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Revista Internacional n° 98 - 3er trimestre 1999

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Editorial - La “paz” en Kosovo, momento de la guerra imperialista

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“Vivimos en un mundo un poco desquiciado. Kosovo, donde se descubren cada día crímenes contra la humanidad; los demás conflictos, menos espectaculares, pero tan portadores de horrores en Africa y Asia; crisis económicas y financieras que estallan repentinamente, imprevistas, destructoras, la miseria que se incrementa en muchas partes del mundo…” (le Monde, 22/06/99). Diez años después de la “guerra fría”, el desmoronamiento del bloque del Este y la desaparición de la URSS, diez años después de las proclamas sobre la “victoria del capitalismo” y las declaraciones entusiastas sobre la apertura de una “era de paz y de prosperidad”, ésa es la conclusión un tanto desencantada, o más bien cínica, pero discreta, de uno de los principales dirigentes de la burguesía, el presidente francés, Jacques Chirac.

Otro político eminente de la burguesía, el ex presidente americano Carter hace el mismo balance sobre la realidad del capitalismo desde 1989. “Cuando se acabó la guerra fría hace 10 años, esperábamos una era de paz. Lo que hemos tenido en lugar de ésta, ha sido una década de guerra” (International Herald Tribune, 17/06/99). La situación del mundo capitalista es catastrófica. La crisis económica echa a millones de seres humanos en la mayor de las miserias. “La mitad de la población mundial vive con menos de 1,5 $ por día y mil millones de hombre y mujeres con menos de 1$” (le Monde diplomatique, junio de 1999). La guerra y su cortejo de atrocidades se ensañan en todos los continentes. Esta locura – con las propias palabras de Chirac – implacable, asoladora, sangrienta, asesina, es la consecuencia del atolladero histórico del mundo capitalista cuyas guerras en Kosovo y Serbia, entre India y Pakistán – dos países que poseen armas nucleares – son las más recientes y dramáticas ilustraciones.

En el momento en que la guerra aérea se acaba en Yugoslavia, en que las grandes potencias imperialistas claman otra vez victoria, en que los medios desarrollan enormes campañas sobre las bondades humanitarias de la guerra de la OTAN y sobre la causa noble que defendía, en el momento en que se habla de reconstrucción, de paz y de prosperidad para los Balcanes, vale la pena fijarse en las confidencias discretas – en un momento, quizás, de cansancio – de Carter y de Chirac. Desvelan la realidad de las campañas ideológicas que hay que soportar cada día y que no son más que mentiras.

A nosotros, comunistas, no nos enseñan nada. Desde siempre, el marxismo ([1]) ha defendido en el seno del movimiento obrero que el capitalismo sólo podía desembocar en un callejón económico, en la crisis, en la miseria y en conflictos sangrientos entre Estados burgueses. Desde siempre, y sobre todo desde la Primera Guerra mundial, el marxismo ha afirmado que “el capitalismo es la guerra”. Un tiempo de paz no es más que un momento de la preparación de la guerra imperialista; y cuanto más hablan de paz los capitalistas, más preparan la guerra.

En las columnas de esta Revista internacional, en los últimos diez años, hemos denunciado muchas veces los discursos sobre la “victoria del capitalismo” y el “fin del comunismo”, sobre la “prosperidad venidera” y la “desaparición de las guerras”. No nos hemos cansado de denunciar esas paces que en realidad preparan peores guerras. Hemos denunciado la responsabilidad de las grandes potencias imperialistas en la multiplicación de conflictos locales por el planeta entero. Fueron los antagonismos imperialistas entre los principales países capitalistas los que organizaron la dislocación de Yugoslavia, la explosión de las exacciones y de las matanzas de todo tipo llevadas a cabo por los gángsteres nacionalistas, y el desencadenamiento de la guerra. En esta Revista, hemos denunciado el irremediable desarrollo del caos bélico en los Balcanes.

“La carnicería que está llenando de muertos la antigua Yugoslavia desde hace ya tres años, no va a terminar pronto ni mucho menos. Demuestra hasta qué punto los conflictos guerreros y el caos nacidos de la descomposición del capitalismo se ven atizados por la actuación de los grandes imperialismos. En fin de cuentas, en nombre del “deber de injerencia humanitaria”, la única alternativa que unos y otros son capaces de proponer es: o bombardear a las fuerzas serbias o enviar más armas a los bosnios. En otras palabras, frente al caos guerrero que provoca la descomposición del sistema capitalista, la única respuesta que éste pueda dar, por parte de los países más poderosos e industrializados, es más guerra todavía” (Revista internacional nº 78, junio de 1994).

En aquel momento, la alternativa era o bombardear a los serbios o armar a los bosnios. Y acabaron bombardeando a los serbios y armando a los bosnios. Resultado: esa guerra hizo todavía más víctimas: Bosnia está dividida en tres zonas “étnicamente puras” y ocupada por los ejércitos de las grandes potencias, la población vive en la miseria, una gran parte son refugiados que nunca volverán a sus casas. En fin de cuentas: unas poblaciones que llevaban viviendo juntas desde hacía siglos y que ahora están divididas, desgarradas por la sangre y las matanzas.

Los grandes y los pequeños imperialismos siembran terror y muerte

En Kosovo, “sacando las lecciones de Bosnia”, los grandes imperialismos han bombardeado inmediatamente a las fuerzas serbias, entregando armas a los kosovares del Ejército de Liberación de Kosovo (UCK). Dan asco esa admiración y ese entusiasmo de los expertos militares y de los periodistas ante los 1100 aviones de la OTAN, las 35 000 misiones cumplidas, las 18 000 bombas con más de 10 000 misiles que han “tratado” – es la palabra que usan – 2000 objetivos. Resultado del terror de los grandes y pequeños imperialismos, por la OTAN, por las fuerzas serbias, por el UCK: decenas de miles de muertos, incontables desmanes por parte de la soldadesca de los gansterillos imperialistas, los paramilitares serbios y el UCK, un millón de kosovares y unos cien mil serbios obligados a abandonar sus casas en condiciones dramáticas, en llamas, tras haberles robado todo, chantajeados por unos o por otros. Las grandes potencias imperialistas son las primeras responsables del terror y de las matanzas perpetradas por las milicias serbias y el UCK: las poblaciones kosovares y serbias son las víctimas del imperialismo al igual que las bosnias, las croatas y las serbias lo fueron durante la guerra de Bosnia y lo siguen siendo. Desde 1991, los muertos son más de 250 000 y las “personas desplazadas” 3 millones, todo ello provocado por el reparto nacionalista e imperialista de Yugoslavia.

¿Qué dicen los Estados democráticos frente a un balance tan espantoso ?: “Debemos aceptar la muerte de algunos para salvar al mayor número” (Jamie Shea, 15 de abril, le Monde, suplemento del 19/6). Esa declaración del portavoz de la OTAN, justificando las muertes de civiles inocentes serbios y kosovares a causa de las “pérdidas colaterales”, no tiene nada que envidiar al fanatismo de los dictadores demonizados por la causa, de un Milosevic hoy como de un Sadam ayer o de un Hitler anteayer. Esa es la estricta realidad tras los bonitos discursos sobre la “injerencia humanitaria” de las grandes potencias. Democracia y dictadura pertenecen al mismo mundo capitalista.

Los imperialismos provocan la ruina de los Balcanes y la catástrofe ecológica

Como veíamos con Carter o Chirac, ocurre a veces que los burgueses no mienten. Les ocurre también que cumplen sus promesas. Los generales de la OTAN prometieron que destruirían Serbia y que la harían volver 50 años atrás. Y lo han cumplido. “Tras 79 días de bombardeos, la federación (yugoslava) ha vuelto a cincuenta años atrás. Las centrales eléctricas y las refinerías de petróleo han quedado sino ya totalmente destruidas, como mínimo incapaces de abastecer una producción de energía suficiente – en todo caso para este invierno –, las infraestructuras viarias y las telecomunicaciones están inutilizables, las vías navegables impracticables. El desempleo, que  alcanzaba al 35 % de la población antes de los bombardeos, va seguramente a duplicarse. Según el experto Pavle Petrovic, la actividad económica se ha reducido 60 % con relación a la de 1998” (Le Monde, suplemento del 19/6). La ruina de Yugoslavia viene acompañada de una verdadera catástrofe económica también para los vecinos – ya entre los más pobres de Europa: Macedonia, Albania, Bulgaria, Rumania – de un flujo de refugiados y la parálisis de las economías, por el paro de los intercambios con Serbia y por el bloqueo del comercio por el Danubio y por carretera.

Los bombardeos han provocado una catástrofe ecológica en Serbia, al igual que en los países de su entorno: suelta de bombas no usadas en el Adriático para daño de los pescadores italianos, lluvias ácidas en Rumania, “tasas elevadas de dioxina” en Grecia, “concentraciones atmosféricas de dióxido de azufre y metales pesados” en Bulgaria, múltiples capas de petróleo en el Danubio. “En Serbia, los daños ecológicos parecen mucho más preocupantes (…) Pero, como dice un funcionario de Naciones Unidas, protegido por el anonimato, «en otras circunstancias, nadie dudaría en llamarlo desastre ambiental»” (le Monde, 26/95) Como lo dice este anónimo “en otras circunstancias” muchos se indignarían y, entre los primeros, los ecologistas. En estas circunstancias, en cambio, los Verdes en los gobiernos de Alemania y Francia, en particular, han sido los primeros belicistas, y ya comparten la responsabilidad de una de las mayores catástrofes ecológicas de nuestro tiempo. Han participado en la decisión de lanzar bombas de grafito que provocan polvos cancerígenos con consecuencias incalculables en los años venideros. Y lo mismo con las bombas de fragmentación – con los mismos efectos devastadores que las minas antipersonal – diseminadas ahora por Serbia, y, sobre todo, en… Kosovo, en donde ya empiezan a hacer estragos entre los niños (¡… y los soldados ingleses!). El pacifismo y la “defensa de la ecología” de esos Verdes están al servicio del capital y, de todos modos, subordinados a los intereses fundamentales de su capital nacional, sobre todo cuando éstos están en juego. O sea que son pacifistas y ecologistas cuando no hay guerra. En los hechos, en la guerra imperialista y por las necesidades del capital nacional, son belicistas y contaminadores a gran escala como todos los demás partidos de la burguesía.

La mentira de “la guerra justa y humanitaria” de la OTAN

¿No había que intervenir frente al terror del Estado serbio sobre la población kosovar? ¿No había que parar a Milosevic? Es el cuento del bombero pirómano: los incendiarios, quienes prendieron la pólvora a partir de 1991, vienen ahora a justificar su intervención con sus propias fechorías. ¿Quién, si no las grandes potencias imperialistas durante estos diez años, ha permitido a las peores camarillas y mafias nacionalistas croatas, serbios, bosnios y ahora kosovares que hayan desencadenado su histeria nacionalista sangrienta y la limpieza étnica en una vorágine infernal? ¿Quién, si no Alemania, animó y apoyó la independencia unilateral de Eslovenia y de Croacia, autorizando así y precipitando las oleadas nacionalistas de los Balcanes, las matanzas y el exilio de las poblaciones serbias y después bosnias? ¿Quién, si no Francia y Gran Bretaña, han avalado la represión, las matanzas de poblaciones croatas y bosnias y la limpieza ética de Milosevic y de los nacionalistas de la Gran Serbia? ¿Quién, si no Estados Unidos, ha apoyado y equipado después a las diferentes bandas armadas en función de la posición de su rival del momento? La hipocresía y la doblez de las democracias occidentales “aliadas” no tienen límites cuando se trata de justificar los bombardeos con lo de la “injerencia humanitaria”. Así como las rivalidades entre las grandes potencias, al provocar el estallido de Yugoslavia, liberaron y precipitaron la histeria y el terror nacionalistas, la intervención aérea masiva de la OTAN ha autorizado a Milosevic a agravar su represión antikosovar y a dar rienda suelta a su soldadesca. Incluso los expertos de la burguesía lo reconocen, discretamente claro está, haciendo como si se lo plantearan: “La intensificación de la limpieza étnica era previsible (…) ¿Se había previsto la limpieza étnica masiva al iniciarse los bombardeos? Si la respuesta es positiva, ¿cómo justificar entonces la débil cadencia de las operaciones de la OTAN en comparación con el ritmo que se les dio al cabo de un mes, después de la cumbre de Washington?” (François Heisbourg, presidente del Centro de política de seguridad de Ginebra, 3/05, Le Monde, suplemento del 19/06). La respuesta a la pregunta es clara: la vil utilización del millón de refugiados, de sus dramas, de las condiciones de su expulsión, de las amenazas, de las vejaciones de todo tipo que tuvieron que soportar de los milicianos serbios, para fines imperialistas, para conmover a la población de las grandes potencias y justificar así la ocupación militar de Kosovo (y una eventual guerra terrestre si hubiera sido “necesaria”) Hoy, el descubrimiento de las fosas y de su utilización propagandística sirve para seguir justificando la permanencia de una situación de guerra y ocultar las verdaderas responsabilidades.

Pero, al fin y al cabo, el éxito militar de la OTAN ¿ no ha permitido acaso que los refugiados vuelvan a sus casas y que haya vuelto la paz ? Una parte de los refugiados kosovares (“Es evidente que muchos refugiados kosovares no volverán jamás a su casa destruida”, Flora Lewis, International Herald Tribune, 4/06) van a volver a su casa para encontrarse con una región asolada y, en muchos casos, con las ruinas humeantes de sus casas. En cuanto a los habitantes serbios de Kosovo, les toca ahora a ellos ser refugiados, unos refugiados que la burguesía serbia rechaza e intenta expulsar hacia Kosovo, en donde son víctimas de todos los odios, cuando no son asesinados por el UCK. Al igual que en Bosnia, un torrente de sangre separa ahora a las diferentes poblaciones. Como en Bosnia, habría que reconstruirlo todo. Pero, al igual que en Bosnia, la reconstrucción y el desarrollo económicos sólo serán promesas propagandísticas de las grandes potencias imperialistas. Las pocas reparaciones que se hagan será en las carreteras y puentes para restablecer lo antes posible la mejor circulación para las fuerzas de ocupación de la KFOR. Los medios lo utilizarán para añadir otro capítulo en la propaganda sobre lo “humanitaria” que ha sido la intervención militar. Sin la menor duda, Kosovo, miserable ya antes de la guerra, no levantará cabeza. La situación de guerra, en cambio, no va a desaparecer. Los bomberos incendiarios de la OTAN han intervenido echando leña a un fuego y haciendo todavía más inestable la zona. Con la ocupación y el reparto de Kosovo por los diferentes imperialismos, bajo las siglas de la KFOR, se está reproduciendo la situación de Bosnia, que la IFOR y la SFOR siguen ocupando desde 1995 y los acuerdos de “paz” de Dayton. “Con Bosnia, el conjunto de la región va a estar militarizada por la OTAN durante veinte o treinta años” (W. Zimmermann, último embajador de EE.UU. en Belgrado, Le Monde, 1-7/06)

¿Y qué va a ser de la población? En el mejor de los casos, al principio, una paz armada en medio de un país en ruinas, la división étnica, la miseria, los desmanes de las milicias, el reino de las bandas armadas y de la mafia. Más tarde, nuevos enfrentamientos militares en la región y en los países del entorno (¿Montenegro, Macedonia…?) en donde volverán a concretarse las rivalidades imperialistas de las grandes potencias. Se acaba de inaugurar pues, en Kosovo, el reinado de los reyezuelos de la guerra, de los diferentes clanes mafiosos, con el uniforme del UCK muy a menudo, tras los cuales cada imperialismo – especialmente en su zona de ocupación – va a intentar ganar la partida a sus rivales.

Y por si alguien dudara de ese guión, ¿qué mejor ejemplo, casi caricaturesco, de la lógica implacable de los grandes capos imperialistas que el precipitado galope de los paracaidistas rusos por llegar los primeros a Prístina y ocupar el aeropuerto? No esperan, ni mucho menos, beneficios económicos, ni de “echar mano del mercado de la reconstrucción”, ni siquiera de controlar los escasos recursos mineros. No existe el más mínimo interés económico directo en la guerra de Kosovo, o es de una importancia tan mínima que no puede ser su causa, ni siquiera una de las razones de la guerra. Sería ridículo considerar que la guerra contra Serbia era para controlar los recursos económicos de ese país, ni siquiera controlar el Danubio, por muy importante que sea esta vía de comunicación comercial. En esta guerra, de lo que se trata para cada imperialismo es asegurarse un sitio, el mejor posible, en el desarrollo de las rivalidades entre grandes potencias para defender sus intereses imperialistas, o sea, estratégicos, diplomáticos y militares.

Una de las consecuencias del atolladero económico en que está la economía capitalista y de la competencia disparatada resultante, es la de trasladar esa competencia desde lo económico al plano imperialista para acabar en guerra total, como lo demostraron las dos guerras imperialistas mundiales de este siglo. Consecuencia histórica del atolladero económico, los antagonismos imperialistas tienen su dinámica propia: no son la expresión directa de las rivalidades económicas y comerciales como lo han demostrado los diferentes alineamientos imperialistas a lo largo de este siglo, especialmente durante y al cabo de ambas guerras mundiales. La búsqueda de ventajas económicas directas es una razón cada vez más secundaria en las motivaciones imperialistas.

Esta explicación del porqué de las estrategias de la guerra actual puede leerse en las explicaciones de algunos “pensadores” de la clase dominante, en publicaciones que no están, claro está, destinadas a las masas obreras, sino a una minoría “ilustrada”: “En cuanto a la finalidad, los objetivos reales de esta guerra, la Unión Europea y Estados Unidos persiguen, cada uno por su lado y por motivos diferentes, metas muy precisas, pero que no se han hecho públicas. La Unión Europea lo hace por consideraciones estratégicas” y para EE.UU. “Lo de Kosovo proporciona un pretexto ideal para cerrar un asunto que les preocupaba mucho: la nueva legitimidad de la OTAN (…) «a causa de la influencia política que a Estados Unidos otorga la OTAN en Europa y porque bloquea el desarrollo de un sistema estratégico europeo rival del de EE.UU.»” (Ignacio Ramonet, en le Monde diplomatique, junio de 1999, citando a William Pfaf, “What Good Is Nato if America Intends to Go It Alone”, en International Herald Tribune del 20/05)

Las rivalidades imperialistas son las verdaderas causas de la guerra en Kosovo

Esa lógica implacable del imperialismo, hecha de rivalidades, antagonismos y conflictos cada vez más agudos, se ha plasmado en el estallido y en el curso de la guerra misma. La unidad misma de los aliados occidentales en la OTAN, era ya el resultado de una relación de fuerzas momentánea e inestable entre rivales. En las negociaciones de Rambouillet, bajo la égida de Gran Bretaña y Francia – con la ausencia de Alemania – fueron los representantes kosovares quienes empezaron rechazando las condiciones de un acuerdo bajo la presión de… Estados Unidos. Después, con la llegada, de improviso, de la secretaria de Estado, Madeleine Albright, ante la impotencia de los europeos, fueron los serbios quienes rechazaron las condiciones que EE.UU. quería imponerles con la exigencia, de hecho, de la capitulación completa y sin combate de Milosevic: derecho para las fuerzas de la OTAN de circular libremente, sin autorización, por todo el territorio de Yugoslavia ([2]) ¿Por qué semejante ultimátum inaceptable? “El tira y afloja de Rambouillet, dijo recientemente uno de sus colaboradores (de la Sra. Albright), tenía “un solo objetivo”: que la guerra se iniciara con los europeos, obligados a participar en ella”([3]). Una refutación más a las mentiras humanitarias de la burguesía. Y efectivamente, las burguesías inglesa y francesa, aliadas tradicionales de Serbia, no pudieron sustraerse del compromiso militar contra ese país. Negarse a alistarse en él hubiera significado para esas potencias quedarse fuera de juego al final del conflicto. A partir de ahí, todas las fuerzas imperialistas pertenecientes a la OTAN, de las mayores a las más chicas, estaban obligadas a participar en los bombardeos. Ausente de Rambouillet, Alemania encontró la ocasión “humanitaria” para entrar en el juego y participar por primera vez desde 1945 en una intervención militar. El resultado directo de esos antagonismos fue dar carta blanca a Milosevic y a sus secuaces para que se entregaran con fruición y si trabas a la limpieza étnica y fue el comienzo del infierno para millones de personas en Kosovo y Serbia.

Ocupación y reparto imperialista de Kosovo: un éxito para Gran Bretaña

Y hoy, de esas divisiones imperialistas, ha resultado el reparto de Kosovo en cinco zonas de ocupación – con una tropa rusa en medio – en las cuales cada imperialismo va a jugar sus bazas contra los demás. Cada uno está ahí para proteger y apoyar a sus aliados tradicionales contra los demás. El juego imperialista criminal va a poder jugar una nueva partida con nuevas cartas. Si Gran Bretaña y Francia no hubieran participado en los bombardeos contra Yugoslavia, ahora estarían a nivel de Rusia. Su participación en los bombardeos les ha otorgado cartas mucho mejores, sobre todo a los británicos, que están a la cabeza de la ocupación terrestre. El imperialismo inglés dirige la KFOR, ocupa el centro del país y su capital, está saliendo muy fortalecido tanto en lo militar como en lo diplomático. Hoy, en Kosovo, es él el que posee las mejores cartas, a la vez como aliado histórico de Serbia, a pesar de los bombardeos, y gracias a su mayor capacidad para enviar la mayor cantidad de soldados con la mayor rapidez y en tropas terrestres muy profesionales. A esto se deben los llamamientos incesantes de Tony Blair, durante toda esta guerra, a favor de la intervención terrestre. La burguesía estadounidense, dueña absoluta de la guerra aérea, ha intentado sabotear todo avance diplomático, procurando retrasar así un posible alto el fuego en el que perdería el control absoluto de la situación ([4]). Francia, en menor grado que Gran Bretaña, sigue en el juego, al igual que Italia, ésta más como vecino que como gran potencia determinante. Y, en fin, Rusia, que ha logrado que le ofrezcan un banquillo, desde el que no podrá sino seguir el juego de los demás, pero eso sí, con posibilidad de perturbarlo.

Un nuevo paso en las pretensiones imperialistas de Alemania

Pero sólo una potencia imperialista ha hecho verdaderos avances hacia sus objetivos en estos diez años sangrientos en los Balcanes, Alemania. Mientras que EE.UU., Gran Bretaña y Francia – por no citar más que a las más determinantes – se opusieron al desguace de Yugoslavia, Alemania, en cambio, ya desde el principio de 1991, haciendo de la cuestión yugoslava “su caballo de batalla” ([5]), tenía un objetivo opuesto, el de batallar contra el “cerrojo” serbio. Eso es lo que hoy sigue buscando con la financiación y el armamento oculto del UCK en Kosovo, a la vez que se asegura posiciones de fuerza en Albania. A lo largo de toda esta década, Alemania ha adelantado sus peones imperialistas. La desarticulación de Yugoslavia le ha permitido ampliar su influencia imperialista desde Eslovenia y Croacia hasta Albania. La guerra contra Serbia, con su aislamiento y su ruina, han permitido a Alemania participar por primera vez desde 1945 en operaciones militares aéreas o terrestres. Excluida de Rambouillet, ha sido en Bonn y en Colonia, bajo su presidencia, donde el G8 – los siete países más ricos y Rusia – ha discutido y adoptado los acuerdos de paz y la resolución de la ONU. Con 8 500 soldados es el segundo ejército de la KFOR. Calificada todavía a principios de los 90 de gigante económico y enano político, Alemania es la potencia imperialista que se ha ido afirmando y ha ido marcando puntos contra sus rivales desde entonces.

Helmut Kohl, ex canciller, expresa perfectamente las esperanzas y los objetivos de la burguesía germana: “El siglo XX ha sido durante mucho tiempo bipolar. Hoy, en Estados Unidos también, muchos son quienes se agarran a la idea de que el siglo XXI será unipolar y americano. Es un error” (Courrier international, 12/05). No lo dice, pero seguro que su esperanza es que el XXI sea un siglo también bipolar con Alemania de rival de Norteamérica.

El reparto de Kosovo agrava las rivalidades entre las grandes potencias

Ahora, pues, todas las grandes potencias están frente a frente en Kosovo, directa y militarmente en el terreno. Aunque hoy por hoy sean inimaginables los enfrentamientos directos entre grandes potencias, ese frente a frente no deja de ser una nueva agravación, un nuevo paso en el desarrollo y la agudización de los antagonismos imperialistas. Directamente in situ por “veinte años” como ha dicho el ex embajador de EE.UU. en Yugoslavia, unos y otros van a armar y excitar a las bandas armadas de sus protegidos locales, milicias serbias y bandas mafiosas albanesas, para entrampar y fastidiar a sus rivales. Van a multiplicarse los golpes bajos y las provocaciones de todo tipo. En resumen, millones de ex yugoslavos, por intereses geoestratégicos antagónicos, o sea intereses imperialistas opuestos, han vivido en un infierno y ahora van a seguir pagando con su miseria, sus dramas y su desesperanza la locura imperialista del mundo capitalista.

La guerra de Kosovo va a multiplicar los conflictos locales

La mecánica infernal de los conflictos imperialistas, de ello no cabe duda, va a agudizarse más todavía, yendo de un punto a otro del planeta. En esa espiral devastadora, todos los continentes, todos los Estados, grandes o pequeños, están afectados. Esto queda confirmado por el estallido del conflicto armado entre India y Paquistán, dos países que llevan ya años dedicándose a la carrera acelerada de armamentos nucleares, así como los recientes enfrentamientos entre las dos Coreas. La intervención armada de la OTAN ha añadido leña al fuego en el planeta entero y está ya anunciando las contiendas venideras: “El éxito de la colación multinacional dirigida por EE.UU. en Kosovo reforzará la difusión de misiles y de armas de destrucción masiva en Asia (…). Es ahora imperativo que las naciones posean la mejor tecnología militar” (International Herald Tribune, 19/06)

¿Por qué será “imperativo”? Pues, porque “en el período de decadencia del capitalismo, todos los Estados son imperialistas y toman sus disposiciones para asumir esa realidad: economía de guerra, armamento, etc. Por eso, la agravación de las convulsiones de la economía mundial va a agudizar las peleas entre los diferentes Estados, incluso y cada vez más, militarmente hablando. La diferencia con el periodo que acaba de terminar [la desaparición de la URSS y del bloque del Este] es que esas peleas, esos antagonismos, contenidos antes y utilizados por los dos grandes bloques imperialistas, van ahora a pasar a primer plano. La desaparición del gendarme imperialista ruso, y la que de ésa va a resultar para el gendarme norteamericano respecto a sus principales “socios” de ayer, abren de par en par las puertas a rivalidades más localizadas. Esas rivalidades y enfrentamientos no podrán por ahora, degenerar en conflicto mundial, incluso suponiendo que el proletariado no fuera capaz de oponerse a él. En cambio, con la desaparición de la disciplina impuesta por la presencia de los bloques, esos conflictos podrían ser más violentos y numerosos y, en especial, claro está, en las áreas en las que el proletariado es más débil” (“Tras el hundimiento del bloque del Este, inestabilidad y caos”, Revista internacional nº 61, 1990).

Esa toma de posición se ha confirmado desde principios de la década hasta hoy. Al menos en lo que se refiere a los conflictos imperialistas locales. Pero, en cuanto a nuestra posición sobre el papel y el lugar que para nosotros tiene el proletariado internacional en la evolución de la situación, ¿dónde estamos?

El proletariado frente a la guerra

El proletariado internacional no ha podido oponerse al estallido de los conflictos imperialistas locales en esta década. Ni siquiera en Europa, en Yugoslavia, a dos pasos de las principales concentraciones obreras del mundo. La impotencia del proletariado a ese nivel se ha vuelto a poner de relieve en esta guerra de Kosovo. Ni el proletariado internacional, ni menos todavía el de Serbia, han expresado una oposición directa a la guerra.

Nosotros somos, claro está, solidarios de la población serbia que se ha manifestado a la llegada de los ataúdes de soldados. Como también somos solidarios de las deserciones colectivas que se han producido en esta ocasión. Han sido un claro mentís a la despreciable propaganda de las grandes potencias de la OTAN que lo han hecho todo para que todos los serbios aparezcan como asesinos, torturadores, todos unidos detrás de Milosevic.

Por desgracia, esas reacciones contra la guerra no han podido desembocar en una real expresión de la clase obrera, única capaz de ofrecer una respuesta real, por mínima que sea, a la guerra imperialista. Lo que ha empujado a Milosevic a firmar los acuerdos de paz ha sido fundamentalmente el aislamiento internacional de Serbia, el desaliento de fracciones significativas de la burguesía serbia ante las destrucciones del aparato económico, la perspectiva amenazadora de la intervención terrestre de la OTAN y el abatimiento que se iba apoderando de una población sometida día tras día a los bombardeos. “Estamos solos. La OTAN no va a hundirse, ni mucho menos. Rusia no ayudará militarmente a Yugoslavia, y la opinión internacional está contra nosotros” (declaraciones del 26/04 de Vuk Draskovic, vice-primer ministro de Milosevic, especialista en mudanzas, en le Monde, suplemento 19/06).

¿Significa eso que el proletariado ha estado totalmente ausente frente a la guerra de Kosovo? ¿Significa eso que la relación de fuerzas existente entre proletariado y burguesía, a nivel histórico e internacional, no influye para nada en la situación que estamos viviendo? No. Para empezar, la situación histórica actual surgida con el final de los bloques imperialistas, es el resultado de la relación de fuerzas entre las dos clases. La oposición del proletariado internacional, a lo largo de los años 1970 y 1980, a los ataques económicos y políticos también se expresó en su resistencia, especialmente en los países centrales del capitalismo, y su “insumisión” frente a la defensa de los intereses nacionales en el plano económico, y, todavía más, en el plano imperialista (ver Revista internacional nº 18, el artículo “El curso histórico”). Y el desarrollo mismo de la guerra de Kosovo ha vuelto a confirmar ese curso histórico, esa resistencia proletaria, aunque el proletariado no haya podido impedirla.

Durante esta guerra, la clase obrera ha sido una preocupación constante de la burguesía. Los temas de la campaña de propaganda, la intensidad de la matraca de los medios han necesitado tiempo y esfuerzos para lograr, tras mucho afán, que una corta mayoría “aceptara” la guerra – por defecto, podría decirse. Y eso… en los sondeos de los países de la OTAN, y no en todos los países. Y desde luego, al principio, no. Tuvieron que hacer pasar y pasar las imágenes dramáticas e insoportables de las familias albanesas hambrientas y agotadas para que la burguesía lograra obtener un mínimo de aceptación (y no de “adhesión”). Y, a pesar de ello, el síndrome del Vietnam, es decir las inquietudes ante la intervención terrestre y los riesgos de reacciones populares frente al retorno de los soldados muertos ha seguido frenando a la burguesía en el compromiso de sus fuerzas armadas.

“La opción aérea adoptada tiende a preservar lo más posible la vida de los pilotos, pues la pérdida o la captura de algunos podría tener efectos nefastos sobre el apoyo de la opinión pública a la operación” (Jamie Shea, 15/04, Le Monde, suplemento del 19/06). Y eso que se trata, en la mayoría de los ejércitos occidentales, de soldados de profesión y no de reclutas. No lo decimos nosotros, son los propios políticos burgueses los que se ven obligados a reconocer que el proletariado de las grandes potencias imperialistas es un freno a la guerra. Por mucho que eso de la “opinión pública” no sea idéntico al proletariado, éste es la única clase en la población capaz de tener un peso ante la burguesía.

Esa “insumisión” – latente e instintiva – del proletariado internacional se ha expresado también directamente en diferentes movilizaciones obreras. A pesar de la guerra, a pesar de las campañas nacionalistas y democráticas, ha habido huelgas significativas en algunos países. La huelga de los ferroviarios en Francia, fuera del dictamen de las grandes centrales sindicales, CGT y CFDT, en contra del incremento de flexibilidad con el paso a las 35 horas semanales; una manifestación organizada por los sindicatos que reunió a más de 25000 obreros en Nueva York: han sido las dos expresiones más significativas del progreso lento pero real de la combatividad obrera y de su “resistencia”, en el momento mismo en que se desencadenaba la guerra. Contrariamente a la guerra del Golfo, la cual había provocado un sentimiento de impotencia y de decaimiento en la clase obrera, la guerra en los Balcanes no ha provocado el mismo desconcierto.

Cierto es que la resistencia obrera queda por ahora limitada a lo económico, y el vínculo entre la situación económica sin salida del capitalismo, sus ataques, y la multiplicación de los conflictos imperialistas no se ha hecho. Ese vínculo deberá poder realizarse, pues será un elemento importante, esencial, para el desarrollo de la conciencia revolucionaria entre los obreros. Es alentador, desde este punto de vista, el interés y la acogida que hemos recibido en la difusión de nuestro volante internacional denunciador de la guerra imperialista en Kosovo, con las discusiones, por ejemplo, que suscitó su difusión en la manifestación obrera de Nueva York, cuando el objetivo de ésta era otro. Les incumbe a los grupos comunistas no sólo denunciar la guerra, y defender las posiciones internacionalistas, sino también favorecer la toma de conciencia del atolladero histórico en el que está metido el capitalismo ([6]). La crisis económica lleva las rivalidades y la competición económica a unos niveles críticos, impulsando irremediablemente a unos antagonismos imperialistas cada vez más tensos y a la multiplicación de las guerras. Las rivalidades económicas no se superponen necesariamente a las rivalidades imperialistas, pues éstas tienen su propia dinámica, pero las contradicciones económicas que se expresan en la crisis del capitalismo son la base y el origen de la guerra imperialista. Capitalismo equivale a crisis económica y a guerra. Es equivalente a miseria y a muerte.

Frente a la guerra, y en momentos de “bombardeo” propagandístico masivo, en medio de campañas ideológicas intensas, los revolucionarios no pueden contentarse con esperar a que se acaben, esperar días mejores, conservando sus ideas internacionalistas al calor de sus certidumbres (léase en este número “Acerca del llamamiento de la CCI sobre la guerra en Serbia”). Los revolucionarios deben hacer todo lo que pueden por intervenir y defender las posturas internacionalistas ante la clase obrera, con la mayor amplitud y del modo más eficaz, asentando su acción en el largo plazo. Deben demostrar que existe una alternativa a semejante barbarie, que esta alternativa requiere que se consolide y desarrolle la “insumisión” tanto en el plano económico como en el político. Requiere la oposición frontal a los sacrificios que se imponen en las condiciones de trabajo y de existencia, a los sacrificios por la guerra imperialista. Si la guerra imperialista es el fruto, en última instancia, de la quiebra económica del capitalismo, también es, a su vez, factor de agravación de la crisis económica y por lo tanto de incremento insoportable de los ataques económicos contra los obreros.

La intensidad de la guerra de Kosovo, su estallido en Europa, la participación militar sangrienta de todas las potencias imperialistas, las repercusiones de esta guerra en todos los continentes, la dramática agravación y aceleración de los conflictos imperialistas a escala mundial, la extensión, profundidad y actualidad de los retos históricos, ponen al proletariado internacional y a los grupos comunistas ante su responsabilidad histórica. El proletariado no está derrotado. Sigue siendo el portador del derrocamiento del capitalismo, único capaz de poner fin a sus calamidades. Socialismo o agravación de la barbarie capitalista sigue siendo la alternativa histórica.

RL, 25/06/99

 

[1] Recordemos una vez más por si falta hiciera que el marxismo y el comunismo no tienen nada que ver con el estalinismo, ni con los estalinistas en el poder en su tiempo en los países del ex bloque del Este – como Milosevic, por ejemplo –, no con los estalinistas de los PC occidentales, ni con los maoístas y los antiguos maoístas que, por cierto, hoy pululan en los ámbitos intelectuales más militaristas y jaleadores de la guerra. Histórica y políticamente, el estalinismo, al servicio del capitalismo de Estado ruso, fu y sigue siendo la negación misma del marxismo, y un notorio asesino de militantes comunistas.

[2] Esta condición solo se conoció después del estallido de la guerra y ha quedado confirmada en los acuerdos del alto el fuego: “Los rusos han obtenido para Milosovic importantes concesiones, según las autoridades, que mejoran la oferta final hecha a Belgrado en comparación con el plan occidental precedente impuesto a los serbios y a los albaneses en Rambouillet” (International Herald Tribune, 5/06). En particular, “queda ahora excluida la autorización para las fuerzas de la OTAN de circular libremente por el conjunto del territorio yugoslavo”; J. Eyal, le Monde, 8/06.

[3] International Herald Tribune, 11/06: “The showdown at Rambouillet, one of her (Mrs Albright) aides said recently, has “only one purpose”: to get the war started with the Europeans locked in”.

[4] Las potencias europeas poseen más medios políticos, diplomáticos y militares y una mayor resolución también debido a la historia y a la proximidad geográfica, para contrarrestar y negarse a que se les imponga el liderazgo americano, como ocurrió en la guerra del Golfo. La capacidad militar de “proyección” de las fuerzas militares en Europa – sobre todo de Gran Bretaña – debilita comparativamente el liderazgo estadounidense una vez terminada la guerra aérea y una vez iniciadas las operaciones militares de “paz”. Esto se ha concretado en el mando de la KFOR, con un general británico a su cabeza, en lugar del norteamericano que dirigía los bombardeos.

[5] Ya en 1991, nosotros analizamos el papel de Alemania en la dislocación de Yugoslavia. Léanse las Revista internacional nº 67 y 68. La burguesía también comprendió rápidamente esa política: “Alemania tuvo una actitud muy diferente. Mucho antes de que el propio gobierno tomara posición, la prensa y los círculos políticos reaccionaron de manera unánime, inmediata y como instintiva: fueron inmediatamente favorables, sin matices, a la secesión de Eslovenia y de Croacia (…) Es difícil no ver en esa actitud el resurgir de la hostilidad de la política alemana hacia la existencia misma de Yugoslavia desde los tratados de 1919 y a lo largo del período entre guerras. Los observadores alemanes (…) no podían ignorar (…) que la dislocación de Yugoslavia no iba a realizarse tranquilamente y que iba a originar fuertes resistencias. Y sin embargo, la política alemana iba a comprometerse a fondo a favor del desmembramiento del país” (Paul-Marie de la Gorce, le Monde diplomatique, julio de 1992).

[6] Los grupos del BIPR, que han rechazado nuestra propuesta de realizar algo en común contra la guerra, intentan ridiculizar nuestro análisis de la influencia del proletariado en la situación histórica actual. La CWO, en su carta, explica así su rechazo: “No podemos caminar juntos por una alternativa comunista si vosotros pensáis que la clase obrera es todavía una fuerza con la que se puede contar en la situación actual (…) nosotros no queremos que se nos identifique, ni en lo más mínimo, con quienes consideran que todo va bien para la clase obrera”. Aconsejamos a la CWO que ponga más atención y sea más seria a la hora de criticar nuestros análisis.

Acontecimientos históricos: 

  • Caos de los Balcanes [1]

Intervención - Sobre la guerra en Cachemira entre India y Pakistán

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Una vez más, ha vuelto a estallar la guerra entre India y Pakistán en Cachemira. Una vez más, la burguesía ha enviado a trabajadores en uniforme a matar a unas alturas y en unas condiciones climáticas en medio de las cuales, los hombres mueren incluso sin guerra. Mientras los soldados se matan, los pobladores que viven en la frontera han tenido que huir, convirtiéndose así en refugiados. Condenados a la pobreza y a la miseria incluso sin guerras, se encuentran ahora en campos al aire libre a temperaturas por debajo de cero grados. Todo eso les trae sin cuidado a las camarillas en el poder, para las cuales la guerra en Cachemira es una nueva ocasión de enfrentar sus ambiciones imperialistas.

Hasta ahora, esta última guerra indo-paquistaní se limita a Cachemira. Pero India y Pakistán han movilizado sus respectivas maquinarias bélicas de ambos lados de una frontera de varios cientos de millas de largo. Ya, detrás de los ejércitos, las poblaciones civiles del Ran of Kuch hasta Chamb-Jammu están siendo «acantonadas» en preparación de la guerra. Teniendo en cuenta el chovinismo que la burguesía ha inoculado y los odios de las cuadrillas que dirigen en ambos países, una guerra abierta podría prender en cualquier momento a todo lo largo de la frontera entre los dos Estados.

No es la primera guerra entre India y Pakistán. Ambos Estados nacieron el 15 de agosto de 1947 cuando, en el mismo momento de la partida del imperialismo británico, éste dividió en dos partes el subcontinente indio, desencadenando una matanza mutua y un genocidio que causó varios millones de muertos y dejó decenas de millones de refugiados. Los dos Estados entraron inmediatamente en guerra en 1948. A pesar de la inmensa pobreza, de las permanentes hambrunas de los habitantes, los dos países volvieron a las andadas en 1965 y 1971. Además de esas guerras abiertas y declaradas, los dos países han estado en guerra permanente, organizando el terrorismo y alimentando el separatismo en el otro. En ese sentido, la guerra actual podría parecer algo así como la «rutina» entre las dos pandillas militaristas que mandan sobre unas poblaciones miserables.

Pero no es así. Esta guerra pone de relieve una agravación del conflicto y unas potencialidades de destrucción a unos niveles sin precedentes. Desde mayo de 1998, India y Pakistán poseen armas nucleares. Un conflicto entre ellos podría acabar en guerra nuclear, destruyendo los dos países y matando a millones de personas. La acentuación de la tendencia a «cada uno para sí» que hoy predomina a escala mundial entre todos los Estados desde la desaparición de los bloques imperialistas, es un factor de primer orden en la nueva dimensión que ha tomado el conflicto en el subcontinente. Ni siquiera la única superpotencia mundial, Estados Unidos, tiene los medios suficientes para contener el conflicto.

En esas condiciones, las tensiones entre los principales Estados que operan en el subcontinente se han agudizado. Ya en mayo y junio de 1998, India y China iniciaron una «guerra verbal» en la que India calificó a China de enemigo número uno. Al mismo tiempo, India y Pakistán se lanzaron a una carrera de explosiones nucleares. Y desde entonces, los conflictos entre ambos Estados se han ido intensificando permanentemente.

La guerra actual expresa la exasperación creciente de Pakistán contra su rival indio. Es también la expresión de la patada de China en el trasero del Estado indio, tras un año de duelo verbal entre ambos. La burguesía india, por su parte, también ha dejado estallar su rabia. La burguesía india está desarrollando una campaña de propaganda sobre la inevitable «guerra final» entre India y Pakistán.

Puede que la guerra actual no se extienda. Los actuales intereses de las grandes potencias podrían obligar a los Estados indio y paquistaní, agarrados por ahora uno al cuello del otro, a separarse. Pero eso solo sería un respiro momentáneo. La virulencia de las dos pandillas que gobiernan, tanto del lado indio como del paquistaní; la dureza del conflicto; la determinación de la burguesía china en hacer fracasar las ambiciones indias; las crecientes rivalidades y el desarrollo de la tendencia a «cada uno para sí» entre las principales potencias mundiales, todo ello estallará en otra guerra en la región, tarde o temprano. Y más bien pronto que tarde. Y con una cantidad de muertos y destrucciones mucho más alta.

La burguesía es incapaz de impedir la guerra. La guerra surge de la naturaleza misma del capitalismo, un sistema de explotación, de competición y de conflictos sin cuartel entre capitalistas y naciones. Las «discusiones de paz» entre pandillas burguesas no son más que subterfugios para preparar otras guerras más exterminadoras. La guerra actual entre India y Pakistán que ocurre tras un «principio» de paz entre los dos países tres meses antes, es ya buen ejemplo de la hipocresía de la propaganda de paz de la burguesía.

Sólo una clase que no tiene ningún interés en estas guerras, la clase obrera, podrá ponerles fin. Es la clase obrera la que paga por esta guerra. Los soldados que mueren en el frente son hijos de obreros, de campesinos pobres y de obreros agrícolas sin tierra. Y es a los obreros de las fábricas, de las minas y de las oficinas a quienes se les va a imponer la austeridad para financiar la guerra en nombre del nacionalismo.

Como en Iraq, como en la guerra de Kosovo, como en todas las guerras entre Estados capitalistas hoy, los obreros de India y de Pakistán no deben elegir campo en esta guerra de Cachemira. Ni nación que defender.

Como internacionalistas que somos, los comunistas afirmamos que esta guerra, como todas las de hoy, es una guerra imperialista. Rechazamos toda la histeria nacionalista que la burguesía inocula. Los internacionalistas llamamos a los obreros a que no se dejen arrastrar por el delirio nacionalista y a que defiendan los intereses de su propia clase; a que forjen sin cesar la unidad de clase más amplia, unidad que se extienda más allá de las fronteras nacionales, contra la burguesía de su propia nación y contra el capital mundial. Sólo desarrollando su lucha de clase, su conciencia de clase, los obreros podrán abrir la vía hacia la destrucción del capitalismo y acabar con todas las guerras.

4 de julio de 1999,
Communist Internationalist,
núcleo de la CCI en India.

De Communist Internationalist (publicación en lengua hindi). Escribir, sin otra mención, a: POB 25, NIT, Faridabad 121 00. HARYANA, INDIA.

Geografía: 

  • Pakistán [2]

Vida de la CCI: 

  • Intervenciones [3]

Decimotercer congreso de la CCI - Presentación

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Acaba de verificarse, a finales de marzo-principios de abril de 1999, el XIIIº congreso de la CCI. El Congreso de nuestra organización, como en todas las organizaciones del movimiento obrero, es un momento muy importante de su vida y de su actividad. Ha sido, por un lado, el último congreso del siglo XX, y por ello se había previsto que los informes preparatorios dieran, más que de costumbre, una dimensión histórica a los problemas tratados. Pero, además, más allá de las coincidencias de calendario, el Congreso ha tenido lugar en un momento marcado por la aceleración considerable de la historia, la guerra en Yugoslavia. Se trata de un acontecimiento histórico de la primera importancia, pues:

“– esta guerra concierne no ya a un país de la periferia, como fue el caso de la guerra del Golfo en 1991, sino a un país europeo;

– es la primera vez desde la IIª Guerra mundial que un país de Europa –y especialmente su capital– es bombardeado masivamente;

– es también la primera vez desde esa época que el principal país vencido en aquella guerra, Alemania, interviene directamente mediante las armas en un conflicto militar…” («Resolución sobre la situación internacional», adoptada por el Congreso).

Por todo ello, la guerra en Yugoslavia, su análisis, sus implicaciones para la clase obrera y las organizaciones comunistas, han sido preocupaciones centrales del Congreso, lo cual se plasmó concretamente en su decisión de publicar inmediatamente en la Revista internacional, la «Resolución sobre la situación internacional» que acababa de ser adoptada (ver Revista internacional nº 97).

Esa Resolución, síntesis de los informes presentados en el Congreso y de las discusiones sobre éstos, subraya que:

«Actualmente, el capitalismo agonizante se enfrenta a uno de los periodos más difíciles y peligrosos de la historia moderna, comparable por su gravedad a los de ambas guerras mundiales, al del surgimiento de la revolución proletaria en 1917-1919 o también al de la gran depresión que se inició en 1929. Sin embargo, hoy, ni la guerra mundial, ni la revolución mundial se hallan en gestación en un futuro previsible. Más exactamente, la gravedad de la situación está condicionada por la agudización de las contradicciones a todos los niveles que se expresa en:

– las tensiones imperialistas y el incremento del desorden mundial;

– un periodo muy avanzado y peligroso de la crisis del capitalismo;

– ataques sin precedente desde la última guerra mundial contra el proletariado internacional;

– una descomposición acelerada de la sociedad burguesa.» (Idem).

Todos esos aspectos están ampliamente tratados en la Resolución. Animamos, pues, a nuestros lectores a leerla por entero en el número anterior de esta Revista. Volvemos a tratar una vez más en este número sobre la cuestión candente del momento actual, la de los conflictos imperialistas, reproduciendo, más lejos, importantes extractos del Informe presentado en el Congreso.

Por otra parte, la Resolución constata que:

«En esta situación cargada de peligros, la burguesía ha puesto las riendas del gobierno en manos de la corriente política con mayor capacidad para velar por sus intereses: la socialdemocracia, la principal corriente responsable del aplastamiento de la revolución mundial tras 1917-1918. La corriente que salvó al capitalismo en esa época y que vuelve al puesto de mando para asegurar la defensa de los intereses amenazados de la clase capitalista» (Idem).

El Congreso, en ese sentido, adoptó un texto de orientación titulado «Razones de la presencia actual de partidos de izquierda en la mayoría de los gobiernos europeos», que también publicamos más lejos, junto con algunos añadidos que sintetizan otros aspectos de la discusión de dicho texto.

La evolución de la crisis capitalista y de la lucha de clases también fueron objeto, evidentemente, de discusiones importantes del Congreso. En este número publicamos la tercera parte del artículo «Treinta años de crisis abierta del capitalismo» que el Informe presentado en el Congreso recogió en gran parte. En el próximo número de esta Revista, publicaremos el «Informe sobre la lucha de clases» que en dicho Congreso se adoptó y de cuyo contenido es expresión esta cita de la Resolución:

«La responsabilidad que pesa sobre el proletariado actualmente es enorme. Unicamente desarrollando su combatividad y su conciencia éste podrá impulsar la alternativa revolucionaria, la única que puede asegurar la supervivencia y el desarrollo continuo de la sociedad humana» (Idem).

Además del análisis de los diferentes aspectos de la situación internacional, de su extrema gravedad, la gran preocupación del Congreso consistió en examinar las responsabilidades de los revolucionarios frente a esa situación, como así lo deja patente la Resolución:

«Pero la responsabilidad más importante descansa en las espaldas de la Izquierda comunista, las organizaciones actuales del campo proletario. Ellas son las únicas que pueden transmitir las lecciones teóricas e históricas así como el método político sin los cuales las minorías revolucionarias que emergen actualmente no podrán incorporarse a la construcción del partido de clase del futuro. De cierta manera, la Izquierda comunista se encuentra actualmente en una situación similar a la de Bilan ([1])  de los años 30, en el sentido en que está obligada a comprender una situación histórica nueva, sin precedentes. Tal situación requiere a la vez, tanto un profundo apego al enfoque teórico e histórico del marxismo, como audacia revolucionaria, para comprender las situaciones que no están totalmente integradas en los esquemas del pasado. Con el fin de cumplir su tarea, los debates abiertos entre las organizaciones actuales del medio proletario son indispensables. En este sentido, la discusión, la clarificación y el agrupamiento, la propaganda y la intervención de las pequeñas minorías revolucionarias son una parte esencial de la respuesta proletaria a la gravedad de la situación mundial en el umbral del próximo milenio.

Más aún, frente a la intensificación sin precedentes de la barbarie guerrera del capitalismo, la clase obrera espera de su vanguardia comunista que asuma plenamente sus responsabilidades en defensa del internacionalismo proletario. Actualmente los grupos de la Izquierda comunista son los únicos que defienden las posiciones clásicas del movimiento obrero frente a la guerra imperialista. Sólo los grupos que se apegan a esta corriente, la única que no traicionó durante la IIª Guerra mundial, pueden aportar una respuesta de clase a las preguntas que no dejarán de plantearse en el seno de la clase obrera.

Los grupos revolucionarios deben responder de la manera más unida posible, expresando con ello la unidad indispensable del proletariado ante el desencadenamiento del patrioterismo y de los conflictos entre naciones. Con ello, los revolucionarios tomarán a su cargo la tradición del movimiento obrero representada particularmente por las conferencias de Zimmerwald y de Kienthal y por la política de la izquierda en esas conferencias».

En ese contexto se llevaron a cabo las discusiones del XIIIº Congreso de la CCI sobre sus actividades.

Las actividades de la CCI determinadas por el nuevo período

El balance de actividades establecido por el XIIIº Congreso ha sido positivo. No es una especie de autosatisfacción, sino una valoración crítica y objetiva de nuestra actividad. El XIIº congreso de la CCI, el anterior, había hecho el diagnóstico de que la CCI debía volver a un equilibrio del conjunto de sus actividades, tras haber llevado a cabo un combate durante más de tres años para sanear el tejido organizativo. En acuerdo con el mandato del XIIº congreso, el «retorno a la normalidad» se concretó en:

– una apertura hacia el medio político proletario y hacia los contactos, a la vez que manteníamos firme nuestro combate contra los grupos y los elementos parásitos;

– un fortalecimiento teórico y político, con la capacidad para dar una dimensión histórica a nuestra propaganda, basándola en el marxismo y la propia experiencia de la clase;

– un fortalecimiento de la «conciencia de partido», única manera de reforzar la organización revolucionaria.

El fortalecimiento de la organización se ha concretado en la capacidad de la CCI en integrar nuevos militantes en siete secciones territoriales (y, en particular, en la de Francia). Así pues, el refuerzo numérico de la CCI (que va a proseguir como demuestra el que otros simpatizantes han presentado su candidatura a la organización) desmiente las patrañas del medio parásito que acusa a nuestra organización de haberse convertido en una «secta encerrada en sí misma». Al contrario de esas denigraciones, el combate llevado a cabo por la CCI por la defensa de la conciencia de partido, no ha hecho huir a quienes están en busca de posiciones de clase, sino que ha favorecido su acercamiento y su clarificación política.

La CCI ha desarrollado una intervención seria y serena, con una visión a largo plazo, hacia un acercamiento con los grupos del medio político proletario. Esta actividad se ha ampliado a los contactos y simpatizantes a cuyas preocupaciones hay que contestar con seriedad y profundidad, permitiéndoles superar las incomprensiones y la desconfianza hacia la organización. Esta orientación de la CCI no se debe a delirios megalómanos, sino a lo que la situación histórica requiere: que el proletariado y las minorías revolucionarias a su lado, asuman sus responsabilidades.

La defensa del medio político proletario ha llevado a la CCI a combatir la contraofensiva de elementos parásitos, sobre todo con la publicación de un folleto en dos partes titulado La pretendida paranoia de la CCI, y organizando en París una reunión pública «internacional» en defensa de la organización, actividad en la que se integraron varios contactos nuestros. La organización ha profundizado así la cuestión del parasitismo político, adoptando y publicando las «Tesis sobre el parasitismo» (ver Revista internacional nº 94), arma de comprensión histórica y teórica sobre esta cuestión para el conjunto de los grupos del medio. La defensa del medio proletario ha consistido también, para la CCI, en desarrollar una política de discusiones y de acercamiento, organizando con otros grupos de dicho medio intervenciones comunes frente a las campañas anticomunistas que montó la burguesía con ocasión del aniversario de la revolución de Octubre. De igual modo, ese método de trabajo ha continuado con el trabajo de intervención en dirección del medio político que ha surgido en Rusia.

En fin, desde los primeros días de la guerra en Yugoslavia, inmediatamente después de haber publicado el volante internacional ([2]), la CCI envió a los diferentes grupos de la Izquierda comunista una propuesta de llamamiento común para denunciar la guerra imperialista. El congreso aprobó por unanimidad esta iniciativa y hay que lamentar que los grupos concernidos no hayan dado una respuesta positiva o la callada por respuesta (ver en esta Revista internacional nuestra respuesta ante esa actitud de los grupos de la Izquierda comunista)

El XIIIº congreso ha decidido que la intervención hacia el llamado «pantano político» debe ser asumida con más determinación por la organización. Esa «tierra de nadie» indeterminada entre burguesía y proletariado es un lugar de paso obligado de todos aquellos elementos más o menos aislados de la clase que están en un proceso de toma de conciencia. Es un terreno privilegiado de acción del parasitismo, a quien hay que tomarle la delantera. Por eso, la organización no debe estar esperando a que las personas en búsqueda de posiciones de clase, la «descubran» para que ella se interese por éstas. Muy al contrario, la organización debe dirigirse a esas personas y entablar combate contra la burguesía en el propio «pantano».

Ese fortalecimiento de nuestra visión del medio político proletario es un resultado de un fortalecimiento político y teórico. El Congreso ha subrayado que éste no debe considerarse como una «actividad separada», «aparte» o «además» de las demás tareas. En la situación histórica actual y en la perspectiva a largo plazo en la que se inscribe la vida de las organizaciones revolucionarias, el fortalecimiento teórico y político debe inspirar nuestras actividades, reflexiones y decisiones y servirles de cimiento.

Así, el balance positivo de nuestras actividades se basa en una mejor comprensión de que las cuestiones de organización son determinantes frente a otros aspectos de las actividades. La CCI es, en esto, plenamente consciente de que debe seguir haciendo esfuerzos y proseguir su combate para adquirir «la conciencia de partido», en especial luchando contra los efectos de la ideología dominante en el compromiso militante. Durante sus veinticinco años de existencia, la CCI a pagado las consecuencias de la ruptura de la continuidad orgánica con las organizaciones revolucionarias del pasado. Aunque saquemos un balance positivo de esta experiencia, sabemos que lo adquirido en este ámbito no es algo definitivo, y sobre todo en el período actual de descomposición, cuando los esfuerzos por asegurar un funcionamiento animado por la «conciencia de partido» son permanentemente contrarrestados por las tendencias de la sociedad a «cada uno a la suya», al nihilismo, la irracionalidad, que, en la vida organizativa, se expresan en el individualismo, la desconfianza, la desmoralización, el inmediatismo, la superficialidad.

El decimotercer congreso ha inscrito la orientación de las actividades de la CCI (prensa, difusión, reuniones públicas y permanencias) en la perspectiva, primero, de una acentuación de los efectos de la descomposición, pero también de una aceleración de la historia, expresada en una agravación de la crisis del capitalismo y una tendencia al resurgir de la combatividad del proletariado. La CCI, y con ella el conjunto de medio proletario, sale de este congreso mejor armada para encarar ese reto histórico.

Corriente comunista internacional

 

[1] Bilan fue la revista de la Izquierda comunista de Italia en los años 30. Cf. nuestro libro la Izquierda comunista de Italia.

[2] «El capitalismo es la guerra, guerra al capitalismo», volante internacional publicado en primera plana de nuestras publicaciones territoriales y difundido en todos los países en donde hay secciones de la CCI, así como también en Canadá, Australia y Rusia.

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [4]

Decimotercer congreso de la CCI - Informe sobre los conflictos imperialistas - Extractos

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Después de haber convertido al globo en un gigantesco matadero, infligiéndole dos guerras mundiales, el terror nuclear y los incontables conflictos locales sobre una humanidad agonizante, el capitalismo decadente ha entrado completamente en su fase de descomposición desde el hundimiento del bloque del Este en 1989. Durante la actual fase histórica, el empleo directo de la violencia militar por las grandes potencias, sobre todo por Estados Unidos, se ha convertido en algo permanente. En esta fase, la anterior disciplina rígida de los bloques imperialistas ha dejado el paso a una creciente indisciplina y caos, a una incontrolable extensión de los conflictos militares.

Al concluir el siglo, la alternativa histórica definida por el marxismo durante la Primera Guerra mundial socialismo o barbarie– no sólo ha quedado confirmada, sino que debe ser precisada y cambiada en «socialismo o destrucción de la humanidad».

(...) Aunque una tercera guerra mundial no está, por ahora, al orden del día, la crisis histórica del sistema lo ha metido en tal atolladero que sólo hacia la guerra puede moverse. No solamente porque la aceleración de la crisis ha sumido a regiones enteras en un estado de miseria e inestabilidad (como el sudeste de Asia el cual hasta hace poco aún conservaba cierta prosperidad), sino sobre todo porque las propias potencias están cada día más obligadas a emplear la violencia en defensa de sus intereses.

La naturaleza de los conflictos: una clave del debate actual

(…) Los revolucionarios sólo lograrán convencer al proletariado de la completa validez de la posición marxista, si son capaces de defender una visión histórica y teórica coherente de la evolución del imperialismo moderno. En particular, la capacidad del marxismo para explicar las causas y los efectos reales de las guerras modernas es una de las poderosas armas contra la ideología burguesa.

En este sentido, una comprensión clara del fenómeno de la descomposición del capitalismo y de toda la fase histórica que lleva su marca es un instrumento de primer orden para la defensa de las posiciones y de los análisis de los revolucionarios sobre el imperialismo y la naturaleza de las guerras actuales.

Descomposición y derrumbe del bloque del Este

(...) El acontecimiento clave que determina el carácter de los conflictos imperialistas al concluir el siglo ha sido el desmoronamiento del bloque oriental.

(...) Todo el mundo quedó sorprendido por los acontecimientos de 1989. Incluida la CCI. Sin embargo, cabe precisar que la CCI logró muy rápidamente entender la dimensión de los acontecimientos (las «Tesis sobre la crisis en los países del Este», en las que se preveía el derrumbe del bloque ruso, fueron redactadas en septiembre 1989, dos meses antes de la caída del muro de Berlín). La capacidad de nuestra organización para reaccionar de esta manera no es el fruto de la casualidad. Era el resultado:

– del marco de análisis sobre las características de los regímenes estalinistas que la CCI hizo al principios de los 80 tras los acontecimientos de Polonia ([1]);

– de la comprensión del fenómeno histórico de la descomposición del capitalismo cuya elaboración inició a partir de 1988 ([2]).

Era la primera vez en la historia que un bloque imperialista desaparecía fuera de una guerra mundial. Tal fenómeno creó un desconcierto profundo, incluso en las filas de las organizaciones comunistas donde se intentó, por ejemplo, determinar su racionalidad económica. Para la CCI, el carácter inédito de tal acontecimiento que no tenía ninguna racionalidad, sino que era una catástrofe para el antiguo imperio soviético (y para la propia URSS que no iba a tardar en desmoronarse), fue una confirmación patente del análisis sobre la descomposición del capitalismo ([3]).

(...) Hasta 1989, la descomposición que doblegó a la segunda superpotencia mundial, había afectado poco a los países centrales del bloque del Oeste. Todavía hoy, diez años más tarde, las manifestaciones de descomposición localizadas en estos países aparecen casi insignificantes en comparación con las de los países periféricos. Sin embargo, al haber hecho estallar el orden imperialista existente, la descomposición, de haber sido un fenómeno, se ha convertido en periodo, poniendo a los países dominantes en el centro mismo de las contradicciones del sistema, y particularmente al primero de entre ellos, Estados Unidos.

El imperialismo americano en el centro de las contradicciones de la descomposición

La evolución de la política americana desde 1989 es la expresión misma del dilema actual de la burguesía.

Durante la guerra del Golfo, Estados Unidos podía aparecer, ante el desarrollo rápido de la tendencia «cada uno para sí», como un contrapeso capaz todavía, con el garrote en su mano, de arrastrar a las demás potencias tras aquel país. Y de hecho, gracias a su aplastante superioridad militar en Irak, la única superpotencia fue capaz de frenar decisivamente la tendencia hacia la formación de un bloque en torno a Alemania, tendencia abierta con la unificación de este país. Pero solamente seis meses después de la guerra del Golfo, el estallido de la guerra en Yugoslavia ya confirmaba que el «nuevo orden mundial» anunciado por Bush no estaría bajo el dominio estadounidense, sino bajo el dominio de esa tendencia «cada uno para sí» cada vez más fuerte. (...)

En febrero de 1998, la potencia americana, que durante la Guerra del Golfo había usado a las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad para hacer confirmar su liderazgo por la «comunidad internacional» había perdido el control de ese instrumento hasta el punto de ser humillada por Irak y sus aliados franceses y rusos ([4]).

Por supuesto, Estados Unidos fue capaz de superar este obstáculo tirando la ONU a la basura de la historia y llevando a cabo, a finales del año 1998, junto con Gran Bretaña la operación «Lone Ranger» («Zorro del Desierto»), dejando abiertamente de lado a las demás potencias, pequeñas o grandes.

Washington no necesita el permiso de nadie para golpear cuando y donde quiera. Pero al hacer una política así, Estados Unidos se convierte en factor activo de la tendencia «cada uno para sí», en vez de limitarla como lo habían logrado momentáneamente durante la Guerra del Golfo. Peor aún: la advertencia política que Washington quiso dar con el «Zorro del desierto» ha hecho gran daño a su propia causa. Por primera vez desde la guerra de Vietnam, la burguesía americana, en marcado contraste con su socio británico, ha sido incapaz de presentar un frente unido hacia el exterior aún estando en situación de guerra. Todo lo contrario, el proceso de «impeachment» contra Clinton se intensificó durante los acontecimientos: los políticos norteamericanos sumidos en un verdadero conflicto interno de política exterior, en vez de refutar la propaganda de los enemigos de América según la cual Clinton había decidido la intervención militar contra Irak por motivos personales (el famoso «Monicagate»), le dieron crédito. (...)

El conflicto subyacente sobre la política exterior entre ciertas fracciones de los partidos Republicano y Demócrata han demostrado ser muy destructivas precisamente porque ese «debate» pone de relieve una contradicción insoluble que la resolución del XIIº Congreso de la CCI formulaba así:

«– por un lado, si [Estados Unidos] renuncia a aplicar o a hacer alarde de su superioridad militar, eso no puede sino animar a los países que discuten su autoridad a ir todavía más lejos;

–  por otro lado, cuando utilizan la fuerza bruta, incluso, y sobre todo, cuando ese medio consigue momentáneamente hacer tragar sus veleidades a los adversarios, ello lo único que hace es empujarlos a aprovechar la menor ocasión para tomarse el desquite e intentar quitarse de encima la tutela americana.» ([5])

Paradójicamente, mientras existía el bloque imperialista de la URSS, Estados Unidos estaba protegido de los peores efectos de la descomposición sobre su política exterior. (...) Hoy no tiene ningún adversario lo bastante poderoso como para pretender formar su propio bloque imperialista contra EEUU. Por eso, no hay enemigo común y, por lo tanto, no hay razón para que las demás potencias acepten la «protección» y la disciplina estadounidense. (...)

El carácter ofensivo de la estrategia militar estadounidense
ilustra la creciente irracionalidad de las relaciones imperialistas

Frente al crecimiento irresistible de la tendencia «cada uno para sí», Estados Unidos no tiene más solución que una política de ofensiva militar permanente. No es el enemigo débil, sino la potencia estadounidense misma la que está obligada a intervenir cada día más regularmente con la fuerza armada en defensa de sus posiciones (lo que, normalmente, caracteriza una potencia más débil y en una situación más desesperada).

La CCI ya puntualizaba esta tendencia en su IXº Congreso:

«... En algunos aspectos, la situación actual de EEUU se aparenta a la de la Alemania de antes de ambas guerras mundiales. Este país, en efecto, intentó compensar sus desventajas económicas (...) trastornando el reparto imperialista por la fuerza de las armas. Por eso, en las dos guerras, apareció como “agresor”, pues las potencias mejor dotadas no tenían el menor interés en poner en cuestión los equilibrios. (...) Mientras existía el bloque del Este, (...) EEUU no necesitaba, a priori, hacer uso importante de su armamento pues lo esencial de la protección dada a sus aliados era de carácter defensivo (aunque a principios de los 80, Estados Unidos había iniciado una ofensiva general contre el bloque ruso). Con la desaparición de la amenaza rusa, la “obediencia” de los demás grandes países adelantados no está ya garantizada, por eso el bloque occidental se ha disgregado. Para obtener esa obediencia, EEUU necesita adoptar un modo sistemáticamente ofensivo en lo militar (como hemos visto en la guerra del Golfo), que se parece al de la Alemania del pasado. La diferencia con el pasado, y es grande, es que hoy no es una potencia que quiere modificar el reparto del mundo la que toma la ofensiva militar, sino al contrario la primera potencia mundial, la que por ahora dispone de la mejor parte del pastel» ([6]).

« Cada uno para sí »: tendencia dominante hoy

(...) Sacando un balance de los dos años pasados, el detallado análisis de los acontecimientos concretos confirma el marco establecido por el informe y la resolución del XIIo Congreso de la CCI:

1) El desafío abierto que representa la posesión del arma nuclear por India y Pakistán, es un ejemplo que, con toda seguridad, será seguido por otras potencias y que incrementa considerablemente el riesgo de uso de bombas atómicas.

2) La creciente agresividad militar de Alemania, liberada del férreo cinturón de los bloques imperialistas, es un ejemplo que será seguido por Japón, la otra gran potencia frenada por el bloque americano después de 1945.

3) La terrorífica aceleración del caos e inestabilidad en Rusia es, hoy, la más caricaturesca expresión de la descomposición y el centro más peligroso de todas las tendencias hacia la disolución del orden burgués mundial.

4) La continua resistencia de Netanyahu a la «Pax Americana» en Oriente Medio y la transformación de Africa en un auténtico matadero son otros ejemplos que confirman:

– que la tendencia dominante en las tensiones imperialistas después de 1989, es el caos y «cada uno para sí»;

– que, en el centro de esta tendencia dominante, subyace la puesta en entredicho de la hegemonía de la única superpotencia americana y de sus acciones militares violentas cada vez más numerosas;

– que esta dinámica puede solamente ser comprendida en el contexto de la descomposición;

– que esta tendencia no anula en modo alguno la tendencia hacia la formación de nuevos bloques que hoy, como tendencia secundaria pero bien real, es uno de los principales factores que alimentan las hogueras de la guerra y el desarrollo del caos;

– que la agudización de la crisis económica del capitalismo decadente es en sí un poderoso factor en la agudización de las tensiones, sin, por ello, establecer una relación mecánica entre ambas, u otorgar a estos conflictos una racionalidad económica o histórica cualquiera (…)

La descomposición de la burguesía
acentúa las tensiones y la tendencia « cada uno para sí »

Con la pérdida de todo proyecto concretamente realizable, excepto el de «salvar el equipaje» ante la crisis económica, la falta de perspectiva de la burguesía tiende a llevarla a perder de vista los intereses del Estado o del capital nacional en su conjunto.

La vida política de la burguesía (de diferentes fracciones o pandillas) en los países más débiles, tiende a ser reducida a la lucha por el poder o meramente para sobrevivir. Esto se convierte en un enorme obstáculo para el establecimiento de alianzas estables e incluso de una política exterior coherente, abriendo el paso al caos, a la imprevisión y aún a la locura en las relaciones entre los Estados.

El callejón sin salida del sistema capitalista lleva al estallido de algunos de esos Estados, los últimamente creados, ya en plena decadencia del capitalismo, y con bases poco sólidas (tales como la URSS o Yugoslavia) o con fronteras artificiales como en Africa, todo lo cual ha acarreado una explosión de guerras con vistas a delimitar nuevas fronteras.

A esto se debe agregar la agravación de tensiones raciales, étnicas, religiosas, tribales y otras, un aspecto muy importante de la actual situación mundial.

Una de las más progresivas tareas del capitalismo ascendente fue la sustitución de la fragmentación religiosa o étnica de toda la humanidad por grandes unidades centralizadas a escala nacional (el crisol americano –«the american melting pot»–, el logro de la unidad nacional entre católicos y protestantes en Alemania, o de las poblaciones de idioma francés, alemán e italiano en Suiza). Pero aún en la ascendencia, la burguesía fue incapaz de superar estas divisiones que venían de antes del capitalismo. Mientras que el genocidio, las divisiones y las leyes étnicas en las regiones no capitalistas donde el sistema se estaba extendiendo, tales conflictos han sobrevivido incluso en el corazón del capitalismo (Irlanda del Norte por ejemplo). A pesar de que la burguesía pretende que el holocausto contra los judíos fue único en la historia moderna, y mentirosamente acusa a la Izquierda comunista de «excusar» ese crimen, el capitalismo decadente en general y la descomposición en particular, son el periodo del genocidio y de las «limpiezas étnicas». Es solamente con la descomposición cuando todos esos antiguos y recientes conflictos, que aparentemente no tienen nada que ver con la «racionalidad» de la economía capitalista, llegan a estallar por todas partes, resultado de la ausencia total de perspectivas burguesas.

La irracionalidad es una de las características de la descomposición. Hoy, no solamente existen intereses estratégicos concretamente divergentes, sino también la insolubilidad de esos incontables conflictos. (...) El fin del siglo XX viene a confirmar lo afirmado por el movimiento marxista, el cual, a principios de siglo, contra el Bund en Rusia, demostró que la única solución progresiva a la cuestión judía en Europa era la revolución mundial, o los que más tarde mostraron que era imposible la formación progresista de Estados nación en los Balcanes. (...)

La ausencia de una división del mundo estable y realista del mundo
después 1989 intensifica la tendencia « cada uno para sí »

Además de la superioridad americana sobre sus rivales, hay otro factor estratégico, directamente ligado a la descomposición, que explica el actual imperio de «cada uno para sí»: el hundimiento del bloque ruso sin derrota militar. Hasta entonces, históricamente, la división del mundo mediante la guerra imperialista había sido la condición más favorable para la formación de nuevos bloques como quedó demostrado después de 1945. (...) Lo resultante de ese hundimiento sin guerra es que:

– una tercera parte del planeta, la del ex bloque del Este, se ha convertido en una zona sin dueño, una manzana de la discordia entre las potencias restantes;

– las principales posiciones estratégicas de las potencias del ex bloque occidental en el resto del mundo después del 89 en ninguna forma representan la verdadera relación de las fuerzas imperialistas entre ellas, sino que proceden de su anterior división de trabajo contra el bloque ruso.

Esta situación que deja completamente abiertas las zonas de influencia de las grandes y pequeñas potencias, y generalmente de manera no satisfactoria para ellas, incrementa la tendencia a «cada uno para sí», a una carrera desordenada por posiciones y zonas de influencia.

El principal alineamiento imperialista entre las potencias europeas mejor «dotadas» y las menos «dotadas» que dominó el mundo político entre 1900 y 1939, fue el producto de décadas, aún de siglos de desarrollo capitalista. El alineamiento de la guerra fría fue a su vez el resultado de una década de rápidas y más profundas confrontaciones bélicas entre las grandes potencias desde 1930 hasta 1945.

En oposición a esto, el hundimiento del orden de Yalta se produce de la noche à la mañana, y sin resolver ninguna de las grandes cuestiones de las rivalidades imperialistas planteadas por el capitalismo, excepto una: el declive irreversible de Rusia.

Los enfrentamientos imperialistas fuera del férreo cinturón de los bloques:
una excepción, pero no una completa novedad

El único «orden mundial» imperialista posible en la decadencia es el de los bloques imperialistas con miras a la guerra mundial.

En el capitalismo decadente, hay une tendencia natural hacia la bipolarización imperialista del mundo, la cual puede solo ser relegada a un segundo plano en circunstancias excepcionales, normalmente ligadas a la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado. Este fue el caso después de la Primera Guerra mundial hasta la llegada al poder de Hitler en Alemania. Esta situación era el resultado de la oleada revolucionaria mundial que obligó a la burguesía a parar la Primera guerra antes de que llegara a su conclusión (es decir la derrota total de Alemania, lo cual hubiera abierto el camino a nuevos bloques formados en el campo victorioso – presumiblemente encabezados por Gran Bretaña y Estados Unidos) y que entonces la obligó a colaborar para salvar su sistema después de la guerra ante la amenaza proletaria. Así, una vez que el proletariado fue derrotado y Alemania se recuperó de su derrota, la Segunda Guerra mundial fue básicamente una lucha entre los mismos campos que los de la Primera.

Obviamente, hoy, los factores que actúan en contra de la tendencia hacia la bipolaridad son más fuertes que en los años 20 cuando estos fueron tapados por la formación de los bloques en menos de una década. Hoy, no solo la gran supremacía americana, sino también la descomposición pueden muy bien prevenir para siempre la formación de nuevos bloques.

La tendencia hacia los bloques y el imparable ascenso de Alemania

La descomposición es así un enorme factor que favorece a la tendencia «cada uno para sí». Pero eso no elimina la tendencia hacia la formación de bloques. Ni podemos teorizar que la descomposición como tal hace imposible la formación de bloques por principio. (...)

Esas dos consideraciones burguesas, el perseguir sus ambiciones imperialistas y el limitar la descomposición, no están siempre y necesariamente opuestas. En particular, los esfuerzos de la burguesía alemana por establecer una primera fundación para un eventual bloque imperialista en Europa del Este y para estabilizar varios de los países de la zona contra el caos, son más frecuentemente complementarios que contradictorios.

También sabemos que la tendencia «cada uno para sí» y la formación de bloques no son contradictorias en el absoluto, que los bloques no son sino la forma organizada de esa tendencia para canalizar la explosión de todas las rivalidades imperialistas reprimidas.

Sabemos que el objetivo a largo plazo de Estados Unidos, mantenerse como primera potencia mundial, es un proyecto eminentemente realista. Sin embargo, en su proyecto, está enredado en contradicciones insolubles. Con Alemania es lo contrario: mientras su proyecto a largo plazo de una Alemania dirigiendo un bloque tal vez nunca se realice, su política concreta en este sentido, se ve muy realista. Hemos hecho notar con frecuencia que Estados Unidos y Alemania son las únicas potencias que hoy pueden tener una política exterior coherente. A la luz de los recientes acontecimientos, esto parece ser más verdad para Alemania que para Estados Unidos. (...)

La alianza con Polonia, los avances en la península Balcánica, la reordenación de sus fuerzas armadas hacia intervenciones militares en el extranjero, son pasos hacia la formación de un futuro bloque alemán. Pasos pequeños, es verdad, pero suficientes para preocupar considerablemente a la superpotencia mundial.

La credibilidad del marxismo

Todas las organizaciones comunistas han tenido la experiencia común de cuán difícil se ha vuelto desde 1989 convencer a la mayor parte de los obreros de la validez del análisis marxista sobre los conflictos imperialistas. Hay dos razones principales para tal dificultad. Una es la situación objetiva de la tendencia «cada uno para sí» y el hecho de que el conflicto de intereses de las grandes potencias es hoy opuesto al del periodo de la guerra fría, todavía ampliamente ocultado. La otra razón es que la burguesía, como parte de su sistemática identificación del estalinismo con el comunismo, ha sido capaz de presentar como «marxista», una visión completamente caricaturesca de la guerra desencadenada únicamente para llenar los bolsillos de unos cuantos avaros capitalistas. Desde 1989, la burguesía se ha beneficiado enormemente de tal falsificación en el sentido de sembrar la más increíble confusión. Durante la guerra del Golfo, la propia burguesía propaló la mistificación seudo materialista de una guerra «por el precio del petróleo» para así ocultar el conflicto subyacente entre las grandes potencias.

En oposición a esto, las organizaciones de la Izquierda comunista (el BIPR y los grupos «bordiguistas») han afirmado claramente que lo que predomina son los intereses imperialistas de las potencias imperialistas, en la tradición de Lenin y Rosa Luxemburg. Pero esos grupos han desarrollado esta crítica sin armas suficientes, en particular con una exagerada visión reduccionista de los motivos económicos, inmediatos, de la guerra imperialista moderna. Esto debilita la autoridad de la argumentación marxista. (...)

Pero, además, esa explicación «economicista» lleva a caer en la propaganda de la burguesía, como es el caso de la CWO que, en base a ese planteamiento, cree en una cierta realidad tras el «proceso de paz» en Irlanda.

El carácter global de la guerra imperialista

Todo el medio proletario comparte la comprensión de que la guerra imperialista es el producto de las contradicciones del capitalismo, con, en última instancia, una causa económica. Pero cada guerra que tiene lugar en una sociedad de clases tiene también, y es un aspecto importante, una dimensión estratégica con una dinámica interna propia. Aníbal marchó hacia el norte de Italia con sus elefantes, no para abrir una ruta comercial a través de los Alpes, sino como una maniobra estratégica en las guerras Púnicas «mundiales» entre Cartago y Roma por el dominio del Mediterráneo.

Con la aparición de la competencia capitalista es verdad que la causa económica de la guerra es más pronunciada: está claro con las guerras coloniales de conquista y las guerras nacionales de unificación del siglo pasado. Pero la creación del mercado mundial y la división del planeta entre naciones capitalistas también da a la guerra, en la época del imperialismo, un carácter global cada vez más político y estratégico que nunca antes en la historia. Esto es ya claramente el caso para la Primera Guerra mundial. La causa fundamental de esta guerra es estrictamente económica: los límites de la expansión del mercado mundial habían sido alcanzados en relación con las necesidades del capital existente acumulado, lo cual anunciaba la entrada del sistema en su fase de decadencia. Sin embargo, no es la «crisis cíclica de la acumulación» económica como tal (según la idea del BIPR) lo que provocó la guerra imperialista de 1914, sino el hecho de que todas las zonas de influencia estaban ya repartidas, de modo que los que «llegaron tarde» no podían extenderse sino a costa de las potencias ya establecidas. La crisis económica como tal era mucho menos brutal que la que hubo por ejemplo en los años 1870. En realidad, fue más bien la guerra imperialista la que anunció la llegada de la crisis económica mundial del capitalismo en decadencia en 1929 y no lo contrario.

De igual modo, la situación económica inmediata de Alemania, la principal potencia que presionaba por una nueva división del mundo, distaba mucho de la situación crítica en 1914 – entre otras razones porque tenía acceso aún a los mercados del Imperio británico y de otras potencias coloniales. Pero esta situación colocaba a Alemania, políticamente, a merced de sus principales rivales. La principal meta de Alemania no era la conquista de este o aquel mercado, sino acabar con la dominación británica en los océanos: por un lado, merced a una flota alemana de guerra y a la extensión de colonias y bases navales a través del mundo; y por otro lado, gracias a una ruta terrestre hacia Asia y Oriente Medio especialmente por los Balcanes. Ya en esa época, tropas alemanas fueron enviadas a los Balcanes para perseguir estos objetivos estratégicos globales mucho más importantes que el mero mercado yugoslavo. Ya en esa época, el combate por el control de ciertas materias primas fundamentales fue únicamente un momento en el combate general para dominar el mundo.

Muchos oportunistas en la IIª y IIIª Internacionales – los partidarios del «socialismo en un solo país» – utilizaron ese punto de vista parcial, y en última instancia nacional, para negar las «ambiciones económicas y, por lo tanto, imperialistas» de... su propio país. La Izquierda marxista, por el contrario, fue capaz de defender esta comprensión global porque entendió que la industria capitalista moderna no puede sobrevivir sin los mercados, materias primas, productos agrícolas, facilidad de transporte y fuerza de trabajo a su disposición. (...) En la época imperialista, donde la economía mundial en su conjunto forma un todo complicado, no solamente las guerras locales tienen causas globales sino que además forman parte de un sistema internacional de lucha por la dominación del mundo. Es por ello que Rosa Luxemburg estaba en lo correcto cuando escribió en el Folleto de Junius que todos los Estados, grandes o pequeños, se habían vuelto imperialistas. (...)

El carácter irracional de la guerra imperialista

«La decadencia del capitalismo queda bien plasmada en el hecho de que mientras la guerra fue en su tiempo un factor para el desarrollo económico (periodo ascendente), hoy, en el periodo decadente, la actividad económica está encaminada esencialmente hacia la guerra. Esto no significa que la guerra sea el objetivo de la producción capitalista; esto significa que la guerra, al tomar un carácter permanente, se ha convertido en la vida normal de la decadencia del capitalismo» («Informe sobre la situación internacional de la Izquierda comunista de Francia», julio 1945).

Este análisis desarrollado en la Izquierda Comunista fue une profundización suplementaria fundamental de nuestra comprensión de los conflictos imperialistas: no solamente los objetivos económicos de la guerra imperialista son globales y políticos, sino que además ellos mismos acaban estando dominados por cuestiones de estrategia y de «seguridad» militares. Mientras que al principio de la decadencia, la guerra estaba más o menos aún al servicio de la economía, con el paso del tiempo, la situación es la contraria, la economía está cada vez más al servicio de la guerra. Una corriente como el BIPR, enmarcada en la tradición marxista, es muy consciente de ello: «... Debemos claramente reiterar un elemento básico del pensamiento dialéctico marxista: cuando las fuerzas materiales incrementan una dinámica hacia la guerra es porque esto se ha convertido en el punto de referencia central para los políticos y gobernantes. La guerra es emprendida para vencer: amigos y enemigos son escogidos sobre esas bases».

Y en otra parte del mismo artículo: «Queda entonces para el liderazgo político y las fuerzas armadas establecer la dirección política de cada Estado de acuerdo con un simple imperativo: una estimación de cómo alcanzar la victoria militar» («Fin de la guerra fría: una nueva etapa hacia un nuevo alineamiento imperialista», Communist Review n° 10).

Aquí estamos lejos del petróleo del Golfo y de los mercados yugoslavos. Pero desgraciadamente, esta comprensión no se ha arraigado en una teoría coherente de la irracionalidad económica del militarismo actual.

Por otra parte, la identificación entre las tensiones económicas y los antagonismos militares conduce a una miopía en cuanto al significado de la Unión Europea y de la moneda única considerada como el núcleo de un futuro bloque continental. (...)

El «Euroland» no es un bloque imperialista

Hasta los años 90, la burguesía no encontró otros medios para coordinar sus políticas económicas entre los Estados nación – en un intento por mantener la cohesión del mercado mundial frente a la crisis económica permanente – sino el marco de los bloques imperialistas. En este contexto, el carácter del bloque Occidental durante la Guerra fría, compuesto como estaba de todas las principales potencias económicas, era particularmente favorable a la gestión internacional de la crisis abierta del capitalismo lo que le permitió durante mucho tiempo impedir la dislocación del comercio mundial como el que se había producido en los años 30.

Las circunstancias del orden mundial imperialista posterior a 1945 que duraron medio siglo, podían dar la impresión de que la coordinación de la política económica y la contención de las rivalidades comerciales entre Estados gracias a ciertas reglas y límites, era la función específica de los bloques imperialistas.

Sin embargo, después de 1989, cuando los bloques imperialistas desaparecieron, la burguesía de los países principales fue capaz de encontrar nuevos medios de cooperación económica internacional hacia la gestión de la crisis, mientras a nivel imperialista, la lucha de todos contra todos pasó rápidamente al primer plano.

La situación está perfectamente ilustrada por la actitud de Estados Unidos. En el plano imperialista, resiste masivamente a todo movimiento hacia una alianza militar de los Estados europeos. Pero, en lo económico, (después de las vacilaciones iniciales) apoyan e incluso se benefician de la Unión Europea y del proyecto Euro.

Durante la Guerra fría, «el proceso de integración europea» era ante todo un medio para fortalecer la cohesión del bloque estadounidense en Europa occidental contra el Pacto de Varsovia. Si la Unión Europea ha sobrevivido a la quiebra del bloque Occidental fue sobre todo porque asumió un nuevo papel con una estabilidad arraigada en el corazón de la economía mundial.

En este sentido, la burguesía ha aprendido de los años pasados a operar una cierta separación entre la cuestión de la cooperación económica (gestión de la crisis) y la cuestión de las alianzas imperialistas. Y la realidad actual demuestra que la lucha de «cada uno para sí» domina en lo imperialista pero no en lo económico. Pero si la burguesía es capaz de hacer tal distinción, es únicamente porque los dos fenómenos son distintos, aunque no completamente separados: en realidad el «Euroland» ilustra perfectamente que esa estrategia imperialista y los intereses de comercio mundial de las naciones no son idénticos. La economía de Holanda, por ejemplo, es fuertemente dependiente del mercado mundial en general y de la economía alemana en particular. Por eso Holanda ha sido uno de los más fervientes apoyos en Europa a la política alemana hacia una moneda común. En el ámbito imperialista, por el contrario, la burguesía holandesa, precisamente por su proximidad geográfica a Alemania, se opone a los intereses de sus poderosos vecinos siempre que puede, y es uno de los más fieles aliados de Estados Unidos en el viejo continente. Si el «Euro» fuera ante todo la piedra clave de un futuro bloque alemán, La Haya sería la primera en oponerse. Pero en realidad, Holanda, Francia y otros países que temen el resurgimiento imperialista alemán, apoyan la moneda común precisamente porque ésta no amenaza su seguridad nacional, o sea, su soberanía militar.

Al contrario de una coordinación económica basada en un contrato entre Estados burgueses soberanos (bajo la presión de restricciones económicas y de las relaciones de fuerza actuales, por supuesto), un bloque imperialista es un férreo cinturón impuesto a un grupo de Estados por la supremacía militar del país líder y unidos por una voluntad común de destrucción de la alianza militar enemiga. Los bloques de la Guerra fría no surgieron de acuerdos negociados, sino que fueron el resultado de la IIª Guerra mundial. El bloque occidental nació porque Europa Occidental y Japón habían sido ocupados por Estados Unidos mientras que la Europa del Este había sido invadida por la URSS.

El bloque del Este no cayó en pedazos a causa de una modificación de sus intereses económicos y de sus alianzas comerciales, sino porque el líder que mantuvo el bloque a sangre y fuego, ya no era capaz de asumir la tarea. Y el bloque occidental – que era el más fuerte y no se desmoronó – simplemente murió porque el enemigo común había desaparecido. Como Winston Churchill lo escribió: «las alianzas militares no son el producto del amor, sino del temor: temor al enemigo común».

Europa es el centro, no de un bloque,
sino de la tendencia a «cada uno para sí»

Europa y Norteamérica son los dos centros principales del capitalismo mundial. Estados Unidos, poder dominante en Norteamérica, fue destinado a ser la potencia líder en el mundo por su dimensión continental, por su situación a una distancia de seguridad de sus enemigos potenciales en Europa y Asia, y por su fuerza económica.

Por el contrario, la posición económica y estratégica de Europa la condenó a ser el foco principal de las tensiones imperialistas en la decadencia del capitalismo. Principal campo de batalla de las dos guerras mundiales y continente dividido por «el telón de acero» durante la Guerra fría, Europa nunca ha constituido una unidad y jamás podrá hacerlo bajo el capitalismo.

Por su papel histórico como lugar de nacimiento del capitalismo moderno y su situación geográfica como una casi península de Asia que se extiende hacia el norte de Africa, Europa ha sido en el siglo XX la clave de la lucha imperialista por el dominio mundial. Al mismo tiempo, entre otras causas por su situación geográfica, Europa es particularmente difícil de dominar militarmente. Gran Bretaña, aún en los días en que «reinaba en los mares», sólo logró vigilar Europa gracias un complicado sistema de «relación de fuerzas». En cuanto a la Alemania de Hitler, aún en 1941 su dominación del continente era más aparente que real, en la medida en que Inglaterra, Rusia y el Norte de Africa estaban en manos enemigas. Ni siquiera Estados Unidos, en el momento más tenso de la Guerra fría, jamás logró dominar más de la mitad del continente. Irónicamente, desde su «victoria» sobre la URSS, la posición de Estados Unidos en Europa se ha visto considerablemente debilitada con la desaparición del «imperio del mal». Aunque la superpotencia mundial mantiene una considerable presencia militar en el viejo continente, Europa no es un área subdesarrollada que pueda mantenerse en observación con unos cuantos cuarteles de «marines»: entre los países industrializados del G7, cuatro son europeos.

De hecho, mientras que Estados Unidos puede maniobrar militarmente casi a su gusto en el golfo Pérsico, el tiempo y los esfuerzos que Washington requiere para imponer su política en la antigua Yugoslavia, revela la dificultad actual para la única superpotencia que queda, para mantener una presencia decisiva a 5000 kilómetros de su territorio.

No solamente los conflictos en los Balcanes o en el Cáucaso están directamente relacionados con la lucha por el control de Europa, sino también los de Africa y del Oriente Medio. El norte de Africa es la orilla meridional de la cuenca del Mediterráneo, su costa noreste (particularmente el llamado «Cuerno») domina las cercanías al canal de Suez, el sur de Africa las rutas de navegación meridionales entre Europa y Asia. Si Hitler, a pesar de la dispersión de sus recursos militares en Europa, envió a Rommel a Africa, fue sobre todo porque sabía que de otra manera Europa no podía ser controlada.

Lo que es válido para Africa, es aún más válido para el Oriente Medio, el punto neurálgico donde Europa, Asia y Africa se encuentran. La dominación del Oriente Medio es uno de los principales recursos mediante el cual Estados Unidos puede mantenerse como potencia «europea» decisiva y global (de ahí la importancia vital de la «Pax Americana» entre Israel y los palestinos para Washington).

Europa es también la principal razón de por qué Washington, en estos ocho años, ha hecho de Irak el punto permanente de crisis internacional: es un medio para dividir a las potencias europeas. Mientras que Francia y Rusia son aliados de Irak, Gran Bretaña es el enemigo natural del actual régimen de Bagdad, mientras que Alemania. por su parte, está más próxima a los rivales regionales de Irak, tales como Turquía e Irán.

Pero si Europa es el centro de las tensiones imperialistas actualmente, es sobre todo porque las principales potencias europeas tienen intereses militares divergentes. No podemos olvidar que ambas guerras mundiales se iniciaron sobre todo como guerras entre potencias europeas, exactamente igual que las guerras en los Balcanes en estos años 90. (...)

 

[1] Ver «Europa del Este, las armas de la burguesía contra le proletariado», Revista internacional n° 34, 1983.

[2] Ver «La descomposición del capitalismo», Revista internacional n° 57, 1989.

[3] Ver «La descomposición, fase ultima de la decadencia del capitalismo», Revista internacional n° 62, 1990.

[4] Ver «Irak, un revés de Estados Unidos que refuerza las tensiones guerreras», Revista internacional n° 93, 1998.

[5] Revista internacional n° 90.

[6] Revista internacional n° 67, 1991.

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [4]

Texto de orientación - ¿Por qué actualmente los partidos de izquierda están en el gobierno en la mayoría de los países europeos?

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1. De los 15 países que integran la Unión europea, 13 tienen hoy gobiernos socialdemócratas o gobiernos en los cuales los socialdemócratas participan (España e Irlanda son las únicas excepciones). Esta realidad ha sido objeto obviamente de análisis tanto por parte de periodistas de la burguesía como por algunos grupos revolucionarios. Así, para un «especialista» francés en política internacional como Alexandre Adler, «las izquierdas europeas tienen al menos un objetivo común: la preservación del Estado providencia, la defensa de una seguridad común europea» (Courrier international, n° 417). De igual modo, le Prolétaire de finales de octubre dedicó un artículo a este tema, arguyendo correctamente que la preponderancia actual de la socialdemocracia en la mayoría de los países corresponde a una política internacional deliberada y coordinada de la burguesía contra la clase obrera. Sin embargo, ambos, tanto en los comentarios de la burguesía como en el artículo de Le Prolétaire, es imposible ver lo específico de esta política comparada con la de periodos anteriores desde finales de los 60.

Se trata de un problema de comprensión de las causas de un fenómeno político que estamos presenciando a escala europea, e incluso a escala mundial (con los demócratas a la cabeza del ejecutivo en Estados Unidos). Dicho esto, aún antes de ir a las causas, tenemos que responder a una pregunta: ¿Podemos decir que el innegable hecho de que los partidos socialdemócratas tengan una posición hegemónica en casi todos los países de Europa occidental es el resultado de un fenómeno general con causas comunes para todos los países o es más bien una convergencia circunstancial de una serie de situaciones específicas y particulares en cada país?

2. El marxismo se diferencia del método empírico en que no saca sus conclusiones sólo de los hechos observados en un momento dado, sino que interpreta e integra estos hechos en una visión global e histórica de la realidad social. Dicho esto, como método vivo que es, el marxismo examina permanentemente esa realidad, y nunca teme criticar los análisis que ha elaborado previamente:

– ya sea porque se hayan revelado erróneos (el método marxista nunca se ha pretendido infalible);

– ya porque han surgido nuevas condiciones históricas, que hacen caducos los análisis anteriores.

De ninguna manera debe verse al método marxista como un dogma inmutable al cual la realidad tendría que sujetarse. Tal concepción del marxismo es la de los bordiguistas (o del FOR, el cual negaba la realidad de la crisis porque no correspondía a sus esquemas). No es el método que la CCI ha heredado de Bilan y el conjunto de la Izquierda comunista. Aunque el método marxista evita a toda costa el limitarse a los hechos inmediatos y rechaza supeditarse a las «evidencias» cacareadas por los ideólogos de la clase dominante, está siempre obligado, sin embargo, a tener en cuenta los hechos. Ante el fenómeno de la presencia masiva de la izquierda a la cabeza de los países de Europa, podemos obviamente encontrar dentro de cada país razones específicas que favorecen esa disposición particular de las fuerzas políticas. Por ejemplo, hemos atribuido el retorno de la izquierda al gobierno en Francia en 1997 a la extrema debilidad política y a las divisiones dentro de la derecha. Similarmente, vimos que las consideraciones de política exterior desempeñaron un papel importante en la formación del gobierno de izquierda en Italia (contra el «polo» de Berlusconi favorable a una alianza con Estados Unidos) o en el Reino Unido (donde los conservadores estaban profundamente divididos con respecto a la Unión europea y a Estados Unidos).

Sin embargo, tratar de derivar la situación política actual en Europa de la simple suma de situaciones particulares en diferentes países sería un ejercicio estéril contrario al espíritu marxista. De hecho, en el método marxista, ciertas circunstancias cuantitativas llegan a transformarse en una nueva cualidad.

Cuando consideramos que nunca, desde que se unieron al campo burgués, han estado tantos partidos de izquierda en el gobierno de manera simultánea (aún si todos ellos han estado en un tiempo u otro), cuando vemos también que en países tan importantes como Inglaterra y Alemania (donde la burguesía usualmente posee un fuerte control sobre su aparato político) la izquierda ha sido deliberadamente colocada en el gobierno por la burguesía, tenemos que considerar que esto es una nueva «cualidad», la cual no puede ser reducida a una mera superposición de «casos particulares» ([1]).

Y no razonamos otra manera cuando pusimos de relieve el fenómeno de la «izquierda en la oposición» a finales de los 70. Así, el texto adoptado por el IIIer congreso de la CCI, que proporcionaba el marco para nuestro análisis de la izquierda en la oposición, empezaba tomando en cuenta el hecho de que, en la mayoría de los países de Europa, la izquierda había sido separada del poder:

«Basta con observar muy rápidamente la situación para ver que... la llegada de la izquierda al poder no sólo no se ha verificado, sino que la izquierda ha sido en los últimos años sistemáticamente separada del poder en la mayoría de la países de Europa. Baste citar a Portugal, Italia, España, los países escandinavos, Francia, Bélgica, Inglaterra así como a Israel, para darse cuenta de ello. Existen prácticamente sólo dos países en Europa donde la izquierda permanece todavía en el poder: Alemania y Austria» («En la oposición como en el gobierno la “izquierda” contra los trabajadores», Revista internacional nº 18).

3. En los análisis de la causas de la llegada de la izquierda al gobierno en este o aquél país europeo, tenemos que tomar en cuenta algunos factores específicos (por ejemplo, en el caso de Francia, la extrema debilidad de «la derecha más estúpida del mundo», como se suele decir en ese país). Sin embargo, es vital que los revolucionarios sean capaces de dar una respuesta global a un fenómeno global, para dar una respuesta lo más completa posible. Eso fue lo que la CCI hizo en 1979, en su IIIer congreso, con respecto a la izquierda en la oposición y la mejor manera de realizar este trabajo es recordar con qué método analizamos ese fenómeno en aquel tiempo:

«Con la aparición de la crisis y los primeros signos de la lucha obrera, la “izquierda en el poder” fue la respuesta más adecuada del capitalismo en esos primeros años (…) de igual modo que una izquierda, presentándose como candidata al gobernar, realizaba efectivamente la tarea de contener, desmovilizar y paralizar al proletariado con todas sus mistificaciones sobre el “cambio” y el electoralismo.

La izquierda se tenía que mantener en esa posición, y lo hizo, durante el mayor tiempo posible, para cumplir esa función. No se trata, pues, por nuestra parte, de que hubiéramos cometido algún error en el pasado, sino de algo diferente y más sustancial que ha ocurrido en el alineamiento de las fuerzas políticas de la burguesía. Cometeríamos un serio error si no reconociéramos ese cambio a tiempo y continuáramos repitiendo el peligro de la “izquierda en el poder”. Antes de continuar el examen de por qué este cambio ha tenido lugar y lo que significa, debemos insistir particularmente en que no estamos hablando de un fenómeno circunstancial, limitado a este o aquél país, sino a un fenómeno general, válido a corto plazo y posiblemente a medio plazo para todos los países del mundo occidental.

Tras haber cumplido efectivamente su tarea de desmovilizar a los trabajadores durante estos años pasados, la izquierda, en el poder o encaminándose hacia el poder, no puede seguir cumpliendo esa tarea sino es colocándose en la oposición. Existen muchas razones para ese cambio, tenemos las condiciones específicas de varios países, pero estas son razones secundarias. Las principales razones son el debilitamiento de las mistificaciones de la izquierda, de la izquierda en el poder, y la gradual desilusión de las masas trabajadoras. La reciente reanudación y radicalización de la lucha obrera lo confirman.

Recordemos los tres criterios que hacíamos en análisis y discusiones anteriores como condiciones para la llegada de la izquierda al poder:

1. La necesidad de fortalecer las medidas de capitalismo de Estado,

2. Una integración más estrecha dentro del bloque imperialista occidental sometido al capital estadounidense;

3. encuadramiento efectivo de la clase obrera e inmovilización de sus luchas.

La izquierda reunía esas tres condiciones con más eficacia, y Estados Unidos, líder del bloque, apoyaron su llegada al poder, aunque con evidentes reservas hacia los PC (...) Pero mientras que Estados Unidos mantenían su desconfianza hacia los PC, daban, en cambio, su apoyo total al mantenimiento o al acceso de los socialistas al poder, allí donde era posible...

Volvamos a los criterios sobre la izquierda en el poder. Cuando los examinamos más de cerca, podemos ver que aunque la izquierda los cumple muy bien, no son todos patrimonio exclusivo de la izquierda. Los dos primeros, las medidas de capitalismo de Estado y la integración a un bloque, pueden ser cumplidos fácilmente, si la situación lo requiere, por otras fuerzas políticas de la burguesía: partidos de centro e incluso de derechas ([2]) (...) En cambio, el tercer criterio, el encuadramiento de la lucha obrera, es propiedad exclusiva de la izquierda, es su función específica, su razón de ser.

La izquierda no puede cumplir su función solamente, ni siquiera generalmente, cuando está en el poder... En regla general, la participación de la izquierda en el poder es absolutamente necesaria en dos situaciones precisas:

1. en la Unión sagrada para desviar a los trabajadores hacia la defensa nacional en la preparación directa de la guerra,

2. y en una situación revolucionaria para frenar el movimiento hacia la revolución.

Fuera de estas dos situaciones extremas cuando la izquierda no puede evitar exponerse abiertamente como defensor incondicional del régimen burgués enfrentándose directamente por la violencia a la clase obrera, debe tratar siempre de evitar que aparezca su verdadera identidad, su función capitalista, y mantener la mistificación de que su política está destinada a defender los intereses de la clase obrera (...) Así, aún si la izquierda como cualquier otro partido burgués aspira «legítimamente» al gobierno, hay que hacer notar una importante diferencia entre estos partidos y los demás de la burguesía en cuanto a su participación en el poder. Esto se debe a que aquellos partidos se proclaman partidos “obreros” y por ello están obligados a presentarse con caretas y fraseología “anticapitalistas”, como lobos disfrazados de corderitos. Su estancia en el poder los lleva en una situación ambivalente, más difícil que para la mayoría de los partidos francamente burgueses. Un partido abiertamente burgués hace en el poder lo que abiertamente dice que va a hacer: la defensa del capital, y no se desprestigia al hacer políticas antiobreras. Es exactamente el mismo en la oposición que en el gobierno. Es muy diferente para los partidos de izquierda, pues deben tener una fraseología obrera y una práctica capitalista, un lenguaje en oposición y una práctica opuesta cuando están en el gobierno (...)

Después de una explosión de descontento social y convulsiones que habían sorprendido a la burguesía, y que pudieron ser neutralizadas mediante la “izquierda en el poder”, la profundización de la crisis, las ilusiones en la izquierda empezaron a debilitarse, la lucha de clases empezó a reavivarse. Llegó a ser necesario para la izquierda estar en la oposición y radicalizar su fraseología, para ser capaz de controlar el resurgir de la lucha. Obviamente esto no podía ser algo absoluto y definitivo, pero hoy por hoy y para el futuro inmediato es un fenómeno general» ([3]) (idem).

4. El texto de 1979 como podemos comprobar, nos recuerda que es necesario examinar el fenómeno del desarrollo de las fuerzas políticas a la cabeza del Estado burgués desde tres ángulos diferentes:

– la necesidad de la burguesía de enfrentar la crisis económica,

– las imperativos imperialistas de cada burguesía nacional,

– la política hacia el proletariado.

También ese texto afirmaba que este último aspecto es, en última instancia, el más importante en el periodo histórico abierto por el resurgir proletario a finales de los 60.

En nuestros esfuerzos por entender la situación actual, la CCI tomó este factor en cuenta en enero de 1990, en el momento del desmoronamiento del bloque del Este y el retroceso en la conciencia que provocó en la clase obrera: «esto es por lo que, en particular, tenemos que adaptar los análisis de la CCI de la izquierda en la oposición. Esta fue una carta necesaria de la burguesía a finales de los 70 y durante los 80 debido a la dinámica general de la clase hacia el incremento de los combates y del desarrollo de la conciencia, y su creciente rechazo de las mistificaciones democráticas, electorales y sindicales (...) Por el contrario, el presente reflujo de la clase significa que por un tiempo esta estrategia no será una prioridad para la burguesía» (Revista internacional nº 61).

Sin embargo, lo que en esa época fue visto como una posibilidad está hoy imponiéndose como una regla casi general (aún más general que la de izquierda en la oposición durante los 80). Tras haber visto la posibilidad del fenómeno, es importante entender sus causas, teniendo en cuenta los tres factores mencionados arriba.

5. La búsqueda de las causas de la hegemonía de la izquierda en Europa debe estar basada en una consideración de las características específicas del periodo actual. Este trabajo se ha hecho en los tres informes sobre la situación internacional presentado al Congreso, y este no es el lugar para volver a los detalles. Sin embargo, es importante comparar la situación actual con la de los 70 cuando la izquierda jugó la baza de la izquierda en el gobierno o en dirección al gobierno.

En el plano económico, los años 70 fueron los primeros años de la crisis abierta del capitalismo. De hecho, fue principalmente después de la recesión de 1974 cuando la burguesía llegó a ser consciente de la gravedad de la situación. Sin embargo, a pesar de la violencia de las convulsiones de aquel periodo, la clase dominante todavía se agarraba a la ilusión de que podía haber una solución. Atribuyendo sus dificultades al alza de los precios del petróleo posterior a la guerra de Yom Kippur en 1973, esperaba superar los problemas mediante la estabilización de los precios del crudo e instalando nuevas fuentes de energía. También contaba con un relanzamiento alimentado con créditos considerables (los «petrodólares») otorgados a los países del Tercer mundo. Finalmente imaginó que las nuevas medidas de capitalismo de Estado de tipo neokeynesiano permitirían estabilizar los mecanismos de la economía en cada país.

En el plano de los conflictos imperialistas, hubo una agravación, debido en gran parte a un desarrollo de la crisis económica, aún si esa agravación fue menor que la ocurrida a principios de los 80. La necesidad de una disciplina mayor dentro de cada bloque fue un elemento importante en la política burguesa (así en un país como Francia, la subida al poder de Giscard d’Estaing en 1974 puso fin a las veleidades de «independencia», típicas del periodo gaullista).

En el plano de la lucha de clases, este periodo se caracterizó por la muy fuerte combatividad que se desarrolló en todos los países, tras la oleada de mayo 68 en Francia y el «mayo rampante» en Italia de 1969; una combatividad que inicialmente había tomado por sorpresa a la burguesía.

En esos tres aspectos, la situación hoy es muy diferente de la que fue en los 70. En el plano económico, la burguesía ha perdido, en gran parte, sus ilusiones sobre la «salida» de la crisis. A pesar de las campañas del periodo reciente sobre los beneficios de la «globalización», ya no pretende retornar a los «treinta gloriosos» años del período de reconstrucción, aunque todavía espere limitar los estragos de la crisis. E incluso esta última esperanza ha quedado severamente minada desde el verano de 1997 con el hundimiento de los «dragones» y «tigres» de Asia, seguido por la caída de Rusia y Brasil en 1998.

En lo que a conflictos imperialistas se refiere, la situación se ha alterado radicalmente: hoy ya no existen bloques imperialistas. Sin embargo, los enfrentamientos militares no han sido superados. Al contrario se han agudizado, multiplicado, acercándose cada vez más a los países centrales, especialmente las metrópolis de Europa occidental. También han estado marcados por una tendencia a la cada vez mayor participación directa de las grandes potencias, mientras que, en los años 70, en cambio, hubo cierto rechazo por parte de las grandes potencias a participar directamente, particularmente Estados Unidos, que se retiraba de Vietnam.

En el plano de las luchas obreras, el período actual está marcado por el retroceso de la combatividad y de la conciencia provocado por los acontecimientos de finales de los 80 (desmoronamiento del bloque del Este y de los regímenes «socialistas») y principios de los 90 (guerra en el Golfo, guerra en Yugoslavia etc.), aunque sí están apareciendo tendencias al resurgir de la combatividad y hay una profunda fermentación política en una, todavía, pequeña minoría.

Finalmente, es importante subrayar el nuevo factor que influye en la vida de la sociedad de hoy y que no existía en los años 70: la entrada en la fase de descomposición del período de decadencia del capitalismo.

6. Este último factor debe tenerse en cuenta si queremos entender el fenómeno actual de la izquierda en el poder. La descomposición afecta a toda la sociedad y en primer lugar a la clase dominante. Este fenómeno es particularmente espectacular en los países de la periferia y constituye un factor de inestabilidad creciente que frecuentemente alimenta enfrentamientos imperialistas. Hemos demostrado que en los países más desarrollados, la clase dominante está mucho mejor preparada para controlar los efectos de la descomposición pero no puede protegerse completamente de ellos. Uno de los ejemplos más espectaculares es sin duda la bufonada del «Monicagate» en el seno de la primera burguesía del mundo, que aunque debía servir para la reorientación de la política imperialista americana, al mismo tiempo ha acarreado una pérdida de su autoridad.

Entre los diferentes partidos burgueses, no todos los sectores están afectados por la descomposición de la misma manera. Todos los partidos burgueses, obviamente, tienen la misión de preservar, a corto y largo plazo, los intereses del capital nacional. Sin embargo, en el espectro de partidos, los que generalmente tienen una clara conciencia de sus responsabilidades, son los de izquierda, pues están menos atados a los intereses inmediatos de este o aquel sector capitalista, y también porque la burguesía en ocasiones ya les ha dado un papel dirigente en momentos decisivos de la sociedad (guerras mundiales y sobre todo, en períodos revolucionarios). Evidentemente, los partidos de izquierda están sometidos a los efectos de la descomposición, corrupción, escándalos, una tendencia a la escisión. De cualquier manera, el ejemplo de países como Italia o Francia muestra que por sus características, los partidos de izquierda están menos afectados que los de derechas. En todo caso, uno de los elementos que nos permite explicar la llegada de partidos de izquierda al gobierno en varios países es que esos partidos están más capacitados para resistir a los efectos de la descomposición y tienen una gran cohesión (esto es también válido para un país como Gran Bretaña donde los conservadores están mucho más divididos que los laboristas) ([4]).

Otro factor que permite explicar los «éxitos» actuales de la izquierda, relacionado con el problema de la descomposición es la necesidad de dar brillo a la mistificación democrática y electoral. El desmoronamiento de los regímenes estalinistas fue un factor importante en el resurgir de estas mistificaciones, particularmente entre los obreros que, mientras existió un sistema que se presentaba como diferente del capitalismo, podía alimentar la esperanza de que había una alternativa al capitalismo (aún si tenían pocas ilusiones sobre los llamados países socialistas). De cualquier manera, la guerra del Golfo del 91 fue un golpe contra las ilusiones democráticas. Más aun, el desencanto hacia los valores tradicionales de la sociedad, un rasgo característico de la descomposición, y que se expresa especialmente en la atomización y la tendencia a «cada uno para sí», iba a tener obligatoriamente consecuencias sobre las clásicas instituciones del Estado capitalista, y, en particular, los mecanismos democráticos y electorales. Y ha sido precisamente la victoria electoral de la izquierda en países donde, en conformidad con las necesidades de la burguesía, la derecha había gobernado durante un largo período (especialmente en países importantes como Alemania y Reino Unido) un factor muy importante en la restauración de las mistificaciones electoralistas.

7. El aspecto de los conflictos imperialistas (que también está vinculado a la descomposición: el derrumbe del bloque del Este y la tendencia a «cada uno para sí» a nivel internacional) es otro factor importante en la llegada de la izquierda al gobierno en muchos de países. Ya hemos visto que la necesaria reorientación de la diplomacia italiana, en detrimento de la alianza con EE.UU., fue un elemento central en la quiebra y desaparición de la Democracia cristiana, al igual que la caída del «polo» Berlusconi, más favorable a los EE.UU. Hemos visto también que la mayor homogeneidad de los laboristas en Gran Bretaña hacia la Unión Europea, fue una de las claves para la elección de Blair por la burguesía británica. Finalmente, la llegada al gobierno alemán de los sectores políticos más alejados del hitlerismo, y que incluso se habían hecho un traje de «pacifistas» (los socialdemócratas y sobre todo los Verdes) ha sido la mejor tapadera para las ambiciones imperialistas de un país que a largo plazo es el principal rival de Estados Unidos. Sin embargo, hay otro elemento que debe tenerse en consideración y que se aplica a países como Francia donde no hay diferencia entre la izquierda y la derecha en política internacional. Se trata de la necesidad, para cada burguesía de los países centrales, de participar cada día más en los conflictos bélicos que azotan el mundo y de la naturaleza misma de esos conflictos, frecuentemente presentados como horribles masacres de poblaciones civiles, frente a las cuales, la «comunidad internacional» debe aplicar la «ley» y enviar sus «misiones humanitarias». Desde 1990, casi todas las intervenciones militares de las grandes potencias (y particularmente en Yugoslavia) se han puesto ese disfraz humanitario y no el de los «intereses nacionales». Y para llevar a cabo guerras «humanitarias», está claro que la izquierda está mejor situada que la derecha (aunque ésta pueda también hacer esa faena), dado que su especialidad es precisamente la defensa de «los derechos humanos» ([5]).

8. En cuanto a la gestión de la crisis económica, también hay elementos que van a favor de la izquierda en el gobierno en la mayoría de los países. En particular, tenemos el fracaso patente de las políticas ultraliberales, de las que Thatcher y Reagan fueron los más notables representantes. Obviamente, la burguesía no tiene otra elección sino continuar los ataques económicos contra la clase obrera. Tampoco volverá atrás en sus privatizaciones, las cuales le han permitido:

– aliviar los déficits presupuestarios del Estado,

– hacer más rentables cierta cantidad de actividades,

– evitar la politización inmediata de conflictos sociales en situaciones en las que el propio Estado es el patrón.

Dicho lo cual, el fracaso de las políticas ultraliberales (plasmada claramente en la crisis asiática) da argumentos a quienes abogan por una mayor intervención del Estado. Esto es válido a nivel del discurso ideológico: la burguesía tiene que aparentar estar corrigiendo lo que elle misma presenta como resultado de sus errores – la agravación de la crisis – para impedir que ésta favorezca el desarrollo de la conciencia en el proletariado. Pero es igualmente válido a nivel de la política real: la burguesía esta tomando conciencia de los «excesos» de la política ultraliberal. En la medida en que la derecha ha estado fuertemente marcada por esta política del «menos Estado», la izquierda es, por el momento, la mejor situada para organizar tales cambios (aunque también la derecha puede tomar este tipo de medidas como vimos con Giscard d’Estaing en Francia en los años 70; e incluso si hoy es un hombre de derechas, Aznar en España, quien se identifica con la política del partido laborista de Blair). La izquierda no podrá restablecer el «Estado del bienestar» pero quiere dar la impresión de no traicionar completamente su programa restableciendo una mayor intervención del Estado en la economía.

Además, el fracaso de la «globalización a ultranza», que se concretó en la crisis asiática, es otro factor adicional que lleva agua al molino de la izquierda. Cuando la crisis abierta a principios de los 70, la burguesía entendió que no podía repetir los errores que agravaron la crisis en los años 30. Por ejemplo, a pesar de todas las tendencias en esta dirección, fue necesario combatir la tentación del repliegue de cada país en la autarquía y el proteccionismo, lo cual hubiera dado un golpe fatal al comercio mundial. Esto es por lo que la Comunidad económica europea pudo proseguir su desarrollo hasta desembocar en la Unión europea e instaurar el euro. Por eso también se instauró la Organización mundial del comercio para limitar los aranceles y favorecer los intercambios internacionales. Sin embargo, esa política de apertura de los mercados ha sido un factor importante en la explosión de la especulación financiera (que es el «deporte» favorito de los capitalistas en períodos de crisis cuando hay pocas oportunidades de ganancias en actividades productivas), peligro que quedó patente con la crisis asiática. Aunque la izquierda ni ha puesto ni pondrá nunca en tela de juicio lo esencial de la política de la derecha, sí está a favor de una mayor regulación de los movimientos financieros internacionales (una fórmula sería, por ejemplo, la «tasa Tobin»), que permita limitar los excesos de la globalización. Y al hacer eso, lo que hace es crear una especie de «cordón sanitario» en torno a los países más desarrollados, limitando al máximo los efectos de las convulsiones que golpean a los países de la periferia.

9. La necesidad de enfrentar el desarrollo de la lucha de clases es un factor esencial en la llegada de la izquierda al gobierno en el período actual. Pero antes de determinar las razones de ello, debemos ver las diferencias entre la situación actual y la situación en los años 70 en ese aspecto. En los 70, el argumento, ante las masas obreras, para la izquierda en el gobierno era:

– hay que hacer una política económica radicalmente diferente de la de la derecha, una política socialista que volverá a incentivar la economía y «hará pagar a los ricos» ([6]);

– para no comprometer esta política o permitir a la izquierda ganar las elecciones, hay que limitar las luchas sociales.

Para decirlo claramente, la «alternativa de izquierdas» tenía la función de canalizar el descontento y la combatividad de los obreros hacia las urnas.

Hoy, los diferentes partidos de izquierda que han llegado al gobierno tras ganar las elecciones, ya no usan, ni mucho menos, el lenguaje «obrero» que usaban en los 70. Los ejemplos más patentes son Blair, el apóstol de la tercera vía, y Schroeder el hombre del «nuevo centro». De hecho, no se trata de canalizar una débil combatividad hacia las urnas sino asegurar que en el gobierno, la izquierda no va a tener un lenguaje muy diferente del de la campaña electoral, desprestigiándose así rápidamente como en los 70 (por ejemplo, el partido laborista de Gran Bretaña llegó al poder tras la huelga de los mineros de 1974 teniendo que dejarlo en 1979 enfrentado a un nivel excepcional de combatividad). El que la izquierda tenga una cara mucho más «burguesa» que en los 70 es un reflejo del bajo nivel de combatividad de la clase obrera hoy. Esto permite a la izquierda sustituir a la derecha sin sobresaltos. Sin embargo, la generalización de los gobiernos de izquierda en los países más avanzados no es solo un fenómeno «por defecto» relacionado con la debilidad de la clase obrera. También desempeña un papel «positivo» para la burguesía ante a su enemigo mortal. Y esto tanto a medio como a corto plazo.

A medio plazo, la alternancia no solo ha vuelto a dar prestigio al proceso electoral, sino que ha permitido a los partidos de la derecha recuperar fuerzas en la oposición ([7]); así serán más capaces de asumir su papel cuando sea necesario volver a poner a la izquierda en la oposición con una derecha «dura» en el poder ([8]).

En lo inmediato, el lenguaje «moderado» de la izquierda para hacer pasar sus ataques hace posible evitar explosiones de combatividad favorecidas por las provocaciones y el lenguaje duro de una derecha del estilo de Thatcher, por ejemplo. Y este es efectivamente uno de los objetivos más importantes de la burguesía. Como lo hemos mostrado, el desarrollo de la lucha es una de las condiciones esenciales que permitirá a la clase obrera recuperar el terreno perdido con la caída del bloque del Este y recuperar su conciencia. Por eso, la burguesía hoy está tratando de ganar el mayor tiempo posible, aun si sabe que no podrá jugar durante mucho tiempo esa baza.

10. Así pues, los diferentes factores que hoy motivan que la burguesía juegue la baza de la izquierda en el gobierno son: la gestión de la crisis, los conflictos imperialistas y la política frente a la amenaza proletaria. Y entre esos tres factores, es este último el de mayor importancia. Es tanto más importante porque en lo que se refiere a la «gestión de la crisis», lo esencial de la política de la izquierda es su capacidad para tener un lenguaje diferente al de una derecha que acaba de dejar el gobierno y no tanto las medidas concretas que haya de tomar y que la derecha podría también adoptar. O sea que es su función ideológica la que le da toda su valía a la izquierda en la gestión de la crisis, una función ideológica dirigida a toda la sociedad, pero sobre todo a la fuerza principal que se enfrenta a la burguesía, el proletariado.

De igual modo, en lo referente a los conflictos imperialistas, lo esencial que la izquierda puede aportar a la política belicista de la burguesía, proporcionándole el disfraz «humanitario» más atractivo, pertenece a su discurso y a sus mentiras ideológicas, los cuales también se dirigen a la sociedad entera, pero fundamentalmente a la clase obrera, única fuerza capaz de ser un obstáculo a la guerra imperialista.

El papel esencial que, al fin y al cabo, desempeña el factor «hacer frente a la amenaza proletaria» en la política actual llevada por la burguesía de poner a sus izquierdas en los gobiernos, es una nueva ilustración del análisis desarrollado por la CCI desde hace más de treinta años: la relación de fuerzas general entre las clases, el curso histórico, no es favorable a la burguesía (contrarrevolución, curso hacia la guerra mundial), sino al proletariado (salida de la contrarrevolución, curso hacia enfrentamientos de clase). El proletariado ha sufrido un retroceso con el hundimiento de los regímenes estalinistas y las campañas incesantes sobre la «muerte del comunismo», pero este retroceso no ha puesto en entredicho, en lo esencial, el curso histórico.

11. La presencia masiva de los partidos de izquierda en los gobiernos europeos es un aspecto muy significativo de la situación actual. Esta baza no la juega cada una de las burguesías nacionales en su rincón. Ya durante los años 70, cuando la baza de la izquierda en o hacia el poder fue jugada por la burguesía europea, tenía el apoyo del presidente demócrata de Estados Unidos, Carter. En los años 80, la baza de la izquierda en la oposición y de una derecha «dura» encontró en Ronald Reagan (tanto como en Thatcher) su representante más eminente. En aquella época, la burguesía elaboraba sus políticas a nivel del bloque occidental. Hoy los bloques han desaparecido y las tensiones se han ido agudizado constantemente entre Estados Unidos y bastantes Estados europeos. En todo caso, enfrentadas a la crisis y a la lucha de clases, a las principales burguesías del mundo les interesa seguir coordinando sus políticas. Así, el 21 de septiembre en Nueva York hubo una cumbre del «centro izquierda internacional» en la que Tony Blair enalteció el «centro radical» y Romano Prodi el «Olivo mundial» ([9]). Bill Clinton, por su parte, expresó su júbilo de ver la «tercera vía» extendiéndose por el mundo ([10]). Sin embargo, estas expresiones de entusiasmo de los principales líderes de la burguesía no pueden ocultar la gravedad de la situación mundial que es lo que realmente se oculta detrás de la estrategia actual de la burguesía.

Es probable que la burguesía mantenga esa estrategia durante algún tiempo. Es especialmente vital que los partidos de derechas recobren su fuerza y cohesión, lo que eventualmente les permitirá ocupar su lugar en la cumbre del Estado. Además, el hecho de que la subida al gobierno de la izquierda en bastantes países (y particularmente en Gran Bretaña y Alemania) haya ocurrido «en frío», en un clima de débil combatividad de la clase obrera (al contrario de lo que ocurrió en Gran Bretaña en 1974 por ejemplo), con un programa electoral muy cercano a lo que tienen que realizar efectivamente, significa que la burguesía tiene la intención de jugar esa baza durante bastante tiempo. De hecho, uno de los elementos decisivos que determinará el momento de regreso de la derecha, será el retorno de las luchas masivas del proletariado al ruedo social.

En espera de ese momento, cuando todavía el descontento se siga expresando de manera limitada y sobre todo aislada, le incumbe a la «izquierda de la izquierda» canalizar el descontento. Como ya hemos visto, la burguesía no puede dejar el terreno social totalmente indefenso. Por eso estamos viendo cierto fortalecimiento de los izquierdistas (en Francia, en particular). Por eso, en ciertos países, los partidos de izquierda en el gobierno han procurado guardar distancias con los sindicatos para que éstos puedan así usar un lenguaje más «atrevido». De cualquier manera, el hecho de que en Italia todo un sector de Rifondazione Comunista haya decidido apoyar al gobierno y que en Francia la CGT haya decidido en su último congreso adoptar una política más «moderada» muestra que no hay urgencias, en ese aspecto, para la clase dominante.

 


 

[1] Cabe señalar que en Suecia, en donde la socialdemocracia, en las últimas elecciones, ha obtenido su peor resultado desde 1928, la burguesía ha puesto, a pesar de todo, a ese partido, con el apoyo del partido estalinista, para dirigir los asuntos del Estado.

[2] Esta es una idea que la CCI ha desarrollado en numerosas ocasiones «se puede ver que los partidos de izquierda no son los únicos representantes de la tendencia general hacia el capitalismo de estado, que en períodos de crisis esta tendencia se expresa fuertemente, que cualquier tendencia política que esté en el poder, no puede evitar tomar medidas de nacionalización, única diferencia entre derecha e izquierda es cómo alistar al proletariado: la zanahoria o el palo» (Révolution internationale n° 9, 1974). Como podemos ver, el análisis que desarrollamos en el tercer Congreso no cayó del cielo sino que fue desarrollado a partir del marco que habíamos desarrollado cinco años antes.

[3] La posibilidad para un partido de izquierdas de representar mejor su papel quedándose en la oposición que yendo al gobierno no es tampoco una idea nueva en la CCI. Cinco años antes escribíamos sobre España: «[El PCE] se ve cada día más desbordado en las luchas actuales y… corre el riesgo, en caso de que ocupe puestos de gobierno, no poder controlar la clase, lo cual es su función; su eficacia antiobrera sería mucho mayor quedándose en la oposición» (Révolution internationale nº 11, publicación de la CCI en Francia, septiembre de 1974).

[4] Es importante subrayar, sin embargo, lo que ya se afirma antes: la descomposición afecta de manera muy diferente a la burguesía según que se trate de un país avanzado o de un país atrasado. En los países de antigua burguesía, su aparato político, incluidos sus sectores de derecha más vulnerables, es capaz, en general, de controlar la situación, evitando convulsiones que sí afectan a los países del Tercer mundo o a algunos países del antiguo imperio soviético.

[5] Después de haber redactado este texto, la guerra en Yugoslavia ha venido a dar una ilustración patente de esa idea. Los bombardeos de la OTAN se han presentado como «humanitarios» y con ellos se protegería a la población albanokosovar contra los desmanes de Milosevic. Todos los días, el espectáculo televisivo de la tragedia de los refugiados albanokosovares venía a reforzar la repugnante tesis de la «guerra humanitaria». En esta campaña ideológica guerrera, esta izquierda de la izquierda que son los Verdes se ha ilustrado muy notablemente pues es el líder de los Verdes alemanes, Joshka Fischer, quien dirige la diplomacia de guerra alemana en nombre de los ideales «pacifistas» y «humanitarios» de los que tanto hacía gala en el pasado. Y en Francia, mientras que el Partido socialista dudaba sobre la intervención terrestre, han sido los Verdes quienes, en nombre de la «urgencia humanitaria» llamaban a tal intervención. La izquierda de hoy vuelve a encontrar el tono de sus antepasados de los años 30 cuando reclamaban «armas para España» y que no querían dejar a nadie la primera fila en la propaganda belicista en nombre del antifascismo.

[6] Era la época en que Mitterrand (¡y no un izquierdista cualquiera!) hablaba en sus discursos electorales de «ruptura con el capitalismo».

[7] En general, las «curas de oposición» son una buena terapia para fuerzas burguesas gastadas por una larga presencia en el poder. Sin embargo, esto no es válido en todos los países. Por ejemplo, el retorno a la oposición de la derecha francesa tras el fracaso electoral de la primavera de 1997, ha sido para ella una nueva catástrofe. Este aparato político burgués no ha cesado de mostrar sus incoherencias y sus divisiones, cosa que no habría podido hacer si se hubiera mantenido en el poder. Es cierto que se trata, según se dice en Francia, «de la derecha más estúpida del mundo». A este respecto, es difícil aceptar lo que da a entender le Prolétaire en un artículo sobre el tema: si Chirac decidió unas elecciones anticipadas en 1997 fue, deliberadamente, para dejar que el Partido socialista ocupara el gobierno. Cierto es que la burguesía es maquiavélica, pero tiene sus límites. Y Chirac, que ya de por sí es bastante «limitado», no habría deseado la derrota de su partido, derrota que ha hecho de éste un actor secundario en la política del país.

[8] [Nota añadida tras el Congreso de la CCI]. Las elecciones europeas de junio de 1999, en las que se ha visto en la mayoría de los países (especialmente en Alemania y Gran Bretaña) una subida muy sensible de las derechas, han sido la prueba de que la cura de oposición empieza a sentarle bien a ese sector del aparato político de la burguesía. El notorio ejemplo contrario es, evidentemente, el de Francia en donde esas elecciones han sido un nuevo varapalo para las derechas, no ya en cuanto a la cantidad de votos, sino en sus disensiones, que han alcanzado niveles grotescos.

[9] La coalición de centro izquierda que gobierna Italia se llama «el Olivo».

[10] Cabe señalar que la baza de la izquierda en el gobierno que hoy está jugando la burguesía en los países más avanzados tiene cierto eco, sin olvidar las peculiaridades locales, en algunos países de la periferia. La reciente elección de Chávez, ex coronel golpista, en Venezuela, por ejemplo, con el apoyo de la «Izquierda revolucionaria» (MIR) y de los estalinistas (PCV), en detrimento de la derecha (Copei) y de la Socialdemocracia (AD), muy desprestigiada, se aparenta a la fórmula «izquierda en el gobierno». De igual modo, estamos hoy asistiendo en México al auge del partido de izquierdas PRD de Cárdenas (hijo de un antiguo presidente), el cual ya hoy se ha apoderado del municipio de la capital a costa del PRI (en el poder desde hace ochenta años) y que ha obtenido recientemente el apoyo discreto del propio Clinton.

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [4]

Noticias y actualidad: 

  • Crisis económica [5]

Crisis económica (III) – Los años 90 - Treinta años de crisis abierta del capitalismo

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La tercera parte de esta historia de la crisis capitalista la dedicamos a la década de los 90. Esta década no se ha cerrado todavía pero sus últimos 30 meses están siendo especialmente graves en el plano económico([1]).

Hemos asistido a lo largo de la década al hundimiento de todos los modelos de gestión económica que el capitalismo presentaba como panacea y solución: en 1989 fue el modelo estalinista que la burguesía ha vendido como «comunismo» para mejor avalar la mentira del «triunfo del capitalismo». Tras él han ido cayendo, uno detrás de otro, aunque de forma más discreta, los alabados modelos alemán, japonés, sueco, suizo y, finalmente, el de los «tigres» y «dragones» asiáticos. Esta sucesión de fracasos muestra que el capitalismo no tiene solución a su crisis histórica y que tantos años de trampas y manipulaciones de las leyes económicas no la han sino empeorado considerablemente.

El hundimiento de los países del Este y la recesión mundial de 1991-93

El derrumbe de los países del antiguo bloque ruso ([2]) es un auténtico descalabro: de 1989 a 1993, los índices de producción caen regularmente entre un 10 y un 30 %. Rusia ha perdido entre 1989 y 1997 ¡el 70 % de su producción industrial! Sí bien a partir de 1994 los ritmos de caída se moderan, el balance sigue siendo desolador: países como Bulgaria, Rumania o Rusia siguen presentando índices negativos mientras que únicamente Polonia, Hungría y la República checa ofrecen tasas positivas.

El desplome de estas economías que cubren más de la sexta parte del territorio mundial es el más grave de todo el siglo XX en tiempos de «paz». Se añade a la lista de damnificados durante los años 80: la mayoría de países africanos y un buen número de países asiáticos, caribeños, centroamericanos y sudamericanos. Las bases de la reproducción capitalista a escala mundial sufren una nueva e importante amputación. Pero el hundimiento de los países del antiguo bloque del Este no es un hecho aislado, es el anuncio de una nueva convulsión de la economía mundial: tras 5 años de estancamiento y tensiones financieras (ver nuestro artículo anterior), desde finales de 1990, la recesión se apodera de las grandes metrópolis industriales:

  • Estados Unidos conoce una ralentización del crecimiento entre 1989 y 1990 (2 % y 0,5 %) que se convierte en una tasa negativa en 1991: – 0,8 %;
  • Gran Bretaña sufre la recesión más fuerte desde 1945 que se prolonga hasta 1993;
  • en Suecia, la recesión es la más violenta desde la posguerra, entrando a partir de entonces en una situación de semi estancamiento (el famoso «modelo sueco» desaparece de los libros de texto);
  • aunque la recesión se retrasa en Alemania y en los demás países de Europa occidental, estalla sin embargo a mediados de 1992 y se prolonga durante 1993-94. En 1993, la producción industrial de Alemania cae un 8,3 % y para el conjunto de países de la Unión europea (UE) la producción total cae un 1 %;
  • Japón desde 1990 cae en un estado de recesión larvada: la media durante el periodo 1990-97 es un raquítico 1,2 % y ello pese a que el gobierno ha realizado nada menos que ¡11 planes de relanzamiento!
  • El desempleo bate nuevos récords históricos. Baste señalar unos pocos datos:

- en 1991, los 24 países de la OCDE eliminaron 6 millones de puestos de trabajo;

- entre 1991 y 1993, se destruyeron 8 millones de empleos en los 12 países de la Unión europea;

- en 1992, Alemania alcanza el nivel de paro de los años 30 y desde entonces, lejos de bajar, seguirá aumentando llegando a los 4 millones en 1994 y a los 5 millones en 1997.

Aunque en términos de caída de índices de producción, la recesión de 1991-93 parezca más suave que las anteriores de 1974-75 y 1980-82, hay una serie de elementos cualitativos que muestran lo contrario:

  • a diferencia de las recesiones anteriores ningún sector se salva de la crisis;
  • la recesión golpea especialmente a los sectores de informática y armamentos que nunca se habían visto afectados. Así, en 1991 IBM realiza 20 000 despidos (80 000 en 1993); NCR 18 000; Digital Equipment 10 000; Wang 8 000, etc. En 1993, la modernísima y potente industria alemana del automóvil planifica 100 000 despidos;
  • se produce un fenómeno tampoco visto en recesiones anteriores. Aquellas se habían producido porque los gobiernos, ante la amenaza de la inflación, habían cerrado bruscamente el grifo crediticio. En cambio, esta tiene lugar en medio de enormes inyecciones de crédito que no consiguen estimular la máquina económica: «al contrario de lo que se produjo cuando las recesiones de 1967, 1970, 1974-75 y 1980-82, el aumento de la masa monetaria creada directamente por el Estado (billetes del banco central y piezas de moneda) ya no provoca un aumento de la masa de créditos bancarios. Por mucho que el gobierno americano apriete el acelerador, la máquina bancaria sigue sin responder» (Revista internacional nº 70: «Una recesión peor que las anteriores») . Así, entre 1989 y 1992 la Reserva federal estadounidense baja 22 veces el tipo de interés pasando de un 10% a un 3% (una cifra inferior a la tasa de inflación lo que significa que se presta el dinero a la banca de forma prácticamente gratuita) sin con ello lograr animar la economía. Es lo que los expertos llaman el «credit-crunch», la «contracción del crédito»;
  • se produce un importante rebrote inflacionario. Los datos para 1989-90 son:

USA .................................................................  6 %

Gran Bretaña ....................................  10,4 %

C.E.E. ..........................................................  6,1 %

Brasil .........................................................  180 %

Bulgaria .....................................................  70 %

Polonia .......................................................  50 %

Hungría ......................................................  40 %

URSS ............................................................  34 %

La recesión de 1991-93 muestra la reaparición tendencial de la tan temida combinación que tanto asustaba a los gobernantes burgueses en los años 70: la recesión más la inflación, la estanflación. De forma general, evidencia que la «gestión de la crisis», que analizamos en el primer artículo de esta serie, no puede ni superar ni siquiera atenuar los males del capitalismo y no hace otra cosa que aplazarlos haciéndoles mucho peores de tal forma que cada recesión es peor que la anterior pero mejor que la siguiente. En ese sentido la de 1991-93 manifiesta 3 rasgos cualitativos muy importantes:

  • el crédito es cada vez más incapaz de relanzar la producción;
  • se agrava el riesgo de una combinación entre estancamiento de la producción, por un lado, y de explosión inflacionaria, por otro;
  • los sectores punta que hasta entonces se habían librado de la crisis entran en ella: informática, telecomunicaciones, armamentos.

Una recuperación sin empleos

Desde 1994 y tras unos tímidos intentos en 1993, la economía de Estados Unidos, acompañada por las de Canadá y Gran Bretaña, comienza a presentar cifras de crecimiento que no superarán nunca el 5%. Ello permite a la burguesía cantar victoria y proclamar a los cuatro vientos el «relanzamiento» económico e incluso hablar de «años de crecimiento ininterrumpido» etc.

Esta «recuperación» se apoya sobre:

  • El endeudamiento masivo de Estados Unidos y de toda la economía mundial:
  1. entre 1987 y 1997 el endeudamiento total de EE.UU. ha crecido a un ritmo diario de 628 millones de dólares. Las bases de este endeudamiento son, por una parte, un drenaje de la enorme masa de dólares que circula por todo el mundo ([3]) y, por otra parte, el estímulo desaforado del consumo doméstico que provoca el desmoronamiento del ahorro de tal forma que en 1996, después de 53 años, la tasa de ahorro vuelve a ser negativa,
  2. China y los llamados «tigres» y «dragones» asiáticos reciben cuantiosos fondos sobre la base de la paridad entre su moneda local y el dólar (un fabuloso negocio para los inversionistas extranjeros) como combustible de su rápido aunque ilusorio crecimiento,
  3. una serie de países clave de América Latina (Brasil, Chile, Argentina, Venezuela, Méjico) son el centro de enormes préstamos especulativos pagados con elevados intereses a corto plazo;
  • un aumento espectacular de la productividad del trabajo que permite bajar los costes y hacer las mercancías americanas más competitivas;
  • una agresiva política comercial por parte del capital americano cuyos pilares son:
  • obligar a sus rivales al desmantelamiento de aranceles y de otros mecanismos proteccionistas,
  • manipulación del dólar, dejando caer sus cotizaciones cuando lo prioritario es estimular las exportaciones y haciéndolo subir cuando lo esencial es atraer fondos,
  • aprovechar al máximo todos los instrumentos que EE.UU. tiene como primer potencia imperialista (militares, diplomáticos, económicos) para favorecer sus posiciones en el mercado mundial.

Los países europeos siguen el mismo camino que EE.UU. y a partir de 1995 participan también del «crecimiento» aunque en una medida mucho menor (índices que oscilan entre el 1 y el 3 %).

La característica más destacada de esta nueva «recuperación» es que se trata de una recuperación sin empleos, lo cual constituye una novedad frente a las anteriores. Así tenemos que:

  • pese a las continuas operaciones de maquillaje estadístico, el desempleo no deja de aumentar entre 1993 y 1996 en los países de la OCDE;
  • las grandes empresas lejos de aumentar el empleo lo continúan destruyendo: se calcula que en EE.UU. las 500 primeras empresas han eliminado 500 000 puestos entre 1993 y 1996;
  • se reduce por primera vez desde 1945 la plantilla de funcionarios. Así la administración federal americana elimina 118 000 puestos entre 1994-96;
  • a diferencia de fases de recuperación anteriores el aumento de los beneficios empresariales no se acompaña con un crecimiento del empleo sino todo lo contrario.

Los nuevos empleos que se crean son más bien subempleos, pésimamente remunerados y a tiempo parcial.

Esta recuperación que aumenta el desempleo es un testimonio elocuente de la gravedad que está alcanzando la crisis histórica del capitalismo pues como señalamos en la Revista internacional nº 80 «cuando la economía capitalista funciona de manera sana, el aumento o el mantenimiento de las ganancias es el resultado del incremento de los trabajadores explotados, así como de la capacidad para extraer de ellos una mayor cantidad de plusvalía. Cuando la economía capitalista vive en una fase de enfermedad crónica, a pesar del reforzamiento de la explotación y de la productividad, la insuficiencia de los mercados le impide mantener sus ganancias, mantener su rentabilidad sin reducir el número de explotados, sin destruir capital» .

Al igual que la recesión abierta de 1991-93, la recuperación de 1994-97, por su fragilidad y sus violentas contradicciones, es un nuevo exponente de la agravación de la crisis capitalista pues a diferencia de las anteriores:

  • alcanza a un número de países mucho más pequeño;
  • EE.UU. ya no ejerce de locomotora mundial que impulsa a sus «socios» sino que se recupera a costa de ellos, principalmente en detrimento de Alemania y Japón;
  • el paro sigue creciendo y lo más que se logra es atenuar su ritmo de aumento;
  • se acompaña de continuas convulsiones financieras y bursátiles. Entre otras:
  1. quiebra de la economía mexicana (1994),
  2. cataclismo del Sistema monetario europeo (1995),
  3. bancarrota del banco Barings (1996).

Podemos concluir que en la evolución de la crisis capitalista durante los últimos 30 años cada momento de recuperación es más débil que el anterior aunque más fuerte que el siguiente, mientras que cada fase de recesión es peor que la anterior aunque mejor que la siguiente.

La llamada «mundialización»

Durante los años 90 hemos visto florecer la ideología de la «mundialización» según la cual la imposición en todo el orbe de las leyes del mercado, el rigor presupuestario, la flexibilidad laboral y la circulación sin trabas de capitales, permitirían la salida «definitiva» de la crisis (eso sí, tras una nueva carga de agobiantes sacrificios sobre la espalda del proletariado). Como todos los «modelos» que le han precedido, esa nueva alquimia es otra tentativa de los grandes Estados capitalistas de «acompañar» la crisis y tratar de frenarla. A ese respecto, esta política contiene tres elementos esenciales:

  • un incremento formidable de la productividad,
  • reducción de barreras aduaneras y trabas al comercio mundial,
  • un desarrollo espectacular de las transacciones financieras.

1) El incremento de la productividad

Durante los años 90 los países más industrializados han experimentado un importante incremento de la productividad. En este aumento podemos distinguir de un lado, la reducción de costes; de otro, el aumento de la composición orgánica del capital (la proporción entre capital constante y capital variable).

En la reducción de costes han intervenido varios factores:

  • una tremenda presión sobre los costes salariales: reducción del salario nominal y recortes cada vez más fuertes de la parte del salario materializada en prestaciones sociales;
  • una caída vertiginosa de los precios de las materias primas;
  • la eliminación sistemática y organizada de las partes no rentables del aparato productivo, tanto privadas como públicas, a través de diferentes mecanismos: cierre puro y simple, privatización de propiedades estatales, fusiones, segregación y enajenación de activos;
  • la llamada «deslocalización», o sea, el traslado de producciones con escaso valor añadido a países del Tercer Mundo que, con gastos laborales bajísimos y precios de venta irrisorios (con frecuencia recurriendo al dumping) permiten a los países centrales rebajar los costes.

El resultado general ha sido la reducción universal de los costes laborales (un aumento brutal tanto de la plusvalía absoluta como de la plusvalía relativa):

Tasa de variación anual
de los Costes laborales unitarios

                        

                         1995 1996 1997 1998

Australia           3,8      2,8      1,7     2,8

Austria              2,4     -0,6     0,0     -0,2

Canadá              3,1      3,8      2,5     0,8

Francia              1,5      0,9      0,8     0,4

Alemania          0,0     -0,4    -1,5    -1,0

Italia                  4,1      3,8      2,5     0,8

Japón                0,5     -2,9     1,9     0,5

Corea                 7,0      4,3      3,8     -4,3

España              4,2      2,6      2,7     2,0

Suecia               4,4      4,0      0,5     1,7

Suiza                  3,5      1,3     -0,4    -0,7

Gran Bretaña    4,6      2,5      3,4     2,8

Estados Unidos 3,1    2,0      2,3     2,7

(Fuente: OCDE)

Por lo que se refiere al aumento de la composición orgánica, ha seguido creciendo a lo largo del periodo de decadencia pues es imprescindible para compensar la caída de la tasa de ganancia. En los 90, la introducción sistemática de la robótica, la informática y las telecomunicaciones ha supuesto un nuevo acelerón.

Este incremento de la composición orgánica supone para tal o cual capitalista individual, o para una nación entera, una ventaja cierta sobre sus competidores, pero ¿qué significa desde el punto de vista del conjunto del capitalismo mundial?. En el periodo ascendente, cuando el sistema podía incorporar nuevas masas de trabajadores a sus relaciones de explotación, el aumento de la composición orgánica constituía un factor acelerador de la expansión capitalista. En el contexto actual de decadencia y de 30 años de crisis crónica, el efecto de esos aumentos de la composición orgánica es completamente diferente. Si bien son imprescindibles para cada capital individual al permitirle compensar la tendencia a la baja de su tasa de ganancia, tienen un efecto diferente para el capitalismo en su conjunto ya que agravan la sobreproducción y reducen la base misma de la explotación al empujar a la baja el capital variable, echando a la calle masas crecientes de proletarios.

2) La reducción de barreras aduaneras

La propaganda burguesa ha presentado como «el triunfo del mercado» la eliminación de barreras aduaneras que se ha operado a lo largo del decenio. No podemos hacer aquí un análisis detallado ([4]) pero, una vez más, es necesario despejar la realidad que se oculta tras las cortinas de humo ideológicas:

  1. esta eliminación de barreras arancelarias y de medidas proteccionistas ha sido en lo esencial unidireccional: la han realizado los países más débiles en beneficio de los más fuertes y muy particularmente ha afectado a Brasil, Rusia, India etc. Los países más industrializados, lejos de reducir sus barreras aduaneras, han creado otras nuevas empleando coartadas medioambientales, sanitarias, de «derechos humanos» etc. Contrariamente a la presentación ideológica presentada por la burguesía, semejante política no ha sino agravado las tensiones imperialistas;
  2. ante la agravación de la crisis, los países más industrializados han impulsado una política de «cooperación» cuyo contenido se ha centrado en:
  • descargar los efectos de la crisis y de la agravación de la competencia sobre los países más débiles,
  • impedir por todos los medios un colapso del comercio mundial que no haría sino agudizar mucho más la crisis con consecuencias especialmente graves en los países centrales.

3) La globalización de las transacciones financieras

La década de los 90 supone una nueva escalada en el endeudamiento. La cantidad se transforma en cualidad, y podemos decir que el endeudamiento se convierte en sobreendeudamiento:

  • mientras en los años 70 el endeudamiento se podía reducir asumiendo el riesgo de provocar la recesión, desde mediados de los 80 el endeudamiento es una necesidad permanente y siempre creciente de todos los Estados tanto en los momentos de recesión como en los momentos de recuperación: «El endeudamiento no es una opción posible, una política económica que los dirigentes de este mundo podrían seguir o no seguir. Es una obligación, una necesidad, inscrita en el funcionamiento y las contradicciones mismas del sistema capitalista» (Revista internacional nº 87: «Una economía de casino»);
  • por un lado, Estados, bancos y empresas requieren un flujo de créditos frescos que solo puede obtenerse en el mercado de valores. Como consecuencia, se produce una concurrencia desenfrenada para captar prestamistas. Para ello se recurre a las trampas más rebuscadas: se establece una paridad forzada entre la moneda local y el dólar (tal es el truco empleado por China o por los famosos «tigres» y «dragones»), se reevalua la moneda para atraer fondos, se elevan los tipos de interés etc.;
  • por otra parte, «los beneficios extraídos en la producción ya no encuentran salidas suficientes en inversiones rentables que puedan incrementar las capacidades de producción. La “gestión de la crisis” consiste entonces en encontrar otras salidas al excedente de capitales flotantes para así evitar una desvalorización brutal» (ídem). Son los Estados mismos y las instituciones financieras más respetables las que impulsan una especulación desaforada no solo para evitar el estallido de esa gigantesca burbuja de capital ficticio sino para aliviar la carga de las deudas siempre crecientes.

Es por tanto, ese sobreendeudamiento y la especulación exuberante e irracional que provoca, lo que lleva a la famosa «libertad en el movimiento » de capitales, la utilización de la electrónica y de Internet en las transacciones financieras, la indexación de las monedas respecto al dólar, la libre repatriación de beneficios... La complicada ingeniería financiera de los años 80 (ver artículo anterior) parece un juguete comparada con los artilugios sofisticados y laberínticos de la «mundialización» financiera de los 90.

Hasta mediados de los años 80 la especulación, que siempre ha existido bajo el capitalismo, no pasaba de ser un fenómeno temporal, más o menos perturbador. Pero desde entonces se ha convertido en un veneno mortal pero imprescindible que acompaña de forma inseparable al proceso de sobre-endeudamiento y que debe ser integrado al funcionamiento mismo del sistema. El peso de la especulación es enorme, según datos del Banco Mundial el llamado «dinero caliente» asciende a ¡30 BILLONES de dólares!, 24 de ellos corresponden a los países industrializados.

Balance provisional de los años 90

Ofrecemos unas conclusiones provisionales (para el período 1990-96, antes del estallido de lo que se ha dado en llamar «la crisis asiática») que, sin embargo, nos parecen bastante significativas.

I. Evolución de la situación económica

1. La tasa media de crecimiento de la producción sigue cayendo:

Tasa de incremento del PIB

(media para los 24 países de la OCDE)

     1960-70 .......................................................  5,6 %

1970-80 .......................................................  4,1 %

1980-90 .......................................................  3,4 %

1990-95 .......................................................  2,4 %

 

2. La amputación de sectores industriales y agrícolas directamente productivos se convierte en permanente y afecta a todos los sectores, tanto «anticuados» como de «tecnología punta».

Evolución del porcentaje del PIB
de los sectores directamente productivos

(industria y agricultura)

                                 1975   1985  1996

Estados Unidos         36,2    32,7    27,8

China                           74,8    73,5    68,5

India                            64,2    61,1    59,2

Japón                          47,9    44,2    40,3

Alemania                    52,2    47,6    40,8

Brasil                           52,3    56,8    51,2

Canadá                        40,7    38,1    34,3

Francia                        40,2    34,4    28,1

Gran Bretaña              43,7    43,2    33,6

Italia                            48,6    40,7    33,9

Bélgica                        39,9    33,6    32,0

Israel                           40,1    33,1    31,3

Corea del Sur             57,5    53,5    49,8

3. Para luchar contra la caída imparable de la tasa de ganancia, las empresas recurren a toda una serie de medios que sí bien a corto plazo alivian la caída, a medio plazo agravan los problemas:

– disminución de los costes laborales y aumento de la composición orgánica;

– descapitalización: enajenación masiva de activos (instalaciones, propiedades inmobiliarias, inversiones financieras, etc.) para maquillar los beneficios y reducir sensiblemente las tasas que pagar al Estado;

– concentración: las fusiones empresariales han experimentado un incremento espectacular:

Valor en miles de millones $
de las fusiones

                               Unión         Estados
                             Europea        Unidos

1990                        260              1 240

1992                        214              1 220

1994                        234              1 325

1996                        330              1 628

1997                        558              1 910

1998                        670              1 500

(Fuente: J.P.Morgan)

Mientras el gigantesco proceso de concentración del capital entre 1850 y 1910 reflejó un desarrollo de la producción y fue positivo para la evolución de la economía, el proceso actual expresa lo contrario. Se trata de una respuesta a la defensiva, destinada a compensar la fuerte contracción de la demanda, organizando la reducción de la capacidad de producción (en 1998 los países industrializados han reducido en un 10 % su capacidad productiva) y el recorte de plantillas: estimaciones prudentes cifran en un 11 % del total los puestos de trabajo eliminados por las fusiones realizadas en 1998.

4. Hay una nueva reducción de las bases del mercado mundial: una gran parte de Africa, un cierto número de países de Asia y América, participan muy débilmente en él, hundiéndose en una situación de descomposición, de lo que se ha dado en llamar «agujeros negros»: un estado de caos, de resurgimiento de formas esclavistas, de economía de trueque y saqueo...

5. Los países considerados «modélicos» caen en un estancamiento prolongado. Son los casos de Alemania, Suiza, Japón y Suecia donde:

  • la media de crecimiento de la producción para el periodo 1990-97 no sobrepasa en ninguno de ellos el 2 %;
  • el paro crece de forma muy significativa: en el intervalo de 1990-97 se ha duplicado prácticamente en los 4 países (por ejemplo, en Suiza, donde la media entre 1970 y 1990 era de 1 %, en 1997 alcanza la cifra del 5,2 %);
  • se transforman de países acreedores en países deudores (los hogares suizos son los más endeudados del mundo después de USA y Japón);
  • muy significativa es la situación de la economía suiza considerada hasta hace poco la más saneada del mundo:

Crecimiento del PIB en Suiza

     1992 ........................................................  – 0,3 %

1993 ........................................................  – 0,8 %

1994 ........................................................  + 0,5 %

1995 ........................................................  + 0,8 %

1996 ........................................................  – 0,2 %

1997 ........................................................  + 0,7 %

6. El nivel de endeudamiento continúa su escalada imparable convirtiéndose en sobre-endeudamiento:

  • el endeudamiento mundial alcanza en 1995 la cifra de los 30 BILLONES de dólares (año y medio de producción mundial);
  • Alemania, Japón y el conjunto de países de Europa Occidental se incorporan al pelotón del alto endeudamiento (en la década anterior había sido mucho más moderado).

% Deuda pública sobre el PIB

                          1975     1985     1996

Estados Unidos              148,9    164,2

Japón                   45,6     167,1    187,4

Alemania             24,8     142,5    160,7

Canadá                 43,7     164,1    100,5

Francia                 20,5     131,1    156,2

Gran Bretaña       62,7     153,8    154,5

Italia                     57,6 182,31 123,7

España                 12,7 143,71 169,6

Bélgica                 58,6      122,11     130,1

(Fuente: Banco Mundial)

–  Los países del Tercer mundo sufren una nueva sobredosis de deudas:

Deuda total países «subdesarrollados»

    1990 ........................  1 480 000 millones $

1994 ........................  1 927 000 millones $

1996 ........................  2 177 000 millones $

(Fuente: Banco Mundial)

7. El aparato financiero padece las peores convulsiones desde 1929 dejando de ser el lugar seguro que había sido hasta mediados de los 80. Su deterioro va unido a un desarrollo gigantesco de la especulación que afecta a todas las actividades: acciones bursátiles, inmobiliario, arte, agricultura etc.

8. Dos fenómenos que, aunque siempre han existido en el capitalismo, toman proporciones alarmantes en la década:

–  la corrupción de políticos y gestores económicos lo cual es producto de la combinación de dos factores:

  • el peso cada vez más aplastante del Estado sobre la economía (de sus planes de inversión, sus subvenciones, sus compras, dependen cada vez más las empresas),
  • la dificultad creciente para obtener una ganancia razonable por las vías «legales»;

–  la gangsterización de la economía, la interpenetración cada vez más fuerte entre estados, bancos, empresas, mafias y traficantes (de droga, armas, niños, emigrantes etc.) Los negocios más turbios son los más rentables y las instituciones más «respetables» tanto gubernamentales como privadas no pueden dejar pasar bocados tan apetitosos. Esto pone de manifiesto, a la vez que agudiza, una tendencia a la descomposición de la economía.

9. En línea con lo anterior aparece un fenómeno en los Estados industrializados, hasta entonces reservado a las repúblicas bananeras o a los regímenes estalinistas: la falsificación cada vez más descarada de los indicadores estadísticos y los trucos contables de todo tipo (la famosa «contabilidad creativa»). Esto constituye otra muestra de la agravación de la crisis pues para la burguesía siempre había sido necesario disponer de estadísticas fiables (en especial, en los países de capitalismo de Estado «a la occidental» que necesitan la sanción del mercado como veredicto final del funcionamiento económico).

En el cálculo del PIB, el Banco mundial, fuente de muchas estadísticas, incluye como parte del mismo el concepto de «Servicios no comercializables» donde mete el sueldo de los militares, los funcionarios o múltiples burócratas y los educadores. Otro medio de hinchar las cifras es considerar como «Autoconsumo» no solo actividades agrarias sino toda una serie de servicios. El tan ensalzado «excedente fiscal» del Estado americano es una ficción conseguida a base de jugar con los excedentes de los fondos de la Seguridad social ([5]). Pero es en las estadísticas del paro, por su gran trascendencia política y social, donde las trampas son más escandalosas logrando una minoración sustancial de las cifras reales:

  • en USA, nuestra publicación Internationalism nº 105 evidencia las trampas de la administración Clinton para conseguir sus «magníficas» cifras de paro: incluir como activos trabajadores a tiempo parcial, eliminar de la estadística los parados que rechazan ofertas de empleo trampa, contar varios empleos parciales de un mismo trabajador como diferentes trabajadores etc.;
  • en Alemania, solo se consideran parados aquellos que buscan un empleo de al menos 18 horas semanales, mientras que en Holanda es de 12 horas semanales y en Luxemburgo de 20 horas ([6]);
  • Austria y Grecia han eliminado las estadísticas mensuales en beneficio de las trimestrales que permiten enmascarar las cifras reales;
  • en Italia, no se consideran parados a los que trabajan entre 20 y 40 horas semanales ni tampoco a los que trabajan entre 4 y 6 meses al año. En Gran Bretaña aquellos parados que las oficinas estatales consideran que no está justificado el cobro del subsidio del desempleo son borrados de las estadísticas.

II. Situación de la clase obrera

1. El desempleo sufre una aceleración muy violenta a lo largo de la década:

Parados en los 24 países de la OCDE

1989 ..............................................  30 millones

1993 ..............................................  35 millones

1996 ..............................................  38 millones

% Desempleo Países industrializados

               1976   1980   1985   1990  1996

USA        7,4      7,1     17,1    16,4   15,4

Japón      1,8      2,9     12,7    12,1   13,4

Alem.       3,8      2,9     16,9    15,9   12,4

Francia    4,4      6,3     10,2    19,1   12,4

Italia        6,6      7,5     19,7    10,6   12,1

GB            5,6      6,4     11,2    17,9   18,2

(Fuente: OIT)

  • la OIT reconoce en 1996 que la población mundial desempleada absolutamente o subempleada alcanza el umbral de los mil millones de personas.

2. El subempleo que es crónico en los países del Tercer Mundo se generaliza en los países industrializados:

  • los múltiples contratos a tiempo parcial (también llamados «contratos basura») abarcan en 1995 al 20 % de la población laboral de los 24 países de la OCDE;
  • el informe de la OIT para 1996 observa que «al menos entre el 25 y el 30 % de los trabajadores en el mundo cuentan con una jornada de trabajo menor de la que les gustaría realizar o con un salario inferior al que necesitarían para vivir dignamente».

3. En el Tercer Mundo comienzan a desarrollarse masivamente formas de explotación tales como el trabajo de niños (unos 200 millones según estadísticas del Banco mundial para 1996); trabajo en régimen de esclavitud o el trabajo forzado; hasta en un país desarrollado como lo es Francia, diplomáticos han sido condenados recientemente por tratar en esclavos a personal doméstico traído de Madagascar o Indonesia.

4. Junto a la generalización de los despidos masivos (especialmente en las grandes empresas) los gobiernos adoptan políticas de «reducción del coste del despido»:

  • reducción de las indemnizaciones en el momento del despido;
  • recorte de las prestaciones por desempleo, tanto en el número de «beneficiarios» como en la cuantía.

5. Los salarios sufren por primera vez desde los años 30 descensos nominales:

  • el índice salarial en España en 1997 ha bajado al nivel de 1980;
  • en USA la media salarial ha perdido un 20 % nominal entre 1974 y 1997;
  • en Japón los incrementos salariales han bajado por primera vez desde 1955 (un 0,9 % en 1998).

6. Las prestaciones sociales experimentan un recorte sustancial que además se hace permanente. Como contrapartida los impuestos, tasas y descuentos para la Seguridad social crecen constantemente.

7. Desde mediados de la década, el capital abre otro frente de ataque: la eliminación de los mínimos legales en las condiciones de trabajo. Ello redunda en una serie de consecuencias:

  • incremento de la jornada laboral (a través en particular de la demagógica vía de las «35 horas» que supone la «anualización de las horas trabajadas»);
  • eliminación del límite de edad de jubilación;
  • eliminación de límites a la edad de comienzo del trabajo (en la UE trabajan ya 2 millones de niños);
  • ​reducción de la protección frente accidentes laborales, enfermedades profesionales etc.

8. Otro aspecto y no desdeñable es que los trabajadores se ven empujados por la banca, las compañías de seguro etc. a poner sus míseros ahorros (o las ayudas de padres o abuelos) en la ruleta rusa de la Bolsa, constituyendo las primeras víctimas de sus continuos sobresaltos. Pero lo peor del problema es que, con la eliminación o la reducción a subsidios irrisorios de las pensiones de la Seguridad social, los trabajadores se ven forzados a hacer depender su jubilación de los Fondos de pensiones que invierten el grueso de sus capitales en la Bolsa lo cual provoca graves incertidumbres: así el principal Fondo de los trabajadores de la enseñanza en USA perdió un 11 % en 1997 (ver Internationalism nº 105).

La propaganda burguesa ha insistido hasta la náusea sobre la disminución de las desigualdades, sobre un proceso de «democratización» de la riqueza y del consumo. La agravación, a lo largo de los últimos 30 años, de la crisis histórica del capitalismo ha desmentido sistemáticamente esas proclamas y confirmado el análisis marxista de la tendencia que se agrava con la evolución de la crisis al empobrecimiento cada vez mayor de la clase obrera y de toda la población explotada. El capitalismo concentra en un polo cada vez más minoritario enormes y provocadoras riquezas y en el otro polo cada vez mayoritario terribles y lacerantes miserias. Así, en 1998 el informe anual de la ONU recogía unos datos muy significativos: mientras en 1996 los 358 individuos más ricos del mundo concentraban en sus manos tanto dinero como los 2500 millones de personas más pobres, en 1997 para alcanzar la misma equivalencia bastaba con los primeros 225 ricos.

 Adalen


[1] Para un análisis en detalle de la nueva etapa en la crisis histórica del capitalismo abierta en agosto de 1997 con la llamada «crisis asiática», véase la Revista internacional nº 92 y sucesivos para un estudio específico.

[2] No es objeto de este artículo analizar las consecuencias en la lucha de clases, en las tensiones imperialistas y en la vida misma de los países sometidos al régimen estalinista. Para ello remitimos a todo lo que publicamos en la Revista internacional especialmente en los números 60, 61, 62, 63 y 64.

[3] Mientras la producción americana representa el 26,7% de la mundial, el dólar totaliza el 47,5 % de los depósitos bancarios, el 64,1 % de las reservas mundiales y el 47,6 % de las transacciones (Datos del Banco mundial).

[4] Ver en Revista internacional nº 86 «Tras la globalización de la economía la agravación de la crisis del capitalismo».

[5] Según análisis realizado por el New York Times de 9-11-98.

[6] Estos datos y los siguientes han sido tomados del Diario oficial de las Comunidades europeas (1997).

 

Series: 

  • Crisis económica [6]

Noticias y actualidad: 

  • Crisis económica [5]

XII – 1923 – La burguesía quiere infligir una derrota a la clase obrera (1)

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En los artículos anteriores de la Revista internacional vimos como tras el punto más alto de la oleada revolucionaria, en 1919, el proletariado ruso quedó aislado. Al tiempo que la Internacional comunista (IC) trata de reaccionar contra el retroceso de esa oleada de luchas con un giro oportunista que la conduce a un proceso de degeneración, el Estado ruso se hace cada vez más autónomo del movimiento obrero y trata de hacer que la IC dependa de él.

En ese periodo la burguesía comprende que, una vez acabada la guerra civil en Rusia, la ola revolucionaria comienza a retroceder y el proletariado ruso ya no representa el mismo peligro. Se da cuenta de que la IC no solo ya no combate con la misma energía a la socialdemocracia sino que trata de aliarse con ella a través de la política del frente único. El instinto de clase de la burguesía le hace percibir que el Estado ruso ya no es una fuerza al servicio de una revolución que trata de extenderse sino que se ha convertido en una fuerza que trata de asegurar su propia posición en tanto que Estado, como lo muestra claramente la conferencia de Rapallo. La burguesía siente que puede sacar provecho tanto del giro oportunista y de la degeneración de la IC como de la relación de fuerzas en el seno del Estado ruso. La burguesía internacional ve que es el momento para lanzarse a una ofensiva internacional contra la clase obrera cuyo epicentro es Alemania.

Además de Rusia, Alemania e Italia son los dos lugares donde el proletariado desarrolló luchas más radicales. En Alemania pese a las derrotas en el combate contra el golpe de Kapp en 1920 y la de marzo de 1921, la clase obrera sigue aún muy combativa aunque está relativamente aislada a escala internacional, pues los obreros en Austria, Hungría e Italia han sido ya derrotados y siguen sufriendo ataques violentos; en Polonia y Bulgaria se dejan arrastrar a acciones desesperadas, y en Francia e Inglaterra la situación es, en comparación, más estable. Para infligir una derrota decisiva a la clase obrera en Alemania y con ello debilitar a la clase obrera internacional, la burguesía cuenta con el apoyo  internacional del conjunto de la clase capitalista que al mismo tiempo ha reforzado sensiblemente sus filas integrando a la socialdemocracia y a los sindicatos en el aparato estatal.

La desastrosa política del KPD: la defensa de la democracia y el frente único

Ya vimos anteriormente cómo la expulsión de los «radicales de izquierda» (Linksradikalen), que más tarde fundarían el KAPD, debilitó al KPD y facilitó el oportunismo en sus filas. Mientras que el KAPD advierte contra el peligro del oportunismo, contra la degeneración de la IC y el desarrollo del capitalismo de Estado, el KPD reacciona de forma oportunista. Es el primer partido en hacer un llamamiento al frente único en una «Carta abierta a los partidos obreros».

«La lucha por un frente único lleva a la conquista de las viejas organizaciones de clase proletarias (sindicatos, cooperativas, etc.). Y vuelve a transformar esos órganos de la clase obrera, que a causa de las tácticas reformistas se han convertido en instrumentos de la burguesía, en órganos de la lucha de clase del proletariado». Mientras tanto los sindicatos alardean orgullosos de que «hay un hecho cierto, los sindicatos son la única línea sólida que hasta el momento protege a Alemania de la inundación bolchevique» (Hoja de correspondencia de los sindicatos, 1921).

Al Congreso de fundación del KPD no le faltaba razón cuando declaraba por boca de Rosa Luxemburgo: «los sindicatos oficiales han probado, durante la guerra y en la guerra, hasta qué punto son una organización del Estado burgués y de la dominación de clase capitalista». ¡Y resulta que ahora, ese partido está a favor de la transformación de esos órganos que se han pasado a la clase enemiga! Al mismo tiempo su dirección, bajo la autoridad de Brandler, es favorable a un frente único con la dirección del SPD. Dentro del KPD el ala en torno a Fischer y Maslow combate esta orientación y propugna la consigna de «gobierno obrero», declarando que «el apoyo de la minoría socialdemócrata al Gobierno (no significa) que el SPD esté en descomposición avanzada». Esta posición no solo mantiene las «ilusiones en las masas, como si un gabinete socialdemócrata pudiera ser un arma de la clase obrera», sino que va en el sentido de «acabar con el KPD si se considera que el SPD puede llevar a cabo una lucha revolucionaria».

Son, sobre todo, las corrientes de la izquierda comunista que acaban de surgir en Italia y Alemania las que toman posición contra la política oficial del KPD.

«Por lo que concierne al gobierno obrero preguntamos ¿por qué quieren aliarse con los socialdemócratas? ¿para hacer las únicas cosas que ellos saben, pueden y quieren hacer, o para pedirles que hagan lo que no saben, ni pueden ni quieren hacer? ¿quieren que les digamos a los socialdemócratas que estamos listos para colaborar con ellos en el Parlamento y en el Gobierno que han bautizado de “obrero”?. En ese caso, si se nos pide elaborar en nombre del Partido un proyecto de gobierno obrero en el que debieran participar comunistas y socialistas, y presentar a las masas ese gobierno como “gobierno antiburgués" respondemos, tomando enteramente la responsabilidad que ello implica, que tal actitud se opone a todos los principios fundamentales del comunismo» (Il Comunista nº 26, marzo de 1922).

En el IVº Congreso «el PCI no acepta formar parte de los organismos comunes de diferentes organizaciones políticas... evitando con ello participar en las declaraciones comunes con los partidos políticos cuando estas declaraciones contradigan su programa y se presenten a los obreros como el producto de negociaciones que intentan encontrar una línea de acción común. Hablar de gobierno obrero... significa en la practica negar el programa político del proletariado, es decir la necesidad de preparar a las masas para la lucha por la dictadura del proletariado» (Informe del PCI al IVº Congreso de la IC, noviembre de 1922).

El KPD, desoyendo las criticas de los comunistas de izquierda, ha propuesto ya formar un gobierno de coalición con el SPD en 1922 en Sajonia, propuesta que es rechazada por la IC. El mismo KPD que en su Congreso de fundación decía «Spartakusbund se niega a trabajar junto con los lacayos de la burguesía y compartir el poder del Gobierno con Ebert-Scheideman porque tal cooperación supondría una traición a los principios del socialismo, un fortalecimiento de la contrarrevolución y una paralización de la revolución», luego defiende lo contrario.

En la misma época, el KPD se deja engañar por la cantidad de votos que obtiene, creyendo que esos votos expresan una relación de fuerzas favorable o que incluso reflejarían la influencia del partido.

Miembros de la clase media y de la pequeña burguesía ponen en marcha las primeras organizaciones fascistas y muchos grupos armados de derechas empiezan a organizar entrenamientos militares. El Estado está perfectamente al corriente de sus actividades. La mayoría de ellos salía de los cuerpos francos que el Gobierno dirigido por el SPD había puesto en marcha contra los obreros en las luchas revolucionarias de 1918-1919. Ya el 31 de agosto de 1921, Die Rote Fahne, declara: «La clase obrera tiene el derecho y el deber de proteger a la República de la reacción». Un año después, en noviembre de 1921, el KPD firma un acuerdo con los sindicatos y el SPD (el acuerdo de Berlín) cuyo objetivo es «la democratización de la república» (protección de la república, eliminación de los reaccionarios de la administración, justicia y ejército). El KPD, en cierta forma alimenta las ilusiones de los obreros sobre la democracia burguesa, y su posición está en completo desacuerdo con la de la Izquierda italiana reunida en torno a Bordiga. La Izquierda italiana, en el IVº Congreso mundial de la IC, insiste en su análisis del fascismo en el hecho de que la democracia burguesa es sólo una faceta de la dictadura de la burguesía.

En un artículo anterior ya mostramos que la IC, a través de su representante Radek, critica la política del KPD empleando métodos organizativos poco ortodoxos que empiezan a debilitar a la dirección mediante un funcionamiento paralelo. Al mismo tiempo las influencias pequeño burguesas empiezan a penetrar en el partido. En lugar de expresar la crítica, cuando es necesaria, de manera fraterna, se desarrolla una atmósfera de sospecha y recriminaciones que debilita a la organización ([1]).

La clase dominante se da cuenta de que el KPD comienza a expandir la confusión en la clase en lugar de cumplir el papel de una verdadera vanguardia basado en la claridad y la determinación. Y percibe que puede utilizar esta actitud oportunista del KPD contra la clase obrera.

Con el reflujo de la oleada revolucionaria se intensifican los conflictos imperialistas

El cambio operado en la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado tras el retroceso de la oleada revolucionaria en 1920 se percibe también en las relaciones imperialistas entre los Estados. En cuanto la amenaza inmediata que representaba la clase obrera se aleja y se debilita la llama revolucionaria de la clase obrera en Rusia, las tensiones imperialistas vuelven por sus fueros.

Alemania trata por todos los medios de modificar la debilidad de su posición resultante de la Iª Guerra mundial y la firma del Tratado de Versalles. Respecto a los «países victoriosos» del Oeste su táctica consiste en enemistar a Francia y Gran Bretaña entre sí, ya que no es posible un enfrentamiento militar abierto entre ellos. Al mismo tiempo que Alemania trata de reanudar sus relaciones tradicionales privilegiadas con su vecino del Este. En anteriores artículos ya hemos descrito cómo la burguesía alemana, en el contexto de las tensiones imperialistas con el Oeste, suministra armas y firma acuerdos secretos de cooperación militar con el nuevo Estado ruso. Altos dirigentes militares alemanes como Seeckt reconocen que «la relación entre Alemania y Rusia es el primer y único reforzamiento, hasta el momento, que hemos hecho tras la firma de la paz. Que la base de esta relación sea económica es natural vista la situación en su conjunto; pero nuestra fuerza reside en el hecho de que ese acercamiento económico prepara la posibilidad de una relación política e igualmente un compromiso militar» (Carr, la Revolución bolchevique).

Al mismo tiempo el Estado ruso declara por boca de Bujarin: «Afirmo que estamos ya ampliamente preparados para concluir una alianza con una burguesía extranjera para, por medio de ese Estado burgués, ser capaces de derrocar a otra burguesía... En caso de concluir una alianza militar con un Estado burgués, el deber de los camaradas en cada país consiste en contribuir a la victoria de esos aliados» (Carr, ídem).

«Les decimos a esos Señores de la burguesía alemana... si realmente quieren ustedes luchar contra la ocupación, si quieren luchar contra los insultos de la Entente, no les queda otro remedio que buscar una acercamiento con el primer país proletario...» (Zinoviev, XIIº Congreso del Partido, abril de 1923).

La propaganda nacionalista habla de humillación y sumisión de Alemania al capital extranjero, francés en particular. Los dirigentes militares alemanes, así como los más importantes representantes de la burguesía alemana, no cesan de hacer declaraciones públicas diciendo que la única forma posible para que la nación alemana se libre del yugo del Tratado de Versalles es aliarse militarmente con la Rusia soviética y comprometerse en una «guerra del pueblo revolucionario» contra el imperialismo francés. La nueva capa de burócratas, capitalistas de Estado, que se desarrolla en el Estado ruso acoge esta política con gran interés.

Dentro de la IC y del PC ruso, los internacionalistas proletarios que se mantienen fieles al objetivo de la extensión de la revolución mundial están, en ese momento, ciegos ante estos seductores discursos. Pese a que es realmente impensable que el capital alemán establezca una alianza real con Rusia contra sus rivales imperialistas del Oeste, los dirigentes del Estado ruso y la dirección de la IC, contribuyen así activamente a empujar a la clase obrera hacia esa misma trampa.

La burguesía alemana, con la complicidad de toda la clase capitalista, urde un complot contra la clase obrera en Alemania. Por una parte trata de sustraerse de la presión del Tratado de Versalles retrasando el pago por las reparaciones de guerra a Francia y al mismo tiempo empuja a la clase obrera alemana a la trampa nacionalista amenazando con acabar con ese pago. Para ello es indispensable la «cooperación» del Estado ruso y de la IC.

La burguesía alemana toma conscientemente la decisión de provocar al capital francés negándose a pagar las reparaciones de guerra. Este reacciona ocupando militarmente, el 11 de enero de 1923, la región del Ruhr.

La burguesía alemana completa su táctica dejando correr deliberadamente la tendencia inflacionaria que se desarrolla por la crisis. Utiliza la inflación como un arma para reducir el coste de las reparaciones y aligerar el peso de los créditos de guerra, al mismo tiempo que trata de modernizar las empresas productivas.

La burguesía también sabe que el desarrollo de la inflación empujará a la clase obrera a luchar, pero espera poder desviar esas luchas defensivas al terreno nacionalista. La ocupación del Ruhr por el ejército francés sirve de cebo para la clase obrera y es un precio que la burguesía alemana está dispuesta a pagar por ello. La cuestión clave es la capacidad de la clase obrera y sus revolucionarios para desactivar esa trampa de la defensa del capital nacional. La clase dominante está dispuesta a desafiar nuevamente al proletariado pues siente que la relación de fuerzas a escala internacional le favorece, que el aparato de Estado ruso puede quedar seducido por esta política y que, incluso, la IC puede caer en la trampa.

La provocación de las ocupaciones del Ruhr: ¿qué tareas para la clase obrera?

Al ocupar el Ruhr, Francia espera convertirse en el mayor productor europeo de acero y carbón. En efecto, el Ruhr supone el 72 % de la producción de carbón, el 50 % de la de acero y el 25 % de la producción industrial total de Alemania. Está claro que desde que Alemania se vio privada de esos recursos la caída brutal de la producción supuso una penuria de mercancías y graves convulsiones económicas. Si la burguesía alemana está dispuesta a hacer tales sacrificios es porque lo que está en juego es muy importante. El capital alemán hace la apuesta de empujar a los obreros a la huelga para llevarlos a un terreno nacionalista. Los patronos y el Gobierno deciden el cierre patronal y amenazan a los obreros que trabajen bajo control francés con ser despedidos. El presidente del SPD, Ebert, anuncia el 4 de marzo graves multas contra los obreros que continúen trabajando en las minas o en los ferrocarriles. El 24 de enero la asociación de patronos y la federación de sindicatos alemanes (ADGB) lanzan un llamamiento a «recaudar fondos» para combatir a Francia. La consecuencia es que cada vez más empresas echan a la calle a su personal. Todo ello con el telón de fondo de una inflación galopante: mientras que el dólar aún vale 1000 marcos en abril de 1922, en noviembre alcanza los 6000 marcos, y tras la ocupación del Ruhr en febrero de 1923 llega a los 20 000 marcos, en junio a los 100 000, a finales de julio es de 1 millón, a finales de agosto de 10 millones, a mediados de septiembre de 100 millones, a finales de noviembre alcanza su punto culminante de 4 200 000 000 000 marcos.

Esto no penaliza demasiado a los patronos del Ruhr pues ellos pagan mediante trueque. En cambio para toda la clase obrera es una ruina. Con frecuencia los parados y los que aún conservan un trabajo se manifiestan conjuntamente para hacer valer sus reivindicaciones. Se repiten los enfrentamientos con las tropas de ocupación francesas.

La IC empuja a los obreros a la trampa nacionalista

La IC al caer en la trampa de los capitalistas alemanes, que llaman a una lucha común de Rusia y la «nación alemana oprimida», comienza a expandir la idea de que Alemania necesita un Gobierno para poder enfrentarse a las tropas de ocupación francesas sin que los obreros con sus luchas de clase lo apuñalen por la espalda. La IC sacrifica el internacionalismo proletario en beneficio de los intereses del Estado ruso ([2]).

Esta política se inaugura bajo el estandarte de «nacional-bolchevismo». Mientras que en otoño de 1920, la IC había reaccionado con gran determinación contra las tendencias «nacional-bolcheviques» y, en sus discusiones con los delegados del KAPD había insistido en que se expulsara del partido a los nacional-bolcheviques Laufenberg y Wolfheim, ahora resulta que preconiza la misma línea política que esas tendencias.

Ese viraje de la IC no se puede explicar sólo por las confusiones y el oportunismo de su Comité ejecutivo. Debemos ver en ello la mano invisible de esas fuerzas a las que no les interesa la revolución sino el reforzamiento del Estado ruso. El nacional-bolchevismo solo toma auge cuando la IC ha empezado a degenerar y está en las zarpas del Estado ruso, incluso ya absorbida por él. Radek lo argumenta así: «La Unión soviética está en peligro. Todas las tareas han de someterse a su defensa, con este análisis un movimiento revolucionario en Alemania sería peligroso y socavaría los intereses de la Unión soviética...

El movimiento comunista alemán no es capaz de derrocar al capitalismo alemán, y debe de servir de pilar a la política exterior rusa. Los países de Europa organizados bajo la dirección de un Partido bolchevique que utilice las capacidades militares del ejército alemán contra el Oeste, ésa es la perspectiva, ésa es la salida...».

En enero de 1923, Die Rote Fahne publica: «La nación alemana está abocada al abismo si el proletariado alemán no la salva. Si la clase obrera no lo impide, los capitalistas venderán y destruirán la nación. La nación alemana o muere de hambre y se disloca por culpa de la dictadura de las bayonetas francesas, o será salvada por el proletariado». «Hoy, sin embargo, el nacional-bolchevismo significa que todo está impregnado del sentimiento de que los únicos que pueden salvarnos son los comunistas. Hoy día somos la única salida. La gran insistencia sobre la nación, en Alemania, es un acto revolucionario como lo es la insistencia sobre la nación en las colonias» (Die Rote Fahne, 1 de abril de 1923).

Un delegado de la IC, Rakosi, elogia esta orientación del KPD: «... un partido comunista debe ponerse manos a la obra en la cuestión nacional. El partido alemán ha abordado esta cuestión de forma muy hábil y adecuada. Está en proceso de arrancar de las manos fascistas al ejercito nacional» (Schüddelkopf).

En un manifiesto a la Rusia soviética escribe el KPD: «La Conferencia del partido expresa su gratitud a la Rusia soviética por la gran lección que ha escrito para la historia, con ríos de sangre e increíbles sacrificios, que la preocupación de la nación continúa siendo la preocupación del proletariado.»

Talheimer declara, incluso, el 18 de Abril: «La tarea principal de la revolución proletaria sigue siendo no solo liberar a Alemania, sino terminar la obra de Bismarck integrando a Austria en el Reich. El proletariado tiene que cumplir esta tarea aliándose con la pequeña burguesía» (Die Internationale, volumen 8).

¡Menuda perversión de la posición comunista fundamental sobre la nación! ¡Menudo rechazo de la posición internacionalista desarrollada por los revolucionarios durante la Primera Guerra mundial, con Lenin y Rosa a su cabeza que combatieron por la destrucción de todas las naciones!.

Tras la guerra, las fuerzas separatistas de Renania y Baviera sienten que aumentan sus posibilidades de, con el apoyo de Francia, separar Renania del Ruhr. La prensa del KPD muestra, con orgullo, cómo el Partido ha ayudado al Gobierno de Cuno es su combate contra los separatistas: «Se movilizaron pequeños destacamentos en el Ruhr para marchar sobre Dusseldorf. Su tarea era impedir la proclamación de la “República de Renania”. A las 14 horas, los separatistas se reunieron en las granjas del Rin y cuando se aprestaban a comenzar su mitin, les atacaron algunos grupos de combate armados con granadas. Bastaron unas pocas granadas para que esa banda, presa del pánico, se diera a la fuga abandonando las orillas del Rhin. Las habíamos impedido que se reunieran y proclamaran la “República de Renania”» (W. Ulbricht, Memorias).

«No desvelamos ningún secreto si decimos abiertamente que los destacamentos de combate comunistas que dispersaron a los separatistas en el Palatinado, Eifel y Dusseldorf armados con granadas y fusiles, estaban bajo el mando de oficiales prusianos con mentalidad nacionalista» (Vorwärts).

Esta orientación no es sólo obra del KPD, es también resultado de la política del Estado ruso y de ciertas partes de la IC.

La dirección del KPD, tras haberse coordinado con el Comité ejecutivo de la IC, empuja a que el combate se dirija, en primera lugar, contra Francia, y únicamente después contra la burguesía alemana. Por eso la dirección del KPD proclama: «La derrota del imperialismo francés en la guerra mundial no era un objetivo comunista; en cambio la derrota del imperialismo francés en el Ruhr, sí es un objetivo comunista».

El KPD y el deseo de una «alianza nacionalista»

La dirección del KPD se alza contra las huelgas. Ya en la Conferencia de Leipzig, a finales de enero, poco tiempo después de la ocupación del Ruhr, la Dirección con el apoyo de la IC bloquea el debate sobre la orientación «nacional-bochevique» ante el riesgo de que sea rechazada, pues la mayoría del partido se opone a ella. En marzo de 1923 la Dirección del partido se pronuncia contra las orientaciones adoptadas por las secciones del Ruhr del KPD en su Conferencia regional. La Central declara: «Solo un Gobierno fuerte puede salvar a Alemania, un Gobierno conducido por las fuerzas vivas de la nación» (Die Rote Fahne, 1 de abril de 1923).

En el Ruhr, la mayoría de la Conferencia del KPD propone la siguiente orientación:

– paros en todas las zonas ocupadas por fuerzas militares;

– ocupación de las fábricas por los obreros utilizando el conflicto franco alemán y, si es posible, tomando el poder local.

Dentro del KPD se oponen dos orientaciones antagónicas. Una, la proletaria e internacionalista, toma partido por enfrentarse al Gobierno Cuno y por la radicalización del movimiento en el Ruhr ([3]).

Esta contradice la posición de la Central del KPD que, con ayuda de la IC, se opone enérgicamente a las huelgas y trata de entrampar a la clase obrera en el terreno nacionalista.

El capital puede estar contento con la política de sabotaje de las luchas obreras, de la que el Secretario de Estado, Malzahn, tras una discusión con Radek, informa el 26 de mayo en un memorándum estrictamente secreto a Ebert y a sus ministros más importantes: «Él (Radek) me ha asegurado que las simpatías rusas vienen de sus propios intereses de caminar junto al Gobierno alemán (...) Ha defendido enérgicamente y pedido expresamente, durante la semana pasada, a los dirigentes del partido comunista que tomen conciencia de la estupidez de su actitud precedente respecto al Gobierno alemán. Podemos estar seguros de que en los próximos días las tentativas de golpe de Estado por parte de los comunistas del Ruhr van a retroceder» (Archivos del Foreign Office, Bonn, Alemania 637 442 ff, en Dupeux).

Tras la posición sobre el Frente único con el SPD contrarrevolucionario y con los partidos de la Segunda internacional, se pasa a la política del silencio sobre el Gobierno capitalista alemán.

El 27 de mayo de 1923 Die Rote Fahne publica una toma de posición en la que deja claro hasta qué punto la Dirección del KPD está decidida a «no apuñalar por la espalda» al Gobierno: « El gobierno sabe que el KPD ha mantenido silencio sobre muchas cosas a causa del peligro procedente del capitalismo francés, pues de lo contrario el gobierno habría quedado con el culo al aire en cualquier negociación internacional. Hace ya tiempo que los obreros socialdemócratas no luchan con nosotros por un gobierno obrero, el Partido comunista no está interesado en sustituir este gobierno sin cabeza por otro gobierno burgués... O el gobierno abandona sus llamamientos a muerte contra el PC o rompemos el silencio» (Die Rote Fahne, 27 mayo, Dupeux, pag 1818).

Los llamamientos nacionalistas para seducir a la pequeña burguesía patriota

En la medida en que la inflación también afecta a la pequeña burguesía y a las clases medias, el KPD piensa que puede proponer a estas capas una alianza. En vez de insistir en la lucha autónoma de la clase obrera como la única capaz de atraer hacia sí a las demás capas no explotadoras al desarrollar su fuerza y su impacto, les envía un mensaje zalamero y seductor diciéndoles que pueden aliarse con la clase obrera. « Debemos dirigirnos a las sufridas y confusas masas de la pequeña burguesía proletaria, y decirles que no pueden defenderse ni defender el futuro de Alemania si no se unen al proletariado en su combate contra la burguesía» (Carr, El Interregno).

«Es misión del KPD abrir los ojos a la importante pequeña burguesía y las masas de intelectuales nacionalistas, al hecho de que únicamente la clase obrera – una vez victoriosa – será capaz de defender el suelo alemán, los tesoros de la cultura alemana y el futuro de la nación alemana» (Die Rote Fahne, 13 de mayo  de 1923).

Esta política de unidad sobre una base nacionalista no es exclusiva del KPD, cuenta con el apoyo de la IC. El discurso de Radek ante el Comité ejecutivo, el 20 de junio de 1923, lo prueba. En él elogia a un miembro del ala derecha separatista, Schlageter, arrestado y muerto a manos del ejército francés durante un sabotaje a los puentes ferroviarios cerca de Dusseldorf. Es el mismo Radek quien en las filas de la IC había pedido con insistencia al KPD y al KAPD, en 1919 y 1920, la expulsión de los nacional-bolcheviques de Hamburgo.

«Creemos sin embargo que la mayoría de las masas agitadas por sentimientos nacionalistas no pertenecen al campo del capital sino al del trabajo. Queremos buscar y encontrar el camino para llegar a esas masas, y lo haremos. Haremos todo lo que esté en nuestras manos para que hombres como Schlagter, dispuestos a dar su vida por una causa común, no se conviertan en peregrinos de la nada sino en peregrinos de un futuro mejor para la humanidad entera...» (Radek, 20 de junio de 1923, en Broué).

«Es evidente que la clase obrera alemana jamás conquistará el poder si no es capaz de inspirar confianza a amplias masas del pueblo alemán, pues se trata de un combate llevado por las mejores fuerzas para deshacerse del yugo del capital extranjero» (Dupeux).

En el 5º Congreso de la IC, en 1924, se defenderá abiertamente y sin la menor reserva la idea de que «el proletariado puede actuar como vanguardia y la pequeña burguesía nacionalista como retaguardia», es decir, la idea de que todo el pueblo puede estar por la revolución, de que los nacionalistas pueden seguir a la clase obrera. Aunque la oposición se pronuncia contra la «política de silencio» practicada por la dirección de la IC después de septiembre de 1923, eso no impide que la clase obrera sea llevada a callejones sin salida en un terreno nacionalista. Así, R. Fisher, propaga consignas antisemitas:

«Quien hable contra el capital judío... es ya por ello un combatiente de la clase, aunque aún no lo sepa... Combatir a los capitalistas judíos, aplastarlos... El imperialismo francés es hoy el mayor peligro del mundo, Francia es el país de la reacción... Solo estableciendo una alianza con Rusia el pueblo alemán podrá desalojar al capitalismo francés del Ruhr» (Flechtheim).

La clase obrera se defiende en su terreno de clase

Mientras que la burguesía trata de atraer a la clase obrera alemana hacia un terreno nacionalista e impedir que defienda sus intereses de clase, aunque el Comité ejecutivo de la IC y la Dirección del KPD empujan a la clase obrera hacia el terreno nacionalista, la mayoría de los obreros del Ruhr y de otras ciudades no se dejan atrapar en ese terreno. Pocas son las empresas que no van a la huelga.

Se multiplican las pequeñas olas de protestas. El 9 de marzo 40 000 mineros van a la huelga en Alta Silesia, el 17 de marzo en Dortmund los mineros dejan el trabajo. Además, los parados se manifiestan junto a los activos, como el 2 de abril en Mulheim en el Ruhr.

Mientras que partes de la dirección del KPD son seducidas por las zalamerías nacionalistas, para la burguesía alemana está claro que ante las huelgas que surgen en el Ruhr es necesaria la ayuda de otros Estados capitalistas contra la clase obrera. En Mulheim los trabajadores ocupan varias fábricas. Toda la ciudad se ve afectada por la ola de huelgas, se ocupa el Ayuntamiento. Las tropas alemanas del Reichswehr no pueden intervenir por la ocupación del Ruhr por las tropas francesas; llaman entonces a la policía pero sus efectivos resultan insuficientes para reprimir a los obreros. El Alcalde de Dusseldorf pide por escrito el apoyo de las fuerzas francesas de ocupación a su general en jefe: «Debo recordarle que el Comandante supremo alemán ayudó, en todo momento, a las tropas francesas a aplastar el conjunto del movimiento en la época de la Comuna de París. Le pido su apoyo si usted quiere evitar que se reproduzca una situación similar» (D. Lutherbeck, «Carta al General De Goutte», en Broué).

En varias ocasiones se envía a la Reichswehr para aplastar las luchas obreras en diferentes ciudades como Gelsnkirchen y Bochum. Al tiempo que la burguesía alemana dirige su animosidad contra Francia, no duda lo más mínimo en mandar al ejercito contra los trabajadores que se resisten al nacionalismo.

La aceleración rápida de la crisis económica, y sobre todo de la inflación, aviva la combatividad obrera. Los salarios pierden, hora tras hora, su valor. El poder adquisitivo pasa a ser la cuarta parte del que era antes de la guerra. Cada vez más obreros pierden su trabajo. Durante el verano, el 60 % de la fuerza de trabajo se queda sin empleo. Incluso los funcionarios reciben salarios ridículos. Las empresas quieren acuñar su propia «moneda», las autoridades locales introducen una «moneda de emergencia» para pagar a los funcionarios. Los granjeros almacenan sus productos, en lugar de venderlos, ante el nulo beneficio que supone su venta. El aprovisionamiento de comida está prácticamente en punto muerto. Los trabajadores en activo y los parados se manifiestan juntos cada vez con más frecuencia. Por todas partes se informa de revueltas del hambre y saqueos de tiendas. Con frecuencia, la policía se queda pasiva ante las revueltas del hambre.

A finales de mayo, cerca de 400 000 obreros van a la huelga en el Ruhr, en junio 100 000 mineros y metalúrgicos en Silesia y 150 000 obreros en Berlín. En julio surge otra ola de huelgas que conduce a violentos enfrentamientos.

Estas luchas muestran una de las características que serán típicas en todas las luchas obreras en el periodo de decadencia del capitalismo: una gran cantidad de obreros abandonan los sindicatos. Los obreros, en las fábricas, se organizan en asambleas generales que cada vez más se hacen en la calle. Los obreros pasan más tiempo en la calle, discutiendo entre ellos, en manifestaciones, que en el trabajo. Los sindicatos, en la medida de sus posibilidades, se oponen al movimiento. Los trabajadores tratan espontáneamente de unirse en asambleas generales y comités de fábrica en la base. Hay una tendencia a la unificación. El movimiento gana en fuerza. Esa fuerza reside en la búsqueda de una orientación de clase, y no en un agrupamiento tras las consignas nacionalistas.

¿Dónde están las fuerzas revolucionarias?. El KAPD debilitado por el fracaso de la escisión entre las tendencias de Essen y Berlín, reducido numéricamente y debilitado organizativamente tras la fundación de la KAI (Internacional comunista obrera), no es capaz de llevar una intervención organizada pese a que expresa con brillantez su rechazo a la trampa nacional-bolchevique.

El KPD, que ha atraído cada vez más elementos (las cuatro quintas partes) ha fabricado él mismo la soga que tiene al cuello. Es incapaz de ofrecer a la clase una orientación clara. ¿Qué propone el KPD? ([4]). Rechaza intervenir para derrocar al Gobierno. De hecho, el KPD y la IC aumentan la confusión y contribuyen  a debilitar a la clase obrera.

El KPD, por su parte, le hace la competencia a los fascistas en el terreno nacionalista. El 10 de Agosto (el mismo día que en Berlín surge una ola de huelgas) dirigentes del KPD, como Talheimer en Stuttgart, mantienen aún encuentros nacionalistas con los nacionalsocialistas. Al mismo tiempo el KPD llama a luchar contra el peligro fascista. Mientras que en Berlín el Gobierno prohíbe toda manifestación, y la Dirección del KPD está de acuerdo en aceptarla, el ala izquierda del partido por su parte quiere organizar a toda costa, el 29 de junio, ¡una movilización del frente único contra los fascistas!

El KPD es incapaz de tomar una decisión clara; el día de la manifestación 250 000 obreros esperan instrucciones en vano en la calle, ante las oficinas del partido.

Agosto de 1923, el KPD contra la intensificación de las luchas

En Agosto comienza una nueva ola de luchas. Casi todos los días se manifiestan los obreros, parados y activos conjuntamente. En las fábricas bulle la formación de comités de fábrica. La influencia del KPD está en su apogeo.

El 10 se agosto se ponen en huelga los obreros de la fábrica de la moneda nacional. En una situación en que el Gobierno no tiene más remedio que imprimir billetes en todo momento ante la inflación galopante, la huelga de los acuñadores de moneda tiene un efecto particularmente paralizador sobre la economía. En pocas horas desaparecen las reservas de papel-moneda. No se pueden pagar los salarios. La huelga, que ha comenzado en Berlín, se extiende como la pólvora a otros sectores de la clase. De Berlín se extiende a la Alemania del Norte, a Renania, a Wurtemberg, a la Alta Silesia, a Turingia, llegando hasta la Prusia oriental. Cada vez más sectores de la clase obrera se suman al movimiento. El 11 y 12 de agosto se producen violentos enfrentamientos en varias ciudades; más de 35 obreros mueren a manos de la policía. Como todos los movimientos que han surgido después de 1914, se caracteriza por hacerse al margen y contra los sindicatos. Los sindicatos comprenden lo serio de la situación. Una parte de ellos simula que apoya la lucha, para poder sabotearla desde dentro. Otra parte directamente se opone a la huelga. El propio KPD, una vez que las huelgas han comenzado a extenderse, toma posición: «por una intensificación de las reivindicaciones económicas, no a las reivindicaciones políticas». En cuanto la dirección sindical anuncia que no apoya la huelga, la dirección del KPD llama a los obreros a volver al trabajo. La dirección del KPD no quiere apoyar ninguna huelga que se desarrolle fuera del marco sindical.

Mientras que Brandler insiste en parar la huelga, porque la ADGB se opone a ella, las secciones locales del partido, por su parte, quieren extender las numerosas huelgas locales y unificarlas en un gran movimiento contra el Gobierno Cuno. El resto de la clase obrera es «llamada a unirse al potente movimiento del proletariado en Berlín y a extender la huelga general por toda Alemania».

El partido llega a un bloqueo. La Dirección se pronuncia contra la continuación y extensión de la huelga, porque implica el rechazo del terreno nacionalista en que el capital quiere entrampar a los obreros, al tiempo que es una crítica al Frente único con el SPD y a los sindicatos. El 17 de agosto, Die Rote Fahne publica que «Si ellos quieren, aliaremos nuestra fuerzas incluso con el pueblo que asesinó a Liebknecht y a Rosa Luxemburgo». La orientación del Frente único, la obligación de trabajar en los sindicatos con el pretexto de llegar a más obreros desde dentro, significa en realidad el sometimiento a la estructura sindical y contribuir a evitar que los obreros tomen las luchas en sus propias manos. Todo esto representa para el KPD un enorme conflicto: o reconoce la dinámica de la lucha de clases y rechaza la orientación nacionalista y el sabotaje sindical, o se vuelve contra las luchas y se deja absorber por el aparato sindical, convirtiéndose en última instancia en un muro protector del Estado que actúa como un obstáculo ante la clase obrera. Por primera vez en su historia el KPD llega a un conflicto abierto con la clase obrera en lucha, a causa de su orientación sindical y porque la dinámica de las luchas obreras empuja a los obreros a romper con el marco sindical. El enfrentamiento con los sindicatos es inevitable. La dirección del KPD, en lugar de asumir ese enfrentamiento, ¡discute sobre los medios de tomar la dirección de los sindicatos para apoyar la huelga!

El Gobierno Cuno dimite, el 12 de agosto, bajo la presión de la ola de huelgas. El 13 de agosto, la Dirección del KPD llama a terminar la huelga. Contra ese llamamiento reaccionan los delegados de base que se han radicalizado en las fábricas de Berlín. Además, se oponen las secciones locales del partido que quieren que continúe el movimiento. Esperan instrucciones de la Central. Quieren evitar los enfrentamientos aislados con el ejército en espera de que la Central distribuya las armas que posee.

El KPD es víctima de su propia política nacional-bolchevique y de su táctica de Frente único; la clase obrera es presa de una gran confusión y perplejidad, y no sabe qué hacer; por su parte la burguesía está preparada para tomar la iniciativa.

El SPD va a representar un papel decisivo en el descabezamiento del movimiento, como ya hizo en situaciones precedentes de desarrollo de la combatividad obrera. El Gobierno Cuno, próximo a los partidos de Centro, es sustituido por una «gran coalición» a cuya cabeza está el dirigente de Centro Gustav Streseman, apoyado por 4 ministros del SPD (Hilferding, se convierte en ministro de Finanzas). Que el SPD participe en el Gobierno no expresa ninguna incapacidad del capital para reaccionar, como equivocadamente cree el KPD. Se trata de una táctica consciente de la burguesía para contener el movimiento. El SPD no está, en manera alguna, dispuesto a ceder, como más tarde proclamará el KPD, ni tampoco la burguesía está dividida, ni es incapaz de nombrar un nuevo Gobierno.

El 14 de agosto, Stresseman, anuncia la introducción de una nueva moneda y la estabilización de los salarios. La burguesía consigue tomar el control de la situación y decide, conscientemente, terminar con la espiral de la inflación, de la misma manera que un año antes dejó conscientemente desarrollarse la inflación.

Al mismo tiempo, el Gobierno llama a los obreros del Ruhr a terminar la «resistencia pasiva»contra Francia y, después de haber «coqueteado»con Rusia, declara la «guerra al bolchevismo», uno de los principales objetivos de la política alemana.

Con el compromiso de dominar la inflación, la burguesía consigue invertir la relación de fuerzas. Aunque tras el final del movimiento en Berlín habrá una serie de huelgas en Renania y en el Ruhr, el 20 de agosto, el movimiento en su conjunto está acabado.

La clase obrera no ha podido ser arrastrada al terreno nacionalista, pero se muestra incapaz de llevar adelante su movimiento. Una de las razones reside en que el propio KPD es víctima de su propia política nacional-bolchevique, con lo que permite a la burguesía dar un paso hacia su objetivo de infligir una derrota decisiva a la clase obrera. La clase obrera sale desorientada de estas luchas y con una sensación de impotencia frente a la crisis.

Las fracciones de Izquierda de la IC, que se sienten aún más aisladas tras el abandono del proyecto de alianza entre la «Alemania oprimida»y Rusia, tras el fiasco del nacional-bolchevismo, se ven empujadas a intentar cambiar las cosas en una tentativa desesperada de insurrección. Esto es lo que analizaremos en la segunda parte de este artículo.

DV



[1] En su correspondencia privada, el Presidente del Partido en 1922, E. Mailler, insulta a la Central y a los dirigentes del Partido. Meller envía, por ejemplo, notas personales con la descripción de la personalidad de los dirigentes del Partido en su comportamiento con su mujer. Pide a su mujer que le haga llegar informaciones sobre la atmósfera que se vive en el partido durante su estancia en Moscú. Hay mucha correspondencia privada entre los miembros de la Central y de la IC. Diversas tendencias de la IC tienen relaciones particulares con las diferentes tendencias del KPD. La red de «canales de comunicación informales y paralelos» se extiende. Además la atmósfera en el Partido ya está muy envenenada. En el 5º Congreso de la IC, Ruth Fischer, que contribuyó considerablemente a ello informa que: «en la Conferencia del Partido de Leipzig (enero de 1923) se llegó a que a veces trabajadores de diferentes barrios se sentaran en la misma mesa, al final preguntaban ¿de dónde sois? y algún obrero decía ingenuamente: soy de Berlín. Los demás se levantaban de la mesa y evitaban al delegado de Berlín. Es una prueba del ambiente en el Partido».

[2] Hubo voces en el Partido Checo que se opusieron a esta orientación. Por ejemplo Neurath criticó las posiciones de Talheimer como expresión de la corrupción por sentimientos patrióticos. Sommer, otro comunista checo, escribió en Die Rote Fahne para pedir el rechazo a esta orientación: «no puede haber ninguna comprensión hacia el enemigo del interior» (Citado en Carr, El Interregno).

[3] Al mismo tiempo querían poner en marcha unidades económicas autónomas, una orientación que pone de manifiesto el fuerte peso del sindicalismo. La oposición del KPD quería una república obrera que se establecería en Renania-Ruhr para enviar un ejército a Alemania central que contribuyera a la toma del poder. Esta moción, propuesta por R. Fischer fue rechazada por 68 votos contra 25.

[4] Muchos obreros que carecían de una gran formación teórico política se sentían atraídos por el Partido. El partido abrió sus puertas a la adhesión en masa. Todos eran bienvenidos. En abril de 1922 el KPD anuncia: «en la situación política actual, el KPD tiene el deber de integrar a todo obrero que se quiera unir a nuestras filas». En el verano de 1923, muchas secciones provinciales cayeron en manos de elementos radicales jóvenes. Así elementos cada vez más impacientes e inexpertos se unieron al Partido que vio crecer sus efectivos de 225 000 a 295 000 entre septiembre de 1922 y septiembre de 1923, así como el número de grupos locales del Partido que pasaron de 2481 a 3321. En ese momento el KPD tenía su propia prensa y publicaba 35 diarios y un gran número de revistas. Al mismo tiempo numerosos elementos infiltrados se unieron al Partido para intentar sabotearlo desde dentro.

 

Series: 

  • Revolución alemana [7]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1919 - la revolución alemana [8]

Acerca del llamamiento de la CCI sobre la guerra en Serbia - La ofensiva guerrera exige una réplica unida de los revolucionario

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La guerra en Serbia ha desenmascarado a los falsos revolucionarios y ha evidenciado
la unidad de fondo de los grupos auténticamente internacionalistas

Las guerras, como las revoluciones, son hechos históricos de gran alcance para deslindar el campo de la burguesía del de los revolucionarios, dando la prueba fehaciente de cuál es la naturaleza de clase de las fuerzas políticas. Así ocurrió con la Primera Guerra mundial, la cual provocó la traición de la Socialdemocracia en el plano internacional, la muerte de la IIª Internacional y la emergencia de una minoría que iba a constituir los nuevos partidos comunistas y la IIIª Internacional. Y lo mismo fue con la IIª Guerra mundial, que vino a confirmar la integración de los diferentes partidos estalinistas en la defensa del Estado burgués con su apoyo al frente imperialista «democrático» contra el «fascismo», pero también de las diferentes formaciones trotskistas que llamaron a la clase obrera a defender el «Estado obrero» ruso contra la agresión de la dictadura nazi-fascista, y que también vio surgir la valerosa resistencia de una ínfima minoría de revolucionarios que supieron mantener el rumbo durante aquella prueba histórica. No estamos hoy ante una tercera guerra mundial, pues ni las condiciones están maduras, ni lo estarán, a nuestro entender, en un futuro próximo; sin embargo, la operación militar en Serbia es, sin duda alguna, el acontecimiento más grave desde finales de la IIª Guerra mundial, y ha provocado una polarización de las fuerzas políticas en torno a las principales clases de la sociedad: el proletariado y la burguesía.

Mientras que las diferentes formaciones izquierdistas han confirmado su función burguesa ya sea apoyando el ataque de la OTAN ya sea defendiendo a Serbia ([1]), hemos podido, en cambio, comprobar con gran satisfacción que los principales grupos políticos revolucionarios han asumido todos una posición internacionalista coherente defendiendo los puntos fundamentales siguientes:

1. La guerra actual es una guerra imperialista (como todas las guerras de hoy) y la clase obrera tiene todas las de perder si apoyara a uno u otro bando: «Armar a uno u otro campo – americano o serbio, italiano o francés, ruso o inglés – son siempre conflictos interimperialistas suscitados por las contradicciones de la economía burguesa (…) Ni un hombre, ni un soldado para la guerra imperialista: lucha abierta contra su propia burguesía nacional, serbia o kosovar, italiana o americana, alemana o francesa» (Il Programma comunista nº 4, 30 de abril de 1999).

«Para los comunistas auténticos, el apoyo a este o a aquel imperialismo, haciendo distinciones entre el más débil y el más fuerte porque entre dos males habría que escoger el menor, es erróneo, oportunista e indecente. Todo apoyo a un frente imperialista o a otro es un apoyo al capitalismo. Es una traición a todas las esperanzas de emancipación del proletariado a la causa del socialismo.

El único camino para salir de la lógica de la guerra pasa únicamente por la reanudación de la lucha de clase en Kosovo como en el resto de Europa, en Estados Unidos como en Rusia» (volante del BIPR, «Capitalismo equivale a imperialismo, imperialismo equivale a guerra», 25 de marzo de 1999).

2. La guerra en Serbia no tiene ni mucho menos objetivos humanitarios en favor de tal cual población, sino que es la consecuencia lógica del enfrentamiento interimperialista a nivel mundial: «Ni las advertencias y las presiones sobre Turquía, como tampoco la guerra contra Irak han hecho cesar la represión y la matanza de kurdos; como tampoco han hecho cesar la represión y muertes de palestinos las presiones sobre Israel. Las misiones de la ONU, las pretendidas fuerzas de interposición, los embargos ni han evitado ni han hecho cesar la guerra ayer en la ex Yugoslavia, entre Serbia y Croacia, entre Croacia, Serbia y Bosnia, de todos contra todos. Y la intervención militar de las burguesías occidentales organizada por la OTAN contra Serbia no evitará la “purificación étnica” contra los kosovares, del mismo modo que tampoco ha evitado el bombardeo de Belgrado y de Prístina.

Las misiones humanitarias de la ONU (…) lo único que han logrado es “preparar” el terreno a represiones y matanzas todavía más espantosas. Es la demostración de que la visión y la acción humanitarias y pacifistas son en realidad ilusorias y, por lo tanto, impotentes» («La verdadera oposición a las intervenciones militares y a la guerra es la lucha de clases del proletariado, su reorganización clasista e internacionalista contra todas las formas de opresión y de nacionalismo», suplemento a Il Comunista, nº 64-65, abril de 1999).

3. Esta guerra, detrás de la unidad de fachada, expresa el enfrentamiento entre las potencias imperialistas alistadas en la Alianza atlántica y, principalmente, entre Estados Unidos por un lado y Alemania y Francia del otro.

«La firme voluntad de Estados Unidos de crear un “casus belli” con la intervención directa contra Serbia apareció durante las negociaciones de Rambouillet: estas conversaciones, lejos de buscar una solución pacífica a la cuestión inextricable de Kosovo, debía servir, al contrario, para hacer caer la responsabilidad de la guerra en el gobierno yugoslavo (…) El verdadero problema de EE.UU. eran, en realidad, sus propios aliados y Rambouillet ha servido para acorralarlos e imponerles su aprobación a la intervención de la OTAN...» (Il Partito comunista, nº 266, abril de 1999).

«Para impedir que se consolide un nuevo bloque imperialista capaz de oponérsele, EE.UU. ejerce su presión para que se amplíe la OTAN al área entera de los Balcanes así como a Europa del Este (…) EE.UU. pretende (…), y quizá sea lo más importante, infligir un golpe a las aspiraciones europeas de desempeñar un papel imperialista autónomo.

Los europeos, a su vez, tampoco se quedan atrás en ese maldito juego, al apoyar la acción militar de la OTAN únicamente para no correr el riesgo de quedar totalmente excluidos de una región tan importante» (volante del BIPR, «Capitalismo equivale a imperialismo, imperialismo equivale a guerra», 25 de marzo de 1999)

4. El pacifismo, como siempre, ha demostrado una vez más que es el instrumento, no, desde luego, de la lucha de la clase obrera y de las masas populares contra la guerra, sino el medio para adormecerlas que usan los partidos de izquierda, pues es la función, una vez más confirmada, de ser los banderines de enganche de carnicerías habidas y por haber: «Eso quiere decir que hay que abandonar todas las ilusiones pacifistas y reformistas que desarman y orientarse hacia objetivos y métodos de lucha clasistas que siempre han pertenecido a la tradición proletaria…» (Il Programma comunista, nº 4, 30 de abril de 1999).

«El frente compacto (…) dirige el mismo llamamiento pacifista a todos aquellos cuyo capital les sirve para hacer la guerra: la Constitución, Naciones Unidas, los gobiernos (…) En fin, colmo del ridículo, piden a ese mismo gobierno que está haciendo la guerra… que sea bueno y que obre por la paz» (Battaglia comunista, nº 5, mayo de 1999)

Nuestro llamamiento al medio político proletario

Como puede verse, se trata de una plena convergencia en todas las cuestiones de fondo sobre el conflicto en los Balcanes, entre las diferentes organizaciones que forman parte del medio político revolucionario. Naturalmente que existen divergencias en cuanto al análisis del imperialismo en la fase actual y en cuanto a la relación de fuerzas entre las clases. Pero, sin subestimar esas divergencias, nosotros consideramos que los aspectos que unen a esas diferentes organizaciones son mucho más importantes y significativos que los que las distinguen, en relación con lo que está ahora mismo en juego. Basándonos en esto, lanzamos nosotros un llamamiento el 29 de marzo de 1999 al conjunto de esos grupos ([2]) para tomar una iniciativa común contra la guerra:

«Camaradas…

Hoy, los grupos de la izquierda comunista son los únicos en defender esas posiciones clásicas del movimiento obrero. Únicamente los grupos que se reivindican de esa corriente [la de la Izquierda comunista], la única que no traicionó durante la Segunda Guerra mundial, pueden dar una respuesta de clase a las preguntas que deberán plantearse obligatoriamente en la clase obrera. Su deber es intervenir lo más ampliamente posible en la clase para denunciar en su seno los montones de mentiras que están apilando todos los sectores de la burguesía y defender los principios internacionalistas que nos legó la Internacional comunista y sus Fracciones de izquierda. Por su parte, la CCI también ha publicado un volante del que os enviamos aquí un ejemplar. Pero pensamos que la gravedad de lo que se plantea merece que el conjunto de los grupos que defienden una postura internacionalista publique y difunda una toma de postura común en la que se afirmen los principios de clase proletarios contra la barbarie guerrera del capitalismo. Es la primera vez desde hace medio siglo que los principales bandidos imperialistas hacen la guerra en Europa misma, o sea en el escenario principal de las dos guerras mundiales y que es, además, la concentración proletaria principal del mundo. Esto da idea de la gravedad de la situación actual. Y exige de los comunistas la responsabilidad de unir sus fuerzas para hacer oír la voz de los principios internacionalistas lo más alta posible, dando así a la afirmación de esos principios el mayor impacto que nuestras pocas fuerzas permitan.

Es evidente para la CCI que una toma de posición así sería diferente en varios aspectos de la de un volante como el que hemos publicado, pues muy bien sabemos que hay, en el seno de la Izquierda comunista, desacuerdos en los análisis que hacemos unos u otros sobre tal o cual aspecto de la situación mundial. Estamos, sin embargo, plenamente convencidos de que el conjunto de los grupos de la Izquierda comunista podrían llegar a firmar un documento en el que se reafirmen los principios fundamentales del internacionalismo sin por ello tener que suavizarlos. Por eso os proponemos que nuestras organizaciones se encuentren lo antes posible para elaborar un llamamiento común contra la guerra imperialista, contra todas las mentiras de la burguesía, contra todas las campañas pacifistas y por la perspectiva proletaria para la destrucción del capitalismo.

Al hacer esta propuesta, nos sentimos fieles a la política propugnada por los internacionalistas, por Lenin en particular, en las conferencias de Zimmerwald y de Kienthal en 1915 y 1916. Una política que fue capaz de superar o dejar de lado las divergencias posibles  entre los diferentes sectores del movimiento obrero europeo, para afirmar claramente la perspectiva proletaria frente a la guerra imperialista. Evidentemente, nosotros estamos disponibles para otra iniciativa que vuestra organización pudiera tomar, para toda propuesta que permita que se oiga la voz proletaria frente a la barbarie y las mentiras de la burguesía. (…)

Saludos comunistas,

La CCI».

Las respuestas a nuestro llamamiento

Las respuestas a nuestro llamamiento no han estado, por desgracia, a la altura de las circunstancias y de lo que nosotros esperábamos. Dos de los grupos bordiguistas, Il Comunista-Le Prolétaire e Il Partito comunista, todavía no han contestado al llamamiento, y eso que se les han enviado una segunda carta de propuesta el 14 de abril de 1999 solicitándoles una respuesta. El tercer grupo bordiguista, Programma comunista, nos prometió una respuesta escrita (negativa), pero no hemos recibido nada. En fin, el BIPR ha tenido a bien contestar a nuestra invitación con una fraterna negativa. Es evidente que no podemos sino lamentar el fracaso del llamamiento, pues confirma una vez más, si era necesario, las dificultades ante las que se encuentra el medio político proletario, muy afectado todavía por el entumecimiento sectario del ambiente contrarrevolucionario en el que tuvo que reconstituirse el medio. Pero en este momento, con relación al problema de la guerra, nuestra preocupación principal no es la de acentuar todavía más las fricciones existentes en el medio político proletario, desarrollando una polémica sobre la irresponsabilidad que es la respuesta negativa o la ausencia de respuesta a nuestro llamamiento, sino desarrollar a fondo los argumentos que van a favor de la necesidad y del interés para la clase obrera en que haya una iniciativa común del conjunto de grupos internacionalistas. Para ello, vamos a analizar los argumentos opuestos por el BIPR (¡el único en contestar!) ya sea por escrito ya en encuentros directos que hemos tenido con ese grupo, considerando que muchos de los argumentos aducidos por el BIPR podrían haber sido con mucha probabilidad, los aducidos por los grupos bordiguistas si éstos se hubieran dignado contestarnos. De este modo esperamos que avance nuestra propuesta de iniciativa común frente a todos los camaradas y todas las formaciones políticas de la clase obrera y recabar así mejores resultados en el futuro.

Una réplica unida del medio político ¿sería necesariamente irrelevante?

El primer argumento utilizado por el BIPR es que las posiciones de los grupos son demasiado diferentes, razón por la cual una toma de postura común sería obligatoriamente de un «perfil político muy bajo» y, por lo tanto, poco eficaz para que «se note el punto de vista proletario frente a la barbarie y las mentiras de la burguesía» (extracto de la carta de respuesta del BIPR a nuestro llamamiento).

Y, para apoyar esas afirmaciones, añade:

«Es cierto que “hoy los grupos de la izquierda comunista son los únicos que defienden las posiciones clásicas del movimiento obrero”, pero también es cierto que cada corriente lo hace de una manera radicalmente diferente. No vamos a indicar las diferencias específicas de las que cualquier atento observador  puede darse cuenta; nos limitamos a señalar que esas diferencias marcan una decantación importante entre las fuerzas que se reivindican de una Izquierda comunista genérica…»

Es exactamente lo contrario de los que acabamos de demostrar. Las citas hechas al principio de este artículo podrían ser fácilmente intercambiables entre los diferentes grupos sin producir ninguna deformación política y, tomadas en su conjunto, servir de elementos políticos de base para una posible toma de posición común que tanto necesita la clase obrera en este momento.

¿Por qué habla entonces el BIPR de «divergencias radicales» que harían ineficaces los esfuerzos por una iniciativa en común?, pues porque el BIPR pone en el mismo plano las posiciones de base (la actitud derrotista frente a la guerra) y los análisis políticos de la fase actual (las causas de la guerra en Serbia, la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado…). Con esto, no andamos buscando ni mucho menos quitar importancia a las divergencias actuales en el medio político proletario en esos análisis. En un próximo artículo hemos de volver sobre esos argumentos, con nuestra crítica de lo que consideramos como una posición economicista la defendida por Battaglia comunista e Il Partito comunista. Lo que ahora consideramos como problema más importante es la subestimación que manifiesta el BIPR, y con él todos los grupos citados, sobre el eco que podría tener la iniciativa propuesta.

No es por casualidad si, para rechazarla, el BIPR se ve obligado a poner en entredicho lo que significaron las conferencias de Zimmerwald y de Kienthal, subestimándolas en gran medida.

El significado de las conferencias de Zimmerwald y de Kienthal

«Por ello, la referencia a Zimmerwald y Kienthal en vuestra carta-llamamiento no tienen nada que ver con la situación histórica actual.

Zimmerwald y Kienthal no fueron iniciativas bolcheviques o de Lenin, sino más bien de los socialistas italianos y suizos que allí se reunieron y, mayoritariamente, las tendencias “radicales” internas de los partidos de la IIª Internacional. Lenin y los bolcheviques participarán en ellas para animar a la ruptura con la IIª Internacional, pero:

a) la ruptura no era segura en ese momento, sino que, al contrario, Lenin siguió estando en la minoría absoluta en ambas conferencias;

b) no es seguro que el manifiesto de Zimmerwald «afirme claramente la perspectiva proletaria frente a la guerra imperialista», sino más bien las mociones de Lenin, rechazadas por las conferencias.

Así pues, presentar la participación de los bolcheviques a las conferencias de Zimmerwald y de Kienthal como modelo al que haya que referirse en la situación actual, no tiene ningún sentido» (Carta de respuesta del BIPR a nuestro llamamiento).

En ese pasaje, tras haber recordado cosas sabidas, como que las conferencias fueron iniciativas de socialistas italianos y suizos y no de los bolcheviques (¿será algo indecente?), como que Lenin participó en ellas para animar a la ruptura con la IIª Internacional y que, por esto mismo, añadiríamos nosotros, Lenin quedó en minoría absoluta en ambas conferencias, se acaba lanzando el anatema contra quienes presentan «las conferencias de Zimmerwald y Kienthal como modelo al que hay que referirse en la situación actual».

Ahora bien, lo que el BIPR no entiende – evidentemente a causa de una lectura poco atenta de nuestro llamamiento – es lo que nosotros mismos afirmamos: «la política propugnada por los internacionalistas, por Lenin en particular, en las conferencias de Zimmerwald y de Kienthal en 1915 y 1916, (una política capaz de) afirmar claramente la perspectiva proletaria frente a la guerra imperialista». El problema es que el BIPR parece ignorar la historia misma de nuestra clase. Los bolcheviques, en la «izquierda del movimiento obrero» de entonces, intentaron sin cesar llevar lo más lejos posible los resultados de esas conferencias, y nunca se les pasó por la cabeza permanecer fuera de ellas, porque comprendían la necesidad de reunirse en un momento de decantación política especialmente crítico y crucial como el de principios de siglo. Lenin mismo, llevó a cabo una labor muy importante animando lo que se llamó «izquierda de Zimmerwald», crisol en el que se forjarían las fuerzas políticas que iban a favorecer la construcción de la IIIª Internacional. Y respecto al hecho de que «Zimmerwald y Kienthal no habrían sido iniciativas bolcheviques», esto es lo que pensaba la izquierda revolucionaria de Zimmerwald:

«El manifiesto presentado por la conferencia no nos satisface del todo. En él no hay nada sobre el oportunismo declarado o sobre el que se oculta tras la frase radical, ese oportunismo que no sólo tiene la mayor responsabilidad del desmoronamiento de la Internacional, sino que además quiere mantenerse. El manifiesto no especifica claramente los medios para oponerse a la guerra (…).

Aceptamos el Manifiesto, porque lo concebimos como un llamamiento a la lucha y porque, en esta lucha, queremos caminar junto a los demás grupos de la Internacional (…)» (declaración de la Izquierda zimmerwaldiana en la conferencia de Zimmerwald, firmada por Lenin, Zinoviev, Radek, Nerman, Höglung y Winter y citada en les Origines de l’Internationale communiste, de Zimmerwald a Kienthal, de J. Humbert-Droz, ediciones Guanda)

Y esto es lo que decía Zinoviev al finalizar la conferencia de Kienthal: «Nosotros, zimmerwaldianos, tenemos la ventaja de habernos encontrado ya a escala internacional, mientras que los socialpatriotas no han podido hacerlo todavía. Debemos pues sacar provecho de esa ventaja para organizar la lucha contra el socialpatriotismo (…)

En el fondo, la resolución es un paso adelante. Quienes comparen esta resolución con el proyecto de la Izquierda zimmerwaldiana, en setiembre 1915, y con los escritos de las Izquierdas alemana, holandesa, polaca y rusa, tendrán que admitir que nuestras ideas iban entonces en el sentido de los principios aceptados por la Conferencia (…)

Cuando se saca balance, la segunda conferencia de Zimmerwald es un paso adelante. La vida trabaja en favor nuestro (…) La Segunda conferencia de Zimmerwald será política e históricamente un nuevo paso adelante hacia la IIIª Internacional» (G. Zinoviev, ídem)

O sea, que Zimmerwald y Kienthal fueron dos etapas cruciales en la batalla que los revolucionarios habían entablado a favor del acercamiento de los revolucionarios y de su separación de los social-patriotas traidores con vistas a la constitución de la IIIª Internacional.

Los bolcheviques y Lenin fueron capaces de comprender lo que significaba para los obreros, desesperados, aislados en los frentes, el manifiesto de Zimmerwald: una esperanza inmensa, la salida del infierno. Lástima que el BIPR no lo comprenda. Hay momentos en la historia en los que un avance de los revolucionarios es más importante que los programas más claros políticamente, parafraseando a Marx.

¿Qué ha quedado?

El BIPR ha tomado una serie de iniciativas comunes con nosotros desde hace algunos años, la última hace escasos meses. Las más significativas han sido:

– la participación coordinada e intervención a veces en nombre de ambas organizaciones, en la segunda conferencia sobre la herencia política de Trotski organizada en Moscú en 1997 por el movimiento trotskista;

– una reunión pública común en Londres sobre la revolución rusa con una introducción única para los dos grupos, una sola presidencia y la publicación de un mismo artículo de balance redactado conjuntamente por ambas organizaciones y publicado en nuestras prensas respectivas en lengua inglesa, Workers Voice y World Revolution;

– una intervención coordinada entre ambas organizaciones en la confrontación con los grupos parásitos en Gran Bretaña.

Por consiguiente, no acabamos de comprender, en lo que al BIPR se refiere, es cómo esta organización, que desde hace años ha tomado esas iniciativas comunes con nosotros se niega ahora a toda acción conjunta de ese tipo. Cuando les preguntamos esto a los camaradas de Battaglia comunista, nos contestaron que sobre la revolución rusa podíamos trabajar juntos porque «sus lecciones eran algo adquirido desde hace mucho tiempo», pues son análisis consolidados, asuntos del pasado, mientras que la guerra es un problema diferente, actual, con implicaciones sobre las perspectivas. Ahora bien, además de las reuniones públicas sobre la revolución de octubre, también ha habido la intervención hecha en las conferencias en Rusia que no eran cosas del pasado, sino por definición el presente y el futuro del movimiento obrero. Además, lo curioso es que se presente la discusión sobre Octubre de 1917 como arqueología política y no como un arma para la intervención en la clase obrera de hoy. En resumen, una vez más, los argumentos del BIPR son erróneos.

En realidad, si miramos de más cerca, esa vuelta del BIPR se explica pues ya ha sido anunciada y corresponde a lo que los camaradas han escrito en sus conclusiones de la «Resolución sobre el trabajo internacional» del VIº Congreso de Battaglia comunista, adoptados por todo el BIPR y transcritos en su respuesta a nuestro llamamiento:

«Es ahora un principio adquirido en nuestra línea de conducta política que, salvo circunstancias excepcionales, todas las nuevas conferencias y reuniones internacionales organizadas por el BIPR y sus organizaciones deben ir plenamente hacia la consolidación, fortalecimiento y extensión de las tendencias revolucionarias del proletariado mundial. El Buró internacional para el Partido revolucionario y las organizaciones que a él pertenecen se adhieren a ese principio. (…) Y está claro, a partir del contexto y del conjunto de documentos del Buró que nosotros entendemos por «tendencias revolucionarias del proletariado» todas las fuerzas que van a formar el Partido internacional del proletariado. Y, teniendo en cuenta el método político actual de vuestra organización y de las demás, no pensamos nosotros que vosotros podáis formar parte de aquél.»

Detrás de ese pasaje, más allá de la evidencia de su primera parte con la cual también nosotros estamos de acuerdo («todas las nuevas conferencias y reuniones internacionales (…) deben ir plenamente hacia la consolidación, fortalecimiento y extensión de las tendencias revolucionarias del proletariado mundial»), se oculta la idea de que el BIPR es hoy la única organización digna de crédito en el seno de la izquierda comunista ([3]), habida cuenta el «idealismo» de la CCI y la esclerosis de los bordiguistas, «teniendo en cuenta el método político actual de vuestra organización y de las demás, no pensamos nosotros que vosotros podáis formar parte del “Partido internacional del proletariado”», como dicen. O sea, mejor seguir directamente su propio camino con relación a las organizaciones hermanas, y no andar perdiendo el tiempo en conferencias o iniciativas comunes con resultados estériles y sin perspectiva.

Es ésa la única postura clara del BIPR, pero también es incoherente o, como mínimo, basada en razones de pura apariencia.

Habremos de volver sobre estos aspectos. Nosotros, por nuestra parte, sabemos perfectamente que el partido surgirá de la confrontación y de la decantación políticas que, inevitablemente, deberán producirse entre las organizaciones revolucionarias existentes.

Ezechiele

31 de mayo de 1999

 

[1] Puede leerse en nuestros diferentes órganos de prensa territorial de los meses de abril, mayo y junio de 1999 la denuncia de los grupos falsamente revolucionarios que actúan en los diferentes países.

[2] Esos grupos son: Buró internacional para el Partido revolucionario (BIPR, formado por el Partito comunista internazionalista, que publica Battaglia comunista en Italia, y el Communist Workers Organisation que publica Revolutionary Perspectives en Gran Bretaña); el Partito comunista internazionale (que publica il Partito comunista en Italia y le Prolétaire en Francia); el Partito comunista internazionale que publica il Programma comunista en Italia, Cahiers internationalistes en Francia, Internationalist Papers en Gran Bretaña).

[3] No sabemos de dónde procederá este nuevo tipo de autoproclamación totalmente desconocido en el movimiento obrero. Pero, a lo mejor, el BIPR, como el Papa, tiene línea directa con no se sabe qué cielo.

Corrientes políticas y referencias: 

  • Tendencia Comunista Internacionalista (antes BIPR) [9]

Acontecimientos históricos: 

  • Caos de los Balcanes [1]

URL de origen:https://es.internationalism.org/revista-internacional/200612/1156/revista-internacional-n-98-3er-trimestre-1999

Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/tag/acontecimientos-historicos/caos-de-los-balcanes [2] https://es.internationalism.org/tag/geografia/pakistan [3] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/intervenciones [4] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/resoluciones-de-congresos [5] https://es.internationalism.org/tag/noticias-y-actualidad/crisis-economica [6] https://es.internationalism.org/tag/21/520/crisis-economica [7] https://es.internationalism.org/tag/21/367/revolucion-alemana [8] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1919-la-revolucion-alemana [9] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/tendencia-comunista-internacionalista-antes-bipr