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1) Hace ya un siglo que el modo de producción capitalista entró en un periodo de declive histórico, en su época de decadencia [1]. Fue el estallido de la Primera Guerra mundial lo que marcó el paso de la “Belle Epoque”, el punto más alto de la sociedad burguesa, a la “época de las guerras y las revoluciones” descrita por la Internacional Comunista en su primer congreso de 1919. Desde entonces el capitalismo ha continuado hundiéndose en la barbarie, notablemente en la forma de una Segunda Guerra mundial que segó 50 millones de vidas. Y si el periodo de “prosperidad” que siguió a esta carnicería pudo sembrar la ilusión de que el sistema había finalmente superado sus contradicciones, la crisis económica abierta que aparece a finales de las años 1960[2] confirmó el veredicto que los revolucionarios ya habían dictado 50 años antes: el modo de producción capitalista no puede escapar al destino de otros modos de producción precedentes. Él también, habiendo constituido un paso de progreso en la historia humana, se había convertido en un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas y el avance de la humanidad. La hora para su derrocamiento y sustitución por otra sociedad había llegado.
2) A la vez que mostraba el callejón sin salida histórico al que el sistema capitalista se enfrentaba, esta crisis abierta, como la de los años 1930, colocaba de nuevo a la sociedad frente a la alternativa entre la guerra imperialista generalizada y el desarrollo de luchas proletarias decisivas con la perspectiva del derrocamiento revolucionario del capitalismo. Enfrentado a la crisis de los años 30, el proletariado mundial, que había sido aplastado ideológicamente por la burguesía tras la derrota de la oleada revolucionaria de 1917-1923, no fue capaz de construir su propia respuesta, dejando a la burguesía imponer la suya: una nueva guerra mundial. En cambio, con los primeros golpes de la crisis abierta a finales de los años 1960, el proletariado se lanzó a luchas masivas: Mayo del 68 en Francia, el “Otoño Caliente” en Italia en el 69, las gigantescas huelgas de los obreros en Polonia en 1970, y muchos otros combates menos espectaculares pero no menos importantes en tanto que signos de que se producía un cambio fundamental en la sociedad [3]. La contrarrevolución había acabado. Ante esta nueva situación la burguesía no tenía las manos libres para dirigirse hacia una nueva guerra mundial. En lo sucesivo seguirían más de cuatro décadas marcadas por una economía mundial hundiéndose cada vez más y por los ataques cada vez más violentos contra las condiciones de vida de los explotados. Durante esas décadas la clase obrera ha librado muchas luchas de resistencia. Sin embargo, aunque no ha sufrido una derrota decisiva que pudiera darle la vuelta al curso histórico, no le ha sido posible desarrollar luchas y conciencia hasta el punto de ofrecer a la sociedad el esbozo de una perspectiva revolucionaria.
“En una situación así, en la que las dos clases fundamentales –y antagónicas– de la sociedad se enfrentan sin lograr imponer su propia respuesta decisiva, la historia sigue, sin embargo, su curso. En el capitalismo, todavía menos que en los demás modos de producción que lo precedieron, la vida social no puede «estancarse» ni quedar “congelada”. Mientras las contradicciones del capitalismo en crisis no cesan de agravarse, la incapacidad de la burguesía para ofrecer a la sociedad entera la menor perspectiva y la incapacidad del proletariado para afirmar, en lo inmediato y abiertamente la suya propia, todo ello no puede sino desembocar en un fenómeno de descomposición generalizada, de putrefacción de la sociedad desde sus raíces” [4].
De este modo, una nueva fase en la decadencia capitalista se abría hace un cuarto de siglo: la fase en la que los fenómenos de la descomposición se han vuelto un elemento decisivo en la vida de toda la sociedad.
Los conflictos imperialistas que ensangrientan el planeta
3) El aspecto en donde la descomposición de la sociedad capitalista se muestra de la forma más espectacular es en los conflictos militares y en las relaciones internacionales en general. Lo que llevó a la CCI a elaborar sus análisis sobre la descomposición en la segunda mitad de los años 1980 fue la serie de atentados mortales que golpearon a grandes ciudades europeas, especialmente París; ataques que no fueron perpetrados por grupos aislados sino por Estados establecidos. Este fue el comienzo de una forma de confrontaciones imperialistas, posteriormente descritas como “guerra asimétrica”, que marcaron un cambio profundo en las relaciones entre Estados, y de una forma más general, en toda la sociedad. La primera manifestación histórica de esta nueva y última fase de la decadencia del capitalismo fue el colapso de los regímenes estalinistas en Europa y de todo el Bloque del Este en 1989. Inmediatamente la CCI señaló la importancia de este evento en relación a los conflictos imperialistas:
“La desaparición del gendarme imperialista ruso, y también para el gendarme americano […], abre la puerta a un mayor número de rivalidades locales. Por el momento, estas rivalidades y confrontaciones no pueden derivar en una guerra mundial... Sin embargo, con la desaparición de la disciplina impuesta por los dos bloques, estos conflictos son plausibles de volverse cada vez más frecuentes y violentos, sobre todo en aquellas zonas donde el proletariado es más débil”[5].
Desde entonces la situación internacional no ha hecho más que confirmar este análisis:
- guerra del Golfo en 1991;
- guerra en la ex-Yugoslavia entre 1991 y 2001;
- dos guerras en Chechenia (en 1994-95 y 1999-2000);
- guerra de Afganistán desde 2001, que aún continúa 12 años después;
- la guerra en Irak en 2003, cuyas consecuencias continúan afectando de una forma dramática a este país, pero también a quién la provocó, los EEUU;
- las múltiples guerras que han golpeado al continente africano (Ruanda, Somalia, Congo, Sudán, Costa de Marfil, Mali, etc.);
- las numerosas operaciones militares de Israel en Líbano o en la Franja de Gaza en respuesta a ataques con cohetes de Hezbollah o Hamás.
4) De hecho, estos diferentes conflictos muestran claramente cómo la guerra ha adquirido un carácter totalmente irracional en la decadencia capitalista. Las guerras del siglo XIX, por muy sangrientas que pudieran ser, poseían una racionalidad desde el punto de vista del desarrollo del capitalismo. Las guerras coloniales permitieron a los Estados europeos establecer imperios de los que extraer materias primas, o como mercado para sus mercancías. La guerra civil estadounidense, ganada por el Norte, abrió la puerta al completo desarrollo industrial de la que posteriormente sería la primera potencia mundial. La guerra franco-prusiana de 1870 fue un elemento decisivo en la unidad alemana, y por ende, en la creación del marco político para el futuro centro neurálgico de Europa. Por contra, la Primera Guerra mundial desangró a las naciones europeas, tanto a los “vencedores” como a los “vencidos”, sobre todo a aquellos que se habían mostrado más “agresivos” (Austria, Rusia y Alemania). En la IIª Guerra mundial se confirmó y profundizó el declive del continente europeo, donde esta había empezado, con mención especial para Alemania, que en 1945 era una montaña de escombros, al igual que otra potencia “agresora”, Japón. De hecho, el único país que se benefició de esta guerra fue el que entró más tarde, y que por su posición geográfica no vio afectado su propio territorio: los EEUU. Sin embargo, la guerra más importante llevada a cabo por los USA tras la IIª Guerra mundial, la de Vietnam, mostró claramente su carácter irracional, ya que no le aportó nada a la potencia americana pese al considerable coste económico, y sobre todo, humano y político que le supuso.
5) Dicho esto, el carácter irracional de la guerra ha alcanzado un nivel superior en el periodo de la descomposición. Esto ha sido claramente ilustrado por las aventuras americanas en Irak y Afganistán. Estas guerras han tenido también un considerable coste, notablemente a nivel económico, siendo los beneficios muy limitados, si no negativos. En estos conflictos, la potencia americana ha sido capaz de desplegar su inmensa superioridad militar sin ser suficiente para obtener los objetivos que buscaba: estabilizar Irak y Afganistán, y forzar a sus antiguos aliados occidentales a cerrar filas en torno suyo. Actualmente, la retirada escalonada de las tropas de EEUU y la OTAN de Irak y Afganistán deja a estos países en un estado de inestabilidad sin precedentes, amenazando con agravar la de toda la región. Por su parte, el resto de participantes en estas aventuras, o han abandonado ya el barco, o lo irán haciendo de forma dispersa.
6) Durante este último periodo la naturaleza caótica de las tensiones y conflictos imperialistas se ha mostrado de nuevo con la situación en Siria y en Extremo Oriente. En ambos casos somos testigos de conflictos que implican la amenaza de una mucha mayor extensión y desestabilización. En Asia Oriental aumentan las tensiones entre Estados. Así, en los meses recientes ha habido tensiones que han afectado a toda una serie de países, desde Filipinas hasta Japón. China y Japón se disputan desde hace algún tiempo las islas Senkaku/Diyao; Japón y Corea del Sur la de Takeshima/Dokdo, mientras existen otras tensiones que afectan a Taiwán, Vietnam y Birmania. Pero el conflicto más relevante es obviamente el que enfrenta a Corea del Norte contra Corea del Sur, Japón y los EEUU. Atrapada por una dramática crisis económica, Corea del Norte trata de jugar la baza militar, con el propósito de poner presión sobre el resto de países, especialmente EEUU, con el fin de obtener algunas concesiones económicas. Pero esta política aventurera contiene dos elementos muy peligrosos. Por un lado, el hecho de que involucra, aunque sea de una manera indirecta, al gigante chino, que se mantiene como uno de los pocos aliados de Corea del Norte, y que está defendiendo cada vez más sus intereses imperialistas allá donde puede, no sólo en Asia por supuesto, sino también en Oriente Medio, por medio de su alianza con Irán (que es su principal proveedor de hidrocarburos), y también en África, donde su creciente presencia a nivel económico tiene el propósito de preparar el terreno para una futura presencia militar cuando disponga de los medios para ello. Por otro lado, la política aventurera del Estado norcoreano, cuyo brutal régimen policiaco evidencia su fragilidad, tiene el riesgo de írsele de las manos en un proceso incontrolado que crearía nuevos focos de enfrentamiento militar cuyas consecuencias serían difíciles de predecir, pero que sin duda significarían otro trágico episodio a añadir a la larga lista de la barbarie militar actual.
7) La guerra civil siria que comenzó tras la “primavera árabe” y debilitó al régimen de al-Asad ha abierto la caja de Pandora de las contradicciones y conflictos que el régimen había podido, con puño de hierro, mantener bajo control durante décadas. Los países occidentales se han posicionado a favor de la marcha de al-Asad, pero han sido incapaces de constituir una alternativa dado que la oposición se encuentra totalmente dividida y que su sector preponderante está formado por islamistas. Al mismos tiempo, Rusia ha brindado abundante apoyo militar a al-Asad, garantizando a su vez la posibilidad de mantener su flota de guerra en el puerto de Tartus. Y este no es el único Estado que apoya al régimen: están también Irán y China. Siria se ha convertido pues en el escenario de un conflicto sangriento que involucra a múltiples rivalidades imperialistas entre potencias de primer y segundo orden; rivalidades que llevan castigando a las poblaciones de Oriente Medio durante décadas. El hecho de que la “primavera árabe” en Siria haya resultado, no en alguna victoria para las masas explotadas y oprimidas, sino en una guerra que ya ha dejado más de 100.000 muertos, es una siniestra ilustración de la debilidades de la clase trabajadora en este país, la única fuerza capaz de construir una barrera a la barbarie militar. Lo que también es válido, aunque en una forma no tan trágica, en otros países árabes donde la caída de viejos dictadores ha tenido como resultado la llegada al poder de los sectores más retrógrados de la burguesía representados por los islamistas en Egipto o Turquía, o por el hundimiento en el caos más absoluto como en Libia.
De este modo, Siria ofrece hoy día un nuevo ejemplo de la barbarie que el capitalismo en descomposición desata sobre el planeta, una barbarie que no sólo toma la forma de sangrientas confrontaciones militares, sino que también golpea a zonas que no están en guerra pero en las que la sociedad se hunde en un caos creciente, como por ejemplo en Latinoamérica, donde los gángsteres de la droga, con la complicidad de sectores del Estado, imponen un reino de terror en numerosas áreas.
La destrucción medioambiental
8) Pero es en relación a la destrucción medioambiental donde las consecuencias a corto plazo del colapso de la sociedad capitalista adquieren una forma totalmente apocalíptica. Aunque el desarrollo del capitalismo desde sus inicios se caracterizó por una rapacidad extrema en la búsqueda de beneficios y acumulación, en el nombre de la “conquista de la naturaleza”, los últimos 30 años esta tendencia ha alcanzado niveles de devastación sin precedentes, ya fuera en sociedades anteriores al capitalismo o en la época de su nacimiento “en la sangre y el lodo”. La preocupación del proletariado revolucionario frente a la naturaleza destructiva del capitalismo es tan antigua como la amenaza en sí. Marx y Engels ya denunciaron el impacto negativo –tanto en la naturaleza como en los seres humanos– de la aglomeración y hacinamiento de seres humanos en las primeras concentraciones industriales británicas a mediados del siglo XIX. En el mismo sentido, los revolucionarios de distintas épocas han comprendido y denunciado la naturaleza infame del desarrollo capitalista, mostrando el peligro que este representa, no sólo para la clase proletaria, sino para el conjunto de la humanidad y también para la misma supervivencia sobre el planeta.
La tendencia actual hacia la degradación definitiva e irreversible del medio ambiente es realmente alarmante, como lo muestran los constantes efectos del calentamiento global, el saqueo del planeta, la deforestación, la erosión del suelo, la extinción de especies, la contaminación del agua y el aire, o las catástrofes nucleares. Estas últimas son un vivo ejemplo del devastador peligro potencial que el capitalismo ha puesto al servicio de su lógica irracional, levantando una espada de Damocles sobre toda la humanidad. Y aunque la burguesía trate de atribuir la destrucción medioambiental a la maldad de individuos “carentes de conciencia ecológica” –creando una atmósfera de culpa y angustia–, en vanos e hipócritas intentos por resolver el problema, lo cierto es que no se trata de una cuestión de individuos, ni siquiera de empresas o naciones, sino de la misma lógica de destrucción inscrita en un sistema que, en el nombre de la acumulación, no posee ningún escrúpulo en dañar para siempre todas las premisas materiales para el intercambio metabólico entre la vida y la Tierra, siempre y cuando pueda obtener beneficios inmediatos de ello.
Este es el resultado inevitable de la contradicción entre las fuerzas productivas –humanas y naturales– que el capitalismo ha desarrollado, exprimiéndolas hasta el punto de su aniquilación, y las relaciones antagónicas basadas en la división en clases y en la competencia capitalista.
Este dramático escenario debe servir de estímulo al proletariado en su lucha revolucionaria, porque únicamente la destrucción del capitalismo puede hacer posible que florezca la vida de nuevo.
La crisis económica
9) En esencia, la incapacidad de la clase dominante ante la destrucción medioambiental, incluso cuando la burguesía misma es cada vez más consciente de la amenaza que esta plantea al conjunto de la humanidad, hunde sus raíces en la imposibilidad de superar las contradicciones económicas que perturban al modo de producción capitalista. Es la agravación irreversible de la crisis económica la causa fundamental de la barbarie que se extiende por toda la sociedad. No hay salida posible para el modo de producción capitalista. Sus propias leyes lo llevan al actual callejón sin salida, del que no puede salir sin abolir sus propias leyes, sin abolirse a sí mismo. En concreto, el motor del desarrollo del capitalismo desde sus comienzos ha sido la conquista de nuevos mercados fuera de su propia esfera. Las crisis comerciales que atravesó desde los primeros años del siglo XIX, y que de hecho expresaban que las mercancías producidas por un capitalismo en pleno desarrollo no podían encontrar compradores suficientes que absorbieran sus productos, fueron superadas por la destrucción del capital excedente pero también, y sobre todo, por la conquista de nuevos mercados, principalmente en zonas que no se habían desarrollado plenamente desde un punto de vista capitalista. Es por esto que el siglo XIX fue el de las conquistas coloniales: para cada potencia capitalista desarrollada era esencial el constituir zonas donde pudieran obtener materias primas baratas, pero sobre todo, que pudieran servir de salidas para sus mercancías. La Primera Guerra mundial fue en esencia el resultado de que la división del mundo entre las potencias capitalistas significaba que cualquier conquista de nuevas zonas por tal o cual potencia implicaba necesariamente su confrontación con otras. Esto no significaba que no existieran ya mercados extra-capitalistas capaces de absorber el exceso de mercancías producidas por el capitalismo. Como Rosa Luxemburg escribió en vísperas de la Primera Guerra mundial: “Cuanto más violentamente lleve a cabo el militarismo, tanto en el exterior como en el interior, el exterminio de capas no capitalistas, y cuanto más empeore las condiciones de vida de las capas trabajadoras, la historia diaria de la acumulación del capital en el escenario del mundo se irá transformando más y más en una cadena continuada de catástrofes y convulsiones políticas y sociales que, junto con las catástrofes económicas periódicas en forma de crisis, harán necesaria la rebelión de la clase obrera internacional contra la dominación capitalista, incluso antes de que haya tropezado económicamente con la barrera natural que se ha puesto ella misma” ([6]).
La Primera Guerra mundial fue precisamente la expresión más terrible de la época de “las catástrofes y las convulsiones” en la que el capitalismo estaba adentrándose, “incluso antes de que se llegue plenamente a este natural atolladero económico creado por el propio capital”. Y diez años después de la carnicería capitalista, la gran crisis de los años 30 fue la segunda expresión; una crisis que conduciría a la segunda masacre imperialista generalizada. Pero el periodo de “prosperidad” que el mundo vivió en la segunda posguerra, pilotada por mecanismos establecidos por el bloque occidental incluso antes del final de la guerra (de forma especial los acuerdos de Bretton Woods en 1944), basados en la intervención sistemática del Estado en la economía, eran la prueba de que este “natural atolladero económico” no había sido superado por el capital. La crisis abierta a finales de los años 60 mostró que el sistema estaba acercándose a sus límites, especialmente con el fin del proceso de descolonización que, paradójicamente, había hecho posible el abrir nuevos mercados. Desde entonces, la creciente estrechez de los mercados extra-capitalistas forzó al capitalismo, cada vez más amenazado por la sobreproducción generalizada, a hacer uso del crédito de forma creciente. Una auténtica huida hacia adelante ya que cuantas más deudas se acumulaban menor era la posibilidad de que fueran reembolsadas.
10) La creciente influencia del sector financiero de la economía en detrimento de la esfera propiamente productiva, y que hoy es señalada por políticos y periodistas de toda condición como responsable de la crisis, no es de ninguna manera el resultado del triunfo de un tipo de pensamiento económico sobre otro (“monetaristas” contra “keynesianos”, o “neoliberales” contra “intervencionistas”). Este hecho se deriva fundamentalmente de que la huida hacia adelante del crédito ha otorgado un creciente peso a aquellos organismos cuya función es distribuirlo: los bancos. En este sentido, la “crisis financiera” no es el origen de la crisis económica y la recesión. Al contrario, es la sobreproducción la causa de la “financialización”, ya que es cada vez más arriesgado el invertir en la producción dado que el mercado mundial se encuentra cada vez más saturado, lo que dirige el flujo financiero de forma creciente hacia la especulación. Es por eso que todas las “teorías económicas de izquierda”, que llaman a “controlar las finanzas internacionales” para salir de la crisis, no son más que sueños vacíos ya que “olvidan” las causas reales de la hipertrofia de la esfera financiera.
11) La crisis de las subprime en 2007, el gran pánico financiero de 2008 y la recesión de 2009 marcaron un nuevo y muy importante paso en el descenso del capitalismo hacia una crisis irreversible. Durante décadas, el capitalismo había usado y abusado del crédito para contrarrestar su creciente tendencia hacia la sobreproducción, expresada de forma particular por la sucesión de recesiones cada vez más profundas y devastadoras, seguidas por “recuperaciones” cada vez más tímidas. El resultado de esto ha sido, dejando a un lado variaciones de tasas de crecimiento de un año a otro, que el crecimiento medio en la economía mundial ha continuado cayendo década tras década a la vez que el desempleo aumentaba. La recesión de 2009 ha sido la más importante que el capitalismo haya vivido desde la Gran Depresión de los años 1930, llevando las tasas de desempleo en muchos países a niveles no vistos desde la Segunda Guerra mundial. Únicamente la intervención masiva del FMI, decidida en la cumbre del G-20 de marzo 2009, pudo salvar a los bancos de la bancarrota generalizada resultante de la acumulación de “deuda tóxica”, es decir, de créditos que nunca serían devueltos. Con este hecho, la “crisis de la deuda”, como los comentaristas burgueses la describen, alcanzaba un nivel superior: ya no serían únicamente individuos particulares (como pasó en los EEUU con la crisis inmobiliaria), empresas o bancos los incapaces de rembolsar sus deudas, o incluso pagar los intereses de estas. Se trata desde entonces de Estados enteros los que se verán enfrentados de forma creciente al terrible peso de la deuda –la “deuda soberana”–, lo que debilitará su capacidad para intervenir en sus respectivas economías nacionales a través del déficit presupuestario.
12) En este contexto presenciamos en el verano de 2011 lo que posteriormente se conocería como la “crisis del Euro”. Como en Japón o en EEUU, la deuda de los Estados europeos ha crecido de manera espectacular, especialmente en aquellos países de la Eurozona cuyas economías son más frágiles o más dependientes de paliativos ficticios puestos en marcha durante el periodo previo: los PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España). En los países que tienen su propia moneda, como USA, Japón o Reino Unido, la deuda estatal puede ser parcialmente compensada emitiendo moneda. Así, la Reserva Federal americana ha comprado grandes cantidades de Bonos del Tesoro, o lo que es lo mismo, asume deudas del Estado, para transformarla en billetes impresos. Pero esta posibilidad no existe a nivel individual en países que han abandonado su moneda nacional en favor del Euro. Sin la posibilidad de “monetarizar” su deuda, estos países de la Eurozona no tienen otro recurso que pedir prestadas cada vez mayores cantidades para tapar el agujero de sus cuentas públicas. Y si los países del norte de Europa aún son capaces de conseguir fondos de bancos privados a tipos de interés razonables, esto es algo imposible para los PIIGS, cuyos préstamos sufren de intereses enormes, dada su evidente insolvencia, que los obliga a pedir toda una serie de “planes de salvamento” llevados al cabo por el BCE y el FMI, acompañados por la exigencia de reducciones drásticas de sus respectivos déficit públicos. Las consecuencias de estas reducciones son ataques dramáticos a las condiciones de vida de la clase trabajadora; pero ni siquiera estas hacen posible el limitar sus déficit públicos, ya que la recesión que estas provocan disminuye la recaudación de impuestos. Por tanto estos “remedios” utilizados para “curar al enfermo” amenazan cada vez más con matar al paciente. Esta es también una de las razones de porqué la Comisión Europea decidió recientemente el suavizar las exigencias de reducción de déficit en ciertos países como España y Francia. Vemos de nuevo el callejón sin salida al que se enfrenta el capitalismo: la deuda ha sido usada como una forma de compensar la insuficiencia de mercados solventes, pero no puede crecer de forma indefinida, como hemos visto con la crisis financiera comenzada en 2007. No obstante, todas las medidas que puedan tomarse para limitar la deuda se ven confrontadas con la crisis de sobreproducción capitalista, en un contexto internacional en constante deterioro y que limita cada vez más el margen de maniobra.
13) El caso de los países “emergentes”, notablemente de los BRIC's (Brasil, Rusia, India y China), cuyas tasas de crecimiento se mantienen muy por encima de las de EEUU, Japón o Europa occidental, no contradice la naturaleza irresoluble de las contradicciones del sistema capitalista. En realidad, el “éxito” de estos países (las diferencias entre los cuales deben ser subrayadas, ya que por ejemplo Rusia debe su crecimiento principalmente a la preponderancia de la exportación de materias primas, hidrocarburos especialmente) ha sido en parte consecuencia de la crisis general de sobreproducción de la economía capitalista, que, exacerbando la competencia entre empresas y obligándolas a reducir drásticamente los costes laborales, ha llevado a la “recolocación” de partes importantes del aparato productivo de los antiguos países industriales (sector del automóvil, textil, electrónica, etc.) a regiones donde los salarios son mucho menores. Sin embargo, la estrecha dependencia de estos países emergentes de las exportaciones a los países más desarrollados, les llevará tarde o temprano hacia convulsiones económicas cuando las ventas a estos últimos se vean afectadas por el agravamiento económico, lo que sin duda tendrá lugar.
14) Así, como ya dijimos hace cuatro años, “aún cuando el sistema capitalista no va a caer como un castillo de naipes, la perspectiva es de un hundimiento cada vez mayor en un atolladero histórico, sumiendo a la sociedad de forma creciente en las convulsiones que le golpean hoy. Durante más de cuatro décadas la burguesía no ha sido capaz de impedir la agravación continua de la crisis. Hoy en día esta hace frente a una situación mucho más grave que la de los años 60. Pese a toda la experiencia que ha acumulado durante estas décadas, la situación no puede más que empeorar” [7]. Esto no significa que volvamos a una situación similar a la de 1929 y los años 30. Hace 70 años la burguesía internacional se encontró completamente desprotegida frente al colapso de su economía y las políticas que aplicó, con cada país encerrándose en sí mismo, sólo consiguieron exacerbar las consecuencias de la crisis. La evolución de la situación económica las últimas cuatro décadas ha mostrado que, incluso si es claramente incapaz de evitar que el capitalismo se hunda cada vez más en su crisis, la clase dominante tiene la habilidad de ralentizar ese descenso y evitar una situación de pánico generalizado como el “Martes negro” del 24 de octubre de 1929. Existe otra razón por la que no se va a reeditar una situación similar a la de los años 30. En esa ocasión la onda expansiva de la crisis empezó desde la principal potencia, los EEUU, y de ahí se extendió a la segunda potencia, Alemania. Fue en estos dos países donde se vivieron las consecuencias más dramáticas de la crisis, como un desempleo masivo que alcanzó un 30 % de la población activa, o las interminables colas frente a las oficinas de empleo o los comedores sociales, mientras que países como Reino Unido o Francia se vieron relativamente poco afectados. Hoy en día se desarrolla una situación comparable en países del sur de Europa (especialmente en Grecia), sin alcanzarse aún el mismo nivel de miseria obrera de los EEUU y Alemania en los años 30. A su vez, los países más desarrollados del norte de Europa, EEUU y Japón se encuentran aún lejos de una situación de ese tipo. Por un lado porque sus economías nacionales son más capaces de resistir a la crisis, pero también, y sobre todo, porque hoy el proletariado de estos países, y especialmente en Europa, no se encuentra dispuesto a aceptar tales niveles de ataques a sus condiciones de existencia. Por tanto, uno de los elementos clave en la evolución de la crisis escapa al estricto determinismo económico para trasladarse al ámbito social, al balance de fuerzas entre las dos clases principales de la sociedad: la burguesía y el proletariado.
Situación y perspectivas de la lucha de clases
15) Aunque a la clase dominante le gustaría presentar sus podridas llagas como si fueran bonitos lunares, la humanidad comienza a despertarse de un sueño que se ha vuelto pesadilla, y a comprender la total bancarrota histórica de esta sociedad. Pero aunque el sentimiento de la necesidad de un orden distinto está ganando terreno frente a la brutal realidad de un mundo en descomposición, esta vaga conciencia no significa aún que el proletariado se haya convencido de la necesidad de abolir este sistema, y menos aún de que haya desarrollado la perspectiva de construir uno nuevo. Por tanto, la agravación sin precedentes de la crisis capitalista en el contexto de la descomposición es el marco en el que se desarrolla hoy día la lucha de clases, aunque sea de una manera incierta en la medida que esta lucha no tiene lugar en la forma de confrontaciones abiertas entre las dos clases. Aquí debemos subrayar el marco sin precedentes de las presentes luchas, ya que tienen lugar en el contexto de una crisis que dura ya cerca de 40 años y cuyos efectos graduales –aparte de convulsiones particulares– han “habituado” al proletariado a ser testigo del lento deterioro de sus condiciones de vida, lo que hace más difícil la comprensión de la gravedad de los ataques y la implementación de una respuesta acorde a esta. Es más, se trata de una crisis cuyo ritmo hace difícil el comprender qué se encuentra detrás de los ataques, que aparecen como sucesos “naturales” por su aplicación lenta y escalonada. Esta situación es muy diferente a las convulsiones inmediatas y evidentes de todo el conjunto social que tienen lugar en un contexto de guerra. De este modo, hay diferencias entre el desarrollo de la lucha de clase –a nivel de las posibles respuestas, del ritmo, amplitud, profundidad, extensión y contenido– en el marco de una guerra, que convierte la lucha en algo dramáticamente urgente, como fue el caso durante la Primera Guerra mundial a comienzos del siglo XX –aún cuando no existiera una respuesta inmediata a la guerra–, y la lucha frente a una crisis que evoluciona a un ritmo lento.
El punto de partida de las luchas actuales es precisamente la ausencia de la identidad de clase de un proletariado que, desde que el capitalismo entró en su fase de descomposición, ha tenido serias dificultades no sólo para desarrollar su perspectiva histórica sino incluso para reconocerse a sí mismo como una clase social. La llamada “muerte del comunismo”, causada supuestamente por la caída del Bloque del este en 1989, desató una campaña ideológica cuyo propósito fue la negación de la misma existencia del proletariado, y significó un golpe muy duro a la conciencia y militancia proletaria. Los efectos de esta campaña han pesado en el curso de las luchas desde entonces. Pese a esto, como hemos visto desde 2003, la tendencia hacia confrontaciones de clase ha sido confirmada por el desarrollo de varios movimientos en los que la clase trabajadora “ha demostrado su existencia” a una burguesía que quería enterrarla antes de tiempo. Así, la clase obrera en todo el mundo no ha cesado de lanzar luchas, aún cuando estas no han alcanzado la esperada amplitud o radicalidad que la presente situación exige. Sin embargo, reflexionar sobre la lucha de clase en términos de lo que “debería ser”, como si la situación actual hubiera simplemente caído del cielo, es algo que los revolucionarios no se pueden permitir. Comprender las dificultades y potencialidades de la lucha de la clase ha sido siempre una tarea que exige un enfoque paciente, histórico y materialista, con el fin de encontrar sentido al aparente caos; para entender qué es nuevo y difícil y qué es prometedor.
16) Es en este contexto de crisis, de descomposición y de frágil estado subjetivo del proletariado cómo podemos llegar a entender las debilidades, insuficiencias y errores, así como la fuerza potencial de las luchas, reafirmándonos en nuestra convicción de que la perspectiva comunista no aparece de forma automática o mecánica bajo determinadas circunstancias. De este modo, durante los dos últimos años hemos sido testigos del desarrollo de movimientos que hemos descrito con la metáfora de los cinco ríos:
- Movimientos sociales de jóvenes con trabajos precarios, desempleados o aún estudiando, que comenzó con la lucha del CPE en 2006 en Francia, continuó con la revuelta de jóvenes en Grecia en 2008, y culmina con el movimiento de los Indignados y de Occupy de 2011.
- Movimientos que son masivos pero bien controlados por la burguesía, que prepara el terreno con antelación, como en Francia en 2007, Reino Unido y Francia en 2010, Grecia en 2010-12, etc.
- Movimientos que han sufrido el peso del interclasismo, como en Túnez y Egipto en 2011.
- Gérmenes de huelgas de masas como en Egipto en 2007, Vigo (España) en 2006, China en 2009.
- El desarrollo localizado de luchas en fábricas o en sectores industriales pero que presentan signos prometedores, como en Lindsey en 2009, Tekel en 2010, electricistas en Reino Unido en 2011.
Estos cinco ríos pertenecen a la clase trabajadora pese a sus diferencias; cada uno a su manera expresa un esfuerzo del proletariado por reencontrarse, a pesar de las dificultades y obstáculos que la burguesía pone en su camino. Cada uno contiene una dinámica de búsqueda, de clarificación, de preparación del terreno social. A diferentes niveles, son parte de una búsqueda “de la palabra que nos llevará al socialismo” (como lo expresó Rosa Luxemburg refiriéndose a los consejos obreros) a través de las asambleas generales. Las expresiones más avanzadas de esta tendencia fueron los movimientos de los Indignados y Occupy –especialmente en España–, porque fueron los que más claramente mostraron las tensiones, contradicciones y potencial de la lucha de clase hoy. Pese a la presencia de capas provenientes de la pequeña burguesía empobrecida, la impronta proletaria de estos movimientos se manifiesta en la búsqueda de solidaridad, en las asambleas, en los intentos por desarrollar una cultura de debate, en la capacidad de evitar las trampas de la represión, en las semillas de internacionalismo, y en la aguda sensibilidad hacia aspectos subjetivos y culturales. Y es a través de estos elementos que preparan el terreno subjetivo cómo estos movimientos mostrarán toda su importancia en los combates del futuro.
17) La burguesía por su parte ha mostrado signos de ansiedad ante esta resurrección internacional de su enterrador, que ha reaccionado contra los horrores que le impone diariamente el sistema. El capitalismo ha ampliado su ofensiva fortaleciendo la barrera sindical, sembrando ilusiones democráticas y avivando el nacionalismo. No es por casualidad que su contraofensiva se haya centrado en estas cuestiones: la agravación de la crisis y sus efectos en las condiciones de vida del proletariado ha provocado una resistencia que los sindicatos tratan de controlar a través de acciones que fragmentan la unida de las luchas y ahondan en la pérdida de confianza del proletariado en sus propias fuerzas.
Debido a que el desarrollo de la lucha de clase está teniendo lugar hoy día en el marco de una crisis abierta del capitalismo que dura ya casi 40 años –que es en cierta medida una situación sin precedentes en el movimiento obrero–, la burguesía trata de evitar que el proletariado tome conciencia del carácter mundial e histórico de la crisis. Así, la idea de soluciones nacionales y el uso de un discurso nacionalista impiden una comprensión del carácter real de la crisis, que es indispensable para que la lucha del proletariado tome una dirección radical. En la medida que el proletariado no se reconoce a sí mismo como clase, su resistencia tiende a surgir como una expresión general de indignación contra lo que acontece en la sociedad. Esta ausencia de identidad de clase, y por ende de perspectiva de clase, hace posible que la burguesía desarrolle mistificaciones sobre ciudadanía y luchas por una “democracia real”. Y hay otras razones para esta pérdida de identidad de clase, que encuentran sus raíces en la propia estructura de la sociedad capitalista y la forma en que se presenta la presente agravación de la crisis. La descomposición, que supone un brutal empeoramiento de las mínimas condiciones de supervivencia humana, se ve acompañada por una devastación insidiosa del terreno personal, mental y social. Esto se traslada a una “crisis de confianza” en la humanidad. Además, la agravación de la crisis y la extensión del desempleo y la precariedad laboral han debilitado la socialización de la juventud, y facilitado las tendencias a escapar a un mundo de abstracción y atomización.
18) Así, los movimientos de estos últimos dos años, y especialmente los “movimientos sociales”, están marcados por muchas contradicciones. En particular la escasez de reivindicaciones específicas no se corresponde con la trayectoria “clásica” de lo particular a lo general que podría esperarse de la lucha de clase. Pero debemos también tener en cuenta los aspectos positivos de este punto de vista general, que se deriva del hecho de que los efectos de la descomposición se sienten a nivel generalizado, y por la naturaleza universal de los ataques económicos lanzados por la clase dominante. Hoy el camino trazado por el proletariado tiene su punto de partida en lo “general”, que tiende a plantear la cuestión de la politización de una manera mucho más directa. Confrontados con la evidente bancarrota del sistema y los efectos de la descomposición las masas explotadas se rebelan, no pudiendo avanzar hasta que comprendan que esos problemas son productos de la decadencia del sistema, y de ahí la necesidad de superarlo. Es en ese punto que los métodos de la lucha proletaria que hemos visto (asambleas generales, debates abiertos y fraternales, solidaridad, desarrollo creciente de una perspectiva política) cobran gran importancia, ya que son estos los métodos que hacen posible el llevar a cabo una reflexión crítica y llegar a la conclusión de que el proletariado puede no sólo destruir el capitalismo sino crear un mundo nuevo. Un momento decisivo en ese proceso será la entrada de la lucha en los centros de trabajo y su conjunción con las movilizaciones más generales, una perspectiva que está empezando a desarrollarse pese a las dificultades que vamos a encontrar en los años venideros. Este es el contenido de la perspectiva de convergencia de los “cinco ríos” mencionados arriba en el “océano de fenómenos” que Rosa Luxemburg llamó huelga de masas.
19) Para entender esta perspectiva de convergencia la relación entre identidad de clase y conciencia de clase es de capital importancia, lo que plantea una cuestión: ¿puede la conciencia desarrollarse sin identidad de clase?, o lo que es lo mismo: ¿emergerá esta última del desarrollo de la conciencia? El desarrollo de la conciencia y de una perspectiva histórica se asocian correctamente con el redescubrimiento de la identidad de clase, pero no podemos situar este proceso dentro de una secuencia rígida: primero se forja la identidad, entonces la lucha, después la conciencia y la perspectiva, o algún otro de estos elementos. La clase obrera no aparece hoy día como un creciente polo de oposición, por lo que es más probable el desarrollo de una posición crítica por un proletariado que aún no se reconoce a sí mismo. La situación es compleja pero es más probable que veamos una respuesta en forma de un cuestionamiento general, lo que es potencialmente positivo en términos políticos, partiendo no de una marcada identidad de clase sino de movimientos que tienden a encontrar su propia perspectiva a través de la lucha. Como dijimos en 2009, “Para que la conciencia de la posibilidad de la revolución comunista gane un terreno significativo en el seno de la clase obrera, esta debe ganar confianza en su propia fuerza, y esto tiene lugar a través del desarrollo de luchas masivas” [8]. La fórmula “desarrollo de sus luchas para ganar confianza en sí misma y su perspectiva” es perfectamente adecuada ya que significa reconocerse a sí misma y su perspectiva, pero el desarrollo de estos elementos sólo puede surgir de las luchas mismas. El proletariado no “crea” su conciencia sino que se vuelve consciente de lo que realmente es.
Dentro de este proceso el debate es la clave para criticar las insuficiencias de los puntos de vista parciales, exponer las trampas, rechazar la búsqueda de chivos expiatorios, comprender la naturaleza de la crisis, etc. A este nivel, las tendencias hacia el debate abierto y fraterno de estos últimos años son muy prometedoras para ese proceso de politización que la clase deberá llevar a cabo. Transformar el mundo transformándonos a nosotros mismos empieza a tomar fuerza en la aparición de iniciativas de debates y en el desarrollo de preocupaciones basadas en la crítica de las cadenas más poderosas que atan al proletariado. El proceso de politización y radicalización necesita debate para realizar una crítica del orden existente y situar los problemas en su dimensión histórica. En este sentido, se mantiene vigente que “la responsabilidad de las organizaciones revolucionarias y de la CCI en particular es participar plenamente en la reflexión que tiene lugar en la clase obrera, no solamente interviniendo activamente en las luchas que ya están apareciendo, sino también estimulando el posicionamiento de grupos y elementos que desean unirse a la lucha” [9]. Debemos estar firmemente convencidos de que la responsabilidad de los revolucionarios en la fase que se abre ahora es el contribuir y catalizar el naciente desarrollo de la conciencia, que se expresa en las dudas y críticas que ya aparecen en el seno del proletariado. Desarrollar y profundizar la teoría debe estar en el núcleo de nuestra contribución, no sólo para combatir los efectos de la descomposición, sino también como una forma de sembrar pacientemente el terreno social, como un antídoto al inmediatismo en nuestra actividad, porque sin la profundización en la teoría por parte de las minorías revolucionarias, la teoría nunca se adueñará de las masas.
[1] En nuestra Web, en el apartado TEXTOS POR TEMAS, se puede encontrar la serie La Decadencia del Capitalismo, ver https://es.internationalism.org/series/492
[2] En nuestra Web, en el apartado TEXTOS POR TEMAS, se puede encontrar la serie 30 años de Crisis, ver https://es.internationalism.org/series/520
[3] En nuestra Web, en el apartado TEXTOS POR TEMAS, se puede encontrar la serie Mayo de 1968, ver https://es.internationalism.org/series/380
[4] Ver nuestras “Tesis sobre la Descomposición”, /revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
[5] Ver Revista Internacional no 61, “Tras el hundimiento del bloque del este, inestabilidad y caos”, https://es.internationalism.org/node/2114
[6] Rosa Luxemburg, La acumulación del Capital, capítulo 32.
[7] Revista Internacional nº 138, “Resolución sobre la situación internacional del 18º Congreso de la CCI” https://es.internationalism.org/node/2629.
[8] Idem.
[9] Revista Internacional nº 130, “Resolución sobre la situación internacional del 17º Congreso de la CCI”.