible la resistencia de la burguesía, que prolonga la agonía de la vieja sociedad creando por ello mismo el peligro de una ruina completa de la vida económica, la dictadura proletaria debe realizar la expropiación de la alta burguesía y de la nobleza y hacer de los medios de producción y de transporte la propiedad colectiva del Estado proletario.

El comunismo surge ahora de los escombros de la sociedad capitalista; la historia no dejará otra salida a la humanidad. Los oportunistas, en su deseo de retrasar la socialización por su utópica reivindicación del restablecimiento de la economía capitalista, no hacen sino aplazar la solución de la crisis y crear la amenaza de una ruina total, mientras que la revolución comunista aparece para la verdadera fuerza productora de la sociedad, es decir para el proletariado, y con él para toda la sociedad, como el mejor y más seguro medio de salvación.

La dictadura proletaria no significa ningún reparto de los medios de producción y de transporte. Por el contrario, su tarea es realizar una mayor centralización de los medios y la dirección de toda la producción de acuerdo con un plan único.

El primer paso hacia la socialización de toda la economía implica necesariamente las siguientes medidas: socialización de los grandes bancos que dirigen ahora la producción; posesión por parte del poder proletario de todos los órganos del Estado capitalista que rigen la vida económica; posesión de todas las empresas comunales; socialización de las ramas de la industria cuyo grado de concentración hace técnicamente posible la socialización; socialización de las propiedades agrícolas y su transformación en empresas agrícolas dirigidas por la sociedad.

En cuanto a las empresas de menor importancia, el proletariado debe, teniendo en cuenta su grado de desarrollo, socializarlas poco a poco.

Es importante, señalar aquí que la pequeña propiedad, no debe ser expropiada y que los pequeños propietarios que no explotan el trabajo de otros no deben sufrir ningún tipo de violencia. Esta clase será poco a poco atraída a la esfera de la organización social, mediante el ejemplo y la práctica que demostrarán la superioridad  de la nueva estructura social que libera a la clase de los pequeños campesinos y la pequeña burguesía del yugo de los grandes capitalistas, de toda la nobleza, de los impuestos excesivos (principalmente como consecuencia de la anulación de las deudas de Estado, etc.).

La tarea de la dictadura proletaria en el campo económico, es realizable en la medida en que el proletariado sepa crear órganos de dirección de la producción centralizada y realizar la gestión por medio de los propios obreros. Con este objeto será obligado a sacar partido de aquellas organizaciones de masas que estén vinculadas más estrechamente con el proceso de producción.

En el dominio del reparto, la dictadura proletaria debe realizar el remplazo del comercio por un justo reparto de los productos. Entre las medidas indispensables para alcanzar este objetivo señalamos: la socialización de las grandes empresas comerciales, la transmisión al proletariado de todos los organismos de reparto del Estado y de las municipalidades burguesas; el control de las grandes uniones cooperativas cuyo aparato organizativo tendrá todavía durante el período de transición una importancia económica considerable, la centralización progresiva de todos esos organismos y su transformación en un todo único para el reparto nacional de los productos.

Del mismo modo que en el campo de la producción, en el del reparto es importante utilizar a todos los técnicos y especialistas calificados, tan pronto corno su resistencia en el orden de lo político haya sido rota y estén en condiciones de servir, en lugar de al Capital, al nuevo sistema de producción.

El proletariado no tiene intención de oprimirlos. Por el contrario, sólo él les dará la posibilidad de desarrollar la actividad  creadora más potente. La dictadura proletaria reemplazará a la división del trabajo físico e intelectual, propio del capitalismo, mediante la unión del trabajo y la ciencia.

Simultáneamente con la expropiación de las fábricas, las minas, las propiedades, etc., el proletariado debe poner fin a la explotación de la población por parte de los capitalistas propietarios de inmuebles, pasar los locales de las grandes construcciones a los soviets obreros,  instalar a la población obrera en las residencias burguesas etc.

En el transcurso de esta gran transformación, el poder de los soviets debe por una parte, constituir un enorme aparato de gobierno cada vez más centralizado en su forma y además, debe convocar a un trabajo de dirección a sectores cada vez más vastos del pueblo trabajador.

El camino de la victoria

El período revolucionario exige que el proletariado ponga en práctica un método de lucha que concentre toda su energía, es decir la acción directa de las masas, incluyendo todas sus consecuencias: el choque directo y la guerra declarada contra la máquina gubernamental burguesa. A ese objetivo deben ser subordinados  todos los demás medios, tales como por ejemplo, la  utilización  revolucionaria del parlamentarismo burgués.

Las condiciones preliminares indispensables para esta lucha victoriosa son: la ruptura no solamente con los lacayos directos del capital y los verdugos de la revolución comunista –cuyo papel asumen actualmente los socialdemócratas de derecha– sino también la ruptura con el «Centro» (grupo Kautsky) que, en un momento crítico, abandona al proletariado y se une a sus enemigos declarados.

Por otra parte, es necesario realizar un bloque con aquellos elementos del movimiento obrero revolucionario que, aunque no hayan pertenecido antes al Partido socialista, se ubican ahora totalmente en el terreno de la dictadura proletaria bajo su forma sovietista es decir con los elementos correspondientes del sindicalismo.

El crecimiento del movimiento revolucionario en todos los países, el peligro para esta revolución de ser ahogada por la liga de los Estados burgueses, las tentativas de unión de los partidos traidores al socialismo (formación de la Internacional amarilla en Berna) con el objetivo de servir bajamente a la Liga de Wilson,  y finalmente la necesidad absoluta para el proletariado de coordinar sus esfuerzos, todo esto nos conduce inevitablemente a la creación de la Internacional comunista, verdaderamente revolucionaria y verdaderamente proletaria.

La Internacional que se revele capaz de subordinar los intereses llamados nacionales a los intereses de la revolución mundial logrará así la cooperación de los proletarios de los diferentes países, mientras que sin esta ayuda mutua económica, el proletariado no estará en condiciones de construir una nueva sociedad. Por otra parte, en oposición a la Internacional socialista amarilla, la Internacional sostendrá a los pueblos explotados de las colonias en su lucha contra el imperialismo, con el propósito de acelerar la caída final del sistema imperialista mundial

Los malhechores del capitalismo afirmaban al comienzo de la guerra mundial que no hacían sino defender su patria. Pero el imperialismo alemán reveló su naturaleza bestial a través de una serie de sangrientos crímenes cometidos en Rusia, Ucrania, Finlandia. Y ahora se revelan a su vez, aún a los ojos de los sectores más atrasados de la población, las potencias de la Entente que saquean el mundo entero y asesinan a1 proletariado. De acuerdo con la burguesía alemana y los socialpatriotas, con la palabra de Paz en los labios, se esfuerzan por aplastar con la ayuda de tanques y tropas coloniales ignorantes y bárbaras, la revolución del proletariado europeo. El terror blanco de los burgueses caníbales ha sido indescriptiblemente feroz. Las víctimas en las filas de la clase obrera son innumerables. La clase obrera ha perdido a sus mejores campeones: Liebchneck, Rosa Luxemburgo.

El proletariado debe defenderse por todos los medios. La Internacional comunista convoca al proletariado mundial  a esta lucha decisiva. ¡Arma contra arma! ¡Fuerza contra fuerza! ¡Abajo la conspiración imperialista del capital! ¡Viva la República internacional de los soviets proletarios!.

Series: 

  • El comunismo no es un bello ideal, sino que está al orden del día de la historia [7]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1917 - la revolución rusa [8]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La oleada revolucionaria de 1917-1923 [9]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Tercera Internacional [10]

Debate entre grupos «bordiguistas» - Marxismo y misticismo

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Debate entre grupos «bordiguistas»

Marxismo y misticismo

Como planteamos en la Revista internacional nº 93, la reciente apertura de debates entre grupos «bordiguistas» representa una evolución importante para todo el medio político proletario. Destacamos en particular el número de mayo 97 de Programa comunista (PC) ([1]) como una ilustración clara de ello, y de que ese grupo es de los que más se está moviendo hoy en este sentido. El virulento ataque de la burguesía contra las tradiciones comunistas de la clase obrera (contra la Revolución rusa, contra el partido bolchevique, y contra sus más consistentes defensores, las organizaciones de la Izquierda comunista) está forzando a éstas a reconocer, aunque sea provisionalmente, que son parte de un campo político proletario que tiene intereses comunes frente a la ofensiva del enemigo. Una expresión obvia de la existencia de ese campo proletario ha sido el trabajo conjunto muy fructífero que han llevado a cabo la CCI y la CWO ([2]). Pero el hecho de que algunos de los grupos bordiguistas hayan empezado, no sólo a reconocer la existencia de los otros grupos, sino a polemizar entre ellos, e incluso a reconocer el carácter proletario de otras corrientes en la tradición de la Izquierda comunista, es también muy significativo, teniendo en cuenta que hasta ahora, una de las características que distinguían a esa rama de la Izquierda italiana era su aislamiento sectario casi total.

PC nº 95 contiene una seria polémica con el grupo Programma comunista/Internationalist Papers sobre la cuestión kurda, criticándolo por hacer graves concesiones al nacionalismo; y lo que es particularmente notorio, el artículo argumenta que fueron errores exactamente del mismo tipo los que llevaron a la explosión del PCI a comienzos de los 80. Esta voluntad de discutir la crisis de la principal organización bordiguista en ese periodo supone un desarrollo nuevo y potencialmente fértil. El mismo ejemplar también contiene una respuesta a la reseña del libro sobre la Izquierda italiana de la CCI que publica el periódico trotskista Revolutionary History. Aquí PC muestra una conciencia de que el ataque a la CCI que contiene esta reseña, es también un ataque a toda la tradición de la Izquierda comunista de Italia.

Remitimos a nuestros lectores al artículo de la Revista internacional nº 93 para más comentarios sobre estos artículos. En este número queremos responder a otro texto en PC nº 95, una polémica con el grupo Il Partito comunista, de Florencia, que critica a éste último por caer en el misticismo.

Marxismo contra misticismo

A primera vista este podría parecer un tema extraño para una polémica entre grupos revolucionarios, pero sería un error pensar que las fracciones más avanzadas del movimiento proletario son inmunes a la influencia de las ideologías religiosas y místicas. En la lucha para fundar la Liga de los comunistas, Marx y Engels tuvieron que combatir las visiones sectarias y semireligiosas del comunismo que profesaban Weitling y otros. En el periodo de la Primera internacional, la fracción marxista tuvo que confrontar la ideología masónica de sectas como los Filadelfianos, y sobre todo la «Fraternidad internacional» de Bakunin.

Pero sobre todo fue cuando la burguesía dejó de ser una clase revolucionaria, y aún más cuando el capitalismo entró en su época de decadencia, cuando esta clase abandonó cada vez más la visión materialista de su juventud para revolcarse en visiones irracionales y semimísticas del mundo: el caso del nazismo es un ejemplo concentrado de ello. Y la fase final de la decadencia capitalista (la actual fase de descomposición) ha exacerbado esas tendencias todavía más, como demuestra, por ejemplo, el auge del fundamentalismo islámico y la proliferación de cultos suicidas. Estas ideologías cada vez son más omnipresentes y los proletarios no son inmunes a ellas por principio.

Que el propio medio político proletario actual tiene que estar en guardia contra estas ideologías se ha demostrado claramente en el periodo reciente. Podemos citar el caso de la London Psychogeographical Association (LPA) y el de otros «grupos» similares, que han confeccionado una infame pócima de comunismo y ocultismo que han intentado vender al medio político. En la CCI, hemos visto las actividades del aventurero JJ, expulsado por intentar crear una red clandestina de «interesados» por las ideas de la francmasonería.

Además, la CCI ya ha criticado brevemente los esfuerzos de Il Partito por crear un «Misticismo comunista» ([3]) y las críticas más detalladas de Programme communiste están perfectamente justificadas. Las citas de la prensa de Il Partito que contiene el artículo de PC, muestran que el deslizamiento de aquel hacia el misticismo llega a ser bastante claro. Para Il Partito, «la única sociedad capaz de misticismo es el comunismo» en el sentido de que «la especie es mística porque sabe cómo verse a sí misma sin contradicción entre el aquí y ahora... y su futuro». Más aún, puesto que el misticismo, en su significado original griego, se define aquí como «capacidad de ver sin ojos», el partido también «tiene su mística, en el sentido de que es capaz de ver... con los ojos cerrados, porque es capaz de ver más que los ojos individuales de sus miembros» (...) «la única realidad que puede vivir este modo de vida (místico) durante la dominación de la sociedad de clases es el partido». Y finalmente, «es únicamente en el comunismo donde la Gran filosofía coincide con el ser en un circuito orgánico entre la acción de comer (considerada hoy como trivial e indigna del espíritu) y la acción de respirar en el Espíritu, concebido y sublimado como verdaderamente digno del ser completo, es decir, Dios».

PC también es consciente de que la lucha del marxismo contra la penetración de las ideologías místicas no es nueva. Citan el libro de Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, que libró un combate contra el desarrollo de la filosofía idealista en el Partido bolchevique en los años siguientes a 1900, y en particular contra los intentos de hacer del socialismo una nueva religión (la tendencia de los «Constructores de Dios» de Lunacharsky). El libro de Lenin –a pesar de ciertas debilidades importantes ([4])– trazó una línea divisoria, no sólo contra las recaídas en la religiosidad que acompañaron el retroceso en la lucha de clases tras la revolución de 1905, sino también contra el peligro concomitante de liquidar el partido, de su fractura en clanes.

Las críticas de PC a los errores de Il Partito están en continuidad con las luchas pasadas del movimiento obrero y son relevantes para la lucha contra los peligros reales que enfrenta el campo político proletario hoy. El gusto de Il Partito por el misticismo no es su única debilidad: su profunda confusión sobre los sindicatos, sus interpretaciones aberrantes sobre un pretendido «levantamiento proletario» en Albania, su extremo sectarismo, lo señalan como el grupo bordiguista con mayor riesgo de sucumbir a la ideología burguesa actualmente. La polémica de PC (que advierte explícitamente a Il Partito del peligro de «pasarse al otro lado de la barricada») debe verse como parte de la lucha por defender el medio político proletario, una lucha en la que la CCI está plenamente comprometida.

Raíces de la mística bordiguista

Para que una crítica sea radical sin embargo, tiene que ir a las raíces. Y una notable debilidad de la polémica de PC es su incapacidad para ir a las raíces de los errores de Il Partito. Cierto que se trata de una tarea difícil, puesto que esas raíces, en mayor o menor medida, son comunes a todas las ramas del árbol familiar bordiguista.

No hace mucho que PC censuraba a Il Partito porque éste se proclamaba «único verdadero continuador del partido». Pero si Il Partito es el más sectario de los grupos bordiguistas, el retiro sectario, la práctica de ignorar y apartar de sí a todas las demás expresiones de la Izquierda comunista ha sido siempre un rasgo distintivo de la corriente bordiguista, y ciertamente bastante antes de la aparición de Il Partito en la década de 1970. E incluso si podemos comprender los orígenes de ese sectarismo como una reacción defensiva frente a la profunda contrarrevolución que prevaleció en la época del nacimiento del bordiguismo en las décadas de 1940 y 50, eso no quita para que sea aún hoy una debilidad fundamental de esta corriente, que ha causado daños perdurables al medio político proletario. El mismo hecho de que estemos en presencia de tres grupos que proclaman ser cada uno el «Partido comunista internacional», es prueba más que suficiente de lo que decimos, puesto que tiende a desprestigiar la noción misma de organización comunista.

Pero incluso sobre la cuestión del misticismo y la religión, hay que admitir que Il Partito no saca sus ideas de la nada. De hecho podemos encontrar algunas raíces del «misticismo florentino» en el propio Bordiga... El siguiente pasaje es de los «Comentarios sobre los manuscritos de 1844» de Bordiga, un texto que apareció primero en Il Programma comunista en 1959 y se volvió a publicar en Bordiga et la passion du communisme, editado por Jacques Camatte en 1972:

«Cuando, en cierto momento, nuestro banal contradictor (...) nos diga que nosotros construimos nuestra propia mística, presentándose él, pobrecito, como el espíritu que ha superado todas las fes y las místicas, se burlará de nosotros tratándonos de adoradores de las tablas de Moisés o talmúdicas, de la Biblia o el Corán, los evangelios y catecismos, le respondemos que... no consideramos una ofensa la afirmación de que podemos atribuir a nuestro movimiento, mientras no haya triunfado en la realidad (lo que en nuestro método precede la conquista ulterior de la conciencia humana), el carácter de una mística, o si se quiere, un mito.

El mito, en sus innumerables formas, no era el delirio de mentes que tenían los ojos cerrados a la realidad –natural y humana de forma inseparable como en Marx– sino una etapa irreemplazable en la única vía de la conquista de la conciencia...»

Antes de seguir, es preciso poner este pasaje en su contexto.

En primer lugar, no pretendemos poner a Bordiga al mismo nivel que sus epígonos de Il Partito, y aún menos al de los ocultistas «comunistas» de hoy como la LPA. En tanto que marxista, Bordiga se cuida de situar estas afirmaciones en un contexto histórico; así en el párrafo siguiente, continúa explicando por qué los marxistas hemos de tener respeto y admiración por los movimientos de los explotados en las sociedades de clases anteriores, movimientos que no podían llegar a una comprensión científica de sus fines, y que se representaban sus aspiraciones de abolición de la explotación en términos de mitos y misticismos. Nosotros también hemos hecho notar ([5]), que la descripción de Bordiga de la conciencia humana en una sociedad comunista –una conciencia que va más allá del ego atomizado que se ve a sí mismo fuera de la naturaleza– se parece a las descripciones de la experiencia de iluminación de algunas de las más desarrolladas tradiciones místicas. Pensamos que Bordiga era lo suficientemente culto para haber tenido conciencia de estas conexiones; y, una vez más, es válido para los marxistas hacer esas conexiones, a condición de que no pierdan de vista el método histórico, que muestra que cualquiera de esas anticipaciones, inevitablemente, está limitada por las condiciones materiales y sociales en que emerge. Consecuentemente, la sociedad comunista las trascenderá. Il Partito ha perdido de vista claramente el método, y como muestran los extraños y embrollados pasajes citados antes, ha caído de cabeza en el misticismo – no sólo por la oscuridad de su prosa, sino sobre todo porque en lugar de ver el comunismo como la realización material y racional de las aspiraciones humanas pasadas, tiende a subordinar el futuro comunista a un gran proyecto místico.

En segundo lugar hemos de comprender el momento histórico en que Bordiga escribió estos pasajes. En efecto, polemizaba contra una versión de la ideología del «fin del marxismo» que estuvo muy presente en el periodo de reconstrucción de posguerra, en que el capitalismo daba la impresión de haber superado sus crisis y de negar así los fundamentos de la teoría marxista. Este ataque al marxismo como caduco, como si se hubiera convertido en una especie de dogma religioso, era muy similar a las risas tontas que se pueden oír hoy respecto a los comunistas tildados de «jurásicos», respecto a quienes seguimos defendiendo la revolución de Octubre y la tradición marxista. No sólo el inveterado sectarismo del bordiguismo, sino las concepciones de la «invariación», y del partido monolítico, íntimamente vinculadas a lo anterior, eran reacciones defensivas contra las presiones sobre la vanguardia proletaria en aquel entonces – presiones muy reales, como podemos comprobar en el destino de un grupo como Socialisme ou Barbarie, que sucumbió completamente a la ideología «modernista» del capitalismo. La defensa que hizo Bordiga del marxismo como de una especie de mística, la defensa del programa comunista como una especie de ley de Moisés, ha de verse en esta óptica.

Pero comprender no es excusar. Y a pesar del profundo arraigo de Bordiga en el marxismo, el hecho es que sobrepasó la línea que separa claramente el marxismo de cualquier otra clase de ideología religiosa mística. El concepto de invariación –«... La teoría marxista es un bloque “invariable”, desde sus orígenes hasta su victoria final. Lo único que espera de la historia es encontrarse a sí misma aplicada de modo cada vez más estricto y por consiguiente cada vez más profundamente arraigado con sus características “invariables” en el programa del partido de clase» (Programma comunista nº 2, marzo 1978)– es realmente una concesión a una idea ahistórica y semireligiosa del marxismo. Si es cierto que el programa comunista contiene un verdadero núcleo de principios generales invariables como son la lucha de clases, la naturaleza transitoria de la sociedad de clases, la necesidad de la dictadura del proletariado y del comunismo, el programa comunista dista mucho de ser «un bloque invariable» desde su elaboración. Efectivamente se ha desarrollado, concretado y elaborado por la experiencia viva de la clase obrera y las reflexiones de la vanguardia comunista; y el cambio de época que significó el período de decadencia del capitalismo (un concepto ampliamente ignorado e incluso rechazado en la teoría bordiguista), acarreó profundas modificaciones de las posiciones programáticas defendidas por los comunistas. Cuando la burguesía o la pequeña burguesía se burlan del marxismo comparándolo a la Biblia o el Corán, considerados como la palabra de Dios, precisamente porque no se puede cambiar ni un punto ni una coma, no es ni muy atinado y ni mucho menos marxista, contestar «Bueno, ¿y qué?». El concepto de «invariación» es el producto de una línea de pensamiento que ha perdido de vista el lazo dialéctico entre cambio y continuidad, y que por eso, tiende a hacer del marxismo, que es un método dinámico, una doctrina inmutable. En una polémica en la Revista internacional nº 14 «Una caricatura de partido: el partido bordiguista», la CCI subrayaba las similitudes entre la posición bordiguista y la actitud islámica de sumisión a una doctrina inmutable. Como señalamos igualmente en otra polémica, no menos «espiritual», ahistórica y no materialista es la distinción bordiguista básica entre el partido «formal» y el «histórico», inventada para explicar el hecho de que en la historia del movimiento obrero sólo han existido verdaderos partidos comunistas durante periodos de tiempo limitados. «Según esta “teoría”, el cuerpo formal, exterior, y por lo tanto material y visible del partido, puede desaparecer, mientras que el partido real vive, nadie sabe dónde, puro espíritu invisible» ([6]). Las corrientes de la Izquierda comunista no bordiguistas también criticaron las nociones de monolitismo interno y del «jefe genial» ([7]), y el uso de la teoría del «centralismo orgánico» para justificar prácticas elitistas dentro del partido ([8]) que aquellas desarrollaron en el periodo de posguerra y que están relacionadas con lo anterior. Estas concepciones son todas coherentes con la noción semireligiosa del partido como guardián de la revelación única, accesible sólo a una minoría selecta; con estas bases no es sorprendente que Il Partito plantee actualmente que la única forma de llevar una vida mística hoy es ¡adherirse al partido bordiguista! Finalmente, también queremos señalar, que todas esas concepciones del funcionamiento interno del partido están profundamente vinculadas al artículo de fe bordiguista de que la tarea del partido es ejercer la dictadura del proletariado en nombre, e incluso en contra, de la masa del proletariado. Y la Izquierda comunista –particularmente la rama italiana, a través de Bilan, pero también la tendencia de Damen, y la Gauche communiste de France– ha criticado ampliamente esta visión.

Pensamos pues que las críticas de Programma comunista a Il Partito tienen que ir más lejos, a las verdaderas raíces de sus errores, y al hacer esto, entroncarse así con la rica herencia de toda la Izquierda comunista. Estamos convencidos de que no predicamos en el desierto, como lo demuestra el nuevo espíritu de apertura en el medio bordiguista. Y PC además da algunas pistas de que algo se está moviendo sobre la cuestión del partido, porque al final del artículo, aunque mantienen su idea del partido como «estado mayor» de la clase, insisten en que «no hay lugar en el funcionamiento y la vida interna para el idealismo, el misticismo, el culto a jefes y autoridades superiores, como así ha ocurrido con los partidos que están a punto de degenerar y pasarse a la contrarrevolución». Sólo podemos estar de acuerdo con esas afirmaciones, y esperamos que los actuales debates en el medio bordiguista, permitan a sus componentes llevar estas reflexiones a su conclusión lógica.

Amos

 

[1] Revista teórica del Partido comunista internacional que publica Il Comunista en Italia y le Prolétaire en Francia.

[2] Ver « Réunion publique commune de la Gauche communiste. En défense de la Révolution d'octobre», en Révolution internationale nº 275, publicación de la CCI en Francia y World Revolution nº210, publicación de la CCI en Gran Bretaña. Véase también la publicación de la CWO, Revolutionary Perspectives nº 9.

[3] Sobre el comunismo como superación de la alienación, véase « El comunismo, verdadero comienzo de la sociedad humana » en Revista internacional nº 71.

[4] Programme communiste olvida mencionar que la Izquierda comunista histórica hizo críticas muy serias de ciertos argumentos «filosóficos» que contiene el libro de Lenin. En su Lenin filósofo, escrito durante la década de 1930, Pannekoek mostró que en sus esfuerzos por afirmar los fundamentos del materialismo, Lenin ignora la distinción entre materialismo burgués (que tiende a reducir la conciencia a un reflejo pasivo del mundo exterior) y la posición dialéctica marxista, que afirma la primacía de lo material, pero también insiste en lo activo de la conciencia humana, su capacidad para transformar el mundo exterior. A comienzos de la década de 1950, la Gauche communiste de France escribió una serie de artículos que reconocían la validez de estas críticas, pero a su vez, mostraban que el propio Pannekoek caía en una especie de materialismo mecánico cuando intentó probar que los errores del Lenin filósofo demostraban que los bolcheviques no eran mas que los representantes de la revolución burguesa en la atrasada Rusia. Ver al respecto: « Crítica de Lenin filósofo de Pannekoek (Internationalisme, 1948) » Revista internacional nos 25, 27, 28 y 30, (1981-82) y también nuestro libro sobre la Izquierda germano-holandesa, capítulo 7, 5ª parte.

[5] « El comunismo, verdadero comienzo de la sociedad humana », en Revista internacional nº 71.

[6] «El partido desfigurado: la concepción bordiguista», Revista Internacional nº 23.

[7] Ver la reedición de textos de la GCF (Internationalisme, agosto de 1947) en Revista internacional nos 33 y 34 « Contra el concepto del jefe genial » y « Contra el concepto de la disciplina en el PCInt ».

[8] Ver « Un chiarimento. Fra le ombre del bordighismo e dei suoi epigoni », suplemento a Battaglia comunista nº 11, 1997.

Series: 

  • La Religión [11]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Bordiguismo [12]

Cuestiones teóricas: 

  • Religion [13]

Construcción de la organización revolucionaria - Tesis sobre el parasitismo

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1) A lo largo de toda su historia, el movimiento obrero ha tenido que enfrentarse a la penetración en sus filas de ideologías ajenas procedentes tanto de la clase dominante como de la pequeña burguesía. Esa penetración se ha expresado en formas múltiples en las organizaciones obreras. Entre las más conocidas y extendidas pueden citarse, entre otras:

  • el sectarismo,
  • el individualismo,
  • el oportunismo,
  • el aventurismo-golpismo.

2) El sectarismo es una expresión típica de una visión pequeño burguesa de la organización. Se parece a la mentalidad del tendero, de «cada uno en su casa» y se expresa en la tendencia a hacer predominar los intereses e ideas propias de su organización en menoscabo del movimiento y su conjunto. En la visión sectaria, la organización «es única en el mundo» y practica un altanero desprecio hacia las demás organizaciones del campo proletario, a las cuales ve como «competidoras», cuando no «enemigas». Al sentirse amenazada por éstas, la organización sectaria se niega en general a entablar debates y polémicas políticas con ellas. Prefiere parapetarse en un «digno aislamiento» haciendo como si los demás no existieran, o, también, se dedica con obstinado empeño en insistir en lo que la distingue de las demás, dejando de lado lo que las acerca.

3) El individualismo está influenciado tanto por la pequeña burguesía como, directamente, por la burguesía a secas. De la clase dominante le viene esa ideología oficial de que los individuos son los sujetos de la historia, la ideología que valora al «self made man» y justifica la «lucha de todos contra todos».

Sin embargo, penetra en las organizaciones del proletariado por transmisión directa de la pequeña burguesía, especialmente a través de elementos recién proletarizados, procedentes de capas como el campesinado o los artesanos (esto ocurría sobre todo en el siglo pasado) o el ámbito intelectual y estudiantil, (como así ha sido especialmente desde la reanudación histórica de la clase obrera a finales de los años 60). El individualismo se expresa sobre todo en la tendencia a:

  • concebir la organización no como un todo colectivo sino como una suma de individuos en la que las relaciones entre personas tienen la primacía sobre las relaciones políticas y estatutarias;
  • hacer valer, frente a las necesidades de la organización, sus propios «antojos» e «intereses»;
  • resistir, por lo tanto, a la necesaria disciplina en su seno;
  • buscar en la actividad militante, una «realización personal»;
  • adoptar una actitud contestataria respecto a unos órganos centrales, cuya única función sería la de «aplastar a los individuos», actitud que se completa con la de la búsqueda de un «ascenso» para llegar a esos órganos centrales;
  • y, en general, adoptar unas ideas elitistas sobre la organización en la que se aspira a formar parte de los «militantes de primera clase» que desprecian a quienes consideran como «militantes de segunda».

4) El oportunismo, que históricamente ha sido el peligro más grave para las organizaciones del proletariado, es otra expresión de la penetración de ideologías que le son ajenas, la de la burguesía y sobre todo de la pequeña burguesía. Uno de sus motores es la impaciencia, sentimiento resultante de la visión de una capa de la sociedad condenada a la impotencia en ésta y que no tiene el menor porvenir a escala de la historia. Su otro motor es la tendencia a querer conciliar los intereses y las posiciones de las dos clases principales de la sociedad, la burguesía y el proletariado, entre las que se encuentra arrinconada.

Por eso, lo que distingue al oportunismo es la tendencia a sacrificar los intereses generales e históricos del proletariado en aras de ilusorios y circunstanciales «éxitos». Pero al no haber para la clase obrera oposición entre su lucha en el capitalismo y su lucha histórica por la abolición de éste, la política del oportunismo significa en fin de cuentas, sacrificar también los intereses inmediatos del proletariado al animarlo a contemporizar con los intereses y las posiciones de la burguesía. En fin de cuentas, en momentos históricos cruciales, como la guerra imperialista y la revolución proletaria, las corrientes políticas oportunistas acaban por irse al campo de la clase enemiga como así ocurrió con la mayoría de los partidos socialistas durante la Primera Guerra mundial y de los partidos comunistas en vísperas de la Segunda.

5) El golpismo ([1]) –igualmente llamado aventurismo ([2])– aparece como lo opuesto al oportunismo. So pretexto de «intransigencia» o de «radicalismo» se declara siempre dispuesto a lanzarse al asalto de la burguesía en combates «decisivos» aún cuando las condiciones para un combate así no existan en el proletariado. Puede incluso que llegue a tildar de oportunista, conciliadora y hasta de traidora a la corriente auténticamente proletaria y marxista que procura evitar que la clase obrera entable un combate perdido de antemano. En realidad, surgido de las mismas fuentes que el oportunismo (la impaciencia pequeño burguesa) ocurre a menudo que acaben convergiendo. La historia está llena de ejemplos de corrientes oportunistas que apoyaron a corrientes golpistas o se convirtieron al radicalismo golpista. Por ejemplo, a principios de siglo, la derecha de la socialdemocracia alemana daba su apoyo, en contra de su oposición de izquierdas representada, entre otros, por Rosa Luxemburgo, a los socialistas revolucionarios rusos adeptos del terrorismo. De igual modo, en enero de 1919, mientras que Rosa Luxemburgo se pronuncia en contra de la insurrección de los obreros de Berlín, tras la provocación del gobierno socialdemócrata, los independientes, que justo acababan de dejar ese gobierno, se lanzan a una insurrección que acabó en matanza de miles de obreros y de los principales dirigentes comunistas.

6) El combate contra la penetración de la ideología burguesa y pequeño burguesa en la organización de clase, al igual que contra las diferentes manifestaciones de esa penetración, es una responsabilidad permanente de los revolucionarios. De hecho es incluso el combate principal que haya debido llevar a cabo la corriente auténticamente proletaria y revolucionaria en el seno de las organizaciones de clase, pues es mucho más difícil que el combate directo contra las fuerzas oficiales y declaradas de la burguesía. El combate contra las sectas y el sectarismo fue uno de los primeros que tuvieron que entablar Marx y Engels, sobre todo en el seno de la AIT. De igual modo, el combate contra el individualismo, especialmente el anarquismo, movilizó tanto a aquéllos como a los marxistas de la IIª Internacional (Rosa Luxemburgo y Lenin, en particular). El combate contra el oportunismo fue sin duda el más constante y sistemático llevado a cabo por la corriente revolucionaria desde sus orígenes:

  • contra el «socialismo de Estado» de los lassalianos en los años 1860 y 1870;
  • contra todos los revisionistas y reformistas del estilo de Bernstein o de Jaurès al final del siglo;
  • contra el menchevismo;
  • contra el centrismo al modo de Kautsky en vísperas, durante y tras la Primera Guerra mundial;
  • contra la degeneración de la IC y de los partidos comunistas todo a lo largo de los años 20 y principios de los 30;
  • contra la de la corriente trotskista durante los años 30.

La lucha contra el aventurismo-golpismo no se impuso con la misma constancia que la anterior. Sin embargo, se llevó a cabo desde los primeros pasos del movimiento obrero (contra la tendencia inmediatista Willch-Schapper en la Liga de los comunistas, contra las aventuras bakuninistas en la «Comuna» de Lyón en 1870 y la insurrección cantonal de 1873 en España). Fue también importante durante la oleada revolucionaria de 1917-23; por ejemplo, fue gracias a la capacidad de los bolcheviques para llevar a cabo ese combate en julio de 1917 lo que hizo que la revolución de Octubre pudiese realizarse.

7) Los ejemplos mencionados ponen de relieve que el impacto de esas diferentes manifestaciones de la penetración de ideologías ajenas al proletariado depende estrechamente:

  • de los períodos históricos;
  • del momento de desarrollo de la clase obrera;
  • de las responsabilidades que le incumben en tal o cual circunstancia.

Por ejemplo, una de las manifestaciones más importantes y explícitamente combatidas de la penetración de ideologías ajenas al proletariado, el oportunismo, aunque se haya manifestado durante toda la historia del movimiento obrero, encuentra su terreno más idóneo en los partidos de la IIª Internacional, en un período:

  • propicio para las ilusiones de una posible conciliación con la burguesía, a causa de la prosperidad del capitalismo y de los avances reales en las condiciones de vida de la clase obrera;
  • en el que la existencia de partidos de masas favorece la idea de que la simple presión de esos partidos podría transformar progresivamente el capitalismo para desembocar en el socialismo.

También, la penetración del oportunismo en los partidos de la IIIª Internacional está muy determinada por el reflujo de la oleada revolucionaria. Este reflujo hace favorecer la idea de que es posible ampliar la audiencia en las masas obreras haciendo concesiones a las ilusiones que ésta alberga sobre cuestiones como el parlamentarismo, el sindicalismo o la naturaleza de los partidos socialistas.

La importancia del momento histórico sobre los diferentes tipos de expresiones de la penetración de ideologías ajenas a la clase obrera aparece todavía más claramente en lo que a sectarismo se refiere. Este está, en efecto, muy presente en los inicios mismos del movimiento obrero, cuando los proletarios apenas si estaban separándose del artesanado y de las sociedades gremiales y sus rituales y secretos corporativos. De igual modo, el sectarismo vuelve a surgir en lo más profundo de la contrarrevolución con la corriente bordiguista, la cual encuentra en el repliegue en sí misma un medio, erróneo evidentemente, para protegerse de la amenaza del oportunismo.

8) El fenómeno del parasitismo político, que es también esencialmente resultado de la penetración de ideologías ajenas en el seno de la clase obrera, no ha sido objeto, a lo largo de la historia del movimiento obrero, de la misma atención que otros fenómenos como el oportunismo. Y esto es así porque el parasitismo no afecta significativamente a las organizaciones proletarias más que en momentos muy específicos de la historia. El oportunismo es, por ejemplo, una amenaza constante para las organizaciones proletarias y se expresa especialmente en los momentos en los que tienen su mayor desarrollo. En cambio, el parasitismo no encuentra su sitio en los momentos más importantes del movimiento de la clase. Al contrario, es en un período de inmadurez relativa del movimiento en el que las organizaciones del proletariado tienen todavía un impacto débil y pocas tradiciones cuando el parasitismo encuentra en ellas su terreno más favorable. Esto está relacionado con la naturaleza misma del parasitismo, el cual, para ser eficaz, debe tener frente a sí a elementos en búsqueda de las posiciones de clase, a los que les cuesta diferenciar a las verdaderas organizaciones de clase de las corrientes cuya única razón de ser es vivir a expensas de aquéllas, sabotear su acción e incluso destruirlas. Al mismo tiempo, el fenómeno del parasitismo, también por naturaleza, no aparece en el momento en que empieza el desarrollo de las organizaciones de la clase, sino cuando éstas ya están formadas y ya han dado la prueba de que defienden de verdad los intereses proletarios.

Ésos son los factores presentes en la primera manifestación histórica del parasitismo político, o sea en la Alianza de la democracia socialista, la cual intentó minar el combate de la Iª Internacional (AIT) y destruirla.

9) Incumbió a Marx y Engels el haber identificado los primeros la amenaza que representa el parasitismo para las organizaciones revolucionarias:

«Ya ha llegado la hora, de una vez por todas, de acabar con las luchas internas provocadas día tras día en nuestra Asociación por la presencia de ese cuerpo parásito. Esas peleas sólo sirven para malgastar la energía que debería utilizarse para combatir el régimen de la burguesía. Al paralizar la actividad de la Internacional contra los enemigos de la clase obrera, la Alianza sirve admirablemente a la burguesía y a los gobiernos» (Engels, El Consejo general a todos los miembros de la Internacional, advertencia contra la Alianza de Bakunin).

La noción de parasitismo no es pues ni mucho menos una «invención de la CCI». Fue la AIT la primera en tener que enfrentarse a esa amenaza contra el movimiento proletario, una AIT que la identificó y la combatió. Fue la AIT, empezando por Marx y Engels, la que ya definió como parásitos a esos elementos politizados que, aun pretendiendo adherirse al programa y a las organizaciones del proletariado, concentraron todos sus esfuerzos en combatir, no contra la clase dominante, sino contra las organizaciones de la clase revolucionaria. Lo esencial de su actividad fue denigrar y maniobrar contra el campo comunista, por mucho que pretendieran pertenecer a él y estar a su servicio ([3]).

«Por primera vez en la historia de la lucha de clase, nos vemos enfrentados a una conspiración secreta en el corazón mismo de la clase obrera, una conspiración destinada a sabotear no ya el régimen de explotación existente, sino la Asociación misma, que es el enemigo más acérrimo de ese régimen» (Engels, Informe al Congreso de La Haya sobre la Alianza).

10) En la medida en que el movimiento obrero dispone con la AIT de una rica experiencia de lucha contra el parasitismo, es de la mayor importancia, para hacer frente a las ofensivas parásitas de hoy y armarse contra ellas, recordar las enseñanzas principales de esa lucha del pasado. Estas enseñanzas se refieren a varios aspectos:

  • el momento de surgimiento del parasitismo;
  • sus especificidades en relación con otros peligros a los que se enfrentan las organizaciones revolucionarias;
  • sur terreno de reclutamiento;
  • sus métodos;
  • los medios de una lucha eficaz contra él.

Como hemos de ver, existen en todos esos aspectos, una similitud sorprendente entre la situación que hoy tiene que encarar el medio proletario y la de la AIT.

11) Incluso si afectaba a una clase obrera todavía inexperimentada, el parasitismo, como ya hemos visto, sólo apareció históricamente como enemigo del movimiento obrero cuando éste alcanzó cierto grado de madurez, superando su fase infantil del sectarismo. «La primera fase en la lucha del proletariado contra la burguesía se caracterizó por el movimiento de las sectas. Se justificaba en el tiempo en el que el proletariado no estaba lo suficientemente desarrollado para actuar como clase» (Marx/Engels).

Fueron la aparición del marxismo, la maduración de la conciencia de clase proletaria y la capacidad de la clase y de su vanguardia para organizar su lucha lo que dio bases sanas al movimiento obrero.

«A partir de ese momento, cuando el movimiento de la clase obrera se hizo realidad, las utopías fantásticas desaparecieron (...) pues el lugar de esas utopías había sido ocupado por la compresión real de las condiciones históricas de ese movimiento, y porque las fuerzas de una organización de combate de la clase obrera empezaban reunirse cada día más» (Marx, La Guerra civil en Francia, primer proyecto).

De hecho, el parasitismo apareció históricamente como respuesta a la fundación de la Primera internacional, a la que Engels definía como «el medio de ir disolviendo y absorbiendo progresivamente a todas las pequeñas sectas» (Engels, Carta a Kelly/Vischnevertsky)

En otras palabras, la Internacional era un instrumento que obligaba a los diferentes componentes del movimiento obrero a entrar en un proceso colectivo y público de clarificación, y a someterse a una disciplina unificada, impersonal, proletaria, organizativa. Al principio, la declaración de guerra del parasitismo al movimiento revolucionario se expresó en esa resistencia a la «disolución y absorción» internacional de todas las particularidades y autonomías programáticas y organizativas no proletarias.

«Las sectas, que al principio habían sido palancas del movimiento, han acabado convirtiéndose en una traba al no estar ya al orden del día, volviéndose así reaccionarias. La prueba de ello son las sectas en Francia y en Gran Bretaña y últimamente los lassallianos en Alemania, los cuales, después de años de apoyo a la organización del proletariado, se han convertido sencillamente en armas de la policía» (Marx/Engels: Las Pretendidas escisiones en la Internacional).

12) Es ese análisis dinámico desarrollado por la Primera internacional lo que explica por qué el período actual, los años 80 y sobre todo los 90, ha sido testigo de un desarrollo del parasitismo sin precedentes desde los tiempos de la Alianza y de la corriente lassaliana. En efecto, estamos hoy confrontados a cantidad de agrupamientos informales, que actúan a menudo en la sombra, que pretenden pertenecer a la Izquierda comunista, pero que dedican toda su energía a combatir a las organizaciones marxistas existentes más que al régimen burgués. Como en los tiempos de Marx y Engels, esta oleada parasitaria reaccionaria tiene la función de sabotear el desarrollo del debate abierto y de la clarificación proletaria, impidiendo que se establezcan reglas de comportamiento que vinculen a todos los miembros del campo proletario. La existencia:

  • de una corriente internacional marxista como la CCI, que rechaza el sectarismo y el monolitismo;
  • de polémicas públicas entre organizaciones revolucionarias;
  • del debate actual sobre los principios organizativos marxistas y la defensa del medio revolucionario;
  • de nuevos elementos revolucionarios en búsqueda de verdaderas tradiciones marxistas, organizativas y programáticas;

están entre los elementos más importantes que suscitan actualmente el odio y la ofensiva del parasitismo político.

Como lo hemos visto con la experiencia de la AIT, sólo es en los períodos en los que el movimiento obrero pasa de un estadio de inmadurez fundamental a un nivel cualitativamente superior, específicamente comunista, cuando el parasitismo se convierte en su principal adversario. En el período actual, esa inmadurez no es el producto de la juventud del movimiento obrero en su conjunto, como en tiempos de la AIT, sino ante todo, el resultado de los 50 años de contrarrevolución que siguieron a la oleada revolucionaria de los años 1917-23. Hoy, esa ruptura de la continuidad orgánica con las tradiciones de las generaciones pasadas de revolucionarios es lo que explica, ante todo, el peso de los reflejos y de los comportamientos antiorganizativos de pequeño burgués de muchos elementos que se reivindican del marxismo y de la Izquierda comunista.

13) Junto a toda una serie de semejanzas entre las condiciones y características del surgimiento del parasitismo en tiempos de la AIT y del parasitismo de nuestros días, cabe señalar una diferencia notable entre dos épocas: en el siglo pasado, el parasitismo había tomado sobre todo la forma de una organización estructurada y centralizada Dentro de la organización de la clase, mientras que hoy toma sobre todo la forma de pequeños grupos, e incluso de elementos «no organizados» (aunque a menudo trabajan juntos). Esa diferencia no cambia la naturaleza básicamente idéntica del fenómeno del parasitismo en esos dos períodos. Se explica por los hechos siguientes:

  • uno de los campos abonados en que se desarrolla la Alianza es el de los restos de las sectas del período precedente. La Alianza recuperó incluso de las sectas su estructura estrechamente centralizada en torno a un «profeta» y su gusto por la organización clandestina; en cambio, uno de los elementos en los que se apoya el parasitismo actual son los restos de la «contestación» estudiantil que fue uno de los lastres de la reanudación histórica del combate proletario de finales de los años 60, especialmente en 1968, con toda su parafernalia de individualismo, de cuestionamiento de la organización o de la centralización, presuntas «negadoras del individuo» ([4]);
  • en el momento de la AIT, sólo existía una organización agrupadora del movimiento proletario, de modo que las corrientes cuya vocación era destruirla, por mucho que se reivindicaran de su combate contra la burguesía, estaban obligadas a actuar en su seno; en cambio, en una época histórica en la que quienes representan el combate revolucionario están dispersos entre las diferentes organizaciones del medio político proletario, cada grupo del ámbito parásito puede presentarse como perteneciente a ese medio del que sería un «componente» más junto a los demás grupos.

A ese respecto, debemos afirmar claramente que la dispersión actual del medio político proletario y todos los métodos sectarios que impiden o entorpecen el esfuerzo hacia un agrupamiento o el debate fraterno entre sus diferentes componentes, hacen el juego del parasitismo.

14) El marxismo, tras la experiencia de la AIT, puso de relieve las diferencias entre el parasitismo y las demás manifestaciones de la penetración de ideologías ajenas en las organizaciones de la clase. Por ejemplo, el oportunismo, aunque pueda manifestarse en un primer tiempo organizativamente (como ocurrió con los mencheviques en 1903), combate sobre todo el programa de la organización proletaria. En cambio, el parasitismo, para poder desempeñar su papel, no combate en principio el programa. Su acción la ejerce sobre todo en el plano organizativo, aunque, a veces, para poder «reclutar» se vea llevado a poner en entredicho algunos aspectos del programa. Así pudo verse a Bakunin aferrarse a la idea de la «abolición del derecho de herencia» en el Congreso de Basilea de 1869, porque sabía que podía reunir a bastantes delegados en torno a esa vacua y demagógica reivindicación, teniendo en cuenta la cantidad de ilusiones que sobre ese tema había entonces en la Internacional. Pero lo que pretendía, en realidad, era echar abajo al Consejo general influenciado por Marx, Consejo que combatía esa reivindicación, para así formar un Consejo general a su servicio ([5]).

Al combatir directamente la estructura organizativa de las formaciones proletarias, el parasitismo es, cuando las condiciones históricas permiten su aparición, un peligro mucho mayor que el oportunismo. Esas dos manifestaciones de la penetración de ideologías que les son ajenas, son un peligro mortal para las organizaciones proletarias. El oportunismo conduce a su muerte como instrumentos de la clase obrera al ponerse al servicio de la burguesía. Pero, como combate ante todo el programa, solo puede alcanzar ese resultado tras un proceso durante el cual la corriente revolucionaria, la Izquierda, puede, por su parte, desarrollar en el seno de la organización un combate por la defensa del programa ([6]).

En cambio, al estar la organización misma, como estructura, amenazada por el parasitismo, a la corriente proletaria le queda menos tiempo para organizar su defensa. El ejemplo de la AIT es significativo a ese respecto: la totalidad del combate en su seno contra la Alianza sólo dura cuatro años, entre 1868, cuando Bakunin entra en la Internacional, y 1872, cuando es excluido por el Congreso de La Haya. Esto pone de relieve la necesidad para la corriente proletaria de replicar rápidamente al parasitismo, de no esperar a que haya causado estragos antes de entablar el combate contra él.

15) Como ya hemos visto, debe distinguirse el parasitismo de las demás manifestaciones de la penetración en el seno de la clase de ideologías que le son ajenas. Sin embargo, utilizar esos otros tipos de manifestaciones es una de las características del parasitismo. Esto se debe a los orígenes del parasitismo, que es resultado de esa penetración de influencias ajenas al proletariado, pero también al hecho de que sus métodos, que lo que intentan en última instancia es destruir las organizaciones proletarias, hacen caso omiso del menor principio y de cualquier escrúpulo. Así, en el seno de la AIT y del movimiento obrero de la época, la Alianza se distinguió, como ya hemos dicho, por su capacidad por sacar provecho de los vestigios del sectarismo, empleando métodos oportunistas (como en el tema del derecho de herencia, por ejemplo) o lanzándose en movimientos totalmente aventuristas («Comuna» de Lyón e insurrección cantonalista de 1873 en España).

De igual modo, se apoyó fuertemente en el individualismo de un proletariado que estaba saliendo del artesanado y del campesinado (especialmente en España y en el Jura suizo). Las mismas características se encuentran en el parasitismo de hoy. El papel del individualismo en la formación del parasitismo actual ya ha sido puesto de relieve, pero vale la pena señalar también que todas las escisiones de la CCI que acabaron formando grupos parásitos (GCI, CBG, FECCI) se apoyaron en métodos sectarios al romper prematuramente y negarse a llevar hasta el final el debate por el esclarecimiento de las cosas. De igual modo, el oportunismo fue una de las marcas del GCI, el cual, tras haber acusado a la CCI, cuando sólo era una «tendencia» en su seno, de no imponer suficientes exigencias a los nuevos candidatos, se dedicó a la «pesca» sin principios, modificando su programa en el sentido de las patrañas izquierdistas de moda, como el tercermundismo, por ejemplo. Ese mismo oportunismo fue puesto en práctica por el CBG y la FECCI, quienes, a principios de los años 90, se metieron en un innoble regateo en un intento de agrupamiento. Y en fin, en lo que se refiere al aventurismo-golpismo, es de notar que, por no hablar de las serviles complacencias del GCI para con el terrorismo, todos esos grupos, sistemáticamente, se han metido de pies juntillas en todas las trampas que tiende la burguesía a la clase obrera, llamado a ésta a desarrollar sus luchas cuando el terreno había sido previamente minado por la clase dominante y sus sindicatos, como así ocurrió, en particular, en el otoño de 1995 en Francia.

16) La experiencia de la AIT puso de relieve la diferencia que podía existir entre el parasitismo y el «pantano», aunque esta palabra no se usara en aquella época. El marxismo define el pantano como una zona política en la que se encuentran posiciones de la clase obrera y posiciones de la pequeña burguesía. Esas zonas pueden aparecer como una primera etapa en un proceso de toma de conciencia de sectores del proletariado o de ruptura con posiciones burguesas. Pueden también ser vestigios de corrientes que, en un momento dado, expresaron un esfuerzo auténtico de toma de conciencia pero que han sido incapaces de evolucionar en función de las nuevas condiciones de la lucha proletaria y de la experiencia de dicha lucha. Esas zonas pantanosas no pueden, en general, mantenerse estables. La tirantez a que están sometidas entre las posiciones proletarias y las de las demás clases las hace desembocar o plenamente en posiciones revolucionarias o a unirse a las posiciones de la burguesía, o, también, a desgarrarse entre ambas tendencias. Este proceso de decantación está impulsado y acelerado generalmente por los grandes acontecimientos a que se ve enfrentada la clase obrera. En el siglo XX han sido sobre todo la guerra imperialista y la revolución proletaria. El sentido general de esa decantación depende en gran medida de la evolución de la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado. Ante esas corrientes, la Izquierda en el movimiento obrero siempre ha tenido la actitud de no considerarlas como perdidas en bloque para el combate proletario, sino impulsar en su seno hacia una clarificación que permita a los elementos más sanos unirse plenamente a ese combate, pero denunciando con la mayor firmeza a quienes toman el camino de la clase enemiga.

17) En la AIT, existían, junto a la corriente marxista, que era su vanguardia, corrientes que podrían definirse con ese término de «pantano». Así era con algunas corrientes proudhonianas, por ejemplo, las cuales habían sido, en la primera parte del siglo XIX, una vanguardia auténtica del proletariado en Francia. En el momento del combate contra el cuerpo parásito que era la Alianza, esas corrientes habían dejado de ser esa vanguardia. Sin embargo, a pesar de todas sus confusiones, fueron capaces de participar en el combate por salvar la Internacional, especialmente en el Congreso de La Haya. La corriente marxista tuvo para con ellos una actitud muy diferente de la que tuvo con la Alianza. En ningún momento se planteó el excluirlos. Al contrario, debían ser asociados al combate de la AIT contra sus enemigos, no sólo por el peso que seguían teniendo en la Internacional, sino también porque ese combate era una experiencia que iba a permitir esclarecerse a esas corrientes. En la práctica, ese combate permitió verificar la diferencia fundamental entre el pantano y el parasitismo. Mientras que el pantano está animado de una vida proletaria que le permite, o a sus mejores elementos, unirse a la corriente revolucionaria, el parasitismo, en cambio, al ser su función la de destruir la organización de clase, nunca podrá evolucionar en ese sentido, aunque haya ciertos elementos que conscientes de haber sido engañados por el parasitismo, podrían seguir ese camino.

Es hoy importante seguir haciendo esa diferencia entre corrientes del pantano ([7]) y corrientes parásitas. Por un lado, los grupos del medio proletario deben hacerlo todo por hacer evolucionar a aquéllos hacia posiciones marxistas provocando en su seno la clarificación política, y, por otro, deben ser lo más intransigentes hacia el parasitismo, denunciando el sórdido papel que desempeñan en beneficio de la burguesía. Y esto es tanto más importante porque las corrientes del pantano, por sus confusiones (especialmente sus reticencias hacia la organización, como así ocurría con quienes se reivindicaban del consejismo), son muy vulnerables a los ataques del parasitismo.

18) Todas las manifestaciones de la penetración de ideologías ajenas en el seno de las organizaciones proletarias hacen el juego de la clase enemiga. Eso es especialmente evidente en lo que se refiera al parasitismo cuya finalidad es la destrucción de esas organizaciones, lo reconozcan o no. A este respecto, la AIT lo dejó muy claro al afirmar que incluso si no era un agente del Estado capitalista, Bakunin servía sus intereses mejor que si lo hubiera sido. Esto no significa, sin embargo, que el parasitismo sea de por sí un sector del aparato político de la clase dominante a imagen de las corrientes burguesas de extrema izquierda tales como el trotskismo hoy. De hecho, Marx y Engels no consideraban, ni siquiera a los parásitos mejor conocidos de la época como Bakunin o Lasalle, como representantes políticos de la clase burguesa. Este análisis es resultado de la comprensión de que el parasitismo no es como tal una fracción de la burguesía, al no tener ni programa ni orientación específica para el capital nacional, ni ocupar un lugar particular en los órganos estatales de control de la lucha de la clase obrera. Sin embargo, a causa de los servicios que el parasitismo hace a la clase capitalista, se beneficia de una solicitud muy especial por parte de ésta. Esta solicitud se expresa principalmente de tres maneras:

  • apoyo político a las maniobras del parasitismo. La prensa burguesa, por ejemplo, tomó la defensa de la Alianza y de Bakunin en su conflicto con el Consejo general;
  • infiltraciones y maniobras de agentes del Estado dentro de las corrientes parasitarias; la sección de Lyón de la Alianza estaba, por ejemplo, directamente dirigida por dos agentes bonapartistas, Richard y Blanc.
  • la creación directa por sectores de la burguesía de corrientes políticas con la función de hacer de parásito de la organización proletaria. Por ejemplo, se creó la Liga por la paz y la libertad (dirigida por Vogt, agente bonapartista), la cual, según dijo el propio Marx, «ha sido fundada en oposición a la Internacional» y que intentó, en 1868, «aliarse» con ésta.

A ese respecto, hay que decir que, aunque la mayoría de las corrientes parásitas hacen alarde de un programa proletario, éste no es indispensable para que una organización pueda llevar a cabo una función de parasitismo político, pues ésa no se define por las posiciones que proclama sino por su actitud destructora para con las organizaciones de la clase obrera.

19) En el período actual, ahora que las organizaciones proletarias no tienen ni mucho menos la notoriedad que tenía la AIT en su época, la propaganda burguesa oficial no se preocupa de aportar un apoyo a los grupos y elementos parásitos (lo cual tendría, además, la desventaja de desprestigiarlos ante quienes se acercan a las posiciones comunistas). Cabe señalar, sin embargo, que en las campañas burguesas específicamente dirigidas contra la Izquierda comunista, las que se refieren al «negacionismo» dejan un lugar importante a grupos como el ex Mouvement communiste, la Banquise, etc., presentados como representantes de la Izquierda comunista, cuando, en realidad, tenían más bien un comportamiento parásito.

Quien sí era un agente del Estado fue el denominado Chenier ([8]), el cual desempeñó un papel motor en la creación en 1981, en la CCI, de una «tendencia secreta», la cual, tras haber logrado hacer que desapareciera la mitad de la sección en Gran Bretaña, engendró a uno de los grupúsculos parásitos más típicos, el CBG.

En fin, los intentos de las corrientes burguesas por infiltrar el medio proletario y asumir en él una función parásita pueden observarse perfectamente con la acción del grupo izquierdista español Hilo rojo, el cual hizo toda clase de zalamerías durante años para atraerse las simpatías del medio proletario antes de lanzarse a un ataque en regla contra él. Otro ejemplo de ello es la OCI, grupo izquierdista italiano del que algunos elementos pasaron por el bordiguismo, presentándose hoy como el «auténtico heredero» de esa corriente.

20) La vocación fundamental de los círculos parásitos, que es luchar contra las verdaderas organizaciones proletarias, facilita evidentemente la penetración de agentes del Estado en ellos. De hecho, lo que abre las puertas del medio parásito de par en par a esa infiltración es el reclutamiento mismo de ese medio: son elementos que rechazan la disciplina de una organización de clase, desprecian su funcionamiento estatutario, se complacen en el informalismo, en las lealtades personales antes que la lealtad a la organización. Las puertas se abren también de par en par a esos auxiliares involuntarios del Estado capitalista que son los aventureros, elementos desclasados que intentan poner el movimiento obrero al servicio de sus ambiciones y de una notoriedad y de un poder que les niega la sociedad burguesa. En la AIT, el ejemplo de Bakunin es, evidentemente, el más conocido. Marx y sus camaradas nunca pretendieron que Bakunin fuera un agente directo del Estado. De lo que sí fueron capaces fue no sólo de identificar, sino también denunciar los servicios que estaba involuntariamente haciendo a la clase dominante, y también el método y los orígenes de clase de los aventureros en el seno de las organizaciones proletarias y el papel que desempeñaron como dirigentes del parasitismo. Así, respecto a las maniobras de Bakunin en la AIT, escribían que los «elementos desclasados» habían sido capaces «de infiltrarse y establecer, en su centro mismo, organizaciones secretas». Esta misma idea es recogida por Bebel respecto a Schweitzer, líder de la corriente lassaliana (la cual, además de su oportunismo, tenía un componente parásito importante): «Se unió al movimiento en cuanto vio que para él no había porvenir en la burguesía, que para él, cuyo modo de vida había desclasado muy pronto, la única esperanza era desempeñar un papel en el movimiento obrero, al que su ambición y sus capacidades le predestinaban» (Bebel, Autobiografía).

21) Dicho lo cual, aunque las corrientes parásitas están a menudo dirigidas por aventureros desclasados (eso cuando no son agentes directos del Estado), no reclutan únicamente en esa categoría. Hay también en ellas elementos que pueden estar al principio animados por una voluntad revolucionaria y cuyo objetivo no es destruir la organización, pero que:

  • impregnados de ideología pequeño burguesa, impaciente, individualista, afinitaria, elitista;
  • «decepcionados» por una clase obrera que no avanza lo bastante rápido a su gusto;
  • que soportan mal la disciplina organizativa, frustrados de no encontrar en la actividad militante las «gratificaciones» que de ella esperaban o de no alcanzar las «plazas» a que aspiraban;
  • acaban desarrollando una hostilidad básica contra la organización proletaria, por mucho que se disfrace esa hostilidad de pretensiones «militantes».

En la AIT pudo comprobarse ese comportamiento en algunos elementos del Consejo general como Eccarius, Jung y Hales.

Por otra parte, el parasitismo es capaz de reclutar elementos proletarios sinceros y militantes, pero que, con el lastre de las debilidades pequeño burguesas o la falta de experiencia, se dejan arrastrar, engañar y hasta manipular por elementos claramente antiproletarios. Esto fue lo que ocurrió, en la AIT, con la mayoría de los obreros que formaron parte de la Alianza en España.

22) En cuanto a la CCI, las escisiones que desembocaron en la formación de grupos parásitos se debieron en la mayoría de los casos a elementos animados por las mismas ideas pequeño burguesas descritas arriba. El impulso dado por intelectuales dolidos por la falta de «reconocimiento», la impaciencia por no lograr convencer a los demás militantes de la «exactitud» de sus posiciones o a causa de la lentitud en el desarrollo de la lucha de clases, las susceptibilidades contrariadas por la crítica a las posiciones defendidas o al comportamiento, el rechazo a una centralización vivida como «estalinismo», todo eso han sido los motores de la constitución de «tendencias» que han terminado en la formación de grupos parásitos más o menos efímeros y en deserciones que han acabado alimentando el parasitismo informal. Sucesivamente, la «tendencia» de 1979, que iba a acabar en la formación del «Groupe communiste internationaliste», la tendencia Chénier, uno de cuyos vástagos fue el difunto «Communist Bulletin Group», la «tendencia» McIntosh-ML-JA (formada, en gran parte, por miembros del órgano central de la CCI) que originó la FECCI (transformada más tarde en Perspective internationaliste) fueron ejemplos típicos de ese fenómeno. En esos episodios pudimos ver a elementos con preocupaciones proletarias indiscutibles dejarse arrastrar por fidelidad personal hacia los jefes de esas «tendencias» que no formaban parte de ellas pero sí de los «clanes» tal como la CCI los ha definido. El que todas las escisiones parásitas de nuestra organización aparecieran primero con la forma de clanes internos, no es casual. En realidad, hay un gran parecido entre los comportamientos organizativos en que se forman los clanes y los que alimentan el parasitismo: individualismo, marco estatutario vivido como una coacción, frustraciones hacia la actividad militante, lealtad hacia las personas en detrimento de la lealtad a la organización, influencia de «gurús» y demás personajes en búsqueda de un poder personal sobre otros militantes.

De hecho, lo que ya es la formación de clanes, o sea la destrucción del tejido organizativo, tiene en el parasitismo su expresión última: la voluntad de destruir las organizaciones proletarias mismas ([9]).

23) La heterogeneidad (marca del parasitismo, pues cuenta en sus filas tanto a elementos relativamente sinceros como a elementos impulsados por el odio a la organización proletaria y hasta aventureros políticos o agentes directos del Estado), es el terreno por excelencia de las políticas secretas que permiten a los elementos más hostiles a las preocupaciones proletarias arrastrar a aquéllos tras sí. La presencia de elementos «sinceros», sobre todo quienes han hecho esfuerzos auténticos por la construcción de la organización, es para el parasitismo una de las condiciones de su éxito pues puede así acreditar su etiqueta «proletaria» fraudulenta, del mismo modo que el sindicalismo necesita militantes «sinceros y entregados» para cumplir su función. Y, al mismo tiempo, el parasitismo y sus elementos más en punta no pueden ejercer su control sobre sus tropas si no es ocultando sus verdaderos fines. La Alianza en la AIT, por ejemplo, constaba de varios círculos en torno al «ciudadano B» y había estatutos secretos reservados a los «iniciados». «La Alianza divide a sus miembros en dos castas, iniciados y no iniciados, aristócratas y plebeyos, estando éstos condenados a ser dirigidos por aquellos por medio de una organización cuya existencia ignoran» (Engels, Informe sobre la Alianza) Hoy, el parasitismo actúa de la misma manera y es rarísimo que los grupos parásitos, especialmente los aventureros o intelectuales frustrados que los animan, anuncien claramente su programa. En esto, cabe decir que el llamado Mouvement communiste ([10]), que dice claramente que hay que destruir el medio de la Izquierda comunista, es a la vez una caricatura y el portavoz más patente de la naturaleza profunda del parasitismo.

24) Los métodos empleados por la Primera internacional y los eisenachianos contra el parasitismo son perfectamente comparables con los usados por la CCI hoy en día. Las maniobras del parasitismo fueron denunciadas en los documentos públicos de los congresos, en la prensa, en las reuniones obreras, incluso en el Parlamento. Se demostró con creces que eran las clases dominantes mismas las que estaban detrás de unos ataques cuya finalidad era acabar con el marxismo. Los trabajos del Congreso de La Haya así como los célebres discursos de Bebel contra la política secreta de Bismarck y Schweitzer pusieron de relieve la capacidad del movimiento obrero para dar una explicación global a la vez que denunciaban esas maniobras de un modo muy concreto. Entre las razones más importantes dadas por la Primera Internacional para explicar la publicación de las revelaciones sobre las maniobras de Bakunin, encontramos, ante todo, las siguientes:

  • desenmascararlas abiertamente era el único medio para acabar de una vez con esos métodos en el movimiento obrero; sólo la toma de conciencia por todos sus miembros de la importancia de esas cuestiones podía impedir que se repitieran en el futuro;
  • era necesario denunciar públicamente la Alianza de Bakunin para disuadir a quienes usaban los mismos métodos; Marx y Engels sabían perfectamente que seguía habiendo otros parásitos que estaban llevando a cabo una política secreta dentro y fuera de la organización (como los adeptos de Pyatt, por ejemplo);
  • solo un debate público podría quebrar el control de Bakunin sobre muchas de sus víctimas, animándolas a dar testimonio; por eso fueron puestos a la luz del día los métodos de manipulación de Bakunin, especialmente con la publicación del Catecismo revolucionario;
  • una denuncia pública era indispensable para impedir que se asociara a la Internacional con semejantes prácticas; así, la decisión de excluir a Bakunin de la Internacional se tomó tras haber tenido conocimiento de todo lo relativo al asunto Nechaiev y la comprensión del peligro de que este asunto fuera utilizado contra la Asociación;
  • las lecciones de esta lucha tenían una importancia histórica, no sólo para la Internacional, sino para el porvenir del movimiento obrero; con ese mismo estado de ánimo, Bebel dedicaría, años después, casi ochenta páginas de su autobiografía a la lucha contra Lassalle y Schweitzer.

En fin, en el centro de esta política estaba la necesidad de desenmascarar a los aventureros políticos, tales como Bakunin y Schwitzer.

No diremos bastante hasta qué punto esa actitud caracterizó toda la vida política de Marx, como puede verse en su denuncia de los secuaces de Lord Palmerston y de Herr Vogt. Comprendía perfectamente que ocultar ese tipo de asuntos bajo la alfombra sólo podía beneficiar a la clase dominante.

25) Es esa misma tradición del movimiento obrero la que hoy prosigue la CCI con sus artículos sobre su propia lucha interna, sus polémicas contra el parasitismo, el anuncio público de la exclusión unánime de uno de sus miembros por el XIº Congreso internacional, la publicación de artículos sobre la francmasonería, etc. La defensa de la CCI, en particular, de los tribunales de honor en casos de individuos que han perdido la confianza de las organizaciones revolucionarias, para defender al medio político como un todo, se inspira en el mismo método que el Congreso de La Haya y de las comisiones de encuesta de los partidos obreros en Rusia sobre personas de quienes se sospechaba que eran agentes provocadores.

La lluvia de protestas y de acusaciones, continuada por la prensa burguesa, tras la publicación de los principales resultados de la encuesta sobre la Alianza pusieron en evidencia que es ese riguroso método de denuncia pública lo que más molesta a la burguesía. De igual modo, la manera con la que la dirección oportunista de la IIª Internacional ignoró sistemáticamente, en los años antes de 1914), el famoso capítulo «Marx contra Bakunin» en la historia del movimiento obrero es muestra del mismo miedo por parte de todos los defensores de las ideas organizativas pequeño burguesas.

26) Hacia la infanteria pequeño burguesa del parasitismo, la política del movimiento obrero ha sido la de hacerla desaparecer del escenario político. En esto, la denuncia de las posiciones políticas absurdas y de las actividades políticas de los parásitos es de la mayor importancia. Engels en su célebre artículo «Los bakuninistas en acción», durante la sublevación de 1873 en España, apoyó y completó las revelaciones sobre el comportamiento organizativo de la Alianza. Hoy la CCI ha adoptado la misma política combatiendo la existencia de los adeptos de los variados centros organizados o «inorganizados» del medio parásito.

Por lo que se refiere a los elementos más o menos proletarios que se dejan más o menos engañar por el parasitismo, la política del marxismo ha sido siempre muy diferente. Esta ha consistido en meter una cuña entre esos elementos y la dirección parásita orientada o animada por la burguesía, demostrando que son víctimas de ella. La meta de esta política es la de aislar la dirección parásita alejando a sus víctimas de su zona de influencia. Hacia esas «víctimas», el marxismo siempre ha denunciado su actitud y sus actividades a la vez que lucha para reavivar su confianza en la organización y en el medio proletario. El trabajo de Lafargue y de Engels hacia la sección española de la Primera internacional es una perfecta plasmación de esa política.

La CCI prosigue también esa tradición, organizando confrontaciones con el parasitismo para volver a ganarse a los elementos manipulados. La denuncia de Bebel y Liebknecht a Schweitzer como agente de Bismark en un mitin de masas del partido lassaliano en Wuppertal es un ejemplo bien conocido de esa actitud.

27) En el movimiento obrero, la tradición de lucha contra el parasitismo se perdió después de los grandes combates en la AIT. Por las razones siguientes:

  • el parasitismo no fue un peligro importante para las organizaciones proletarias después de la AIT;
  • la largo duración y profundidad de la contrarrevolución.

Ese es un factor de debilidad muy importante del medio político proletario frente a la ofensiva del parasitismo. Ese peligro es tanto más grave porque la presión ideológica de la descomposición del capitalismo, presión que, como la CCI ha evidenciado, facilita la penetración de la ideología pequeño burguesa con sus características más extremas([11]), crea permanentemente un campo abonado para el desarrollo del parasitismo. Es pues una responsabilidad muy importante la que incumbe al medio proletario la de entablar una lucha determinada contra ese peligro. En cierto modo, la capacidad de las corrientes revolucionarias para identificar y combatir el parasitismo, será una señal de su capacidad para combatir las demás amenazas que pesan sobre las organizaciones del proletariado, especialmente la amenaza más permanente, la del oportunismo.

De hecho, en la medida en que el oportunismo y el parasitismo tienen ambos el mismo origen (la penetración de la ideología pequeño burguesa) y son un ataque contra los principios de la organización proletaria (principios programáticos aquél y principios organizativos éste), es de lo más natural que se toleren mutuamente y acaben convergiendo. Por eso no es ninguna paradoja si en la AIT se encontraron juntos los bakuninistas «anti-Estado» y los lassalianos «pro-Estado» (una variante del oportunismo). Una de las consecuencias de eso es que es a las corrientes de Izquierda de las organizaciones proletarias a las que incumbe llevar a cabo lo esencial de la lucha contra el parasitismo. En la AIT fueron directamente Marx y Engels y su tendencia quienes asumieron el combate contra la Alianza. No es por casualidad si los principales documentos redactados durante ese combate llevan su firma: la circular del 5 de marzo de 1872 «Las pretendidas escisiones en la Internacional» fue redactada por Marx y Engels, el informe sobre «la Alianza de la democracia socialista y la Asociación internacional de los trabajadores» es fruto del trabajo de Marx, Engels, Lafargue y Utin.

Lo que era válido en tiempos de la AIT, lo sigue siendo hoy. La lucha contra el parasitismo es una de las responsabilidades esenciales de la Izquierda comunista. Se entronca plenamente con la tradición de sus empecinados combates contra el oportunismo. Es hoy uno de los componentes básicos en la preparación del partido de mañana y por ello mismo condiciona, en parte, tanto el momento en que podrá surgir como su capacidad para desempeñar su función en las luchas decisivas del proletariado.


[1] El término usado en el movimiento obrero es el de «putsch» que, en alemán, significa «intentona golpista». En castellano usamos los términos «golpe »-« golpismo», aunque estos términos parezcan evocar únicamente, en los ajustes de cuentas interburgueses de algunas regiones del mundo, la tradición de cambiar el curso de las cosas mediante la acción militar.

[2] Es necesario distinguir los dos sentidos que pueden atribuirse al término «aventurismo». Por un lado, existe el aventurismo de algunos elementos desclasados, los aventureros políticos, quienes, al no poder desempeñar un papel en la clase dominante y haber comprendido que el proletariado estaba destinado a ocupar el primer plano en la vida de la sociedad y en la historia, intentan conquistar su reconocimiento o el de sus organizaciones, un reconocimiento que les permitiría hacer ese papel que la burguesía les niega. Al volverse del lado de la lucha de la clase obrera, el objetivo de esos individuos no es ponerse al servicio de ella sino ponerla al servicio de sus ambiciones. Buscan la fama «yendo al proletariado» como otros la buscan recorriendo el mundo. Aventurismo también es la actitud política que consiste en lanzarse en acciones irreflexivas cuando no hay las mínimas condiciones para su éxito, o sea, la madurez suficiente de la clase. Una actitud así, aunque puede también deberse a aventureros políticos en busca de emociones fuertes, puede también ser la de obreros y militantes totalmente sinceros, entregados y desinteresados, pero que adolecen de juicio político o están cegados por la impaciencia.

[3] Marx y Engels no fueron los únicos en identificar y caracterizar el parasitismo político. A finales del siglo XIX, un gran teórico marxista como Antonio Labriola recogía el mismo análisis del parasitismo: «En este primer tipo de nuestros partidos actuales [se trata de la Liga de los comunistas], en esta célula primera, por decirlo así, de nuestro complejo organismo, elástico y muy desarrollado, no sólo había la conciencia de la misión que cumplir como precursor, sino también la forma y el método de asociación que convienen a los primeros iniciadores de la revolución proletaria. Ya no era una secta: esta forma ya había sido superada. La dominación inmediata y fantástica del individuo había sido eliminada. Lo que predominaba era una disciplina que tenía su origen en la experiencia de la necesidad y en la doctrina que debe ser precisamente la conciencia reflejo de esa necesidad. Lo mismo ocurrió con la Internacional, la cual sólo pareció autoritaria a quienes no pudieron imponer su propia autoridad. Debe ser lo mismo y deberá serlo así en todos los partidos obreros; y allí donde ese carácter no es fuerte, o no puede todavía serlo, la agitación proletaria todavía elemental y confusa, engendra únicamente ilusiones y sólo es un pretexto a las intrigas. Y cuando no es así, es entonces un cenáculo en el que el iluminado se codea con el loco o el espía; será una vez más la Sociedad de hermanos internacionales la que se agarró como un parásito a la Internacional y la desprestigió; (...) o, en fin, un agrupamiento de descontentos en su mayoría desclasados y pequeño burgueses que se ponen a especular sobre el socialismo como se pondrían a hacerlo sobre cualquier frase de la moda política» (Ensayo sobre la concepción materialista de la historia).

[4] Ese fenómeno se refuerza con el peso del consejismo, el cual es, como la CCI lo evidenció, uno de los precios que ha pagado y pagará el movimiento obrero renaciente a la influencia del estalinismo durante todo el período de la contrarrevolución.

[5] Fue, además, por esa razón por la que en ese Congreso, los amigos de Bakunin apoyaron la decisión de fortalecer muy sensiblemente los poderes del Consejo general, mientras que, después, van a exigir que su función no vaya más allá de la de un «buzón de correos».

[6] La historia del movimiento obrero es rica de esos largos combates llevados a cabo por la Izquierda. Podemos citar entre ellos:

  • el de Rosa Luxemburg contra el revisionismo de Bernstein a finales del siglo XIX;
  • el de Lenin contra los mencheviques a partir de 1903;
  • el de Rosa Luxemburg y Pannekoek contra Kautsky sobre la cuestión de la huelga de masas (1908-1911);
  • Pannakoek, Gorter, Bordiga y el conjunto de militantes de la Izquierda de la Internacional comunista (sin olvidar a Trotski, en cierta medida) contra la degeneración de ésta.

[7] En nuestros tiempos, el pantano puede, por ejemplo, estar representado por variantes de la corriente consejista (como las que la reanudación histórica de finales de los 60 hizo surgir y que, sin duda, volverán a aparecer en futuros combates de clase), por vestigios del pasado como los leonistas presentes en el ámbito anglosajón, o por elementos en ruptura con las organizaciones izquierdistas.

[8] No hay pruebas de que Chénier fuera un agente de los servicios de seguridad del Estado. En cambio, su rápida carrera, inmediatamente después de su exclusión de la CCI, en la administración del Estado y, sobre todo, en el aparato del Partido socialista, (que entonces dirigía el gobierno) demuestra que ya debía estar trabajando para ese aparato de la burguesía cuando se presentaba como un «revolucionario».

[9] A los análisis y preocupaciones de la CCI sobre el parasitismo, se le ha opuesto que ese fenómeno sólo concierne a nuestra organización, ya sea como diana ya como «abastecedor» de los círculos parásitos a través de sus escisiones. Es cierto que la CCI es hoy el blanco principal del parasitismo, lo cual se explica porque es la organización más importante y extendida del medio proletario. Por ello, es ella la que provoca más odio por parte de los enemigos de ese medio y no pierden una ocasión de intentar que las demás organizaciones proletarias le sean hostiles. Otra causa de ese «privilegio» que posee la CCI ante el parasitismo está en que nuestra organización es precisamente aquélla de la que han salido más escisiones que han acabado en grupos parásitos. Podemos dar varias explicaciones a ese fenómeno:

Primero, entre las organizaciones del medio político proletario que se han mantenido durante los treinta años que nos separan de 1968, la CCI es la única nueva, mientras que las demás ya existían entonces. De ahí que hubiera en nuestra organización un peso mayor del espíritu de círculo, campo abonado para los clanes y el parasitismo. En las demás organizaciones había, por otro parte, incluso antes de la reanudación histórica de la clase, una como «selección natural» que eliminaba a los aventureros o semiaventureros así como a los intelectuales en busca de público que no tenían la paciencia de llevar a cabo una labor oscura en las pequeñas organizaciones en un momento en que tenían un impacto mínimo en la clase a causa de la contrarrevolución. En el momento de la reanudación proletaria, los elementos de ese tipo juzgaron que podían «ocupar plazas» más fácilmente en una organización nueva, en vías de constitución, que en una organización antigua en la que «las plazas ya estaban ocupadas».

En segundo lugar, existe generalmente una diferencia fundamental entre las escisiones (igualmente numerosas) que han afectado a la corriente bordiguista (que era la más desarrollada internacionalmente hasta los años 70) y las escisiones que han afectado a la CCI. En las organizaciones bordiguistas, que se reivindican oficialmente del monolitismo, las escisiones son esencialmente la consecuencia de la imposibilidad de desarrollar en su seno desacuerdos políticos, lo cual significa que esas escisiones no tienen necesariamente una dinámica parásita. En cambio, las de la CCI no eran resultado del monolitismo o del sectarismo, pues nuestra organización no sólo permite sino que anima al debate y a la confrontación en su seno: las deserciones colectivas fueron el resultado necesariamente de la impaciencia, de frustraciones individualistas, de un comportamiento clánico, y por lo tanto estaban animadas por un espíritu y una dinámica parásitas.

Dicho esto, hay que subrayar que la CCI no es el único blanco del parasitismo, ni mucho menos. Por ejemplo, las denigraciones de Hilo Rojo, así como las del llamado Mouvement communiste van contra toda la Izquierda comunista. De igual modo, el blanco privilegiado de la OCI es la corriente bordiguista. En fin, incluso cuando los grupos parásitos concentran sus ataques contra la CCI, evitando, cuando no bailándoles el agua, a los demás grupos del medio político proletario (como así fue con CBG o como lo hace sistemáticamente Echanges et Mouvement) es en general con el objetivo de aumentar las divisiones y la dispersión entre esos grupos, debilidades que la CCI ha sido siempre la primera en combatir.

[10] Grupo animado por ex miembros de la CCI que después pertenecieron al GCI y por antiguos tránsfugas del izquierdismo, y al que no hay que confundir con el Mouvement communiste de los años 70 que fue uno de los predicadores del modernismo.

[11] «Al principio, la descomposición ideológica afecta evidentemente a la clase capitalista misma y, de rechazo, a las capas pequeño burguesas, que no tienen ninguna autonomía. Puede incluso decirse que éstas se identifican muy bien con la descomposición pues su situación específica, la ausencia de todo porvenir, es reflejo de la causa más importante de la descomposición ideológica: la ausencia de la menor perspectiva inmediata para el conjunto de la sociedad. Sólo el proletariado lleva en sí una perspectiva para la humanidad, y, por ello, es en sus filas donde existen las mayores capacidades contra la descomposición. Sin embargo, ni siquiera él puede evitarla, sobre todo porque la pequeña burguesía, con la que se mezcla, es precisamente su principal vehículo. Los diferentes elementos que son la fuerza del proletariado chocan directamente con las diferentes facetas de la descomposición ideológica:

  • la acción colectiva, la solidaridad, encuentran frente a ellas la atomización, la tendencia a “cada uno para sí”, al “arreglo individual”;
  • la necesidad de organización se enfrenta a la descomposición social, a la destrucción de las relaciones en que se basa toda vida en sociedad;
  • la confianza en el porvenir y en sus propias fuerzas es permanentemente minada por la desesperación general que invade la sociedad, el nihilismo, el “no future”; la conciencia, la lucidez, la coherencia y la unidad de pensamiento, el gusto por la teoría, deben abrirse un camino difícil en medio de la huida hacia quimeras, la droga, las sectas, el misticismo, el rechazo de la reflexión, la destrucción del pensamiento, características de nuestra época" (Revista internacional nº 62, «La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo», punto 13).

La mezquindad, la falsa solidaridad de los clanes, el odio a la organización, la desconfianza, la calumnia, que son actitudes y comportamientos en los que se complace el parasitismo, encuentran en la descomposición social hoy un alimento de primera. El refrán dice que las flores más hermosas crecen en el estiércol. La ciencia nos enseña que muchos organismos parásitos se sustentan también en él. Y el parasitismo político, en su ámbito, respeta las leyes de la biología, al alimentarse de la putrefacción de la sociedad.

 

Series: 

  • Construcción de la organización revolucionaria [14]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Parasitismo [15]

URL de origen:https://es.internationalism.org/revista-internacional/200612/1189/revista-internacional-n-94-3er-trimestre-de-1998

Enlaces
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