Publicado en Corriente Comunista Internacional (https://es.internationalism.org)

Inicio > Revista Internacional 1970s - 1 a 19 > 1975 - 1 a 3 > Revista Internacional n° 3, trimestre 3º 1975

Revista Internacional n° 3, trimestre 3º 1975

  • 4283 lecturas

La degeneración de la Revolución Rusa

  • 6237 lecturas

El segundo número de Forward, la revista del “Revolutionary Workers Group” (RWG) contiene una discusión internacional entre nuestra Corriente (Internacionalismo: “Defensa del Carácter Proletario de Octubre”) y el RWG (“Los Errores de Internacionalismo a Propósito de la Revolución Rusa”). En la crítica a nuestro artículo, el RWG aborda cuestiones importantes, pero sin proporcionar un marco general que permita la comprensión global de la experiencia rusa.

Los revolucionarios no analizan la historia por ella misma, para buscar “lo que hubieran hecho de haber estado allí”, sino para extraer, con el conjunto de la clase, las lecciones de la experiencia del movimiento obrero, con el objeto de comprender mejor el camino a seguir en las luchas del mañana.

El artículo de nuestra Corriente “Defensa del Carácter Proletario de Octubre”, sin tener la pretensión de ser un análisis exhaustivo de la cuestión compleja de la revolución rusa, busca clarificar un punto esencial: la revolución rusa fue una experiencia del proletariado y no una revolución burguesa; era parte integrante de la oleada revolucionaria que sacudió al capitalismo mundial del 17 a los años 20. La revolución rusa no fue una “acción burguesa” que, por consiguiente, podemos tranquilamente enterrar e ignorar en los análisis actuales. Muy al contrario parece inconcebible que los revolucionarios de hoy, rechazando al estalinismo, rechacen al mismo tiempo la historia trágica de su propia clase. El rechazo de todo carácter proletario de la revolución de Octubre, que a menudo encuentra sus adeptos entre los que siguen la tradición consejista, es una mistificación que oculta la realidad de los esfuerzos revolucionarios de la clase, tan dañina como la de los estalinistas y trotskistas enganchados a las supuestas “adquisiciones materiales” o al “Estado Obrero” para justificar la defensa del Capitalismo de estado ruso.

Con el reconocimiento del carácter proletario de Octubre, se debe reconocer que el partido Bolchevique, entre los primeros de la izquierda marxista internacional que defendía posiciones de clase durante la primera guerra mundial y en particular en el 17, era un partido proletario. Pero, luego de la derrota de los levantamientos obreros internacionales, el bastión ruso, aislado, sufre una contrarrevolución “desde el interior” y el partido Bolchevique, de pilar de la izquierda comunista internacional, degenera en partido del campo burgués.

He aquí cuales son las ideas centrales que resaltan del artículo de Internacionalismo, a pesar de la traducción a menudo penosa, que hace Forward. Forward no quiere en efecto, discutir el problema de la naturaleza proletaria de Octubre -él está de acuerdo sobre este punto-; lo que le preocupa, es la naturaleza contrarrevolucionaria de los acontecimientos ulteriores; aunque Internacionalismo, en su texto, no trata este problema, sino de manera secundaria. En ningún artículo de nuestra prensa pretendemos abarcar todos los problemas de la historia. A pesar de este mal entendido de partida, con el mismo asombro podemos leer: «Para los camaradas de Internacionalismo, como para los trotskistas y bordiguistas, hay una frontera insuperable entre la época de Lenin y la época de Stalin. Para ellos, el proletariado no podía caer antes que Lenin no estuviera con seguridad en su tumba y Stalin claramente instalado a la cabeza del PCR» (Forward, N° 2 página 42).

Reconocemos que esta conmovedora profesión de fe se encuentra entre los diferentes grupos trotskistas de donde provienen los camaradas de Forward, pero en ningún caso ella forma parte de nuestra corriente: «La incomprensión de los dirigentes del partido Bolchevique del papel de los Soviets (Consejos Obreros), y su concepción de la conciencia de clase, contribuyen al proceso de degeneración de la revolución rusa que llevó al partido Bolchevique -autentica vanguardia del proletariado ruso en octubre 1917- a convertirse más tarde en órgano activo de la contrarrevolución (...) Por esto, la actividad del partido Bolchevique, desde los primeros momentos de la revolución estuvo orientada hacia la transformación de los Soviets en organismo de poder del partido mismo» (Declaración de principios de Internacionalismo)

Y por otra parte: «La revolución de Octubre ha cumplido la primera tarea de la revolución proletaria: el objetivo político. La derrota de la revolución a escala internacional y la imposibilidad de mantener el socialismo en un solo país, han hecho imposible el paso a un nivel superior, es decir al comienzo de la transformación económica...El partido Bolchevique ha jugado un papel activo en el proceso revolucionario que ha conducido a los acontecimientos de Octubre, pero también ha jugado un papel activo en la degeneración de la revolución y la derrota internacional...Al identificar organizacional e ideológicamente al Estado y al considerar que su primera tarea era la defensa del Estado, el partido Bolchevique estaba condenado a transformarse -sobre todo después del fin de la guerra- en el agente de la contrarrevolución y del capitalismo de Estado» (Plataforma de RI).

Estas líneas parecen indicar claramente que el camino de la contrarrevolución fue un proceso en el cual las bases aparecen con el ahogo del poder de los Soviets y la supresión de la actividad autónoma del proletariado, un proceso que conduce a la masacre por el Estado de una parte de la clase obrera en Kronstadt.

¿Por qué la degeneración de la revolución rusa ha tenido lugar? La respuesta no puede encontrarse en el curso de una nación, en el de Rusia únicamente. Así como la revolución rusa fue el primer bastión de la revolución internacional en el 17, el primero de una serie de levantamientos proletarios internacionales, de la misma manera su degeneración en contrarrevolución fue la expresión de un fenómeno internacional, el resultado del fracaso de la acción de una clase internacional, el proletariado. En el pasado, las revoluciones burguesas han construido un Estado nacional, marco lógico para el desarrollo del capital, y esas revoluciones burguesas podrían tener lugar con un siglo de diferencia o más entre los deferentes países. La revolución proletaria, al contrario, es por esencia una revolución internacional, que debe extenderse hasta integrar el mundo entero, o esta condenada a una muerte rápida.

La primera guerra mundial término del período ascendente del capitalismo, marcó el punto de no retorno absoluto por el movimiento obrero del siglo XIX y sus objetivos inmediatos. El descontento general contra la guerra tomó rápidamente un carácter político contra el Estado en los principales países de Europa. Pero la mayoría del proletariado no fue capaz de romper con los vestigios del pasado (adhesión a la política de la II Internacional, que entonces se había pasado al campo enemigo de la clase) y de comprender completamente todas las implicaciones del nuevo período. Ni el proletariado en su conjunto, ni sus organizaciones políticas, comprendieron plenamente los imperativos de la lucha de clase en este nuevo período de “guerra o revolución”, de “socialismo o barbarie”. A pesar de las luchas heroicas del proletariado en esa época, la oleada revolucionaria fue aplastada por la masacre de la clase obrera europea. La revolución rusa era el faro que guiaba a toda la clase obrera de la época, pero esto no quita nada al hecho que su aislamiento constituya un grave peligro. Las brechas temporales, que se abren entre dos levantamientos revolucionarios están plenas de peligros. La que se abrió en 1920 era un precipicio.

El contexto del reflujo internacional y del aislamiento de la revolución rusa tiene la mayor importancia. Pero, en el interior de ese contexto, los errores de los Bolcheviques han jugado su papel .Esos errores deben ser puestos en relación con la experiencia y la lucha de la clase obrera misma. Los errores o los aportes positivos de una organización de la clase no caen del cielo ni se desarrollan arbitrariamente y por azar. Ellos son, en todo el sentido de la palabra, el reflejo de la conciencia de clase del proletariado en su conjunto.

El partido Bolchevique fue obligado a evolucionar a la vez teórica y políticamente en relación al surgimiento del proletariado ruso y la perspectiva del movimiento internacional, en Alemania y otras partes. El ha sido también el reflejo del aislamiento del proletariado en el período de crecimiento de la contrarrevolución. Tanto los Bolcheviques como los Spartaquistas o como cualquier otra organización revolucionaria de la época se vieron confrontados a las tareas nuevas del período de decadencia que se abría con la primera guerra mundial y ante ellas su comprensión incompleta ha servido de base a los errores políticos más graves.

Pero el partido del proletariado no es un simple reflejo pasivo de la conciencia. Los Bolcheviques al expresar claramente los objetivos de clase en el período de la primera guerra mundial (“transformación de la guerra imperialista en guerra civil”), y durante el período revolucionario (oposición al gobierno democrático burgués, consgina “todo el poder a los Soviets”, formación de la Internacional Comunista sobre la base de un programa revolucionario) han contribuido a trazar el camino de la victoria. A pesar de esto, las posiciones tomadas por los Bolcheviques en el contexto de declive de la oleada revolucionaria (alianzas con las fracciones centristas a escala internacional, sindicalismo, parlamentarismo, tácticas con los Frentes Unicos, Kronstadt) han contribuido a acelerar el proceso contra-revolucionario a escala internacional así como en Rusia. Una vez desaparecido el crisol de la práxis revolucionaria bajo la contrarrevolución triunfante en Europa, los errores de la revolución rusa fueron privados de toda posibilidad de corregirse.

El partido Bolchevique se había transformado así en el instrumento de la contrarrevolución.

Del hecho de la imposibilidad del socialismo en un solo país, la cuestión de la degeneración de la revolución rusa es ante todo una cuestión de derrota internacional del proletariado. La contrarrevolución ha triunfado en Europa antes de penetrar totalmente el contexto ruso “del interior”. Esto no debe, repetimos, “excusar” los errores de la revolución rusa o del partido Bolchevique. Más aún, esos errores “no excusan” al proletariado de no haber hecho la revolución en Alemania o Italia por ejemplo. Los marxistas no tienen nada que hacer para excusar” o dejar de “excusar” a la historia. Su tarea es explicar por qué ese acontecimiento ha tenido lugar y sacar las lecciones para las luchas proletarias por venir.  

Este marco general internacional está ausente en el análisis de RWG que debate acerca de la “revolución y contrarrevolución en Rusia” (panfleto de RWG) en términos casi exclusivamente rusos. Esta tentativa puede parecer, a primera vista, una manera útil de aislar teóricamente un problema particular. Pero ella no ofrece ninguna base que permita comprender por qué esos acontecimientos han llegado a Rusia, y conduce a girar en torno al vacío sobre el fenómeno puramente ruso que resalta. Como Rosa Luxemburgo lo escribía: «El problema no puede ser más que planteado en Rusia. Pero no podrá ser resuelto en Rusia».

 

Los aspectos específicos de la degeneración de la revolución

En los límites de este artículo, debemos necesariamente ceñirnos a una visión de conjunto del proceso de degeneración dejando de lado los detalles de los diversos episodios.

La revolución rusa fue considerada como la primera victoria de la lucha internacional de la clase obrera. En enero de 1919, los Bolcheviques llaman al primer congreso de la nueva internacional para marcar la ruptura con la social-democracia traidora, y para reunir las fuerzas de la revolución para las luchas futuras. Desgraciadamente la revolución alemana había sido aplastada en enero del 19, y la oleada revolucionaria decrecía. Sin embargo, a pesar del bloqueo casi total al que se veía sometida Rusia y las noticias deformadas que llegaban sobre el proletariado del oeste, la revolución concentra todas sus esperanzas en la única salida posible, la unión internacional de las fuerzas revolucionarias bajo un programa que fijara claramente los objetivos de clase: «El sistema soviético asegura la posibilidad de una democracia proletaria real, de una democracia para el proletariado, dirigida contra la burguesía. En este sistema el lugar principal es ocupado por el proletariado industrial y le corresponde asumir el rol de clase dominante, debido a su organización y conciencia política, y porque su hegemonía política permitirá al semiproletario y a lo campesinos pobres acceder gradualmente a esta conciencia (…) Las condiciones indispensables para la lucha son: la ruptura no solamente con los sirvientes del capital y los verdugos de la revolución comunista –el ala derecha de la socialdemocracia- sino también con el “centro” (el grupo de Kautsky) que abandonó al proletariado en el momento critico para reunirse al enemigo de clase» (Plataforma de IC: 1919).

Tal era la posición en 1919, y no las alianzas ulteriores con los centristas, que realizaron el partido y la Internacional y finalizaron en un “frente único”: «Esclavos de las colonias de Africa y Asia: el día de la dictadura proletaria en Europa será para vosotros como el día de vuestra liberación» (Manifiesto de la Internacional Comunista 1919). Esto nada tiene que ver con la manera como lo predican los izquierdistas hoy siguiendo las fórmulas contrarrevolucionarias sobre la “liberación nacional” proveniente de la degeneración de la Internacional.

«Pedimos a todos los obreros del mundo unirse bajo la bandera del comunismo que es ya la bandera de la primeras victorias para todos los países» (Manifiesto), lo que nada tiene que ver con el socialismo en un solo país.

«Bajo la bandera de los consejos obreros, de la lucha revolucionaria por el poder y la dictadura del proletariado, bajo la bandera de la Tercera Internacional, obreros del mundo entero uníos» (Manifiesto)

Estas posiciones son el reflejo del enorme paso que había dado el proletariado en los años precedentes. Las posiciones que los bolcheviques sostenían y defendían entonces era una ruptura clara con sus programas anteriores y constituían un llamado a la clase obrera entera a reconocer las nuevas necesidades políticas de la situación revolucionaria.

Pero en 1920, después del segundo congreso de la misma Internacional, la dirección del partido bolchevique cambia bruscamente, retornando a las “tácticas” del pasado. La esperanza de la revolución se debilita rápidamente, y el partido Bolchevique defiende entonces las 21 condiciones de admisión a la Internacional, incluyendo: el reconocimiento de las luchas de liberación nacional, de la participación electoral, de la infiltración en los sindicatos, lo que constituye en pocas palabras, un retorno al programa socialdemócrata, que estaba completamente inadaptado a la nueva situación. El partido ruso se convierte en efecto en la dirección preponderante de la IC, y el buró de Amsterdam fue cerrado. Y sobre todo, la dirección Bolchevique consigue aislar a los comunistas de izquierda: la izquierda italiana con Bordiga; a los camaradas ingleses alrededor de Pankurst; y Pannekoek, Gorter y el KAPD (que fue excluido en el tercer congreso). Los Bolcheviques y las fuerzas dominantes de la III Internacional obran a favor de un acercamiento con los centristas ambiguos y traidores a los que denunciaban dos años antes, y consiguen efectivamente sabotear toda tentativa de creación de una base de principios para la formación de partidos comunistas en Inglaterra, en Francia o en otros países, gracias a sus maniobras y sus calumnias sobre la izquierda. El camino del “Frente Unico” de 1922 en el cuarto congreso y la defensa de la patria rusa y del “socialismo en un solo país” estaba ya abierto por estas acciones.

El debilitamiento de la oleada revolucionaria y el camino hacia la contrarrevolución es claramente marcado por la firma del tratado secreto de Rapalo con el militarismo alemán. Cualquiera que sea el análisis de los puntos positivos y negativos del tratado de Bresst-Litovsk por ejemplo, fue hecho a la luz del día después de un largo debate en el seno del partido Bolchevique y fue presentado al proletariado mundial como una cuestión impuesta por una situación crítica. Pero el tratado de Rapalo, solamente dos años después, era una traición a todo lo que habían defendido los Bolcheviques, un tratado militar secreto concluido con el Estado Alemán.

Los gérmenes de la contrarrevolución se desarrollan con la rapidez de un período de transformaciones históricas, cuando los grandes cambios, pueden darse en algunos años o igualmente en algunos meses. Y finalmente, la vida deja el cuerpo de la Internacional cuando la doctrina del “Socialismo en un solo país” es proclamada.

La historia tormentosa de la IC no puede ser reducida a un plan maquiavélico de los Bolcheviques, según el cual ellos habrían planeado traicionar a la clase obrera tanto en Rusia como internacionalmente. Esta noción infantil no puede explicar nada sobre la historia. Pero la clase obrera no pudo reaccionar para reorientar sus propias organizaciones a causa de la derrota y del reflujo de la oleada revolucionaria; es esta misma derrota la que provoca la degeneración definitiva de sus organizaciones y de sus principios revolucionarios.

Marx y Engels habían constatado que un partido o una Internacional no pueden conservar su carácter de instrumentos de la clase cuando dominaba un marco general de reacción. Este instrumento de la clase no puede conservar una unidad organizacional cuando no existe práxis de la clase, él está penetrado por los efectos del reflujo y de la derrota, y eventualmente contribuye entonces, a la confusión, a la contrarrevolución. Es por esto que Marx disolvió la Liga de los Comunistas después del reflujo de la oleada revolucionaria del 1848 y saboteó a la primera Internacional (al enviarla a New York) después que la derrota de la Comuna de París hubo marcado el fin de un período. La II Internacional, a pesar de su auténtica contribución al movimiento obrero, sufre un largo proceso de corrupción durante el período ascendente del capitalismo, donde ella se ve atada cada vez más al reformismo, dando así una visión nacional a cualquier partido. Su paso definitivo al terreno burgués sobreviene con la guerra de 1914, cuando colabora en el esfuerzo de la guerra imperialista. A lo largo de todo ese período de crisis para la clase obrera, la tarea continua de elaboración teórica y de desarrollo de la conciencia de la clase corresponde a las “fracciones “ revolucionarias de la clase surgidas de las viejas organizaciones, preparando así el terreno para la construcción de una nueva organización.

La III Internacional fue construida como expresión de la oleada revolucionaria que siguió a la guerra mundial. Pero el fracaso de las tentativas revolucionarias y la victoria de la contrarrevolución acaban con ella, anunciando su muerte como instrumento de la clase. El proceso de contrarrevolución fue consumado- aunque había comenzado antes- cuando se produce la declaración del “socialismo en un solo país”, el fin definitivo de toda posibilidad objetiva para la subsistencia de las fracciones revolucionarias.

La ideología burguesa puede penetrar la lucha proletaria, en un período de reflujo, a causa de su fuerza como clase dominante en la sociedad. Pero cuando una organización se pasa definitivamente al campo burgués el camino se cierra a toda posibilidad de “regeneración”. De la misma manera que ninguna fracción viviente que exprese la conciencia de la clase proletaria puede surgir de una organización burguesa - y esto incluye hoy a los stalinistas, los trostkystas y los maoístas (aunque en calidad de individuos puedan ser capaces de romper con esas organizaciones)- también la IC y todos los partidos que permanecieron en su seno fueron irremediablemente perdidos por el proletariado.

Este proceso es más fácil de ver para la generación de proletarios de hoy (gracias al análisis y reflexión sobre todas esas experiencias de la clase) que desgraciadamente, para la clase en su conjunto en esa época, o para, muchos de sus elementos más politizados. El proceso de contrarrevolución que condenó a la IC ha sembrado una terrible confusión en el movimiento obrero durante los últimos cincuenta años. Aquellos que han proseguido la tarea de elaboración teórica en los sombríos años 30-40, lo que quedaba del movimiento de la izquierda comunista, tuvieron que esperar mucho tiempo para ver todas las implicaciones del período de derrota. Dejemos a los modernistas arrogantes que “han descubierto todo” en los años 74-75, aprendan en las sombras lo que la historia “debía haber sido”.

El contexto ruso

La política internacional de los Bolcheviques, su rol en el proceso de contrarrevolución internacional, no es prácticamente discutido en el panfleto de RWG “Revolución y Contrarrevolución en Rusia” y no es más que mencionado de paso en el texto de Forward. Para estos camaradas la contrarrevolución comienza esencialmente con la NEP (Nueva Política Económica). La NEP para ellos es, «el viraje de la historia de la Unión Soviética. El mismo año el capitalismo fue restaurado, la dictadura política vencida (?) y la Unión Soviética deviene un Estado Obrero» (Revolución y Contrarrevolución en Rusia) pág. 7.

De partida, es necesario decir cualesquiera que sean los acontecimientos en el contexto ruso, una revolución internacional ó una Internacional no muere a causa de una mala política de un país. El lector buscará en claro un marco coherente que permita analizar la NEP a los acontecimientos ulteriores en Rusia en general.

La degeneración de la revolución sobre el suelo ruso se explica esencialmente por el declive gradual y mortal de los Soviets y por su reducción a un simple aparato del partido-Estado Bolchevique. La actividad autónoma del proletariado, la democracia obrera en el interior del sistema de los Soviets era la base principal de la victoria de Octubre, pero desde 1918, aparece claramente que el poder político de los Consejos Obreros estaba en vías de ser diezmado y ahogado por el aparato del Estado. El punto culminante del período de declive de los Soviets en Rusia fue la masacre de una parte de la clase en Kronstadt. La RWG, inmutable sobre la NEP, no ha mencionado tampoco la masacre de Kronstadt con relación al análisis del Estado ruso. Esto nos asombra. Kronstadt no es mencionado en ninguno de los textos principales sobre Rusia, tampoco Rapalo. Puede ser comprensible que los camaradas de RWG, salidos recientemente del dogma trotskissta, no hayan todavía comprendido, cuando han escrito sus artículos, que Kronstadt no era el motín “contrarrevolucionario” del que hablaban Lenin y Trotsky. Lo que es menos comprensible, es que ellos acusen a nuestros camaradas de Internacionalismo de no ser capaces de ver “la degeneración de la revolución estando Lenin vivo”.

El error fundamental del partido bolchevique en Rusia era la concepción según la cual el poder debía ser ejercido por una minoría de la clase: el partido. Ellos creían que el partido podía aportar el socialismo a la clase y no pudieron ver que era la clase en su conjunto, organizada en Soviets, la que era el sujeto de la transformación socialista. Esta concepción del partido tomando el poder estatal existía en toda la izquierda, en un grado o en otro, la encontramos en Rosa Luxemburgo, y aún hasta en los escritos del KAPD de 1921. La experiencia rusa del partido en el poder, que el proletariado pagó con su sangre, marca una frontera de clase definitiva sobre la cuestión de la toma del poder por un partido o de una minoría de la clase, “en nombre de la clase obrera”. A partir de esta experiencia, la lección de la no identificación del estado y del partido se transforma en un signo distinto de las fracciones revolucionarias de la clase; y todavía más allá, que el papel de las organizaciones políticas es el de contribuir al desarrollo de la conciencia de la clase y no a sustituir al conjunto de la clase.

Los intereses históricos de la clase obrera en tanto que destruir al capitalismo no eran siempre comprendidos desde el principio, y no podía serlo tampoco el desarrollo de la conciencia política de la clase constantemente torpedeada por la ideología burguesa dominante. Marx escribió el Manifiesto Comunista sin ver que el proletariado no podía apoderarse del aparato del Estado burgués para servirse de él. La experiencia viviente de la Comuna de París fue necesaria para probar de manera irrefutable que el proletariado debía destruir el Estado burgués para poder ejercer su dictadura sobre la sociedad. De la misma manera la cuestión acerca del partido estuvo en discusión en el movimiento obrero hasta 1917, pero la experiencia rusa marca una frontera de clase sobre este punto. Todos aquellos que repiten o teorizan la repetición de los errores de los bolcheviques se ponen al otro lado de la frontera de clase.

Lo que el Estado ruso destruyó al debilitar a los Soviets, fue la fuerza misma del socialismo. Al estar ausente toda autonomía organizada de la clase en su conjunto, toda esperanza de regeneración fue progresivamente eliminada, la política económica de los bolcheviques era debatida, cambiada, modificada, pero su acción política en Rusia fue fundamentalmente un proceso continuo que aceleró la caída de la revolución. Todo este proceso se hace todavía más claro cuando se le ve en el contexto de la derrota internacional del movimiento del cual formaba parte.

La dictadura del proletariado

Una de las primeras, de las más importantes lecciones que deben ser sacadas de la experiencia revolucionaria del período que sigue a la primera guerra mundial es que la lucha proletaria es ante todo una lucha internacional y que la dictadura del proletariado es (sea esta en un sector o a escala mundial) de partida y ante todo una cuestión política.

El proletariado, al contrario de la burguesía es una clase explotada y no explotadora. Ella no tiene pues privilegio económico alguno sobre el cual apoyar su porvenir de clase. Las revoluciones burguesas eran esencialmente un reconocimiento económico de un hecho político consumado. La clase capitalista era de hecho, la clase económica dominante de la sociedad, mucho antes del movimiento de su revolución. La revolución proletaria, al contrario comprende una transformación económica a partir de un punto de partida político: la dictadura del proletariado. La clase obrera no tienen ningún privilegio económico que defender en la vieja sociedad, así como tampoco en la nueva, y no tiene más que su conciencia de clase, su poder político organizado en los Consejos Obreros para guiarse en la transformación de la sociedad. La destrucción del poder burgués y la expropiación de la burguesía deben ser victoriosas a escala mundial, antes que toda transformación social pueda ser acometida bajo la dirección de la dictadura del proletariado.

La ley económica fundamental de la sociedad capitalista, la ley del valor, es el conjunto del mercado capitalista mundial y no se puede de ninguna manera por ningún medio eliminarsele en un solo país, (ni siquiera en uno de los países más desarrollados) ó en el conjunto de varios países, sino solamente a escala mundial. No existe escapatoria alguna frente a este hecho ni siquiera reconociéndolo piadosamente para después ignorarlo y hablar de abolir al mismo tiempo el dinero y el trabajo asalariado, que no son más que corolarios de la ley del valor y del sistema capitalista en su conjunto, en un solo país. Las únicas armas de las que dispone el proletariado para llevar a cabo la transformación de la sociedad que sigue y que no puede preceder a la toma del poder por los Consejos Obreros Internacionalmente son:

  1. La fuerza organizada y armada para conducir a la victoria de la revolución en el mundo entero.
  2. La conciencia de su programa comunista, orientación política indispensable para la transformación económica de la sociedad.

La victoria del proletariado no depende de su capacidad para “administrar” una fábrica ni todas las fábricas de un país. Administrar la producción cuando el sistema capitalista continúa existiendo, conducen esas “gestiones” a ser la gestión de la plusvalía y del intercambio. La primera tarea de todo proletariado vencedor en un país o un sector no es preocuparse por la forma de crear un “mitico islote de socialismo” que es imposible, sino de brindar toda la ayuda posible a su única esperanza: la victoria de la revolución mundial. Es de mayor importancia definir las prioridades sobre este punto. Las medidas económicas que tomará el proletariado en un país, o en un sector, son una cuestión secundaria. En el mejor de los casos, esas medidas no son más que medidas destinadas a parar el peligro y tenderán a marchar en un sentido positivo: todo error puede ser corregido si la revolución avanza, y si los Consejos Obreros pierden su control político y su clara conciencia del sentido en el cual se marcha, entonces no habrá esperanza de corregir los errores o de instaurar el socialismo. Hoy numerosas voces se elevan contra esta concepción; algunas de estas voces proclaman que encerrar la lucha proletaria sobre el terreno político no es más que un no-sentido, un fósil reaccionario. En efecto, la concepción según la cual la clase revolucionaria es una clase definida objetivamente, el proletariado, es también una antigualla y debería ceder el lugar a una “clase universal” comprendida por todos aquellos que son “oprimidos”, atormentados psicológicamente o que tengan una inclinación filosófica por la revolución.

Las “relaciones comunistas”, o según un grupo inglés del mismo nombre “las prácticas comunistas” pueden ser realizadas inmediatamente, bastando para ello que la “gente” lo desee. Para ellos, lo más importante no es la toma del poder por el proletariado a escala internacional y la eliminación de la clase capitalista, sino la instauración inmediata de las supuestas “relaciones comunistas” bajo el empuje espontáneo de las “gentes en general”.

Los elementos puramente abstractos y miticos que sustentan esta teoría no toman en consideración el hecho de que ella puede perfectamente servir de cobertura a la ideología “autogestionaria”. Frente al acrecentamiento del descontento de la clase obrera, expresados en movimientos de masas, conforme al profundizamiento de la crisis capitalista, una de las reacciones de la burguesía será decir a los obreros: vuestros intereses no pueden ser los de lanzarse a los problemas “políticos” como el de la destrucción del Estado burgués, sino tomar las fábricas y hacerlas marchar para “vosotros mismos”, en orden.

La burguesía tratará de colocar a los obreros detrás de un programa económico de autogestión y de explotación y durante ese tiempo la clase capitalista y su Estado aguardarán para recoger los frutos. Esto es lo que ha pasado en Italia, en 1920, donde “Ordino Nuovo” y Gramsci exaltaban las posibilidades económicas que abrían las ocupaciones de fábricas, mientras que las fracciones de izquierda con Bordiga, decían que los Consejos Obreros, aunque tuviesen sus raíces en las fábricas, debían conducir un ataque frontal contra el Estado y el sistema en su conjunto, o morir.

Los camaradas de RWG no rechazan la lucha política. Ellos se limitan a decir que el contexto político y las medidas económicas son igualmente importantes y cruciales. En un sentido no hacen más que repetir una verdad marxista trivial: El proletariado clase explotada, no se bate por tomar el poder político sobre la burguesía con el objeto de satisfacer alguna psicosis de poder. Sino para echar las bases de una transformación social para la lucha de clases y la actividad autónoma y organizada de la única clase revolucionaria que, liberándose de la explotación, libera a la humanidad entera de la explotación para siempre. Pero, los camaradas de RWG no tienen ninguna idea concreta de la manera en la cual se puede desarrollar ese proceso de transformación social. La revolución es un asalto rápido contra el Estado, pero la transformación económica de la sociedad es un proceso que se desarrolla a escala mundial y que es de una complejidad extrema. Para llevar a cabo ese proceso económico, el marco político de la dictadura de la clase obrera debe ser claro. Antes que nada debe reconocer que la toma del poder por el proletariado no quiere decir que el socialismo pueda ser instaurado por decreto. Por lo tanto:

  1. La transformación económica no puede más que seguir, y no preceder, la revolución proletaria (no puede haber dos “construcciones socialistas” en el seno del poder de la clase capitalista). La transformación económica no se produce simultáneamente con el establecimiento del poder de la clase sobre la sociedad.
  2. El poder político del proletariado abre la vía a la transformación socialista, pero la principal muralla que protege la marcha de la revolución, es la unidad y la cohesión de la clase. La clase puede cometer errores económicos que deben ser corregidos, pero si deja el poder a otra clase o un partido o minoría, toda transformación económica deviene en consecuencia imposible.

A partir del hecho que nosotros afirmamos de que la dictadura política del proletariado es el marco y la condición previa para la transformación social, el espíritu simplista (RWG) concluye: «parece que Internacionalismo niega la necesidad para el proletariado de dirigir una guerra económica contra el capitalismo» (Forward, pág. 44)

Contrariamente a lo que proclama Forward, todo no tiene inmediatamente la misma importancia, o la misma gravedad, para la lucha revolucionaria. En un país donde la revolución acaba justamente de triunfar, los Consejos Obreros pueden considerar necesario trabajar 10 o 12 horas por día para la producción de armas y materiales necesarios para sus hermanos de clase situados en otra región. ¿Es esto socialismo? No, si se considera que los principios de base del socialismo son, la producción para las necesidades humanas (y no para la destrucción) y la reducción de la jornada de trabajo. ¿Entonces esas medidas deben ser denunciadas como una proposición contrarrevolucionaria? Evidentemente no, puesto que la primera esperanza de salvación de la clase obrera, es la de ayudar a la extensión de la revolución internacional. ¿Debemos entonces admitir que el programa económico esté sometido a las condiciones de la lucha de clase y que no existen los medios para crear un paraíso económico obrero en un solo país? En todo esto debemos insistir sobre el hecho que todo debilitamiento político del poder de los Consejos Obreros en la toma de decisiones y la orientación de la lucha sería fatal.

Los revolucionarios mentirían a su clase si la colmaran de sueños dorados, plenos de leche, de miel y de milagros económicos, en lugar de insistir sobre la lucha a muerte y las terribles destrucciones que necesita una guerra civil. No harían más que desmoralizar a su clase, declarando que los retrocesos económicos (en un país, o varios) significa el fin de la revolución. Poniendo estas cuestiones sobre el mismo plan inmediato que la solidaridad política, la democracia proletaria o el poder de decisión del proletariado, desviarían la fuerza decisiva de la lucha de clases comprometiendo así la única esperanza de empezar un período de transición al socialismo a escala mundial.

El RWG responde que «todo no puede ser semejante que antes, después de la revolución» y ponen el acento sobre las trágicas condiciones de los obreros en Rusia en 1921. Pero no nos dicen de cuales condiciones hablan. ¿Es que acaso, las organizaciones de masa de la clase obrera estaban excluidas de toda participación efectiva en el “Estado Obrero”?, ¿Quien reprimió a los obreros en huelga en Petrogrado?; si ellos hablan de estas condiciones tocan el corazón de la degeneración de la revolución. ¿O bien, hablan ellos del hecho de que los obreros estaban todavía trabajando en las fábricas, que los salarios existían aún (¿se les puede abolir en un solo país?), así como el intercambio? Aunque estas prácticas no sean evidentemente el socialismo, ellas son sin embargo inevitables al menos que se pretenda poder eliminar la ley del valor en un abrir y cerrar de ojos. Como lo dice RWG “un trazo debe ser tirado en alguna parte” ¿pero donde? Mezclando la importancia crucial de una coherencia política y el poder de la clase con los retrocesos económicos, los problemas de la lucha futura se reducen a una esperanza de realización milagrosa de nuestros más sinceros deseos.

El socialismo -o las relaciones sociales comunistas, éstos términos son usados aquí de manera intercambiable- se define esencialmente por la eliminación total de todas las “leyes económicas ciegas” y sobre todo de la ley del valor que rige la producción capitalista, eliminación que permite satisfacer las necesidades de la humanidad. El socialismo es el fin de todas las clases (la integración de todos los sectores no-capitalistas a la producción socializada y la apertura del trabajo asociado decidiendo sus propias necesidades), el fin de toda explotación, de toda necesidad de un Estado (expresión de una sociedad dividida en clases), de la acumulación de capital con su corolario al trabajo asalariado y de la economía de mercado. Este es el fin de la dominación del trabajo muerto (capital) sobre el vivo. Así pues el socialismo no es una cuestión de creación de nuevas leyes económicas sino, la eliminación desde abajo de las viejas, bajo la égida del programa comunista proletario.

El capitalismo no es un villano burgués que fuma un grueso puro, sino toda la organización actual del mercado mundial, la propiedad privada de los medios de producción, comprendida ahí la del campesinado, el subdesarrollo, la miseria, la producción para la destrucción etc. Todo eso debe ser extirpado y eliminado de la historia humana para siempre. Esto necesita un proceso de transformación económica y social a escala mundial de proporciones gigantescas, que tomará al menos una generación. Sobre lo que es necesario insistir, es el hecho de que ningún marxista puede proveer los detalles de la nueva situación que tendrá que afrontar el proletariado después de la revolución mundial. Marx evitó siempre “sacar planes” para el futuro, y todo lo que puede aportar la experiencia rusa son líneas de orientación muy generales para la transformación económica. Los revolucionarios faltarían a su tarea si su única contribución fuera el rechazo de la revolución rusa por no haber creado el socialismo en un solo país, o de crear ensueños acerca de la simultaneidad de la construcción del marco político y de la transformación económica.

El verdadero peligro del programa económico de la revolución es que las grandes líneas directivas no sean claras, que no se saque cuáles son las medidas que marchan en el sentido de la destrucción de las relaciones de producción capitalistas –y por lo tanto hacia el comunismo-, que deberán ser aplicadas desde que sean posibles. Es una cosa decir que en ciertas condiciones no podrá ser apremiante trabajar largas horas, o no ser capaces de abolir inmediatamente el dinero en un sector. Pero es otra cosa decir que el socialismo significa trabajar más duramente o peor todavía que las nacionalizaciones y el Capitalismo de Estado son un paso adelante, hacia el socialismo. No es tanto por el caos del Comunismo de Guerra llevado a la NEP, que los Bolcheviques deben ser condenados, si no por haber presentado las nacionalizaciones o bien el Capitalismo de Estado como una ayuda a la revolución o haber pretendido que la “competición económica con el Oeste” provocaría la grandeza de la producción socialista. Un programa de transformación económica claro es una necesidad absoluta, y hoy después de 50 años de retroceso, podemos ver claramente la cuestión más que los bolcheviques u otra expresión política del proletariado en la época.

La clase obrera tiene necesidad de una orientación clara de su programa político, clave de la transformación económica, pero no falsas promesas de remedios inmediatos a las dificultades o de mistificaciones sobre la posibilidad de eliminar la ley del valor por decreto.

La NEP

El RWG no es el único en insistir sobre la NEP. Muchos de aquellos que provienen de rupturas con el “izquierdismo”, y particularmente con las variedades trotskistas, hacen lo mismo. Después de haber defendido la teoría insensata según la cual los “Estados Obreros” existen hoy, y que la colectivización en manos del Estado “prueba” el carácter socialista de la Rusia actual, buscan ahora presentar «el punto donde el cambio entre el 17 y hoy ha debido producirse» (Forward pág 44) en Rusia. Es la cuestión que siempre plantean los trotskistas con satisfacción: ¿En qué momento ha vuelto el capitalismo a implantarse?

La NEP no era una invención producida por el cerebro de los líderes bolcheviques. Ella retoma, por otra parte, en gran medida el programa de la revuelta de Kronstadt. La revuelta de Kronstadt sobre el tapete reivindicaciones políticas necesarias para salvar la revolución: el restablecimiento del poder a los Consejos Obreros, la democracia proletaria y el fin de la dictadura bolchevique a través del Estado. Pero económicamente los obreros de Kronstadt, empujados por el hambre hacia el intercambio individual para obtener alimentos, propusieron un “programa” que demandaba simplemente una regularización del intercambio, colocándolo bajo la dirección de los obreros. Una regularización del comercio para acabar con las hambrunas y el estancamiento económico. Los cargamentos enviados a las ciudades rusas eran tomados por asalto por la población hambrienta y debían, por lo tanto, ser acompañadas por guardias armados. Los obreros estaban a menudo obligados a cambiar útiles de trabajo por los alimentos que tenían los campesinos. La situación era catastrófica, y Kronstadt así como los bolcheviques, no podían proponer otra cosa que no fuese un retorno a una suerte de nacionalización económica, que no podía ser otra que el capitalismo.

1.- «Si los acontecimientos empujaban a la instauración de la propiedad capitalista como era en parte el caso,....» (Revolución y Contrarrevolución en Rusia pág 7) «la restauración del capitalismo significaba la restauración del proletariado en tanto que clase en sí...» (ídem. pág 17); «uno se pregunta lo que hubiera sido necesario conceder de más al capitalismo ¿no para arribar a su restauración?» (Forward, pág 46) –los subrayados son nuestros-.

Todo esto es una prueba clara de la confusión que se hace. La NEP no era la “restauración” del capitalismo, puesto que este no ha sido jamás eliminado en Rusia. El RWG lleva más lejos la confusión, al añadir: «si la NEP no era el reconocimiento de las relaciones económicas capitalistas normales, es decir legales» (Revolución y Contrarrevolución en Rusia Pág. 7). He ahí el colmo del absurdo: que las relaciones capitalistas sean o no legales; es decir que su existencia sea o no reconocida, no es más que una cuestión jurídica. ¿Qué "pureza" se gana pretendiendo que la realidad no existe? De todas maneras, que sea reconocida legalmente o no, no cambia en nada a la realidad económica. Sí la NEP marcó un punto decisivo, no fue porque reintrodujera (o reconociera) la existencia de fuerzas económicas capitalistas. Las leyes fundamentales de la economía capitalista dominaban el contexto ruso puesto que ellas dominaban el mercado mundial[1].

Esto puede conducir a algunos a decir que Rusia ha sido siempre capitalista y que constituye la prueba de que ahí no hubo revolución proletaria. Jamás estaremos en capacidad de identificar una revolución proletaria si nos obstinamos en concebirla como una transformación económica completa de un día para otro.

Una vez más volvamos al tema del “socialismo en un solo país”, que está suspendido como una nave amenazante, a propósito de la experiencia rusa. La NEP, con sus nacionalizaciones de industrias claves, fue un paso adelante hacia el Capitalismo de Estado, no un cambio fundamental del “socialismo” (o de otro sistema diferente del capitalismo) hacia el capitalismo.

2.- «Ella (la NEP) representa realmente una traición de los principios, una traición programática de las fronteras de clases» (Revolución y Contrarrevolución pág 7) Este es el corazón de la argumentación, aunque este argumento sea la consecuencia natural de lo que precede. Nadie es tan loco para pretender que la clase obrera no pueda jamas retroceder. Aunque de una manera general la revolución debe avanzar o perecer, lo que no puede jamás ser tomado unilateralmente y significar que podamos avanzar en línea recta y sin problemas.

La cuestión que se plantea es entonces la siguiente: ¿qué es un retroceso inevitable y qué es poner en peligro los principios? El programa bolchevique en lo que podía contener de apología engañosa del Capitalismo de Estado, era un programa que se podía volver contra el proletariado, pero la imposibilidad de abolir la ley del valor o del intercambio en un solo país no tiene nada que ver con una “traición de las fronteras de clase”. O se hace una distinción clara en esto, o se concluye defendiendo la posición según la cual el proletariado pudo haber arribado a un socialismo integral en Rusia. Siendo esto imposible, tendrían los revolucionarios que ocultar su incapacidad para aplicar el programa mintiendo acerca de lo que realmente debía ser hecho.

Los retrocesos en el terreno económico serán ciertamente inevitables en muchos casos – a pesar de la necesidad de una orientación -, pero un retroceso en el terreno político significa la muerte para el proletariado. Esta es la diferencia fundamental que hay entre la NEP y el tratado de Rapalo, o las tácticas del “Frente Unico”.

«¿Qué habrían hecho los camaradas de Internacionalismo en tal situación? ¿Habrían ellos restaurado la economía de mercado? ¿Habrían ellos descentralizado la industria para ponerla en manos de los directores de empresas? ¿Habrían ellos rehabilitado el rublo? En resumen, ¿habrían ellos efectuado un “retroceso” que era en efecto una derrota?... Habrían ellos subordinado los intereses de la revolución proletaria mundial a los intereses del capital nacional ruso»  (Forward pág 45).

Este planteamiento ajeno a la historia consistente en preguntar “¿qué habrías hecho tú?” es estéril por definición, la historia no puede ser cambiada o “juzgada” con nuestras conciencia (o nuestra falta de ella) hoy. Sin embargo, las cuestiones sencillas planteadas por RWG muestran que no han comprendido la diferencia entre un retroceso y una derrota.

¿La economía de mercado? Jamás ha sido destruida internacionalmente, único medio de hacerla desaparecer, ni eliminado por nadie en Rusia, siempre ha existido. ¿El rublo? También una cuestión absurda según los análisis marxistas del capitalismo mundial y del rol del dinero. ¿Descentralización de la industria? Esta cuestión política concierne profundamente a los Consejos Obreros y pertenece profundamente a otro dominio. ¿Defensa de los intereses del capital ruso? Esta fue claramente la campanada que anunció la muerte de la revolución.

La transformación económica «no puede ser hecha por decreto, pero el decreto es el primer paso». Si por decreto RWG entiende el programa de la clase obrera entonces solamente tenemos que “decretar” el comunismo integral e inmediatamente. ¿Y después? ¿Como arribaremos ahí? ¿Acaso debemos o tirar la toalla completamente o mentir y pretender que podemos alcanzar el socialismo a través de pequeñas repúblicas socialistas?

La revolución en un país como Gran Bretaña por ejemplo (por no decir una economía tan atrasada o subdesarrollada como la de Rusia en 1917), no podría existir más que algunas semanas antes de ser ahogada por el hambre (en el caso de un bloqueo). ¿Qué sentido tendría hablar de una guerra económica contra el capitalismo, siempre victoriosa en medio de más hambre? La única política que defiende y protege un bastión revolucionario es la lucha revolucionaria ofensiva a escala internacional y la única esperanza es la solidaridad política de la clase, su organización autónoma y la lucha de clases internacional.

Algunas medidas para un programa de transición

El RWG, con toda su charlatanería sobre la NEP, no ofrece ninguna vía par una orientación válida de la economía en la lucha del mañana. ¿En qué dirección debemos orientarnos, que podamos ir tan lejos como las circunstancias de la lucha de clase nos lo permita?

  1. Socialización inmediata de las grandes concentraciones capitalistas y de los principales centros de actividad proletaria.
  2. Planificación de la producción y de la distribución por los Consejos Obreros, conforme al criterio de máxima satisfacción posible de las necesidades (de los trabajadores y de la lucha de clases) y no para la acumulación.
  3. Tendencia hacia la reducción de la jornada de trabajo.
  4. Elevación sustancial del nivel de vida de los obreros, incluyendo la organización inmediata de los transportes, habitación, de los servicios médicos gratuitos. Todas éstas medidas deben ser tomadas por los Consejos Obreros.
  5. Tentativa de eliminar, en la media de lo posible, la forma de salario y dinero, aún si este toma la forma de un racionamiento de los bienes, si están en cantidad insuficiente, por los Consejos Obreros, para la sociedad en su conjunto. Esto será más fácil donde el proletariado está fuertemente concentrado y tenga suficientes recursos a su disposición.
  6. Organización de las relaciones entre los sectores socializados y los sectores donde la producción continua siendo individual -sobre todo en el campo -, orientada hacia un intercambio organizado y colectivo, en un primer momento a través de las cooperativas (introducidas eventualmente por la eliminación de la producción privada y del intercambio, sí la lucha de clases es victoriosa en el campo), medida que representa un paso adelante en el curso hacia la desaparición de la economía de mercado y de los intercambios individuales.

Estos puntos deben ser tomados como sugerencias para la orientación futura, como una contribución al debate que se sostiene en el seno de la clase sobre estas cuestiones.

La Oposición Obrera

Como los camaradas de RWG no comprenden la situación rusa, terminan perdiéndose en ella. Intentan ofrecer una orientación para el futuro escogiendo algunos aspectos de reacciones diferentes que se oponían en Rusia. Como todos aquellos que rechazan completamente el pasado y pretenden que la conciencia revolucionaria nació ayer (con ellos, lo más seguro), RWG toma, aparentemente lo contrario y responde a la historia en sus propios términos. Lo que no constituye un enriquecimiento de las lecciones del pasado, sino un deseo de revivirlo y “hacerlo mejor”, en lugar de ser una tentativa de buscar de lo que se puede sacar hoy.

El RWG escribe pues: «nuestro programa es el programa de la Oposición Obrera, que predica la actividad autónoma de la clase contra el burocratismo, y las tentativas a la restauración del capital» lo que revela una falta de comprensión fundamental de lo que significa realmente la Oposición Obrera en el contexto de los debates en Rusia. La Oposición Obrera fue uno de los numerosos grupos que se enfrentaron contra la evolución de los acontecimientos en las circunstancias de degeneración en Rusia. Lejos de rechazar sus esfuerzos a menudo llenos de coraje, es necesario considerar su programa.

La Oposición Obrera no estaba contra el “burocratismo”, sino contra la burocracia del Estado y por la utilización de la burocracia sindical. Los sindicatos debían ser el órgano de la gestión del capital en Rusia y no la máquina del partido-Estado. La Oposición Obrera pudo haber querido defender la iniciativa de la clase obrera, pero ella no pudo visualizarla fuera del contexto sindical. La verdadera vida de la clase en los Soviets había sido casi enteramente eliminada en Rusia en 1920-21, pero esto no quería decir, que los sindicatos, y no los Consejos Obreros, eran los instrumentos de la dictadura del proletariado. Es el mismo género de razonamientos que ha conducido a los bolcheviques a concluir en la necesidad de retornar en algunos aspectos, al viejo programa social demócrata –infiltración de los sindicatos, participación en el parlamento, alianzas con los centristas, etc.-, desde el mismo momento que el programa del primer congreso de la IC no pudo ser fácilmente puesto en práctica como consecuencia de las derrotas del proletariado en Europa. Igualmente si los Soviets fueron aplastados, la actividad autónoma de la clase- sin hablar de su actividad revolucionaria-, no podía ser ejercida en los sindicatos en el período de decadencia del capitalismo. Todo el debate sobre los sindicatos reposaba sobre una base falsa: los sindicatos habrían podido sustituir la unidad de la clase en los Soviets. En este sentido la experiencia de Kronstadt, llamando a la regeneración de los Soviets, era más clara sobre la cuestión. Durante ese tiempo la Oposición Obrera aportó su acuerdo y su sostén al aplastamiento militar de Kronstadt.

Es necesario comprender históricamente que el contexto ruso, los argumentos de ese debate giraban en torno a la manera de “administrar” la degeneración de la revolución, y que sería el súmmum de la absurdidad, el RWG afirma: «pero estamos seguros de una cosa: si el programa de la Oposición Obrera hubiera sido adoptado, el programa de la actividad autónoma de la clase, la dictadura del proletariado en Rusia habría muerto (en caso de muerte) combatiendo al capitalismo y no adaptándose a él. Y la posibilidad era que ella podía haber sido salvada por la victoria en el Oeste. Si ese programa de lucha hubiera sido adoptado no hubiese habido un retroceso internacional. Habrían habido posibilidades para la Izquierda Internacional de ganar predominio en la Internacional Comunista» (Forward, pág 48-49).

Esto prueba solamente que hay una convicción persistente entre el RWG, de que si las cosas hubieran sido hechas de mejor manera en Rusia todo hubiera sido diferente. Para ellos Rusia es el pivote de todo. Ellos también asumen como lo hemos visto, que si las medidas económicas hubieran sido diferentes, la traición política habría sido evitada, y no lo contrario. Pero la absurdidad histórica de estas hipótesis es más claramente expresada por “habrían habido posibilidades para la Izquierda Internacional de ganar predominio en la Internacional Comunista”.

La Izquierda Comunista de quienes presumimos que ellos hablan no comprendía claramente el programa económico para la época, pero el KAPD, por ejemplo, se basaba sobre el rechazo de los sindicatos y de su burocracia. La Oposición Obrera no tuvo nada –o si tuvo fue poco- que repetir sobre la estrategia bolchevique en el Oeste, y siempre sirvió de tapón a la política bolchevique oficial sobre esta cuestión, incluyendo las 23 condiciones del segundo congreso de la Internacional Comunista (como lo hizo Osinsky). La visión que atribuye a la Oposición Obrera haberse transformado en el punto focal de la Izquierda Internacional, es pura invención del RWG, porque desconocen la historia de la que hablan con tanta ligereza.

Aún cuando el RWG dice que: «escrutar la bola de cristal no es una tarea revolucionaria» (Forward, pág 48), él se pierde, en algunas líneas más adelante, en los horizontes infinitos que la Oposición Obrera habría abierto a la clase obrera. Se podría decir que en lugar de evitar las bolas de cristal, sería mejor saber de que se habla.

Las lecciones de Octubre

Nuestro objetivo esencial en este artículo, no es polemizar, aún cuando sea de indudable utilidad la claridad que se pueda llevar sobre ciertos puntos. La tarea esencial de los revolucionarios es la de sacar de la historia los puntos para la orientación de la lucha futura. El debate que trata específicamente sobre la cuestión de saber cuándo la revolución rusa degeneró es menos importante que:

  1. Ver que efectivamente esta degeneración ha tenido lugar.
  2. Discutir por qué ha tenido lugar.
  3. Contribuir a la toma de conciencia de la clase, sintetizando los aportes positivos y negativos de esta época.

Es en este sentido que queremos aportar una contribución a una visión general de la herencia esencial que nos ha dejado la experiencia de la oleada revolucionaria de post-guerra, para el presente y para el futuro.

  1. La revolución proletaria es una revolución internacional y la primera tarea de la clase obrera en un país es contribuir a la revolución mundial.
  2. El proletariado es la única clase revolucionaria, el único sujeto de la revolución y de la transformación social. Es claro hoy que toda alianza “obrero-campesina” debe ser rechazada.
  3. El proletariado en su conjunto, organizado en Consejos Obreros, constituye la dictadura del proletariado. El rol del partido político de la clase no es el de tomar el poder del Estado, de “dirigir en nombre de la clase”, sino el de contribuir a desarrollar y a generalizar la conciencia de la clase en el interior de ella. Ninguna minoría política de la clase puede ejercer el poder político en su lugar.
  4. El proletariado debe dirigir su poder armado contra la burguesía. Aunque la principal manera de unificar la sociedad debe ser mediante la integración de los elementos no proletarios y no explotadores en la producción socializada, la violencia contra estos sectores puede ser en ciertos momentos necesaria; pero debe ser excluida como medio para resolver los debates en el interior del proletariado y de sus organizaciones de clase. Todos los esfuerzos deben ser hechos por medio de la democracia obrera, para reforzar la unidad y la solidaridad del proletariado.
  5. El capitalismo de Estado es la tendencia dominante de la organización capitalista en el periodo de decadencia. Las medidas de capitalismo de Estado, incluidas ahí las nacionalizaciones, no son de ninguna manera un programa para el socialismo, ni una “etapa progresiva”, ni una política que pueda “ayudar” la marcha hacia el socialismo.
  6. Las líneas generales de las medidas económicas que tienden a eliminar la ley del valor, al establecimiento de la socialización de la producción para las necesidades de la humanidad, mencionadas anteriormente, representan una contribución a la elaboración de una nueva orientación económica para la dictadura del proletariado. Estos puntos rápidamente bosquejados acá, no tienen la pretensión de agotar la complejidad de la experiencia revolucionaria, pero pueden servir como puntos de referencia para una elaboración futura.

Existen hoy en día muchos grupos pequeños, como el RWG, que se desarrollan con el resurgimiento de la lucha de clases y es importante comprender las implicaciones de su trabajo, así como el fortalecimiento del intercambio de ideas en el medio revolucionario. Pero existe el peligro de que después de tantos años de contrarrevolución, estos grupos no sean capaces de apropiarse de la herencia del pasado revolucionario. Como el RWG, muchos de esos grupos piensan que ellos “descubrieron” la historia por primera vez, como si nada hubiese existido antes que ellos. Esto puede conducir a aberraciones de este genero: fijarse sobre el programa de la Oposición Obrera o de los grupos de izquierda rusos, en el vacío, como si se “descubriera” cualquier día una “nueva piedra del rompecabezas”, sin colocar los elementos en un contexto más amplio. Sin conocer el trabajo de la Izquierda Comunista (y ser criticado al mismo tiempo) (KAPD, Gorter, Izquierda Holandesa, Pannekoek, “Worker’s Dreadnaught”, la Izquierda italiana, la revista Bilan en los años treinta e Internacionalismo en los cuarenta, el Comunismo de los Consejos y Living Marxismo tanto como los Comunistas de Izquierda rusos), y sin verlos como las piezas separadas de un rompecabezas, sino comprendiéndolos en los términos generales del desarrollo de la conciencia revolucionaria de la clase, nuestro trabajo estará condenado a la esterilidad y a la arrogancia del diletante. Aquellos que hacen el esfuerzo indispensable de romper con el izquierdismo deberían comprender que no están solos en la marcha sobre el camino de la revolución, y que tampoco están solos en la historia.

J.A.


[1] La política del Comunismo de Guerra en el país durante la guerra civil, tan celebrada por RWG, no era menos “capitalista” que la NEP. La expropiación violenta de los bienes de los campesinos, aunque siendo una medida necesaria para la ofensiva proletaria de la época, no constituía en nada un “programa” económico (el pillaje). Es fácil ver que estas medidas temporales, impuestas por la fuerza sobre la producción agrícola, no podían durar indefinidamente. Antes, durante y después del Comunismo de Guerra, la base esencial de la producción era la propiedad privada. El RWG tiene razón al señalar la importancia de la lucha de clase de los obreros agrícolas en el país, pero esta lucha no podía eliminar automáticamente e inmediatamente al campesino y su sistema de producción, ni siquiera en el mejor de los casos.

 

Series: 

  • Rusia 1917 [1]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1917 - la revolución rusa [2]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La oleada revolucionaria de 1917-1923 [3]

Las enseñanzas de Kronstadt

  • 6919 lecturas

Este artículo escrito por un camarada de la C.C.I., es un intento de análisis de los acontecimientos de Kronstadt y de las enseñanzas que de ellos habría que sacar  con vistas al desarrollo del movimiento obrero de hoy  y del mañana. Sus análisis coinciden con las orientaciones generales de nuestra Corriente. En él se desarrollan los puntos esenciales para que los revolucionarios comprendan lo que hemos heredado de aquellos episodios. Estos puntos pueden resumirse como siguen:

1.- La revolución proletaria es, por su misma naturaleza histórica, una revolución internacional. Mientras permanezca arrinconada en el marco de uno o varios países aislados, tropezará con dificultades absolutamente insuperables y se encontrará fatalmente abocada a la muerte a corto o largo plazo.

2.- Al revés de otras revoluciones en la historia, la revolución proletaria exige la participación directa, constante y activa del conjunto de la clase. Lo cual significa que nunca podrá aceptar, so pena de iniciar inmediatamente un proceso de degeneración, la “delegación” del poder en un partido, ni que una fracción de la clase o un cuerpo especializado, por muy revolucionario que sea, suplante a toda ella.

3.- La clase obrera es la única revolucionaria, no sólo en la sociedad capitalista, sino igualmente en el período de transición, mientras sigan subsistiendo clases a nivel mundial. De manera que la autonomía total del proletariado con respecto a otras clases y capas sociales sigue siendo la condición fundamental que le permitirá ejercer hegemonía y su dictadura de clase con vista  a la instauración de la sociedad comunista.

4.- La autonomía del proletariado significa que bajo ningún pretexto las organizaciones unitarias  y políticas de la clase habrán de subordinarse a las instituciones del Estado,  pues ello equivaldría a la disolución de estos organismos de clase y llevaría al proletariado a abdicar de su programa comunista del que es el único depositario.

5.- la marcha ascendente de la revolución proletaria no es consecuencia de tal o cual medida económica por importante que sea. La única garantía del avance de la revolución es el programa, la visión y la acción política y total del proletariado. En todo ese conjunto están comprendidas las medidas económicas inmediatamente posibles que se ajustan al sentido del programa.

6.- La violencia revolucionaria es un arma del proletariado frente a las otras clases. Bajo ningún pretexto servirá ésta de criterio ni instrumento dentro de la propia clase, porque no es un  medio de toma de conciencia. Los únicos medios por los que el proletariado puede tomar conciencia son su propia experiencia y el examen critico constante de ella. Con ello queremos decir que el ejercicio de la violencia en el interior de la clase, sea cual sea su motivación y posible justificación inmediata, sólo puede impedir la actividad propia de las masas y ser el mayor obstáculo para su toma de conciencia; condición indispensable para el triunfo del comunismo.

LAS ENSEÑANZAS DE KRONSTADT

La sublevación de Kronstadt en 1921 es la piedra de toque que separa a los que pueden comprender el proceso y la evolución  de la revolución proletaria gracias a sus posiciones de clase, de aquellos otros para quienes la revolución es letra muerta. Resaltan en él de forma trágica algunas de las más importantes lecciones de toda la revolución  rusa, lecciones  que el proletariado no puede ignorar, y más en el momento en que está preparando -aunque sea a largo plazo- su próximo gran levantamiento revolucionario contra el capital.

Cualquier  estudio marxista del problema de Kronstadt deberá partir de la afirmación de que la revolución de Octubre de 1917 en Rusia fue proletaria, un momento en el desarrollo de la revolución proletaria mundial que era la respuesta de la clase obrera internacional a la guerra imperialista de 1914-18. Esta guerra fue el jalón que señaló la entrada definitiva del capitalismo mundial en su ocaso histórico irreversible, al propio tiempo que se hacía sentir la necesidad material de la revolución proletaria en  todos los países. Debemos afirmar también que el partido bolchevique, que  era la vanguardia de la revolución de Octubre, era un partido comunista proletario, una fuerza  vital en la izquierda internacional tras la traición de la Segunda Internacional en el 14, y que siguió defendiendo las posiciones de clase del proletariado durante la primera guerra mundial y el período que siguió.

En contra de los que hablan de la insurrección de Octubre como de un simple “golpe de Estado”, un Putsch realizado por una camarilla de conspiradores, nosotros repetimos que la insurrección fue el punto culminante de un largo proceso de lucha de clases y la prueba de la madurez de la conciencia de la clase obrera organizada  en soviets, comités de fábrica y  guardias rojos. La insurrección formaba parte de un proceso de destrucción del Estado burgués  y de instauración de la dictadura del proletariado; los bolcheviques la defendieron con uñas y dientes como algo que debía marcar el primer jalón decisivo de la revolución proletaria mundial, de la guerra civil contra la burguesía. ¡Qué lejos estaba del espíritu de los bolcheviques en aquel momento la idea de que la insurrección tendría más tarde como fin la “construcción del socialismo únicamente en Rusia”, a pesar del número de errores y confusiones que contenía el programa económico inmediato de la revolución, errores que, por  otra parte, eran compartidos entonces por el movimiento obrero en su conjunto!

Sólo de este modo se puede esperar comprender la degradación ulterior de la revolución rusa. Como este problema es abordado en otro texto de la revista del C.C.I. (“La degeneración  de la revolución rusa”, en este mismo número, ver https://es.internationalism.org/revista-internacional/197507/998/la-dege... [4] ), nos limitaremos aquí a algunas observaciones generales. La revolución comenzada en el 17 no consiguió extenderse internacionalmente a pesar de las numerosas tentativas que hubo en toda Europa. Rusia misma se encontraba desgarrada por una larga y sangrienta guerra civil que había devastado la economía y fragmentado la clase obrera industrial, columna vertebral del poder de los soviets. En este contexto de aislamiento y de caos interno, los errores ideológicos de los bolcheviques comenzaron a ejercer un peso material contra la hegemonía política de la clase obrera, casi inmediatamente después de haber tomado el poder. Era sin embargo un proceso irregular. Los  bolcheviques recurrían a medidas cada vez más burocráticas en la misma Rusia por los años 18-20 al mismo tiempo que contribuían a fundar la I.C. en el 19, con un único y claro objetivo que era acelerar la revolución proletaria mundial.

La delegación del poder en un partido, la eliminación de los comités de fábrica, la subordinación progresiva de los soviets al aparato de Estado, el desmantelamiento de las milicias obreras, el modo “militarista" cada vez más acentuado, de enfrentarse con las dificultades, resultado de los períodos de tensión durante la guerra civil, la creación de comisiones burocráticas, eran manifestaciones evidentes del proceso de degradación de la revolución rusa.

Estos hechos no son los únicos signos de debilitación del poder político de la clase obrera, pero son con toda seguridad los más importantes. Fue sobre todo durante la guerra civil cuando se pudo observar una acentuación del proceso aunque algunos síntomas eran ya visibles antes del período de comunismo de guerra. Puesto que la rebelión de Kronstadt fue en muchos aspectos una reacción contra los rigores del  llamado "comunismo de guerra", será preciso mostrar aquí son especial claridad el significado real que tuvo este período para el proletariado ruso.

 LA NATURALEZA DEL COMUNISMO DE GUERRA

 Como subraya el artículo sobre la “degeneración de la revolución rusa” no podemos nosotros ahora seguir manteniendo las ilusiones de los comunistas de izquierda de aquella época, que, en su mayoría, veían en el comunismo de guerra una “verdadera” política socialista, contra la restauración del capitalismo establecida por la NEP (Nueva Política Económica). La desaparición casi total del dinero y de los salarios, la requisición de los cereales a los campesinos no significaban que se hubieran abolido las relaciones sociales capitalistas, sino que eran simples medidas de urgencia impuestas por el bloqueo económico capitalista contra la República de los soviets y por las necesidades de la guerra civil. En cuanto al  poder político real de la clase obrera, ya hemos visto que aquel período estuvo marcado por un debilitamiento progresivo de los órganos de dictadura del proletariado y por el desarrollo de la tendencia e instituciones burocráticas.  La dirección del Partido-Estado se afanaba en demostrar que la organización de la clase era excelente en principio, pero que en aquellas circunstancias más valía subordinar todo a la lucha militar. La doctrina de la “eficacia” comenzaba a minar los principios fundamentales de la democracia proletaria. Basándose en esta doctrina, el Estado comenzó a instaurar una militarización del trabajo, que sometía a los trabajadores a métodos de vigilancia y explotación extremadamente severos. “En enero de 1920, el consejo de Comisarios del pueblo, principalmente instigado por Trotsky, decretó la obligación general de trabajar aplicable a todos los adultos válidos al tiempo que autorizaba el destino del personal militar desempleado a servicios civiles”. (Averich, Kronstadt 1921, Princetown 1970, p. 26-27).

Al mismo tiempo, las tropas del ejército rojo reforzaban la disciplina de trabajo en las fábricas. Debilitados los comités de fábrica, el Estado tenía vía libre para introducir la dirección personalizada y el Sistema Taylor de explotación  previamente  denunciado por Lenin en tanto que “hacía al hombre esclavo de la máquina”.  Para Trotsky “la militarización del trabajo es el método de base indispensable para la organización de nuestra mano de obra”.  (Informe del III Congreso de los Sindicatos de toda Rusia. Moscú 1920). El que el Estado fuera en aquel momento un Estado-obrero significaba para él que los trabajadores no podían poner objeciones a su sumisión completa al Estado.

Pero las duras condiciones de trabajo de las fábricas no eran recompensadas por salarios elevados o un fácil acceso a “los valores de uso”. Al contrario, los estragos que el bloqueo y la guerra habían hecho en la economía hicieron que pronto apareciera el espectro del hambre. Los trabajadores tenían que conformarse con raciones cada vez más  escasas y distribuidas a menudo de modo irregular. Amplios sectores de la industria dejaron de funcionar con lo que muchos obreros  se  quedaron abandonados a sus propios recursos o a los de su imaginación para sobrevivir. La reacción natural de muchos de ellos fue renunciar a la ciudad y buscar en el campo el modo de salir adelante;  cambiando, por ejemplo, herramientas robadas en las fábricas por alimentos. Cuando el régimen de comunismo de guerra prohibió el intercambio entre individuos, encargándose el Estado de la requisición y distribución  de bienes esenciales, mucha gente sólo pudo sobrevivir gracias al estraperlo que se difundió por todo el país. Para luchar  contra este mercado negro el gobierno acordonó las carreteras a fin de poder controlar a todos los viajeros que entraban o salían de las ciudades. Mientras tanto, las actividades  de la Checa para reforzar los decretos del gobierno se hacían cada vez más enérgicas. Esta “Comisión extraordinaria” establecida en el 18 para combatir la contrarrevolución funcionaba de un modo más o menos incontrolado. Sus métodos despiadados le valieron el odio general de la población.

La actitud un tanto expeditiva de que fueron  víctima los campesinos tampoco fue aprobada por todos los obreros. Las estrechas relaciones familiares y personales que existían entre  muchos sectores de la clase obrera rusa y el campesinado hacían que los obreros fueran especialmente sensibles a las quejas de los campesinos sobre los métodos que solían utilizar los destacamentos armados enviados para la requisición de cereales, sobre todo cuando éstos les requisaban más de lo que les sobraba para vivir dejándolos sin los medios necesarios para satisfacer sus necesidades. El resultado que dieron estos métodos fue que los campesinos escondían o destruían a menudo sus cosechas con lo que se agravaba la situación de pobreza y penuria en todo el país. La impopularidad general de estas medidas económicas coercitivas se expondría más tarde en el programa de los insurrectos de Kronstadt como veremos después.

Si algunos revolucionarios, como Trotsky, tenían  tendencia a convertir la necesidad en virtud y a glorificar la militarización de la vida económica y social; otros, como Lenin, hacían prueba de mayor prudencia. Lenin no disimulaba el hecho de que los soviets ya no funcionaban como órganos del poder proletario directo, y durante el debate sobre el problema de los sindicatos en 1921 con Trotsky, defendió la idea de que los trabajadores debían defenderse por sí mismos  contra su Estado, particularmente desde que, según Lenin, la república de los soviets no era ya solamente un “Estado proletario”, sino un “Estado de obreros y campesinos” con profundas “deformaciones burocráticas”. La Oposición Obrera y, por supuesto, otros grupos de izquierda, llegaron más lejos en la denuncia de estas deformaciones burocráticas que el Estado había sufrido en el período 18-21. Pero la mayoría de los bolcheviques creían sincera y firmemente que mientras ellos (el partido del proletariado) controlaran el aparato de Estado, la dictadura del proletariado seguiría existiendo, a pesar de que las masas trabajadoras parecían haber desaparecido temporalmente de la vida política. Esta posición, fundamentalmente falsa, debería provocar inevitablemente consecuencias desastrosas.

LA CRISIS DE 1921

Mientras duró la guerra civil, El Estado de los soviets seguía conservando el apoyo de la mayoría de la población pues se había identificado al combate contra las antiguas clases posesoras y capitalistas. Las duras privaciones de la guerra civil habían sido soportadas con relativa buena voluntad por los trabajadores y pequeños campesinos. Pero después de la derrota de los ejércitos imperialistas, muchos creyeron que podían esperar que las condiciones de vida fueran en adelante menos severas y que el régimen aflojara un poco el control de la vida económica y social.

La dirección bolchevique, sin embargo, confrontada a los estragos que la guerra había hecho en la producción, se mostró bastante reacia a permitir el  menor relajamiento en el control estatal centralizado. Algunos bolcheviques de izquierda, como Ossinsky, defendían el mantenimiento e incluso el refuerzo del comunismo de guerra, sobre todo en el campo. Fue así como propuso un plan para la “organización obligatoria de las masas para la producción”, (N. Ossinsky, Gosudarstvenca regulizovanie Krest ianskogo Khoziastva, Moscú 1920, p. 8 y 9) bajo la dirección del gobierno para la formación de “comités de siembra” locales. Estos comités tenían como fin el aumento de la producción colectivizada y la creación de almacenes de semilla comunes en los que los campesinos deberían reunir todo el grano; el gobierno se encargaría de la distribución  de este grano. Todas estas medidas (pensaba Ossinsky) conducirían naturalmente a la economía “socialista” en Rusia.

Los otros bolcheviques, como Lenin, comenzaron a presentir la necesidad de suavizar un poco la presión, especialmente en cuanto a los campesinos, pero en conjunto, el partido defendía con uñas y dientes los métodos del comunismo de guerra. El resultado fue que empezó a agotarse la paciencia de los campesinos y que en el invierno de 1920-21 se registraron  varias sublevaciones de estos en todo el país. En la provincia de Tambow, en la región del medio Volga, en Ucrania, en Siberia occidental y en muchas otras regiones, los campesinos se organizaban en bandas armadas muy someramente para luchar contra los destacamentos de abastecimiento y la checa. Muy a menudo se alistaban en sus filas soldados recién licenciados del ejército rojo que les aportaban ciertas nociones de estrategia militar.  En  algunas regiones se formaron enormes ejércitos rebeldes, a medio camino entre la guerrilla y la horda de bandidos. En Tambow por ejemplo, el ejército que estaba al mando de A.S. Antonov llegó a contar hasta 50.000 hombres. La motivación ideológica de estas fuerzas era escasa si se quita el tradicional resentimiento de los campesinos contra la ciudad, contra el gobierno centralizado y los clásicos sueños de independencia y autosubsistencia que siempre ha tenido la pequeña burguesía rural. Después del enfrentamiento con las tropas campesinas de Makhno en Ucrania, la posibilidad de un levantamiento generalizado contra el poder de los soviets era algo que atormentaba a los bolcheviques. Nada tiene de extraño, pues, que asimilaran la sublevación de Kronstadt a esta amenaza que les venía más bien por parte del campesinado. Esta fue sin duda una de las razones por las que reprimieron con tanta fiereza el levantamiento de Kronstadt.

Casi inmediatamente después surgió en Petrogrado una serie de huelgas salvajes mucho más importantes. Todo comenzó en la fábrica metalúrgica de Trubochny y se extendió rápidamente a muchas otras grandes industrias de la ciudad. En  las asambleas de fábrica y en las manifestaciones se adoptaban  resoluciones que reclamaban un aumento de las raciones de alimentos y ropa, pues muchos de ellos   pasaban hambre y frío.

Al mismo tiempo iban apareciendo otro tipo de reivindicaciones; éstas, más políticas: los obreros querían que se terminaran las restricciones sobre los desplazamientos fuera de las ciudades, la liberación de los prisioneros de la clase obrera, la libertad de expresión etc. Las autoridades soviéticas de la ciudad encabezadas por Zinoviev respondieron denunciando las huelgas que servían los propósitos de la contrarrevolución y pusieron a la ciudad bajo control militar directo, prohibiendo las asambleas en las calles y ordenando el toque de queda a las  11 de la noche.  Sin duda alguna  ciertos elementos contrarrevolucionarios como los Mencheviques o los S.R. jugaron un papel  en los acontecimientos con sus teorías falaciosas sobre la “salvación”, pero el movimiento de huelga de Petrogrado era esencialmente una respuesta proletaria espontánea a unas condiciones de vida insoportables. Pero las autoridades bolcheviques no podían admitir que los obreros se pusieran en huelga contra el “Estado Obrero” y tacharon a los huelguistas de provocadores, perezosos e individualistas. Trataron también de romper la huelga cerrando fábricas, privándoles de sus raciones y ordenando la detención de los cabecillas más destacados por la Checa local. Pero había que dar una de cal y otra de arena: así  Zinoviev anunciaba al mismo tiempo el fin del bloqueo de las carreteras de los alrededores de la ciudad, la compra de carbón al extranjero para hacer frente a la penuria de combustible y el proyecto de terminar con las requisiciones de cereales. Esta mezcla de represión y conciliación condujo a los trabajadores, ya  debilitados o agotados, al abandono de su lucha en espera de un futuro más halagüeño.

Pero el eco más importante que iba a tener el movimiento de huelga de Petrogrado sería en la fortaleza próxima de Kronstadt. La guarnición de Kronstadt, uno de los principales baluartes de la Revolución de Octubre, había entablado ya una lucha contra la burocratización antes de las  huelgas de Petrogrado. Durante los años 20 y 21 los marineros de la flota roja en el Báltico habían combatido las tendencias disciplinarias de los oficiales y las habilidades burocráticas del POUBALT (sección política de la flota del Báltico, el órgano del Partido que dominaba la estructura soviética de la marina). En febrero del 21 las asambleas de marineros habían votado mociones declarando que “el  POUBALT  no sólo se ha separado de las masas, sino incluso de los funcionarios activos. Se ha convertido en un órgano burocrático sin ninguna autoridad entre los marineros” (Ida Mett. La Comuna de Kronstadt, Solidarity pamphlet. Pág 3).

Así estaban las cosas  cuando les llegaron noticias de las huelgas de Petrogrado y de que las autoridades habían declarado la ley marcial. ¿Había ya un cierto estado de fermentación entre los marineros? Lo cierto es que el 28 de febrero enviaron una delegación a las fábricas de Petrogrado para ver por dónde iban los tiros. El mismo día la tripulación del crucero Petropavlosk se reunió para discutir la situación y adoptar la resolución siguiente:

 “Después de haber oído a los representantes de las tripulaciones delegados por la Asamblea general de los buques con el fin de conocer la situación de Petrogrado, los marineros deciden:

  1. Organizar nuevas elecciones a los soviets con voto secreto y previa preparación  libre de la propaganda electoral, ya que los actuales soviets no expresan la voluntad de los obreros y campesinos.
  2. Exigir la libertad de palabra y prensa para los obreros, los campesinos, los anarquistas y los socialistas de izquierda.
  3. Exigir la libertad de reunión, de organizaciones sindicales y de organizaciones campesinas.
  4. Organizar una conferencia de obreros sin partido, soldados y marineros de Petrogrado, de Kronstadt y de la provincia de Petrogrado antes del 10 de marzo de 1921.
  5. Exigir la liberación de todos los prisioneros políticos de los partidos socialistas, obreros y campesinos, soldados rojos y marineros encarcelados por haber participado en los diferentes movimientos obreros y campesinos.
  6. Elegir una comisión para la revisión de los expedientes procesales de los detenidos en las cárceles y campos de concentración.
  7. Suprimir todos los Politotdiel (secciones políticas) pues ningún partido debe tener privilegios para la propaganda de sus ideas ni recibir ayuda del Estado con este fin. En su lugar se crearán círculos culturales elegidos que financiará el propio Estado.
  8. Suprimir inmediatamente todos los destacamentos de control en carreteras y caminos.
  9. Igualar  las raciones de todos los trabajadores con la única excepción de los oficios insalubres y peligrosos.
  10. Suprimir los destacamentos comunistas de combate en las unidades militares y hacer desaparecer el servicio de guardia comunista de las  fábricas. En caso de necesidad de estos servicios de guardia se les designará en cada unidad militar después de haber consultado el parecer de los obreros.
  11. Dar a los campesinos completa libertad de acción sobre sus tierras y concederles el derecho de tener ganado que ellos mismos criarán sin utilizar en ningún caso el trabajo de personal asalariado.
  12. Pedir a todas las unidades militares e igualmente a los camaradas Koursantis que se asocien a nuestra resolución.
  13. Exigir que la prensa se haga amplio eco de todas estas resoluciones.
  14. Designar un comité volante de control.
  15. Autorizar la libre producción artesanal siempre que no se utilice para ella personal asalariado.

Esta resolución se convirtió rápidamente en el programa de la revuelta de Kronstadt. El primero de marzo tuvo lugar en la guarnición una asamblea de masa que reunió a 16000 personas.  Oficialmente había sido prevista como una asamblea de la primera y segunda secciones de cruceros. A ella asistían Kalinin, presidente del ejecutivo de los soviets de toda Rusia, y Kouzmin, comisario político de la flota del Báltico. Aunque Kalimin fue acogido con música y banderas, pronto se encontró completamente aislado en la asamblea, al igual que Kouzmin. La asamblea entera adoptó la resolución del Petropavlosk, menos Kalimin y Kouzmin que tomaron la palabra con un tono provocador para denunciar las iniciativas que habían sido tomadas en Kronstadt. Al terminar fueron abucheados.

Al día siguiente, dos de marzo, era el día en que el Soviet de Kronstadt debía ser reelegido. La Asamblea del 1° de  marzo convocó pues a los delegados de los barcos, de las unidades del ejército rojo, de las fábricas, a una reunión para tratar de la  reconstitución del Soviet. Unos 300 delegados se encontraron en la casa de la cultura. La resolución del Petropavlosk fue nuevamente adoptada, así como los proyectos para la elección  del nuevo Soviet presentados en una moción orientada hacia “una reconstrucción pacífica del régimen de los soviets”. (Ida Mett. Op. Cit.). Al mismo tiempo los delegados formaron  un comité revolucionario provisional (CRP) encargado de la administración de la ciudad y de la organización de la defensa contra toda intervención del gobierno. Se consideró que esta última  tarea era la más urgente, pues corrían rumores sobre un ataque inmediato de los destacamentos bolcheviques, a causa de las violentas amenazas de Kamilin y Kouzmin. Estos últimos adoptaron una actitud tan inflexible que fueron detenidos con otros personajes oficiales. Con este último acto la situación se convirtió ya en un motín declarado y fue interpretada por el gobierno como tal.

El CRP se puso inmediatamente manos a la obra. Comenzó a publicar sus propios Izvestia, cuyo primer número declaraba: “El partido comunista, señor del Estado, se ha separado de las masas. Ha demostrado su incapacidad para sacar al país del caos. Innumerables accidentes se han producido recientemente en Moscú y en Petrogrado, que demuestran claramente que el Partido ha perdido la confianza de los trabajadores. El partido no hace caso de las necesidades de la clase obrera, porque piensa que estas reivindicaciones son fruto de actividades contrarevolucionarias. Al actuar así, el Partido incurre en un grave error”. (Izvestia del CRP. 3 de marzo  de 1921).

LA NATURALEZA DE CLASE DE LA REVUELTA DE KRONSTADT

La Respuesta  inmediata del Gobierno Bolchevique a la rebelión fue denunciarla como una faceta más de la conspiración contrarevolucionaria contra el poder de los soviets. Radio Moscú la llamaba “complot de la Guardia Blanca” y afirmaba poseer pruebas de que todo había sido organizado por el círculo de emigrados de París y por los espías de la Entente. Aunque estas falsificaciones sigan utilizándose hoy día, ya no se les presta excesivo crédito; ni siquiera historiadores semi-trotskistas, como Deutscher, que considera estas acusaciones desprovistas de fundamento real. Por supuesto, toda la carroña contrarrevolucionaria, desde la Guardia Blanca hasta los S.R. trataron de recuperar la rebelión y le ofrecieron su apoyo. Pero, aparte de la ayuda “humanitaria” que llegó a través de la Cruz Roja rusa, controlada por los emigrados, el CRP rechazó todas las proposiciones hechas por la reacción. Antes bien, proclamó bien alto que no luchaban por una vuelta a la autocracia ni a la Asamblea Constituyente, sino por una regeneración del poder de los soviets liberado del dominio burocrático: “la defensa de los trabajadores son los soviets y no la Asamblea Constituyente”, (Pravda o Kronstadt. Praga 1921. P. 32) declaraban los Izvestia de Kronstadt.

“En Kronstadt,  el poder está en manos de los marineros, de los soldados rojos y de los trabajadores revolucionarios. No está en manos de los guardias blancos, mandados por el general Kozlovsky, como afirma engañosamente Radio Moscú”. (Llamada del CRP citada por I. Mett. p. 22-23).

Cuando se demostró que la idea de un simple complot era una pura ficción, los que se identificaban de una forma no crítica con la decadencia del bolchevismo, presentaron excusas más elaboradas para justificar la represión de Kronstadt.

En “Hue and Cry over Kronstadt” (New International. Abril 1938), Trotsky presentó la siguiente argumentación: “es cierto, Kronstadt fue uno de los baluartes de la revolución proletaria en el 17. Pero durante la guerra civil, los elementos revolucionarios proletarios de la guarnición fueron dispersados y reemplazados por elementos campesinos impregnados de la ideología pequeño-burguesa reaccionaria. Esos elementos no podían resistir los rigores de la dictadura del proletariado y de la guerra civil; se rebelaron con el fin de debilitar la dictadura y otorgarse raciones privilegiadas...”

“el levantamiento de Kronstadt no era sino una reacción armada de la pequeña burguesía contra los sacrificios de la revolución social y la austeridad de la dictadura del proletariado”.  Continúa Trotsky diciendo que los trabajadores de Petrogrado, que al revés de los Dandies de Kronstadt soportaban estos sacrificios sin quejarse, habían terminado  “asqueados de la  rebelión”,  porque se dieron cuenta de que “los amotinados de Kronstadt estaban al otro lado de la barricada” y por tanto, habían decidido “aportar su apoyo a los soviets”.

No interesa ahora pasar mucho tiempo examinando estos argumentos; los hechos  que hemos citado los desmienten. La afirmación de que los insurrectos de Kronstadt reclamaban raciones privilegiadas para ellos mismos queda desmentida si nos remitimos al punto 9 de la resolución del Petropavlosk,  que reclamaba raciones iguales para todos. Del mismo modo, el retrato de los obreros de Petrogrado aportando dócilmente su apoyo a la represión se desmiente por la realidad de las huelgas que precedieron a la revuelta. Aunque este movimiento hubiera decaído mucho en el momento de estallar la revuelta de Kronstadt, importantes fracciones del proletariado de Petrogrado  siguieron aportando un apoyo activo a los insurrectos. El 7 de marzo, día que comenzó el bombardeo de Kronstadt, los  trabajadores del arsenal se reunieron en mitin y eligieron una comisión encargada de lanzar una huelga general para sostener la rebelión. En Pouhlov, Battisky, Oboukov y en las principales empresas continuaban las huelgas.

Por otra parte no vamos a negar que hubieran elementos pequeño-burgueses en el programa y la ideología de los insurrectos y en el personal de la flota y el ejército. Pero  todas las sublevaciones proletarias van acompañadas de una cantidad de elementos pequeño-burgueses y reaccionarios que no tergiversan el carácter fundamentalmente obrero del movimiento. Esto fue  sin duda lo que ocurrió incluso en la insurrección de octubre, que contaba con el apoyo y la participación activa de elementos campesinos en las fuerzas armadas y en el campo. La composición  de la asamblea de delegados del  2 de marzo demuestra que los insurrectos  tenían una amplia base obrera. Estaba ésta formada en gran parte, por proletarios de las fábricas, de las unidades de la marina de la guarnición y del conjunto del CRP elegido por esta asamblea. El CRP estaba formado por veteranos trabajadores y marineros que habían participado en el movimiento revolucionario, al menos desde el 17. (Véase I. Mett para el análisis  de la lista de miembros de este comité). Pero estos hechos son menos importantes que el contexto general de la revuelta; ésta  tuvo lugar en un contexto de la lucha de la clase obrera contra la burocratización del régimen,  se identificaba con esta lucha y era comprendida como un momento de su generalización.

 “Que los trabajadores del mundo entero sepan que nosotros, los defensores del poder de los soviets, protegemos las conquistas de la revolución social. Venceremos o moriremos en las ruinas de Kronstadt luchando por la  justa causa de las masas proletarias” (Pravda o Kronstadt, p. 82).

Los  anarquistas, ideólogos de la pequeña burguesía, hablan de Kronstadt como de su revuelta. A pesar de que, sin lugar a dudas ha habido influencias anarquistas en el programa de los insurrectos y en su ideología, las reivindicaciones no eran simplemente anarquistas. No reclamaban una abolición abstracta del Estado, sino la regeneración del poder de los soviets. Tampoco querían abolir los “partidos” como tales. Aunque muchos insurrectos abandonaron el partido bolchevique en aquella época y a pesar de que se publicaron muchas resoluciones confusas sobre la “Tiranía Comunista”, nunca reclamaron “los Soviets sin los comunistas” como se ha afirmado muy  a menudo. Sus consignas eran de libertad de agitación a los diferentes grupos de la clase obrera y “el poder a los soviets, no a los partidos”. A pesar de todas las ambigüedades que comportan estas consignas, expresaban un rechazo instintivo de la idea de partido que suplanta a la clase, lo cual ha sido uno de los principales factores que han contribuido a la degeneración del bolchevismo.

Uno de los rasgos característicos de la rebelión es que no presentaba un análisis político claro y coherente de la degeneración de la revolución. Tales análisis deberían encontrar expresión en el seno de las minorías comunistas, aunque en ciertas coyunturas específicas estas minorías vayan un poco rezagadas con respecto a la conciencia espontánea del conjunto de la clase.  En el caso de la revolución rusa han tenido que pasar varios decenios de ardua reflexión en la Izquierda Comunista Internacional para llegar a una comprensión coherente de lo que era la degeneración. El levantamiento de Kronstadt representaba una reacción elemental del proletariado contra esta degeneración, una de las últimas manifestaciones de masa de la clase obrera rusa en aquella época. En Moscú, Petrogrado y Kronstadt, los trabajadores enviaron un SOS desesperado para salvar la revolución rusa que comenzaba a declinar.

KRONSTADT Y LA NEP

Muchas  han sido las polémicas a propósito de la relación entre las reivindicaciones rebeldes y la NEP (Nueva Política Económica). Para estalinistas empedernidos como los de la Organización Comunista Inglesa e Irlandesa –B&ICO-  (Problema del Comunismo N° 3) hubo que aplastar la rebelión porque su programa económico de trueque y de libre cambio era una reacción pequeño-burguesa contra el proceso de  “construcción del socialismo”  en Rusia- socialismo significaba, por supuesto, la mayor concentración posible de Capitalismo de Estado. Pero al mismo tiempo la B&ICO defiende la NEP como una etapa hacia el socialismo. El reverso e la medalla está  representado por el anarquista Murray Bookchin que, en su introducción a la edición canadiense de “La Comuna de Kronstadt” (Black Rose Book. Montreal 1971) nos describe el paraíso libertario que habría podido realizarse de haber aplicado simplemente el programa económico de los rebeldes:

“Una victoria de los marinos de Kronstadt habría podido abrir nuevas perspectivas a Rusia: una forma híbrida de desarrollo social con control obrero de las grandes fábricas y libre comercio de los productos agrícolas, basado en una economía campesina a pequeña escala y comunidades agrarias voluntarias”.

Bookchin añade a continuación, misteriosamente, que una sociedad tal sólo habría podido sobrevivir si hubiera habido un fuerte movimiento revolucionario en occidente para secundarla. Uno se pregunta a quién se le ocurre pensar que tales sueños de tendero autogestionario iban a representar una amenaza para el capital mundial.

De todos modos esta controversia tiene bien poco interés para los comunistas. Dado que la oleada revolucionaria había fracasado, forzoso es reconocer que ningún tipo de política económica, llámese comunismo de guerra, autarquía, NEP o programa de Kronstadt, habrían podido salvar la revolución. Por otra parte, muchas de las reivindicaciones puramente económicas presentadas por los rebeldes estaban más o menos incluidas en la NEP. Ambos son inadecuados en tanto que programas económicos y sería absurdo que los  revolucionarios de hoy reivindicaran  trueque o el libre cambio como medidas adecuadas para un baluarte proletario, aunque, en circunstancias críticas sea imposible eliminarlas. La diferencia esencial entre el programa de Kronstadt y la NEP  es la siguiente: mientras que esta última debía ser implantada desde arriba, por la naciente burocracia de estado, en cooperación con las direcciones privadas y capitalistas restantes, los insurrectos de Kronstadt proponían la restauración del poder auténtico de los soviets y un término a la dictadura estatal del Partido Bolchevique como algo previo a cualquier avance revolucionario.

Es el verdadero meollo del problema. De nada sirve  discutir ahora acerca de la política económica más socialista en aquel momento. Los insurrectos de Kronstadt lo comprendían quizás menos que los bolcheviques más ilustrados. Los insurrectos, por ejemplo, hablaban del establecimiento de un “socialismo libre” (independiente) en Rusia, sin hacer hincapié en la necesidad de extensión de la revolución a escala mundial antes de intentar realizar el socialismo.

 “Kronstadt  revolucionario combate por un tipo diferente de socialismo, por una república soviética de los trabajadores   en la que el productor sea su propio amo y pueda disponer de su producto como mejor le parezca” (Pravda o Kronstadt, p. 92).

La evaluación prudente que hizo Lenin de las posibilidades socialistas de progreso en aquella época, aunque luego desembocó en conclusiones reaccionarias, era de hecho una aproximación que correspondía más a la realidad que las esperanzas que tenían los de Kronstadt de poder autogestionar su comuna en el seno de Rusia.         

Pero Lenin y la dirección bolchevique, atados de pies y manos como estaban por el aparato de estado, no alcanzaron a comprender lo que querían decir los insurrectos de Kronstadt confusamente, es cierto, y con ideas mal formuladas: la revolución no puede dar un solo paso si los trabajadores no la dirigen. La condición previa y fundamental para la defensa y la extensión de la Revolución en Rusia era: todo el poder a los Soviets, es decir, la reconquista de la hegemonía política por las propias masas obreras. Como se subraya en el artículo: “Degeneración de la Revolución  Rusa” esta cuestión del poder político es con mucho la más importante. El proletariado en el poder puede hacer progresos económicos importantes, o soportar regresos económicos sin que por ello permita que la Revolución se pierda. Pero una vez que se ha desmoronado el poder político de la clase no hay medida económica que valga para salvar a la revolución. Porque los rebeldes de Kronstadt luchaban por la reconquista de este indispensable poder político proletario, los revolucionarios de hoy deben reconocer en la lucha de Kronstadt una defensa de las posiciones de clase fundamentales.

EL APLASTAMIENTO DE LA REVUELTA

La  dirección bolchevique opuso una dura resistencia a la rebelión de Kronstadt. Ya hemos evocado el comportamiento provocador de Kouzmin y Kalinin en la guarnición, los bulos difundidos por radio Moscú diciendo que se trataba  de una tentativa  contrarevolucionaria de la Guardia Blanca. La  actitud intransigente del gobierno bolchevique eliminó rápidamente toda posibilidad de compromiso o de discusión. La advertencia apremiante que Trotsky dirigió a la guarnición   pedía la rendición sin condiciones ni concesión posible a los insurrectos. El allanamiento emitido por Zinoviev y el comité de defensa de Petrogrado  (el organismo que había sometido a la ciudad a la ley marcial después de la oleada de huelgas) es de sobra conocido por su crueldad como demuestra la consigna dada a los soldados: “disparad sobre ellos como si fueran perdices”. Zinoviev organizó también la captura de rehenes entre las familias de los insurrectos, bajo pretexto que el CRP había detenido a algunos oficiales bolcheviques (sin que sufrieran daño alguno). Los insurrectos consideraron estas acciones como infamantes y se negaron a plegarse ante las amenazas. Durante el asalto, las unidades enviadas para aplastar la rebelión  estuvieron constantemente al borde de la desmoralización. Hubo incluso casos de fraternización con los  sublevados. Para “asegurarse” de la lealtad del ejército destacaron a algunos eminentes dirigentes del Partido  Bolchevique, que se encontraba entonces en sesión, para que dirigieran el sitio; entre ellos había miembros de la Oposición Obrera que querían dejar bien claro que ellos no tenían nada que ver con el levantamiento. Al mismo tiempo, los fusiles de la Checa estaban detrás, apuntando a los soldados; como seguro complementario de que la desmoralización no se propagaría.

Cuando cayó por fin la fortaleza, centenares de insurrectos fueron exterminados, ejecutados sumariamente o condenados rápidamente  a muerte por la Checa. A los demás, los mandaron a campos de concentración. A la hora de reprimir, lo hicieron sin contemplaciones. Para borrar todas las huellas del levantamiento pusieron a la ciudad bajo control militar. Disolvieron el Soviet e hicieron una purga de todos los elementos   disidentes. Hasta  los soldados que habían participado en la represión de la revuelta fueron dispersos inmediatamente en unidades distintas para impedir que se propagaran “los microbios de Kronstadt”. Medidas análogas fueron tomadas con las unidades de la marina consideradas “poco seguras”.

El desarrollo de los acontecimientos en Rusia durante los años que siguieron a la revuelta hacen absurdas las declaraciones que pretenden que la represión de la rebelión era una “necesidad trágica” para defender la revolución. Los bolcheviques creían que defendían la revolución contra la amenaza de la reacción, representada por la Guardia Blanca, en este puerto fronterizo estratégico. Pero cualesquiera que hayan podido ser las ideas de los bolcheviques sobre lo que hacían, lo cierto es que, al atacar a los rebeldes, estaban atacando la única defensa real que la revolución podía tener: la autonomía de la clase obrera y el poder proletario directo. Al actuar así, se comportaron como agentes de la contrarrevolución y sus actos sirvieron para allanar el camino que permitió el triunfo final de la contra revolución bajo la forma del estalinismo.

La extrema violencia con que el gobierno reprimió el levantamiento había llevado a algunos revolucionarios a la conclusión de que el partido bolchevique era clara y abiertamente capitalista en 1921, exactamente como los estalinistas y los trotskistas lo son hoy. No queremos polemizar ahora sobre el momento en que el partido se puso irremediablemente de parte de la burguesía, y, en todo caso rechazamos el método que intenta encerrar la comprensión del proceso histórico en un esquema rígido de fechas.

Pero decir que el Partido Bolchevique no era “otra cosa que capitalista” en 1921,  significa en efecto que no tenemos nada que aprender  de los sucesos de Kronstadt, salvo la fecha de la muerte de la revolución. Después de todo, los capitalistas nunca han dejado de reprimir los levantamientos obreros y esto es algo que no tenemos que estar aprendiendo sin cesar. Kronstadt sólo puede enseñarnos algo nuevo si lo reconocemos como un capítulo de la historia del proletariado, como una tragedia en el campo proletario. El problema real con el que han de enfrentarse hoy los revolucionarios es el de saber cómo un partido proletario pudo llegar a actuar cómo los Bolcheviques en Kronstadt en 1921, y cómo podemos estar seguros que tales  cosas no se repetirán jamás. En una palabra, ¿qué conclusiones hay  que sacar de Kronstadt?

LAS CONCLUSIONES  DE KRONSTADT

La revuelta de Kronstadt esclarece de un modo particularmente dramático las lecciones  fundamentales de toda la revolución rusa, lo único verdaderamente provechoso de la revolución de octubre que queda a la clase obrera.         

I. LA REVOLUCIÓN PROLETARIA ES INTERNACIONAL O NO ES REVOLUCIÓN

La revolución proletaria sólo puede triunfar a escala mundial. Es imposible abolir el capitalismo o “construir el socialismo” en un solo país. La revolución no será salvada por programas de reorganización económica en un país, sino únicamente por la extensión del poder político proletario a toda la tierra. Sin esto, la degeneración de la revolución es inevitable, por muchos cambios que se aporten a la economía. Si la revolución permanece aislada, el poder político del proletariado será destruido por una invasión exterior, o por la violencia interna como en Kronstadt.

II.  LA DICTADURA DEL PROLETARIADO NO ES LA DE UN PARTIDO   

La  tragedia de la revolución rusa, y en particular la matanza de Kronstadt, fue que el partido del proletariado, el Partido Bolchevique, consideró que su función era tomar el poder de Estado y defender ese mismo poder contra la clase obrera en su conjunto. Por ello, cuando el estado se autonomiza  con respecto a la clase y se levanta contra ella, como en Kronstadt, los bolcheviques consideraron que su sitio estaba en el Estado que luchaba contra la clase y abandonaron a la clase que luchaba contra la burocratización del Estado.

Hoy, los revolucionarios deben afirmar como principio fundamental que la función del partido no consiste en tomar el poder en nombre de la clase. Sólo la clase obrera en su conjunto, organizada en comités de fábrica, milicias y consejos obreros, puede tomar el poder político y emprender la transformación comunista de la sociedad. El partido debe ser un factor activo  en el desarrollo de la conciencia proletaria, pero no puede crear el comunismo “en nombre” de una clase. Tal pretensión sólo puede llevar, como sucedió en Rusia, a la dictadura del partido sobre la clase, a la supresión de la actividad del proletariado por sí mismo, bajo pretexto que “el partido es mejor”.

Al mismo tiempo, la identificación del partido con el estado, cosa natural para un partido burgués, no puede sino arrastrar a los partidos proletarios a la corrupción y la traición. Un partido del proletariado debe constituir la fracción más radical y avanzada de la clase que a su vez es la más dinámica de la historia. Cargar al Partido con la administración de los asuntos  de Estado, que por definición no puede más que tener una función conservadora, es negar todo el papel del partido y ahogar su creatividad revolucionaria. La burocratización progresiva del partido bolchevique, su incapacidad creciente para separar los intereses de la clase revolucionaria de los del Estado de los soviets, su degeneración en una máquina administrativa, todo esto es el precio pagado por el partido mismo por sus concepciones erróneas del partido que ejerce un poder de Estado.

III. LAS RELACIONES DE FUERZA DENTRO DE LA CLASE NO DEBEN EXISTIR

El principio de que ninguna minoría, por ilustrada que sea, puede ejercer el poder sobre la clase obrera, es paralelo a este otro: no puede haber relaciones de fuerza dentro de la clase obrera. La democracia proletaria no es un lujo que puede ser  suprimido en nombre de la “eficacia”,  sino la única garantía de la buena marcha de la revolución y de la posibilidad que tiene la clase de sacar conclusiones de su propia experiencia. Aunque algunas fracciones de la clase estén en el error, ninguna otra fracción, (sea o no mayoritaria) puede imponerles la “línea justa”. Sólo una libertad total de diálogo dentro de los órganos autónomos de la clase (asambleas, consejos, partido etc.) podrá resolver los conflictos y los problemas de la clase. Esto implica también que la clase entera pueda tener acceso a los medios de comunicación  (prensa, radio, TV etc.) conservar el derecho de huelga y juzgar críticamente las directivas que emanen de los órganos de Estado.

Aún admitiendo que los marinos de Kronstadt se equivocaron, la dureza de las medidas que tomó el gobierno bolchevique estaba totalmente injustificada. Tales acciones pueden destruir la solidaridad y la cohesión dentro de la clase al tiempo que engendran el desaliento y la desesperación. La violencia revolucionaria es un arma que el proletariado tendrá que utilizar   necesariamente contra la clase capitalista. Su uso contra otras clases no explotadoras deberá reducirse al mínimo, pero en el interior mismo del proletariado, no puede haber sitio para ella.

IV.- LA DICTADURA DEL PROLETRIADO  NO ES EL ESTADO

En el momento de la revolución rusa existía una confusión fundamental en el movimiento obrero, por la que se identificaba a la dictadura del proletariado con el Estado que apareció después del derrumbamiento del régimen zarista, es decir, el Congreso de los delegados de toda Rusia de los Soviets, de los trabajadores, soldados y campesinos.

Pero la dictadura del proletariado,  funcionando a través de los órganos específicos de la clase obrera, como las asambleas de fábrica y los consejos obreros, no es una institución sino un estado de hecho, un movimiento de la clase obrera en su conjunto. El fin de la dictadura del proletariado no es el de un estado en el sentido en que lo entienden los marxistas. El Estado  es ese órgano de superestructura que surge de la sociedad de clases, cuya función consiste en preservar las relaciones sociales dominantes, el statu quo entre las clases. Al mismo tiempo los marxistas han afirmado siempre la necesidad del Estado en un período de transición al comunismo, después de la abolición del poder político burgués. Por ello decimos que el Estado ruso soviético, así como la comuna de París, fue un producto inevitable de la sociedad de clases que existía en Rusia después de 1917.

Ciertos revolucionarios defienden la idea de que el único estado que pueda existir después  de la destrucción  del poder burgués son los consejos obreros. Es cierto  que  los Consejos Obreros tienen que asegurar la función que siempre ha sido una de las principales características del Estado: el ejercicio del monopolio de la violencia. Pero asimilarlos por ello al Estado es reducir el papel del  Estado a  un simple órgano de violencia sin más. Es decir, con tales concepciones, el Estado burgués de hoy estaría compuesto únicamente por la policía y el ejército, y no por el parlamento, municipios, sindicatos y otras innumerables instituciones que mantienen el orden capitalista sin hacer uso inmediato de la represión. Estas instituciones son órganos del Estado, pues sirven para mantener  el orden social existente, los antagonismos de clase, dentro de un marco aceptable. Los consejos obreros, por el contrario, representan la negación activa de esta función de Estado puesto que son ante todo órganos de transformación social radical, y no órganos del statu quo.

Pero además de esto, es utópico esperar que las únicas instituciones que existan en el período de transición sean precisamente los consejos obreros. El gran trastorno social que es la revolución engendra instituciones de todo tipo, no sólo de la clase obrera en los lugares de producción, sino de la población entera que estaba oprimida por la clase capitalista.  En Rusia, los Soviets y otros órganos populares aparecieron, no sólo en las fábricas, sino en todas las partes; en el ejército, en la marina, en los pueblos, en los barrios de las ciudades. Esto no venía únicamente de que “los bolcheviques comenzaban a construir un estado que tenía una existencia separada de la organización de masas de la clase”. (Workers Voice N° 14). Es cierto que los bolcheviques contribuyeron activamente a la burocratización del Estado, abandonando el principio de las elecciones e instituyendo innumerables comisiones al margen de los soviets; pero no se puede decir que los bolcheviques mismos crearan “el Estado Soviético”. Fue algo que surgió porque la sociedad debía engendrar una institución capaz de contener sus profundos antagonismos de clase. Decir que sólo pueden existir los consejos obreros es predicar la guerra civil  permanente, no sólo entre la clase obrera y la burguesía, (que, por supuesto,  es necesaria) sino también entre la clase obrera y todas las demás clases y categorías. En Rusia esto habría significado una guerra entre los soviets de obreros y los de soldados y campesinos. Lo cual hubiera sido una terrible pérdida de energía y una  desviación de la tarea primordial de la revolución mundial contra la clase capitalista[1].

Pero si el estado de los soviets era desde cierto punto de vista el producto inevitable de la sociedad post-insurreccional, podemos sacar a la luz numerosos y graves defectos de estructura y funcionamiento, después de la revolución de Octubre, al margen del hecho que estaba controlado por el Partido.

a.- En el funcionamiento real del Estado había un abandono continuo de los principios fundamentales  establecidos a partir de las experiencias de la  Comuna de 1871, y reafirmados por Lenin en el Estado y la Revolución en 1917: que todos los funcionarios fueran elegidos y revocables en cualquier momento, que la remuneración de los funcionarios del Estado fuera igual a la de los obreros, que el proletariado estuviera permanentemente armado. Fueron multiplicándose las comisiones y departamentos  sobre los que la clase obrera no tenían ningún control (consejos económicos, Checa, etc...). Las elecciones eran aplazadas o amañadas. Los privilegios otorgados a los personajes oficiales se convirtieron  en el pan de cada día. Las milicias obreras fueron disueltas en el interior del ejército rojo, que no estaba controlado por los consejos obreros ni  por los soldados alistados.

b.- los consejos obreros, los comités de fábrica y los otros órganos del proletariado representaban una parte entre otras del aparato de Estado (aunque los trabajadores tenían derecho de voto preferente). En vez de tener  autonomía y hegemonía sobre todas las otras instituciones sociales, no sólo estos órganos iban siendo integrados cada vez más en el aparato general del Estado, sino que se le subordinaban. El poder proletario, en lugar de manifestarse por el canal de los órganos específicos de la clase, fue identificado al aparato de estado.  Aún más, el postulado engañoso de un estado “proletario” y “socialista” llevo a los bolcheviques a sostener que los trabajadores no podían tener ningún derecho o interés diferente a los del Estado. De lo que se deducía que toda la resistencia al Estado por parte de los trabajadores sólo podía ser contrarevolucionaria. Esta concepción profundamente errónea explica la reacción de los bolcheviques hacia las huelgas de Petrogrado y el levantamiento de Kronstadt.

En el futuro, los principios de la Comuna sobre la autonomía de la clase obrera no deberán ser pura letra muerta;  el  proletariado tendrá que defenderlos como condición fundamental de su poder sobre el Estado. En ningún momento podrá distraer  la vigilancia del aparato de estado, porque la experiencia rusa, y en particular los sucesos de Kronstadt demuestran que la contrarrevolución puede aparecer por donde menos se piensa, como el Estado post-insurreccional, y no sólo por una agresión burguesa “exterior”.

Es decir, que para garantizar que el Estado-comuna sigue siendo un instrumento de la autoridad proletaria, la clase obrera no puede identificar su dictadura con este aparato ambiguo y poco seguro, sino únicamente  con sus órganos de clase autónomos. Estos órganos tendrán que controlar  sin flaqueza el trabajo del estado a todos los niveles, exigiendo el máximo de representación de delegados de los consejos obreros en los congresos generales de los soviets, la unificación autónoma permanente de la clase obrera en el interior de estos consejos, y el poder de decisión de los consejos obreros sobre todo el planning del  Estado. Por encima de todo, los trabajadores deberán impedir que el estado se interfiera en sus propios órganos de clase; pero, por otra parte, la clase obrera debe mantener su capacidad para ejercer la dictadura sobre y contra el Estado, por la  violencia si fuera necesario. Esto significa que la clase obrera debe garantizar su autonomía  de clase gracias al armamento general del proletariado. Si durante la guerra civil se hace necesaria la creación de un “ejercito rojo”, regular, esta fuerza deberá estar políticamente subordinada a los Consejos Obreros y disuelta tan pronto como se haya vendido militarmente a la burguesía. Pero, en ningún momento, podrán ser disueltas las  milicias proletarias en las fábricas.

La identificación del partido y el estado, y la del Estado y la clase, tuvo su conclusión lógica, cuando el partido se puso de parte del Estado y en contra de la clase. El aislamiento de la revolución rusa en 1921 convirtió al estado en guardián del statu quo, de la estabilización del capital y del avasallamiento de los trabajadores. A pesar de todas las  buenas intenciones la dirección bolchevique siguió esperando el alba salvadora de la Revolución mundial durante unos cuantos  años, se vio obligada a actuar, por su implicación en la máquina estatal, como un obstáculo a la revolución mundial, y fue arrastrada al triunfo final de la contra revolución estalinista. Algunos bolcheviques comenzaron a ver  que ya no era  el partido el que controlaba al estado, sino el estado quien controlaba al partido. Lenin mismo decía:

“La máquina  se está escapando de las manos de los que gobiernan: se diría que alguien tiene las riendas de esta máquina, pero que ésta toma una dirección diferente de la que él quiere, como conducida por una mano oculta..., nadie sabe de quién es esta mano; tal vez de un especulador, de un capitalista, o de los dos a la vez. Lo cierto es que la máquina no sigue la dirección que quieren aquéllos que deben dirigirla, y a veces llega a tomar una dirección  diametralmente opuesta” (Informe político del Comité Central del Partido. 1922)

Los últimos años de Lenin fueron una lucha sin esperanza contra la burocracia naciente, con nimios proyectos como el de la “Inspección de los trabajadores y campesinos” en el que la burocracia debería someterse a la  vigilancia de una nueva comisión burocrática. Lo que él no podía admitir  era que el llamado estado proletario se  había convertido pura y simplemente en una máquina burguesa, en un aparato de reglamentación de las relaciones sociales capitalistas y, por tanto, inaccesible a las necesidades de la clase obrera. El triunfo del estalinismo no fue más que el reconocimiento cínico de esta situación, la adaptación final y definitiva del  Partido a su función de capataz del estado capitalista. Esta fue la significación real de la declaración del “Socialismo en un solo país” en 1924.

La rebelión de Kronstadt puso al Partido ante una alternativa  histórica de extrema gravedad: o seguir dirigiendo esta máquina burguesa para acabar siendo un partido del capital, o separarse del Estado y ponerse de parte de la clase obrera entera en su combate contra esta máquina, esta personificación del capital. Al escoger la primera de ellas, los bolcheviques, de hecho, firmaron su propia sentencia en tanto que partido del proletariado e impulsaron el proceso contrarevolucionario que se manifestó a la luz del día en 1924. Después de 1921, solo las fracciones bolcheviques que habían comprendido la necesidad de identificarse directamente con la lucha de los obreros contra el estado, podían seguir siendo revolucionarios y capaces de participar en el combate internacional de los comunistas de izquierda contra la degeneración de la  III Internacional. Así, por ejemplo, el “grupo obrero” de Miasnikov tuvo un papel activo en la huelga salvaje que se extendió por Rusia en agosto y septiembre de 1923. Por el contrario, la oposición de izquierda dirigida por Trotsky, cuya lucha contra la fracción estalinista se situaba siempre en el interior de la burocracia, no hizo nada por vincularse a la lucha obrera contra lo que los trotskistas  definían como un estado “obrero” y una “economía obrera”. Su incapacidad inicial para despegarse de la máquina Estado-Partido dejaba prever la evolución ulterior del trotskismo como una especie de apéndice “crítico” de la contrarrevolución estalinista.

Pero las alternativas históricas no suelen presentarse de modo claro en el momento en el que hay que tomar la decisión. Los hombres hacen su historia en condiciones objetivas definidas y las tradiciones de las generaciones pasadas abruman “los cerebros de los vivientes como una pesadilla” (Marx). Este peso angustioso del pasado aplastaba a los bolcheviques y sólo el triunfo revolucionario del proletariado occidental habría podido eliminar este peso permitiendo a los bolcheviques, o al menos a una fracción apreciable del partido, darse cuenta de sus errores y ser regenerados por la inagotable creatividad del Movimiento Proletario Internacional.

Las tradiciones de la social-democracia, el atraso de Rusia, además de toda la carga del peso del estado en el contexto de una oleada revolucionaria en retroceso; todos estos factores deberían contribuir a que los bolcheviques tomaran la posición que tomaron en Kronstadt. Pero no fue la dirección bolchevique la única incapaz de comprender lo que allí pasaba. Como ya hemos visto, la Oposición Obrera en el partido se apresuró a declararse no solidaria de los levantamientos y a participar en el asalto de la guarnición. Incluso cuando la Ultra-izquierda rusa franqueó el límite de las tímidas protestas de la Oposición Obrera y entró en la clandestinidad, no consiguió sacar las consecuencias del levantamiento e hizo pocas referencias a él en sus críticas al régimen.

El KAPD criticó la represión del levantamiento de modo incompleto y no hizo nada por apoyar la revolución. En una palabra, pocos comunistas comprendieron entonces el significado profundo del levantamiento y sacaron  las conclusiones esenciales. Todo esto es una prueba más de que el proletariado no aprende de un golpe las lecciones fundamentales de la lucha de clases, sino sólo a través de la acumulación de experiencias dolorosas, de luchas sangrientas y de intensa reflexión teórica. La labor de los revolucionarios de hoy no consiste en emitir juicios morales abstractos sobre el movimiento, un producto capaz de hacer una crítica inflexible de todos los errores del movimiento,  pero un producto a pesar de todo. Si no es así, la crítica del pasado por los revolucionarios actuales no tendría ninguna influencia en la lucha real de la clase obrera. Los comunistas de hoy sólo  pueden obtener el derecho de denunciar la acción de los bolcheviques y de declararse  solidarios de los insurrectos si consideran a los protagonistas que se enfrentaban  en Kronstadt como los actores trágicos de nuestra clase, de nuestra historia. Sólo si comprendemos los acontecimientos de Kronstadt como un momento del movimiento histórico de la clase podremos esperar entender las lecciones de esta experiencia para aplicarlas a la práctica presente y futura de la clase. Entonces, y sólo entonces, podremos estar seguros de que nunca jamás existirá otro  Kronstadt.

C.D.  WARD. Agosto 1975

 [1] Esto no implica que compartamos la visión de los bolcheviques ni la de los insurrectos de Kronstadt sobre “el poder de los obreros y campesinos”. La clase obrera, cuando llegue la próxima oleada revolucionaria, deberá afirmar que es la única clase revolucionaria. Ello quiere decir que debe asegurarse de que es la única clase que ha de organizarse en tanto que tal durante el período de transición, disolviendo toda institución que pretenda defender los intereses específicos de cualquier otra clase. El resto de la población tendrá derecho de organizarse dentro de los límites de la dictadura del proletariado, y será representado en el Estado solamente en tanto que “ciudadanos”  por el canal de los soviets elegidos territorialmente. El que se otorguen derechos civiles y voto a estos estratos sociales no significa que se les atribuya poder político en tanto que clase, del mismo modo que la burguesía no da poder político a la clase obrera al permitirles el voto en las elecciones municipales y parlamentarias.

Series: 

  • Rusia 1917 [1]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1917 - la revolución rusa [2]

Origenes economicos, politicos, y sociales del fascismo

  • 70390 lecturas

INTRODUCCION

El  artículo aquí reproducido fue publicado en Noviembre de 1933 en el número II  de Masses  (Masas), una pequeña publicación mensual ligada a la izquierda de la Soocialdemocracia francesa. Fue escrito por A. Lechmann, un miembro de los “Grupos Obreros Comunistas “ de Alemania, el cual tuvo sus orígenes en el KAPD[1] (Partido Comunista Obrero Alemán). Lo reproducimos hoy para que nuestros lectores puedan tener una  idea del grado de clarificación alcanzado por la izquierda comunista que surgió de la 3ª Internacional, y poder hacerse una idea del retroceso considerable representado por las corrientes consejista y bordiguista que se reclaman hoy de dicha Izquierda Comunista

Este artículo se ve afectado por un cierto número de debilidades que afectaban a elementos de la Izquierda Alemana en su comprensión del fascismo y que les llevó a considerar que este iba a extenderse a todos los países. Si bien es cierto que el documento muestra las condiciones generales que permiten el fascismo (periodo de declive del capitalismo, crisis económica aguda) no comprende sin embargo las condiciones particulares que lo han hecho aparecer en Alemania y en Italia (la brutal derrota de las clase obrera después de un poderoso movimiento revolucionario, y la parte muy pequeña que correspondió a estos países en el reparto del pastel imperialista tras la Primera Guerra Mundial).

En el mismo período la izquierda Italiana, aunque menos precisa en su comprensión de las condiciones generales, pudo hacer un análisis mucho más claro de esas condiciones particulares, las cuales le permitieron ver el “anti-fascismo” como uno de los peores enemigos del proletariado – (aunque después de la II guerra mundial cayó en la aberración de la “globalización del fascismo”). En contraste, en este texto no hay ninguna denuncia al antifascismo.

Otra debilidad que encontramos en el documento que publicamos es el análisis de la degeneración de la Revolución Rusa y de la 3ª Internacional. En el artículo este fenómeno es presentado esencialmente como consecuencia de la situación en Rusia misma (atraso, peso del campesinado, etc.), y no como un producto del retroceso de la revolución a escala mundial

A pesar de estas debilidades, el artículo contiene un significante número de puntos, los cuales todavía representan un análisis más valioso que el de muchos grupos que actualmente se proclaman descendientes de la  “ultra izquierda”. Estos puntos fuertes pueden ser sumarizados como sigue:

  •  una comprensión del período abierto por la Iª guerra mundial como el de la decadencia del modo capitalista de producción, en estrecha relación con la desaparición de los mercados extra-capitalistas;
  • la imposibilidad para la burguesía, en este período de decadencia, de garantizar cualquier mejora real al proletariado, llevando a un considerable reforzamiento  del estado, a la integración de los sindicatos, y al fin de todas las posibilidades de que el proletariado continuara haciendo uso del parlamento en sus luchas;
  •  transformación de la naturaleza de la crisis: las crisis cíclicas se transformaron en crisis permanentes, las cuales en sus fases agudas llevan, en ausencia de respuesta proletaria, a la guerra imperialista;
  • denuncia de todas las políticas frentistas y “anti-fascistas”;
  • el carácter proletario de la Revolución Rusa y de la 3ª Internacional -contrariamente a las ideas que comenzaban a desarrollarse en aquel entonces, particularmente en la izquierda holandesa;
  • la naturaleza capitalista del régimen existente en Rusia (aún si el término no es explícitamente usado en el artículo) y el rechazo de cualquier política de “defensa de la URSS” por parte del proletariado;
  • el necesario carácter mundial de la revolución proletaria;
  • la necesidad para la clase obrera de darse un partido basado sobre un programa claro y coherente, fracción más consciente de la clase, por necesidad una minoría, que no puede sin embargo sustituir a la clase en la toma del poder, y que solo puede ser creado en un momento de ascenso de la lucha revolucionaria y no en un período de derrota, como los voluntaristas del trotskysmo y el “bordigismo” pudieron creerlo.

Estos puntos forman el eje alrededor del cual la Corriente Comunista Internacional se ha constituido. Ellos evidencian la continuidad existente entre el movimiento revolucionario  que se desarrolla hoy y el movimiento en el pasado, marcando la unidad histórica de la lucha proletaria después del terrible período de contrarevolución, el cual estamos dejando atrás.

Un gran  número de tendencias “modernistas” rechazan esta continuidad. Estas tendencias quieren “innovar” . Pero hoy, rechazando el pasado, ellos también se privan de cualquier futuro (en el campo proletario, al menos). Por nuestra parte, entendemos que podemos ir  más allá de las enseñanzas de la izquierda comunista comenzando con ellas  y no rechazándolas. Este es el porqué nos reclamamos resueltamente de una continuidad con la izquierda comunista.

CAUSAS ECONOMICAS

Para poder llegar a las causas esenciales del fascismo, es necesario considerar los cambios estructurales que han tenido lugar  en décadas recientes en el capitalismo. Para los primeros años de este siglo el capitalismo aún se estaba desarrollando en una forma progresiva en la cual la competencia entre capitalistas privados  o las compañías accionistas actuaban como una fuerza motriz del proceso económico. El crecimiento más o menos regular de la productividad era fácilmente absorbido por los nuevos mercados abiertos durante el período de colonización por las potencias imperialistas. La forma de organización política correspondiente a  esta estructura atomizada del capitalismo fue la democracia burguesa, la cual permitió a los diferentes estratos capitalistas regular sus intereses contradictorios  de la manera más apropiada. Las condiciones prósperas del capitalismo permitieron garantizar a los obreros ciertas concesiones políticas y económicas y creó dentro de la clase obrera las precondiciones para el reformismo y la ilusión de que el parlamento podía servir como un instrumento de progreso para la clase obrera.

La posibilidad de una acumulación de capital siempre creciente, la cual se había manifestado durante esta fase inicial, llegó a su fin cuando la competencia entre capitales nacionales se hizo mucho más  intensa debido al agotamiento de nuevos territorios susceptibles de ser conquistados por la expansión capitalista. Estas rivalidades  causadas por la restricción de mercados condujo a la Iª guerra mundial. Las mismas condiciones también iniciaron la transformación de la estructura capitalista hacia  la concentración progresiva de capital bajo la dominación del capital financiero. La guerra y sus consecuencias aceleraron el proceso. La inflación en particular, por llevar al desposeimiento a las clases medias, permitió el desarrollo del capital monopolista a gran escala:  la organización del capital en grandes trusts y cárteles, horizontal y verticalmente, los cuales comenzaron a extenderse más allá de las fronteras nacionales. Los diferentes estratos del capitalismo (financiero, industrial, etc.) perdieron su carácter particular y fueron absorbidos en un bloque uniforme de intereses.

Como la esfera de influencia de estos trusts y carteles comenzó a ir más allá de la estructura de los estados nacionales, el capitalismo se vio forzado a influenciar las políticas económicas del estado de una forma más acelerada. La ligazón entre los órganos de los intereses económicos capitalistas y el aparato estatal crecieron juntos, y el rol intermediario del parlamento se hizo cada vez más superfluo.

Frente a esta estructura, el capitalismo puede prescindir del parlamentarios, el cual subsiste, en un primer periodo, bajo la forma de una fachada tras la cual se oculta la dictadura del capital monopolista. Sin embargo, este  parlamentarismo sigue prestando sus servicios a la burguesía, pues proporciona a la dictadura del capital una base política por medio de la cual ésta pudo mantener vivas las ilusiones reformistas en las masas proletarias. La agravación de la crisis mundial, la imposibilidad de obtener nuevos mercados, gradualmente llevó  a la burguesía a perder todo interés en mantener la fachada parlamentaria. La dictadura abierta y directa del capital monopolista vino a ser una necesidad para la burguesía misma. El sistema  fascista se mostró como la forma de gobierno mejor adaptada a las necesidades del capital monopolista. Su organización  económica es la más capaz de ofrecer una solución a las contradicciones internas de la burguesía, pues su contenido político permite  a la burguesía encontrar nuevas bases de soporte, remplazando el reformismo, el cual se ha revelado cada vez menos capaz de sostener las ilusiones de las masas.

CAUSAS SOCIALES

La imposibilidad de la burguesía para mantener su base política en el reformismo deriva de la intensificación de los conflictos de clase entre la burguesía y el proletariado. Desde la guerra el reformismo en Alemania no ha sido más que un juego estéril. Cada día la clase obrera alemana pierde un poco más de lo que queda de las “conquistas” del reformismo. El prestigio del reformismo a los ojos de las masas sobrevive solo por su poderosa organización burocrática. Pero los ataques más recientes contra el nivel de vida de los obreros, los cuales los han hundido en la más terrible miseria, ha socavado rápidamente la influencia del reformismo en las masas obreras y ha revelado los antagonismos entre el proletariado y la burguesía.

Paralelo a este proceso dentro de la clase obrera, hubo un proceso de radicalización entre los diferentes estratos de la pequeña burguesía. Los campesinos se vieron arruinados por una montaña de deudas, reducidos a la pobreza, y en algunos lugares recurrieron a acciones terroristas. Los  comerciantes sintieron las consecuencias del empobrecimiento de las masas y de la competencia de las  grandes empresas y cooperativas. Los intelectuales,  desorientados por lo incierto de lo que el mañana podría brindar, estudiantes  sin un futuro, ex-oficiales desclasados, , todos comenzaron a adoptar ideas aventureras. Los trabajadores de corbata – proletarizados y hundidos por el desempleo, funcionarios innecesarios – también se mostraron listos para ser movilizados por la demagogia radical. Un vago y utópico anti-capitalismo creció en estos estratos heterogéneos, desposeídos por la gran burguesía. Su  anti-capitalismo era reaccionario en tanto que reclamaba el retorno a una etapa ya superada  por el capitalismo. A pesar de su radicalismo, vinieron a ser un factor conservador y fácil instrumento del capitalismo monopolista. En realidad, para estas radicalizadas e inconscientes  masas pequeño-burguesas, incapaces de jugar un rol independiente en la economía y encarar los antagonismos crecientes entre la burguesía y el proletariado, solo fue una cuestión de escoger entre uno u otro. Ellas tuvieron que elegir entre el capital monopolista y el sujeto histórico de la revolución,  el proletariado. El odio a la revolución proletaria, la cual podría poner un fin a  las clases y un ataque a los privilegios pequeño-burgueses (privilegios que ahora son solo un recuerdo), lanzó a las clases medias radicalizadas en los brazos del  capital, proporcionándole así una base social suficientemente grande para poder prescindir del reformismo, en estos momentos al borde del colapso

RAICES POLITICAS

La síntesis de estos dos aspectos contradictorios del fascismo:  dependencia del capital monopolista y de la movilización de las masas pequeño burguesas, se expresó en el plano político con el desarrollo del Partido Nacional Socialista.  Este partido debió su desarrollo a una frenética demagogia y al subsidio de la industria pesada. Sobre el plano ideológico, vino a dar un  desahogo a la desesperación de las masas pequeño-burguesas por medio de una fraseología radical y revolucionaria, aún yendo tan lejos como para defender ciertas formas de expropiación (bancos, judíos, grandes empresas, etc.); sus lazos con el capital se expresaron en su propaganda en pro de la colaboración de clases, por la organización corporativa contra la lucha de clases y el marxismo.

La inconsistencia del contenido ideológico de la demagogia Nazi se muestra claramente en su propaganda racista. El descontento de las masas fue orientado contra el tratado de Versalles, válvula de escape del capitalismo, y contra los judíos, los cuales eran vistos como los representantes del capital internacional y promotores de la lucha de clases. Este enredo de estupideces incoherentes solo pudo sentar raíces en las mentes de la pequeña burguesía, cuyo rol secundario en la economía la hace incapaz de entender en lo más mínimo los hechos económicos y acontecimientos históricos dentro de los cuales ha sido lanzada.

Los campesinos radicalizados y la pequeña burguesía siempre formaron las grandes masas del Partido Nacional Socialista. Fue solo cuando su subordinación al capital monopolista se hizo más clara, cuando la burguesía  vino a reforzar los  cuadros del Partido Nazi y lo suplió con oficiales y lideres. Antes de la llegada de Hitler al poder, al Partido Nazi le había sido imposible penetrar seriamente en la  clase obrera, lo cual se evidenció en las elecciones a los consejos de trabajo. Los Nazis  siempre tuvieron grandes dificultades para penetrar en la oficina de registro de desempleados; solo unos cuantos cientos de mercenarios pudieron ser reclutados por la SA y el SS (Policía Política) entre los desempleados de corbata y el lumpemproletariado, aunque habían millones de desempleados sin ningún medio de subsistencia.

Pero si la clase obrera no permitió ser significantemente contaminada por la demagogia  fascista, ella fue sin embargo incapaz de impedir el desarrollo del Partido Nacional Socialista. No se orientó a deshacer la formación de un bloque de clases reaccionarias. Los grandes partidos obreros intentaron sin éxito hacer uso de esta o aquella divergencia aparente entre el capital monopolista y los  Nacional-Socialistas. Sobre todo, el proletariado no comprendió que la contradicción real no era entre democracia y fascismo, sino entre fascismo y revolución proletaria. Fue así como la falta de capacidad revolucionaria de una parte del proletariado lo que permitió el desarrollo político del fascismo y el ascenso de Hitler.

Para ver cómo este fue posible, debemos examinar en detalle el contenido ideológico y táctico de las principales tendencias en el movimiento obrero.

LAS TENDENCIAS Y ORGANIZACIONES DE LA CLASE OBRERA

a) El Reformismo

El reformismo se desarrolló en el seno de la clase obrera en el período ascendente del capitalismo. Sus orígenes se basan en la posibilidad para la burguesía de desarrollar rápidamente el aparato productivo, un crecimiento en la producción, que en general encuentra fácil colocación en nuevos mercados. El resultado de esto para la clase obrera fue un rápido desarrollo en su número y poder. La burguesía  necesitaba asegurar el crecimiento incesante de una clase obrera dócil y satisfecha y esto pudo ser fácilmente conseguido cediendo a la clase obrera una pequeña parte de las crecientes ganancias derivadas del imperialismo. Pero, cuando la burguesía no pudo dar más concesiones a la clase obrera y tuvo que privarla de todas las conquistas que obtuvo en la época anterior, el reformismo retuvo una influencia importante en la clase obrera y pudo jugar el papel de proveer al capitalismo de una base política. Este fue el caso de los sindicatos y los órganos políticos  del reformismo, los cuales, habiéndose desarrollado durante los años de prosperidad, continuaron  existiendo como tales y pudieron defender los intereses del capital. El principal método de organización política (socialdemocracia) era el parlamentarismo. Su actividad tuvo que ayudar a convencer a los obreros de que debían  esperar pacientemente para conseguir cualquier mejora, la cual podía ser tomada por el parlamento en la forma democrática apropiada. Cada vez la Socialdemocracia tomó la parte más activa en la masacre de los obreros revolucionarios, justificando su traición presentándose como la defensora de la democracia. Las organizaciones sindicales se orientaban hacia la discusión de contratos de trabajo con los patronos colocando siempre al Estado como árbitro en última instancia. Estos desviaron las luchas siempre que pudieron y, en el caso de luchas espontáneas, trataron de hacer retornar a los obreros al trabajo utilizando todo tipo de maniobras. Los innumerables burócratas sindicales, bien pagados y aburguesados, gobernaron sobre los obreros a través de su control sobre varias formas de asistencia (pagos por enfermedad, beneficios a los desempleados, etc.). La  participación en estas instituciones y en los diferentes beneficios sindicales, mantuvo la docilidad de los obreros y el poder de los burócratas, a pesar de su persistente y siempre más cínica traición.

Paralelo al desarrollo de la burocracia sindical, una burocracia especial encargada de la legislación  social – asistencia, seguros de desempleo, etc. – creció en el aparato estatal. Este organismo y sus funciones podrían ser vistos como una forma auxiliar de reformismo, cuyo origen está  en la unión del reformismo parlamentario y sindical – un reformismo orientado por el estado, el cual contribuyó a mantener el orden, la obediencia y las ilusiones en la clase obrera.

Así el reformismo persitió en su forma organizacional, aunque tuvo que perder su base económica. La ideología reformista sobrevivió en la clase obrera, pero gradualmente cedió ante la presión de la creciente explotación y miseria del proletariado. Cuando el proletariado se vio en la necesidad de luchar por sus intereses más básicos, se hizo claro para la burguesía que no iba a poder mantener por mucho tiempo una forma organizacional para la colaboración  de clases sobre la base del reformismo. La forma práctica organizacional tuvo que ser mantenida a toda costa, pero la ideología tuvo que ser cambiada; así la burguesía resueltamente reemplazó el reformismo pr el fascismo. No hubo resistencia por parte de los burócratas sindicales porque la realidad organizacional de la colaboración de clases se mantuvo; lo único que fue desechado fue la ideología reformista. El reemplazo del reformismo por el fascismo se produjo fácilmente, y  si la burguesía no tuvo necesidad de nuevos agentes, ésta pudo retener los servicios de sus antiguos bufones que no exigieron nada nuevo.

Estos desenvolvimientos probaron que los sindicatos no estaban al servicio de la clase obrera, y que esto no era el resultado de una mala dirección sino de la misma estructura de los sindicatos como órganos representativos de los intereses corporativos dentro del capitalismo; tales órganos se han convertido en una parte intrínseca del funcionamiento normal de capitalismo y no pueden ser utilizados para fines revolucionarios.

b) Bolchevismo

El desarrollo de la Revolución Rusa desde Octubre de 1917 ha estado  condicionado por la contradicción entre un proletariado muy concentrado pero numéricamente pequeño y un inmenso campesinado atrasado. La  industria rusa era en líneas generales técnicamente moderna, pero su estructura económica sufrió el peso de una serie de atrasos porque había sido organizada por el capital extranjero par fines de guerra y exportación. Después de la caída del zarismo, la burguesía no pudo mantener el poder porque no pudo encontrar apoyo entre el campesinado que quería paz y tierra.

Un proletariado audaz y  consciente tomó el poder del Estado en Octubre de 1917, Pero confrontó enormes dificultades de organización ante un campesinado que representaba veinte veces su número. La  colectivización de las empresas fue llevada  adelante por los obreros a gran velocidad, pero los intentos de una distribución comunista de los productos chocó contra la resistencia pasiva y activa de grandes  masas campesinas. La NEP (Nueva Política Económica) fue un retroceso para un proletariado forzado a un compromiso con el campesinado; pero el proletariado todavía continuó rigiendo la economía. Sin embargo  en este régimen de compromiso entre la industria colectivizada y una agricultura fragmentada, la oculta, pero real rivalidad entre el proletariado y el campesinado dio lugar a un inaudito desarrollo del aparato estatal, a la especialización burocrática y a la supresión del poder de los  Soviets. El éxito de la economía planificada aceleró este proceso de cristalización de una burocracia, la cual gradualmente gobernó este proceso de cristalización  de una burocracia, la cual gradualmente gobernó sin   ningún control sobre ella, para  imponer medidas coercitivas sobre el proletariado (restablecimiento del trabajo a destajo y la autoridad administrativa) y sobre el campesinado (concentración forzada de empresas campesinas), y también medidas políticas de dominación (reemplazo de los tribunales populares por las decisiones tomadas por la policía política especial, la GPU).

Un proceso paralelo tuvo lugar dentro del Partido Comunista, el órgano dirigente, el cual vivió una serie de crisis,  convirtiéndose en la expresión exclusiva de los intereses de clase de la burocracia. Con la desaparición del poder político de los Soviets Obreros, la dictadura del proletariado dejó de existir, y fue remplazada por la dictadura de la burocracia como una clase en  formación.

La III Internacional y los Partidos Comunistas en todos los países sufrieron estructuralmente las repercusiones de esta transformación del régimen ruso; con el partido alemán en particular, la burocratización y la ausencia de democracia interna  alcanzaron un punto extremo. La influencia de las masas obreras no pudo hacerse sentir en la política del KPD. Su táctica y estrategia estaban impuesta sobre él en función de los intereses de la burocracia soviética. Hasta la NEP, la política exterior del Soviets había estado orientada hacia la revolución mundial, a pesar de los errores como en el caso de Radek, que tuvieron consecuencias desastrosas sobre la  revolución alemana. Hoy, la teoría del “Socialismo en un solo país” pone todo su peso sobre la construcción del aparato industrial en Rusia (habiendo sido bautizada esta construcción industrial como “socialismo”), y consecuentemente da una enorme importancia a la estabilización del orden mundial capitalista y a las políticas de paz en las relaciones con el extranjero. Con la desaparición de la dictadura del proletariado en Rusia, el proletariado mundial ya no tiene ningún interés en considerar el desarrollo de la situación rusa como el eje de la revolución mundial.

Los intereses  de clase de la burocracia engendraron la teoría del “Partido Lider”, lo cual es la negación de la posibilidad de una política independiente de la clase obrera con respecto a otras clases, en particular las clases medias, y se encuentra por lo tanto en las raíces del oportunismo. Al mismo tiempo, la utilización del proletariado mundial para las necesidades cambiantes de la diplomacia soviética creó un creciente abismo entre las masas y el KPD.

La consecuencia esencial,  la cual cristaliza la actividad de la burocracia soviética, ha sido la degeneración del carácter de clase del movimiento revolucionario. En vez de difundir la ideología de clase, el KPD, por razones oportunistas y diplomáticas, propulsó una ideología nacionalista (la consigna de la liberación social y nacional, la teoría de que la nación alemana era oprimida por el imperialismo). El KPD creyó que por recurrir a esta maniobra podría causar confusión dentro de la pequeña burguesía del Nacional Socialismo. En realidad solo causó confusión dentro del proletariado; este no pudo hacer nada para oponerse al ascenso del fascismo, mientras que éste ascenso atrajo a las filas del Nacional Socialismo a militantes del KPD, que habían sido engañados por sus propias consignas nacionalistas

La incoherencia de las maniobras bolcheviques (frente unido con los fascistas o con los socialdemócratas), las pretensiones burocráticas tendentes al establecimiento de una dictadura sobre las masas, la ausencia de una ideología proletaria – todo esto condenó al KPD a la impotencia. Después de haber ido de “éxito” en “éxito” sobre la arena electoral, el KPD se encontró completamente aislado de las masas cuando quiso actuar (como ejemplo, la manifestación Nazi frente a la casa de Liebknecht). Sin embargo, no es posible saber sí él realmente quiso actuar y con qué fines.

Las raíces de esta incapacidad son las mismas que la de la Social.-democracia. En ambos casos  son el resultado de la penetración de la ideología burocrática en la organización – las ideologías del parlamentarismo (expresada en la consigna “Para frenar a Hitler, vote por Thaelmann”); sindicalismo (intentar conquistar los sindicatos) y del oportunismo, el cual consiste en maniobras para establecer supuestas alianzas entre las clases y entre los diferentes estratos de la clase obrera.

Pequeñas agrupaciones bolcheviques

La teoría del “partido lider” y la práctica del parlamentarismo, sindicalismo y maniobras oportunistas la podemos encontrar también en los varios grupos bolcheviques de oposición. El KPD (1) (Brandler), los trotskystas y el SAP (2), tienen la misma base ideológica cambiando solo en sutiles detalles, los cuales cambian a cada momento.

Para todos estos grupos, la táctica a utilizar contra el fascismo es la unidad de acción entre el reformismo y el bolchevismo. Esta táctica no ha sido aplicada, pero la clase obrera no puede esperar ganar nada de la unidad de la traición y la impotencia.

PERSPECTIVAS PARA EL MOVIMIENTO OBRERO

Las lecciones de la experiencia revolucionaria

Las perspectivas solo pueden basarse sobre la experiencia – experiencia revolucionaria, la cual es rica en lecciones. Desde la Comuna de París a la Revolución de Octubre, pasando por la Revolución de 1905, la experiencia contradice la táctica y estrategia del bolchevismo; ella ha evidenciado que la clase obrera, en una situación objetiva dada, es capaz de actuar independientemente como una clase, y que en estas situaciones, ella espontáneamente crea órganos para la expresión y ejercicio de su poder como clase: los Soviets o consejos obreros. Es necesario ver cómo estos órganos fueron creciendo en Alemania. Las primeras acciones obreras, las cuales surgieron en 1917 contra los mandatos de los sindicatos burocráticos que habían sido integrados al régimen de guerra, engendró los “Delegados Revolucionarios”.

Los Consejos Obreros de 1918 fueron la consecuencia directa de este movimiento. El colapso militar de Alemania, dio un auge prematuro a las posibilidades de desarrollo de estos consejos, pero estos carecieron de suficiente claridad política . La conciencia más clara de las necesidades revolucionarias, representada en el grupo Spartacus, no estaba lo suficientemente desarrollada para que el movimiento consejista se desembarazara de ciertas ilusiones anarquistas y de hábitos heredados de un largo período de luchas reformistas. El fracaso del movimiento consejista en 1919 fue en gran parte el resultado de un desconocimiento de la necesidad de la dictadura del proletariado.

En la situación inestable del capitalismo, la cual duró hasta 1923, era claro para los obreros la necesidad de tener organizaciones revolucionarias basadas en la producción , y en casi toda Alemania crecieron organizaciones de fábrica, formadas  más o menos espontáneamente contra los sindicatos contra-revolucionarios y creando así una corriente política muy importante. Los esfuerzos revolucionarios de los obreros terminaron en 1923 con la acción brutal del Reichwehr, masacrando obreros  ya desmoralizados por la doblemente absurda táctica del Partido Comunista, el cual propuso a los fascistas en Reventlow un frente unido contra el imperialismo francés, y, al mismo tiempo participaba en el gobierno parlamentario de Sajonia con los Socialdemócratas.

Después de 1924, la estabilización temporal del capitalismo y la ausencia de perspectivas revolucionarias llevó a la desaparición de corrientes radicales, dio un  nuevo aliento de vida al reformismo apoyado por el aparato estatal e inauguró el período de “éxitos” parlamentarios para el bolchevismo. Esta aparente consolidación del reformismo y los éxitos ilusorios del bolchevismo no previó, con el desarrollo  de la crisis después de 1929, el crecimiento del movimiento fascista y la deterioración del nivel de vida de la clase obrera, que estaba sufriendo los golpes incesantes de un desempleo, que no  parecía tener solución. A la vez, las masas mostraban cierta desconfianza frente a los partidos existentes, una cierta efervescencia que tendía hacia el frente unido de las clases; pero sobre todo, ésta fue una actitud de espera para que las grandes organizaciones actuaran efectivamente. La subida del fascismo al poder frustró las esperanzas de los obreros.

Hacia la organización del proletariado

De esta manera, la presión de las condiciones económicas llevó a la burguesía a destruir organizaciones que, de hecho, lo único que habían logrado era   bloquear y paralizar cualquier movimiento revolucionario de la clase. Este aspecto  dialéctico del fortalecimiento del fascismo nos ha llevado a ver, más allá del despliegue del terror y la dispersión del viejo movimiento obrero,  las posibilidades de  progreso y las bases para un nuevo movimiento. La destrucción de las viejas organizaciones abre nuevas perspectivas par un nuevo  movimiento de clase. El proletariado se halla desembarazado de los auto-proclamados  partidos proletarios que en realidad son reaccionarios, de las ilusiones mistificantes del reformismo político y sindical,  y del parlamentarismo. Las ilusiones del bolchevismo también han sido sacudidas; la mayoría de los obreros revolucionarios ya no cree que sus acciones tienen que ser dirigidas por un partido de revolucionarios profesionales colocados por encima de la clase obrera;  ya no tienen ninguna confianza en los métodos bolcheviques de agitación, los cuales solo llevan a acciones estériles.

La práctica de la lucha ilegal ha llevado a los obreros a desarrollar nuevas formas de trabajo político. Los obreros revolucionarios están formando en las fábricas y entre los desempleados pequeños grupos, los cuales los provocadores no han podido penetrar. La difusión de hojas con consignas de agitación y de bluff es reemplazada por la distribución de materiales de discusión y por la educación política proletaria. Los burócratas del Partido Comunista ya no pueden imponer su punto de vista sin haber discusiones.

Sin embargo, este trabajo de reagrupamiento y autoeducación esta dándose de una manera esporádica y con falta de claridad política. Es primordial que la mayor claridad programatica posible sea el punto de partida para todo trabajo político. Los elementos  revolucionarios más  conscientes, ya agrupados en núcleos formados después de un tenaz trabajo preparatorio, ayudarán en este trabajo de clarificación y reagrupamiento entre los grupos que han nacido de los escombros de las viejas organizaciones, pero que están en búsqueda de una nueva ideología. Los grupos de obreros comunistas se han desarrollado durante el período de profundización de la crisis. A través de estos núcleos, la síntesis de la experiencia de la lucha  ilegal de los obreros radicales en varios intentos revolucionarios desde 1917, ha sido la principal preocupación y ha logrado realizarse; y ha sido hecha con todo el ardor de la juventud, para quien el desarrollo de los acontecimientos ha planteado la necesidad de romper con los métodos del reformismo y del bolchevismo. En su claridad ideológica sostienen las lecciones del pasado, y en su voluntad para la lucha residen las esperanzas para la clase obrera.

Durante el período que precedió al terror fascista, dominado por las ilusiones reformistas y bolcheviques, estos núcleos eran numéricamente débiles con respecto a las grandes organizaciones de masas , pero estaban fortalecidos en la propaganda ilegal y sólidamente enlazados a lo largo de toda Alemania. Libre del sectarismo en el cual cayeron las restantes organizaciones radicales después de 1923,  ellos llevaban su actividad de propaganda ideológica entre los elementos más avanzados  de la clase obrera. Gracias a su experiencia en el trabajo ilegal, continuaron su actividad sin ninguna interrupción  a pesar del terror y sufrieron pocas bajas. Bajo el régimen de terror crecieron considerablemente, mientras que las pobremente reconstruidas organizaciones de masa, no lograban conseguirlo. Par esta época, la cantidad de material distribuido por los núcleos de obreros comunistas en Alemania era comparable a la de cualquier otra organización.

Estos núcleos, los cuales deben ser el armamento ideológico del proletariado, tendrán que integrar nuevos elementos, evitando que se pierda la claridad de sus principios. Cada nuevo núcleo que se constituya debe ser interiormente firme y claro, de tal manera que no estallen contradicciones larvadas más adelante.

En la actual fase del capitalismo, las tácticas de los comunistas están determinadas por el hecho de que la situación sea pre-revolucionaria o revolucionaria.  En los momentos actuales, la tarea inmediata es la creación de los fundamentos del partido comunista revolucionario. Los núcleos comunistas deben actuar en el seno de la clase obrera para acelerar el desarrollo de las condiciones para la lucha revolucionaria: la lucha por la clarificación de la conciencia de clase, destrucción de la vieja ideología conservador reformista (o bolchevique), comprensión de la necesidad para que la clase se organice por sí misma en consejos y propagar los métodos revolucionarios de lucha. Esta acción dentro de la clase solo puede ser efectiva a través de la participación permanente en todos los frentes de lucha proletaria, porque los obreros solo pueden aprender realmente a través de su experiencia directa.

En una situación revolucionaria el objetivo es la destrucción del poder burgués por la acción del proletariado, la conquista de los medios de producción, la construcción del poder de los Consejos Obreros en el terreno político y económico, y el comienzo de la reconstrucción de la sociedad socialista en general. Todos estos objetivos solo pueden ser realizados mediante la revolución a través de la ligazón más estrecha posible entre el proletariado y el partido revolucionario, el cual es solo la fracción más clara y activa de la clase.

La finalidad del partido obrero no puede ser la de erigirse sobre la clase como un Comité Central bolchevique, comandando la revolución desde lo alto. El partido revolucionario es únicamente una palanca en el desarrollo de la actividad  autónoma del proletario.

Las actuales fuerzas del comunismo de izquierda deben ser conscientes del hecho de que ellas no pueden  construir el partido revolucionario en cualquier momento, sino que la base de éste partido solo puede ser formada a través de una nueva tarea de reconstrucción  dentro de la lucha  revolucionaria de las masas; que mientras “la revolución no puede triunfar sin un gran partido revolucionario”, lo  contrario también es cierto – en una situación la cual es solo pre-revolucionria, este partido no puede enraizarse y desarrollarse en la clase obrera como un todo.

La cuestión fundamental para la táctica revolucionaria de un núcleo comunista en la clase no es cómo reunir lo más pronto posible la mayor potencia posible detrás de la organización para abatir al adversario gracias a la inteligencia superior de la dirección de la organización. No, el problema fundamental es: Cómo, en cada etapa de la lucha, pueden ser orientadas la conciencia, organización y capacidad de acción del proletariado, de tal manera que la clase como un todo pueda, conjuntamente con el partido comunista revolucionario, llevar a cabo su tarea histórica.

La tarea del núcleo comunista revolucionario es doble: por un lado, la clarificación ideológica como el fundamento para el desarrollo del partido revolucionario; de otro lado, la preparación de las bases de las organizaciones de fábrica a través del agrupamiento de los obreros revolucionarios más conscientes. Como la explotación  capitalista se hace más y más aguda, esto forzará a los obreros a defender su existencia y a entrar en lucha  abierta aún en las condiciones más difíciles. En ausencia de cualquier otra organización, los obreros crearán órganos para la dirección de sus luchas como, por ejemplo, los comités de acción. El papel de los núcleos de fábrica será el de participar en estos movimientos, para clarificarlos dándoles un contenido político y trabajar por su extensión a nivel nacional e internacional.

En la medida en que estas luchas se extiendan, la clase obrera entrará en lucha por el poder político. Estos órganos de lucha, teniendo que ser permanentes, tomarán un carácter especial: ellos se tornarán en órganos para la conquista del poder por el proletariado y al final, los únicos órganos de la dictadura proletaria. Estos consejos – órganos emanados directamente de las fábricas y de la organización de los desempleados, revocables en cualquier momento – tendrán  un doble papel: los consejos políticos tendrán que completar el aplastamiento de la burguesía y el fortalecimiento de la dictadura del proletariado; los consejos económicos tendrán a su cargo la transformación social de la producción.

LAS PERSPECTIVAS DEL CAPITALISMO

Estos principios organizativos y estas perspectivas para el desarrollo de la actividad de la clase se basan no solo en la experiencia histórica de la clase obrera, sino también en las perspectivas del capitalismo.

Las  perspectivas del capitalismo están dominadas por la profundización  y ampliación de la crisis en todo el mundo. Es claro para todos que la crisis actual es algo diferente de las crisis cíclicas las cuales formaban parte del funcionamiento normal del capitalismo. Es claro que la actual crisis es una crisis del sistema mismo, o mejor dicho, una etapa en la decadencia del capitalismo. Los intentos hechos para vencer la crisis acompañados al comienzo por el entusiasmo de la burguesía, se fueron al suelo unos pocos meses después – como ha sucedido con los esquemas de Roosevelt. El capitalismo no puede hacer nada sino modificar la división existente de los mercados, esto es, reemplazar el sector más duramente golpeado por la crisis por uno menos afectados; pero esto no puede crear ninguna nueva salida. El intento de una nueva a división de los mercados, al final solo se convierte en la extensión de los desastres de la crisis a todos los países y a todas las ramas de la economía, a que todos los obreros del mundo estén sujetos a una mayor explotación, y a la extensión del fascismo a nuevos países.

El intento de una nueva división de los mercados lleva a violentas contradicciones en todo el mundo. Las naciones capitalistas se disputan entre si a través de frenéticas políticas de precios y monetarias. Los  antagonismos se hacen cada vez más agudos y los puntos de fricción, las fuentes de conflicto, se hacen más  generales. Este deterioro de las relaciones políticas internacionales repercute en sus momentos más agudos sobre las condiciones económicas, las cuales la han engendrado, y esto hace los conflictos aún más insuperables. El resultado es que el fascismo no puede encontrar una base económica estable. Este es el porqué para desviar a las masas de su creciente miseria, se suscitan nuevas dificultades internacionales.

Así, la imposibilidad del capitalismo por superar sus dificultades económicas y la agudización de las contradicciones a nivel internacional, abren el camino al fascismo en todos los países y, a la vez excluye la posibilidad de que el capitalismo se estabilice. La solución a esta contradicción dialéctica solo puede estar en la revolución proletaria. Sin embargo, una solución puede ser buscada por la burguesía con una nueva guerra mundial, si el proletariado no toma la iniciativa y se orienta hacia la acción decisiva. Pero la guerra mundial en sí no es una solución y el dilema que será planteado despiadadamente será el previsto por Marx: Comunismo o barbarie.

Por lo tanto, las perspectivas revolucionarias deben preverse a escala mundial. Las fluctuaciones cíclicas de la crisis coyuntural, tomando lugar dentro de la estructura de crisis permanente del capitalismo decadente, llevará  en los  próximos años, a un deterioro más brutal e insoportable del nivel de vida de la clase obrera.

La necesidad para la clase obrera de defender sus intereses más elementales, originará inevitablemente las condiciones para una nueva época de luchas a escala mundial.

Enfrentados a un desarrollo del fascismo a escala mundial, no debemos considerar la situación de los obreros alemanes como algo especial, demandando acciones solidarias de una naturaleza más o menos utópica. El problema fundamental planteado al proletariado mundial es el siguiente: Cómo utilizar mejor las experiencias políticas y organizacionales de la situación alemana de modo que, en la siguiente ola de luchas, la clase enemiga se encuentre enfrentada con un proletariado mundial armado organizacional e ideológicamente de la mejor manera posible.

La respuesta es clara y surge de lo que ha sido dicho con respecto a la actividad en Alemania. Las mismas lecciones ideológicas y organizativas deben de ahora en adelante ser aplicadas a través del mundo por los comunistas revolucionarios que hayan entendido las lecciones de la reciente experiencia de la vergonzosa derrota reformista y de la caída del bolchevismo. Los núcleos revolucionarios deben dar resueltamente lineamientos para la tarea de clarificación ideológica y de organización renovada de la clase obrera.

Levantar ahora la consigna por la construcción de la IV Internacional, es tan inconsecuente como demandar la constitución inmediata de un nuevo “verdadero partido de la clase obrera”. En realidad esta consigna de SAP  y de los trotskystas solo pueden terminar en la reconstrucción provisional del bolchevismo, en una “Internacional Tres y Media”, la cual será un vergonzoso apéndice de la III Internacional destinada a finalizar en el mismo fracaso.

El proletariado tiene otras cosas que hacer en vez de estar levantando caricaturas históricas. Su tarea es derrotar a la burguesía y realizar el comunismo. Está en nosotros preparar las armas que le permitirán el triunfo.

A.     Lehmann

 

 

Notas:

1.      Kommunistiche Partei Opposition.

2.      Socialistische Arbeiterpartei (Partido de Obreros Socialistas).

           

 

 


[1] Fundado en 1921 como consecuencia de su expulsión del KPD, Partido Comunista alemán


 

Series: 

  • Fascismo y antifascismo [5]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Anti-fascismo/racismo [6]

Cuestiones teóricas: 

  • Fascismo [7]

Revolución y contra-revolución en Italia (II) - Frente al fascismo, el Komintern organiza la derrota

  • 7361 lecturas

Se estaba retrocediendo dentro de la III internacional, existía un intento de resucitar la vieja social-democracia, tal y como era antes del fracaso de 1914. Ya no se trataba de alejar de la nueva internacional a los social-chovinistas y a los socialistas gubernamentales de la II Internacional, adversarios acérrimos de la  guerra civil del proletariado contra sus explotadores. En una palabra, lo que hacia el Kominterm era romper con las enseñanzas de la guerra imperialista y de la revolución mundial “La necesidad absoluta de una escisión con el social chovinismo”[1].

El programa de acción del P.C.I. (Partido Comunista Italiano), presentado en el IV congreso mundial de 1922, rechazaba enérgicamente el proyecto de fusión  organizativa con el P.S.I. (Partido Socialista Italiano) que el Kominterm erigía perentoriamente para el 15 de febrero de 1923. Su rechazo se fundaba sobre el análisis ampliamente demostrado de que la verdadera función del P.S.I. era la de desviar, con una hábil propaganda electoral y sindicalista, a una fracción importante de trabajadores, de la lucha revolucionaria por el poder político.

De hecho, fusionar, significaba para el P.S.I.- cuya fracción “tercer-internacionalista” se declaraba dispuesta a aceptar las condiciones de admisión  fijadas en el 2° congreso – primero cubrirse de nuevas plumas escamoteando su real función, segundo recuperar cierto prestigio frente a los trabajadores, prestigio que había perdido con los recientes acontecimientos.

A esta forma de comerciar con los principios, la delegación italiana opuso el principio de que había que ganar al comunismo a los elementos incorporados en el aparato socialista, interviniendo en primera fila  en todas las luchas engendradas por la situación económica. Del mismo modo, había que actuar para arrancarle a los otros partidos con etiqueta “obrera” sus mejores elementos, es decir, a aquellos que aspiraban a una dictadura del proletariado.

 Esta tesis de trabajo, en parte justa, se aniquilaba por si misma, puesto que preconizaba la agitación a partir de órganos burgueses, tales como los sindicatos, las cooperativas y asociaciones. Por más que las mociones  del Comité Sindical Comunista reprobaran la  “traición de Amsterdam”, y recordaran  a la C-G.I.L. (Confederación General Italiana del Trabajo) sus “deberes de clase”, esto no impedía que el comité Sindical Comunista estaba actuando bajo la bandera del capitalismo.

El hecho de que los militantes comunistas lograron construir sus propios núcleos sindicales, ligados estrechamente a la vida del  partido, no alteraba en lo absoluto la dura realidad. No podían detener la rueda de  la historia, es decir, impedir que los sindicatos se incrustaran en el  terreno del capitalismo y se vistieran con la bandera tricolor.

Para  experimentar la táctica del Frente Unico Obrero (que el PCI aceptó aplicar por disciplina y únicamente en el terreno de las reivindicaciones económicas inmediatas), la izquierda del partido en la huelga general  de Agosto del 22, creyó que al integrar a los no-sindicados, la Alianza del Trabajo se acercaría a la forma “Consejo Obrero”. Todo esto reforzaba varios  tipos de prejuicios que tenían los trabajadores en un país en donde los mitos Sorelianos estaban profundamente arraigados: la acción sindical, la huelga general y las ilusiones democráticas. El llamado a la huelga general  lanzado por la Alianza del trabajo contenía en su proclamación todos los microbios burgueses conocidos entonces. La Alianza invitaba a la lucha contra la “locura dictatorial” de los fascistas, insistiendo sobre el peligro de utilizar la violencia “dañina a la solemnidad de la manifestación” por la reconquista de la LIBERTAD, “lo más sagrado del hombre civilizado”.

Inútil es precisar que para el proletariado italiano, fue una derrota más, inevitable por el hecho que, cuando se está en una situación desfavorable, es imposible mantenerse constantemente sobre posiciones defensivas: con respecto a 1920, la cantidad de días de huelga había disminuido de 70 al 80%.

En una cadena de zig zags incoherentes, el Kominterm tan pronto apoyaba a los “tercinternacionalistas” para que se salieran del viejo P.S.I., como les daba la orden brutal de mantenerse en el, para crear núcleos en su interior. Como las negociaciones para la fusión, que tenían que terminar en la formación de un partido que se llamaría “Partido Comunista Unificado de Italia”, estaban durando mucho tiempo el Kominterm apuró el juicio del “infantilismo de izquierda”.

El “Mana”  bendito cayó del cielo fascista. En febrero de 1923, Mussolini, habiendo hecho arrestar a Bordiga, de Grieco y muchos otros dirigentes de la izquierda, el Ejecutivo Ampliado de junio del 23 pudo nombrar un C.E. (Comité Ejecutivo) provisional con Tasca y Graziadei hombres de confianza; este C.E. se mantendrá en sus funciones después de la  liberación de la vieja dirección elegida en Liverno y en Roma[2]

Tanto en Italia como en Francia con Cachin, la Internacional iba hacia la conquista de las “masas”, tomando apoyo sobre esas famosas tablas podridas de la Social-Democracia. Por supuesto, la táctica implicaba el descarte de los comunistas, de los fundadores de las secciones nacionales de la I.C.  ( Internacional Comunista); había que tratarlos de “oportunistas de izquierda” por su intransigencia de principio.

Lo que se estaba desarrollando no era un sórdido juego de maniobras diversas por el poder de los jóvenes partidos comunistas, sino un drama de dimensiones históricas colosales, dictadura de la burguesía o dictadura del proletariado, comunismo o fascismo. Desgraciadamente, el telón cayó sobre la escena histórica de un proletariado derrotado.

La nueva conducta internacional determinada por Zinoviev, prefería ver a la Social-democracia el ala derecha del proletariado en vez del ala izquierda de la burguesía. Volteaba la página sobre lo que había pasado.

La social-democracia, a la cabeza de las viejas organizaciones de la época reformista, había reunido todas sus fuerzas en un frente anti-proletario para salvar al régimen burgués, que la noche del 4 de Agosto de 1914 le había dado a la reacción sus Noske, Scheidemann, sus Bohm y sus Peild par aplastar la república de Consejos Húngara, y un canciller federal a Austria en la persona de K. Renner, para incitar a los campesinos contra los obreros.

De este modo, el Komintern terminaba de desorientar completamente a la clase obrera, sembrando la confusión, con su táctica de “cartas abiertas”, de “poner contra la pared”, de invitaciones a constituir bloques electorales de izquierda, de fusiones....Por parte, el enemigo de clase, aprovechando la tregua de la lucha, lograba calmar la  hemorragia  de su aparato.

EL ANTI-FASCISMO DE GRAMSCI

Convertido en representante titular de la I.C. en el partido italiano, poco tiempo después de que el Ejecutivo Ampliado hubiese destituido a Bordiga de su puesto dirigente, Gramsci preparó la joven formación comunista a la resistencia antifascista, conforme a las directivas de la Internacional. Entonces se empezó a tratar de distinguir, entre la burguesía, cuales eran las fuerzas fascistas y cuales las fuerzas hostiles al fascismo e integrantes del bloque “histórico”, puesto que el proletariado italiano podía volverse una clase “hegemónica” (dominante) al lograr crear un sistema de alianzas con otras clases “no-monopolísticas”.

Después del asesinato del diputado socialista Matteoti, en junio del 24 por los esbirros fascistas, los diputados socialistas y comunistas tomaron la vigorosa decisión de retirarse sobre el Aventino[3]. El análisis del nuevo grupo dirigente del P.C.I. (el circulo de Gramsci) desarrollaba la idea que, en Italia, el partido tenía que reunir alrededor de sus núcleos de fábrica, la mayor cantidad de masas antifascistas para lograr un objetivo intermedio: recuperar las  libertades fundamentales del ciudadano. Si bien es justo afirmar que la dictadura del proletariado ya no estaba al orden del día momentáneamente en Italia, era mentira declarar que el restablecimiento de un régimen de libertad burguesa facilitaría el próximo asalto revolucionario.

Al  retirarse del parlamento, los socialistas y los comunistas, sobre todo los de la tendencia de Gransci, esperaban poder provocar la destitución de Mussolini, como si la presencia de representantes de un partido totalitario en la cámara de diputados fuera una deshonra para el respetado parlamento burgués.

Se trataba, ni más ni menos, de suprimir toda referencia a la noción de la dictadura del proletariado par sustituirle por la consigna de carácter transitorio de “Asamblea Constituyente”. La línea del “Frente Unido” elaborada por Zinoviev desembocaba sino sobre un gobierno obrero idéntico al que fue constituido en SAXE-THURINGE, en 1923[4], al menos sobre la constitución de la Asamblea Constituyente. Con mucha diligencia, el dúo Gramsci-Togliatti se dedicó a esa faena. Su análisis era el siguiente:  el “Aventino”, que se ha visto constituirse en embrión de un estado de tipo democrático en el estado fascista, está muy bien designado para servir de Constituyente a una República Federativa de Soviets, para resolver una política estrechamente nacional: la unidad italiana. Ese objeto ocupa un puesto de primer orden en el análisis de Gramsci, para él, el P.C.I. tenía que volverse el partido que arreglaría de manera definitiva el problema de la unidad nacional, que tres generaciones de burgueses liberales habían dejado en suspenso.

Tal fue la contribución de Gramsci que los epígonos calificaron de “el revolucionario italiano más radical”, el cual quería antes que todo, traducir las lecciones de Octubre ruso a su manera, dentro de condiciones estrictamente italianas. Este estrechamiento provisional del alcance universal de la experiencia del proletariado internacional, ese rechazo de ver que el problema no podía solucionarse más que por la revolución mundial, estaban hechos para alinear a Gramsci sobre la línea de defensa del “socialismo en un solo país” teoría cocinada por aquel que sabía también preparar platos picantes: Stalin.

La tesis central defensiva de Gramsci era que el fascismo se derivaba de las peculiaridades de la historia, y de la estructura económica de Italia en contraste con la situación a nivel internacional. Ya  no le faltaba nada par justificar la constituyente como etapa intermedia entre el capitalismo italiano y la dictadura del proletariado. Acaso no era él quien decía que “una clase de carácter internacional tiene, en cierto modo, que nacionalizarse”?

Según Gramsci se necesitaba una Asamblea Nacional Constituyente, en donde los diputados de “todas las clases democráticas del país”, elegidos por voto universal, elaborarán la futura constitución italiana. Una Asamblea Constituyente en donde, en compañía de los “dos sturzo”, el secretario del Partido Popular Italiano, y de las “figuras como Salvemini, Gobeti y Turati, podrían aplicar un régimen “progresista” para la “joven y libre” Italia.

Ante el V congreso mundial, Amadeo Bordiga derrotó la posición adoptada por Gramsci, que veía en el fascismo una reacción feudal de propietarios terratenientes. En estos términos, se dirigió a una Internacional en vías de adoptar la teoría de la construcción del socialismo en la U.R.S.S.: “Tenemos que rechazar la ilusión según la cual un gobierno de transición podría ser suficientemente ingenuo par permitir que, a través de medios legales, de maniobras parlamentarías, de recursos más o menos hábiles, se sitien las posiciones de la burguesía, es decir, que sea posible acapararse legalmente las armas para los proletarios. En esta una concepción verdaderamente infantil. No es tan fácil hacer una revolución”.

Poco a poco, bajo pretexto del anti-fascismo, Gramsci comenzó el acercamiento con el “partido d!Azione”, de “Giustizia e Libertad” y con el partido cerdeño al cual estaba ligado desde largo tiempo, en tanto que insular, desde su adhesión, a las tesis del manifiesto anti-proteccionista para Cerdeña de Octubre de 1913. Para no cometer más esos “grandes errores” de lo que calificaban de “extremismo abstracto y verbal”, Gramsci-Togliati borraron de la propaganda comunista el único término que resumía la situación con exactitud la situación: fascismo o comunismo.

ORIGEN Y NATURALEZA DEL FASCISMO

Montones de papeles con pretensiones científicas se han acumulado sobre los escritorios de los historiadores, para describir la originalidad y peculiaridad del “fenómeno” fascista. En efecto, la llegada al poder del fascismo hace 50 años ha merecido el título de golpe de Estado, una concepción muy agitada por los Stalinistas y sus apologistas izquierdistas.

El partido fascista Nacional entró al parlamento burgués gracias a las elecciones de Mayo de 1921, en otras palabras por canales perfectamente legales. Esto tuvo el apoyo del gran demócrata Gioolitti, quien el 7 de abril había disuelto el parlamento anterior. Por sus ordenes las interferencias administrativas y la persecución judicial de personas bajo su protección cesó al entrar en vigencia, los fascistas podían ahora actuar abiertamente, seguros de inmunidad, en todos los lugares eminentes. Y así, Mussolini, sentado en la extrema derecha con otros 34 diputados fascistas,  vino a hacer uso de la tribuna parlamentaria. El 26 de junio de 1921, él  anunció su rompimiento con el hombre que había guiado sus pasos al estribo electoral: Giolitti, quien no obstante continuó en estrecho contacto con el grupo parlamentario del Partido fascista por intermedio del prefecto de Milán: Luisgnoli. Además. Su consentimiento fue falso: Nitti fue del todo fiel al recibir, en pleno día, una visita del Baron Avezzana, a quien Mussolini le había enviado con la esperanza de formar una gran coalición. Como dijo Trotsky una vez,  “El programa con el que el Nacional Socialismo  vino al poder, recuerda una cualquiera de esas grandes tiendas judías fuera del camino provincial, donde no existe nada que usted no pueda encontrar” [5]. Lo mismo se aplica al fascismo italiano. A la sazón el fascismo fue un increíble mosaico, tomando prestado ideas de izquierda y de derecha absolutamente tradicionales para Italia. Este programa incluía: Anticlericalismo, demandaba la confiscación de las ganancias de las congregaciones religiosas. En el primer congreso de los Fasci en Florencia el 9 de Octubre de 1919. Marinetti había propuesto la desvaticanización del país en términos casi identicos a aquellos propuestos por Cavour algunos 34 años antes.

Sindicalismo, inspirado por las ideas de Sorel, lleno de un entusiasmo irrefrenable en alabanzas a la “moralidad de el productor”. A la luz de la experiencia de las ocupaciones, los fascistas entendieron que era necesario, a toda costa, asociar a las uniones obreras con el funcionamiento técnico y administrativo de la industria.

El ideal de una república iluminada, esta legitimidad se basaba en el sufragio universal, listas electorales, regionales y representación  proporcional. Los fascistas  también representaban el derecho al voto y la elegibilidad para la mujer;  y para el culto al fascismo de los jóvenes, propusieron la demanda para bajar la edad del votante a 18 años y la edad de elegibilidad de diputado a 25.

Anti-plutocratismo, la amenaza de golpear los grandes capitales con un impuesto progresivo sobre las rentas (que fue llamada “auténtica expropiación parcial”), la revisión de todos los contratos de suministros de guerra y la confiscación del 85% de ganancias adquiridas durante la guerra.

Cuanto más liberal y rico en promesas es un programa social, en mayor número son sus defensores. Toda clase de personas comienzan a ser arrastradas por el fascismo: veteranos de guerra nostálgicos, franco masones, futuristas, anarco-sindicalistas....Todos ellos fundidos como un común denominador en un excremento reaccionario del capitalismo con sus instituciones parlamentarias decadentes. El edificio  de San Sepulcro, puesto a la disposición  fascista por el Circulo de Intereses Industriales y Comercial, transcendió con la famosa máxima de Mussolini: “Nuestros fascistas no tienen doctrina pre-establecidas; nuestra doctrina es la acción”. (23 de Marzo de 1919).

En la esfera electoral, el fascismo adoptó las  tácticas más variadas y flexibles. En Roma, presentó un candidato en la lista de la Alianza Nacional: en Verona y Padua propugnó la abstención; en Ferrare y Rovigo se unió al Bloque Nacional; en Treviso aliado así mismo con los veteranos de la guerra, en Milán se dio el lujo de denunciar la demanda para el reconocimiento legal de las organizaciones obreras, una manía tan costosa para las fracciones izquierdistas. Los fascistas decían que la legalización conduciría al estrangulamiento de esas organizaciones:

Tal fue la naturaleza del fascismo en los primeros días que difícilmente podía reclamar ser una fuerza política independiente con sus propios  objetivos. En particular, los fascistas tuvieron que hacer frente a la necesidad de deshacerse de toda la propaganda que resultara molesta para los industriales y que pudiera hacer poco respetable a los ojos de la clase dominante a un partido que en realidad estaba comprometido con la defensa del orden social capitalista. La clase dominante tenía toda razón para desconfiar de un movimiento que, a fin de atraer las masas de obreros y campesinos, había sido forzado a realizar una demostración espectacular de desprecio al conformismo social. El fascismo tenía que madurar antes para poder reunir los requerimientos del capital. Y así, este crudo anticlericalismo, unas veces tan virulentos en sus arranques ateístas, tenía sus banderas condenadas en la nave mayor de la Catedral de Milán por el Cardenal Ritti, el futuro Papa Pío XI[6]. Desde entonces ningún fascista ha olvidado recibir el rocío del agua bendita.  En 1929 fue firmado el pacto de Letrán (en la Basílica de San Juan de Letrán), a través del cual el régimen reconocía el derecho legal de la Santa Sede para mantener su propiedad privada y le garantizaba una indemnización de 750 millones de liras, más el derecho de excepción de las rentas en un 5% de interés en capital de 100000 liras. Esto apaciguó a los católicos y además les agradó que el fascismo reintrodujera instrucciones religiosas dentro de los programas de estudios de las escuelas estatales. Ahora que Mussolini había dejado de lado sus pasiones anti-clericales, los católicos le apellidaron como “el hombre del destino divino”. En todas las regiones  de Italia, los Te Deum fueron dichos por el fin afortunado de la tarea de salvación nacional realizado por el fascismo.

Asimismo, este gran movimiento republicano revivió a la corona  y a la monarquía; tan es así, que el 9 de Mayo de 1936 ofreció al rey y sus descendientes el título de Emperador de Etiopía, y les concedió a la dinastía dominante representaciones en los puestos oficiales de los cuerpos diplomáticos.

Este anarquista, anti-partido, transformó al Partido Nacional fascista con sus pirámides de jerarcas y primeros magistrados; regando de honores a los dignatarios estatales; engrosando el estado burocrático con nuevos mercenarios y parásitos.

Este anti-estatismo que al comienzo había proclamado que el estado era incapaz de manejar los negocios nacionales y los servicios públicos, luego declaraba que tal cosa era parte del Estado. Las palabras celebres son: «No  aguantamos más este estado como maquinista, este Estado como cartero, este Estado como corredor de seguros. No aguantamos más este estado que ejerce sus funciones con el dinero de todos los italianos que pagan impuestos y que lo que hace es agravar el agotamiento de las finanzas» (del discurso pronunciado en Udino, ante el congreso de los fascistas del Fricul, el 20/9/22), será reemplazado por: «Para el fascista todo está en el Estado y nada humano o espiritual puede existir, y, con mayor razón nada tiene valor, fuera del Estado» (de la Enciclopedia Italiana).

Ese seudo-enemigo de grandes fortunas, de beneficios de guerra y de negocios turbios-particularmente florecientes en la era de Giolitti- será  sostenido y ayudado por los comendadores de la industria y de la agricultura, y eso, mucho antes de la famosa “marcha sobre Roma”. Desde su lanzamiento, la propaganda del “Popolo d! Italia” fue subvencionada regularmente  por las grandes firmas industriales de armamento y de suministros de guerra, interesadas en que Italia pasara al terreno de los intervencionistas: FIAT, ANSALDO, EDISON. Los cheques patrióticos girados por el emisario del ministro: Guesde, el señor Cachin, ayudaron también a publicar los primeros números del periódico francofilo.

Dentro del P.N.F. nacían conflictos que llegaban a convertirse en disidencias, como fue el caso de ciertos fascistas de provincia, particularmente de los que estaban dirigidos por los triunviros Grandi y Baldo, y en parte, por la Confederación de Agricultura.

Siguiendo los pasos del presidente de la Internacional Comunista, -Zinoviev-, Gramsci sitúa al fascismo como reacción de grandes feudales. Habiendo aparecido, antes que todo, en los grandes centros urbanos muy industrializados, fue solamente después de cierto tiempo que el fascismo pudo penetrar en los campos bajo la forma de un sindicalismo rural. Sus expediciones punitivas parten  de las ciudades para llegar a los pueblos, de los cuales se apoderan los escuadristas después de una lucha siempre sangrienta. La verdad obliga a decir que esas luchas intestinas entre fascistas expresaban la resistencia de los elementos pequeño burgués y anarquizantes del fascismo,  arruinados por la guerra y por la concentración económica en manos del Estado que era la respuesta adecuada para  los intereses generales de la clase dominante. En estos términos, aquellos  viejos “camaradas” que “mostrabanse buenos para nada, excepto para revolcarse en las viejas glorias o para empuñar el garrote contra todos los aspirantes, estaban pasándose de la raya”.

Este era el golpe a la “izquierda” del partido, a continuación el fascismo golpeará a la derecha “las cabezas quemadas que no comprender que el movimiento perderá los beneficios de su victoria si pierde el sentido de la medida”..... Y la medida, en este caso,  no es más que la tasa de beneficio del capital.

Por encima de la leyenda democrática, queda el hecho innegable que el fascismo no fue una contrarrevolución preventiva hecha con la intención consciente de aplastar a un proletariado que tenía que destruir el sistema de explotación capitalista. En Italia, no son los Camisas Negras los que acaban con la revolución; es la derrota de la clase obrera internacional la que impulsa la victoria del fascismo, no solamente en Italia, sino en Alemania y en Hungría. Es solamente después de la derrota del movimiento de ocupaciones de fábricas del otoño de 1920, cuando la represión se abate sobre la clase obrera italiana; esta represión tuvo dos alas propulsoras: las fuerzas legalmente constituidas del estado democrático y las escuadras fascistas que fusionaron en un bloque monolítico prácticamente todas las ligas anti-bolchevistas y patrióticas.

No es sino después de la derrota de la clase obrera cuando los fascistas pueden desarrollarse planamente gracias a la ayuda del patronato y de las autoridades públicas. Si a finales de 1919, los fascistas están a punto de desaparecer (30 células fascistas y poco menos de un millar de adherentes) en los últimos seis meses de 1920, crecen hasta llegar a la cantidad de 3.200 células fascistas con 300.000 miembros.

Fue Mussolini a quien escogieron la Confederación de la Industria y la confederación de la Agricultura, la Asociación Bancaria, los diputados y las dos glorias nacionales: el General Díaz y el Almirante Thaon di Revel. Fue a Mussolini a quien el gran capital sostuvo y no un Annunzio, cuya tentativa nacionalista de Fiume, en Navidad de 1920, será aniquilada por la burguesía de forma unánime. Fue a Mussolini, ex-ateo, ex-libertario, ex -intransigente de izquierda, ex -director de “Avanti”, a quien le tocará el papel de masacrar a los trabajadores y no al poeta de Annunzio.

Así pues, para el marxismo, el fascismo no esconde ningún misterio impenetrable que le impida denunciarlo ante la clase obrera.

LOS SINDICATOS DEL PERIODO FASCISTA 

A partir de la última semana del 1920, la ofensiva fascista hacia las organizaciones y asociaciones bajo control del P.S.I. redobla de intensidad. De nuevo empiezan a cazar “Bolcheviques”, los dirigentes socialistas se ven agredidos, y, en caso de resistencia, son asesinados cobardemente; los locales de periódicos socialistas, las cámaras de trabajo, las cooperativas y las Ligas Campesinas son incendiadas, saqueadas, siempre con la ayuda directa del estado democrático que protege con sus propios fusiles y ametralladoras las escuadras fascistas.

Al intervenir el Estado, el fascismo conquista al mismo tiempo la maquinaria indispensable de este estado; se apodera por la fuerza si es necesario, de instituciones estatales que habían satisfecho anteriormente la política de la burguesía imperialista.

El fascismo demostrará de manera evidente su interés hacia los sindicatos al firmar, el  2 de Agosto de 1921, el pacto de pacificación. Ese día, se habían  reunido en Roma  los representantes del Consejo de los fascistas y  socialistas, de la C-G.I.L. y de Nicola, presidente de la Cámara,   para ponerse de acuerdo para no dejarle más la calle a “desencadenamientos de violencia”, “ni excitar pasiones partidarias extremistas” (art. 2). Las partes en presencia “se comprometen recíprocamente a respetar las organizaciones económicas” (art. 4). Cada una reconoce en el adversario una fuerza viva de la nación con la cual hay que contar.

Al avalar el pacto de pacificación, todas las fuerzas políticas de la burguesía, derecha como izquierda, sienten la necesidad de enterrar definitivamente a la clase obrera bajo una losa de paz civil. La clase obrera no estaba todavía completamente vencida y adoptada posiciones defensivas; pero la resistencia  de las masas trabajadoras se volvía cada día más dificil. A pesar de las condiciones que se habían vuelto desfavorables, el proletariado italiano continuaba luchando contra una doble reacción: la legal y la “ilegal”. 

Turati, que seguía teniendo esperanzas en un próximo gobierno de coalición sostenido por los “reformistas”, se justificaba: “hay  que tener el valor de ser cobarde”. El 10 de Agosto, la dirección del P.S.I. aprobada oficialmente el pacto de la pacificación. Entonces el lector del muy anticlerical “Avanti”, tuvo derecho  a leer una novela muy original: “La vida de Jesús” según Pappini, para hacer pasar el trago amargo.

El escenario de la “Comedia del arte” se distribuía de la  manera siguiente: los  primeros actores utilizaban abiertamente la violencia militar contra un proletariado debilitado que se estaba batiendo la retirada; los segundos, lo exhortaba a no hacer nada que pudiera excitar al adversario, a no hacer nada ilícito pudiendo  servir de pretexto a nuevos ataques, aún más violentos por parte de los  fascistas. ¿Cuantas huelgas fueron suspendidas por la C.G.I.L., de acuerdo con las instancias del P.S.I.? Es imposible dar una cifra. Frente a una ofensiva militar y patronal hecha a golpes de despido y de reducción de los salarios,  cosas que le parecían de los más naturales al F.I.O.M. (Federación Italiana de Obreros Metalúrgicos), cuya principal preocupación era la de plegar todas las reivindicaciones al estado objetivo de la situación financiera de las empresas-táctica llamada de la “articulación”-, la izquierda burguesa continuaba su trabajo de sabotaje de la luchas obreras.

Hasta esta “Alianza del trabajo” en la cual el P.C.I. ponía tantas esperanzas aceptaba  el  programa de la salvación de la economía capitalista, desviaba las huelgas, le ponía rápidamente un término a las  agitaciones cosas que reconocieron y denunciaron vigorosamente los Comunistas de Izquierda.

¿Que debe hacer entonces el proletariado? La respuesta que viene de las organizaciones socialdemócratas es simple, evidente: reunirse por enésima vez sobre el terreno electoral, infligir una derrota electoral a los fascistas, lo cual permitirá la formación de un gobierno de antifascistas, al cual podrían entrar algunos jefes del P.S.I.: “Ese fantasma de las elecciones es más que suficiente par cegar a los viejos parlamentarios que están ya en campaña para obtener nuestra alianza. Con esta carnada, haremos con ellos lo que queramos. Nacimos ayer, pero somos más inteligentes que ellos” (Diario)

LA MARCHA SOBRE ROMA

Todo había sido preparado desde hace tiempo para pasarle el poder suavemente a Mussolini, bajo los auspicios reales, hacia el final de Octubre de 1922. Durante la  farsa de la marcha sobre Roma (hecha en vagones-camas), marcha anunciada desde los primeros días de septiembre por los mítines y los defiles de los Camisas Negras, en Cremona, Merano y Trento los escuadristas fueron saludados en las estaciones de trenes por los representantes oficiales del Estado. En Trieste, Padova y Venecia, las autoridades marchaban codo a codo con los fascistas; en Roma, la intendencia militar aloja y da de comer a los Camisas Negras en los cuarteles.

Una  vez instalado en el poder, el fascismo pedirá la colaboración leal de la C.G.I.L. El potente sindicato de los ferroviarios, al que seguirán rápidamente las otras federaciones,, será el primero en aceptar el llamamiento  a la tregua lanzando por los fascistas. Así pues, sin haber recurrido a una insurrección armada, el fascismo pudo ocupar los puestos en el aparato del estado; Mussolini en la presidencia del Consejo detenta, además,  las carteras ministeriales del Interior y de los Asuntos Extranjeros; sus compañeros de armas  cercanos ocupan los otros ministerios importantes: Justicia, Finanzas y territorios Liberados. El fascismo fue simplemente un cambio en la dirigencia de la burguesía estatal. Después del cambio,  el fascismo estuvo en una mejor posición para hacer que los obreros saborearan la cólera de la intensificación de la explotación. Y haciéndolo, también utilizó los látigos y los garrotes que los socialistas habían hecho con sus propias manos. El Estado fascista no es más que la organización que se da la burguesía para mantener las condiciones de acumulación el capital frente a una situación tal que, sin una dictadura abierta, no hay esperanzas de gobernar con los métodos parlamentarios.

ECONOMIA DEL PERIODO FASCISTA

El fascismo no es más que la aceleración de un proceso objetivo, al acercar y hacer fusionar las organizaciones sindicales  con el poder del Estado burgués. Tanto para los sindicalistas y Socialdemócratas como para los fascistas, la lucha de clases representaba un obstáculo para la solución de los problemas económicos nacionales. El fascismo pone las asociaciones al servicio total de la nación, de la misma manera que estas lo habían hecho por iniciativa propia en la época de recesión de postguerra. Tanto los sindicatos como los fascistas profesaban el evangelio social de solidaridad entre las clases.

Formalmente, la economía en la época fascista se funda en el principio corporatista según el cual los intereses particulares tienen que subordinarse a los intereses generales. A la lucha de clases, el corporatismo la sustituye por la unión de las clases y el bloque nacional de todos los hijos de la patria; trata de hacer que los obreros concentren todos sus esfuerzos en los intereses supremos de Italia. La carta del Trabajo, adoptada en 1927  le reconoce solamente al Estado la capacidad de elaborar y de aplicar la política de la mano de obra; toda lucha fraccional, toda intervención particular fuera del estado están excluidas. De ahora en adelante, las condiciones de empleo y de salario serán reglamentadas por el contrato colectivo que establece la carta.

El fascismo quería construir un Parlamento Económico cuya composición se basaba sobre la elección de miembros por ramas de profesión. Por esta razón, atrajo bajo su esfera a las principales cabezas del sindicalismo soreliano. En ese proyecto, que se calificó de “audaz”, estos sindicalistas veían la justificación de su apoliticismo y de su independencia sindical hacia todo partido político.

El corporatismo se aplica en pleno período de crisis mundial como intervención directa del Estado en la actividad económica nacional y el mismo tiempo  impone sumisión y obediencia a la clase obrera. ¿Es esa la única solución para desarrollar las fuerzas productivas de la industria bajo la dirección de las clases dirigentes tradicionales?, se preguntará el no-marxista Gramsci[7]. Al autor de “la Revolución (Rusa) contra el Capital” (de Marx)  se le escapa totalmente el hecho que el capitalismo  está en período de decadencia y que el fascismo no es más que una manera de sobrevivir para el capitalismo.

El año 1926 marcará el punto de partida de las grandes batallas económicas que se hacen con el fin de proteger el mercado interior italiano, limitar la importación de productos alimenticios y de objetos manufacturados, de desarrollar sectores hasta entonces incapaces de satisfacer las necesidades interiores. Pero los  resultados son negativos: precios más elevados que en el mercado mundial. Así pues, de nada servía recurrir a maniobras estatales para resolver los problemas económicos de un país pobre de recursos naturales y que, de la jauría imperialista, no obtuvo ni nuevos mercados, ni el modo de deshacerse de su exceso de mano de obra.

El aumento de los derechos de aduana, el control draconiano del cambio, las  subvenciones, los encargos del Estado y, correlativamente, el bloqueo de los salarios, continúan la tendencia que se había empezado durante la guerra. Durante la guerra bajo la presión de la necesidad, el Estado se había convertido en constructor de fábricas, proveedor de materias primas, distribuidor de mercados según un plan general, comprador único de la producción que, a veces pagaba por adelantado. El Estado se había vuelto el centro de gravedad de ese enorme aparato productor impersonal, ante el cual desaparecieron los individuos apegados a las reglas de la libre competencia. Por esas razones, las costumbres de la vida “liberal” las prácticas  “democráticas” fueron reemplazadas por la actividad de ese estado. De esas  suciedades pudo florecer el fascismo.

Si hay una empresa en peligro de quiebra, el Estado compra la totalidad de las acciones. Si hay un sector que hay que desarrollar con prioridad, el Estado da sus directivas dominantes. Si hay  que frenar las importaciones de trigo, el estado obliga a fabricar un tipo de pan único y determina el porcentaje de trigo, que tiene que contener. Si hay que sobre-evaluar la lira, el Estado la pone a la par del franco, a pesar de las advertencias de los financieros. El estado estimula  la concentración de las empresas; vuelve obligatoria la concentración de la siderúrgica; es propietario; cierra la emigración; fija los colonos en donde entiende  “crear un sistema nuevo, orgánico y potente de colonización demográfica, transportando todos los provechos de su civilización” [8]; finalmente monopoliza el comercio exterior.

A finales del año 26, la parte más importante de la economía italiana se encuentra en manos de los organismos estatales o para-estatales: Instituto de la Reconstruzione (I.R.I.), Consiglio Nazionales delle Ricerche (C.N.R.), Istituto Cotoniere, Ente Nazionale por la Cellulosa, A Ziende Generale Italiane Petroli (A.Z.G.I.O.). Gran cantidad de estos organismos tiene como  razón de ser el obtener para Italia productos de sustitución: la economía autarquica, que tanto admiraban los “grandes espíritus”, estaba preparando a Italia para la segunda guerra mundial.

EL IMPERIALISMO ITALIANO

El capitalismo decadente no puede, por una lógica implacable, más que producir crisis y guerras, como explosión de las contradicciones crecientes en el seno del sistema capitalista. Supone pues, una burguesía armada hasta los dientes. La  Italia fascista no podía renunciar a lanzarse en el engranaje de la carrera del armamento so pena de tener que renunciar a hacer triunfar sus “derechos” imperialistas en la arena mundial. Y sus “derechos” forman un largo catálogo de reivindicaciones. Siguiendo la misma línea que sus predecesores. Mussolini quería hacer de Italia una potencia temida en todo el Mediterráneo, extenderse siempre más hacia el este, hacia los Balcanes y Anatolia.

Los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, intensificaban su programa de armamento enarbolando al mismo tiempo las ramas del olivo. Ellos buscaban volver a repartir el mundo, parloteando al mismo tiempo sobre la “seguridad de las naciones” y el “arbitraje internacional” bajo el benigno auspicio de la Liga de Naciones. Sin embargo, la Italia fascista no teme anunciar abiertamente sus intenciones: la movilización de “ocho millones  de bayonetas” y de masas de “aeroplanos y torpederos”: «El deber fundamental de la Italia fascista es precisamente preparar todas sus fuerzas armadas de tierra, de mar y de aire... Entonces cuando -entre 1935 y 1940- habremos llegado al momento supremo en la historia de Europa, seremos capaces de hacer oír nuestra voz y de ver nuestros derechos finalmente reconocidos». (Discurso en la Cámara, el 27 de Mayo de 1927, de Mussolini).

Siendo ella misma imperialista, Italia sabía que en lo que se quería decir en realidad cuando los otros miembros de la Liga de Naciones se comprometían “solamente” a reducir sus armamentos bajo un control internacional; cuando el gobierno de Estados Unidos trataba de obtener que todos los países condenaran la guerra como...«ilegal y que se comprometieran a renunciar a la guerra como modo de solucionar sus litigios en sus asuntos internacionales» (pacto de Kellog del 27-5 -27). Para Roma, todo eso no era más que tonterías democráticas; la realidad era diferente: el mundo entero se estaba armando, y, Italia también se armaba par enfrentar la tempestad que dormía bajo las cenizas de la primera guerra mundial.

El fascismo no ignoraba que la vida de una nación depende de un problema de fuerza y no de justicia; que los problemas se resuelven con armas y no con la gracia  mitológica que ciertos idealistas le otorgaban a la doctrina de Wilson. En el “decálogo” que se les daba a los jóvenes milicianos fascistas, se leía en la primera frase: “Que se sepa bien que un fascista verdadero, especialmente un miliciano, no debe creer en la paz perpetua”. En los periódicos, en el cine, en los concursos deportivos, se proclamaba que, después de haber ganado la batalla de 14-18, Italia tenía que reemprender su marcha hacia adelante.

Si la importancia del poder estatal se sitúa al centro de toda la vida social, el desarrollo de sus bases guerreras (ejército, flota y aviación) aparece de manera evidente, sobre todo, a la víspera de la segunda guerra mundial. Aún tomando en cuenta la devaluación de la lira, en 19939, Italia gasta dos veces más  en armas que en la víspera de la guerra de Etiopía[9]. El Duce le ha advertido a toda la nación italiana que la guerra es inevitable, al igual que la agravación de las condiciones de vida del proletariado. Cuando las 51 naciones “democráticas” le imponen a Italia un embargo comercial por haber agredido a Abisinia, Mussolini utiliza esto como excusa para intensificar su propia cruzada contra las naciones “ricas”. A esta hipócrita aplicación del embargo -que no  prohibía el comercio con Italia de carbón, acero, petróleo, y hierro, es decir, todo lo que era precisamente indispensable para la economía de armamentos- el fascismo respondió con la movilización-facilitada- de obreros alrededor de su programa[10].

R.C.

 

[1] Lenin: “El imperialismo y la escisión del socialismo”

[2] Trosky que escribía: “Los comités centrales de izquierda, en numerosos partidos, fueron destronados tan abusivamente como habían sido instalados antes del  V° Congreso” en la Internacional Comunista después de Lenin, hubiera pensado siete veces antes de escribirlo

[3] Sede del Parlamento italiano

[4] Alemania

[5] “Que es Nacional-Socialismo?” Trostky, 10 de junio de 1933, tomo III de sus escritos

[6] Elegido el 6/02/22, Pío XI se sentirá de lo mejor en su nuevo cargo. Nuncio apostólico en Polonia en 1918-21, durante la guerra civil y durante la ofensiva victoriosa del ejército Rojo, le tenía un odio inextinguible al proletariado que había levantado una mano sacrílega sobre ese estado, creado el 11 de Noviembre de 1919 por Versalles, para separar la Rusia de los Soviets de la revolución Alemana

[7] “II materialismo storico e la Filosofia di B. Croce”

[8] Proyecto del 17 de Mayo de 1938. Desde el final de ese mismo año, 20.000 campesinos de Sicilia, de Serdeña y de Pouilles trabajan en Libia en 1880 empresas rurales agrupando 54.000 hectáreas de cultivos. En Libia, la cantidad total de italianos llega a 120.000; 93.550 en Etiopía, etc. “El imperialismo colonial italiano de 1870 a nuestros días"” de J.L. Miege, 1969, pág. 250.

 [9] Presupuesto militar en millones de liras:

 1933..............4.822                                                                                                              1936............16.357

 1934..............5.590                                                                                                              937.............13.370

 1935............12.624                                                                                                              938..............15.0030

 [10] “Los obreros italianos se ven  pues en la alternativa de un imperialismo italiana o el imperialismo inglés, que trata de disimularse detrás de la Liga de las Naciones. No es un dilema que pudiera enfrentar a pesar de las terribles dificultades actuales, sino un dilema entre dos fuerzas imperialistas; y no es de extrañar que, ante la imposibilidad de entrever su propio camino por causa de la política contra-revolucionaria de esos dos partidos  (partidos “centristas” – como se decía entonces en la izquierda para designar al estalinismo – y “socialistas”, obligados a escoger, los obreros italianos se dirigían hacia el imperialismo italiano, puesto que, en la derrota de éste último, ven comprometidas sus propias vidas, las vidas de sus familiares, como ven igualmente  acentuarse el peligro de una agravación más fuerte de sus condiciones de vida”. Del artículo: “un mes después de la aplicación de las sanciones”; en BILAN.

Series: 

  • Revolución y contrarrevolución en Italia [8]

Personalidades: 

  • Mussolini [9]
  • Gramsci [10]
  • Bordiga [11]

Acontecimientos históricos: 

  • Iª Guerra mundial [12]

Cuestiones teóricas: 

  • Fascismo [7]

URL de origen:https://es.internationalism.org/revista-internacional/200507/110/revista-internacional-n-3-3er-trimestre-1975

Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/tag/21/368/rusia-1917 [2] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1917-la-revolucion-rusa [3] https://es.internationalism.org/tag/2/37/la-oleada-revolucionaria-de-1917-1923 [4] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197507/998/la-degeneracion-de-la-revolucion-rusa [5] https://es.internationalism.org/tag/21/564/fascismo-y-antifascismo [6] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/anti-fascismoracismo [7] https://es.internationalism.org/tag/cuestiones-teoricas/fascismo [8] https://es.internationalism.org/tag/21/552/revolucion-y-contrarrevolucion-en-italia [9] https://es.internationalism.org/tag/20/446/mussolini [10] https://es.internationalism.org/tag/20/448/gramsci [11] https://es.internationalism.org/tag/20/468/bordiga [12] https://es.internationalism.org/tag/acontecimientos-historicos/ia-guerra-mundial