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En una carta reciente, las librerías "Contra a corrente" del grupo “Combate” en Portugal nos informan de su decisión de dejar de vender publicaciones de la CCI. No es práctica de la CCI entrar en tales detalles en las páginas de sus publicaciones. Sin embargo, no compartimos el desprecio mostrado por los "modernistas" por lo que llaman "preocupación por la mercancía política". Por el contrario, creemos que la difusión más amplia posible de la prensa revolucionaria es una contribución importante a la clarificación y, por lo tanto, constituye una preocupación política básica. Además, mientras los grupos revolucionarios permanezcan compuestos por pequeñas minorías, sería difícil para ellos asumir plenamente sus publicaciones sin una cierta contraparte, a menudo pequeña, a través de las ventas. Pero si hablamos de la carta de “Combate” aquí, es para plantear abiertamente la pregunta: ¿por qué “Combate” tomó la decisión de cerrar sus librerías para nosotros? En la carta sólo encontramos una negativa, no una explicación.
A nivel puramente práctico, podemos ver que las publicaciones revolucionarias, dado el reflujo de la lucha, ya no se venden tan bien hoy en Portugal como lo hicieron durante el período 1974-75. Nos pareció necesario reducir el número de envíos (una decisión que se tomó entre “Combate” y los camaradas de la CCI que fueron a Portugal este verano). Pero eliminar todas las ventas es otra cosa. Sólo una librería burguesa podría decir como único criterio: si sus publicaciones no se venden rápidamente y en cantidades suficientes, no tenemos ningún interés en perder el tiempo con ustedes. Sin embargo, las librerías "Contra a corrente" de Oporto y Lisboa están en manos de un grupo que quiere ser revolucionario, interesado en hacer que las ideas de las corrientes comunistas sean más accesibles entre los trabajadores. Por lo tanto, nos parece que cualquier hipótesis "práctica" como explicación de la decisión debe ser rechazada.
Políticamente, la CCI nunca ha ocultado sus críticas al grupo “Combate”, ni cara a cara cuando tuvimos la oportunidad de reunirnos con estos camaradas, ni por escrito en nuestra prensa. A pesar de todas sus debilidades y confusiones destacadas en el artículo "Sobre Combate" en la Revista Internacional n° 7[1], siempre hemos considerado a “Combate” como uno de los únicos grupos en Portugal que defiende las posiciones de clase: la denuncia de las mistificaciones del MFA (Movimiento de las Fuerzas Armadas), del aparato sindical y la izquierda del capital, así como la defensa de las luchas autónomas de los trabajadores y el internacionalismo proletario. Por eso nos pusimos en contacto con “Combate” y pusimos en contacto a activistas de otros países con ellos. Pero la principal debilidad de “Combate”, a saber, su falta de claridad sobre la necesidad de formar una organización sobre la base de una plataforma política coherente, los llevó inevitablemente a un cierto localismo, un apoyo ambiguo a las experiencias "autogestionarias", una creciente confusión sobre la orientación de las tareas de los revolucionarios. Finalmente, hemos encontrado que, si “Combate” continúa teorizando sus errores, "no puede resistir por mucho tiempo la terrible contradicción a la que está sometido entre sus propios principios revolucionarios de partida y la terrible presión de la ideología burguesa que ha permitido penetrar en su seno al negarse a dar a sus principios una base clara y coherente basada en las lecciones de la experiencia histórica de la clase”. ( Revista Internacional, n°7)
Todas nuestras apreciaciones sobre “Combate” son parte de un esfuerzo por contribuir a la clarificación de las posiciones revolucionarias en la clase obrera. ¿Debemos creer que “Combate” tiene la piel tan cosquilleada que las críticas la llevan a cerrar la puerta a la CCI? Trabajamos para confrontar ideas solo con grupos que están en el campo proletario, a pesar de todas las posibles confusiones dentro de ellos. No polemizamos con el estalinismo, el trotskismo o el maoísmo; los denunciamos pura y simplemente como armas ideológicas del capital. Y no nos sorprende cuando las librerías bajo control estalinista o trotskista (directa o indirectamente) rechazan nuestras publicaciones o cuando los trotskistas, como los de una librería de Boston, nos devuelven nuestras revistas después de haber tenido cuidado de romper artículos sobre Vietnam de antemano. No es posible pedirle “democracia” a la burguesía. Pero ¿Combate” también utiliza medidas administrativas para el ajuste de desacuerdos políticos?
A través de las discusiones que tuvimos con “Combate”, se desprende que “Combate” reprocha a la CCI el tener una fijación con la necesidad de crear una organización internacional sobre la base de posiciones de clase claras y precisas. Seríamos, según algunos de sus miembros, un vestigio de la "vieja concepción" de una organización revolucionaria, introvertida, sectaria e incapaz de "abrirnos a las nuevas contribuciones de la lucha", especialmente en Portugal. Lamentamos que nuestra intransigencia sobre las posiciones políticas de clase y nuestra preocupación por el reagrupamiento internacional de los revolucionarios no resuene en “Combate”. También lamentamos que “Combate” parezca encontrar mucho más interés en grupos caracterizados sobre todo por la vaguedad política y la búsqueda de "novedades" como la "autogestión" de “Solidaridad” en Gran Bretaña u otros libertarios sin una definición política clara. Pero ¿hay que concluir que no hay peor demagogo que aquellos que dicen ser "libertarios" hasta el momento en que las diferencias los llevan a tomar medidas represivas? Acusarnos de sectarismo nos parece una coartada fácil.
Hay que recordar que las librerías "Contra a corrente" no sólo distribuyen la prensa revolucionaria. Uno puede entender que es imposible dirigir una librería en el mundo capitalista de hoy con el único apoyo de la prensa comunista. Como resultado, en "Contra a corrente" se venden publicaciones de todo tipo: psicología, novelas, libros de Stalin y Mao, textos de trotskistas, así como publicaciones de Solidaritv, CWO y de la CCI, en portugués y otros idiomas. ¿Debemos entender que la clase obrera en Portugal necesita leer las elucubraciones de la contrarrevolución bajo la pluma de estalinistas o trotskistas, pero que debe ser "protegida" de la CCI que desaparecerá de las librerías de “Combate”? ¿Puede la canalla estalinista encontrar un lugar para difundir sus mistificaciones y, en cambio, una voz de revolucionarios ser censurada? Habría entonces que poner en la puerta de las librerías "Contra a corrente": "¡No hay peor enemigo de la clase obrera que la CCI y es por eso que no encontrarán su prensa aquí"!
Lo que está en juego en esta discusión no es simplemente la difusión de la CCI. En cualquier caso, nuestra prensa se distribuirá en Portugal. Pero todo esto no es digno de los esfuerzos de los elementos que hoy buscan el camino de la revolución. Es espantoso que “Combate” tome tales decisiones sin ninguna explicación. Actualmente hay demasiados grupos que dicen ser revolucionarios, pero se erigen como "jueces censores" del movimiento obrero: la CWO es un ejemplo flagrante de esto con su desafortunada convicción de que todos aquellos que no están de acuerdo con ellos son contrarrevolucionarios. Es necesario luchar contra esta tendencia a establecer las fronteras de clase cada uno a su antojo y para las necesidades de su capilla. Hoy, cuando la clase obrera debe tener una clara orientación política para poder actuar a tiempo ante la crisis del sistema, cuando finalmente, después de 50 años de triunfo de la barbarie de la contrarrevolución, hay una apertura en la historia, es lamentable que grupos revolucionarios como “Combate” se contenten con posiciones políticas confusas y caigan tan fácilmente en medidas represivas contra otras corrientes políticas, medidas que sólo pueden recordar los "buenos viejos tiempos" de los estalinistas.
Por lo tanto, pedimos abiertamente a “Combate” que reconsidere estas medidas para suprimir la venta de nuestra prensa y revertir esta decisión aberrante.
La CCI
30 de noviembre de 1976
LIVRARIA CONTRA-A-CORRENTE
Oporto, 9 de septiembre de 1976
Queridos camaradas:
Hace unos días, en una reunión, las librerías Contra a Corrente (Oporto y Lisboa) decidieron dejar de vender R.I. y todas las demás publicaciones de su Corriente; para el futuro sólo queremos recibir dos números para los archivos; pronto, intentaremos pagar lo que hemos vendido.
[1] Ver https://es.internationalism.org/content/4687/acerca-de-combate [2] Este artículo fue escrito durante el verano, antes de que la carta de “Combate” fuera enviada y publicada después de que fuera recibida. Por lo tanto, no juega un papel particular en el asunto de las librerías, excepto como un resumen general de las discusiones y críticas
Cuando se habla de la oposición revolucionaria a la degeneración de la Revolución Rusa o a la de la Internacional Comunista, se suele entender, por lo general, que se hace referencia a la Oposición de Izquierda dirigida por Trosky y otros líderes bolcheviques. Es más, la crítica totalmente inadecuada de ambas -hecha con mucho retraso por aquéllos que jugaron un papel activo en esa degeneración- es considerada como el principio y el fin de toda oposición, tanto dentro de Rusia como de la Internacional. Sin embargo, la crítica mucho más profunda y consecuente llevada a cabo por los “Comunistas de Izquierda” bastante antes de formarse la Oposición de Izquierdas en 1923, o es ignorada o se describe como los delirios de lunáticos sectarios alejados de la “realidad”. Esta deformación del pasado es simplemente una expresión de la amplia influencia de la contrarrevolución que se impuso tras años de lucha revolucionaria que concluyeron en los años veinte. Esta manipulación de la realidad va a servir siempre a los intereses de la contrarrevolución capitalista para ocultar o deformar la historia y las tradiciones genuinamente revolucionarias de la clase obrera y sus minorías comunistas. La burguesía intenta de esta forma oscurecer la naturaleza histórica del proletariado, de la clase destinada a llevar a la humanidad al reino de la libertad.
Contra esta deformación del pasado los revolucionarios deben afirmar y examinar las luchas históricas del proletariado, no por el interés propio de los recopiladores de la historia sino porque la experiencia pasada de la clase proletaria forma parte, con sus actividades presentes y futuras, de una cadena sin solución de continuidad y porque únicamente comprendiendo el pasado se puede comprender el presente y aproximar el futuro. Pretendemos que este trabajo, sobre la Izquierda Comunista en Rusia, ayude a arrancar un capítulo importante de la historia del movimiento comunista de las deformaciones con las que ha sido narrada por la historiografía burguesa, ya sea ésta académica o izquierdista. Pero sobre todo, esperamos que ayude a aclarar algunas de las lecciones de las luchas, derrotas y victorias de la Izquierda Rusa, lecciones que tienen un papel vital en la reconstitución del movimiento comunista del presente.
“En Rusia, el problema sólo podía ser planteado. No podía ser resuelto en Rusia”. Rosa Luxemburgo: “Crítica de la Revolución Rusa”.
Durante la contrarrevolución que inundó el mundo, tras de los años revolucionarios de 1917-23, creció un mito alrededor del Bolchevismo. Lo describía como un producto específico del “atraso” ruso y de la barbarie asiática. Los sobrevivientes de las Izquierdas Comunistas alemana y holandesa, profundamente desmoralizados por la degeneración de la Internacional y la muerte de la Revolución rusa, mantuvieron una posición semi-menchevique que afirmaba que el desarrollo burgués en Rusia en los años 20 y 30 era inevitable, ya que Rusia estaba inmadura para el comunismo; al tiempo que definían el bolchevismo como una ideología de la “inteligencia” la cual buscaba solamente la modernización capitalista de Rusia y había llevado a cabo una revolución “burguesa” o “capitalista de Estado” apoyándose en un proletariado inmaduro y ocupando el lugar que le correspondía a una burguesía impotente.
Toda esa teoría era la revisión total del carácter genuinamente proletario de la Revolución rusa y del bolchevismo, y la muestra de cómo muchos comunistas de izquierda repudiaron su propia participación en el drama heroico que había comenzado en octubre de 1917. Pero como todos los mitos, éste contenía un grano de verdad. El movimiento obrero, aunque fue fundamentalmente un producto de las condiciones internacionales, contenía también rasgos específicos derivados de las particularidades nacionales e históricas. Hoy, por ejemplo, no es casual que el movimiento comunista que renace sea más fuerte en los países de Europa occidental y más débil, casi inexistente, en los países del bloque oriental. Esto es producto de la manera específica en que se han desarrollado los hechos históricos de los últimos cincuenta años y, en particular, de la manera en que la contrarrevolución capitalista se ha organizado en diferentes países. De forma similar, cuando examinamos el movimiento revolucionario en Rusia, antes y después de la insurrección de Octubre, aunque la esencia de ese movimiento únicamente se puede comprender en el contexto del movimiento obrero internacional, observamos que algunos de sus aciertos y debilidades pueden explicarse si se los relaciona con las particulares condiciones existentes en aquel periodo en Rusia.
En muchos casos, las debilidades del movimiento revolucionario ruso eran simplemente la otra cara de lo que fue su fuerza. La capacidad del proletariado ruso de orientarse muy rápidamente hacia una solución revolucionaria de sus problemas estaba determinada en gran parte por la naturaleza del régimen zarista. Autoritario, decrépito, incapaz de erigir “amortiguadores” estables contra la amenaza proletaria el sistema zarista logró que cualquier intento de defenderse que hiciese el proletariado acabara enfrentándole inmediatamente a las fuerzas represivas del Estado. Al proletariado ruso, joven pero altamente concentrado y combativo, no le fue nunca dado el tiempo ni el espacio político como para desarrollar en su seno una mentalidad reformista que le hubiera llevado a identificar la defensa de sus intereses materiales inmediatos con la sobrevivencia de su “patria”. Al proletariado ruso le era también más fácil rechazar de plano cualquier identificación con el esfuerzo de guerra zarista después de la barbarie de 1914 y ver, en la destrucción del aparato político zarista, la condición previa a su propio avance en 1917. A grandes rasgos, y sin intentar aquí establecer una conexión demasiado mecánica entre el proletariado ruso y sus minorías revolucionarias, estos elementos de fuerza del proletariado ruso fueron uno de los factores que permitieron a los bolcheviques ponerse a la cabeza del movimiento revolucionario mundial tanto en 1914 como en 1917, con su clamorosa denuncia contra la guerra y afirmando, sin compromisos, la necesidad de destruir la máquina del Estado burgués.
Pero, como ya hemos dicho, estos puntos fuertes tenían también sus debilidades y la inmadurez de este proletariado, su falta de tradiciones organizativas, la brutalidad con la que fue empujado a una situación revolucionaria,… fue dejando importantes lagunas en el arsenal teórico de sus minorías revolucionarias. Es significativo, por ejemplo, que las críticas más apropiadas y profundas a las prácticas reformistas de la social democracia y de los sindicatos, empiezan a ser elaboradas precisamente donde esas prácticas estaban más arraigadas: en países como Holanda y Alemania. Fue allí, en vez de en Rusia donde el proletariado luchaba todavía por derechos parlamentarios y sindicales, donde el peligro de los hábitos reformistas fue comprendido, desde el primer momento, por los revolucionarios. Por ejemplo, los trabajos de Anton Pannekoek y del grupo holandés Tribune, en los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial, contribuyeron a preparar el terreno para la ruptura radical de los revolucionarios alemanes y holandeses con las viejas tácticas reformistas, después de la guerra. Lo mismo hay que decir de la Fracción abstencionista de Bordiga en Italia. Por el contrario, los bolcheviques jamás comprendieron realmente que el período de las “tácticas” reformistas había acabado para siempre con la entrada del capitalismo en su periodo de agonía, en 1914; los bolcheviques nunca comprendieron plenamente todas las implicaciones que para la estrategia revolucionaria quedaban abiertas con la nueva época. Los conflictos sobre tácticas sindicalistas y parlamentarias que desgarraron a la Internacional Comunista después de 1920 se debieron, en gran parte, a la incapacidad del Partido ruso de comprender a fondo las necesidades del nuevo periodo. Sin embargo, esa incapacidad no estaba totalmente circunscrita al liderazgo bolchevique: se reflejaba también en el hecho de que las críticas del sindicalismo, del parlamentarismo, del sustitucionismo y de los otros rezagos socialdemócratas hechas por la Izquierda comunista rusa, nunca tuvieron el mismo nivel de claridad que las holandesas, alemanas e italianas.
Debemos matizar esta observación comprendiendo el contexto internacional de la revolución. Las debilidades teóricas del Partido bolchevique no eran definitivas, debido precisamente a que se trataba de un partido proletario genuino, abierto por lo tanto a los nuevos desarrollos y comprensiones surgidas de una lucha proletaria en su fase ascendente. Si la revolución de Octubre se hubiese extendido internacionalmente, estas debilidades se hubieran podido superar. Si las deformaciones socialdemócratas del bolchevismo acabaron por cristalizarse y convertirse en un obstáculo fundamental al movimiento revolucionario fue debido a que la revolución mundial cayó en un reflujo y el bastión proletario de Rusia acabó paralizado por su aislamiento. La rápida caída de la Internacional Comunista en el oportunismo se debió en gran parte a la influencia del Partido ruso dominante y entre otras cosas fue el resultado de los intentos bolcheviques de buscar un equilibrio entre las necesidades de sobrevivir del Estado soviético y los intereses internacionales de la revolución. Este esfuerzo se hizo tanto más contradictorio cuanto más retrocedía la ola revolucionaria; el intento fue abandonado finalmente al triunfar el “socialismo en un solo país”, que significó la muerte de la Internacional Comunista y coronó la victoria de la contrarrevolución en Rusia.
Si el tremendo aislamiento del bastión ruso fue lo que en última instancia impidió al Partido Bolchevique superar sus errores iniciales, también obstaculizó el desarrollo teórico de las fracciones de la Izquierda Comunista que se separaron del Partido ruso en degeneración. La Izquierda rusa, aislada de las discusiones y de los debates que aun mantenían las fracciones de Izquierda en Europa y sometida a la represión implacable de un Estado cada vez más totalitario, tendía a hacer una crítica formal de la contrarrevolución rusa y rara vez llegó a discernir las raíces profundas de la degeneración. La absoluta novedad y la rapidez que acompañaron a la experiencia rusa iban a dejar a una generación entera de revolucionarios en una confusión total sobre lo que allí había pasado. Fue en las décadas de los 30 y 40 cuando, entre las Fracciones comunistas que habían sobrevivido a la degeneración, empieza a aparecer un enfoque coherente de lo ocurrido. Pero a esa comprensión llegaron sobre todo los revolucionarios de Europa y de América; la Izquierda rusa estaba demasiado metida y apegada a la totalidad de aquella experiencia como para elaborar un análisis global y sobre todo objetivo del fenómeno.
Por tanto, no podemos sino coincidir con el análisis que de la Izquierda comunista han hecho los camaradas de Internationalism:
“La contribución que ha perdurado de estos pequeños grupos que trataban de comprender la nueva situación, no ha sido la de captar en su totalidad el proceso del capitalismo de Estado desde sus comienzos, ni tampoco la de presentar un programa totalmente coherente con el que relanzar la revolución. No, su contribución radica en que dieron la alarma, en que estuvieron entre los primeros que, proféticamente, denunciaron el establecimiento de un régimen de capitalismo de Estado. Su legado al movimiento obrero está en haber dejado la prueba política de que el proletariado ruso no sucumbió en silencio.” (J. Allen: “Una contribución a la cuestión del capitalismo de Estado” en Internationalism, n° 6).
Las ideas que presentan a los bolcheviques como a los partidarios del capitalismo de Estado y de la dictadura del Partido, y a los comunistas de Izquierda como a los verdaderos defensores del poder obrero y de la transformación comunista de la sociedad, aceptan que hay un abismo infranqueable ente los dos. Estas ideas son un aspecto más del mito sobre el bolchevismo “atrasado” y “burgués”. Semejante concepción tiene un atractivo especial para los consejistas y libertarios que desean identificarse solamente con lo que les gusta del movimiento obrero y desechan las experiencias reales de la clase cuando descubren sus defectos. En la realidad existe sin embargo una continuidad entre lo que era el bolchevismo en sus orígenes y lo que eran los comunistas de Izquierda en los años 20 y después. Los propios bolcheviques habían estado en la extrema izquierda del movimiento socialdemócrata anterior a la Gran Guerra, debido especialmente a su firme defensa de la coherencia en materia de organización y a su defensa de la necesidad de un partido revolucionario, libre de todas las tendencias reformistas y confusionistas del movimiento obrero hasta entonces[1].
Su posición en la guerra de 1914-18 (y sobre todo la posición de Lenin y de quienes la defendían en el seno del partido) fue la más radical de todas las posiciones anti-bélicas del movimiento socialista: “transformar la guerra imperialista en guerra civil”. Su llamada a la destrucción del Estado burgués en 1917, hizo de los bolcheviques el centro reagrupador de las minorías revolucionarias más intransigentes del mundo. Los “Radicales de Izquierda” en Alemania, en torno a los cuales se constituyó el núcleo del Partido Obrero Comunista de Alemania (KAPD) en 1920, se inspiraron directamente en el ejemplo de los bolcheviques, especialmente cuando éstos llamaban a la creación de un nuevo partido revolucionario, en total oposición a los social-patriotas del Partido Socialista de Alemania (SPD)[2]. De alguna manera, los Bolcheviques y la Internacional Comunista (fundada en buena medida por iniciativa suya) representaban la “Izquierda” y acabaron siendo el movimiento comunista. El comunismo de Izquierda surgió orgánicamente del movimiento comunista inicial, dirigido por los bolcheviques y la I.C.; aunque hay que entender su surgimiento como resultado de su reacción contra la degeneración y el abandono, por parte de esa vanguardia, de lo que defendió en sus orígenes.
Esto aparece claro cuando examinamos los orígenes de la Izquierda comunista en Rusia. Todas las fracciones de Izquierda rusas provienen del Partido Bolchevique. Esto es prueba en sí del carácter proletario del bolchevismo. Una expresión viva de la clase obrera, de la única clase que puede hacer una crítica despiadada y continua de su propia práctica, el Partido bolchevique engendró continuamente fracciones revolucionarias. En cada etapa de su degeneración, se alzaron en su seno voces de protesta; grupos que se formaban dentro del Partido o rompían con él para denunciar las traiciones contra el programa original del Bolchevismo. Sólo cuando el Partido fue finalmente enterrado por sus sepulteros estalinistas, estas fracciones dejaron de surgir de él. Los comunistas de Izquierda rusos eran todos bolcheviques; fueron ellos los que defendieron la continuidad con aquel bolchevismo de los heroicos años de la revolución; mientras que quienes les calumniaron, persiguieron y ejecutaron, sin importarles lo prestigioso que fueran sus nombres, eran los que rompieron con la esencia del verdadero bolchevismo.
Los primeros meses
El Partido Bolchevique fue en realidad el primero de los partidos del movimiento obrero constituidos tras la Guerra que produjeron una “izquierda”. Esto se debe precisamente a que fue el primer Partido que dirigió una insurrección victoriosa contra el Estado burgués. La concepción que existía en el movimiento obrero de entonces era la de que el papel del partido era organizar la toma del poder para asumir el timón del gobierno en el nuevo “Estado proletario”. De acuerdo con esta concepción, estaba claro que el carácter proletario del Estado estaba asegurado porque Éste estaba en manos de un Partido proletario que trataría de llevar a la clase obrera al socialismo. El carácter fundamentalmente erróneo de esta doble o triple sustitución (partido-Estado; Estado-clase; partido-clase) quedará desvelado en los años que siguieron a la revolución. El trágico destino de los bolcheviques fue ese precisamente: poner en práctica los errores teóricos del movimiento obrero en su conjunto y demostrar, con esa experiencia negativa, la falsedad absoluta de las concepciones mencionadas. Toda la vergüenza y las traiciones relacionadas con el Bolchevismo derivan del hecho de que la revolución nació y murió en Rusia y de que el Partido Bolchevique, al identificarse con el Estado que acabaría siendo el agente interno de la contrarrevolución, se transformó él mismo en el organizador de la muerte de la revolución.
Si la revolución hubiese estallado y degenerado en Alemania, y no en Rusia, es posible que los nombres de R. Luxemburgo y de K. Liebknecht causaran ahora las mismas reacciones ambiguas o equívocas que suscitan Lenin, Trotsky, Bujarin y Zinóviev. Se debe en última instancia a la gran epopeya que emprendieron los Bolcheviques el que los revolucionarios de hoy puedan decir sin titubeos que la tarea del Partido no es tomar el poder en nombre de la clase y que los intereses de la clase no son idénticos a los del Estado surgido de la revolución. Es también totalmente cierto que para que los revolucionarios puedan afirmar esas verdades, tan aparentemente sencillas, han sido necesarios muchos años de dolorosa reflexión autocrítica.
El Partido Bolchevique empezó a degenerar desde el momento en que “se hizo cargo” del Estado soviético, en Octubre 1917. No fue de golpe, ni tampoco una caída ininterrumpida. Mientras la revolución mundial seguía al orden del día, la degeneración no era irreversible. Pese a todo, el proceso general de degeneración comenzó inmediatamente. Mientras el Partido fue capaz de actuar libremente, como la fracción más resuelta de la clase, lo fue también de señalar la manera de profundizar y de extender la lucha de clases; pero la toma del poder por los Bolcheviques frenó cada vez más su capacidad para identificarse con y participar en la lucha de clase del proletariado. En adelante, las necesidades del Estado iban a prevalecer sobre las necesidades de la clase; y aunque esta dicotomía estaba al principio escondida por la intensidad misma de la lucha revolucionaria era, no obstante, la expresión de una contradicción intrínseca y fundamental entre la naturaleza del estado y la naturaleza del proletariado: las necesidades de un estado son esencialmente las de conservar la sociedad tal como está, conteniendo la lucha de clases dentro de una situación que se corresponde con el status quo social; mientras que las necesidades del proletariado -y por tanto de su vanguardia comunista- no pueden ser otra cosa que la extensión y la intensificación de la lucha de clases hasta la demolición de todas las condiciones existentes. Mientras el movimiento revolucionario de la clase, en Rusia y en el mundo, se mantuvo en ascenso, el Estado soviético podía ser usado para resguardar las conquistas de la revolución, ser un instrumento en manos de la clase revolucionaria; pero tan pronto el movimiento real de la clase desaparece, el status quo defendido por el Estado no pudo ser otro que el statu quo del capital. Esta era la tendencia general pero en realidad las contradicciones entre el proletariado y el nuevo estado empezaron a aparecer inmediatamente debido a la inmadurez de la clase y de los Bolcheviques -reflejada ésta en su actitud hacia el Estado- y, sobre todo, porque las consecuencias del aislamiento de la revolución rusa empezaron a causar estragos en el nuevo bastión proletario, desde su nacimiento. Enfrentados a un número de problemas que sólo podían solucionarse a escala internacional -dentro de Rusia, la organización de una economía devastada por la guerra, las relaciones con una enorme masa campesina en Rusia,… y en el exterior, un mundo capitalista que le era absolutamente hostil- los Bolcheviques no contaban con la experiencia que les hubiera permitido, al menos, tomar medidas para minimizar las consecuencias nefastas de estos problemas.
En realidad, las medidas que tomaron tendían a complicar los problemas en vez de a resolverlos y la gran mayoría de los errores cometidos provenían del hecho de que los bolcheviques, habiéndose situado a la cabeza del Estado, se sentían cargados de razón para identificar los intereses proletarios con los del Estado soviético; peor aún, para subordinar los primeros a los segundos.
Aunque ninguna fracción comunista en Rusia pudo en esos tiempos hacer una crítica fundamental de estos errores sustitucionistas -una debilidad que marcó a toda la Izquierda rusa-, una oposición revolucionaria a la política inicial del Estado se formó pocos meses después de la toma del poder. Esta oposición tomó la forma de un grupo de comunistas de izquierda, alrededor de Osinsky, Bujarin, Rádek, Smirnov y otros, organizado principalmente en el Buró Regional del Partido en Moscú, que publicaban el periódico fraccional “Kommunist”. Esta oposición, de inicios de 1918, fue la primera fracción bolchevique organizada que criticó los intentos del Partido de disciplinar a la clase obrera. Pero la originalidad del grupo de Comunistas de Izquierda fue su oposición a firmar al tratado de Brest-Litovsk con el imperialismo alemán.
Este no es lugar adecuado para iniciar un estudio detallado del tema Brest-Litovsk pero resumiremos: el debate principal era entre Lenin y los Comunistas de Izquierda (con Bujarin a la cabeza) que apoyaban la guerra revolucionaria contra Alemania y denunciaron el Tratado de paz como una “traición” a la revolución mundial. Lenin defendió la firma del Tratado como un medio de obtener “un espacio para respirar” mientras que reorganizaban la capacidad militar del Estado soviético. Los Izquierdistas insistían diciendo que:
“Aceptar las condiciones dictadas por los imperialistas alemanes sería un acto contrario a toda nuestra posición de socialismo revolucionario; nos llevaría a abandonar la línea correcta del socialismo internacional en lo que concierne a la política tanto doméstica como exterior y nos podría conducir a uno de los peores tipos de oportunismo”. (Citado por Robert Daniels en: “La Conciencia de la Revolución”.1960.)
Aunque aceptaban que el Estado soviético, debido a su debilidad técnica, era incapaz de librar una guerra convencional contra el imperialismo alemán, llamaban a una estrategia de agotamiento del ejército alemán con ataques de guerrillas hechos por destacamentos móviles de partisanos rojos. Confiaban que esta “guerra santa” contra el imperialismo alemán serviría de ejemplo al proletariado y lo incentivaría para unirse a la lucha.
No queremos adentrarnos en un debate retrospectivo sobre las posibilidades estratégicas del poder soviético en 1918. Debemos aclarar, no obstante, que tanto Lenin como los Comunistas de Izquierda reconocían que en última instancia la única esperanza del proletariado radicaba en la extensión mundial de la Revolución; uno y otros, situaban sus preocupaciones y sus acciones dentro de un marco internacionalista y ambos daban abiertamente a conocer sus argumentos ante el proletariado ruso organizado en soviets. Consideramos por lo tanto inadmisible calificar de “traición” a la revolución mundial y al internacionalismo la firma del Tratado de paz. Como se vio después, tampoco significó el colapso de la revolución en Rusia o en Alemania, como temía Bujarin. De cualquier modo, estas consideraciones estratégicas eran hasta cierto punto imponderables. Uno de los aspectos políticos más importantes surgidos en el debate de Brest-Litovsk es el siguiente: ¿Es la “guerra revolucionaria” el principal medio de extender la revolución? ¿Tiene el proletariado que ha tomado el poder en una región la tarea de exportar la revolución al proletariado mundial, a punta de bayoneta? Las observaciones hechas por la Izquierda Italiana sobre la cuestión de Brest-Litovsk son significativas a este respecto:
“De las dos tendencias del Partido Bolchevique que se enfrentaron por lo de Brest-Litovsk, la de Lenin y la de Bujarin, nos parece que la primera estaba más en concordancia con las necesidades de la revolución mundial. La posición de la fracción dirigida por Bujarin, que mantenía que la función del Estado proletario era liberar a los obreros de otros países a través de la “guerra revolucionaria”, está en contradicción con la naturaleza misma de la revolución proletaria y con las tareas históricas del proletariado.” (“Partido-Estado-Internacional: el Estado Proletariado”, Bilan n° 18 -abril/mayo 1935).
Contrariamente a la revolución burguesa, que podía ser exportada por medio de conquistas militares, la revolución proletaria depende de la lucha consciente del proletariado de cada país contra su propia burguesía:
“La victoria de un Estado proletario contra un Estado capitalista (en el sentido territorial del término) no significa en ningún modo la victoria de la revolución mundial” (ibid).
El avance del Ejército Rojo en Polonia en 1920, que sólo consiguió empujar a los obreros polacos a los brazos de su propia burguesía, es una prueba de que las victorias militares de un bastión proletario no pueden remplazar la acción política consciente del proletariado mundial. Concluyendo: la extensión de la revolución es, primero y ante todo, una tarea política. La fundación de la Internacional Comunista en 1919 es por tanto una contribución mucho más grande a la revolución mundial que cualquier “guerra revolucionaria”.
La firma del tratado de Brest-Litovsk, su ratificación por el Partido y los Soviets y el deseo ferviente de la izquierda de evitar una ruptura en el Partido sobre esta cuestión fue lo que acabó con la primera fase de la actividad de los Comunistas de Izquierda. Una vez que el Estado soviético pudo “respirar a gusto”, los problemas inmediatos a los que tuvo que hacer frente el Partido fueron los de la organización de la economía rusa devastada por la guerra. Quien más contribuyó a clarificar la cuestión de los peligros a que se enfrenta el bastión revolucionario fue el grupo de los Comunistas de Izquierda, con sus valiosas observaciones. Bujarin, el ferviente partisano de la “guerra revolucionaria”, no estaba muy interesado en criticar la política de la mayoría bolchevique tocante a la organización interna del régimen; por lo que la mayor parte de las críticas más serias a la política doméstica del liderazgo Bolchevique fueron hechas por Osinsky que se reveló como una figura de oposición mucho más coherente que Bujarin.
En los primeros meses de 1918, los líderes Bolcheviques intentan resolver el desorden económico en Rusia de una manera superficialmente “programática”. En un discurso ante el Comité Central Bolchevique (publicado con el título: “Las tareas inmediatas del poder soviético”) Lenin llama a la formación de trusts de Estado, a los que podrían incorporarse los expertos burgueses y los propietarios, aunque bajo la supervisión del Estado “proletario”. A cambio, los obreros debían aceptar el sistema Taylor de “gestión científica” de la producción (denunciado en su día por el propio Lenin como esclavitud del hombre por la máquina), y la “gestión personal” en las fábricas: “la revolución requiere... precisamente en interés del socialismo que las masas obedezcan incondicionalmente a la voluntad única de los dirigentes del proceso de producción”.
Todo esto significaba que el movimiento de Comités de fábricas que se había propagado como un reguero de pólvora desde febrero de 1917 debía ser frenado, las expropiaciones hechas por esos comités no debían ser alentadas, su creciente autoridad en las fábricas debía quedar reducida a una simple función de “control” y tendrían que transformarse en apéndices de los sindicatos -que eran instituciones mucho más manejables y que ya estaban incorporadas al nuevo aparato estatal-.
La dirección Bolchevique presentó esta política como la mejor manera, para el régimen revolucionario, de evitar el peligro de caos económico y racionalizar la economía en la perspectiva de la construcción definitiva del socialismo cuando la revolución mundial se hubiera extendido. Lenin llamó francamente a este sistema “capitalismo de Estado”, que significaba para él el control del Estado proletario sobre la economía capitalista en interés de la revolución.
En una polémica contra los Comunistas de Izquierda (“El Infantilismo izquierdista y la mentalidad pequeño burguesa”) Lenin arguye que semejante sistema de capitalismo de Estado sería un claro avance en un país atrasado como Rusia, donde el principal peligro de la contrarrevolución lo constituía la masa fragmentada, arcaica y pequeño burguesa del campesinado. Esta posición fue aceptada por los Bolcheviques como un “credo”, fe que les impidió ver que la contrarrevolución internacional se estaba expresando primordialmente a través del Estado y no de los campesinos.
Los Comunistas de Izquierda, que temían que la revolución degenerase en un sistema de “relaciones económicas pequeño burguesas” (“Tesis sobre la situación actual”, Kommunist n° 1 -abril 1918. Y R. Daniels: “Historia documental de la Revolución”), también compartían la convicción de la dirección de que la nacionalización realizada por el Estado “proletario” era una medida verdaderamente socialista. De hecho, los Comunistas de Izquierda pedían su extensión a toda la economía. Es evidente que ellos no podían ser totalmente conscientes del peligro que significaba el “capitalismo de Estado” pero, basándose en un fuerte instinto de clase, vieron rápidamente los peligros contenidos en un sistema que pretendía organizar la explotación de los obreros en interés del “socialismo”. La advertencia profética de Osinsky [Obolenski] es ahora bien conocida:
“Nosotros no apoyamos la concepción: “construcción del socialismo bajo la gestión de los trusts”. Al contrario, defendemos el punto de vista de la construcción de una sociedad proletaria por la creatividad de clase de los trabajadores mismos, no por los decretos de los “capitanes de industria”... tenemos confianza en el instinto de clase, en la iniciativa activa de clase del proletariado. No puede ser de otra manera. Si el proletariado no es capaz de crear los requisitos necesarios para la organización socialista del trabajo, nadie lo hará en su lugar, y nadie le obligará a hacerlo. El bastón que es esgrimido contra los obreros, deberá estar en las manos de una fuerza emanada bien de otra clase social bien del proletariado. Si ese bastón llega a caer en las manos de los soviets contra los obreros, el poder de los soviets se verá obligado a apoyarse en otra clase (el campesinado por ejemplo), negándose así como dictadura del proletariado. Una de dos, o el socialismo y la organización socialista del trabajo son establecidos por el proletariado mismo o no lo serán. Se establecerá algo totalmente diferente, o sea, “el capitalismo de Estado”. (“Sobre la Construcción del Socialismo”, Kommunist, N° 2, abril 18. También en: R. Daniels (Ibídem).
Contra esta amenaza, los comunistas de Izquierda proponían el control obrero de la industria a través de un sistema de Comités de fábrica y de “Consejos de economía”. Ellos definían su propio papel como el de una “oposición proletaria responsable” constituida dentro del partido para impedir que el Partido y el régimen soviético se “desvíen” hacia el “desastroso camino de la política pequeño burguesa” (“Tesis sobre la situación actual”).
Las advertencias de las Izquierdas contra estos peligros no se limitaban al plano económico sino que tenían profundas ramificaciones políticas; se puede demostrar esto con otra advertencia que hicieron contra el intento de imponer la disciplina laboral desde arriba:
“Bajo la política de administrar empresas basándose en la amplia participación de capitalistas y en la centralización semiburocrática, es natural que se combine una política laboral encaminada a instaurar la disciplina en los obreros hablando de “autodisciplina”, a introducir el trabajo obligatorio (tal programa había sido propuesto ya por bolcheviques de derechas), el pago por piezas realizadas, aumento de la jornada laboral, etc.,... La forma de administración gubernamental tendrá así que desarrollarse en el sentido de la centralización burocrática, hacia el reino de los “comisarios”, hacia la supresión de la independencia de los consejos locales y en la práctica al rechazo del “Estado-comuna” administrado por la base”. (“Tesis sobre la situación actual”).
La defensa de los comités de fábrica, de los soviets, y de la actividad autónoma de la clase obrera hecha por Kommunist era importante no porque diera soluciones a los problemas económicos de Rusia o fórmulas para la construcción inmediata del comunismo en Rusia. La Izquierda había expresado abiertamente que “el socialismo no puede ser puesto en práctica en un solo país y menos aún en un país ’atrasado’ ” (Ver: L. Schapiro, “El origen de la autocracia comunista”, 1955). La imposición de disciplina laboral por el Estado, la incorporación de los órganos proletarios autónomos en el aparato estatal, eran sobre todo golpes contra la dominación política de la clase obrera rusa. Como la CCI ha señalado con frecuencia[3], el poder político de la clase es la única garantía real para el éxito de la revolución. Y este poder político sólo puede ser ejercido por los órganos de masas de la clase –por sus comités, por sus asambleas de fábrica, sus consejos y sus milicias. Al socavar la autoridad de estos órganos, la política de la dirección Bolchevique presentaba un grave peligro para la revolución misma. Las señales de peligro observadas tan pertinentemente por los Comunistas de Izquierda en los primeros meses de la Revolución se volverían aún más serias durante el siguiente período de guerra civil. En efecto, este período determinaría de muchas maneras el destino final de la revolución en Rusia.
a) La guerra civil
El período de guerra civil en Rusia de 1918-1920 pone en evidencia fundamentalmente los inmensos peligros a los que se enfrenta un baluarte proletario si éste no es inmediatamente reforzado por los destacamentos de la revolución mundial. Debido a que la revolución no arraigó fuera de Rusia, el proletariado ruso tuvo que luchar prácticamente solo contra los ataques de la contrarrevolución blanca y sus aliados imperialistas. En términos militares, la heroica resistencia de los obreros rusos fue victoriosa pero políticamente hablando; el proletariado ruso emerge, de la guerra civil, diezmado, exhausto, fragmentado y más o menos privado de cualquier control real sobre el Estado soviético. En su ardor por ganar la lucha militar los bolcheviques aceleraron el declive del poder político de la clase obrera, militarizando, cada vez más, la vida social y económica. Si bien la concentración de todo el poder efectivo en los altos mandos del aparato estatal permitió que la lucha militar fuera librada de una manera implacable y efectiva, esto socavó aún más los verdaderos centros de la revolución: los órganos unitarios de masas de la clase. La burocratización del régimen soviético, que ocurrió durante este período, se iba a tornar irreversible con el reflujo sufrido por la revolución mundial después de 1921.
Con el inicio de las hostilidades, en 1918, se produjo un “cerrar filas” general en el Partido Bolchevique, ya que todos reconocían la necesidad de la unidad de acción contra el peligro externo. El grupo Kommunist, cuya publicación había dejado de aparecer después de haber sido severamente perseguidos por la dirección del Partido, dejó de existir y su núcleo original se dispersó en dos direcciones, presionado por la guerra civil. Una tendencia, expresada por Rádek y Bujarin, aplaudió las medidas económicas impuestas por la guerra civil con un entusiasmo descarado. Para ellos, las nacionalizaciones a gran escala, la supresión de las formas comerciales y monetarias, las requisas a los campesinos, medidas del “Comunismo de Guerra”, representaban una verdadera ruptura con la fase anterior de “capitalismo de Estado” y constituían un gran avance hacia genuinas relaciones comunistas de producción. Bujarin escribió incluso un libro, “Teoría económica del período de transición”, donde explicaba que la desintegración económica y aún el trabajo forzado eran estadios preliminares inevitables en la transición al comunismo. Sin duda, Bujarin trataba de demostrar “teóricamente” que Rusia bajo el comunismo de guerra, que había sido adoptado simplemente como un conjunto de medidas urgentes para enfrentar una situación desesperada, era una sociedad en transición hacia el comunismo. Bolcheviques como Bujarin, que fueron Comunistas de Izquierda, estaban dispuestos a abandonar sus críticas anteriores a la gestión personal y a la disciplina laboral, porque para ellos el Estado soviético ya no estaba tratando de hacer compromisos con el capital doméstico y estaba actuando resueltamente como un órgano de transformación comunista. En su “Teoría Económica del Período de Transición” Bujarin sostenía que el reforzamiento del Estado soviético y su creciente absorción de la vida social y económica representaban un paso decisivo hacia el comunismo:
“La estatalización de los sindicatos y, en la práctica, de todas las organizaciones de masas del proletariado resulta de la lógica interna del proceso de transformación mismo. La más pequeña célula del aparato de producción debe transformarse para apoyar el proceso general de organización que está siendo conducido y planificado por la voluntad colectiva de la clase obrera, que se materializa en la organización que corona la sociedad, que lo abarca todo: en su poder de Estado. Por lo tanto, el sistema de capitalismo de Estado se transforma dialécticamente en su contrario, en la forma estatal de socialismo obrero”. (“Teoría Económica del Período de Transición”. Citado por R. Daniels. Ibídem).
Con semejantes ideas Bujarin invirtió “dialécticamente” el razonamiento marxista según el cual el movimiento hacia la sociedad comunista se caracteriza por un debilitamiento progresivo, por una desaparición paulatina del aparato estatal. Bujarin era todavía un revolucionario cuando escribía esto; pero entre su teoría de un “comunismo estatalizado y contenido totalmente dentro de una nación” y la teoría estalinista del “socialismo en un sólo país” hay una innegable continuidad.
Mientras Bujarin hacía las paces con el Comunismo de Guerra, aquellos Izquierdistas que habían sido más consecuentes en su apoyo a la democracia obrera continuaron defendiendo este principio contra la creciente militarización del régimen. En 1919 el grupo Centralismo Democrático se formó con Osinsky, Saprónof y otros. Ellos continuaron protestando contra el principio de la “gestión personal” en la industria y continuaron abogando por el principio “colectivo” o “colegial” como “el arma más fuerte contra la compartimentación y la asfixia burocrática del aparato soviético” (“Tesis sobre el principio colegial y la autoridad individual”). Aunque reconocían la necesidad de usar especialistas burgueses en la industria y el ejército, los “cedemistas” también afirmaban la necesidad de poner a estos especialistas bajo el control de la base: "nadie se opone a la necesidad de usar a los “especialistas” –el debate es sobre cómo usarlos” (Saprónof, en R. Daniels: “La Conciencia de la Revolución”). Al mismo tiempo, los cedemistas protestaban contra la pérdida de iniciativa sufrida por los soviets locales, y sugerían una serie de reformas para el resurgimiento de los soviets como órganos efectivos de democracia obrera. Fueron posiciones como estas las que condujeron a ciertos críticos a decir que los cedemistas estaban más interesados en la democracia que en el centralismo. Al final los cedemistas abogaban por la restauración de las prácticas democráticas en el Partido. En el IX Congreso del PCR, en septiembre de 1920, los cedemistas atacaron la burocratización del Partido, la creciente concentración de poder en manos de una pequeña minoría. Es indicativo de la influencia que estas críticas todavía podían ejercer en el Partido, el hecho de que el Congreso terminó votando a favor de un manifiesto que llamaba vigorosamente a hacer “criticas desarrolladas de las instituciones centrales y locales del partido”, y a rechazar “cualquier forma de represión contra camaradas por tener ideas diferentes”. (“Resolución sobre las nuevas tareas en la construcción del Partido” del IX Congreso del Partido)
En general, la actitud de los cedemistas hacia el régimen soviético en un período de guerra civil se puede resumir en las palabras de Osinsky presentadas en ese mismo Congreso:
“La consigna clave que nosotros debemos proclamar para el momento actual es la unificación de las tareas militares, de las formas militares de organización y de los métodos administrativos por medio de la iniciativa creativa de los obreros conscientes. Si bajo la bandera de las tareas militares se empieza a imponer el burocratismo, vamos a dispersar nuestras propias fuerzas y no vamos a poder cumplir nuestras tareas”. (Citado por R. Daniels en su “Historia Documental del Comunismo”).
Algunos años después, el comunista de Izquierda Miasnikov diría esto sobre el grupo “Centralismo Democrático”:
“Este grupo tenía una Plataforma sin valor teórico real alguno. El único punto que atraía la atención de todos los grupos y del Partido era su lucha contra la centralización excesiva. Es ahora cuando podemos ver en esta lucha un intento, no muy preciso todavía, del proletariado para desalojar a la burocracia de las posiciones que acababa de conquistar en la economía. El grupo pereció de “muerte natural”, sin ejercerse sobre él ninguna violencia”. (“El obrero Comunista”, 1929. Un periódico francés cercano al KAPD).
Las críticas de los cedemistas eran inevitablemente imprecisas porque representaban una tendencia nacida cuando el Partido Bolchevique y la revolución estaban todavía muy vivas; de manera que su crítica al Partido era más bien un llamamiento a su democratización, a que fuese más igualitario,… En otras palabras, estaban condenados a que las críticas quedaran restringidas al nivel de la práctica organizativa más que al de las posiciones políticas fundamentales.
Muchos de los militantes de Centralismo Democrático también participaron en la Oposición Militar , que se formó por un breve período, en marzo 1919. Las necesidades de la guerra civil forzaron a los Bolcheviques a crear una fuerza de lucha centralizada, el Ejército Rojo, compuesta no sólo de obreros sino además de reclutas del campesinado y de otras capas sociales. Este ejército empezó a ajustarse muy rápidamente al modelo jerarquizado establecido en el resto del aparato estatal. La elección de oficiales fue abandonada rápidamente por ser “políticamente inútil y técnicamente ineficaz” (L. Trotsky, en su artículo “Trabajo, Disciplina y Orden”. 1920). La pena de muerte por negarse a obedecer la orden de ¡Fuego!, el saludo militar y las formas especiales de dirigirse a los oficiales fueron restablecidas; las jerarquías y los rangos reforzados, especialmente con el nombramiento de antiguos oficiales zaristas para altos mandos del ejército.
La Oposición Militar, cuyo principal portavoz era Vladimir Smirnof, se constituyó para luchar contra la tendencia a reorganizar el Ejército Rojo al modo y manera de un típico ejército burgués; no se oponía a la creación del Ejército Rojo en sí, ni al uso de “especialistas” militares pero estaba contra la jerarquización y la disciplina excesivas y por asegurarle al ejército una orientación con la que no se desviase de los principios bolcheviques. La dirección del Partido les acusó falsamente de querer desmantelar el ejército a favor de un sistema de destacamentos partisanos más adaptado a las guerras campesinas. Como en otras muchas ocasiones, los dirigentes Bolcheviques sólo concebían una única alternativa a lo que ellos llamaban “organización estatal proletaria”: la descentralización pequeño burguesa, anarquista. En efecto, los Bolcheviques confundían con frecuencia las formas burguesas de centralización jerárquica con el centralismo y la autodisciplina desde la base, que son distintivos del proletariado. En cualquier caso, las reclamaciones de la Oposición Militar, fueron rechazadas y el grupo se disolvió rápidamente. La estructura jerárquica del Ejército Rojo, junto al desmantelamiento de las milicias de fábrica, iba a permitir su utilización como fuerza represiva contra el proletariado desde 1921 en adelante.
Pese a la persistencia de tendencias de oposición en el Partido durante el período de guerra civil, la necesidad de unirse contra el ataque de la contrarrevolución actuó como fuerza aglutinadora tanto dentro del Partido como en todas las clases y capas sociales que apoyaban el régimen soviético contra los Blancos. Las tensiones internas del régimen fueron madurando durante este período y acabaron saliendo a la luz cuando las hostilidades cesaron y el régimen tuvo que hacer frente a las tareas de reconstrucción de un país devastado. Las discrepancias sobre cómo debía afrontar el régimen soviético la nueva etapa aparecieron en 1920-21 con rebeliones campesinas, descontento en la marina, huelgas obreras en Moscú y Petrogrado, y culminaron en el levantamiento obrero de Kronstadt en marzo de 1921. Estos antagonismos se expresaron inevitablemente dentro del propio Partido. La Oposición Obrera fue, en los traumáticos años de 1920-21, el foco central de la discrepancia política dentro del Partido Bolchevique.
b) La Oposición Obrera
En el X Congreso del Partido -marzo de 1921, estalló una controversia sobre la cuestión sindical, que se fue agudizando a partir del momento en que acaba la guerra civil. Aparentemente era un debate sobre el papel de los sindicatos en la dictadura del proletariado, pero en realidad el debate reflejaba problemas más graves, sobre el futuro del régimen soviético y el de sus relaciones con la clase obrera.
A grandes rasgos, había tres posiciones en el Partido: la de Trotsky, que apoyaba la total absorción de los sindicatos por el “Estado obrero”, donde tendrían la tarea de estimular la productividad del trabajo; la de Lenin, quien decía que los sindicatos todavía tenían que actuar como órganos defensivos de la clase, incluso contra el Estado obrero ya que , señalaba él, este Estado sufría de “deformaciones burocráticas”; y, finalmente, la del grupo Oposición Obrera, que defendía la gestión de la producción por los sindicatos industriales, independientes del Estado soviético. Aunque el marco general de este debate era profundamente inadecuado, la Oposición Obrera expresaba de manera confusa y titubeante no sólo la antipatía del proletariado hacia la burocracia y los métodos militares, que eran ya la marca del régimen, sino también las esperanzas de la clase obrera de que mejorasen las cosas una vez que los rigores de la guerra civil habían cesado.
Los líderes de la Oposición Obrera provenían en su mayoría del aparato sindical, aunque parece que contaban también con el considerable apoyo de la clase obrera en las zonas del Sudeste de la Rusia Europea y en Moscú, especialmente entre los metalúrgicos. Schliápnikov y Medvedev, dos de los líderes del grupo, eran obreros del metal. Pero la figura más famosa entre ellos era Alexandra Kolontai, quien redactó el texto programático de la Oposición Obrera, y un “Proyecto de Tesis sobre la cuestión sindical” que fue presentado por el grupo al X Congreso. Todas las fuerzas y debilidades del grupo se vislumbraban en ese texto, que comenzaba afirmando:
“La Oposición Obrera salió de las entrañas del proletariado industrial de la Rusia Soviética y se ha fortalecido no sólo a causa de las condiciones intolerables de vida y trabajo que padecen siete millones de proletarios industriales, sino también por las vacilaciones, oscilaciones y contradicciones de nuestra política gubernamental e incluso por sus desviaciones de la línea de clase clara y consecuente del programa comunista.” (A. Kolontai: “La Oposición Obrera”)
Kolontai prosigue describiendo las terribles condiciones económicas a las que se enfrentaba el régimen soviético acabada la guerra civil, y llama la atención sobre el crecimiento de una casta burocrática cuyos orígenes no eran la clase obrera sino la “intelligentsia”, el campesinado, los restos de la vieja burguesía, etc... Este estrato social había venido a dominar cada vez más el aparato soviético y el propio Partido, infectándolos de “carrerismo” y espíritu de trepa y de un ciego desdén hacia los intereses proletarios. Para la Oposición Obrera el Estado soviético mismo no era un auténtico órgano proletario sino una institución heterogénea obligada a mantener el equilibrio entre las distintas clases y estratos de la sociedad rusa. Kollontai insistía en que la manera de asegurar que la revolución se mantuviera fiel a sus metas originales no era confiando la dirección a tecnócratas no proletarios y a órganos socialmente mixtos del Estado, sino contando con la actividad y el poder creador de las propias masas trabajadoras:
“Los líderes de nuestro Partido han perdido de vista lo que es evidente para cualquier obrero, que es imposible decretar el Comunismo. El comunismo sólo puede crearse por un proceso de investigación práctica, con errores tal vez, pero sólo con la capacidad creadora de la clase obrera misma.” (Kolontai. Ibídem)
Estas observaciones generales de Oposición Obrera eran muy perspicaces en muchos aspectos, pero el grupo fue incapaz de contribuir con más y por mucho tiempo fuera de lo que eran estas generalidades. Las propuestas concretas que ellos adelantaron como solución a la crisis de la revolución se basaban en una serie de errores fundamentales, lo que expresa el enorme atolladero que tenía ante sí el proletariado ruso en aquella coyuntura.
Para Oposición Obrera, los órganos que expresaban los auténticos intereses de clase del proletariado no eran otros sino los sindicatos, o más bien los sindicatos industriales. La tarea de construir el comunismo debía, en consecuencia, ser confiada a los sindicatos:
“La Oposición Obrera reconoce en los sindicatos a los gestores y creadores de la economía comunista”. (Kolontai. Ibídem)
De tal manera que, mientras los comunistas de izquierda en Alemania, Holanda y otros países denunciaban a los sindicatos como uno de los principales obstáculos en el camino de la revolución proletaria, la Izquierda en Rusia los ensalzaba como los ¡órganos potenciales para la transformación comunista! Los revolucionarios en Rusia parecían tener grandes dificultades para comprender que los sindicatos ya no podían desempeñar ninguna tarea útil para el proletariado, en la época de la decadencia del capitalismo. Aunque la aparición de comités de fábrica y de consejos en 1917 significó la muerte de los sindicatos como órganos de lucha de la clase obrera, ninguno de los grupos de Izquierda en Rusia lo había comprendido verdaderamente, ni antes ni después de la aparición de Oposición Obrera. En 1921, cuando Oposición Obrera caracterizaba a los sindicatos como la columna vertebral de la revolución, los auténticos órganos de la lucha revolucionaria, los comités de fábrica y los consejos obreros (soviets) ya habían sido castrados. En el caso de los Comités de fábrica, fue su incorporación a los sindicatos después de 1918 lo que les eliminó definitivamente como órganos de clase. La capacidad de tomar decisiones pasó a manos de los sindicatos que, pese a las buenas intenciones de sus defensores, no podían devolver el poder al proletariado en Rusia. De haberse presentado un proyecto así, en realidad hubiera significado simplemente la transferencia del poder de una rama del Estado a otra.
El programa de Oposición Obrera para la regeneración del Partido nació viciado. Explicaba que el creciente oportunismo en el partido era debido pura y simplemente al influjo de elementos no proletarios. Para ellos, si se hacía una purga obrerista contra los miembros que no eran obreros, el Partido podría volver a su buen cauce proletario y si el Partido estuviese formado mayoritariamente de proletarios “puros” y de manos callosas, todo iría bien. Esta “solución” a la degeneración del Partido eludía totalmente la cuestión. El oportunismo del Partido no era debido al personal que lo formaba sino que era una reacción a las presiones y tensiones surgidas frente a él, al tener que mantenerse en el poder en circunstancias cada vez más desfavorables. Dado que estaba ya en marcha un período de reflujo de la revolución, cualquiera que hubiera tenido las riendas del poder se hubiera vuelto un “oportunista”, por muy puro que fuese su “pedigree” obrero. Bordiga señalaba en una ocasión que los obreros tendían a menudo a ser los peores burócratas. Pero la Oposición Obrera jamás se opuso a la concepción de que el Partido debía controlar el Estado para garantizar que éste continuara siendo un instrumento del proletariado:
“El Comité Central de nuestro Partido debe transformarse en el centro supremo de nuestra política de clase, en el órgano del pensamiento comunista y del control permanente de la política real de los soviets y en la encarnación moral de los principios de nuestro programa.” (Kolontai. Ibídem)
La incapacidad de la Oposición obrera para comprender la dictadura del proletariado como algo distinto de la dictadura del partido les llevó a hacer enardecidos votos de lealtad al Partido cuando, en pleno X Congreso, Kronstadt se sublevaba. Eminentes líderes de la Oposición Obrera llegarían incluso a demostrarlo en la práctica, poniéndose a la cabeza de las tropas de asalto que atacaron la guarnición de Kronstadt. Al igual que las otras fracciones de Izquierda en Rusia, no comprendieron en absoluto la importancia de la sublevación de Kronstadt, que fue la última lucha de masas de los obreros rusos para intentar restaurar el poder soviético. Haber ayudado a reprimir la revuelta no salvó a la Oposición Obrera de ser condenada como una “desviación anarquista, pequeño burguesa”, y sus miembros tachados de elementos “objetivamente” contrarrevolucionarios, al final del Congreso.
La prohibición de “fracciones” en el Partido, en el X Congreso, asestó un tremendo golpe a la Oposición Obrera
Confrontados a la perspectiva de un trabajo ilegal, clandestino, la Oposición mostró su incapacidad para mantener su resistencia al régimen. Unos pocos de sus miembros siguieron luchando durante los años 1920, unidos a otras fracciones ilegales; otros simplemente claudicaron. La misma Kolontai acabó como leal servidora del régimen estalinista. En 1922 el periódico comunista de izquierda inglés, The Workers Dreadnought se refería a los “líderes sin principios y faltos de espíritu de la tal “Oposición Obrera” (Workers Dreadnought. Julio 1920-22). Ciertamente, el programa del grupo carecía de firmeza. Pero esto no era debido a la falta de coraje de sus miembros; se debía a lo difícil que era para los revolucionarios rusos romper con el Partido que había sido el espíritu motor de la revolución. Para muchos comunistas sinceros desafiar las premisas del Partido significaba la nada, el vacío. Este apego al Partido -tan profundo que acabaría volviéndose una barrera contra la defensa de los principios revolucionarios- iba a ser aún más pronunciado en la Oposición de Izquierda que surgió después.
Otra razón que explica la debilidad de las críticas de Oposición Obrera al régimen era la casi total falta de perspectiva internacional. Si bien las más fogosas fracciones de Izquierda en Rusia sacaban su fuerza de una clara comprensión de que el único aliado del proletariado ruso y de su minoría revolucionaria era la clase obrera mundial, el programa de Oposición de Izquierda se basaba en la búsqueda de soluciones encuadradas totalmente dentro del Estado ruso.
La preocupación central de Oposición Obrera era: “¿Quién desarrollará los poderes creativos en el plano de la construcción económica?” (Kolontai). La tarea primordial que ellos adjudicaban a la clase obrera rusa era la construcción de una “economía comunista” en Rusia. Su preocupación respecto del problema de la gestión de la producción, la preocupación de crear unas llamadas “relaciones comunistas” de producción en Rusia demostraban la total falta de comprensión de un punto fundamental: El comunismo no puede ser creado en un bastión aislado. El mayor problema al que se enfrentaba la clase obrera rusa era el de la extensión mundial de la revolución y no la “reconstrucción económica” de Rusia.
Aunque el texto de Kolontai critica “que el comercio exterior con estados capitalistas se realice pasando por encima de los obreros rusos y extranjeros organizados”, la Oposición Obrera compartía la tendencia, que se iba reforzando en la dirección bolchevique, a situar los problemas domésticos de la economía rusa en primer plano, en detrimento de la extensión de la revolución a nivel mundial. El que las dos tendencias hayan defendido posiciones divergentes sobre la reconstrucción económica es lo menos importante cuando se ve que las dos tendían a coincidir en la concepción de que Rusia podía replegarse sobre sí misma por un período indeterminado sin traicionar los intereses de la revolución mundial.
La perspectiva, exclusivamente “rusa”, de la Oposición Obrera, se notaba en su fracaso para establecer lazos firmes con la Oposición Comunista fuera de Rusia. Pese a que el texto de Kolontai fue sacado clandestinamente de Rusia por un miembro del KAPD y publicado por estos y por el Workers Dreadnought, Kolontai se arrepintió pronto de haberlo permitido e ¡intentó que se le devolviera el documento! La Oposición de Izquierda no planteó verdaderas críticas a la política oportunista adoptada por la I.C. -aprobó las 21 condiciones de Admisión de la I.C.- ni tampoco intentó buscar aliados en la oposición a la I.C “en el extranjero”, pese a la obvia simpatía del KAPD y de otros por la Oposición Obrera En 1922, hicieron un último llamamiento al IV Congreso de la I.C., pero limitaron su protesta a cuestiones relativas a la burocracia del régimen y a la falta de libre expresión para los grupos comunistas disidentes, en Rusia. De cualquier modo, recibieron escasa atención por parte de una Internacional que ya había expulsado a muchos de sus mejores elementos y que se preparaba para aprobar la infame táctica del frente único. Al poco de ese llamamiento, los bolcheviques formaron una comisión especial para investigar las actividades de la Oposición Obrera
Esta comisión concluiría diciendo que el grupo constituía una “organización facciosa ilegal” y la represión que siguió puso rápidamente fin a casi todas las actividades del grupo[4]. Oposición Obrera tuvo la mala fortuna de haber sido lanzada al escenario político cuando el Partido, que atravesaba profundas convulsiones, pronto haría imposible toda actividad opositora legal en Rusia. Al tratar de balancearse en los dos columpios: el del trabajo fraccional legal en el Partido y el de la oposición clandestina al régimen, la Oposición Obrera cayó en el vacío; de entonces en adelante, la antorcha de la resistencia proletaria sería llevada por otros luchadores más resueltos e intransigentes.
C.D. Ward
1. Aunque Oposición Obrera dejó de existir a partir de 1922 su nombre, y el de Centralismo Democrático reaparecen continuamente, relacionados a la actividad clandestina, hasta finales de los años 30; lo que parece demostrar que, algunos de los elementos que formaron parte de ellos, combatieron hasta su último aliento
2.cf. “La degeneración de la revolución rusa” y “Lecciones de Kronstadt” en Revista Internacional, nº 3
3. Los mismos bolcheviques engendraron tendencias de extrema izquierda durante el período anterior a la Primera Guerra; en particular los maximalistas, que criticaban la táctica parlamentaria de la organización bolchevique tras la revolución de 1905. Pero, teniendo en cuenta que aquel debate tuvo lugar en la época en que terminaba la fase ascendente del capitalismo, no entraremos ahora a analizar aquellas posiciones. La Izquierda comunista, por el contrario, es un producto específico del movimiento obrero en la época de la decadencia; la Izquierda Comunista tiene su origen en la crítica de la estrategia comunista “oficial” de la Internacional Comunista en su origen, crítica que intentaba definir las tareas revolucionarias del proletariado en el nuevo período.
4. Vean: “Lecciones de la Revolución Alemana”, en Revista Internacional, n° 2
Queridos camaradas:
Hemos leído en el número de septiembre de vuestra publicación (se trata del mensual de la CCI en Francia), el pasaje siguiente:
“Ciertamente que los revolucionarios, alias los “metafísicos impotentes” no quedarán muy sorprendidos con la oferta de los bordiguistas de sus disciplinados servicios para el frente único. Pues el actual P.C.I. se ha formado con un previo y anterior bagaje antifascista. Los primeros en sus filas vienen de grupos de “partisanos” italianos, después los del “Comité antifascista de Bruselas”, y luego, elementos de la antigua minoría de la Izquierda, favorables a lo que ellos creían que era una “verdadera lucha de clases” contra Franco. Por el contrario, la Izquierda Comunista en Francia y en Bélgica se mantuvo de manera intransigente sobre las bases afirmadas por la Izquierda Comunista Internacional. Durante la Segunda Guerra, sus llamamientos no iban hacia los antifascistas “sinceros” u “obreros”, sino hacia el proletariado mundial, llamándolo a transformar la guerra imperialista en guerra civil, rechazando de antemano cualquier gesto que pudiera ser interpretado como un apoyo crítico a la democracia”.
Este pasaje es del artículo “Proposiciones honestas del P.C.I. para un himen frontista, polémica contra una de las típicas salidas frentistas de Programa Comunista (en Francia, Le Proletaire).
No queremos entrar ahora en una polémica que no nos concierne y sobre la cual ya hemos definido nuestras posiciones. Lo que sí queremos es que se rectifiquen las afirmaciones del trozo arriba citado que no dudamos en calificar de totalmente falsas, no sabemos si fueron escritas por falta de conocimiento o por falta de vigilancia política. Es verdad que Programa Comunista (los bordiguistas) se han salido del Partido Comunista Internacionalista, partido que en Torino “en 1943 tuvo su primera convención, reuniéndose entonces los mismos camaradas que hoy vuelven a rumiar el frontismo (antifascista y sindical) digerido desde hace tiempo por la Izquierda revolucionaria”. Pero también es verdad que el PC Internacionalista ha seguido siendo en Italia la única fuerza que defiende con seriedad y de manera consecuente todo lo mejor que la izquierda hizo en su tarea de sacar las lecciones y las conclusiones de la primera oleada revolucionaria que empezó con la revolución en Rusia y terminó en el seno de la Tercera Internacional. Si por otra, parte los “programistas” se reclaman por comodidad de este mismo patrimonio de elaboración y de lucha para renegarlo en la práctica política, eso es un asunto que no nos concierne sino a causa de la confusión que acarrea incluso en las vanguardias obreras.
Y este Partido Comunista internacionalista fundado en 1943 y conoció la convención de Torino, el congreso de Florencia de 1948 y el de Milán en 1952, no tiene únicamente un bagaje “antifascista”. Los camaradas que lo constituyeron venían de aquella Izquierda que antes que nadie había denunciado, tanto en Italia como fuera, la política contrarrevolucionaria del bloque democrático (incluidos los partidos estalinistas y trotskistas) y la primera y la única en actuar en las luchas obreras y en las filas mismas de los Partisanos llamando al proletariado contra el capitalismo fuera cual fuera el régimen con que se cubre.
Aquellos camaradas, que R.I pretende que presentarlos cómo “resistentes”, eran militantes revolucionarios que hacían un trabajo de penetración en las filas de “Partisanos” para, en ellas, propagar los principios y la táctica del movimiento revolucionario, compromiso por el que llegaron pagar con sus vidas. ¿Tenemos que recordar a los camaradas de Revolution Internationale las figuras de Acquaviva y de Atti? Pues bien, esos dos compañeros vilmente asesinados por orden de jefes estalinistas (los mismos demócratas de hoy) eran dirigentes del Partido Comunista internacionalista y que por su heroica conducta revolucionaria por lo que el Partido Comunista Internacionalista pudo y puede seguir presentándose con sus papeles en regla.
Por lo que se refiere a los camaradas que en el periodo de la guerra de España tomaron la decisión de abandonar la fracción de la Izquierda Italiana para lanzarse a una aventura fuera de toda posición de clase, recordemos que los acontecimientos de España, que vinieron a confirmar las posiciones de la Izquierda, les sirvieron de lección para que volvieran a entrar en el surco de la izquierda revolucionaria. El comité antifascista de Bruselas, en la persona de Vercesi opina que tiene que adherir al PC INT. cuando este se constituye y mantiene sus propias posiciones bastardas hasta el momento en que el partido, en aras de una necesaria clarificación se separa de las ramas secas del bordiguismo. Lo que afirmamos está en documentos que los camaradas de Revolution Internationale tienen a su disposición pero que parece no han leído. El primer cuaderno internacionalista con todos los documentos de entonces muestra cuál fue la política del PC INT y de qué “frontismo” se reclaman: el de la unidad de los trabajadores contra la guerra y sus agentes fascistas y demócratas, lo cual es totalmente diferente del frontismo de organizaciones que hoy defienden los programistas.
Pidiendo que se haga la necesaria rectificación, ahora que R.I. se pone en un terreno de discusión con las fuerzas revolucionarias y se declara estar disponible para la iniciativa internacional de nuestro partido, deseamos que todos los revolucionarios sepan llevar a cabo un serio y crítico examen de las posiciones sobre los principales problemas políticos de la clase obrera hoy en día, documentándose con la seriedad que precisamente les define, cuando se trata de analizar los errores del pasado, lo cual sería siempre es necesario.
Saludos comunistas. Por el Ejecutivo del P.C. Int. DAMEN
Nos quedamos bastante sorprendidos cuando leímos vuestra carta impregnada, por lo menos, de santa indignación. ¿De qué van las cosas, exactamente? Se trata de un artículo publicado en el número 29 de Revolution Internationale del mes de septiembre, artículo dirigido contra el PCI bordiguista en el que poníamos de relieve el profundo oportunismo que corroe esa organización sobre todo en lo que se refiere a la tendencia, que se acentúa más y más, hacia el “frentismo”. El bordiguismo reconstituido en Partido a finales de la Segunda Guerra Mundial, ofrece la edificante imagen de la degeneración de una corriente, antaño comunista de izquierda, sobre todos los problemas que se han planteado al movimiento obrero desde el descalabro y quiebra de la IIIª Internacional, o sea: función del Partido, momento histórico de su constitución; naturaleza y función de los sindicatos hoy en día, programa de reivindicaciones transitorias; electoralismo; problema de la liberación nacional; frentismo. Sobre todos esos problemas, el bordiguismo convertido en Partido, no ha ido haciendo otra cosa que seguir un camino que lo aleja cada vez más de las posturas comunistas y que gradualmente lo va acercando de las posiciones trotskistas. Esta regresión política parece ser la única “invariación” política en la evolución del bordiguismo, y cualquier grupo verdaderamente revolucionario acabará por enfrentarse a él y combatirlo implacablemente. Y eso es lo que hizo Revolution Internationale en el artículo incriminado.
¿Cómo puede ser que los ataques contra el bordiguismo hayan alcanzado a Battaglia Comunista; ya que se queja y protesta y nos manda la carta arriba publicada? Parece como si los tiros hubieran rebotado con mala suerte. Pero ¿sobre quién han rebotado?
Para empezar, el rebote viene de que en Italia hay por lo menos 4 grupos que se llaman PC Int, todos ellos con origen en el Partido inicial y que se reclaman de la misma continuidad, de la misma “invariación” de la misma tradición y de la misma plataforma inicial de la que cada uno se reivindica como el verdadero, legítimo y único heredero. Es desde luego lástima que, por exceso de amor propio y prurito de autenticidad, estos grupos, al guardar el mismo nombre, no hagan más que mantener una confusión. La culpa no es nuestra; lo único que podemos hacer es lamentarlo.
Pero, además, fuera de Italia y sobre todo en Francia, es el un grupo bordiguista (Programa Comunista) el que es conocido como PCI lo cual, piense lo que quiera Battaglia, no deja de ser bastante lógico. Si bien no nos incumbe otorgar certificados de legitimidad, nos parece, sin embargo, que es una conclusión demasiado rápida la de decir que el bordiguismo es una corriente que no hizo más que “atravesar” la Izquierda Italiana, como pretende hacer creer la carta recibida. Sea cual sea su actual regresión, nadie puede ignorar ni negar que, durante 25 años, el bordiguismo se confunde plenamente con lo que se conoce como Izquierda Italiana. Y esto no es solo verdad para la fracción abstencionista de Bordiga y su periódico Il Soviet en los años 20, sino que además está confirmado por el hecho de que la Plataforma presentada por la izquierda en el Congreso de Lyon de 1926 y que va a servir de base para que la expulsen del PC, lleva expresamente el título de “Plataforma de la Izquierda (Bordiguista)”.
De todas maneras, nadie podía llamarse a engaño sobre a quién iba dirigido el artículo mencionado. no puede haber equívoco alguno, pues tomamos la precaución de poner las cosas claras en el subtítulo: “Un PCI (Programa Comunista) “frentista”. En cuanto al pasaje que citáis y que por lo visto tantos os ha irritado, hay que hacer notar que es un elemental derecho y, además, políticamente hablando, algo muy lógico el preguntarse si la degeneración del bordiguismo es una casualidad simplemente o si no hay que ir a buscar sus orígenes en las condiciones políticas mismas en que se constituyó el Partido. Lo que en verdad os molesta es que la historia de la formación de ese Partido resulta que es también vuestra propia historia. Por eso pretendéis minimizar la unidad de responsabilidad, la unidad que había en el origen de ese Partido y os ponéis a hacer distinciones que desde el principio existirían entre unos y otros: “Es verdad que Programa Comunista (los bordiguistas) se puso fuera del Partito Comunista Internazionalista que en Turín tuvo su primera convención, a la cual habían asistido esos mismos camaradas (…)”.
“…hasta el momento en que el partido, en aras de una necesaria clarificación se separa de las ramas muertas del bordiguismo”.
Dicho de otra manera: cuando se forma el PCI, venís a decir: “estábamos nosotros y ellos. Nosotros éramos los buenos y ellos los malos”. Suponiendo que así fuera, ello no impide que “los malos” estaban y que eran un elemento fundamental y unitario cuando se formó el Partido y que nadie dijo nada ni criticó nada, pues lanzados como estaban todos juntos en la carrera precipitada de formar un partido, nadie se tomó el tiempo (eso sin hablar de la falta de un examen serio de la oportunidad del momento para la constitución del partido) de mirar de cerca con quién se emprendía esa formación y de qué posiciones y actividades se reclamaban.
El no haber visto ni comprendido en aquel momento mismo puede ser casi una explicación, pero nunca una justificación y menos aún a posteriori. Por eso no entendemos vuestras quejas cuando lo único que hacemos es recordar simplemente los hechos y que lo que significan a nuestro parecer.
Battaglia Comunista nos pide una “profunda rectificación de las graves afirmaciones contenidas en el trozo citado”, añadiendo que son afirmaciones que “no dudamos en calificar de totalmente falsas”. Rectificar no rectificamos; nos vemos más bien obligados a explicarnos y aportar precisiones que dan base a lo que afirmamos, que no es ni mucho menos como lo pretende Battaglia Comunista “totalmente falso”. Para empezar que quede claro que nunca hemos dicho que el PCI -fundado en 1943- “tenía únicamente un bagaje antifascista”. Sí pensáramos eso, hubiéramos actuado consecuentemente, es decir con la denuncia pura y simple como con los trotskistas y no con la confrontación que, aunque sea virulenta a veces, es cosa muy diferente. No decimos que las posiciones del PCI eran “únicamente” antifascistas, sino que en el Partido les habían dado todos los derechos -incluso a nivel de dirección- a elementos que se reclamaban abiertamente de experiencias frentistas y antifascistas. Lo que queremos evidenciar es que, al lado de las posturas de clase afirmadas, el PCI dejaba que se mantuvieran ambigüedades tanto desde el punto de vista del agrupamiento de elementos como de la expresión de esas posiciones. Ocurría algo así como si después de cerrar la puerta, dejarán la ventana abierta, por si acaso… No queremos que se nos haga decir lo que no decimos, pero defendemos lo que decimos. Por eso apoyamos completamente lo que escribía Internationalisme nº 36 en julio de 1948:
“Como después de la Conferencia de 1945, seguimos pensando que en su seno (el PCI) se han juntado numerosos militantes revolucionarios sanos, y por esto esa organización no puede ser considerada como perdida para el proletariado”.
Internationalisme no habría hablado así de un grupo únicamente antifascista, pero ello no cambia nada de las “graves afirmaciones” críticas que hacía contra las “ambigüedades” y los errores del PCI y que las posteriores vicisitudes, crisis y escisiones han venido a confirmar con creces.
Esas ambigüedades y errores ya las encontramos en el hecho mismo de la constitución del Partido. El Partido no se constituye en cualquier momento. La Izquierda Comunista de Francia tenía razón, apoyándose en las críticas pertinentes de “Bilán” contra la proclamación por Trotsky de la Cuarta Internacional, cuando criticó con energía la constitución del P.C. Int. Un Partido así, constituido en un período de reacción y de derrota de la clase, no solo lleva las marcas del voluntarismo y de lo artificial, sino que además estará lleno de vaguedades y ambigüedades políticas. Que nosotros sepamos, nunca el P.C. Int. (seáis o no vosotros los únicos en continuarlo contesto a esas críticas, prefiriendo, en el entusiasmo constitutivo., ignorarlas con silencio desdeñoso, a la vez que abría las puertas a elementos muy dudosos políticamente.
Encontramos esas ambigüedades en la Plataforma Política del PC Int. publicada en francés en 1946. ¿Hace falta insistir que durante la guerra y sobre todo al final los problemas sobre la actitud de los revolucionarios frente a la guerra, la Resistencia Partisana, la mentira antifascista y demás “liberaciones” tomaban una extrema importancia y que exigían la mayor claridad e intransigencia? Hablando de esas actividades y aún condenando la Resistencia en su conjunto, la Plataforma escribe: “Los elementos efectivos de la acción clandestina que se desarrolló contra el régimen fascista han sido y son reacciones espontáneas e informes de grupos proletarios y escasos intelectuales desinteresados, a la manera de la acción y organización que cualquier Estado o ejército crean y fomentan en la retaguardia del enemigo” (Plataforma, pág. 19, párrafo 7)
Todo el párrafo 7, en qué se trata la cuestión de los “Partisanos”, se esfuerza en habilitar la idea según la cual el movimiento partisano tendría una doble base: una de origen proletario y la otra de Estados y ejércitos adversarios. Para revalorizar más aún las “reacciones espontáneas e informes de agrupamientos de proletarios” irán hasta minimizar el peso de la otra base: “Esos jefezuelos políticos que han aparecido como moscardones sabiondos que no han tenido más que una mínima influencia en esa acción” (ídem). Véase la ambigüedad de este otro pasaje del mismo párrafo:
“En realidad la red que los partidos burgueses y seudo proletarios construyeron durante el período clandestino, no tenía como finalidad, ni mucho menos la insurrección “partisana” nacional y democrática, sino la creación de un aparato destinado a inmovilizar cualquier movimiento revolucionario que pudiera haber surgido cuando el hundimiento de las defensas fascistas y alemanas.” (Idem)
Esa insistencia en hacer distinciones y oposiciones entre “la insurrección partisana nacional y democrática” que busca “inmovilizar cualquier movimiento revolucionario” recoge claramente la primera distinción sobre el origen y el doble carácter del movimiento “Partisano” y lleva lógicamente al reconocimiento de un posible movimiento “antifascista proletario” democrático sincero y demás… opuesto a un falso antifascismo burgués.
Así ocultan con velo casi transparente el lazo “natural” que ponen entre el proletariado y los Partisanos, velo que caerá por completo cuando escriben:
“Esos movimientos (de los Partisanos), que no tienen una orientación política suficiente (sic) expresan, a lo más, la tendencia de grupos proletarios locales a organizarse y armarse para conquistar y conservar el control de las situaciones locales y, por tanto, del poder”.
El movimiento de Partisanos no queda denunciado como lo que es, es decir, la movilización para la guerra imperialista, sino que se presenta como una tendencia de grupos proletarios para conquistar el poder local, pero desgraciadamente... “con una orientación insuficiente” …
Cuando uno piensa que estos textos están sacados de la Plataforma, es decir, del documento de base fundacional, escrito con el mayor cuidado, por los miembros con mayor audiencia puede uno imaginarse fácilmente las diatribas antifascistas de la prensa local del P.C. Int. en el Sur de Italia, que se encontraba aislado y cortado del centro que estaba en el Norte.
Con tales definiciones no es de extrañar que acabarán por defender esas luchas:
“Por lo que se refiere a la lucha partisana y patriótica contra los alemanes y los fascistas, el Partido denuncia la maniobra de la burguesía internacional y nacional quien con su propaganda por el reconocimiento de un militarismo de Estado oficial (propaganda sin sentido) (sic) intenta disolver y liquidar las organizaciones voluntarias de esta lucha, que ya en muchos países han sido atacadas por la represión armada”.
Se nos pedía a la C.C.I. una” profunda rectificación de afirmaciones graves”. Estamos totalmente de acuerdo y convencidos de que son necesarias y de que se imponen. La cuestión es saber quién tiene que rectificar y qué. ¿Nos toca a nosotros rectificar acusaciones falsas de antifascismo? ¿o es más bien Battaglia quien tiene que rectificar postulados y fórmulas muy ambiguas de la Plataforma, base constitutiva del P.C. Int.?
¿Cómo podía el P.C. Int salir en defensa de la organización Partisana contra la amenaza de disolución por parte del Estado? Los Partisanos eran la organización armada en la que la burguesía movilizaba a los obreros de la retaguardia para la guerra imperialista en nombre del antifascismo y de la liberación nacional. Eso nos parece muy evidente para el P.C. Int. que ve en esta organización de Partisanos patriótica y antifascista algo diferente, “una reacción espontánea de grupos proletarios” de ahí su política llena de solicitud hacia ellos:
“Respecto a esas tendencias que representan un hecho histórico de primer orden… el Partido pone en evidencia que la táctica proletaria exige, en primer lugar, que los elementos más combativos y resueltos encuentren finalmente (!) la posición política y la organización que les permitirá -después de haber dado su sangre por la causa de otros- luchar por fin y únicamente por su causa propia” (Idem).
No nos engañemos. Para el P.C. Int. no se trata de elementos obreros despistados y arrastrados a una organización capitalista que el proletariado tiene que destruir en primera instancia, sino de una organización obrera, “un hecho histórico de primer orden”, con “una orientación política insuficiente” que hay que defender contra las maniobras de la burguesía que quiere disolverla con quién puede haber diálogo, un campo fértil para la revolución y en cuyas filas se puede entrar para sembrar las posiciones comunistas.
Creen que nos callaremos diciéndonos que los militantes del P.C. Int. en las filas partisanas no estaban para hacer un trabajo de “resistentes” sino para “difundir los principios y las tácticas del movimiento revolucionario”. Vale. Pero para hacer propaganda oral o escrita no se pide a los revolucionarios que adhieran a una organización contrarrevolucionaria. Ese tipo de penetración es la táctica de los que se dedican al “entrismo táctico” cosa que desde luego no apreciamos nada y qué mejor es dejar para los trotskistas. Pero eso no explica por qué, precisamente, en las filas partisanas y no en partidos como los P.S. o P.C. por ejemplo. Esa se parece más bien a la táctica “entrevista” de los trotskistas y no tiene nada que ver con las posiciones revolucionarias de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista. Ya fuera por decisión individual o del Partido, que el partido aceptara que algunos de sus “cuadros” entrarán en la organización de Partisanos, es esa una táctica bastante extraña que no puede calificarse sino de colaboración política. Los Partisanos, no lo olvidemos, fue una organización contrarrevolucionaria y de la peor calaña, creada durante la guerra para seguir perpetuando la matanza de obreros; es una organización militar basada en el “voluntariado” (igual que las S.S.) y por ello, no ofrece ningún terreno propicio para difundir principios y tácticas revolucionarias; eso la distingue del ejército en donde los obreros son movilizados por la fuerza (1 ). El hecho de que esta organización de guerra tuviera aires “populares” y al “antifascismo” por bandera, no justifica en absoluto la política de penetración y el envío de dirigentes por parte de un Partido revolucionario. Si así lo hizo el P.C. Int. es porque también él estaba en la confusión: además, preso de su “activismo”, cometió una imperdonable ligereza al dejar que fueran militantes o, lo que es peor, mandándolos a esa guarida contrarrevolucionaria militar en la que acabaron siendo asesinados. De error semejante mejor sería no jactarse (2).
No conocemos al detalle las circunstancias en que fueron asesinados, por orden de estalinistas los camaradas Acquaviva y Atti. Su trágico fin lejos de traer pruebas de la justeza de vuestra política de participación no hace sino reforzar nuestra convicción. Muchos trotskistas, en Francia y otros sitios perdieron la vida en circunstancias parecidas, eso no es en absoluto una prueba de que la política de participación que practicaban fuera revolucionaria.
En vista de todos los expuesto, no queda duda alguna en cuanto a la ambigüedad de la postura del P.C. Int. sobre la cuestión de la Resistencia antifascista y Partisana; esto acabará pesando en la posterior evolución de la organización. Para confirmar lo que decimos, basta citar la intervención de Danielis (3) en el Congreso del P.C. Int. (Florencia 6-9 mayo 1948):
“Hay algo que tiene que quedar claro para todos: el Partido ha sufrido una grave experiencia con un fácil aumento de su influencia política -debida a un no menos fácil activismo- no en profundidad, por las dificultades, sino superficial. Debo dar cuenta de una experiencia personal que servirá para ponerse en guardia ante el peligro de una fácil influencia del Partido entre ciertas capas, masas, consecuencia automática de una no menos fácil formación teórica de los dirigentes. Yo estaba de representante del Partido en Turín durante los últimos meses de la guerra. La Federación era numéricamente fuerte, con elementos muy activistas, con un montón de gente joven, teníamos muchas reuniones, tirábamos octavillas, el periódico, un Boletín, había contactos con las fábricas, discusiones internas que siempre tomaban un tono extremista en las divergencias sobre la guerra en general o la de los partisanos en particular, contactos con desertores. La posición frente a la guerra era clara: ninguna organización en la guerra, rechazo de la disciplina militar por parte de gentes que se proclamaban internacionalistas. Podría deducirse, entonces, que ningún inscrito en el Partido aceptaría las directivas del “Comité de Liberación Nacional”. Pues bien, el 25 de abril por la mañana (fecha de la “liberación” de Turín) toda la Federación de Turín estaba en armas para participar en el remate de 6 años de matanzas, y algunos compañeros de la provincia -militarmente encuadrados y disciplinarios- entraron en Turín para participar en la caza del hombre. Yo mismo, que hubiera debido declarar disuelta la organización, tuve que hacer un compromiso pidiendo que se votará una orden del día por la que los compañeros se comprometían a participar en el movimiento de manera individual. El partido no existía se había volatilizado”.
Este testimonio público de un viejo militante responsable, formado por larga experiencia de la Izquierda Italiana en el extranjero, es elocuente y dramático a la vez. No fue, pues el Partido quien entró en las filas de partisanos para difundir los principios y la táctica revolucionaria, sino que fue el espíritu partisano el que entró en el Partido gangrenando a sus militantes. El hecho de que el P.C. Int. no se haya entregado nunca a una discusión crítica profunda sobre el tema, el que por razones de prestigio el Partido haya preferido esconderse en un silencio que lo ha arrastrado, como hemos de ver, a otros “silencios”, explica muchos incidentes de su historia, la supervivencia de esas ambigüedades y su desarrollo mismo en el conjunto de grupos en que se ha dividido.
Esa ambigüedad respecto a la cuestión de Partisanos, la encontraremos cada vez en los grupos salidos del P.C. Int. Original, y no solo entre los bordiguistas (Programa) con su apoyo a los movimientos de liberación nacional en los países subdesarrollados. La encontramos también en el “Bulletin International” publicado en francés a principios de los años 60, hecho en común por News and Letters, Munis y Battaglia Comunista, en donde, en un artículo de un camarada italiano, intenta demostrar echando mano de la teoría del “caso particular”, que los Partisanos en Italia tenían algo de diferente de las demás resistencias en otros países, lo cual justificaba un tratamiento particular. Huellas de esa posición ambigua, las encontramos incluso en la carta que nos ha mandado Battaglia Comunista cuando dice “actuar en el seno de las luchas obreras y en las filas mismas de los Partisanos”.
Según la carta de Battaglia, los camaradas de la minoría de la fracción italiana fueron a España “fuera de toda posición de clase”, mientras que los militantes del P.C. Int. “hacían un trabajo de penetración en las filas de los Partisanos para difundir los principios y la táctica del movimiento del revolucionario”. Pero ¿es que los camaradas de Battaglia Comunista creen que los militantes de la minoría fueron a España con la idea de “defender la democracia republicana contra el fascismo”? También ellos creían, como los del P.C. Int. en las filas partisanas, que iban a España a difundir en las filas milicianas los “principios y la táctica del movimiento revolucionario”, que iban a luchar por la Dictadura del Proletariado, por el Comunismo. ¿Por qué la de la minoría fue una “aventura” y, en cambio, la del P.C. Int? fue un acto de heroísmo? Pregunta muy sencilla y a la que desde luego no contesta la afirmación perfectamente gratuita de que los sucesos de España “les sirvieron de lección (a la minoría) para que volvieran a los cauces de la izquierda revolucionaria”. Esta minoría excluida de la fracción va a reagruparse en 1936 en la Unión Comunista grupo que defendía las mismas posiciones, quedándose en ella hasta la dispersión de dicho grupo durante la guerra. No volvería a tratarse la cuestión de la reintegración de esos militantes a la Izquierda Comunista, hasta el momento de la disolución de la Fracción y la integración de sus militantes en el P.C. Int. (finales del 45). Ni tampoco hubo “lección” aprendida, ni rechazo de posiciones, ni condena de su participación en la guerra antifascista de España por parte de sus camaradas. Fue simplemente la euforia y la confusión de la constitución del partido “con Bordiga” lo que animó a esos camaradas, incluidos los pocos compañeros franceses que quedaban de la Unión Comunista, a entrar en él; todo ello bajo la instigación directa de Vercesi, que se había vuelto dirigente del partido y su representante fuera de Italia. El Partido en Italia no les pidió cuentas, y no por ignorancia (viejos camaradas de la fracción como Danielis, Lecce, Luciano, Butta, Vercesi y muchos más no podían ignorar a aquella minoría que nueve años antes ellos mismos habían excluido), sino porque las cosas no estaban para “viejas peleas”; la reconstitución del Partido lo borraba todo. Un Partido que no parecía preocuparse mucho de los actos de Partisanos, presentes entre sus propios militantes, no iba a mostrar rigor hacia aquella minoría por actividades de un pasado ya lejano, abriéndole las puertas “naturalmente”, y haciendo de ella los cimientos de la sección francesa del nuevo Partido.
Las explicaciones sobre el Comité Antifascista de Bruselas y su promotor Vercesi no son mejores que las anteriores. Sobre esto, la carta de Battaglia dice: “El Comité Antifascista de Bruselas en la persona de Vercesi, quien cuando se forma el P.C. Int. opina que hay que adherir, mantiene sus propias posiciones bastardas hasta que el Partido, en aras de la claridad, se separa de las ramas muertas del bordiguismo”. ¡Qué bien dicho! El, Vercesi opina que tiene que adherir… y el Partido, ¿qué opina? ¿o es que el Partido es un club de golf del que es socio quién le parece? Vercesi no era un recién llegado. Era un viejo militante de la Izquierda Italiana en los años 20, principal portavoz de está en la inmigración. Fue el alma de la Fracción y el principal redactor de Bilan. Su labor de militante y sus méritos revolucionarios son enormes, así como su influencia. Por eso, la lucha dentro de la Fracción contra las posiciones cada vez más aberrantes de Vercesi tenía una gran importancia.
El anuncio de la constitución de un Comité Antifascista italiano en Bruselas en los últimos meses de la guerra con Vercesi a su cabeza en nombre de la fracción, provocaría una violenta reprobación entre los elementos y grupos revolucionarios en Francia. La fracción agrupada en Francia, en acuerdo con el Grupo francés de la Izquierda Comunista, reaccionó excluyendo a Vercesi de la Fracción, algunos meses antes de que se conociera la constitución del Partido en Italia y que aquella proclamará su propia disolución. Lo que volvía más grave el comportamiento político de Vercesi era que arrastraba tras sí a los compañeros italianos de Bruselas y a la mayoría de la Fracción Belga. Fue en esta situación que Vercesi, meses después, iría a Italia en dónde obtienes las nuevas investiduras de dirigentes del nuevo Partido y su representación en el extranjero. El Partido no podía dejar de conocer aquellos sucesos porque no solo una gran parte de compañeros responsables de la Fracción disuelta acababan de volver a Italia, sino sobre todo porque el Grupo francés de la Izquierda Comunista planteaba las discusiones públicamente en su revista Internationalisme y multiplicaba cartas directas y cartas abiertas al P.C. Int. y a las demás fracciones de la Izquierda Comunista, en las que criticaba y condenaba todas estas acciones. Exceptuando la Fracción Belga, el P.C. Int. se encerraba en un tupido silencio y, por toda respuesta acabó reconociendo en Francia únicamente a la fracción recién constituida por el mismo Vercesi, con las bases y la ayuda de la antigua minoría, apartando sí al grupo Internationalisme y sus molestas preguntas. Habría que esperar hasta 1948, para que el Partido se decidiera a romper el silencio, pronunciándose en una breve y lacónica resolución contra el Comité Antifascista de Bruselas sin ni siquiera mencionar al que seguía siendo uno de sus dirigentes, Vercesi. La política de silencios es la política del mantenimiento de la ambigüedad. Y harían falta 5 años más para que, como nos dicen en la carta, “el Partido, en aras de una necesaria claridad, se separe de las ramas muertas del bordiguismo”.
No es nuestra intención escribir la historia del P.C. Int. Si hemos hablado largo y tendido sobre la Plataforma y el problema de los Partisanos es porque esa era, en aquel entonces, la cuestión capital. Hemos hablado poco, sin embargo, sobre la integración de la minoría de la Fracción que participó en la guerra de España o de la de los del Comité Antifascista de Bruselas, aunque es verdad que las implicaciones políticas de la de estos últimos sean de la mayor importancia; ya que lo que nosotros queríamos era simplemente justificar lo que afirmamos: que a la base de la formación del P.C. Int. hay graves ambigüedades que lo ponen en franca regresión política con respecto a las posiciones de la Fracción de la preguerra y de Bilán. Aun manteniéndose globalmente en un terreno de clase, el P.C. Int. no consiguió librarse de las viejas posiciones erróneas de la Internacional Comunista como la cuestión sindical o la participación en campañas electorales. La posterior evolución del P.C. Int. y su dislocación en varios grupos que se produjo dan prueba de su fracaso. Lo aportado por la Izquierda Italiana es considerable, y sus trabajos teóricos políticos pertenecen al patrimonio de la historia del movimiento revolucionario del proletariado. sin embargo, como pasó con la Izquierda Alemana o la holandesa, todo da cuenta del agotamiento, ya antiguo, de lo que fue la Izquierda Italiana tradicional. Esta es otra prueba más de la ruptura de la continuidad orgánica con el pasado. La terrible época de la contrarrevolución, su profundidad y larga duración destruyeron física y orgánicamente a la I.C. en quiebra. La Fracción quería ser un puente entre el partido de ayer y el del mañana. No pudo realizarse. Con su constitución, el P.C. Int. quería ser el polo del nuevo movimiento revolucionario. Ni el periodo ni sus propias insuficiencias y ambigüedades se lo permitieron. Fracasó, y hoy aparece más bien como una supervivencia del pasado que como un nuevo punto de partida (4).
Con la reaparición de la crisis histórica que sacude los cimientos del sistema capitalista, y la reanudación de las luchas obreras por todas partes, tenían que volver a aparecer sin falta nuevos grupos revolucionarios que expresan la necesidad y la posibilidad de un nuevo agrupamiento de revolucionarios. Hay que dejar de seguir reclamándose de una vaga y dudosa continuidad orgánica y de querer resucitarla artificialmente. Lo que importa ahora es de ponerse manos a la obra por el reagrupamiento, por crear un nuevo polo de revolucionarios. Pero para que el reagrupamiento cumpla de verdad con su función y sea capaz de asumirla plenamente solo podrá realizarse con base en criterios políticos precisos, con una coherencia y orientación políticas claras, fruto de las experiencias del movimiento obrero y de sus principios teóricos. Es ese un esfuerzo que hay que continuar metódicamente y con la mayor seriedad. Hay que evitar a toda costa lo fácil, como decía Danielis, como convocar conferencias sobre la base tan difusa de denunciar tal o cual cambio o vuelta de los Partidos “Comunistas” de Europa. Eso sería poner por delante la preocupación de la cantidad a expensas de criterios políticos, que son los únicos válidos para cimentar con solidez y dar una significación verdadera al reagrupamiento de revolucionarios. Y también sobre este punto, la experiencia de la fundación del P.C. Int. puede servirnos de lección edificante.
Apegados como estamos a la idea de la necesidad de contactos y de la reagrupación de los revolucionarios, la C.C.I. dará ánimos y participará activamente en cualquier intento que vaya en ese sentido. Por eso contestamos positivamente a la iniciativa de Battaglia para una Conferencia Internacional de grupos revolucionarios, poniendo en guardia, eso sí, contra la ausencia de criterios políticos, que han permitido que invitarán a grupos como los trotskistas- modernistas de la Union Ouvriere, o mao-trotskystas de Combat Comuniste, cuyo sitio no vemos nada claro en una conferencia de comunistas.
Nos pidieron una “rectificación”. Es lo que hemos hecho, un poco larga quizás, pero, esperemos, clara. Es precisamente porque estamos cada vez más convencidos de la necesidad de discutir entre grupos que se reclaman del comunismo, por lo que pensamos que las discusiones no serán en verdad fecundas más que con la mayor claridad en cuanto a posiciones políticas, del presente como del pasado.
Esperando vuestras noticias, saludos comunistas.
Corriente Comunista Internacional, 30/11/76
1 Los Partisanos se formaron bajo control directo de los Aliados y en el terreno, bajo el control del Partido Comunista y del Partido Socialista.
2 En general, no apreciamos mucho el tono fanfarrón refiriéndose a los camaradas que constituyeron el P.C. Int. que venían de aquella Izquierda que “había sido la primera y la única en actuar en el seno de las luchas obreras y en las filas mismas de los Partisanos, llamando al proletariado a luchar contra el capitalismo sea cual sea el régimen con que se cubre”. Primero, es difícil no ser la “primera” cuando se es la “única”. Segundo, esta Izquierda no era la “única”. Había otros grupos como los Consejistas holandeses y norteamericanos, el R.K.D., los C.R. etc. que defendían posturas de clase contra el capitalismo y contra la guerra. Tercero, si se quiere hablar de participación hasta en las filas partisanas, aquella parte de la Izquierda Italiana que se dejó arrastrar no habrá sufrido demasiado de aislamiento al estar bien acompañada por toda clase de grupos desde los trotskistas hasta los anarquistas.
3 Danielis era un militante activo de la Fracción Italiana en Francia; volvió a Italia en vísperas de la guerra.
4 Baste recordar, para convencerse, la ausencia total de grupos que se reclamaran del P.C. Int. durante las luchas de la Fiat y Pirelli en el otoño caliente de 1969 en Italia, que le sorprendió por completo. Para qué hablar de la ridiculez del llamamiento de los bordiguistas, por medio de una octavilla manuscrita que pegaron en las paredes de la universidad, para que los 12 millones de obreros en huelga se pusieran tras las banderas del Partido… en mayo de 1968 en Francia.
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Los textos sobre la “situación internacional” y sobre el periodo de transición que publicamos en este número de la Revista Internacional son informes del Segundo Congreso de R.I., sección de la C.C.I. en Francia. Ambos temas fueron como el telón de fondo en que se inscribieron los trabajos del Congreso, el eje de los debates. Sí estaba en el orden del día del Congreso, no fue por razones teóricas generales sino como respuesta al desarrollo de la situación general. Porque la actual evolución de la crisis del sistema (que no es sino la continuación de su decadencia) plantea, por su agudización, cada vez más abiertamente la perspectiva revolucionaria como única salida posible. Hoy el ahondamiento inevitable de la crisis, de la que ya nadie pretende sacarnos un día, va a obligar al proletariado a recuperar las armas de su lucha histórica. Y ahora que el capital ya no intenta atraer con espejismos de “años mejores” sino que ya solo puede pedir a los proletarios del mundo entero que “se aprieten el cinto”, la revolución aparece no ya como una posibilidad lejana sino como una necesidad vital. El contenido del socialismo, los primeros problemas que planteará la victoria se vuelven una preocupación cada vez mayor para los revolucionarios. A esos problemas quiso responder el Congreso: el análisis de la situación que lleva a la revolución y los primeros problemas que su victoria planteará al proletariado. Ambos aspectos del porvenir, la situación antes y después de la revolución, estarán cada vez más ligados. La actual crisis hace de la revolución una perspectiva cada vez más concreta, lo cual lleva a plantearse el problema del contenido de esta.
Por eso, hoy, algunos grupos se ven llevados a preocuparse por los problemas del periodo de transición y apreciar su importancia. Grupos como el PIC, CWO, la revista Spartacus han consagrado artículos en sus publicaciones sobre ese tema que hace algunos años se desconocía prácticamente en el movimiento obrero que renacía. Es esencialmente la evolución de la realidad misma lo que ha originado esa preocupación. Hizo falta que la crisis apareciera con toda su crudeza para que, elementos de la clase, como ICO, el GLAT, Alarma o los situacionista en 1968-69, hacían bromas sobre las “profecías” de R.I. se vieran obligados a reconocerla y hablar de ella. Pues de la misma manera, también ha sido la evolución actual de la situación lo que lleva a diferentes grupos a preocuparse por los problemas de la revolución y a reconocerlos como problemas. “La humanidad no se plantea problemas que no puede resolver”. La realidad es quien provoca el desarrollo de la conciencia del proletariado de sus intereses y de tareas; es la que pone a los revolucionarios frente a sus responsabilidades en el desarrollo de esa conciencia.
Así pues, cada vez más, la evolución de la situación va a hacer que se plantee el problema del contenido de la revolución, problema que se hará preocupación creciente en el movimiento obrero. ¿Quién toma el poder?, ¿cómo es ese poder?, ¿cómo se organiza?, ¿cuáles son las primeras medidas que toman?, todo se va a plantear y a discutir ampliamente. Es únicamente en base a las experiencias del pasado de la clase como los primeros elementos de una respuesta podrán aportarse. Para ello se necesita una profunda reflexión; la responsabilidad de los revolucionarios a este respecto es tanto más grande porque se rompió la continuidad orgánica con el movimiento obrero del pasado; y el desconocimiento por parte del movimiento obrero actual de lo adquirido en su propio pasado aumenta las dificultades. Ya desde hace varios años, R.I. ha iniciado y desarrollado discusiones sobre el periodo de transición; ahora, de momento, se han concretado en la resolución publicada en esta revista, la cual sirve como contribución en la discusión dentro de la CCI y para la clase obrera en su conjunto.
El texto sobre la “Situación Internacional” que va primero, aparte de ser un cuadro general de la situación política mundial, procura hacer la síntesis de las discusiones sobre la actualidad que hubo durante el pasado año en la CCI, y poner de relieve los diferentes factores que intervienen en cualquier situación; en este sentido, es también un texto de método que intenta afinar las armas para entender cualquier situación política.
El segundo Congreso de Revolution Internationale no solo se preocupó de problemas “específicos” de la sección en Francia; hizo y concibió su trabajo como parte integrante de la CCI. Ya hemos publicado los textos que incumben más directamente a la sección de Francia en R.I. nº32, pero en los textos que aquí siguen son de interés general e internacional y como tales los ponemos en nuestra prensa internacional para todo el movimiento obrero.
- I -
Durante años, los portavoces de la burguesía han tratado de exorcizar con pretensiones científicas a los demonios de la crisis. Cubriendo con Premios Nobel y honores a sus economistas más más estúpidamente beatos, la clase burguesa esperaba que los hechos se plegarán a sus aspiraciones. Hoy la crisis del capitalismo aparece con tal evidencia que hasta los sectores más “confiados” y “optimistas” de la clase dominante han admitido no solamente su existencia sino también su gravedad. Por eso, la tarea de los revolucionarios ya no es la de anunciar la inevitabilidad de la crisis, sino subrayar el fallo de las teorías que crecieron como hongos tras las lluvias en la época de la falaz “prosperidad” que acompañó a la reconstrucción de las ruinas de la segunda guerra mundial.
- II-
Entre las teorías más en boga en el mundo burgués, la de la Escuela Neo-Keynesiana era la favorita. ¿No había acaso anunciado una era de prosperidad ilimitada gracias a una intervención atinada del Estado en la economía, gracias a la herramienta del presupuesto? Desde 1945 esta intervención ha sido regla general en todos los países: la catástrofe económica presente viene a anunciar la muerte de las ilusiones de los discípulos de aquel que la burguesía considera como “el mayor economista del siglo XX”.
De manera general, la situación actual ilustra la derrota de todas las teorías que han hecho del Estado un posible Salvador del sistema capitalista contra la amenaza de sus propias contradicciones internas. El capitalismo de Estado, que ha sido presentado como la simple prolongación del proceso de concentración comenzado en el periodo ascendente del capitalismo o como “superación de la ley del valor”, se revela cada vez más como lo que siempre ha sido desde su aparición durante la Primera Guerra Mundial: la manifestación, esencialmente a nivel político, de los esfuerzos desesperados de un sistema económico acechado para preservar un mínimo de cohesión y para asegurar, no ya su expansión, sino la supervivencia. La violencia con la cual la crisis mundial golpea hoy los países en donde el capitalismo de Estado se ha desarrollado más, va echando por los suelos las ilusiones sobre su naturaleza “socialista” y sobre la pretendida capacidad de “planificación” o del “monopolio del comercio exterior” para acabar con la anarquía capitalista. En esos países se vuelve cada vez más difícil ocultar el desempleo tras una infrautilización de la mano de obra. Ahora, las autoridades reconocen abierta y oficialmente la existencia de esa plaga típicamente capitalista. Igualmente, la subida de los precios, que hasta estos últimos tiempos no tocaba sino el mercado paralelo, se extiende de manera espectacular al mercado oficial. La economía de esos países, que tiene la pretensión de aguantar bien las convulsiones del capitalismo mundial, se revela frágil y mal armada para enfrentar la exacerbación actual de la competencia comercial. Lejos de ser capaz como lo anunciaban ciertos de sus dirigentes de superar el capitalismo occidental, esas economías durante estos últimos años han contraído enormes deudas hacia él, lo cual la sitúa hoy prácticamente en una situación de bancarrota. Esta deuda considerable desmiente de una manera mordaz todas las teorías que, olvidando -a veces en nombre del “marxismo”- que la saturación general de los mercados no es un fenómeno específico de tal o cual región del mundo, sino que toca al conjunto del capitalismo, creyeron encontrar en los países llamados socialistas mercados milagrosos que iban a resolver los problemas que asaltan al capital.
Desde finales de los años 60, cuando la burguesía empezó a tomar conciencia de las dificultades de su economía, no han dejado de repetir que la situación actual es fundamentalmente diferente de la de 1929. Aterrada ante la idea de que pudiera conocer otra “depresión” de ese tipo, la burguesía ha tratado consolarse poniendo de relieve todas las diferencias que distinguen la crisis actual de la de entre las dos guerras. Y ha ido destacando, separados del conjunto, los diferentes aspectos y las diferentes etapas de la crisis para no hablar más que de “crisis del sistema monetario” seguida por la “crisis del petróleo”, que sería responsable tanto de la inflación galopante como de la recesión.
Al contrario de lo que piensa la mayoría de los “especialistas” de la clase dominante, la crisis de 1929 y la crisis actual tienen la misma naturaleza fundamental; las dos se inscriben en el ciclo infernal de la decadencia del modo de producción capitalista: crisis-guerra-reconstrucción- nueva crisis, etc. Ambas son la expresión del hecho de que, después de un período de reconstitución del aparato productivo destruido por la guerra imperialista, el capitalismo se encuentra de nuevo incapaz de vender su producción en un mercado mundial saturado. Lo que distingue a las dos crisis son aspectos circunstanciales. En 1929, la saturación del mercado se traduce por una caída brutal del crédito privado que se expresa en la caída brutal de la Bolsa. Después de un primer período de desbandada, tuvo lugar, por medio de políticas de armamento y de grandes obras como en la Alemania de Hitler y el “New Deal” americano, una intervención masiva del Estado en los mecanismos económicos que le dio un nuevo impulso a la economía, de manera momentánea. Pero esta política encuentra sus propios límites por el hecho de que las reservas financieras del Estado no son inagotables: en 1938, las cajas están vacías y la economía mundial se hunde en otra depresión de la cual no sale sino con … la guerra.
En el período que sigue a la Segunda Guerra, la intervención estatal no se reduce como después de la Primera Guerra. En particular el presupuesto del armamento conserva un lugar fundamental en la economía. Esto explica el mantenimiento desde 1945 de una inflación estructural. Esta expresa la presión creciente de los gastos improductivos necesarios para la supervivencia del sistema y que conduce a un endeudamiento cada vez más generalizado, en especial por parte de los diferentes Estados. Con el final de la reconstrucción y la saturación de los mercados, el sistema no tiene otra escapatoria que la de continuar con la misma política de endeudamiento que transforma la inflación estructural en inflación galopante. Desde entonces, no le queda al capitalismo otra salida que oscilar entre esa inflación y la recesión que vuelve a aparecer apenas los gobiernos tratan de combatir la inflación: por ello los planes de reactivación y los planes de austeridad se suceden a un ritmo cuya aceleración traduce en realidad la agravación catastrófica de las convulsiones del sistema. En la fase actual de la crisis, es de manera cada vez más simultánea y no alterna como la inflación y la recesión se abaten sobre las economías mundiales.
La intervención sistemática del Estado le ha evitado al sistema una caída brutal del crédito privado como la de 1929. Obnubilada por epifenómenos e incapaz de comprender las leyes fundamentales de su propia economía, la burguesía no ve todavía llegar su nuevo 29... por la sencilla razón que se encuentra ya en la situación de 1938.
-IV-
La situación presente de la economía mundial también desmiente la idea, defendida hasta en las filas de los revolucionarios, de que la crisis actual es una “crisis de reestructuración”, entendida no en el sentido de que su única salida es la transformación de la estructura de la sociedad, sino como resultado de un nuevo arreglo de las estructuras económicas existentes. En particular, con tal concepción, las medidas de capitalismo de Estado son presentadas a menudo como un medio para el sistema de superar sus contradicciones.
Sí hacia finales de los años 60 ese tipo de teoría podía tener algo de credibilidad, hoy aparece como elucubraciones de intelectuales más o menos originales. Los dirigentes de la economía burguesa serían unos pésimos aprendices de brujos si hubieran hundido la economía en semejante caos únicamente para “reestructurarla”. En realidad, en todos los terrenos, la situación está hoy mucho peor que hace 5 años, aunque hace cinco años ya se había deteriorado notablemente con respecto a la de hace diez años, Si las condiciones de hace diez años condujeron a las de hace cinco años y la de esta época al resultado actual, es imposible imaginarse cómo las condiciones presentes, (la recesión, el endeudamiento y la inflación nunca habían sido tan alarmantes) podrían desembocar en una mejora cualquiera de la situación de la economía capitalista.
Los Premios Nobel de Economía, al igual que los “revolucionarios” que echaron por el suelo al marxismo según ellos “superado”, tendrán que resignarse: la crisis actual es una crisis sin salida y que no para de agravarse.
Aunque la crisis actual no pueda sino ir dándose de manera ineluctable, aunque ninguna medida que tome la clase dominante sea capaz de detener su curso, la burguesía se ve, sin embargo, obligada a tomar toda una serie de disposiciones con el fin de tratar, en la desbandada general, de asegurar un mínimo de defensa de su capital nacional y de frenar su degradación.
Por el hecho de que la crisis es el resultado del carácter limitado del mercado mundial que impide la expansión de la producción capitalista, cualquier defensa de los intereses de un capital nacional pasa necesariamente por reforzar sus capacidades competitivas con respecto a los demás capitales nacionales y en definitiva por echar sobre los otros, parte de sus propias dificultades. Además de las medidas de carácter exterior capaces de mejorar sus posiciones en el escenario internacional, cada capital nacional debe, a nivel interno, adoptar una política que tienda a disminuir el precio de coste de sus mercancías con respecto al de otros países, lo cual supone una reducción de los gastos que entran en la fabricación de cada producto. Esta disminución exige una rentabilización máxima del capital y una disminución del consumo global del país, lo cual implica un ataque, por una parte, contra los sectores más atrasados de la producción y contra el conjunto de las clases medias, y por otra, contra el nivel de vida de la clase obrera.
Es, pues, una política que contiene tres partes, -desplazamiento de las dificultades hacia los demás países, hacia las capas intermedias y hacia los trabajadores- que tienen como denominador común el refuerzo de la tendencia hacia el capitalismo de Estado, que la burguesía intenta implantar en todos los países. Este desarrollo del capitalismo de Estado encuentra resistencias, originando contradicciones cuyos mecanismos dan lugar a que la crisis económica desemboque en crisis política, que tiende hoy a generalizarse a su vez.
-VI-
La primera parte de la política de la burguesía de cada país, frente a la crisis el intento de desplazar las dificultades hacia los otros países tropieza con el límite inmediato y evidente de entrar en contradicción con el mismo intento por parte de las demás burguesías nacionales. No puede conducir más que una agravación de las rivalidades económicas entre países que necesariamente acaba teniendo repercusiones a nivel militar. Pero tanto a nivel económico como con mayor razón a nivel militar, ninguna nación puede oponerse sola a todas las otras naciones del mundo. Es lo que explica la existencia de bloques imperialistas que tienden necesariamente a reforzarse a medida que la crisis se profundiza.
La división en bloques no está determinada necesariamente por las rivalidades comerciales mayores (así, por ejemplo, Europa Occidental, Estados Unidos, Japón, principales competidores a nivel económico se encuentran en el mismo bloque imperialista) que no cesan de agravarse. Pero, si enfrentamientos militares entre países de un mismo bloque siempre pueden suceder (por ejemplo, Israel y Jordania en 67, Grecia y Turquía en 74), esas tensiones económicas no pueden impedir la “solidaridad” militar de los principales países que lo constituyen frente al otro bloque. Al no poder expresarse a nivel militar dentro de un mismo bloque, so pena de favorecer al otro, la intensificación de las rivalidades económicas entre países desemboca en la intensificación de las rivalidades militares entre bloques. En tal situación, la defensa del capital nacional de cada país tiende a entrar cada vez más en conflicto con la defensa de los intereses del bloque de tutela, por la cual tiene que pasar inevitablemente. Además de la primera contradicción ya revelada, es pues esta una dificultad suplementaria con la cual tropieza la burguesía de cada país al iniciar la primera parte de su política contra la crisis y que no puede desembocar más que en la sumisión de los intereses nacionales a los del bloque de tutela.
-VII-
La capacidad de cada burguesía para realizar esa parte de su política está condicionada esencialmente por la potencia de su economía. Este hecho se traduce en primer lugar en un desplazamiento de los primeros ataques de la crisis hacia los países de la periferia del sistema: los del tercer mundo. Pero a medida que la crisis se agrava, sus efectos vienen a golpear cada vez más brutalmente en las metrópolis industriales, entre las cuales son también, las que poseen el potencial económico más sólido, las que resisten mejor. Así pues, la “reactivación” de 1975-76 de la cual se beneficiaron sobre todo los Estados Unidos y Alemania, se pagó con una deterioración catastrófica de las economías europeas más débiles, como las de Portugal, de España y de Italia, lo cual aumentó en igual medida su dependencia con respecto a los países más poderosos, sobre todo los EEUU. Esta supremacía económica repercute en el nivel militar, en el cual no solamente los países más débiles tienen que someterse de manera creciente al más poderoso, sino que además el bloque que tiene el poder económico más sólido (el dirigido por los EEUU) progresa y se refuerza en detrimento del otro. Hoy está claro, por ejemplo, que la famosa “derrota” americana en Vietnam fue en realidad un repliegue táctico de una zona sin gran interés militar o económico para ir a reforzar la potencia americana en las zonas mucho más importantes de África Austral y, sobre todo, del Oriente Medio. La agravación de la crisis anula pues las veleidades de “independencia nacional” que se habían desarrollado, favorecidas por la reconstrucción de ciertos países como Francia, al igual que desmiente brutalmente todas las mistificaciones entretenidas por la extrema izquierda del capital sobre la “liberación nacional” y la “victoria sobre el imperialismo americano”.
-VIII-
La segunda parte de la política burguesa frente a la crisis consiste en una mejor rentabilización del aparato productivo que se ejerce en contra de las capas sociales no proletarias. Consiste, por una parte, en un ataque contra el nivel de vida del conjunto de las clases medias ligadas a los sectores no productivos o a la pequeña producción, por otra parte, en una eliminación de los sectores económicos más anacrónicos, menos concentrados o que trabajan según técnicas arcaicas. Las capas sociales, generalmente bastante heteróclitas, afectadas por esas medidas, que están compuestas especialmente por el pequeño campesinado, los artesanos, la pequeña industria y el pequeño comercio, cuyos ingresos se ven a menudo reducidos de manera drástica con una agravación de la presión fiscal y de la competencia por parte de unidades productivas o de distribución más concentradas; lo más corriente es que se arruinen o se vean obligadas a abandonar su actividad. Esta política puede afectar también, con medidas de capitalismo de Estado, a las profesiones liberales, a los empleados superiores, ciertos sectores de la administración o del sector terciario, particularmente parasitarios, al igual que a fracciones de la clase dominante misma, bajo su forma más clásica, ligada a la propiedad individual.
Esta política del capital nacional tropieza necesariamente con la resistencia, a veces muy fuerte, del conjunto de esas capas que, aunque sean incapaces de unificarse y están históricamente condenadas, pueden pesar de manera notable sobre la vida política. Particularmente, esas capas pueden tener un peso electoral importante y a veces decisivo en ciertos países, en la medida en que constituyen el apoyo esencial de los gobiernos de derecha ligados al capitalismo clásico -que dominaron muchos países durante el período de reconstrucción- o bien una fuerza complementaria para gobiernos de izquierda, particularmente en Europa del norte. Por eso, la resistencia de esas capas sociales puede constituir un freno muy potente en contra de las medidas de capitalismo de Estado que esos Gobiernos se ven obligados a tomar de manera imperativa. Este freno puede, en ciertos casos, desembocar en una parálisis verdadera de las capacidades de esos gobiernos para tomar ese tipo de medidas, lo que viene a ser un factor agravante de la crisis política de la clase dominante.
-IX-
La tercera parte de la política capitalista frente a la crisis, la agresión al nivel de vida de la clase obrera es la que está destinada a convertirse en la más importante para el capital, en la medida en que esta clase es la principal productora de la riqueza social. Esta política, que tiene como fin esencial la reducción de los salarios reales y el aumento de la explotación se manifiesta principalmente a través de la inflación, que afecta más particularmente a los precios de bienes de consumo importantes en los medios obreros como la alimentación, el aumento masivo del desempleo, la supresión de ciertas “ventajas sociales”, que de hecho, forman parte de los medios de reproducción de la fuerza de trabajo y por lo tanto del salario y, finalmente, una intensificación, a veces violenta, de las cadencias de trabajo.
Esta agresión contra el nivel de vida de la clase obrera se ha vuelto una realidad evidente, reconocida por la clase capitalista misma que hace de ella la pieza angular de sus “planes de austeridad”. Esta agresión es, de hecho, mucho más violenta de lo que se atreven a afirmar las cifras oficiales, en la medida en que éstas no toman en cuenta el ataque contra las “ventajas sociales”, (medicina, seguro social y demás) ni el desempleo que no solo afecta a los trabajadores en paro, sino que pesa sobre el conjunto de la clase obrera al representar también una baja global del capital variable, destinado a mantener la fuerza de trabajo.
Esta situación destruye otra teoría que tuvo su momento de gloria durante el período de reconstrucción: la que proclamaba la falsedad de las previsiones marxistas sobre la pauperización absoluta del proletariado. Hoy ya no es de manera relativa, sino de manera absoluta cómo disminuye el consumo de los trabajadores y aumenta la explotación.
-X-
La agresión capitalista contra la clase obrera tropezó, desde su principio en 1968-69, con una respuesta muy viva por parte de esta. Este enfrentamiento entre burguesía y proletariado es el que hoy determina el curso general de la evolución histórica con respecto a la crisis: no una guerra imperialista como después de la crisis de 1929, sino guerra de clase. En este sentido, de las tres partes de la política burguesa, es la que se dirige directamente a la clase obrera a la que tiende a convertirse en primordial en la evolución política general. En particular en las zonas en donde el proletariado es más importante, el capital va a ir poniendo por delante sus fracciones políticas “de izquierda”, que son las más capaces para mistificar y encuadrar a la clase obrera para que acepte los “sacrificios” exigidos por la situación económica. En países industrializados, esta necesidad de llamar a la izquierda se hace sentir tanto más por cuanto la situación de la economía misma es incapaz de ser un factor de “consenso social” y de confianza en la capacidad del capitalismo para superar la crisis. Contrariamente a los países más prósperos y que resisten mejor ante la crisis, en los cuales no se necesita propaganda “anticapitalista” para amarrar a los trabajadores a su capital nacional, estos países están, pues, en vísperas de cambios importantes en su aparato político. Sin embargo, y es esta una contradicción suplementaria que asalta a la clase dominante, esos cambios tropiezan con una resistencia a menudo muy decidida por parte de los equipos que están todavía en el poder y que, aún en detrimento de los intereses globales del capital nacional, hacen todo lo posible para quedarse en el poder o conservar un lugar importante.
-XI-
En la aplicación de cada uno de esos tres ejes de su política, la burguesía se tropieza pues con toda una serie de resistencias y de contradicciones, pero cada vez más, esos ejes de la política capitalista llegan a entrar en contradicción entre sí mismos.
En ciertos casos hay convergencia entre algunos de esos ejes: por ejemplo, las medidas necesarias de capitalismo de Estado que tienen que caer sobre los sectores más anacrónicos del capitalismo constituyen, al mismo tiempo, un buen medio para que las fracciones de izquierda del capital mistifiquen a los trabajadores, haciéndolas pasar como medidas “anticapitalistas” o “socialistas”. De igual modo, es posible que la lucha contra los sectores más anacrónicos de la sociedad sea llevada por fuerzas políticas que tienen la confianza y el apoyo del bloque de tutela, como es el caso hoy en España, en donde el proceso de “democratización” se hace en relación y con el acuerdo directo de la burguesía europea y americana. Sin embargo, se asiste a menudo a un conflicto entre las medidas de capitalismo de Estado, que la agravación de la crisis hace indispensables y el estrechamiento de las relaciones de sumisión del capital nacional con respecto a su bloque de tutela; ese conflicto puede ocurrir por un ataque a los intereses económicos de la potencia dominante o también por que las fuerzas políticas más apropiadas para tomar aquellas medidas, tienen, en política internacional, opciones que no están conformes con las del bloque. Puede surgir, en el mismo sentido, un conflicto entre las necesidades del capital nacional en política internacional y las mistificaciones nacionalistas que pondrá en práctica para encuadrar al proletariado.
A medida que la crisis se ahonda, esas diferentes contradicciones tienden a agudizarse y a volver aún más inextricables los problemas que se le plantean a la burguesía, la cual se ve cada vez más llevada a enfrentar esos problemas, no con un plan a largo plazo ni a término medio, sino uno por uno según van surgiendo, día a día, en función de las urgencias del momento. Este aspecto empírico de la política de la burguesía se ve acentuado aún más por el hecho que es una clase incapaz de tener una visión a largo plazo de sus propias perspectivas históricas. Verdad es que la burguesía puede aprovechar las experiencias pasadas que sus hombres, políticos y universitarios, economistas o historiadores le recuerdan cuando es necesario para evitar que cometa los mismos errores: por ejemplo, a nivel económico, supo evitar el pánico de 1929, al igual que, a nivel político, supo tomar, en 1945, disposiciones para evitar una oleada revolucionaria de postguerra como la de 1917-23. Sin embargo, esta utilización de sus propias experiencias no va nunca mucho más lejos que el aprendizaje de cierto número de respuestas precisas frente a situaciones de un repertorio ya conocido. Sus propios prejuicios de clase impiden a la burguesía tener una comprensión correcta de las leyes históricas, incapacidad agravada por el hecho de que es hoy una clase reaccionaria que domina una sociedad que está en plena descomposición y decadencia. Esta incapacidad se manifiesta con mayor amplitud, por cuanto la situación económica se le va de las manos y, con ella, la comprensión de los mecanismos cada vez más complejos y contradictorios de tal situación.
La comprensión de las diferentes políticas que la burguesía de tal o cual país adopta en tal o cual momento, así como la evolución de las relaciones de fuerza y de los enfrentamientos entre las diferentes fracciones de esa clase, tienen pues que tomar en cuenta el conjunto de los datos contradictorios de los diferentes problemas que tiene que resolver y la importancia relativa que estos datos adquieren en los diferentes países, según su respectiva situación geográfica, histórica, económica y social. Tiene que tomar en cuenta, en particular, el hecho de que la burguesía no actúa necesariamente en cada momento de la manera más apropiada para la defensa de sus intereses inmediatos o históricos y que es a menudo a largo plazo y en conflictos a veces violentos que sus fracciones más capaces para encarar la situación se imponen a los que lo son menos.
-XIII-
Es en los países subdesarrollados en donde las contradicciones que encuentra la burguesía en sus intentos políticos son más violentas. La imposibilidad de desarrollo económico condena de antemano cualquier medida que tome la clase dominante: lejos de poder desplazar hacia otros países sus dificultades, sufre, al contrario, el peso de ese mismo tipo de política por parte de la burguesía de los países más desarrollados. Esta impotencia a nivel económico tiene como resultado a nivel político una inestabilidad crónica y convulsiones brutales. El enfrentamiento de las diferentes fracciones del capital nacional no puede solventarse en un terreno institucional con mecanismos “democráticos”; al contrario, las más de las veces desemboca en conflictos armados. Estos conflictos son particularmente violentos entre, por una parte, las fracciones más ligadas al capitalismo de Estado, cuya necesidad se hace sentir con mayor fuerza por la pobreza de la economía y, por otra parte, los sectores más anacrónicos de la producción, particularmente importantes debido al débil nivel de industrialización. Estos enfrentamientos entre diferentes sectores del capital nacional los amplifica generalmente el peso de las rivalidades Inter imperialistas, cuando no son éstas quienes pura y simplemente las crean, como es el caso hoy en el Líbano y en África Austral.
Por todas estas razones, los países subdesarrollados constituyen el terreno de predilección de las luchas de “liberación nacional”, sobre todo cuando se encuentran en zonas acechadas por las grandes potencias imperialistas, así como de los golpes de Estado militares, en la medida en que el Ejército es, en general, la única fuerza de la sociedad que tiene un mínimo de cohesión y que dispone de ese elemento esencial en los conflictos entre sectores de la clase dominante de esos países: la fuerza física. Es esa fuerza la que, en estos países en particular, se hacen a menudo el agente más decisivo del capitalismo de Estado en contra de los sectores “democráticos” ligados a intereses privados. En esos países, los enfrentamientos entre fracciones de la clase dominante son tanto más sistemáticos y duros por el hecho de que la clase obrera, a pesar de las reacciones a veces violentas que opone a una explotación feroz, es relativamente débil, a causa del bajo nivel de industrialización.
-XIV-
Es en los países económicamente más poderosos, en donde la clase dominante controla mejor el conjunto de problemas que hace resaltar la agravación de la crisis, en donde logra mantener mejor cierta estabilidad y dominio del juego político. Al tener una implantación más profunda, la economía de estos países aguanta mejor que aquellos. Lo cual suaviza las contradicciones internas, disponiendo así, por ahora, de medios políticos.
Concretamente, esto se manifiesta por el hecho que el capital nacional dispone de una gran capacidad para hacer la competencia a sus adversarios a nivel económico y militar, lo que los hace menos dependientes con respecto a los bloques imperialistas. Esta capacidad la deben al peso muy débil de los sectores anacrónicos de la producción, tanto desde el punto de vista numérico, como económico y, por lo tanto, político, por la gran capacidad para mistificar a la clase obrera manejando el “argumento” de la “prosperidad” económica.
Este último aspecto de la potencia de la burguesía es particularmente evidente en países como EEUU y Alemania occidental en donde la burguesía pudo darse el lujo de agredir oficialmente el nivel de vida del proletariado (baja notable del salario real y aumento masivo del desempleo) sin que éste, que es sin embargo el más poderoso del mundo, haya reaccionado de manera significativa. Por otra parte, en estos países, la tendencia general hacia el capitalismo de Estado que la crisis viene a acentuar de manera muy fuerte, no se traduce, como en los países atrasados, por un choque violento entre el sector estatal y el sector privado de la economía, sino en una fusión progresiva de ambos.
En estas condiciones, la burguesía dispone de un margen de maniobra relativamente grande que limita los enfrentamientos entre sus diferentes sectores (ver, por ejemplo, la similitud de los programas de los candidatos Ford y Carter en los EEUU) o las repercusiones de esos enfrentamientos (ver la facilidad con que la burguesía americana superó y explotó el asunto de “Watergate”). El bajo nivel de contradicciones que en los países ha producido, por ahora, la política capitalista de cada estado y bloque en dos de sus aspectos (1º y 3º que son históricamente los más importantes, es decir, 1º echar la crisis hacia los demás y 3º minar el nivel de vida de cada clase obrera) ha dado lugar, en estos países, a un protagonismo circunstancial de las contradicciones que produce la lucha intestina contra los sectores más anacrónicos de la burguesía (2º aspecto). Es así cómo se puede explicar la derrota de la socialdemocracia en Suecia y el retroceso del SPD en Alemania cuyo mantenimiento en el poder -gracias a la ayuda de los liberales- traduce las necesidades apremiantes de la burguesía alemana de medios que le permitan tomar medidas de capitalismo de Estado y embaucar a la clase obrera.
-XV-
En el caso de los países desarrollados, pero con un capitalismo más débil que los anteriores, en particular los países de Europa Occidental, las diferentes contradicciones a las que se enfrentan los distintos ejes de la política burguesa tienden en la actualidad a equilibrar sus respectivos pesos y a interactuar hasta conducir a situaciones que a primera vista parecen paradójicas y precarias. Este fenómeno es particularmente claro en la determinación del lugar de los P.C. en la vida política de varios países europeos. Estos partidos constituyen, en estos países, las fracciones del aparato político burgués más capacitadas tanto para tomar las medidas decisivas en la dirección del capitalismo de Estado que la situación requiere como para hacer que la clase obrera acepte los máximos sacrificios. En este sentido, su participación en el poder es cada vez más necesaria. Sin embargo, debido a sus opciones en política internacional y por el temor que inspiran en importantes sectores de las clases poseedoras, su acceso a las responsabilidades gubernamentales tropieza con una decidida resistencia por parte del bloque americano, que encuentra un importante apoyo entre los sectores más anacrónicos de la sociedad. En los últimos años, los PC han tratado de dar al resto de la burguesía el mayor número posible de pruebas de su compromiso con el capital nacional, de su independencia con respecto a la URSS y su voluntad de respetar las reglas democráticas vigentes en sus países; voluntad expresada en particular con el rechazo de la noción de "dictadura del proletariado". Sin embargo, todas estas concesiones no han sido suficientes, por el momento, para vencer esta resistencia, aun cuando la entrada de los PC en el gobierno se ha hecho muy urgente en algunos de estos países. Esto ilustra el hecho, ya señalado, de que la burguesía, sacudida por sus contradicciones a escala nacional e internacional, no se dota necesariamente de los instrumentos más apropiados en los momentos más oportunos. En este sentido es significativo que las situaciones y el equilibrio de poder que prevalece en este momento en un gran número de países europeos, especialmente en Portugal, España, Italia y Francia, es temporal e inestable.
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Portugal es el país europeo que, en los últimos años, ha ilustrado más claramente la crisis política de la burguesía. Sus características de país subdesarrollado, que explican el papel fundamental que juega el ejército, junto con sus características de país desarrollado, en particular una fuerte concentración proletaria con una fuerte combatividad desde finales de 1973, están en el origen de las revueltas en este país en los años 1974 y 1975. El empuje inicial de las fuerzas de izquierda, - izquierda militar, izquierda e izquierdistas- que se explicaba tanto por la urgencia de las medidas del capitalismo de Estado en una economía particularmente decadente como por la necesidad de embaucar y desviar a la clase obrera, dio paso a un retorno del péndulo a la derecha gracias a la conjunción de un retroceso de la lucha de clases, una resistencia muy fuerte de los sectores vinculados a la pequeña propiedad contra el capitalismo de Estado y una enorme presión política y económica por parte del bloque americano. La actual orientación de la política portuguesa hacia la derecha (cuestionamiento de aspectos de la reforma agraria, regreso de Spínola, liberación de los agentes de la PIDE), si bien expresa el reflujo de la clase obrera y refuerza su desmoralización, es sin embargo insuficiente para enfrentar el próximo auge de luchas y, por tanto, está cargada de inestabilidad para el futuro
-XVII-
España es uno de los países europeos destinado a sufrir mayores convulsiones en los próximos años. Los rigores de la crisis al mismo tiempo que la senilidad y la impopularidad del viejo régimen franquista han puesto en la agenda importantes transformaciones políticas en dirección a la "democracia", facilitadas por la muerte de Franco. Estas transformaciones son tanto más urgentes para la burguesía en España en tanto que se enfrenta a uno de los proletariados más combativos del mundo y que la simple represión es cada vez menos capaz de contener. Estas transformaciones constituyen el "objetivo" fundamental en cuya dirección el capitalismo puede hoy, en España, desviar la combatividad obrera. Sin embargo, a pesar de la urgencia de la ruptura o de la “transición” democrática, este proceso se enfrenta a una resistencia muy fuerte por parte de los sectores más retrógrados de la clase dominante, cuyos apoyos esenciales son la burocracia estatal, el ejército y especialmente la policía. Además, la burguesía española, al igual que el conjunto de la burguesía occidental, sigue desconfiando enormemente de un PCE que, sin embargo, es de los más "eurocomunistas". Alarmada por la experiencia portuguesa, está especialmente preocupada por evitar que una transición demasiado rápida del poder a la oposición favorezca al PCE, que es la mayor fuerza. En este sentido, la burguesía hace todo lo posible para que, antes de esta transferencia de responsabilidades, se constituya un gran partido de centro, defensor de la burguesía clásica y capaz de hacerle contrapeso.
Es, pues, a través de la extrema fragilidad del equilibrio -traducción de las debilidades del capital nacional- entre el empuje de la lucha de clases, la resistencia de los vestigios del franquismo y los imperativos de la política del bloque occidental como se refleja hoy en España la crisis política de la burguesía.
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La situación del capital italiano se caracteriza también por la extrema precariedad de las soluciones políticas que ha podido encontrar hasta ahora. Ante una de las situaciones económicas más caóticas de Europa, su facción política dominante, la Democracia Cristiana, se ve incapaz de tomar las medidas de "reestructuración económica" y de fortalecimiento efectivo del Estado que son cada vez más urgentes. Aunque, en opinión de una parte creciente de la burguesía, la llegada al poder del PCI es indispensable, esta solución encuentra actualmente resistencias decisivas. Es la misma alianza entre los intereses de la burguesía norteamericana y de los sectores atrasados de la economía nacional (particularmente amenazados por el capitalismo de Estado) que había excluido al PC del poder en Portugal, la que hoy impide su acceso directo al poder en Italia. Ante las urgencias del momento, el PCI asume sus responsabilidades al frente del capital italiano de forma indirecta. Sin embargo, su "apoyo crítico" a la acción del gobierno en minoría de Andreotti sólo puede constituir un parche para salir del paso y que no puede prolongarse mucho tiempo sin graves peligros para ese capital.
En efecto, esta solución bastarda tiene la doble desventaja de no permitir la adopción de medidas enérgicas del capitalismo de Estado y de no poder ser presentada como una "victoria" de los trabajadores -como podría hacerlo una participación directa del PCI en el poder- mientras al mismo tiempo que hace soportar parte de la impopularidad de las medidas de "austeridad". Como en España, el capital en Italia está en la cuerda floja.
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En Francia, un largo periodo de estabilidad política está llegando a su fin. Golpeado, como otros países latinos, por la crisis, el país está a punto de sufrir una gran agitación política. Las fuerzas políticas que llevan casi veinte años en el poder están cada vez más desgastadas y son impotentes para tomar medidas enérgicas para "sanear" la economía. Altamente dependientes de los sectores más atrasados de la sociedad, -como han demostrado los enfrentamientos parlamentarios por la "plusvalía"-, estas fuerzas sólo son capaces de realizar ataques relativamente tímidos contra el nivel de vida de la clase trabajadora, como demuestra la moderación del “plan Barre”. En estas circunstancias, "la izquierda unida” segura de sí presentó su candidatura para la sucesión de la derecha, que probablemente tendrá lugar tras las elecciones legislativas de 1978. Por eso, estas elecciones fueron cada vez más el centro de la polarización de la vida política en Francia, sobre todo porque deben permitir, con el oportuno relevo de las elecciones municipales de 1977, que la clase obrera, cuyo descontento e inquietud iban en aumento, por lo que esperara hasta esta "gran victoria".
A la espera de este resultado, la derecha se contentó con "seguir como siempre". Sin embargo, si la situación de Francia se asemeja a las de Portugal, España e Italia por su carácter transitorio, el capital de este país tiene, como traducción de una mayor fortaleza estructural, un mayor margen de maniobra y medios más importantes para hacer frente a sus dificultades políticas en el futuro inmediato.
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En muchos aspectos, la situación de Gran Bretaña no es fundamentalmente diferente de la de los demás países europeos que hemos considerado. Sin embargo, lo que hay que destacar, acerca de este país, es la paradoja entre la profundidad de la que la crisis y la capacidad de la burguesía para seguir controlando la situación políticamente. De hecho, si tenemos en cuenta los diferentes ejes de la política burguesa, la clase dominante no encuentra grandes problemas con las capas medias y, en particular con el campesinado, que es en proporción el más débil del mundo. Asimismo, su fracción de izquierda dominante, el Partido Laborista, goza de la plena confianza del bloque americano; por último, el capital ha demostrado una gran capacidad política al lograr dominar a uno de los proletariados más combativos del mundo, a través de un aparato sindical experimentado en el que el TUC y los “shop-stewards” se reparten eficazmente el trabajo.
Sin embargo, si la burguesía más antigua del mundo ha sorprendido momentáneamente por la amplitud de sus recursos, todo su "saber hacer" será finalmente impotente ante la gravedad de la situación de una economía que, desde 1967, ha sido una de las afectadas por la crisis mundial.
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En los países llamados "socialistas", la situación no es fundamentalmente diferente de la de los países del bloque occidental. Es a través de las contradicciones planteadas por la divergencia entre los intereses de los bloques de tutela y el interés nacional, con la necesidad de reforzar la cohesión de un aparato productivo poco eficaz, con resistencias sordas, pero a veces decisivas, de sectores como el campesinado, con reacciones limitadas en cantidad, pero violentas de la clase obrera, es por lo que la crisis se transmite de la esfera económica a la política. Sin embargo, la gran fragilidad de estos regímenes, ligada a su debilidad económica y a su gran impopularidad, les deja muy poco margen de maniobra, a diferencia de los países "democráticos". En particular, la ausencia de fuerzas políticas de recambio del capital, ligada a su control estatal casi total, impide un "relevo democrático", al estilo español, capaz de canalizar el descontento de los trabajadores. Los únicos cambios que el aparato político de estos países es capaz de hacer es la modificación de las camarillas dirigentes en el seno del partido único, lo que limita significativamente su capacidad de mistificación. Por eso, aparte de la recuperación y de la institucionalización de los órganos que la clase puede darse en el curso de sus luchas y de poner en primer plano los temas "democráticos" agitados por fuerzas limitadas destinadas a permanecer en la oposición, el capital en estos países tiene pocos medios para encuadrar a la clase obrera que no sean la represión sistemática y feroz. En cada uno de estos puntos, la situación en Polonia es particularmente significativa: pone de manifiesto la gran debilidad del capital en estos países, la gran rigidez y las convulsiones de su aparato político que están ligadas a esta debilidad, así como su impotencia para llevar a cabo un ataque en toda regla contra el nivel de vida del campesinado y de una clase obrera particularmente combativa.
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Entre los países "socialistas", China es un caso significativo. Su evolución – que la agravación de la crisis ha puesto de relieve - tanto en la política interior como en política internacional, confirma una serie de análisis ya expuestos para otros países.
En primer lugar, su acercamiento a EE.UU. a finales de los años 60, desmiente la tesis de que existe un "bloque del capitalismo de Estado" con intereses fundamentalmente "unidos" frente al "bloque del capitalismo privado". Este acercamiento ilustra también la imposibilidad de que una verdadera independencia de un país, por poderoso que sea, sea una alternativa a los dos grandes bloques imperialistas que se reparten el planeta, ya que la única "independencia nacional" consiste, en última instancia, en la posibilidad de pasar de la órbita de uno al otro bloque imperialista.
En segundo lugar, las convulsiones que siguieron a la muerte de Mao ponen de manifiesto la gran inestabilidad de este tipo de régimen: el enfrentamiento entre fuerzas políticas más o menos favorables al bloque ruso o estadounidense se combina, como en otras partes, con las oposiciones entre diferentes orientaciones económicas y políticas y entre diferentes sectores de la burocracia estatal, para desembocar en violentos e incluso sangrientos ajustes de cuentas entre las diferentes camarillas que forman el Estado y el Partido.
En tercer lugar, la aparición a la cabeza del Estado del antiguo jefe de policía Hua Kuo-Feng, que se apoya en gran medida en el ejército, ilustra a la vez que la represión más sistemática y abierta constituye el medio privilegiado para contener la lucha de clases y que, a pesar de sus características particulares, China no escapa a la regla que asigna al ejército un lugar decisivo en la política interior de los países subdesarrollados.
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Si bien hemos tenido en cuenta no sólo uno, sino los tres ejes de la política burguesa frente a la crisis y el conjunto de contradicciones que provocan en diferentes niveles, para comprender las condiciones de la actual crisis política de la clase dominante, esto no significa que cada uno de estos tres ejes tenga un impacto igual en la evolución de la crisis. Ya hemos puesto de relieve el hecho de que algunos de ellos pueden, en ciertos momentos y de manera circunstancial, ser el elemento determinante de una situación, pero también es cierto que, históricamente hablando, algunos de esos ejes tenderán a tomar más importancia que los demás, de manera definitiva. Se puede establecer así que la importancia de los problemas ligados al ataque capitalista contra las capas medias va a disminuir en favor de los problemas ligados con los intereses fundamentales del capital y que están en la base de la alternativa abierta por la crisis: la guerra de clases generalizada o la guerra imperialista. Por lo tanto, en el período que se avecina asistiremos a un aumento del peso de las cuestiones vinculadas a la competencia entre capitales nacionales, lo que se traducirá por una agravación de las tensiones Inter imperialistas y en un refuerzo de la cohesión en el seno de los bloques, y, por otra parte, a la importancia del factor de la lucha de clases. En la medida en que esta última es la que determina la supervivencia del sistema, acabará `por ponerse progresivamente en el primer plano relegando a la que le precede, según vaya aumentando el cuestionamiento de la supervivencia del sistema. La historia nos ha demostrado, particularmente en 1918, que el único momento en que la burguesía puede olvidarse de sus divisiones entre naciones, es cuando está en juego su propia vida, pero entonces es perfectamente capaz de hacerlo.
Una vez planteadas esas perspectivas globales, el examen de la situación política en la mayoría de los países (con la posible excepción de España y Polonia) lleva a la conclusión de que, en el último año, el factor de la lucha de clases fue relativamente poco importante en comparación con los demás factores, en la determinación de la manera de dirigir sus asuntos por parte de la burguesía. Y, de hecho, si a diferencia de los años 30, la perspectiva general no es la guerra imperialista sino la guerra de clases, hay que señalar que la situación actual se distingue por la existencia de un gran desfase entre el nivel de la crisis económica y política y el nivel de la lucha de clases. Este desfase es especialmente llamativo si nos fijamos en el país que, desde 1969, ha visto el mayor número de movimientos sociales: Italia. Si, en este país, los primeros ataques de la crisis habían provocado reacciones obreras tan potentes como la del "mayo rampante" de 1969, la verdadera agresión real contra la clase obrera, producto de la degradación de la situación económica, así como el caos político también resultante de esta situación, sólo encuentran frente a ellos una respuesta proletaria muy limitada, sin punto de comparación con la del pasado. No sólo hay que hablar del estancamiento de la lucha de clases, sino también de su retroceso, que afecta tanto a la combatividad del proletariado como a su nivel de conciencia, ya que hoy, y particularmente en Italia, el aparato sindical -que ha sido zarandeado y denunciado por un gran número de trabajadores en el pasado- ha restablecido un control bastante eficaz sobre ellos.
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Independientemente de las explicaciones que puedan darse para la actual disminución de la lucha de clases, este fenómeno ha dado un golpe de gracia a todas las teorías que veían en la lucha de clases la causa del desarrollo de la crisis. Tanto si son obra de los economistas burgueses, generalmente los más estúpidos y reaccionarios, como si intentan esconderse detrás del "marxismo", estas concepciones son hoy bastante incapaces de explicar cuál es el mecanismo que hace que un repliegue de la lucha de clases pueda provocar tal agravamiento de la crisis económica. El "marxismo" de los situacionistas, que vieron en mayo de 1968 la causa de las dificultades económicas que sólo descubrieron con varios años de retraso, al igual que el de la GLAT, que se pasa el tiempo haciendo juegos malabares con montones de cifras, no les vendría mal una cura de salud.
Por otra parte, la situación actual parece llevar agua al molino de las teorías que consideran que la crisis es el enemigo de las luchas obreras y que el proletariado sólo puede hacer su revolución contra un sistema que funciona "normalmente". Esta concepción, que encuentra argumentos históricos en el periodo que siguió a la lucha de clases después de 1929, es una de las expresiones, cuando la desarrollan los revolucionarios, de la desmoralización engendrada por la terrible contrarrevolución que ha marcado la mitad del siglo XX. No toma en cuenta el conjunto de la experiencia histórica y siempre ha sido combatida por el marxismo. Del mismo modo, hoy en día, tampoco hay que examinar la situación de manera estática e inmediata (lo cual puede llevar efectivamente a la conclusión de que el retroceso de las luchas es consecuencia de la agravación de la crisis) sino tomar en cuenta el conjunto de las condiciones y características del desarrollo del movimiento proletario. Solo así se puede comprender las causas de ese repliegue y, de este modo, sacar a la luz las perspectivas a las que conduce esta situación. De todos los factores que determinan la situación actual, hay que tener en cuenta, particularmente, tres:
- las características del desarrollo histórico de los movimientos revolucionarios de la clase;
- la naturaleza y el ritmo de la crisis actual;
- la situación creada por medio siglo de contrarrevolución.
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Desde hace más de un siglo, los revolucionarios han demostrado que, a diferencia de las revoluciones burguesas que "iban de éxito en éxito", las revoluciones proletarias "interrumpen a cada instante su propio curso, (...) parecen vencer a su adversario sólo para permitirle sacar nuevas fuerzas de la tierra y volver a levantarse con más fuerza frente a ellas" (K. Marx, El 18 Brumario). Este curso, lleno de altibajos, de la lucha de clases, que se manifiesta tanto en grandes ciclos históricos de flujo y de reflujo, como fluctuaciones dentro de estos grandes ciclos, está vinculado al hecho de que, a diferencia de las clases revolucionarias del pasado, la clase obrera no tiene ninguna base económica en esta sociedad. Sus únicas fuerzas son su conciencia y su organización, constantemente amenazados por la presión de la sociedad burguesa; cada uno de sus tropiezos no se traduce en una simple interrupción momentánea de su movimiento, sino en un reflujo que tira por los suelos tanto a la una como a la otra y sume, a la clase, en la desmoralización y la atomización.
Este fenómeno se acentúa aún más con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia, en la cual la clase obrera ya no puede tener organizaciones permanentes basadas en la defensa de sus intereses como clase explotada, como pudieron hacerlo los sindicatos en el siglo pasado. Hoy, tras la contrarrevolución más terrible de su historia, esos altibajos del desarrollo de las luchas de clase se refuerzan aún más debido a la profunda ruptura entre las nuevas generaciones obreras y las experiencias pasadas del proletariado. El proletariado debe, por tanto, repetir toda una serie de experiencias antes de poder sacar lecciones válidas de ellas, para volver a conectar con su pasado y de extraer de sus experiencias las lecciones que deberá integrar en sus luchas futuras.
Este largo camino de la lucha de clases se alarga aún más hoy, por las condiciones en que tiene lugar la recuperación de esas luchas: el lento desarrollo de la crisis económica del sistema. Los anteriores movimientos revolucionarios del proletariado se han desarrollado todos tras las guerras, lo que los situaba de manera inmediata frente a las convulsiones más violentas que puede experimentar la sociedad capitalista y los ponía rápidamente frente a problemas políticos, y en particular, frente al problema de la toma del poder. En las condiciones actuales, la toma de conciencia de la bancarrota total del sistema, sobre todo allí donde el proletariado está más concentrado, es decir, en los países más desarrollados, es necesariamente un proceso lento que sigue el ritmo de la propia crisis. Esto permite el mantenimiento, durante un largo período, de toda una serie de ilusiones sobre la capacidad del sistema para superar la crisis, gracias a diferentes fórmulas que los equipos de recambio de la burguesía ponen en primer plano.
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Es el conjunto de esta situación lo que permitió al capital recuperar parte del terreno perdido al principio de la crisis, frente a las súbitas reacciones de clase que había provocado, y que, al principio, habían sorprendido a la clase dominante. En particular, las fracciones izquierdistas del capital y sus aparatos sindicales sabotearon sistemáticamente las luchas, ya sea cuando estaban en el poder, agitando la amenaza de un "retorno de la derecha o de la reacción", o, aún más a menudo, presentando la llegada de la izquierda -que en todo caso se hacía cada vez más necesaria para imponer medidas de capitalismo de Estado a los sectores vinculados a la propiedad individual- como una forma de superar la crisis y proteger los intereses proletarios. En esta tarea, los izquierdistas jugaron un papel muy importante a través de sus políticas de "apoyo crítico", arrastrando hacia el terreno electoral y sindical a los elementos de la clase que empezaban a desencantarse de la izquierda clásica.
Esta perspectiva de victoria de la izquierda se vio facilitada por la decepción que una serie de derrotas en sus luchas económicas podía suponer para la clase: sintiendo la necesidad de una "politización" de su acción, pero sin tener aún suficiente experiencia, se vio conducida al terreno de una "politización" burguesa. Esta decepción también tuvo como consecuencia el desarrollo de cierto fatalismo entre los trabajadores que los incita a no reaccionar de nuevo ante un agravamiento mucho más violento de la crisis.
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Todas estas condiciones permiten explicar las causas del actual desconcierto del proletariado y de la relativa debilidad de sus luchas. Pero con el irremediable agravamiento de la crisis económica y el hecho de que, a diferencia de 1929, la clase de hoy no ha sido vencida, estas condiciones que permitieron momentáneamente a la clase dominante restablecer su dominio sobre la clase obrera van a ir agotándose.
En efecto, con la profundización de la crisis y el violento agravamiento que implica contra las condiciones de vida del proletariado, éste se verá obligado una vez más a reaccionar, cualesquiera que sean las mistificaciones que tiendan a impedir su toma de conciencia. Esta reacción obligará a la izquierda y a sus acólitos izquierdistas a desenmascararse un poco más en donde todavía no lo ha hecho.
Su acceso a la cabeza del Estado, cada vez más indispensable, constituirá probablemente, en un primer momento, un factor adicional de contemporización. Pero, al mismo tiempo, van a aparecer las condiciones que permitirán al proletariado comprender la única salida a su lucha: el enfrentamiento directo con el Estado capitalista. Finalmente, la acumulación de experiencias de clase le permitirá adquirir los medios para sacar las lecciones de ellas, transformándose a partir de entonces la desmoralización y las mistificaciones sufridas anteriormente en elementos adicionales de combatividad y de toma de conciencia.
Por el momento, las maniobras mistificadoras desplegadas por la burguesía siguen dando sus frutos y el papel de los revolucionarios es continuar denunciándolas con la máxima energía, y especialmente las promovidas por las corrientes de "izquierdistas". Pero la propia existencia de la actual brecha entre el nivel de la crisis y el de la clase pone al orden del día importantes resurgimientos de esta última que tenderán a borrar ese desfase. La relativa calma de la clase mientras la crisis asestaba golpes cada vez más violentos, sobre todo en 1974-75, y que en un principio la dejó aturdida, no puede interpretarse como una inversión de la tendencia general a la reanudación de las luchas que apareció a finales de los años 60. La calma actual es como la que precede a las tempestades. Tras un primer asalto a finales de los años 60 y principios de los años 70, la clase obrera se prepara y concentra sus fuerzas para un segundo asalto, a menudo de manera todavía inconsciente. Los revolucionarios deben anticiparse a este próximo asalto para no dejarse sorprender por él y poder asumir plenamente su función en la lucha que se avecina.
31/10/76
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/files/es/combate_rint8.pdf
[2] https://es.internationalism.org/content/4687/acerca-de-combate
[3] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/correspondencia-con-otros-grupos
[4] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/pantano
[5] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierda-comunista
[6] https://es.internationalism.org/files/es/las_ambiguedades_sobre_los_partisanos_en_la_formacion_del_partido_comunista_internacionalista_en_italia.pdf
[7] https://es.internationalism.org/tag/series/lucha-contra-el-oportunismo
[8] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/battaglia-comunista
[9] https://es.internationalism.org/files/es/1976_congreso_ri.pdf
[10] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/congresos-de-la-cci
[11] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/corriente-comunista-internacional