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Las raíces históricas de la “ruptura” en la dinámica de la lucha de clases a partir de 2022 (Parte 2)
Segunda parte: El trasfondo de un proletariado no derrotado.
En la primera parte de este artículo, nuestro objetivo era mostrar que el actual resurgimiento de la lucha de clases, el “quiebre” o “ruptura” con décadas de retroceso, no es sólo una respuesta al dramático agravamiento de la crisis económica mundial, sino que tiene raíces más profundas en el proceso que llamamos de “maduración subterránea de la conciencia”, un proceso semioculto de reflexión, discusión, desilusión con las falsas promesas y que sale a la superficie en ciertos momentos clave. El segundo elemento que confirma que asistimos a una evolución profunda en el seno del proletariado mundial es la idea –que, al igual que la noción de maduración subterránea, es más o menos exclusiva de la CCI– de que los principales batallones de la clase obrera no han sufrido una derrota histórica comparable a la que experimentaron con el fracaso de la oleada revolucionaria de 1917-23. Y esto a pesar de las dificultades crecientes que afectan a la clase en la fase terminal de la decadencia capitalista, la fase de descomposición. Un punto central de la ideología de la clase dominante consiste en rechazar, por “obsoleta y desacreditada”, toda idea de que la clase obrera pueda ofrecer una alternativa al capitalismo. Nosotros refutamos esta falsedad basándonos en el método marxista, y en particular en el método desarrollado por la Izquierda Comunista italiana y francesa durante los años 30 y 40. En 1933, el año en que el nazismo llegó al poder en Alemania, la Izquierda italiana en el exilio comenzó a publicar su revista Bilan –llamada así porque entendió que su tarea central era realizar un serio “balance” (bilan en francés) de la derrota de la oleada revolucionaria y la victoria de la contrarrevolución. Esto significaba cuestionar los planteamientos erróneos que habían llevado a la degeneración oportunista de los partidos comunistas, y desarrollar las bases programáticas y organizativas para los nuevos partidos que surgirían en una nueva situación (pre)revolucionaria. La tarea del momento era, pues, la de una fracción, a diferencia de lo que propugnaba la corriente que, en torno a Trotsky, buscaba constantemente la formación de una nueva Internacional sobre las mismas bases oportunistas que habían llevado a la desaparición de la Tercera Internacional. La elaboración de un programa para el futuro sobre las bases de las lecciones del pasado implicaba “no traicionar” los principios internacionalistas fundamentales frente a las enormes presiones de la contrarrevolución, que ahora tenía vía libre para llevar a la clase obrera hacia una nueva guerra mundial. Solo así pudo rechazar los requerimientos para que se alinease con el ala “antifascista” de la burguesía durante la guerra de España (1936-39), así como el apoyo· a las “naciones oprimidas” en los conflictos imperialistas en China, Etiopía y otros lugares; conflictos que, como la propia guerra de España, eran otros tantos peldaños hacia la nueva guerra mundial.
La Izquierda Comunista italiana no era invulnerable a la presión de la ideología dominante. A finales de los años treinta, cayó en la teoría revisionista de “la economía de guerra”, que sostenía que los conflictos que estaban sentando las bases para un nuevo reparto imperialista del mundo tenían, por el contrario, como objetivo prevenir el peligro de un nuevo estallido revolucionario. Esta interpretación errónea provocó la desorientación total de la mayoría de la Fracción italiana. Y así, hacia el final de la guerra, sin ninguna reflexión seria sobre la situación global del proletariado, el surgimiento de algunos movimientos de clase en Italia condujo a una proclamación precipitada de un nuevo partido y sólo en Italia (el Partito Comunista Internazionalista), y esto sobre una base profundamente oportunista que reunía a elementos muy heterogéneos sin un proceso riguroso de clarificación programática.
Frente a esta deriva oportunista, los camaradas que formarían la Izquierda Comunista de Francia (GCF) supieron comprender que la contrarrevolución seguía vigente, sobre todo después de que la burguesía demostrase su capacidad para aplastar los focos de resistencia proletaria que aparecieron al final de la guerra. La GCF pudo criticar rigurosamente los errores oportunistas del PCInt (ambigüedades sobre los grupos partisanos en Italia, participación en las elecciones burguesas, etc.). Para la GCF, la cuestión de si el proletariado seguía sufriendo una derrota profunda o si estaba recuperando su autonomía de clase en luchas masivas resultó decisiva para la forma como comprendió su propio papel.
El fin de la contrarrevolución
La “tradición” de la GCF – que se disolvió en 1952, el mismo año en que el PCInt se escindió en sus alas “bordiguista” y “damenista”– fue retomada en Venezuela por el grupo Internacionalismo, animado por Mark Chirik, que había luchado contra el revisionismo en la Fracción Italiana y había sido miembro fundador de la GCF. A partir de 1962, y percibiendo los primeros signos de un retorno de la crisis económica abierta y de un cierto número de luchas obreras en varios países, Internacionalismo vislumbró la apertura de un nuevo período de luchas de clases: el fin de la contrarrevolución y la apertura de un nuevo curso histórico[1], que se vio pronto confirmado por los acontecimientos de mayo-junio de 1968 en Francia, seguidos por toda una serie de movimientos de clase masivos en todo el mundo, movimientos que demostraron una tendencia a romper con los órganos establecidos de control sobre la clase obrera (partidos de izquierda y sindicatos) y también revelaron una clara dimensión política que alimentó la aparición de una nueva generación de jóvenes que buscaban posiciones de clase, demostrando potencia para el reagrupamiento de fuerzas revolucionarias a escala internacional
Esta ruptura con la contrarrevolución no fue un simple fenómeno pasajero, sino que creó una situación histórica subyacente que no ha desaparecido, aunque haya pasado por varias etapas y muchas dificultades. Entre 1968 y 1989, asistimos a tres grandes oleadas internacionales de lucha de clases en las que se produjeron algunos avances significativos en el plano de la comprensión de los métodos de lucha, ilustrados en particular por las huelgas de masas en Polonia en 1980, que dieron lugar a formas independientes de organización de clase a nivel de todo un país. El impacto de estos movimientos no se percibió únicamente a través de luchas abiertas y masivas, sino también en un mayor peso social del proletariado como clase en el escenario social. A diferencia de los años 1930, esta correlación de fuerzas en los años 1980 actuó como barrera a los preparativos para una tercera guerra mundial, que volvía a estar a la orden del día con el regreso de la crisis económica abierta y la existencia ya formada de bloques imperialistas que se disputaban la hegemonía mundial.
El impacto de la descomposición
Pero que la clase dominante tuviese bloqueado el camino de la guerra mundial, no significaba que la burguesía no estuviera a la ofensiva o que se hallase desarmada frente a la clase obrera. En la década de 1980 se produjo un realineamiento de las fuerzas políticas burguesas, caracterizado por gobiernos de derecha que lanzaron ataques brutales contra los empleos y los salarios de los trabajadores, mientras que la izquierda en la oposición se encargaba de canalizar, controlar y descarrilar las reacciones de la clase obrera a estos ataques. Esta contraofensiva capitalista infligió una serie de derrotas importantes a sectores de la clase obrera en los principales centros capitalistas, especialmente en el caso de los mineros en Gran Bretaña: el aplastamiento de su resistencia al cierre casi completo de la industria del carbón sirvió para abrir la puerta a una política más amplia de desindustrialización y “deslocalización” que desmanteló algunos de los principales bastiones de la clase obrera. Aun así, la lucha de clases continuó en el período 1983-88, sin que se produjese una derrota frontal de los batallones más importantes del proletariado, como sí habíamos visto en los años 1920 y 1930. Pero las luchas de los años 80 no lograron alcanzar el nivel político que exigía la gravedad de la situación mundial, y así llegamos al “impasse” que precipitó el proceso de descomposición capitalista. El colapso del bloque del Este en 1989-91 marcó una nueva fase de la decadencia trayendo consigo enormes dificultades para la clase obrera. Las ensordecedoras campañas ideológicas sobre la “victoria del capitalismo” y la pretendida “muerte del comunismo”, la atomización y la desesperación que se vieron gravemente exacerbadas por la descomposición de la sociedad, y el desmantelamiento consciente por parte de la burguesía de los centros industriales tradicionales con el objetivo de romper estos viejos hogares de resistencia obrera, … Todo esto se combinó para erosionar la identidad de clase del proletariado, su sensación de ser una fuerza distinta en la sociedad con sus propios intereses que defender.
En esta nueva fase de la decadencia del capitalismo, la noción de un curso histórico ya no era válida, aunque la CCI tardó mucho tiempo en comprenderlo plenamente[2]. Pero ya en nuestras Tesis sobre la descomposición de 1990 entendimos que la putrefacción progresiva del capitalismo podía ahogar al proletariado incluso sin una derrota frontal, ya que la continuación de sus luchas defensivas, si bien habían cerrado el camino a la guerra mundial, no bastaban para detener la amenaza de destrucción de la humanidad mediante una combinación de guerras locales, desastres ecológicos y ruptura de los vínculos sociales.
Las décadas que siguieron al colapso del bloque del Este pueden describirse como una época de retroceso de la clase obrera, aunque esto no significó una desaparición completa de la lucha de clases. Así, por ejemplo, vimos a una nueva generación de proletarios involucrarse en movimientos significativos como la lucha contra el CPE en Francia en 2006 y el movimiento de los Indignados en España en 2011. Pero, aunque estas luchas dieron lugar a formas genuinas de autoorganización (asambleas generales) y actuaron como foco de un debate serio sobre el futuro de la sociedad, su debilidad fundamental fue que la mayoría de los involucrados en ellas no se veían a sí mismos como parte de la clase trabajadora sino más bien como "ciudadanos" que luchaban por sus derechos, siendo, por tanto, vulnerables a diversas mistificaciones políticas “democráticas”.
Esto subraya la importancia de la nueva ruptura de 2022 que comenzó con las huelgas generalizadas en Gran Bretaña, puesto que anuncia el regreso de la clase como clase, es decir, el comienzo de una recuperación de la identidad de clase. Algunos sostienen que estas huelgas fueron en realidad un paso atrás con respecto a movimientos anteriores como los Indignados, puesto que mostraron pocas señales de asambleas generales o estímulos a un debate político sobre cuestiones más amplias. Pero esto supone ignorar que, tras tantos años de pasividad, “la primera victoria de la lucha es la lucha misma”: el hecho de que el proletariado no se rinde pasivamente ante una erosión continua de sus condiciones de vida y trabajo; y que comienza de nuevo a verse a sí mismo como una clase. Las Tesis sobre la descomposición insistían en que no serán tanto las expresiones más directas de la descomposición -como el cambio climático o la gangsterización de la sociedad-, sino la profundización de la crisis económica lo que proporcionaría las mejores condiciones para la reanudación de los combates de clase; Los movimientos que hemos visto desde 2022 ya lo han confirmado, y nos encaminamos hacia una situación en la que la crisis económica será la peor de la historia del capitalismo, exacerbada no solo por las contradicciones económicas centrales del capital (la sobreproducción y la caída de la tasa de ganancia), sino también por el crecimiento del militarismo, la propagación de las catástrofes ecológicas y las políticas cada vez más irracionales de la clase dominante.
En particular, el desarrollo cada vez más evidente de una economía de guerra en los países centrales del capitalismo será una cuestión vital en la politización de la resistencia de los trabajadores. Esto ya ha sido presagiado por dos acontecimientos importantes: primero, el hecho de que el surgimiento de las luchas en 2022 se produjo precisamente en un momento en el que el estallido de la guerra en Ucrania se vio acompañado de grandes campañas sobre la necesidad de apoyar a Ucrania y de sacrificios con el fin de resistir la futura agresión rusa; segundo, el desarrollo de minorías politizadas por la amenaza de la guerra y que buscan una respuesta internacionalista. Estas reacciones sobre la cuestión de la guerra no surgen de la nada: son una prueba más de que la nueva fase de la lucha de clases extrae su fuerza histórica de la realidad de un proletariado no derrotado.
Repetimos: el peligro de descomposición que amenaza al proletariado no ha desaparecido, y de hecho crece a medida que el “efecto torbellino” de los desastres capitalistas que interactúan interacción gana fuerza, acumulando destrucción sobre destrucción. Pero las luchas posteriores a 2022 muestran que la clase todavía puede responder y que existen dos polos en la situación, una especie de carrera contra el tiempo[3] entre la aceleración de la descomposición y el desarrollo de la lucha de clases a un nivel superior; un desarrollo en el que todas las cuestiones derivadas por la descomposición pueden encontrar respuesta en un proyecto comunista que puede ofrecer una salida a la crisis económica, la guerra perpetua, la destrucción de la naturaleza y la podredumbre de la vida social. Cuanto más claramente comprendan las organizaciones revolucionarias de hoy lo que está en juego en la situación mundial actual, más eficazmente podrán desempeñar su papel de elaboración de esta perspectiva para el porvenir.
Amos
[1] Inicialmente, la CCI definió este nuevo curso histórico como un curso hacia la revolución, pero a mediados de los años 1980 adoptamos la fórmula “curso hacia enfrentamientos masivos de clase”, ya que no podía haber una trayectoria automática hacia una salida revolucionaria de la crisis capitalista.
[2] Informe sobre el curso histórico, Revista Internacional 164
[3] Esta idea de los “dos polos” no debe confundirse con la idea de un “curso paralelo entre la guerra mundial y la revolución mundial” que han defendido algunos grupos del medio político proletario, ya que, como explicó Bilan, un curso hacia la guerra mundial exige un proletariado derrotado y, por lo tanto, excluye la posibilidad de una revolución mundial. Para una polémica con Battaglia Comunista sobre esta cuestión, véase El curso histórico en la Revista Internacional 18.