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El verano de 1927, en respuesta a una serie de artículos en Pravda que negaban la posibilidad de una “degeneración thermidoriana” de la URSS, Trotski defendió la validez de esta analogía con la revolución francesa, en la que, una parte del propio partido Jacobino se convirtió en vehículo de la contrarrevolución. A pesar de las diferencias históricas entre las dos situaciones, Trotski argumentaba que el régimen proletario aislado de Rusia podía sucumbir ciertamente a una “restauración burguesa”, no sólo por un repentino estallido violento de las fuerzas del capitalismo, sino también de una forma más gradual e insidiosa. “Thermidor, escribía, es una forma especial de contrarrevolución que se lleva a cabo por entregas, y que utiliza en un primer momento a elementos del mismo partido dirigente – reagrupándolos y oponiéndolos a los demás” (“Thermidor”, publicado en The Challenge of the Left Opposition 1926-27, Pathfinder Press, 1980, traducido por nosotros). Y señalaba que el propio Lenin había aceptado plenamente que ese peligro existía en Rusia: “Lenin no pensaba que hubiera que excluir la posibilidad de que a largo plazo ocurrieran cambios económicos y culturales hacia una degeneración burguesa, incluso si el poder seguía en manos de los bolcheviques; podría suceder a través de una asimilación imperceptible entre una cierta capa del partido Bolchevique y una cierta capa de los nuevos elementos de la pequeña burguesía ascendente”.
Al mismo tiempo Trotski argumentaba rápidamente que en la coyuntura de entonces, aunque el Thermidor era un peligro creciente planteado por el aumento del burocratismo y de las influencias abiertamente capitalistas en la URSS, aún estaba lejos de completarse. En la Plataforma de la Oposición unificada, que se publicó no mucho después de este artículo, él y sus coautores expresaron la posición de que la perspectiva de la revolución mundial no se había agotado, ni mucho menos, y en Rusia mismo persistían considerables conquistas de la revolución de Octubre, en particular el “sector socialista” de la economía rusa. La Oposición por tanto, permanecía vinculada a la lucha por la reforma y la regeneración del Estado soviético, y a su defensa incondicional frente a los ataques imperialistas.
Desde el punto de vista histórico sin embargo, está claro que los análisis de Trotski iban por detrás de la realidad. En el verano de 1927, las fuerzas de la contrarrevolución burguesa casi habían completado su anexión del partido Bolchevique.
¿Por qué Trotski subestima el peligro?
Hay tres elementos claves en la mala interpretación que hacía Trotski de la situación que enfrentaba la Oposición en 1927.
Trotski subestimaba la profundidad y extensión del avance de la contrarrevolución porque fue incapaz de remontarse a sus orígenes históricos – en particular de reconocer el papel que desempeñaron los errores políticos del partido Bolchevique en la aceleración de la degeneración y de la contrarrevolución. Como ya hemos expuesto en anteriores artículos de esta serie, aunque la razón fundamental del debilitamiento del poder proletario en Rusia radica en su aislamiento, en el fracaso de la extensión de la revolución y en la ruina que causó la guerra civil, el partido Bolchevique empeoró las cosas por su identificación con la máquina estatal y la substitución de la autoridad de los órganos unitarios de la clase (Soviets, Comités de fábrica, etc.) por su propia autoridad. Este proceso ya se discernía en 1918 y alcanzó un punto particularmente grave con la represión de la revuelta de Kronstadt en 1921. A Trotski se le hizo muy duro criticar esas posiciones políticas, que a menudo él había contribuido prominentemente a poner en práctica (por ejemplo, sus llamamientos a la militarización del trabajo en 1920-21).
Trotski entendió claramente que el ascenso de la burocracia estalinista se vio facilitado en gran parte por la sucesión de derrotas sufridas por la clase obrera – Alemania 1923, Gran Bretaña 1926, China 1927. Pero no fue capaz de ver la dimensión histórica de esa derrota. Y en esto no era de ningún modo el único: para la fracción de la Izquierda italiana por ejemplo, hasta la llegada de Hitler al poder en Alemania no estuvo claro que el curso histórico se había invertido y se orientaba a la guerra. Por otra parte, Trotski nunca fue realmente capaz de darse cuenta de se había producido un cambio tan profundo, y durante los años 30 continuó viendo signos de una revolución inminente, cuando de hecho a los trabajadores se les arrastraba cada vez más lejos de su terreno hacia la pendiente resbaladiza del antifascismo y, por lo tanto, de la guerra imperialista (Frentes populares, guerra en España...). De todas formas, el infundado “optimismo” de Trotski sobre las posibilidades revolucionarias, le llevó a interpretar erróneamente las causas y efectos de la política exterior estalinista y las reacciones de las grandes potencias capitalistas. La Plataforma de la Oposición unificada en 1927 (influenciada sin duda por la “psicosis de guerra” del momento, que consideraba inminente la declaración de guerra de Gran Bretaña a la URSS) insistía en que las grandes potencias se verían obligadas a lanzar un ataque contra la Unión soviética, puesto que ésta última, a pesar de la dominación de la burocracia estalinista, aún constituía una amenaza para el sistema capitalista mundial. En tales circunstancias, la Oposición de izquierda permanecía incondicionalmente adicta a la defensa de la URSS. Por supuesto había hecho muchas y muy incisivas críticas al modo en que la burocracia estalinista había saboteado las luchas obreras en Gran Bretaña y China. Lo cierto es que los desastrosos resultados de la política de la Comintern en esos dos países habían sido un elemento decisivo que espoleó a la Oposición en 1926-27 para reagruparse e intervenir. Pero lo que Trotski y la Oposición unida no entendían era que la política estalinista en Gran Bretaña y China, donde se socavó directamente la lucha de clases para fomentar una alianza con las facciones de la burguesía “amigas” de la URSS (la burocracia sindical en Gran Bretaña y el Kuomintang en China), marcaba un paso cualitativo, comparándolo incluso con la actitud oportunista de la IC en Alemania en 1923. Estos acontecimientos expresaban un giro decisivo hacia la inserción del Estado ruso en “el Gran juego” de las potencias mundiales. A partir de entonces, la URSS iba a actuar en la arena mundial como otro contendiente imperialista y la defensa de la URSS se hacía más y más inaceptable desde el punto de vista comunista, puesto que la razón de ser de la URSS de servir como bastión de la revolución comunista mundial se había liquidado.
Estrechamente vinculado a este error estaba la dificultad de Trotski para identificar la punta de lanza de la contrarrevolución. Su defensa de la URSS se basaba en un falso criterio a diferencia de la Izquierda italiana, que consideraba ante todo su papel internacional y sus efectos; tampoco valoraba si la clase obrera conservaba todavía el poder político, teniendo solo en cuenta un criterio puramente jurídico: la persistencia de formas de propiedad nacionalizada en los centros vitales de la economía y el monopolio estatal del comercio exterior. Desde ese punto de vista, Thermidor sólo podía tomar la forma del desalojo de esas expresiones jurídicas y de la vuelta a las de la propiedad privada. Las verdaderas fuerzas “thermidorianas” no podían ser, por lo tanto, esos elementos fuera del partido que presionaban a favor de un retorno de la propiedad privada (o individual), como los kulaks, los NEPmen, los economistas políticos como Ustrialov y sus apoyo más públicos dentro del partido, en particular la fracción en torno a Bujarin. Al estalinismo se le caracterizaba como una forma de centrismo, sin ninguna política propia, balanceándose perpetuamente entre el ala derecha e izquierda del partido. Al erigirse él mismo como defensor de la identificación entre las formas de propiedad nacionalizada y el socialismo, Trotski fue incapaz de ver que la contrarrevolución capitalista podía establecerse sobre las bases de la propiedad estatal. Esto condenó a la corriente que dirigía a malinterpretar la naturaleza del proyecto estalinista y a advertir continuamente sobre el peligro del retorno de la propiedad privada que nunca llegaba (al menos hasta el hundimiento de la URSS en 1991, e incluso entonces, sólo parcialmente). Podemos ver muy claramente este retraso en la comprensión de los acontecimientos a través de la forma en que la Oposición respondió a la declaración de Stalin de la infame teoría del “Socialismo en un solo país”.
El Socialismo en un solo país
y la teoría de la “acumulación socialista primitiva”
El otoño de 1924, en una larga, tediosa y zafia obra titulada Problemas del Leninismo, Stalin formuló la teoría del “socialismo en un solo país”. Basando su argumentación en una sola frase de Lenin de 1915, una frase que de todas formas podría interpretarse de diferentes maneras, Stalin rompió con un principio fundamental del movimiento comunista desde su inicio: que la sociedad sin clases sólo podría establecerse a escala mundial. Su innovación se burlaba de la revolución de Octubre, puesto que, como Lenin y los bolcheviques no se cansaron nunca de decir, la insurrección de los obreros en Rusia era una respuesta internacionalista a la guerra imperialista; y era, y sólo podía ser, el primer paso hacia una revolución proletaria mundial.
La proclamación del socialismo en un solo país no era una mera revisión teórica; era la declaración abierta de la contrarrevolución. El partido Bolchevique se veía atrapado en la contradicción de intereses entre sus principios internacionalistas y las demandas del Estado ruso, que representaba cada vez más las necesidades del capital contra la clase obrera. El estalinismo resolvió esta contradicción de un plumazo: en adelante sólo debería lealtad a los requerimientos del capital nacional ruso, y ¡ay de aquellos en el partido que continuaran adhiriendo a su original misión proletaria!
Dos hechos cruciales habían permitido que la facción estalinista mostrara tan claramente sus intenciones: la derrota de la revolución alemana en 1923 y la muerte de Lenin en enero 1924. Más que cualquier otro de los reveses previos de la oleada revolucionaria de posguerra, la derrota en Alemania en 1923 mostraba que el retroceso del proletariado europeo era más que un asunto temporal, incluso si nadie en ese momento podía predecir cuánto duraría la noche de la contrarrevolución. Esto reforzaba a aquellos para los que la idea de extender la revolución por todo el globo, no sólo era una broma, sino un obstáculo para la tarea de construir a Rusia como potencia militar y económica seria.
Como vimos en el último artículo de esta serie, Lenin ya había iniciado una lucha contra el auge del estalinismo, y no le hubiera desconcertado el abierto abandono del internacionalismo que la burocracia proclamó con un apresuramiento indecente tras su muerte. Ciertamente Lenin solo no hubiera sido una barrera suficiente a la victoria de la contrarrevolución. Como escribió Bilan en la década de 1930, teniendo en cuenta las limitaciones que enfrentaba la revolución rusa, su destino como individuo hubiera sido sin ninguna duda el del resto de la oposición: “Si hubiera sobrevivido, el centrismo hubiera tenido hacia Lenin la misma actitud que tuvo frente a los numerosos bolcheviques que pagaron su lealtad al programa internacionalista de Octubre 1917 con la deportación, la prisión y el exilio” (Bilan nº 18, abril-mayo 1935, p. 610, “L’Etat prolétarien” – traducido por nosotros). Al mismo tiempo, su muerte quitó un obstáculo importante al proyecto estalinista. Una vez Lenin muerto, Stalin no sólo enterró su herencia teórica, sino que se dispuso a crear el culto del “leninismo”. Su famoso “hacemos votos por ti, camarada Lenin” del discurso en el funeral ya marcaba el tono, modelado como si fuera un ritual de la Iglesia ortodoxa. Simbólicamente Trotski estaba ausente del funeral. Se estaba recuperando de una enfermedad en el Cáucaso, pero también fue víctima de una maniobra de Stalin, que procuró que aquél estuviera mal informado sobre la fecha de la ceremonia. De esa forma Stalin podía presentarse ante el mundo como el sucesor natural de Lenin.
Tan crucial como era la declaración de Stalin, y su plena importancia no fue captada inmediatamente en el partido Bolchevique. En parte porque se había planteado discretamente, un tanto enterrada en un indigesto lanzamiento de la “obra teórica” de Stalin. Pero más importante es que los bolcheviques estaban insuficientemente armados teóricamente para combatir esos nuevos conceptos.
Ya hemos señalado en el curso de esta serie que las confusiones entre socialismo y centralización estatal de las relaciones económicas burguesas habían recorrido durante mucho tiempo el movimiento obrero; particularmente en el periodo de la socialdemocracia; y los programas revolucionarios de la oleada revolucionaria de 1917-23 no habían conseguido en absoluto alejar ese fantasma. Pero la marea ascendente de la revolución había mantenido bien alto la visión del auténtico socialismo; sobre todo la necesidad de que se estableciera sobre una base internacional. Al contrario, cuando el retroceso de la revolución mundial dejó plantada a la vanguardia rusa, hubo una tendencia creciente a teorizar la idea de que, desarrollando el sector “socialista” estatalizado de su economía, la Unión soviética podría dar grandes pasos hacia la construcción de una sociedad socialista. La Izquierda Italiana, en el mismo artículo que hemos citado antes, señalaba esa tendencia en algunos de los últimos escritos de Lenin: “Los últimos escritos de Lenin sobre las cooperativas, eran una expresión de la nueva situación, resultado de las derrotas sufridas por el proletariado mundial, y no es extraño en absoluto que echaran mano de ellos los falsificadores que defendían la teoría del socialismo en un solo país”.
Estas ideas fueron desarrolladas y profundizadas por la Oposición de izquierdas, particularmente Trotski y Preobrazhenski, en el “debate sobre industrialización” de mitad de los años 20. Este debate había sido provocado por las dificultades que encontró la NEP, que había expuesto a Rusia a las manifestaciones abiertas de la crisis capitalista, como el desempleo, la inestabilidad de los precios y el desequilibrio entre los diferentes sectores de la economía. Trotski y Preobrazhenski criticaban la cauta política económica del aparato del partido, su dificultad para adaptarse a planes a largo plazo, su relación desmedida con la industria ligera y las operaciones espontáneas del mercado. Para reconstruir la industria soviética sobre bases saludables y dinámicas, argumentaban, era necesario asignar más recursos al desarrollo de la industria pesada, que también requería planes económicos a largo plazo. Puesto que la industria pesada era el núcleo del sector estatal, y el sector estatal se definía como inherentemente “socialista”, el crecimiento industrial se identificaba con el progreso hacia el socialismo, y correspondía así a los intereses del proletariado. Los “industrializadores” de la Oposición de izquierdas estaban convencidos de que ese proceso podría empezarse rápidamente en la economía predominantemente agraria de Rusia, sin llegar a depender demasiado de la importación de tecnología y capital extranjero, sino a través de una suerte de “explotación” de capas del campesinado (en particular las más ricas), por medio de la tasación y la manipulación de precios. Esto generaría suficiente capital para financiar la inversión en el sector estatal y el crecimiento de la industria pesada. Este proceso se describía como “acumulación socialista primitiva”, comparable en su contenido, si no en sus métodos, al periodo de acumulación capitalista primitiva que describió Marx en El Capital. Para Preobrazhenski en particular, la “acumulación socialista primitiva” era nada menos que una ley fundamental de la economía de transición y tenía que entenderse como un contrapeso a la acción de la ley del valor: “Cualquier lector puede contar con sus dedos los factores que contrarrestan la ley del valor en nuestro país: el monopolio del comercio exterior; el proteccionismo socialista; un severo plan de importaciones diseñado en interés de la industrialización; y un intercambio no equivalente con la economía privada, que asegura la acumulación para el sector estatal, a pesar de las condiciones altamente desfavorables creadas por su bajo nivel de tecnología. Pero todos estos factores, dado que tienen sus bases en la economía estatal unificada del proletariado, son los medios externos, las manifestaciones hacia fuera de la ley de la acumulación socialista primitiva” (“Economic notes III: On the Advantage of a theoretical Study of the Soviet Economy”, 1926, publicado en The Crisis of Soviet Industrialization, a collection of Preobrajensky´s essays, editado por Donald A. Filtzer, MacMillan 1980 – traducido por nosotros).
Esta teoría fallaba en dos cuestiones claves:
• era un error fundamental identificar el crecimiento de la industria con las necesidades y los intereses de clase del proletariado, y argumentar que el socialismo surgiría casi de forma automática sobre la base de un proceso de acumulación que, aunque apodado “socialista”, tenía todas las características esenciales de la acumulación capitalista, puesto que estaba basado en la extracción y capitalización incrementada de la plusvalía. La industria, de propiedad estatal o cualquier otra, no puede identificarse al proletariado, al contrario, el crecimiento industrial, llevado a cabo sobre la base de la relación del trabajo asalariado, solo puede significar una explotación creciente del proletariado. Esta falsa identificación de parte de Trotski, iba en paralelo con su identificación entre la clase obrera y el Estado de transición que había teorizado durante el debate sindical de 1921. Su lógica llevaba a dejar al proletariado sin ninguna justificación para defenderse contra las demandas del sector “socialista”. E igual que respecto a la cuestión del Estado, la fracción de la Izquierda italiana en los años 30 fue capaz de mostrar los profundos peligros inherentes en tal identificación. Aunque en esa época compartía algunas de las ilusiones de Trotski acerca de que el sector “colectivizado” de la economía confería un carácter proletario al Estado soviético, no estaba de acuerdo en nada con el entusiasmo de Trotski por el proceso de industrialización en sí, e insistía en que el progreso hacia el socialismo debía medirse, no por la tasa de crecimiento de capital constante, sino por el grado en que la producción se orientaba hacia la satisfacción de las necesidades inmediatas del proletariado (dando prioridad a la producción de bienes de consumo mas que bienes de producción, acortando la jornada de trabajo, etc.). Llevando este argumento un poco más lejos, podíamos decir que el progreso hacia el socialismo exige una subversión total de la lógica del proceso de acumulación.
• En segundo lugar, si Rusia era capaz de dar pasos al socialismo sobre la base de su vasto campesinado, ¿qué papel tenía la revolución mundial? Con la teoría de la “acumulación socialista primitiva” la revolución mundial aparece únicamente como un medio de acelerar un proceso que ya se ha emprendido en un solo país, más que ser una condición sine qua non para la supervivencia política de un bastión proletario. En alguno de sus escritos, Preobrazhenski se acerca peligrosamente a esta conclusión, y esto iba a hacerle peligrosamente vulnerable a la demagogia del “giro a la izquierda” de Stalin a finales de los años 20, cuando parecía que conducía el programa de los “industrializadores” dentro del partido.
Puesto que ella misma arrastraba estas confusiones, no es casual que la corriente de izquierdas en torno a Trotski no comprendiera todo el significado contrarrevolucionario de la declaración de Stalin.
1925-27 el último pulso de la Oposición
De hecho, el primer ataque explícito a la teoría del socialismo en un solo país vino de una fuente inesperada, del antiguo aliado de Stalin: Zinoviev. En 1925 se rompió el triunvirato de Stalin, Zinoviev y Kamenev. Su único factor real de unificación había sido “la lucha contra el trotskismo” (como admitió después Zinoviev); esa pesadilla del “trotskismo” había sido realmente un invento del aparato, destinado esencialmente a preservar la posición del triunvirato en la máquina del partido contra la figura que, después de Lenin, representaba más obviamente el espíritu de la revolución de Octubre: León Trotski. Pero como vimos en el último artículo de esta serie, la afirmación inicial de la Oposición de izquierdas en torno a Trotski se había truncado por su incapacidad para responder al cargo de “faccionalismo” que se les lanzaba desde el aparato, acusación respaldada por las medidas que habían votado todas las tendencias importantes del partido en el Xº Congreso, en 1921.Enfrentada a la opción de constituirse como grupo ilegal (como el Grupo obrero de Miasnikov), o retirarse de cualquier acción organizada dentro del partido, la Oposición adoptó esto último. Pero a medida que la política contrarrevolucionaria del aparato se hizo más abierta, los que mantenían una lealtad a las premisas internacionalistas del bolchevismo – aunque fuera muy tenue en algunos casos –, se vieron impulsados a alinearse abiertamente en su oposición.
La emergencia de la oposición en torno a Zinoviev en 1925 fue una expresión de esto, a pesar de que el repentino “giro a la izquierda” de Zinoviev también reflejaba su ansiedad de mantener su propia posición personal dentro del partido y su base de poder en la maquinaria del partido en Leningrado. Bastante naturalmente, Trotski, que en 1925-26 pasaba por una fase de semirretirada de la vida política, albergaba muchas sospechas hacia esa nueva oposición y permaneció neutral en los primeros intercambios entre estalinistas y zinovietistas, como por ejemplo en el XIVº Congreso, donde estos últimos admitieron que se habían equivocado ampliamente en sus diatribas contra el trotskismo. Sin embargo había un elemento básico de claridad proletaria en las críticas de Zinoviev a Stalin; como ya hemos dicho, aquél denunció entonces la teoría del socialismo en un solo país antes que Trotski, y hablaba del peligro del capitalismo de Estado. Y a medida que la burocracia reforzaba su control sobre el partido y la clase obrera, y particularmente a medida que se hicieron patentes los resultados catastróficos de su política internacional, se hizo más urgente el impulso hacia el agrupamiento en un frente común de los diferentes grupos de oposición.
A pesar de sus recelos, Trotski y sus seguidores juntaron sus fuerzas con los zinovietistas en la Oposición unificada en abril de 1926. La Oposición unificada también incluía al principio al grupo Centralismo democrático de Sapranov; en realidad Trotski reconocía que “la iniciativa de la unificación vino de los Centralistas democráticos. La primera Conferencia con los zinovietistas tuvo lugar bajo la presidencia del camarada Sapranov” (“Our Differences with the Democratic Centralists”, 11 de noviembre de 1928, en The Challenge of the Left Opposition, 1928-29, Pathfinder Press 1981; traducido por nosotros). Sin embargo en un momento en 1926, los centralistas democráticos fueron expulsados, supuestamente por abogar por un nuevo partido, aunque esto no sea muy acorde con las reivindicaciones que contenía la plataforma del grupo en 1927, a la que volveremos más tarde([1]).
A pesar de su acuerdo formal de no organizarse como una fracción, la Oposición de 1926 se vio obligada a constituirse como una organización distinta, con sus propias reuniones clandestinas, guardaespaldas y correos; y al mismo tiempo hizo una tentativa, mucho más determinada que la oposición de 1923, para hacer llegar su mensaje, no a los líderes, sino a las bases del partido. Sin embargo, cada vez que daba un paso en dirección a constituirse como una fracción definida, el aparato del partido redoblaba sus maniobras, calumnias, degradaciones y expulsiones. La primera oleada de esas medidas represivas vino cuando los espías del partido descubrieron una reunión de la Oposición en los bosques de las afueras de Moscú el verano de 1926. La respuesta inicial de la Oposición fue reiterar sus críticas a la política del régimen en Rusia y en el extranjero, y llevar su caso a las masas del partido. En septiembre y octubre, delegaciones de la Oposición hablaron en reuniones de células de fábrica por todo el país. La más famosa fue la de la fábrica de aviones de Moscú, donde Trotski, Zinoviev, Piatakov, Radek, Sapranov y Smilga, defendieron los puntos de vista de la Oposición contra los gritos de protesta y los abusos contra ellos de los gorilas del aparato. La respuesta de la maquinaria estalinista fue aún más retorcida: procuró eliminar a los líderes de la Oposición de sus puestos importantes en el partido. Sus advertencias contra la Oposición se hicieron más y más explícitas, sugiriendo, no solo la expulsión del partido, sino la eliminación física. El ex oposicionista Larin dijo en voz alta en la XVª Conferencia del partido, en octubre-noviembre de 1926, los pensamientos ocultos de Stalin: “O la Oposición es excluida del partido y legalmente suprimida, o la cuestión se saldará a tiros en las calles, como hicieron los Socialistas revolucionarios de izquierda en Moscú en 1918” (citado en Daniels, The Conscience of the revolution: Communist Opposition in Soviet Rusia, Simon and Schuster, 1960, pag. 282 – traducido por nosotros).
Pero como ya hemos dicho, la Oposición de Trotski también estaba entorpecida por sus propios errores fatales: su lealtad obstinada a la prohibición de facciones adoptada en el Congreso del partido de 1921 y sus dudas para ver la verdadera naturaleza contrarrevolucionaria de la burocracia estalinista. Tras la condena de sus manifestaciones en las células de fábrica en Octubre, los líderes de la Oposición firmaron un acuerdo admitiendo que habían violado la disciplina del partido y renunciando a una futura actividad “faccional”. En el Comité ejecutivo de la IC en diciembre, la última vez que se permitió a la Oposición plantear su caso ante la Internacional, Trotski se vio de nuevo paralizado por su negativa a poner en cuestión la unidad del partido. Como plantea A. Ciliga: “No obstante la brillantez polémica de su oratoria, Trotski envolvió su exposición del debate con demasiada prudencia y diplomacia. La audiencia fue incapaz de comprender, en profundidad, la tragedia de las diferencias que separaban a la Oposición de la mayoría. La Oposición – y esto me chocó en ese momento – no era consciente de su debilidad e incluso tendía a subestimar la magnitud de su derrota, negándose a extraer lecciones de ella. Mientras la mayoría, dirigida por Stalin y Bujarin, maniobraba para tratar de excluir totalmente a la Oposición, ésta se esforzaba continuamente en conseguir compromisos y arreglos amistosos. Esta política vacilante de la oposición contribuyó a ocasionar si no su derrota, sí al menos a debilitar su resistencia» (El Enigma ruso, inicialmente publicado, en 1938, como Au pays du grand mensonge – En el país de la gran mentira –, pp. 7 y 8 de la edición inglesa de 1979).
Otro tanto sucedió a finales de 1927, cuando espoleada por el fracaso cosechado en China por la burocracia, la Oposición formuló su plataforma oficial para el XVº Congreso. Esta tentativa fue saboteada por una maniobra típica del aparato. La Oposición se había visto obligada a editar esa Plataforma en una imprenta clandestina. Cuando la GPU registró dicha imprenta, descubrió “casualmente” que en ella trabajaba un “oficial de Wrangel” relacionado con contrarrevolucionarios extranjeros. Lo bien cierto es que dicho “oficial” era, en realidad, un agente provocador de la propia GPU, pero eso no impidió que el aparato explotara este descubrimiento para desprestigiar a la Oposición. Sometida a una presión cada vez más intensa, la Oposición decidió, una vez más, apelar directamente a las masas, tomando la palabra en diversos mítines y reuniones del partido y, sobre todo, participando, con sus propias pancartas, en las manifestaciones que tuvieron lugar en noviembre de 1927 para conmemorar la revolución de Octubre. En ese mismo momento, la Oposición realizó un último intento de sacar a la luz el testamento de Lenin. O sea una reacción débil y tardía. La gran mayoría de los trabajadores había caído ya en una apatía política y apenas podía diferenciar lo que separaba a la Oposición del régimen. El propio Trotski se dio cuenta, a diferencia de Zinoviev que en ese momento atravesaba una fase de fugaz optimismo, de que las masas estaban hastiadas de la lucha revolucionaria, y que estaban más predispuestas a dejarse llevar por las promesas de socialismo en Rusia que les hacía Stalin, que por los llamamientos a nuevos combates políticos. En todo caso también es verdad que la Oposición fue incapaz de presentar una alternativa revolucionaria netamente diferenciada, como puede apreciarse a través de la timidez de las consignas que figuraban en sus pancartas de las manifestaciones de noviembre, en las que figuraban eslóganes como «Abajo el Ustrayalovismo», «Contra la división»,... reclamando, en definitiva, la necesidad de la «unidad leninista» en el partido, precisamente en un momento en el que el partido de Lenin estaba siendo absorbido por la contrarrevolución. Hay que decir que, una vez más, los estalinistas no demostraron esa misma tibieza. Sus matones prodigaron agresiones en muchas de las manifestaciones de ese día y, poco más tarde, Trotski y Zinoviev resultaban fulminantemente excluidos del partido, iniciándose con ello una espiral de expulsiones, exilios, encarcelamientos..., que acabó, finalmente, en el aplastamiento de los vestigios proletarios del partido Bolchevique.
Lo que resultó más desmoralizante es que esa represión masiva sembró el desánimo en las filas de la Oposición. Poco después de su expulsión se rompió la alianza entre Trotski y Zinoviev. El componente más débil de esa alianza, es decir Zinoviev, Kamenev, y la mayoría de sus seguidores, capitularon cobardemente, confesaron sus «errores», y suplicaron su readmisión en el partido. La mayoría del ala derecha trotskista se rindió igualmente en ese momento([2]).
Destrozada ya el ala izquierda del Partido, Stalin se volvió contra sus aliados de derecha, o sea los bujarinistas, cuya política era más abiertamente favorable al capitalismo privado y el kulak. Debiendo enfrentar diversos problemas económicos inmediatos, en particular la llamada “escasez de artículos”, pero sobre todo presionado por la necesidad de un desarrollo de las capacidades militares de Rusia, en un mundo que se dirigía hacia nuevas conflagraciones imperialistas, Stalin anunció su “giro a la izquierda”, es decir un repentino bandazo hacia una industrialización a marchas forzadas y hacia la “liquidación del kulak como clase”, lo que quería decir la expropiación forzosa del grande y del mediano campesino.
Este nuevo bandazo de Stalin, acompañado de una ensordecedora campaña contra el “peligro derechista” en el partido, acabó por diezmar aún más las filas de la Oposición. Militantes como Preobrazhenski, decididos partidarios de la industrialización como la clave para avanzar hacia el socialismo, se dejaron llevar rápidamente por la idea de que Stalin estaba aplicando, objetivamente, el programa de la izquierda, por lo que urgió a los trotskistas a que reintegraran el redil del partido. Ese fue el destino político de la teoría de la “acumulación socialista primitiva”.
Los acontecimientos de 1927-28 fueron la marca de un giro evidente. El estalinismo había triunfado destruyendo cualquier fuerza de oposición en el partido, y ya no existían obstáculos que le impidieran conseguir su programa fundamental: construir una economía de guerra sobre la base de un capitalismo de Estado más o menos completo. Esto significaba la muerte del partido Bolchevique, totalmente fusionado con la burocracia del capitalismo de Estado. Su siguiente golpe sería el de reafirmar su dominación definitiva sobre la Internacional, enteramente convertida en instrumento de la política exterior rusa. Cuando en su VIº Congreso (agosto de 1928), la IC adoptó la tesis del “socialismo en un solo país” estaba certificando su propia defunción, como antes (en 1914) lo hiciera la Internacional socialista. Eso no quita para que – tal y como sucedió tras el desastre de 1914 – los estertores agónicos de los diferentes partidos comunistas fuera de Rusia se prolongaran durante varios años hasta que, a mediados de los años 30, todos ellos acabaron expulsando a sus propias oposiciones de izquierda y adoptando sin rodeos una postura de defensa del capital nacional en preparación del segundo holocausto mundial.
La ruptura de Trotski con la Izquierda comunista
El precedente análisis puede hoy parecer claro, pero fue entonces objeto de una acalorada discusión en los círculos de la oposición que habían conseguido sobrevivir. En 1928-29, esta discusión se polarizó sobre todo en el debate que mantuvieron Trotski y los miembros del grupo Centralismo democrático (los “decistas”) cuya influencia en las filas de los seguidores de Trotski era cada vez mayor, como lo prueba la cantidad de energía que éste empleó en rebatir los errores “ultraizquierdistas” y “sectarios” de aquellos.
Los “decistas” existían desde 1919 y se habían caracterizado por una crítica implacable de los riesgos de la burocratización en el partido y en el Estado. Tras ser expulsados de la Oposición unida, presentaron una plataforma propia en el XVº Congreso del partido, “delito” que les valió ser excluidos fulminantemente de él. Según explicaba Miasnikov en el periódico francés l’Ouvrier communiste en 1929, esta plataforma firmada por «El Grupo de los Quince»([3]), significaba una evolución respecto a las posiciones que anteriormente habían defendido los “decistas”, lo que indicaba que Sapranov se había ido acercando a las posiciones del Grupo obrero del propio Miasnikov : «En sus puntos más importantes, en su estimación de la naturaleza del Estado de la URSS, sus concepciones sobre el Estado obrero, el programa de los Quince está muy cercano a la ideología del Grupo obrero».
A primera vista esta Plataforma no difiere mucho de las posiciones contenidas en la de la Oposición unida, aunque es verdad que va mucho más lejos en la denuncia del régimen opresivo que sufrían los obreros en las fábricas, el crecimiento del desempleo, la pérdida de toda vida proletaria en los soviets, la degeneración del régimen interior en el partido, y los catastróficos resultados de la política del “socialismo en un sólo país” a nivel internacional. Pero aún planteaba una reforma radical del régimen, identificándose con las propuestas de una aceleración de la industrialización, y presentando toda una serie de medidas destinadas a regenerar el partido y restaurar el control proletario sobre el Estado y sobre la economía. En ningún momento plantea la formación de un nuevo partido ni una lucha directa contra el Estado. Lo que sí resulta significativo es que este documento trata de ir a la raíz del problema del Estado, reafirmando la crítica marxista a la debilidad que supone el Estado como instrumento de la revolución proletaria, y alertando sobre las consecuencias de un Estado totalmente desvinculado de la clase obrera. Es más, cuando aborda la cuestión de la propiedad estatal, señala que ésta no tiene nada de fundamentalmente socialista: «Para nuestras empresas estatales, la única garantía de que no vayan en una dirección capitalista es la existencia de la dictadura del proletariado. Unicamente si esa dictadura se hunde o degenera puede alterarse esa dirección. Por ello representan una sólida base para la construcción del socialismo. Pero eso no significa que sean ya socialistas... Caracterizar tales formas de industria, en las que la fuerza de trabajo continúa siendo una mercancía, de socialismo o aún siquiera de formas inacabadas de socialismo de mala calidad, equivaldría a falsear la realidad, desacreditar el socialismo a los ojos de los trabajadores, confundir las tareas actuales con las definitivas y disfrazar la NEP como socialismo». En definitiva que sin dominación política del proletariado la economía, incluyendo el sector estatalizado, se encaminaría necesariamente en un sentido capitalista. Sobre eso, Trotski nunca tuvo mucha claridad pues pensaba que la propiedad nacional garantizaría, por sí misma, el carácter proletario del Estado. Por último, la Plataforma de los Quince demostraba una mayor conciencia sobre la inminencia de un Thermidor, planteando de hecho que la liquidación definitiva del partido por parte de la facción estalinista supondría poner punto final al carácter proletario del régimen: “La burocratización del partido, el extravío de sus dirigentes, la fusión del aparato del partido con la burocracia gubernamental, la reducción de la influencia del elemento obrero del partido, la intromisión del aparato gubernamental en las luchas internas del partido... todo esto pone de manifiesto que el Comité central ha traspasado ya, con su política, la etapa de amordazar el partido y ha empezado ya la de su liquidación, transformándolo en un aparato auxiliar del Estado. Esta liquidación significaría el final de la dictadura del proletariado en la URSS. El partido es la vanguardia y el instrumento esencial de la lucha de la clase obrera. Sin él no puede lograrse la victoria, ni siquiera puede mantenerse la dictadura del proletariado”.
Es verdad que la Plataforma de los Quince mostraba aún una cierta subestimación de la amplitud del triunfo que el capitalismo había ya logrado en la URSS, pero no es menos cierto que cuando llegaron los acontecimientos de 1928-29, los decistas, o al menos buena parte de ellos, pudieron deducir más rápidamente sus verdaderas implicaciones: la destrucción de la oposición a manos del terror estatal estalinista significaba que el partido bolchevique se había convertido en un “cadáver hediondo” como lo describió el “decista” V. Smirnov, y eso implicaba que no había nada ya que defender en ese régimen. Trotski combatió esa apreciación en su carta “Nuestras diferencias con los Centralistas democráticos”, en la que escribía al “decista” Borodai: “sus compañeros de Jarkov, según me han informado, se han dirigido a los trabajadores con un llamamiento basado en la falsedad de que la revolución de Octubre y la dictadura del proletariado han sido ya liquidadas. Este Manifiesto, esencialmente falso, ha causado el mayor de los perjuicios a la Oposición”. Cuando Trotski habla de “perjuicio” se refiere, sin duda, a que un sector cada vez más numeroso de la Oposición estaba llegando a esas mismas conclusiones.
Igualmente los “decistas” comprendieron que no había nada de socialista en el súbito “giro a la izquierda” de Stalin, por lo que pudieron resistir mejor la oleada de capitulaciones causadas por éste, lo que no quiere decir que resultaran completamente indemnes, que no sufrieran divisiones, etc. Según contaron Ciliga y otros, el propio Sapranov capituló en 1928 convencido de que la ofensiva contra los kulaks significaba un cierto giro hacia una política socialista. Sin embargo también hay indicios que muestran que pronto se dio cuenta del carácter capitalista de Estado del programa de industrialización de Stalin. Miasnikov refirió, en sus artículos de 1929 en L’Ouvrier communiste, que Sapranov había sido arrestado ese mismo año. También anunció que se había producido un reagrupamiento entre el Grupo obrero, el Grupo de los Quince, y lo que quedaba de la Oposición obrera. En cuanto a Smirnov su comportamiento evolucionó de manera completamente diferente:
«El joven decista Volodia Smirnov llegó incluso a afirmar que “nunca ha habido una revolución proletaria ni una dictadura del proletariado en Rusia, que simplemente se trató de una ‘revolución popular’ desde abajo y una dictadura desde arriba. Lenin jamás fue un ideólogo del proletariado, sino que, desde el principio hasta el final, fue un ideólogo de la intelligentsia”. Estas ideas están relacionadas con un punto de vista muy extendido según el cual el mundo se encamina directamente hacia un nuevo orden social: el capitalismo de Estado, en el que la burocracia sería la nueva clase dominante. Pone al mismo nivel a la Rusia soviética, la Turquía de Kemal, la Italia fascista, la Alemania que marcha hacia el hitlerismo, y la Norteamérica de Hoover-Roosevelt. “El comunismo es un fascismo extremo, el fascismo es un comunismo moderado” escribió en su artículo ‘El comfascismo’. Esta forma de ver las cosas ensombrece las fuerzas y las perspectivas del socialismo. La mayoría de la fracción decista, Davidov, Shapiro, etc., consideraron que la herejía del joven Smirnov superaba todos los límites y fue expulsado del grupo en medio de un escándalo» (Ciliga, obra citada, pág. 280-282).
Ciliga añadió que no resulta difícil ver la idea de una “nueva clase” de Smirnov como un antecedente de las teorías de Burnham. Del mismo modo, su visión de Lenin como un ideólogo de la intelligentsia fue posteriormente retomada por los comunistas de consejos. Lo que inicialmente podía haber sido un análisis muy válido – la tendencia universal al capitalismo de Estado en la fase de decadencia del capitalismo – se convirtió, dadas las circunstancias de derrota y confusión que entonces reinaban, en un camino hacia el abandono del marxismo.
Otro tanto puede decirse de los elementos de la izquierda comunista rusa que llamaron a la constitución inmediata de un nuevo partido. Es cierto que actuaban guiados por una preocupación justa pero daban la espalda a la realidad de aquel período. Un nuevo partido no puede ser creado por un acto puramente voluntarista en un período de profunda derrota de la clase obrera mundial. Lo que exigía aquel momento era la constitución de fracciones de izquierda, capaces de preparar las bases programáticas del nuevo partido, para cuando las condiciones de la lucha de clases internacional lo hicieran posible. Sólo la Izquierda italiana sería capaz de sacar, de manera consecuente, esta conclusión.
Todos estos hechos ponen de manifiesto las terribles dificultades a las que se enfrentaron los grupos de oposición a finales de los años 20 abocados, cada vez más, a desarrollar su trabajo de análisis en las cárceles de la GPU que, paradójicamente, se habían convertido en un oasis de debate político en un país silenciado por un terror estatal sin precedentes. Pero en medio de ese drama general de capitulaciones y divisiones también se abrió paso un proceso de convergencia en torno a las posiciones más claras de la izquierda comunista, un proceso en el que estaban implicados los “decistas”, así como los elementos supervivientes del Grupo obrero y de la Oposición obrera, y también los “intransigentes” de la oposición trotskista. El propio Ciliga que pertenecía al ala más radical de ésta, describió así su ruptura con Trotski en el verano de 1932, tras recibir un importante texto programático de éste titulado “Los problemas del desarrollo de la URSS; esbozo de un programa de la Oposición de izquierdas internacional ante la cuestión rusa”: «Desde 1930, ella (el ala izquierda de la corriente trotskista) esperaba que su dirigente hablara claro y declarara que el actual Estado soviético no tiene nada que ver con un Estado obrero. Ahora tenemos que ya desde el primer capítulo de su programa, Trotski lo define inequívocamente como un “Estado proletario”. Más adelante nos encontramos con un nuevo revés para el ala izquierda cuando al tratar el tema del Plan quinquenal, el programa defiende tajantemente su carácter socialista tanto de sus objetivos como de sus métodos... Ya no cabe esperar que Trotski pueda distinguir alguna vez entre burocracia y proletariado, entre capitalismo de Estado y socialismo. Para todos aquellos “negadores” de la izquierda a los que les resulta imposible identificar con el socialismo lo que hoy se está dando en Rusia, no queda más salida que romper con Trotski y abandonar el colectivo trotskista. Cerca de diez – entre los que me incluyo – tomamos una decisión en ese sentido... Tras haber compartido tanto la ideología como los combates de la Oposición Rusa, he acabado llegando a la conclusión – como tantos otros antes que yo y otros tantos harán después – de que Trotski y sus seguidores están demasiado estrechamente atados al régimen burocrático de la URSS para poder luchar contra ese régimen hasta sus últimas consecuencias... para él (Trotski) la tarea de la Oposición debe ser la de mejorar, que no destruir, el sistema burocrático; y luchar contra los “privilegios exagerados” y “la extrema desigualdad en las condiciones de vida”, pero no luchar contra todos los privilegios y todas las desigualdades.
“¿Oposición burocrática o proletaria?” Así titulé el artículo que escribí en prisión y en el que expresé mi cambio de actitud hacia el trotskismo. En adelante pertenezco al campo del ala más de extrema izquierda de la oposición rusa: “Centralismo democrático”, “Oposición obrera”, “Grupo obrero”.
Lo que a la Oposición la separa de Trotski no es únicamente cómo juzga el sistema o cómo comprende los problemas actuales sino, sobre todo, qué papel atribuye al proletariado en la revolución. Para los trotskistas es el partido, para la extrema izquierda el verdadero agente de la revolución es la clase obrera. En las luchas entre Stalin y Trotski tanto en lo referente a la política del partido como respecto a la dirección personal de éste, el proletariado apenas ha representado el papel de un sujeto pasivo. A los grupos de comunistas de extrema izquierda, en cambio, lo que nos interesa son las condiciones reales de la clase obrera, el papel que realmente tiene en la sociedad soviética, y el que debería asumir en una sociedad que se plantee verdaderamente la tarea de la construcción del socialismo. Las ideas y la vida política de estos grupos me abren nuevas perspectivas y me hacen enfrentar cuestiones desconocidas en la oposición trotskista: ¿cómo puede el proletariado emprender la conquista de los medios de producción arrebatados a la burguesía? ¿cómo puede controlar eficazmente tanto al partido como al gobierno, estableciendo una democracia obrera y salvaguardando la revolución de la degeneración burocrática?».
Es cierto que las conclusiones de Ciliga desprenden cierto aroma consejista y que en sus últimos años éste acabó también desilusionándose del marxismo. Pero eso no impide reconocer en sus textos una fide digna descripción de un auténtico proceso de clarificación proletaria en unas condiciones de lo más adversas. Fue desde luego una tragedia que muchos de los resultados de ese proceso se perdieran y que no tuvieran un impacto inmediato sobre el desmoralizado proletariado ruso. Algunos, por descontado, desprecian ese esfuerzo como irrelevante o lo desdeñan presentándolo como una manifestación más de la naturaleza sectaria y abstencionista de la izquierda comunista. Pero los revolucionarios trabajan a escala histórica, y la lucha que los comunistas de izquierda rusos desarrollaron para poder comprender las razones de la terrible derrota que habían padecido conserva una gran importancia teórica y es más relevante, si cabe, para la actividad de los revolucionarios actuales. Démonos simplemente cuenta de lo nefasto que resultó que en lugar de las tesis de los intransigentes, lo que tuviera una mayor influencia en el movimiento de la oposición fuera de Rusia, fueran las tentativas de Trotski por reconciliar lo irreconciliable, por encontrar algo de obrero en el régimen estalinista. Esta incapacidad para reconocer que el Thermidor había concluido tuvo desastrosas consecuencias, contribuyendo a la traición definitiva de la corriente trotskista cuando, a través de la ideología de la «defensa de URSS», llamó al proletariado a participar en la IIª Guerra mundial.
Tras el silenciamiento de la Izquierda comunista rusa, la búsqueda para resolver el “enigma ruso”, durante los años 30 y 40, fue asumida fundamentalmente por revolucionarios de otros países, cuyos debates y análisis abordaremos en el próximo artículo de esta serie.
CDW
[1] De hecho todavía no se ha podido desvelar una parte importante de la historia de los “decistas” y de otras corrientes de la izquierda en Rusia. Hacerlo requiere un gran esfuerzo de investigación. Un simpatizante de la CCI, Ian, se había volcado en una vasta investigación sobre la Izquierda comunista rusa, estando especialmente persuadido de la importancia del grupo de Sapranov. Desgraciadamente falleció en 1997 antes de poder completar esas investigaciones. La CCI está intentando asumir, al menos, una parte de ese trabajo. También confiamos en que la emergencia de un medio político proletario en Rusia pueda facilitar el desarrollo de esta investigación.
[2] No fueron estos, sin embargo, los primeros opositores que claudicaron ante el régimen estalinista. Un año antes, los líderes de la Oposición obrera (Mevdiev, Shliapnikov y Kollontai), así como uno de los más decididos miembros de la Izquierda comunista y de Centralismo democrático (Ossinski), junto a la esposa de Lenin (Krupskaya), ya habían renunciado a cualquier actividad de oposición.
[3] La Plataforma del Grupo de los Quince fue publicada por primera vez fuera de Rusia, a principios de 1928, por una rama de la Izquierda italiana que venía editando el periódico Réveil communiste (Despertar comunista) desde finales de los años 20. Apareció traducida al alemán y al francés bajo el título En vísperas de Thermidor, Revolución y contrarrevolución en la Rusia de los Soviets, Plataforma de la Oposición de izquierda en el partido Bolchevique (Sapranov, Smirnov, Obhorin, Kalin, etc). La CCI se propone publicar próximamente una versión en inglés de dicho texto.