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La Izquierda comunista es en gran medida el producto de las fracciones del proletariado que representaron la mayor amenaza para el capitalismo durante la oleada revolucionaria internacional que siguió a la guerra de 1914-1918, o sea, del proletariado de Rusia, Alemania e Italia. Estas secciones “nacionales” hicieron la contribución más significativa para el enriquecimiento del marxismo en el contexto del nuevo periodo histórico de decadencia capitalista inaugurado por la guerra. Pero los que tan alto se alzaron fueron también quienes más bajo cayeron. Ya hemos visto en precedentes artículos de esta serie cómo las corrientes de izquierda del Partido bolchevique, tras su primera tentativa heroica para resistir los asaltos de la contrarrevolución estalinista, fueron casi completamente barridas por esta, dejando a los grupos de izquierda situados fuera de Rusia la labor de proseguir el análisis del fracaso de la Revolución rusa y de definir la naturaleza del régimen que había usurpado su nombre. En esta tarea, las fracciones alemana e italiana de la Izquierda comunista desempeñaron un papel absolutamente primordial, si bien es cierto que no fueron las únicas (el artículo precedente de esta serie, por ejemplo, describió la emergencia de una corriente comunista de izquierda en Francia en los años 1920-1930 y su contribución a la comprensión de la cuestión rusa).
Pero aunque el proletariado sufrió importantes derrotas al mismo tiempo en Italia y en Alemania, fue sin duda el proletariado alemán – el cual tenía efectivamente en sus manos el destino de la revolución mundial en 1918/1919 – el que fue masacrado con mayor brutalidad y sangre vertida por los esfuerzos combinados de la socialdemocracia, el estalinismo y el nazismo. Este hecho trágico, al tiempo que una debilidad teórica y organizativa que se remonta a los inicios de la oleada revolucionaria e incluso antes, contribuyó a un proceso de disolución no menos devastador que el que vivió el movimiento comunista en Rusia.
Sin entrar en una discusión para saber por qué fue la Izquierda italiana la que mejor sobrevivió al naufragio causado por la contrarrevolución, queremos refutar una leyenda cultivada por aquellos que no solo pretenden ser los herederos exclusivos de la Izquierda italiana sino que además reducen la Izquierda comunista, que de hecho fue una expresión internacional de la clase obrera, únicamente a su rama italiana. Los grupos bordiguistas que expresan más claramente esta actitud, reconocen sin duda la importancia de la componente rusa del movimiento marxista durante la oleada revolucionaria y los acontecimientos que siguieron, pero amputan a un buen numero de corrientes de izquierda de entre las más significativas que vivieron en el seno del Partido bolchevique (Ossinski, Miasnikov, Sapranov, etc.) y tienden a referirse solo de forma positiva cuando hablan de los líderes “oficiales” tales como Lenin o Trotski. Por lo que se refiere a la Izquierda alemana, el bordiguismo repite las deformaciones acumuladas contra ella por la Internacional comunista: que era anarquista, sindicalista, sectaria, etc., y precisamente en una época en la que la Internacional comunista empezó a abrir sus puertas al oportunismo. Para estos grupos, es lógico concluir que no hay lugar para debatir con las corrientes que provienen de esa tradición o que intentan realizar una síntesis de las contribuciones de las diferentes izquierdas.
Esta no fue en modo alguno la actitud adoptada por Bordiga, ya sea en los primeros años de la oleada revolucionaria, cuando el periódico Il Soviet abría sus páginas a todos aquellos que formaban parte de la Izquierda alemana o se encontraban en su órbita tales como Gorter, Pannekoek y Pankhurst; o bien en el periodo de retroceso, como en 1926, cuando Bordiga respondía muy fraternalmente a la correspondencia recibida del grupo de Korsch.
La Fracción italiana mantuvo esta actitud durante los años 1930. Bilan fue muy crítico respecto a las fáciles denigraciones que planteó la IC sobre la Izquierda germano-holandesa y abrió voluntariamente sus columnas a las contribuciones de esta corriente, como hizo por ejemplo para temas como el periodo de transición. Si bien es cierto que mantuvo profundos desacuerdos con los “internacionalistas holandeses” los respetó como una auténtica expresión del proletariado revolucionario.
Con la distancia que da el tiempo, podemos decir que sobre numerosas cuestiones cruciales, la Izquierda germano-holandesa llegó más rápidamente que la Izquierda italiana a conclusiones correctas: por ejemplo, sobre la naturaleza burguesa de los sindicatos; sobre la relación entre el partido y los consejos obreros; y sobre la cuestión tratada en este artículo: la naturaleza de la URSS y la tendencia general hacia el capitalismo de Estado.
En nuestro libro sobre la Izquierda holandesa, por ejemplo, señalamos que Otto Rühle, una de las principales figuras de la Izquierda alemana, había llegado a conclusiones muy avanzadas sobre el capitalismo de Estado desde 1931. «Uno de los primeros teóricos del comunismo de consejos que examinó en profundidad el fenómeno del capitalismo de estado fue Otto Rühle. En un encomiable libro de vanguardia, publicado en Berlín en 1931 bajo el seudónimo de Karl Steuermann, Rühle demostró que la tendencia hacia el capitalismo de Estado era irreversible y que ningún país podía evitarla, a causa de la naturaleza mundial de la crisis. El camino seguido por el capitalismo no era un cambio de naturaleza, sino de forma, con el objetivo de asegurar su supervivencia en tanto que sistema: “la formula para la salud del mundo capitalista es: cambio de forma, transformación de dirigentes, lavado de cara, sin renunciar a su objetivo principal que es la ganancia. La cuestión es buscar un medio que permita al capitalismo continuar a otro nivel, en otra etapa de evolución.”
«Rühle plateó, grosso modo, tres formas de capitalismo de Estado correspondientes a diferentes niveles de desarrollo. A causa de su retraso económico, Rusia representaría la forma extrema de capitalismo de Estado: “la economía planificada se introdujo en Rusia antes que la economía capitalista liberal hubiera llegado a su cenit, antes que su proceso vital la condujera a la senilidad.” En el caso de Rusia, el sector privado fue totalmente controlado y absorbido por el Estado. En una economía capitalista más desarrollada como Alemania, ocurre lo contrario, el capitalismo privado tomó el control del Estado. Pero el resultado final fue idéntico: el reforzamiento del capitalismo de Estado. “Hay una tercera vía para llegar al capitalismo de Estado. No por la expropiación del capital por el Estado, sino por lo contrario: el capital privado se adueña del Estado.”
«El segundo método que podría ser considerado como una “mezcla” de los dos, corresponde a la apropiación gradual por el Estado de sectores del capital privado: “[el Estado] conquista una influencia creciente sobre el conjunto de la industria: poco a poco se convierte en el director de orquesta de toda la economía”.
«De todas formas, el capitalismo de Estado no puede ser en ningún caso una “solución” para el capitalismo. No representa más que un paliativo ante la crisis del sistema: “el capitalismo de Estado es siempre capitalismo (...) incluso bajo la forma de capitalismo de Estado, el capitalismo no puede esperar prolongar por largo tiempo su existencia. Las mismas dificultades y los mismo conflictos que le obligan a ir de la forma privada hacia la forma estatalizada reaparecen a un nivel superior.” Ninguna “internacionalización” del capitalismo podrá resolver los problemas del mercado: “la supresión de la crisis no es un problema de racionalización, de organización o de producción de crédito, es pura y simplemente el problema de vender.”»
A pesar de que, como precisa nuestro libro, la posición de Rühle contenía una contradicción en la medida en que él veía también al capitalismo de Estado como una especie de forma “superior” del capitalismo que prepararía la vía hacía el socialismo, su libro sigue siendo “una contribución de primer orden al marxismo”. En particular, cuando presenta al capitalismo de Estado como una tendencia universal del nuevo período, establece las bases para destruir la ilusión según la cual el régimen estalinista en Rusia representaría una excepción total respecto del resto del sistema mundial.
Rühle encarnaba al mismo tiempo las debilidades de la Izquierda alemana tanto como las indudables fuerzas que contenía. Primer delegado del KAPD al IIº Congreso de la Internacional comunista en 1920, Rühle vivió en primera línea la terrible burocratización que ya se había apoderado del Estado soviético. Pero, sin tomarse el tiempo de intentar comprender los orígenes de este proceso en el trágico aislamiento de la revolución, Rühle abandonó Rusia sin siquiera intentar defender las posiciones de su partido ante el Congreso, y rechazó inmediatamente cualquier posición de solidaridad con el asediado bastión ruso. Excluido del KAPD por esta transgresión, comenzó a desarrollar las bases del “consejismo”: la revolución rusa no era más que otra revolución burguesa, la forma de partido no servía más que a tales revoluciones; todos los partidos políticos eran burgueses por esencia, y por ello, era necesario fusionar los órganos económicos y políticos de la clase en una misma organización “unificada”. Muchos militantes en el seno de la Izquierda alemana no aceptaron estas ideas a lo largo de los años 20, e incluso durante los años 30, no fueron aceptadas universalmente entre todos los componentes del comunismo de consejos, como puede verse en el texto extraído de Räte Korrespondenz que hemos publicado en la Revista internacional nº 105. Pero, sin duda, tales posiciones causaron importantes estragos en la Izquierda germano-holandesa y aceleraron enormemente su hundimiento organizativo. Al mismo tiempo, al negar el carácter proletario de la Revolución rusa y del Partido bolchevique, tales posiciones bloquearon la posibilidad de comprender el proceso de degeneración al que ambos sucumbieron. Estas posiciones reflejan también, el peso real del anarquismo en el movimiento obrero alemán, y por ello permitieron que fuera mucho más fácil amalgamar toda la tradición de la Izquierda alemana con el anarquismo.
La Izquierda italiana: paulatim sed firmiter *
En el artículo precedente de esta serie, vimos que, en el seno del medio político que rodeaba la Oposición de izquierdas de Trotski, e incluso entre los grupos que se orientaban hacia las posiciones de la Izquierda comunista, existía una enorme confusión sobre la cuestión de la URSS a finales de los años 1920 y en el curso de los años 1930; en particular respecto a la idea de que la burocracia era una especie de nueva clase, no prevista por el marxismo, y ciertamente no era ésta la menor. Teniendo en cuenta la enorme debilidad teórica de la Izquierda germano-holandesa, no es sorprendente que la Izquierda italiana abordara este problema con enorme prudencia. Respecto a otros muchos grupos proletarios, esta reconoció muy lentamente la verdadera naturaleza de la Rusia estalinista. Pero, en la medida en que estaba firmemente anclada en el método marxista, sus últimas conclusiones fueron más coherentes y más profundas.
La Fracción abordó el “enigma ruso” del mismo modo que había abordado otros aspectos del “balance” que debía realizarse de los combates revolucionarios del período que siguió a la Primera Guerra mundial, y en consecuencia de todas las trágicas derrotas que sufrió la clase obrera; con paciencia y con rigor, evitando todo juicio precipitado, basándose en las lecciones históricas que los combates de clase habían establecido antes de poner en cuestión posiciones difícilmente alcanzadas. Respecto a la naturaleza de la URSS, la Fracción se situó en continuidad directa con la respuesta de Bordiga a Korsch, texto que examinamos en el anterior artículo de la serie: para ella lo que estaba claramente establecido, era el carácter proletario de la revolución de Octubre y del Partido bolchevique que la dirigió. De hecho, podemos decir que la comprensión profunda que tenía la Fracción sobre el período histórico abierto por la Primera Guerra mundial – la época de la decadencia del capitalismo – le permitió ver, más claramente que a Bordiga, que sólo la revolución proletaria estaba al orden del día de la historia, en todos los países. Por tanto, no perdió ni un minuto en especulaciones sobre el carácter “burgués” o “doble” de la Revolución rusa. Una idea que, como vimos, tuvo un impacto creciente en la Izquierda germano-holandesa. Para Bilan, rechazar el carácter proletario de la revolución de Octubre no podía ser más que el resultado de una especie de “nihilismo proletario”, de una verdadera perdida de confianza en la capacidad de la clase obrera para cumplir su propia revolución (la formula está extraída de un artículo de Vercesi: “El Estado soviético” de la serie “Partido, Internacional, Estado” en Bilan nº 21).
Nada de esto puede hacernos presuponer que la Fracción estuviera “casada” con la noción de “invariación del marxismo” tras 1848, noción que se ha convertido en un credo para los bordiguistas de hoy en día. Al contrario: desde los inicios – de hecho en el editorial del nº 1 de Bilan – se puso a examinar las lecciones de los recientes combates de clase “sin dogmatismo ni ostracismo”; y esto la llevó a exigir una revisión fundamental de algunas de las tesis de base de la Internacional comunista, por ejemplo, sobre la cuestión nacional. Por lo que respecta a la URSS, insistiendo siempre en la naturaleza proletaria de Octubre de 1917, reconoció también que en los años transcurridos se había producido una profunda transformación, de forma que, en lugar de ser un factor de extensión y defensa de la revolución mundial, el “Estado proletario” había jugado un papel contrarrevolucionario a escala mundial.
Un punto de partida, siempre crucial para la Fracción, era que las necesidades del proletariado a escala internacional eran en todo caso prioritarias sobre cualquier expresión local o nacional y que, bajo ninguna circunstancia se podía transigir con el principio del internacionalismo proletario. Es por ello por lo que el Partido comunista italiano defendió siempre la idea de que debía considerarse a la Internacional como único partido mundial y que sus decisiones debían obligar a todas las secciones, incluso si ellas, como en el caso de Rusia, detentaban el poder en ese país; por esta razón la Izquierda italiana se puso inmediatamente al lado de Trostki en su combate contra la teoría de Stalin del socialismo en un solo país.
De hecho para la Fracción, “... no sólo es imposible construir el socialismo en un solo país, sino también establecer sus bases. En el país donde el proletariado ha vencido, no se trata de realizar una condición del socialismo (a través de la libre gestión económica por parte del proletariado) sino únicamente salvaguardar la revolución, lo que exige el mantenimiento de todas las instituciones de clase del proletariado…” (“Naturaleza y evolución de la revolución rusa- respuesta al camarada Henaut”, Bilan nº 35, septiembre 1936). Aquí la Fracción fue mucho más lejos que Trotski, que, con su teoría de la “acumulación socialista primitiva” consideró que Rusia había comenzado a plantear los fundamentos de una sociedad socialista, incluso si rechazaba lo que pretendía Stalin de que tal sociedad ya era una realidad. Para la Izquierda italiana, el proletariado no podía establecer más que su dominación política en un país, e incluso, esto estaría inevitablemente dificultado por el aislamiento de la revolución.
¿Internacionalismo o defensa de la URSS ?
Aún con todo, a pesar de su claridad en lo fundamental, la posición de la mayoría en el seno de la Fracción, era, en apariencia al menos, similar a la de Trotski: la URSS seguía siendo un Estado proletario, incluso si había sufrido una enorme degeneración, basándose en que la burguesía había sido expropiada y que la propiedad estaba en manos del Estado que había surgido de la Revolución de Octubre. La burocracia estalinista se definía como una capa parásita, pero no era considerada como una clase – ya se tratase de una clase capitalista o de una nueva clase no prevista por el marxismo: “... la burocracia rusa no es una clase, aún menos una clase dominante, teniendo en cuenta que no existen derechos particulares sobre la producción fuera de la propiedad de los medios de la producción y que en Rusia, y la colectivización subsiste en sus fundamentos. Es muy cierto que la burocracia rusa consume una amplia porción del trabajo social: pero también lo es para cualquier tipo de parasitismo social y no hay que confundirlo con explotación de clase” (“El problema del Periodo de transición”, 4ª parte, Bilan no 37, noviembre-diciembre 1936).
Durante los primeros años de vida de la Fracción no se resolvió la cuestión de saber si había que defender o no ese régimen, así en el primer número de Bilan, en 1933, se muestra tal ambigüedad al alertar al proletariado de una posible traición: “Las Fracciones de izquierda tienen el deber de alertar al proletariado del papel que leva ya desempeñando la URSS en el movimiento obrero, haciéndole ver ya desde hoy la evolución que va a tener el Estado proletario bajo la dirección del centrismo. Desde ahora la ausencia de solidaridad debe ser patente con la política que el centrismo impone al Estado obrero. Debe cundir la alerta en la clase obrera contra la posición que el centrismo impondrá al Estado ruso, una posición que no va en favor de sus intereses de clase sino contra ellos. Desde hoy hay que decir que el centrismo mañana traicionará los intereses del proletariado.
“La naturaleza de tal actitud vigorosa está destinada a llamar la atención de los proletarios, a alejar a los miembros del partido de las garras del centrismo, a defender realmente al Estado obrero. Solo ella moviliza las energías para la lucha que protegerá al proletariado de Octubre 1917” (“Hacia la internacional dos y tres cuartos”, Bilan nº 1, noviembre 1933).
La Fracción, al mismo tiempo, fue siempre muy consciente de la necesidad de seguir la evolución de la situación mundial y de tener un criterio cada vez más claro para juzgar la cuestión de la defensa de la URSS: ¿desempeñaba ésta o no un papel enteramente contrarrevolucionario a nivel internacional?, ¿Una política de defensa hacia ella mermaba la posibilidad de mantener un papel estrictamente internacionalista en todos los países? Si tal era el caso, eso tenía más importancia que saber si subsistían algunas “adquisiciones” concretas de la Revolución de Octubre dentro de Rusia. Y aquí, su punto de partida era radicalmente diferente al de Trotski, para quien el carácter “proletario” del régimen era en sí una justificación suficiente para una política de defensa cualquiera que fuera el papel de la URSS en el escenario mundial.
La actitud seguida por Bilan ante este problema estaba íntimamente ligada a su idea del curso histórico: a partir de 1933, la Fracción declaró con una creciente certitud que el proletariado había sufrido una derrota profunda, y que el curso se había abierto para una Segunda Guerra mundial. El triunfo del nazismo en Alemania fue una prueba de ello, el alistamiento del proletariado en los países “democráticos” tras la bandera del antifascismo fue otra, pero la última confirmación fue precisamente la “victoria del centrismo” (término con el que Bilan designaba todavía al estalinismo) dentro de la URSS y de los partidos comunistas al mismo tiempo, la incorporación creciente de la URSS en la marcha hacia un nuevo reparto imperialista del globo. Esto era evidente para Bilan en 1933, cuando la URSS fue reconocida por los Estado Unidos (un acontecimiento descrito como “Una victoria para la contrarrevolución mundial” en el titulo de un artículo de Bilan nº 2, diciembre de 1933); algunos meses más tarde se concedió a la URSS el derecho a ingresar en la SDN (Sociedad de Naciones, antepasado de la ONU): “El ingreso de Rusia en la S.D.N. plantea inmediatamente el problema de la participación de Rusia en uno de los bloques imperialistas de cara a la próxima guerra” (“La Rusia soviética entra en el concierto de los bandidos imperialistas”, Bilan nº 8, junio 1934). El brutal papel jugado contra la clase obrera por el estalinismo se confirmó a continuación por el papel que éste desempeñó en la masacre de los obreros en España, y por los juicios de Moscú, a través de los cuales una generación entera de revolucionarios fue barrida.
Esta evolución condujo a la Fracción a rechazar definitivamente toda política de defensa de la URSS lo que marcó un nuevo grado en la ruptura entre la Fracción y el trotskismo. Para éste último, existía una contradicción fundamental entre “el Estado proletario” y el capital mundial. Este tenía un interés objetivo en unirse contra la URSS, y por tanto era deber de los revolucionarios defenderla contra los ataques imperialistas. Al contrario, para Bilan, estaba claro que el mundo capitalista podía adaptarse fácilmente a la existencia del Estado soviético y de su economía nacionalizada tanto en el plano económico, y sobre todo, en el militar. Por ello, predijo con terrible exactitud que la URSS se integraría plenamente en uno de los dos bloques imperialistas que se alinearían para librar la futura guerra, si bien la cuestión de saber a qué bloque en particular se adscribiría aún no podía definirse. La Fracción demostró de forma muy explícita que la posición trotskista de defensa de la URSS solo podía conducir al abandono del internacionalismo ante la guerra imperialista: “Así, según los bolcheviques-leninistas en caso de “alianza de la URSS con un Estado imperialista o con un agrupamiento imperialista contra otro agrupamiento” el proletariado deberá defender a la URSS. El proletariado de un país aliado mantendrá su hostilidad implacable hacia su gobierno imperialista, pero prácticamente no podrá actuar en todas las circunstancias como proletariado de un país adversario de Rusia. Así, “sería, por ejemplo, absurdo y criminal, en caso de guerra entre la URSS y Japón, que el proletariado americano saboteara el envío de armas americanas a Rusia”.
“Nosotros, naturalmente no tenemos nada en común con esas posiciones. Una vez encadenada a la guerra imperialista, Rusia, no como objeto en sí, sino como instrumento de la guerra imperialista, debe ser considerada en función de la lucha por la revolución mundial, es decir, en función de la lucha por la insurrección proletaria en todos los países.
“Por otro lado, la posición de los bolcheviques-leninistas en nada se distingue ya de la de los centristas y los socialistas de izquierda. Hay que defender a Rusia, incluso si se alía con un Estado imperialista, si bien habría que mantener una lucha sin cuartel contra el “aliado”!! sin embargo, esta “lucha sin cuartel” contiene ya una traición de clase, desde el momento en el que se plantea la cuestión de prohibir la huelga contra la burguesía “aliada”. El arma específica de la lucha proletaria es precisamente la huelga e impedirlo contra una burguesía, es en realidad reforzar sus posiciones e impedir toda lucha real. ¿Cómo pueden los obreros de una burguesía aliada a Rusia mantener una lucha sin cuartel contra ella, si no pueden desencadenar movimientos de huelga?
“Pensamos que en caso de guerra, el proletariado de todos los países, incluyendo a Rusia, tiene como deber concentrar su energía para la transformación de la guerra imperialista en guerra civil. La participación de la URSS en una guerra de rapiña no modificará el carácter esencial de ésta, y el Estado proletario no podrá sino caer bajo los golpes de contradicciones sociales que tal participación implicaría” (“De la Internacional dos y tres cuartos a la Segunda internacional”, Bilan nº 10, agosto 1934). Este pasaje es particularmente profético: para los trotskistas, la “defensa de la URSS” se convierte en un simple pretexto para la defensa de los intereses nacionales de sus propios países.
Lejos de ser una fuerza intrínseca hostil al capital nacional, la burocracia estalinista era percibida como su agente, como una fuerza a través de la cual la clase obrera rusa sufría la explotación capitalista. En numerosos artículos, Bilan demostró con fuerza y detalle que esta explotación era precisamente eso, una forma de explotación capitalista: “En Rusia, como en los otros países, la carrera desenfrenada de industrialización conduce inexorablemente a hacer del hombre una pieza del engranaje mecánico de les producción industrial. El vertiginoso nivel alcanzado por el desarrollo de la técnica impone una organización socialista de la sociedad. El progreso incesante de la industrialización debe armonizarse con los intereses de los trabajadores, de otro modo estos últimos se convierten en sus prisioneros y, en fin, en esclavos de las fuerzas de la economía. El régimen capitalista es la expresión de esta esclavitud ya que, a través de cataclismos económicos y sociales, encuentra la fuente de su dominación sobre la clase obrera. En Rusia las construcciones gigantescas de fábricas se realizan bajo el imperio de la ley de la acumulación capitalista, y los trabajadores están sujetos irremisiblemente a la lógica de esta industrialización: aquí accidentes de ferrocarril, allá explosión en las minas, por todas partes catástrofes en los talleres” (“El juicio de Moscú”, Bilan nº 39, enero-febrero 1937). Además Bilan reconoce que la naturaleza extremadamente violenta de esa explotación viene determinada por el hecho de que la “construcción del socialismo” por la URSS, la industrialización acelerada de los años 30, eran de hecho la construcción de una economía de guerra en el contexto de preparación del próximo holocausto mundial: “La URSS, como los Estados capitalistas con los que se ha aliado, debe preparase para una guerra que se anuncia cada vez más cercana: la industria esencial de la economía debe ser, por tanto, la del armamento que necesita una cantidad de capitales ingente” (“El asesinato de Kyrov, la supresión de los racionamientos de pan en el URSS”, Bilan nº 14, enero 1935). Todavía más: “La burocracia centrista rusa extrae la plusvalía de sus obreros y de sus campesinos con vistas a la preparación de la guerra. La Revolución de Octubre surgida de la lucha contra la guerra imperialista de 1914, es explotada por los epígonos degenerados para empujar a las nuevas generaciones a la próxima guerra imperialista” (“La carnicería de Moscú”, Bilan nº 34, agosto-septiembre 1936).
Aquí, la contradicción con el método de Trotski es claramente evidente: mientras que Trotski no podía impedir en La Revolución traicionada cantar las loas de las enormes “realizaciones” económicas de la URSS que vendrían a demostrar la “superioridad del socialismo”, Bilan replicaba que en ningún caso el progreso hacia el socialismo podía medirse por el crecimiento del capital constante, sino que únicamente podía hacerse valorando la mejora real de las condiciones de vida y trabajo de las masas. “Pero si la burguesía establece en su Biblia la necesidad de un crecimiento continuo de la plusvalía con el fin de convertirla en capital, en interés común de todas las clases (sic!!), el proletariado al contrario debe actuar en el sentido de una disminución constante del trabajo no remunerado que conlleva inevitablemente como consecuencia un ritmo de acumulación subsiguiente extremadamente lento respecto a la economía capitalista...” (“El Estado soviético”, Bilan nº 21, julio-agosto 1935). Además, esta visión encontraba sus raíces en la comprensión que Bilan tenía de la decadencia del capitalismo: la negativa a reconocer que la industrialización estalinista era un fenómeno “progresista” no se basaba sólo en el reconocimiento de que no solo se apoyaba en la miseria absoluta de las masas, sino también en la comprensión de su función histórica de participante en la preparación de la guerra imperialista que es, en sí misma, la expresión más patente de la naturaleza regresiva del sistema capitalista.
Si recordamos también que Bilan estaba perfectamente al corriente de ese pasaje del Anti-Dühring en el que Engels rechaza la idea de que la estatalización tenga, en sí misma, un carácter socialista; y que utilizó más de una vez ese argumento para rebatir a los apologistas del estalinismo (ver “El Estado soviético”, op. cit., “Problemas del período de transición”, Bilan nº 37), nos daremos cuenta de lo que Bilan se aproximó a una visión de la URSS bajo Stalin, como un régimen capitalista e imperialista. Finalmente debía igualmente reconocer que el capitalismo, en todas partes, se apoyaba cada vez más en la intervención del Estado para escapar de los efectos del hundimiento económico mundial y para prepararse para la guerra que se avecinaba. El mejor ejemplo de este análisis está contenido en los artículos sobre el plan De Man en Bélgica de los números 4 y 5 de Bilan. No podía ignorar las similitudes existentes entre lo que estaba pasando en la Alemania nazi, en los países democráticos y en la URSS.
Y sin embargo, Bilan, dudaba aún en librarse de la idea de que la URSS fuese un Estado proletario. Era perfectamente consciente de que el proletariado ruso era explotado, pero pensaba que esa relación de explotación le venía impuesta por el capital mundial sin la mediación de una burguesía nacional, de manera que la burocracia estalinista era vista como “un agente del capital mundial” más que como una expresión del capital nacional ruso con su propia dinámica imperialista. Esta insistencia en el papel primordial del capital mundial estaba en completa coherencia con su visión internacionalista y su profunda comprensión de que el capitalismo es, ante todo, un sistema global de dominación. Pero el capital global, la economía mundial, no es una abstracción que pueda existir al margen del enfrentamiento entre los capitales nacionales concurrentes. Esta era la última pieza del rompecabezas que le faltó a la Fracción para lograr terminarlo.
Al mismo tiempo, en los últimos escritos empieza a verse una intuición cada vez mayor de que sus posiciones son contradictorias y que sus argumentos a favor de la tesis del “Estado proletario” son cada vez más defensivos y menos consistentes:
“Pese a la revolución de Octubre, tendrá que ser barrido el edificio construido sobre el martirio de los obreros rusos, desde la primera a la última piedra, pues sólo así podrá afirmarse una posición de clase en la URSS. Negar la «construcción del socialismo» para conseguir la revolución proletaria: aquí ha llevado la evolución de los últimos años al proletariado ruso. Si se nos pone como objeción que la idea de la revolución proletaria contra el Estado proletario es un sin sentido, que se trata de armonizar los fenómenos y llamar a ese Estado, Estado burgués, respondemos que quienes razonan así no hacen más que expresar una confusión sobre el problema ya tratado por nuestros maestros: las relaciones entre el proletariado y el Estado, confusión que les conducirá al otro extremo: la participación en la Unión Sagrada en torno al Estado capitalista de Cataluña. Lo que prueba que tanto por parte de Trotski quien, so pretexto de defender las conquistas de Octubre, defiende el Estado ruso, y por parte de quienes hablan de un Estado capitalista en Rusia, hay una alteración del marxismo que conduce a estas gentes a defender el Estado capitalista amenazado en España” (“Cuando habla el carnicero”, Bilan nº 41, mayo-junio 1937). Esta argumentación estaba muy fuertemente marcada por la polémica que mantenían con grupos como la Unión comunista y la Liga de los comunistas internacionalistas, sobre la guerra de España; pero no consigue establecer bien la relación lógica entre la defensa de la guerra imperialista en España, y la conclusión de que Rusia se ha convertido en un Estado capitalista.
De hecho algunos camaradas de la propia Fracción comenzaron a poner en cuestión la tesis del Estado proletario, y no se trataba en absoluto de los mismos que cayeron bajo la influencia de grupos como la Unión o la Liga sobre el problema de España. Pero fuera cual fuera la discusión sobre ese tema en el seno de la Fracción en la segunda mitad de los años 30, resultó eclipsada por otro debate provocado por el desarrollo de la economía de guerra a escala internacional: el debate con Vercesi, el cual empezaba a defender que la economía de guerra a que había recurrido el capitalismo, había absorbido la crisis y eliminado la necesidad de otra guerra mundial. La Fracción resultó literalmente agotada por este debate y, dado que las ideas de Vercesi eran las que mayor influencia tenían en un mayor número de militantes, la Fracción se encontró, cuando estalló la guerra, en la más completa desorientación (ver nuestro libro La Izquierda comunista de Italia, para una más amplia reseña del desarrollo de este debate).
Siempre se había tenido como un axioma que la guerra acabaría por aclarar el problema de la URSS. Y así fue. No es casualidad que aquellos que se opusieron al revisionismo de Vercesi, fueron también quienes llamaron más activamente a la reconstitución de la Fracción italiana y a la formación del Núcleo francés de la Izquierda comunista. Fueron esos mismos camaradas los que desarrollaron el debate sobre la cuestión de la URSS. En su declaración de principios inicial, el Núcleo francés definía aún la URSS como un “instrumento del capitalismo mundial”. Pero en 1944 la posición de la mayoría estaba perfectamente clara: “La vanguardia comunista será capaz de llevar a cabo su tarea de guiar al proletariado hacia la revolución en la medida en que sea capaz de liberarse ella misma de la gran mentira de la «naturaleza proletaria» del Estado ruso, y de quitarle la careta mostrando lo que es, revelando su naturaleza y su función capitalistas contrarrevolucionarias.
“Basta señalar que el objetivo de la producción sigue siendo la extracción de plusvalía, para afirmar el carácter capitalista de la economía. El Estado ruso ha participado en el curso hacia la guerra, no sólo a causa de su función contrarrevolucionaria en el aplastamiento del proletariado, sino por su propia naturaleza capitalista, por su necesidad de defender sus fuentes de materias primas, a través de la necesidad de asegurarse un lugar en el mercado mundial donde realizar su plusvalía, por el deseo, por la necesidad de ampliar sus esferas de influencia y de abrirse rutas de acceso” (“La naturaleza no proletaria del Estado ruso y su función contrarrevolucionaria”, Boletín internacional de discusión nº 6, junio de 1944). La URSS tenía su propia dinámica imperialista que encontraba su origen en el proceso de acumulación; se veía impulsada a la expansión puesto que la acumulación no puede realizarse en un circuito cerrado, la burocracia era pues una clase dirigente en todos los sentidos del término. Estas previsiones fueron ampliamente confirmadas por la brutal expansión de la URSS en dirección a la Europa del Este al final de la guerra.
El proceso de clarificación continuó tras la guerra sobre todo, también esta vez, en el grupo francés que tomó el nombre de Izquierda comunista de Francia. Las discusiones continuaron también en el Partito communista internazionalista (PCInt) recién formado, pero desgraciadamente no son bien conocidas. Parece ser que existía una enorme heterogeneidad. Algunos camaradas del PCInt desarrollaron posiciones próximas a las de la GCF, mientras que otros se sumieron en la confusión. El artículo de la GCF: “Propiedad privada y propiedad colectiva”, Internationalisme nº 10, 1946 (reproducido en la Revista Internacional nº 61) critica a Vercesi que había vuelto a unirse al PCInt, porque éste mantenía la ilusión de que, incluso después de la guerra, la URSS todavía podía ser definida como un Estado proletario. En cuanto a Bordiga recurría en ese momento a un término carente de sentido como era el de “industrialismo de Estado”, y, aún cuando más tarde acabó considerando a la URSS como capitalista, jamás aceptó el término de capitalismo de Estado y su significado como expresión de la decadencia del capitalismo. En ese artículo del número 10 de Internationalisme, se encuentran, en cambio, reunidos todos los elementos esenciales del problema. En sus estudios teóricos de finales de los años 40 y principios de los 50, la GCF los reúne en un todo homogéneo. El capitalismo de Estado es analizado como “la forma correspondiente a la fase decadente del capitalismo, como el capitalismo de monopolios lo fue a su fase de pleno desarrollo”. Es más, no se trataba de algo limitado únicamente a Rusia: “el capitalismo de Estado no es patrimonio de una fracción de la burguesía o de una escuela ideológica particular. Le vemos instaurarse tanto en la América democrática como en la Alemania hitleriana, tanto en la Inglaterra laborista, como en la Rusia soviética”. Superando la mistificación que establece que la abolición de la “propiedad privada” individual permitiría eliminar el capitalismo, la GCF fue capaz de situar su análisis sobre las raíces materiales de la producción capitalista.
“La experiencia rusa nos enseña y nos recuerda que no son los capitalistas los que hacen el capitalismo. Más bien al contrario: es el capitalismo el que engendra a los capitalistas, (...). El principio capitalista de la producción puede existir tras la desaparición jurídica e incluso efectiva de los capitalistas beneficiarios de la plusvalía. En tal caso, la plusvalía, al igual que bajo el capitalismo privado, será invertida de nuevo en el proceso de producción con miras a la extracción de una masa todavía mayor de plusvalía.
“A corto plazo, la existencia de la plusvalía engendrará a los hombres que formen la clase destinada a apropiarse del usufructo de la plusvalía. La función crea el órgano. Ya sean los parásitos, los burócratas o los técnicos, ya sea que la plusvalía se reparta de manera directa o indirecta por medio del Estado, mediante salarios elevados o dividendos proporcionales a las acciones y préstamos de Estado (como ocurre en Rusia), todo ello no cambia para nada el hecho fundamental de que nos hallamos ante una nueva clase capitalista”.
La GCF, en continuidad con los estudios de Bilan acerca del período de transición, saca todas las implicaciones necesarias para la política económica que el proletariado ha de adoptar tras la toma del poder político. De una parte negarse a identificar estatalización con socialismo, y reconocer que, tras la desaparición de los capitalistas privados, “la temible amenaza de una vuelta al capitalismo procederá esencialmente del sector estatificado. Tanto más por cuanto el capitalismo encuentra en éste su forma más impersonal, o por así decirlo etérea. La estatalización puede servir para camuflar, por largo tiempo, un proceso opuesto al socialismo” (ídem). Por otro lado, la necesidad de que la política económica del proletariado se dedique a atacar radicalmente al proceso básico de la acumulación del capital: “el principio capitalista de predominio del trabajo acumulado sobre el trabajo vivo para la producción de plusvalía debe ser sustituido por el principio del predominio del trabajo vivo sobre el trabajo acumulado con miras a la producción de productos de consumo para satisfacer a los miembros de la sociedad” (ídem). Esto no quiere decir que será posible abolir el sobretrabajo como tal, sobre todo inmediatamente tras la revolución cuando sea necesario todo un proceso de reconstrucción social. Sin embargo la tendencia a la inversión de la relación capitalista entre lo que el proletariado produce y lo que consume “podrá servir de indicación de la evolución de la economía y ser el barómetro que indique la naturaleza de clase de la producción” (ídem).
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No es casualidad si la GCF no dudó en incluir los análisis más perspicaces de la Izquierda germano-holandesa en sus bases programáticas. En el período de posguerra, la GCF dedicó un importante esfuerzo a reanudar el diálogo con esa rama de la Izquierda comunista (ver nuestro folleto La Izquierda comunista en Francia). Su claridad sobre cuestiones tales como el papel de los sindicatos y las relaciones entre el partido y los consejos obreros, provienen sin la menor duda de este trabajo de síntesis. Lo mismo puede decirse de su comprensión de la cuestión del capitalismo de Estado: las previsiones desarrolladas por la Izquierda alemana algunas décadas antes, quedaban ahora integradas en la coherencia teórica global de la Fracción italiana.
Esto no quiere decir que el problema del capitalismo de Estado quedase definitivamente cerrado. Así en particular el hundimiento de los regímenes estalinistas a finales de los años 1980, exigió un esfuerzo de profundización y de clarificación sobre cómo afectó la crisis económica capitalista a esos regímenes, arrastrándolos al abismo. Pero la cuestión rusa es la que determinó, neta y definitivamente, al final del segundo holocausto imperialista, la frontera de clase: a partir de ese momento, sólo quienes reconocían el carácter capitalista e imperialista de los regímenes estalinistas podían permanecer en el campo proletario y defender los principios internacionalistas frente a la guerra imperialista. Como prueba, en negativo, tenemos la trayectoria del trotskismo cuya posición de defensa de la URSS lo llevó a traicionar el internacionalismo durante la guerra, y cuya adhesión a la tesis del “Estado obrero degenerado” lo llevó a una defensa del bloque imperialista ruso durante la época de la guerra fría. La prueba, en positivo, la proporcionan los grupos de la Izquierda comunista, cuya capacidad de defender y desarrollar el marxismo durante el período de la decadencia del capitalismo les ha permitido, finalmente, resolver el enigma ruso y preservar la bandera del verdadero comunismo frente a los intentos de mancillarlo por parte de la propaganda burguesa.
CDW