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En opinión de la CCI, la contribución de los camaradas del IOD (Instituto Onorato Damen) tiene dos méritos importantes:
- ofrece una visión condensada del marco analítico que el IOD utiliza para explicar las causas de la actual guerra en Ucrania;
- afirma claramente la posición internacionalista contra esta guerra y denuncia enérgicamente todas las mentiras que buscan enlistar a la clase obrera en uno de los bandos contendientes.
En cuanto al segundo punto, queremos manifestar nuestro total acuerdo con el siguiente pasaje de la contribución del IOD: “En nuestra época, toda guerra, incluso si es disfrazada de guerra religiosa o de liberación nacional, como una guerra "humanitaria" por la defensa de los derechos humanos y el respeto del derecho internacional, etc., es siempre un momento de la guerra imperialista permanente que se ha estado librando desde hace décadas en todo el mundo, sembrando muerte, hambre y destrucción.
La narrativa que distingue entre "atacado" y "agresor" es una estratagema miserable para ocultar la verdadera naturaleza de la guerra imperialista, y para enlistar en el esfuerzo bélico a quienes son sus verdaderas víctimas, es decir, los millones de proletarios obligados a luchar, morir bajo las bombas o huir de sus hogares para no acabar bajo un montón de escombros”.
“El conflicto en Ucrania demuestra una vez más cómo la guerra se genera por los mecanismos contradictorios del sistema capitalista y que las verdaderas víctimas de los desastres bélicos son principalmente los trabajadores: todo el proletariado, tanto el ucraniano como el europeo, tanto el ruso como el estadounidense, el chino; el proletariado de todo el mundo”.
Dicho esto, consideramos que el texto contiene no solo algunas contradicciones, sino también un análisis erróneo del período actual de la vida del capitalismo, lo que lleva al IOD a explicar erróneamente las causas de la guerra en Ucrania.
No podemos entrar en detalles sobre todas las formulaciones que consideramos erróneas, como lo ha hecho el IOD. Queremos que esta contribución sea lo más breve posible. Creemos que es más importante mostrar el marco analítico de la CCI y destacar sus diferencias con el del IOD.
El llamamiento conjunto firmado por el IOD, IV, la CCI y el PCI señala acertadamente que corresponde a la Izquierda Comunista dar la respuesta proletaria más clara a la guerra imperialista. Esto tiene dos implicaciones:
- solo el método marxista puede armar al proletariado, y en particular a su vanguardia, para interpretar la dirección que está tomando la sociedad y así permitirle derrocar el sistema capitalista que la domina;
- es esencial estudiar cómo la Internacional Comunista, que dio origen a la Izquierda Comunista, analizó el período histórico abierto por la Primera Guerra Mundial, "el período de guerra o revolución", como lo llamaron.
La contribución del IOD afirma que el método marxista es indispensable para comprender la guerra actual. Sin embargo, lo que dice sobre este método, en particular sobre el significado de las crisis, se aplica a la situación prevaleciente en el siglo 19º con sus crisis comerciales cíclicas, y no al siglo 20º (y al 21º). Debemos ser muy claros sobre la diferencia fundamental entre estos dos períodos en la vida del modo de producción capitalista. En un texto que resume muy claramente el materialismo histórico, Marx escribió:
«En una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en conflicto con las relaciones de producción existentes o -esto simplemente expresa lo mismo en términos legales- con las relaciones de propiedad en cuyo marco han operado hasta entonces. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en sus grilletes. Entonces comienza una era de revolución social». (Prefacio a Una contribución a la Crítica de la Economía Política, 1859).
Lo que distingue la vida del modo de producción capitalista en el siglo 20º de la del siglo 19º es que las relaciones de producción capitalistas que hicieron posible el enorme desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad se han convertido en un impedimento. Se trata de dos períodos radicalmente diferentes en la vida del capitalismo, y esto se expresa muy claramente en la Plataforma de la Internacional Comunista de marzo de 1919:
“Ha nacido una nueva época. La nuestra es la época del colapso del capital, de su desintegración interna, la época de la Revolución Comunista del proletariado”.
Este cambio radical en la vida del capitalismo afecta a todos los aspectos de la sociedad. En primer lugar, a su base económica; la naturaleza de sus crisis obviamente cambia, además, la naturaleza y el significado de la guerra también cambian, y con ello la actitud que el proletariado debe tener ante ella. Lenin lo afirma muy claramente. En 1915 escribió:
“Quien hoy se refiere a la actitud de Marx hacia las guerras de la época de la burguesía progresista y olvida la afirmación de Marx de que “los trabajadores no tienen patria”, afirmación que se aplica precisamente a la época de la burguesía reaccionaria y obsoleta, a la época de la revolución socialista, distorsiona descaradamente a Marx y sustituye el punto de vista socialista por el burgués.” (Socialismo y Guerra, Capítulo 1).
En este punto, el IOD comete varios errores cuando escribe: “Según el marxismo revolucionario, la guerra siempre es el resultado de las contradicciones capitalistas y la crisis económica. Como el capitalismo es la forma económica y social dominante internacionalmente, las guerras se libran en nombre y en beneficio de los intereses capitalistas. La guerra es siempre una guerra capitalista librada contra los intereses proletarios. Éstas son declaraciones de principio, que han sido ciertas a lo largo de la historia del capitalismo; no podemos hacer una reelaboración escolástica de las elaboraciones teóricas llevadas a cabo por el movimiento revolucionario durante su centenaria historia”.
Es correcto decir que, “Como el capitalismo es la forma económica y social dominante internacionalmente, las guerras se libran en nombre y en beneficio de los intereses capitalistas”. Sin embargo, la afirmación de que “la guerra siempre es el resultado de las contradicciones capitalistas y la crisis económica” es errónea y no resiste la prueba de los hechos históricos. Podemos dar el ejemplo de tres de las guerras más importantes del siglo 19º: la guerra de Crimea (1853-56), la Guerra Civil Norteamericana (1861-65) y la Guerra Franco-prusiana (1870-71). Ninguna de ellas siguió a una crisis económica.
Asimismo, es erróneo decir que “la guerra es siempre una guerra capitalista librada contra los intereses proletarios”. En la época de la Guerra de Crimea, Marx y Engels apoyaron a Francia e Inglaterra, que estaban aliadas con Turquía contra la Rusia zarista, porque, para ellos, la derrota de esta última representaba un debilitamiento del principal defensor del antiguo orden feudal en Europa que bloqueaba el avance del capitalismo, que crearía las condiciones económicas para el socialismo. Dieron su pleno apoyo a Lincoln en la Guerra Civil Norteamericana porque sostenían que la victoria del norte industrial contra el sur agrícola y esclavista promovería el desarrollo del capitalismo y, por ende, de la clase trabajadora en Norteamérica.
El IOD tiene toda la razón al invocar el marxismo y el materialismo histórico, pero creemos que su interpretación es algo errónea. En primer lugar, esta interpretación, que ignora o subestima los desarrollos o rupturas que ocurrieron dentro del capitalismo entre los siglos 19º y 20º, puede ser ‘materialista’, pero no es muy ‘histórica’. En segundo lugar, al intentar encontrar una causa económica inmediata para cada guerra, este ‘materialismo’ da la espalda a la visión dialéctica desarrollada por Marx y Engels. Engels es particularmente categórico en este punto: “Según la concepción materialista de la historia, el último elemento determinante de la historia es la producción y reproducción de la vida real. Aparte de esto, ni Marx ni yo hemos afirmado otra cosa jamás. Por lo tanto, si alguien tergiversa esto diciendo que el elemento económico es el único determinante, transforma esa proposición en una frase sin significado, abstracta, sin sentido. La situación económica es la base, pero los diversos elementos de la superestructura -las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, a saber: las constituciones establecidas por la clase victoriosa tras una batalla exitosa, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en las mentes de los participantes, las teorías políticas, jurídicas y filosóficas, las concepciones religiosas y su posterior desarrollo en sistemas de dogmas- también ejercen su influencia en el curso de las luchas históricas y, en muchos casos, contribuyen a determinar su forma. Existe una interacción de todos estos elementos en la que, en medio de la interminable multitud de accidentes (…), el movimiento económico finalmente se afirma como necesario.” (Carta a Joseph Bloch, septiembre de 1890).
La crisis histórica en la que se ha sumido el capitalismo desde la Primera Guerra Mundial es, obviamente, la base económica: las relaciones capitalistas de producción se han convertido en un ‘obstáculo’ para el desarrollo de las fuerzas productivas, por usar la expresión de Marx. La dinámica del capitalismo se basa, como dice el Manifiesto Comunista de 1848, en la conquista permanente de nuevos mercados, lo que llevó a los estados capitalistas europeos a embarcarse en la conquista colonial. A finales del siglo 19º, la mayor parte del planeta había sido repartida entre estos Estados, lo que asestó un duro golpe a esta dinámica. A partir de entonces, la conquista de nuevos mercados y nuevos territorios coloniales por parte de cualquier burguesía nacional sólo podía hacerse a expensas de las burguesías rivales. Un ejemplo importante de esto es la crisis de Fachoda en 1898, que fue un enfrentamiento entre las dos principales potencias coloniales de la época, el Reino Unido y Francia. El primero pretendía establecer su dominio sobre una zona continua de norte a sur desde Egipto hasta Sudáfrica, dos regiones que controlaba y que eran esenciales para la ruta hacia las Indias, la ‘joya de la Corona Británica’. Francia quería establecer una conexión oeste-este entre sus posesiones en África Occidental y Yibuti, en el Mar Rojo, que fue de vital importancia estratégica para la ruta a las Indias. Las dos líneas se cruzaban en el actual Sudán, concretamente en Fachoda. La bandera francesa se izó allí el 10 de julio de 1898, pero, ante las amenazas del Reino Unido, el gobierno francés se vio obligado a arriarla el 12 de noviembre del mismo año y fue reemplazada por la bandera británica. Este enfrentamiento entre Francia y el Reino Unido se resolvió poco después, en 1904, con la ‘Entente Cordiale’, un acuerdo entre ambos países contra un rival que se estaba haciendo cada vez más poderoso y amenazante: el Imperio Alemán. Este último estaba construyendo una armada naval para rivalizar con la del Reino Unido y tenía planes para las posesiones francesas, especialmente las de África. Como su formación como país había llegado tarde, Alemania había sido prácticamente excluida de la partición colonial del mundo; tenía menos posesiones que los ‘países pequeños’ como Bélgica, Holanda y Portugal. Además, con la construcción del ferrocarril Berlín-Bagdad, pretendía abrir una ruta hacia Oriente Medio con su riqueza petrolera. Esta ambición entraba en conflicto con las de las dos potencias coloniales de la región, Francia y, sobre todo, el Reino Unido, así como con las de Rusia, que pretendía acceder a “aguas cálidas” mediante el control del Bósforo y Los Dardanelos, conectando el Mar Negro con el Mediterráneo. De esta manera, se establecieron las condiciones y las causas de la Primera Guerra Mundial y se decidieron las alianzas entre los distintos beligerantes.
Como ya hemos dicho, para los revolucionarios de la época era claro que la Primera Guerra Mundial marcó un punto de inflexión fundamental en el significado de la guerra en la vida del capitalismo. Las guerras del siglo anterior -guerras de conquista colonial y guerras nacionales- que contribuyeron a la expansión del capitalismo ya habían tenido su época. A partir de entonces, todas las guerras fueron reaccionarias, al igual que la dominación capitalista del mundo en su totalidad. Por eso es imposible para el proletariado apoyar esta o aquella guerra, sin importar de qué se disfrace, porque su tarea ahora es derrocar al capitalismo.
La Primera Guerra Mundial, que fue una guerra imperialista para repartirse el mundo entre las potencias capitalistas, también marcó el surgimiento de dos aspectos importantes de la vida social: el capitalismo de Estado y el creciente predominio del militarismo. A lo largo del siglo 20º, el capitalismo de Estado ha adoptado diferentes formas: el fascismo en Italia y Alemania, el régimen estalinista en Rusia, el New Deal en Estados Unidos (con su posterior materialización como el ‘Estado del Bienestar’), etc., pero siempre expresa la necesidad de las distintas burguesías de conceder al Estado, su máximo defensor, el control de la vida económica y social de un sistema moribundo (esto incluye la integración en el Estado de las organizaciones sindicales creadas por la clase trabajadora en el siglo 19º). El predominio del militarismo demuestra que las confrontaciones imperialistas se han vuelto cada vez más permanentes durante el siglo 20º y hasta la actualidad, ya sea que estas confrontaciones involucran directamente a las principales potencias a nivel militar (como en las dos guerras mundiales) o se manifiestan como apoyo a éste o aquel beligerante menor. Desde la Segunda Guerra Mundial, el mundo no ha experimentado un solo momento de paz; ha estado azotado por más de cien guerras, que se han cobrado tantas o más víctimas que en la segunda carnicería imperialista. El predominio del militarismo sobre todos los aspectos de la vida social significa que este importante fenómeno surgido durante la Primera Guerra Mundial, junto con el capitalismo de Estado, se perpetúa de diferentes formas: es la economía la que se pone al servicio de la guerra o de su preparación; ya no es la guerra la que se pone al servicio de las necesidades de la economía, aunque sean las contradicciones económicas de un modo de producción moribundo el “elemento determinante último” (como dice Engels en el pasaje anterior) del predominio del militarismo.
Por esta razón, desde la Primera Guerra Mundial, la guerra se ha vuelto cada vez más irracional desde el punto de vista de la economía capitalista en su conjunto, incluso para la mayoría de los ‘vencedores’. Basta con observar la terrible destrucción sufrida por las potencias aliadas durante la Segunda Guerra Mundial, de la cual la única potencia que se benefició de alguna manera fue Estados Unidos. Además, en las guerras posteriores libradas por este último (en Vietnam hasta 1975, en Afganistán e Irak desde principios de la década del 2000), ha gastado billones de dólares con una ganancia económica prácticamente nula, sin mencionar el abismo creado por su presupuesto militar, que contribuye al declive de su competitividad en el mercado mundial.
Esta es la situación en la que se desarrolla la actual guerra en Ucrania. Por mucho que se intente, no se puede encontrar una causa económica inmediata. Desde el punto de vista de Rusia, la guerra no podría haberla beneficiado mucho, incluso si hubiera sido más exitosa militarmente. Esto es especialmente así, ya que las plantas industriales en el este de Ucrania han quedado reducidas a escombros. Desde el punto de vista de los ‘amigos de Ucrania’, el costo económico de la guerra ya se está sintiendo, en particular en una explosión a nivel de la inflación. De hecho, esta guerra solo puede entenderse en el marco de cuestiones estratégicas generales e históricas.
Obviamente, Estados Unidos es en gran medida responsable de generar esta guerra, al integrar en la OTAN -la organización militar bajo su control a la mayoría de los países del antiguo Pacto de Varsovia e incluso a algunos de los que alguna vez fueron miembros de la antigua república soviética, como los países bálticos. No pudo extender esta política a la inclusión de Ucrania en la OTAN debido a la oposición de Francia y Alemania. Por otro lado, la guerra le está permitiendo a Estados Unidos reforzar su control sobre aquellos países que tienden a seguir una política más independiente. De hecho, detrás de los intentos de Estados Unidos de someter a Rusia, se encuentra su necesidad y su voluntad de contener el creciente poder de su verdadero rival internacional, China. Esta última ha comprendido el mensaje a la perfección: apoya a su ‘amigo’ ruso solo verbalmente y lo hace cada vez con menos decisión.
Que esta aventura militar de Putin es totalmente irracional desde el punto de vista de los intereses del capital ruso es cada vez más evidente. Su misma irracionalidad convenció a la mayoría de los gobiernos y ‘expertos’ de que la presencia de armas rusas en las fronteras de Ucrania a principios de 2022 no era una preparación para una intervención militar. De hecho, las intenciones de Putin y su régimen eran básicamente políticas: restaurar el estatus de gran potencia a una Rusia que se había derrumbado catastróficamente en 1990. Como dijo el estratega Brzezinski, asesor de Seguridad Nacional del presidente Carter, “sin Ucrania, Rusia es un país, con Ucrania es un imperio”. Para restaurar su estatus de gran potencia, Rusia tenía que recuperar el control de Ucrania, que corría el riesgo de ser integrada en la OTAN, de acuerdo con su constitución.
Desafortunadamente para Putin y sus seguidores, el poder militar y económico de Rusia no estuvo a la altura de sus ambiciones. Es muy posible que Putin pierda su cargo (o incluso la vida) tras este fracaso. Obviamente, no merece la compasión del proletariado internacional ni de los comunistas. Sin embargo, también es vital que estos últimos denuncien rigurosamente todas las campañas mentirosas del llamado campo ‘democrático’ y de la ‘libertad’, que pretenden arrastrar a los explotados a las actividades belicistas de la burguesía en su conjunto; que denuncien a los profetas de los ‘apóstoles de la paz’, quienes ‘olvidan’ especificar que la barbarie de la guerra solo puede terminar cuando el proletariado derribe el sistema que genera esta barbarie: el capitalismo.
Corriente Comunista Internacional