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Crisis alimentaria, revueltas del hambre
Sólo la lucha de clases del proletariado
podrá acabar con las hambrunas
En el número 132 de la Revista internacional, reseñábamos el desarrollo de las luchas obreras que estallaron simultáneamente por el mundo frente a la agravación de la crisis y de los ataques contra las condiciones de vida de los proletarios. Las nuevas sacudidas de la economía mundial, la plaga inflacionista y la crisis alimentaria van a agravar más todavía la miseria de las capas más empobrecidas en los países de la periferia. Esta situación, que pone al desnudo la sima en la que se hunde el sistema capitalista, ha provocado en muchos países revueltas de hambre al mismo tiempo que se estaban desarrollando luchas obreras por aumentos de salarios, especialmente contra el alza fulgurante de los precios de los alimentos de base. Con la agravación de la crisis, las revueltas del hambre y las luchas obreras van a continuar multiplicándose de manera cada día más general y simultánea. Esas revueltas contra la miseria se deben a las mismas causas: la crisis de la sociedad capitalista, su incapacidad para ofrecer un porvenir a la humanidad, ni siquiera asegurar la simple supervivencia de una parte de ella. Pero esos dos movimientos no contienen el mismo potencial. Sólo el combate del proletariado, en su propio terreno de clase, podrá acabar con la miseria, la hambruna generalizada si es capaz de echar abajo al capitalismo creando una nueva sociedad sin hambres y sin guerras.
La crisis alimentaria lleva la firma de la quiebra del capitalismo
Lo común a todas las revueltas del hambre que han estallado desde principios de año por el mundo es la subida como un cohete de los precios de los alimentos o su espectacular penuria que han golpeado sin miramientos a una población pobre y obrera en cantidad de países. Algunos ejemplos muy significativos: el precio del maíz se ha cuadriplicado desde el verano de 2007, el del trigo se ha duplicado desde principios de este año 2008. Los precios de los alimentos se han incrementado, globalmente, 60 % en dos años en los países pobres. Signo de los tiempos que corren, los efectos devastadores del alza de 30 a 50 % de los precios alimenticios a nivel mundial no sólo ha afectado violentamente a las poblaciones de los países pobres, sino también a las de los "ricos". Por ejemplo, en Estados Unidos, primera potencia económica del planeta, 28 millones de personas no podrían sobrevivir sin la distribución de alimentos de los ayuntamientos y los Estados.
Ya hoy están muriéndose de hambre cada día 100 000 personas en el mundo, un niño de menos de dos años se muere cada 5 segundos, 842 millones de personas sufren de malnutrición crónica agravada, reducidas a un estado de invalidez. Y ya hoy, dos de los seis mil millones de seres humanos del planeta (o sea un tercio de la humanidad) están en situación de supervivencia cotidiana a causa los precios de los alimentos.
Los expertos mismos de la burguesía (FMI, FAO, ONU, G8, etc.) anuncian que esa situación no es pasajera, sino que, al contrario, se va a volver crónica y, además, va a ser cada día peor, con aumentos vertiginosos de los víveres de primera necesidad y su escasez ante las necesidades de la población planetaria. Ahora que las capacidades productivas del planeta permitirían alimentar a 12 mil millones de seres humanos, hay millones y millones de ellos que se mueren de hambre a causa precisamente de las propias leyes del capitalismo, sistema que domina el mundo entero, un sistema de producción destinado, no a satisfacer las necesidades humanas, sino a la ganancia, un sistema totalmente incapaz de responder a las necesidades de la humanidad. Y todas las explicaciones que no les queda más remedio que darnos sobre la crisis alimentaria actual van en la misma dirección: su causa es la de una producción que obedece a las leyes ciegas e irracionales del sistema:
1. La subida vertiginosa del precio del petróleo que incrementa los costes del transporte y la producción de alimentos, etc. Ese fenómeno es una aberración propia del sistema y no un factor que le sería ajeno.
2. El crecimiento significativo de la demanda alimentaria, resultante de cierto aumento del poder adquisitivo de las clases medias y de los nuevos hábitos alimenticios en los países llamados "emergentes" como India y China. Si hubiera algo de cierto en semejante explicación, es muy significativa de la realidad del "progreso económico" que, al aumentar el poder de consumo de unos cuantos condena a morir de hambre a millones de otros a causa de la penuria actual en el mercado mundial resultante.
3. La especulación desenfrenada sobre los productos agrícolas. También es un producto del sistema y su peso económico es tanto más importante porque la economía real es cada vez menos próspera. Ejemplos: al ser las existencias de cereales las más bajas desde hace 30 años, la locura especuladora de los inversores se fija ahora en la ganga alimentaria, con la esperanza de unas buenas inversiones que ya no pueden realizarse en el sector inmobiliario desde la crisis de éste; en la Bolsa de Chicago, el volumen de cambio en los contratos sobre la soja, el trigo, la carne de cerdo e incluso de ganado vivo, según el diario francés le Figaro (15 abril) se ha incrementado un 20 % durante los tres primeros meses de este año.
4. El mercado en pleno auge de los biocarburantes, aguijoneado por las subidas de precio del crudo, es también objeto de una especulación desenfrenada. Esta nueva fuente de beneficios es la causa del incremento expansivo de ese tipo de cultivos a expensas de las plantas destinadas a la alimentación humana. Muchos países productores de alimentos de primera necesidad han transformado grandes extensiones hortícolas productoras de víveres en cultivos de biocarburantes, con el pretexto de luchas contra el efecto invernadero, reduciendo así de manera drástica los productos de primera necesidad y aumentando sus precios hasta cotas dramáticas. Así ocurre con el Congo-Brazzaville que está desarrollando extensivamente la caña de azúcar con ese fin, mientras la población revienta de hambre. En Brasil, mientras que el 30% de la población sobrevive bajo el umbral de pobreza y se alimenta como puede, la política agrícola se orienta hacia una producción extrema de biocarburantes.
5. La guerra comercial y el proteccionismo, algo que también pertenece al capitalismo, en el ámbito agrícola, han hecho que los agricultores más productivos de los países industrializados exporten, a menudo gracias a las subvenciones gubernamentales, una parte importante de su producción hacia el Tercer mundo, arruinando así al campesinado de esas regiones incapaces de ese modo de subvenir a las necesidades alimentarias de la población. En África, por ejemplo, muchos agricultores locales se han visto arruinados por las exportaciones europeas de pollos o de carne de vaca. México ya no puede producir lo suficiente para alimentar su población y, ahora, ese país debe importar por valor de 10 mil millones de dólares de productos alimenticios.
6. El uso irresponsable de los recursos del planeta, aguijoneado por la ganancia inmediata, acaba llevando a su agotamiento. El uso abusivo de abonos está causando estragos en el equilibrio del suelo, hasta el punto que el Instituto internacional de Investigación sobre el Arroz prevé que su cultivo en Asia está amenazado a relativo corto plazo. La pesca a ultranza en los océanos está llevando a la escasez de muchas especies de peces.
7. Y las consecuencias del calentamiento del planeta y, entre ellas especialmente las inundaciones o las sequías, se mencionan con razón para explicar la baja de producción de ciertas superficies cultivables. Pero también son, en última instancia, las consecuencias en el medio ambiente, de una industrialización llevada a cabo por el capitalismo a expensas de las necesidades inmediatas y a largo plazo de la especie humana. Las recientes oleadas de calor en Australia, por ejemplo, han acarreado serios estragos y descensos importantes en la producción agrícola. Y lo peor está por venir, pues, según estimaciones, una subida de un grado Celsius de temperatura haría caer 10 % la producción de arroz, de trigo y de maíz. Las primeras investigaciones demuestran que el aumento de las temperaturas amenaza la supervivencia de muchas especies animales y vegetales y reduce el valor nutritivo de las plantas.
El hambre no es la única consecuencia de las aberraciones en materia de explotación de los recursos terrestres. La producción de biocarburantes, por ejemplo, conduce al agotamiento de tierras de cultivo. Además, ese "jugoso" mercado lleva a comportamientos delirantes y antinaturales: en las montañas Rocosas de Estados Unidos, donde los cultivadores ya han reorientado el 30 % de su producción de maíz hacia la fabricación de etanol, se dedican superficies enormes al maíz "energético" en tierras inadaptadas a ese cultivo, acarreando un despilfarro increíble en abonos y agua para un resultado de lo más flojo. Jean Ziegler ([1]) explica: "Para llenar un depósito de 50 litros con bioetanol, hay que quemar 232 kilos de maíz" y para producir un kilo de maíz, hacen falta ¡1000 litros de agua! Según estudios recientes, no solo es negativo el balance de la contaminación de los biocarburantes (una investigación reciente demostraría que aumentan más la polución del aire que el carburante normal), sino que sus consecuencias globales a nivel ecológico y económico son una catástrofe para la humanidad. Por otra parte, en muchas regiones del globo, el suelo está cada vez más contaminado cuando no totalmente envenenado. Así ocurre con el suelo chino, donde mueren 120 000 campesinos cada año de cánceres relacionados con la contaminación del suelo.
Todas las explicaciones que se nos dan sobre la crisis alimentaria tienen, cada una de ellas, una parte de verdad. Pero ninguna de ellas por sí misma es la explicación. Sobre los límites de su sistema, sobre todo cuando aparecen con la forma de la crisis, a la burguesía no le queda otro remedio que mentir a los explotados que son los primeros en soportar las consecuencias, para ocultar el carácter necesariamente transitorio de ese sistema como lo fue con los precedentes sistemas de explotación. En cierto modo, está obligada a mentirse a sí misma, como clase social, para no tener que reconocer que su reino está condenado por la historia. Y lo que hoy llama la atención es el contraste entre el aplomo de que alardea la burguesía y su incapacidad para reaccionar de manera mínimamente creíble y eficaz ante la crisis alimentaria.
Las diferentes explicaciones y soluciones propuestas - independientemente de lo cínicas e hipócritas que puedan ser - corresponden todas ellas a los intereses propios e inmediatos de tal o cual fracción de la clase dirigente en detrimento de las demás. Unos cuantos ejemplos: en la reciente reunión de la cumbre del G8, los principales dirigentes del mundo han invitado a los representantes de los países pobres a reaccionar ante las revueltas del hambre preconizando que se bajaran inmediatamente los aranceles sobre las importaciones agrícolas. En otras palabras, la primera idea que se les ocurrió a esos tan finos representantes de la democracia capitalista ha sido aprovechar la crisis para incrementar sus exportaciones... El lobby industrial europeo provocó un clamor de indignación al denunciar que el proteccionismo agrícola de la Unión Europea era, entre otras cosas, acusado de ser responsable de la ruina de la agricultura de subsistencia del "Tercer Mundo" ([2]). ¿Por qué?, porque al sentirse amenazado por la competencia industrial de Asia, quiere que se reduzcan las subvenciones agrícolas pagadas por la Unión Europea, que resultan ahora demasiado caras para los medios que posee la UE. Y el lobby agrícola, por su parte, ve en las revueltas del hambre la prueba de la necesidad de aumentar esas mismas subvenciones. La Unión Europea ha aprovechado la ocasión para condenar el desarrollo de la producción agrícola al servicio de la "energía renovable"... en Brasil, que es uno de sus rivales más importantes en ese sector.
El capitalismo, como ningún otro sistema antes, ha desarrollado las fuerzas productivas a un nivel que podrían permitir instaurar una sociedad en la que se satisficieran todas las necesidades humanas. Sin embargo, esas enormes fuerzas puestas así en movimiento, mientras queden encerradas en las leyes del capitalismo, no sólo no podrán ponerse al servicio de la gran mayoría de la humanidad, sino que además se vuelven contra ella.
"En los países industriales más adelantados, hemos domeñado las fuerzas naturales para ponerlas al servicio del hombre; con ello, hemos multiplicado la producción hasta el infinito, de tal modo que un niño produce hoy más que antes cien adultos. ¿Y cuál es la consecuencia de ello? Un exceso de trabajo cada vez mayor, la miseria sin cesar creciente de las masas, [...] Sólo una organización consciente de la producción social, en la que se produzca y se distribuya con arreglo a un plan, podrá elevar a los hombres, en el campo de las relaciones sociales, sobre el resto del mundo animal en la misma medida en que la producción en general lo ha hecho con arreglo a la especie humana" (Introducción a Dialéctica de la naturaleza, F. Engels).
Desde que el capitalismo entró en su fase de declive, no sólo las riquezas producidas siguen sin servir para liberar a la especie humana del reino de la necesidad, sino que incluso amenazan su propia existencia. Y es así como un nuevo peligro amenaza hoy a la humanidad: el del hambre generalizada, de la que hace poco se decía que pronto sería una pesadilla del pasado. De hecho, como lo pone de relieve el calentamiento del planeta, el conjunto de la actividad productiva - incluidos los precios alimentarios - al estar sometida a las leyes ciegas del capitalismo, lo que está en vilo es la base misma de la vida en la Tierra, sobre todo a causa del despilfarro de los recursos del planeta.
La diferencia entre las revueltas del hambre
y las revueltas de las barriadas
Son las masas de los más pobres entre los países del "Tercer mundo" las hoy golpeadas por el hambre. Los saqueos de almacenes han sido una reacción perfectamente legítima ante una situación insoportable, de supervivencia, para los actores de esos actos y sus familias. En esto, las revueltas del hambre, aunque provoquen destrucciones y violencias, no deben ponerse en el mismo plano y no tienen el mismo sentido que las revueltas urbanas, como las de Brixton en Gran Bretaña en 1981 y las de las barriadas francesas de 2005, o los motines raciales como los de Los Ángeles, en 1992 ([3]).
Por mucho que perturben el llamado "orden público" y provoquen daños materiales, esas revueltas sólo sirven, en fin de cuentas, a los intereses de la burguesía, la cual es perfectamente capaz de volverlas contra los propios amotinados, pero también contra el conjunto de la clase obrera. Esas manifestaciones de violencia desesperada, en las que a menudo están implicados elementos del lumpenproletariado, ofrecen siempre una oportunidad a la clase dominante para reforzar su aparato represivo y el control policial de los barrios más pobres en los que viven las familias obreras.
Ese tipo de revueltas es un producto de la descomposición del sistema capitalista. Son una expresión de la desesperación y del "no future" que engendra y que se plasma en su carácter totalmente absurdo. Así fue con las revueltas que inflamaron las barriadas en Francia en noviembre de 2005 donde no fueron ni mucho menos los barrios ricos donde viven los explotadores los que sufrieron las acciones violentas de los jóvenes sino sus propios barrios que si hicieron todavía más siniestros e inhóspitos que antes. Y que fueran además sus propias familias, sus allegados o vecinos las víctimas principales de las depredaciones revela el carácter totalmente ciego, desesperado y suicida de ese tipo de amotinamientos. Fueron los vehículos de los obreros que moran en esos barrios los incendiados y destruidas las escuelas y gimnasios a los que iban sus hermanos, hermanas o los hijos del vecino. Y fue precisamente por lo absurdo de esas revueltas por lo que la burguesía pudo utilizarlas y volverlas contra la clase obrera.
Su mediatización a ultranza permitió a la clase dominante mentalizar a muchos obreros de los barrios populares para que consideraran a los jóvenes amotinados no como víctimas del capitalismo en crisis, sino como unos gamberros descerebrados. Más allá del hecho de que esas revueltas permitieron que la policía reforzara la "caza al moreno" entre los jóvenes de origen inmigrante, no podían sino minar cualquier acción de solidaridad de la clase obrera hacia esos jóvenes excluidos de la producción, sin la menor perspectiva de futuro y sometidos constantemente a las vejaciones de los controles policiales.
Por su parte, las revueltas del hambre son primero y ante todo una expresión de la quiebra de la economía capitalista y de la irracionalidad de su producción. Esta se plasma hoy en una crisis alimentaria que golpea no solo a las capas más desfavorecidas de los países "pobres" sino también a cada vez más obreros asalariados, incluso en los países llamados "desarrollados". No es casualidad si en la gran mayoría de las luchas que hoy se están realizando por todas las partes se reivindican esencialmente aumentos de salarios. La inflación galopante, la estampida de los precios de los productos de primera necesidad conjugada con la baja de los salarios reales y las pensiones roídos por la inflación, la precariedad del empleo y las oleadas de despidos son manifestaciones de la crisis que contienen todos los ingredientes para que el hambre, la lucha por la supervivencia, empiecen a plantearse en el seno de la clase obrera. Las encuestas muestran que ya hoy en varios países de Europa, los supermercados y grande superficies adonde acuden las familias obreras a hacer sus compras tienen más dificultades para vender sus productos y están obligados a disminuir sus abastecimientos.
Y es precisamente porque la cuestión de la crisis alimentaria golpea ya a los obreros de los países "pobres" (y afectará cada día más a los de los países centrales del capitalismo), por lo que a la burguesía le va a ser difícil explotar las revueltas del hambre contra la lucha de clase del proletariado. La escasez generalizada, las hambrunas, eso es lo que el capitalismo reserva a la humanidad entera, ése es el "porvenir" que revelan las revueltas del hambre que han estallado recientemente en varios países del mundo.
Evidentemente, esas revueltas son también reacciones de desesperación de las masas más pobres de los países "pobres" y no son portadoras por sí mismas de ninguna perspectiva de derrocamiento del capitalismo. Pero, contrariamente a las revueltas urbanas o raciales, las del hambre son un concentrado de la miseria absoluta en la que el capitalismo hunde a partes cada día más extensas de la humanidad. Muestran el porvenir que le espera a la clase obrera si ese modo de producción no acabara por ser derrocado. Por eso contribuyen en la toma de conciencia de la quiebra irremediable de la economía capitalista. Y, en fin, muestran con qué cinismo y con qué brutalidad responde la clase dominante a las explosiones de cólera de quienes atacan los almacenes para no morirse de hambre: represión, gases lacrimógenos, porrazos y metralla.
Y, contrariamente a las revueltas de las barriadas, aquéllas no son un factor de división de la clase obrera. Muy al contrario, a pesar de las violencias y destrozos que pueden acarrear, las revueltas del hambre tienden espontáneamente a suscitar un sentimiento de solidaridad por parte de los obreros pues éstos también son víctimas de la crisis alimentaria y les cuesta cada día más alimentar a sus familias. Por eso las revueltas del hambre son mucho más difíciles de utilizar por la burguesía para azuzar a unos obreros contra otros o crear divisiones en los barrios populares.
Ante las revueltas del hambre,
solo las luchas obreras podrán ofrecer una perspectiva
Aunque en los países "pobres" se estén hoy desarrollando, simultáneamente, luchas obreras contra la miseria capitalista y las revueltas del hambre, se trata, sin embargo, de dos movimientos paralelos y de naturaleza muy diferente.
Por mucho que haya obreros que participen en las revueltas del hambre saqueando almacenes, ése no es el terreno de la lucha de clases. En ese terreno, el proletariado está anegado en medio de otras capas "populares" entre las más pobres y marginales. En ese tipo de movimientos, el proletariado no puede sino perder su autonomía de clase y abandonar sus propios métodos de lucha: huelgas, manifestaciones, asambleas generales.
Por otra parte, las revueltas del hambre son humo de pajas, motines sin futuro que en modo alguno podrán resolver el problema del hambre. Sólo son una reacción inmediata y desesperada a la miseria más abismal. En efecto, una vez que los almacenes son vaciados por los saqueos no queda nada, en todos los sentidos, mientras que las subidas de salario resultantes de las luchas obreras pueden mantenerse durante más tiempo, por mucho que, cierto es, acaben anulándose. Es evidente que frente a la hambruna que hoy está golpeando a las poblaciones de los países de la periferia del capitalismo, la clase obrera no puede permanecer indiferente; y tanto más porque, en esos países, a los obreros también les está afectando la crisis alimentaria y encuentran cada día más dificultades para alimentarse a sí mismos y a sus familias con sus miserables sueldos.
Las expresiones actuales de la quiebra del capitalismo, especialmente la estampida de los precios y la agravación de la crisis alimentaria, tienden a nivelar cada vez más las condiciones de vida de los proletariados y las de unas masas cada vez más miserables. Por eso mismo van a multiplicarse las luchas obreras en los países "pobres" al mismo tiempo que estallarán revueltas del hambre. Y aunque las revueltas del hambre carezcan de perspectivas, las luchas obreras sí que son un terreno de clase en cuyas firmes bases los obreros podrán desarrollar su fuerza y su perspectiva. El único medio para el proletariado de resistir a los ataques cada vez más violentos del capitalismo estriba en su capacidad para preservar su autonomía de clase desarrollando sus luchas y su solidaridad en su propio terreno. Es, en especial, en las asambleas generales y las manifestaciones masivas donde deben plantearse las reivindicaciones comunes a todos, integrando la solidaridad con las masas hambrientas. En esas reivindicaciones, los proletarios en lucha no solo deben exigir aumentos de sueldo y baja de los precios de los víveres de base, deben también añadir en sus plataformas reivindicativas el reparto gratuito del mínimo vital para los más desfavorecidos, los desempleados y las masas indigentes.
Desarrollando sus propios métodos de lucha y reforzando su solidaridad de clase con las masas hambrientas y oprimidas, el proletariado podrá llevar tras sí a las demás capas no explotadoras de la sociedad.
El capitalismo no tiene la menor perspectiva que ofrecer a la humanidad, sino es la de unas guerras cada vez más bestiales, unas catástrofes cada día más trágicas, una miseria cada vez mayor para la gran mayoría de la población mundial. La única posibilidad para la sociedad de salir de la barbarie del mundo actual es el derrocamiento del sistema capitalista. Y la única fuerza capaz de echar abajo el capitalismo es la clase obrera mundial. Y como la clase obrera no ha sido hasta ahora capaz de encontrar las fuerzas suficientes para afirmar esa perspectiva, desarrollando y extendiendo masivamente sus luchas, las masas crecientes de la población mundial en los países del "Tercer mundo" se ven obligadas a lanzarse a unas revueltas del hambre desesperadas para intentar sobrevivir. La única verdadera solución a la "crisis alimentaria" es el desarrollo de las luchas del proletariado hacia la revolución comunista mundial que permitirá dar una perspectiva y una dirección a las revueltas del hambre. El proletariado solo podrá llevarse tras sí a las demás capas no explotadoras de la sociedad afirmándose como clase revolucionaria. Desarrollando y unificando sus luchas la clase obrera podrá mostrar que es ella la única fuerza social capaz de cambiar el mundo y aportar una respuesta radical a la plaga del hambre, pero también de la guerra y de todas las manifestaciones de desesperanza propias de la descomposición de la sociedad.
El capitalismo ha reunido las condiciones de la abundancia pero mientras ese sistema no haya sido derrocado, solo podrán desembocar en una situación absurda en la que la sobreproducción de mercancías se combina con la penuria de los bienes más elementales.
El que el capitalismo sea incapaz de alimentar a partes enteras de la humanidad es un llamamiento al proletariado para que asuma su responsabilidad histórica. Sólo la revolución comunista mundial podrá poner las bases de una sociedad de abundancia en la que las hambrunas sean erradicadas definitivamente del planeta.
LE (5 de julio de 2008)
[1]) Relator especial para el derecho a la alimentación (de las poblaciones) del Consejo de derechos del hombre de la Organización de naciones unidas desde el año 2000 hasta marzo del 2008.
[2]) El término "Tercer Mundo" lo inventó un economista y demógrafo francés, Alfred Sauvy en 1952, en plena Guerra fría, para, al principio, designar a los países que no estaban vinculados directamente ni al bloque occidental ni al bloque ruso, pero ese sentido quedó pronto casi en desuso, sobre todo, claro, después de la caída del muro de Berlín. Se usa sobre todo sin embargo para designar a los países que tienen los indicadores de desarrollo económico más débiles, o sea los países más pobres del planeta, especialmente en África, Asia o Latinoamérica. Y es, claro está, en este sentido, nunca antes de mayor actualidad, en el que se usa todavía.
[3]) Sobre las revueltas raciales de Los Ángeles, ver nuestro artículo "Ante el caos y las matanzas, sólo la clase obrera puede dar una respuesta" en Revista internacional n° 70. Sobre las revueltas en las barriadas francesas del otoño de 2005, léase "Revueltas sociales: Argentina 2001, Francia 2005... Sólo la lucha proletaria es portadora de futuro" (Revista internacional n° 124) y "Tesis sobre el movimiento de los estudiantes de la primavera de 2006 en Francia" (Revista internacional n° 125).