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Revista Internacional n° 97 - 2° trimestre 1999

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Editorial - La guerra en Europa: el capitalismo enseña su verdadero rostro

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La guerra en Europa: el capitalismo enseña su verdadero rostro

La guerra que acaba de estallar en Yugoslavia con los bombardeos de Serbia por la OTAN es el acontecimiento más grave ocurrido en el ámbito imperialista mundial desde el hundimiento del bloque del Este en 1989. Incluso si, por ahora, la amplitud de los medios empleados es bastante menor que en la guerra del Golfo de 1991, la dimensión del conflicto actual es, en cambio, muy diferente. La barbarie guerrera se desencadena hoy en el corazón de Europa, a una o dos horas de sus principales capitales. Ya era así a lo largo de los múltiples enfrentamientos que desde 1991 han asolado la antigua Yugoslavia y ha ido dejando miles de víctimas. Pero esta vez son las principales potencias del capitalismo, empezando por la primera de todas ellas, las protagonistas de esta guerra.

Si el hecho de que la guerra ocurra en Europa tiene tanta importancia es porque este continente, cuna del capitalismo y primera región industrial del mundo, ha sido el epicentro y lo que ha estado en juego en todos los grandes conflictos imperialistas del siglo XX, empezando por las dos guerras mundiales. Europa fue, durante la guerra fría misma que durante 40 años opuso el bloque ruso y el americano, lo esencial de lo que en esa guerra se jugaba, por mucho que el escenario de los episodios de guerra abierta fueran países de la periferia o antiguas colonias (guerras de Corea, Vietnam, Oriente Medio, etc.). El conflicto actual, además, se está desarrollando en una zona especialmente sensible del continente, los Balcanes, cuya posición geográfica (mucho más que la económica) los ha trasformado, ya desde antes de la Primera Guerra mundial, en uno de los lugares más reñidos del planeta. No hay que olvidar que la primera carnicería imperialista empezó en Sarajevo.

Otro factor está dando al conflicto toda su dimensión: la participación directa, activa, de Alemania en los enfrentamientos, y no de extra, sino con un papel importante. Es un retorno a la escena de importancia histórica, pues desde hace medio siglo, a causa de su estatuto de país vencido en la Segunda Guerra mundial, a ese país le estaba prohibido participar en toda intervención militar. El que la burguesía alemana vuelva a ocupar un sitio en los campos de batalla es significativo de la agravación general de las tensiones guerreras que el capitalismo decadente, enfrentado a una crisis económica insoluble, engendrará irremediablemente cada día más.

Los políticos y los medios de los países de la OTAN nos presentan esta guerra como una acción de “defensa de los derechos humanos” contra un régimen especialmente odioso, responsable, entre otros desmanes, de la “purificación étnica” que ha ensangrentado la antigua Yugoslavia desde 1991. En realidad, a las potencias “democráticas” les importa un comino el destino de la población de Kosovo exactamente igual que les importaba la suerte de la población kurda y de los shiíes de Irak cuando dejaron que las tropas de Sadam Husein los machacara a su gusto después de la guerra del Golfo. Los sufrimientos de las poblaciones civiles perseguidas por tal o cual dictador siempre han sido el pretexto para que las grandes “democracias” declaren la guerra en nombre de una “causa justa”. Así fue, en particular, con la Segunda Guerra mundial, en la que el exterminio de los judíos por el régimen hitleriano (exterminio contra el cual los Aliados no hicieron nada incluso cuando les fue posible) sirvió para justificar, a posteriori, todos los crímenes cometidos por las “democracias”, y, entre ellos, los 250 000 muertos de Dresde bajo los bombardeos aliados en la sola noche del 13 al 14 de febrero de 1945 o las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki el 6 y 9 de agosto de 1945.

Si hoy los medios nos están inundando desde hace varias semanas con imágenes de la tragedia de cientos de miles de refugiados albaneses de Kosovo víctimas de la barbarie de Milosevic, es para justificar la campaña guerrera de los países de la OTAN, la cual, al iniciarse, encontraba un fuerte escepticismo, cuando no hostilidad, entre la población de esos países. También es para que se adhieran a la última fase de la operación “Fuerza determinada”, en caso de que los bombardeos no dobleguen a Milosevic, o sea la ofensiva terrestre que podría provocar cantidad de muertes no sólo del lado serbio sino también del de los aliados.

En realidad, la “catástrofe humanitaria” de los refugiados de Kosovo ha sido prevista y buscada por las “democracias” para justificar sus planes de guerra; exactamente como con la matanza de los kurdos de los shiíes de Irak, pues los aliados habían animado a esas poblaciones a sublevarse contra Sadam durante la guerra.

El verdadero responsable de esta guerra no hay que buscarlo en Belgrado, ni siquiera en Washington. Es el capitalismo como un todo el responsable de la guerra; y la barbarie guerrera, con su cortejo de matanzas, genocidios, atrocidades, sólo podrá acabarse mediante el derrocamiento de ese sistema por la clase obrera mundial. Si no, el capitalismo, agonizante, podría acabar arrastrando en su muerte al conjunto de la sociedad.

Frente a la guerra imperialista y todas sus abominaciones, los comunistas tienen el deber de solidaridad. Pero esa solidaridad no se dirige a ésta a aquella nación o etnia, en las cuales están mezclados explotadores y explotados, víctimas y verdugos, tengan éstos la cara de Milosevic o la de la camarilla nacionalista del UCK, que está alistando a hombres útiles sacándolos a la fuerza de los grupos de refugiados. La solidaridad de los comunistas es una solidaridad de clase que se dirige a los obreros y los explotados serbios o albaneses, a los obreros en uniforme de todos los países que se hacen matar o a los que se transforma en asesinos en nombre de la “patria” o de la “democracia”. Esta solidaridad de clase, a los primeros que les incumbe manifestarla es a los batallones más importantes del proletariado mundial, o sea, a los obreros de Europa y de América del Norte, no alineándose tras las pancartas del pacifismo, sino desarrollando sus luchas contra el capitalismo, contra quienes los explotan en su propio país.

El deber de los comunistas es denunciar con tanta energía a los pacifistas como a los predicadores de la guerra. El pacifismo es uno de los peores enemigos del proletariado. Se dedica a cultivar la ilusión de que la “buena voluntad” o las “negociaciones internacionales” podrían acabar con las guerras. Lo que así hacen es cultivar la patraña de que podría existir un “buen capitalismo” respetuoso de la paz y de los “derechos humanos” desviando así a los proletarios de la lucha de clase contra el capitalismo como un todo. Peor todavía, son o acaban siendo ojeadores de los militaristas, trovadores de las cruzadas guerreras, de esos que dicen: “Puesto que las guerras son provocadas por los “malos capitalistas”, “nacionalistas” y demás “sanguinarios” sólo liquidándolos obtendremos la paz, mediante…la guerra si es necesario”. Eso es lo que acabamos de ver en Alemania, en donde el líder de los movimientos pacifistas de los años 80, Joschka Fischer es hoy quien asume la responsabilidad principal en la política imperialista de su país. Y se felicita por ello declarando: “por vez primera desde hace mucho tiempo, Alemania hace la guerra por una buena causa”.

Desde los primeros días de la guerra, los internacionalistas han hecho oír, con sus medios todavía modestos, su voz contra la barbarie imperialista. El 25 de marzo, la CCI publicó una hoja repartida hasta hoy a los obreros de 13 países y cuyo contenido podrán conocer los lectores en nuestras publicaciones territoriales. Nuestra organización no ha sido, sin embargo, la única en actuar para defender la postura internacionalista. Ha reaccionado el conjunto de los grupos que se reivindican de la Izquierda comunista, al mismo tiempo y planteando los mismos principios fundamentales ([1]). En el próximo número de la Revista trataremos más en detalle las posiciones y análisis desarrollados por esos diferentes grupos. Pero ya hoy queremos señalar todo lo que nos acerca (defensa de las posiciones internacionalistas, como las que se expresaron en las conferencias de Zimmerwald y Kienthal durante la Ia Guerra mundial o en los primeros congresos de la Internacional comunista) y todo lo que nos opone al conjunto de organizaciones (estalinistas o trotskistas) que, por mucho que se reivindiquen de la clase obrera, lo único que hacen es inocular en su seno la ponzoña del nacionalismo y del pacifismo.

Evidentemente, el papel de los comunistas no se limita a defender los principios por muy importante y básica que sea esa tarea. También consiste en hacer un análisis que permita a la clase obrera comprender lo que está en juego, los principales elementos de la situación internacional. El análisis de la guerra en Yugoslavia, que acababa justo de empezar, ha sido uno de los ejes de los trabajos del XIIIº congreso de la CCI que acaba de verificarse a primeros de abril. En el próximo número de esta Revista volveremos a escribir sobre este congreso, pero ya ahora publicamos la «Resolución sobre la Situación internacional» que en dicho congreso fue adoptada y de la que una parte importante está dedicada a la guerra actual.

10 de abril de 1999.

 

[1] Las otras organizaciones son: Buró internacional por el Partido revolucionario (BIPR), Partito comunista internazionale-Il Programma comunista, Partito Comunista internazionale-Il Comunista, Partito comunista internazionale-Il Partito comunista.

Geografía: 

  • Balcanes [1]

Acontecimientos históricos: 

  • Caos de los Balcanes [2]

XIIIº Congreso de la CCI - Resolución sobre la situación internacional

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XIIIº Congreso de la CCI
Resolución sobre la situación internacional

El siglo XX ha visto la entrada del sistema capitalista en su fase de decadencia, marcada ésta por la Primera Guerra mundial y por la primera tormenta revolucionaria internacional del proletariado que puso fin a dicha guerra y abrió el combate por una sociedad comunista. En esa época, el marxismo había anunciado ya la alternativa para la humanidad – socialismo o barbarie – y había predicho que, si la revolución fracasara, a la Primera Guerra mundial le habría de seguir una segunda, así como la más importante y peligrosa regresión de la cultura humana en la historia de la humanidad. Con el aislamiento y estrangulación de la Revolución de Octubre en Rusia – a consecuencia de la derrota de la revolución mundial – la más profunda contrarrevolución de la historia triunfó durante medio siglo, encabezada por el estalinismo. Pero en 1968 una nueva generación no derrotada de proletarios puso fin a esta contrarrevolución y frenó el curso del proceso inherente al capitalismo hacia una tercera guerra mundial que implicaría la probable destrucción de la humanidad. Veinte años más tarde, el estalinismo se hundiría – aunque no bajo los golpes del proletariado, sino por la entrada del capitalismo decadente en su fase final de descomposición.

Diez años después, el siglo termina tal como empezó, esto es, en medio de convulsiones económicas, conflictos imperialistas y desarrollo de las luchas de clase. El año 1999, en particular, ha quedado marcado ya por la agravación considerable de los conflictos imperialistas que representa la ofensiva militar de la OTAN desencadenada a finales de marzo contra Serbia.

Actualmente, el capitalismo agonizante se enfrenta a uno de los periodos más difíciles y peligrosos de la historia moderna, comparable por su gravedad a los de ambas guerras mundiales, al del surgimiento de la revolución proletaria en 1917-1919 o también al de la gran depresión que se inició en 1929. Sin embargo, hoy, ni la guerra mundial, ni la revolución mundial se hallan en gestación en un futuro previsible. Más exactamente, la gravedad de la situación está condicionada por la agudización de las contradicciones a todos los niveles que se expresa en:

– las tensiones imperialistas y el incremento del desorden mundial;

– un periodo muy avanzado y peligroso de la crisis del capitalismo;

– ataques sin precedente desde la última guerra mundial contra el proletariado internacional;

– una descomposición acelerada de la sociedad burguesa.

En esta situación cargada de peligros, la burguesía ha puesto las riendas del gobierno en manos de la corriente política con mayor capacidad para velar por sus intereses: la socialdemocracia, la principal corriente responsable del aplastamiento de la revolución mundial tras 1917-1918. La corriente que salvó al capitalismo en esa época y que vuelve al puesto de mando para asegurar la defensa de los intereses amenazados de la clase capitalista.

La responsabilidad que pesa sobre el proletariado actualmente es enorme. Unicamente desarrollando su combatividad y su conciencia éste podrá impulsar la alternativa revolucionaria, la única que puede asegurar la supervivencia y el desarrollo continuo de la sociedad humana. Pero la responsabilidad más importante recae en las espaldas de la Izquierda comunista, las organizaciones actuales del campo proletario. Ellas son las únicas que pueden transmitir las lecciones teóricas e históricas así como el método político sin los cuales las minorías revolucionarias que emergen actualmente no podrán contribuir en la construcción del partido de clase del futuro. De cierta manera, la Izquierda comunista se encuentra actualmente en una situación similar a la de Bilan de los años 30, en el sentido en que está obligada a comprender una situación histórica nueva, sin precedentes. Tal situación requiere a la vez, tanto un profundo apego al enfoque teórico e histórico del marxismo, como audacia revolucionaria, para entender las situaciones que no están totalmente integradas en los esquemas del pasado. Con el fin de cumplir esta tarea, los debates abiertos entre las organizaciones actuales del medio proletario son indispensables. En este sentido, la discusión, la clarificación y el agrupamiento, la propaganda y la intervención de las pequeñas minorías revolucionarias son una parte esencial de la respuesta proletaria a la gravedad de la situación mundial en el umbral del próximo milenio.

Más aún, frente a la intensificación sin precedentes de la barbarie guerrera del capitalismo, la clase obrera espera de su vanguardia comunista que asuma plenamente sus responsabilidades en defensa del internacionalismo proletario. Actualmente los grupos de la Izquierda comunista son los únicos que defienden las posiciones clásicas del movimiento obrero frente a la guerra imperialista. Sólo los grupos que se apegan a esta corriente, la única que no traicionó durante la Segunda Guerra mundial, pueden aportar una respuesta de clase a las preguntas que no dejarán de plantearse en el seno de la clase obrera.

Los grupos revolucionarios deben responder de la manera más unida posible, expresando con ello la unidad indispensable del proletariado ante el desencadenamiento del patrioterismo y de los conflictos entre naciones. Con ello, los revolucionarios tomarán a su cargo la tradición del movimiento obrero representada particularmente por las conferencias de Zimmerwald y de Kienthal y por la política de la izquierda en esas conferencias.

Los conflictos imperialistas

1. La nueva guerra que ha estallado en la antigua Yugoslavia con los bombardeos de la OTAN sobre Serbia, Kosovo y Montenegro, es el acontecimiento más importante en el ruedo imperialista desde el hundimiento del bloque del Este a finales de los años 1980. Esto es debido a que:

– esta guerra concierne no ya a un país de la periferia, como fue el caso de la guerra del Golfo en 1991, sino a un país europeo;

– es la primera vez desde la Segunda Guerra mundial que un país de Europa –y especialmente su capital– es bombardeado masivamente;

– es también la primera vez desde esa época que el principal país vencido en aquella guerra, Alemania, interviene directamente mediante las armas en un conflicto militar;

– esta guerra es un paso más, de gran amplitud, en el proceso de desestabilización de Europa y tiene un impacto de primer orden en la agravación del caos mundial.

Después de la dislocación de Yugoslavia, en 1991, es ahora Serbia, el principal componente de aquélla, la que se ve amenazada de dislocación, al mismo tiempo que se perfila la eventualidad de la desaparición de lo que quedaba de la antigua Federación yugoslava (Serbia y Montenegro). Más ampliamente, la guerra actual, sobre todo con la llegada masiva de refugiados a Macedonia, es portadora de una desestabilización de este país, y contiene la amenaza de una implicación de Bulgaria y Grecia que, con sus propias pretensiones, se consideran como sus “padrinos”. Además, con la posible injerencia de Turquía, a partir del momento en que Grecia esté implicada, la crisis actual contiene el riesgo de que el conflicto acabe incendiando a toda la región de los Balcanes y una buena parte del Mediterráneo.

Por otra parte, la guerra que ha estallado implica el riesgo de provocar muy serias dificultades en el seno de toda una serie de burguesías europeas.

En primer lugar, la intervención de la OTAN contra un aliado tradicional de Rusia, es para la burguesía de este país una verdadera provocación que sólo puede desestabilizarla todavía más. De una parte, está claro que Rusia no dispone ya de los medios para pesar en la situación imperialista mundial cuando las grandes potencias, y particularmente los Estados Unidos, están implicadas. Al mismo tiempo, toda una serie de sectores de la burguesía rusa se manifiestan contra la impotencia actual de Rusia, particularmente los sectores ex estalinistas y los ultra-nacionalistas, lo que va a desestabilizar todavía más el gobierno de ese país. Por otra parte la parálisis de la autoridad de Moscú es una incitación a la impugnación del gobierno central para diferentes repúblicas de la Federación rusa.

En segundo lugar, si bien en la burguesía alemana existe una real homogeneidad en favor de la intervención, otras burguesías como la francesa podrían verse afectadas por la contradicción entre su alianza tradicional con Serbia y la participación en la acción de la OTAN. Igualmente, algunas burguesías como la italiana pueden temer las repercusiones de la situación actual desde el punto de vista de la amenaza de un nuevo aflujo de refugiados.

2. Uno de los aspectos que subraya con mayor fuerza la extrema gravedad de la guerra que se desarrolla actualmente es justamente el hecho de que tiene lugar en el corazón mismo de los Balcanes, lugar que desde comienzos del siglo ha sido considerado como el polvorín de Europa.

Desde antes de la Primera Guerra mundial, hubo ya dos “guerras balcánicas”, las cuales fueron unas de las premisas para la carnicería imperialista; sobre todo, la de que dicha guerra tuvo como punto de partida la cuestión de los Balcanes (la voluntad de Austria de someter a Serbia y la reacción de Rusia en favor de su aliado serbio). La formación del primer Estado yugoslavo después de la Primera Guerra mundial fue una de las expresiones de la derrota de Alemania y Austria. En este sentido quedó, con el conjunto de la paz de Versalles, como uno de los principales puntos de fricción que abrieron la puerta a la Segunda Guerra mundial. Mientras que durante la Segunda Guerra mundial los diferentes componentes de Yugoslavia se alinearon detrás de sus aliados tradicionales (Croacia del lado de Alemania, Serbia del lado de los Aliados), la reconstitución de Yugoslavia al término del segundo conflicto mundial basada aproximadamente en las fronteras del primer Estado yugoslavo, fue de nuevo la concreción de la derrota del bloque alemán y de la barrera que los aliados intentaban mantener frente a los apetitos imperialistas alemanes dirigidos hacia Oriente Medio.

En este sentido, la actitud a la ofensiva de Alemania en dirección a los Balcanes inmediatamente después del hundimiento del bloque del Este, cuando la solidaridad contra Rusia no tenía ya razón de ser (ofensiva que estimuló el estallido de Yugoslavia con la constitución de dos Estados independientes: Eslovenia y Croacia) ponían en evidencia que esta región volvía a ser uno de los focos de los enfrentamientos entre las potencias imperialistas en Europa.

Ahora, un factor suplementario de la gravedad de la situación es que, contrariamente a la Primera Guerra mundial o incluso a la Segunda, los Estados Unidos afirman una presencia militar en esa región del mundo. La primera potencia mundial no podía estar ausente en uno de los teatros principales de los enfrentamientos imperialistas en Europa y el Mediterráneo, lo cual da idea de su determinación de estar presente en todas las zonas cruciales en que se enfrenten los diferentes intereses imperialistas.

3. Aunque los Balcanes son uno de los epicentros de las tensiones imperialistas, la forma actual de la guerra (el conjunto de los países de la OTAN contra Serbia) no corresponde exactamente a los verdaderos intereses antagónicos que existen entre los diferentes beligerantes. Pero antes de mostrar los verdaderos objetivos de los participantes en la guerra, hay que rechazar tanto las justificaciones como las falsas explicaciones que se dan.

La justificación oficial de los países de la OTAN, es decir, la de una operación humanitaria en favor de las poblaciones albanesas de Kosovo, queda radicalmente desmentida por el simple hecho de que esta población jamás había sufrido una represión tan brutal por parte de las fuerzas armadas serbias como desde el inicio de los bombardeos de la OTAN; y esto estaba ya previsto por la burguesía americana y el conjunto de las de la OTAN mucho antes del inicio de la operación (tal como, por lo demás, algunos sectores de la burguesía americana lo recuerdan ahora). La operación de la OTAN no es la primera intervención militar que se adorna con los oropeles de la acción humanitaria, pero es una de esas en la que la mentira es más patente.

Además, hay que descartar también toda idea de que la acción actual de la OTAN sería como una reconstitución del campo occidental contra la potencia rusa. El que la burguesía de Rusia esté gravemente afectada por la guerra actual no significa que los países de la OTAN buscaran ese objetivo. Estos países, y especialmente los Estados Unidos, no tienen ningún interés en agravar el caos que de por sí ya existe en Rusia.

En fin, las explicaciones (que se encuentran incluso entre los grupos revolucionarios) para interpretar la ofensiva actual de la OTAN como una tentativa de controlar las materias primas de la región son una subestimación, por no decir una ceguera, ante el significado de lo que verdaderamente está en juego. Con la pretensión de ser materialista porque se da una explicación de la guerra por la búsqueda de intereses económicos inmediatos, esas explicaciones se alejan en realidad de una verdadera comprensión marxista de la situación actual.

La situación está determinada, en primer lugar, por la necesidad para la primera potencia mundial de afirmar y reafirmar permanentemente su supremacía militar, ya que desde el hundimiento del bloque del Este su autoridad sobre los antiguos aliados se ha desvanecido.

En segundo lugar, la presencia activa de Alemania por primera vez desde hace medio siglo en este conflicto expresa un nuevo paso dado por esta potencia con el objetivo de afirmar su condición de candidato a la dirección de un futuro bloque imperialista. Esta condición supone su reconocimiento como potencia militar de primer orden, capaz de desempeñar un papel directo en el terreno militar, y la cobertura que actualmente le ofrece la OTAN le permite eludir la prohibición implícita, que se le había impuesto desde su derrota en la Segunda Guerra mundial, de intervenir militarmente en los conflictos imperialistas.

Por otra parte, en la medida en que la operación actual ataca a Serbia, “enemigo tradicional” de Alemania en sus aspiraciones dirigidas hacia Oriente Medio, esta operación va en el sentido de los intereses del imperialismo alemán, sobre todo si llega hasta el desmembramiento de la Federación yugoslava y de Serbia misma – si es que ésta acaba perdiendo Kosovo.

Para las otras potencias implicadas en la guerra, especialmente Gran Bretaña y Francia, existe una contradicción, entre su alianza tradicional con Serbia (la que se manifestó de manera muy clara durante el periodo en que la extinta UNPROFOR estaba dirigida por esas potencias), y la operación actual. Para esos dos países, el no participar en la operación “Fuerza determinada” significaba quedar excluidos del juego en una región tan importante como la de los Balcanes; el papel que podrían desempeñar en una solución diplomática de la crisis yugoslava está condicionado por la importancia de su participación en las operaciones militares.

4. En este sentido, la participación de países como Francia o Gran Bretaña en la actual operación “Fuerza determinada” tiene similitudes con la participación militar directa (en el caso de Francia) o financiera (en los casos de Alemania y Japón) durante la operación “Tempestad del Desierto” de 1991. Sin embargo, más allá de estas similitudes, existen diferencias muy importantes entre la guerra actual y la de 1991.

Una de las principales características de la guerra del Golfo de 1991 fue la planificación, por parte de la burguesía americana, del conjunto del despliegue de la operación – desde la trampa tendida a Sadam Husein durante el verano de 1990 hasta el fin de las hostilidades plasmado en la retirada de las tropas iraquíes de Kuwait. Ello fue la expresión de que, justo después del haberse hundido el bloque del Este, que a su vez acarreó la desaparición del bloque occidental, Estados Unidos conservaba todavía un liderazgo muy fuerte en la situación mundial, lo que le había permitido conducir sin el menor error las operaciones tanto militares como diplomáticas; y ello aún si la guerra del Golfo buscaba acallar las veleidades de cuestionamiento de la hegemonía americana que ya se habían manifestado por parte de Francia y Alemania. En esa época, los antiguos aliados de Estados Unidos aún no habían tenido la oportunidad de desarrollar sus propios objetivos imperialistas en contradicción con los de Estados Unidos.

En cambio, la guerra que se despliega actualmente no corresponde a un guión escrito de la primera a la última línea por la potencia americana. Desde 1991, el cuestionamiento de la autoridad de Estados Unidos se ha manifestado en numerosas ocasiones, incluso por países de segundo orden tales como Israel, pero también por los más fieles aliados de la guerra fría como Gran Bretaña. Precisamente, fue en Yugoslavia donde se manifestó ese acontecimiento histórico inédito que fue el divorcio de los dos mejores aliados del siglo XX, Gran Bretaña y Estados Unidos, cuando la primera, al lado de Francia, jugó su propia baza. Las dificultades de Estados Unidos para afirmar sus propios intereses imperialistas en Yugoslavia habían sido por otra parte una de las causas de la sustitución de Bush por Clinton.

Además, la victoria finalmente obtenida por Estados Unidos, a través de los acuerdos de Dayton en 1996, no fue una victoria definitiva en esta parte del mundo, ni un freno a la tendencia general de pérdida de su liderazgo como primera potencia mundial.

Actualmente, aún cuando Estados Unidos se halla al frente de la cruzada anti-Milosevic, tiene que tener en cuenta mucho más que por el pasado las intenciones específicas de las demás potencias –especialmente de Alemania– lo que introduce un factor considerable de incertidumbre sobre el resultado del conjunto de la operación.

No existía, en particular sobre esto, un único guión escrito de antemano por la burguesía americana, sino varios. El primer guión, el preferido por la burguesía americana, consistía en un retroceso de Milosevic ante las amenazas de ataques militares, como así había ocurrido antes de los acuerdos de Dayton. Ese guión es el que Estados Unidos ha tratado de realizar hasta el final, con el envío de Holbrooke, incluso tras el fracaso de la conferencia de París.

En este sentido, si bien la intervención militar masiva de Estados Unidos en 1991 era la única opción prevista por este país durante la crisis del Golfo (y actuó de tal manera que no hubiera otras, impidiendo cualquier solución diplomática), la opción militar, tal como se está verificando actualmente, es el resultado del fracaso de la opción diplomática (con el chantaje militar), fracaso plasmado en las conferencias de Rambouillet y de París.

La guerra actual, con la nueva desestabilización que representa en la situación europea y mundial, es una nueva ilustración del dilema en el cual se encuentran encerrados actualmente los Estados Unidos. La tendencia al “cada uno para sí” y la afirmación cada vez más explícita de las pretensiones imperialistas de sus antiguos aliados, les obligan de manera creciente a hacer alarde y usar su enorme superioridad militar. Al mismo tiempo, esta política conduce únicamente a una agravación mayor todavía del caos que reina ya en la situación mundial.

Uno de los aspectos de este dilema se manifiesta en el caso presente, como por otra parte había sido el caso antes de Dayton cuando los Estados Unidos favorecieron las ambiciones croatas en Krajina, en el hecho de que su intervención militar le hace el juego, en cierto modo, a su rival principal en potencia, o sea Alemania. Sin embargo, la escala temporal en que se expresan los intereses imperialistas respectivos de Alemania y Estados Unidos es muy diferente. Alemania está obligada a prever a largo plazo su incorporación al rango de superpotencia, mientras que Estados Unidos ya ahora, y desde hace varios años, se enfrentan a la pérdida de su liderazgo y al aumento del caos mundial.

5. Por tanto, un aspecto esencial del desorden mundial actual es la ausencia de bloques imperialistas. En efecto, en la lucha por la supervivencia de todos contra todos en el capitalismo decadente, la única forma que puede asumir un orden mundial más o menos estable es una organización bipolar en dos campos guerreros rivales. Sin embargo, ello no significa que la ausencia actual de bloques imperialistas sea la causa del caos contemporáneo puesto que el capitalismo decadente ha conocido ya un periodo en que no había bloques imperialistas, el de los años 20, sin que ello implicara un caos particular de la situación mundial.

En este sentido, la desaparición de los bloques en 1989, y la dislocación del orden mundial que le siguió, son signos de que hemos alcanzado una etapa mucho más avanzada en la decadencia del capitalismo que en 1914 o 1939. Es la etapa de la descomposición, la fase final de la decadencia del capitalismo.

En última instancia, esta fase es el producto del peso permanente de la crisis histórica, de la acumulación de todas las contradicciones de un modo de producción en declive durante un siglo entero. Pero el periodo de descomposición se inició por un factor específico: el bloqueo del camino hacia una guerra mundial durante dos décadas gracias a una generación no derrotada del proletariado. El bloque del Este en particular, más débil, se hundió finalmente bajo el peso de la crisis económica porque, en última instancia, fue incapaz de cumplir con su razón de ser: la marcha hacia la guerra generalizada.

Esto confirma una tesis fundamental del marxismo respecto al capitalismo del siglo XX según la cual la guerra se ha convertido en su modo de vida en el periodo de declive. Ello no quiere decir que la guerra sea una solución a la crisis del capitalismo, al contrario. Lo que significa es que la marcha hacia la guerra mundial – y por tanto, en fin de cuentas, hacia la destrucción de la humanidad – se ha convertido en el medio mediante el cual se mantiene el orden imperialista.

El movimiento hacia la guerra global obliga a los Estados imperialistas a reagruparse y a aceptar la disciplina de los líderes de bloque. Ese mismo factor permite al Estado-nación mantener un mínimo de unidad entre la burguesía misma, lo que ha permitido hasta hoy al sistema limitar la atomización total de la sociedad burguesa agonizante imponiéndole una disciplina de cuartel; este mismo factor ha contrarrestado el vacío ideológico de una sociedad sin porvenir creando una comunidad de campo de batalla.

Sin la perspectiva de una guerra mundial, queda libre la vía para el desarrollo más completo de la descomposición capitalista: un desarrollo que, aún sin guerra mundial, tiene potencial suficiente para destruir a la humanidad.

La perspectiva actual es la de una multiplicación y una omnipresencia de guerras locales e intervenciones de las grandes potencias, guerras que los Estados burgueses pueden desarrollar hasta cierto punto sin la adhesión del proletariado.

6. Nada nos permite excluir la posibilidad de la formación de nuevos bloques en el porvenir. La organización bipolar de la competencia imperialista, que es una tendencia “natural” del capitalismo en declive, apareció ya en germen, al comienzo de la nueva fase de la decadencia del capitalismo en 1989-90 con la unificación de Alemania y continúa afirmándose con el fortalecimiento de este país.

Sin embargo, aunque sigue siendo un factor importante en la situación internacional, la tendencia a la formación de bloques no puede realizarse en un futuro previsible: las tendencias contrarias que operan contra aquélla son más fuertes que nunca en lo que se refiere a la inestabilidad creciente, tanto de las alianzas, como de la situación interna de la mayor parte de las potencias capitalistas. De momento, la tendencia a los bloques tiene como efecto principal el fortalecimiento de la tendencia dominante “cada uno para sí”.

De hecho, el proceso de formación de nuevos bloques no es fortuito sino que requiere cierto guión y ciertas condiciones de desarrollo, como los bloques de las dos guerras mundiales y de la guerra fría lo han mostrado claramente. En ambos casos, los bloques imperialistas han agrupado, por un lado, a una cantidad de países “desprovistos” que cuestionan la división existente del mundo y por ello asumen el papel “ofensivo” de “promotores de disturbios”, y, por otro lado, un bloque de potencias “provistas”, beneficiarias principales y defensoras del status quo, y, por lo tanto, defensoras de éste. Para llegar a formarse, el bloque retador de los insatisfechos requiere un líder que sea en el plano militar lo suficientemente fuerte como para desafiar a las principales potencias del statu quo, un líder detrás del cual las demás naciones “desprovistas” pudieran alinearse.

Actualmente, no hay ninguna potencia capaz, ni siquiera un poco, de desafiar militarmente a Estados Unidos. Ni Alemania, ni Japón, los rivales más sólidos de Washington, disponen aún de armas atómicas, atributo esencial de una gran potencia moderna. En cuanto a Alemania, el líder “designado” de un eventual futuro bloque contra Estados Unidos a causa de su posición central en Europa, no forma parte hoy de los Estados “desprovistos”. En 1933, por ejemplo, Alemania era casi una caricatura de tal Estado: estaba cortada de sus zonas de influencia estratégica próximas en Europa central y del sureste desde el Tratado de Versalles, financieramente en bancarrota y desconectada del mercado mundial por la gran depresión y la autarquía económica de los imperios coloniales de sus rivales. Actualmente, por el contrario, el fortalecimiento de Alemania en sus zonas de influencia de antaño se muestra irresistible, es el corazón económico y financiero de la economía europea. Es por ello que Alemania, contrariamente a su actitud anterior a las dos guerras, pertenece actualmente a las potencias más “pacientes”, capaz de desarrollar su poderío determinada y agresivamente pero también metódica y, hasta ahora, discretamente.

En realidad, la manera en que el orden mundial de Yalta ha desaparecido – una implosión bajo la presión de la crisis económica y de la descomposición y no con una nueva división del mundo mediante la guerra – ha dado nacimiento a una situación en la cual no existen ya zonas de influencia de las diferentes potencias claramente definidas y reconocidas. Incluso aquellas zonas que, hace diez años, aparecían como el patio trasero de algunas potencias (América Latina o el Oriente Medio para Estados Unidos, la zona francófona de Africa para Francia) están cayendo en el torbellino de lo que hoy impera, la tendencia a “cada uno para sí”. En tal situación, resulta muy difícil apreciar cuáles potencias pertenecerán finalmente al grupo de los países “provistos” y cuáles terminarán con las manos vacías.

7. En realidad, no ha sido ni Alemania ni cualquiera de los otros retadores de la única superpotencia mundial, sino los Estados Unidos mismos los que, en los años 90, han desempeñado el papel de potencia agresiva y ofensiva militarmente. Esto es a su vez la más clara expresión de que se ha alcanzado una nueva etapa en el desarrollo de la irracionalidad de la guerra en el capitalismo decadente, relacionada directamente con la fase de su descomposición.

La irracionalidad de la guerra es el resultado de que los conflictos militares modernos (contrariamente a los de la ascendencia capitalista: guerras de liberación nacional o de conquista colonial que ayudaban a la expansión geográfica y económica del capitalismo) lo único que persiguen es un nuevo reparto de las posiciones económicas y estratégicas ya existentes. En estas circunstancias, las guerras de la decadencia, con las devastaciones que ocasionan y su gigantesco costo, no son un estímulo sino un peso muerto para el modo de producción capitalista. Dado su carácter permanente, totalitario y destructivo, amenazan la existencia misma de los Estados modernos. En consecuencia, aunque la causa de las guerras capitalistas sigue siendo la misma (la rivalidad entre los Estados-nación), su objetivo ha cambiado. En lugar de guerras tras objetivos económicos, las guerras se han ido convirtiendo en guerras por ventajas estratégicas destinadas a asegurar la supervivencia de la nación en caso de una conflagración global. Mientras que en la ascendencia del capitalismo lo militar estaba al servicio de los intereses de la economía, en la decadencia es cada vez más la economía la que está al servicio de las necesidades de lo militar. La economía capitalista se transforma en economía de guerra. Como las demás expresiones principales de la descomposición, la irracionalidad de la guerra es por ello una tendencia general que se ha desplegado durante todo el capitalismo decadente; ya en 1915, el Folleto de Junius de Rosa Luxemburg reconocía la primacía de las consideraciones estratégicas globales sobre los intereses económicos inmediatos de los principales protagonistas de la Primera Guerra mundial. Y a finales de la Segunda Guerra mundial, la Izquierda comunista de Francia formulaba ya la tesis de la irracionalidad de la guerra.

Pero en estas guerras y durante la guerra fría que vino a continuación, un resto de racionalidad económica se expresaba todavía en el hecho de que el papel ofensivo era asumido principalmente no por las potencias del statu quo que sacaban ventajas económicas de la división existente del mundo, sino por los que estaban ampliamente excluidos de dichas ventajas. Actualmente, en cambio, la guerra en la antigua Yugoslavia, de la cual ninguno de los países beligerantes podrá esperar la menor ventaja económica, confirma lo que se había manifestado ya con claridad durante la guerra del Golfo en 1991: la absoluta irracionalidad de la guerra desde un punto de vista económico.

8. El hecho de que la guerra haya perdido toda racionalidad económica, que sea únicamente sinónimo de caos, no significa en modo alguno que la burguesía enfrente esta situación de manera desordenada o empírica. Por el contrario: esta situación obliga a la clase dominante a encargarse de manera particularmente sistemática y a largo plazo de los preparativos guerreros. Esto se ha expresado en el último periodo en:

– el desarrollo de sistemas armamentísticos cada vez más sofisticados y costosos particularmente en Estados Unidos, Europa y Japón, armamentos que las grandes potencias exigen ante todo para eventuales conflictos futuros de unos contra otros;

– el aumento de los presupuestos de “defensa”, con los Estados Unidos al frente (100 mil millones de dólares suplementarios destinados a la modernización de las fuerzas armadas para los próximos seis años) que han invertido cierta tendencia hacia la disminución de los presupuestos militares que hubo a finales de la guerra fría (los pretendidos “dividendos de la paz”).

En los planos político e ideológico, se perciben signos de seria preparación para la guerra en:

– el desarrollo de toda una ideología “humanitaria” y de defensa de los “derechos humanos”, para justificar las intervenciones militares;

– la llegada al gobierno en la mayor parte de los grandes países industrializados de los partidos de izquierda, los que representan mejor esa propaganda belicista humanitaria (de importancia particular en Alemania, donde la coalición SPD-Verdes tiene el mandato de superar los obstáculos políticos para su intervención militar fuera de sus fronteras);

– la orquestación de ataques políticos sistemáticos contra las tradiciones internacionalistas del proletariado contra la guerra imperialista (denigración de Lenin como agente del imperialismo alemán durante la Primera Guerra mundial, Bordiga como colaborador del bloque fascista durante la Segunda Guerra mundial, de Rosa Luxemburg, recientemente en Alemania – como precursora del estalinismo, etc.). Cuanto más se dirija el capitalismo hacia la guerra, más la herencia y las organizaciones actuales de la Izquierda comunista serán el blanco privilegiado de la burguesía.

De hecho, esas campañas ideológicas de la burguesía no sólo tienen el objetivo de preparar el terreno político para la guerra. El objetivo principal que quiere alcanzar la clase dominante es desviar al proletariado de su propia perspectiva revolucionaria, una perspectiva que la agravación incesante de la crisis capitalista pondrá cada día más al orden del día.

La crisis económica

9. Aunque en la época de declive capitalista la crisis económica es permanente y crónica, es sobre todo al final de los periodos de reconstrucción que siguieron a las guerras mundiales cuando la crisis ha adquirido un carácter abiertamente catastrófico, con caídas brutales en la producción, en las ganancias y en las condiciones de vida de los obreros, así como en un aumento dramático y masivo del desempleo. Así fue desde 1929 hasta la Segunda Guerra mundial. Así es ahora.

Aunque desde finales de los años 60 la crisis se ha desarrollado de manera más lenta y menos espectacular que después del 29, la manera en que las contradicciones económicas de un modo de producción en decadencia se han ido acumulando durante tres décadas, es hoy cada vez más difícil de ocultar. Los años 90 en particular – a pesar de toda la propaganda sobre la “buena salud económica” y las “ganancias fantásticas” del capitalismo – han sido años de una aceleración enorme de la crisis económica, dominados por mercados tambaleantes, empresas en bancarrota y un desarrollo sin precedentes del desempleo y la pauperización.

Al inicio de la década, la burguesía ocultó este hecho presentando el hundimiento del bloque del Este como la victoria final del capitalismo sobre el comunismo. En realidad la quiebra del Este fue un momento clave en la profundización de la crisis capitalista mundial. Puso de relieve la bancarrota de un modelo burgués de gestión de la crisis: el estalinismo. A partir de entonces, un modelo económico tras otro ha ido mordiendo el polvo, comenzando por la segunda y tercera potencias industriales del mundo, Japón y Alemania. Después vendría el fracaso de los tigres y los dragones de Asia y las economías “emergentes” de América Latina. La bancarrota abierta de Rusia ha confirmado la incapacidad del “liberalismo occidental” para regenerar los países de Europa oriental.

Hasta ahora, la burguesía, a pesar de décadas de crisis crónica, ha estado convencida de que no podría haber convulsiones tan profundas como la de la “Gran depresión” que, a partir de 1929, sacudió los cimientos mismos del capitalismo. La propaganda burguesa intenta todavía presentar la catástrofe económica que ha engullido al Este y Sudeste asiáticos en 1997, a Rusia en 1998 y a Brasil a comienzos de 1999, como si fuera particularmente severa pero temporal, como una recesión coyuntural; pero lo que verdaderamente han sufrido estos países, es una depresión, en todos los aspectos tan brutal y devastadora como la de los años 30. El desempleo se ha triplicado, las caídas de la producción de 10 % o más en un año hablan por sí mismas. Además, otras regiones como la antigua URSS o Latinoamérica han sido golpeadas con una fuerza incomparablemente mayor que durante los años 30.

Cierto que los estragos a tal escala han quedado hasta ahora restringidos principalmente en la periferia del capitalismo. Pero esta “periferia” incluye no solamente a países productores agrícolas y de materias primas sino también a países industriales con decenas de millones de proletarios. Incluye a la octava y décima potencias económicas del mundo: Brasil y Corea del Sur. Incluye al país más grande de la Tierra, Rusia. Y pronto incluirá al país más poblado, China, donde, desde la declaración de insolvencia de la mayor compañía de inversiones (Gitic), la confianza de los inversores internacionales ha empezado a enfriarse.

Lo que muestran todas estas bancarrotas, es que el estado de salud de la economía mundial es mucho peor que en los años 1930. Contrariamente a 1929, en los últimos treinta años la burguesía no ha sido sorprendida ni ha quedado inactiva frente a la crisis, sino que ha reaccionado permanentemente con el fin de controlar su curso. Eso es lo que da a la crisis su carácter tan prolongado y despiadadamente profundo. La crisis se profundiza a pesar de todos los esfuerzos de la clase dominante. El carácter repentino, brutal e incontrolado de la crisis de 1929, por otra parte, se explica por el hecho de que la burguesía había desmantelado el control capitalista de Estado de la economía que se había visto obligada a introducir durante la Primera Guerra mundial, y que sólo volvió a introducir e imponer al iniciarse años 30. En otras palabras: la crisis golpeó tan brutalmente porque los instrumentos de la economía de guerra de los años 30 y la coordinación internacional de las economías occidentales establecida a partir de 1945 todavía no se habían desarrollado. En 1929 aún no existía una vigilancia permanente de la economía, de los mercados financieros y de los acuerdos comerciales internacionales, no existía un prestamista de última instancia, ni brigada internacional de bomberos para salvar a los países en dificultades. Entre 1997 y 1999, por el contrario, todas esas economías, de una importancia económica y política considerables para el mundo capitalista, se han hundido a pesar de la existencia de todos esos instrumentos capitalistas de Estado. El Fondo monetario internacional, por ejemplo, apoyó a Brasil con una inyección considerable de fondos desde antes de la reciente crisis, en continuidad con su nueva estrategia de prevención de crisis. Había prometido defender la moneda brasileña “a toda costa”... y ha fracasado.

10. Aunque los países centrales del capitalismo han evitado por ahora esa situación, están ya enfrentándose a su peor recesión desde la guerra, empezando por Japón. Ahora, la burguesía quiere cargar la responsabilidad de las acrecentadas dificultades de las economías de los países centrales sobre las crisis “asiática”, “rusa”, “brasileña”, etc. pero la realidad es lo contrario: es el atolladero creciente de las economías centrales, debido al agotamiento de los mercados solventes, lo que ha provocado el sucesivo hundimiento de los “tigres” y “dragones”, Rusia, Brasil, etc.

La recesión en Japón pone de relieve hasta qué punto se ha reducido el margen de maniobra de los países centrales: una serie de programas coyunturales “keynesianos” masivos del gobierno (receta “descubierta” por la burguesía en los años 30), han fracasado en sacar a flote la economía e impedir la recesión:

– la última operación de salvamento (520 mil millones de dólares para salvar los bancos insolventes) no ha logrado restaurar la confianza en el sistema financiero;

– la tradicional política de mantenimiento del empleo en el país, mediante ofensivas de exportación en el mercado mundial ha llegado a sus límites: el desempleo aumenta rápidamente, la política de tasas de interés negativas, para suministrar liquidez suficiente y mantener un Yen débil que favorezca las exportaciones, está agotada. Ahora está claro que estos objetivos, así como una reducción de la deuda pública, sólo pueden obtenerse mediante el retorno a una política inflacionista como la de los años 70. Esta tendencia, que va a seguir en otros países industriales, significa el principio del fin de la famosa “victoria sobre la inflación” y nuevos peligros para el comercio mundial.

En Estados Unidos, el pretendido “boom” de estos últimos años se ha logrado a expensas del resto del mundo mediante una verdadera explosión de su balanza comercial, de sus déficits de pagos, y mediante un extraordinario endeudamiento de las familias (el ahorro en los Estados Unidos es ahora virtualmente inexistente). Los límites de esta política están a punto de ser alcanzados, con o sin la “gripe asiática”.

En cuanto al “Euroland”, el único “modelo” capitalista que queda junto al de Estados Unidos, la situación tampoco es brillante: en los principales países europeos occidentales la más corta y débil reanudación de posguerra está llegando a su fin con la caída de las tasas de crecimiento y el aumento del desempleo en Alemania en particular.

Será la recesión en los países centrales la que, a comienzos del nuevo siglo, revelará toda la amplitud de la agonía del modo de producción capitalista.

11. Pero, si bien históricamente el atolladero del capitalismo es mucho más flagrante que en los años 30, y si bien la fase actual representa la aceleración más importante de las últimas tres décadas, ello no significa que se deba esperar un hundimiento abrupto y catastrófico del capitalismo como en los años 30. Como lo que había pasado en Alemania entre 1929-1932 cuando –según las estadísticas de la época– la producción industrial cayó 50 %, los precios 30 %, los salarios 60 % y el desempleo subió de 2 a 8 millones en el lapso de tres años.

Hoy, por el contrario, aunque muy profunda y en aceleración continua, la crisis mantiene su carácter más o menos controlado y diferido en el tiempo. La burguesía demuestra su capacidad para evitar una repetición del krach de 1929. Esto lo ha logrado no sólo mediante el establecimiento de un régimen capitalista de Estado permanente desde los años 30, sino sobre todo mediante un manejo de la crisis coordinado a escala internacional en favor de las potencias más fuertes. Esto lo aprendió a partir de 1945 en el marco del bloque occidental, el cual puso a Norteamérica, Europa occidental y Asia oriental bajo el liderazgo de los Estados Unidos. Desde 1989 ha demostrado su capacidad para mantener esa gestión de la crisis incluso tras la desaparición de los bloques imperialistas. Así, mientras que en el plano imperialista 1989 marcó el inicio de la ley de “cada uno para sí” y del caos mundial, en el plano económico no ha ocurrido todavía lo mismo.

Las dos consecuencias más dramáticas de la crisis de 1929 fueron:

– el colapso del comercio mundial bajo una avalancha de devaluaciones competitivas y medidas proteccionistas que condujeron a la autarquía de los años de preguerra;

– el hecho de que las dos naciones capitalistas más poderosas, Estados Unidos y Alemania, fueron las primeras y más afectadas por la depresión industrial y el desempleo masivo.

Los programas nacionales de capitalismo de Estado que fueron adoptados en los diferentes países – Plan quinquenal en la URSS, Plan cuadrienal en Alemania, el New Deal en EEUU, etc. – no alteraron de ningún modo la fragmentación del mercado mundial, sino que aceptaron este marco como punto de partida. Por el contrario, ante la crisis de los 70 y 80 la burguesía occidental actuó rigurosamente para prevenir un retorno al proteccionismo extremo de los años 30, ya que era una condición para asegurar que los países centrales no fueran las primeras víctimas como en el 29, sino las últimas en sufrir las consecuencias más brutales de la crisis. El resultado de este sistema ha sido que partes enteras de la economía mundial, Africa, la mayor parte de Europa oriental, de Asia y Latinoamérica han sido o están siendo eliminadas como actores de la escena mundial y están cayendo en una barbarie sin nombre.

En su lucha contra Stalin a mediados de los años 1920, Trotski demostraba que no solamente el socialismo, sino incluso un capitalismo altamente desarrollado es “imposible” en “un sólo país”. En tal sentido, la autarquía de los años 30 fue un gigantesco retroceso para el sistema capitalista. De hecho, fue posible únicamente porque el curso hacia la guerra estaba abierto, lo cual no es lo que está ocurriendo hoy.

12. La actual gestión capitalista de Estado a escala internacional de la crisis, impone ciertas reglas a la guerra comercial entre capitales nacionales – acuerdos comerciales, financieros, monetarios o de inversión –, reglas sin las cuales el comercio mundial en las actuales condiciones sería imposible.

Esta capacidad de las principales potencias (subestimada por la CCI a principios de los 90) no ha alcanzado sus límites. Esto queda demostrado por el proyecto de una moneda común europea, proyecto que nos muestra hasta qué punto la burguesía se ve obligada a tomar medidas cada vez más complicadas y audaces para protegerse ante el avance de la crisis. El euro es ante todo una gigantesca medida de capitalismo de Estado para contrarrestar uno de los puntos más débiles del sistema y de los más peligrosos en sus líneas de defensa: el que, de los dos centros del capitalismo mundial, Norteamérica y Europa occidental, ésta esté dividida en una serie de capitales nacionales, cada uno con su propia moneda. Dramáticas fluctuaciones entre las monedas, como la que zarandeó al Sistema monetario europeo (SME) a principios de los 90, o devaluaciones competitivas como en los años 30, amenazan con paralizar el comercio dentro de Europa. Así, lejos de representar un paso adelante hacia un bloque imperialista europeo, el proyecto del euro es apoyado por Estados Unidos, país que sería una de las principales víctimas en caso de que se hundiera el mercado europeo.

El euro, al igual que la Unión europea misma, ilustra asimismo cómo esa coordinación entre Estados no elimina, ni mucho menos, la guerra comercial entre ellos, sino que es un método para organizarla en favor del más poderoso. La moneda común es una agarradera para la estabilización de la economía europea, pero es al mismo tiempo un sistema diseñado para asegurar la supervivencia de las potencias más fuertes (ante todo, la del país que dictó las condiciones para su construcción, Alemania) a expensas de los participantes más débiles (por eso Gran Bretaña, debido a su fortaleza tradicional como potencia financiera mundial, puede aún darse el lujo de quedar fuera de la zona Euro).

Estamos frente a un sistema capitalista de Estado infinitamente más desarrollado que el de Stalin, Hitler o Roosevelt de los años 30, en el cual no sólo la competencia dentro de cada Estado-nación, sino, hasta cierto grado, el de los capitales nacionales en el mercado mundial tiene un carácter menos espontáneo, más regulado, de hecho más político. Es así como, tras el cataclismo de la “crisis asiática”, los líderes de los principales países industrializados insistieron que en adelante el FMI debía adoptar criterios más políticos al decidir qué países serían “rescatados” y a qué precio (e inversamente cuáles podrían ser eliminados del mercado mundial).

13. Debido a la aceleración de la crisis, la burguesía se ve obligada actualmente a modificar su política económica: este es uno de los significados del establecimiento de gobiernos de izquierda en Europa y Estados Unidos. En Inglaterra, Francia o Alemania, los nuevos gobiernos de izquierda han criticado la anterior política de “globalización” y “liberalización” lanzada en los años 80 bajo Reagan y Thatcher, y han llamado a una mayor intervención del Estado en la economía y a una regulación del flujo de capitales internacional. La burguesía se da cuenta de que hoy esa política ha alcanzado sus límites.

La “globalización”, mediante la disminución de las barreras al comercio y la inversión en favor de la circulación del capital, ha sido la respuesta de las potencias dominantes al peligro de un retorno al proteccionismo y la autarquía de los años 30: una medida capitalista de Estado para proteger a los competidores más fuertes a expensas de los más débiles. Sin embargo, actualmente esta medida requiere a su vez una mayor regulación estatal destinada, no a revocar, sino a controlar el movimiento “global” del capital.

La “mundialización” no es la causa de la demente especulación internacional de los años pasados, sino la que ha abierto las puertas de par en par a su incremento. El resultado es que, tras haber sido un refugio para el capital amenazado por la ausencia de verdaderas salidas de inversión rentable, la especulación se ha vuelto un enorme peligro para el capital. Si la burguesía reacciona actualmente, es no sólo porque ese incremento es capaz de dejar para el arrastre a la totalidad de la economía de naciones periféricas (Tailandia, Indonesia, Brasil, etc.) sino ante todo porque los principales grupos capitalistas de las grandes potencias podrían irse a la bancarrota. De hecho, el principal objetivo de los programas del FMI para estos diferentes países en los dos últimos años era salvar, no a los países directamente afectados, sino las inversiones especulativas de los capitalistas occidentales, cuya bancarrota habría desestabilizado las estructuras financieras internacionales mismas.

La “globalización” nunca ha sustituido la competencia entre las naciones-Estado por la de las empresas multinacionales, como la ideología burguesa lo ha pretendido, sino que ha sido la política de ciertos capitales nacionales. De igual modo, la política de “liberalización” nunca ha sido un debilitamiento del capitalismo de Estado, sino un recurso para hacerlo más eficaz, y en particular una excusa para justificar los enormes recortes en el presupuesto social. Sin embargo, la situación actual de agudización de la crisis, exige una intervención estatal mucho más directa y evidente (como la reciente nacionalización de los bancos japoneses ante su hundimiento, una medida solicitada públicamente por los Estados del G-7). Tales circunstancias no son ya compatibles con una ideología “liberal”.

Igualmente en este plano la izquierda del capital está en mejores condiciones para poner en marcha las nuevas “medidas correctivas” (cuestión que la resolución del X° Congreso de la CCI de 1993 había ya subrayado con la sustitución de Bush por Clinton en Estados Unidos):

– políticamente, porque la izquierda se halla históricamente menos ligada a la clientela de los intereses capitalistas privados que la derecha, y por ello tiene más capacidad para adoptar medidas contra grupos particulares a la vez que defiende al capital nacional como un todo.

– ideológicamente, porque la derecha había inventado y principalmente aplicado la política precedente que ahora se modifica.

Tal modificación no significa que la política económica llamada “neoliberal” será abandonada. De hecho, y como expresión de la gravedad de la situación, la burguesía se ve obligada a combinar las dos políticas, las cuales tienen efectos cada vez más graves sobre la evolución de la economía mundial. Tal combinación, de hecho un equilibrio en la cuerda floja entre las dos, a pesar de sus efectos positivos en lo inmediato si bien cada vez más débiles, a medio plazo no hará más que agravar la situación.

Esto no significa, sin embargo, que haya un “punto de imposible retorno” económico más allá del cual el sistema estaría condenado a desaparecer irrevocablemente, ni que haya un límite teórico definido al incremento de las deudas, la droga principal del capitalismo en agonía, que el sistema pueda administrarse sin hacer imposible su propia existencia. De hecho, el capitalismo ha superado ya sus límites económicos con la entrada en su fase de decadencia. Desde entonces, el capitalismo ha logrado sobrevivir solamente mediante una manipulación creciente de sus propias leyes, tarea que solamente el Estado puede llevar a cabo.

En realidad, los límites de la existencia del capitalismo no son económicos, sino fundamentalmente políticos. El desenlace de la crisis histórica del capitalismo depende de la evolución de la relación de fuerzas entre las clases:

– o el proletariado desarrolla su lucha hasta el establecimiento de su dictadura revolucionaria mundial;

– o el capitalismo, mediante su tendencia orgánica hacia la guerra, hunde a la humanidad en la barbarie y la destrucción definitiva.

La lucha de clase

14. En respuesta a las primeras manifestaciones de la nueva crisis abierta a finales de los años 60, el retorno de la lucha de clases en 1968, que puso término a cuatro décadas de contrarrevolución, detuvo el curso hacia la guerra mundial y abrió de nuevo una perspectiva para la humanidad. Durante las primeras grandes luchas de finales de los años 60 y comienzos de los 70, una nueva generación de revolucionarios comenzó a surgir de la clase obrera, y la necesidad de la revolución proletaria fue debatida en las asambleas generales de la clase. Durante las diferentes oleadas de luchas obreras entre 1968 y 1989, una experiencia de lucha difícil pero importante fue adquirida, y la conciencia en la clase se desarrolló en la confrontación con la izquierda del capital, particularmente los sindicatos, a pesar de los obstáculos colocados en el camino del proletariado. El punto más álgido alcanzado en todo este periodo fue la huelga de masas de 1980 en Polonia, que demostró que tampoco en el bloque ruso –históricamente condenado por su débil posición a ser “el agresor” en una guerra– el proletariado estaba dispuesto a morir por el Estado burgués.

Sin embargo, si bien el proletariado detuvo el curso hacia la guerra, no ha sido capaz de dar pasos significativos hacia la respuesta a la crisis del capitalismo: la revolución proletaria. Es este bloqueo en la relación de fuerzas entre las clases, en la que ninguna de las dos principales clases de la sociedad moderna puede imponer su propia solución, lo que ha abierto el periodo de descomposición del capitalismo.

En cambio, el verdadero primer acontecimiento histórico de envergadura mundial de este período de descomposición –el hundimiento de los regímenes estalinistas (llamados “comunistas”) en 1989– puso fin al periodo iniciado en 1968 de desarrollo de luchas y de la conciencia. El resultado de ese terremoto histórico fue el más profundo retroceso en la combatividad y sobre todo en la conciencia del proletariado desde el fin de la contrarrevolución.

Este revés no representa una derrota histórica de la clase, como la CCI lo señaló en la época. Desde 1992, con las importantes luchas en Italia, la clase obrera había ya reanudado el camino de la lucha. Sin embargo durante los años 90, este camino se ha revelado más arduo de recorrer que en las dos décadas precedentes. A pesar de esas luchas, la burguesía en Francia en 1995, y poco después en Bélgica, Alemania y Estados Unidos pudo aprovechar la combatividad vacilante y la desorientación política de la clase, y organizó movimientos espectaculares con el objetivo específico de restaurar la credibilidad de los sindicatos, lo que debilitó todavía más la conciencia de clase de los obreros. Mediante tales acciones, los sindicatos alcanzaron su más alto nivel de popularidad desde hacía más de una década. Después de las maniobras sindicales masivas en noviembre y diciembre de 1995 en Francia, la resolución sobre la situación internacional del XII° Congreso de la sección de la CCI en Francia de 1996 señalaba:

“... en los principales países capitalistas, la clase obrera ha sido llevada de nuevo a una situación comparable a la de los años 1970 en lo que concierne sus relaciones con los sindicatos y el sindicalismo... la burguesía ha logrado temporalmente borrar de la conciencia de la clase obrera las lecciones aprendidas durante los años 1980, es decir las repetidas experiencias de enfrentamiento contra los sindicatos.”

Todo este desarrollo confirma que desde 1989, el camino hacia los enfrentamientos de clase decisivos se ha vuelto más largo y más difícil.

15. A pesar de estas enormes dificultades, los años 90 han sido una década de nuevo desarrollo de las luchas de clase. Esto era ya visible a mediados de los años 90 a través de la estrategia misma de la burguesía:

–  las maniobras sindicales anunciadas con gran despliegue publicitario trataban de reforzar a los sindicatos antes de que una acumulación importante de la combatividad obrera transformara esas movilizaciones a gran escala en algo demasiado peligroso;

–  los “movimientos de desempleados” que les siguieron, también artificialmente orquestados en Francia, Alemania y otros países en 1997-98, destinados a crear una división entre obreros en activo y desempleados – buscando culpabilizar a aquéllos, creando estructuras sindicales para encuadrar en el futuro a éstos – reveló la inquietud de la clase dominante respecto al potencial radical del desempleo y de los desempleados;

–  las enormes e incesantes campañas ideológicas –que frecuentemente se basan en hechos relacionados con la descomposición tales como la del asunto Dutroux en Bélgica, el terrorismo de ETA en España, la extrema derecha en Francia, Austria o Alemania– llamando a la defensa de la democracia, se han multiplicado para sabotear la reflexión de los obreros, probando que la clase dominante misma estaba convencida del inevitable incremento de la combatividad obrera con la agravación de la crisis y los ataques. Hay que hacer notar que todas las acciones preventivas fueron coordinadas a escala internacional.

La justeza del instinto de clase de la burguesía se ha hecho evidente con el aumento en las luchas obreras a finales de esta década.

Una vez más, la manifestación más importante del desarrollo de la combatividad ha venido de Bélgica y Holanda, con huelgas en diferentes sectores en 1997 en Holanda, especialmente en el puerto más grande del mundo, Rotterdam. Esta importante señal habría de ser confirmada rápidamente en otro pequeño país de Europa occidental, aunque altamente desarrollado, Dinamarca, cuando casi un millón de trabajadores del sector privado (la cuarta parte de los asalariados del país) se fueron a la huelga durante casi dos semanas en mayo de 1998. Este movimiento puso de relieve:

– una tendencia a la masividad de las luchas;

– la obligación para los sindicatos de volver a sus prácticas de control, aislamiento y sabotaje los movimientos de lucha, de tal manera que los obreros no salieron eufóricos del movimiento (como en Francia en 1995), sino totalmente desilusionados;

– la necesidad de la burguesía de reanudar internacionalmente su política de minimizar o, cuando es posible, ocultar las luchas con el fin de que no se extienda el “mal ejemplo” de la resistencia obrera.

Desde entonces, esta ola de luchas ha continuado en dos direcciones:

– con acciones a gran escala organizadas por los sindicatos (Noruega, Grecia, Estados Unidos, Corea del Sur) bajo la presión de un creciente descontento obrero;

– con una multiplicación de pequeñas luchas no oficiales, algunas veces incluso espontáneas en las naciones capitalistas centrales de Europa – Francia, Gran Bretaña, Bélgica, Alemania – luchas de las que se acaparan los sindicatos para encuadrarlas y aislarlas.

Son significativos estos hechos:

– la creciente simultaneidad de las luchas a escala nacional e internacional, especialmente en Europa occidental;

– la irrupción del combate en respuesta a los diferentes aspectos de los ataques capitalistas: despidos y desempleo, baja de los salarios reales, recortes en el “salario social”, condiciones insoportables de explotación, reducción de vacaciones, etc.;

– el embrión de una reflexión en el seno de la clase acerca de las reivindicaciones y cómo luchar, e incluso sobre la situación actual de la sociedad;

– la obligación para la burguesía -aunque los sindicatos oficiales no estén todavía seriamente desprestigiados en los recientes movimientos- de desarrollar con tiempo la carta del “sindicalismo de combate” o “de base” con fuerte implicación del izquierdismo.

16. A pesar de esos pasos adelante, la evolución de la lucha de clase desde 1989 sigue siendo difícil y no sin retrocesos debido sobre todo:

– al peso de la descomposición, un factor que se impone cada vez más contra el desarrollo de una solidaridad colectiva y de una reflexión teórica, histórica y coherente de la clase;

– a la verdadera dimensión del retroceso que comenzó en 1989, que va a pesar negativamente en la conciencia de clase y durante largo tiempo, ya que ha sido la perspectiva misma del comunismo la atacada.

Lo que subraya este retroceso, que hizo retroceder la lucha proletaria más de diez años, es el hecho de que en esta época de descomposición, el tiempo ya no juega a favor del proletariado. Aunque una clase no vencida pueda cerrar el camino hacia una guerra mundial, no puede impedir la proliferación de todas las manifestaciones de putrefacción de un orden social en descomposición.

De hecho, este mismo retroceso es la expresión de un retraso de la lucha proletaria, frente a una aceleración general del declive del capitalismo. Por ejemplo, a pesar de todo lo que significó Polonia 1980 para la situación mundial, nueve años más tarde, no fue la lucha de clases internacional lo que hizo caer al estalinismo en Europa oriental, estando la clase obrera completamente ausente en el momento de su hundimiento.

Sin embargo, la debilidad central del proletariado entre 1968 y 1989 no consistía en un retraso general (pues, contrariamente al rápido desarrollo de la situación revolucionaria que surgió de la Primera Guerra mundial, la lenta evolución desde 1968 en respuesta a la crisis tiene numerosas ventajas), sino ante todo la dificultad para la politización de su combate.

Esta dificultad es el resultado del hecho de que la generación que en 1968 puso fin a la más larga contrarrevolución en la historia, estaba separada de la experiencia de las generaciones anteriores de su clase y reaccionó a los traumatismos infligidos por la socialdemocracia y el estalinismo con una tendencia a rechazar la “política”.

Así, el desarrollo de una “cultura política” se ha ido convirtiendo en el problema clave de las luchas venideras. De hecho, ese problema contiene la respuesta a otra pregunta: ¿Cómo compensar el terreno perdido en los años anteriores para superar la amnesia actual de la clase respecto a las lecciones de sus luchas anteriores a 1989?

Es evidente que no se trata de repetir los combates de las dos décadas precedentes: la historia no permite tales repeticiones, aún menos actualmente cuando lo que le falta a la humanidad es tiempo. Pero sobre todo, el proletariado es una clase histórica. Aún si las lecciones de 20 años están ausentes actualmente de su conciencia, en realidad el proceso de “politización” no es otro que el de volver a descubrir las lecciones del pasado en la trayectoria de una nuevas perspectivas de lucha.

17. Tenemos buenas razones para pensar que el periodo que viene, a largo plazo, será en muchos aspectos particularmente favorable para tal politización. Estos factores favorables incluyen:

– el avanzado estado de la crisis misma, que impulsa a la reflexión proletaria sobre la necesidad de enfrentar y superar el sistema;

– el carácter cada vez más masivo, simultáneo y generalizado de los ataques, que plantea la necesidad de una respuesta de clase generalizada. Ello incluye la cuestión cada vez más grave del desempleo, la reflexión sobre la quiebra del capitalismo y también el problema de la inflación que es un medio empleado por la burguesía para exprimir a la clase obrera y a otras capas de la sociedad;

– incluye también el problema de la represión del Estado, que impulsa cada vez más a hacer ilegal cualquier expresión genuina de la lucha proletaria;

– la omnipresencia de la guerra, que destruye las ilusiones sobre un posible capitalismo “pacífico”. La guerra actual en los Balcanes, una guerra en el centro del capitalismo, va a tener un impacto significativo sobre la conciencia de los obreros, por muchas excusas humanitarias que pongan. Cualquiera que sea el impacto que pueda tener en la evolución de las luchas inmediatas, va a expresar de manera acrecentada la perspectiva catastrófica que el capitalismo ofrece a la humanidad. Además la marcha acelerada hacia la guerra, va a exigir el aumento de los presupuestos militares, y como consecuencia, de sacrificios cada vez más extremos para el proletariado, obligándole a defender sus intereses contra los del capital nacional.

Entre otros factores favorables hay que señalar:

– El incremento de la combatividad de una clase no derrotada contra la degradación de sus condiciones de vida. Solamente volviendo al combate los obreros podrán recuperar la conciencia de que forman parte de una clase colectiva, volver a recobrar la confianza en sí mismos, comenzar a plantear los problemas de clase en un terreno de clase y volver a entablar combate contra el sindicalismo y el izquierdismo.

– La entrada en lucha de una segunda y nueva generación de obreros. La combatividad de esta generación está aún plenamente intacta. Nacida ya en un capitalismo en crisis, no alberga ya ninguna de aquellas ilusiones propias de la generación posterior a 1968. Sobre todo, contrariamente a los obreros de esa época, los jóvenes proletarios de la hoy pueden aprender de la generación precedente, la cual posee ya una considerable experiencia de lucha que transmitir. Así, las lecciones “perdidas” del pasado pueden ser recuperadas en la lucha gracias a la coexistencia de dos generaciones de proletarios: ése es el proceso normal de acumulación de la experiencia histórica que la contrarrevolución había interrumpido brutalmente.

– Esta experiencia de reflexión común acerca del pasado, ante la necesidad de un combate generalizado contra un sistema agonizante, va a dar nacimiento a círculos de discusión o núcleos de obreros avanzados que van a tratar de volver a hacer suyas las lecciones de la historia del movimiento obrero. En tal perspectiva, la responsabilidad de la Izquierda comunista será mucho más grande que en los años 30.

Ese potencial no es un deseo piadoso. Lo confirma ya la propia burguesía, plenamente consciente de ese peligro potencial, por lo que ya está reaccionado preventivamente, mediante la denigración incesante del pasado y el presente revolucionario de su enemigo de clase.

Sobre todo, ante la degradación de la situación mundial, la burguesía teme que la clase descubra los acontecimientos que muestran la potencia del proletariado, que ponen de relieve que es la clase que tiene en sus manos las llaves del futuro de la humanidad: la oleada revolucionaria de 1917-1923, el derrocamiento de la burguesía en Rusia, el fin de la Primera Guerra mundial gracias al movimiento revolucionario en Alemania.

18. Esta inquietud de la clase dominante a propósito del peligro proletario se refleja asimismo en la llegada al poder de la izquierda en 13 de los 15 países de la Unión europea.

El retorno de la izquierda al gobierno en tantos países importantes, comenzando por los Estados Unidos después de la guerra del Golfo, se ha hecho posible gracias al golpe sobre la conciencia proletaria sufrido con los acontecimientos de 1989, tal como la CCI lo había señalado en 1990:

“En particular es por ello que debemos actualizar el análisis de la CCI sobre la “izquierda en la oposición”. Esta era una carta necesaria para la burguesía a finales de los años 1970 y a todo lo largo de los años 1980 debido a la dinámica general de la clase hacia combates cada vez más determinados y conscientes y su rechazo creciente a las mistificaciones democráticas, electoralistas y sindicales... En contraste, el actual retroceso de la clase significa que durante un tiempo esta estrategia no será ya una prioridad para la burguesía. Ello no significa necesariamente que estos países verán el retorno de la izquierda al gobierno: como ya lo hemos dicho en varias ocasiones... es sólo absolutamente necesario en periodos de guerra o revolución. Pero no debemos sorprendernos si ello se produce, ni considerarlo como “accidentes” o “debilidades específicas” de la burguesía en tales países” (Revista internacional n° 61).

La resolución del XII° Congreso de la CCI en la primavera de 1997, después de haber previsto correctamente la victoria de los laboristas en las elecciones generales de mayo de 1997 en Gran Bretaña, añadía:

“... es importante subrayar el hecho de que la clase dominante no va a volver a los temas de los años 1970 cuando la “alternativa de izquierda” con su programa de medidas “sociales”, y aún de nacionalizaciones, se estableció para frenar el impulso de la ola de luchas que había comenzado en 1968, desviando el descontento y la militancia hacia el atolladero de las elecciones.”

La victoria electoral de Schröder-Fischer sobre Khol en Alemania en el otoño de 1998 ha confirmado:

–  que el retorno de los gobiernos de izquierda no es de ninguna manera una vuelta a los años 70. El SPD no ha vuelto al poder a causa de grandes luchas, como así ocurrió con Brandt. No hizo antes ninguna promesa electoral irrealista, y mantiene una política muy “moderada” y “responsable” en el gobierno.

–  que en la fase actual de la lucha de clases, no es un problema para la burguesía poner a la izquierda, en particular a los socialdemócratas, en el gobierno. En Alemania, habría sido más fácil que en otros países dejar a la derecha en el gobierno. Contrariamente a la mayor parte de las demás potencias occidentales, donde los partidos de derecha se encuentran, ya sea en un estado de confusión (Francia, Suecia), ya sea divididos respecto a la política exterior (Italia, Gran Bretaña), o abrumados por tendencias retrógradas irresponsables (Estados Unidos), en Alemania, la derecha, aunque un poco gastada por 16 años de gobierno, se mantiene en orden y es perfectamente capaz de ocuparse de los asuntos del Estado alemán.

Sin embargo, el hecho de que Alemania, el país que tiene actualmente el aparato político más ordenado y coherente (lo que refleja su estatuto de líder de bloque imperialista potencial), haya puesto al SPD en el poder, revela que la baza de la izquierda en el gobierno no sólo es posible actualmente, sino que se ha vuelto una necesidad relativa (como la de la izquierda en la oposición en los años 80), o sea que sería un error para la burguesía el no jugar ahora esa baza.

Ya hemos mostrado qué necesidades, en el plano de la política imperialista y de la gestión de la crisis, abrieron la vía del gobierno a la izquierda. Pero en el frente social también, hay sobre todo dos razones importantes para un gobierno así en el día de hoy:

– Tras largos años de gobierno de derechas en países clave como Gran Bretaña y Alemania, la mistificación electoral exige la alternativa democrática ahora, tanto más por cuanto en el porvenir será mucho más difícil mantener a la izquierda en el gobierno. Contra la oleada revolucionaria de 1917-1923 y más aún desde la caída del estalinismo, la democracia burguesa es la mistificación antiproletaria más importante de la clase dominante y por ello debe ser alimentada permanentemente.

– Aunque la izquierda no es necesariamente la más adaptada para llevar a cabo los ataques contra la clase obrera actualmente, tiene la ventaja sobre la derecha de atacar de manera más prudente y sobre todo menos provocadora que la derecha. Esta es una cualidad muy importante en los momentos actuales en que es vital para la burguesía evitar tanto como sea posible luchas importantes y masivas de su enemigo mortal, ya que tales luchas son la primera condición y contienen actualmente un importante potencial para el desarrollo de la confianza en sí y de la conciencia política del proletariado como un todo.

CCI – 7/4/99

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [3]

Crisis económica (II) – Los años 80 – Treinta años de crisis abierta del capitalismo

  • 198049 lecturas

En el número anterior de la Revista internacional vimos que el capitalismo, enfrentado desde 1967 a la reaparición abierta de su crisis histórica, desplegaba los medios de intervención del Estado en la economía para tratar de frenarla y de descargar sus efectos más nocivos hacia los países más periféricos, los sectores más débiles del propio capital y, por supuesto, sobre el conjunto de la clase obrera. Analizamos la evolución de la crisis y de la respuesta del capitalismo durante los años 70. Vamos a ver ahora esta evolución a lo largo de los años 80. Este análisis nos permite comprender que toda la política que hacen los Estados de «acompañamiento de la crisis para provocar una caída lenta y escalonada» no resuelve nada, ni aporta ninguna salida sino que agrava más y más las contradicciones de fondo del capitalismo.

La crisis de 1980-82

En el IIº Congreso internacional de la CCI, celebrado en 1977([1]), pusimos de relieve que las políticas de expansión que venía empleando el capitalismo eran cada vez menos eficaces y estaban llevando a un callejón sin salida. La oscilación entre el «relanzamiento» que provocaba inflación y el frenazo que ocasionaba la recesión conducía hacia lo que los economistas burgueses llamaban la «estanflación» (recesión e inflación a la vez) mostrando la gravedad de la situación del capitalismo y el carácter insoluble de sus contradicciones: el mal incurable de la sobreproducción que, a su vez, agravaba globalmente las tensiones imperialistas de tal forma que los últimos años de la década contemplaron una considerable agudización de las confrontaciones militares y y un incremento del esfuerzo armamentístico tanto a nivel nuclear como «convencional»([2]).

Los años 80 empiezan con una recesión abierta que se prolonga hasta 1982 y que en una serie de aspectos importantes es mucho peor que la anterior de 1974-75. Hay un estancamiento de la producción (tasas negativas en Gran Bretaña y en los países europeos), aumento espectacular del desempleo, (en 1982, Estados Unidos registra en un solo mes medio millón de desempleados más), la producción industrial cae en 1982 en Gran Bretaña al nivel de 1967 y, por primera vez desde 1945, el comercio mundial cae durante 2 años consecutivos ([3]). Se producen cierres de empresas y despidos masivos a un nivel jamás visto desde la depresión de 1929. Comienza a desarrollarse una tendencia que va a continuar creciendo desde entonces: es lo que se ha dado en llamar la desertificación industrial y agrícola. Por un lado, regiones enteras de rancia tradición industrial ven el cierre sistemático de fábricas y pozos mineros y el paro se dispara hasta índices del 30%. Ocurre así en zonas como Manchester, Liverpool o Newcastle en Gran Bretaña; Charleroi en Bélgica; Lorena en Francia, Detroit en Estados Unidos. Por otra parte, la sobreproducción agrícola es tal que en numerosos países los gobiernos o bien subvencionan el abandono de vastas extensiones o bien recortan bruscamente las ayudas a explotaciones agropecuarias, lo que causa la ruina en cascada de campesinos pequeños y medios y el desempleo de los trabajadores del campo.

Sin embargo, desde 1983 se produce una reactivación de la economía que en un primer momento quedará limitada a Estados Unidos y a partir de 1984-85 alcanzará a Europa y Japón. Este relanzamiento se consigue básicamente mediante el endeudamiento colosal de Estados Unidos que hace subir la producción y progresivamente permite que las economías de Japón y Europa Occidental se incorporen al carro del crecimiento.

En eso consistió la famosa «Reaganomics»  que en su momento nos fue presentada como la gran solución a las crisis del capitalismo. Además, esta «solución»  se ofrecía como una vuelta a las «esencias del capitalismo». Frente a los «excesos» de intervención estatal que caracterizaba la política económica de los Estados durante los años 70 (el keynesianismo) y que era tildado de «socialismo» o «proclividad» al socialismo, los nuevos teóricos de la economía se presentaban como «neoliberales» y vendían a los cuatro vientos las recetas del «menos Estado», el «libre mercado» etc.

En realidad, ni la Reaganomics solucionó gran cosa (a partir de 1985, como luego veremos, hubo que pagar la factura del endeudamiento de Estados Unidos), ni suponía una «retirada del Estado», un pretendido «menos Estado». Lo que hizo el gobierno Reagan fue lanzarse a un programa masivo de rearme (lo que se dio en llamar la «Guerra de las Galaxias» que contribuyó poderosamente a poner de rodillas al bloque rival) mediante el recurso clásico al endeudamiento estatal. La famosa locomotora no se alimentaba del combustible sano constituido por una expansión real del mercado sino a través de la energía adulterada del endeudamiento generalizado.

La «nueva» política de endeudamiento

Lo único novedoso en la política de Reagan es la forma de realizar el endeudamiento. Durante los años 70 los Estados eran los responsables directos del mismo a través de déficits crecientes del gasto público financiados por el aumento de la masa monetaria. Esto suponía que era el Estado quien procuraba el dinero a los bancos para que estos prestaran a las empresas, los particulares o a otros Estados. Ello provocaba la depreciación continua del dinero y la explosión correlativa de la inflación.

Ya hemos visto el atolladero cada vez más cerrado en que se encontraba la economía mundial y especialmente la americana a finales de los años 70. Para salir al paso, en los dos últimos años de la administración Carter, el responsable de la Reserva Federal, Volker, cambia radicalmente de política crediticia. Cierra el grifo de la emisión de moneda, lo cual provocará la recesión de 1980-82, pero simultáneamente abre la vía de la financiación masiva mediante la emisión de bonos y obligaciones que se renuevan constantemente en el mercado de capitales. Esta orientación será retomada y generalizada por la administración Reagan y, más adelante, se extenderá a todos los países.

El mecanismo de «ingeniería financiera» es el siguiente: Por un lado, el Estado emite bonos y obligaciones para financiar sus enormes y siempre crecientes déficits que son suscritos por los mercados financieros (bancos, empresas y particulares). Por otra parte, empuja a los bancos a que busquen en el mercado la financiación de sus préstamos, recurriendo, a su vez, a la emisión de bonos y obligaciones y a sucesivas ampliaciones de capital (emisión de acciones). Se trata de un mecanismo altamente especulativo con el que se intenta aprovechar el desarrollo de una masa creciente de capital ficticio (plusvalía ociosa incapaz de ser invertida en nuevo capital).

De esta forma, el peso de los fondos privados tiende a ser mucho mayor que los fondos públicos en la financiación de la deuda (pública y privada):

Financiación deuda pública en USA

                       Fondos   Fondos
                      públicos  privados

1980 ………….……. 24 ………..…. 46

1985 …………….…. 45 ………..…. 38

1990 …………….…. 70 ………..…. 49

1995 …………….…. 47 …..……. 175

1997 …………….…. 40 …..……. 260

Fuente: Global Development Finance, en miles de millones de dólares.

Esto no quiere decir ni mucho menos una disminución del peso del Estado (como proclaman los «liberales») sino más bien responde a las necesidades cada vez más agobiantes de financiación (y particularmente de liquidez inmediata) que obligan a una movilización masiva de todos los capitales disponibles.

La puesta en marcha de esta política pretendidamente «liberal» y «monetarista» significa que la famosa locomotora USA es financiada por el resto de la economía mundial. Especialmente, el capitalismo japonés con un enorme excedente comercial suscribe masivamente los bonos y obligaciones del Tesoro americano así como las diferentes emisiones de empresas de ese país. El resultado es que Estados Unidos que desde 1914 era el primer acreedor mundial se convierte a partir de 1985 en deudor neto y, desde 1988, en el primer deudor mundial. Otra de las consecuencias es que a finales de los 80, los bancos japoneses poseen casi el 50% de los activos inmobiliarios americanos. Por último, esta forma de endeudamiento provoca que «mientras en el periodo 1980-82 los países industrializados versaron a los llamados países en desarrollo 49 000 millones de dólares más que lo que habían recibido, en el periodo 1983-89 son estos últimos los que han proporcionado a los primeros 242 000 millones de dólares más» (Prometeo nº 16, órgano de Battaglia comunista, «Una nueva fase en la crisis capitalista», diciembre 1998).

Para rembolsar los intereses y lo principal de los bonos emitidos lo que se hace es recurrir a nuevas emisiones de bonos y obligaciones. Ahora bien, esto significa más y más endeudamiento y se corre el riesgo de que los prestatarios abandonen la suscripción de las nuevas emisiones. Para seguir atrayéndolos, se suele recurrir a una continua apreciación del dólar mediante diferentes artificios de reevaluación de la divisa. El resultado es, por un lado, una enorme inundación de dólares sobre el conjunto de la economía mundial y, por otra parte, Estados Unidos cae en un gigantesco déficit comercial que año tras año bate nuevos récords. La misma tónica, más o menos matizada, siguen la mayoría de los Estados industrializados: juegan con la moneda como instrumento de atracción de capitales.

Todo ello conlleva una tendencia que se va a profundizar durante los años 90: la adulteración y manipulación completa de las monedas. La función clásica de la moneda bajo el capitalismo era la de medida de valor y patrón de precios, para lo cual la moneda de cada Estado debía estar respaldada por una mínimo proporcional de metales preciosos([4]). Esa reserva de metales nobles reflejaba de forma tendencial el incremento y desarrollo de la riqueza del país lo cual se traducía, también tendencialmente, en la cotización de su moneda.

Ya vimos en el artículo anterior cómo el capitalismo ha abandonado a lo largo del siglo xx esas reservas y ha dejado que las monedas circularan sin contrapartidas con los graves riesgos que ello conlleva. Sin embargo, los años 80 son un auténtico salto cualitativo hacia el abismo: al fenómeno, ya de por si grave, de monedas completamente separadas de la contrapartida en oro y plata, que se continúa agudizando a lo largo de la década, se añade, en primer lugar, el juego de apreciación/depreciación para atraer capitales lo cual provoca una tremenda especulación sobre las mismas y, en segundo lugar, el recurso, de forma más sistemática, a las llamadas «devaluaciones competitivas»: es decir, bajada por decreto de la cotización de la moneda con objeto de favorecer las exportaciones.

Esta «nueva» política económica cuyos pilares son, por una parte, la emisión masiva de bonos y obligaciones que se amplía constantemente cual bola de nieve, y, de otro lado, la manipulación fuera de toda lógica, de las monedas, conlleva un sofisticado y complicado «sistema financiero» que es en realidad una obra conjunta del Estado y las grandes instituciones financieras (bancos, cajas de ahorro y sociedades de inversión, las cuales a su vez guardan estrechos vínculos con el Estado). En apariencia es un mecanismo «liberal» y «no intervencionista», en la práctica es una construcción típica del capitalismo de Estado a la occidental, es decir, con una gestión basada en la combinación entre los sectores dominantes del capital privado y el Estado.

Esta política se nos presenta como la pócima mágica capaz de conseguir crecimiento económico sin inflación. El capitalismo durante los años 70 se había estrellado ante el dilema insoluble inflación o recesión, pero ahora, los gobernantes que, cualquiera que sea su coloración política («socialistas», de «izquierdas» o de «centro») se convierten al nuevo credo «neoliberal» y «monetarista», proclaman que el capitalismo ha superado ese dilema y que la inflación ha sido reducida a niveles del 2 al 5% sin menoscabo del crecimiento económico.

Esta política de «lucha contra la inflación» o de un pretendido «crecimiento sin inflación» se basa en las medidas siguientes:

  1. La eliminación de las capacidades productivas «excedentarias» en la industria y la agricultura. El resultado es el cierre de numerosas instalaciones industriales y los despidos masivos.
  2. El recorte drástico de subvenciones a la industria y la agricultura que empuja en la misma dirección de despidos y cierres.
  3. La presión para reducir los costes y aumentar la productividad que significa en los hechos una deflación enmascarada y gradual basada en violentos ataques contra la clase obrera de los países centrales y una baja permanente del precio de las materias primas
  4. El traslado mediante mecanismos de presión monetaria y, muy especialmente, mediante la invasión de dólares, de los efectos inflacionarios hacia los países más periféricos. Así, en Brasil, Argentina, Bolivia etc. se producen explosiones de hiperinflación llegando los precios a crecer hasta ¡ un 30% diario !.
  5. Y sobre todo, reembolsar las deudas con nuevas deudas. Al pasar de la financiación de la deuda mediante emisión monetaria a la realizada mediante emisión de títulos de deuda (bonos y obligaciones estatales, acciones de empresas etc.) se consigue aplazar algún tiempo más los efectos de la inflación. Las deudas contraídas mediante una emisión se reembolsan con nuevas emisiones. Estos títulos son objeto de una especulación desenfrenada. Con ello se sobrevalora su precio (esta sobrevaloración se complementa con la manipulación de la cotización de las monedas) y de esta manera la enorme inflación subyacente se aplaza siempre para más tarde.

La medida nº 4 no resuelve la inflación sino que simplemente la cambia de sitio (la traslada a los países más débiles). La medida nº 5 lo que consigue es aplazarla para más tarde cebando como contrapartida la bomba de la inestabilidad y el desorden a nivel financiero y monetario.

En cuanto a las medidas nº 1 a nº 3, aunque reducen realmente la inflación en el corto plazo, sus consecuencias son mucho más graves en el medio y largo plazo. En efecto, esas medidas constituyen una deflación encubierta, es decir, una reducción metódica y organizada por los Estados de las capacidades reales de producción. Como señalamos en la Revista Internacional nº 59 «La producción, que puede corresponder a bienes realmente fabricados, no es pues una producción de valor, que es lo único que interesa al capitalismo. No ha permitido una auténtica acumulación de capital. El capital global se ha reproducido sobre bases más exiguas. O sea, que el capitalismo no se ha enriquecido, al contrario se ha empobrecido»([5]).

Los procesos de desertificación industrial y agraria, la reducción enorme de costes, los despidos y empobrecimiento general de la clase obrera que se han venido operando sistemática y metódicamente por todos los gobiernos a lo largo de los años 80 y que han proseguido a una escala superior durante los 90 han supuesto un fenómeno de deflación encubierta y permanente. Mientras en 1929 se produjo una deflación brutal y abierta, el capitalismo se lanza desde los años 80 a una tendencia inédita: la deflación planificada y controlada, una especie de demolición gradual y metódica de las bases mismas de la acumulación capitalista, una suerte de desacumulación lenta pero irreversible.

La reducción de costes, la eliminación de sectores obsoletos y no competitivos, el incremento gigantesco de la productividad no son sinónimo por sí mismos de crecimiento y desarrollo del capitalismo. Es cierto que esos fenómenos acompañaron las fases de desarrollo del capitalismo en el siglo xix pero tenían sentido en la medida en que estaban al servicio de la extensión y la ampliación de las relaciones capitalistas de producción, del crecimiento y formación del mercado mundial. Su función a partir de los años 80 corresponde a un objetivo diametralmente opuesto: protegerse de la sobreproducción; y sus resultados son contraproducentes: la agravan aún más.

Por esa razón, esas políticas de «deflación competitiva» como púdicamente la llaman los economistas, en realidad si bien reducen en el corto plazo las bases de la inflación en realidad las estimulan y refuerzan en el medio y largo plazo, pues la reducción de la base de la reproducción global del capital solo puede compensarse con nuevas masas siempre crecientes de endeudamiento, por un lado, y de gastos improductivos (armamentos, burocracia estatal, financiera y comercial) de otro. Como señalamos en el Informe sobre la crisis económica de nuestro XIIº Congreso internacional, «el verdadero peligro se sitúa en que todo crecimiento, toda pretendida recuperación, está basada en un aumento considerable del endeudamiento, en un estímulo artificial de la demanda, es decir, en capital ficticio. Tal es la matriz que hace nacer la inflación porque expresa una tendencia profunda en el capitalismo decadente: el divorcio creciente entre el dinero y el valor, entre lo que ocurre en el mundo “real” de la producción de bienes y un proceso de cambio que se ha convertido en “un mecanismo tan complejo y artificial” que la misma Rosa Luxemburgo alucinaría al verlo» (Revista Internacional nº 92).

Así pues y en realidad, lo único que sostiene la baja inflación de los años 80 y 90 es el aplazamiento sistemático de la deuda mediante el carrusel de nuevos títulos de deuda que sustituyen a los anteriores y la expulsión de la inflación global hacia los países más débiles (que son cada vez más numerosos).

Todo esto se ve claramente ilustrado con la crisis de la deuda que desde 1982 estalla en los países del Tercer Mundo (Brasil, Argentina, México, Nigeria etc.). Estos Estados que con sus enormes deudas habían alimentado la expansión de los años 70 (ver la primera parte de este artículo) amenazan con declararse insolventes. Los países más importantes acuden rápidamente en su «ayuda» mediante planes de «reestructuración» de la deuda (Plan Brady) o mediante la intervención directa del Fondo monetario internacional. En realidad, lo que buscan es evitar un hundimiento brutal de esos Estados que desestabilizaría todo el sistema económico mundial.

Los remedios que emplean son una copia más de la «nueva política de endeudamiento»:

  • Aplicación de planes brutales de deflación tutelados directamente por el FMI y el Banco mundial que suponen ataques terribles a la clase obrera y a toda la población. Esos países, que durante los años 70 habían vivido el espejismo del «desarrollo», despiertan brutalmente encontrándose con la pesadilla de la miseria generalizada de la cual ya no volverán a salir.
  • Conversión de los préstamos en Deuda pública materializada en títulos que comportan intereses muy elevados (10 o 20 % más que la media mundial) y sometidos a una especulación formidable. El endeudamiento no desaparece sino que se transforma en deuda aplazada. Con ello el nivel de la deuda de los países del Tercer Mundo, lejos de bajar, crece vertiginosamente a lo largo de los años 80 y 90.

El crack de 1987

A partir de 1985 la locomotora americana comienza a renquear. Las tasas de crecimiento bajan lenta pero inexorablemente y se transmiten poco a poco a los países europeos. Políticos y economistas hablan de un «aterrizaje suave», o sea, tratan de detener un mecanismo de endeudamiento que se alimenta a sí mismo como bola de nieve en la pendiente y que provoca una especulación cada vez más incontrolable. El dólar tras años de reevaluación se devalúa bruscamente cayendo entre 1985 y 1987 en más de un 50 %. Esto alivia momentáneamente el déficit americano y logra reducir el pago de intereses de la deuda, pero la contrapartida es el hundimiento brutal de la Bolsa de Nueva York que en octubre de 1987 cae un 27%.

Esta cifra es cuantitativamente inferior a la caída registrada en 1929 (más del 30%), sin embargo un cuadro comparativo de la situación de 1987 y 1929 permite comprender que los problemas son mucho más graves en 1987 (véase página precedente).

La crisis bursátil de 1987 supone una purga brutal de la burbuja especulativa que había alimentado la reactivación económica de la Reaganomics. Desde entonces, esa reactivación hace aguas por todas partes, la última mitad de los años 80 muestra unos índices de crecimiento entre el 1 y el 3 %, en la práctica, un estancamiento. Pero al mismo tiempo, la década finalizará con el hundimiento de Rusia y sus satélites del bloque del Este, un fenómeno que si bien tiene raíces en las peculiaridades de esos regímenes es fundamentalmente una consecuencia de la agravación brutal de la crisis económica mundial.

Junto al fenómeno del hundimiento del bloque imperialista ruso una tendencia muy peligrosa aparece desde 1987: la inestabilidad de todo el aparato financiero mundial, este se va a ver sometido a cataclismos cada vez más frecuentes, auténticos sismos que muestran su fragilidad y vulnerabilidad cada vez mayores.

 

Balance general de los años 80

Vamos a sacar unas conclusiones del conjunto de la década. Las haremos, como en el artículo anterior, tanto sobre la evolución de la economía como sobre la situación de la clase obrera. La comparación con los años 70 permite constatar una fuerte degradación.

Evolución de la situación económica

1) Las tasas de incremento de la producción alcanzan un máximo en 1984: el 4,9 %. La media del periodo es de 3,4 % mientras que la media de la década anterior había sido del 4,1%.

2) Se produce una amputación importante en el aparato industrial y agrícola. Es un fenómeno nuevo desde 1945 que afecta claramente a los grandes países industrializados. El siguiente cuadro referido a tres países centrales (Alemania, Gran Bretaña y USA) pone en evidencia una caída muy fuerte en industria y minería y un desplazamiento del crecimiento hacia sectores no productivos y de carácter especulativo:

Evolución de la producción
por sectores entre 1974 y 1987
(en %)

                                         Alemania        Gran Bretaña   Estados Unidos

Minería                               – 8,1               – 42,1               – 24,9

Industria                             – 8,2               – 23,8                 – 6,5

Construcción                     – 17,2                 – 5,5                  12,4

Comercio y hostelería          – 3,1                    5,0                  15,2

Finanzas y seguros              11,5                  41,9                  34,4

(Fuente: OCDE)

3) La mayoría de sectores productivos sufre un descenso en sus cifras de producción que se observa tanto en sectores catalogados como «tradicionales» (astilleros, acero, textil, minería) como en los sectores punta (automóvil, electrónica, electrodomésticos). Así, por ejemplo, en el automóvil el índice de producción de 1987 es el mismo que en 1978.

4) En la agricultura la situación es desastrosa:

  • los países del Este y del Tercer Mundo se ven obligados por primera vez desde 1945 a importar alimentos de primera necesidad;
  • en la Unión Europea se decide dejar en barbecho 20 millones de hectáreas.
  • Es cierto que se produce un incremento en la industria informática, telecomunicaciones y sectores de la electrónica, sin embargo, este crecimiento no compensa la caída en la industria pesada y la agricultura.

6)         Las fases de relanzamiento ya no afectan al conjunto de la economía mundial, son más cortas y se acompañan de fases de estancamiento (por ejemplo, entre 1987 y 1989):

  • son altas en USA durante el período 1983-85 pero después entre 1986-89 son más bajas que la media de 1970;
  • son bajas (situación global de semiestancamiento) en todos los países de Europa Occidental excepto Alemania;
  • un buen número de países del Tercer Mundo se descuelgan del tren del crecimiento y caen en el marasmo;
  • los países del Este sufren un estancamiento casi general durante toda la década (a excepción de Hungría y Checoslovaquia).

7)         Japón y Alemania logran mantener un nivel de crecimiento aceptable desde 1983. Este crecimiento es superior a la media y permite unos enormes excedentes comerciales que les transforman en importantes acreedores financieros. Sin embargo los índices de crecimiento no son tan altos como en las dos décadas anteriores:

Media de crecimiento anual del PIB
en Japón
(en %)

1960-70 ………. 8,7 %

1970-80 ………. 5,9 %

1980-90 ………. 3,7 %

(Fuente: OCDE)

8) Los precios de las materias primas experimentan una caída a lo largo de toda la década (salvo el período 1987-88). Ello permite a los países industrializados aliviar el peso de la inflación subyacente a costa de que los países del «Tercer Mundo» (productores de materias primas) se hundan progresivamente en el marasmo total.

9) La producción de armamentos sufre el mayor incremento de la historia: entre 1980 y 1988 crece un 41 % en USA según cifras oficiales. Este aumento supone, como ya fue puesto de manifiesto por la Izquierda comunista, un debilitamiento a término de la economía, como comprueba el propio capitalismo americano en sus propias carnes: a la vez que crecía sin cesar su porcentaje en la producción mundial de armamentos, descendía la parte de sus exportaciones en el comercio mundial de sectores clave como se ve en el cuadro siguiente:

Porcentaje de las exportaciones
de EE.UU. en el comercio mundial

                                            1980         1987

Máquinas herramientas           12,7         9

Automóviles                           11,5         9,4

Informática                              31           22

10) El endeudamiento sufre una explosión brutal tanto cuantitativa como cualitativamente.

•  A nivel cuantitativo:

– Sigue creciendo de forma descontrolada en los países del «Tercer Mundo»:

Deuda total en millones de $ países subdesarrollados

1980 ……….    580 000

1985 ……….    950 000

1988 ………. 1 320 000

(Fuente: Banco Mundial)

– Se dispara de forma espectacular en EE.UU.:

Deuda total en millones de $ Estados Unidos

1970 ……….    450 000

1980 ………. 1 069 000

1988 ………. 5 000 000

(Fuente: OCDE)

Es, sin embargo, moderado en Japón y Alemania.

•  A nivel cualitativo:

– USA se convierte en país deudor en 1985 tras haber sido durante 71 años un país acreedor.

– En 1988 Estados Unidos se transforma en el país más endeudado del planeta no solo de forma cuantitativa sino cualitativamente. Así en esa fecha, mientras la deuda externa de México representa 9 meses de su PNB y la de Brasil 6 meses, ¡la de USA significa 2 años del PNB!

– El peso de la devolución de intereses de préstamos alcanza en los países industrializados una media del 19% del presupuesto estatal

11) El aparato financiero, hasta entonces relativamente estable y saneado, empieza a sufrir desde 1987 trastornos cada vez más serios:

– quiebras bancarias significativas: la más grave es la de las cajas de ahorro norteamericanas en 1988 con un agujero de 500 000 millones de dólares;

– se inicia una sucesión de cracks bursátiles periódicos desde 1987: en 1989 habrá otro crack aunque más moderado debido a las medidas estatales de suspensión inmediata de las cotizaciones cuando se supera el 10%;

– la especulación se dispara de forma espectacular. En Japón, por ejemplo, la desmesurada especulación inmobiliaria provocará un crack en 1989 cuyas consecuencias se vienen arrastrando desde entonces.

Situación de la clase obrera

1) Asistimos a la peor oleada de despidos desde 1945. El desempleo se dispara brutalmente en los países industrializados:

Número de desempleados
en los 24 países de la OCDE

1979 ………. 18  000  000

1989 ………. 30  000  000

(Fuente: OCDE)

2) Aparece en los países industrializados desde 1984 la tendencia al subempleo (trabajo a tiempo parcial, eventual y precario) mientras que el subempleo se generaliza en los países del «Tercer Mundo».

3) Desde 1985 los gobiernos de los países industrializados adoptan medidas que favorecen los contratos eventuales so pretexto de «lucha contra el paro» de tal forma que en 1990 los contratos eventuales abarcan el 8 % de las plantillas en los países de la OCDE. El trabajo fijo comienza a descender.

4) Los salarios crecen nominalmente de forma muy modesta (media países de la OCDE entre 1980-88 del 3 %) no logrando compensar la inflación pese a su nivel muy bajo.

5) Las prestaciones sociales (subsidios, sistemas de Seguridad social, subvenciones a la vivienda, sanidad y enseñanza) sufren los primeros recortes importantes.

El descenso en las condiciones de vida de la clase obrera es brutal en los países «subdesarrollados» y bastante fuerte en los países industrializados. En estos últimos ya no es suave y lento como en la década anterior pese a que los gobiernos, para evitar la unificación de las luchas, organizan de forma gradual y planificada los ataques evitando que sean demasiado bruscos y generalizados.

Sin embargo, por primera vez desde 1945 el capitalismo es incapaz de incrementar la fuerza de trabajo total: el número de asalariados crece a un ritmo inferior al de la población mundial. En 1990 la OIT maneja una cifra de 800 millones de desempleados. Este es indicador más claro de la agravación experimentada por la crisis del capitalismo y el desmentido más rotundo de las mentiras burguesas sobre la recuperación de la economía.

Adalen

 

[1] Ver en Revista internacional nº 11 «De la crisis a la economía de guerra», informe del IIº Congreso sobre la situación económica mundial.

[2] La década se cerraba con la invasión rusa de Afganistán que provocaría una larga y devastadora guerra.

[3] Ver en Revista internacional nº 26 «Resolución sobre la crisis».

[4] «Todo país necesita tener un fondo de reserva, tanto para su comercio exterior como para su circulación interior. Las funciones de estas reservas obedecen, pues, en parte a la función del dinero como medio interior de circulación y de pago, y en parte a su función como dinero universal» (Marx: El Capital, Libro I, Sección 1ª, Capítulo 3º). Marx especifica más adelante que «los países en los que la producción ha alcanzado un alto grado de desarrollo limitan los tesoros acumulados en los bancos al mínimo que sus funciones específicas reclaman».

[5] Informe sobre la crisis del VIIIº Congreso de la CCI.

 

Series: 

  • Crisis económica [4]

Noticias y actualidad: 

  • Crisis económica [5]

VII - 1920: el programa del KAPD

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Introducción

Con la publicación del programa del Partido comunista obrero de Alemania (KAPD) de 1920 terminamos la parte de esta serie dedicada a los programas de los partidos comunistas surgidos en el auge de la oleada revolucionaria([1]). Ya hemos estudiado además el trasfondo histórico de la formación del KAPD([2]). La escisión en el joven KPD fue en muchos aspectos una tragedia para el desarrollo de la revolución proletaria, pero no es éste el sitio para analizar las causas y las consecuencias de aquélla. Nuestro objetivo al publicar el programa del KAPD, es mostrar el grado de claridad revolucionaria que ese documento representa, pues no cabe la menor duda de que prácticamente las mejores fuerzas del comunismo de Alemania ingresaron en el KAPD.

Según la fábula izquierdista (basada en las ideas, falsas por desgracia, que la Internacional comunista adoptó después de 1920), el KAPD sería la expresión de una corriente insignificante, sectaria, semianarquista, que fue liquidada definitivamente tras la publicación del libro de Lenin El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo. De hecho, como así lo hemos demostrado en otro lugar (por ejemplo en nuestra introducción a la plataforma de la IC), en el apogeo de la oleada revolucionaria las posiciones de la izquierda eran en gran medida las dominantes tanto en el KPD como en la IC misma. Cierto es que, a partir de 1920, en la IC y en los partidos que la componían, empezaron a hacerse notar los primeros efectos del estancamiento de la revolución mundial y del aislamiento de la Rusia soviética, provocando una reacción conservadora que iba a poner a la izquierda en situación de oposición. Pero incluso como oposición, los comunistas de izquierda no tenían nada que ver con una secta infantil o anarquista. En efecto, lo que ante todo resalta en su programa es hasta qué punto las posiciones características del KAPD (rechazo de las tácticas parlamentaria y sindical, que pronto serían adoptadas por la IC) estaban basadas en una verdadera asimilación del concepto marxista de la decadencia del capitalismo que se afirma en el párrafo introductorio de dicho programa. Este concepto había sido afirmado con la misma insistencia en el congreso fundacional de la IC, pero la Internacional, como un todo, iba después a ser incapaz de sacar todas sus implicaciones en el plano programático.

La posición del KAPD sobre el parlamento y los sindicatos no tenían nada que ver con el moralismo y el rechazo de la política preconizados por los anarquistas. Como así lo argumentó el portavoz del KAPD, Appel (Hempel) en el IIIer congreso de la IC en 1921, la posición se basaba en reconocer que la participación en el parlamento y en los sindicatos había sido una táctica perfectamente válida en el período ascendente del capitalismo, pero que se había vuelto caduca en el nuevo período de declive del capitalismo. El programa muestra, en particular, que la izquierda alemana había establecido ya las bases teóricas para explicar  por qué los sindicatos se habían convertido en “uno de los principales pilares del Estado capitalista”.

También se acusó de sectarismo a lo que el KAPD proponía como alternativa a los sindicatos. En la Enfermedad infantil, por ejemplo, Lenin acusa al KAPD de intentar sustituir a las organizaciones sindicales de masas existentes por “sindicatos revolucionarios puros”. El método del KAPD era, en realidad, un método marxista, consistente, entre otras cosas, en hacer el enlace con el movimiento real de la clase. Como lo plantea Hempel en el IIIer congreso: “…como comunistas, como gente que quiere y debe tomar la dirección de la revolución, estamos obligados a examinar la organización bajo ese ángulo. Lo que nosotros, KAPD, decimos, no ha nacido, como lo cree el camarada Radek, en la cabeza del camarada Gorter en Holanda, sino a través de las luchas que hemos llevado a cabo desde 1919” ([3]). Es, en efecto, el movimiento real de la clase lo que ha hecho surgir a los consejos obreros o soviets en la primera explosión de la revolución, y ello en total oposición a la vez al parlamentarismo y al sindicalismo. Tras la disolución o la recuperación por la burguesía de los consejos obreros que habían surgido en Alemania, las luchas más combativas hicieron surgir “organizaciones de fábrica” a las que, en parte, se hace referencia en el programa. Es cierto que la insistencia sobre esas organizaciones en los lugares de trabajo, más locales, más que en los soviets centralizados era el resultado del carácter defensivo de la dinámica a la que estaba siendo arrastrada la clase. Al no comprender realmente lo que estaba ocurriendo, el KAPD tendía a desarrollar un enfoque falso según el cual las organizaciones de fábrica, agrupadas en “Unionen”, podrían existir algo así como núcleos permanentes de los futuros consejos. Pero también es cierto que en la época del programa, las “Unionen” agrupaban a más de 100 000 militantes obreros y, por lo tanto, nada tenían que ver con un montaje artificial del KAPD.

Otra acusación frecuentemente lanzada al KAPD es la de que era “antipartido”. Esto deforma totalmente la realidad compleja del movimiento revolucionario alemán de aquel entonces. En cierto modo, el KAPD expresaba realmente un alto nivel en el proceso de clarificación del papel del partido comunista. Ya hemos publicado las “Tesis sobre el papel del partido” del KAPD ([4]), papel basado en el reconocimiento (heredado en gran parte de la experiencia bolchevique) de que en la época de la revolución, el partido no podía ser una organización de “masas”, sino que era una minoría avanzada en lo programático cuya tarea esencial era, por su decidida participación en la lucha de la clase, la de elevar la “conciencia de sí del proletariado” como así lo afirma el programa. Este contiene también los primeros elementos críticos de la idea de que la dictadura del proletariado la ejerce el partido. Es una idea (o más bien una práctica, pues sólo sería teorizada más tarde) que habría de tener consecuencias desastrosas para los bolcheviques en Rusia.

No cabe duda de que había, sin embargo, otras tendencias en el KAPD de la época y algunas de ellas, sobre todo la corriente “consejista” en torno a Otto Rühle, estaban claramente influidas por el anarquismo.

Las concesiones a esta corriente queda reflejada en el prefacio al programa que contiene la noción federalista e incluso individualista según la cual: “la autonomía de los miembros es en cualquier circunstancia el principio de base del partido proletario, el cual no es un partido en el sentido tradicional”. Al haberse visto, en cierto modo, obligado a salirse del KPD a causa de las maniobras de la camarilla irresponsable en torno a Paul Levi, esa reacción contra los “jefes” incontrolados y la politiquería burguesa era algo comprensible. Pero también era la expresión de una debilidad sobre la organización, la cual, tras el reflujo posterior de la revolución, iba a tener consecuencias desastrosas para la supervivencia de la izquierda alemana.

La tendencia “consejista” expresaba también una tendencia a romper la solidaridad hacia la revolución rusa en unos momentos en que ésta estaba pasando por una situación muy difícil debida al aislamiento y a la guerra civil. Esa tendencia se plasmará más tarde en el rechazo abierto a toda la experiencia rusa diciendo de ella que no había sido sino una revolución burguesa tardía. Sin embargo, en el programa, no había la menor ambigüedad al respecto: la solidaridad al acorralado poder soviético es patente desde el principio; y la victoria de la revolución en Alemania es analizada como factor clave de la revolución mundial y, por consiguiente, de la salvación del bastión revolucionario de Rusia.

Una comparación con las “medidas prácticas” del programa del KPD de 1918 muestra la gran similitud con las del programa del KAPD, y esto no debería sorprender. El del KAPD es, sin embargo, más claro sobre las tareas internacionales de la revolución alemana. Va también más lejos en lo que a contenido económico de la revolución se refiere, insistiendo en la necesidad de tomar medidas inmediatas de orientación de la producción hacia las necesidades más que hacia la acumulación, aunque sea muy discutible la posibilidad de tal transformación rápida, como también es discutible la idea del programa de que un “bloque económico socialista” formado por Alemania y Rusia solas podría dar pasos significativos hacia el comunismo. Finalmente, el programa plantea algunas “nuevas” cuestiones que no estaban tratadas en el programa de 1918, como, por ejemplo, el enfoque de la revolución proletaria sobre el arte, la ciencia, la educación y la juventud. La preocupación del KAPD por esos temas es tanto más interesante porque demuestra que no era, como a menudo se ha dicho, una corriente puramente “obrerista”, incapaz de ver los problemas más generales planteados por la transformación comunista de la vida social.

CWD


[1] Ver Revista internacional nº 93 “El programa del KPD”; nº 94 “La plataforma de la Internacional comunista”; nº 95 “El programa del Partido comunista ruso”.

[2] Ver la serie de artículos sobre la revolución alemana, especialmente el publicado en la Revista internacional nº 89.

[3] “La gauche allemande”, en Invariance, 1973.

[4] Revista internacional nº 41, 1985.

 

Series: 

  • El comunismo no es un bello ideal, sino que está al orden del día de la historia [6]

Personalidades: 

  • KAPD [7]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1919 - la revolución alemana [8]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • La Izquierda germano-holandesa [9]

Programa del Partido comunista obrero de Alemania (KAPD)

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En medio del torbellino de la revolución y de la contrarrevolución se acaba de verificar la fundación del Partido comunista obrero de Alemania (KAPD). Pero el nacimiento del nuevo partido no data de esta Pascua de 1920, momento en que la “Oposición”, que no estaba unida hasta entonces sino por contactos inciertos, encontró su conclusión organizativa. La hora del nacimiento del KAPD coincide con la fase de desarrollo del KPD (Liga Espartaco), fase durante la cual una pandilla de jefes irresponsables, poniendo sus intereses personales por encima de los de la revolución proletaria, pretendió imponer su concepción personal sobre la “muerte” de la revolución alemana a la mayoría del partido. Éste se opuso con energía a esa concepción personalmente interesada. El KAPD nació cuando esa camarilla, basándose en dicha concepción por ella elaborada, quiso transformar la táctica del Partido, hasta entonces revolucionaria, en una táctica reformista. Esta actitud traidora de los Levi, Posner y compañía, justifica una vez más que se reconozca que la eliminación radical de toda política de jefes debe ser la primera condición del progreso impetuoso de la revolución proletaria en Alemania. Esa es en realidad la raíz de las oposiciones que aparecieron entre nosotros y la Liga Espartaco, oposiciones de tal profundidad que el abismo que nos separa de la Liga [=KPD], es mayor que la oposición que existe entre los Levi, los Pieck, los Thaleimer, etc., de un lado, y los Hilferding, los Criespen, los Stamfer, los Legien ([2]) del otro. La idea de que la voluntad revolucionaria de las masas debe ser el factor preponderante en las tomas de posición tácticas de una organización realmente proletaria, es el tema central de la construcción organizativa de nuestro partido. Expresar la autonomía de los miembros en todas las circunstancias, es el principio básico de un partido proletario, que no es un partido en el sentido tradicional.

Es, pues, evidente para nosotros que el programa del partido que transmitimos aquí a nuestras organizaciones, y que fue redactado por la Comisión de programa designada por el Congreso, debe continuar como proyecto del programa, hasta que el próximo congreso ordinario se declare de acuerdo con la presente versión ([3]). El resto de las proposiciones de enmiendas relativas a las tomas de posición fundamentales y tácticas del Partido son muy improbables, en la medida en que el programa no hace sino formular fielmente, en un marco más amplio, el contenido de la declaración programática adoptada por unanimidad por el Congreso del Partido. Pero las eventuales enmiendas formales no cambiarán en nada el espíritu revolucionario que anima cada línea del programa. El reconocimiento marxista de la necesidad histórica de la dictadura del proletariado sigue siendo para nosotros una guía inmutable; permanece inquebrantable nuestra voluntad de librar el combate por el socialismo en el espíritu de la lucha de clase internacional. Bajo esta bandera, la victoria de la revolución proletaria está asegurada.

Berlín, mediados de mayo de 1920

La crisis económica mundial, surgida de la guerra mundial, con sus efectos económicos y sociales monstruosos, cuya imagen de conjunto produce la impresión fulminante de un único campo en ruinas de dimensiones colosales, no significa más que una cosa: que el crepúsculo de los dioses del orden burgués capitalista está quebrantado. No se trata hoy de una de las crisis económicas periódicas propias al modo de producción capitalista, sino de la crisis del capitalismo: sacudidas convulsivas del conjunto del organismo social, estallido formidable de antagonismos de clases de una dureza jamás vista, miseria general para las grandes capas populares. Todo eso es una advertencia fatal a la sociedad burguesa. Aparece cada vez más claro que la oposición entre explotadores y explotados aumenta día a día, que la contradicción entre capital y trabajo, de la cual cobran progresiva conciencia, incluso sectores del proletariado antes indiferentes a este problema, no puede resolverse. El capitalismo ha tenido la experiencia de su fracaso definitivo; él mismo se redujo históricamente a la nada en la guerra de pillaje imperialista, provocando un caos, cuya prolongación insoportable coloca al proletariado ante la alternativa histórica: recaída en la barbarie o construcción de un mundo socialista.

De todos los pueblos de la Tierra, sólo el proletariado ruso hasta ahora, ha tenido éxito en los combates titánicos para quebrar la dominación de su clase capitalista y apoderarse del poder político. Con una resistencia heroica, ha rechazado el ataque concentrado del ejército de mercenarios organizado por el capital internacional, teniendo que arrostrar ahora una tarea que por su dificultad deja atrás todo entendimiento: reconstruir, con bases socialistas, la economía totalmente destruida por la guerra mundial y la guerra civil que ha sucedido a aquella durante más de dos años. El destino de la República de los consejos rusos depende del desarrollo de la revolución proletaria en Alemania. Después de la victoria de la revolución alemana, nos encontraremos con un bloque económico socialista que, en medio del intercambio recíproco de productos industriales y agrícolas, quedará en condiciones de establecer un modo de producción verdaderamente socialista, sin estar obligado a hacer más concesiones económicas ni tampoco políticas al capital mundial. Si el proletariado alemán no cumple a muy corto plazo su tarea histórica, quedará en entredicho el desarrollo de la revolución mundial, se demorará por años o por décadas. De hecho es hoy Alemania la clave de la revolución mundial. La revolución en los países “ vencedores ” de la Entente, no podrá ponerse en marcha más que cuando se haya levantado la gran barrera en Europa central. Las condiciones económicas de la revolución proletaria son lógica e incomparablemente más favorables en Alemania que en los países “vencedores” de Europa occidental. La economía alemana saqueada despiadadamente después de la firma de la Paz de Versalles, ha hecho madurar una pauperización que empuja en breve plazo a la resolución violenta de una situación catastrófica. Por otro lado, la paz de los bandidos de Versalles no solo está pesando desmesuradamente sobre el modo de producción capitalista en Alemania, sino que impone al proletariado yugos insoportables; su aspecto más peligroso consiste en que mina los fundamentos económicos de la futura economía socialista en Alemania, y por lo tanto, condiciona el desarrollo de la revolución mundial. Solo el empuje impetuoso de la revolución proletaria alemana podrá sacarnos del dilema. La situación económica y política en Alemania está madura para el estallido de la revolución proletaria. En esta fase de la evolución histórica, ahora que el proceso de descomposición del capitalismo no puede seguir encubriéndose artificialmente, si no es mediante el espectáculo de unas posiciones de fuerza aparentes, todo debe tender a ayudar al proletariado a adquirir la conciencia de que sólo necesita una intervención enérgica para utilizar eficazmente el poder que ya posee de hecho. En una época de la lucha de clases revolucionaria como la de hoy, en esta última fase de la lucha entre el capital y el trabajo y en el combate decisivo mismo que se está produciendo, no puede haber compromisos con el enemigo mortal, sino únicamente un combate hasta su aniquilación. Hay que atacar, en particular, a las instituciones que tienden a poner un puente por encima de los antagonismos de clase y se orientan de este modo hacia una especie de “comunidad de trabajo” ([4]), política o económicamente, entre explotados y explotadores.

En un momento en que las condiciones objetivas para el estallido de la revolución proletaria están dadas, sin que la crisis permanente se agrave de manera definitiva; en un momento en que se produce una agravación catastrófica sin que el proletariado tome conciencia de ella y la explote, deberán existir razones de carácter subjetivo para frenar el progreso acelerado de la revolución. Dicho de otro modo, la ideología del proletariado sigue estando presa de las ideologías burguesas o pequeño burguesas. La psicología del proletariado alemán, en su aspecto actual, muestra claramente las huellas de la esclavitud militarista secular, a la que se añaden los signos característicos de una falta de conciencia de sí: esto es el producto natural del cretinismo parlamentario de la vieja socialdemocracia y del USPD de un lado, y del absolutismo de la burocracia sindical del otro. Los elementos subjetivos están desempeñando un papel decisivo en la revolución alemana. El problema de la revolución alemana es el problema del desarrollo de la conciencia de sí del proletariado alemán.

Al reconocer esta situación, así como la necesidad de acelerar el ritmo del desarrollo de la revolución en el mundo, y fiel al espíritu de la IIIª Internacional, el KAPD está combatiendo por la reivindicación máxima de la abolición inmediata de la democracia burguesa y por la dictadura de la clase obrera. El KAPD rechaza, en la constitución democrática, el principio doblemente absurdo e insostenible en el periodo actual que quiere conceder también a la clase capitalista explotadora los derechos políticos y el poder de disponer exclusivamente de los medios de producción.

Conforme a sus puntos de vista maximalistas, el KAPD también se declara a favor del rechazo de todos los métodos de lucha reformistas y oportunistas, en los cuales no ve sino una manera de esquivar las luchas serias y decisivas contra la clase burguesa. El KAPD no quiere rehuir esas luchas, al contrario, las provoca. En un Estado portador de todos los síntomas del período de decadencia del capitalismo, la participación parlamentaria también pertenece a los métodos reformistas y oportunistas. Exhortar en un período tal al proletariado a participar en las elecciones parlamentarias, significa despertar y alimentar en él la ilusión peligrosa de que la crisis podría ser superada mediante recursos parlamentarios; esto supone utilizar un medio que la burguesía utilizó en su propia lucha de clase; mientras que en la situación actual, sólo los medios de lucha de clase proletarios, aplicados de forma resuelta y sin contemplaciones, pueden tener una eficacia decisiva. La participación en el parlamentarismo burgués, en plena revolución proletaria, no significa, en fin de cuentas, más que el sabotaje a la idea de los Consejos.

La idea de los Consejos en el período de lucha de clase proletaria por el poder político, está en el centro del proceso revolucionario. El eco más o menos fuerte que la idea de los consejos suscita en la conciencia de las masas, es el termómetro que permite medir el desarrollo de la revolución social. La lucha por el reconocimiento de los consejos de empresa revolucionarios, y de consejos obreros políticos, en el marco de una situación revolucionaria determinada, nace lógicamente de la lucha por la dictadura del proletariado en contra de la dictadura del capitalismo. Esta lucha revolucionaria, cuyo eje político específico es la idea de los consejos, se orienta, bajo la presión de la necesidad histórica, contra la totalidad del orden social burgués, y por consiguiente contra su forma política, el parlamentarismo burgués. ¿Sistema de consejos o parlamentarismo?, es una disyuntiva de importancia histórica.

¿Edificación de un mundo comunista proletario o naufragio en el pantano de la anarquía capitalista burguesa?. En una situación totalmente revolucionaria, como la actual de Alemania, la participación en el parlamento significa no solo sabotear la idea de los consejos, sino, además, vivificar el mundo capitalista burgués en putrefacción y, por lo tanto, de manera más o menos consciente, detener el curso de la revolución proletaria.

Al lado del parlamentarismo burgués, los sindicatos forman el principal baluarte contra el desarrollo ulterior de la revolución proletaria en Alemania. Su actitud durante la guerra mundial es conocida: su influencia decisiva sobre la orientación táctica y de principios del viejo partido socialdemócrata, condujo a la proclamación de la “Santa alianza” con la burguesía alemana, lo que equivalía a una declaración de guerra al proletariado internacional. Su eficacia social traidora encontró su continuación lógica durante el estallido de la revolución de noviembre de 1918 en Alemania, contra la que mostraron sus intenciones contrarrevolucionarias, formando con los industriales alemanes en plena crisis una “comunidad de trabajo” por la paz social. Han conservado hasta ahora, durante el período de la revolución alemana, su tendencia contrarrevolucionaria. Ha sido la burocracia sindical la que se ha opuesto con mayor violencia a la idea de los consejos, idea que estaba echando raíces cada vez más profundas en la clase obrera alemana; es ella la que ha encontrado los medios para paralizar con éxito las tendencias políticas que se proponen la toma del poder por el proletariado, tendencias que resultan lógicamente de las acciones económicas de masas. El carácter contrarrevolucionario de las organizaciones sindicales es tan notorio, que numerosos patrones en Alemania no contratan sino a los obreros que pertenecen a un grupo sindical. Esto desvela ante el mundo entero que la burocracia sindical tomará parte activa en el mantenimiento futuro de un sistema capitalista que se está descoyuntando por todas sus articulaciones. Los sindicatos son, así, junto a los cimientos burgueses, uno de los principales pilares del Estado capitalista. La historia sindical de estos últimos 18 meses ha demostrado ampliamente que estos órganos contrarrevolucionarios no pueden transformarse desde dentro. No se trata de personas, pues el carácter contrarrevolucionario de esas organizaciones está en su propia estructura y sistema específico. De esto se deduce la conclusión lógica de que únicamente la destrucción misma de los sindicatos puede allanar el camino de la revolución social en Alemania. La edificación socialista necesita algo distinto de esas organizaciones fósiles.

En la lucha de masas surge la organización de empresas. Aparece como algo que nunca tuvo equivalente, pero en esto no reside su novedad; lo nuevo en ella es que surge por todas partes durante la revolución, como un arma necesaria de la lucha de clases contra el viejo espíritu y su fundamento; corresponde a la idea de los consejos, y por lo tanto no consiste, ni mucho menos, en una pura forma ni un nuevo juego organizativo, menos todavía un “sueño místico”. La organización de empresas nace orgánicamente en el futuro, es el futuro, es la forma de expresión de una revolución social que tiende hacia la sociedad sin clases. Es una organización de lucha proletaria pura. El proletariado no puede organizarse para la subversión inexorable de la vieja sociedad, si está dividido por oficios, separado de su terreno de lucha; por tanto, la lucha debe librarse en la empresa. Es ahí donde uno está al lado del otro como camarada de clase; es ahí donde todos están obligados a ser iguales, con los mismos derechos. Es ahí donde la masa es el motor de la producción y donde se ve empujada sin cesar a desentrañar su secreto y a dirigirlo ella misma.

Ahí la lucha ideológica, la revolución de la conciencia se hace dentro de un permanente remolino, de hombre a hombre, de masa a masa. Todo está orientado hacia el interés supremo de clase, no hacia la manía de fundar organizaciones, y el interés del oficio se reduce a la dimensión que le corresponde. Una organización tal, la espina dorsal de los consejos de empresa, se transforma en instrumento infinitamente más flexible de la lucha de clases, un organismo con sangre siempre fresca mediante la posibilidad permanente de nuevas elecciones, revocaciones, etc. Al ir creciendo mediante las acciones de masas, la organización de empresa deberá, naturalmente, hacer surgir el organismo central que corresponda a su desarrollo revolucionario. Su preocupación principal será el desarrollo de la revolución y no los programas, los estatutos y los planes en detalle. No es una caja de previsión ni un seguro de vida, aunque, llegado el caso, evidentemente podría hacer colectas si es necesario apoyar huelgas. Propaganda incesante por el socialismo, asambleas de empresa, discusiones políticas, etc., todo esto forma parte de sus tareas; es, en resumen, la revolución en la empresa.

Globalmente, el objetivo de la organización de empresa es doble. El primer propósito consiste en destruir los sindicatos, la totalidad de sus bases y el conjunto de ideas no proletarias que se concentran en ellos. Sin duda alguna, en esta lucha, la organización de empresas se enfrentará como a enemigos encarnizados a todas las formaciones burguesas; pero deberá hacer lo mismo con los partidarios del USPD y del KPD, ya sea porque éstos se mueven todavía inconscientemente en los viejos esquemas de la socialdemocracia (aunque adopten un programa político diferente, se quedan, en fin de cuentas, en una crítica político-moral de los “errores” de la socialdemocracia), ya sea porque son abiertamente enemigos en la medida en que el trapicheo político, el arte diplomático de mantenerse siempre “arriba” les importa más que la lucha gigantesca por lo “social” en general. Frente a estas pequeñas miserias, no debe haber escrúpulos. No cabe ningún acuerdo con el USPD ([5]) mientras este partido no reconozca, basándose en la idea de los consejos, la existencia justificada de las organizaciones de empresa, las cuales, sin duda, necesitan todavía transformarse y siguen siendo capaces de hacerlo. Una gran parte de las masas las reconocerá antes que el USPD como dirección política. Esto es un buen signo. La organización de empresa, al desencadenar huelgas de masas y al transformar su orientación política basándose cada vez más en la situación política del momento, contribuirá tanto más rápido y seguro en desenmascarar y aniquilar el sindicato contrarrevolucionario.

El segundo gran objetivo de tal organización de empresas, consiste en preparar la edificación de la sociedad comunista. Puede convertirse en miembro de la organización de empresa todo obrero que se declare a favor de la dictadura del proletariado ([6]). Además, debe rechazar resueltamente los sindicatos y liberarse de su orientación ideológica. Esta última condición debe ser la piedra de toque para ser admitido en la organización de empresa. Así se manifiesta la adhesión a la lucha de clases proletaria y a sus métodos propios. No se puede exigir la adhesión a un programa de partido más preciso. Por su carácter y su tendencia, la organización de empresa sirve al comunismo y conduce a la sociedad comunista. Su núcleo será siempre expresamente comunista, su lucha impulsa a todo el mundo en al misma dirección. Mientras que un programa de partido sirve y debe servir en gran parte a la actualidad (en el sentido amplio, naturalmente), mientras que se exigen serias cualidades intelectuales a los miembros del partido y que un partido político como el Partido comunista obrero (KAPD), al ir hacia delante y al modificarse rápidamente en conexión con el proceso revolucionario mundial, no podrá tener nunca una gran importancia cuantitativa (a no ser que retroceda y se corrompa), las masas revolucionarias, en cambio, están unidas en las organización de empresas por la conciencia de su solidaridad de clase, la conciencia de pertenecer al proletariado. Ahí se prepara orgánicamente la unión del proletariado; mientras que, basándose en un programa de partido, esa unión resulta imposible. La organización de empresa es el comienzo de la forma comunista y se convierte en el fundamento de la sociedad comunista del porvenir.

La organización de empresa resuelve sus tareas en estrecha unión con el KAPD (Partido comunista obrero).

La organización política tiene como tarea, reunir a los elementos avanzados de la clase obrera, sobre la base del programa del Partido.

La relación del partido con la organización de empresa resulta de la naturaleza de la organización de empresa. El trabajo del KAPD en el interior de esas organizaciones, consistirá en una propaganda incesante. Habrá que decidir las consignas de la lucha. Los cuadros revolucionarios dentro de la empresa se convierten en el arma móvil del partido. Además, es necesario, naturalmente, que el propio partido adopte un carácter cada vez más proletario, expresión proletaria de clase que satisfaga a la dictadura desde abajo. Lo que debe ser obtenido es que la victoria (la toma del poder por el proletariado) desemboque en la dictadura de la clase y no en la dictadura de unos cuantos jefes de partido y de su camarilla. Es la organización de empresa lo que lo garantiza.

La fase de la toma del poder político por el proletariado, exige la represión más encarnizada de los movimientos capitalistas burgueses, que se consigue estructurando una organización de consejos que ejerza la totalidad del poder político y económico. En esta fase, la propia organización de empresa se convierte en factor de la dictadura del proletariado, ejercida en la empresa por un consejo de empresa cuya base es la organización de empresa. Esta tiene, además, en esta fase, la tarea de ir transformándose en los cimientos del sistema económico de los consejos.

La organización de empresa es una condición económica para la construcción de la comunidad (gemeinwssen) comunista. La forma política de la organización de la comunidad comunista en el sistema de los consejos. La organización de empresa interviene para que el poder político no sea ejercido sino por el Ejecutivo de los consejos.

En consecuencia, el KAPD lucha por la realización del programa revolucionario máximo, cuyas reivindicaciones concretas contienen los puntos siguientes.

I. – Ámbito político

  1. Fusión política y económica inmediata con todos los países proletarios victoriosos (Rusia soviética, etc.), en el espíritu de lucha de clases internacional, con el propósito de defenderse en común contra las tendencias agresivas del capital mundial.
  2. Armamento de la clase obrera revolucionaria políticamente organizada, constitución de grupos de defensa militar locales (Ortswehren), formación de un ejército rojo; desarme de la burguesía, de toda la policía, de todos los oficiales, de los “grupos de defensa de los habitantes” (Einwohnerwehren) ([7]), etc.
  3. Disolución de todos los parlamentos ([8]) y consejos municipales.
  4. Formación de consejos obreros como órganos de poder legislativo y ejecutivo. Elección de un consejo central de delegados de consejos obreros en Alemania.
  5. Reunión de un Congreso de consejos alemanes como suprema instancia política constituyente de la Alemania de los consejos.
  6. Entrega de la prensa a la clase obrera bajo la dirección de los consejos políticos locales.
  7. Destrucción del aparato jurídico burgués e instauración inmediata de tribunales revolucionarios. Apropiación por parte de los órganos proletarios adecuados del poder penitenciario burgués y los servicios de seguridad.

II. – Ámbito económico, social y cultural

  1. Anulación de las deudas del Estado y otras deudas públicas, anulación de los empréstitos de guerra ([9]).
  2. Expropiación por la República de los consejos de todos los bancos, minas, fundiciones, así como de las grandes empresas industriales y comerciales.
  3. Confiscación de toda riqueza a partir de cierto límite que debe ser fijado por el Consejo central de los consejos de Alemania.
  4. Transformación de la propiedad privada de la tierra, en propiedad colectiva, bajo la dirección de los consejos locales y de los consejos agrarios (Gutsräte) competentes.
  5. Todos los transportes públicos estarán a cargo de la República de los consejos.
  6. Regulación y dirección central de la totalidad de la producción por los consejos económicos superiores, los cuales deben ser legitimados por el Congreso de los consejos económicos.
  7. Adaptación del conjunto de la producción a las necesidades, estimadas mediante los cálculos económicos y estadísticos más minuciosos.
  8. Puesta en vigor sin concesiones de la obligación de trabajar.
  9. Garantía de la existencia individual en cuanto a alimentación, vestido, alojamiento, vejez, enfermedad, invalidez, etc.
  10. Abolición de todas las diferencias de castas, condecoraciones y de títulos. Igualdad jurídica y social completa de los sexos.
  11. Transformación radical inmediata del abastecimiento, del alojamiento y la salud en beneficio de la población proletaria.
  12. Al mismo tiempo que el KAPD declara la guerra más resuelta al modo de producción capitalista y al Estado burgués, dirige su ataque contra la totalidad de la ideología burguesa y se convierte en vanguardia de una concepción del mundo proletaria revolucionaria. Un factor esencial de aceleración de la revolución social reside en la transformación de todo el universo intelectual del proletariado. Consciente de este hecho, el KAPD sostiene todas las tendencias revolucionarias en las ciencias y las artes, cuyo carácter corresponda al espíritu de la revolución proletaria.

En particular, el KAPD estimula todas las empresas seriamente revolucionarias que permitan expresarse con autonomía a la juventud de ambos sexos. El KAPD rechaza toda sujeción de la juventud.

La lucha política impulsará a la propia juventud hacia un desarrollo superior de sus fuerzas, lo cual nos da la certidumbre de que cumplirá sus grandes tareas con una claridad y resolución totales.

En el interés de la revolución, el KAPD debe procurar que la juventud obtenga toda la ayuda posible en su lucha.

El KAPD tiene conciencia de que también después de la conquista del poder político por el proletariado, le incumbe a la juventud una actividad de amplio alcance en la construcción de la sociedad comunista: la defensa de la República de los consejos por el Ejército rojo, la transformación del proceso de producción, la creación de la escuela de trabajo comunista que dé soluciones a sus tareas innovadoras en estrecho vínculo con la empresa.

Este es el programa del Partido Comunista Obrero de Alemania. Fiel al espíritu de la IIIª Internacional, el KAPD se mantiene apegado a la idea de los fundadores del socialismo científico, según la cual la conquista del poder político por el proletariado significa el aniquilamiento del poder político de la burguesía. Destruir la totalidad del aparato burgués, –con su ejército capitalista bajo la dirección de oficiales burgueses y agrarios– con su policía, sus carceleros y sus jueces, con sus curas y sus burócratas- es la primera tarea de la revolución proletaria. El proletariado victorioso debe, por lo tanto, acorazarse contra los golpes de la contrarrevolución burguesa. Cuando le es impuesta por la burguesía, el proletariado debe esforzarse en acabar con la guerra civil con una violencia implacable. El KAPD tiene conciencia de que la lucha final entre el capital y el trabajo no puede llevarse hasta el final dentro de las fronteras nacionales. Así como el capitalismo no se detiene ante ninguna frontera ni escrúpulos nacionales en su saqueo a escala mundial, el proletariado tampoco puede perder de vista, bajo la hipnosis de las ideologías nacionales, la idea fundamental de la solidaridad internacional de clase. Cuanto más claramente comprenda el proletariado la idea de la lucha de clases internacional, tanta más fuerza pondrá para convertirla en consigna de la política proletaria mundial, y tanto más impetuosos y masivos serán los golpes de la revolución mundial que habrán de romper en pedazos el capitalismo mundial en descomposición. Muy por encima de todos los particularismos nacionales, muy por encima de todas las fronteras, de todas las patrias, brilla para el proletariado, con un resplandor eterno, la consigna que dice: Proletarios de todos los países, uníos.

Berlín, 1920


[1] Un segundo programa será redactado en 1923, después de que el KAPD se dividiera en dos y quedara reducido a una secta.

[2] Dirigentes políticos y sindicales socialdemócratas.

[3] Lo que se hizo efectivamente en el IIº Congreso del KAPD (llamado “Primer congreso ordinario) en agosto de 1920.

[4] En alemán “Arbeitsgemeinschaft”, nombre del acuerdo firmado en noviembre de 1918 entre sindicatos y patronal alemanes.

[5] El KPD, del que acababa de hacer escisión el KAPD, se unía constantemente a las consignas del USPD desde finales de 1919 y hasta diciembre de 1920 (momento en el que el resto del KPD y la mayoría del USPD fusionan para formar la sección alemana de la IIIª Internacional o VKPD).

Hay que recordar que durante todo ese período las relaciones entre las siglas de las organizaciones (KAPD-KPD-USPD-VKPD) ocultan totalmente las relaciones políticas reales: el KAPD es el continuador directo del KPD revolucionario del año 1919 (la casi totalidad del KPD se constituye en KAPD). Lo que se llama KPD en 1920 es únicamente la dirección derechista del KPD, sin la menor base. Esa dirección (Levi) sin tropas se funde a finales de 1920 en la masa del ala izquierda (la mayoría) del USPD, la cual va a formar lo esencial, la mayoría en 90% del VKPD o sección alemana de la IC. O sea que en lo que a mayoría se refiere el KPD formará el KAPD y el USPD el VKPD (ver presentación).

[6] Cf. programa de la AAUD (el conjunto de “organizaciones de empresa” formaba la AAUD).

[7] Organizaciones “fascistas” (por anticipación), similares a comités cívicos u otros organismos de ese estilo.

[8] En Alemania, ya entonces, había numerosos parlamentos regionales.

[9] En aquel tiempo, esencialmente: negativa a aplicar el tratado de Versalles, lo cual habría sido el pretexto para reanudar la guerra entre las potencias reaccionarias de la Entente y una Alemania convertida en revolucionaria (cf. en la Presentación lo referente a la teoría del “nacional-bolchevismo”).

 

Series: 

  • La Izquierda Germano-Holandesa [10]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1919 - la revolución alemana [8]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La oleada revolucionaria de 1917-1923 [11]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • La Izquierda germano-holandesa [9]

XI - La Izquierda comunista y el conflicto entre el Estado ruso y los intereses de la revolución

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En el artículo anterior de esta serie ([1]), hemos demostrado que la capacidad de la burguesía para prevenir la extensión internacional de la revolución, y el reflujo de la oleada de luchas, provocó una reacción oportunista de la Internacional comunista. Esta tendencia oportunista encontró la resistencia de las fuerzas que luego se llamarían Izquierda comunista. Si ya la consigna del IIº Congreso: “ir a las masas”, que fue rechazada por los grupos de la Izquierda comunista, concentró el debate en 1920, el IIIº Congreso de la Internacional comunista, celebrado en 1921, fue un momento esencial de la batalla de la Izquierda comunista en los primeros momentos de la sumisión de los intereses de la revolución mundial a los intereses del Estado ruso.

La contribución del KAPD ([2])

En el IIIº Congreso mundial de la Internacional comunista (IC), el KAPD intervino por primera vez directamente en los debates, desarrollando una crítica global a la postura de la IC. Tanto en sus intervenciones sobre “La crisis económica y las nuevas tareas de la IC”, como ante el “Informe de actividad del Comité ejecutivo de la Internacional comunista sobre la cuestión de la táctica y sobre la cuestión sindical” y, sobre todo, en sus intervenciones respecto a la situación en Rusia, el KAPD defendió siempre el papel dirigente de los revolucionarios que, contrariamente a las concepciones de la mayoría de la IC, no podían formar, ya en esa época, partidos de masas.

Y si los delegados italianos defendieron heroicamente en 1920 su posición minoritaria sobre el parlamentarismo frente al punto de vista de la IC, en ese IIIer Congreso no dijeron casi nada sobre el desarrollo de la situación en Rusia ni sobre las relaciones entre el Gobierno soviético y la IC. Correspondió pues al KAPD el mérito de suscitar esta cuestión en el IIIer Congreso.

Antes de abordar con más detalle las posiciones y la actitud del KAPD, queremos destacar que no tenía una homogeneidad completa frente al nuevo período y al rápido desarrollo de los acontecimientos. El KAPD tuvo la audacia de empezar a plantear las lecciones del nuevo período histórico sobre la cuestión parlamentaria y sindical, y comprendió que ya no era posible mantener un partido de masas. Pero, a pesar de toda esta audacia programática, al KAPD le faltó en cierta medida prudencia, circunspección, así como atención y rigor político para evaluar la relación de fuerzas entre las clases, e igualmente sobre la cuestión organizativa. Sin poner en práctica todos los medios de lucha para defender la organización, tendía a tomar decisiones precipitadas sobre cuestiones organizativas.

No nos debe extrañar que el KAPD compartiera muchas de las confusiones del movimiento revolucionario de aquella época. Al igual que los bolcheviques, los militantes del KAPD también pensaban que era el partido quien debía tomar el poder. Según el KAPD, el estado postinsurreccional debería ser un Estado-Consejo.

En el IIIer congreso, su delegación intervino sobre la relación entre el Estado y el Partido en los siguientes términos: “No nos olvidamos, ni por un momento, de las dificultades a las que se enfrenta el poder soviético debido al retraso de la revolución mundial. Pero también constatamos el peligro que, de esas dificultades, pueda surgir una contradicción, aparente o real, entre los intereses del proletariado revolucionario internacional y los intereses actuales de la Rusia soviética” ([3]).

“Pero la separación política y organizativa de la IIIª Internacional respecto al sistema de la política del Estado ruso, es un objetivo por el que hay que trabajar si queremos volver a encontrar las condiciones de la revolución en Europa occidental” (Actas del Congreso, traducidas del inglés por nosotros).

En el IIIer Congreso, el KAPD tendió a subestimar las consecuencias del éxito de la burguesía para prevenir la extensión de la oleada revolucionaria. En vez de ver las implicaciones del retroceso de la extensión de la revolución internacional, en lugar de retomar la argumentación de Rosa Luxemburgo que, ya en 1917, comprendió que “En Rusia el problema sólo podía ser planteado, no se podía resolver” y que sólo podría serlo internacionalmente; en lugar de basarse en el llamamiento de la Spartacusbund –noviembre de 1918– que advertía “si las clases dominantes de nuestros países consiguen estrangular la revolución proletaria en Alemania y en Rusia, entonces se volverán contra vosotros con mayor fuerza si cabe (...). En Alemania madura la revolución social pero el socialismo sólo puede ser alcanzado por el proletariado mundial” (traducido por nosotros). En vez de eso, el KAPD no prestó suficiente atención a las desastrosas consecuencias del fracaso de la extensión de la revolución. En su lugar, tiende a ver las raíces del problema en Rusia misma.

“La idea luminosa de la Internacional comunista está y sigue estando viva. Pero ya no está asociada a la existencia de la Rusia soviética. La estrella de la Rusia soviética ha perdido mucho de su fulgor ante los ojos de los obreros revolucionarios, hasta el extremo de que la Rusia soviética se ha convertido, cada vez más, en un Estado campesino, pequeño burgués y antiproletario. No nos gusta decir esto. Pero debemos saber que una comprensión nítida incluso de los hechos más duros, una franqueza implacable sobre esos hechos, es la única condición para poder ofrecer la atmósfera que la revolución necesita para seguir estando viva (...).

Debemos comprender que los comunistas rusos no tenían más elección que establecer una dictadura de partido, que era el único organismo disciplinado que funcionaba firmemente en el país, habida cuenta de las condiciones del mismo, de la composición de la población y del contexto de la situación internacional. Debemos comprender que la toma del poder por los bolcheviques fue absolutamente correcta a pesar de todas las dificultades y que son los obreros de Europa Occidental y de Europa Central los que tienen la principal responsabilidad de que hoy la Rusia soviética, dado que no puede contar con las fuerzas revolucionarias de otros países, tenga que apoyarse en las fuerzas capitalistas de Europa y de América (...)

Y como la Rusia soviética no tiene otra opción que la de contar con las fuerzas capitalistas en la política económica interna y externa ¿cuánto tiempo podrá la Rusia soviética seguir siendo lo que es? ¿cuánto tiempo y cómo seguirá siendo el partido comunista ruso, el mismo partido comunista que fue? ¿podrá seguir siéndolo permaneciendo como partido en el poder? Y, si para seguir siendo un partido comunista, ya no puede seguir siendo un partido en el poder, ¿cómo podrá ser el desarrollo futuro de Rusia?” (“Gobierno y Tercera Internacional”, Kommunistische Arbeiterzeitung, otoño de 1921, traducido por nosotros).

Aunque el KAPD era consciente de los peligros que amenazaban a la clase obrera no sabía explicarlos con total claridad. En vez de subrayar que la energía vital de la revolución (la actividad de los soviets) se estaba agotando porque la revolución estaba cada vez más aislada, y que eso reforzaba al Estado a expensas de la clase obrera (desarmando a los soviets, asfixiando las iniciativas obreras, con un Partido bolchevique cada vez mas absorbido por el Estado), el KAPD se inclinaba por una explicación determinista rayana en el fatalismo.

Afirmando, como hacía el KAPD, que los comunistas rusos no tenían más opción que establecer una dictadura de partido, “habida cuenta de las condiciones del país, de la composición de la población y del contexto de la situación internacional”, resulta imposible comprender cómo la clase obrera en Rusia, organizada en soviets, fue capaz de tomar el poder en octubre de 1917. La idea del ascenso de un “Estado campesino pequeño burgués” supone, también, una distorsión de la realidad, que subestima el peligro del retroceso de la extensión internacional de la revolución y el ascenso del capitalismo de Estado. Estas ideas, formuladas en este texto como una primera tentativa de explicación, serían más tarde afirmadas como explicación teórica acabada por parte de los comunistas de consejos.

La CCI ha demostrado lo erróneo y alejado del marxismo de las posiciones consejistas sobre el desarrollo de Rusia ([4]).

Estamos muy especialmente:

  • en contra de la teoría de la “revolución doble” que apareció en ciertos sectores del KAPD en 1921, cuando comenzó a retroceder la oleada revolucionaria y nacía el capitalismo de Estado. Según esta teoría, en Rusia tuvo lugar una revolución proletaria en los centros industriales al mismo tiempo que una revolución campesina democrática en las zonas agrarias;
  • en contra del fatalismo que subyace en la idea de que la revolución en Rusia tenía que sucumbir por necesidad, dado el peso del campesinado, así como la visión de que los bolcheviques estaban predestinados a degenerar desde el principio;
  • en contra de la separación entre diferentes áreas geográficas (teoría del meridiano) según la cual había condiciones y posibilidades diferentes en Rusia y en Europa Occidental;
  • en contra del error en la consideración de las relaciones comerciales con el Oeste, pues abre la puerta a la ilusión de que podría abolirse inmediatamente el dinero en un solo país y que “era posible mantener” o “construir” el socialismo en un solo país a largo plazo.

Vamos ahora a abordar el debate que tuvo lugar en ese momento, entrando más en detalle en las posiciones del KAPD, para demostrar hasta qué punto los grupos de la Izquierda comunista buscaban una clarificación.

El creciente conflicto entre el Estado ruso
y los intereses de la revolución mundial

En un momento en que la IC apoyaba incondicionalmente la política exterior del Estado ruso, la delegación del KAPD puso el dedo en la llaga: “Recordemos el impacto propagandístico de las notas diplomáticas de la Rusia soviética, cuando el Gobierno obrero y campesino no se plegaba a la necesidad de firmar acuerdos comerciales, ni a las cláusulas de los acuerdos ya firmados. El movimiento revolucionario en Asia, que es una gran esperanza para todos nosotros y una necesidad para la revolución mundial, no puede ser apoyado por la Rusia soviética ni oficial ni oficiosamente. Los agentes ingleses en Afganistán, en Persia y en Turquía trabajan de manera muy inteligente y cada avance revolucionario de Rusia sabotea la realización de los acuerdos comerciales. En esta situación ¿quién debe dirigir la política exterior de la Rusia soviética? ¿quién debe tomar las decisiones? ¿los representantes comerciales rusos en Inglaterra, Alemania, América, Suecia, etc.? Sean o no comunistas estos tienen que llevar a cabo una política de acuerdos.

Y en lo referente a la situación en Rusia los efectos son similares sino aún más peligrosos. En realidad el poder político está hoy en manos del Partido comunista (y no en la de los Soviets) (...) mientras las escasas masas revolucionarias del partido sienten que sus iniciativas encuentran trabas y ven las tácticas maniobreras con crecientes sospechas, sobre todo el enorme aparato de funcionarios. Estos ganan cada vez mas influencia y se suman al Partido comunista no porque se trate de un partido comunista sino por que es un partido de gobierno”.

Mientras que la mayoría de delegados apoyaba cada vez más, y sin crítica alguna, al Partido bolchevique que se integraba más y más en el aparato de Estado, la delegación del KAPD tuvo el valor de señalar la contradicción entre por un lado la clase obrera, y por otro el Partido y el Estado.

“ El Partido comunista Ruso (PCR) ha socavado la iniciativa de los trabajadores revolucionarios y la socavará aún más, ya que debe acomodarse al capital más que antes. A pesar de todas las medidas de precaución, ha empezado a cambiar de naturaleza ya que sigue siendo un partido de gobierno. De hecho ya no puede impedir que las bases económicas en la que se apoya como partido de gobierno, se encuentren cada vez más destruidas, por lo que las bases de su poder político se estrechan también más.

Lo que sucederá en Rusia y lo que le puede suceder al desarrollo revolucionario en el mundo entero, cuando el Partido ruso deje de ser un partido de gobierno, difícilmente puede ser previsto. Ya las cosas van en una dirección en que, si no estallan levantamientos revolucionarios en Europa que lo contrarresten, habrá que plantearse seriamente la siguiente pregunta: ¿No sería mejor abandonar el poder del Estado en Rusia en interés de la revolución proletaria, en lugar de aferrarse a él?.

El mismo PCR, que se encuentra hoy en esa situación crítica frente a su papel como comunista y frente a su papel como partido de gobierno, es también el partido dirigente de la IIIª Internacional. Aquí está el trágico dilema de esta cuestión. La IIIª Internacional ha quedado atrapada de tal forma que su aliento revolucionario se ha agotado. Bajo la influencia decisiva de Lenin, los camaradas rusos no pueden contrarrestar, en la IIIª Internacional, el peso de la política de retroceso del Estado ruso. En realidad se esfuerzan en poner en concordancia la política de la Internacional con esa pendiente regresiva (...). La IIIª Internacional es hoy, un instrumento de la política de los reformistas subordinados al Gobierno soviético.

Indudablemente Lenin, Bujarin, etc., son verdaderos revolucionarios de corazón, pero se han convertido, como todo el Comité central del Partido, en agentes de la autoridad del Estado y están inevitablemente sometidos a la ley del desarrollo de una politica necesariamente conservadora...” (Kommunistische Arbeiterzeitung, “La política de Moscú”, otoño de 1921, traducido por nosotros).

En el Congreso extraordinario del KAPD que tuvo lugar inmediatamente después – septiembre de 1921 – Goldstein decía lo siguiente: “¿Podrá el PCR conciliar esas dos contradicciones, de una manera u otra a largo plazo? Hoy el PCR tiene una doble naturaleza. Por un lado debe representar los intereses de Rusia como Estado ya que es, todavía, un partido de gobierno en Rusia. Por otro lado debe y quiere representar los intereses de la lucha de clases internacional”.

Los comunistas de izquierda alemanes tenían toda la razón al destacar el papel del Estado ruso en la degeneración oportunista de la Internacional comunista, y al explicar que era necesario defender los intereses de la revolución mundial contra los intereses del Estado ruso. Sin embargo, en realidad, como ya dijimos antes, la primera y principal razón del rumbo oportunista de la Internacional no estaba en el papel jugado por el Estado ruso, sino en el fracaso de la extensión de la revolución a los países occidentales y el consiguiente retroceso de la lucha de clases internacional. Así, mientras el KAPD tendía a culpar fundamentalmente al PCR por ese oportunismo, lo cierto es que la adaptación sin principios a las ilusiones socialdemócratas de las masas afectaba a todos los partidos obreros de la época. De hecho, bastante antes que los comunistas rusos, la dirección del KPD, que en ese momento desconfiaba de la política de la IC, fue la primera en imponer ese rumbo oportunista, tras la derrota de la insurrección de Berlín de enero 1919, excluyendo del partido a la Izquierda (precisamente lo que luego sería el KAPD).

En realidad, las debilidades del KAPD fueron sobre todo el producto de la desorientación provocada por la derrota y el reflujo subsiguiente del movimiento revolucionario, especialmente en Alemania. Privada de la autoridad de su dirección revolucionaria asesinada por la socialdemocracia en 1919, reaccionando con impaciencia frente a un retroceso de la revolución que tardó mucho tiempo en reconocer, partiendo de una
insuficiente asimilación de las tradiciones organizativas del movimiento obrero…, la Izquierda comunista alemana, una de las expresiones políticas mas claras y mas decididas de la oleada revolucionaria ascendente, fue incapaz (al contrario que la Izquierda comunista italiana) de hacer frente a la derrota de la revolución. Pero ¿qué factores agravaron estas debilidades del KAPD?.

Las debilidades del KAPD sobre la cuestión organizativa

Para analizar las razones de las debilidades en el KAPD sobre la cuestión organizativa, debemos volver atrás.

Hay que recordar que, a causa de la falsa idea sobre organización en el KPD, la Central de éste, dirigida por Paul Levi, expulsó –por sus posiciones sobre las cuestiones sindical y parlamentaria– a la mayoría del partido, en el congreso celebrado en octubre 1919. Tras su expulsión, esta mayoría fundó el KAPD en abril de 1920, tras las gigantescas luchas obreras que siguieron al “golpe de Kapp”. Esta escisión precipitada en los comunistas alemanes, provocaría un debilitamiento fatal para la clase obrera. Lo trágico es que esa corriente de izquierda expulsada del KPD “heredará” esa misma concepción errónea.

Pudimos ver una ilustración de esta debilidad cuando, unos meses más tarde, los delegados al IIº Congreso de la IC, Otto Rühle y P. Merges, se retiraron del congreso y “desertaron”. Un año más tarde y ante el ultimátum que les planteó el IIIer Congreso de la IC (integrarse en el partido resultante de la fusión entre el KPD y los Socialistas Independientes de Izquierda –el VKPD–, o ser expulsados), el KAPD mostró de nuevo sus flaquezas en la defensa de la organización, prefiriendo la exclusión. Esta expulsión provocó hostilidad y rencor en las filas del KAPD contra la IC.

Todo esto iba a debilitar la capacidad de las fuerzas recién nacidas de la Izquierda comunista para trabajar conjuntamente. La corriente holandesa y alemana de la Izquierda comunista no consiguió oponerse a la enorme presión del Partido bolchevique, y no pudo construir, junto a la Izquierda italiana agrupada en torno a Bordiga, una resistencia común en el seno de la IC contra su creciente oportunismo. Además, en ese mismo momento, el KAPD tendía a precipitarse tomando toda una serie de orientaciones imprudentes.

¿Cómo reaccionar frente al peligro de degeneración de la IC? ¿Huir o combatir?

“En lo sucesivo, la Rusia soviética ya no será un factor de la revolución mundial sino que se convertirá en un bastión de la contrarrevolución internacional.

El proletariado ruso ha perdido ya el control sobre el Estado.

Esto significa que el gobierno soviético no tiene más salida que convertirse en el defensor de los intereses de la burguesía internacional... El gobierno soviético sólo puede convertirse en un gobierno contra la clase obrera después de haber pasado abiertamente al campo de la burguesía. El gobierno soviético es el Partido comunista de Rusia. Por consiguiente, el PCR se ha convertido en enemigo de la clase obrera, pues al ser el gobierno soviético debe defender los intereses de la burguesía a expensas del proletariado. Esto no durará mucho tiempo y el PCR deberá sufrir una escisión.

No pasará mucho tiempo antes de que el gobierno soviético se vea forzado a mostrar su verdadera cara como Estado burgués nacional. La Rusia soviética ya no es un Estado proletario revolucionario o, para ser más precisos, la Rusia soviética ya no tiene la posibilidad de transformarse en un Estado proletario revolucionario.

Pues sólo la victoria del proletariado alemán mediante la conquista del poder político, habría podido evitar al proletariado ruso su destino actual, habría podido salvarle de la miseria y la represión de su propio gobierno soviético. Unicamente una revolución en Alemania y una revolución en Europa Occidental habría podido dar una salida favorable de los obreros rusos en la lucha de clases entre los obreros y los campesinos rusos.

El IIIer Congreso ha sometido la revolución proletaria mundial a los intereses de la revolución burguesa en un solo país. El órgano supremo de la Internacional proletaria la ha puesto al servicio de un Estado burgués. La autonomía de la Tercera internacional ha quedado pues suprimida y sometida a la dependencia directa de la burguesía.

La Tercera internacional está hoy perdida para la revolución proletaria mundial. Al igual que la Segunda internacional, la Tercera internacional está hoy en manos de la burguesía.

En consecuencia, la IIIª Internacional demostrará su utilidad cada vez que sea necesario defender el Estado burgués de Rusia. Pero fracasará siempre que sea necesario apoyar la revolución proletaria mundial. Sus actividades serán una cadena de traición continua de la revolución proletaria mundial.

La Tercera internacional está ya perdida para la revolución proletaria mundial.

Después de haber sido la vanguardia de la revolución proletaria mundial, la Tercera internacional se ha convertido en su enemigo mas acérrimo (...) A causa de una desastrosa confusión entre la dirección del Estado – cuyo original carácter proletario se ha transformado en los últimos años en realmente burgués – y la dirección de la Internacional proletaria en las manos de un mismo órgano; la IIIª Internacional ha fracasado en su tarea originaria. Enfrentada a la disyuntiva entre una política de Estado burgués y la revolución proletaria mundial, los comunistas rusos han escogido lo primero, y han puesto a la Tercera internacional a su servicio” (Kommunistische Arbeiterzeitung, “El gobierno soviético y la Tercera internacional a remolque de la burguesía internacional”, agosto de 1921, traducido por nosotros).

Y si el KAPD tenía razón en denunciar el creciente oportunismo de la IC ya que, precisamente, había sido capaz de detectar el peligro de estrangulamiento de la organización por los tentáculos del Estado ruso al punto de poder convertirse en su instrumento; cometió, no obstante, el error de considerar estos peligros como inexorables, como un proceso terminado e irreversible. Es cierto que la relación de fuerzas ya se había invertido en 1921, y que la oleada revolucionaria estaba ya en su reflujo, pero el KAPD manifestó una peligrosa impaciencia y una enorme subestimación de la necesidad de desarrollar una lucha perseverante y tenaz para defender la Internacional. Esas ideas de base del KAPD sobre la IC: “instrumento de la política de los reformistas subordinados al gobierno soviético”, “que situando al KOMINTERN ([5]) a su lado, lo han colocado en manos de la burguesía”, “la IIIª Internacional se ha perdido para la revolución proletaria mundial. Después de haber sido la vanguardia de la revolución proletaria, se ha convertido en su enemigo más acérrimo”,… resultaban, en aquellos momentos, exageradas por prematuras, e hicieron que en el KAPD arraigara el sentimiento de que la batalla por ganar la Internacional había que darla por perdida.

Que el KAPD pudiera presentir lo que los hechos posteriores confirmarían, no obsta para que critiquemos su errónea estimación del nivel de las tendencias oportunistas y su valoración equivocada de la fase de degeneración en la que se encontraba la IC. Errores que le llevaron a rechazar, sin reflexionar con profundidad, la necesidad y la posibilidad de desarrollar la lucha contra el oportunismo en el seno de la IC.

Podemos comprender la reacción de cólera y rencor que sintió el KAPD ante el ultimátum del IIIer Congreso mundial, pero esto no debe ocultarnos lo que resulta más importante: esos compañeros se retiraron precipitadamente de la batalla y no cumplieron su deber de defender la Internacional.

Una vez más resulta trágico constatar que errores o una insuficiente incomprensión de las cuestiones organizativas, tienen consecuencias desastrosas y debilitan la eficacia de posiciones políticas correctas en otros ámbitos. Esto pone igualmente de relieve hasta qué punto una correcta posición sobre la organización política, puede ser decisiva para la supervivencia de una organización.

Podemos ver otro ejemplo de estas debilidades en la actitud de la delegación del KAPD en el IIIer Congreso. Mientras la delegación del KAPD al IIº Congreso mundial había abandonado “sin luchar”, la delegación en el IIIer Congreso sí hizo escuchar su voz como minoría, llamando, a continuación, a celebrar un Congreso extraordinario del KAPD.

La delegación del KAPD se quejó de que el IIIer Congreso comenzaba poniendo trabas al desarrollo del debate, tergiversando sus posiciones, limitando el tiempo de uso de la palabra, cambiando los órdenes del día y seleccionando la participación en las discusiones (en su balance informó de cómo fue excluida de los debates del Comité ejecutivo de la Internacional que se reunió durante el congreso para debatir los estatutos del KAPD). Sin embargo, la delegación del KAPD renunció a tomar la palabra en las sesiones plenarias que debatieron los estatutos, ya que en su opinión “quería evitar ser un participante, a su pesar, en una comedia”, por lo que se retiró del debate protestando pero sin proponer alternativas.

En vez de comprender que la degeneración de una organización es un proceso en el que es indispensable desarrollar una larga lucha que debe evitar siempre la precipitación, es decir desarrollar una lucha a largo plazo como hizo la Izquierda italiana, el KAPD condenó altiva y precipitadamente a la Internacional en lugar de desarrollar la lucha en su seno. La delegación declaró al Comintern y al PCR “perdidos para el proletariado”. Es verdad que el peso agobiante del PCR tuvo un papel determinante en los errores del KAPD en las tareas que le hubieran permitido reagrupar a otras delegaciones para formar una fracción. Debido a esa actitud y, aunque hubo contactos ocasionales y esporádicos, no pudo encontrar ninguna línea de trabajo común con los delegados italianos que manifestaban una disposición a luchar contra el oportunismo creciente en la IC, como pudo verse por ejemplo en su denuncia de la cuestión parlamentaria.

La expulsión del KAPD de la IC supuso un debilitamiento de la posición de la Izquierda italiana en el IVº Congreso, en el que el Partido comunista de Italia, bajo la dirección de Bordiga, fue obligado a fusionarse con el Partido socialista italiano. Así, las Izquierdas comunistas “alemana” e “italiana” se encontraron siempre aisladas en su lucha contra el oportunismo en el seno de la IC e incapaces de desarrollar una lucha común. Pero la corriente reagrupada en torno a Bordiga sí comprendió la necesidad de librar un combate político tenaz por la organización política. Este hecho se ve, por ejemplo, en la actitud de Bordiga que decidió retirar su Manifiesto de ruptura con la IC en 1923, pues comprendía con profundidad la necesidad de seguir combatiendo en el seno de la IC y del Partido italiano.

La Conferencia extraordinaria del KAPD de septiembre de 1921 apenas abordó un estudio de la relación de fuerzas entre las clases a nivel mundial.

Es verdad que el Partido (como dijo Reichenbanch en la Conferencia) vivía “en un momento en el que factores externos, factores debidos al (peso del) capital, o la confusión y falta de claridad en la clase, frenan el impulso de la revolución hasta el punto de hacer creer que la revolución decae y que el partido de combate que es portador de la idea de la revolución verá reducidos sus efectivos. Sin embargo esto no entraña su desaparición”, pero el KAPD no extrajo las conclusiones necesarias sobre las tareas inmediatas de la organización.

La mayoría de la organización creía que la revolución era posible de manera inmediata. La simple voluntad parecía más fuerte e importante que una evaluación de la relación de fuerzas. Por ello una parte del KAPD se lanzó a la aventura de fundar la Internacional comunista obrera (KAI) en la primavera de 1922.

Esta incapacidad para comprender el reflujo de la lucha de clases tuvo, finalmente, un papel decisivo en la incapacidad del KAPD para sobrevivir como organización cuando las luchas entraron en un período de retroceso, cuando apareció la contrarrevolución imponiendo nuevas condiciones.

Las respuestas erróneas de Rusia: la incapacidad de los comunistas para sacar las lecciones correctas

Mientras que el KAPD, a pesar de sus limitaciones y errores, tuvo sin embargo el mérito de plantear crudamente el problema del conflicto creciente entre el Estado ruso y la clase obrera y la IC, aún cuando no pudiera aportar las respuestas adecuadas al problema suscitado; los comunistas en Rusia se encontraron de hecho con enormes dificultades para comprender la naturaleza misma del conflicto.

Habida cuenta de la creciente integración del partido en el aparato del Estado, apenas pudieron vislumbrar más que una visión muy limitada del problema. La actitud de Lenin que sintetizó muy claramente las lecciones del marxismo sobre la cuestión del Estado en su libro El Estado y la Revolución, y que al mismo tiempo formó parte de la dirección estatal tras Octubre de 1917, ponía al desnudo las contradicciones y dificultades crecientes.

Hoy en día, la propaganda burguesa se esfuerza en presentar a Lenin como el padre del capitalismo de Estado totalitario ruso. Pero la verdad es que Lenin, por su brillante intuición revolucionaria, fue, de todos los comunistas rusos de entonces, quién más lejos llegó en la comprensión de que el Estado transitorio que apareció tras la revolución de Octubre no representaba verdaderamente los intereses y la política del proletariado. Lenin concluyó que la clase obrera debía seguir luchando para imponer su política al Estado y que, por ello, debía tener derecho a defenderse del Estado.

En la XIª Conferencia del Partido en marzo de 1922, Lenin observó, con gran preocupación, que: “Un año ha transcurrido ya desde que el Estado está en nuestras manos, pero ¿actúa el Estado de acuerdo a lo que queremos? No, la máquina se escapa de las manos de quienes la conducen. Podría decirse que alguien guía la máquina, pero que ésta sigue una dirección contraria a la que le indica el conductor, pareciendo en cambio dirigida por una mano oculta”  ([6]).

Lenin defendió esta preocupación sobre todo contra Trotski durante el debate que en 1921 hubo sobre los sindicatos. Y aunque aparentemente la discusión concernía al papel de los sindicatos en la dictadura del proletariado, lo que de verdad se discutía era si la clase obrera tenía o no derecho a desarrollar su propia política de clase para defenderse del Estado tradicional. Según Trotski y dado que el Estado era, por definición, un Estado obrero, la idea de que el proletariado pudiera defenderse contra ese Estado resultaba absurda. Por tanto, Trotski, al que al menos ha de otorgársele el mérito de defender la lógica de su posición hasta las últimas consecuencias, defendía abiertamente la militarización del trabajo. Por su parte Lenin, aunque aún no comprendía con total claridad que el Estado no era un Estado de los obreros (esta posición fue desarrollada y defendida por Bilan en los años 30) sí insistía, en cambio, en la necesidad de que los obreros se defendieran, por sí mismos, contra el Estado.

Aunque Lenin defendiera correctamente esta posición, lo cierto es que los comunistas rusos fueron incapaces de llegar a una verdadera clarificación sobre la cuestión. El mismo Lenin, como otros tantos comunistas de la época, seguía viendo en el enorme peso de la pequeña burguesía en Rusia, y no tanto en el Estado burocratizado, la principal fuente potencial de la contrarrevolución.

“En la actualidad, el enemigo no es el que solía serlo en el pasado. El enemigo no está tanto en los ejércitos blancos, sino en el macilento transcurrir cotidiano de la economía de un país dominado por pequeños campesinos y con la gran industria destruida. El enemigo es el elemento pequeño burgués, mientras el proletariado se ve fragmentado, diezmado, exhausto. Las “fuerzas” de la clase obrera no son ilimitadas (…) El aflujo de nuevas fuerzas obreras es débil, a menudo muy débil (…) Aún tendremos que asumir el inevitable descenso en el crecimiento de nuevas fuerzas de la clase obrera” ([7]).

El reflujo de la lucha de clases: oxígeno para el capitalismo de Estado

Tras las derrotas que a escala internacional había sufrido la clase obrera en 1920, empeoraron considerablemente las condiciones para la lucha de la clase obrera en Rusia. Cada vez más y más aislados, los obreros en Rusia debían enfrentarse a un Estado dirigido por el Partido bolchevique que imponía, como se vio en Cronstadt, la violencia contra los obreros de forma sistemática. El aplastamiento de la revuelta de Cronstadt reforzó aún más a los sectores del partido que propugnaban un fortalecimiento del Estado a expensas de la clase obrera. Esas fuerzas eran las mismas que trataban de encadenar la IC al Estado ruso.

El Estado ruso fue así asimilándose al papel que desempeñaban los demás Estados capitalistas.

Ya en la primavera de 1921 la burguesía alemana había entrado en contacto con Moscú para explorar, mediante negociaciones secretas, la posibilidad de rearmar el ejército alemán (tras la firma de la Paz de Versalles) y modernizar la industria armamentística rusa una vez acabada la guerra civil. La industria pesada alemana que se había modernizado durante la Iª Guerra mundial estaba deseosa de cooperar con Rusia. Los planes consistían en que la Albatrosswerke fabricara aviones, Blöhm y Voss submarinos, y que Krupp fabricara munición y fusiles, al mismo tiempo que el ejército alemán adiestrara a los oficiales del Ejercito rojo. A cambio, las tropas alemanas podrían hacer prácticas en territorio ruso.

A finales de 1921 cuando ve la luz el proyecto soviético de una conferencia general para establecer relaciones entre la Rusia soviética y el mundo capitalista (en la que debían participar Estados Unidos y todas las potencias europeas) esas negociaciones secretas entre Rusia y Alemania se encuentran ya muy avanzadas. Obviamente quien lleva esas negociaciones por parte rusa no es la IC, sino los dirigentes del aparato del Estado. En la Conferencia de Génova, Chicherin, dirigente de la delegación rusa, ofrece los vastos recursos inexplotados de Rusia, a cambio de que los capitales occidentales cooperen en su explotación y puesta en funcionamiento. Mientras se terminaba la Conferencia de Génova, Alemania y Rusia sellaban ya por su cuenta, en Rapallo, un acuerdo secreto, que como señala E.H. Carr suponía que “por primera vez en un asunto diplomático, la Rusia soviética y la Republica de Weimar se reconocían mutuamente” ([8]). Pero Rapallo fue mucho más que eso. A diferencia del tratado de Brest-Litovsk, firmado en el invierno de 1917-18, tras la ofensiva alemana contra Rusia, y con objeto de salvaguardar el bastión proletario del imperialismo germánico, tratado aceptado después de un gran debate abierto en el seno del Partido bolchevique, Rapallo no respondía a ese mismo principio. El tratado firmado en Rapallo por representantes del Estado ruso, no sólo contenía acuerdos secretos sino que tal acuerdo no fue ni siquiera mencionado en el IVº Congreso mundial de noviembre de 1922.

Las instrucciones de la IC al PC turco y persa “para que apoyaran el movimiento de liberación nacional en Turquía (y en Persia)”, condujeron, en realidad, a una situación en que las respectivas burguesías nacionales pudieron masacrar a su antojo a la clase obrera. Lo que prevalecía, ante todo, eran los intereses del Estado ruso de mantener buenas relaciones con esos Estados. La IC fue sometida, paso a paso, a los intereses de la política exterior rusa. Mientras que en 1919, en la época de fundación de la IC, la orientación global era la de destruir los Estados capitalistas, a partir de 1921 la orientación era estabilizar el Estado ruso. La revolución mundial que había fracasado en su extensión, había cedido suficiente espacio al Estado ruso, y éste reivindicaba su posición.

En la Conferencia común de “Partidos obreros” que se celebró en Berlín a principios de abril de 1922, y a la que la IC invitó a los partidos de la IIª Internacional y de la Internacional “Dos y media”, la delegación de la IC se preocupó, sobre todo, de obtener apoyos para el reconocimiento de la Rusia soviética, y establecer relaciones comerciales entre Rusia y Occidente que ayudaran a reconstruirla. Mientras en 1919 se denunciaba a la IIª Internacional como carnicero de la clase obrera, y en 1921 el IIº Congreso establecía las “21 condiciones” de admisión para así delimitarse y combatir contra la IIª Internacional…, ahora la delegación de la IC se sentaba en la misma mesa que los partidos de la IIª Internacional, en nombre del Estado ruso. Resulta ya evidente que el Estado ruso no estaba interesado en la extensión de la revolución mundial sino en su propio fortalecimiento. Y cuanto más se ponía la IC a remolque de ese Estado, más le volvía la espalda al internacionalismo.

El crecimiento canceroso del aparato de Estado en Rusia

Esa voluntad del Estado ruso por ser “reconocido” por los demás Estados, se acompañó de un fortalecimiento del aparato del Estado en la misma Rusia.

A medida que se aceleran la degeneración y la integración creciente del partido en el Estado, se acelera también la concentración del poder en un círculo cada vez más reducido y concentrado de “fuerzas dirigentes” y la dictadura creciente del Estado sobre la clase obrera como resultado de tenaces y sistemáticos esfuerzos de esas fuerzas por expandir y reforzar el aparato del Estado a costa de la vida misma de la clase obrera.

En abril de 1922, el XIº Congreso del Partido nombra secretario general a Stalin. Desde ese momento Stalin ocupa, simultáneamente, tres puestos importantes: la cabeza de la Comisaría del pueblo para la cuestión nacional, la de la Inspección obrera y campesina, y es, además, miembro del Politburó (Buró político). Como secretario general, Stalin puede rápidamente hacerse con las riendas del Partido, arreglándoselas para que el Politburó dependa totalmente de él. Ya con anterioridad, en marzo de 1921, en el Xº Congreso del Partido bolchevique se había hecho con el control de las “actividades de depuración” ([9]), y ya poco antes, algunos miembros del “grupo de Oposición obrera” habían pedido al Comité ejecutivo de la Internacional comunista que “denunciara la falta de autonomía e iniciativa de los obreros, así como el combate contra aquellos miembros que tienen opiniones divergentes. (...) Las fuerzas unidas del partido y de la burocracia sindical se aprovechan de su poder y de su posición, lo que abre una brecha en el principio de la democracia obrera” (citado por Rosmer, traducido por nosotros). Pero la presión ejercida por el PCR sobre el Comité ejecutivo hizo que éste desestimara la queja de la “Oposición obrera”.

En vez de que las secciones locales tuvieran la iniciativa de nombrar a los delegados del partido, y a medida que el partido se integra en el Estado, esa elección recae cada vez más en el partido, es decir en el Estado. En ese partido cada vez escasean más las decisiones y votaciones sobre una base territorial, pues el poder de decisión está, cada vez más, en manos del Secretario general y del Buró de organización dominado por Stalin. Todos los delegados del XIIº congreso del Partido (abril de 1923) fueron nombrados por la dirección.

Si resaltamos aquí el papel de Stalin no es porque queramos reducir el problema del Estado a su sola persona, limitando y subestimando entonces el peligro derivado de la existencia misma de ese Estado. Lo que nos interesa es destacar cómo ese Estado surgido tras la insurrección de Octubre de 1917, que iba absorbiendo al Partido bolchevique en sus estructuras, y que extendía sus tentáculos sobre la IC, se fue convirtiendo en el centro de la contrarrevolución. Como también es verdad que esa contrarrevolución no es una actividad anónima y pasiva, fruto de fuerzas desconocidas e invisibles, sino que toma cuerpo concretamente en el partido y en el aparato del Estado. Stalin, Secretario general, era una fuerza importante que manejaba los hilos del partido a diferentes niveles: en el Buró político y en las provincias; que debía su poder a todas las fuerzas que luchaban contra los restos revolucionarios dentro del partido.

En el seno del Partido bolchevique, este proceso de degeneración provocó resistencias y convulsiones que hemos analizado, más detalladamente, en la Revista Internacional nº 8 y 9.

A pesar de las confusiones que hemos citado anteriormente, Lenin se convirtió en uno de los oponentes más determinados al aparato del Estado. Tras sufrir un primer ataque cerebral en mayo de 1922 y un segundo el 9 de marzo de 1923, redactó un documento –conocido más tarde como su testamento– en el que pedía la sustitución de Stalin como Secretario general. Y aunque Lenin había trabajado con Stalin durante años, rompió con él y quiso implicarse en un combate político contra Stalin. Sin embargo, Lenin tendido en su cama, luchando contra su propia agonía, no pudo conseguir jamás que su ruptura y su declaración fueran publicadas en la prensa del Partido, que ya por entonces estaba férreamente controlada por el Secretario general, es decir por el mismísimo Stalin.

En esos mismos momentos, y no por casualidad, Kamenev, Zinoviev y Stalin, defendían la típica concepción burguesa sobre la necesidad de encontrar un “sucesor” a Lenin. Según ellos la nueva dirección debía estar constituida por el triunvirato que ellos mismos formaban. Ni que decir tiene que en un organismo colectivo proletario jamás se plantea esa cuestión de los “sucesores”. Con ese trasfondo de la sórdida lucha de ese triunvirato por hacerse con el poder en el partido, apareció en el seno de éste un grupo de oposición a esa tendencia que publicó la “Plataforma de los 46” en el verano de 1923, criticando el estrangulamiento de la vida proletaria en un partido que, por vez primera desde Octubre de 1917 se había negado a hacer un llamamiento a favor de la revolución mundial con ocasión del 1º de Mayo de 1922. En el verano de 1923 un cierto número de huelgas estallaron en Rusia, particularmente en Moscú.

En el momento en que el Estado reforzó su posición en Rusia y hizo todo lo posible para ser reconocido por los otros Estados capitalistas, el proceso de degeneración de la IC, tras el giro oportunista del IIIer Congreso, se aceleró bajo esa presión del Estado ruso.

El 4º Congreso mundial: la sumisión al Estado ruso

En diciembre de 1921, el Comité ejecutivo de la IC adoptó la política del “Frente único”, presentándola para su aprobación al IVº Congreso de la IC (noviembre de 1922). Con ella, la IC tiró por los suelos los principios de sus Iº y IIº Congresos, en los que tanto se había insistido en la necesidad de una decantación, lo más neta posible, en su combate contra la socialdemocracia.

Para justificar esta política, la IC explicaba que en la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado “las grandes masas proletarias han perdido su fe en la capacidad de conseguir el poder en un futuro previsible. Están orientadas hacia una política defensiva (...), por tanto la conquista del poder, como tarea inmediata, no está al orden del dia” ([10]). Por ello, según la IC, era necesario unirse a los obreros que aún estaban bajo la influencia de la socialdemocracia: “La consigna del IIIer Congreso: “ir a las masas”, es hoy más válida que nunca (…) La táctica del frente único ofrece la posibilidad de que los comunistas luchen junto a todos los trabajadores pertenecientes a otros partidos o grupos (…) En determinadas circunstancias, los comunistas deben estar preparados para trabajar con partidos obreros no comunistas y con otras organizaciones obreras para poder formar un gobierno de los trabajadores” (“Tésis sobre la táctica de la IC”, IVº Congreso).

El Partido comunista alemán (KPD) fue el primero que apostó por esta táctica, como veremos en un próximo artículo de esta serie.

En la IC, este nuevo paso oportunista que empujaba a los obreros en los brazos de la Socialdemocracia encontró una firme resistencia por parte de la Izquierda italiana. Ya en Marzo de 1922, una vez adoptadas las tesis sobre el “frente único” Bordiga escribía en Il Comunista: “Respecto al gobierno obrero, preguntamos: ¿por qué queremos aliarnos con los socialdemócratas? ¿para hacer lo único que ellos saben, pueden y quieren hacer, o para pedirles que hagan lo que no saben, no pueden, ni quieren hacer? ¿es que se quiere que les digamos a los socialdemócratas que estamos dispuestos a colaborar con ellos incluso en el Parlamento o en ese gobierno que han bautizado como “obrero”? En ese caso, es decir si se nos pide que elaboremos, en nombre del Partido comunista, un proyecto de gobierno obrero en el que deben participar comunistas y socialistas, y presentar este gobierno a las masas como un “gobierno antiburgués”, nosotros respondemos asumiendo plenamente la responsabilidad de nuestra respuesta, que tal actitud se opone a todos los principios fundamentales del comunismo. Aceptar esa fórmula política significaría, en efecto, simplemente pisotear nuestra bandera, sobre la que está escrito: no puede existir gobierno proletario que no se haya basado en una victoria revolucionaria del proletariado” ([11]).

En el IVº Congreso mundial, el PC de Italia defendió que “el Partido comunista no aceptará, por tanto, formar parte de organismos comunes con diferentes organizaciones políticas (...) (el Partido) evitará igualmente aparecer como copartícipe de declaraciones comunes con otros partidos políticos, siempre que estas declaraciones contradigan en parte su programa y sean presentadas al proletariado como el resultado de negociaciones para encontrar una línea común de acción. (...) Hablar de Gobierno obrero (...) significa negar, en la práctica, el programa político comunista, es decir la necesidad de preparar a las masas en la lucha por la dictadura” ([12]).

Pero tras la expulsión del KAPD de la IC en el otoño de 1921, silenciada ya la voz más crítica contra la degeneración de la IC, una vez más, la Izquierda Italiana tuvo que defender en solitario sus posiciones de Izquierda comunista. En ese mismo momento, aparecía un nuevo factor agravante: en octubre de 1922, las tropas de Mussolini tomaron el poder en Italia, lo que dificultó enormemente las condiciones de la acción de los revolucionarios. El Partido italiano en torno a Bordiga tuvo que tomar posición ante el ascenso del fascismo. “Absorbida” por esta cuestión, la Izquierda italiana difícilmente podía tomar posición sobre la degeneración en curso de la IC y del Partido bolchevique.

Al mismo tiempo el IVº Congreso ponía las bases para la sumisión futura de la IC a los intereses del Estado ruso. Amalgamando los intereses del Estado ruso con los de la IC, el presidente de ésta, Zinoviev, afirmaba a propósito de la estabilización del capitalismo y el fin de los ataques contra Rusia: “podemos afirmar, ya ahora, sin ningún tipo de exageración, que la Internacional comunista ha sobrevivido a sus momentos más difíciles y que se ha consolidado, hasta tal punto, que ya no teme los ataques de la reacción mundial” (citado en La Revolución bolchevique de E.H. Carr).

Y, puesto que la perspectiva de la conquista del poder no era inmediatamente factible, el IVº Congreso mundial plantea como orientación no sólo la táctica del frente único, sino la exigencia de que la clase obrera se concentre en apoyar y defender a Rusia. La resolución sobre la revolución rusa pone de relieve hasta qué punto el enfoque de los análisis de la IC eran las necesidades del Estado ruso y no las de la clase obrera internacional, por lo que la construcción de Rusia pasaba a ocupar el primer plano: “El IVº Congreso mundial de la Internacional comunista expresa su más profunda gratitud y más alta admiración al pueblo trabajador de la Rusia de los soviets (...) pueblo que ha sido capaz de defender, hasta hoy en día, las conquistas de la revolución contra todos los enemigos del interior y del exterior defendiendo las conquistas de la revolución (...) El IVº Congreso mundial constata, con enorme satisfacción, que el primer estado obrero del mundo (…) ha demostrado sobradamente su fuerza y capacidad de desarrollo. El Estado soviético ha sido capaz de salir fortalecido de los horrores de la guerra civil. El IVº Congreso mundial constata con satisfacción que la política de la Rusia de los soviets ha asegurado y reforzado la condición más importante para la instauración y el desarrollo de la sociedad comunista: el régimen de los soviets, es decir la dictadura del proletariado. Porque sólo esa dictadura (…) puede garantizar la desaparición del capitalismo y abre la vía a la consecución del comunismo.

¡Fuera las manos de la Rusia de los soviets! ¡Reconocimiento de la Rusia soviética! Cada fortalecimiento de la Rusia soviética equivale a un debilitamiento de la burguesía mundial” (“Resolución sobre la revolución rusa”, IVº Congreso de la IC).

El grado de control de la IC por parte del Estado ruso, seis meses después de Rapallo, quedó igualmente en evidencia cuando, con el telón de fondo de un incremento de las tensiones imperialistas, se consideró la posibilidad de que Rusia estableciera un bloque militar con otro Estado capitalista. Por mucho que la IC presentara tal alianza destinada a la destrucción de un régimen burgués, lo cierto es que estaba concebida al servicio del Estado ruso: “Afirmo que ya somos bastante fuertes para concluir una alianza con una burguesía con objeto de que ese Estado burgués nos sirva para derrocar a otra burguesía (...) Si estableciéramos una alianza militar con otro Estado burgués, sería deber de los camaradas de todos los países, contribuir a la victoria de los dos aliados” ([13]).

Pocos meses más tarde la IC y el KPD alemán plantearon la perspectiva de una alianza entre la “oprimida nación alemana” y Rusia. En la confrontación entre Alemania y los países vencedores de la Iª Guerra mundial, la IC y el Estado ruso tomaron posición a favor de Alemania, presentándola como una víctima de los intereses imperialistas franceses.

En enero de 1922 en el “Ier Congreso de los trabajadores de Extremo Oriente”, la IC ya había definido como orientación central la necesidad de una cooperación entre los comunistas y los “revolucionarios no comunistas”. Y el IVº Congreso mundial insistió en sus tesis sobre la táctica en “el apoyo, al máximo de nuestras posibilidades, a los movimientos nacionalistas revolucionarios que se orienten contra el imperialismo”, al mismo tiempo que rechazaba enérgicamente “la resistencia de los comunistas de las colonias a integrarse en la lucha contra la opresión imperialista, con el pretexto de una supuesta “defensa” de los intereses autónomos del proletariado, que supone el peor tipo de oportunismo, y que únicamente puede revertir en el desprestigio de la revolución proletaria en Oriente” (“Orientaciones generales sobre la cuestión de Oriente”).

De esa manera, la IC, a lo único que contribuía era a un mayor debilitamiento y desorientación de la clase obrera.

Una vez alcanzado ya el punto culminante de la oleada revolucionaria en 1919, e iniciándose ya el reflujo que siguió al fracaso de la extensión internacional de la revolución, y una vez que el Estado ruso consiguió reforzar su posición y someter la Internacional comunista a sus intereses, la burguesía mundial se sintió lo suficientemente fuerte, a escala internacional, como para planear un golpe definitivo a los sectores de la clase obrera que seguían mostrándose más combativos, o sea, el proletariado en Alemania. Examinaremos, pues, los acontecimientos de 1923 en Alemania en un próximo artículo.

DV


[1] Revista internacional, nº 95, 1998.

[2] Ver artículo en esta misma revista sobre el programa del KAPD.

[3] En La Revolución bolchevique de E. H. Carr, capítulo sobre el repliegue de la IC.

[4] Ver nuestros artículos de la Revista internacional nº 12 y 13, nuestro folleto sobre la Revolución rusa y nuestro libro sobre la Izquierda holandesa).

[5] Comintern es la abreviatura de la Internacional comunista o Tercera internacional.

[6] Lenin en la XIª Conferencia del Partido, 1922, traducido por nosotros.

[7] Nuevos tiempos, viejos errores con formas nuevas, Lenin, agosto de 1921.

[8] En La Revolución bolchevique de E.H. Carr.

[9] Aún cuando el número de miembros del Partido bolchevique aumentó en 1920-21 hasta alcanzar los 600 mil, casi 150 mil de ellos fueron expulsados. Obviamente no se expulsó únicamente a arribistas, sino también a muchos obreros. La “comisión de depuraciones”, dirigida por Stalin, era uno de los organismos más poderosos de Rusia.

[10] Intervención de Radek citada por E.H. Carr en La revolución bolchevique.

[11] Il Comunista, 26 de marzo de 1922, “La defensa de la continuidad del programa comunista”, Ediciones Programa comunista.

[12] “Tesis sobre la táctica de la Internacional comunista”, presentadas por el PC de Italia al IVº Congreso mundial, 22 de noviembre de 1922, Ediciones Programme.

[13] Intervención de Bujarin en el IVo Congreso, citado por E.H. Carr en La revolución bolchevique.

 

Geografía: 

  • Alemania [12]

Series: 

  • Revolución alemana [13]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1919 - la revolución alemana [8]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • La Izquierda germano-holandesa [9]

Sobre organización (II) - ¿Nos habremos vuelto « leninistas »?

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En la primera parte de este artículo, contestábamos a la acusación de que nos habríamos vuelto “leninistas” y que habríamos cambiado de posición sobre la cuestión de la organización. Demostrábamos que el “leninismo” no sólo se opone a nuestros principios y posiciones políticas, sino que además tiene como objetivo la destrucción de la unidad histórica del movimiento obrero. El “leninismo” niega, en particular, la lucha de las izquierdas marxistas primero dentro y después fuera de la Segunda y Tercera Internacionales, oponiendo Lenin a Rosa Luxemburg, Pannekoek, etc. El “leninismo” es la negación del militante comunista Lenin. Es la expresión de la contrarrevolución estalinista de los años 1920.

Afirmábamos también que siempre nos hemos reivindicado del combate de Lenin por la construcción del partido contra la oposición del economicismo y de los mencheviques. Recordábamos, además, que mantenemos nuestro rechazo a sus errores sobre la cuestión de la organización, en especial sobre el carácter jerárquico y “militar” de la organización, así como, en el plano teórico, sobre la cuestión de la conciencia de clase que se habría de llevar al proletariado desde afuera, sin por ello dejar de situar estos errores en su marco histórico para poder comprender su dimensión y significado verdaderos.

¿Cuál es la posición de la CCI sobre ¿Qué hacer? y sobre Un paso hacia adelante, dos pasos atrás. ¿Por qué afirmamos que estas dos obras de Lenin representan experiencias teóricas, políticas y organizativas insustituibles? Nuestras criticas sobre puntos que no tienen nada de secundario – en particular sobre la cuestión de la conciencia tal y como la desarrolla en ¿Qué hacer? – ¿pondrían en entredicho nuestro acuerdo fundamental con Lenin?

La posición de la CCI sobre «¿Qué hacer?»

“Resultaría falso y caricaturesco oponer el ¿Qué hacer? sustitucionista de Lenin a una visión sana y clara de Rosa Luxemburg y de Trotski (señalemos que éste será, en los años 20, un ardoroso defensor de la militarización del trabajo y de la todopoderosa dictadura del partido…).” ([1]). Como se puede ver, nuestra posición sobre ¿Qué hacer? lo primero que hace es basarse en nuestro método de comprensión de la historia del movimiento obrero. Este método se apoya en la unidad y la continuidad de este movimiento tal y como lo hemos presentado en la primera parte de este artículo. No es algo nuevo y ya estaba presente cuando la fundación de la CCI.

¿Qué hacer? (1902) consta de dos grandes partes. La primera se dedica a la cuestión de la conciencia de clase y del papel de los revolucionarios. La segunda se dedica directamente a las cuestiones de organización. El conjunto representa una crítica implacable de los “economicistas” que sólo consideran posible un desarrollo de la conciencia en el seno de la clase obrera a partir de sus luchas inmediatas. Tienden, así, a subestimar y a negar cualquier papel político activo de las organizaciones revolucionarias, cuya tarea se limitaría a “ayudar” en las luchas económicas. Como consecuencia natural de esta subestimación del papel de los revolucionarios, el economicismo se opone a la constitución de una organización centralizada y unida capaz de intervenir a gran escala y con una sola voz sobre todas las cuestiones, tanto económicas como políticas.

El texto de Lenin, Un paso hacia adelante, dos pasos atrás (1903), que es un complemento a ¿Qué hacer? en el plano histórico, da cuenta de la ruptura entre los bolcheviques y los mencheviques en el IIº congreso del POSDR que acaba de verificarse.

La principal debilidad – ya lo hemos dicho – de ¿Qué hacer? se encuentra en la cuestión de la conciencia de clase. ¿Cuál es la posición de los demás revolucionarios sobre esta cuestión? Hasta el II° congreso, sólo el “economicista” Martínov se opone. Es sólo después del congreso cuando Plejánov y Trotski critican la concepción errónea de Lenin sobre la conciencia aportada del exterior a la clase obrera. Son los únicos en rechazar explícitamente la posición de Kautsky retomada por Lenin según la cual “el socialismo y la lucha de clases surgen paralelamente y no se engendran mutuamente (y que) los portadores de la ciencia no es el proletariado, sino los intelectuales burgueses” ([2]).

La respuesta de Trotski sobre esta cuestión de la conciencia resulta bastante justa, aunque también quede muy limitada. No olvidemos que estamos en 1903 y Trotski escribió su respuesta, Nuestras tareas políticas, en 1904. El debate sobre la huelga de masas apenas ha empezado en Alemania y se va a desarrollar verdaderamente a raíz de la experiencia de 1905 en Rusia. Trotski rechaza claramente la posición de Kautsky y señala el peligro del sustitucionismo que conlleva. Sin embargo, aún siendo muy virulento en contra de Lenin sobre las cuestiones de organización, no se separa por completo sobre este aspecto particular. Comprende y explica las razones de esa posición:

“Cuando Lenin retomó de Kautsky la idea absurda de la relación entre el elemento “espontáneo” y el elemento “consciente” en el movimiento revolucionario del proletariado, lo único que hacía era definir a grandes rasgos las tareas de su época” ([3]).

Además de la clemencia de Trotski en esto, hay que señalar que ninguno de los nuevos oponentes a Lenin se levantó en contra de la posición de Kautsky sobre la conciencia antes del 2° Congreso del POSDR cuando estaban unidos en la lucha contra el economicismo. En el congreso, Martov, líder de los mencheviques, retoma exactamente la misma posición que Kautsky y Lenin: “Somos la expresión consciente de un proceso inconsciente” ([4]). Después del congreso, esta cuestión parece tan poco importante que los mencheviques siguen negando toda divergencia programática y atribuyen la división a las “elucubraciones” de Lenin sobre la organización: “Con mi débil inteligencia, no soy capaz de comprender lo que puede ser “el oportunismo sobre los problemas de organización”, planteado en el terreno como algo autónomo, fuera de un vínculo orgánico con las ideas programáticas y tácticas” ([5]).

La crítica de Plejánov, si bien es justa, es bastante general y se contenta con restablecer la posición marxista sobre la cuestión. La principal argumentación consiste en decir que no es verdad que “los intelectuales [han] “elaborado” sus propias teorías socialistas “de manera completamente independiente del crecimiento espontáneo del movimiento obrero” – esto jamás ha ocurrido y no podía ocurrir” ([6]).

Antes del congreso y en su transcurso, cuando aun sigue de acuerdo con Lenin, Plejánov se limita a nivel teórico a la cuestión de la conciencia. No aborda los debates del II° Congreso. No responde a la cuestión central: ¿qué partido y qué papel para este partido? Sólo Lenin da una respuesta.

La cuestión central de « ¿Qué hacer? »: elevar la conciencia

Lenin tiene una preocupación central en su polémica contra el economicismo en el plano teórico: la cuestión de la conciencia de clase y su desarrollo en el seno de la clase obrera. Se sabe que Lenin abandonaría rápidamente la posición de Kautsky. Particularmente con la experiencia de la huelga de masas rusa de 1905 y la aparición de los primeros soviets. En enero del 1917, es decir antes del principio de la revolución en Rusia, en medio de los estragos de la guerra imperialista, Lenin vuelve a la huelga de masas de 1905. Pasajes enteros sobre “el enmarañamiento de las huelgas económicas y las huelgas políticas” pueden parecer escritos por Rosa Luxemburg o Trotski ([7]). Y dan una idea del rechazo por parte de Lenin de su error inicial en gran parte provocado por sus “torceduras de timón” ([8]).

“La verdadera educación de las masas jamás puede separarse de una lucha política independiente, y sobre todo de la lucha revolucionaria de las masas mismas. Sólo la acción educa a la clase explotada, sólo ella le da la medida de sus fuerzas, amplía su horizonte, desarrolla sus capacidades, ilumina su inteligencia y templa su voluntad” ([9]).

Lejos estamos de lo que dice Kautsky.

Pero ya en ¿Qué hacer? lo que se dice sobre la conciencia resulta contradictorio. Junto a la posición errónea, Lenin afirma por ejemplo: “Esto nos demuestra que el “elemento espontáneo” no es sino, en el fondo, la forma embrionaria de lo consciente” ([10]).

Estas contradicciones son la manifestación de que Lenin, como el resto del movimiento obrero en 1902, no tiene una posición muy precisa ni muy clara sobre la cuestión de la conciencia de clase ([11]). Las contradicciones de ¿Qué hacer? y las tomas de posición ulteriores demuestran que no está particularmente atado a la posición de Kautsky. Además, sólo hay tres pasajes bien delimitados en ¿Qué hacer? en los cuales escribe que “la conciencia ha de ser llevada desde el exterior”. Y de los tres, hay uno que no tiene nada que ver con lo que dice Kautsky.

Rechazando que fuera posible “desarrollar la conciencia política de clase de los obreros, por decirlo así, desde el interior de su lucha económica, es decir partiendo únicamente (o al menos, principalmente) de esta lucha, basándose únicamente (o al menos principalmente) en esta lucha ... (Lenin contesta que) ...la conciencia política de clase sólo se puede aportar al obrero del exterior, es decir del exterior de la lucha económica, del exterior de la esfera de las relaciones entre obreros y patronos” ([12]). La fórmula es confusa, pero la idea es justa. Y no corresponde a lo que defiende en los otros dos usos del término “exterior” cuando habla de la conciencia. Su pensamiento resulta aun más preciso en otro pasaje: “La lucha política de la socialdemocracia resulta mucho más amplia y compleja que la lucha económica de los obreros contra la patronal y el gobierno” ([13]).

Lenin rechaza muy claramente la posición desarrollada por los economicistas sobre la conciencia de clase en tanto que producto inmediato, directo, mecánico y exclusivo de las luchas económicas.

Nosotros estamos del lado de ¿Qué hacer? en el combate contra el economicismo. También estamos de acuerdo con los argumentos críticos usados contra el economicismo y decimos que aun hoy siguen siendo de actualidad en cuanto a su contenido teórico y político.

“La idea según la cual la conciencia de clase no surge de manera mecánica de las luchas económicas es completamente correcta. Pero el error de Lenin consiste en creer que no se puede desarrollar la conciencia de clase a partir de las luchas económicas y que ésta ha de ser introducida desde el exterior por un partido” ([14]).

¿Es ésa una nueva apreciación de la CCI? Son citas de ¿Qué hacer? que hacíamos nuestras, en 1989, en un articulo de polémica ([15]) con el BIPR, insistiendo ya entonces sobre lo que decimos hoy: “La conciencia socialista de las masas obreras es la única base que pueda garantizarnos el triunfo (...). El partido siempre ha de tener la posibilidad de revelar a la clase obrera el antagonismo hostil entre sus intereses y los de la burguesía. (La conciencia de clase a la que ha llegado el partido) ha de ser propalada en el seno de las masas obreras con un celo creciente. (...) hay que esforzarse al máximo por elevar el nivel de conciencia de los obreros en general. (La tarea del partido consiste en) sacar provecho de los destellos de conciencia política que la lucha económica ha hecho penetrar en la mente de los obreros para elevar a éstos al nivel de la conciencia socialdemócrata” ([16]).

Para los detractores de Lenin, las ideas de ¿Qué hacer? anuncian el estalinismo. Así pues, un vínculo uniría a Lenin y a Stalin incluso sobre la cuestión de organización ([17]). Ya hemos denunciado semejante patraña en la primera parte de este artículo a nivel histórico. Y también lo rechazamos en el ámbito político, incluidas las cuestiones de la conciencia de clase y de la organización política.

Hay una unidad y una continuidad entre ¿Qué hacer? y la Revolución rusa, pero ninguna en absoluto con la contrarrevolución estalinista. Esa unidad y continuidad existen con todo el proceso revolucionario que enlaza las huelgas de masas de 1905 con las de 1917, que va de febrero de 1917 hasta la insurrección de octubre de 1917. Para nosotros, ¿Qué hacer? anuncia las Tesis de abril en 1917: “Las masas engañadas por la burguesía son de buena fe. Resulta importante informarlas con cuidado, perseverancia, con paciencia sobre su error, enseñarles el vínculo indisoluble entre el capital y la guerra imperialista (...). Explicar a las masas que los soviets representan la única forma posible de gobierno obrero” ([18]). Para nosotros, ¿Qué hacer? anuncia la insurrección de octubre y el poder de los soviets.

Nuestros actuales detractores “antileninistas” dejan en silencio la preocupación central de ¿Qué hacer? sobre la conciencia, y de esta manera toman a cuenta propia uno de los elementos del método estalinista que hemos denunciado el la primera parte de este articulo. De la misma manera como Stalin hacía desaparecer de las fotos a los viejos militantes bolcheviques, hacen desaparecer lo esencial de lo que dijo Lenin y nos acusan con habernos vuelto “leninistas”, es decir estalinistas.

Para los que alaban a Lenin sin crítica, como la corriente bordiguista, nosotros seríamos idealistas incorregibles con nuestra insistencia sobre el papel y la importancia de “la conciencia de clase en la clase obrera” en la lucha histórica y revolucionaria del proletariado. Para quien se esfuerza en leer lo que escribió Lenin y para quien quiere sumergirse en el proceso real de discusiones y confrontaciones políticas de aquellos tiempos, ambas acusaciones resultan falsas.

La distinción en « ¿Qué hacer? » entre organización política y organización unitaria

En el plano político y organizativo, hay más aportaciones fundamentales en ¿Qué hacer?. Se trata particularmente de la distinción clara y precisa hecha por Lenin entre las organizaciones con las que se dota la clase obrera en sus luchas cotidianas, las organizaciones unitarias, y las organizaciones políticas. Veamos primero lo adquirido a nivel político.

“Estos círculos, asociaciones profesionales de los obreros y organizaciones resultan necesarias en todas partes; han de ser lo más numerosos posible y sus funciones lo más variadas posible; Pero resulta absurdo y nocivo confundirlos con la organización de los revolucionarios, borrar la demarcación que entre ellos existe (...) La organización de un partido socialdemócrata revolucionario ha de ser necesariamente de otro tipo que la organización de los obreros para la lucha económica” ([19]).

Esta distinción no es un descubrimiento para el movimiento obrero. La socialdemocracia internacional, particularmente la alemana, tenía clara esta cuestión. Pero ¿Qué hacer?, en su lucha contra la variante rusa del oportunismo en aquella época, el economicismo, y teniendo en cuenta las condiciones particulares, concretas, de la lucha de clases en la Rusia zarista, va más allá y avanza una idea nueva. “La organización de los revolucionarios ha de englobar ante todo y principalmente a hombres cuya profesión es la acción revolucionaria. Ante esta característica común a los miembros de una organización así, cualquier distinción entre obreros e intelectuales, y menos todavía entre las diferentes profesiones de unos y otros, ha de desaparecer. Necesariamente esta organización no debe ser muy extensa, y ha de ser lo más clandestina posible” ([20]).

Examinemos esto. Resultaría erróneo ver en este pasaje consideraciones tan sólo relacionadas con las condiciones históricas en las que los revolucionarios rusos debían actuar, particularmente las condiciones de ilegalidad, de clandestinidad y de represión. Lenin avanza tres puntos que tienen un valor universal e histórico. Y cuya validez no ha dejado de ir confirmándose hasta hoy. Primero, que el militantismo comunista es un acto voluntario y serio (utiliza la palabra “profesional” que también utilizan los mencheviques en los debates del congreso) que compromete al militante y determina su vida. Siempre hemos estado de acuerdo con ese concepto del compromiso militante que combate y niega toda visión o actitud diletante.

Segundo, Lenin defiende una visión de las relaciones entre militantes comunistas que supera la división obrero/intelectual ([21]), dirigente/dirigido diríamos hoy, una visión que supera toda idea jerárquica o de superioridad individual, en una comunidad de lucha en el seno del partido, en el seno de la organización revolucionaria. Y se opone a cualquier división en oficios o corporaciones entre los militantes. Rechaza de antemano las células de empresa que sí se organizarán, en cambio, con la bolchevización en nombre del leninismo ([22]).

Y, último punto, Lenin define una organización que “no debe ser muy extensa”. Es el primero en percibir que el período de los partidos obreros de masas está acabándose ([23]). Seguramente las condiciones de Rusia favorecían esa clarividencia. Pero son las nuevas condiciones de vida y de lucha del proletariado, que se manifiestan particularmente con la “huelga de masas”, las que determinan también las nuevas condiciones de la actividad de los revolucionarios, muy en particular el carácter “menos extenso”, minoritario, de las organizaciones revolucionarias en el período de decadencia del capitalismo que se está abriendo paso a principios de siglo.

“Pero sería (...) “seguidismo” pensar que bajo el capitalismo casi toda la clase o la clase entera pueda encontrarse un día en condiciones de elevarse hasta el punto de adquirir el grado de conciencia y de actividad de su destacamento de vanguardia, de su Partido socialdemócrata” ([24]).

Si bien en esa misma época, Rosa Luxemburg, Pannekoek o Trotski son entre los primeros que sacan las lecciones de la aparición de las huelgas de masas y de los consejos obreros, siguen prisioneros de una visión de los partidos como organizaciones políticas de masas. Rosa Luxemburg critica a Lenin desde el punto de vista de un partido de masas ([25]). Hasta el punto en que ella también acaba desbarrando como cuando escribe que “en verdad, la socialdemocracia no está vinculada a la organización de la clase obrera, es el movimiento propio de la clase obrera” ([26]). Víctima ella también de la “torcedura de timón” en la polémica, víctima de su adhesión a los mencheviques en lo que está en juego durante el II° congreso del POSDR, se desliza inoportunamente a su vez hacia el terreno de los mencheviques y de los economistas, anegando la organización de los revolucionarios en la clase ([27]). Pero conseguirá volver más tarde – y con qué ímpetu – a una posición más clara. Sin embargo, sobre la distinción entre organización del conjunto de la clase y organización de los revolucionarios, las fórmulas de Lenin siguen siendo las más claras. Son las que más lejos van.

¿Quién es miembro del partido?

¿Qué hacer? y Un paso hacia adelante, dos pasos atrás son pues otros tantos pasos políticos esenciales en la historia del movimiento obrero. Estas dos obras fueron experiencias políticas “prácticas” a nivel organizativo. Al igual que Lenin, la CCI siempre ha considerado la cuestión de organización como una cuestión política plena. La organización política de la clase se diferencia de su organización unitaria, y esto tiene implicaciones prácticas. Entre ellas, la definición estricta de la adhesión y de la pertenencia al partido, es decir la definición del militante, de sus tareas, de sus obligaciones, de sus derechos, o sea de sus relaciones con la organización, resulta esencial. Bien se conoce la batalla del II° Congreso del POSDR en torno al artículo primero de los estatutos: es el primer enfrentamiento, en el mismo seno del congreso, entre bolcheviques y mencheviques. La diferencia entre las fórmulas propuestas por Lenin y Martov puede parecer completamente insignificante. Para Lenin, “es miembro del Partido aquél que reconoce el programa y defiende el Partido tanto con medios materiales como con su participación personal en una de las organizaciones del Partido.” Para Mártov, “se considera como perteneciente al Partido obrero socialdemócrata de Rusia, aquél que, reconociendo su programa, obra activamente para poner en aplicación sus tareas bajo el control y la dirección de los organismos del Partido”.

La divergencia se concentra en el reconocimiento de la calidad de miembro ya sea únicamente a los militantes que pertenecen al Partido y que éste reconoce como tales - la posición de Lenin –, ya sea a aquellos militantes que no pertenecen formalmente al Partido, pero que en tal o cual momento, en tal o cual actividad, dan su apoyo al Partido, o se declaran ellos mismos socialdemócratas. Así pues, la posición de Mártov y de los mencheviques resulta mucho más amplia, más “flexible”, menos restrictiva y menos precisa que la de Lenin.

Detrás de esta diferencia, se esconde una cuestión de fondo que rápidamente apareció durante el congreso y que las organizaciones revolucionarias siguen planteándose hoy: ¿quién es miembro del partido, y, aún más difícil de definir, quién no lo es? Para Mártov, resulta claro: “Cuanto más se generalice la apelación de miembro del partido, mejor. Hemos de alegrarnos si cada huelguista, cada manifestante, al hacerse responsable de sus actos, puede declararse miembro del Partido” ([28]).

La posición de Mártov tiende a diluir, a disolver la organización de los revolucionarios, el partido, en la clase. Se une al economicismo que anteriormente combatía junto a Lenin. La argumentación con la que defiende su propuesta de Estatutos equivale a liquidar la idea misma de partido de vanguardia, unido, centralizado y disciplinado en torno a un Programa político bien definido, bien preciso y con una voluntad de acción militante y colectiva aún más definida, precisa, rigurosa. También abre la puerta a políticas oportunistas de “reclutamiento” sin principios de militantes que hipotecan el desarrollo del partido a largo plazo en beneficio de resultados inmediatos. Quien tiene razón es Lenin: “Al contrario, cuanto más fuertes sean nuestras organizaciones del Partido que engloben a verdaderos socialdemócratas, menos vacilación e instabilidad tendremos en el seno del Partido, y más amplia, más variada, más rica y fecunda será la influencia del Partido sobre los elementos de la masa obrera que lo rodean y a los que dirige. Efectivamente, no se puede confundir el Partido, vanguardia de la clase obrera, con el conjunto de la clase” ([29]).

El gran peligro de la posición oportunista de Mártov sobre organización, reclutamiento, adhesión y pertenencia al partido aparece muy rápidamente en el mismo congreso con la intervención de Axelrod: “Uno puede ser un miembro sincero y fiel del partido socialdemócrata, pero resultar completamente inadaptado para la organización de combate rigurosamente centralizada” ([30]).

¿Cómo puede uno ser miembro del partido, militante comunista, y “resultar inadaptado para la organización de combate centralizada”? Aceptar semejante idea es tan absurdo como aceptar la idea de un obrero combativo y revolucionario pero “incapaz” de cualquier acción colectiva de clase. Cualquier organización comunista no ha de aceptar en su seno más que a los militantes capaces de la disciplina y la centralización que necesita su combate. ¿Cómo podría ser posible otra cosa? A no ser que se acepte que los militantes no respeten imperativamente las relaciones en la organización y las decisiones que ella adopta, así como de la necesidad del combate. A no ser, también, que se quiere ridiculizar la noción misma de organización comunista que ha de ser “la fracción más resuelta de todos los partidos obreros de todos los países, la fracción que impulsa a todas las demás” ([31]). La lucha histórica del proletariado es un combate de clase unido a escala histórica e internacional, colectivo y centralizado. Y, al igual que su clase, los comunistas llevan a cabo un combate histórico, internacional, permanente, unido, colectivo y centralizado que se opone a cualquier visión individualista. “La conciencia crítica y la iniciativa voluntaria tienen un valor muy escaso para los individuos, pero, en cambio, sí que se realizan plenamente en la colectividad del Partido” ([32]). Quien sea incapaz de involucrarse en ese combate centralizado es incapaz de actividad militante y no puede ser reconocido en tanto que miembro del partido. “Que el Partido admita únicamente a elementos capaces de al menos un mínimo de organización” ([33]). Esa “capacidad” es el fruto de la convicción política y militante de los comunistas. Se adquiere y se desarrolla participando en la lucha histórica del proletariado, particularmente en el seno de sus minorías políticas organizadas. Para cualquier organización comunista consecuente, la convicción y la capacidad “práctica” – no platónica – para “la organización de combate rigurosamente centralizada” de cualquier nuevo militante son a la vez condiciones indispensables para su adhesión y expresiones concretas de su acuerdo político con el Programa comunista.

La definición del militante, de la calidad de miembro de una organización comunista sigue siendo hoy día una cuestión esencial. ¿Qué hacer? y Un paso hacia adelante, dos pasos atrás ponen los fundamentos y las respuestas a cantidad de preguntas en materia de organización. Por eso es por lo que la CCI siempre se ha apoyado en la lucha de los bolcheviques en el II° Congreso para diferenciar con claridad, rigor y firmeza, a un militante, es decir a “quien participa personalmente en una de las organizaciones del Partido”, como lo defiende Lenin, y un simpatizante, un compañero de andadura, aquel que “adopta el programa, apoya al Partido con medios materiales y le aporta una ayuda personal regular (o irregular, añadiremos) bajo la dirección de una de sus organizaciones”, tal como lo expresa la definición del militante de Martov que fue finalmente adoptada en el II° Congreso. Igualmente, siempre hemos defendido que “en cuanto quieras ser miembro del Partido, has de reconocer también las relaciones de organización, y no sólo platónicamente” ([34]).

Nada de esto resulta nuevo para la CCI. Es la base misma de su constitución como lo demuestra la adopción de sus Estatutos ya en su primer congreso internacional en enero del 1976. Y sería un error pensar que esta cuestión ya no plantearía ningún problema hoy. Primero, la corriente consejista, aunque sus últimas expresiones políticas sean silenciosas, por no decir que están a punto de desaparecer ([35]) sigue siendo hoy una especie de heredero del economicismo y del menchevismo en materia de organización. En un período de mayor actividad de la clase obrera, no cabe duda de que las presiones consejistas para “engañarse a sí mismos, taparse los ojos ante la inmensidad de nuestras tareas, restringir esas tareas (olvidando) la diferencia entre el destacamento de vanguardia y las masas que en su torno gravitan” ([36]) cobrarán un nuevo vigor. Pero también en el medio que se reivindica exclusivamente de la corriente bordiguista y el BIPR, la puesta en práctica del método de Lenin y de su pensamiento político en materia de organización dista mucho de ser algo asquierido. Basta con observar la práctica de reclutamiento sin principios del PCI bordiguista en los años 70. Su política activista e inmediatista acabó llevándolo a la explosión en 1982. No hay más que ver la ausencia de rigor del BIPR (que agrupa Battaglia communista en Italia y la CWO en Gran Bretaña) que a veces parece costarle decidir quién es militante ([37]) de la organización y quién es un simpatizante o contacto cercano; y eso a pesar de todos los riesgos que tal imprecisión organizativa conlleva. El oportunismo en temas de organización es hoy uno de los venenos más peligrosos para el medio político proletario. Y de nada sirven las cantinelas sobre Lenin y la necesidad del “Partido compacto y potente”.

Lenin y la CCI: una misma idea del militantismo

¿Qué dice Rosa Luxemburg en su polémica con Lenin respecto al militante y a su pertenencia al partido?

“La idea expresada en el libro [Un paso adelante, dos pasos atrás] de una manera penetrante y exhaustiva es la de un centralismo aplastante; su principio vital exige, por un lado, que las falanges organizadas de revolucionarios declarados y activos salgan y se separen decididamente del medio que los rodea y que, aunque no organizado, no por eso deja de ser revolucionario; en él se defiende, por otra parte, una disciplina rígida” ([38]).

Sin pronunciarse explícitamente contra la definición precisa del militante que hace Lenin, el tono irónico que Rosa emplea cuando evoca “las falanges organizadas que salen y se separan del medio que las rodea” y… su silencio total sobre la batalla política en el congreso en torno al artículo primero de los estatutos, ponen de relieve la visión errónea de Rosa Luxemburg en ese momento, y su alineamiento con los mencheviques. Sigue estando presa de la visión del partido de masas, del que servía de ejemplo entonces la socialdemocracia alemana. No ve el problema o lo evita, equivocándose de combate. El que ella no diga nada sobre el debate en el congreso en torno al artículo primero de los estatutos acaba dando la razón a Lenin cuando éste afirma que aquélla “se limita a repetir frases vacuas sin procurar darles un sentido. Agita espantajos sin ir al fondo del debate. Me hace decir lugares comunes, ideas generales, verdades absolutas y se esfuerza en no decir nada sobre las verdades relativas que se apoyan en hechos precisos” ([39]).

Como en el caso de Plejánov y muchos otros, las consideraciones generales avanzadas por Rosa Luxemburg – incluso cuando son justas en sí – no contestan a las verdaderas cuestiones políticas planteadas por Lenin. “Es así como una preocupación correcta: insistir en el carácter colectivo del movimiento obrero, en que la «emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos» desemboca en conclusiones prácticas falsas”, como decíamos nosotros respecto a Rosa Luxemburg en 1979 ([40]). Rosa no se enteró de las conquistas políticas del combate de los bolcheviques. Y, de hecho, si no hubiera habido un debate en torno al artículo 1 de los Estatutos, la cuestión del partido claramente definido y diferenciado organizativa y políticamente, del conjunto de la clase obrera, no hubiera quedado definitivamente zanjado. Sin el combate llevado a cabo por Lenin sobre el artículo 1, la cuestión no sería una adquisición política de la primera importancia en materia de organización, base en la que deben apoyarse los comunistas de hoy para constituir su organización, no sólo para la adhesión de nuevos militantes, sino también y sobre todo para el esclarecimiento preciso y riguroso de las relaciones entre militante y organización revolucionaria.

¿Es esta defensa de la posición de Lenin sobre el artículo 1 de los estatutos algo nuevo para la CCI? ¿Habremos cambiado de postura?. “Para ser miembro de la CCI, hay que (…) integrarse en la organización, participar activamente en su trabajo y cumplir las tareas que se le confían” afirma el artículo de nuestros estatutos que trata de la cuestión de la pertenencia militante a la CCI. Está claro que recogemos, sin la menor ambigüedad, la idea de Lenin, el espíritu y hasta la letra del estatuto que él propuso en el IIº Congreso de POSDR y en absoluto la de Mártov o Trotski. Parece mentira que los ex miembros de la CCI que hoy nos acusan de habernos vuelto “leninistas” se hayan olvidado de lo que también ellos votaron hace años. Sin duda lo hicieron con la ligereza y la despreocupación del entusiasmo estudiantil de los años posteriores al 68.

Sea como sea, no son un dechado de honradez cuando acusan a la CCI de haber cambiado de posición como para dar a entender que serían ellos los fieles a la verdadera CCI de los orígenes.

La CCI con Lenin sobre los Estatutos

Ya hemos presentado rápidamente nuestra concepción del militante revolucionario. Ya hemos mostrado por qué es heredera en buena parte del combate y de los aportes del Lenin de ¿Qué hacer? y Un paso adelante, dos pasos atrás. Ya hemos subrayado la importancia de plasmar lo más fiel y más rigurosamente posible en la práctica militante cotidiana, gracias a los estatutos de la organización, esa definición de militante. Y en esto también nos mantenemos fieles al método y las enseñanzas de Lenin en materia de organización. El combate político por establecer reglas precisas en las relaciones organizativas, o sea los estatutos, es algo fundamental. Al igual que el combate por que se respeten, claro está. Sin éste, las grandes declaraciones sobre el partido no son más que fantasmadas.

Por los propios límites de este artículo, no podremos presentar nuestra concepción sobre la unidad de la organización política y mostrar en qué la lucha de Lenin contra la pervivencia de los círculos, en el IIº Congreso del POSDR, fue un aporte teórico y político de la primera importancia. En lo que sí queremos insistir es en la importancia práctica que tiene el plasmar esa unidad en los estatutos de la organización: “El carácter unitario de la CCI se plasma también en estos estatutos”, como así se dice en éstos. Lenin expresa muy bien el porqué de esa la necesidad:

“El anarquismo señorial no comprende que hacen falta unos Estatutos formales precisamente para sustituir el estrecho nexo de los círculos con un amplio nexo del Partido. No se precisaba ni era posible revestir de una forma definida el nexo existente en el interior de un círculo, pues dicho nexo estaba basado en la amistad personal o en una “confianza” incontrolada y no motivada. El nexo del Partido no puede ni debe descansar ni en la una ni en la otra; es indispensable basarlo precisamente en unos estatutos formales, redactados “burocráticamente” ([41]) (desde el punto de vista del intelectual relajado), y cuya estricta observancia es lo único que nos garantiza de la arbitrariedad y de los caprichos de los círculos y calificado de libre «proceso» de la lucha ideológica” ([42]).

Y es lo mismo en cuanto a la centralización de la organización contra toda visión federalista, localista, o visión de la organización como una suma de partes y hasta de individuos revolucionarios, autónomos. “El congreso internacional es el órgano soberano de la CCI”, dicen nuestros Estatutos. También en este aspecto nos reivindicamos nosotros del combate de Lenin y de su necesaria concreción práctica en los Estatutos de la organización, tanto para el POSDR de entonces como para las organizaciones de hoy. “En una época de restablecimiento de la unidad efectiva del partido y de dilución de los círculos anticuados en esa unidad, esa cima es inevitablemente el Congreso del partido, como órgano supremo del mismo” ([43]).

Y lo mismo en cuanto a la vida política interna: el aporte de Lenin concierne también y especialmente los debates internos, el deber – y no sólo el simple derecho – de expresión de toda divergencia en el marco de la organización ante la organización en su conjunto; y una vez zanjados los debates y tomadas las decisiones por el congreso (órgano soberano, verdadera asamblea general de la organización) las partes y los militantes se subordinan al todo. Contrariamente a la idea, extendida a mansalva, de un Lenin dictatorial, que habría intentado a toda costa ahogar los debates y la vida política en la organización, en realidad no cesa de oponerse a la idea menchevique que veía el congreso como “un registrador, un controlador, pero no un creador” ([44]).

Para Lenin y la CCI, el congreso es “creador”. Entre otras cosas, rechazamos radicalmente toda idea de mandatos imperativos de los delegados por parte de sus mandatarios al congreso, lo cual es contrario a los debates más amplios, dinámicos y fructíferos. Lo cual reduciría los congresos a no ser más que “registradores” como lo quería Trotski en 1903. Un congreso “registrador” consagraría la supremacía de las partes sobre el todo, el imperio de la mentalidad de “cada uno en su casa”, del federalismo y del localismo. Un congreso “registrador y controlador” es la negación del carácter soberano del congreso. Con Lenin, estamos a favor de congresos “organismo supremo” del partido, con poder de decisión y de “creación”. El congreso “creador” implica que los delegados no estén “imperativamente” limitados, con las manos atadas, prisioneros del mandato que sus mandatarios le han dado ([45]).

El congreso “órgano supremo” significa también precisamente “supremacía” en términos programático, político y de organización, sobre las diferentes partes de la organización comunista. “«El congreso es la instancia suprema del Partido» y, por tanto, falta a la disciplina del partido y al reglamento del Congreso precisamente todo el que en cualquier forma ponga obstáculos a que cualquiera de los delegados apele, directamente ante el Congreso, sobre todas las cuestiones de la vida del partido, sin excepción alguna. El problema en discusión se reduce de este modo a un dilema: ¿círculos o partido? O se limitan los derechos de los delegados al Congreso, en virtud de imaginarios derechos o estatutos de toda suerte de grupos y círculos, o se disuelven totalmente antes del Congreso, y no sólo de palabra, sino de hecho, todas las instancias inferiores y los viejos grupitos…” ([46]).

Sobre esos puntos también no sólo nos reivindicamos del combate de Lenin, sino que además los hemos plasmado en las reglas organizativas, o sea en los estatutos de nuestra organización, conceptos de los que somos herederos y de los que nos consideramos como verdaderos continuadores.

Los estatutos no son medidas excepcionales

Ya vimos que ni Rosa Luxemburg ni Trotski, por no citar a otros, no contestan a Lenin sobre el artículo 1 de los estatutos. Desdeñan totalmente esta cuestión, así como también descuidan la de los estatutos en general. En esto también prefieren limitarse a generalidades abstractas. Y cuando se dignan evocar esa cuestión, es para subestimarla por completo. En el mejor de los casos, consideran los estatutos de la organización política como una protección, como límites que no se han de traspasar. En el peor de los casos, no los consideran sino como armas represivas que se han de utilizar en casos excepcionales y con muchas precauciones. Aquí se ha de notar que esta concepción de los estatutos también es la de los estalinistas, que también no ven en ellos más que medidas represivas, con la única diferencia de que éstos no andan con “precauciones”.

Para Trotski, la fórmula de Lenin en el artículo 1 habría dejado “la satisfacción platónica de haber descubierto el remedio estatutario en contra del oportunismo (...). No hay duda: se trata de una forma simplista, típicamente administrativa de resolver una cuestión práctica muy grave” ([47]).

La misma Rosa Luxemburgo le contesta sin saberlo a Trotski, al afirmar que en el caso de un partido ya constituido (caso de un partido socialdemócrata de masas como en Alemania), “una aplicación más severa de la idea centralista en el estatuto de organización y una formulación más estricta de
los puntos sobre la disciplina de partido son muy apropiados para servir de barrera contra la corriente oportunista”
([48]). O sea que ella está de acuerdo con Lenin en el caso de Alemania, es decir en general. Sin embargo, en lo que concierne a Rusia, empieza diciendo “verdades abstractas” (“Las desviaciones oportunistas no pueden ser prevenidas a priori, sino que han de ser superadas por el propio movimiento”) que no significan nada sino es justificar “a priori” la renuncia a luchar contra el oportunismo en materia de organización. Lo que ella acaba haciendo, siempre para el caso ruso, o sea en lo concreto, burlándose de los estatutos “párrafos de papel”, del “puro papeleo”, y considerándolos como medidas excepcionales: “El estatuto del Partido no habría de ser una arma en contra del oportunismo, sino un medio de autoridad externa para ejercer la influencia preponderante de la mayoría revolucionaria proletaria realmente existente en el Partido” ([49]).

Nunca hemos estado de acuerdo con Rosa Luxemburg sobre este punto: “Rosa sigue repitiendo que es el mismo movimiento de las masas el que ha de superar el oportunismo. (...) Lo que no logra entender Rosa Luxemburg, es que el carácter colectivo de la acción revolucionaria es algo que se ha de forjar” ([50]). En cuanto a la cuestión de los estatutos, estábamos y seguimos estando de acuerdo con Lenin.

Los estatutos como regla de vida y arma de combate

Los estatutos son para Lenin mucho más que simples reglas formales de funcionamiento, algo al que referirse en caso de situaciones excepcionales. Contrariamente a Rosa Luxemburg o a los mencheviques, Lenin define los estatutos como una línea de conducta, el espíritu que anima la organización y sus militantes día a día. Contrariamente a la comprensión de los estatutos como medios de coerción o de represión, Lenin entiende los estatutos en tanto que armas que imponen la responsabilidad de las diferentes partes de la organización y de los militantes, con respecto al conjunto de la organización política; armas que imponen el deber de expresión abierta, pública, ante el conjunto de la organización, de las divergencias y dificultades políticas.

Lenin no considera la expresión de los puntos de vista, de los matices, discusiones, divergencias, como un derecho de los militantes, sino como un deber y una responsabilidad con respecto al conjunto del partido y de sus miembros. Los estatutos son herramientas al servicio de la unidad y de la centralización de la organización, o sea armas contra el federalismo, contra el espíritu de circulo, el “amiguismo”, contra la vida política y la discusión paralelas. Más que límites exteriores, más aún que reglas, los estatutos son para Lenin como un modo de vida político, organizativo y militante.

“Las cuestiones en litigio, en el seno de los círculos, no se resolvían según unos Estatutos, «sino luchando y amenazando con marcharse» […] Cuando yo era únicamente miembro de un círculo (…) tenía derecho a justificar, por ejemplo, mi negativa a trabajar con X., alegando sólo la falta de confianza, sin tener que dar explicaciones ni motivos. Una vez miembro del partido, no tengo derecho a invocar sólo una vaga falta de confianza, porque ello equivaldría a abrir de par en par las puertas a todas las extravagancias y a todas las arbitrariedades de los antiguos círculos; estoy obligado a motivar mi “confianza” o mi “desconfianza” con un argumento formal, es decir, a referirme a esta o a la otra disposición formalmente fijada de nuestro Programa, de nuestra táctica, de nuestros Estatutos; estoy obligado a no limitarme a un “tengo confianza” o “no tengo confianza” sin más control, sino a reconocer que debo responder de mis decisiones, como en general toda parte integrante del partido debe responder de las suyas ante el conjunto del mismo; estoy obligado a seguir la vía formalmente prescrita para expresar mi “desconfianza”, para hacer triunfar las ideas y los deseos que emanan de esta desconfianza. Nos hemos elevado ya de la “confianza” incontrolada, propia de los círculos, al punto de vista de un partido, que exige la observancia de procedimientos controlados y formalmente determinados para expresar y comprobar la confianza” ([51]).

Los estatutos de la organización revolucionaria no son meras medidas excepcionales o protecciones. Son la concreción de los principios organizativos propios a las vanguardias políticas del proletariado. Producto de estos principios, son a la vez un arma de combate contra el oportunismo en materia de organización y los fundamentos en los que va a construirse y levantarse la organización revolucionaria. Son la expresión de su unidad, de su centralización, de su vida política y organizativa, como también de su carácter de clase. Son la regla y el espíritu que han de guiar cotidianamente a los militantes en su relación con la organización, en su relación con los demás militantes, en las tareas que les son confiadas, en sus derechos y deberes, en su vida cotidiana personal que no puede estar en contradicción ni con su actividad militante ni tampoco con los principios comunistas.

Para nosotros como para Lenin, la cuestión organizativa es una cuestión totalmente política y fundamental. La adopción de estatutos y el combate permanente para su respeto y aplicación está en el centro mismo de la comprensión y la lucha por la construcción de la organización política. También los estatutos son una cuestión teórica y totalmente política. ¿Será un descubrimiento de nuestra organización? ¿un cambio de posición?. “El carácter unitario de la CCI se expresa en estos estatutos, que son válidos para toda la organización (...). Estos estatutos son una aplicación concreta de la concepción de la CCI en materia de organización. Como tales, forman parte íntegra de la plataforma de la CCI” (Estatutos de la CCI).

El Partido comunista se construirá basándose
en las lecciones políticas organizativas aportadas por Lenin

En la lucha del proletariado, este combate de Lenin fue uno de los momentos esenciales para la constitución de su órgano político, que finalmente se concretó con la fundación de la Internacional comunista en marzo del 19. Antes de Lenin, la Primera internacional (AIT) había sido un momento tan importante. Después de Lenin, el combate de la Fracción italiana de la Izquierda comunista por su propia supervivencia fue otro momento también importante. Entre estas diversas experiencias hay un hilo rojo, una continuidad de principios, teórica y política, en materia de organización. Los revolucionarios de hoy deben integrar su acción en esa continuidad y unidad históricas.

Ya hemos citado ampliamente nuestros propios textos, que recuerdan claramente y sin ninguna ambigüedad nuestra filiación y patrimonio en cuestiones de organización. Nuestro “método” de reapropiación de las lecciones políticas y teóricas del movimiento obrero no es para nada un invento de la CCI. Lo hemos heredado de la Fracción italiana de la Izquierda comunista y de su publicación Bilan en los años 30, así como de la Izquierda comunista de Francia y de su revista Internationalisme en los 40. Es el método del que siempre nos hemos reivindicado y sin el que la CCI no existiría en su forma actual.

“La expresión más acabada de la solución al problema del papel que ha de desempeñar el elemento consciente, el partido, para la victoria del socialismo, fue realizada por el grupo de marxistas rusos de la antigua Iskra, y más particularmente por Lenin que le dio una definición principial ya en 1902 al problema del partido en su destacada obra ¿Qué hacer?. La noción que tenía Lenin del partido iba a servir de espinazo al Partido bolchevique y será uno de los aportes mayores de éste en la lucha internacional del proletariado” ([52]).

Efectivamente y sin la menor duda, el partido comunista mundial de mañana no podrá constituirse sin las principios adquiridos, teóricos, políticos y organizativos legados por Lenin. La recuperación real, y no declamatoria, de estas adquisiciones, así como su aplicación rigurosa y sistemática a las condiciones de hoy en día, son una de las mayores tareas que han de asumir los pequeños grupos comunistas hoy si realmente quieren contribuir al proceso de formación de dicho partido.

RL


[1] Organisation communiste et conscience de classe (Folleto de la CCI en francés), 1979.

[2] Kautsky, citado por Lenin en ¿Qué hacer?.

[3] Trotski, Nos tâches politiques, cap. “Au nom du marxisme!”, Belfond, 1970, París.

[4] Actas del IIº Congreso del POSDR, ediciones Era.

[5] P. Axelrod, “Sobre el origen y el significado de nuestras divergencias en cuanto a organización”, carta a Kautsky, idem.

[6] G. Plejánov, “La clase obrera y los intelectuales socialdemócratas”, 1904, idem.

[7] Ver Rosa Luxemburg: Huelga de masas, partido y sindicatos (1906) y Trotski, 1905 (1908-1909).

[8] Ver la primera parte de este artículo en la Revista nº 96.

[9] Lenin, Informe sobre 1905 (enero de 1917).

[10] Lenin, ¿Qué hacer?.

[11] Karl Marx es mucho más claro sobre este tema en algunas de sus obras. Pero éstas son en gran parte desconocidas entre los revolucionarios de entonces, pues no estaban disponibles o sin publicar. Obra fundamental sobre el tema de la conciencia, La Ideología alemana, por ejemplo, sólo se publicará por vez primera en…1932.

[12] Lenin, ¿Qué hacer?

[13] Idem.

[14] Organisations communistes et conscience de classe, folleto (en francés) de la CCI, 1979, p. 37.

[15] Ese artículo no es de la CCI, sino de los camaradas del Grupo proletario internacionalista (GPI) que luego formarían la sección de la CCI en México. El objeto del artículo “antes de criticar a Lenin [hay que] defenderlo, procurar restituir su pensamiento, expresar claramente cuáles eran sus preocupaciones y sus intenciones en el combate contra la corriente «economicista»” contra la comprensión parcial de ¿Qué hacer? por parte del BIPR. El artículo opone los pasajes citados, “la preocupación, las intenciones” de Lenin a la posición del BIPR que considera que “admitir que toda o incluso la mayoría de la clase obrera, habida cuenta del dominio del capital, pueda adquirir una conciencia comunista antes de la toma del poder y la instauración de la dictadura del proletariado, es sencillamente idealismo” («La conciencia de clase en la perspectiva comunista», en Revista comunista nº 2, publicada por el BIPR).

[16] “Conciencia de clase y Partido”, Revista internacional nº 57, 1989.

[17] En medio de las mentiras de la burguesía, conviene resaltar la pequeña contribución de RV, ex militante de la CCI, el cual declara que “hay una verdadera continuidad y coherencia entre las ideas de 1903 y acciones como la prohibición de fracciones en el seno del partido bolchevique o el aplastamiento de los insurrectos de Cronstadt” (RV, “Prise de position sur l’évolution récente du CCI”, cuya publicación corrió a nuestro cargo en nuestro folleto, en francés, La prétendue paranoïa du CCI.

[18] Lenin, Tesis de Abril, 1917.

[19] Lenin, ¿Qué hacer?.

[20] Idem, subrayado por Lenin.

[21] No hace falta recordar aquí el bajo nivel “escolar” y el analfabetismo dominante entre los obreros rusos. Ello no impidió que Lenin pensara que podían y debían integrarse en la actividad del partido de igual modo que los “intelectuales”.

[22] Ver la primera parte de este artículo en la Revista nº 96.

[23] “También llevará a cabo una ruptura con la visión socialdemócrata del partido de masas. Para Lenin, las condiciones nuevas de la lucha hacían necesario un partido minoritario de vanguardia que debía laborar por la transformación de las luchas económicas en luchas políticas” (Organisation communiste et conscience de classe, CCI, 1979)

[24] Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás, parte i) “artículo primero de los Estatutos”.

[25] “Esta militante, que había pasado por las “escuelas” del partido socialdemócrata, expresa un apego incondicional al carácter de masas del movimiento revolucionario” (Organisation communiste et conscience de classe, CCI, 1979).

[26] Rosa Luxemburg, Cuestiones de organización en la socialdemocracia rusa.

[27] El lector habrá notado que esa visión deja la puerta totalmente abierta a la postura sustitucionista del partido – el partido que sustituye la acción de la clase obrera… hasta ejercer el poder de Estado en nombre de ella o a realizar acciones “golpistas” como las que harían los estalinistas.

[28] Martov, citado por Lenin en Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás, parte i) “artículo primero de los Estatutos”.

[29] Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás, parte i) “artículo primero de los Estatutos”.

[30] Actas del IIº congreso del POSDR, ediciones Era, 1977.

[31] K. Marx, Manifiesto del partido comunista.

[32] «Tesis sobre la táctica del Partido comunista de Italia», Tesis de Roma, 1922.

[33] Lénine, Un pas en avant, deux pas en arrière, souligné par Lénine, i) paragraphe premier.

[34] El bolchevique Pavlóvich, citado por Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás.

[35] Ver en nuestra prensa territorial los artículos contra el cese de la publicación de Daad en Gedachte, revista del grupo consejista holandés del mismo nombre.

[36] Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás.

[37] Ya hemos criticado la imprecisión y el oportunismo de BC en Italia sobre esta cuestión a propósito de los militantes del GPL (ver, por ejemplo, en Révolution internationale, publicación territorial de la CCI en Francia, nº 285, diciembre de 1998). No es algo aislado: en el sitio Internet del BIPR ha aparecido un artículo titulado “¿Deben trabajar los revolucionarios en los sindicatos reaccionarios?”. En este artículo, sin firma, y en el que el autor parece ser miembro de la CWO, se responde a la pregunta del título: “los materialistas, no los idealistas, deben contestar que sí”, con dos argumentos principales: “Muchos obreros combativos están en los sindicatos” y “los comunistas no deben despreciar a esas organizaciones que agru-pan a los trabajadores en masa (sic)”. Esta posición está en total contradicción con la de BC – y por lo tanto, suponemos, con la del BIPR –, reafirmada en el último congreso en la que se dice que “no puede haber defensa real de los intereses obreros, ni los más inmediatos siquiera, si no es fuera y en contra de la línea sindical”. Y sobre todo, el problema es que no se sabe quién ha escrito el artículo: ¿un militante o un simpatizante del BIPR? Y en uno u otro caso, ¿por qué no hay ninguna toma de postura, ninguna crítica? ¿Es un olvido?, ¿Es oportunismo para reclutar un nuevo militante al que le siguen colgando los harapos del izquierdismo? ¿O es sencillamente subestimación de la cuestión organizativa? Una vez más, en los grupos del BIPR todo esto suena a Martov… Por lo que sabemos, desde entonces esta parte el texto ha sido retirado de Internet sin más explicaciones.

[38] Rosa Luxemburg, Cuestiones de organización de la socialdemocracia rusa.

[39] Lenin, «Respuesta a Rosa Luxemburg», publicada en Nos tâches politiques de Troski (Ediciones Belfond, Paris).

[40] Organisations communistes et conscience de classe, folleto de la CCI, en francés, p.40.

[41] Es otro ejemplo del método polémico de Lenin, el cual recoge las acusaciones de sus adversarios para volverlas contra ellos (ver la primera parte de este artículo en el número anterior de esta Revista).

[42] Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás, “La nueva Iskra”.

[43] Ibídem.

[44] Trotski, Informe de la delegación siberiana.

[45] El delegado del Partido comunista alemán, Eberlein a lo que al principio no iba a ser sino una conferencia internacional en marzo de 1919, tenía el mandato de oponerse a la constitución de la IIIª Internacional, la Internacional comunista (IC). Estaba claro para todos los participantes, en particular Lenin, Trotski, Zinoviev y los dirigentes bolcheviques que la fundación de la IC no podía llevarse a cabo sin la adhesión del PC alemán. Si Eberlein hubiera quedado “prisionero” de su mandato imperativo, sordo a los debates y a la dinámica misma de la conferencia, la Internacional, como Partido mundial del proletariado, no habría sido fundada.

[46] Lenin, Una paso adelante, dos pasos atrás, “Comienza el Congreso…”.

[47] Trotski, Informe de la delegación siberiana.

[48] Rosa Luxemburg, Cuestiones de organización de la socialdemocracia rusa.

[49] Idem, subrayado por nosotros.

[50] Organizaciones comunistas y conciencia de clase, folleto de la CCI, 1979.

[51] Lenin, Un paso hacia adelante, dos pasos atrás, “o). El oportunismo en materia de organización”.

[52] Internationalisme, nº 4, 1945.

 

Series: 

  • Cuestiones de organización [14]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Corriente Comunista Internacional [15]

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