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Rev. Internacional 102, 3er trimestre 2000

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Resolución sobre la Situación internacional 2000

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La situación internacional en este año 2000 confirma la tendencia, ya analizada por la CCI a principios de la década pasada, a una separación creciente entre la agravación de la crisis abierta de la economía capitalista y la aceleración brutal de los antagonismos imperialistas por un lado y un retroceso de las lucha obreras y de la conciencia en la clase obrera.

El marxismo nunca ha pretendido ni supuesto que habría una relación matemática entre los fenómenos que caracterizan la “era de guerras y de revoluciones” (como la definió la Internacional comunista), como si a un grado X de la crisis le correspondiera un nivel de la lucha de clases. Su tarea es, al contrario, comprender la perspectiva de la revolución proletaria, evaluando las tendencias inherentes de cada uno esos tres factores y a su interacción y en cuyo interior el factor dominante, en última instancia, es el económico.

La crisis abierta que se inició a finales de los años 60 acabó con el período de reconstrucción de después de la IIª Guerra mundial. Consecuencia de la crisis, volvió a surgir la lucha de clases tras 40 años de contrarrevolución, con la perspectiva de enfrentamientos de clase decisivos contra la burguesía que desembocarían o en revolución comunista del proletariado o en “la destrucción de las clases enemigas” (Manifiesto comunista) en la guerra imperialista u otra catástrofe.

El marxismo no queda cuestionado por el hecho de que esa tendencia histórica a los enfrentamientos de clase parezca no verificarse si se observa la pasividad relativa del proletariado en el período actual. El método marxista va más allá de la superficie de las cosas para procurar entender plenamente la realidad social.

1. La crisis histórica del capitalismo ha ido agotando los paliativos con los que se pretendía superarla. Propuesta para hacer frente a los problemas de la economía mundial, la solución expansionista keynesiana se agotó a finales de los 70. La austeridad neoliberal fue sobre todo una fórmula de los años 80, aunque la ideología de la globalización, tras el desmoronamiento de la URSS, ha ampliado su duración a los años‑90. La segunda mitad de estos años y actualmente, sin embargo, se han caracterizado sobre todo por el derrumbe de esos modelos económicos, que han sido sustituidos por una respuesta pragmática ante el hundimiento inexorable de la crisis, una respuesta que oscila entre una intervención estatal patente y el abandono a la “ley del mercado”.

El capitalismo de Estado, forma característica del capitalismo decadente, no tiene la menor intención de abandonar su capacidad de intervención ante la crisis económica, pero no podrá superarla debido a la insuficiencia de mercados solventes, lo cual acarrea una crisis permanente de sobreproducción.

2. Los nuevos mercados que se anunciaron en 1989 no se han concretado.

Tras el hundimiento del bloque del Este y la dislocación del estalinismo, la victoria mundial del capitalismo occidental ha fracasado en la pretendida aparición de posibles ventas milagrosas de sus productos que anunciaban los arquitectos del “nuevo orden mundial”.

Los países de Europa de Este no han logrado ofrecer las esperadas oportunidades para la expansión capitalista. En su lugar, lo que sí ha habido es un hundimiento de la producción en Rusia y en la mayoría de sus antiguos satélites. La pobreza de la población, la ausencia de todo marco legal para los negocios han acarreado un flujo de riqueza en sentido contrario, o sea hacia los bancos occidentales, y una falta de inversión en la industria rusa.

Todas las guerras de la década 90, desde la del Golfo hasta la de Kosovo, a pesar de las destrucciones masivas, no han traído consigo la más mínima oportunidad de reconstrucción. Al contrario, la matanza de poblaciones, la destrucción y la desarticulación de la economía lo único que han logrado es que el mercado se contraiga todavía más.

3. as diferentes “locomotoras” de la economía mundial han acabado descarrilando.

La reunificación de Alemania, al cabo, lo que ha hecho es echar abajo el “milagro” económico: el desempleo masivo, el crecimiento letárgico y el endeudamiento son prueba de ello. Alemania del Este ha aparecido como un pesado lastre y ni mucho menos como nuevo campo de acumulación de capital.

Japón, el mayor abastecedor de dinero de la economía mundial y la segunda economía más importante del mundo, no ha logrado, en toda la década, salirse del estancamiento, primero a causa de la contracción y después a causa de la quiebra de las economías del Sudeste asiático en 1997.

Tras el desplome de los “tigres” y demás “dragones” de la economía oriental, debilitando de paso el “dinamismo económico” emergente de China, otras locomotoras de la expansión del Tercer mundo, México y Brasil, se han ido estancando. Sólo Estados Unidos parece haber dado aparentemente la vuelta a esa tendencia general, con el período más largo de expansión económica de su historia reciente. Pero en lugar de reavivar las brasas de la economía mundial, la expansión de la economía americana lo único que ha logrado es impedir que se apagaran totalmente y eso con un coste desmesurado. Lo que se ha producido es una nuevo estallido del déficit comercial norteamericano y nuevos récords de deuda.

4. Las baratijas de la innovación tecnológica no podrán acabar con las contradicciones inherentes al capitalismo.

En el capitalismo decadente, la principal fuerza motriz que está detrás de los cambios tecnológicos, el crecimiento de las fuerzas productivas, procede de las necesidades del sector militar, de los medios de destrucción.

La “revolución” del ordenador, y, ahora, la “revolución” de Internet son dos intentos por injertar esos subproductos de la guerra (el Pentágono siempre ha sido el primer usuario mundial de ordenadores e Internet se creó para las necesidades militares) en la economía capitalista como un todo para darle un nuevo respiro.

La quimera del oro de Internet sigue estando en pleno boom como lo muestran los fantásticos índices de los valores atribuidos a las “acciones tecnológicas” por el Dow Jones, a compañías que a veces ni la menor ganancia han obtenido, únicamente valoradas en base a una riqueza futura hipotética.

En realidad, la mayor parte del crecimiento de la especulación bursátil de hoy la mueve el llamado comercio cibernético. Y se realizan inversiones gigantescas y fusiones récords como la de AOL y la Warner Communications con la esperanza de una nueva Jauja.

Los desarrollos tecnológicos podrán sin duda acelerar la producción, bajar los costes de distribución y proporcionar nuevas fuentes de ingresos publicitarios, explotar mejor los mercados existentes. Pero, a menos que el incremento de la producción resultante encuentre nuevos mercados solventes, el desarrollo de las fuerzas productivas que las nuevas tecnologías prometen será pura ficción. Sus ventajas sólo parcialmente favorecerán al capitalismo al centralizar y racionalizar algunos sectores de la economía, el terciario en la mayoría de los casos.

En fin, hay que poner de relieve que la fiebre que se ha apoderado de los especuladores por la “nueva economía” lo único que expresa es el callejón económico sin salida del capitalismo. Ya lo demostró Marx en su época: la especulación bursátil no es síntoma de la buena salud de la economía, sino, al contrario, es síntoma de que va de cabeza a la bancarrota.

5. El callejón de la economía capitalista está mucho más cerrado que en los años 30, pero está ocultado y prolongado por múltiples factores. En los años 30, la crisis golpeó en primer término y más gravemente a las dos naciones capitalistas más fuertes, Estados Unidos y Alemania, que acabó en hundimiento del comercio mundial y depresión. Desde 1968, sin embargo, la burguesía ha sacado las lecciones de aquella experiencia, enfrentándose al resurgir de la crisis. Esas lecciones no han sido olvidadas en los años 90. La burguesía mundial bajo la férula de Estados Unidos no ha recurrido al proteccionismo a la escala de los años 30.

Utilizando las medidas de coordinación internacional del capitalismo de Estado – el FMI, el Banco Mundial, la OMC, etc., así como a nuevas áreas monetarias- ha sido posible evitar el proteccionismo, y, en cambio, repeler la crisis hacia las regiones más débiles y más periféricas de la economía mundial.

6. Para comprender en qué momento estamos de la decadencia del capitalismo, hay que distinguir sus ciclos históricos de crisis, guerra, reconstrucción, nueva crisis y las demás fluctuaciones que marcan la vida de la economía capitalista durante su período de crisis abierta. Son esas recesiones y recuperaciones (4 desde 1968) las que permiten a la burguesía pretender que la economía sigue siendo sana e insistir en el crecimiento continuo y renovado. La burguesía quiere así ocultar el carácter enfermizo de ese crecimiento, el cual se basa en un endeudamiento masivo que incluye la expansión parásita de diversas industrias (armamento, publicidad, etc.). Así puede ocultar el carácter cada vez más débil de cada recuperación bajo un montón de estadísticas engañosas (sobre el crecimiento, el desempleo, etc.)

Para los revolucionarios, la prueba de la bancarrota del capitalismo no estriba únicamente en las bajas reconocidas de la producción (cada vez más graves, aunque temporales, en momentos de recesiones o de “correcciones” bursátiles), sino también en las manifestaciones agravadas de una crisis permanente e insoluble de sobreproducción tomada como un todo histórico. Es la crisis abierta dentro del período de decadencia del capitalismo lo que lleva al proletariado al camino hacia la toma del poder, o, si fracasa, hará que la tendencia hacia la barbarie militarista sea irreversible.

7. Según los preceptos morales del materialismo vulgar, a la profundización de la crisis económica debería corresponderle obligatoriamente una lucha de clases con una fuerza equivalente.

Para el marxismo, es desde luego la crisis económica la que revela al proletariado la naturaleza de sus tareas históricas en su toda su amplitud. Sin embargo, la cadencia de la lucha de clases, aún teniendo sus propias leyes, está evidentemente muy influenciada por los acontecimientos en los ámbitos de las “superestructuras” de la sociedad: social, político y cultural.

La no identidad entre el ritmo de la crisis económica y el de la lucha de clases ya era evidente en el período entre 1968 y 1989. Las oleadas de luchas sucesivas no correspondían directamente a las variaciones de la crisis económica. La capacidad del capitalismo de Estado para aminorar el ritmo de la crisis ha interrumpido a menudo el ritmo de la lucha de clases.

Pero, y es más importante, a diferencia del período de 1917 a 1923, las luchas de clase no se han desarrollado abiertamente en el plano político. La ruptura fundamental con la contrarrevolución que el proletariado realizó a partir de 1968 se expresó esencialmente en una decidida defensa por parte de la clase obrera a nivel económico cuando volvió a aprender muchas lecciones sobre el papel antiobrero de los sindicatos. Pero el peso de los partidos que en diferentes momentos se fueron pasando al campo de la contrarrevolución a lo largo de este siglo que termina – las variantes socialdemócrata, estalinista y trotskista – y, además, la minúscula influencia de la tradición de la Izquierda comunista impidieron la “politización” de las luchas.

Se produjo una situación sin salida en la lucha entre las clases: la burguesía era incapaz de declarar otra guerra mundial (a causa de la resistencia permanente de la clase obrera frente a las exigencias del capitalismo en crisis), y la clase obrera era incapaz de echar abajo a la burguesía. Todo ello ha engendrado un período de descomposición del capitalismo mundial.

8. Para algunas concepciones restrictivas del marxismo, la evolución de la superestructura de la sociedad solo puede ser un efecto y no una causa. Pero la descomposición de la sociedad capitalista en los ámbitos social, político y militar ha retrasado de una manera significativa la evolución de la lucha de clases. Mientras que el materialismo mecánico busca las causas de la paz entre las clases en una pretendida reestructuración del capitalismo, el marxismo muestra de qué manera la ausencia de perspectiva que caracteriza el período actual retrasa y oscurece el desarrollo de la conciencia de clase.

Las campañas sobre la muerte del comunismo y la victoria de la democracia capitalista, que han florecido sobre las ruinas de la URSS, han desorientado al proletariado mundial.

La clase obrera ha soportado su impotencia frente a la sucesión de conflictos imperialistas sangrientos cuyos verdaderos motivos se han difuminado tras la propaganda humanitaria o democrática y la unidad de fachada de las principales potencias.

El declive progresivo de la infraestructura de la sociedad, en la educación, el alojamiento, los transportes, la salud, el entorno y la alimentación, ha ido creando un clima de desesperanza que afecta a la conciencia proletaria. Y también, la corrupción del aparato político y económico y el declive de la cultura artística refuerzan el cinismo por todas partes.

El incremento del desempleo masivo, especialmente entre la juventud, desemboca en una lumpenización y normalización de la “cultura” de la droga, y empieza a carcomer la solidaridad del proletariado.

9. En lugar del lenguaje brutal, de “la verdad” de los gobiernos de derechas de los años 80, ahora la burguesía habla una especie de jerga neoreformista y populista para así intentar ahogar la identidad de clase del proletariado. La llegada de la izquierda de la burguesía al poder aparece hoy como la mejor manera de desorientar al máximo al proletariado. Al no hablar ya el lenguaje de la lucha como lo hacían en la oposición durante los años 80, los partidos de izquierda en el poder están bien armados para llevar a cabo de una manera “suave” los ataques contra las condiciones de vida de la clase obrera. Se encuentran también en mejor situación para ocultar la barbarie militarista detrás de una retórica humanitaria. Y además están mejor situados para corregir los fracasos de las políticas económicas neoliberales mediante una intervención más directa del Estado.

 10. La clase obrera no ha sufrido, sin embargo, una derrota decisiva en 1989 que ponga en tela de juicio el curso histórico general. Así, desde 1992, ha reanudado el camino de la lucha para defender sus intereses.

El proletariado está recuperando confianza en sus capacidades con lentitud y desigualdad. Con el desarrollo de su combatividad, podrá esperarse una desconfianza creciente hacia los sindicatos, los cuales, en acuerdo con los gobiernos de izquierda, intentan aislar y fragmentar las luchas e imponerles las exigencias políticas de la clase dominante.

No puede esperarse, sin embargo, al menos a corto o medio plazo, a un cambio decisivo en favor del proletariado que pusiera en peligro la estrategia actual de la burguesía.

11. A plazo mucho más largo, se mantiene el potencial del proletariado para fortalecerse políticamente y reducir distancias contra su enemigo de clase:

–  la progresión de la crisis económica va a provocar la reflexión proletaria sobre la necesidad de enfrentar y superar el sistema;

–  el carácter cada vez más masivo, simultáneo y generalizado de los ataques va a plantear la necesidad de una respuesta de clase generalizada;

–  el aumento de la represión del Estado;

–  la omnipresencia de la guerra, lo cual mina las ilusiones sobre la posibilidad de un capitalismo pacífico;

–  la posibilidad de una combatividad creciente;

–  la entrada en lucha de una segunda generación de obreros.

(Cf. punto 17, “Resolución sobre la situación internacional del XIIIo Congreso de la CCI”, Revista internacional nº 97).

12. Es innegable que durante la última década ha habido un retroceso importante de la conciencia de clase en el proletariado como un todo. Pero los acontecimientos de estos años han provocado, por un lado, una reflexión en profundidad en los sectores más avanzados de la clase obrera (todavía ínfimas minorías), que les ha llevado a interesarse por las posiciones y la historia de la Izquierda comunista. El actual desarrollo internacional de círculos de discusión confirma ese fenómeno.

Es evidente que la burguesía puede hoy, oficialmente, ignorar ese resurgir, apareciendo así las organizaciones revolucionarias actuales como totalmente insignificantes.

Pero las campañas ideológicas sobre la pretendida “muerte del comunismo”, la “desaparición de la clase obrera” y de su historia, los intentos por hacer equivalentes internacionalismo proletario y negacionismo, los intentos por infiltrar y destruir las organizaciones revolucionarias, todo ello muestra la preocupación de la burguesía por la maduración a largo plazo de la conciencia revolucionaria de la clase obrera. En tanto que clase histórica, el proletariado representa mucho más que el simple nivel de sus luchas en tal o cual momento.

En los años 30, en un período diferente, la izquierda italiana tuvo que vérselas con las lecciones de la derrota de la Revolución rusa, con un proletariado movilizado tras la burguesía. Las minorías revolucionarias actuales deberán completar los fundamentos del futuro partido, especialmente acelerando el proceso de unificación del medio político proletario actual.

En las futuras insurrecciones del proletariado, el partido revolucionario será tan decisivo como lo fue en 1917.

13. El curso histórico sigue siendo hacia enfrentamientos de clase decisivos, pero la desaparición de la disposición imperialista bipolar en 1989, no inició, ni mucho menos, una nueva era de paz, pero sí ha hecho más evidente que antes que el fiel de la historia podría inclinarse en favor de la consecuencia burguesa de la crisis económica, o sea, la destrucción de la humanidad con guerras imperialistas o catástrofes medioambientales. Una guerra mundial entre bloques imperialistas requeriría la adhesión del proletariado a uno o al otro de los campos apuestos y, por ello, la derrota previa de la clase obrera. La tendencia a “cada uno a la suya” que se ha ido desplegando en el plano imperialista desde 1989, la descomposición creciente de la sociedad, significan que una barbarie irreversible podría ocurrir sin derrota histórica ni alistamiento.

14. La tendencia a la nueva formación de bloques imperialistas sigue siendo un factor importante de la situación mundial. Pero el desmoronamiento de lo que fue bloque del Este ha hecho surgir unas tendencias centrífugas en el imperialismo mundial. Al haber desaparecido el contrapeso al bloque regentado por Estados Unidos, lo resultante es que los antiguos satélites de ambas constelaciones formadas después de Yalta, han entrado por caminos diferentes, trabajando cada uno de ellos por sus propios intereses de manera autónoma. Por esta razón es por la que Estados Unidos están obligados a resistir permanentemente ante la amenaza que se cierne sobre su hegemonía. La debilidad militar de Alemania o Japón, especialmente porque carecen de armas nucleares y tienen muchas dificultades políticas para desarrollarlas, significa que esas dos potencias son incapaces, por ahora, de atraer satélites para crear un bloque rival.

15. Las tendencias imperialistas, por consiguiente, estallan del modo más caótico, aguzadas por el atolladero económico del capitalismo decadente que acentúa la competencia entre naciones. Quienes esperan un período de paz relativa durante el cual podrían volverse a formar bloques imperialistas se engañan al subestimar gravemente el peligro de guerra imperialista que se está desarrollando a la vez cuantitativa y cualitativamente.

La guerra de la OTAN en Kosovo en 1999 ha marcado muy especialmente una clara aceleración de las tensiones y conflictos imperialistas en el mundo. Hemos asistido al primer bombardeo de una ciudad europea y a la primera intervención del imperialismo alemán después de la Segunda guerra mundial. Inmediatamente, Rusia entabló una segunda guerra en Chechenia, que ha demostrado que el terror imperialista ha adquirido una nueva respetabilidad.

Estamos asistiendo a una extensión progresiva de los conflictos imperialistas a todas las zonas estratégicas del planeta simultáneamente:

–  en Europa, donde la antigua Yugoslavia se ha convertido en ruedo permanente de las luchas entre las potencias principales, las cuales siempre están aguijoneando los baños de sangre locales, con la amenaza de arrastrar a los países vecinos en la espiral bélica,

–  en Africa, en donde la guerra imperialista se ha vuelto más la regla que la excepción;

–  en el Sudeste asiático, en el subcontinente indio (“el lugar más peligroso del mundo”, según Clinton), en Timor, entre China y Taiwan, sin olvidar el antagonismo creciente entre China e India y la afirmación de las ambiciones japonesas;

–  en Oriente Medio, donde la Pax Americana está constantemente puesta en entredicho, debido a las interferencias de las potencias europeas y a los intereses específicos de los imperialismos locales;

–  en Latinoamérica también, en donde Washington ha perdido sus derechos exclusivos en su coto de caza imperialista.

Si la guerra imperialista sigue estando limitada a áreas periféricas del capitalismo mundial, la participación en aumento de las grandes potencias indica que su lógica última es implicar a la mayoría de los centros industriales y a las poblaciones del planeta.

16. Por muy sangrientos que ya sean los conflictos actuales, el reciente desarrollo de una nueva carrera de armamentos significa que las potencias imperialistas se están preparando para nuevas guerras de destrucción verdaderamente masiva. La breve pausa en el incremento de gastos militares desde 1989 está llegando a su fin. Lord Robertson, nuevo secretario general de la OTAN, ha alertado a las potencias europeas pues éstas deben aumentar sus gastos militares para soportar cualquier guerra que dure “al menos un año”. Los nuevos miembros de la OTAN de Europa central, Polonia, República Checa y Hungría tienen que modernizar su aviación militar caduca.

Estados Unidos están dando una impulsión de primer orden a esa espiral belicista. Su decisión de impulsar su sistema de “defensa antimisiles” ya ha provocado una política nuclear más agresiva por parte de Rusia, la cual amenaza con anular los acuerdos SALT 1 y 2. Estados Unidos ya gastan 50 mil millones de $ por año en mantenimiento de su arsenal nuclear actual.

Lo que implica el armamento nuclear de India o Pakistán, en la medida en que las nuevas guerras entre los dos rivales son previsibles, no necesita comentarios.

17. En vano se ha de buscar una seria racionalidad económica en une caos bélico actual en constante aumento. La decadencia del capitalismo significa que las apetencias crecientes de las grandes potencias imperialistas ya no pueden satisfacerse si no es mediante un nuevo reparto del mercado mundial en una competencia entre rivales de fuerza comparable. Las guerras para abrir nuevos mercados contra los imperios precapitalistas fueron sustituidas por guerras por la supervivencia. De ahí que los motivos estratégicos hayan sustituido a los objetivos directamente económicos en el estallido de la guerra imperialista. La guerra se ha convertido en el modo de vida del capitalismo, lo cual no hace sino aumentar su bancarrota económica a escala mundial.

Hay que decir que las guerras mundiales del siglo XX y su preparación tuvieron, sin embargo, su lógica: la formación de bloques y de esferas de influencia para reconstruir el mundo tras la derrota militar del enemigo. Por consiguiente, a pesar de la tendencia a la destrucción mutua, había todavía cierta lógica económica en la posición militar de las potencias rivales. Eran las naciones “desprovistas” las que tenían mayor interés en romper el statu quo y las naciones más favorecidas las que optaban por una estrategia defensiva.

18. Hoy, esa tendencia racional estratégica a largo plazo ha sido sustituida por un instinto de supervivencia al día, dominado por intereses particulares de cada Estado.

La potencia norteamericana ya no puede hacer el mismo papel que en 1914-17 y 1939-43, esperando que sus rivales y aliados se agotaran antes de entrar en combate. Y así, el principal beneficio económico de ambas guerras se ha ido agotando en un esfuerzo militar por preservar su hegemonía mundial sin la menor esperanza de volver a formar un bloque estable en torno a ella.

Alemania, principal competidor de Estados Unidos, es fuerte económicamente, pero carece de la menor esperanza realista de ser, en un futuro previsible, un polo militar rival.

Las potencias imperialistas secundarias no tienen la menor posibilidad de compensar su debilidad uniéndose en torno a superpotencias rivales. Al contrario, cada quien debe proseguir su propio camino, procurando golpear más allá de sus propias capacidades, con la esperanza de destruir más bien posibles alianzas de los rivales que de forjar las suyas propias, o que puede incluso llevar a entrar en guerra contra sus aliados para así poder permanecer en el juego imperialista, como así han tenido que hacerlo Gran Bretaña y Francia, contra Serbia, en la guerra de Kosovo.

19. En ese contexto, la guerra aparece hoy cada vez más como algo sin finalidad precisa, como algo en sí, destructor de ciudades y aldeas, asolando regiones, haciendo limpiezas étnicas, transformando poblaciones enteras en refugiados o aplastando directamente a civiles sin defensa, todo eso parece ser hoy el objetivo de la guerra imperialista y no tanto verdaderos objetivos militares o económicos. No hay vencedores duraderos y claros, sino status quo temporales antes de que vuelvan nuevas batallas todavía más destructoras.

La reconstrucción de países arrasados por las guerras, que era el único beneficio posible y provisional de ésas, es hoy pura ficción. Las antiguas regiones en guerra seguirán siendo ruinas. Pero esa situación es, en fin de cuentas, la única salida lógica de un sistema económico cuyas tendencias hacia la autodestrucción se han vuelto dominantes.

Esa es la irracionalidad de la guerra en la decadencia del capitalismo. Lo único que ha hecho el período de descomposición es llevarlo a una conclusión anárquica final. La guerra ya no se emprende por razones económicas, ni siquiera por objetivos estratégicos organizados, sino como intentos de supervivencia a corto plazo, localizados y fragmentarios, a expensas de los demás.

Pero no por ello ha sonado el fin de la humanidad. El proletariado mundial no ha sufrido derrotas decisivas en las principales concentraciones de los países capitalistas avanzados y la burguesía de estos países no puede utilizarlo como carne de cañón. A pesar del retroceso sufrido en 1989, le sigue siendo posible estar presente en la cita de la historia. Con la agravación ineluctable de la crisis económica se desarrollarán los factores de un incremento de su combatividad y de su toma de conciencia de la quiebra histórica del modo de producción capitalista, condiciones de su capacidad para realizar la revolución comunista.

Abril 2000

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [1]

Situación internacional - La Nueva economía: una nueva justificación del capitalismo

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Ya tuvimos en los 70 la campaña según la cual la crisis económica se debía a la penuria del petróleo, también tuvimos la promesa de salir de la crisis con los “Reaganomics” a principios de los 80, sin embargo hay que reconocerlo: desde que el capitalismo volvió a enfrentarse a su crisis histórica, o sea desde hace 30‑años, nunca habíamos asistido a una campaña ideológica de tal amplitud, para demostrarnos que se acabó la crisis y que se nos abre una nueva era de prosperidad. Según la propaganda ya desencadenada hace varios años, habríamos entrado en la Tercera revolución industrial. Según uno de sus más destacados propagandistas, “se trata de un fenómeno histórico tan importante como la revolución industrial del siglo XVIII  (...). La era industrial se basó en la introducción y la utilización de las nuevas fuentes de energía; la era “informacional” se basa en la tecnología de producción del saber, del tratamiento de la información y de la comunicación de símbolos” ([1]). Basándose en las cifras del crecimiento del PIB de Estados Unidos estos últimos años, los media no paran de repetirnos que va a desaparecer el desempleo, que lo que llaman el “ciclo económico” que desde principios de los 70 se manifestaba por un crecimiento débil y recesiones periódicas cada vez más profundas ya pertenece al pasado y que, consecuentemente, hemos entrado en un período de crecimiento ininterrumpido que solo se puede describir usando todo tipo de superlativos, pues hemos entrado en la “nueva economía”, llevada a hombros por una innovación tecnológica sensacional: Internet.

¿Cuál es entonces el contenido de esta “revolución” que tanto fascina a la burguesía? El fundamento esencial del fenómeno estaría en el hecho de que Internet y más generalmente la constitución de redes de telecomunicaciones permitirían la circulación y el almacenamiento de la información de forma espontánea sea cual sea la distancia. Esto permitiría una toma de contacto entre cualquier comprador y cualquier vendedor a nivel planetario, sean empresas o particulares. Al no depender así de los puntos de venta y de los servicios comerciales de las empresas, habría una reducción considerable de los gastos comerciales. También se ampliarían los mercados puesto que gracias a Internet, cualquier productor tendría inmediatamente el planeta como mercado. Al ser necesario un importante conocimiento tecnológico de nuevo tipo para colocar las mercancías en Internet, eso favorecería la creación de nuevas empresas, las famosas “start up” a las que se les promete un porvenir fascinante en términos de beneficios y crecimiento. También se desarrollaría la productividad en las empresas industriales mismas puesto que tal circulación de la información permitiría mejorar a costo reducido la coordinación de los establecimientos, servicios y talleres. También permitiría disminuir el almacenado, puesto que sería instantánea la relación entre producción y venta, y por lo tanto un ahorro en construcciones e instalaciones diversas. Y por fin, también permitiría bajar los gastos en técnica de ventas (marketing) puesto que la producción de una publicidad en una página de Internet llega a todos los compradores conectados.

Otro aspecto con consecuencias políticas muy importantes, es la insistencia de los media en el nuevo estímulo de la innovación favorecido por Internet, al basarse en el conocimiento y no en una maquinaria costosa. gracias a ello, estaríamos asistiendo a una democratización de la innovación y como ésta permite que se monten starts up, la riqueza estaría al alcance de todo el mundo.

Sin embargo, al lado de la multitud de cánticos triunfalistas de los media, también se oyen una serie de desafinados que introducen dudas sobre la realidad de la magnífica apertura de un tan extraordinario período; por un lado, todos están de acuerdo en que la miseria no hace más que aumentar en el mundo, que las “desigualdades” en los países desarrollados se agravan y que las famosas start up, en lugar de dirigirse hacia los futuros deslumbrantes que les asignan los propagandistas de la “nueva economía” se desmoronan cada día en mayor número. Por consiguiente, lo que sí puede ocurrir es que algunos de esos nuevos empresarios con deudas hasta los ojos, junto con sus empleados, acaben engrosando las filas de los “nuevos pobres”. Por otra parte, las hazañas bursátiles en general y , en particular, las de las acciones de esas empresas de nuevas tecnologías están produciendo espantos a bastantes dirigentes económicos que temen que tales hazañas acaben provocando una crisis financiera gravísima que la economía mundial amortiguaría con muchas dificultades.

El mito del incremento de la productividad

Examinando seriamente lo que significa “la nueva economía”, hay que tener en cuenta que gran parte de los expertos afirma que el incremento de la productividad del trabajo en la economía americana habría experimentado un movimiento de alza desde hace algunos años, hasta el punto de que tras haber disminuido desde finales de los años‑60, en que era de 2,9 % por año, habría alcanzado en los años 90 un 3,9 % al año([2]). Esto sería significativo de la entrada del capitalismo en un nuevo período.

Para empezar, esas cifras son discutibles; para R. Gordon, por ejemplo, de la Universidad de Northwestern de Estados Unidos, la productividad horaria del trabajo ha pasado de 1,1 % antes de 1995 a 2,2 % entre 1995 y 1999 (Financial Times, 4 de agosto de 1999). Por otra parte, esas cifras no parecen probar gran cosa para toda una serie de especialistas y eso por razones significativas:

–  la rentabilidad directa del conjunto de las inversiones productivas ha progresado muy poco, lo que significa que la progresión de la productividad del trabajo sólo se ha hecho gracias al incremento de las cadencias y, por lo tanto, de la explotación de la clase obrera;

–  la productividad siempre tienen tendencia a aumentar cuando se está en el punto álgido de la recuperación – como así ha ocurrido con EEUU en 1998-99 – pues es entonces cuando las capacidades de producción están mejor utilizadas y, en fin, ha sido sobre todo en el sector de producción de ordenadores donde ha aumentado mucho la productividad, lo que hace decir al Financial Times que “El ordenador es la causa del milagro de la productividad en la producción de ordenadores”(ibid).

Por consiguiente, incluso si espoleado por la competencia, el capitalismo – como lo ha hecho siempre – realiza progresos técnicos que aumentan la productividad del trabajo, las cifras no muestran en ningún caso que nos encontremos en un período excepcional que significaría una verdadera ruptura con las décadas anteriores.

Además, y esto es más importante, las comparaciones históricas entre la Revolución industrial de finales del siglo XVIII y lo que está ocurriendo hoy, son totalmente engañosas. Lo que permitió el invento de la máquina de vapor y todas las grandes innovaciones del siglo XIX fue que el obrero produjera una mucho mayor cantidad de valores de uso con idéntico tiempo de trabajo; lo cual a la burguesía le permitía, por otra parte (y era la finalidad buscada), extraer una plusvalía más elevada. Es cierto que durante el siglo XX, particularmente en los 30 últimos años, se incrementó la productividad del trabajo con la automatización de la producción. Esto sirvió, además, de argumento a la burguesía y a sus especialistas para decir que el empleado de bata blanca sujeto a una consola en una factoría metalúrgica o de otro tipo ya no sería un obrero (¡como si los robots funcionaran solos!) y que, por lo tanto, la clase obrera estaría en vías de extinción.

Con Internet, no se trata de eso en absoluto. Con ese procedimiento, el obrero sigue produciendo la misma cantidad durante un tiempo determinado. Desde el punto de vista de la producción, Internet no cambia nada de nada. De hecho, con la tabarra sobre la “nueva economía”, la burguesía parece hacer creer que el capitalismo sería un mundo de comerciantes, olvidándose de que antes de vender un bien hay que producirlo, queriendo suprimir la realidad de que la clase obrera es el corazón de la sociedad actual, la productora de riquezas, la clase que, en lo esencial, hace vivir a la sociedad.

La disminución de los gastos comerciales no será un obstáculo para la crisis

Internet, u otro invento, podrá hacer bajar los costes de la comercialización de los productos, de manera análoga – salvando las distancias – a lo que hizo el ferrocarril en el siglo XIX dividiéndose los costes de transporte por 20, permitiendo así que los precios de las mercancías disminuyeran. Lo que Internet no podrá hacer es estimular un crecimiento económico nuevo. El ferrocarril espoleó un fuerte crecimiento porque transportaba mercancías para las que existía un mercado en expansión: el capitalismo estaba entonces conquistando el planeta entero y todos sus amplios territorios le iban a servir como fuente de nuevos mercados.

Hoy, al no existir nuevos mercados([3]), la venta por Internet lo único que acarreará es que desaparezcan o se reduzcan cantidad de actividades comerciales. O sea que desaparecerán empleos que nunca serán sustituidos por nuevos empleos en Internet, precisamente porque esta técnica permite hacer ahorros ya sea en la venta al consumidor ya sea en la venta entre empresas. Y, en fin, es lo mismo en cuanto a los pretendidos progresos que permitiría Internet a nivel de la reorganización de las empresas. Hasta lo dice alguien como John Chambers, director de Cisco (una de las empresas más importantes del sector tecnológico): “Hemos suprimido miles de empleos improductivos usando la red Internet para relacionarnos con nuestros empleados, nuestros abastecedores y nuestros clientes (…) Lo mismo para los gastos en dietas. De este modo, ya solo quedan dos personas para ocuparse de comprobar las dietas de nuestros 26000 asalariados (…) Hemos suprimido 3000 empleos en el servicio posventa” (Le Monde, 28/04/00). Y más lejos añade, para que todo quede bien claro: “Dentro de diez años, cualquier empresa que no se haya metido enteramente en la red (o sea que no haya suprimido todos esos empleos) habrá muerto”. Eso implica disminución de salarios pagados por esas empresas, lo que, por sí mismo, evidentemente, no aumenta en nada la demanda solvente global necesaria para un relanzamiento de la economía. Sin nuevas salidas mercantiles exteriores (y esto es lo que ocurre globalmente en el período de decadencia del capitalismo), la innovación – incluso en lo comercial – no resuelve la crisis como tampoco es capaz de crear nuevos empleos. Es verdad que J. Chambers añade que “ha reconvertido a 3000 personas en investigación-desarrollo”, pero eso sólo es posible gracias a la marea de instalaciones de redes Internet, lo cual ha permitido a Cisco un fuerte incremento en ventas; una vez terminada esta oleada de instalaciones, es evidente que esa empresa no podrá darse el lujo de tener un servicio de investigación-desarrollo de tales proporciones.

La burbuja en torno
a Internet se desinfla

No hay nada nuevo en la evolución económica; y la burguesía busca desesperadamente las señales de una nueva ascensión de un hipotético ciclo Kondratieff, es decir un ciclo de 50 años con alternancia de depresión y recuperación([4]). Pero nada vendrá a aliviarla. La prueba la ha dado lo que no puede llamarse de otra manera que krach bursátil de los valores tecnológicos en esta primavera de 2000. Entre el 10 de marzo y el 14 de abril de este año, el índice bursátil de los valores tecnológicos en EEUU – el NASDAQ – perdió 34 % de su valor; han quebrado empresas Internet como BOO.COM, respaldada por potencias financieras de primer orden como el banco JP Morgan o el hombre de negocios francés B. Arnault. Quiebras que anuncian otras, pues en las plazas financieras ya circulan listas de empresas Internet que están en graves dificultades([5]); cabe citar, en especial, a Amazon, que quería ser una especie de gran bazar en línea y es tan célebre en Seattle, su sede, como Boeing; sus dificultades financieras crecientes están provocando nuevos sobresaltos en Wall Street. La afirmación hecha por el instituto Gartner Group según la cual el 95 % al 98 % de las empresas del sector están amenazadas (Le Monde, 13/06/00) no significa otra cosa que su impresionante auge actual no es más que apariencia y burbuja especulativa. Ni existe una “nueva economía”, ni Internet es el medio para hacer despegar de nuevo la ahora llamada “vieja economía”. Una de las razones por la que Amazon.com está al borde de la quiebra es que les hacía competencia a las grandes empresas de distribución y éstas no han tardado en reaccionar: el número 1 mundial del sector, Wal Mart también se ha puesto a vender por Internet. Frente a la competencia de las nuevas empresas, que amenazan con “canibalizarlas”, las “antiguas” grandes empresas contestan usando los mismos medios, como lo explica un alto ejecutivo de una gran empresa francesa de distribución: “En Promodès, nos hemos dicho que de todas maneras si no éramos nosotros, otro acabaría “canibalizando” nuestra actividad” (Le Monde, 25/04/00). Como lo dice implícitamente ese ejecutivo cuando habla de “canibalizar”, las empresas que adoptan la fórmula de ventas por Internet (y ya lo hemos visto en el caso de Cisco) no crean empleos sino que los suprimen. En ese mismo número de Le Monde, se anuncia que‑la ubicación en Internet es responsable,‑como mínimo, de la supresión de 3000‑empleos en el banco británico Lloyd’s TSB, de 1500 en la aseguradora Prudential y que la cadena americana de venta de material informático, Egghead Software ha cerrado 77 almacenes de 156. Esos son los efectos reales de la pretendida “nueva economía” en la vida del capitalismo. Las medidas tomadas por las empresas respecto a Internet son, en realidad, otros tantos momentos de la competencia a muerte que han entablado entre ellos los capitalistas en un mercado ya saturado desde hace mucho tiempo.

Esa guerra comercial también resulta evidente con la oleada de fusiones-adquisiciones que apareció hace una década y que no ha hecho más que ampliarse, pues echar mano del aparato productivo y del mercado del competidor es hoy el mejor medio para imponerse en el mercado mundial. “En 1999, ese mercado ha dado un salto de 123‑% hasta alcanzar 1 billón 870 mil millones de francos franceses (…) Se ha emprendido una carrera a escala planetaria” (Le Monde, 11/04/00). En la decadencia del capitalismo, a través de esos ataques de fiebre en la competencia, existe como mínimo una medida común a todos los sectores de la burguesía para hacer frente a esa competencia, o sea, la de agravar las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera. Ya sabemos, por ejemplo, que esas fusiones gigantescas acaban casi siempre en supresión de empleos.

La fiebre bursátil de las empresas de nueva tecnología, que ha enfebrecido a todas las bolsas de valores de los países desarrollados, lejos de ser el signo precursor de un nuevo gran período de crecimiento económico, es solo el resultado de los medios por lo cuales, desde hace décadas, los Estados burgueses intentan hacer frente a la crisis en la que la economía capitalista no para de hundirse, o sea, el endeudamiento: según el director general de Alta Vista France, bastaba con “reunir 200 000 francos con unos cuantos amiguetes para sacarle 4 millones a una financiera de capital-riesgo, para así gastar la mitad en publicidad antes de alzarse con 20 millones en la Bolsa” (L’Expansion, 27 de abril del 2000); lo cual es, desde el punto de vista de la acumulación del capital, un absurdo total. Claro, al no haber posibilidad alguna de invertir de manera realmente productiva, el dinero solo puede irse a colocar en actividades improductivas como la publicidad, vinculadas a la competencia, para acabar incrustándose en la especulación, sea ésta bursátil, monetaria o petrolera([6]). Solo de esa manera puede explicarse que la cotización de las acciones de la nueva tecnología, antes de que acaben hundiéndose, se hayan incrementado 100 % en un año, mientras que las empresas correspondientes no han cosechado más que pérdidas. A ese nivel, tampoco hay nada nuevo, pues la burguesía desarrolla esas actividades improductivas para enfrentar la crisis desde que comprendió que la crisis de 1929 no desembocaría en recuperación espontánea, lo que sí ocurría con las crisis del siglo XIX. Algunos periódicos de la clase dominante se ven obligados a constatarlo: “La Net economy [la vinculada a Internet y a las redes] restablece quizás la tendencia a la productividad a largo plazo… pero la Debt economy [economía de la deuda] es el resorte de la actividad (…) La fase ascendente se ha alargado gracias al crédito mucho más que gracias al auge de las nuevas tecnologías, que no son más que una excusa de la especulación” (L’Expansion, 13-27/04/00). Y, efectivamente, esa especulación desembocará obligatoriamente, como así ha ocurrido desde hace 20 años, en convulsiones financieras como la que ya tenemos ante nosotros.

La “nueva economía”, tapadera de los ataques económicos contra la clase obrera

La propaganda de los media sobre la transformación de la sociedad por Internet afirma que vamos a trabajar todos en red, participaríamos todos en las innovaciones, y, ya puestos a ello, nos haríamos todos accionistas de las empresas a las que no cesaríamos de hacer progresar. La realidad de la “nueva economía” permite comprender cómo todo eso no es más que es un bulo monumental. Los accionistas fundadores de start up en quiebra tienen cantidad de posibilidades de encontrarse en la miseria total. Y todos aquellos que se han creído la publicidad para comprar acciones de Internet que iba a permitirles incrementar sensiblemente sus ingresos con el adelanto de sólo el 20 % del valor de las acciones, estarán obligados, tras el krach, a recortar sus sueldos durante mucho tiempo para poder rembolsar lo que les hayan prestado los bancos (Le Monde, 9-10/04/00).

Pagar salarios en stock options, hacerles comprar Fondos Comunes de Inversión u otra fórmula por el estilo no lleva a transformar a los obreros en accionistas, sino a amputar por doble sus salarios. Primero, la parte de los ingresos que el asalariado acepta dejar a la empresa no significa, ni más ni menos que un aumento de la plusvalía y una disminución del salario en lo inmediato; además, a pesar de las propuestas a cada cual más tentadora para que asalariado se convierta en accionista de la empresa, todo eso significa que el capital hace depender los ingresos de los futuros resultados de la empresa: si las cotizaciones bajan, el salario bajará también. El capitalismo popular, que hoy se ha vuelto a poner de moda con la forma de “República de accionistas” es un mito, pues la burguesía, esté en el aparato de Estado o en la dirección de las empresas, es la poseedora de los medios de producción que funcionan como capital y sólo puede valorar el capital mediante la explotación de la clase obrera. El obrero no puede obtener ni todo ni parte de esa valorización, precisamente porque para que el capital se valore, para que obtenga ganancias, el obrero sólo debe ser pagado según el valor de su fuerza de trabajo([7]). Si la burguesía ha creado los fondos de pensión o el accionariado obrero, es porque la crisis del capitalismo es tan profunda, que intenta por todos los medios disminuir el valor de la fuerza de trabajo hoy y más tarde, haciéndola depender de las cotizaciones en bolsa. El desmoronamiento de los valores tecnológicos es un buen ejemplo de los riesgos que corren los ingresos futuros de los obreros que de una manera o de otra dependan de un accionariado asalariado.

Los esfuerzos de la burguesía por promover el accionariado obrero no sirven ni mucho menos para otorgar una parte de la ganancia a los obreros. Son lo contrario; son un ataque suplementario contra sus condiciones de vida y de trabajo. De igual modo que la burguesía, mediante la precariedad del empleo se da los medios, si va en interés del capital, de expulsar al obrero de la producción del día a la mañana, para el accionariado obrero se da los medios de bajar los ingresos de los obreros en activo o las pensiones de retiro, si se degrada la situación de la empresa o del capital como un todo.

Otro ataque se oculta detrás de la campaña actual. Y también es ese ataque económico el que está detrás de la tabarra ensordecedora sobre la “nueva economía”. La conexión de la empresa a la red quiere, primero, decir que al estar inmediatamente disponibles las informaciones, se elimina todo intervalo entre dos trabajos: una vez terminado cualquier trabajo, hay que pasar al siguiente cuyo encargo se ha hecho mediante la red, todo trabajo puede ser inmediatamente modificado, etc.; y eso acaba siendo infernal pues los encargos llegan con mayor rapidez cada día; así puede comprenderse que “al menos una tercera parte de los empleados conectados en Internet trabajan como mínimo 5,5 horas por semana en su casa, para que se les deje en paz” (Le Monde, 13/04/00). El generoso regalito del ordenador que algunas grandes empresas (Ford, 300 000 empleados; Vivendi, 250 000; Intel, 70 000) han hecho a todos sus empleados es muy significativo de esa voluntad de obligar a los obreros a trabajar permanentemente. No les falta cinismo a algunas empresas cuando niegan que esa sea su voluntad y, luego, dicen, como la dirección de Ford, que lo que pretenden con ese regalo es que los empleados de la compañía “estén en mejor situación para contestar a nuestros clientes”, permitiéndoles así que “se vayan acostumbrado a un mayor intercambio de informaciones”. Cada vez más expertos en organización del trabajo opinan que en la “sociedad de la información” “ya no se sabe dónde empieza y dónde termina el trabajo”, y que la noción de tiempo laboral se está difuminando, a lo cual contestan los testimonios de los empleados que dicen que al poder ser contactados al antojo de la dirección, “no paran nunca de trabajar” (Libération 26/05/00). De hecho, lo ideal para la burguesía sería que todos los obreros llegaran a ser como esos fundadores de star up de la Silicon Valley que “trabajan 13 o 14 horas por día, seis días por semana y que viven en espacios de 2 x 2 metros (…) sin pausas, sin comida, sin posibilidad de hacer corrillos en el bar” (L’Expansion, 16-30/03/00). Esas condiciones de trabajo son la regla en el conjunto de las star up del mundo.

El ataque contra la conciencia de la clase obrera

La enorme campaña mediática tiene un objetivo mucho más importante. Lo que concretamente se oculta tras eso de la “nueva economía” en la que cada uno trabajaría “en red”, se transformaría en innovador y en accionista muestra claramente que dicha economía no es más que un bulo total, pero de gran alcance.

Se afirma, primero, que la sociedad, al menos la de los países desarrollados, va a conocer una mejora real de la situación, y, por consiguiente, que serían una excepción, un caso aparte, las empresas o las administraciones en la que las condiciones de existencia de los obreros que en ellas trabajan serían atacadas. Y, claro, si esos obreros quieren resistir, es porque están metidos en un combate rancio, anacrónico, acabando obligatoriamente aislados. La propaganda sobre la “nueva economía” es, antes que nada, un medio de desmoralizar a los obreros, para que su descontento no se convierta en combatividad.

Después, ese bulo da a entender que la sociedad está nada menos que cambiando de tal manera que el capitalismo estaría siendo superado, y que, por consiguiente, todos los proyectos para derribarlo serían algo sin sentido. Nos dicen que aquel que se integre en la “nueva economía” se hará rico; lo cual significa, en definitiva, que su condición material de obrero va a ser superada. Pero, ¡ay de aquél que no se inserte en esa trilogía red-innovador-accionista!, será víctima de una “mayor disparidad de ingresos”, de una nueva “fractura”. Así, la sociedad ya no estaría dividida en burguesía y clase obrera, sino en miembros de la “nueva economía” y los excluidos de ella. Y por si no nos hemos enterado, machacan diciendo que la participación en la nueva economía es cosa de inteligencia y voluntad: “O eres rico o eres tonto”, afirma la revista Business 2.0.

Todo eso se completa con toda una propaganda que dice que la empresa, que es el lugar donde se crea el valor, donde se realiza la explotación y donde las clases se definen, se estaría transformando. Así, del mismo modo que ya no puede definirse como obrero a quien participa en la “nueva economía” y tienen acceso a la riqueza, el trabajo en la empresa, allí donde se produce la riqueza, no estaría ya dividido entre burgueses –o sea los detentores del capital– y obreros –o sea quienes solo poseen su fuerza de trabajo. ¡Qué va!, la “nueva economía” es como si dijéramos un equipo, el conjunto de asalariados sería un “team”, “están asociados a la riqueza de la empresa por medio de las stocks-options”, como dice el presidente de BVRP Software” (Le Monde diplomatique, mayo 2000).

En realidad, quienes no se insertan en la “nueva economía”, obreros mal pagados, precarios, desempleados, son la inmensa mayoría de la clase obrera. La clase productora de riqueza no es el estudiante del Silicon Valley o de otro sitio que se deja entrampar por el espejismo de la riqueza al alcance de la mano. La clase productora de riqueza, la clase obrera, es aquella a la que la burguesía explota cada día más y cuando ya no puede explotarla, la excluye del proceso productivo mandándola al paro. Ante todos esos ataques, a la clase obrera no le queda más remedio que luchar. La conciencia que tengan los obreros de la necesidad de esta lucha y de sus perspectivas será esencial para poder luchar.

En fin de cuentas, las campañas ideológicas sobre la “nueva economía” se basan en el mismo temario y tienen los mismos objetivos que las desencadenadas desde el desmoronamiento de los países del Este en 1989.

Por un lado se intenta quitarles a los obreros su identidad de clase, presentando la sociedad como una comunidad de “ciudadanos” en la que las clases sociales, la división y el conflicto entre explotadores y explotados han desaparecido. Para demostrarlo, lo que ha servido durante la década pasada fue la ruina de los regímenes que se decían “socialistas” u “obreros"; hoy es el mito de que los patronos y los obreros tienen los mismos intereses puesto que todos son accionistas de la misma empresa.

Por otro lado, se pretende así quitarle a la clase obrera toda perspectiva fuera del capitalismo. Ayer fue “la ruina del socialismo” lo que lo habría demostrado. Hoy es la idea de que, por muchos defectos que tenga el sistema capitalista, incapaz de acabar con la miseria, las guerras, y otras catástrofes, no por ello deja de ser “el menos malo de los sistemas”, puesto que es capaz a pesar de todo de funcionar, garantizar el progreso y superar las crisis.

Sin embargo, el hecho mismo de que la burguesía necesite tales campañas ideológicas y de tal amplitud, el que esté preparándose para asestar nuevos ataques económicos es porque, como un todo, ella no se cree sus propias patrañas sobre el cuento de hadas de la “nueva economía”. Todo el tinglado sofisticado que emplea en su política económica el Gobernador de la Reserva Federal de EEUU, A. Greenspan,, para lograr un "aterrizaje suave” de la economía americana tras años y años de endeudamiento, de incrementado déficit comercial, y ahora que la inflación está volviendo a despegar, de manera muy significativa, en Estados Unidos, toso eso no apunta, ni mucho menos, hacia la perspectiva del inimaginable crecimiento económico de que se nos habla. “Aterrizaje suave” o recesión más grave, esos hechos, reales, confirman lo que el marxismo ha demostrado, o sea que el capitalismo volvió a caer – tras el período de reconstrucción que hubo después de la IIª Guerra mundial – en la crisis económica, una crisis que es incapaz de superar, que está provocando el hundimiento cada día mayor de la humanidad en la pauperización absoluta, que es la causa de condiciones de vida cada vez más duras para el conjunto de la clase obrera. El capitalismo no tiene porvenir, no nos ofrece sino un agravamiento cada vez más insoportable de esos males. Únicamente el proletariado tiene la capacidad para instaurar una sociedad en la que impere la abundancia, puesto que solo él es capaz de cimentar una sociedad que solo producirá en función de las necesidades humanas y no para la ganancia de una minoría. Y esta sociedad se llama el comunismo.

J. Sauge

 

[1] Entrevista a Manuel Castels – profesor en la Universidad de Berkeley – publicada en la revista Problèmes économiques n° 2642, 1°‑diciembre de 1999.

[2] Business review, julio-agosto de 1999. Esta revista reproduce las cifras dadas por el Departamento de Comercio del Gobierno estadounidense.

[3] Véase al respecto el artículo de Mitchell “Crisis y ciclos en la economía des capitalismo agonizante”, publicado en esta misma Revista internacional y también en el folleto de la CCI La Decadencia del capitalismo.

[4] En los años 20, N. Kondratieff formuló una teoría según la cual la economía mundial sigue un ciclo de unos 50 años de depresión y de recuperación. Esta teoría tiene la ventaja para la burguesía de anunciar que después de la crisis volverá la recuperación tan seguro como las golondrinas en primavera.

[5] Peapod.com, CDNow, salon.com, Yahoo!... (Le Monde, 13/06/00).

[6] Como así escribimos en la Resolución adoptada en en XIVº Congreso de nuestra sección en Francia y publicada en esta misma Revista: “En fin, hay que poner de relieve que la fiebre que se ha apoderado de los especuladores por la “nueva economía” lo único que expresa es el callejón económico sin salida del capitalismo. Ya lo demostró Marx en su época: la especulación bursátil no es síntoma de la buena salud de la economía, sino, al contrario, es síntoma de que va de cabeza a la bancarrota” (punto 4).

[7] Para una presentación más detallada del análisis marxista de los mecanismos de la explotación capitalista, véase en artículo citado de Mitchell.

 

Cuestiones teóricas: 

  • Economía [2]

Bilan nº 10, 1934 - Crisis y ciclos en la economía del capitalismo agonizante (1)

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Presentación

Este artículo es la primera parte de un trabajo publicado en la revista Bilan de la Fracción italiana de la Izquierda comunista, en 1934. Este estudio tenía, en aquella época, el objetivo de “entender mejor el sentido de las crisis que han convulsionado periódicamente todo el aparato capitalista, intentando, en conclusión, caracterizar y definir, con la mayor precisión posible, la era de decadencia definitiva que el capitalismo anima con sus agónicos y asesinos sobresaltos”.

Se trataba de actualizar el análisis marxista clásico, para comprender por qué el capitalismo está abocado a crisis cíclicas de producción y por qué, con el siglo XX y la saturación progresiva del mercado mundial, entró en otra fase, la de su decadencia irreversible, en la que las crisis cíclicas, sin desaparecer, dejan el sitio a un fenómeno mucho más grave: el de la crisis histórica del sistema capitalista, el de una situación de contradicción permanente y que se agudiza con el tiempo, entre las relaciones sociales capitalistas y el desarrollo de las fuerzas productivas, o, dicho de otra manera: la forma de la producción capitalista no solo se ha vuelto una traba para el progreso sino que además amenaza la supervivencia misma de la humanidad.

El artículo de Mitchell – miembro de la minoría de la Liga de los comunistas internacionalistas de Bélgica que se integró en Bilan en 1937 para formar la Fracción belga de la izquierda comunista – retoma las bases del análisis marxista sobre la ganancia y la acumulación del capital. Muestra la continuidad entre los análisis de Marx y los de Rosa Luxemburg quien, en la Acumulación del capital, dio la explicación de la tendencia del capitalismo a convulsiones cada día más mortales y los límites históricos de ese sistema que ya había entrado en una era de “crisis, guerras y revoluciones”.

Esa profunda actualización sigue siendo válida hoy. Aunque fuera imposible para Bilan prever la dimensión fenomenal que hoy han adquirido la deuda, la especulación financiera, las manipulaciones monetarias o, incluso, la concentración y las fusiones de empresa, este análisis proporciona las bases para comprender esos fenómenos. Este documento permite también recordar las bases de lo que desarrollamos nosotros en el artículo de esta misma Revista sobre “La nueva economía, una nueva justificación del capitalismo”, y que será todavía más claro con la segunda parte del artículo de Mitchell “Análisis de la crisis general del imperialismo decadente”, que publicaremos en el próximo número de esta Revista.

l análisis marxista del modo de producción capitalista insiste sobre todo en los siguientes puntos:

a  la crítica de los vestigios de formas feudales y precapitalistas, de producción y de intercambio;

b  la necesidad de sustituir esas formas atrasadas por la forma capitalista más progresiva;

c  la demostración de lo progresivo del modo capitalista de producción, descubriendo el aspecto positivo y la utilidad social de las leyes que rigen su desarrollo;

d  el examen, bajo el enfoque de la crítica socialista, de lo negativo de esas mismas leyes y de su acción contradictoria y destructiva, que arrastran al capitalismo hacia el atolladero;

e  la demostración de que las formas capitalistas acabaron siendo en definitiva un obstáculo para el pleno desarrollo de la producción y, como consecuencia, el modo de reparto engendra una situación de clases cada vez más intolerable, que se plasma en un antagonismo cada vez más profundo entre capitalistas, cada día menos numerosos pero más ricos, y asalariados sin propiedad, cada día más numerosos y desamparados;

f   en fin, que las inmensas fuerzas productivas desarrolladas por el modo capitalista de producción sólo podrán florecer armoniosamente en una sociedad organizada por la única clase que no es expresión de ningún interés particular de casta: el proletariado.

En este estudio no haremos un análisis en profundidad de la evolución orgánica del capitalismo en su fase ascendente (que más o menos abarca desde finales del siglo XVIII hasta 1914, ndt) sino que nos limitaremos solamente a seguir el proceso dialéctico de sus fuerzas internas con objeto de poder comprender mejor el sentido de las crisis que han sacudido periódicamente todo el aparato capitalista y tratar de definir, con la mayor precisión posible, la era de decadencia definitiva que el capitalismo sufre entre mortales sobresaltos de agonía.

Tendremos por otra parte la ocasión de examinar de qué manera la descomposición de las economías precapitalistas: feudal, artesana o campesina, crea las condiciones de extensión del campo donde puede darse salida a las mercancías capitalistas.

La producción capitalista tiene como fin la ganancia
y no la satisfacción de necesidades

Resumamos las condiciones esenciales que son requeridas como base de la producción capitalista:

1ª La existencia de mercancías, es decir, de productos que, antes de ser considerados según su utilidad social – su valor de uso – aparecen en una relación, una proporción de cambio con otros valores de uso de especie diferente, o sea, su valor de cambio. La verdadera medida común a todas las mercancías es el trabajo. Su valor de cambio se determina por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción;

2ª Las mercancías no se cambian directamente entre sí sino mediante una mercancía tipo, convencional, que expresa el valor de todas, una mercancía moneda: el dinero;

3ª La existencia de una mercancía con un carácter particular: la fuerza de trabajo, única propiedad del proletario y que el capitalismo, único poseedor de los medios de producción y de subsistencia, adquiere en el mercado de trabajo por su valor, como cualquier otra mercancía, es decir, por su coste de producción o el precio de reproducción de la energía vital del proletario. Sin embargo, hay una diferencia entre la fuerza de trabajo y las demás mercancías: mientras que el consumo de éstas no aporta ningún crecimiento del valor, la fuerza de trabajo, por el contrario, procura al capitalista, que al haberla comprado es su propietario y dispone de ella a su conveniencia, un valor mayor que el que le ha costado mientras consiga hacer trabajar al proletario un tiempo mayor que el que le es necesario para obtener las subsistencias que le son estrictamente indispensables.

Este “sobrevalor” equivale al “sobretrabajo” que el proletario, por el hecho de vender “libremente” y por contrato su fuerza de trabajo, debe ceder gratuitamente al capitalista. Esto es lo que constituye la plusvalía, o ganancia capitalista. No se trata de algo abstracto o ficticio sino del trabajo vivo.

Si nos permitimos insistir – y pedimos excusas por ello – sobre lo que es el ABC de la teoría económica marxista, es porque no debemos perder de vista que todos los problemas económicos y políticos que se plantea el capitalismo (y en periodo de crisis estos son numerosos y complejos) convergen finalmente hacia este objetivo central: producir el máximo de plusvalía. El capitalismo no tiene ningún interés por la producción para satisfacer las necesidades de la humanidad ni tampoco por el consumo y las necesidades vitales de los hombres. Un solo consumo le emociona, le apasiona, estimula su energía y su voluntad, constituye su razón de ser: el consumo de la fuerza de trabajo.

El capitalismo utiliza esta fuerza de trabajo con vistas a obtener el rendimiento más elevado de la mayor cantidad de trabajo posible. Pero no se trata únicamente de eso: es preciso también elevar al máximo la relación entre el trabajo gratuito y el trabajo pagado, la relación entre la plusvalía y el salario o entre ésta y el capital comprometido, es decir, la tasa de plusvalía. El capitalista alcanza sus objetivos por una parte, aumentando el trabajo total, prolongando la jornada de trabajo e intensificando el trabajo y, por otra parte, pagando lo más barata posible la fuerza de trabajo (incluso por debajo de su valor) gracias sobre todo al desarrollo de la productividad del trabajo que hace bajar los precios de las subsistencias y de los objetos de primera necesidad. El salario fluctúa siempre alrededor de su eje: el valor de la fuerza de trabajo equivale a las cosas estrictamente indispensables para su reproducción; la curva de los movimientos salariales (por encima y por debajo del valor) evoluciona paralelamente a las fluctuaciones de la relación de fuerzas entre capitalistas y proletarios.

De lo que precede, resulta que la cantidad de plusvalía no depende del capital total que el capitalista compromete sino únicamente de la parte dedicada a la adquisición de fuerza de trabajo, es decir, el capital variable. Por ello el capitalista busca obtener el máximo de plusvalía con el mínimo de capital total. Sin embargo, constataremos al analizar la acumulación que esta tendencia se ve contrarrestada por una ley que actúa en sentido contrario y arrastra a la baja a la tasa de ganancia.

Cuando consideramos el capital total o capital invertido en la producción capitalista – pongamos por caso durante un año – debemos considerarlo no tanto como expresión de la forma concreta, material, de las cosas, o sea, de su valor de uso, sino como representante de mercancías, es decir, de valores de cambio. Por tanto, el valor del producto anual se compone de:

–  el capital constante consumido que corresponde al gasto de medios de producción y de materias primas absorbidas; estos dos elementos expresan el trabajo pasado, ya consumido, materializado en el curso de las producciones anteriores;

–  el capital variable y la plusvalía que representan el trabajo nuevo consumido durante el año.

El capital variable y la plusvalía constituyen la renta nacida en la esfera de la producción (de la misma forma que no hemos considerado la producción extracapitalista de los campesinos, artesanos etc., tampoco analizaremos su renta).

La renta del proletariado es el fondo de salarios. La renta de la burguesía es la masa de plusvalía, la ganancia (no vamos a analizar el reparto de la plusvalía dentro de la clase capitalista que se subdivide en ganancia industrial, ganancia comercial, ganancia bancaria y renta de la tierra). A partir de esta configuración, la renta procedente de la esfera capitalista fija los límites del consumo individual del proletariado y de la burguesía, sin embargo, cabe señalar que si el consumo de los capitalistas no tiene más límites que los que le asignan las posibilidades de producción de plusvalía, en cambio, el consumo obrero está estrictamente limitado por las necesidades de esta misma producción de plusvalía. De lo que se desprende que en la base del reparto de la renta total existe un antagonismo fundamental que engendra todos los demás. Frente a los que dicen que basta que los obreros produzcan para tener la ocasión de consumir, o bien que, dado que las necesidades son ilimitadas, estas son siempre inferiores a las posibilidades de la producción, conviene oponerles la respuesta de Marx: “lo que los obreros producen efectivamente es la plusvalía, mientras que la produzcan tienen algo que consumir, pero si la producción se detiene, el consumo se detiene igualmente. Es falso decir que tienen algo que consumir porque producen el equivalente de su consumo”, y añade en otro pasaje: “Los obreros deben ser siempre sobreproductores (plusvalía) y producir siempre por encima de sus necesidades para poder ser consumidores o compradores en los límites de sus necesidades”.

Pero el capitalista no puede contentarse con apropiarse de la plusvalía, no puede limitarse a expoliar parcialmente al obrero del fruto de su trabajo, es preciso además que pueda realizar esta plusvalía, que sea capaz de transformarla en dinero al vender el producto que la contiene en su valor.

La venta condiciona la renovación de la producción: permite al capitalista volver a comprar los elementos del capital consumido en el proceso que acaba de terminarse; le hace falta reemplazar las partes gastadas de su material, comprar nuevas materias primas, pagar la mano de obra. Pero desde el punto de vista capitalista, estos elementos no se plantean bajo su forma material – como cantidad similar de valores de uso, como masa de productos a reincorporar a la producción – sino como valores de cambio, como capital vuelto a invertir en la producción a su nivel antiguo (abstracción hecha de los nuevos valores acumulados) y todo ello con el fin de que se mantenga al menos la misma tasa de ganancia que precedentemente. Reanudar un ciclo para producir nueva plusvalía es el objetivo supremo del capitalista.

Si la producción no es enteramente realizada, o bien, se vende por debajo de su valor, la explotación del obrero no ha aportado nada al capitalista, porque el trabajo gratuito no se ha podido concretar en dinero y convertirse a continuación en capital productor de nueva plusvalía; que se haya realizado una producción de productos consumibles deja al capitalista completamente indiferente incluso si la clase obrera no tiene lo indispensable. Si planteamos la eventualidad de una mala venta es precisamente porque el proceso capitalista de producción se escinde en dos fases: la producción y la venta. Aunque ambas forman una unidad y dependen estrechamente una de otra, son netamente independientes en su desarrollo. Así el capitalista lejos de dominar el mercado está al contrario estrechamente sometido a él. Pero no solo la venta se separa de la producción sino que la compra subsiguiente se separa de la venta, dicho de otro modo: el vendedor de una mercancía no es forzosamente y al mismo tiempo el comprador de otra mercancía. En la economía capitalista, el comercio de mercancías no significa intercambio directo de mercancías: todas, antes de llegar a su destino definitivo, deben metamorfosearse en dinero y esta transformación constituye la fase más importante de su circulación.

La posibilidad primera de las crisis resulta pues de la diferenciación entre producción y venta y, por otra parte, de la diferenciación entre venta y compra o, dicho de otra manera: la necesidad de la mercancía de metamorfosearse primero en dinero, después de la metamorfosis del dinero en mercancía y todo ello sobre la base de una producción que parte del CAPITAL-DINERO para desembocar en el DINERO-CAPITAL.

Por tanto se plantea para el capitalista el problema de la realización de su producción. ¿Cuáles son las condiciones de su solución? En primer lugar, la fracción del valor del producto que expresa el capital constante puede, en condiciones normales, venderse en la esfera capitalista misma, por un intercambio interior que condiciona la renovación de la producción. La fracción que representa el capital variable es comprada por los obreros mediante el salario que les ha pagado el capitalista y que – como hemos visto – está estrictamente limitado por el precio de la fuerza de trabajo que gravita alrededor de su valor: es la única parte del producto total cuya realización, el mercado, está asegurada por la propia financiación del capitalismo. Queda la plusvalía. Podríamos emitir la hipótesis de que la burguesía la dedica en su totalidad al consumo personal, aunque, para que ello sea posible, es preciso que previamente el dinero haya sido cambiado contra dinero (excluimos la eventualidad del pago de los gastos individuales por medio de dinero atesorado) pues el capitalista no puede consumir su propia producción. Pero si la burguesía obrara de semejante forma se limitaría a sacar provecho del sobreproducto que extrae al proletariado. En definitiva, si ella se limitara a la producción simple no ampliada, asegurándose una existencia cómoda y sin preocupaciones, no se diferenciaría en nada de las clases dominantes que le han precedido si no es por su forma de dominación. La estructura de la sociedad esclavista comprimía todo desarrollo técnico y mantenía la producción en un nivel al que se acomodaba muy bien el amo pues sus necesidades eran ampliamente satisfechas por el trabajo del esclavo. De la misma forma, en la economía feudal, el señor, a cambio de la “protección” que dispensaba al siervo, recibía de éste los productos de su trabajo suplementario y se despreocupaba así de los problemas de la producción, limitada a un mercado de cambios limitados y poco ampliables.

Bajo el empuje del desarrollo de la economía mercantil, la tarea histórica del capitalismo fue precisamente la de barrer estas sociedades sórdidas, estancadas. La expropiación de los productores creaba el mercado de trabajo y abría el filón de la plusvalía que el capital mercantil explotó transformándose en capital industrial. Una fiebre de producción invadió el cuerpo social. Bajo el aguijón de la concurrencia el capital llamaba al capital. Las fuerzas productivas y la producción crecían en progresión geométrica y la acumulación de capital alcanzó su apogeo en el último tercio del siglo XIX, durante el pleno desarrollo del “libre cambio”.

La historia aporta la demostración de que la burguesía, considerada en su conjunto, no ha podido limitarse a consumir la totalidad de la plusvalía. Al contrario, su ansia de ganancias la impulsaba a reservarse una parte de aquella (la más importante) y, de esta forma, la plusvalía, atrayendo más plusvalía como el imán atrae al hierro, es capitalizada. De esta forma la extensión de la producción continúa, la competencia estimula el movimiento y multiplica los perfeccionamientos técnicos.

Las necesidades de la acumulación transforman la realización de la plusvalía en la piedra de toque de la realización del producto total. Si la realización de la fracción consumida no presenta dificultades (al menos en teoría) queda sin embargo la plusvalía acumulable. Esta no puede ser absorbida por los proletarios puesto que han gastado sus posibilidades de compra al consumir sus salarios. ¿Podríamos suponer que los capitalistas son capaces de realizarla entre ellos, en la esfera capitalista y que este intercambio sería suficiente para condicionar la extensión de la producción?

Semejante solución es manifiestamente absurda pues como señala Marx “lo que la producción capitalista se propone es apropiarse del valor, del dinero, de la riqueza abstracta”. La extensión de la producción depende de la acumulación de esta riqueza abstracta; el capitalista no produce por el placer de producir, ni por el placer de acumular medios de producción o medios de consumo o “alimentar” a cada vez más obreros, sino porque engendra trabajo gratuito, plusvalía que se acumula y que crece sin límites al capitalizarse. Marx añade: “Si se dice que basta con que los capitalistas cambien y consuman sus mercancías entre ellos se olvida el carácter de la producción capitalista, pues se trata de valorizar el capital y no de consumirlo”.

Nos encontramos así en el centro del problema que se plantea de forma ineluctable y permanente a la clase capitalista en su conjunto: vender fuera del mercado capitalista pues su capacidad de absorción está estrictamente limitada por las leyes capitalistas. El exceso de la producción representa, como mínimo, el valor de la plusvalía no consumida por la burguesía, destinada a ser transformada en capital. No hay medio de escapar a ello: el capital mercancía no puede convertirse en capital productivo de plusvalía más que si, previamente, es convertido en dinero y en el exterior del mercado capitalista. “El capitalismo tiene necesidad para dar salida a una parte de sus mercancías, de compradores que no sean ni capitalistas ni asalariados y que dispongan de un poder de compra autónomo” (Rosa Luxemburg).

Antes de examinar dónde y cómo el capital encuentra estos compradores con poder de compra “autónomo” hemos de seguir el proceso de acumulación.

La acumulación capitalista, factor de progreso y de regresión

Hemos indicado que el crecimiento del capital que funciona en la producción tiene como consecuencia desarrollar, al mismo tiempo, las fuerzas productivas bajo la presión de los perfeccionamientos técnicos. Pero junto a ese aspecto positivo de progreso de la producción capitalista surge un factor regresivo, antagónico, resultante de la modificación de la relación interna entre los elementos que componen el capital.

La plusvalía acumulada se subdivide en dos partes desiguales: una, la más considerable, debe servir a la extensión del capital constante y la otra, la más pequeña, se dedica a la compra de fuerza de trabajo suplementaria: el ritmo de desarrollo del capital constante se acelera de esta forma en detrimento del desarrollo del capital variable y la proporción entre el capital constante y el capital variable se hace mayor; dicho de otra manera: la composición orgánica del capital se eleva. Ciertamente, la demanda suplementaria de obreros aumenta la parte absoluta del proletariado en el producto social, pero su proporción relativa disminuye porque la proporción de capital variable es menor respecto al capital constante y el capital total. Sin embargo, incluso el crecimiento absoluto del capital variable, del fondo de salarios, no puede persistir y alcanza en un momento determinado un punto de saturación. En efecto, la elevación continua de la composición orgánica, es decir, del grado técnico, lleva las fuerzas productivas y la productividad del trabajo a una potencia tal que el capital lejos de seguir absorbiendo nuevas fuerzas de trabajo termina, al contrario, por rechazar una parte de ellas ya integradas en la producción, determinando un fenómeno específico del capitalismo decadente: el desempleo permanente, expresión de una superpoblación obrera relativa y constante.

Por otro lado, las dimensiones gigantescas que alcanza la producción nacen de que la masa de productos o valores de uso crece mucho más rápidamente que la masa de valores de cambio que le corresponden o que el valor de capital constante consumido, del capital variable y de la plusvalía: así, por ejemplo, cuando una máquina que cuesta 1000 F, produce 1000 unidades de un producto determinado y necesita la presencia de 2 obreros, es sustituida por una máquina más perfeccionada que cuesta 2000 F pero requiere un solo obrero y puede producir 3 o 4 veces más que la primera. Cuando se nos objeta que puesto que más productos son obtenidos con menos trabajo, el obrero puede adquirir con su salario más productos, se está olvidando totalmente que los productos son antes que nada mercancías, al igual que la fuerza de trabajo, y que, en consecuencia, como ya lo hemos dicho al principio, esta fuerza de trabajo no puede ser vendida más que a su valor de cambio que equivale al coste de su reproducción, el cual está asegurado desde el momento en que el obrero obtiene el estricto mínimo de subsistencia que le permite mantenerse en vida. Si, gracias al progreso técnico, el coste de estas subsistencias puede ser reducido, el salario será reducido igualmente. Y si esta reducción es menor que la baja de los productos, gracias a una relación de fuerzas favorable al proletariado, debe, sin embargo, en todos los casos, acabar fluctuando alrededor de los límites compatibles con las necesidades de la producción capitalista.

El proceso de acumulación profundiza pues una primera contradicción: crecimiento de las fuerzas productivas y decrecimiento de las fuerzas de trabajo afectadas a la producción con el subsiguiente desarrollo de una superpoblación obrera relativa y constante. Esta contradicción engendra una segunda: hemos indicado ya cuales eran los factores que determinaban la tasa de plusvalía. Sin embargo, es preciso señalar que, con una tasa de plusvalía que no varía, la masa de plusvalía y, por consiguiente, la masa de ganancias, son siempre proporcionales a la masa de capital variable comprometida en la producción. Si el capital variable disminuye en relación al capital total, arrastra una disminución de la masa de ganancia en relación a este capital total y, consiguientemente, la tasa de ganancia baja. Esta baja de la tasa de ganancia se acentúa a medida que progresa la acumulación, con lo que crece el capital constante en relación al capital variable aunque al mismo tiempo la masa de ganancias continúa creciendo (como resultado de un aumento de la tasa de plusvalía). Esto no traduce una explotación menos intensa de los obreros sino que significa en relación al capital total que se está utilizando menos trabajo capaz de proporcionar menos trabajo gratuito. Por otra parte, acelera el ritmo de la acumulación porque aguijonea al capital, obligándole a extraer de un número determinado de obreros el máximo de plusvalía posible, obligándole así a acumular siempre más plusvalía.

La ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia genera crisis cíclicas y será un potente fermento de descomposición de la economía capitalista decadente.

Otro factor que contribuye a acelerar la acumulación es el crédito, panacea que hoy adquiere un poder mágico para los sabios economistas burgueses y socialdemócratas que buscan desesperadamente soluciones salvadoras. El crédito es una palabra mágica en el país de Roosevelt y para todos los constructores de planes de economía dirigida ... ¡por el capitalismo!. También es palabra mágica para De Man y los burócratas de la CGT así como otros sabios del capitalismo. Parece que el crédito posee ese atributo de crear poder adquisitivo.

Sin embargo, despojado de sus oropeles seudo científicos y engañosos, el crédito puede definirse como sigue: la puesta a disposición del capital mediante los canales de su aparato financiero de:

–  las sumas momentáneamente inutilizadas en el proceso de producción y destinadas a la renovación del capital constante;

–  la fracción de la plusvalía que la burguesía no consume inmediatamente o que no puede acumular;

–  las sumas disponibles que pertenecen a capas no capitalistas (campesinos, artesanos), en una palabra, lo que constituye el ahorro y expresa un poder de compra potencial.

Lo más que puede hacer el crédito es transformar ese poder de compra latente en poder de compra nuevo. Lo que nos importa es que el ahorro puede ser movilizado para la capitalización y aumentar de esa forma la masa de capitales acumulados. Sin el crédito el ahorro sería dinero atesorado y no capital. “El crédito aumenta de una forma inconmensurable la capacidad de extensión de la producción y constituye la fuerza motriz interna que la empuja constantemente a sobrepasar los límites del mercado” (Rosa Luxemburg).

Un tercer factor de aceleración debe señalarse. La ascensión vertiginosa de la masa de plusvalía no permite a la burguesía adaptarse a su consumo; su “estómago”, por muy voraz que sea, es incapaz de absorber el exceso de plusvalía producida. Pero aunque su glotonería le empujara a consumir más de la cuenta, no podría hacerlo, puesto que la competencia le impone su ley implacable: ampliar la producción con objeto de reducir el precio de coste. De esta forma, la fracción de plusvalía consumida se reduce cada vez más en proporción a la plusvalía total. La tasa de acumulación aumenta lo cual es una nueva causa de contracción del mercado capitalista.

Tenemos que mencionar un cuarto elemento de aceleración, surgido paralelamente al desarrollo del capital bancario y del crédito y producto de la selección activa de la competencia: la centralización de los capitales y de los medios de producción en empresas gigantescas que al producir plusvalía acumulable “en bruto” aumentan mucho más rápidamente la masa de capitales. Dado que estas empresas evolucionan orgánicamente hacia la forma de monopolios parásitos, se transformarán igualmente en un fermento virulento de disgregación en el periodo imperialista.

Resumamos pues las contradicciones fundamentales que minan la producción capitalista:

–  por una parte una producción que ha alcanzado un nivel que condiciona un consumo masivo; pero por otra parte las necesidades mismas de esta producción reducen cada vez más las bases del consumo dentro del mercado capitalista: disminuye la parte relativa y absoluta del proletariado en el producto total y se restringe relativamente el consumo individual de los capitalistas;

–  necesidad de realizar fuera del mercado capitalista la fracción del producto no consumible correspondiente a la plusvalía acumulada en progresión rápida y constante bajo la presión de los diversos factores que aceleran la acumulación.

Hay que realizar por una parte el producto a fin de poder comenzar de nuevo la producción, pero es preciso, por otro lado, ampliar los mercados con objeto de poder realizar el producto.

Como señala Marx “la producción capitalista se ve forzada a producir a una escala que no está relacionada con la demanda del momento, sino que depende de la extensión continua del mercado mundial. La demanda de los obreros no basta, porque la ganancia viene precisamente de que la demanda de los obreros es más pequeña que el valor de su producto y que es más grande cuanto dicha demanda es relativamente más pequeña. La demanda recíproca de los capitalistas tampoco basta”.

¿Cómo va a efectuarse esta extensión continua del mercado mundial, esta creación y ampliación de mercados extracapitalistas, que Rosa Luxemburgo subrayaba su importancia vital para el capitalismo? Este, por el lugar histórico que ocupa en la evolución de la sociedad debe, si quiere continuar viviendo, proseguir la lucha que debió librar cuando primitivamente se trató para él de construir la base en la que su producción podía desarrollarse. Dicho de otra forma, el capitalismo, si quiere transformar en dinero y acumular la plusvalía que rebosa por todos sus poros, debe disolver las economías antiguas que han sobrevivido a las transformaciones históricas. Para dar salida a los productos que la esfera capitalista no puede absorber, le hace falta encontrar compradores que no pueden existir más que en una economía mercantil. Además, el capitalismo, para mantener la escala de su producción, tiene necesidad de inmensas reservas de materias primas que no puede apropiarse más que si en las regiones donde existen, no tropieza con relaciones de propiedad que son un obstáculo a sus designios y mientras tenga a su disposición las fuerzas de trabajo que puedan asegurar la explotación de las riquezas ansiadas. Allí donde subsisten todavía sistemas esclavistas o feudales o bien comunidades campesinas donde el productor está encadenado a sus medios de producción y actúa según la satisfacción directa de sus necesidades, es preciso que el capitalismo cree las condiciones y abra la vía que le permita alcanzar sus objetivos. Por la violencia, las expropiaciones, las exacciones fiscales y con el apoyo de las clases dominantes de esas regiones, va destruyendo en primer lugar los últimos vestigios de propiedad colectiva, transforma la producción para las necesidades en producción para el mercado, suscita nuevas producciones que corresponden a sus necesidades, amputa la economía campesina de los oficios que la completaban, obliga al campesino, a través del mercado así constituido, a efectuar el intercambio de las materias agrícolas que le es posible todavía producir contra la quincalla producida en las fábricas capitalistas. En Europa, la revolución agrícola de los siglos XV y XVI provocó la expropiación y expulsión de una parte de la población rural, creando el mercado para la producción capitalista naciente. Marx hace notar que “solo el aplastamiento de la industria doméstica rural puede dar al mercado interior de un país la extensión y la sólida cohesión que necesita el modo de producción capitalista”.

Sin embargo, empujado por su naturaleza insaciable, el capital no se detiene a medio camino. Realizar su plusvalía no le basta en absoluto. Le hace falta ahora derribar a los productores autónomos que han surgido de las colectividades primitivas y que han conservado sus medios de producción. Tiene que suplantar su producción y reemplazarla por la producción capitalista con objeto de encontrar una salida a la masa de capitales acumulados que le desbordan y ahogan. La industrialización de la agricultura, ya esbozada en la segunda mitad del siglo XIX sobre todo en Estados Unidos, constituye una notoria ilustración del proceso de disgregación de las economías campesinas que profundiza el abismo entre los granjeros capitalistas y los proletarios agrícolas.

En las colonias de explotación donde sin embargo el proceso de industrialización capitalista no tiene lugar más que en una débil medida, la expropiación y la proletarización en masa de los indígenas llenan la reserva donde el capital busca fuerzas de trabajo que le proporcionarán materias primas baratas.

De esta forma la realización de la plusvalía significa para el capital anexionarse progresiva y continuamente las economías precapitalistas cuya existencia le es indispensable pero que debe sin embargo aniquilar si quiere proseguir lo que constituye su razón de ser: la acumulación. De ahí surge otra contradicción fundamental que se une a las precedentes: la acumulación y la producción capitalista se desarrollan alimentándose con la sustancia humana de los medios extracapitalistas pero al precio de ir agotándolos gradualmente; lo que al principio era poder de compra “autónomo” que absorbía la plusvalía – por ejemplo, el consumo de los campesinos – se convierte, cuando el campesinado se escinde en capitalistas y proletarios, en poder de compra específicamente capitalista, es decir, contenido en los límites estrechos determinados por el capital variable y la plusvalía consumible. El capital poda, en cierto modo, la rama en la que está sentado.

Se podría evidentemente imaginar una época donde el capitalismo, tras haber extendido su modo de producción al mundo entero, realizara el equilibrio de sus fuerzas productivas y la armonía social. Pero si Marx, en sus esquemas de la producción ampliada, ha emitido esta hipótesis de una sociedad enteramente capitalista donde no se opondrían más que capitalistas y proletarios, ha sido con objeto de demostrar el absurdo de una producción capitalista que un día se equilibraría y armonizaría con las necesidades de la humanidad. Esto significaría que la plusvalía acumulable, gracias a la ampliación de la producción, podría realizarse directamente, por una parte mediante la compra de nuevos medios de producción necesarios, por otro lado, por la demanda de los obreros suplementarios (¿dónde se encontrarían?) y con ello los capitalistas dejarían de ser lobos para transformarse en pacíficos progresistas.

Si Marx pudiera haber continuado el desarrollo de sus esquemas habría llegado a esta conclusión opuesta: un mercado capitalista que no puede extenderse mediante la incorporación de medios no capitalistas, una producción enteramente capitalista – lo que históricamente es imposible –, significarían la detención del proceso de acumulación y el fin del capitalismo mismo. Por consiguiente, presentar los esquemas (como lo han hecho ciertos “marxistas”) como la auténtica imagen de la producción capitalista que se podría desarrollar sin desequilibrio, sin situaciones de sobreacumulación, sin crisis, es falsificar abiertamente la teoría marxista.

Al aumentar su producción en proporciones prodigiosas, el capital no ha conseguido adaptarse armónicamente a la capacidad de los mercados que consigue anexionar. Por una parte, estos no se amplían sin discontinuidades; por otro lado, bajo el impulso de los factores de aceleración que hemos mencionado, la acumulación imprime al desarrollo de la producción un ritmo mucho más rápido que el que tiene lugar en la extensión de los mercados extracapitalistas. No solo el proceso de acumulación engendra una cantidad enorme de valores de cambio, sino que, como ya lo hemos dicho, la capacidad creciente de los medios de producción hace subir la masa de productos o valores de uso en proporciones más considerables aún, de suerte que se encuentran realizadas las condiciones de una producción capaz de responder a un consumo masivo, pero cuya salida está subordinada a una adaptación constante de las capacidades de consumo que no existen más que fuera de la esfera capitalista.

Si esta adaptación no se efectúa habrá sobreproducción relativa de mercancías, relativa no en relación a la capacidad de consumo sino en relación a la capacidad de compra, tanto del mercado capitalista (interior) como del mercado extra capitalista (exterior).

Si no hubiera sobreproducción más que desde el momento en que todos los miembros de la nación hubieran satisfecho sus necesidades más urgentes, toda sobreproducción general o incluso parcial habría sido imposible en la historia pasada de las sociedades burguesas. Cuando el mercado está sobresaturado de calzado, tejidos, vinos, productos ultramarinos etc., es decir, cuando, al menos una parte de la nación – pongamos los dos tercios – ha satisfecho generosamente sus necesidades de esas mercancías, ¿qué tienen que ver en ese caso las necesidades absolutas con la sobreproducción? La sobreproducción se produce en relación a las necesidades capaces de ser pagadas (Marx).

Este carácter de la sobreproducción no lo encontramos en ninguna de las sociedades anteriores. En la sociedad esclavista, la producción estaba dirigida a la satisfacción esencial de las necesidades de la clase dominante y la explotación de los esclavos se explicaba por la necesidad, resultado de la débil capacidad de los medios de producción, de ahogar en la violencia las veleidades de expansión de las necesidades de la masa. Si de forma fortuita sobrevenía una sobreproducción, ella era absorbida por el atesoramiento o era despilfarrada en enormes obras suntuarias; lo que sucedía en realidad no era una auténtica sobreproducción sino un sobreconsumo de los ricos. Igualmente, bajo el régimen feudal, la producción muy estrecha era rápidamente consumida: el siervo, dedicando la mayor parte de “su” producto a la satisfacción de las necesidades del señor, se afanaba por no morirse de hambre; no podía temerse ninguna sobreproducción: las guerras y las hambrunas la impedían.

En el régimen de producción capitalista, las fuerzas productivas desbordan la base demasiado estrecha sobre la que operan; los productos capitalistas son abundantes, pero desprecian las simples necesidades de los hombres, solo se entregan a cambio de dinero y si éste está ausente, prefieren amontonarse en fábricas, almacenes, depósitos hasta que acaban caducando.

Los crisis crónicas del capitalismo ascendente

La producción capitalista tiene como único límite los que le imponen las posibilidades de la valorización del capital: mientras la plusvalía puede ser extirpada y capitalizada la producción progresa. Su desproporción respecto a la capacidad general de consumo solo se pone de manifiesto cuando el reflujo de las mercancías, al tropezar con los límites del mercado, obstruye las vías de la circulación, es decir, cuando la crisis estalla.

Es evidente que la crisis económica desborda la definición que la reduce a una ruptura del equilibrio entre los diversos sectores de la producción como se limitan a enunciarla ciertos economistas burgueses e incluso los que se dicen marxistas. Marx indica que “en los periodos de sobreproducción general, la sobreproducción en ciertas esferas no es sino el resultado o la consecuencia de la sobreproducción en las ramas principales”. Una desproporción, demasiado flagrante, por ejemplo entre el sector productor de medios de producción y el sector productor de medios de consumo, puede determinar una crisis parcial, quizá ser incluso la causa de una crisis general original. Pero, la crisis es el resultado de una sobreproducción tanto general como relativa, de una sobreproducción de productos de todas las especies (tanto los bienes de producción como los objetos de consumo) en relación a la demanda del mercado.

En suma, la crisis es la manifestación de la incapacidad del capitalismo para sacar provecho de la explotación del obrero: hemos puesto en evidencia que no basta con extraer trabajo gratuito e incorporarlo al producto bajo la forma de un valor nuevo, de plusvalía, sino que debe además materializarse en dinero mediante la venta del producto total por su valor, es decir por su precio de producción, constituido por el precio de coste (valor del capital invertido tanto constante como variable) al cual debe añadirse la ganancia media social (y no la ganancia dada para cada producción particular). Por otro lado, los precios del mercado que teóricamente son la expresión monetaria de los precios de producción difieren prácticamente de ellos, pues siguen la curva fijada por la ley mercantil de la oferta y la demanda aunque evolucionan siempre dentro de la órbita del valor. Es importante, pues, señalar que las crisis se caracterizan por fluctuaciones anormales de los precios que arrastran depreciaciones considerables de los valores pudiendo llegar hasta su destrucción, lo que equivale a una pérdida de capital. La crisis revela bruscamente que se ha producido tal masa de medios de producción, de medios de trabajo y de consumo, que se ha acumulado tal masa de valores-capital que resulta imposible hacerlos funcionar como instrumentos de explotación de los obreros, a un grado dado, a una cierta tasa de ganancia. Su caída por debajo de un cierto nivel aceptable por la burguesía o la amenaza misma de la supresión de toda ganancia perturba el proceso de producción y provoca incluso su parálisis. Las máquinas se inmovilizan, no tanto porque hayan producido demasiadas cosas consumibles, sino porque el capital existente ya no recibe la plusvalía que le hace existir. La crisis disipa de esta forma las brumas de la producción capitalista; muestra con rasgos enérgicos la oposición fundamental entre el valor de uso y el valor de cambio, entre las necesidades humanas y las necesidades del capital. “Se producen – dice Marx – demasiadas mercancías para que se puedan realizar y reconvertir en capital nuevo, dentro de las condiciones de reparto y de consumo fijadas por la producción capitalista, el valor y la plusvalía que hay en ellas. No es que se produzcan demasiadas riquezas sino que periódicamente se producen demasiadas riquezas bajo sus formas capitalistas, opuestas unas a otras”.

Esta periodicidad casi matemática de las crisis constituye uno de los rasgos específicos del sistema capitalista de producción. Esta periodicidad no se encuentra en ninguna de las sociedades precedentes: las economías antigua, patriarcal, feudal, basadas esencialmente en la satisfacción de las necesidades de la clase dominante y no apoyándose ni sobre una técnica progresiva ni sobre un mercado que favoreciera una amplia corriente de intercambios, ignoraban las crisis surgidas de un exceso de riqueza, puesto que, como hemos evidenciado anteriormente, la sobreproducción era imposible en ellas, las calamidades económicas solo se abatían como consecuencias de factores naturales (sequía, hambrunas, epidemias) o de factores sociales tales como las guerras.

Las crisis crónicas hacen su aparición a principios del siglo XIX cuando el capitalismo, ya consolidado tras haber sostenido una lucha encarnizada y victoriosa contra la sociedad feudal, entra en su periodo de pleno desarrollo y, sólidamente instalado sobre su base industrial, se lanza a la conquista del mundo. Desde entonces el desarrollo de producción capitalista va a seguir un ritmo entrecortado siguiendo una trayectoria muy movida. Fases de producción febril que pretende saciar las exigencias crecientes de los mercados mundiales, son seguidas por otras de saturación del mercado. El reflujo de la circulación altera completamente todo el mecanismo de producción. La vida económica creará de esta forma una larga cadena en la que cada eslabón estará constituido por un ciclo dividido en una sucesión de periodos de actividad media, prosperidad, sobreproducción, crisis y depresión. El punto de ruptura del ciclo es la crisis “solución momentánea y violenta de las contradicciones existentes, erupción violenta que restablece por un instante el equilibrio alterado” (Marx). Los periodos de crisis y prosperidad son pues inseparables y se condicionan recíprocamente.

Hasta mediados del siglo XIX las crisis cíclicas tenían su centro de gravedad en Inglaterra, cuna del capitalismo industrial. La primera que tuvo un carácter de sobreproducción data de 1825 (el año precedente, el movimiento tradeunionista, apoyándose en la ley de coalición que el proletariado había arrancado a la burguesía, empezaba a crecer). Esta crisis tuvo orígenes curiosos para la época: los importantes préstamos que habían contraído en Londres las jóvenes repúblicas sudamericanas, se habían agotado, lo que había provocado una brusca contracción de los mercados que había afectado sobre todo a la industria algodonera, desprovista de su monopolio. La crisis se ilustra por una revuelta de los obreros algodoneros y es superada por una extensión de los mercados, limitados esencialmente a Inglaterra, donde el capital encuentra todavía vastas regiones para transformar y capitalizar: la penetración de las regiones agrícolas de las provincias inglesas y el desarrollo de las exportaciones hacia la India, abren el mercado de la industria algodonera. Por su parte, la construcción de ferrocarriles y el desarrollo del maquinismo proporcionan un mercado a la industria metalúrgica que se desarrolla definitivamente. En 1836, el marasmo de la industria algodonera, que sigue a una larga depresión a la que sucede un periodo de prosperidad, generaliza de nuevo la crisis y son de nuevo los tejedores quienes, muertos de hambre, son ofrecidos como víctimas propiciatorias. La crisis encuentra su salida en 1839 con la nueva extensión de la red férrea pero, al mismo tiempo, nace el movimiento cartista, expresión de las primeras aspiraciones políticas del proletariado inglés. En 1840 se produce una nueva depresión de la industria textil inglesa acompañada por las revueltas obreras que se prolongan hasta 1843. El desarrollo vuelve a tomar impulso en 1844 y se transforma en la gran prosperidad de 1845 pero una nueva crisis general que se extiende al continente estalla en 1847. Le sigue la insurrección parisina de 1848 y la revolución alemana, prolongándose hasta 1849, época en la que los mercados americanos y australianos se abren a la industria europea –y sobre todo a la inglesa – al mismo tiempo que la construcción de ferrocarriles toma un enorme desarrollo en Europa continental.

Ya en esta época, Marx, en el Manifiesto comunista, traza las características generales de las crisis y señala el antagonismo entre el desarrollo de las fuerzas productivas y su apropiación burguesa. Con genial profundidad define las perspectivas para la producción capitalista: “¿cómo supera la burguesía las crisis? – se pregunta. Por un lado, por la destrucción forzada de una masa de fuerzas productivas, y, por otra parte, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más aguda de los obreros. ¿Cuál es el resultado? Se preparan crisis más generales y más formidables y disminuyen los medios para prevenirlas”.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX el capitalismo industrial adquiere la preponderancia en el continente. Alemania y Austria se desarrollan industrialmente desde la década de 1860. Con ello, las crisis son cada vez más extensas. La de 1857 es corta, sobre todo gracias a la expansión del capital especialmente en Europa central. 1860 marca el apogeo de la industria algodonera inglesa que prosigue la saturación de los mercados de India y Australia. La guerra de Secesión en Estados Unidos le priva del algodón y provoca en 1863 su completo hundimiento, arrastrando una crisis general. Pero tanto el capital inglés como el francés no pierden el tiempo y durante la década que va de 1860 a 1870 se aseguran sólidas posiciones en Egipto y China.

El periodo que va desde 1850 a 1873, extremadamente favorable para el desarrollo del capital, se caracteriza por largas fases de prosperidad (alrededor de 6 años de duración) y cortas depresiones de alrededor de 2 años. El siguiente periodo que empieza en 1873 y que se extiende hasta 1896, presenta un proceso inverso: depresión crónica, jalonada por cortas fases ascendentes. Alemania (desde la paz de Frankfurt de 1871) y Estados Unidos se alzan como temibles competidores frente a Inglaterra y Francia. El ritmo prodigioso de expansión de la producción capitalista supera el ritmo de penetración de los mercados: de ahí sobrevienen las crisis de 1882 y 1890. Se entablan las grandes luchas coloniales por el reparto del mundo y el capitalismo, bajo el impulso de una inmensa acumulación de plusvalía, se lanza sobre la vía del imperialismo que va a desembocar en una crisis general que roza la bancarrota. Entretanto surgen las crisis de 1900 (guerras de los Boers en Sudáfrica y de los bóxer en China) y la de 1907. La crisis de 1913-15 acabaría estallando en la forma de guerra mundial.

Antes de abordar el análisis de la crisis general del imperialismo decadente, que constituirá el objeto de la segunda parte de nuestro estudio, es necesario examinar el proceso que han seguido cada una de las crisis de la época expansionista.

Los dos términos extremos de un ciclo económico son:

–  la fase última de prosperidad que llega al punto culminante de la acumulación que se expresa en su tasa más elevada y en la más alta composición orgánica del capital; la potencia de las fuerzas productivas llega a su punto de ruptura respecto a la capacidad del mercado; esto significa también, como ya lo hemos indicado, que la débil tasa de ganancia correspondiente a la alta composición orgánica va a chocar con las necesidades de la valorización del capital;

–  la fase más profunda de la crisis, que corresponde a una parálisis total de la acumulación de capital y precede inmediatamente a la depresión.

Entre estos dos momentos, se desarrolla, por una parte la crisis misma: periodo de alteraciones y de destrucción de valores de cambio; por otra parte, la fase de depresión a la que sucede la recuperación y la prosperidad que fecundan valores nuevos.

El equilibrio inestable de la producción, erosionado por la profundización progresiva de las contradicciones capitalistas, se rompe bruscamente cuando la crisis estalla y solo puede restablecerse cuando se opera una limpieza de valores-capital. Esta limpieza se anuncia por una baja de los precios de los productos terminados, mientras que los precios de las materias primas prosiguen durante un tiempo su escalada. La contracción de los precios de las mercancías arrastra evidentemente la depreciación de los capitales materializados por estas mercancías y la caída continua hasta la destrucción de una fracción más o menos importante del capital, proporcional a la gravedad y la intensidad de la crisis. El proceso de destrucción toma dos aspectos: por una parte, como pérdida de valores de uso, dando lugar al atasco total o parcial del aparato de producción que deteriora las máquinas y las materias no empleadas; por otro lado, como pérdida de valores de cambio, que es más importante, porque afecta al proceso de renovación de la producción, al que interrumpe y desorganiza. El capital constante sufre el primer choque: la disminución del capital variable no sigue paralelamente, pues la baja de los salarios se retrasa generalmente respecto a la baja de los precios. La contracción de los valores impide su reproducción a la escala anterior y además, la parálisis de las fuerzas productivas impide al capital que las representa existir como tal: el capital muerto, inexistente, aunque subsista en su forma material. El proceso de acumulación del capital se ve igualmente interrumpido porque la plusvalía acumulable ha sido engullida por la baja de los precios, aunque la acumulación de valores de uso pueda muy bien proseguir por un tiempo por la continuación de las extensiones previstas del aparato productivo.

La contracción de los valores acarrea también la contracción de las empresas: las más débiles sucumben o son absorbidas por las más fuertes menos afectadas por la caída de los precios. Esta centralización no tiene lugar sin luchas: mientras dura la prosperidad, mientras hay un botín que repartirse, este se distribuye entre las diversas fracciones de la clase capitalista mediante un prorrateo en proporción a los capitales invertidos. Pero cuando estalla la crisis y las pérdidas se hacen inevitables para la clase capitalista en su conjunto, cada uno de los grupos de capitalistas o cada capitalista individual trata, por todos los medios, de limitar las pérdidas o de arrojarlas sobre el vecino. El interés de la clase se disgrega bajo el empuje de sus intereses particulares, contradictorios, cuando en un periodo de normalidad se respeta cierta disciplina. Pero veremos que en periodo de crisis general es el interés de clase, por el contrario, el que afirma su preponderancia.

Pero la caída de precios que ha permitido la liquidación de existencias de antiguas mercancías se detiene. El equilibrio se restablece progresivamente. Los capitales caen en su valor a un nivel más bajo, la composición orgánica baja igualmente. Paralelamente a este restablecimiento se opera una reducción de los precios de coste, condicionada por la reducción masiva de los salarios; la plusvalía – el oxígeno – reaparece y reanima lentamente todo el cuerpo capitalista. Los economistas de la escuela liberal celebran de nuevo los méritos de sus antitoxinas, de sus “reacciones espontáneas”, la tasa de ganancia sube de nuevo y se hace “interesante”, en resumen, se restablece la rentabilidad de las empresas. La acumulación renace, aguijoneando el apetito capitalista y preparando la eclosión de una nueva sobreproducción. La masa de plusvalía acumulada crece, exige nuevos mercados hasta el momento en que el mercado se vuelve a retrasar respecto al desarrollo de la producción y con ello la crisis madura y el ciclo vuelve a empezar.

“Las crisis aparecen como un medio de avivar y volver a hacer que prenda la lumbre del desarrollo capitalista” (Rosa Luxemburgo).

Mitchell (continuará).

Series: 

  • Crisis y ciclos en la economía del capitalismo agonizante - Bilan nº 10, 1934 - [3]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La decadencia del capitalismo [4]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • La Izquierda italiana [5]

Cuestiones teóricas: 

  • Economía [2]

IX - 1924-28: el Thermidor del capitalismo de Estado estalinista

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El verano de 1927, en respuesta a una serie de artículos en Pravda que negaban la posibilidad de una “degeneración thermidoriana” de la URSS, Trotski defendió la validez de esta analogía con la revolución francesa, en la que, una parte del propio partido Jacobino se convirtió en vehículo de la contrarrevolución. A pesar de las diferencias históricas entre las dos situaciones, Trotski argumentaba que el régimen proletario aislado de Rusia podía sucumbir ciertamente a una “restauración burguesa”, no sólo por un repentino estallido violento de las fuerzas del capitalismo, sino también de una forma más gradual e insidiosa. “Thermidor, escribía, es una forma especial de contrarrevolución que se lleva a cabo por entregas, y que utiliza en un primer momento a elementos del mismo partido dirigente – reagrupándolos y oponiéndolos a los demás” (“Thermidor”, publicado en The Challenge of the Left Opposition 1926-27, Pathfinder Press, 1980, traducido por nosotros). Y señalaba que el propio Lenin había aceptado plenamente que ese peligro existía en Rusia: “Lenin no pensaba que hubiera que excluir la posibilidad de que a largo plazo ocurrieran cambios económicos y culturales hacia una degeneración burguesa, incluso si el poder seguía en manos de los bolcheviques; podría suceder a través de una asimilación imperceptible entre una cierta capa del partido Bolchevique y una cierta capa de los nuevos elementos de la pequeña burguesía ascendente”.

Al mismo tiempo Trotski argumentaba rápidamente que en la coyuntura de entonces, aunque el Thermidor era un peligro creciente planteado por el aumento del burocratismo y de las influencias abiertamente capitalistas en la URSS, aún estaba lejos de completarse. En la Plataforma de la Oposición unificada, que se publicó no mucho después de este artículo, él y sus coautores expresaron la posición de que la perspectiva de la revolución mundial no se había agotado, ni mucho menos, y en Rusia mismo persistían considerables conquistas de la revolución de Octubre, en particular el “sector socialista” de la economía rusa. La Oposición por tanto, permanecía vinculada a la lucha por la reforma y la regeneración del Estado soviético, y a su defensa incondicional frente a los ataques imperialistas.

Desde el punto de vista histórico sin embargo, está claro que los análisis de Trotski iban por detrás de la realidad. En el verano de 1927, las fuerzas de la contrarrevolución burguesa casi habían completado su anexión del partido Bolchevique.

¿Por qué Trotski subestima el peligro?

Hay tres elementos claves en la mala interpretación que hacía Trotski de la situación que enfrentaba la Oposición en 1927.

Trotski subestimaba la profundidad y extensión del avance de la contrarrevolución porque fue incapaz de remontarse a sus orígenes históricos – en particular de reconocer el papel que desempeñaron los errores políticos del partido Bolchevique en la aceleración de la degeneración y de la contrarrevolución. Como ya hemos expuesto en anteriores artículos de esta serie, aunque la razón fundamental del debilitamiento del poder proletario en Rusia radica en su aislamiento, en el fracaso de la extensión de la revolución y en la ruina que causó la guerra civil, el partido Bolchevique empeoró las cosas por su identificación con la máquina estatal y la substitución de la autoridad de los órganos unitarios de la clase (Soviets, Comités de fábrica, etc.) por su propia autoridad. Este proceso ya se discernía en 1918 y alcanzó un punto particularmente grave con la represión de la revuelta de Kronstadt en 1921. A Trotski se le hizo muy duro criticar esas posiciones políticas, que a menudo él había contribuido prominentemente a poner en práctica (por ejemplo, sus llamamientos a la militarización del trabajo en 1920-21).

Trotski entendió claramente que el ascenso de la burocracia estalinista se vio facilitado en gran parte por la sucesión de derrotas sufridas por la clase obrera – Alemania 1923, Gran Bretaña 1926, China 1927. Pero no fue capaz de ver la dimensión histórica de esa derrota. Y en esto no era de ningún modo el único: para la fracción de la Izquierda italiana por ejemplo, hasta la llegada de Hitler al poder en Alemania no estuvo claro que el curso histórico se había invertido y se orientaba a la guerra. Por otra parte, Trotski nunca fue realmente capaz de darse cuenta de se había producido un cambio tan profundo, y durante los años 30 continuó viendo signos de una revolución inminente, cuando de hecho a los trabajadores se les arrastraba cada vez más lejos de su terreno hacia la pendiente resbaladiza del antifascismo y, por lo tanto, de la guerra imperialista (Frentes populares, guerra en España...). De todas formas, el infundado “optimismo” de Trotski sobre las posibilidades revolucionarias, le llevó a interpretar erróneamente las causas y efectos de la política exterior estalinista y las reacciones de las grandes potencias capitalistas. La Plataforma de la Oposición unificada en 1927 (influenciada sin duda por la “psicosis de guerra” del momento, que consideraba inminente la declaración de guerra de Gran Bretaña a la URSS) insistía en que las grandes potencias se verían obligadas a lanzar un ataque contra la Unión soviética, puesto que ésta última, a pesar de la dominación de la burocracia estalinista, aún constituía una amenaza para el sistema capitalista mundial. En tales circunstancias, la Oposición de izquierda permanecía incondicionalmente adicta a la defensa de la URSS. Por supuesto había hecho muchas y muy incisivas críticas al modo en que la burocracia estalinista había saboteado las luchas obreras en Gran Bretaña y China. Lo cierto es que los desastrosos resultados de la política de la Comintern en esos dos países habían sido un elemento decisivo que espoleó a la Oposición en 1926-27 para reagruparse e intervenir. Pero lo que Trotski y la Oposición unida no entendían era que la política estalinista en Gran Bretaña y China, donde se socavó directamente la lucha de clases para fomentar una alianza con las facciones de la burguesía “amigas” de la URSS (la burocracia sindical en Gran Bretaña y el Kuomintang en China), marcaba un paso cualitativo, comparándolo incluso con la actitud oportunista de la IC en Alemania en 1923. Estos acontecimientos expresaban un giro decisivo hacia la inserción del Estado ruso en “el Gran juego” de las potencias mundiales. A partir de entonces, la URSS iba a actuar en la arena mundial como otro contendiente imperialista y la defensa de la URSS se hacía más y más inaceptable desde el punto de vista comunista, puesto que la razón de ser de la URSS de servir como bastión de la revolución comunista mundial se había liquidado.

Estrechamente vinculado a este error estaba la dificultad de Trotski para identificar la punta de lanza de la contrarrevolución. Su defensa de la URSS se basaba en un falso criterio a diferencia de la Izquierda italiana, que consideraba ante todo su papel internacional y sus efectos; tampoco valoraba si la clase obrera conservaba todavía el poder político, teniendo solo en cuenta un criterio puramente jurídico: la persistencia de formas de propiedad nacionalizada en los centros vitales de la economía y el monopolio estatal del comercio exterior. Desde ese punto de vista, Thermidor sólo podía tomar la forma del desalojo de esas expresiones jurídicas y de la vuelta a las de la propiedad privada. Las verdaderas fuerzas “thermidorianas” no podían ser, por lo tanto, esos elementos fuera del partido que presionaban a favor de un retorno de la propiedad privada (o individual), como los kulaks, los NEPmen, los economistas políticos como Ustrialov y sus apoyo más públicos dentro del partido, en particular la fracción en torno a Bujarin. Al estalinismo se le caracterizaba como una forma de centrismo, sin ninguna política propia, balanceándose perpetuamente entre el ala derecha e izquierda del partido. Al erigirse él mismo como defensor de la identificación entre las formas de propiedad nacionalizada y el socialismo, Trotski fue incapaz de ver que la contrarrevolución capitalista podía establecerse sobre las bases de la propiedad estatal. Esto condenó a la corriente que dirigía a malinterpretar la naturaleza del proyecto estalinista y a advertir continuamente sobre el peligro del retorno de la propiedad privada que nunca llegaba (al menos hasta el hundimiento de la URSS en 1991, e incluso entonces, sólo parcialmente). Podemos ver muy claramente este retraso en la comprensión de los acontecimientos a través de la forma en que la Oposición respondió a la declaración de Stalin de la infame teoría del “Socialismo en un solo país”.

El Socialismo en un solo país
y la teoría de la “acumulación socialista primitiva”

El otoño de 1924, en una larga, tediosa y zafia obra titulada Problemas del Leninismo, Stalin formuló la teoría del “socialismo en un solo país”. Basando su argumentación en una sola frase de Lenin de 1915, una frase que de todas formas podría interpretarse de diferentes maneras, Stalin rompió con un principio fundamental del movimiento comunista desde su inicio: que la sociedad sin clases sólo podría establecerse a escala mundial. Su innovación se burlaba de la revolución de Octubre, puesto que, como Lenin y los bolcheviques no se cansaron nunca de decir, la insurrección de los obreros en Rusia era una respuesta internacionalista a la guerra imperialista; y era, y sólo podía ser, el primer paso hacia una revolución proletaria mundial.

La proclamación del socialismo en un solo país no era una mera revisión teórica; era la declaración abierta de la contrarrevolución. El partido Bolchevique se veía atrapado en la contradicción de intereses entre sus principios internacionalistas y las demandas del Estado ruso, que representaba cada vez más las necesidades del capital contra la clase obrera. El estalinismo resolvió esta contradicción de un plumazo: en adelante sólo debería lealtad a los requerimientos del capital nacional ruso, y ¡ay de aquellos en el partido que continuaran adhiriendo a su original misión proletaria!

Dos hechos cruciales habían permitido que la facción estalinista mostrara tan claramente sus intenciones: la derrota de la revolución alemana en 1923 y la muerte de Lenin en enero 1924. Más que cualquier otro de los reveses previos de la oleada revolucionaria de posguerra, la derrota en Alemania en 1923 mostraba que el retroceso del proletariado europeo era más que un asunto temporal, incluso si nadie en ese momento podía predecir cuánto duraría la noche de la contrarrevolución. Esto reforzaba a aquellos para los que la idea de extender la revolución por todo el globo, no sólo era una broma, sino un obstáculo para la tarea de construir a Rusia como potencia militar y económica seria.

Como vimos en el último artículo de esta serie, Lenin ya había iniciado una lucha contra el auge del estalinismo, y no le hubiera desconcertado el abierto abandono del internacionalismo que la burocracia proclamó con un apresuramiento indecente tras su muerte. Ciertamente Lenin solo no hubiera sido una barrera suficiente a la victoria de la contrarrevolución. Como escribió Bilan en la década de 1930, teniendo en cuenta las limitaciones que enfrentaba la revolución rusa, su destino como individuo hubiera sido sin ninguna duda el del resto de la oposición: “Si hubiera sobrevivido, el centrismo hubiera tenido hacia Lenin la misma actitud que tuvo frente a los numerosos bolcheviques que pagaron su lealtad al programa internacionalista de Octubre 1917 con la deportación, la prisión y el exilio” (Bilan nº 18, abril-mayo 1935, p. 610, “L’Etat prolétarien” – traducido por nosotros). Al mismo tiempo, su muerte quitó un obstáculo importante al proyecto estalinista. Una vez Lenin muerto, Stalin no sólo enterró su herencia teórica, sino que se dispuso a crear el culto del “leninismo”. Su famoso “hacemos votos por ti, camarada Lenin” del discurso en el funeral ya marcaba el tono, modelado como si fuera un ritual de la Iglesia ortodoxa. Simbólicamente Trotski estaba ausente del funeral. Se estaba recuperando de una enfermedad en el Cáucaso, pero también fue víctima de una maniobra de Stalin, que procuró que aquél estuviera mal informado sobre la fecha de la ceremonia. De esa forma Stalin podía presentarse ante el mundo como el sucesor natural de Lenin.

Tan crucial como era la declaración de Stalin, y su plena importancia no fue captada inmediatamente en el partido Bolchevique. En parte porque se había planteado discretamente, un tanto enterrada en un indigesto lanzamiento de la “obra teórica” de Stalin. Pero más importante es que los bolcheviques estaban insuficientemente armados teóricamente para combatir esos nuevos conceptos.

Ya hemos señalado en el curso de esta serie que las confusiones entre socialismo y centralización estatal de las relaciones económicas burguesas habían recorrido durante mucho tiempo el movimiento obrero; particularmente en el periodo de la socialdemocracia; y los programas revolucionarios de la oleada revolucionaria de 1917-23 no habían conseguido en absoluto alejar ese fantasma. Pero la marea ascendente de la revolución había mantenido bien alto la visión del auténtico socialismo; sobre todo la necesidad de que se estableciera sobre una base internacional. Al contrario, cuando el retroceso de la revolución mundial dejó plantada a la vanguardia rusa, hubo una tendencia creciente a teorizar la idea de que, desarrollando el sector “socialista” estatalizado de su economía, la Unión soviética podría dar grandes pasos hacia la construcción de una sociedad socialista. La Izquierda Italiana, en el mismo artículo que hemos citado antes, señalaba esa tendencia en algunos de los últimos escritos de Lenin: “Los últimos escritos de Lenin sobre las cooperativas, eran una expresión de la nueva situación, resultado de las derrotas sufridas por el proletariado mundial, y no es extraño en absoluto que echaran mano de ellos los falsificadores que defendían la teoría del socialismo en un solo país”.

Estas ideas fueron desarrolladas y profundizadas por la Oposición de izquierdas, particularmente Trotski y Preobrazhenski, en el “debate sobre industrialización” de mitad de los años 20. Este debate había sido provocado por las dificultades que encontró la NEP, que había expuesto a Rusia a las manifestaciones abiertas de la crisis capitalista, como el desempleo, la inestabilidad de los precios y el desequilibrio entre los diferentes sectores de la economía. Trotski y Preobrazhenski criticaban la cauta política económica del aparato del partido, su dificultad para adaptarse a planes a largo plazo, su relación desmedida con la industria ligera y las operaciones espontáneas del mercado. Para reconstruir la industria soviética sobre bases saludables y dinámicas, argumentaban, era necesario asignar más recursos al desarrollo de la industria pesada, que también requería planes económicos a largo plazo. Puesto que la industria pesada era el núcleo del sector estatal, y el sector estatal se definía como inherentemente “socialista”, el crecimiento industrial se identificaba con el progreso hacia el socialismo, y correspondía así a los intereses del proletariado. Los “industrializadores” de la Oposición de izquierdas estaban convencidos de que ese proceso podría empezarse rápidamente en la economía predominantemente agraria de Rusia, sin llegar a depender demasiado de la importación de tecnología y capital extranjero, sino a través de una suerte de “explotación” de capas del campesinado (en particular las más ricas), por medio de la tasación y la manipulación de precios. Esto generaría suficiente capital para financiar la inversión en el sector estatal y el crecimiento de la industria pesada. Este proceso se describía como “acumulación socialista primitiva”, comparable en su contenido, si no en sus métodos, al periodo de acumulación capitalista primitiva que describió Marx en El Capital. Para Preobrazhenski en particular, la “acumulación socialista primitiva” era nada menos que una ley fundamental de la economía de transición y tenía que entenderse como un contrapeso a la acción de la ley del valor: “Cualquier lector puede contar con sus dedos los factores que contrarrestan la ley del valor en nuestro país: el monopolio del comercio exterior; el proteccionismo socialista; un severo plan de importaciones diseñado en interés de la industrialización; y un intercambio no equivalente con la economía privada, que asegura la acumulación para el sector estatal, a pesar de las condiciones altamente desfavorables creadas por su bajo nivel de tecnología. Pero todos estos factores, dado que tienen sus bases en la economía estatal unificada del proletariado, son los medios externos, las manifestaciones hacia fuera de la ley de la acumulación socialista primitiva” (“Economic notes III: On the Advantage of a theoretical Study of the Soviet Economy”, 1926, publicado en The Crisis of Soviet Industrialization, a collection of Preobrajensky´s essays, editado por Donald A. Filtzer, MacMillan 1980 – traducido por nosotros).

Esta teoría fallaba en dos cuestiones claves:

• era un error fundamental identificar el crecimiento de la industria con las necesidades y los intereses de clase del proletariado, y argumentar que el socialismo surgiría casi de forma automática sobre la base de un proceso de acumulación que, aunque apodado “socialista”, tenía todas las características esenciales de la acumulación capitalista, puesto que estaba basado en la extracción y capitalización incrementada de la plusvalía. La industria, de propiedad estatal o cualquier otra, no puede identificarse al proletariado, al contrario, el crecimiento industrial, llevado a cabo sobre la base de la relación del trabajo asalariado, solo puede significar una explotación creciente del proletariado. Esta falsa identificación de parte de Trotski, iba en paralelo con su identificación entre la clase obrera y el Estado de transición que había teorizado durante el debate sindical de 1921. Su lógica llevaba a dejar al proletariado sin ninguna justificación para defenderse contra las demandas del sector “socialista”. E igual que respecto a la cuestión del Estado, la fracción de la Izquierda italiana en los años 30 fue capaz de mostrar los profundos peligros inherentes en tal identificación. Aunque en esa época compartía algunas de las ilusiones de Trotski acerca de que el sector “colectivizado” de la economía confería un carácter proletario al Estado soviético, no estaba de acuerdo en nada con el entusiasmo de Trotski por el proceso de industrialización en sí, e insistía en que el progreso hacia el socialismo debía medirse, no por la tasa de crecimiento de capital constante, sino por el grado en que la producción se orientaba hacia la satisfacción de las necesidades inmediatas del proletariado (dando prioridad a la producción de bienes de consumo mas que bienes de producción, acortando la jornada de trabajo, etc.). Llevando este argumento un poco más lejos, podíamos decir que el progreso hacia el socialismo exige una subversión total de la lógica del proceso de acumulación.

• En segundo lugar, si Rusia era capaz de dar pasos al socialismo sobre la base de su vasto campesinado, ¿qué papel tenía la revolución mundial? Con la teoría de la “acumulación socialista primitiva” la revolución mundial aparece únicamente como un medio de acelerar un proceso que ya se ha emprendido en un solo país, más que ser una condición sine qua non para la supervivencia política de un bastión proletario. En alguno de sus escritos, Preobrazhenski se acerca peligrosamente a esta conclusión, y esto iba a hacerle peligrosamente vulnerable a la demagogia del “giro a la izquierda” de Stalin a finales de los años 20, cuando parecía que conducía el programa de los “industrializadores” dentro del partido.

Puesto que ella misma arrastraba estas confusiones, no es casual que la corriente de izquierdas en torno a Trotski no comprendiera todo el significado contrarrevolucionario de la declaración de Stalin.

1925-27 el último pulso de la Oposición

De hecho, el primer ataque explícito a la teoría del socialismo en un solo país vino de una fuente inesperada, del antiguo aliado de Stalin: Zinoviev. En 1925 se rompió el triunvirato de Stalin, Zinoviev y Kamenev. Su único factor real de unificación había sido “la lucha contra el trotskismo” (como admitió después Zinoviev); esa pesadilla del “trotskismo” había sido realmente un invento del aparato, destinado esencialmente a preservar la posición del triunvirato en la máquina del partido contra la figura que, después de Lenin, representaba más obviamente el espíritu de la revolución de Octubre: León Trotski. Pero como vimos en el último artículo de esta serie, la afirmación inicial de la Oposición de izquierdas en torno a Trotski se había truncado por su incapacidad para responder al cargo de “faccionalismo” que se les lanzaba desde el aparato, acusación respaldada por las medidas que habían votado todas las tendencias importantes del partido en el Xº Congreso, en 1921.Enfrentada a la opción de constituirse como grupo ilegal (como el Grupo obrero de Miasnikov), o retirarse de cualquier acción organizada dentro del partido, la Oposición adoptó esto último. Pero a medida que la política contrarrevolucionaria del aparato se hizo más abierta, los que mantenían una lealtad a las premisas internacionalistas del bolchevismo – aunque fuera muy tenue en algunos casos –, se vieron impulsados a alinearse abiertamente en su oposición.

La emergencia de la oposición en torno a Zinoviev en 1925 fue una expresión de esto, a pesar de que el repentino “giro a la izquierda” de Zinoviev también reflejaba su ansiedad de mantener su propia posición personal dentro del partido y su base de poder en la maquinaria del partido en Leningrado. Bastante naturalmente, Trotski, que en 1925-26 pasaba por una fase de semirretirada de la vida política, albergaba muchas sospechas hacia esa nueva oposición y permaneció neutral en los primeros intercambios entre estalinistas y zinovietistas, como por ejemplo en el XIVº Congreso, donde estos últimos admitieron que se habían equivocado ampliamente en sus diatribas contra el trotskismo. Sin embargo había un elemento básico de claridad proletaria en las críticas de Zinoviev a Stalin; como ya hemos dicho, aquél denunció entonces la teoría del socialismo en un solo país antes que Trotski, y hablaba del peligro del capitalismo de Estado. Y a medida que la burocracia reforzaba su control sobre el partido y la clase obrera, y particularmente a medida que se hicieron patentes los resultados catastróficos de su política internacional, se hizo más urgente el impulso hacia el agrupamiento en un frente común de los diferentes grupos de oposición.

A pesar de sus recelos, Trotski y sus seguidores juntaron sus fuerzas con los zinovietistas en la Oposición unificada en abril de 1926. La Oposición unificada también incluía al principio al grupo Centralismo democrático de Sapranov; en realidad Trotski reconocía que “la iniciativa de la unificación vino de los Centralistas democráticos. La primera Conferencia con los zinovietistas tuvo lugar bajo la presidencia del camarada Sapranov” (“Our Differences with the Democratic Centralists”, 11 de noviembre de 1928, en The Challenge of the Left Opposition, 1928-29, Pathfinder Press 1981; traducido por nosotros). Sin embargo en un momento en 1926, los centralistas democráticos fueron expulsados, supuestamente por abogar por un nuevo partido, aunque esto no sea muy acorde con las reivindicaciones que contenía la plataforma del grupo en 1927, a la que volveremos más tarde([1]).

A pesar de su acuerdo formal de no organizarse como una fracción, la Oposición de 1926 se vio obligada a constituirse como una organización distinta, con sus propias reuniones clandestinas, guardaespaldas y correos; y al mismo tiempo hizo una tentativa, mucho más determinada que la oposición de 1923, para hacer llegar su mensaje, no a los líderes, sino a las bases del partido. Sin embargo, cada vez que daba un paso en dirección a constituirse como una fracción definida, el aparato del partido redoblaba sus maniobras, calumnias, degradaciones y expulsiones. La primera oleada de esas medidas represivas vino cuando los espías del partido descubrieron una reunión de la Oposición en los bosques de las afueras de Moscú el verano de 1926. La respuesta inicial de la Oposición fue reiterar sus críticas a la política del régimen en Rusia y en el extranjero, y llevar su caso a las masas del partido. En septiembre y octubre, delegaciones de la Oposición hablaron en reuniones de células de fábrica por todo el país. La más famosa fue la de la fábrica de aviones de Moscú, donde Trotski, Zinoviev, Piatakov, Radek, Sapranov y Smilga, defendieron los puntos de vista de la Oposición contra los gritos de protesta y los abusos contra ellos de los gorilas del aparato. La respuesta de la maquinaria estalinista fue aún más retorcida: procuró eliminar a los líderes de la Oposición de sus puestos importantes en el partido. Sus advertencias contra la Oposición se hicieron más y más explícitas, sugiriendo, no solo la expulsión del partido, sino la eliminación física. El ex oposicionista Larin dijo en voz alta en la XVª Conferencia del partido, en octubre-noviembre de 1926, los pensamientos ocultos de Stalin: “O la Oposición es excluida del partido y legalmente suprimida, o la cuestión se saldará a tiros en las calles, como hicieron los Socialistas revolucionarios de izquierda en Moscú en 1918” (citado en Daniels, The Conscience of the revolution: Communist Opposition in Soviet Rusia, Simon and Schuster, 1960, pag. 282 – traducido por nosotros).

Pero como ya hemos dicho, la Oposición de Trotski también estaba entorpecida por sus propios errores fatales: su lealtad obstinada a la prohibición de facciones adoptada en el Congreso del partido de 1921 y sus dudas para ver la verdadera naturaleza contrarrevolucionaria de la burocracia estalinista. Tras la condena de sus manifestaciones en las células de fábrica en Octubre, los líderes de la Oposición firmaron un acuerdo admitiendo que habían violado la disciplina del partido y renunciando a una futura actividad “faccional”. En el Comité ejecutivo de la IC en diciembre, la última vez que se permitió a la Oposición plantear su caso ante la Internacional, Trotski se vio de nuevo paralizado por su negativa a poner en cuestión la unidad del partido. Como plantea A. Ciliga: “No obstante la brillantez polémica de su oratoria, Trotski envolvió su exposición del debate con demasiada prudencia y diplomacia. La audiencia fue incapaz de comprender, en profundidad, la tragedia de las diferencias que separaban a la Oposición de la mayoría. La Oposición – y esto me chocó en ese momento – no era consciente de su debilidad e incluso tendía a subestimar la magnitud de su derrota, negándose a extraer lecciones de ella. Mientras la mayoría, dirigida por Stalin y Bujarin, maniobraba para tratar de excluir totalmente a la Oposición, ésta se esforzaba continuamente en conseguir compromisos y arreglos amistosos. Esta política vacilante de la oposición contribuyó a ocasionar si no su derrota, sí al menos a debilitar su resistencia» (El Enigma ruso, inicialmente publicado, en 1938, como Au pays du grand mensonge – En el país de la gran mentira –, pp. 7 y 8 de la edición inglesa de 1979).

Otro tanto sucedió a finales de 1927, cuando espoleada por el fracaso cosechado en China por la burocracia, la Oposición formuló su plataforma oficial para el XVº Congreso. Esta tentativa fue saboteada por una maniobra típica del aparato. La Oposición se había visto obligada a editar esa Plataforma en una imprenta clandestina. Cuando la GPU registró dicha imprenta, descubrió “casualmente” que en ella trabajaba un “oficial de Wrangel” relacionado con contrarrevolucionarios extranjeros. Lo bien cierto es que dicho “oficial” era, en realidad, un agente provocador de la propia GPU, pero eso no impidió que el aparato explotara este descubrimiento para desprestigiar a la Oposición. Sometida a una presión cada vez más intensa, la Oposición decidió, una vez más, apelar directamente a las masas, tomando la palabra en diversos mítines y reuniones del partido y, sobre todo, participando, con sus propias pancartas, en las manifestaciones que tuvieron lugar en noviembre de 1927 para conmemorar la revolución de Octubre. En ese mismo momento, la Oposición realizó un último intento de sacar a la luz el testamento de Lenin. O sea una reacción débil y tardía. La gran mayoría de los trabajadores había caído ya en una apatía política y apenas podía diferenciar lo que separaba a la Oposición del régimen. El propio Trotski se dio cuenta, a diferencia de Zinoviev que en ese momento atravesaba una fase de fugaz optimismo, de que las masas estaban hastiadas de la lucha revolucionaria, y que estaban más predispuestas a dejarse llevar por las promesas de socialismo en Rusia que les hacía Stalin, que por los llamamientos a nuevos combates políticos. En todo caso también es verdad que la Oposición fue incapaz de presentar una alternativa revolucionaria netamente diferenciada, como puede apreciarse a través de la timidez de las consignas que figuraban en sus pancartas de las manifestaciones de noviembre, en las que figuraban eslóganes como «Abajo el Ustrayalovismo», «Contra la división»,... reclamando, en definitiva, la necesidad de la «unidad leninista» en el partido, precisamente en un momento en el que el partido de Lenin estaba siendo absorbido por la contrarrevolución. Hay que decir que, una vez más, los estalinistas no demostraron esa misma tibieza. Sus matones prodigaron agresiones en muchas de las manifestaciones de ese día y, poco más tarde, Trotski y Zinoviev resultaban fulminantemente excluidos del partido, iniciándose con ello una espiral de expulsiones, exilios, encarcelamientos..., que acabó, finalmente, en el aplastamiento de los vestigios proletarios del partido Bolchevique.

Lo que resultó más desmoralizante es que esa represión masiva sembró el desánimo en las filas de la Oposición. Poco después de su expulsión se rompió la alianza entre Trotski y Zinoviev. El componente más débil de esa alianza, es decir Zinoviev, Kamenev, y la mayoría de sus seguidores, capitularon cobardemente, confesaron sus «errores», y suplicaron su readmisión en el partido. La mayoría del ala derecha trotskista se rindió igualmente en ese momento([2]).

Destrozada ya el ala izquierda del Partido, Stalin se volvió contra sus aliados de derecha, o sea los bujarinistas, cuya política era más abiertamente favorable al capitalismo privado y el kulak. Debiendo enfrentar diversos problemas económicos inmediatos, en particular la llamada “escasez de artículos”, pero sobre todo presionado por la necesidad de un desarrollo de las capacidades militares de Rusia, en un mundo que se dirigía hacia nuevas conflagraciones imperialistas, Stalin anunció su “giro a la izquierda”, es decir un repentino bandazo hacia una industrialización a marchas forzadas y hacia la “liquidación del kulak como clase”, lo que quería decir la expropiación forzosa del grande y del mediano campesino.

Este nuevo bandazo de Stalin, acompañado de una ensordecedora campaña contra el “peligro derechista” en el partido, acabó por diezmar aún más las filas de la Oposición. Militantes como Preobrazhenski, decididos partidarios de la  industrialización como la clave para avanzar hacia el socialismo, se dejaron llevar rápidamente por la idea de que Stalin estaba aplicando, objetivamente, el programa de la izquierda, por lo que urgió a los trotskistas a que reintegraran el redil del partido. Ese fue el destino político de la teoría de la “acumulación socialista primitiva”.

Los acontecimientos de 1927-28 fueron la marca de un giro evidente. El estalinismo había triunfado destruyendo cualquier fuerza de oposición en el partido, y ya no existían obstáculos que le impidieran conseguir su programa fundamental: construir una economía de guerra sobre la base de un capitalismo de Estado más o menos completo. Esto significaba la muerte del partido Bolchevique, totalmente fusionado con la burocracia del capitalismo de Estado. Su siguiente golpe sería el de reafirmar su dominación definitiva sobre la Internacional, enteramente convertida en instrumento de la política exterior rusa. Cuando en su VIº Congreso (agosto de 1928), la IC adoptó la tesis del “socialismo en un solo país” estaba certificando su propia defunción, como antes (en 1914) lo hiciera la Internacional socialista. Eso no quita para que – tal y como sucedió tras el desastre de 1914 – los estertores agónicos de los diferentes partidos comunistas fuera de Rusia se prolongaran durante varios años hasta que, a mediados de los años 30, todos ellos acabaron expulsando a sus propias oposiciones de izquierda y adoptando sin rodeos una postura de defensa del capital nacional en preparación del segundo holocausto mundial.

La ruptura de Trotski con la Izquierda comunista

El precedente análisis puede hoy parecer claro, pero fue entonces objeto de una acalorada discusión en los círculos de la oposición que habían conseguido sobrevivir. En 1928-29, esta discusión se polarizó sobre todo en el debate que mantuvieron Trotski y los miembros del grupo Centralismo democrático (los “decistas”) cuya influencia en las filas de los seguidores de Trotski era cada vez mayor, como lo prueba la cantidad de energía que éste empleó en rebatir los errores “ultraizquierdistas” y “sectarios” de aquellos.

Los “decistas” existían desde 1919 y se habían caracterizado por una crítica implacable de los riesgos de la burocratización en el partido y en el Estado. Tras ser expulsados de la Oposición unida, presentaron una plataforma propia en el XVº Congreso del partido, “delito” que les valió ser excluidos fulminantemente de él. Según explicaba Miasnikov en el periódico francés l’Ouvrier communiste en 1929, esta plataforma firmada por «El Grupo de los Quince»([3]), significaba una evolución respecto a las posiciones que anteriormente habían defendido los “decistas”, lo que indicaba que Sapranov se había ido acercando a las posiciones del Grupo obrero del propio Miasnikov : «En sus puntos más importantes, en su estimación de la naturaleza del Estado de la URSS, sus concepciones sobre el Estado obrero, el programa de los Quince está muy cercano a la ideología del Grupo obrero».

A primera vista esta Plataforma no difiere mucho de las posiciones contenidas en la de la Oposición unida, aunque es verdad que va mucho más lejos en la denuncia del régimen opresivo que sufrían los obreros en las fábricas, el crecimiento del desempleo, la pérdida de toda vida proletaria en los soviets, la degeneración del régimen interior en el partido, y los catastróficos resultados de la política del “socialismo en un sólo país” a nivel internacional. Pero aún planteaba una reforma radical del régimen, identificándose con las propuestas de una aceleración de la industrialización, y presentando toda una serie de medidas destinadas a regenerar el partido y restaurar el control proletario sobre el Estado y sobre la economía. En ningún momento plantea la formación de un nuevo partido ni una lucha directa contra el Estado. Lo que sí resulta significativo es que este documento trata de ir a la raíz del problema del Estado, reafirmando la crítica marxista a la debilidad que supone el Estado como instrumento de la revolución proletaria, y alertando sobre las consecuencias de un Estado totalmente desvinculado de la clase obrera. Es más, cuando aborda la cuestión de la propiedad estatal, señala que ésta no tiene nada de fundamentalmente socialista: «Para nuestras empresas estatales, la única garantía de que no vayan en una dirección capitalista es la existencia de la dictadura del proletariado. Unicamente si esa dictadura se hunde o degenera puede alterarse esa dirección. Por ello representan una sólida base para la construcción del socialismo. Pero eso no significa que sean ya socialistas... Caracterizar tales formas de industria, en las que la fuerza de trabajo continúa siendo una mercancía, de socialismo o aún siquiera de formas inacabadas de socialismo de mala calidad, equivaldría a  falsear la realidad, desacreditar el socialismo a los ojos de los trabajadores, confundir las tareas actuales con las definitivas y disfrazar la NEP como  socialismo». En definitiva que sin dominación política del proletariado la economía, incluyendo el sector estatalizado, se encaminaría necesariamente en un sentido capitalista. Sobre eso, Trotski nunca tuvo mucha claridad pues pensaba que la propiedad nacional garantizaría, por sí misma, el carácter proletario del Estado. Por último, la Plataforma de los Quince demostraba una mayor conciencia sobre la inminencia de un Thermidor, planteando de hecho que la liquidación definitiva del partido por parte de la facción estalinista supondría poner punto final al carácter proletario del régimen: “La burocratización del partido, el extravío de sus dirigentes, la fusión del aparato del partido con la burocracia gubernamental, la reducción de la influencia del elemento obrero del partido, la intromisión del aparato gubernamental en las luchas internas del partido... todo esto pone de manifiesto que el Comité central ha traspasado ya, con su política, la etapa de amordazar el partido y ha empezado ya la de su liquidación, transformándolo en un aparato auxiliar del Estado. Esta liquidación significaría el final de la dictadura del proletariado en la URSS. El partido es la vanguardia y el instrumento esencial de la lucha de la clase obrera. Sin él no puede lograrse la victoria, ni siquiera puede mantenerse la dictadura del proletariado”.

Es verdad que la Plataforma de los Quince mostraba aún una cierta subestimación de la amplitud del triunfo que el capitalismo había ya logrado en la URSS, pero no es menos cierto que cuando llegaron los acontecimientos de 1928-29, los decistas, o al menos buena parte de ellos, pudieron deducir más rápidamente sus verdaderas implicaciones: la destrucción de la oposición a manos del terror estatal estalinista significaba que el partido bolchevique se había convertido en un “cadáver hediondo” como lo describió el “decista” V. Smirnov, y eso implicaba que no había nada ya que defender en ese régimen. Trotski combatió esa apreciación en su carta “Nuestras diferencias con los Centralistas democráticos”, en la que escribía al “decista” Borodai: “sus compañeros de Jarkov, según me han informado, se han dirigido a los trabajadores con un llamamiento basado en la falsedad de que la revolución de Octubre y la dictadura del proletariado han sido ya liquidadas. Este Manifiesto, esencialmente falso, ha causado el mayor de los perjuicios a la Oposición”. Cuando Trotski habla de “perjuicio” se refiere, sin duda, a que un sector cada vez más numeroso de la Oposición estaba llegando a esas mismas conclusiones.

Igualmente los “decistas” comprendieron que no había nada de socialista en el súbito “giro a la izquierda” de Stalin, por lo que pudieron resistir mejor la oleada de capitulaciones causadas por éste, lo que no quiere decir que resultaran completamente indemnes, que no sufrieran divisiones, etc. Según contaron Ciliga y otros, el propio Sapranov capituló en 1928 convencido de que la ofensiva contra los kulaks significaba un cierto giro hacia una política socialista. Sin embargo también hay indicios que muestran que pronto se dio cuenta del carácter capitalista de Estado del programa de industrialización de Stalin. Miasnikov refirió, en sus artículos de 1929 en L’Ouvrier communiste, que Sapranov había sido arrestado ese mismo año. También anunció que se había producido un reagrupamiento entre el Grupo obrero, el Grupo de los Quince, y lo que quedaba de la Oposición obrera. En cuanto a Smirnov su comportamiento evolucionó de manera completamente diferente:

«El joven decista Volodia Smirnov llegó incluso a afirmar que “nunca ha habido una revolución proletaria ni una dictadura del proletariado en Rusia, que simplemente se trató de una ‘revolución popular’ desde abajo y una dictadura desde arriba. Lenin jamás fue un ideólogo del proletariado, sino que, desde el principio hasta el final, fue un ideólogo de la intelligentsia”. Estas ideas están relacionadas con un punto de vista muy extendido según el cual el mundo se encamina directamente hacia un nuevo orden social: el capitalismo de Estado, en el que la burocracia sería la nueva clase dominante. Pone al mismo nivel a la Rusia soviética, la Turquía de Kemal, la Italia fascista, la Alemania que marcha hacia el hitlerismo, y la Norteamérica de Hoover-Roosevelt. “El comunismo es un fascismo extremo, el fascismo es un comunismo moderado” escribió en su artículo ‘El comfascismo’. Esta forma de ver las cosas ensombrece las fuerzas y las perspectivas del socialismo. La mayoría de la fracción decista, Davidov, Shapiro, etc., consideraron que la herejía del joven Smirnov superaba todos los límites y fue expulsado del grupo en medio de un escándalo» (Ciliga, obra citada, pág. 280-282).

Ciliga añadió que no resulta difícil ver la idea de una “nueva clase” de Smirnov como un antecedente de las teorías de Burnham. Del mismo modo, su visión de Lenin como un ideólogo de la intelligentsia fue posteriormente retomada por los comunistas de consejos. Lo que inicialmente podía haber sido un análisis muy válido – la tendencia universal al capitalismo de Estado en la fase de decadencia del capitalismo – se convirtió, dadas las circunstancias de derrota y confusión que entonces reinaban, en un camino hacia el abandono del marxismo.

Otro tanto puede decirse de los elementos de la izquierda comunista rusa que llamaron a la constitución inmediata de un nuevo partido. Es cierto que actuaban guiados por una preocupación justa pero daban la espalda a la realidad de aquel período. Un nuevo partido no puede ser creado por un acto puramente voluntarista en un período de profunda derrota de la clase obrera mundial. Lo que exigía aquel momento era la constitución de fracciones de izquierda, capaces de preparar las bases programáticas del nuevo partido, para cuando las condiciones de la lucha de clases internacional lo hicieran posible. Sólo la Izquierda italiana sería capaz de sacar, de manera consecuente, esta conclusión.

Todos estos hechos ponen de manifiesto las terribles dificultades a las que se enfrentaron los grupos de oposición a finales de los años 20 abocados, cada vez más, a desarrollar su trabajo de análisis en las cárceles de la GPU que, paradójicamente, se habían convertido en un oasis de debate político en un país silenciado por un terror estatal sin precedentes. Pero en medio de ese drama general de capitulaciones y divisiones también se abrió paso un proceso de convergencia en torno a las posiciones más claras de la izquierda comunista, un proceso en el que estaban implicados los “decistas”, así como los elementos supervivientes del Grupo obrero y de la Oposición obrera, y también los “intransigentes” de la oposición trotskista. El propio Ciliga que pertenecía al ala más radical de ésta, describió así su ruptura con Trotski en el verano de 1932, tras recibir un importante texto programático de éste titulado “Los problemas del desarrollo de la URSS; esbozo de un programa de la Oposición de izquierdas internacional ante la cuestión rusa”: «Desde 1930, ella (el ala izquierda de la corriente trotskista) esperaba que su dirigente hablara claro y declarara que el actual Estado soviético no tiene nada que ver con un Estado obrero. Ahora tenemos que ya desde el primer capítulo de su programa, Trotski lo define inequívocamente como un “Estado proletario”. Más adelante nos encontramos con un nuevo revés para el ala izquierda cuando al tratar el tema del Plan quinquenal, el programa defiende tajantemente su carácter socialista tanto de sus objetivos como de sus métodos... Ya no cabe esperar que Trotski pueda distinguir alguna vez entre burocracia y proletariado, entre capitalismo de Estado y socialismo. Para todos aquellos “negadores” de la izquierda a los que les resulta imposible identificar con el socialismo lo que hoy se está dando en Rusia, no queda más salida que romper con Trotski y abandonar el colectivo trotskista. Cerca de diez – entre los que me incluyo – tomamos una decisión en ese sentido... Tras haber compartido tanto la ideología como los combates de la Oposición Rusa, he acabado llegando a la conclusión – como tantos otros antes que yo y otros tantos harán después – de que Trotski y sus seguidores están demasiado estrechamente atados al régimen burocrático de la URSS para poder luchar contra ese régimen hasta sus últimas consecuencias... para él (Trotski) la tarea de la Oposición debe ser la de mejorar, que no destruir, el sistema burocrático; y luchar  contra los “privilegios exagerados” y “la extrema desigualdad en las condiciones de vida”, pero no luchar contra todos los privilegios y todas las desigualdades.

“¿Oposición burocrática o proletaria?” Así titulé el artículo que escribí en prisión y en el que expresé mi cambio de actitud hacia el trotskismo. En adelante pertenezco al campo del ala más de extrema izquierda de la oposición rusa: “Centralismo democrático”, “Oposición obrera”, “Grupo obrero”.

Lo que a la Oposición la separa de Trotski no es únicamente cómo juzga el sistema o cómo comprende los problemas actuales sino, sobre todo, qué papel atribuye al proletariado en la revolución. Para los trotskistas es el partido, para la extrema izquierda el verdadero agente de la revolución es la clase obrera. En las luchas entre Stalin y Trotski tanto en lo referente a la política del partido como respecto a la dirección personal de éste, el proletariado apenas ha representado el papel de un sujeto pasivo. A los grupos de comunistas de extrema izquierda, en cambio, lo que nos interesa son las condiciones reales de la clase obrera, el papel que realmente tiene en la sociedad soviética, y el que debería asumir en una sociedad que se plantee verdaderamente la tarea de la construcción del socialismo. Las ideas y la vida política de estos grupos me abren nuevas perspectivas y me hacen enfrentar cuestiones desconocidas en la oposición trotskista: ¿cómo puede el proletariado emprender la conquista de los medios de producción arrebatados a la burguesía? ¿cómo puede controlar eficazmente tanto al partido como al gobierno, estableciendo una democracia obrera y salvaguardando la revolución de la degeneración burocrática?».

Es cierto que las conclusiones de Ciliga desprenden cierto aroma consejista y que en sus últimos años éste acabó también desilusionándose del marxismo. Pero eso no impide reconocer en sus textos una fide digna descripción de un auténtico proceso de clarificación proletaria en unas condiciones de lo más adversas. Fue desde luego una tragedia que muchos de los resultados de ese proceso se perdieran y que no tuvieran un impacto inmediato sobre el desmoralizado proletariado ruso. Algunos, por descontado, desprecian ese esfuerzo como irrelevante o lo desdeñan presentándolo como una manifestación más de la naturaleza sectaria y abstencionista de la izquierda comunista. Pero los revolucionarios trabajan a escala histórica, y la lucha que los comunistas de izquierda rusos desarrollaron para poder comprender las razones de la terrible derrota que habían padecido conserva una gran importancia teórica y es más relevante, si cabe, para la actividad de los revolucionarios actuales. Démonos simplemente cuenta de lo nefasto que resultó que en lugar de las tesis de los intransigentes, lo que tuviera una mayor influencia en el movimiento de la oposición fuera de Rusia, fueran las tentativas de Trotski por reconciliar lo irreconciliable, por encontrar algo de obrero en el régimen estalinista. Esta incapacidad para reconocer que el Thermidor había concluido tuvo desastrosas consecuencias, contribuyendo a la traición definitiva de la corriente trotskista cuando, a través de la ideología de la «defensa de URSS», llamó al proletariado a participar en la IIª Guerra mundial.

Tras el silenciamiento de la Izquierda comunista rusa, la búsqueda para resolver el “enigma ruso”, durante los años 30 y 40, fue asumida fundamentalmente por revolucionarios de otros países, cuyos debates y análisis abordaremos en el próximo artículo de esta serie.

CDW

 

[1] De hecho todavía no se ha podido desvelar una parte importante de la  historia de los “decistas” y de otras corrientes de la izquierda en Rusia. Hacerlo requiere un gran esfuerzo de investigación. Un simpatizante de la CCI, Ian, se había volcado en una vasta investigación sobre la Izquierda comunista rusa, estando especialmente persuadido de la importancia del grupo de Sapranov. Desgraciadamente falleció en 1997 antes de poder completar esas investigaciones. La CCI está intentando asumir, al menos, una parte de ese trabajo. También confiamos en que la emergencia de un medio político proletario en Rusia pueda facilitar el desarrollo de esta investigación.

[2] No fueron estos, sin embargo, los primeros opositores que claudicaron ante el régimen estalinista. Un año antes, los líderes de la Oposición obrera (Mevdiev, Shliapnikov y Kollontai), así como uno de los más decididos miembros de la Izquierda comunista y de Centralismo democrático (Ossinski), junto a la esposa de Lenin (Krupskaya), ya habían renunciado a cualquier actividad de oposición.

[3] La Plataforma del Grupo de los Quince fue publicada por primera vez fuera de Rusia, a principios de 1928, por una rama de la Izquierda italiana que venía editando el periódico Réveil communiste (Despertar comunista) desde finales de  los años 20. Apareció traducida al alemán y al francés bajo el título En vísperas de Thermidor, Revolución y contrarrevolución en la Rusia de los Soviets, Plataforma de la Oposición de izquierda en el partido Bolchevique (Sapranov, Smirnov, Obhorin, Kalin, etc). La CCI se propone publicar próximamente una versión en inglés de dicho texto.

 

Series: 

  • El comunismo no es un bello ideal, sino que está al orden del día de la historia [6]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1917 - la revolución rusa [7]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • La Oposición de izquierdas [8]

Cuestiones teóricas: 

  • Curso histórico [9]
  • Internacionalismo [10]

Anarquismo y comunismo

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El anarquismo hoy tiene viento en popa. Tanto con el reforzamiento del anarcosindicalismo o como con la aparición de numerosos grupos reclamándose de las ideas libertarias, el anarquismo vuelve a tener cierto éxito en varios países (y a  aprovechar de un interés creciente por parte de los media burgueses). Este fenómeno se entiende perfectamente en el actual período histórico.

El hundimiento de los regímenes estalinistas a finales de los 80 permitió a la burguesía librarse a una campaña inigualada sobre el tema de “la muerte del comunismo”. Estas han tenido cierto impacto en la clase obrera, y también en estos que rechazan el sistema capitalista y desean su derrumbamiento revolucionario. Según estas campañas, la quiebra de lo que llamaban “socialismo” cuando no “comunismo” no sería sino la quiebra de las ideas comunistas expresadas por Marx que los regímenes estalinistas habían convertido en ideología oficial, claro está falsificándolas sistemáticamente.

Marx, Lenin, Stalin, un mismo combate: este es el tema que nos han machaconeado durante años y años todos los sectores de la burguesía. Y éste es precisamente el tema que la corriente anarquista ha ido defendiendo a lo largo del siglo XX, desde que se colocó en URSS uno de los regímenes más bárbaros al que ha dado luz el sistema capitalista. Para los anarquistas, que consideraron desde siempre que el marxismo era “autoritario”, la dictadura estalinista no era sino la consecuencia inevitable de la aplicación de las ideas de Marx. En este sentido, los éxitos actuales de la corriente anarquista y libertaria son el fruto de las campañas de la burguesía, la señal de su impacto en aquellos que sin dejar de rechazar el capitalismo, también han sido enganchados por el montón de mentiras que se nos arroja desde diez años. Así es como la corriente que se considera como la enemiga más radical del orden burgués debe buena parte de su éxito actual a las concesiones que va haciendo – y que siempre ha hecho – a los temas ideológicos clásicos de la burguesía.

Dicho esto, muchos anarquistas y libertarios se sienten un poco molestos. Por un lado les cuesta tragar el comportamiento que tuvo la mayor organización de la historia del anarquismo, la que tuvo la influencia más determinante sobre la clase obrera de un país, la CNT de España. Resulta por supuesto difícil reclamarse de la experiencia de una organización que tras decenas de años de propaganda de “acción directa”, de denuncia de cualquier participación al juego parlamentario burgués, de discursos definitivos contra el Estado – contra cualquier forma de Estado –, no fue capaz en el 36 más que de mandar varios consejeros al gobierno de la Generalitat de Cataluña y cuatro ministros al gobierno burgués de la República española. Ministros que no vacilaron en llamar a los obreros a rendir las armas y fraternizar con sus verdugos en cuanto se levantaron contra la policía de ese mismo gobierno (policía controlada por... ¡los estalinistas!). En pocas palabras, cuando los dieron una puñalada trapera. Por esto ciertos libertarios hoy intentan reclamarse de corrientes nacidas en el mismo anarquismo y en la CNT y que se opusieron a la política criminal de esta central sindical, tales como los Amigos de Durruti que combatieron en el 37 la línea oficial de la CNT española, y que esta misma CNT denunció como traidores y excluyó. Es precisamente para precisar el carácter de esta corriente particular que publicamos el artículo que viene a continuación, extracto del folleto España 1936 publicado por la sección de la CCI en España.

Por otro lado, algunos de los que se acercan de las ideas libertarias se dan cuenta sin gran dificultad de la vacuidad de la ideología anarquista e intentan tener otras referencias para reforzar las de los maestros clásicos (Prudón, Bakunin, Kropotkin, etc.). Y ¿que mejor referencia pueden encontrar que la del mismo Marx, del que hasta Bakunin se proclamó “discípulo” en sus tiempos? Animados por la voluntad de rechazar las mentiras burguesas que le echan la culpa al marxismo de todos los males que ha sufrido Rusia desde 1917, intentan oponer radicalmente a Lenin a Marx, lo que les coloca de nuevo bajo la influencia de las campañas que hacen de Stalin el fiel heredero de Lenin. Por esto, en su esfuerzo para promover un “marxismo libertario”, intentan reclamarse de la corriente de la Izquierda comunista germano holandesa cuyos principales teóricos, tales como Otto Rülhe primero y más tarde Anton Pannekoek, consideraron que la revolución rusa del 17 no fue sino una revolución burguesa, dirigida por un partido burgués – el Partido bolchevique – inspirado por un jacobino burgués: Lenin. Tanto los compañeros de la Izquierda holandesa como los de la Izquierda alemana siempre tuvieron claro que se reclamaban exclusivamente del marxismo y de ningún modo del anarquismo, y siempre rechazaron cualquier intento de conciliar ambas corrientes. Esto no impide ciertos anarquistas el intentar anexarlos a su ideología como tampoco impide a otros, con cierta ingenuidad, el intentar elaborar un “marxismo libertario”, realizando la imposible síntesis entre anarquismo y marxismo.

Es uno de estos intentos que publicamos, una carta redactada por un pequeño grupo francés llamado Izquierda comunista libertaria (GCL) para contestar a nuestro artículo “El comunismo de consejos no es un puente entre marxismo y anarquismo”, publicado en Internationalisme no 259 (publicación de la CCI en Bélgica) y en Révolution internationale no 300 (publicación de la CCI en Francia). A continuación, también publicamos amplios extractos de la respuesta (que no es exhaustiva) que les hemos hecho.

CCI

Series: 

  • Izquierda comunista y anarquismo internacionalista [11]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Anarquismo "Oficial" [12]
  • Anarquismo internacionalista [13]

Anarquismo y comunismo - Los Amigos de Durruti : lecciones de una ruptura incompleta con el anarquismo

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La agrupación anarquista de Los Amigos de Durruti, se ha citado a menudo para ilustrar la vitalidad del anarquismo durante los acontecimientos de 1936 en España, puesto que sus miembros jugaron un papel destacado durante las luchas de Mayo 1937, oponiéndose y denunciando la colaboración de la CNT en el gobierno de la República y la Generalitat de Cataluña. Hoy la CNT se vanagloria de sus hazañas y vende sus publicaciones más conocidas(), apadrinando sus posiciones.

La agrupación anarquista de Los Amigos de Durruti, se ha citado a menudo para ilustrar la vitalidad del anarquismo durante los acontecimientos de 1936 en España, puesto que sus miembros jugaron un papel destacado durante las luchas de Mayo 1937, oponiéndose y denunciando la colaboración de la CNT en el gobierno de la República y la Generalitat de Cataluña. Hoy la CNT se vanagloria de sus hazañas y vende sus publicaciones más conocidas([1]), apadrinando sus posiciones.

Para nosotros sin embargo, la lección esencial de la experiencia de esta agrupación no es la “vitalidad” del anarquismo, sino al contrario, la imposibilidad de plantear una alternativa revolucionaria desde él([2]). Los Amigos de Durruti, aunque se opusieron a la política de “colaboración” de la CNT, no comprendieron su papel como factor activo de la derrota del proletariado, su alineamiento en el campo burgués; y por eso no la denunciaron como un arma del enemigo; al contrario, siempre reivindicaron su militancia en la CNT y la posibilidad de utilizarla para defender los intereses del proletariado.

La razón fundamental de esa dificultad es su incapacidad para romper con el anarquismo. Esto es lo que explica también que, a pesar del indiscutible esfuerzo y el coraje revolucionario de los miembros de esta agrupación, no haya surgido lamentablemente una clarificación sobre los acontecimientos de España 1936.

1936: ¿Revolución proletaria o guerra imperialista?

En los libros de historia, los sucesos de España 1936 se describen como “la guerra civil”. Para los trotskistas y los anarquistas, se trata de “la revolución española”. Para la CCI, no fue ni una “guerra civil”, ni una “revolución”, sino una guerra imperialista. Una guerra entre dos fracciones de la burguesía española: la de Franco, respaldada por el imperialismo alemán e italiano; y en el otro lado, el republicano, un gobierno del Frente popular que, particularmente en Cataluña, incluía a los estalinistas, el POUM y la CNT, respaldado por la URSS y los imperialismos democráticos. La clase obrera se movilizó en julio 1936 contra el golpe de Franco y en mayo 1937 en Barcelona contra la tentativa de la burguesía de aplastar la resistencia proletaria([3]). Pero, en ambos casos, el Frente popular, logró derrotarlo y desviarlo hacia las matanzas militares utilizando la excusa del “antifascismo”.

Este fue el análisis de Bilan, la publicación de la Izquierda comunista de Italia en el exilio. Para Bilan, era esencial ver el contexto internacional en el que ocurrían los acontecimientos en España. La oleada revolucionaria internacional que acabó con la Iª Guerra mundial y se extendió por los cinco continentes había sido derrotada, aunque todavía quedaban ecos de luchas obreras en China en 1926, en la huelga general de Gran Bretaña, y en la propia España. Sin embargo el aspecto dominante de la década de 1930 era la preparación de todas las potencias imperialistas para otro conflicto global. Este era el marco internacional de los acontecimientos en España: una clase obrera derrotada y el camino a una IIa Guerra mundial.

Otros grupos proletarios como el GIKH([4]), defendieron posiciones similares, a pesar de que también hubiera espacio en sus publicaciones para posiciones que se asimilaban al trotskismo, que veían que, partiendo de una lucha por una “revolución burguesa”, el proletariado podía intervenir revolucionariamente. Bilan debatió pacientemente con estos grupos, entre los que se incluía una minoría en su seno, que defendía que la revolución podía surgir de la guerra y que se movilizó para luchar en la columna Lenin en España([5]).

Por muy confusas que pudieran ser sus posiciones, ninguno de estos grupos se había comprometido sin embargo en el apoyo al gobierno republicano. Ninguno había participado en el sometimiento de los obreros a la República, ninguno había tomado partido por la burguesía... ¡A diferencia del POUM y la CNT!([6]).

Apoyándose en aquellos errores del proletariado, la burguesía pretende avalar hoy la política traidora y contrarrevolucionaria de estos últimos, presentando los sucesos de 1936 en España como una “revolución proletaria” dirigida por el POUM y la CNT([7]), cuando estos fueron en realidad la última línea de la burguesía contra la lucha obrera, como ya hemos denunciado:

“Pero sobre todo el POUM y la CNT jugaron el papel decisivo en el alistamiento de los obreros para el frente. El cese de la huelga general fue ordenado por estas dos organizaciones sin que hubieran participado siquiera en su desencadenamiento. Más que Franco, la fuerza de la burguesía era disponer de una extrema izquierda que desmovilizó al proletariado español” (en nuestro libro La Izquierda comunista de Italia, pag. 84).

Las bases anarquistas de la traición de la CNT en 1936

A muchos obreros les cuesta reconocer que la CNT, que agrupaba los proletarios más combativos y decididos, y que lanzaba las propuestas más radicales, traicionara a la clase obrera, poniéndose del lado del Estado republicano burgués y alistándola en la guerra antifascista.

Por eso, confundidos por la amalgama y heterogeneidad de posiciones que caracteriza al medio anarquista, sacan como lección que el problema no fue la CNT  sino la “traición” de 4 ministros (la Montseny, García Oliver etc.) o la influencia de corrientes como los Treintistas([8]).

Es cierto que durante la oleada revolucionaria internacional que siguió a la Revolución rusa, las mejores fuerzas del proletariado en España se agrupaban en la CNT (el Partido socialista se alineaba con los socialpatriotas que habían llevado al proletariado mundial a la guerra imperialista, y el partido comunista representaba una ínfima minoría). Y esto expresaba fundamentalmente una debilidad del proletariado en España, consecuencia de las características que tomó el desarrollo del capitalismo (mala cohesión nacional, peso desmesurado de los sectores terratenientes de la burguesía y la aristocracia).

Ese terreno había sido un caldo de cultivo para la ideología anarquista, que expresa fundamentalmente el pensamiento de la pequeña burguesía radicalizada y su influencia en el proletariado. Ese peso se había visto agravado por la influencia del bakuninismo en la AIT en España, que tuvo desastrosas consecuencias, como había denunciado Engels en su libro Los bakuninistas en acción, a propósito del movimiento cantonalista de 1873 en España, cuando estos arrastraron al proletariado tras la burguesía radical aventurera. Entonces el anarquismo, cuando había tenido que elegir entre la toma del poder político por la clase obrera, o el gobierno de la burguesía, se había decantado por esta última:

«Esos que se presentan como autónomos, revolucionarios, anarquistas, acaban de lanzarse con el mayor celo en esta ocasión a hacer política, pero la peor de todas: la política burguesa. En lugar de luchar por conquistar el poder político para la clase obrera – cosa que les repugna- han ayudado a que lo tenga una fracción de la burguesía compuesta de aventureros ambiciosos que buscan ocupar puestos importantes y que se llaman a sí mismos “republicanos intransigentes”» (Informe de la federación madrileña de la AIT, en el libro de Engels)

Durante la oleada revolucionaria que siguió a la Iª Guerra mundial, la CNT sin embargo, sintió la influencia de la Revolución rusa y de la IIIª Internacional. El Congreso cenetista de 1919 se pronunció claramente sobre la naturaleza proletaria de la Revolución rusa y el carácter revolucionario de la Internacional comunista, en la que decidió participar. Pero con la derrota de la oleada revolucionaria y la apertura de un curso contrarrevolucionario, la CNT no pudo encontrar en sus débiles fundamentos anarquistas y sindicalistas la fuerza teórica y política para abordar la tarea de sacar lecciones de la sucesión de derrotas en Alemania, Rusia, etc., y para dirigir en un sentido revolucionario la enorme combatividad del proletariado en España.

A partir del Congreso de 1931, la CNT antepone su “odio a la dictadura del proletariado” a sus tomas de posición anteriores sobre la Revolución rusa, mientras que ve en las Cortes constituyentes “el producto de un hecho revolucionario” (Ponencia del congreso: posición de la CNT frente a las Cortes constituyentes), a pesar de su oposición formal al parlamento burgués. Con ello, comienza a decantarse hacia el apoyo a la burguesía, más explícitamente en fracciones como los treintistas; y a pesar de que en su seno persisten elementos que continúan adhiriendo al combate revolucionario del proletariado.

En febrero 1936, la CNT, saltándose a la torera sus principios abstencionistas, llama indirectamente a votar por el Frente popular: “Naturalmente, la clase obrera en España, que desde hacía muchos años había sido aconsejada por la CNT a que no votase, interpretó nuestra propaganda en el mismo sentido que deseábamos, eso es, que debía votar, pues que siempre resultaría más fácil hacer frente a las derechas fascistas si ellas se sublevaban después de ser derrotadas y fuera del gobierno”([9]).

Con esto muestra su decantación clara por el Estado burgués, su implicación en la política de derrota y alistamiento del proletariado para la guerra imperialista.

No es sorprendente pues lo que ocurrió después en Julio 1936, cuando, con la Generalitat a merced de los obreros en armas, entregó el gobierno a Companys, llamó a volver al trabajo y envió a los obreros a ser masacrados al frente de Aragón. Ni lo que ocurrió en mayo 1937, cuando, respondiendo a la provocación de la burguesía, los obreros levantaron espontáneamente barricadas y se hicieron con el control de la calle, y la CNT llamó de nuevo a abandonar la lucha y evitó que volvieran los obreros del frente a apoyar a sus compañeros de Barcelona([10]).

Los sucesos en España muestran que, en la era de las guerras y las revoluciones, sectores del anarquismo son ganados por la lucha revolucionaria del proletariado, pero que el anarquismo como corriente ideológica es incapaz de enfrentar la contrarrevolución y levantar una alternativa revolucionaria, siendo arrastrado al terreno de la defensa del Estado burgués. Bilan comprendió esto y lo expresó brillantemente: “... hay que decirlo abiertamente: en España no existían las condiciones para transformar los embates de los proletarios españoles en la señal del despertar mundial del proletariado, aún cuando existieran seguramente unos contrastes en las condiciones económicas, sociales y políticas, más profundos y exacerbados que en otros países... La violencia de estos acontecimientos no debe inducirnos a error en la valoración de su naturaleza. Todos provienen de la lucha a muerte entablada por el proletariado contra la burguesía, pero prueban también la imposibilidad de reemplazar sólo por la violencia – que es un instrumento de lucha y no un programa de lucha – una visión finalista de los objetivos proletarios, y puesto que no confluyen con una intervención comunista orientada en esta dirección, aquel caerá finalmente dentro de la órbita del desarrollo capitalista, arrastrando en su quiebra a las fuerzas sociales y políticas que hasta entonces representaban de una manera clásica las escaramuzas de clase de los obreros: los anarquistas”([11]).

Los Amigos de Durruti : una tentativa de reacción contra la traición de la CNT

Los Amigos de Durruti eran de esos elementos anarquistas que, a pesar de la decantación burguesa de la CNT, en la que militaron durante todo el tiempo, continuaban adhiriendo a la revolución; y en ese sentido son un testimonio de la resistencia de elementos proletarios que no comulgaban con las ruedas de molino que quería hacerles tragar la central anarquista.

Por este motivo, la CNT y la burguesía en general, intenta presentar este grupo como ejemplo de que, aún en los peores momentos de 1936-1937, en la CNT ardía una llama revolucionaria.

Sin embargo esa interpretación es completamente falsa. Lo que animaba la decantación revolucionaria de los Amigos de Durruti era precisamente su combate contra las posiciones de la CNT, apoyándose en la fuerza del proletariado, del que formaban parte y estaban en primera línea.

Los Amigos de Durruti se situaron en un terreno de clase, no en tanto que militantes de la CNT, sino en tanto que militantes obreros que sentían la fuerza de la clase el 19 de Julio y que, desde esas bases, se oponían a las propuestas de la Confederación.

Al contrario, la tentativa de compaginar ese ímpetu proletario con su militancia en la CNT y con las propuestas anarquistas, hizo del todo imposible que de ellos pudiera salir una alternativa revolucionaria, ni siquiera una capacidad para sacar lecciones claras de los acontecimientos.

La agrupación de los Amigos de Durruti era un grupo de afinidad anarquista, que se constituyó formalmente en marzo de 1937, a partir de la confluencia de una corriente que se pronunciaba, desde la misma prensa de la CNT, contra de la colaboración con el gobierno, y otra corriente que volvió a Barcelona para luchar contra la militarización de las milicias.

La agrupación estaba directamente ligada al curso de las luchas obreras, en las que apoyaba su reflexión y su combate. No se trataba de un grupo de teóricos, sino de obreros en lucha, de activistas. Por eso básicamente reivindicaban la lucha de Julio 1936, y sus “conquistas”, que se concretaban en las patrullas de control que surgieron en los barrios y en el armamento de la clase obrera, aunque para ellos se trataba fundamentalmente del espíritu de las Jornadas de julio, de la fuerza espontánea de la lucha obrera, que tomó las armas para rechazar el ataque de Franco y se hizo dueña de la calle en Barcelona.

Antes de las jornadas de Mayo, algunos miembros destacados de la agrupación escribían en el periódico de la CNT La Noche, pero la actividad fundamental del grupo consistía en mítines donde se discutía sobre el curso de los acontecimientos.

En las Jornadas de mayo 37, los Amigos de Durruti combatieron en las barricadas y lanzaron la hoja que les hizo famosos, reivindicando una Junta revolucionaria, la socialización de la economía y el fusilamiento de los culpables. En la lucha, sus posiciones tendieron a confluir con las del grupo Bolchevique-leninista, de orientación trotskista, donde militaba Munis, y con el que mantuvieron discusiones que alimentaban su reflexión, pero que no consiguieron empujar al grupo a romper con el anarquismo.

Después de las Jornadas de mayo comenzó la publicación de El Amigo del Pueblo, del que se editaron al parecer 15 números, y que expresa su tentativa de clarificar las cuestiones que la lucha había planteado. El teórico más destacado del grupo, Jaime Balius, publicó en 1938 el folleto Hacia una nueva Revolución, que resume de forma más elaborada las posiciones que defendió El Amigo del Pueblo.

Sin embargo, el grupo estaba directamente ligado al oxígeno de la lucha obrera, y a medida que esta fue vencida por el Estado republicano, aquel fue desapareciendo, volviendo al redil de la CNT.

Aunque significó una respuesta obrera a la traición de la CNT su evolución se vio truncada por la imposibilidad de abordar la ruptura con el anarquismo y el sindicato mismo. Por eso el grupo se mantuvo vivo y combativo en la medida en que lo alimentaban las luchas, la fuerza de la clase, pero no pudo ir más allá.

Una ruptura incompleta con el anarquismo

En las dos cuestiones centrales para la lucha de clases que se debatían de julio a mayo: la relación entre la guerra en el frente antifascista y la guerra social, y la cuestión de la colaboración en el gobierno republicano burgués o su derrocamiento, los Amigos de Durruti se opusieron a la política de la CNT y la combatieron.

La naturaleza de la guerra en España

Contrariamente a la CNT, que se había opuesto de forma nada disimulada a la acción de los obreros el 18 de julio, los Amigos de Durruti defendieron la naturaleza revolucionaria de esas jornadas: “Se ha afirmado que las jornadas de julio fueron una respuesta a la provocación fascista, pero “los Amigos de Durruti” hemos sostenido públicamente que la esencia de los días memorables de julio radicaba en las ansias absolutas de emancipación del proletariado”([12]).

Igualmente combatieron contra la política de subordinar la revolución a las necesidades de la guerra antifascista; cuestión que en gran parte estuvo en la base de su propia formación como agrupación([13]):

“La labor contrarrevolucionaria es facilitada por la poca consistencia de muchos revolucionarios. Nos hemos dado perfecta cuenta de un gran número de individuos que consideran que para ganar la guerra se ha de renunciar a la revolución. Así se comprende este declive que desde el 19 de Julio se ha ido acentuando de una manera intensiva... No es justificable que para llevar a las masas al frente de batalla se quieran acallar los anhelos revolucionarios. Debería ser todo lo contrario. Afianzar todavía más la revolución para que los trabajadores se lanzasen con brío inusitado a la conquista del nuevo mundo, que en estos instantes de indecisión no pasa de ser una promesa”([14]).

Y en mayo de 1937 se opusieron a las órdenes de la CNT a los milicianos en el frente de que interrumpieran su marcha a Barcelona para defender la lucha obrera en la calle y continuaran la guerra en el frente.

Esa determinación en el combate, choca sin embargo con la pobreza de las reflexiones teóricas de los Amigos de Durruti sobre la guerra y la revolución. En realidad nunca rompieron con la posición de que la guerra iba unida a la revolución proletaria, y que se trataba por tanto de una guerra “revolucionaria” opuesta a las guerras imperialistas, lo que los convertía desde el principio en víctimas de la política de derrota y alistamiento del proletariado:

“Desde el primer instante del choque con los militares ya no es posible desglosar la guerra de la revolución... A medida que han transcurrido las semanas y los meses, de la actual lucha, se ha ido precisando que la guerra que sostenemos con los fascistas, no tiene nada en común con las guerras que se declaran los Estados... Los anarquistas no podemos hacer el juego de quienes pretenden que nuestra guerra es tan sólo una guerra de independencia con unas aspiraciones sólo democráticas. Y a esas pretensiones contestaremos nosotros, los Amigos de Durruti, que nuestra guerra es una guerra social”([15]).

Con esto, se colocaban en la órbita de la CNT, que desde la versión “radical” de las posiciones burguesas sobre la lucha entre dictadura y democracia, arrastraba a los obreros más combativos al matadero de la guerra antifascista.

De hecho las consideraciones sobre la guerra de los Amigos de Durruti se hacían desde los planteamientos nacionalistas estrechos y ahistóricos del anarquismo, teniendo que recurrir a una versión de los hechos en España, en continuidad con las tentativas de revolución de la burguesía en 1808 contra la invasión napoleónica que resultan ridículos([16]). Cuando el movimiento obrero internacional debatía sobre la derrota del proletariado mundial y la perspectiva de una segunda guerra mundial, los anarquistas en España pensaban en Fernando VII y Napoleón:

“Hoy se repite lo acaecido en la época de Fernando VII. También en Viena se celebró una reunión de los dictadores fascistas para dilucidar su intervención en España. Y el lugar que ocupaba el Empecinado es desempeñado por los trabajadores en armas. Alemania e Italia están carentes de materias primas. Necesitan hierro, cobre, plomo, mercurio. Pero estos minerales españoles están detentados por Francia e Inglaterra. No obstante intentan conquistar España, Inglaterra no protesta en forma airada. Por bajo mano intenta negociar con Franco... La clase trabajadora ha de conseguir la independencia de España. No será el capitalismo indígena quien lo logre, puesto que el capital internacional está íntimamente entrelazado de un confín a otro. Este es el drama de la España actual. A los trabajadores nos toca arrojar a los capitalistas extranjeros. No es un problema patriótico. Es un caso de intereses de clase”([17]).

Como se ve, se necesitaban filigranas para convertir una guerra imperialista entre Estados, en una guerra patriótica, una guerra “de clases”. Esto es una manifestación del desarme político al que somete el anarquismo a militantes obreros sinceros como los Amigos de Durruti. Estos compañeros que querían luchar contra la guerra y por la revolución eran incapaces de encontrar el punto de partida para una lucha efectiva: el llamamiento a los obreros y campesinos, alistados por ambos bandos – el republicano y el franquista – a desertar, a dirigir sus fusiles contra los oficiales que los oprimían, a volver a la retaguardia y luchar con huelgas, con manifestaciones, en un terreno de clase, contra el capitalismo en su conjunto.

Para el movimiento obrero internacional sin embargo, la cuestión de la naturaleza de la guerra en España era una cuestión crucial, que polarizó los debates entre la Izquierda comunista y el trotskismo y en el seno mismo de aquella:

“La guerra de España ha sido decisiva para todos: para el capitalismo fue el medio para ampliar el frente de las fuerzas que actúan a favor de la guerra, de incorporar a los trotskistas, que se denominan a sí mismos comunistas de izquierdas, al antifascismo, y para sofocar el despertar obrero que despuntaba en 1936; para las fracciones de izquierda ha constituido la prueba decisiva, la selección de hombres y de ideas... la necesidad de afrontar el problema de la guerra. Nosotros hemos resistido y aún contra la corriente siempre resistiremos” (Bilan nº‑44; citado en La Izquierda comunista de Italia, pag 93).

La colaboración de la CNT en el gobierno

Más claramente aún que sobre la cuestión de la guerra, los Amigos de Durruti se opusieron a la política de colaboración de la CNT con el gobierno de la República.

Denunciaron la traición de la CNT en julio: “En julio la ocasión era preciosa ¿Quién podía oponerse a que la CNT y la FAI se impusieran en el terreno catalán? En lugar de estructurar aquel pensamiento confederal, hecho de carne en los pliegues de las banderas rojinegras y en los gritos de las multitudes, nuestros comités se entretuvieron en idas y venidas de los centros oficiales, pero sin fijar una posición acorde con las fuerzas que teníamos en la calle. Al cabo de unas semanas de dudas se imploró la participación en el poder. Nos acordamos perfectamente que en un pleno de regionales se propugnó por la constitución de un organismo revolucionario que se determinó llamarlo Junta Nacional de Defensa en un plan general y juntas regionales en un plan local. No se cumplieron los acuerdos tomados. Se silenció el error, por no decir la conculcación de las decisiones tomadas en el pleno susodicho. Se fue al gobierno de la Generalidad en primer lugar, y más tarde, al gobierno de Madrid”([18]).

... Y más frontalmente en su Manifiesto difundido en las barricadas en mayo:

“La Generalidad no representa nada. Su continuación fortifica la contrarrevolución. La batalla la hemos ganado los trabajadores. Es inconcebible que se haya actuado con tal timidez y que se llegara a ordenar un cese el fuego, y que, por añadidura, se impusiera la vuelta al trabajo cuando estábamos a dos dedos de la victoria total. No se tuvo en cuenta de dónde salió la provocación o la agresión, no se prestó atención al verdadero significado de aquellas jornadas. Esta conducta debe calificarse de traición a la revolución, conducta que nadie en nombre de nada puede tener ni sostener. Y no sabemos cómo calificar el trabajo nefasto realizado por la “Soli” y los militantes más destacados de la CNT”.

Este Manifiesto les valió la desautorización de la CNT y la amenaza de expulsión, que llegó a producirse aunque no se llevó finalmente a la práctica. Los Amigos de Durruti rectificaron la denuncia de traición en el nº 3 de El Amigo del Pueblo : “Los Amigos de Durruti en el pasado número rectificamos el concepto de traición, en aras de la unidad anarquista y revolucionaria” (El Amigo del Pueblo nº 4), no por falta de coraje, que habían demostrado de sobra, sino porque su horizonte no iba más allá de la CNT, a la que consideraban una expresión de la clase obrera y no un agente de la burguesía.

En ese sentido, las limitaciones teóricas de sus planteamientos eran las propias de la CNT y el anarquismo, y por eso, lo que finalmente criticaban a la CNT desde una reflexión más serena, alejada de la lucha en las barricadas, es no haber tenido un programa revolucionario:

“La inmensa mayoría de la población trabajadora estaba al lado de la CNT. La organización mayoritaria en Cataluña, era la CNT. ¿Qué ocurrió para que la CNT no hiciese su revolución que era la del pueblo, la de la mayoría del proletariado?

Sucedió lo que fatalmente tenía que ocurrir. La CNT estaba huérfana de teoría revolucionaria. No teníamos un programa correcto. No sabíamos a dónde íbamos. Mucho lirismo, pero en resumen de cuentas, no supimos qué hacer con aquellas masas enormes de trabajadores, no supimos dar plasticidad a aquel oleaje popular que se volcaba en nuestras organizaciones y por no saber qué hacer entregamos la revolución en bandeja a la burguesía y a los marxistas (léase socialistas y estalinistas), que mantuvieron la farsa de antaño, y lo que es mucho peor, se ha dado margen para que la burguesía volviera a rehacerse y actuase en plan de vencedora.

No se supo valorizar la CNT. No se quiso llevar adelante la revolución con todas sus consecuencias” (folleto de Balius: Hacia una nueva Revolución).

Pero para entonces la CNT sí tenía una teoría bien definida: la defensa del Estado burgués. La afirmación de Balius sirve para el conjunto del proletariado (en el sentido que la realizó igualmente Bilan – la falta de una orientación y una vanguardia revolucionaria), pero no para la CNT. Al menos desde febrero de 1936, La CNT está inequívocamente comprometida con el gobierno burgués del Frente popular:

“Cuando llega el momento de febrero de 1936, todas las fuerzas actuantes en el seno del proletariado se encontraban en un solo frente: la necesidad de alcanzar la victoria del Frente Popular para desembarazarse del dominio de las derechas y obtener la amnistía. Desde la socialdemocracia al centrismo, hasta la CNT y el POUM, sin olvidar todos los partidos de la izquierda republicana , por todas partes se estaba de acuerdo en que el estallido de las oposiciones de clase se dirimiera en el ruedo parlamentario. Y aquí se encontraba inscrita con letras flamantes la incapacidad de los anarquistas y del POUM, así como la función real de todas las fuerzas democráticas del capitalismo” (Bilan, “La lección de los acontecimientos de España”).

Después, en julio, contrariamente a lo que pensaban los Amigos de Durruti sobre que la CNT no sabía qué hacer con la revolución, en realidad lo tenía muy claro:

“Por nuestra parte, y así lo estimaba la CNT-FAI, entendimos que debía seguir Companys al frente de la Generalitat, precisamente porque no habíamos salido a la calle a luchar concretamente por la revolución social, sino a defendernos de la militarada fascista” (García Oliver, en respuesta a un cuestionario de Bolloten, citado en Agustín Guillamón: La Agrupación de los Amigos de Durruti, pag. 11).

Si durante las jornadas de mayo 37, los de Durruti, enfrentándose a la CNT, reivindicaron una “Junta revolucionaria” contra el gobierno de la Generalitat, y el “fusilamiento de los culpables”, no era el producto de su ruptura con el anarquismo, ni tampoco de una evolución desde el anarquismo hacia una alternativa revolucionaria (como pretende Guillamón), sino la expresión de la resistencia del proletariado a dejarse batir. No era una orientación de marcha para tomar el poder, cuestión que no podía plantearse en esos momentos en que la iniciativa estaba en manos de la burguesía que lanzó una provocación para acabar con la resistencia obrera, sino un testimonio. Por eso no podía ir más allá, como planteó Munis:

“Munis, en el número 2 de La Voz leninista (del 23 de agosto de 1937) realizó una crítica al concepto de “junta revolucionaria” desarrollado en el número 6 de El Amigo del Pueblo (del 12 de agosto de 1937). Para Munis, los Amigos de Durruti sufrían un progresivo deterioro teórico, e incapacidad práctica para influir en la CNT, que les conducía al abandono de algunas posiciones teóricas que la experiencia de mayo les había permitido adquirir. Munis constataba que en mayo de 1937 los Amigos de Durruti habían lanzado la consigna de “Junta revolucionaria”, al mismo tiempo que la de “todo el poder al proletariado”; mientras en el número 6, del 12 de agosto, de El Amigo del Pueblo la consigna de “Junta revolucionaria” se proponía como alternativa al “fracaso de todas las formas estatales”. Según Munis esto suponía un retroceso teórico en la asimilación por parte de los Amigos de Durruti de las experiencias de mayo, que les alejaba del concepto marxista de dictadura del proletariado, y les arrastraba de nuevo a la ambigüedad de la teoría estatal anarquista”([19]).

Pasada la agitación de la lucha obrera, y consumada la derrota, las reflexiones y las propuestas de los Amigos de Durruti volvieron sin traumas a la CNT, y la “Junta revolucionaria” acabó convirtiéndose en el Comité de milicias antifascistas, al que antes habían denunciado como órgano de la burguesía:

“La Agrupación criticó duramente la disolución de los comités de Defensa, de las patrullas de control, del Comité de milicias, y criticó el decreto de militarización, por entender que estos organismos surgidos a raíz de las jornadas de Julio tenían que ser la base – junto con los sindicatos y los municipios – de una nueva estructuración, es decir, que debían ser la pauta de un nuevo orden de cosas, aceptando naturalmente las modificaciones que hubiese aconsejado la marcha de los acontecimientos y de la experiencia revolucionaria”([20]).

Compárese lo anterior con esta otra cita, del mismo autor, en su folleto de 1938 Hacia una nueva Revolución:

“En julio se constituyó un comité de milicias antifascistas. No era un organismo de clase. En su seno se encontraban representadas las fracciones burguesas y contrarrevolucionarias”.

Conclusiones

Los Amigos de Durruti no son una expresión de la vitalidad revolucionaria de la CNT ni del anarquismo, sino de un esfuerzo de militantes obreros, a pesar del lastre del peso del anarquismo, que no ha sido nunca ni puede ser el programa revolucionario de la clase obrera.

El anarquismo puede atrapar en sus filas a sectores de la clase obrera, debilitados por su falta de experiencia o su trayectoria, como pueden ser hoy los proletarios jóvenes, pero de sus propuestas no puede salir una alternativa revolucionaria. En el mejor de los casos, como en los de Durruti, puede dar muestras de coraje y combatividad obrera, pero como la historia en España ha mostrado en dos ocasiones, en los momentos decisivos sus especulaciones ideológicas se ponen al servicio del Estado burgués.

Elementos obreros pueden adherirse a la revolución desde el anarquismo, pero para adherirse a un programa revolucionario hay que romper con el anarquismo.

R

 

[1] Como por ejemplo el folleto de Balius: Hacia una nueva revolución.

[2] En este punto central nuestra posición es opuesta a la de Agustín Guillamón, que ha publicado un folleto sobre este grupo: La Agrupación de los Amigos de Durruti, 1937-1939; este trabajo significa un esfuerzo importante y serio de documentación sobre la experiencia y las publicaciones de este grupo como no se había hecho hasta ahora. Por eso en este artículo aparecen varias referencias de esta fuente. Sin embargo el autor defiende que, aunque los sucesos de España 1936 son la tumba del anarquismo, del seno del anarquismo y de sus posiciones puede salir una opción revolucionaria.

[3] Para un análisis más detallado de Julio 1936 y Mayo 1937, ver el libro España 1936 publicado por la sección de la CCI en España, del que se ha extraído este artículo.

[4] Grupo de Comunistas internacionales, principalmente radicado en Holanda, representante del Comunismo de los consejos. Un trabajo de este grupo “Revolución y Contrarrevolución en España” se publica en este libro.

[5] Sobre la posición de estas corrientes, ver los Capítulos III y IV del libro mencionado.

[6] Y a diferencia de lo que después haría el trotskismo, comprometiéndose en la defensa de la URSS en la IIª Guerra mundial.

[7] Podemos ver la variante cinematográfica de esta tesis en películas como Libertarias o Tierra y Libertad que han tenido una fuerte promoción comercial.

[8] Corriente en la CNT dirigida por Angel Pestaña, quien quería fundar un “partido sindicalista”.

[9] Fragmento de respuesta de García Oliver, destacado dirigente de la CNT en 1936, realizada al investigador americano Bolloten en 1950, citado en el libro de Guillamón.

[10] En el colmo del cinismo una de las dirigentes de la CNT de entonces, Federica Montseny, pedía a los obreros “besos para los guardias” que los estaban masacrando.

[11] Bilan: “La lección de los acontecimientos de España”, ver libro citado.

[12] “El actual movimiento”, en El Amigo del Pueblo nº 5 pag. 3, tomado del libro de Frank Mintz y Miguel Peciña: Los Amigos de Durruti, los trotskistas y los sucesos de Mayo.

[13] Guillamón explica en su libro la vinculación de la Agrupación con las ideas expresadas por Buenaventura Durruti, particularmente en uno de sus últimos discursos el 5 de noviembre de 1936.

[14] Jaime Balius en La Noche: “Atención trabajadores ¡Ni un paso atrás!”, 02.03.1937; citado en F. Mintz y M. Peciña: Los Amigos..., op. cit., pag 14-15.

[15] El Amigo del Pueblo nº 1 pag. 4, citado por F. Mintz, op cit., pag 68-69.

[16] Y esa es la razón por la que Guillamón se ve obligado a prescindir de ellos (como de paso, de toda la cuestión sobre la guerra y la revolución) cuando pretende demostrar que los Amigos de Durruti expresaron una alternativa revolucionaria al anarquismo.

[17] Jaime Balius, Hacia una nueva Revolución, 1997, Centro de documentación histórico-social, Etcétera, pag 32-33.

[18] El Amigo del Pueblo nº 1, citado en F. Mintz, op cit., pag 63.

[19] Agustín Guillamón, La Agrupación Los Amigos de Durruti 1937-1939, op cit., pag. 70.

[20] Carta de Balius a Bolloten, 1946, citado en Guillamón, op cit., pag 89, subrayados en el original.

 

Series: 

  • España 1936 [14]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Anarquismo internacionalista [13]
  • Anarquismo "Oficial" [12]

Acontecimientos históricos: 

  • España 1936 [15]

Anarquismo y comunismo - Carta abierta a los militantes del comunismo de consejos (Izquierda comunista libertaria)

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En Révolution internationale([1]) nº 300, el artículo “El comunismo de consejos no es un puente entre marxismo y anarquismo” ha llamado nuestra atención.

Somos un pequeño grupo en el Vaucluse([2]) que se reivindica de un marxismo libertario. En dicho artículo, afirmáis que ciertos componentes del comunismo de consejos tenían “un análisis erróneo del fracaso de la Revolución rusa (...) considerada como revolución burguesa cuyo fracaso atribuyen (...) a concepciones “burguesas” defendidas por el Partido bolchevique y Lenin, tales como la necesidad de un partido revolucionario”.

De hecho, compartimos las ideas de aquellos componentes del comunismo de consejos que ven a la Revolución rusa como una revolución burguesa dirigida por jacobinos. A nuestro parecer, Pannekoek compartiría nuestra opinión : “Muchos son los que persisten en concebir la revolución proletaria con los rasgos de las revoluciones burguesas pasadas, o sea como una serie de fases que se van engendrando unas a otras : para empezar, la conquista del poder político y la instauración de un nuevo gobierno ; luego, la expropiación por decreto de la clase capitalista ; y para terminar, la reorganización del proceso de producción. Sin embargo, así no se puede desembocar sino en un tipo de capitalismo de Estado. Para poder dominar realmente su destino, el proletariado ha de crear simultáneamente tanto su propia organización como las formas del nuevo orden económico. Ambos elementos son inseparables y constituyen el proceso de la revolución social”. ¿ No será precisamente porque la Revolución rusa no fue sino una revolución burguesa por lo que tomó el aspecto descrito por Pannekoek ? ¿Por qué esa concepción sería un debilitamiento teórico y político importante ? Eso, vosotros, no lo decís...

Las ideas de Lenin, sin embargo, sí que son jacobinas burguesas: una minoría de la clase, una vanguardia, la élite de un partido acaba sustituyendo a la clase obrera, que ya de por sí era minoritaria en Rusia. Este sustitucionismo desemboca en la represión de Cronstadt de 1921, represión sobre un soviet que reclamaba la libertad política y la liberación de los oponentes anarquistas y socialistas revolucionarios. Este sustitucionismo también acabó reprimiendo a todas las corrientes del movimiento anarquista (Majno, Volin...), del socialista revolucionario, del centrista (Dan y Martov...). ¿Os habéis olvidado de que Miasnikov en el Partido bolchevique fue el único en defender la libertad de prensa? ¿El mismo Miasnikov que fue excluido por una comisión del Org. Buró del que formaban parte Bujarin y Trotski?.

Otto Rülhe también comparte nuestra visión del Partido bolchevique : “El partido se consideraba como academia militar de los revolucionarios profesionales. Sus principios pedagógicos principales eran la autoridad indiscutible del jefe, un centralismo rígido, una disciplina de hierro, el conformismo, el militarismo y el sacrificio de la personalidad a los intereses del partido. Lo que Lenin desarrollaba no era sino una élite de intelectuales, un núcleo que, al estar inmerso en la revolución, tomaría su dirección y se encargaría del poder” (texto citado en La contre-revolution bureaucratique).

A la concepción de Lenin de una minoría activa de revolucionarios profesionales se opone la de Otto Rülhe, marxista antiautoritario excluido del KAPD por orden de Moscú y teórico de la Unión general obrera (AAUE) en 1920, organización ni sindical ni vanguardia sino unión de revolucionarios en los consejos de Alemania. Esta Unión se basaba en el precepto : “la emancipación de los trabajadores será obra de los mismos trabajadores”, tal como lo escribió Marx en 1864.

Esa concepción de Lenin de una minoría activa no parece ser la única dosis de alquitrán en la vasija de miel de las teorías leninistas.

–  Lenin defendió el derecho burgués de las naciones a disponer de sí mismas. Su texto publicado en junio de 1914 es una polémica contra Rosa Luxemburg. Lenin defiende al nacionalismo polaco, ese veneno que divide al proletariado. Estas concepciones de Lenin acaban en apoyo al nacionalismo alemán cuando la ocupación del Rhur y en la celebración del héroe nacional alemán Schlageter. ¡Fue así como el partido comunista alemán hizo causa común con los fascistas!. Schlageter era un nacionalista fusilado por las tropas del ejército francés cuando la ocupación del Rhur.

-   También defendió Lenin el parlamentarismo burgués, los compromisos con la burguesía y la entrada de los “comunistas” en los sindicatos burgueses reaccionarios, en La enfermedad infantil del comunismo.

–  Peor todavía, su texto Materialismo y empiriocriticismo no es sino un paso atrás hacia el materialismo burgués del siglo XVIII, en el que Lenin se olvida del materialismo histórico tal como lo había expuesto Marx en las Tesis sobre Feuerbach.

Y ¿qué es el materialismo histórico?. Contestáis diciendo que es un método de análisis de las contradicciones de clase de las sociedades... ¡vale!. Pero también es un método de análisis para la acción, y la acción para la liberación de los seres humanos de cualquier explotación y opresión. Marx defendía tanto como los anarquistas “el principio abstracto de la libertad individual”. Marx nos aparece hoy como un libertario, un moralista de la libertad. Critica al capitalismo que niega tanto la personalidad como la libertad individual. Un “marxista” tiene el deber de defender la libertad y el respeto de la libertad ajena. El respecto de la igualdad no tiene sentido. El hombre es diferente de la mujer. Todos los seres son diferentes unos de otros, unas de otras.

Es pues una posición de principios que va más allá de la lucha del proletariado. Ciertas tribus no industrializadas de la selva indonesia o amazónica tienen razón, desde un punto de vista marxista, de oponerse a la destrucción de la naturaleza, de su entorno natural aunque así se opongan a los intereses particulares de los proletarios forestales o constructores de carreteras...

También las amas de casa son explotadas por el sistema de clase : trabajan criando a sus niños a pesar de no vender su fuerza de trabajo. Su combate para la liberación de la mujer es necesario para el advenimiento del comunismo. Las prostitutas también son explotadas como objetos sexuales; su lucha por la desaparición de la prostitución puede ser una lucha por el socialismo de consejos. El verdadero marxismo es antiautoritario, antijerárquico, favorable a la desaparición de los manicomios, de las cárceles, y a la destrucción de cualquier sistema punitivo tanto en la escuela como en la familia.

Cuando escribís sobre las tendencias del anarquismo, os olvidáis del anarcosindicalismo. ¿No consideraba el filósofo Georges Sorel la entrada en los sindicatos por parte los anarquistas como el acontecimiento mayor de su tiempo? Vosotros confundís a Bakunin antiautoritario, raramente jacobino, con su discípulo ruso Nechaiev, verdadero golpista. Ignoráis el Congreso de Berna en 1876 que dio al anarquismo su desviación substitucionista mediante la propaganda por los actos. También ignoráis que la república de los Consejos obreros de Baviera en 1919 tenia como líder a libertarios como Erich Müsham. Al describir las luchas de tendencias en la socialdemocracia, las hacéis caricaturas, transformándolas en lucha entre el ala marxista y los revisionistas. En realidad, se pueden ver cuatro tendencias en al socialdemocracia antes del 14:

– un ala marxista : Rosa Luxemburg, Pannekoek, que defienden las luchas del proletariado, la huelga de masas y la destrucción del Estado ;

– los revisionistas reformistas como Eduardo Bernstein que defienden “la evolución pacifica del capitalismo” por el medio de reformas ;

– un centro “ortodoxo”, entre ellos Karl Kautski, caracterizado por un fatalismo económico y el culto a las fuerzas productivas transformadas en divinidad por esa especie de marxismo degenerado. Para Kautsky, son los intelectuales quienes deben aportar desde fuera la conciencia socialista al proletariado: o sea, una revisión del marxismo.

– en fin, los bolcheviques rusos discípulos de Karl Kautsky, amalgama típicamente rusa de jacobinismo y de blanquismo.

Los Consejos de obreras y obreros no existieron durante la Comuna de París. Por eso Marx no los cita. Sin embargo, en cuanto aparecieron en 1905 durante la Revolución rusa, Lenin (1907) no vio en ellos un órgano de autogobierno sino simples comités de lucha... La fórmula “dictadura del proletariado” ya no tiene sentido hoy : las palabras han recubierto los hechos. Los hechos han cambiado el sentido de las palabras.

La Comuna de París en 1871 era la destrucción del Estado por un gobierno en el que existía el debate entre prudhonianos y blanquistas. La Revolución de Octubre del 17 es la dictadura jacobina del Partido bolchevique. Más vale entonces hablar de poder de los consejos.

Jean-Luc Dallemagne, teórico ortodoxo del trotskismo que defiende a la URSS estalinista (y a China, Cuba, etc.) en tanto que “Estados obreros”, también acusa a las corrientes de ultraizquierda de no ser sino pequeño-burguesas : «Las diversas componentes de la ultraizquierda, surgidas de la oposición a Lenin, no tienen su unidad sino en la reivindicación moralizadora y pequeño burguesa de “libertad”» (Construction du socialisme et révolution, J.-L. Dallemagne). Este mismo Dallemagne defiende la dictadura del Partido bolchevique y a la represión de Kronstadt... ¡ como la realización de la dictadura del proletariado !.

Concluyamos sobre la Revolución española del 37 : durante un período revolucionario, los “Amigos de Durruti” tuvieron una influencia de masas, como la tuvo la AAUE en Alemania en 1920. No hemos de encerrarnos en nuestras certidumbres sino, al contrario, intentar aprender de ésta y de aquéllos. No les acusemos de forma perentoria de tener posiciones revolucionarias “a pesar de sus propias confusiones”, por casualidad o “por instinto de clase más que por una comprensión real de la situación en la que estaba el proletariado en su conjunto”.

En resumen, me parece que la CCI quiere cerrar precipitadamente un debate fecundo entre anarquismo y marxismo.

Izquierda comunista libertaria

 

 

Nuestra respuesta (extractos)

En el nº 300 (abril de 2000) de Révolution internationale solo mencionábamos las dos tendencias más destacadas del anarquismo, las de los dos “padres fundadores”, Proudhon y Bakunin. Conocemos otras tendencias que aparecerían más tarde a partir de esa doble cuña, pero pensamos que el desarrollo de las corrientes anarquistas más significativas debe ser situado en su contexto histórico, lo cual será tratado en otros artículos.

En ese artículo de R.I. criticábamos el anarquismo porque parte de “principios abstractos eternos”. Y vosotros nos contestáis: “Marx nos aparece hoy como un libertario, un moralista de la libertad. Critica al capitalismo que niega tanto la personalidad como la libertad individual. Un ‘marxista’ tiene el deber de defender la libertad y el respeto de la libertad ajena”. No existe comunismo verdadero que no esté estimulado por el ideal de libertad, por la voluntad de librar a la sociedad de todas las formas de opresión, de todo el peso de la corrupción y de la inhumanidad producidas por las relaciones sociales basadas en la explotación del hombre por el hombre. Marx y Engels dejaron claro ese punto de vista, denunciando la alienación humana y el grado que ésta alcanzado con el capitalismo, definiendo el comunismo como imperio de la libertad, como asociación de productores libres e iguales donde “el libre desarrollo de cada uno es la condición del libre desarrollo para todos”([3]).

(…)

Sin embargo, según el marxismo, la revolución no se hará en nombre de la libertad individual, sino como emancipación de una clase. ¿Cómo resolver esa contradicción? El primer elemento para resolverla es que el individuo no es considerado como una entidad abstracta que no tendría medios para superar las oposiciones individuales, sino como la manifestación concreta del hombre como ser social. Como lo desarrolla Marx en los Manuscritos de 1844, cada individuo ve en el otro un reflejo de sí mismo, en el sentido de que el otro representa la condición de su propia afirmación, de la realización de sus necesidades, de sus deseos, de su naturaleza humana. Contrariamente al comunismo primitivo, el individuo ya no está sometido a la comunidad, ni a la mayoría como en la democracia burguesa ideal. Marx introduce una ruptura con los conceptos de Rousseau y con el burdo igualitarismo de Weitling. Se ve igualmente que el comunismo nada tienen que ver con las pretendidas ventajas del “socialismo real” cuya publicidad han hecho los estalinistas durante décadas. Estamos de acuerdo con vosotros para decir que las diferencias naturales deberán desarrollarse gracias a una profunda igualdad social. Al abolir el trabajo asalariado y el intercambio bajo todas sus formas, el comunismo se afirma como la resolución del conflicto entre interés particular e interés general.

Sabéis muy bien lo mucho que aborrecían Marx y Engels esas frases huecas llenas de nociones como “deber, derecho, verdad, moral, justicia” y demás. ¿Por qué?, pues porque las acciones de los hombres no tienen su origen en esas nociones. Si su voluntad y su conciencia desempeñan efectivamente un importante papel es ante todo bajo el impulso de una necesidad material. Los sentimientos de justicia y de igualdad inspiraron a los hombres de la revolución francesa, pero era una forma de conciencia profundamente mistificada la de aquellos que estaban consolidando una nueva sociedad de explotación. Y cuanto más hinchaban la retórica de sus discursos más sórdida era la realidad. Las nociones de libertad y de igualdad ya no tienen el mismo contenido ni ocupan el mismo lugar para los comunistas. Las luchas y las revoluciones proletarias nos muestran concretamente las profundas modificaciones de los valores morales; son la solidaridad, el deseo y la voluntad de lucha, la conciencia, lo que caracteriza a los obreros cuando se afirman como clase. Así pues, no podemos estar de acuerdo con vuestra lectura de Marx.

El anarquismo ha recogido muchos elementos de otras escuelas socialistas, especialmente del marxismo. Pero lo que lo caracteriza, lo que forma su base, es el método especulativo que ha tomado de los materialistas franceses del siglo XVIII y de la escuela idealista alemana después. Según esos conceptos, si la sociedad es injusta es porque no es acorde con la naturaleza humana. Ahí se ve a qué problemas insolubles puede llevarnos esta posición, pues nada hay más variable que esa naturaleza humana. El hombre actúa sobre la naturaleza exterior, y a través de ello transforma su propia naturaleza. El hombre es un ser sensible y razonable, decían los materialistas franceses. Pero eso no cambia para nada en el hecho de que sienta y razone de modo diferente según las épocas históricas y la clase social a la que pertenece. Todas las escuelas de pensamiento hasta Feuerbach, desde las más moderadas a las más radicales, van a basarse en esa noción de la naturaleza humana o de una noción derivada como la educación, los derechos humanos, la idea absoluta, las pasiones humanas, la esencia humana. Pero quienes consideran la historia como un proceso sometido a leyes, como Saint-Simon y Hegel, acaban siempre recurriendo al eterno principio abstracto.

Con Marx y la emergencia del proletariado moderno asistimos a una vuelta completa: no es la naturaleza humana la que explica el movimiento histórico, sino el movimiento histórico el que da diversas formas a la naturaleza humana. Y esta concepción materialista es la única que se sitúa firmemente en el terreno de la lucha de clases. El anarquismo, por su parte, no logró romper con el método especulativo y lo que va a buscar en las filosofías del pasado ha sido siempre lo más idealista. ¡Qué mejor abstracción que el “Yo egoísta” en la que desemboca Stirner a partir de su crítica de Feuerbach! Fue imitando a Kant como llega Proudhon a la noción de “libertad absoluta” para luego acabar él también forjando hermosas abstracciones, en lo económico “el valor constituido”, en lo político “el libre contrato”. Al principio abstracto de “la libertad”, Bakunin, a partir de lo que ha sido capaz de comprender de Hegel, añade el de la “igualdad”. ¿Qué tienen esto de común con el materialismo histórico del que os reivindicáis vosotros?

A través de oposiciones abstractas como libertad/autoridad, federalismo/centralismo, no solo se pierde de vista el movimiento histórico y las necesidades materiales que forman su base, sino que además se transforma la oposición, bien real y concreta, la de las clases misma, en una abstracción que puede ser corregida, limitada, sustituida por otras abstracciones, tales como “la Humanidad”, por ejemplo. También era ése el método del “socialismo auténtico” en Alemania: “La literatura socialista y comunista francesa (…) dejó de ser, en manos de los alemanes, la expresión de la lucha de una clase contra otra, y éstos se congratularon de haberse alzado por encima de la estrechez francesa y haber defendido no las verdaderas necesidades sino la ‘necesidad de lo verdadero’; haber defendido, no los intereses del proletariado, sino los intereses del ser humano, del hombre en general, del hombre que no pertenece a ninguna clase ni a ninguna realidad y que solo existe en el brumoso cielo de la fantasía filosófica” (Idem). A nuestro parecer, es en ese tipo de trampa en el que caéis cuando habláis de “una posición de principio que va más allá que la lucha del proletariado”, de las tribus primitivas, de las amas de casa o de las prostitutas.

Muchos anarquistas fueron auténticos militantes obreros, pero a causa de la doctrina que los animaba siempre estaban atraídos fuera del terreno de clase en cuanto el proletariado estaba derrotado o desaparecía momentáneamente del ruedo histórico. En efecto, para el anarquismo, no es, en fin de cuentas, el proletariado el sujeto revolucionario, es el pueblo en general, otra noción abstracta e irreal. ¿Qué hay pues detrás de la palabra “pueblo” si ha perdido todo su sentido en la sociedad burguesa en la que las clases tienen una definición mucho más clara? Nada más que el individuo pequeño burgués idealizado, un individuo que vacila entre las dos clases históricas, que va dando tumbos tanto del lado de la burguesía como del proletariado, que quisiera, en fin de cuentas, reconciliar las clases, encontrar un terreno de entendimiento, una consigna para la lucha común. ¿No decía el propio Marx que todos los individuos de la sociedad sufren la alienación? Conocéis sin duda la conclusión que sacaba de esta evidencia([4]). Ese es el origen de la reivindicación de “la igualación económica y social de las clases” de un Bakunin, y por eso también es por lo que Prudhón y Stirner concluyen sus tesis con una defensa de la pequeña propiedad. En la génesis del anarquismo lo que se expresa es el punto de vista del obrero recién proletarizado y que rechaza con todas sus fuerzas la proletarización. Recién salidos del campesinado y del artesanado, a menudo medio obreros medio artesanos (como los relojeros del Jura suizo, por ejemplo([5])), esos obreros expresaban la añoranza del pasado ante el drama que para ellos era el haber caído en la condición obrera. Sus aspiraciones sociales eran querer que diera marcha atrás la rueda de la historia. En el meollo de esa concepción está la nostalgia de la pequeña propiedad. Por eso es por lo que, siguiendo a Marx, nosotros analizamos el anarquismo como la expresión de la penetración de la ideología pequeño burguesa en el proletariado. El rechazo de la proletarización sigue siendo hoy el campo abonado para el movimiento anarquista, lo cual refleja, más globalmente, la enorme presión que ejercen sobre el proletariado las capas y clases intermedias que lo rodean y de las que él mismo procede en parte. En esas clases pequeño burguesas heterogéneas y sin perspectiva histórica lo que predomina es, junto a la desesperación y los lamentos, la práctica de cada uno para sí, la elevada opinión de uno mismo, la impaciencia y el inmediatismo, la revuelta radical pero sin porvenir. Esos comportamientos y esa ideología pueden ejercer su influencia en el proletariado, debilitando su sentido de la solidaridad y del interés colectivo.

(…)

Los componentes más cabales del anarquismo, los que estuvieron más implicados en el movimiento obrero, han estado continuamente obligados a desmarcarse de quienes llevaban hasta el final esa lógica individualista. Pero sin ser capaces de ir a la raíz del problema: “Importa, sin embargo, desmarcarse resueltamente de los anarquistas puramente individualistas que ven en el fortalecimiento y el triunfo egoístas de la personalidad el único medio de negar el Estado y la autoridad, rechazando el socialismo incluso, así como toda organización general de la sociedad como forma de opresión de un yo que no tiene más base que él mismo”([6]).

(…)

Sobre dictadura y democracia es como sobre la verdad y la libertad, tomadas como principios abstractos pierden todo su sentido. Esas nociones tienen también un contenido de clase: hay dictadura burguesa o dictadura del proletariado, hay democracia burguesa y democracia obrera. No estamos de acuerdo con vosotros cuando escribís: “La fórmula dictadura del proletariado ya no quiere decir nada hoy: las palabras han cubierto los hechos. Los hechos han cambiado el sentido de las palabras”. También la palabra “comunismo” ha sido prostituida, arrastrada por los suelos. ¿Habrá por eso que abandonarla? La cuestión es saber qué se entiende por dictadura del proletariado. Como lo comprobaréis al leer nuestra prensa, nosotros retomamos en gran parte las críticas de Rosa Luxemburg a los bolcheviques y defendemos la democracia obrera en la lucha de la clase y en la revolución([7]). Antes de discutir sobre todas esas cuestiones, hay que partir de la definición que da Marx de la dictadura del proletariado. Esta designa el régimen político instaurado por la clase obrera tras la insurrección y significa que el proletariado es la única clase que pueda realizar la transformación de la sociedad hacia el comunismo. Debe pues conservar cuidadosamente su autonomía respecto a las demás clases, su poder y sus armas. Significa también que el proletariado deberá reprimir con firmeza todo intento de restaurar el orden antiguo. Para nosotros la dictadura del proletariado es la democracia más completa para el proletariado y todas las clases no explotadoras. Las lecciones de la Comuna se confirmaron y se profundizaron con el resurgir de los consejos obreros y la insurrección de 1917. La revolución proletaria es, sin lugar a dudas, “una serie de fases que se van engendrando unas a otras”, como así lo decís citando a Pannekoek. La primera fase es la de la huelga de masas, la cual plantea el problema de la internacionalización de las luchas y que llega a su auge en la aparición de los consejos obreros. La segunda fase se caracteriza por una situación de doble poder que se resuelve en la insurrección, la destrucción del Estado burgués y la unificación del poder de los consejos obreros a escala internacional. La tercera fase es la de la transición hacia el comunismo, la abolición de las clases y el desvanecimiento del semiEstado que ha surgido inevitablemente mientras existan las clases. ¿En qué puede este proceso tener algo que ver con una revolución burguesa? ¿Porque, según Marx y los marxistas, el factor político sigue dominando ampliamente?. La consigna “Todo el poder a los consejos” lanzada por la clase obrera (y por Lenin en particular) en 1917 da la demostración más concreta de la primacía de lo político en la revolución proletaria. Y, al contrario, las ocupaciones de fábricas en la Italia de 1920, y las experiencias desastrosas en la España de 1936, muestran a las claras la impotencia del proletariado cuando no posee el poder político. Lo que a nuestro parecer ha demostrado su quiebra total es la autogestión, no la dictadura del proletariado.

Una primera diferencia con la revolución burguesa salta a la vista. La transición hacia el capitalismo se hizo en el seno de la sociedad feudal, la toma del poder por la burguesía vendría después. Es todo los contrario de la revolución proletaria. Los consejistas cometen aquí un típico error de interpretar los acontecimientos anteriores por el final que tuvieron. El capitalismo de Estado triunfa en Rusia a final de los años 20, por lo tanto, dicen, la revolución rusa debía ser burguesa([8]). El método idealista del anarquismo lo encierra de tal modo en contradicciones inextricables que fueron muchos los que tuvieron que romper con él en los momentos en que el proletariado se afirmó como una fuerza con la que había que contar, o, al menos, tuvieron que retorcer bastante aquella sacrosanta doctrina. Por ejemplo, Erich Müshan([9]), escribía en setiembre de 1919, en plena marea revolucionaria: “Las tesis teóricas y prácticas de Lenin sobre la realización de la revolución y de las tareas comunistas del proletariado han dado nuevas bases a nuestra acción…Ya no hay obstáculos insuperables para una unificación del proletariado revolucionario entero. Los anarquistas comunistas han tenido, es cierto, que ceder en el punto más importante de desacuerdo entre las dos tendencias del socialismo; han tenido que renunciar a la actitud negativa de Bakunin hacia la dictadura del proletariado  y aceptar en ese punto la opinión de Marx”([10]). Muchos anarquistas se unieron al campo del comunismo. Pero la contrarrevolución es una prueba terrible en la que la cantidad de militantes va derritiéndose como nieve al sol, en la que se alteran progresivamente los principios comunistas. Fueron entonces muchos quienes retornaron a sus viejos amores, no sólo anarquistas, también muchos comunistas volvieron al redil socialdemócrata. Solo la Izquierda comunista pudo sacar las lecciones de la derrota, permaneciendo fiel al Octubre rojo, al ser capaz de distinguir lo que en una experiencia revolucionaria pertenece ya al pasado y lo que permanece vivo, para hoy y para mañana. Es ahí donde el combate de Gorter y de Miasnikov fue ejemplar.

Vosotros retomáis las tesis del Comunismo de consejos y de su principal animador, Pannekoek. En el libro La Izquierda holandesa y en “Los comunistas de consejos frente a la guerra de España” en nuestra última Revista internacional (nº 101) podréis conocer nuestras críticas a esa corriente. Pero está claro que es un auténtico componente de la Izquierda comunista. Se mantuvo fiel al internacionalismo proletario durante la IIª Guerra mundial, mientras que muchos anarquistas y toda la corriente trotskista tomaban posición a favor del campo imperialista de los aliados, y eso cuando no se alistaban en la resistencia. Pannakoek siguió siendo un verdadero marxista cuando, en Lenin filósofo, critica la visión mecanicista que aparece en Materialismo y empirocriticismo y su teoría del reflejo, y tenéis toda la razón cuando decís que Lenin “se olvida del materialismo histórico tal como lo expuso Marx en sus Tesis sobre Feuerbach”. Pero también Pannekoek abandona el terreno del materialismo histórico cuando, a partir de un error teórico detectado muy justamente en Lenin, nada menos que deduce la naturaleza burguesa de la revolución rusa. En la Revista internacional hemos publicado un texto de la Izquierda comunista de Francia que contesta detalladamente a ese texto de Pannekoek que apareció tardíamente en 1938([11]). Para nosotros es un error grosero confundir una revolución proletaria que acaba degenerando y una revolución burguesa. Nunca fue ésa la postura de Gorter o Miasnikov, tampoco fue la Pannekoek al principio. Para todos los militantes, la realidad patente de los hechos revelaba sin la menor duda la naturaleza proletaria de la ola revolucionaria que hizo surgir consejos obreros por toda Europa central y oriental.

(…)

Gorter y Miasnikov([12]), Pannekoek en un primer tiempo, tuvieron pues la misma actitud frente a la degeneración, luchan hasta el final como verdaderos militantes comunistas que son, sin repudiar la revolución proletaria ni concluir precipitadamente sobre el paso del partido bolchevique al campo de la burguesía. Combatir el curso oportunista como Fracción del partido, proseguir la lucha incluso después de la exclusión y hasta que los hechos demuestren con certeza que el partido ha hecho suyos los intereses del capital nacional, ésa es la única actitud responsable para salvar el programa revolucionario y enriquecerlo, para ganar a su causa a una parte de los militantes, para sacar las lecciones de la derrota. Pannekoek abandonará esa actitud, que había sido, sin embargo, la suya, como había sido la de Lenin y de Rosa Luxemburg cuando se tuvieron que enfrentar a la traición de la socialdemocracia en 1914.

Nosotros no somos leninistas([13]), pero sí nos reivindicamos de Lenin, especialmente de su internacionalismo intransigente en el momento de la Iª Guerra mundial. Los bolcheviques y la corriente de Rosa Luxemburg, a la que pertenecía Pannekoek, que combatieron el centrismo y el oportunismo en el seno de la socialdemocracia de antes de la guerra, constituyeron un fenómeno histórico e internacional de la mayor importancia. Esa es la misma tradición que volvemos a encontrar en la Izquierda de la Internacional comunista, que en condiciones mucho más dramáticas, va a trasmitirse de generación en generación hasta hoy. Las corrientes más creadoras, aquellas que nos han transmitido las lecciones más valiosas, son las que se mantuvieron firmes sobre la naturaleza proletaria de la Revolución rusa y que supieron romper con la Oposición de izquierda de Trotski que acabó naufragando en las aguas oportunismo([14]). Tenéis razón al recordar la existencia de una corriente centrista en la socialdemocracia de antes de la guerra representada por Kautsky. Pero, para nosotros, el centrismo no es más que una variante del oportunismo. Por otro lado, el que Lenin no hubiera identificado el centrismo de Kautsky tan rápidamente como Rosa Luxemburg no contradice en nada la pertenencia de los bolcheviques a la corriente marxista de la IIª Internacional.

Hemos visto dos errores en ese pasaje de vuestra carta: “A la concepción de Lenin de una minoría activa de revolucionarios profesionales se opone la de Otto Rülhe, marxista antiautoritario excluido del KAPD por orden de Moscú…” La Internacional comunista interviene sobre dos problemas, el planteado por Rühle y otros, más próximos al sindicalismo revolucionario que al marxismo, y el planteado por la corriente “nacional-bolchevique” de Laufenberg y Wolffheim. Pero en esas dos cuestiones, el KAPD está totalmente de acuerdo con la Internacional comunista. Pannekoek es el primero en propugnar la exclusión de estos dos hamburgueses, cuyos efluvios antisemitas eran del todo inaceptables. Su actitud se distingue radicalmente de Rühle, adopta claramente una posición de partido cuando, con el KAPD, se considera plenamente como miembro de la Internacional comunista, símbolo del internacionalismo y de la revolución mundial. Y fue en conformidad con este espíritu de partido como el KAPD va a luchar en el seno de la Internacional comunista contra el avance del oportunismo, para así hacer triunfar sus posiciones y no abandonar la lucha.

Las “órdenes de Moscú” son, en este caso, pura leyenda como lo es la descripción del Partido bolchevique hecha por Rühle y que vosotros retomáis. El Partido bolchevique fue un partido en donde se discutía plenamente y muchas de sus crisis muestran la riqueza de su vida política interna. La idea elitista es totalmente ajena a Lenin y vosotros hacéis un contrasentido con lo de “revolucionario profesional”. Para la fracción bolchevique, se trataba sencillamente de combatir el diletantismo y las concepciones de afinidad de los mencheviques, se trataba de reivindicar un mínimo de coherencia y de seriedad en las cosas del partido. El sustitucionismo es otro problema y, efectivamente, cobra a veces un cariz jacobino en Lenin. Hemos criticado ampliamente la visión jacobina en nuestra prensa. Digamos simplemente que era una idea compartida por todos los marxistas de la Segunda internacional, incluida Rosa Luxemburg([15]).

Esto nos lleva al segundo error. Decís que Lenin compartía la idea de “minoría activa”. A Lenin se le podrán achacar todos los pecados habidos y por haber, pero en eso no tiene la culpa, pues esa posición pertenece al anarquismo. Al no basarse en el materialismo histórico que reconoce al proletariado una misión histórica, sino en la revuelta de las masas oprimidas contra la autoridad, es necesario que una minoría ilustrada pueda orientar a esa masa heterogénea hacia el reino de la libertad absoluta. En un momento en que el movimiento obrero estaba superando el período de las sociedades secretas, la Alianza internacional de la Democracia socialista de Bakunin mantenía la idea de una élite ilustrada y conspiradora.

Mientras que para el marxismo, al emanciparse el proletariado emancipa a la humanidad entera, para el anarquismo es la humanidad la que utiliza la lucha del proletariado como medio para emanciparse. Mientras que la vanguardia revolucionaria es para el marxismo una parte de un todo, la fracción más consciente del proletariado, para el anarquismo la minoría activa transciende la clase, expresa intereses “superiores”, los de la humanidad contemplada como entidad abstracta. Este concepto es explícito en Malatesta y Kropotkin, resumiéndolo muy bien Max Nettlau: “Conociendo los hábitos autoritarios de las masas, [Kropotkin] pensaba que necesitaban una infiltración y un impulso por parte de militantes libertarios, como los de la Alianza en la Internacional”([16]). Vosotros que subrayáis los fallos jacobinos de Bakunin, sabéis perfectamente hasta qué punto la Alianza estaba organizada de manera jerarquizada. Aún con formas diferentes, la teoría de la “minoría activa” ha sido una característica permanente en la historia de la anarquía. Repitámoslo, con esa idea la revolución no es concebida como la obra de una clase consciente, sino la de fuerzas primarias, la de las capas más desheredadas de la sociedad, campesinos pobres, sin trabajo, lumpen, etc. y la elite ilustrada, que va a infiltrarse en los órganos de la revolución para dar el impulso en la buena dirección, es algo totalmente exterior y no se basa en otras cosa sino en “principios eternos”. Desaparecen así los mil vínculos que unen la clase obrera y los comunistas, que hacen de estos un producto colectivo de aquella, a quienes se les vio, durante la marea revolucionaria, expresarse en las luchas políticas de manera abierta y clara en los consejos obreros y en las organizaciones comunistas. En la visión anarquista se combinan dos tipos de organizaciones: una minoría ilustrada que oculta sus posiciones y objetivos, cayendo así en el monolitismo y evitando el control y la elaboración colectiva por la asamblea general de militantes; y una organización amplia y abierta en la que cada individuo, cada grupo es “libre y autónomo” que no tiene que asumir la responsabilidad de sus actos y sus posiciones. Es esta concepción la que explica por qué Mühsam y Landauer aceptaron cohabitar con los peores oportunistas en la primera República de Consejos en Baviera.

La confrontación política, la responsabilidad militante colectiva, que permiten corregir los errores hechos por la organización, hacer que triunfe una posición minoritaria si aparece justa, reunir en bases claras las fuerzas que podrán resistir a la degeneración de la organización, todas esas bases cabales de organización le son ajenas al anarquismo. La idea organizativa de la “minoría activa” es lo opuesto a las ideas antijerárquicas, de la centralización “orgánica”, de la vida política intensa, que definen a las organizaciones marxistas.

CCI

 

 

[1] R.I. es la publicación en Francia de la Corriente comunista internacional

[2] El Vaucluse es un departamento del sur de Francia (Avignon) (NDR). El grupo que nos ha enviado la carta se llama Groupe communiste libertaire.

[3] Manifiesto del Partido comunista.

[4] “La clase poseedora y la clase del proletariado representan la misma alienación humana. Pero aquélla se complace y se siente confirmada en esta alienación de sí, percibe la alienación como su propia potencia y posee en ella la apariencia de una existencia humana; la segunda se siente negada en la alienación, ve en ella su propia impotencia y la realidad de una existencia inhumana.” Marx, La sagrada familia.

[5] En la AIT, la Federación jurásica compuesta sobre todo por relojeros fue uno de los principales apoyos a la “Alianza de la Democracia socialista” de Bakunin.

[6] Vers une société libérée de l’Etat (Hacia una sociedad liberada del Estado). Ladigitale/Spartacus, Quimperlé Paris, 1999, p. 94 y 134.

[7] Revista internacional nº 99, 100 y 101, octubre 1999-abril 2000 “Comprender la derrota de la revolución rusa”. Révolution internationale nº 57, “La démocratie ouvrière: pratique du prolétariat”.

[8] En las Izquierdas comunistas, Gorter y Miasnikov estuvieron entre los primeros en erguirse y luchar en el seno de la Internacional comunista y de los partidos comunistas contra la degeneración de la Revolución rusa.

[9] Anarquista alemán que participó en la República de consejos obreros de Baviera en 1919.

[10] Citado por Rosmer en Moscou sous Lenine, Ed. Maspéro, París.

[11] “Política y filosofía de Lenin a Harper”, Revista internacional nº 25, 27, 28, 30 (1981-82).

[12] Recordamos el combate de Miasnikov y de su Grupo obrero del Partido comunista-bolchevique en la Revista internacional nº 101: “1922-23: las fracciones comunistas se enfrentan a la contrarrevolución en alza”.

[13] Ver “¿Nos habremos vuelto leninistas? en Revista internacional nº 96 y 97, 1999.

[14] Cf. nuestro libro: La Izquierda comunista de Italia.

[15] Cf. nuestro folleto Organisations communistes et conscience de classe.

[16] Histoire de l’anarchie, Editions du Cercle, Paris, 1971.

 

Series: 

  • Izquierda comunista y anarquismo internacionalista [11]

Vida de la CCI: 

  • Correspondencia con otros grupos [16]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Anarquismo internacionalista [13]
  • Consejismo [17]

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Links
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