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Tras la revolución rusa de 1917, la revolución alemana de 1918 y la creación de la Internacional Comunista en 1919, tuvo lugar el trágico aplastamiento de la revuelta de obreros, soldados y marinos de Kronstadt en marzo de 1921, cuyo centésimo aniversario conmemoramos hoy con el texto “Las enseñanzas de Kronstadt” de la Revista Internacional 3[1], para así mejor extraer las lecciones clave de este acontecimiento de cara a futuras luchas.
En marzo de 1921 el Estado soviético, dirigido por el Partido Bolchevique, empleó su poder militar para poner fin al levantamiento de obreros y marinos de la guarnición de Kronstadt, situada sobre la isla Kotlin en el golfo de Finlandia, a 30 km de Petrogrado (hoy San Petersburgo). Los 15.000 insurgentes recibieron un ataque de 50.000 soldados del Ejército Rojo la noche del 7 de marzo. El levantamiento fue sofocado tras diez días de amargos combates. No hay datos precisos del número de víctimas, pero se estima que hubo 3.000 bajas mortales entre los insurgentes, caídos ya durante los combates o en las ejecuciones posteriores, más unas 10.000 bajas en el Ejército Rojo. Según un comunicado de la Cheka que data del primero de mayo de 1921, fueron arrestados 6.528 rebeldes, de los que 2.168 fueron ejecutados, 1.955 condenados a trabajos forzados (1.486 de ellos con penas de 5 años) y 1.272 fueron absueltos. Las familias de los rebeldes fueron deportadas a Siberia, y 8.000 marineros, soldados y civiles consiguieron escapar a Finlandia.
Menos de cuatro años tras la toma del poder por la clase obrera en octubre de 1917, este acontecimiento fue una trágica expresión de la degeneración de una revolución aislada llegando al final de su camino. Se trató de una revuelta obrera de partidarios del régimen soviético, protagonizada por aquellos que en 1905 y 1917 habían estado a la vanguardia del movimiento, y que durante la revolución de octubre se habían ganado el epíteto de “el orgullo y la gloria de la revolución”. En 1921, los insurgentes de Kronstadt exigieron el cumplimiento de las mismas peticiones que defendían los obreros de Petrogrado, en huelga desde febrero: liberación de todos los socialistas encarcelados, abolición del régimen militar, libertad de expresión, de prensa y de reunión para los trabajadores, raciones equitativas para todos los obreros… pero lo que destaca la importancia de este movimiento y expresa su carácter profundamente proletario no es solo la reacción contra esas medidas restrictivas, sino, especialmente, la reacción frente a la pérdida de autoridad política de los consejos obreros en beneficio del Partido y el Estado, que sustituyeron a los consejos y se autoproclamaron representantes de los objetivos e intereses del proletariado. Esto lo puso en evidencia el primer punto de la resolución que adoptaron los insurgentes: “En vista del hecho de que los soviets, a día de hoy, no expresan la voluntad de los obreros y campesinos, se deben celebrar inmediatamente nuevas elecciones por voto secreto, con libertad para llevar a cabo una agitación previa para todos los obreros y campesinos”.
La burguesía, cuando habla de la supresión del levantamiento por parte del Ejército Rojo, intenta demostrar a los proletarios que hay una cadena ininterrumpida que une a Marx y Lenin con Stalin y el gulag. El objetivo de la burguesía es asegurar la indiferencia de los obreros hacia la historia de su propia clase y que no se reapropien de sus experiencias. Las teorías anarquistas llegan a las mismas conclusiones partiendo de la naturaleza supuestamente autoritaria y contrarrevolucionaria del marxismo y los partidos que actúan en su nombre. Los anarquistas tienen una visión abstracta y “moral” de estos acontecimientos. Tomando la idea de un autoritarismo inherente al Partido Bolchevique, son incapaces de explicar la degeneración de la revolución en general, y el episodio de Kronstadt dentro de ella en particular. Se trata de una revolución que estaba asfixiándose tras siete años de guerra mundial y guerra civil, con una infraestructura industrial en ruinas y una clase obrera diezmada, hambrienta y que se enfrentaba a levantamientos campesinos en las provincias. Una revolución que había sido dramáticamente aislada y cuya extensión internacional se había vuelto algo cada vez más improbable tras el fracaso de la revolución en Alemania. Los anarquistas, simplemente, deciden cerrar los ojos ante todos los problemas que se les plantearon a la clase obrera y el Partido Bolchevique.
Considerada desde la perspectiva de la revolución proletaria mundial, la lección histórica fundamental que nos da la represión de Kronstadt trata de la violencia de clase. Si bien la violencia revolucionaria es un arma del proletariado para derribar al capitalismo y a sus enemigos de clase, no se puede recurrir a ella bajo ningún contexto en sus propias filas, contra otros proletarios. El comunismo no es algo que se le pueda imponer al proletariado mediante el uso de la fuerza y la violencia, porque estos métodos son el opuesto categórico de la naturaleza consciente de su revolución, que solo puede avanzar mediante la experiencia de la clase y su evaluación crítica y constante de esta experiencia. La decisión del Partido Bolchevique de aplastar el levantamiento de Kronstadt solo puede entenderse en el contexto del aislamiento internacional de la revolución y de la terrible guerra civil que había arrasado el país. No obstante, tal decisión queda como un trágico error, ya que fue tomada contra obreros que se habían levantado para defender la herramienta principal de la transformación política consciente de la sociedad, el órgano vital de la dictadura proletaria: el poder de los Soviets.
Se puede leer el artículo aquí: Las enseñanzas de Kronstadt (https://es.internationalism.org/revista-internacional/197507/940/las-ens... )
CCI, marzo de 2021