“El marxismo es una concepción revolucionaria del mundo que pugna constantemente por alcanzar nuevos conocimientos, que odia sobre todas las cosas, el estancamiento de las fórmulas fijas, que conserva su fuerza viva y creadora, en el chocar espiritual de armas de la propia crítica y en los rayos y truenos históricos” (Rosa Luxemburg, “Una anticrítica”, apéndice de La acumulación del capital, 1912).
La CCI celebró en la primavera pasada su vigesimoprimer congreso. Este acontecimiento coincidió con los cuarenta años de existencia de nuestra organización. Por eso tomamos la decisión de darle a este congreso un carácter excepcional con el objetivo central de poner las bases de un balance crítico de nuestros análisis y actividad des estas últimas cuatro décadas. Así pues, los trabajos del congreso se propusieron identificar con la mayor lucidez posible nuestras fuerzas y nuestras flaquezas, identificar lo que seguía siendo válido en nuestros análisis y los errores hechos, para así armarnos para superarlos.
El balance crítico se inscribe plenamente en la continuidad del método que el marxismo ha adoptado siempre a lo largo de la historia del movimiento obrero. Marx y Engels, por ejemplo, fieles a un método a la vez histórico y autocrítico, fueron capaces de reconocer que algunas partes de El Manifiesto Comunista se habían confirmado erróneas o superadas por la experiencia histórica. La capacidad para criticar sus errores es lo que ha permitido siempre a los marxistas hacer avances teóricos y seguir aportando su contribución a la perspectiva revolucionaria del proletariado. De igual modo que Marx supo sacar las lecciones de la experiencia de la Comuna de París y de la derrota de ésta, la Izquierda Comunista de Italia fue capaz de reconocer la profunda derrota del proletariado mundial a finales de los años 20, de hacer un “balance” ([1]) de la oleada revolucionaria de 1917-23 y de las posiciones programáticas de la Tercera Internacional. Fue ese balance crítico lo que le permitió, a pesar de sus errores, realizar avances teóricos inestimables tanto en lo que al análisis del periodo de la contrarrevolución como en lo que a organización se refiere, comprendiendo el papel y las tareas de una fracción en el seno de un partido proletario degenerante, puente hacia un futuro partido una vez que el precedente ha sido arrebatado por la burguesía.
Este congreso excepcional de la CCI tuvo lugar en el contexto de nuestra última crisis interna, la cual había originado la organización de una conferencia internacional extraordinaria en 2014 ([2]). Las delegaciones prepararon el Congreso con la mayor responsabilidad, inscribiéndose en los debates al comprender claramente lo que estaba en juego y la necesidad, para todas las generaciones de militantes, de iniciar ese balance crítico de los 40 años de vida de la CCI. Para los militantes (especialmente los más jóvenes) que no eran todavía miembros de la CCI cuando ésta se fundó, este Congreso, y sus textos preparatorios, les permitieron aprender gracias a la experiencia de la CCI, participando a la vez activamente en los trabajos del Congreso y posicionándose en los debates.
La fundación de la CCI fue una expresión del fin de la contrarrevolución y de la reanudación histórica de la lucha de clases ilustrada sobre todo por el movimiento de Mayo del 68 en Francia. La CCI ha sido la única organización de la Izquierda comunista en haber insertado ese acontecimiento en el marco de análisis de la aparición de la crisis abierta del capitalismo iniciada en 1967. Con el fin de los llamados “30 gloriosos”, y con la carrera de armamentos durante la guerra fría, se planteaba de nuevo la alternativa “guerra mundial o desarrollo de los combates proletarios”. Mayo del 68 y la oleada de luchas obreras que se desplegó a escala internacional significaron la apertura de un nuevo curso histórico: tras 40 años de contrarrevolución, el proletariado volvía a erguirse y no estaba dispuesto a dejarse alistar en una tercera guerra mundial tras las banderas nacionales.
El Congreso puso de relieve que el surgimiento y el desarrollo de una nueva organización internacional e internacionalista confirmaron la validez de nuestro marco de análisis sobre ese nuevo curso histórico. Armada con ese concepto (así como también del análisis de la entrada del capitalismo en su período histórico de decadencia con el estallido de la Primera Guerra Mundial), la CCI ha seguido, durante toda su existencia, analizando el tríptico de la situación internacional (evolución de la crisis económica, de la lucha de clases y de los conflictos imperialistas) para no caer en el empirismo y despejar así orientaciones para su actividad. El Congreso se esforzó, sin embargo, en examinar con la mayor lucidez posible los errores que habríamos hecho en algunos de nuestros análisis para así poder identificar el origen de esos errores y así mejorar nuestro marco de análisis.
En base al informe presentado sobre la evolución de la lucha de clases desde 1968, el congreso puso de relieve que una de las debilidades principales de la CCI, desde sus orígenes, ha sido lo que nosotros llamamos inmediatismo, o sea un modo de hacer político marcado por la impaciencia y que se focaliza en acontecimientos inmediatos en menoscabo de una visión histórica amplia de la perspectiva en la que se inscriben dichos acontecimientos. Aunque pusimos de relieve, con toda la razón, que la reanudación de la lucha de clases de finales de los sesenta significó la apertura de un nuevo curso histórico, su caracterización como “curso hacia la revolución” fue un error que tuvimos que corregir con la expresión “curso a enfrentamientos de clase Sin embargo, esa expresión más adecuada, no logró, sin embargo, a causa de cierta imprecisión, cerrar las puertas a visión esquemática, lineal, de la dinámica de la lucha de clases, manteniéndose cierta vacilación en nuestro seno para reconocer las dificultades, las derrotas y los períodos de retroceso del proletariado.
La incapacidad de la burguesía para alistar a la clase obrera de los países centrales en una tercera guerra mundial no significaba que las oleadas internacionales de luchas que se sucedieron hasta 1989 iban a continuarse de manera mecánica e ineluctable hasta la apertura de un período revolucionario. El congreso ha hecho resaltar que la CCI subestimó le peso de la ruptura de la continuidad histórica con el movimiento obrero del pasado y el impacto ideológico, en el seno de la clase obrera, de 40 años de contrarrevolución, impacto que se manifiesta entre otras cosas en la desconfianza, cuando no el rechazo de las organizaciones comunistas.
Le Congreso ha subrayado también la debilidad de la CCI en los análisis sobre la relación de fuerzas entre las clases: la tendencia a ver el proletariado constantemente “a la ofensiva” en cada movimiento de lucha, cuando en realidad, el proletariado, hasta ahora, sólo ha entablado luchas de defensa de sus intereses económicos inmediatos (por muy importantes y significativas que hayan sido) sin lograr darles una dimensión política.
Los trabajos del congreso nos han permitido constatar que esas dificultades de análisis de la evolución de la lucha de clases se basan en una visión errónea del funcionamiento del modo de producción capitalista, con una tendencia a olvidar que el capital es, en primer lugar, una relación social, lo cual significa que la burguesía está obligada a tener en cuenta la lucha de clases para poner en marcha sus políticas económicas y sus ataques contra el proletariado. El congreso subrayó también cierta falta de dominio de la teoría de Rosa Luxemburg en su explicación de la decadencia del capitalismo. Según Rosa Luxemburg, el capitalismo necesita, para poder seguir con su acumulación, encontrar salidas mercantiles en sectores extracapitalistas. La desaparición progresiva de esos sectores condena al capitalismo a convulsiones crecientes. Este análisis quedó adoptado en nuestra plataforma (incluso si hubo una minoría de nuestros camaradas que se basó en otro análisis para explicar la decadencia: el de la tendencia decreciente de la cuota o tasa de ganancia). La falta de dominio por parte de la CCI del análisis de Rosa Luxemburg (que ésta desarrolla en su libro La acumulación del capital) acarreó una visión “catastrofista”, incluso apocalíptica del hundimiento de la economía mundial. El Congreso ha constatado que a lo largo de toda su existencia, la CCI no ha cesado de sobreestimar el ritmo de aceleración de la crisis económica. Incluso en estos últimos años, sobre todo con la crisis de las deudas soberanas, en el trasfondo de nuestros análisis había la idea subyacente de que le capitalismo podría acabar desmoronándose por sí solo, puesto que la burguesía estaba “en el impasse” y habría agotado todos los paliativos que le han permitido prolongar artificialmente la supervivencia de su sistema.
Esta visión “catastrofista” se debe en gran parte a una falta de profundización de nuestro análisis del capitalismo de Estado, a una subestimación de las capacidades de la burguesía para sacar las lecciones de la crisis de los años 1930 y acompañar la quiebra de su sistema mediante todo tipo de manipulaciones, trampas con la ley del valor, y la intervención estatal permanente en la economía. Y eso, a pesar de que habíamos identificado esas capacidades desde hacía tiempo. Tal visión también se debe a una comprensión reduccionista y esquemática de la teoría económica de Rosa Luxemburg con la idea errónea de que el capitalismo ya desde 1914 o en los años 1960 habría agotado todas sus capacidades de expansión. En realidad, como lo subrayaba Rosa Luxemburg, la catástrofe real del capitalismo estriba en que somete a la humanidad a un declive, a una larga agonía sumiendo a la sociedad en una barbarie creciente.
Fue ese error de negar cualquier posibilidad de expansión del capitalismo en su período de decadencia lo que explica las dificultades de la CCI para entender el crecimiento y desarrollo industrial vertiginoso de China (y otros países periféricos) tras el desmoronamiento del bloque del Este. Ese despegue industrial no pone, ni mucho menos, en tela de juicio nuestro análisis de la decadencia del capitalismo ([3]), pero la visión de que no habría la menor posibilidad de desarrollo en los países del Tercer Mundo en el período de decadencia no se ha verificado. Este error, subrayado en el Congreso, nos condujo a no ver posible que la quiebra del viejo modelo autárquico de los países estalinianos podría abrir nuevos mercados, “congelados” hasta entonces, a las inversiones capitalistas ([4]) (incluida la integración en el salariado de una masa enorme de trabajadores que antes vivía fuera de unas relaciones sociales directamente capitalistas, sometidos a una sobreexplotación feroz).
Sobre las tensiones imperialistas, el Congreso puso de relieve que la CCI ha desarrollado, en líneas generales, un marco de análisis muy sólido, ya fuera en la época de la guerra fría entre los dos bloques rivales, o tras el hundimiento de la URSS y de los regímenes estalinianos. Nuestro análisis del militarismo, de la descomposición del capitalismo y de la crisis en los países del Este nos permitió percibir las grietas que acabarían haciendo desmoronarse al bloque del Este. La CCI fue así la primera organización en haber previsto la desaparición de ambos bloques, el regentado por la URSS y el regentado por los Estados Unidos, de igual modo que el declive de la hegemonía estadounidense y el desarrollo de la tendencia de “cada uno para sí” en el escenario imperialista con el final de la disciplina de los bloques militares ([5]).
La CCI fue capaz de comprender correctamente la dinámica de las tensiones imperialistas porque pudo analizar el desmoronamiento espectacular del bloque del Este y de los regímenes estalinistas en tanto que expresión de primera importancia de la entrada del capitalismo en la fase última de su decadencia: la de su descomposición. Ese marco de análisis fue la última contribución que legó a la CCI nuestro camarada MC ([6]), lo que le permitió encarar una situación histórica inédita y muy difícil. Desde hace más de 20 años, el crecimiento del fanatismo y el integrismo religioso, el desarrollo del terrorismo y del nihilismo, la multiplicación de los conflictos armados y su carácter cada vez más bárbaro, el resurgir de los pogromos (y, más en general, de una mentalidad de búsqueda de “chivos expiatorios”), confirman la validez de ese análisis.
La CCI entendió bien que la clase dominante iba a explotar a fondo el desmoronamiento del bloque del Este y del estalinismo, transformando esa expresión de la descomposición de su propio sistema en arma arrojadiza contra la clase obrera montando campañas a repetición sobre la “quiebra del comunismo”, pero subestimamos con creces la profundidad del impacto de esas campañas en la conciencia del proletariado y el desarrollo de sus luchas.
Subestimamos que la atmosfera deletérea de la descomposición social (como también la desindustrialización y las políticas de deslocalización en algunos países centrales del capitalismo) ha ido contribuyendo en minar la confianza en sí, la solidaridad del proletariado y reforzar la pérdida de son identidad de clase. Debido a esa subestimación de las dificultades del nuevo período abierto con el desmoronamiento del bloque del Este, la CCI tuvo tendencia a mantenerse en la ilusión de que la recrudescencia de la crisis económica y de los ataques contra la clase obrera iba a provocar necesaria y mecánicamente, “oleadas de luchas” que se desarrollarían con las mismas características y con el mismo modelo de los años 1970-80. Con toda la razón, saludamos, por ejemplo, el movimiento contra el CPE en Francia y el de los Indignados en España, pero también subestimamos las enormes dificultades ante las que hoy se encuentra la joven generación de la clase obrera para desarrollar una perspectiva a sus luchas (en particular, el peso de las ilusiones democráticas, el miedo y el rechazo a la palabra “comunismo”, el hecho de que esta generación no haya podido beneficiarse de la transmisión de la experiencia viva de la generación de trabajadores, jubilados hoy, que participaron en los combates de clase de los años 1970 y 1980). Esas dificultades no afectan sólo a la clase obrera en su conjunto, sino también a los jóvenes en búsqueda que quieren implicarse en una actividad politizada.
El aislamiento y la escasa influencia en la clase obrera y desde hace cuatro décadas, de la CCI (como de los demás grupos procedentes de la Izquierda Comunista), y sobre todo desde 1989, hacen evidente que la perspectiva de la revolución proletaria mundial está todavía muy lejos. Cuando su formación, la CCI no habría podido imaginarse que 40 años más tarde, la clase obrera no hubiera derribado al capitalismo. Esto no significa ni mucho menos que el marxismo se haya equivocado y que este sistema sea eterno. El error principal cometido es el haber subestimado la lentitud y el ritmo de la crisis aguda del capitalismo que resurgió al fin del periodo de reconstrucción de la segunda posguerra, así como también las capacidades de la clase dominante para frenar y acompañar el hundimiento histórico del modo de producción capitalista.
El Congreso también puso de relieve que nuestra última crisis interna (y las lecciones que de ella hemos sacado), ha permitido a la CCI empezar a reapropiarse claramente de una adquisición básica del movimiento obrero en la que Engels insistió: la lucha del proletariado tiene tres dimensiones: económica, política y teórica. Es ésta dimensión teórica la que el proletariado deberá desarrollar en sus luchas futuras para poder volver a encontrar su identidad de clase revolucionaria, resistir al peso de la descomposición social y platear su propia perspectiva de transformación de la sociedad. Como lo afirmaba Rosa Luxemburg, la revolución proletaria es ante todo un amplio “movimiento cultural” pues el objetivo de la sociedad comunista no será únicamente satisfacer las necesidades materiales vitales de la humanidad, sino también sus necesidades sociales, intelectuales y morales. A partir de la toma de conciencia de esa carencia en nuestra comprensión de la lucha del proletariado (típica de una tendencia “economicista” y materialista vulgar), pudimos no sólo identificar la naturaleza de nuestra crisis, sino también darnos cuenta de que esta crisis “intelectual y moral” que ya habíamos examinado en nuestra conferencia extraordinaria de 2014 ([7]) lleva en realidad durando desde hace más de 30 años, y eso porque la CCI ha adolecido de una falta de reflexión y de discusiones profundas sobre las raíces de todas las dificultades organizativas a las que ha estado enfrentada desde sus orígenes, y especialmente desde finales de los años 1980.
Para iniciar un balance crítico de los 40 años de existencia de la CCI, el Congreso centró sus trabajos en la discusión no solo de un Informe de actividad general sino también un Informe sobre el papel de la CCI “como fracción”.
Nuestra organización no ha tenido nunca la pretensión de ser un partido (y menos todavía el partido mundial del proletariado).
Como lo subrayan nuestros textos de fundación, “El esfuerzo de nuestra corriente para constituirse como polo de agrupamiento en torno a unas posiciones de clase se inscribe en un proceso que va hacia la formación del partido cuando haya luchas intensas y generalizadas. No pretendemos ser un “partido”” ([8]). La CCI debe hacer una labor con muchas similitudes con la de una fracción, aunque no sea una fracción.
Surgió, en efecto, tras una ruptura orgánica con las organizaciones comunistas del pasado, no surgió de una organización preexistente. No había ninguna continuidad organizativa con un grupo particular o un partido. El único camarada (MC) que venía de una fracción del movimiento obrero procedente de la IIIª Internacional, no podía representar la continuidad de un grupo aunque sí era el único “vínculo vivo” con el pasado del movimiento obrero. La CCI, al no haber estado arraigada ni haber venido de un partido que hubiera degenerado, traicionando los principios proletarios, pasándose al capital, no se fundó en un contexto de combate contra su degeneración. La primera tarea de la CCI, debido a la ruptura de la continuidad orgánica y a la profundidad de los 40 años de contrarrevolución, fue, primero, hacer suyas las posiciones de los grupos de la Izquierda Comunista que nos precedieron.
La CCI tenía pues que construirse y desarrollarse a escala internacional “a partir de cero” en cierto modo. La nueva organización internacional tenía que aprender sobre la marcha y en el tajo, en unas condiciones históricas nuevas y con una primera generación de militantes jóvenes e inexperimentados, surgida del movimiento estudiantil de Mayo del 68 y muy marcada por el peso de la pequeña burguesía, del inmediatismo, del ambiente “conflicto de generaciones” que se respiraba y de un miedo al estalinismo que en particular se plasmaba, desde el principio, en una desconfianza hacia la centralización.
Desde su fundación, la CCI hizo suya la experiencia de las organizaciones del movimiento obrero del pasado (de la Liga de los Comunistas, de la AIT, de la IIª Internacional, de Bilan, de la ICF) dándose unos Estatutos, principios de funcionamiento que son parte íntegra de su plataforma. Pero, contrariamente a las organizaciones del pasado, la CCI no se concibió como organización federalista compuesta por una adición de secciones nacionales, cada una con sus especificidades locales. Al constituirse de entrada como organización internacional y centralizada, la CCI se concebía como cuerpo unido internacionalmente. Sus principios de centralización garantizaban la unidad de la organización.
“Mientras que para Bilan y la Izquierda Comunista de Francia (ICF) – debido a las condiciones creadas por la contrarrevolución – era imposible crecer y construir una organización en varios países, la CCI emprendió la tarea de construir una organización internacional sobre posiciones sólidas (…) Como expresión que era del curso histórico recientemente abierto a los enfrentamientos de clase (…), la CCI ha sido internacional y ha estado centralizada internacionalmente desde el principio, mientras que las demás organizaciones de la Izquierda Comunista del pasado se limitaban a uno o dos países” ([9]).
A pesar de esas diferencias con Bilan y la ICF, el Congreso recalcó que la CCI tenía un papel similar al de una fracción: el de ser un puente entre el pasado (tras un período de ruptura) y el futuro. “La CCI no se define a sí misma ni como partido ni como “partido en miniatura”, sino como una “fracción en cierto modo”” ([10]). La CCI debía ser un polo de referencia, de agrupamiento internacional y de transmisión de las lecciones de la experiencia del movimiento obrero del pasado. Debía también evitar todo planteamiento dogmático, sabiendo criticar cuando fuera necesario las posiciones erróneas o ya caducas, para avanzar y mantener vivo el marxismo.
La reapropiación de las posiciones de la Izquierda Comunista en la CCI se empezó a realizar con relativa rapidez aunque su asimilación estuvo marcada desde el principio por una gran heterogeneidad. “Reapropiación no quería decir que hubiéramos alcanzado la claridad y la verdad de una vez por todas, o que nuestra plataforma se hubiera hecho “invariable” (…) La CCI modificó su plataforma a principio de los años 1980 tras un intenso debate” ([11]). Gracias a esa reapropiación y basándonos en ella, la CCI pudo llevar a cabo elaboraciones teóricas a partir del análisis de la situación internacional (por ejemplo, la crítica de la teoría de Lenin de los "eslabones débiles", tras la derrota de la huelga de masas en Polonia en 1980 ([12]), el análisis de la descomposición como fase última de la decadencia del capitalismo anunciadora del hundimiento de la URSS) ([13]).
Desde el principio, la CCI adoptó el método de Bilan y la ICF, los cuales, a lo largo de toda su existencia, insistieron en la necesidad de un debate internacional (incluso en las condiciones de represión, del fascismo y de la guerra) para esclarecer las posiciones respectivas de los diferentes grupos, comprometiéndose en las polémicas sobre cuestiones de principio. Inmediatamente después de la fundación de la CCI en enero de 1975, retomamos ese método entablando debates públicos y polémicas, no ya con vistas a un agrupamiento precipitado sino para favorecer la clarificación.
Desde los albores de su existencia, la CCI siempre ha defendido la idea de que existe un "medio político proletario" delimitado por principios y lo ha hecho todo por desempeñar un papel dinámico en el proceso de clarificación en dicho medio.
La trayectoria de la Izquierda Comunista de Italia estuvo marcada desde su nacimiento hasta su fin, por combates incesantes por la defensa de los principios del movimiento obrero y del marxismo. Esa ha sido también una preocupación permanente de la CCI durante toda su existencia ya sea en los debates polémicos hacia fuera ya en los combates políticos que ha habido que llevar a cabo en la organización misma, especialmente en las situaciones de crisis.
Bilan y la ICF estaban convencidos de que su papel también era la “formación de cuadros”. Aunque este concepto de “cuadros” sea muy discutible y pueda ser confuso, la preocupación principal de aquéllos era perfectamente válida: se trataba de formar la futura generación de militantes trasmitiéndoles las lecciones de la experiencia histórica para que recogiera la antorcha y prosiguiera la labor de la generación anterior.
Las fracciones del pasado no desaparecieron únicamente a causa del peso de la contrarrevolución. Sus análisis erróneos de la situación histórica también contaron en su desaparición. La ICF se disolvió tras el análisis erróneo del estallido inminente e ineluctable de una tercera guerra mundial. La CCI es la organización internacional con la vida más larga en la historia del movimiento obrero. Sigue existiendo después de 40 años de haberse fundado. No nos han aniquilado las diferentes crisis sufridas. A pesar de haber perdido muchos militantes, la CCI ha conseguido mantener la mayoría de sus secciones fundadoras y constituir nuevas secciones que han permitido difundir nuestra prensa en diferentes lenguas, países y continentes.
El Congreso puso sin embargo en evidencia, con lucidez, que la CCI sigue bajo el pesado fardo de las condiciones históricas de sus origines, unas condiciones históricas desfavorables. Hay en nuestro seno una generación “perdida” después de 1968 y una generación “ausente” (a causa del impacto prolongado de las campañas anticomunistas tras el hundimiento del bloque del Este). Esta situación ha acabado siendo un obstáculo para consolidar la organización en su actividad a largo plazo. Nuestras dificultades se han agravado más todavía desde finales de los años 1980 por el peso de la descomposición que afecta a la sociedad entera, incluida la clase obrera y sus organizaciones revolucionarias.
De igual modo que Bilan y la GCF fueron capaces de luchar “a contracorriente”, la CCI, para asumir ser el puente entre pasado y futuro, debe hoy desarrollar ese mismo espíritu combativo a sabiendas de que también vamos “contra la corriente”, estamos aislados y separados del conjunto de la clase obrera (como las demás organizaciones de la Izquierda Comunista). Por mucho que ya no estemos en periodo de contrarrevolución, la situación histórica iniciada tras el desmoronamiento del bloque del Este y las enormes dificultades del proletariado para reencontrar su identidad de clase revolucionaria y su perspectiva, (a lo que hay que añadir todas las campañas burguesas para desprestigiar a la Izquierda Comunista) han reforzado ese aislamiento. “El puente al que debemos contribuir será uno que pasará por encima de la generación “perdida” de 1968 y por encima del desierto de la descomposición hacia las generaciones futuras” ([14]).
Los debates del Congreso insistieron en que la CCI, al filo de los años (y sobre todo desde la desaparición de nuestro compañero MC, ocurrida poco después de la caída del estalinismo), se ha olvidado en gran parte de que debe proseguir la labor de las fracciones de la Izquierda Comunista. Esto se ha plasmado en la subestimación de que nuestra tarea principal es la de la profundización teórica ([15]) (que no debe dejarse en manos de unos cuantos “especialistas”) y de la construcción de la organización mediante la formación de nuevos militantes a los que hay que transmitir la cultura de la teoría. El Congreso constató que la CCI ha fracasado en la transmisión a los nuevos camaradas, durante los 25 últimos años, el método de la Fracción. En lugar de transmitirles el método de construcción a largo plazo de una organización centralizada, hemos tendido a transmitirles la visión de la CCI como un “mini-partido” ([16]) cuya tarea principal sería intervenir en las luchas inmediatas de la clase obrera.
Cuando se fundó la CCI, a MC le incumbió una responsabilidad inmensa, pues era el único camarada que podía transmitir a una nueva generación el método del marxismo, de construcción de la organización, de defensa intransigente de sus principios. Hay hoy en la organización bastantes más militantes experimentados (que ya estaban presentes cuando la fundación de la CCI), pero sigue habiendo un peligro de “ruptura orgánica” a causa de nuestras dificultades para realizar esa labor de transmisión.
De hecho, las condiciones presentes en la fundación de la CCI fueron un enorme obstáculo para la construcción de la organización a largo plazo. La contrarrevolución estaliniana fue la más larga y más profunda de toda la historia del movimiento obrero. Nunca antes, desde la Liga de los Comunistas, había habido discontinuidad, ruptura orgánica entre generaciones de militantes. Siempre hubo un vínculo vivo entre una organización y la siguiente y la labor de transmisión nunca recayó en los hombros de un único individuo. La CCI es la única organización que haya conocido tal inédita situación. Esa ruptura orgánica que duró varias décadas fue una debilidad muy difícil de superar, agravándose más todavía por la resistencia de la joven generación surgida tras Mayo del 68 a “aprender” de la experiencia de la generación anterior. El peso de las ideologías de la pequeña burguesía rebelde, del medio estudiantil contestatario y muy marcado por el “conflicto de generaciones” (por el hecho de que la generación precedente era precisamente la que había vivido en lo más hondo de la contrarrevolución) reforzó más todavía el peso de la ruptura orgánica con la experiencia viva del movimiento obrero del pasado.
Y, obviamente, la desaparición de MC, cuando se estaba iniciando el período de descomposición del capitalismo, haría todavía más difícil la capacidad de la CCI para superar sus debilidades congénitas.
La pérdida de la sección de la CCI en Turquía ha sido la manifestación más evidente de esas dificultades en transmitir a jóvenes militantes el método de la Fracción. El Congreso hizo una crítica muy severa de nuestro error, el de haber integrado prematura y precipitadamente a esos antiguos camaradas aun cuando no habían comprendido realmente los Estatutos y los principios organizativos de la CCI (con una fuerte tendencia localista, federalista, que concebía la organización como una agregación de secciones “nacionales” y no como un cuerpo unido y centralizado a escala internacional).
El Congreso subrayó también que el peso del espíritu de círculo (y dinámicas de clanes) ([17]), algo que es parte de las debilidades congénitas de la CCI, ha sido un obstáculo permanente para su labor de asimilación y transmisión de las lecciones de la experiencia del pasado a los nuevos militantes.
Las condiciones históricas en las que ha vivido la CCI han cambiado desde su fundación. Durante los primeros años de nuestra existencia, pudimos intervenir en una clase obrera que estaba llevando a cabo luchas significativas. Hoy, tras casi 25 años de un casi estancamiento de la lucha de clases a nivel internacional, la CCI debe ahora empeñarse en una tarea parecida a la de Bilan en su tiempo: comprender las razones del fracaso de la clase obrera para reencontrar una perspectiva revolucionaria casi medio siglo después de la reanudación histórica de la lucha de clases a finales de los años 1960.
“El que seamos casi los únicos en examinar unos problemas colosales puede prejuzgar los resultados, pero no la necesidad de una solución” ([18]).
“Ese trabajo no solo debe hacerse sobre los problemas que debemos resolver hoy para establecer nuestra táctica, sino sobre los problemas que se le plantearán mañana a la dictadura del proletariado” ([19]).
Los debates sobre el balance crítico de los cuarenta años de existencia de la CCI non han impulsado a tomar plena conciencia del peligro de esclerosis y de degeneración, una amenaza que siempre planea sobre las organizaciones revolucionarias. Ninguna organización revolucionaria ha estado nunca inmunizada contra ese peligro. Al SPD (Partido Socialdemócrata de Alemania) lo gangrenó el oportunismo, hasta que acabó por poner totalmente en entredicho los fundamentos del marxismo, en gran parte porque había abandonado toda labor teórica en beneficio de las tareas inmediatas con las que recabar influencia en las masas obreras mediante sus éxitos electorales. En realidad, el proceso de degeneración del SPD empezó mucho antes de que abandonara el trabajo teórico. Se inició desmantelando poco a poco la solidaridad entre les militantes a causa de la abolición de las leyes antisocialistas (1878-1890) y la legalización del SPD. La solidaridad entre los militantes, una exigencia durante el periodo precedente ya no aparecía como una evidencia pues ya no corrían el riesgo de la represión y la necesidad de la clandestinidad. Tal destrucción de la solidaridad (favorecida por las condiciones “confortables” de la democracia burguesa) abrió las compuertas a una perversión moral creciente en el seno del SPD, partido que era además el faro del movimiento obrero internacional, que se expresó, por ejemplo, en la propagación de los chismes y embustes más repugnantes contra la representante más intransigente de su ala izquierda, Rosa Luxemburg ([20]). Fue el conjunto de esos factores (y no solo el oportunismo y el reformismo) lo que abrió las compuertas a un largo proceso de degeneración interna hasta el desmoronamiento del SPD en 1914 ([21]). La CCI sólo había tratado la cuestión de los principios morales desde un punto de vista empírico, práctico, en particular con la crisis de 1981 cuando nos enfrentamos, por primera vez, a comportamientos de rufián con el robo de nuestro material por la gente de la tendencia Chénier ([22]). Si la CCI no había abordado esa cuestión en un plano teórico, fue porque había un rechazo y cierta “fobia” a la palabra “moral” cuando la CCI se fundó. La joven generación surgida del movimiento de Mayo del 68 no quería (al contrario de MC) que la palabra “moral” apareciera en los Estatutos de la CCI (mientras que la idea de una moral proletaria sí que figuraba en los Estatutos de la ICF). Tal aversión por la “moral” seguía siendo una expresión más de la ideología y de las perspectivas propias de la pequeña burguesía estudiantil de aquel entonces.
Solo será cuando vuelvan a repetirse, en la crisis de 2001, los comportamientos rufianescos por parte de unos exmilitantes que después formarían la FICCI, cuando la CCI comprendió la necesidad de volver a hacer suyo en el plano teórico, lo adquirido por el marxismo sobre el tema de la moral. Se necesitaron décadas para que empezáramos a comprender lo necesario que era colmar esa brecha. Y será tras nuestra última crisis cuando la CCI empezó a reflexionar para entender mejor lo que quería decir Rosa Luxemburg cuando afirmaba que “el partido del proletariado es la conciencia moral de la revolución”.
El movimiento obrero en su conjunto ha desdeñado esa problemática. El debate en la época de la Segunda Internacional no se desarrolló suficientemente (por ejemplo, en torno al libro de Kautsky Ética y concepción materialista de la Historia) y la pérdida moral fue un factor decisivo en su degeneración. Los grupos de la Izquierda Comunista tuvieron el valor de defender en la práctica los principios morales proletarios, pero ni Bilan, ni la ICF hablaron de este tema desde un enfoque teórico. Por eso, las dificultades de la CCI en esa materia deben ser contempladas a la luz del trato insuficiente que tuvo en el movimiento revolucionario durante el siglo XX.
Hoy, el riesgo de degeneración moral de las organizaciones revolucionarias se ha agravado con los miasmas que acarrean la putrefacción y la barbarie de la sociedad capitalista. Y ese problema no sólo afecta a la CCI sino a todos los demás grupos de la Izquierda Comunista.
Después de nuestra última Conferencia Extraordinaria que se había centrado en identificar la dimensión moral de la crisis de la CCI, el Congreso se dio como objetivo discutir sobre la dimensión intelectual. A lo largo de toda su existencia, la CCI no ha dejado de insistir con regularidad en sus dificultades para profundizar las cuestiones teóricas. La tendencia a perder de vista lo que debe realizar nuestra organización en el período histórico actual, el inmediatismo en nuestros análisis, las tendencias activistas y obreristas en nuestra intervención, el desprecio por el trabajo teórico y de búsqueda de la verdad han sido el caldo de cultivo para la emergencia de esa crisis.
Nuestra subestimación recurrente de la elaboración teórica (especialmente en materia organizativa) tiene sus raíces en los orígenes de la CCI: el impacto de la revuelta estudiantil con su componente academicista (de naturaleza pequeño burguesa) a la que se oponía una tendencia activista “obrerista” (de naturaleza izquierdista) que confundía anti-academicismo y desprecio de la teoría. Y eso en un ambiente de contestación pueril de la “autoridad” (representada por el “viejo” MC). A partir del final de los años 1980, la subestimación de la labor teórica de la organización se nutrió del ambiente letal de la descomposición social que tiende a destruir el pensamiento racional en beneficio de creencias y prejuicios obscurantistas, que sustituye la cultura de la teoría por la “cultura” del chismorreo ([23]). La pérdida de lo que hemos adquirido (y el peligro de esclerosis que acarrea) es una consecuencia directa de esa ausencia de cultura de la teoría. Frente a la presión de la ideología burguesa, las adquisiciones de la CCI (ya sea en lo programático, en nuestros análisis o en el plano organizativo) solo pueden mantenerse si se enriquecen constantemente mediante la reflexión y el debate teórico.
El Congreso subrayó que la CCI sigue estando afectada por su “pecado juvenil”, el inmediatismo, que nos hace perder de vista, de manera recurrente, el marco histórico y el largo plazo en el que se inscribe la función de la organización. La CCI se formó con el agrupamiento de jóvenes militantes que se politizaron cuando se produjo la reanudación espectacular de los combates de clase (en Mayo del 68). Muchos de ellos albergaban la ilusión de que la revolución estaba ya en marcha. Los más impacientes e inmediatistas se desmoralizaron y abandonaron su compromiso militante. Pero esa debilidad permaneció también entre quienes se quedaron en la CCI. El inmediatismo sigue influenciándonos y expresándose a menudo. El Congreso ha tomado conciencia de que esa debilidad podría sernos fatal, pues asociada a la perdida de lo adquirido, al desprecio de la teoría, acaba desembocando en oportunismo, algo que siempre acaba socavando los cimientos de la organización.
El Congreso ha recordado que el oportunismo (y su variante, el centrismo) es resultado de la infiltración permanente de la ideología burguesa y pequeñoburguesa en las organizaciones revolucionarias, ideologías contra las cuales se requiere una vigilancia y un combate sin tregua. Aunque la organización de los revolucionarios sea un “cuerpo extraño”, antagónico al capitalismo, sí que surge y vive en el seno de la sociedad de clases y por ello está contantemente amenazada por la infiltración de ideologías y prácticas ajenas al proletariado, por derivas que ponen en entredicho las adquisiciones del marxismo y del movimiento obrero. Durante sus 40 años de existencia, la CCI ha debido defender constantemente sus principios y combatir en su seno, en arduos debates, todas esas ideologías que se expresaron, entre otras cosas, en desviaciones izquierdistas, modernistas, anarco-libertarias, consejistas…
El Congreso se ocupó también de las dificultades de la CCI para superar otra gran debilidad de sus orígenes: la mentalidad o espíritu de círculo y su manifestación más destructora: el espíritu de clan ([24]). La mentalidad de círculo es, como lo muestra la historia de la CCI, una de las ponzoñas más peligrosas para la organización, por diferentes razones. Lleva en sí la posibilidad de transformar a la organización revolucionaria en mero agrupamiento de amigos, desnaturalizando su esencia política de emanación e instrumento del combate de la clase obrera. Con la personalización de las cuestiones políticas, mina la cultura del debate y la clarificación de los desacuerdos que se realizan mediante la confrontación, coherente y racional, de los argumentos. La formación de clanes o de círculos de amigos que se enfrentan a la organización o a algunas de sus partes destruye la labor colectiva, la solidaridad y la unidad de la organización. Al estar nutrido de resortes emotivos, irracionales, al funcionar movido por relaciones de fuerza e inquinas personales, la mentalidad de círculo se opone al trabajo del pensamiento, a la cultura de la teoría en provecho del gusto por el cotilleo, los rumores “entre amiguetes” y la calumnia, socavando así la salud moral de la organización.
La CCI no ha logrado quitarse de encima la mentalidad de círculo a pesar de todos los combates realizados durante sus cuarenta años de vida. La persistencia de ese veneno se explica por los orígenes de la CCI, formada a partir de círculos y en un ambiente de “familia” en el que los afectos (simpatías o antipatías personales) acaban anteponiéndose a la solidaridad necesaria entre militantes que luchan por la misma causa y están unidos en torno a un mismo programa. El peso de la descomposición social y la tendencia a “cada uno para sí”, a lo irracional, ha agravado más todavía esa debilidad de origen. Y sobre todo, la ausencia de discusiones teóricas profundizadas cobre cuestiones organizativas no ha permitido a la organización en su conjunto superar esa “enfermedad infantil” de la CCI y del movimiento obrero. El Congreso subrayó (retomando la constatación que en su tiempo hiciera ya Lenin en 1904 en su obra Un paso adelante, dos pasos atrás) que el espíritu de círculo se debe esencialmente a la presión de la ideología de la pequeña burguesía.
Para enfrentar todas esas dificultades, y ante la gravedad de lo que está en juego en el periodo histórico actual, el Congreso puso de relieve que la organización debe desarrollar un espíritu de combate contra la influencia de la ideología dominante, contra el peso de la descomposición social. Eso significa que la organización revolucionaria debe luchar permanentemente contra la rutina, la superficialidad, la pereza intelectual, el esquematismo, desarrollar el espíritu crítico identificando con lucidez sus errores e insuficiencias teóricas.
“La conciencia socialista precede y condiciona la acción revolucionaria de la clase obrera” ([25]), el desarrollo del marxismo es la tarea central de todas las organizaciones revolucionarias. El Congreso destacó como orientación prioritaria para la CCI, el fortalecimiento colectivo de su labor de profundización, de reflexión, apropiándose la cultura marxista de la teoría en todos nuestros debates internos.
En 1903, Rosa Luxemburg lamentaba de esta manera el abandono de la profundización de la teoría marxista: “Es únicamente en el terreno económico en el que podemos hablar de una construcción en Marx perfectamente acabada. En cambio, en la parte de sus escritos más valiosa, o sea la concepción materialista, dialéctica de la historia, no se nos presenta sino como un método de investigación, unas ideas directrices generales, que permiten entrever un mundo nuevo (…) Sin embargo, incluso en este terreno la herencia marxista, salvo pocas excepciones, no ha sido aprovechada. Esta arma nueva y espléndida se herrumbra por falta de uso; la teoría del materialismo histórico está tan incompleta y fragmentaria como nos la dejaron sus creadores cuando la formularon por primera vez. (…) Es hacerse ilusiones el pensar que la clase obrera, en plena lucha, podría, gracias al contenido mismo de su lucha de clase, ejercer al infinito su actividad creadora en el ámbito teórico” ([26]).
La CCI está hoy en un período de transición. Gracias al balance crítico que ha entablado, a su capacidad para examinar sus debilidades, para reconocer sus errores, la CCI está haciendo una crítica radical de la visión de la actividad militante que hasta ahora hemos tenido, de las relaciones entre militantes y de los militantes respecto a la organización, como línea directriz la cuestión de la dimensión intelectual y moral de la lucha del proletariado. Debemos pues comprometernos con un verdadero “renacimiento cultural” para poder seguir “aprendiendo” para así asumir nuestras responsabilidades. Es un proceso largo y difícil, pero vital para el porvenir.
A lo largo de toda su existencia, la CCI ha tenido que entablar combates permanentes por la defensa de sus principios, contra la presión ideológica de la sociedad burguesa, contra los comportamientos antiproletarios o las maniobras de aventureros sin principios. La defensa de la organización es una responsabilidad política y también es un deber moral. La organización revolucionaria no pertenece a los militantes, sino a la clase obrera. Es una expresión de su lucha histórica, un instrumento de su combate por el desarrollo de su conciencia para la transformación revolucionaria de la sociedad.
El Congreso ha insistido en que la CCI es un “cuerpo extraño” en la sociedad, antagónico, y enemigo del capitalismo. Es por eso precisamente por lo que la clase dominante se interesa de cerca a nuestras actividades desde que nacimos. Y eso no tiene nada que ver ni con paranoias ni con “teorías complotistas”. Los revolucionarios no deben ser unos ingenuos como quienes ignoran la historia del movimiento obrero y menos todavía dejarse llevar por los cantos de sirena de la democracia burguesa (y su “libertad de expresión”). Si la CCI no está hoy sometida a la represión directa del Estado capitalista, es porque nuestras ideas siguen siendo muy minoritarias y no son un peligro inmediato para la clase dominante. Al igual que Bilan y la ICF, nosotros nadamos “contra la corriente”. Pero aunque la CCI no tenga hoy ninguna influencia directa e inmediata en el curso de las luchas de la clase obrera, cuando difunde sus ideas va sembrando, sin embargo, las semillas del futuro. Por eso es por lo que a la burguesía le interesa que desaparezca la CCI, la única organización internacional centralizada de la Izquierda Comunista con secciones en diferentes países y continentes.
Eso es también lo que estimula el odio de elementos desclasados ([27]) siempre al acecho de los “signos anunciadores” de nuestra desaparición. La clase dominante estará satisfecha de ver a toda una caterva de individuos que dicen reivindicarse de la Izquierda Comunista agitándose en torno a la CCI (a través de blogs, páginas web, foros de Internet, Facebook y demás redes sociales), propalando patrañas, calumnias contra la CCI, ataques repugnantes y usando métodos policiacos dirigidos repetidamente y hasta la náusea, contra algunos de nuestros militantes.
El Congreso puso de relieve que la recrudescencia de los ataques contra la CCI de ese medio parásito ([28]), el cual intenta recuperar y falsear la labor militante de los grupos de la Izquierda Comunista, es una expresión de la putrefacción de la sociedad burguesa.
El Congreso ha tomado plena conciencia de la nueva dimensión tomada por el parasitismo desde el principio del periodo de descomposición. Su objetivo, lo confiesen o no, es hoy no sólo sembrar la confusión, sino sobre todo esterilizar las fuerzas potenciales que podrían politizarse en torno a las organizaciones históricas de la Izquierda Comunista. Procuran así construir una especie de “cordón sanitario” (en particular, agitando el espectro del estalinismo que seguiría rondando por el interior de la CCI…) para impedir que haya elementos jóvenes que se acerquen a nuestra organización. Esa labor de zapa completa hoy las campañas anticomunistas desencadenadas por la burguesía cuando se hundieron los regímenes estalinianos. El parasitismo es el mejor aliado de la burguesía decadente contra la perspectiva revolucionaria del proletariado.
Ahora que el proletariado encuentra enormes dificultades para reencontrar su identidad de clase revolucionaria y reanudar con su propio pasado, las calumnias, los ataques y la nauseabunda mentalidad de unos individuos que reivindican la Izquierda Comunista y denigran a la CCI lo único que hacen es bailarle el agua a la clase dominante y defender sus intereses. Al asumir la defensa de la organización, nosotros no defendemos nuestro “cotarro”. Para la CCI se trata de defender los principios del marxismo, de la clase revolucionaria y de la Izquierda Comunista que corren el riesgo de quedar anegadas en la ideología del “no future” que el parasitismo arrastra consigo.
Reforzar la defensa pública e intransigente de la organización es una orientación que el Congreso se ha dado. La CCI es perfectamente consciente de que esa orientación puede no ser entendida por el momento, ser criticada porque no haría “juego limpio”, y por lo tanto llevarla a un mayor aislamiento todavía. Lo que en realidad sería peor sería dejar que el parasitismo hiciera su faena destructiva sin reacción en contra. El Congreso también en eso dejó claro que la CCI debe tener la valentía de “nadar a contracorriente”, de igual modo que ha tenido el ánimo de hacer una crítica implacable de sus errores y dificultades durante este Congreso y dar cuenta de ello públicamente.
‘‘La autocrítica, la crítica cruel e implacable que va hasta la raíz del mal, es vida y aliento para el proletariado. (…) Pero no estamos perdidos y la victoria será nuestra si no nos hemos olvidado cómo se aprende. Y si los dirigentes modernos del proletariado no saben cómo se aprende, caerán para “dejar lugar para los que sean más capaces de enfrentar los problemas del mundo nuevo’” ([29]).
CCI, diciembre de 2015
[1] Bilan, o sea “balance” fue, entre 1933 et 1938, el nombre de la publicación en francés de la Fracción de Izquierda del Partido Comunista de Italia, cambiada en 1935, en Fracción Italiana de la Izquierda Comunista.
[2] Ver nuestro artículo “Conferencia internacional extraordinaria de la CCI: la “noticia” de nuestra desaparición es un tanto exagerada” (Revista Internacional no 153, 2014) (https://es.internationalism.org/en/node/4042 [2])
[3] Léase, en francés, "Ressorts, contradictions et limites de la croissance en Asie de l’Est"
(https://fr.internationalism.org/ICConline/2008/crise_economique_Asie_Sud_est.htm [3])
[4] Este análisis es actualmente objeto de una discusión y de profundización en nuestra organización.
[5] Ver, entre otros, nuestro artículo “Tras el hundimiento del bloque del este, inestabilidad y caos” (1990) en la Revista Internacional no 61 (https://es.internationalism.org/node/2114 [4])
[6] MC (Marc Chirik) fue un militante de la Izquierda Comunista. Nació en Kishinev (actual Chisináu, Moldavia, en aquel entonces Besarabia) en 1907y murió en París en 1990. Su padre era rabino y su hermano mayor secretario del partido bolchevique de la ciudad. Junto a él, Marc asistió a las revoluciones de febrero y octubre de 1917. En 1919, escapando a los pogromos antijudíos de los ejércitos blancos rumanos, toda la familia emigra a Palestina donde Marc, con apenas 13 años, se hace miembro del Partido Comunista de Palestina fundado por su hermano y hermanas mayores que él. Entra muy pronto en desacuerdo con la posición de la Internacional Comunista de apoyo a las luchas de liberación nacional lo que le cuesta una primera exclusión de ella en 1923. En 1924, mientras que algunos miembros de la fratría vuelven a Rusia, Marc y uno de sus hermanos se van a vivir a Francia. Marc ingresa en el Partido Comunista de Francia donde muy rápidamente entabla el combate contra la degeneración del partido, siendo al cabo excluido en febrero de 1928. Fue miembro durante un tiempo de la Oposición de Izquierda internacional animada por Trotski, entablando el combate contra su deriva oportunista, participando luego en noviembre de 1933, junto a Gaston Davoust (Chazé), en la fundación de la Unión Comunista que publica La Internacional. Cuando la Guerra de España, ese grupo adopta una posición ambigua sobre la cuestión del antifascismo. Tras haber llevado a cabo un combate contra esa ambigüedad, MC se une, a primeros de 1938, a la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista con la que entra en contacto y que defiende une posición verdaderamente proletaria e internacionalista al respecto. Poco después entabla un nuevo combate contra los análisis de Vercesi, principal animador de esa organización, el cual defiende la idea de que los diferentes conflictos militares que se extendían en aquel entonces no eran la preparación de una nueva guerra mundial, sino que debían servir para aplastar al proletariado impidiéndole así lanzarse a una nueva revolución. Por eso hubo una desbandada en la Izquierda Italiana cuando se declaró la guerra mundial en septiembre de 1939. Vercesi teorizó una política de repliegue político durante el período de guerra, mientras que Marc agrupaba en el sur de Francia a los miembros de la Fracción que se negaron a seguir a Vercesi en su repliegue. En las perores condiciones que pueda uno imaginarse, Marc y un pequeño núcleo de militantes prosiguen la labor realizada por la Fracción Italiana desde 1928. En 1945, sin embargo, al enterarse de la formación en Italia del Partito Comunista Internazionalista que se reivindica de la Izquierda Comunista italiana, la Fracción decide disolverse y que sus miembros se integren individualmente en el nuevo partido. Marc, en desacuerdo con esa decisión, que iba en contra de la orientación que antes era la que distinguía precisamente a la Fracción italiana, se une a la Fracción francesa de la Izquierda Comunista (de cuyas posiciones era ya inspirador) que será poco más tarde la Izquierda Comunista de Francia (ICF o GCF). Este grupo publicará 46 números de su revista Internationalisme, prosiguiendo la reflexión teórica realizada antes por la Fracción, inspirándose en especial de los aportes de la Izquierda Comunista germano-holandesa. En 1952, pensando que el mundo se dirigía hacia una nueva guerra mundial cuyo principal campo de batalla sería otra vez Europa, lo cual habría amenazado de aniquilamiento a las minúsculas fuerzas revolucionarias supervivientes, la ICF decidió que varios de sus militantes se dispersaran por otros continentes, yéndose Marc a vivir Venezuela. Ése fue uno de los errores principales de la ICF y de MC cuyas consecuencias fueron la desaparición de hecho de la organización. Pero ya a partir de 1964, Marc agrupa en torno a él a unas cuantas personas muy jóvenes con los que va a formar el grupo Internacionalismo. En mayo 1968, en cuanto se entera de que se ha iniciado la huelga generalizada en Francia, Marc se va a ese país para volver a tomar contacto con sus antiguos camaradas, desempeñando un papel decisivo, junto con un joven que había sido miembro de Internacionalismo en Venezuela, en la formación del grupo Révolution Internationale, grupo que impulsará el agrupamiento internacional del que surgirá, en enero de 1975, la Corriente Comunista Internacional. Marc Chirik, hasta su último aliento, en diciembre de 1990, va a desempeñar un papel esencial en la vida de la CCI, especialmente en la transmisión de las adquisiciones organizativas de la experiencia pasada del movimiento obrero y en sus avances teóricos. Hay dos artículos en nuestra Revista Internacional nos 65 y 66 en los que nuestros lectores podrán tomar más amplio conocimiento de la biografía de MC (/revista-internacional/200608/1053/marc-de-la-revolucion-de-octubre-1917-a-la-ii-guerra-mundial [5], en español y https://fr.internationalism.org/rinte66/marc.htm [6], en francés).
[7] Ver nuestro artículo sobre la Conferencia extraordinaria en la Revista Internacional no 153
[8] Revista Internacional no 1, “Balance de la Conferencia Internacional de la CCI”.
[9] Informe sobre el papel de la CCI como “fracción”.
[10] Informe sobre el papel de la CCI como “fracción” presentado en el Congreso.
[11] Idem.
[12] Ver nuestros documentos publicados en la Revista Internacional "Las condiciones históricas de la generalización de la lucha de la clase obreras" (en francés e inglés, n no 26, 1982) (https://fr.internationalism.org/rinte26/generalisation.htm#_ftnref2 [7]) ; "El proletariado de Europa Occidental en una posición central de la generalización de la lucha de clases [8]" (no 31, 1982). “Debate: acerca de la crítica de la teoría del eslabón más débil”” (no 37, en francés e inglés) (https://fr.internationalism.org/rinte37/debat.htm [9]).
[13] Revista Internacional no 62, “La descomposición: fase última de la decadencia del capitalismo”, punto 13 (https://es.internationalism.org/node/2123 [10])
[14] Idem.
[15] Eso no significa ni mucho menos que tal profundización no sea pertinente en un período revolucionario o de movimientos importantes de la clase obrera en la que la organización pueda ejercer una influencia determinante sobre los combates de la clase. Lenin, por ejemplo, redactó su obra teórica más importante, El Estado y la revolución en plenos acontecimientos revolucionarios de 1917. Y Marx publicó El Capital, en 1867, mientras estaba plenamente comprometido en la acción de la AIT desde septiembre de 1864.
[16] Esa noción de "minipartido" o "partido en miniatura" contiene la idea de que incluso en periodos en los que la clase obrera no realiza combates de envergadura, una pequeña organización revolucionaria podría tener un impacto parecido (a una escala más reducida) al de un partido en pleno sentido de la palabra. Tal idea está en contradicción total con el análisis desarrollado por Bilan que subraya la diferencia cualitativa fundamental entre el papel de un partido y el de una fracción. Cabe señalar que la Tendencia Comunista Internacionalista, por mucho que reivindique la herencia de la Izquierda Comunista Italiana, no tiene las cosas nada claras al respecto pues su sección en Italia sigue llamándose hoy "Partito Comunista Internazionalista".
[17] Sobre esto, puede leerse “Documentos de la vida de la CCI - La cuestión del funcionamiento organizativo en la CCI” en la Revista Internacional no 109, especialmente el punto “3.1. La relación entre organización y militantes” (https://es.internationalism.org/Rint109%20-%20FuncionamientoCCI [11])
[18] Bilan no 22, septiembre de 1935, “Proyecto de resolución sobre los problemas de los lazos internacionales”.
[19] Internationalisme no 1, enero de 1945, “Resolución sobre las tareas políticas”.
[20] Esas campañas repugnantes contra Rosa Luxemburg sirvieron, en cierto modo, de preparación de su asesinato ordenado por el gobierno dirigido por el SPD durante la semana sangrienta de Berlín en enero de 1919 y más en general de los llamamientos al pogromo contra los espartaquistas lanzados por ese mismo gobierno.
[21] Véase nuestro articulo “1914 – El camino hacia la traición de la socialdemocracia alemana” en el no 153 de la Revista Internacional (2015) https://es.internationalism.org/revistainternacional/201504/4097/1914-el... [12].
[22] Sobre “el asunto Chénier” ver nuestro artículo de la Revista Internacional no 28 “Convulsions actuelles du milieu révolutionnaire” (https://fr.internationalism.org/rinte28/mpp.htm [13]), sobre todo los capítulos “Les difficultés organisationnelles” y “Les récents événements”.
[23] “Los diferentes factores que son la fuerza del proletariado chocan directamente con las diferentes facetas de la descomposición ideológica:
-la acción colectiva, la solidaridad, encuentran frente a ellas la atomización, el «sálvese quien pueda» el «arreglárselas por su cuenta»;
-la necesidad de organización choca contra la descomposición social, la dislocación de las relaciones en que se basa cualquier vida en sociedad;
-la confianza en el porvenir y en sus propias fuerzas se ve minada constantemente por la desesperanza general que invade la sociedad, el nihilismo, el “no future”;
-la conciencia, la clarividencia, la coherencia y unidad de pensamiento, el gusto por la teoría, deben abrirse un difícil camino en medio de la huida hacia quimeras, drogas, sectas, misticismos, rechazo de la reflexión y destrucción del pensamiento que están definiendo a nuestra época”” (Mayo de 1990 Revista Internacional no 62, “La descomposición: fase última de la decadencia del capitalismo”, punto 13 (https://es.internationalism.org/node/2123 [10]).
[24] Ver la nota 17.
[25] Internationalisme, “Naturaleza y función del partido político del proletariado”.
[26] Rosa Luxemburg, Estancamiento y progreso el del marxismo.
[27] Ver “Construcción de la organización revolucionaria - Tesis sobre el parasitismo” (el punto 20 en especial) publicado en la Revista Internacional no 94 (1998) (https://es.internationalism.org/book/export/html/1196 [14])
[28] Ver nuestras “Tesis sobre el parasitismo”, cf. nota anterior.
[29] Rosa Luxemburg, La crisis de la socialdemocracia.
Como se dice en el artículo "40 años después de la fundación de la Corriente Comunista Internacional, ¿Qué balance y qué perspectivas para nuestra actividad?", el XXI congreso de la CCI adoptó un informe sobre el papel de la CCI como "Fracción". Tal informe tenía dos partes, una primera que presentaba el contexto de dicho Informe y un apunte histórico de la noción de "Fracción" y una segunda con el análisis concreto de cómo había cumplido con sus responsabilidades nuestra organización. Publicamos aquí la primera parte del Informe que ya tiene de por sí un interés general, abstracción hecha de los problemas que, más concretamente, ha debido encarar la CCI.
El vigesimoprimer congreso internacional centró sus preocupaciones en un balance crítico de los 40 años de existencia du CCI. Ese balance crítico se refiere:
La respuesta a esta segunda pregunta supone obviamente que quede bien definido el papel que le incumbe a la CCI en el período histórico actual, un período en que no existen todavía las condiciones para que surja un partido revolucionario, o sea de una organización con una influencia directa en los enfrentamientos de clase:
"No se puede estudiar y comprender la historia de este organismo, el Partido, si no es situándola en el contexto general de las diferentes etapas que recorre el movimiento obrero, de los problemas que se le plantean, del esfuerzo de su toma de conciencia, de su capacidad para responder, en un momento dado, de manera adecuada a sus problemas, de extraer las lecciones de su experiencia, y con ella formar un nuevo trampolín para sus futuras luchas.
Si ya son un factor de primer orden del desarrollo de la clase, los partidos políticos son también, a la vez, expresión del estado real de ésta en un momento dado de su historia" (Revista Internacional no 35, 1983, "El Partido y sus lazos con la clase", punto IX, https://es.internationalism.org/rint/1983/35_partido [15]).
‘‘A lo largo de su movimiento, la clase ha estado sometida al peso de la ideología burguesa que tiende a deformar, a corromper los partidos proletarios, a desnaturalizar su verdadera función. A esas tendencias se opusieron las fracciones revolucionarias dándose por tarea elaborar, clarificar y precisar las posiciones comunistas. Este fue el caso claro de la Izquierda Comunista salida de la Tercera Internacional: la comprensión de las cuestiones del Partido pasa necesariamente por la asimilación de la experiencia y de las aportaciones del conjunto de esta Izquierda Comunista Internacional.
Sin embargo, recae sobre la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista el mérito específico de haber evidenciado la diferencia cualitativa existente en el proceso de organización de revolucionarios según los períodos: el del desarrollo de la lucha de clases y el de las derrotas y sus retrocesos. La Fracción Italiana supo despejar con claridad para cada uno de los períodos, la forma de la organización de los revolucionarios y las correspondientes tareas: en el primer caso, la forma del Partido, que ejerce una influencia directa e inmediata en la lucha de clases; en el segundo caso, el de una organización numéricamente reducida cuya influencia es mucho más débil y poco operante en la vida de la clase. A este tipo de organización le dio en nombre distintivo de Fracción que, entre dos períodos del desarrollo de la lucha de clases, es decir, entre dos momentos de la existencia del Partido, constituye una unión y un vínculo, un puente orgánico entre el antiguo y futuro Partido’’ (Ídem, punto X).
Debemos hacernos una serie de preguntas a ese respecto:
Vamos a abordar sobre todo en la primera parte de este Informe el primero de esos cuatro puntos para establecer un marco histórico a nuestra reflexión y permitirnos abordar mejor la segunda parte del Informe, la cual se propone responder a la pregunta central evocada antes: ¿qué balance puede sacarse de cómo ha cumplido la CCI su papel para participar en la preparación du futuro partido?
Para examinar esta noción de Fracción en los diferentes momentos de la historia del movimiento obrero, que permitió a la Fracción italiana elaborar su análisis, vamos a distinguir 3 periodos:
Pero para empezar es útil hacer un corto recordatorio de la historia de los partidos del proletariado, pues tratar sobre la Fracción implica, ante todo, plantearse el problema del Partido, al ser éste en cierto modo, el punto de partida y de llegada de la Fracción.
La noción de partido se fue elaborando paulatinamente, tanto en lo teórico como en lo práctico, a lo largo de la experiencia del movimiento obrero (Liga de los comunistas, AIT, partidos de la II internacional, partidos comunistas).
La Liga, organización clandestina, pertenece todavía al período de las sectas:
"En los albores del capitalismo moderno, en la primera mitad del s. XIX, la clase obrera en fase todavía de constitución con sus luchas locales y esporádicas sólo podía dar a luz a escuelas doctrinarias, sectas y ligas. La Liga de los Comunistas fue la expresión más avanzada de aquel periodo, y ya con su Manifiesto y su llamamiento: "proletarios de todos les países, uníos", anunciaba el período siguiente" ("Sobre la naturaleza y la función del partido político del proletariado", punto 23, Internationalisme n° 38, octubre de 1948).
El papel de la AIT fue precisamente la superación de las sectas, permitiendo una amplia unión de proletarios europeos y una decantación respecto a las numerosas confusiones que pesaban sobre su consciencia. Y al mismo tiempo, por su composición heteróclita (sindicatos, cooperativas, grupos de propaganda, etc.) no fue todavía un partido en el sentido que esta noción adquirió después en el seno y gracias a la II Internacional.
‘‘La I Internacional correspondió a la entrada efectiva del proletariado en la escena de las luchas sociales y políticas en los principales países de Europa. Por eso agrupó a todas las fuerzas organizadas de la clase obrera, sus tendencias ideológicas más diversas. La I Internacional reunió a la vez a todas las corrientes y todos los aspectos de la lucha obrera del momento: económicos, educativos, políticos y teóricos. Fue lo más elevado en la organización unitaria de la clase obrera, en toda su diversidad.
La II Internacional marcó la etapa de diferenciación entre la lucha económica de los asalariados y la lucha política social. En aquel período de pleno florecimiento de la sociedad capitalista, la II Internacional fue la organización de la lucha por reformas y conquistas políticas, representó la afirmación política del proletariado, al mismo tiempo que determinó una etapa superior en la delimitación ideológica en el seno del proletariado, precisando y elaborando las bases teóricas de su misión histórica revolucionaria” (Ídem).
Fue en la II Internacional donde se realizó claramente la diferencia entre la organización general de la clase (los sindicatos) y su organización específica encargada de defender su programa histórico, el partido. Una distinción que estaba muy clara cuando se fundó la III Internacional (Internacional Comunista, IC) en el tiempo en que la revolución proletaria se puso, por vez primera, al orden del día de la historia. Para la IC, la organización general de la clase ya no eran, en el nuevo período, los sindicatos (los cuales, además, no agrupan al conjunto del proletariado) sino los consejos obreros (por mucho que siguiera habiendo en la IC confusiones sobre la cuestión sindical y sobre el papel del partido).
Entre esas cuatro organizaciones hay muchas diferencias, pero hay un punto común entre todas ellas: tuvieron un impacto en el curso de la lucha de la clase y por eso mismo puede atribuírseles el nombre de "partido".
Tal impacto era todavía débil para la Liga de los comunistas durante las revoluciones de 1848-49, en las que la Liga actuó sobre todo como ala izquierda del movimiento democrático. Por ejemplo, la Neue Rheinische Zeitung que dirigía Marx, y que tuvo influencia en Renania e incluso en el resto de Alemania, no es directamente el órgano de la Liga sino que se presenta como "Órgano de la Democracia". Como lo apunta Engels: "(…) la Liga resultó ser una palanca demasiado débil para encauzar el movimiento desencadenado de las masas populares" ("Contribución a la Historia de la Liga de los Comunistas", noviembre de 1885). Una de las causas importantes de esta debilidad reside en la debilidad misma del proletariado en Alemania en donde la gran industria no había levantado todavía el vuelo. Lo que no quita que Engels afirmara también que "Ésta [la Liga] fue, indudablemente, la única organización revolucionaria alemana de importancia". El impacto de la AIT fue mucho más importante, pues acabó siendo una "potencia" en Europa. Pero fue sobre todo la II Internacional (en realidad a través de los diferentes partidos que la componían) la que pudo, por primera vez en la historia, revindicar una influencia determinante en las masas obreras.
La pregunta ya se hizo en tiempos de Marx, pero tendría una importancia mucho mayor años después: ¿qué es del partido cuando a la vanguardia que defiende el programa histórico de la clase obrera, la revolución comunista, le es imposible tener un impacto inmediato en las luchas de clase del proletariado?
A tal pregunta, la historia ha dado respuestas diferentes. La primera fue la de disolver el partido cuando no están presentes las condiciones de su existencia. Así ocurrió con la Liga y la AIT. En ambos casos, Marx y Engels desempeñaron un papel decisivo en tal disolución.
En noviembre de 1852, tras el juicio contra los comunistas de Colonia que sellaba la victoria de la contrarrevolución en Alemania, apelaron al Consejo Central de la Liga para que éste decidiese su disolución. Cabe señalar que el problema de qué acción debe llevar a cabo la minoría revolucionaria en un período de reacción ya se había planteado en otoño de 1850 en el seno de la Liga. A mediados de 1850, Marx y Engels constataron que la oleada revolucionaria estaba refluyendo debido a la recuperación de la economía:
"Habida cuenta de esta prosperidad general en la que se están desarrollando las fuerza productivas de la sociedad burguesa, con tanta abundancia como lo permiten las condiciones burguesas, no puede hablarse de verdadera revolución. Tal revolución sólo es posible en los períodos en que esos dos factores, las fuerzas productivas modernas y las formas de producción burguesas, entran en conflicto unas contra las otras" (Neue Rheinische Zeitung, Politisch-ökonomische Revue, fascículos V y VI).
Acaban por tener que combatir a la minoría inmediatista de Willich-Schapper que quiere seguir llamando a los obreros a la insurrección a pesar del retroceso:
"Durante el último debate sobre la cuestión ‘‘de la posición del proletariado alemán en la próxima revolución’’, hubo miembros de la minoría del Consejo Central que expresaron puntos de vista que están en contradicción directa con la penúltima circular, incluso con el Manifiesto. Han sustituido la idea internacional del Manifiesto por una idea nacional y alemana, halagando el sentimiento nacional del artesano alemán. En lugar del concepto materialista del Manifiesto, lo que tienen es un concepto idealista: en lugar de la situación real, es la voluntad la que se convierte en fuerza motriz de la revolución. Mientras que nosotros les decimos a los obreros: habréis de atravesar quince, veinte, cincuenta años de guerras civiles para cambiar las condiciones existentes y haceros aptos para la dominación social, ellos dicen, al contrario, debemos llegar ya al poder, o, si no, ¡podemos ir a dormir! Al igual que los demócratas utilizan la palabra 'pueblo', ellos osan la palabra 'proletariado', como mero vocablo. Para realizar ese vocablo, habría que proclamar proletarios a todos los pequeños burgueses, o sea representar a la pequeña burguesía y no al proletariado. En lugar del desarrollo histórico real, bastaría con poner el vocablo 'revolución'" (Intervención de Marx en la reunión del Consejo Central de la Liga, del 15 de septiembre de 1850).
De igual modo, en el Congreso de La Haya de 1872, Marx y Engels apoyan la decisión de transferir le Consejo General a Nueva York para sustraerlo a la influencia de las tendencias bakuninistas que están ganado influencia en un momento en que el proletariado europeo acaba de sufrir una derrota importante con el aplastamiento de la Comuna de París. Trasladar fuera de Europa el Consejo General significó poner en suspenso a la AIT lo cual fue un preludio de su disolución, disolución que se hizo efectiva en la conferencia de Filadelfia de julio de 1876.
En cierto modo, la disolución del partido cuando las condiciones ya no permiten que siga existiendo, era más fácil en tiempos de la Liga y de la AIT que después. La Liga era una pequeña organización clandestina (salvo durante las revoluciones de 1848-49) que no había ocupado un lugar, digamos, "oficial" en la sociedad. En cuanto a la AIT, su desaparición formal no por ello significó que desaparecieran todos sus componentes. Por ejemplo, las Trade Unions británicas o el partido obrero alemán sobrevivieron a la AIT. Lo que desapareció fue el vínculo formal que existía entre sus diferentes componentes.
Las cosas van a ser diferentes después. Los partidos obreros ya no desaparecen, sino que se pasan al enemigo. Se vuelven instituciones del orden capitalista, lo cual da a los elementos revolucionarios una responsabilidad diferente de la que tenían durante las primeras etapas del movimiento obrero.
Cuando se disolvió la Liga, no quedó la menor organización formal que se encargara de tender un puente hacia el nuevo partido que debería surgir. Marx y Engels consideraban además que la labor de elaboración y profundización teóricas era la prioridad primera durante ese período y, debido a que en aquel entonces eran prácticamente los únicos en conocer la teoría que habían elaborado, no necesitaban una organización formal para realizar esa labor. Pero sí que hubo unos cuantos antiguos miembros de la Liga que se mantuvieron en contacto, en particular en la emigración en Inglaterra. Hubo incluso una reconciliación, en 1856, entre Marx y Schapper. En septiembre de 1864, fue un antiguo miembro del Consejo Central de la Liga vinculado estrechamente al movimiento obrero británico, Eccarius, quien pidió a Marx que estuviera presente en la tribuna del célebre mitin del 28 de septiembre en Saint-Martin's Hall (Londres) donde se tomó la decisión de fundar la Asociación Internacional de Trabajadores[1]. Y también habrá en el Consejo General de la AIT un número significativo de antiguos miembros de la Liga: Eccarius, Lessner, Lochner, Pfaender, Schapper y, claro está, Marx y Engels.
Cuando despareció la AIT quedaron, como ya dijimos, organizaciones que estarán en el origen de la fundación de la II Internacional, el partido alemán, en particular, fruto de la unificación de 1875 (SAP) cuyo componente de Eisenach (Bebel, Liebknecht) había estado afiliado a la AIT.
Hay que hacer aquí un apunte sobre el papel que se dieron esas dos primeras organizaciones cuando se constituyeron. En el caso de la Liga, en el Manifiesto aparece claramente que la perspectiva es la revolución proletaria a bastante corto plazo. Y será tras la derrota de las revoluciones de 1848-49 cuando Marx y Engels entienden que las condiciones históricas no están todavía maduras. Y también, cuando se funda la AIT, existe la idea de una "emancipación de los trabajadores" (así lo dicen sus estatutos) a corto o medio plazo (a pesar de la diversidad de visiones que podía recubrir esa expresión para los diferentes componentes de la Internacional: mutualismo, colectivismo, etc.). La derrota de la Comuna de París puso una vez más en evidencia que las condiciones para derribar al capitalismo no estaban maduras: en el período siguiente se asistió a un florecimiento considerable del capitalismo con la aparición de la potencia industrial de Alemania, país que acabó superando a Gran Bretaña a principios de siglo XX.
Durante ese período de prosperidad del capitalismo, en un momento en que la perspectiva revolucionaria aparece lejana, los partidos socialistas adquieren una importancia de primer orden en la clase obrera (en particular en Alemania, evidentemente). Ese creciente impacto, en un momento en que el ánimo de los obreros no es revolucionario, se debe a que los partidos socialistas, no sólo defienden en su programa la perspectiva del socialismo, sino que también, en lo cotidiano, defienden el "programa mínimo" de reformas en el seno de la sociedad capitalista. Esta, situación, por cierto, acabará desembocando en oposición entre aquellos para los que "el objetivo final, sea cual sea, no es nada, el movimiento lo es todo" (Bernstein) y aquellos para quienes "Puesto que el objetivo final del socialismo es el único factor decisivo que distingue al movimiento socialdemócrata de la democracia y el radicalismo burgueses, el único factor que transforma la movilización obrera de conjunto de vano esfuerzo por reformar el orden capitalista en lucha de clases contra ese orden, para suprimir ese orden, (…) la lucha cotidiana por las reformas, por el mejoramiento de la situación de los obreros en el marco del orden social imperante y por instituciones democráticas ofrece a la socialdemocracia el único medio de participar en la lucha de la clase obrera y de empeñarse en el sentido de su objetivo final: la conquista del poder político y la supresión del trabajo asalariado" (Rosa Luxemburg en la “Introducción” de Reforma o Revolución). En realidad, a pesar del rechazo oficial des tesis de Bernstein por el SPD[3] y la Internacional socialista, esa visión acaba siendo en realidad mayoritaria en ese partido (en su aparato sobre todo) y en la Internacional.
"La experiencia de la II internacional confirma que es imposible que el proletariado mantenga su partido en un período prolongado de una situación no revolucionaria. Lo que puso de relieve la participación final de los partidos de la II Internacional en la guerra imperialista de 1914, fue el largo período de corrupción de la organización. La permeabilidad y la penetración, siempre posibles, de la organización política del proletariado por la ideología de la clase capitalista imperante, toman, en períodos prolongados de estancamiento y de reflujo de la lucha de clases, una amplitud tal que la ideología de la burguesía acaba sustituyendo la del proletariado, vaciándose el partido inevitablemente de su contenido de clase original para acabar siendo instrumento de clase del enemigo" (“Sobre la naturaleza y la función del partido político del proletariado”, punto 12 –Internationalisme, octubre de 1948).
Fue en ese contexto, y por vez primera, cuando surgen verdaderas fracciones. La primera fracción es la de los bolcheviques, los cuales, tras el congreso de 1903 del POSDR, emprenden la lucha contra el oportunismo, primero sobre los problemas organizativos y luego sobre cuestiones de táctica ante las tareas del proletariado en un país semifeudal como Rusia. Hay que señalar que, hasta 1917, aunque la fracción bolchevique y la fracción menchevique realizaran una política independientemente unos de otros, pertenecían formalmente al mismo partido, el POSDR[4].
En Holanda, la corriente marxista que se desarrolló en torno al semanario De Tribune (dirigido por Wijnkoop, Van Raveysten y Ceton y en el que colaboraban, entre otros, Gorter y Pannekoek) inició una labor similar a partir de 1907 en el SDAP[5]. Esa corriente llevó a cabo un combate contra la deriva oportunista en el seno del partido representada sobre todo por la fracción parlamentaria y Troelstra, el cual, ya en el congreso de 1908, propuso que se prohibiera De Tribune. Troelstra acabará saliéndose con la suya en el congreso extraordinario de Deventer (13-14 fébrero de 1909) en el que se decidió cerrar De Tribune y excluir del partido a sus tres redactores. Esta política, cuyo objetivo era separar a los “jefes” tribunistas de los simpatizantes de esa corriente acabó provocando una viva reacción de éstos. Al cabo, esa política de exclusión de Troelstra así como la del Buró Internacional de la Internacional Socialista, del que se solicitó un arbitraje, aunque estaba controlado por los reformistas, pero también la voluntad de ruptura de los tres redactores (que Gorter no compartía[6]) llevó a los tribunistas a fundar en marzo un nuevo partido, el SDP (Partido Socialdemócrata). Este partido será muy minoritario hasta la guerra mundial, con una influencia electoral insignificante, pero tuvo el apoyo de la izquierda en la Internacional, de los bolcheviques en particular, lo que, en fin de cuentas, le permitió integrarse en la IS en 1910 (tras una primera negativa del BSI en noviembre de 1909) y enviar delegados (un mandato contra siete para el SDAP) a los congresos internacionales de 1910 (Copenhague) y 1912 (Basilea). Durante la guerra, en la que Holanda no participó pero que pesó enormemente en la vida de la clase obrera (desempleo, desabastecimientos, etc.) el SDP ganó influencia, incluso en el plano electoral, gracias a su política internacionalista y de apoyo a las luchas obreras. El SDP acabará tomando el nombre de Partido Comunista de Holanda (CPN) en noviembre de 1918, antes incluso de que se fundara el Partido Comunista de Alemania (KPD).
Y fue la que iba a constituir el KPD, la tercera corriente que desempeñó un papel decisivo como fracción en un partido de la II Internacional. Desde el 4 de agosto de 1914 por la noche, justo después de que los diputados socialistas en el Reichstag votaran todos a favor de los créditos de guerra, un puñado de militantes internacionalistas se reunieron en casa de Rosa Luxemburg para definir las perspectivas de lucha y los medios de agruparse todos aquellos que, en el partido, combatían la política chovinista de la dirección et de la mayoría parlamentaria. Aquellos militantes eran unánimes en estimar que el combate debía llevarse dentro del partido. En muchas ciudades, la base del partido expresó su repulsa hacia la votación de la fracción parlamentaria a favor de los créditos de guerra. Incluso se criticó a Liebknecht por su voto a favor del 4 agosto por disciplina de partido. En la segunda votación, el 2 de diciembre, Liebknecht fue el único en votar en contra uniéndosele Otto Rühle en las dos siguientes, y luego un número creciente de diputados. Ya en invierno de 1914-1915, aparecieron octavillas clandestinas (en particular la titulada "El enemigo principal está en nuestro propio país"). En abril de 1915 se publicó el primer y único número de Die Internationale del que se vendieron 5000 ejemplares ya en la primera tarde, que dio su nombre al Gruppe Internationale, animado por Rosa Luxemburg, Jogiches, Liebknecht, Mehring, Clara Zetkin. Clandestino, sometido a la represión[7], ese pequeño grupo que se puso de nombre Grupo Espartaco, luego Liga Espartaquista (Spartakusbund), impulsó la lucha contra la guerra y el gobierno y también contra la derecha y el centro de la Socialdemocracia. No fueron los únicos implicados en ese combate, ya que hay otros grupos, en Hamburgo y Bremen (donde se encuentran Pannekoek, Radek y Frölich), entre otras ciudades y que defendían una política internacionalista con más claridad incluso que los espartaquistas. A principios de 1917, cuando la dirección del SPD excluye a los opositores para frenar los progresos de sus posiciones en el seno del partido, esos grupos mantienen sus actividades de manera autónoma, mientras que los espartaquistas prosiguen un trabajo de fracción en el seno del USPD centrista. Finalmente, esas diferentes corrientes se agrupan para formar el KPD el 31 de diciembre de 1918, aunque, eso sí, el eje del nuevo partido eran los espartaquistas.
En Italia se constituye una fracción de Izquierda con cierto retraso en comparación con lo ocurrido en el movimiento obrero en Rusia, Holanda y Alemania. Se trata de la "Fracción abstencionista" que se agrupa en torno a la revista Il Soviet que publicó Bordiga y sus camaradas en Nápoles a partir de diciembre de 1918 y que se declaró formalmente como fracción en el congreso del PSI en octubre de 1919. Pero ya desde 1912, en el seno de la Federación de Jóvenes Socialistas y de la federación de Nápoles del PSI, Bordiga animaba una corriente revolucionaria intransigente. Ese retraso se explica en parte porque Bordiga, movilizado, no pudo intervenir en la vida política antes de 1917, pero sobre todo porque, de hecho, en el momento de la guerra, la dirección del partido estaba en manos de la izquierda tras el congreso de 1912, donde se expulsó a la derecha reformista y el de 1914 donde se expulsó a los francmasones. Avanti, el periódico del PSI, estaba dirigido por Mussolini, el cual, en ese congreso, presentó las mociones de exclusión y, aprovechándose de su posición publicó el 18 de octubre de 1914 un editorial titulado "De la neutralidad absoluta a la neutralidad activa y actuante" en donde se pronuncia por la entrada en guerra de Italia al lado de la Entente[8]. A Mussolini lo echaron evidentemente de su puesto, pero, apenas un mes después, publica Il Popolo d'Italia gracias a los subsidios aportados por el diputado socialista francés Marcel Cachin (futuro dirigente del PCF) por cuenta del gobierno francés y de la Entente. Y se le excluye del PSI el 29 de noviembre. Después, aunque la situación dominada por la guerra mundial lleva a la decantación entre una izquierda, una derecha y un centro, la dirección del partido oscila entre derecha e izquierda, entre posicionamientos "maximalistas" y tomas de posición reformistas. "Sólo será en ese año 1917 cuando en el congreso de Roma se cristalicen claramente las tendencias de derecha y de izquierda. Aquélla obtuvo 17 000 votos contra 14 000 ésta. La victoria de Turati, Treves, Modigliani, en el momento en que se estaba desarrollando la revolución rusa aceleró la formación de une Fracción intransigente revolucionaria en Florencia, Milán, Turín y Nápoles" (La Izquierda comunista de Italia, libro publicado por la CCI, en francés e italiano). La Fracción abstencionista gana influencia en el partido a partir de 1920, gracias al impulso de la revolución en Rusia y la constitución de la Internacional Comunista (IC, III Internacional) que le otorga su apoyo y también a las huelgas obreras en Italia, en Turín especialmente. Toma también contacto con la corriente agrupada en torno a la revista Ordine Nuovo, animada por Gramsci, a pesar de que hay importantes desacuerdos entre ambas corrientes (Gramsci está en favor de participar en las elecciones, defiende una especie de sindicalismo revolucionario y vacila en romper con la derecha y el centro para constituirse como fracción autónoma). "En octubre de 1920, en Milán, se forma la Fracción Comunista unificada que redacta un manifiesto que llama a construir el partido comunista con la expulsión del ala derecha de Turati; y renunciaba al boicotear las elecciones aplicando las decisiones del II congreso de la Komintern" (Ídem). Y fue en la Conferencia de Imola, en diciembre de 1920, donde se decidió el principio de una escisión: "nuestra labor de fracción está y debe darse por terminada ya (…) inmediata salida del partido y del congreso (del PSI) en cuanto la votación nos haya dado la mayoría o la minoría. Después vendrá… la escisión con el centro" (Ídem). En el congreso de Livorno que se inauguró el 21 de enero, "la moción de Imola obtuvo la tercera parte de los votos de los adherentes socialistas: 58 783 de 172 487. La minoría abandonó el congreso decidiendo hacerlo como Partido Comunista de Italia, sección de la Internacional Comunista. (…) Apasionado, Bordiga concluyó, justo antes de irse del congreso: “Nos llevamos con nosotros el honor de vuestro pasado”" (Ídem).
Este rápido examen del trabajo de las principales fracciones que se formaron en el seno de los partidos de la Segunda Internacional permite definir un primer papel que le incumbe a una fracción: defender los principios revolucionarios en el seno del partido degenerante:
Hay que señalar que casi todas las corrientes de Izquierda tuvieron la preocupación de quedarse durante el mayor tiempo posible dentro del partido. Las excepciones fueron la de los tribunistas (aunque Gorter y Pannekoek no estaban de acuerdo con esa precipitación) y de las "izquierdas radicales" animadas por Radek, Pannekoek y Frölich, las cuales, tras la expulsión en 1917 de los opositores en el SPD, se negaron a entrar en el USPD (contrariamente a los espartaquistas). La separación de la Izquierda del viejo partido que ha traicionado era el resultado o de su exclusión o de la necesidad de fundar un partido capaz de ponerse en la vanguardia de la oleada revolucionaria.
Hay que decir que la acción de la Izquierda no está condenada a ser minoritaria en el seno del partido degenerante: en el Congreso de Tours del Partido Socialista francés, la moción de la Izquierda que llamaba a la adhesión a la IC era mayoritaria. Fue por eso por lo que el Partido Comunista fundado en esa ocasión conservó el diario L'Humanité que había fundado Jean Jaurès. Pero por desgracia también conservó al secretario general del PS, Frossard, que será durante algún tiempo el nuevo principal dirigente del PC.
Un último apunte: esa capacidad de la fracción de izquierda para construir de entrada el nuevo partido no fue posible sino porque había pasado poco tiempo (3 años) entre traición patente del viejo partido y el surgimiento de la oleada revolucionaria. La situación será después muy diferente.
La Internacional Comunista se fundó en marzo de 1919. En aquel entonces había pocos partidos comunistas constituidos (los de Holanda, Alemania, Polonia y algunos más de menor entidad). Y, sin embargo, ya había surgido una primera fracción "de Izquierda" (y como tal se proclamó) en el seno del Partido Comunista principal, el de Rusia (aunque sólo había sido en marzo de 1918 cuando se puso ese nombre de comunista, en el 7o congreso del POSDR); era la corriente agrupada, a principios de 1918, en torno al periódico Kommunist y animada por Ossinsky, Bujarin, Radek y Smirnov. El desacuerdo principal de esa fracción sobre la orientación seguida por el Partido se refiere a las negociaciones de Brest-Litovsk. Los "Comunistas de Izquierda" se opusieron a esas negociaciones, preconizando la "guerra revolucionaria", "la exportación" de la revolución hacia otros países a punta de bayoneta. Y al mismo tiempo, sin embargo, esa fracción inició una crítica a los métodos autoritarios del nuevo poder proletario insistiendo en la más amplia participación de las masas obreras en el poder, unas críticas cercanas a las de Rosa Luxemburg (Cf. La revolución rusa). La firma de la paz de Brest-Litovsk significará el final de esa fracción. Después, Bujarin acabará siendo un representante del ala derecha del partido, pero algunos elementos de dicha fracción, como Ossinski, pertenecerán a las fracciones de izquierda que surgirán más tarde. De modo que, mientras que en Europa occidental algunas fracciones en el seno de los partidos socialistas que iban a formar los partidos comunistas no estaban todavía constituidas (la Fracción abstencionista animada por Bordiga se formará en diciembre de 1918), los revolucionarios de Rusia ya habían entablado el combate (de manera muy confusa, obviamente) contra ciertas derivas que afectaban al Partido Comunista del país. Es interesante hacer notar (aunque no es éste el lugar para analizarlo) que, en toda una serie de cuestiones, los militantes de Rusia aparecen como precursores durante el principio del siglo XX: la fracción bolchevique se formó tras el IIº congreso del POSDR; después fue la claridad frente a la guerra imperialista en 1914; más tarde sería la punta de lanza de la Izquierda de Zimmerwald, expresaría después la necesidad de fundar una nueva internacional, luego la fundación del premier partido comunista en marzo de 1918, y la impulsión y orientación políticas del Primer congreso de la IC. Y esa "precocidad" volvemos a encontrarla en la formación de fracciones en el Partido Comunista. De hecho, por su papel especial de haber sido el primero (y único) partido comunista en llegar al poder, el Partido de Rusia fue también el primero en sufrir la presión del elemento principal que va a rubricar su pérdida (además, obviamente, de la derrota de la oleada revolucionaria mundial): su integración en el Estado. Por eso las resistencias proletarias, por muy confusas que fuesen, empezaron mucho antes que en otros lugares contra el proceso de degeneración del partido.
Más tarde, el partido ruso conocerá el surgimiento de una serie significativa de otras corrientes “de Izquierda”:
- en 1919, el grupo Centralismo Democrático en torno a Ossinsky y Sapronov, que combate el principio de "la dirección única" en la industria y defiende el principio colectivo o asociado por ser "el arma más eficaz contra la departamentalización y el opresión burocrática del aparato de Estado" (“Tesis sobre el principio colegiado y la autoridad individual”);
De todas las corrientes que combatieron contra la degeneración del Partido Bolchevique, fue sin duda el Grupo Obrero el más claro políticamente. Es muy próximo al KAPD (el cual publica sus documentos y con el que está en contacto). Sobre todo, sus críticas a la política seguida por el partido se basan en una visión internacional de la revolución, contrariamente a las de otros grupos que sólo se centran en cuestiones de democracia (en el partido y en la clase obrera) y de gestión de la economía. Fue por eso por lo que rechazó las políticas de frente único del II y IV congresos de la IC, mientras que la corriente trotskista sigue reivindicando los cuatro primeros congresos. Hay que señalar que hubo discusiones (sobre todo en deportación) entre el ala izquierda de la corriente trotskista y los militantes del Grupo Obrero.
De todas las corrientes de Izquierda surgidas en el Partido Bolchevique, el Grupo Obrero es, sin duda, el único en aparentarse a una fracción consecuente. Pero la terrible represión que Stalin abatió sobre los revolucionarios (comparada con la cual, la represión zarista parecería un juego de niños) le quitó la menor posibilidad de desarrollarse. Al cabo, Miasnikov decidió volver a Rusia después de la II Guerra Mundial. Como era de prever, desapareció de inmediato, lo cual privó a las tan débiles fuerzas de la Izquierda Comunista de uno de sus luchadores más valientes y valiosos.
La lucha de las fracciones de Izquierda en otros países fuera de Rusia tuvo, inevitablemente, formas diferentes, pero si observamos los otros tres partidos comunistas cuya fundación mencionamos antes, constatamos que también fue muy temprano cuando entraron en lucha las corrientes de izquierda, aunque fuera con formas diferentes.
Cuando se fundó el Partido Comunista de Alemania, las posiciones de la izquierda son mayoritarias. Sobre la cuestión sindical, Rosa Luxemburg, que redactó el programa del KPD y lo presentó al Congreso, fue muy clara y categórica: "(… los sindicatos) ya no son organizaciones obreras sino los protectores más sólidos del Estado y de la sociedad burguesa. Por consiguiente, la lucha por la socialización no puede ir hacia delante si no va acompañada por la lucha por la supresión de los sindicatos. Estamos de acuerdo sobre ese punto." Sobre la cuestión parlamentaria, contra la position de los espartaquistas (Rosa Luxemburg, Liebknecht, Jogiches, etc.), el congreso es contrario a la participación en las elecciones que van a tener lugar poco después. Tras la desaparición de esos militantes, todos ellos asesinados, la nueva dirección (Levi, Brandler) parece, en un primer tiempo, hacer concesiones a la Izquierda (que sigue siendo mayoritaria) sobre la cuestión sindical, pero, ya en agosto de 1919 (conferencia de Fráncfort del KPD), Levi, que quiere acercarse al USPD, se pronuncia por trabajar en el parlamento así como también en los sindicatos y, en el congreso de Heidelberg, en octubre, consigue, mediante maniobras, que la izquierda antisindical y antiparlamentaria, a pesar de ser mayoritaria, sea excluida. Los militantes excluidos se niegan mayoritariamente a formar de inmediato un partido, pues están en contra de la escisión y esperan reintegrar el KPD. Les apoyan con firmeza los militantes de izquierda holandeses (Gorter y Pannekoek, entre otros) que poseen en aquel momento una gran autoridad en la Internacional Comunista e impulsan la orientación del Buró de Ámsterdam (nombrado por la Internacional para que se encargue del trabajo hacia Europa occidental y Norteamérica). Será 6 meses más tarde (4 y 5 de abril de 1920), ante la negativa del congreso del KPD de febrero de 1920 de reintegrar a les militantes excluidos y también ante la actitud conciliadora de dicho partido respecto al SPD ante el Golpe de Kapp (Kapp-Putsch, 13-17 de marzo de 1920), cuando esos militantes fundan el KAPD (Partido Comunista Obrero de Alemania). Su acción se vio fortalecida por el apoyo del Buró de Ámsterdam, el cual organizó en febrero una conferencia internacional en la que triunfaron las tesis de la izquierda (la cuestión sindical, la parlamentaria y el rechazo del giro oportunista de la IC, plasmado entre otras cosas por el requerimiento de que los comunistas ingleses se integrasen en el Partido Laborista[10]. El nuevo partido obtuvo el apoyo de la minoría de izquierda (animada por Gorter y Pannekoek) del Partido Comunista de Holanda (CPN) el cual publicó en su periódico el programa del KAPD adoptado en el congreso de fundación. Eso no impidió que Pannekoek hiciera una serie de críticas al KAPD (carta del 5 de julio de 1920), en particular respecto a su posición sobre las Unionen, advirtiéndole contra toda concesión al sindicalismo revolucionario, y, sobre todo, contra la presencia en sus filas de la corriente "Nacional Bolchevique" a la que consideraba como una "monstruosa aberración". En aquel entonces, en todos los problemas esenciales a los que se enfrentaba el proletariado mundial (la cuestión sindical, la parlamentaria, la del partido[11], la de la actitud hacia los partidos socialistas, la de la naturaleza de la revolución en Rusia, etc.) la Izquierda Holandesa (y Pannekoek en especial) inspiradora de la mayoría del KAPD, está en la vanguardia del movimiento obrero.
El congreso del KAPD celebrado del 1 al 4 de agosto se pronuncia en favor de esas orientaciones: los "nacional-bolcheviques" abandonan entonces el partido y, unos meses más tarde harán lo mismo los elementos federalistas, hostiles a formar parte de la IC. Por su parte, Pannekoek, Gorter y el KAPD están decididos a seguir en la IC para levar a cabo el combate contra la deriva oportunista que la está gangrenando cada día más. Por esta razón, el KAPD manda a dos delegados a Rusia, Jan Appel y Franz Jung, al II congreso de la IC que va a celebrarse en Moscú a partir del 17 de julio de 1920[12]; al no tener noticias de ellos, manda a otros dos delegados, uno de ellos Otto Rühle, el cual, al ver la situación catastrófica que sufre la clase obrera y el proceso de burocratización del aparato gubernamental, decide no participar en el Congreso a pesar de que éste les propusiera defender en él sus posiciones con voto deliberativo. Para ese Congreso escribió Lenin La enfermedad infantil del comunismo. Hay que señalar que en ese folleto, Lenin escribe que: "el error que representa el doctrinarismo de Izquierda en el movimiento comunista es, hoy por hoy, mil veces menos peligroso y menos grave que el error que representa el doctrinarismo de derecha".
Tanto por parte de la IC y los bolcheviques como por parte del KAPD, existe la voluntad para que se integre en la Internacional, y, por lo tanto, en el KPD. Pero el agrupamiento de éste con la izquierda del USPD en diciembre de 1920 para formar el VKPD, agrupamiento con el que estaban en contra todas las corrientes de izquierda de la IC, impidió tal posibilidad. El KAPD obtuvo, sin embargo, el estatuto de "partido simpatizante de la IC", con un representante permanente en su Comité Ejecutivo, mandando delegados al III congreso en junio de 1921. Pero, mientras tanto, esa comunidad de trabajo, se vio seriamente alterada sobre todo después de la “acción de marzo” (una "ofensiva" aventurista promovida por el VKPD) y de la represión de la insurrección de Kronstadt (represión que la izquierda apoyó en un primer momento creyendo que dicha insurrección estaba organizada por los “Blancos”, como lo pretendía la propaganda del gobierno soviético). Al mismo tiempo, la dirección derechista del PCN (a Wijnkoop se le llama el "Levi holandés"), en la que Moscú tiene su confianza, inicia una política antiestatutaria de exclusiones de militantes de la Izquierda. Finalmente, estos militantes van a fundar en septiembre un nuevo partido, el KAPN, según el modelo del KAPD.
La política de “frente único” adoptada en el III Congreso de la IC no hizo sino agravar las cosas al igual que el ultimátum dirigido al KAPD para que fusionara con el VKPD. En julio de 1921, la dirección del KAPD, con el apoyo de Gorter, adopta une resolución en la que rompe los puentes con la IC, llamando a la constitución de una "internacional comunista obrera", y eso dos meses antes del congreso del KAPD previsto en septiembre. Fue, con toda evidencia, una decisión totalmente precipitada. En ese congreso, se planteó la fundación de una nueva internacional (a lo que se opusieron los militantes de Berlín, entre ellos Jan Appel) y el Congreso decidió finalmente crear un Buró de Información sobre esa posible fundación. Ese Buró de Información se puso a actuar como si la nueva internacional se hubiera formado ya, aun cuando su conferencia constitutiva sólo se verificaría en abril de 1922. El KAPD conoció entonces una escisión entre, por un lado, la "tendencia de Berlín", mayoritaria, hostil a la formación de una nueva internacional, y la "tendencia de Essen" (que rechazaba las luchas salariales). Sólo esta tendencia participa en la conferencia a la que, sin embargo, asiste Gorter, redactor del programa de la KAI (Internacional Comunista Obrera, nombre de la nueva internacional). Les grupos participantes son escasos y representan a fuerzas muy limitadas: además de la tendencia de Essen, están el KAPN, los comunistas de izquierda búlgaros, el Communist Workers Party, de Gran Bretaña (CWP, Partido Comunista Obrero) de Sylvia Pankhurst, el KAP de Austria, denominado "aldea Potemkin" por el KAPD de Berlín. Al fin y al cabo, esa "internacional" fantasma desaparecerá tras la desaparición o la retirada progresiva de sus elementos constituyentes. Y fue así como la tendencia de Essen conoció múltiples escisiones, el KAPN acabó desmoronándose, primero por la aparición en su seno de una corriente que se une la tendencia de Berlín, hostil a la formación de la KAI, luego a causa de luchas intestinas de tipo clánico más que de principios.
En realidad, el factor esencial que permite explicar el lamentable y dramático fracaso de la KAI fue el reflujo de la oleada revolucionaria que había propulsado la fundación de la IC:
"El error de Gorter y de sus partidarios al proclamar artificialmente la KAI, aun cuando seguían existiendo en la IC fracciones de Izquierda que habrían podido agruparse en la misma corriente comunista de izquierda internacional, fue un grave error para el movimiento revolucionario. (…) El declive de la revolución mundial, patente en Europa ya desde 1921, no permitía prácticamente pensar en construir una nueva internacional. Al creer que el curso seguía siendo hacia la revolución, con la teoría de la "crisis mortal del capitalismo", las corrientes de Gorter y de Essen tenían cierta lógica al proclamar la KAI. Pero las premisas eran erróneas" (La Izquierda Holandesa, cap. V.4.d, publicado por la CCI en francés e inglés).
La disgregación final del KAPD y del KAPN ilustra de una manera palmaria la necesidad para los revolucionarios de tener la visión más clara posible de cómo evoluciona la relación de fuerzas entre proletariado y burguesía.
La Izquierda Germano-holandesa tomó conciencia con mucho retraso del reflujo de la oleada revolucionaria[13], pero en cambio no fue así con los bolcheviques y los dirigentes de la internacional Comunista ni, tampoco, con la Izquierda Comunista de Italia. Pero las respuestas que dieron unos y otros a esa situación fueron radicalmente diferentes:
En realidad, la trayectoria oportunista que afectaba a la IC, ya desde el II congreso pero sobre todo a partir del Tercero, y que ponía en entredicho la claridad y la intransigencia afirmada en su Primer congreso, expresaba, no sólo las dificultades con que topaba el proletariado mundial para proseguir y reforzar su combate revolucionario, sino también la contradicción insoluble en la que se sumía el partido bolchevique que, de hecho, dirigía la IC. Por un lado, este partido debía ser la punta de lanza de la revolución mundial tras haberlo sido de la revolución en Rusia. Además, siempre había afirmado que ésta no era sino una muy pequeña etapa de aquélla, siendo muy consciente de que una derrota del proletariado mundial sería la muerte de la revolución en Rusia. Por otro lado, como responsable del poder en un país, estaba sometido a las exigencias propias de la función de un Estado nacional en particular la de asegurar la "seguridad" exterior e interior, o sea llevar a cabo una política exterior conforme a los intereses de Rusia y una política interior garante de la estabilidad del poder. La represión de las huelgas de Petrogrado y el aplastamiento sangriento de la insurrección de Kronstadt en marzo de 1921 fueron así la vertiente de la política de "mano tendida", so pretexto de "Frente único", hacia los partidos socialistas, en la medida en que estos podían ejercer presión sobre los gobiernos para orientar su política exterior en un sentido favorable a Rusia.
La intransigencia de la Izquierda Comunista Italiana, que de hecho dirigía el PCI (las "Tesis de Roma" adoptadas por su II congreso en 1922 habían sido redactadas por Bordiga y Terracini) se expresó en particular, y de manera ejemplar, frente al ascenso del fascismo en Italia, tras la derrota de los combates de 1920. En lo práctico, esa intransigencia se plasmó en la negativa en redondo a trabar alianzas con los partidos de la burguesía (liberales o “socialistas”) frente a la amenaza fascista: el proletariado solamente en su propio terreno podría combatir contra fascismo, mediante la huelga económica y la organización de milicias obreras de autodefensa. En el plano teórico, a Bordiga le debemos el primer análisis serio (que sigue siendo válido) sobre el fenómeno fascista, un análisis que presentó ante los delegados del IV congreso de la IC impugnando el análisis que ésta hacía:
Tal intransigencia se expresó también respecto a la política de Frente Único, de "mano tendida" hacia los partidos socialistas y su corolario, la consigna de "Gobierno obrero" lo cual "significa negar en la práctica el programa político del comunismo, o sea la necesidad de preparar a las masas para la lucha por la dictadura del proletariado" (Cita de Bordiga en La Izquierda Comunista de Italia).
Esa intransigencia también se expresó sobre la política de la IC tendente a hacer fusionar los PC y las corrientes de izquierda de los partidos socialistas o "centristas" que, en Alemania, llevó a la formación del VKPD y que, en Italia, se concretó, en agosto de 1924, en el ingreso de 2000 "terzini" (partidarios de la III Internacional) en un partido que ya sólo tenía 20 000 miembros a causa de la represión y la desmoralización.
Y, en fin, también se expresó respecto a la política de "bolchevización" de los PC a partir del V congreso de la IC en julio de 1924, une política combatida también por Trotski, que, a grandes rasgos, consistía en reforzar la disciplina en los partidos comunistas, una disciplina burocrática destinada a acallar las resistencias contra su degeneración. Esta bolchevización consistía también en promover un modo de organización de los PC a partir de las "células de fábrica", lo cual polarizaba a los obreros en problemas de “su” empresa en detrimento, obviamente, de una visión y una perspectiva genérales del combate proletario.
Aun cuando la izquierda es todavía ampliamente mayoritaria en el partido, la IC le impone una dirección de derecha (Gramsci, Togliatti) que apoya su política, una operación facilitada por el encarcelamiento de Bordiga entre febrero y octubre de 1923. Y a pesar de todo ello, en la conferencia clandestina del PCI de mayo de 1924, les tesis propuestas por Bordiga, Grieco, Fortichiari y Repossi, muy críticas con la política de la IC, son aprobadas por 35 secretarios de federación de 45 y por 4 secretarios interregionales de 5. Fue en 1925 cuando se desata en el seno de la IC la campaña contra las oposiciones, empezando por la Oposición de Izquierda llevada par Trotski. "En marzo-abril de 1925, el Ejecutivo ampliado de la IC inscribe al orden del día la eliminación de la tendencia “bordiguista” con ocasión del III congreso del PC de Italia. Prohíbe la publicación del artículo de Bordiga favorable a Trotski. La bolchevización de la sección italiana empezó con la destitución de Fortichiari de su puesto de secretario federal de Milán. Inmediatamente, en abril, la izquierda del partido, con Damen, Repossi, Perrone y Fortichiari funda un “Comité de entendimiento” (…) para coordinar una contraofensiva. La dirección de Gramsci atacó con violencia al “Comité de entendimiento” denunciándolo como “fracción organizada”. En realidad, la izquierda todavía no quería constituirse como fracción: no quería dar pretextos para su expulsión cuando seguía siendo mayoritaria en el partido. Al principio, Bordiga se negó a adherirse al Comité, no queriendo romper el marco de la disciplina impuesta. Será en junio cuando se unirá a los posiciones de Damen, Fortichiari y Repossi. Se le encargó redactar una “Plataforma de la Izquierda” que fue la primer acto de demolición sistemática de la bolchevización" (Ídem). "Bajo la amenaza de exclusión, le “Comité de entendimiento” tuvo que disolverse… Fue le principio del fin de la izquierda italiana como mayoría" (Ídem).
En el congreso de enero de 1926, celebrado en el extranjero a causa de la represión fascista, la izquierda presenta las "Tesis de Lyon" que sólo obtuvieron el 9,2% de votos: la política llevada a cabo, aplicando las consignas de la IC, de reclutar intensivamente a gente joven y poco politizada había dado sus frutos… Las tesis de Lyon orientarán la política de la Izquierda Italiana en la emigración.
Bordiga entablará un último combate en el VI Ejecutivo ampliado de la IC de febrero-marzo 1926. Denuncia la deriva oportunista de la IC, evoca la cuestión de las fracciones, sin por ello entrar en consideraciones sobre la actualidad inmediata, afirmando que “la historia de las fracciones es la historia de Lenin”; no son una enfermedad, sino el síntoma de la enfermedad. Son una reacción de "defensa contra las influencias oportunistas".
En una carta a Karl Korsch, de septiembre de 1926, Bordiga escribía: "No hay que querer escisiones en los partidos y en la Internacional. Hay que dejar que se realice la experiencia de la disciplina artificial y mecánica hasta sus absurdeces de procedimiento incluso, mientras sea posible, sin renunciar nunca a las posiciones de critica ideológica y política, sin solidarizarse nunca con la orientación dominante. (…) De manera general, creo que lo que hoy debe ponerse en primer plano, es, no ya la organización y las maniobras, sino un trabajo previo de elaboración de una ideología política de izquierda internacional, basada en las elocuentes experiencias que ha vivido la Komintern. Debido a que este punto dista mucho de haberse realizado, toda iniciativa internacional parece difícil" (Citado en La Izquierda Comunista de Italia).
Son esas también las bases sobre las que se va a constituir la Fracción de Izquierda del Partido Comunista de Italia que va a celebrar su primera conferencia en abril de 1928 en Pantin, en las afueras de París. Cuenta entonces con cuatro “federaciones”: Bruselas, Nueva York, París y Lyon con algunos militantes en Luxemburgo, Berlín y Moscú.
Esa conferencia adopta por unanimidad una resolución que define sus perspectivas. He aquí algunos extractos:
"1° Constituirse en fracción de Izquierda de la Internacional Comunista. (…)
3° Publicar un bimensual de nombre Prometeo.
4° Formar grupos de izquierda cuya tarea será luchar sin descanso contra el oportunismo y los oportunistas. (…)
5° Darse como meta inmediata:
a. Reintegración de todos los expulsados de la internacional que reivindican el Manifiesto comunista y aceptan las tesis del II congreso mundial.
b. Convocatoria del VI congreso mundial presidido por León Trotski.
c. Puesta al orden del día del VI congreso mundial de la expulsión de la Internacional de todos aquellos que se declaren solidarios de las resoluciones del XV congreso ruso."
Ahí se aprecia bien que:
La Fracción emprenderá entonces una importantísima labor hasta 1945, un trabajo que la Izquierda Comunista de Francia (Gauche communiste de France, GCF) continuaría después hasta 1952. Ya hemos evocado a menudo toda esa labor en artículos, textos y discusiones y no es cosa de volver a tratarlo aquí.
Una de las contribuciones esenciales de la Fracción Italiana, que es el meollo de este informe, será precisamente la elaboración de la noción de fracción sobre la base de toda la experiencia del movimiento obrero. Esta noción ya la hemos definido al principio de este Informe. Además, en un anexo, damos a conocer a los compañeros una serie de citas de textos de la Fracción Italiana y de la GCF que nos permiten hacernos una idea más precisa de qué es una fracción. Nos vamos a limitar aquí a reproducir un extracto de nuestra prensa de un artículo en el que se definía esa noción de fracción ("La Fracción Italiana y la Izquierda Comunista de Francia", Revista Internacional no 90) :
"La minoría comunista existe en permanencia como expresión del devenir revolucionario del proletariado. Sin embargo, el impacto que pueda tener en las luchas inmediatas de la clase está estrechamente condicionado por el nivel de esas luchas y el de la conciencia de las masas obreras. Sólo en períodos de luchas abiertas y cada vez más conscientes del proletariado podrá esperar la minoría tener influencia en ellas. Sólo en esas circunstancias podrá hablarse de esa minoría como partido. En cambio, en períodos de retroceso histórico del proletariado, de triunfo de la contrarrevolución, es vano esperar que las posiciones revolucionarias tengan un impacto significativo y determinante en el conjunto de la clase. En esos períodos, la única labor posible, e indispensable, es la de fracción: preparar las condiciones políticas para la formación del futuro partido cuando la relación de fuerzas entre las clases vuelva a permitir que tengan influencia en el conjunto del proletariado" (Entresacado de la nota 4).
"La Fracción de izquierda se forma en un momento en que el partido del proletariado tiende a degenerar, víctima del oportunismo, o sea, de la penetración en su seno de la ideología burguesa. Es responsabilidad de la minoría que mantiene el programa revolucionario luchar de modo organizado para que tal programa triunfe en el partido. Una de dos: o la Fracción logra que ganen sus posiciones, salvando así al Partido, o éste sigue su curso degenerante y acaba pasando con armas y equipo al campo de la burguesía. No es fácil determinar en qué momento el partido proletario se pasa al campo enemigo. Uno de los indicadores más significativos es, sin embargo, el que sea imposible que pueda aparecer una vida política proletaria en el seno del partido. La fracción de izquierda tiene la responsabilidad de llevar a cabo un combate en el seno del partido mientras exista una mínima esperanza de que pueda ser enderezado. Por eso, en los años 1920, no son las corrientes de izquierda las que abandonan los partidos de la IC, sino que son excluidos y muy a menudo mediante sórdidas maniobras. Pero una vez que un partido del proletariado se pasa al campo de la burguesía, no hay ya retorno posible. El proletariado deberá, necesariamente, hacer surgir un nuevo partido para reanudar su camino hacia la revolución y el papel de la fracción será entonces el de servir de “puente” entre el antiguo partido pasado al enemigo y el futuro partido del que deberá elaborar las bases programáticas y servir de armazón. El hecho de que, tras el paso del partido al campo burgués no pueda existir vida proletaria en su seno significa también que es inútil y peligroso para los revolucionarios, practicar “el entrismo”, una de las tácticas del trotskismo que la Fracción siempre rechazó. El único resultado que ha dado el querer mantener una vida proletaria en un partido burgués, estéril pues para las posiciones de clase, es el de acelerar la degeneración oportunista de las organizaciones que lo han intentado y ni mucho menos el de conseguir volver a enderezar tal partido. En cuanto al “reclutamiento” que esos métodos permitieron, éste era especialmente confuso, gangrenado por el oportunismo, incapaz de formar una vanguardia para la clase obrera.
De hecho una de las diferencias fundamentales entre el trotskismo y la Fracción Italiana estriba en que ésta, en la política de agrupamiento de las fuerzas revolucionarias, siempre puso por delante la necesidad de la mayor claridad, el mayor rigor programático, aunque estuviera abierta a la discusión con todas las demás corrientes que habían entablado el combate contra la degeneración de la IC. En cambio, la corriente trotskista, intentó formar organizaciones de modo precipitado, sin discusiones serias, sin decantación previa de las posiciones políticas, basándolo todo en acuerdos entre “personalidades” y en la autoridad ganada por Trotski, uno de los principales dirigentes de la Revolución de Octubre y de la IC en sus orígenes."
Ese fragmento evoca los métodos de la corriente trotskista que, por falta de lugar, no hemos evocado antes. Digamos, sin embargo, que es significativo que dos de las características de esa corriente, antes de que se pasara al terreno de la burguesía, son éstas:
La voluntad de claridad, que siempre impulsó la Izquierda Italiana como condición fundamental para desempeñar su tarea es obviamente inseparable de la preocupación por la teoría y por ser capaces siempre de poner en entredicho análisis y posiciones que parecían definitivas.
Para concluir esta parte del Informe, hemos de volver, muy brevemente, a la trayectoria de las corrientes que salieron de la IC, de las que sólo sus orígenes hemos evocado antes.
La corriente surgida de la Izquierda Germano-holandesa se mantuvo después de la desaparición del KAPD y del KAPN. Su representante principal fue el GIK (Grupo de los comunistas internacionalistas) en Holanda, aunque sí tuvo influencia fuera de ese país (por ejemplo Living Marxism animado par Paul Mattick en Estados Unidos). Durante uno de los episodios más trágicos y críticos de los años 1930, la Guerra de España, el GIK defendió una posición cabalmente internacionalista, sin la menor concesión al antifascismo. Animó la reflexión de los comunistas de izquierda, entre ellos Bilan (que retomó la posición de Rosa Luxemburg y de la Izquierda alemana sobre la cuestión nacional) y también la GCF que rechazó la posición clásica de la Izquierda Italiana sobre los sindicatos, retomando la de la Izquierda Germano-holandesa. Sin embargo, el GIK adoptó dos posiciones que iban a serle fatales (y que no eran las del KAPD):
Eso llevó al GIK a rechazar hacia el campo burgués a toda une serie de organizaciones proletarias del pasado, a acabar rechazando, en fin de cuentas, la propia historia del movimiento obrero y las lecciones que puede darnos para el futuro.
Y eso condujo al GIK a prohibirse todo papel de fracción puesto que la tarea de ésta es preparar un órgano, el partido, que la corriente consejista rechazaba.
Debido pues a esas dos debilidades, el GIK se negaba a desempeñar un papel significativo en el proceso que conducirá al futuro partido, y por lo tanto a la revolución comunista, por mucho que las ideas consejistas sigan teniendo cierta influencia en el proletariado.
Un último punto introductor de la II parte de este Informe: ¿puede considerarse a la CCI como fracción? La respuesta salta a la vista: no, evidentemente, por la sencilla razón de que nuestra organización, en ningún momento se formó en el seno de un partido proletario. Esta respuesta ya la dio, a principios de los años 50, el camarada MC en una carta a los demás camaradas del grupo Internationalisme:
“La Fracción era una continuación orgánica, directa, porque no existía más que durante un tiempo relativamente corto. Ocurrió a menudo seguir viviendo en el seno de la antigua organización hasta el momento de la ruptura. Su ruptura solía equivaler a transformación en nuevo partido (ejemplo de la fracción Bolchevique y de Spartakusbund, como de casi todas las fracciones de Izquierda del antiguo Partido). Esa continuidad orgánica es hoy inexistente. (…) La Fracción, al no tener que responder a problemas fundamentalmente nuevos como los que plantea nuestro período de crisis permanente y de evolución hacia el capitalismo de Estado, al no estar dislocada en un montón de pequeñas tendencias, estaba más aferrada a sus principios revolucionarios adquiridos que a formular nuevos principios, tenía más cosas que mantener que cosas por construir. Por esa razón y por la de su continuidad orgánica directa en un lapso de tiempo relativamente corto, la Fracción era el nuevo partido en gestación. (…)
[El grupo], aunque tenga en parte unas tareas de la Fracción, o sea: reexaminar la experiencia, formar militantes, tiene además la de analizar las nuevas evoluciones y las perspectivas nuevas, y, al menos, la de reconstruir el programa del futuro Partido. [El grupo] no es más que un aporte a esa reconstrucción, de igual modo que no es sino un elemento más del futuro Partido. Su función en su aporte programático es parcial a causa de su naturaleza organizativa”.
Hoy, cuando se cumplen los 40 años de la CCI, debemos usar el mismo método, recordando lo que escribíamos con ocasión de sus 30 años:
"La capacidad de la CCI para hacer frente a sus responsabilidades a lo largo de estos treinta años de vida, se la debemos en gran parte a los aportes de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista. El secreto del balance positivo que sacamos de nuestra actividad durante todo ese período está en nuestra fidelidad a las enseñanzas de la Fracción y, más generalmente, al método y al espíritu del marxismo de los que la Fracción se había apropiado plenamente" ("Treinta años de la CCI: apropiarse del pasado para construir el futuro", Revista Internacional no 123).
[1] Hay que señalar que, según una carta que Marx mandó a Engels después de ese mitin, aquél había aceptado la invitación de Eccarius porque esta vez la cosa parecía seria, contrariamente a otros intentos anteriores de constituir organizaciones a los que Marx había sido invitado y que él consideraba artificiales.
[2] En esta parte y en la siguiente, estudiaremos las fracciones que surgieron en cuatro partidos diferentes, los de Rusia, Holanda, Alemania e Italia dejando de lado los partidos de dos grandes países, Grande-Bretaña y Francia. De hecho en estos dos partidos no hubo fracciones de izquierda dignas de ese nombre, sobre todo a causa de la extrema debilidad del pensamiento marxista en ellos. En Francia, por ejemplo, la primera acción organizada contra la Primera Guerra Mundial no vino de una minoría del Partido Socialista, sino de una minoría de la central sindical CGT, un núcleo en torno a Rosmer y Monatte que publicaba La Vie ouvrière.
[3] Sozialdemokratische Partei Deutschlands, Partido Socialdemócrata de Alemania
[4] Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia.
[5] Sociaal Democratische Arbeiders Partij, Partido Socialdemócrata de Trabajadores, de Holanda)
[6] "Siempre he dicho, en contra de la dirección de De Tribune: debemos hacerlo todo para atraer a los demás hacia nosotros, pero si se fracasa en el empeño tras haber luchado hasta el final y que todos nuestros esfuerzos hayan fracasado, entonces sí, debemos ceder [o sea, aceptar la supresión de De Tribune]" (Carta de Gorter a Kautsky, 16 de febrero de 1909). "Nuestra fuerza en el partido puede crecer; nuestra fuerza fuera del partido nunca podrá crecer" (Intervención de Gorter en el congreso de Deventer). (Del artículo "La izquierda holandesa (1900-1914): El movimiento 'Tribunista' III parte", Revista Internacional no 47)
[7] Entre los numerosos militantes sobre los que se abatió la represión, citemos a Rosa Luxemburg que pasó gran parte de la guerra en la cárcel, Liebknecht, primero movilizado y luego encerrado en presidio tras haber tomado la palabra para denunciar la guerra y el gobierno en la manifestación del Primero de Mayo de 1916; encarcelaron incluso a Mehring, que ya pasaba de los 70 años.
[8] ‘‘Entente Cordiale” (Entendimiento cordial) es el nombre de la alianza franco-británica que junto a Rusia y otros países, Italia, y Estados Unidos al final de la guerra, formaron uno de los frentes de 1914 contra el otro frente: el de los Imperios Centrales (Alemania y Austria-Hungría) junto con el Imperio Otomano y otros países.
[9] Las otras dos posiciones son la de Trotski que quiere que los sindicatos se integren en el Estado para hacer de ellos órganos de encuadramiento de los obreros (siguiendo el modelo del Ejército Rojo) para una mayor disciplina en el trabajo y la de Lenin, el cual estima, al contrario, que los sindicatos deben desempeñar un papel en la defensa de los obreros contra el Estado, que está conociendo “fuertes deformaciones burocráticas”.
[10] Debido al “peligro” de que el Buró de Ámsterdam acabara siendo un polo de agrupamiento de la izquierda en el seno de la IC, el Comité Ejecutivo de ésta anunció por la radio la disolución de aquél el 4 de mayo de 1920.
[11] En aquel entonces, la Izquierda holandesa y Pannekoek eran muy claros en su combate contra la visión que defendía Otto Rühle el cual negaba la necesidad del partido que sería más tarde la posición de los consejistas y de… Pannekoek.
[12] Conocido es cómo llegaron esos delegados a Rusia (en plena guerra civil y un "cordón sanitario" que hacía prácticamente imposible llegar allí por tierra): desviaron un barco mercante hasta Múrmansk, en el extremo norte de Rusia.
[13] En sus últimos escritos, poco antes de morir, Gorter deja claro que ha entendido sus propios errores animado a sus camaradas a hacer lo propio y a sacar las lecciones de todo ello (Ver La Izquierda Holandesa, fin del cap. V.4.d).
1. Para hacer el balance de sus análisis de la situación internacional durante los últimos cuarenta años, la CCI se ha inspirado en el ejemplo de El Manifiesto Comunista de 1848, primera declaración pública de la corriente marxista en el movimiento obrero. Las adquisiciones de El Manifiesto son bien conocidas: aplicar el método materialista al proceso histórico, mostrando el carácter transitorio de todas las formaciones sociales existentes hasta entonces; reconocer que aunque el capitalismo desempeñaba todavía un papel revolucionario al unificar el mercado mundial y desarrollar las fuerzas productivas, las contradicciones inherentes a esa relación social, expresadas en repetitivas crisis de sobreproducción, indicaban que este sistema, como los demás, no era sino una etapa transitoria en la historia de la humanidad; identificar a la clase obrera como la enterradora del modo de producción burgués; la necesidad para la clase obrera de desarrollar las luchas que emprendiese hasta llegar a la toma del poder político y poder establecer los fundamentos de una sociedad comunista; el necesario papel de una minoría comunista, producto y factor activo de la lucha de clase del proletariado.
2. Aquel paso adelante sigue siendo hoy parte fundamental del programa comunista. Pero Marx y Engels, fieles a un método que es a la vez histórico y autocrítico, fueron después capaces de reconocer que algunas partes de El Manifiesto habían sido superadas o desmentidas por la experiencia histórica. Así, después de los acontecimientos de la Comuna de París de 1871, llegaron a la conclusión de que la toma del poder por la clase obrera implicaba la destrucción y no la conquista del Estado burgués existente y, mucho antes, en los debates de la Liga de los Comunistas que siguieron a la derrota de las revoluciones de 1848, se dieron cuenta de que El Manifiesto se había equivocado al estimar que el capitalismo había entrado ya en un estancamiento fundamental y que podría realizarse ya una transición rápida desde la revolución burguesa a la revolución proletaria; y tomaron posición contra la tendencia hiperactivista en torno a Willich y Schapper insistiendo en la necesidad para los revolucionarios de desarrollar una reflexión mucho más profunda sobre las perspectivas de una sociedad capitalista aún en ascenso. No obstante, no por reconocer esos errores, cuestionaron el método subyacente a las posiciones que dieron lugar al Manifiesto e insistieron en dar a las adquisiciones programáticas del movimiento obrero bases más sólidas.
3. La pasión comunista, el ardiente deseo de poder contemplar el final de la explotación capitalista, condujeron frecuentemente a los comunistas a caer en errores semejantes a los de Marx y Engels en 1848. El estallido de la Primera Guerra Mundial y la inmensa sublevación revolucionaria que provocó, entre 1917 y 1920, fueron correctamente entendidos por los comunistas como una prueba definitiva de que el capitalismo había entrado en una nueva época, la época de su declive y por tanto la de la revolución proletaria. La revolución mundial se puso a la orden del día con la toma del poder por el proletariado ruso en 1917. Pero la vanguardia comunista de aquel periodo tendió a subestimar las enormes dificultades a las que se enfrentaba un proletariado cuya confianza en sí mismo y en su brújula moral habían sufrido un severo golpe por la traición de sus viejas organizaciones; un proletariado extenuado por sucesivos años de masacre imperialista y sobre el que pesaba fuertemente el reformismo y las influencias oportunistas que se habían incrementado en el movimiento obrero a lo largo de los tres decenios anteriores. La respuesta de la dirección de la Internacional Comunista a esas dificultades fue la de caer en nuevas versiones de oportunismo que intentaban ganar influencia en las masas; como fue la “táctica” del frente único con agentes notorios de la burguesía, muy activos en el seno de la clase obrera. Esa vuelta al oportunismo hizo surgir reacciones sanas de las corrientes de izquierda en la Internacional, en particular las Izquierdas Italiana y Alemana; pero ellas mismas se enfrentaron a obstáculos considerables para entender las nuevas condiciones históricas. En la Izquierda Alemana, las tendencias que habían adoptado la teoría de la “crisis mortal” desdeñaron ver en ello lo que en realidad era: el comienzo de la decadencia del capitalismo. Si bien esta decadencia debía comprenderse como un periodo de crisis y guerras, para esas corrientes significaba que el sistema estaba enfrentado a un muro que haría imposible su recuperación. El resultado de ese análisis fue, por una parte, el desencadenamiento de actitudes aventuristas que intentaban provocar al proletariado para que asestara el golpe mortal al capitalismo; y por otra, la instauración de una efímera “Internacional Comunista Obrera”, seguida de una fase “consejista”, que acarreó un abandono creciente de la noción misma de partido de clase.
4. La incapacidad de la mayoría de la Izquierda Alemana para responder al reflujo de la oleada revolucionaria fue un elemento crucial de desintegración de gran parte de sus expresiones organizadas. Por el contrario, a diferencia de la Izquierda Alemana, la Izquierda Italiana fue capaz de reconocer la profunda derrota sufrida por el proletariado mundial a finales de los años 1920 y de desarrollar las respuestas teóricas y organizativas que exigía la nueva fase de la lucha de clases, unas respuestas contenidas en la idea de un cambio en el curso de la historia, en la de la formación de la Fracción y en la de hacer un “balance” de la oleada revolucionaria y de las posiciones programáticas de la Internacional Comunista. Esta claridad permitió a la Fracción Italiana llevar a cabo avances teóricos inestimables y, al mismo tiempo, defender posiciones internacionalistas cuando en su entorno se sucumbía al antifascismo y al camino hacia la guerra. Aunque la propia Fracción no estaba inmunizada contra las crisis ni contra las retrocesos teóricos, en 1938 la revista Bilan (Balance) cambió su nombre por el de Octobre, anticipando una nueva oleada revolucionaria resultante de lo que era inminente: la guerra y la “crisis de la economía de guerra”, que la seguiría a aquélla. En el periodo de posguerra, la Izquierda Comunista de Francia nació como reacción a la crisis de la Fracción durante la guerra y a la precipitación inmediatista que condujo a formar el Partito Comunista Internazionalista en 1943. La Fracción fue capaz, en el fructífero periodo de 1946 a 1952, de hacer las síntesis de las mejores contribuciones de las Izquierdas Italiana y Alemana y de desarrollar la mejor comprensión de por qué el capitalismo adoptó las formas totalitarias y estatistas. Y, sin embargo, también ella acabó disgregándose debido a una comprensión errónea del periodo de postguerra, al haber previsto el estallido inminente de una tercera guerra mundial.
5. A pesar de esos serios errores el enfoque fundamental de Bilan y de la GCF (Izquierda Comunista de Francia) eran válidos y resultaron indispensables en la formación de la CCI, a comienzos de los años 1970. La CCI se formó con el conjunto de adquisiciones de la Izquierda Comunista: No sólo se constituyó basándose en posiciones de clase (como la oposición a las luchas de liberación nacional y a todas las guerras capitalistas, la crítica a los sindicatos y al parlamentarismo, el reconocimiento de la naturaleza capitalista de los partidos “obreros” y de los países “socialistas”), sino, además, en:
La comprensión del periodo histórico
6. La capacidad de la CCI de responder y desarrollar la herencia organizativa de la Izquierda Comunista se ha tratado en otros informes para el XXI Congreso. Esta Resolución se concentra en los elementos que guían nuestro análisis de la situación internacional desde nuestros orígenes. Está claro que la CCI no es simplemente heredera de las adquisiciones del pasado, sino que ha sido capaz de desarrollarlas de muchas maneras:
7. Junto a esa capacidad de apropiarse y desarrollar las adquisiciones del movimiento obrero en el pasado, la CCI, como todas las organizaciones revolucionarias precedentes, ha padecido las múltiples presiones ejercidas por el orden social dominante y de las formas ideológicas que estas presiones engendran –sobre todo el oportunismo, el centrismo y el materialismo vulgar. Concretamente en sus análisis de la situación mundial, ha sido también presa de la impaciencia y del inmediatismo que habíamos identificado en las organizaciones del pasado y que son, en parte, expresión de una forma mecanicista de materialismo. Estas debilidades se han agravado durante la historia de la CCI por las condiciones en las que surgió, pues sufrió los efectos de la ruptura orgánica con las organizaciones del pasado; el impacto de la contrarrevolución estalinista, que introdujo una visión falsa de la lucha y de la moral proletarias; así como de la fuerte influencia de la revuelta pequeño burguesa de los años 1960 –la pequeña burguesía, en tanto que clase sin futuro histórico, es casi por definición la encarnación del inmediatismo. Además, esas tendencias se han exacerbado en el periodo de descomposición que actúa, a la vez que como producto, como factor activo de la pérdida de perspectiva para el futuro.
8. El peligro del inmediatismo se expresó ya en la CCI, desde su inicio, en su evaluación de la relación de fuerzas entre las clases sociales. Aunque identificó correctamente el periodo posterior a 1968 como el final de la contrarrevolución, su caracterización del nuevo curso histórico como “curso a la revolución” implicaba un ascenso lineal y rápido de las luchas inmediatas hasta el derrocamiento del capitalismo; y aunque esa formulación fue corregida más tarde, la CCI siguió manteniendo la idea de que las luchas que se sucedieron entre 1978 y 1989, a pesar de los retrocesos temporales, representaban una ofensiva semipermanente del proletariado. Es más, las inmensas dificultades de la clase obrera para pasar del movimiento defensivo a la politización de sus luchas y al desarrollo de una perspectiva revolucionaria, nunca fueron ni suficientemente esclarecidas ni analizadas. Aunque la CCI fue capaz de identificar el inicio de la descomposición y el hecho de que la caída de los bloques implicaba un profundo retroceso de la lucha de clases, seguimos albergando la esperanza de que la profundización de la crisis económica volvería a traer las “oleadas” de luchas de los años 1970-1980; aunque en aquel momento consideramos con razón que hubo un retroceso, después de 2003 continuamos subestimando las enormes dificultades ante las que se encontraba la nueva generación de la clase obrera para dar una perspectiva clara a sus luchas, un factor que afecta a la vez a toda clase obrera y a sus minorías politizadas. Los errores de análisis han alimentado algunos planteamientos falsos, incluso oportunistas, en la intervención en las luchas y en la construcción de la organización.
9. La teoría de la descomposición (que fue el último legado del camarada MC a la CCI) ha sido un guía indispensable y fundamental para comprender el periodo actual, pero la CCI ha tenido que seguir pugnando por comprender todas sus implicaciones. Esto se concretó particularmente cuando fue necesario explicar y reconocer las dificultades de la clase obrera desde los años 1990. A pesar de que fuimos capaces de ver cómo la burguesía utiliza los efectos de la descomposición para montar enormes campañas ideológicas contra la clase obrera –la más ruidosa de todas fue el aluvión de mentiras sobre la “muerte del comunismo”, tras el hundimiento del bloque del Este– no examinamos con suficiente profundidad hasta qué punto el proceso mismo de la descomposición tendía a ahogar la confianza en sí y la solidaridad en el proletariado. Además, hemos tenido muchas dificultades para comprender el impacto que sobre la identidad de clase ha tenido la destrucción de las viejas concentraciones obreras en algunos de los países centrales del capitalismo y su deslocalización a las naciones anteriormente “subdesarrolladas”. Aun cuando teníamos al menos una comprensión parcial de la necesidad para el proletariado de politizar sus luchas para resistir a la descomposición, fue bastante más tarde cuando empezamos a comprender que, para el proletariado, encontrar su identidad de clase y adoptar una perspectiva política conlleva una dimensión moral y cultural que es vital.
10. Es probablemente en el seguimiento de la crisis económica donde se han expresado de manera más evidente las dificultades de la CCI, especialmente:
11. En lo que se refiere al ámbito de las tensiones imperialistas, la CCI tiene un marco de análisis que, en general, es muy sólido y que muestra las diferentes fases de enfrentamiento entre los bloques en los años 1970 y 80; y, aunque sorprendida de alguna manera por el brutal hundimiento del bloque del Este y de la URSS tras 1989, había desarrollado ya las herramientas teóricas para analizar las debilidades inherentes a los regímenes estalinistas; ligando esto a su comprensión de la cuestión del militarismo y al concepto de descomposición que había comenzado a elaborar en la segunda mitad de los años 1980, la CCI fue la primera organización en el medio proletario en prever el final del sistema de bloques, el declive de la hegemonía estadounidense y el desarrollo muy rápido de la tendencia de “cada uno a la suya” a nivel imperialista. Conscientes de que la tendencia a la formación de bloques imperialistas no iba a desaparecer después de 1989, fuimos capaces de mostrar las dificultades a las que habría de enfrentarse el candidato más verosímil para desempeñar al papel de cabeza de bloque contra EEUU, Alemania, que pese a haberse reunificado, también tenía muchas dificultades para ser un día capaz de asumir su ambición imperialista; pero fuimos, no obstante, menos capaces de prever la capacidad de Rusia de volver a emerger como fuerza que se hace notar en la escena mundial; y, lo que es aún más importante, tardamos mucho en ver el ascenso de China como nuevo actor significativo en las rivalidades entre las grandes potencias, unas rivalidades que se han ido agudizando en las dos o tres últimas décadas –un fracaso estrechamente conectado a nuestro problema para reconocer la realidad del avance económico de China.
12. La existencia de todas estas debilidades, consideradas en conjunto, no debe ser un factor de desmoralización sino un estímulo para emprender un programa de desarrollo teórico que capacite a la CCI para profundizar su visión de todos los aspectos de la situación mundial. El comienzo de un balance crítico de los 40 últimos años emprendido en los Informes del Congreso y las tentativas de llegar a las raíces de nuestro análisis de la lucha de clase y de la crisis económica y la redefinición de nuestro papel como organización en el periodo de descomposición capitalista –son elementos que anuncian un auténtico renacimiento cultural en la CCI. En el periodo venidero, la CCI también deberá volver sobre en cuestiones teóricas tan fundamentales como la naturaleza del imperialismo y de la decadencia, para cimentar un marco más sólido para nuestros análisis de la situación internacional.
13. El primer paso en el balance crítico de 40 años de análisis de la situación mundial es, tras el reconocimiento de nuestros errores, comenzar a profundizar hasta llegar a averiguar la causa de sus orígenes. Sería pues prematuro intentar tener en cuenta todas sus implicaciones en el análisis de la situación actual del mundo y de sus perspectivas. Sí que podemos decir, en descargo de nuestras debilidades, que los elementos fundamentales de nuestras perspectivas siguen siendo válidos:
Las premisas de esta espiral son ya discernibles y tienen consecuencias muy negativas para un proletariado cuyas fracciones “periféricas” están directamente movilizadas o masacradas en los conflictos actuales y las “centrales” se hallan incapacitadas para reaccionar a la creciente barbarie, lo que refuerza la tendencia a caer en la atomización y la desesperanza. A pesar de todos los peligros, bien reales, a los que nos empuja la marea creciente de la descomposición, el potencial de la clase obrera para responder a esta crisis sin precedentes de la humanidad no se ha agotado, como lo indicaron los mejores momentos del movimiento estudiantil en Francia durante 2006 o las revueltas sociales de 2011, en las que el proletariado, incluso sin reconocerse a sí mismo como clase, mostró signos evidentes de su capacidad para unificarse, a pesar de todas sus divisiones, en las calles y en las asambleas generales. Sobre todo los jóvenes proletarios que, comprometidos en esos movimientos en la medida en que han comenzado a desafiar la brutalidad de las relaciones sociales capitalistas y a pensar en una nueva sociedad, han dado los primeros tímidos pasos hacia la convicción de que la lucha de clases no es únicamente una lucha económica sino una lucha política y cuyo fin último sigue siendo el que audazmente señalaba El Manifiesto de 1848: el establecimiento de la dictadura del proletariado y la inauguración de una nueva cultura humana.
Desde sus orígenes, la CCI ha tratado siempre de analizar la lucha de clases en su contexto histórico. La propia existencia de nuestra organización es el producto no sólo de los esfuerzos de los revolucionarios del pasado y de aquellos que asumieron el papel de puente entre una generación de revolucionarios y otra, sino también del cambio del curso histórico, curso abierto debido al resurgimiento del proletariado a nivel mundial desde 1968, lo que puso fin a los “cuarenta años de contrarrevolución” que sucedieron a las últimas ondas de la gran oleada revolucionaria de 1917-1927. Pero hoy, tras cuarenta años de su fundación, la CCI se encuentra ante la tarea de reexaminar todo el corpus considerable de trabajo que ha efectuado desde la reaparición histórica de la clase obrera y las inmensas dificultades que ha encontrado en la vía de su emancipación.
Este informe no es sino el inicio de ese examen. No es posible que entremos en detalle sobre las distintas luchas ni sobre los diferentes análisis de los historiadores o de algunos elementos del medio proletario. Nosotros tenemos que limitarnos a lo que ya de por sí es una tarea bastante importante: examinar cómo ha analizado la propia CCI el desarrollo de la lucha de clases en sus publicaciones, esencialmente en su órgano teórico internacional, la Revista Internacional, que contiene la síntesis global de las discusiones y los debates que han animado a nuestra organización a lo largo de su existencia.
Antes de la existencia de la CCI, antes de mayo de 1968, habían aparecido ya los signos de una crisis de la sociedad capitalista. En el plano económico, los problemas de las divisas de Estados Unidos y Gran Bretaña; en el plano socio-político, las manifestaciones contra la Guerra de Vietnam y contra la segregación racial en Estados Unidos; a nivel de la lucha de clases, los obreros chinos se rebelaban contra la pretendida “revolución cultural”, las huelgas salvajes estallaban en las fábricas de automóviles norteamericanas… [1]. Ese era el contexto en el que Marc Chirik (MC)[2] y sus jóvenes camaradas de Venezuela establecieron el pronóstico siguiente, frecuentemente citado (por nosotros, por lo menos): “No somos profetas, y no pretendemos adivinar cuándo y de qué forma se desarrollarán los acontecimientos futuros. Pero de lo que somos efectivamente conscientes y estamos seguros, respecto al proceso en el que está actualmente inmerso el capitalismo, es que no puede detenerse por medio de reformas, devaluaciones ni ningún otro tipo de medidas económicas capitalistas, lo que conduce directamente a la crisis”. “Y estamos igualmente seguros de que el proceso inverso de desarrollo de la combatividad de la clase, que se vive actualmente de forma general, conducirá a la clase obrera a una lucha sangrienta y directa hacia la destrucción del Estado burgués” [3].
Ahí reside toda la fuerza del método marxista heredado por la Izquierda Comunista: una capacidad de discernir los cambios importantes en la dinámica de la sociedad capitalista, antes de que se hayan vuelto demasiado evidentes para poder ser negados. Y así MC, que había pasado la mayor parte de su vida militante en el ambiente sombrío de la contrarrevolución, fue capaz de anunciar el cambio del curso histórico: la contrarrevolución había acabado, el boom de la posguerra estaba llegando a su fin y la perspectiva era una nueva crisis del sistema capitalista mundial y el resurgir de la lucha de clases proletaria.
Pero existía una debilidad en la fórmula utilizada para caracterizar ese cambio de curso histórico que podía dar la impresión de que entrábamos ya en un período revolucionario –en otros términos en un periodo en el que a corto plazo la revolución mundial estaba al orden del día, como sucedió en 1917. El artículo, evidentemente, no dice que la revolución estaba a la vuelta de la esquina y MC había aprendido la virtud de la paciencia en circunstancias más complicadas. Tampoco cometió el error de los situacionistas que pensaban que Mayo de 1968 era verdaderamente el inicio de la revolución. Pero esa ambigüedad iba a tener consecuencias para la nueva generación de revolucionarios que iba a constituir la CCI. Durante la mayor parte de su historia, incluso después de haber reconocido lo inadecuado de la expresión “curso a la revolución” habiéndola sustituido por “curso a enfrentamientos de clase” durante su V Congreso, la CCI iba a adolecer en permanencia de una tendencia a subestimar la capacidad del capitalismo para mantenerse a pesar de su decadencia y su crisis abierta, y, al mismo tiempo, la dificultad para la clase obrera de superar el peso de la ideología dominante, de constituirse como clase social con su propia perspectiva.
La CCI nació en 1975 a partir del análisis de que se iba a abrir una nueva era de luchas obreras, engendrando igualmente una nueva generación de revolucionarios cuya primera tarea era la reapropiación de las adquisiciones políticas y organizativas de la Izquierda Comunista, y el trabajo por su agrupamiento a escala mundial. La CCI estaba convencida de que tenía un papel único que desempeñar en ese proceso, definiéndose como el “eje” del futuro partido comunista mundial [4].
Sin embargo, la oleada de luchas inaugurada por el movimiento masivo en Francia de mayo-junio de 1968 estaba ya más o menos acabada cuando la CCI se formó, puesto que, globalmente, dicha oleada se desarrolló entre 1968 y 1974, aunque siguió habiendo luchas importantes en España, Portugal, Holanda… en 1976-77. Como no existe una relación mecánica entre la lucha inmediata y el desarrollo de la organización revolucionaria, el crecimiento relativamente rápido, en los inicios, de la CCI prosiguió a pesar de ese reflujo. Pero este desarrollo seguía estando muy influido por el ambiente de Mayo de 1968 cuando, para muchos, la revolución había parecido encontrarse casi al alcance de la mano. Unirse a una organización que luchaba abiertamente por la revolución mundial no parecía, en aquella época, ser una apuesta particularmente temeraria.
Este sentimiento de que vivíamos ya en los últimos días del capitalismo, de que la clase obrera desarrollaba su fuerza de modo casi exponencial, se veía reforzado por una característica del movimiento de la clase de aquel tiempo, donde se daban cortas pausas entre lo que se identificaba como “oleadas” de la lucha de clases internacional.
Entre los factores que la CCI analizó cuando se produjo el reflujo de la primera oleada, está la contraofensiva de la burguesía que se vio sorprendida en 1968, pero que desarrolló rápidamente una estrategia política cuya finalidad era engañar a la clase, ofreciéndole una falsa perspectiva. Ese fue el objetivo de la estrategia de “la izquierda al poder” que prometía el fin rápido de las dificultades económicas que aún eran relativamente débiles en aquella época.
El fin de la primera oleada coincidió de hecho, más o menos, con el desarrollo más explícito de la crisis económica de 1973, pero fue esa evolución lo que creó las condiciones de nuevas explosiones de movimientos de clase. La CCI analizó el inicio de la “segunda ola” en 1978, con la huelga de los camioneros, el Winter of Discontent (“El invierno del descontento”) y la huelga de los trabajadores siderúrgicos en Gran Bretaña, la lucha de los obreros de la industria del petróleo en Irán que se organizaron en shoras (“consejos”), amplios movimientos de huelga en Brasil, las huelgas de los estibadores de Rotterdam con su comité independiente de huelga, el movimiento combativo de los obreros siderúrgicos en Longwy y Denain en Francia y, por encima de todo, el enorme movimiento huelguístico de Polonia en 1980.
Este movimiento, que partió de los astilleros navales de Danzig, fue una clara expresión del fenómeno de la huelga de masas, y nos permitió profundizar nuestra comprensión de ese fenómeno, retomando el análisis realizado por Rosa Luxemburg después de las huelgas de masas en Rusia, que culminaron en la revolución de 1905 [5]. En la reaparición de la huelga de masas, pudimos vivir el punto culminante de la lucha de después de 1968, lo que respondió a muchas preguntas planteadas en las luchas precedentes, en particular respecto a la autoorganización y la extensión. Defendimos entonces –contra la visión de un movimiento de clase condenado a dar vueltas y vueltas hasta que “el partido” fuese capaz de dirigirlo hacia el derrocamiento revolucionario– que las luchas obreras seguían una trayectoria, tendían a avanzar, a extraer lecciones, a responder a problemas que se habían planteado en las luchas precedentes. Por eso fuimos capaces de ver que la conciencia política de los obreros polacos iba con retraso comparada con el nivel de su lucha. Los obreros polacos formularon reivindicaciones generales que iban más allá de lo puramente económico, pero la dominación del sindicalismo, de la democracia y de la religión era muy fuerte y tendía a deformar todo intento de avanzar en un terreno explícitamente político. También pudimos darnos cuenta de la capacidad de la burguesía mundial para unirse contra la huelga de masas en Polonia, especialmente con la creación de Solidarnosc.
Pero nuestros esfuerzos para analizar las maniobras de la burguesía contra la clase obrera también hizo surgir una tendencia de lo más empírico, marcada por “el buen sentido común”, expresada más claramente por el “clan” Chénier (ver nota 3). Cuando observamos la estrategia política de la burguesía a finales de los años 70 –estrategia de la derecha en el poder y de la izquierda en la oposición en los países centrales del capitalismo– tuvimos que profundizar la cuestión del maquiavelismo de la burguesía. En el artículo de la Revista Internacional no 31 sobre la conciencia y la organización de la burguesía, examinamos cómo la evolución del capitalismo de Estado permitió a esa clase desarrollar estrategias activas contra la clase obrera. En gran medida, la mayoría del movimiento revolucionario había olvidado que el análisis marxista de la lucha de clases es un análisis de las dos clases principales de la sociedad, no sólo de los avances y los retrocesos del proletariado. Este no está comprometido en una batalla en el vacío, sino que se ve enfrentado a la clase más sofisticada de la historia, la cual, a pesar de su falsa conciencia, ha mostrado una capacidad de extraer lecciones de los acontecimientos históricos, sobre todo en los momentos en que se trata de enfrentarse con su enemigo mortal, y es capaz de manipulaciones y engaños sin fin. Examinar las estrategias de la burguesía era un dato básico para Marx y Engels, pero nuestros intentos de seguir con esta tradición han sido frecuentemente refutados por muchos elementos que consideraban que caíamos en una “teoría del complot” mientras que, en realidad, ellos mismos se encontraban “embrujados” por las apariencias de las libertades democráticas.
Analizar la “relación de fuerza” entre las clases nos lleva igualmente a la cuestión del curso histórico. En la misma Revista Internacional donde se publicó el texto más importante sobre la izquierda en la oposición [6] y en respuesta a las confusiones de las Conferencias Internacionales y en nuestras propias filas (por ejemplo la tendencia RC/GCI [7] que anunciaba un curso a la guerra), nosotros publicamos una contribución crucial sobre la cuestión del curso histórico que continuaba y desarrollaba la herencia de la Izquierda Comunista. Este texto intentó rechazar algunas de las ideas falsas más comunes en el medio revolucionario, en particular la idea empírica de que no es posible para los revolucionarios realizar previsiones generales sobre el curso de la lucha de clases. Contra esta visión, el texto reafirma que la capacidad de definir una perspectiva para el futuro –y no solamente la alternativa general socialismo o barbarie- es una de las características del marxismo y lo ha sido siempre. Más específicamente, el texto insiste en que los marxistas siempre han basado su trabajo en su capacidad de comprender la relación de fuerzas entre las clases en un período dado, como hemos visto ya precedentemente en la parte de este informe sobre la “recuperación histórica del proletariado”. Igualmente el texto muestra que la incapacidad de aprehender la naturaleza del curso histórico había conducido a los revolucionarios del pasado a cometer serios errores (por ejemplo las desastrosas aventuras de Trotski en los años 30).
Una extensión de esta visión agnóstica del curso histórico ha sido el concepto, defendido en particular por el BIPR (Buró Internacional por el Partido Revolucionario, que será más tarde la TCI –Tendencia Comunista Internacionalista– que trataremos a continuación en este artículo) de un curso “paralelo” hacia la guerra y hacia la revolución.
“Otras teorías han surgido igualmente de un modo más reciente para las cuales “con la agravación de la crisis del capitalismo, son los dos términos de la contradicción los que se refuerzan al mismo tiempo: guerra y revolución no se excluirían mutuamente sino que avanzarían de forma simultánea y paralela sin que se pueda saber cuál llegará a su destino antes que la otra”. El mayor error de esta concepción es que subestima totalmente el factor de la lucha de clases en la vida de la sociedad, al igual que la concepción desarrollada por la Izquierda italiana (la teoría de la economía de guerra) erraba sobreestimando este factor. Partiendo de la frase del Manifiesto Comunista según la que “la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases”, haciendo una aplicación mecánica de esta idea al análisis del problema de la guerra imperialista considerando a ésta como una respuesta a la lucha de clases sin ver, al contrario, que aquélla no podía tener lugar sino era en ausencia de ésta o debido a su debilidad. Pero por falsa que fuese, esta concepción se basaba en un esquema correcto, el error provenía de una delimitación incorrecta de su campo de aplicación. Por el contrario, la tesis del “paralelismo y la simultaneidad del curso hacia la guerra y la revolución” ignora francamente este esquema del marxismo pues supone que las dos principales clases antagónicas de la sociedad pueden preparar sus respectivas respuestas a la crisis del sistema –la guerra imperialista para una y la revolución para la otra- de forma completamente independiente la una de la otra, de la relación entre sus fuerzas respectivas, de sus enfrentamientos. Si no se puede aplicar a lo que determina toda la alternativa histórica de la vida de la sociedad, el esquema del Manifiesto Comunista no tiene más razón de ser y mejor sería poner todo el marxismo en un museo, en la sección de invenciones ”extravagantes” de la imaginación humana”. [8]
Aunque tuvimos que esperar cuatro años para cambiar formalmente la fórmula “curso hacia la revolución”, ante todo porque contenía la implicación de una especie de progreso inevitable y, al mismo tiempo, lineal hacia enfrentamientos revolucionarios, comprendimos que el curso histórico no era ni estático, ni predeterminado, sino que estaba sometido a los cambios en la evolución de la relación de fuerzas entre las clases. De ahí nuestro “eslogan”: “los años de la verdad”, al iniciarse los años 80 del siglo XX, en respuesta a la evidente aceleración de las tensiones imperialistas (en especial con la invasión de Afganistán por parte de Rusia y la réplica que provocó por parte de Occidente). “Verdad” no sólo en el brutal lenguaje de la burguesía y de sus nuevos equipos de derecha, sino verdad igualmente en el sentido de que el futuro mismo de la humanidad iba a dilucidarse. Es cierto que hubo errores en ese texto, en especial la idea de “la bancarrota total” de la economía y de una “ofensiva” proletaria ya existente, aun cuando las luchas obreras se ubicaban todavía en un terreno necesariamente defensivo. Pero el texto mostraba una capacidad real de previsión, no sólo porque los obreros polacos nos dieron rápidamente una prueba de que el curso a la guerra no estaba abierto y que el proletariado era capaz de ofrecer una alternativa, sino, también, porque los acontecimientos de los años 80 aparecieron decisivos, aunque no fuese como lo habíamos previsto nosotros en un principio. Las luchas en Polonia fueron un momento clave en el proceso que condujo al hundimiento del bloque del Este y a la apertura definitiva de la fase de descomposición, la expresión del impasse social en el que ninguna clase es capaz de proponer su alternativa histórica.
La "segunda oleada" fue también el período en el que MC nos exhortó a “bajar a la calle” y desarrollar nuestra capacidad de participar en las luchas, de hacer propuestas concretas para la autoorganización y la extensión como así fue durante la huelga de los trabajadores siderúrgicos en Francia. Esto ocasionó algunas incomprensiones: por ejemplo, la propuesta de distribuir una hoja llamando a los obreros de otros sectores a unirse a la marcha de los trabajadores siderúrgicos en París se cansideró como una concesión al sindicalismo, pues esta manifestación había sido organizada por los sindicatos. Pero el problema planteado no era algo abstracto –denunciar a los sindicatos en general- había que mostrar cómo, en la práctica, los sindicatos se oponían a la extensión de la lucha, estimulando así las tendencias a cuestionar a los sindicatos y a que la clase se apoderara de la organización de la lucha. Lo que era una posibilidad real, lo muestra el eco con que fueron recibidas algunas de nuestras intervenciones en los mítines masivos convocados formalmente por los sindicatos, como por ejemplo en Dunkerque. La cuestión de los “grupos obreros” surgidos de estas luchas también se planteó[9]. Pero todo ese esfuerzo para intervenir activamente en las luchas tuvo igualmente un aspecto “negativo”: la aparición de tendencias inmediatistas y activistas que reducían el rol de la organización revolucionaria a aportar una mera asistencia práctica a los obreros. En la huelga de los estibadores de Rotterdam, jugamos el papel de “portadores de botijo” para el comité de huelga, lo que dio lugar a una contribución muy importante de MC[10] que, de modo sistemático, hizo una contribución en la que explicaba cómo el paso de la época de ascenso del capitalismo a la decadencia conllevó profundos cambios en la dinámica de la lucha de clases proletaria y, por lo tanto, a la función primera de la organización revolucionaria, que no podía considerarse más como “el organizador” de la clase, sino como una minoría lúcida que propugna una dirección política. A pesar de esta clarificación decisiva, una minoría de la organización cayó una vez más en el obrerismo y el activismo, caracterizados por el oportunismo hacia el sindicalismo que se manifestó en el clan Chénier, que veía en los comités de huelga sindicales en la huelga siderúrgica del Reino Unido como órganos de clase, rechazando al mismo tiempo la significación histórica del movimiento en Polonia. El texto de la Conferencia Extraordinaria de 1982 sobre la función de la organización identificó numerosos errores.[11]
La segunda ola de luchas llegó a su fin con la represión en Polonia, lo que aceleró también un desarrollo de una crisis en el medio revolucionario (la ruptura de las conferencias internacionales, la escisión en la CCI[12], el colapso del PCI: véanse las Revistas Internacionales nº 28 y 32). Pero nosotros continuamos desarrollando nuestra comprensión teórica, en especial destacando la cuestión de la generalización internacional como próxima etapa de la lucha, y a través del debate sobre la crítica a la teoría del eslabón más débil [13]. Estas dos cuestiones, que están relacionadas entre sí, forman parte del esfuerzo por comprender el significado de la derrota en Polonia. A través de esas discusiones vimos que la clave para los nuevos y más importantes desarrollos de la lucha de clases mundial – que definimos no sólo en términos de auto organización y extensión, sino de generalización y politización internacionales– era Europa occidental. Los textos sobre la generalización y otras polémicas reafirmaron también que la guerra no implicaba las mejores condiciones para la revolución proletaria, como seguían defendiendo la mayor parte de los grupos de la tradición de la Izquierda italiana, sino la crisis económica abierta y que era precisamente esa perspectiva la que se había abierto en 1968. Finalmente, y tras la derrota en Polonia, se escribieron algunos artículos clarividentes acerca de la rigidez subyacente en los regímenes estalinistas, como por ejemplo: “La crisis económica en la Europa del Este y las armas de la burguesía contra el proletariado” en la Revista Internacional no 34. Estos análisis fueron la base para nuestra comprensión de los mecanismos del hundimiento del bloque del Este tras 1989.
Una nueva oleada de luchas vino anunciada por las huelgas del sector público en Bélgica y se confirmó en los años siguientes con la huelga de los mineros en Gran Bretaña, las luchas de los trabajadores del ferrocarril y la sanidad en Francia, del ferrocarril y la educación en Italia, las luchas masivas en Escandinavia, en Bélgica de nuevo en 1986, etc. Prácticamente cada número de la Revista Internacional de ese período contuvo un artículo editorial sobre la lucha de clases, publicando además las diferentes resoluciones de los congresos sobre esta cuestión. Es cierto que intentamos situar esas luchas en un contexto histórico más amplio. En las Revistas Internacionales nº 39 y 41, publicamos artículos sobre el método necesario para analizar la lucha de clases, tratando de responder al empirismo y a la ausencia de marco que dominaba en el medio que podía pasar de una gran subestimación a repentinas y absurdas exageraciones. El texto de la Revista nº 41 reafirmaba en especial algunos elementos fundamentales de la dinámica de la lucha de clases –su carácter irregular, compuesta de “oleadas”, que se deben a que la clase obrera es la primera clase revolucionaria que es una clase explotada y que no puede avanzar de victoria en victoria como la burguesía sino que tiene que pasar por un doloroso proceso de derrotas que pueden ser el trampolín para nuevos avances en la conciencia. Esos altibajos de la lucha de clases es aún más pronunciado en el período de la decadencia de manera que, para comprender el significado de una explosión específica de la lucha de clases, no podemos observarla como si fuera una “fotografía”: tenemos que situarla en una dinámica más general que nos conduce a la cuestión de la relación de fuerzas entre las clases y al curso histórico.
Durante el mismo período se desarrolló el debate sobre el centrismo para con el consejismo que, al principio, se planteó en un plano teórico –la relación entre conciencia y lucha así como la cuestión de la maduración subterránea de la conciencia [14]. Estos debates permitieron a la CCI hacer una importante crítica de la visión consejista de que la conciencia no se desarrolla sino en el momento de las luchas abiertas, y elaborar la distinción entre dos dimensiones de la conciencia: la de su extensión y la de su profundidad (“la conciencia de –o en– la clase y la conciencia de clase”, una distinción que inmediatamente fue considerada como “leninista” por la futura tendencia FECCI). La polémica con la CWO (Communist Workers Organization) sobre la cuestión de la maduración subterránea destacaba las similitudes entre las visiones consejistas de nuestra “tendencia” y la visión de la CWO que, en aquel momento, defendía abiertamente la teoría kautskysta de la conciencia de clase (entendiéndola como importada desde fuera a la clase obrera por parte de los intelectuales burgueses). El artículo trataba de avanzar en la visión marxista de las relaciones entre el inconsciente y lo consciente al mismo tiempo que realizaba una crítica de la visión de la CWO dominada por el “buen sentido” común.
Otro aspecto en el que la lucha contra el consejismo no se llevó hasta sus últimas consecuencias fue que, aun reconociendo en teoría que la conciencia de clase puede desarrollarse fuera de los períodos de lucha abierta, había desde hacía mucho tiempo una tendencia a esperar que, puesto que ya no vivimos en un período de contrarrevolución, la crisis económica provocaría saltos repentinos en la lucha de clases y en la conciencia de clase. La idea consejista de una relación automática entre la crisis y la lucha de clases volvía de esta manera a colarse por la ventana y ha vuelto a menudo a perseguirnos desde entonces, incluido el período posterior al crack de 2008.
Aplicando el análisis que realizamos en el debate acerca del eslabón más débil, nuestros textos principales sobre la lucha de clases de aquel período reconocían la importancia de un nuevo desarrollo de la lucha de clases en los países centrales de Europa. Las “Tesis sobre la lucha de clases” (1984) publicadas en la Revista Internacional no 37 señalaban las características de esa oleada:
"Las características de la presente ola, tal y como se ya han manifestado y que se precisarán cada vez más, son las siguientes:
- Tendencia a movimientos de gran escala con la participación de numerosos obreros, que afectarán a sectores enteros o a numerosos sectores de modo simultáneo en un mismo país. Poniendo de este modo las bases para la extensión geográfica de las luchas, la tendencia a la aparición de movimientos espontáneos que plasmarán, sobre todo en sus primeras etapas, cierto desbordamiento de los sindicatos.
- Simultaneidad creciente de las luchas a nivel internacional, que prepararán el terreno para la futura generalización mundial de las luchas.
- Desarrollo progresivo, en el seno del conjunto del proletariado, de su confianza en sí, de la conciencia de su fuerza, de su capacidad de oponerse como clase a los ataques capitalistas.
- Ritmo lento del desarrollo de las luchas en los países centrales y especialmente de la aptitud a su auto organización, fenómeno que se debe al despliegue por parte de la burguesía de estos países de un arsenal completo de trampas y mistificaciones y que se ha vuelto a emplear una vez más en los enfrentamientos de estos últimos meses” [15].
La más importante de estas "trampas y mistificaciones" fue la del sindicalismo de base contra las verdaderas tendencias a la autoorganización de los obreros, una táctica bastante sofisticada capaz de crear coordinadoras pretendidamente antisindicales que, en realidad, servían de última defensa del sindicalismo. Pero aunque no eran ciegas ante los peligros a los que se enfrentaba la lucha de clases, las Tesis, como el texto sobre los Años de la Verdad, seguían con la idea de una ofensiva del proletariado y preveían que la tercera oleada llegaría a un nivel superior a las precedentes, lo que implicaba que necesariamente llegaría a la fase de la generalización internacional.
El hecho de que el curso fuera hacia enfrentamientos de clase no implicaba que el proletariado estuviera ya a la ofensiva: hasta el umbral de la revolución sus luchas serán esencialmente defensivas frente a los ataques incesantes de la clase dominante. Esos errores eran el producto de una tendencia, ya antigua, a sobreestimar el nivel inmediato de la lucha de clases. Se debía, a menudo, a una reacción ante la incapacidad del medio proletario, de ver más allá de sus narices, algo de lo que solíamos tratar en nuestras polémicas y también en la “Resolución sobre la situación internacional” del VI Congreso de la CCI de 1985, publicada en la Revista Internacional no 44, que contiene un amplio pasaje sobre la lucha de clases. Esta parte es una excelente demostración sobre el método histórico de la CCI para analizar la lucha de clases, una crítica del escepticismo y el empirismo que dominaban en el medio, e identificaba también la pérdida de las tradiciones históricas y la ruptura entre la clase y sus organizaciones políticas como las debilidades fundamentales del proletariado. Pero, vista retrospectivamente, esa “Resolución” insistía demasiado en la desilusión respecto a la izquierda y en particular hacia los sindicatos, y sobre el crecimiento del paro como factores potenciales de radicalización de la lucha de clases. No ignoraba los aspectos negativos de esos fenómenos pero no vio cómo, con la llegada de la fase de la descomposición, la desilusión pasiva hacia las antiguas organizaciones obreras y la generalización del paro en especial entre los jóvenes, podrían convertirse en poderosos elementos de desmoralización del proletariado y minar su identidad de clase. Igualmente, por ejemplo, en 1988 [16] publicamos una polémica sobre la subestimación de la lucha de clases en el campo proletario. Los argumentos, en general, eran correctos pero también mostraban, al mismo tiempo, la ausencia de conciencia de lo que se avecinaba, o sea, el derrumbamiento de los bloques imperialistas y el mayor reflujo de las luchas que hayamos podido conocer.
Pero, hacia el final de los años 80del siglo XX, ya era claro, para al menos una minoría de nosotros, que se estaba atascando el movimiento hacia adelante de la lucha de clases, un movimiento que habíamos analizado en numerosos artículos y resoluciones durante ese periodo. A este respecto hubo un debate durante el VIII Congreso de la CCI [17], en particular sobre la descomposición y sus efectos negativos sobre la lucha de clases. Una parte importante de la organización veía que la “tercera oleada” se reforzaba sin cesar y subestimaba el impacto de algunas derrotas. Así fue, en especial, con de la huelga de los mineros en Gran Bretaña, cuya derrota no paró la oleada pero sí tuvo un efecto a largo plazo sobre la confianza de la clase obrera en sí misma y no sólo en ese país, a la vez que reforzaba el empeño de la burguesía en desmantelar las “viejas” industrias. El VIII Congreso fue también el que lanzó la idea de que, desde entonces en adelante, las mistificaciones burguesas “no durarían, como mucho, más allá de tres semanas”.
La discusión sobre el centrismo respecto al consejismo planteó el problema de la huida del proletariado de la política, pero no fuimos capaces de aplicarlo a la dinámica del movimiento de clase, en especial a la ausencia de politización, a su dificultad para desarrollar una perspectiva incluso cuando las luchas se autoorganizaban y mostraban una tendencia a extenderse. Podemos incluso afirmar que la CCI nunca ha desarrollado una crítica adecuada del impacto del economicismo y el obrerismo en nuestras filas, llevando a la organización a subestimar la importancia de los factores que empujan al proletariado más allá de los límites del lugar de trabajo y de las reivindicaciones económicas inmediatas.
Solo será tras el hundimiento del bloque del Este cuando pudimos comprender realmente el peso de la descomposición, pudiendo prever, desde entonces, un período de nuevas dificultades para el proletariado [18]. Estas dificultades derivaban precisamente de la incapacidad de la clase obrera para desarrollar su perspectiva, pero iban a verse reforzadas activamente por la amplia campaña ideológica llevada a cabo por la clase dominante sobre “la muerte del comunismo” y el fin de la lucha de clases.
Tras el hundimiento del bloque del Este, la lucha de clases, enfrentada al peso de la descomposición y las campañas anticomunistas de la clase dominante, sufrió un reflujo que demostró ser muy profundo. A pesar de alguna que otra expresión de combatividad a inicios y finales de la década de los años 90, el reflujo persistió en el nuevo siglo, al mismo tiempo que la descomposición avanzaba de modo visible (lo que se expresó claramente con el ataque a las Torres Gemelas y las invasiones en Afganistán e Irak que le sucedieron). Ante el avance de la descomposición, nos vimos obligados a reexaminar toda la cuestión del curso histórico en el informe del XIV Congreso [19]. Se escribieron otros textos importantes sobre ese tema: “¿Por qué el proletariado no ha acabado aún con el capitalismo?” en la Revista nº 103 y 104 y la “Resolución sobre la situación internacional” del XV Congreso de la CCI [20].
El Informe sobre el curso histórico de 2001, tras haber reafirmado las adquisiciones teóricas de los revolucionarios del pasado y nuestro propio marco tal y como fue desarrollado en el documento del III Congreso, se concentró en las modificaciones que conllevó la entrada del capitalismo en su fase de descomposición y la tendencia a la guerra mundial que se ve frustrada no sólo por la incapacidad de la burguesía de movilizar al proletariado sino, también, por la dinámica centrífuga del “cada uno para sí” que implicó un crecimiento de las dificultades para la nueva formación de bloques imperialistas. Sin embargo, ya que la descomposición contiene el riesgo de un descenso gradual en el caos y la destrucción irracional, crea inmensos peligros para la clase obrera y el texto reafirmó el punto de vista de las “Tesis” de que la clase podría acabar siendo gradualmente aplastada por la globalidad de ese proceso hasta el punto de ya no ser capaz de oponerse a la marea de la barbarie. El texto intenta también distinguir entre los acontecimientos materiales e ideológicos implicados en el proceso de “aplastamiento”: los elementos ideológicos emergen espontáneamente del suelo del capitalismo en declive y las campañas conscientemente orquestadas por la clase dominante, como la propaganda interminable sobre la muerte del comunismo. Al mismo tiempo, el texto identificaba elementos materiales más directos como el desmantelamiento de los antiguos centros industriales que habían sido, a menudo, el corazón de la combatividad obrera durante las oleadas precedentes de luchas (las minas, la siderurgia, los estibadores, las fábricas de automóvil…). Pero, aun cuando ese nuevo informe no pretendía ocultar las dificultades que encaraba la clase, sí apreciaba, en cambio, signos de recuperación de la combatividad y las dificultades persistentes de la clase dominante para arrastrar a la clase obrera en sus campañas bélicas, concluyendo que las potencialidades de revitalización de la lucha de clases seguían intactas; lo que iba a confirmarse dos años más tarde, en los movimientos contra las “reformas de las pensiones” en Austria y Francia (2003).
En el informe sobre la lucha de clases de la Revista Internacional no 117, identificamos un giro, una recuperación de la lucha manifestada en dichos movimientos sobre las pensiones y en otros movimientos. Esto se confirmó en los nuevos movimientos en 2006 y 2007 como fue el movimiento contra el CPE en Francia y en las luchas masivas en la industria textil y en otros sectores en Egipto. El movimiento de los estudiantes en Francia fue especialmente un testimonio elocuente de la existencia de una nueva generación de proletarios enfrentados a un futuro muy incierto ([21]). Esa tendencia se confirmó con la siguiente lucha de la “juventud” en Grecia en 2008-2009, la revuelta estudiantil en Gran Bretaña de 2010 y, por encima de todo, por la primavera árabe y los movimientos de los Indignados y Occupy en 2011-2013 que dieron lugar a numerosos artículos de la Revista Internacional, en especial el de la Revista nº 147. Hubo claras aportaciones en estos movimientos: la afirmación de la forma asamblearia, una preocupación más directa hacia las cuestiones políticas y morales, un claro sentido internacionalista; sobre todo ello volveremos más adelante. En nuestro informe en el plenario del BI de octubre de 2013, criticamos el rechazo de esos movimientos por parte de algunos con una visión economicista y obrerista, y el intento de ver el corazón de la lucha de la clase mundial en las nuevas concentraciones industriales de Extremo Oriente. Pero no ocultamos el problema principal que se reveló en estas revueltas: la dificultad para sus jóvenes protagonistas de concebirse como parte de la clase obrera, el peso enorme de la ideología “ciudadanista” y del democratismo. La fragilidad de estos movimientos se vio claramente en Oriente Próximo, donde hubo de manera clara una regresión de la conciencia (como en Egipto y en Israel) y, en Libia y en Siria, una caída casi inmediata en la guerra imperialista. Hubo auténticas tendencias a la politización en esos movimientos ya que se plantearon cuestiones profundas sobre la naturaleza misma del sistema social existente y, como en los surgimientos precedentes de la primera década del siglo XXI, crearon una minúscula minoría de elementos en búsqueda pero, en el seno de esta minoría, hubo una dificultad de ir hacia un compromiso militante revolucionario. Incluso cuando esas minorías parecían haberse liberado de las cadenas más evidentes de la ideología burguesía en descomposición, las volvieron a encontrar en formas más sutiles y radicales, cristalizadas en el anarquismo, en la teoría de la llamada “comunización” y en tendencias similares, dando todas ellas una prueba suplementaria de que teníamos razón al afirmar que “el consejismo era el mayor peligro” en los años 80, puesto que esas corrientes fracasan precisamente cuando se trata de saber qué instrumentos políticos necesita la lucha de clases y, ante todo, en la cuestión de la organización revolucionaria.
Un balance completo de esos movimientos (y de nuestras discusiones al respecto) no se ha realizado y no es este el lugar para hacerlo. Pero parece que el ciclo de 2003-2013 toca a su fin y estamos ante un nuevo período de dificultades[22]. Eso ha sido evidente en especial en Oriente Próximo, donde las protestas sociales se toparon con la más ruda de las represiones y la barbarie imperialista; y esta terrible involución no dejará de tener un efecto deprimente sobre los obreros del mundo entero. En cualquier caso, si recordamos nuestro análisis del desarrollo desigual de la lucha de clases, el reflujo, tras estas explosiones, es inevitable y, durante algún tiempo, expondrá a la clase obrera al impacto nocivo de la descomposición.
“... Según los informes, se ha dicho que yo había previsto el derrumbe de la sociedad burguesa en 1898. Hay un ligero error en alguna parte. Todo lo que yo dije, es que nosotros podríamos, quizás, tomar el poder de aquí a 1898. Si no fuese así, la vieja sociedad burguesa podría vegetar un momento más, en caso de que un empujón desde el exterior no ocasione el derrumbe de todo el viejo edificio podrido. Un viejo paquete podrido como este puede sobrevivir a su muerte, fundamentalmente interna, algunas décadas si la atmósfera se lo permite” [23].
En este breve pasaje, el error es tan evidente que no es necesario comentarlo: la idea de que la clase obrera llegase al poder en 1898 era una ilusión probablemente generada por el rápido crecimiento del Partido Socialdemócrata en Alemania. Una deriva reformista que se mezclaba con un optimismo exagerado y con una impaciencia que, en el Manifiesto Comunista, había dado lugar a la formulación de que: “la caída de la burguesía y la victoria del proletariado son inevitables” (y tal vez no estén tan lejos). Pero al lado de esto, hay una idea muy válida: una sociedad condenada por la historia puede mantener todavía su “viejo embalaje podrido” durante mucho tiempo aunque la necesidad de reemplazarlo haya surgido. De hecho no es de décadas de lo que hablamos sino de un siglo tras la I Guerra Mundial, durante el que hemos asistido a la siniestra determinación de la burguesía en mantener su sistema vivo, sea cual sea el precio para el futuro de la humanidad.
La mayoría de nuestros errores de los últimos cuarenta años parecen residir en la subestimación de la burguesía, de la capacidad de esta clase en mantener su sistema podrido y, por lo tanto, del conjunto de los obstáculos ante los que se encuentra la clase obrera para poder asumir sus tareas revolucionarias. Para hacer un balance de las luchas de 2003-2013 eso tiene que ser un elemento clave.
El informe para el XXI Congreso de la sección francesa de 2014 reafirmó el análisis del giro: las luchas de 2003 plantearon la cuestión decisiva de la solidaridad y el movimiento de 2006 contra el CPE en Francia fue un profundo movimiento que tomó a la burguesía por sorpresa y la forzó a dar marcha atrás pues se encontró frente al peligro real de la extensión a los trabajadores activos. Pero a continuación vivimos una tendencia a olvidar la capacidad de la clase dominante de recuperarse de tales enfrentamientos y renovar su ofensiva ideológica y sus maniobras, en particular cuando se trata de restaurar la influencia de los sindicatos. Esto lo habíamos visto en Francia en los años 80 con el desarrollo de las coordinadoras y lo volvimos a ver en 1995 pero, como lo señala el informe del último Congreso de la sección francesa, lo olvidamos en nuestros análisis de los movimientos en Guadalupe (departamento francés del Caribe) y en las luchas contra la ley de pensiones de 2010 que agotaron efectivamente al proletariado francés, impidiéndole ser receptivo al movimiento en España del año siguiente. Y nuevamente, a pesar de nuestra pasada insistencia sobre el enorme impacto de las campañas anticomunistas, el informe a este Congreso sugiere igualmente que nosotros olvidamos rápidamente que las campañas contra el marxismo y contra el comunismo han tenido siempre un considerable peso sobre la nueva generación que había surgido en la década precedente.
Algunos otros puntos débiles de este período estamos solo empezando a reconocerlos.
En nuestras críticas de la ideología de los “anticapitalistas” de los años 90, con su insistencia en la mundialización como fase totalmente nueva en la vida del capitalismo (y en las concesiones hechas por parte del movimiento proletario a esa ideología, en especial por parte del BIPR que pareció poner en entredicho la decadencia) nosotros no reconocimos los elementos válidos de esa mitología: la nueva estrategia de “la mundialización” y del neoliberalismo permitieron a la clase dominante resistir a las recesiones de los años 80 e incluso abrir auténticas posibilidades de expansión en las zonas donde las antiguas divisiones entre bloques y con modelos económicos semiautárquicos habían erigido importantes barreras a los movimientos de capital. El ejemplo más evidente de este desarrollo fue, como no, China. No pudimos prever su estatuto de “superpotencia”, aunque desde los años 70, con la ruptura entre Rusia y China, siempre reconocimos que había una especie de excepción a la regla sobre la imposible “independencia” respecto a la dominación de los dos bloques. Tardamos pues en comprender el impacto que iba a tener sobre el desarrollo global de la lucha de clases la emergencia de las enormes concentraciones industriales en algunas de esas regiones. Las razones teóricas subyacentes que explican nuestra incapacidad en prever el auge de la nueva China tendrán que ser investigadas con más profundidad en las discusiones sobre nuestro análisis de la crisis económica.
De un modo quizás más significativo, no investigamos de manera idónea el papel desempeñado por el desmoronamiento de muchos de los antiguos centros de combatividad de la clase en los países centrales, minando la identidad de clase. Tuvimos razón en nuestro escepticismo hacia los análisis puramente sociológicos de la conciencia de clase, pero el cambio de la composición de la clase obrera en los países centrales, la pérdida de las tradiciones de lucha, el desarrollo de formas de trabajo más atomizadas, contribuyeron realmente en la aparición de generaciones proletarias que no se ven ya como parte de la clase obrera, aunque sí se impliquen en las luchas contra los ataques al Estado, como se pudo comprobar en los movimientos de Occupy y de los Indignados en 2011-2013. Es importante destacar que el nivel de las “deslocalizaciones” habidas en los países occidentales, era a menudo el resultado de grandes derrotas –los mineros en Gran Bretaña, los metalúrgicos en Francia por ejemplo. Estas cuestiones aunque se plantearon en el informe de 2001 sobre el curso histórico, no fueron realmente tratadas y volvieron a plantearse en el informe de 2013 sobre la lucha de clases. En esto, ha habido un retraso muy importante y no hemos incorporado siempre este fenómeno en nuestro marco de análisis, lo que implicaría además una respuesta a los intentos erróneos de corrientes como los autónomos y la TCI de teorizar la “recomposición” de la clase obrera.
Al mismo tiempo, la persistencia predominante del desempleo de larga duración o del empleo precario ha exacerbado la tendencia a la atomización y a la pérdida de la identidad de clase. Las luchas autónomas de los desempleados, capaces de vincularse a las luchas de los obreros activos, fueron mucho menos significativas de lo que habíamos previsto en los años 70 y 80 (véanse las “Tesis sobre el desempleo” en la Revista Internacional no 14 o la “Resolución sobre la situación internacional” del VI Congreso de la CCI mencionado antes) y numerosos parados y empleados precarios han caído en el lumpen, la cultura de las bandas o las ideologías políticas reaccionarias. Los movimientos estudiantiles franceses de 2006 y las revueltas sociales del fin de la década del nuevo siglo comenzaron a aportar respuestas a esos problemas, ofrecieron la posibilidad de integrar a los parados en las manifestaciones de masas y en las asambleas de calle, pero se dio siempre en un contexto en el que la identidad de clase es todavía muy débil.
Para en explicar la pérdida de la identidad de clase, insistimos sobre todo en lo ideológico, ya fuera como producto inmediato de la descomposición (“cada uno para sí”, cultura de bandas, la huida en la irracionalidad…) ya por el uso deliberado de los efectos de la descomposición por parte de la clase dominante (del modo más evidente: las campañas sobre la muerte del comunismo, pero también el asalto ideológico día tras día por parte de los medios de comunicación y la publicidad sobre las falsas revueltas, la obsesión consumista, los famosos…). Todo eso podrá, evidentemente, ser esencial pero, en cierto modo, sólo acabamos de empezar a investigar cómo funcionan esos mecanismos ideológicos a un nivel más profundo –una tarea teórica claramente planteada en las “Tesis sobre la moral”[24] y en nuestros esfuerzos para aplicar y desarrollar la teoría marxista de la alienación.
La identidad de clase no es, como la TCI ha defendido a veces, un simple sentimiento instintivo o semiconsciente del que dispondrían los obreros, que habría que distinguir de la verdadera conciencia de clase conservada por el partido. La identidad de clase se integra en la conciencia de clase, forma parte del proceso mediante el cual el proletariado se reconoce como clase distinta, con un rol y un potencial únicos en la sociedad capitalista. Además no se limita al ámbito puramente económico sino que desde el principio llevaba en sí un poderoso factor cultural y moral: como escribía Rosa Luxemburg, el movimiento obrero no sólo es cosa de “cuchara y tenedor” sino que es “un gran movimiento cultural”. El movimiento obrero del siglo XIX incorporó pues, no sólo las luchas a favor de las reivindicaciones económicas y políticas inmediatas sino también la organización de la educación, los debates sobre el arte y la ciencia, las actividades deportivas y de ocio… El movimiento ofrecía todo un medio en el que los proletarios y sus familias podían asociarse fuera de los lugares de trabajo, reforzando la convicción de que la clase obrera era el verdadero heredero de todo lo sano que se había producido en las expresiones precedentes de la cultura humana. Este tipo de movimiento de la clase obrera alcanzó su máxima expresión en el período de la socialdemocracia alemana, pero también significó las premisas de su caída. Lo que se perdió durante la gran traición de 1914 no fue sólo la Internacional y las viejas formas de organización política y económica sino, también, un medio cultural más amplio que no sobrevivió sino en la forma caricaturesca que tuvieron las “fiestas” de los partidos estalinistas e izquierdistas. 1914 fue pues el primero de toda una serie de golpes contra la identidad de clase durante el pasado siglo: la disolución política de la clase en la democracia y en el antifascismo durante los años 30 y 40, la confusión entre comunismo y estalinismo, la ruptura de la continuidad orgánica con las organizaciones y las tradiciones del pasado que conllevó la contrarrevolución: mucho antes de la apertura de la fase de descomposición, esos traumatismos pesaban ya de modo decisivo sobre la capacidad del proletariado para constituirse en clase con un verdadero sentido de sí mismo como fuerza social que lleva en sí misma “la disolución de todas las clases”. De ahí que toda investigación sobre el problema de la pérdida de la identidad de clase deberá volver a tratar toda la historia del movimiento obrero y no limitarse a las últimas décadas. Aunque en los últimos decenios el problema se haya convertido en muy agudo y amenazador para el futuro de la lucha de clases, es sólo la expresión concentrada de procesos que tienen una historia mucho más larga.
Volviendo al problema de nuestra subestimación de la clase dominante: el momento culminante de nuestra subestimación, desde hace mucho tiempo, del enemigo –y que es la debilidad más importante de nuestros análisis– llegó con el crack financiero de 2007-2008, cuando volvió a primer plano una antigua tendencia a considerar que la clase dominante del centro del sistema habría agotado todas las opciones y que la economía habría llegado a un impasse total.
Eso lo único que hacía era aumentar los sentimientos de pánico, exacerbar la idea tácita, no frecuentemente explicitada, de que la clase obrera y el minúsculo movimiento revolucionario se encontraban ante su última oportunidad, o que incluso ya habían “perdido el tren”. Algunas de las expresiones sobre la dinámica de la huelga de masas habían alimentado ese tipo de inmediatismo. En realidad no nos equivocamos al ver “gérmenes” de huelgas de masas en el movimiento estudiantil de 2006 en Francia, o en otros como el de los trabajadores siderúrgicos en España ese mismo año, en el de Egipto de 2007, en Bangladesh y en otras zonas. Nuestro error fue el haber confundido semilla y flor, sin comprender que el período de germinación es necesariamente largo. Esos errores de análisis se debían claramente a las deformaciones activistas y oportunistas de nuestra intervención durante ese período, aunque esos errores tienen que comprenderse también en una discusión más amplia de nuestro papel como organización (véase al respecto el texto sobre el trabajo de fracción).
“Después de haber trabajado hoy, el propietario de la fuerza de trabajo tiene que volver a repetir mañana el mismo proceso, en idénticas condiciones de fuerza y salud. Por lo tanto, la suma de víveres y medios de vida habrá de ser por fuerza suficiente para mantener al individuo trabajador en su estado normal de vida y de trabajo. Las necesidades naturales, el alimento, el vestido, la calefacción, la vivienda, etc… varían con arreglo a las condiciones del clima y a las demás condiciones naturales de cada país. Además, el volumen de las llamadas necesidades naturales, así como el modo de satisfacerlas, son de suyo un producto histórico que depende, por tanto, en gran parte, del nivel de cultura de un país. Los orígenes de la clase asalariada en cada país, y, sobre todo, entre otras cosas, de las condiciones, los hábitos y las exigencias con que se haya formado la clase de los obreros libres. A diferencia de otras mercancías, la valoración de la fuerza de trabajo encierra, pues, un elemento histórico moral” [25].
Abordar El Capital sin entender verdaderamente que Marx trata de comprender el funcionamiento de las relaciones sociales específicas, que son el producto de miles de años de historia, y que, como otras relaciones sociales, están condenadas a desaparecer, significa quedarse hechizados por la visión reificada del mundo que Marx estudia para de combatirla. Ese modo de hacer es el típico de todos los intelectuales marxólogos, ya sean apoltronados profesores o se consideren como comunistas ultra-radicales, que intentan analizar el capitalismo como un sistema autosuficiente, de leyes eternas, que opera de la misma manera en todas las condiciones históricas, ya sea en la decadencia del sistema o en su época ascendente. Las consideraciones de Marx sobre el valor de la fuerza de trabajo nos abren los ojos sobre ese punto de vista puramente económico del capitalismo y muestran cómo los factores “históricos y morales” desempeñan un papel crucial en la determinación del fundamento “económico” de esta sociedad: el valor de la fuerza de trabajo. En otros términos, al contrario de las afirmaciones de Paul Cardan (alias de Castoriadis, el fundador del grupo Socialismo o Barbarie) para quien El Capital era un libro sin lucha de clases, Marx defiende que la afirmación de la dignidad humana por parte de la clase explotada –la dimensión moral por excelencia– no puede, por definición, ser suprimida del examen científico sobre la manera en que opera el sistema capitalista. En la misma frase, Marx responde también a aquellos que lo consideran como una relativista moral, como un pensador que rechazaría todo tipo de moral so pretexto de ser frases vacías e hipócritas propias de tal o cual clase dominante.
Hoy la CCI se ve obligada a profundizar su comprensión del “elemento histórico moral” en la situación de la clase obrera –histórico no sólo en el sentido de las luchas de los últimos 40 u 80 ó 100 años, o incluso desde los mismos inicios de los movimientos obreros en los albores del capitalismo, sino en el sentido de la continuidad y la ruptura entre las luchas de la clase obrera y las de las clases explotadas precedentes y, más allá de esto, con todos los intentos anteriores de la especie humana para superar las barreras y realizar sus verdaderas potencialidades, para liberar “sus facultades adormecidas”, como Marx definió la característica central del trabajo humano en sí. Aquí la historia y la antropología se juntan y hablar de antropología es hablar de historia de la moral. De ahí la importancia de las “Tesis sobre la moral” y la de la discusión sobre ellas.
Extrapolando a partir de las Tesis, podemos notar algunos momentos claves que marcan la tendencia a la unificación de la especie humana: el paso de la horda al comunismo primitivo más amplio, el advenimiento de la “Era Axial”, relacionada con la generalización naciente de relaciones mercantiles con el nacimiento de la mayor parte de las religiones del mundo, la expresión, en el “espíritu”, de la unificación de una humanidad que, sin embargo, no podía unirse en la realidad; la expansión global del capitalismo ascendente que, por primera vez, tendió a unificar a la humanidad bajo el reino, brutal eso sí, de un modo de producción único; la primera ola revolucionaria que llevaba en sí la promesa de una comunidad humana material. Esta tendencia recibió un terrible golpe con el triunfo de la contrarrevolución y no es casualidad si Trotski, en el umbral de la guerra más bárbara de la historia, en 1938, hablaba ya de “crisis de la humanidad”. Tenía claramente en su mente como prueba de esta crisis la I Guerra Mundial, la Rusia estalinista, la Gran Depresión y la marcha hacia la II Guerra Mundial, pero por encima de todo la imagen de la Alemania nazi (aunque él no vivió lo suficiente como para ser testigo de las expresiones más horribles de aquel régimen bestial), confirmándose así esa idea, la de que una humanidad sometida a un test, pues se estaba produciendo un proceso sin procedentes de regresión en el seno de una de las cunas de la civilización burguesa: la cultura nacional en la que habían nacido Hegel, Beethoven y Goethe sucumbía ahora a la dominación de los matones, los ocultistas, los nihilistas, motivados por un programa que trataba de acabar con toda posibilidad de existencia de una humanidad unificada.
En la descomposición, esa tendencia a la regresión, los signos de que todos los progresos de la humanidad hasta hoy se están desmoronando, se ha convertido en algo “normal” en el planeta. Esto se expresa ante todo en el proceso de fragmentación y de cada uno para sí: la humanidad, en una fase donde la producción y la comunicación se encuentran más unificadas que nunca, está en peligro de dividirse en naciones, regiones, religiones, razas, bandas, y todo ello acompañado por una regresión destructiva de los niveles intelectuales con el ascenso de numerosos tipos de fundamentalismo religioso, de nacionalismo y racismo. El auge del Estado Islámico nos proporciona un resumen de ese proceso a escala histórica: en los lugares donde en el pasado el Islam fue el resultado de un avance moral e intelectual a por una gran región del mundo, hoy el islamismo, ya sea el suní o como el chií, es una expresión de la negación de la humanidad: pogromo, misoginia y adoración de la muerte.
Es evidente que este peligro de regresión contamina al propio proletariado. Hay, por ejemplo, partidos racistas que han sido capaces de captar a partes de la clase obrera en Europa que han vivido la derrota de todas las luchas de los años 70 y 80 y sus múltiples cierres de industrias y la desaparición de empleos, unos partidos que han encontrado nuevos chivos expiatorios a los que acusar de su miseria –las oleadas de inmigrantes hacia los países centrales, que huyen del desastre económico, ecológico y militar de sus regiones. Estos inmigrantes son generalmente más “visibles” que los judíos en la Europa de los años 30, y, además, los adeptos de la religión musulmana pueden ser relacionados directamente con las fuerzas comprometidas en los conflictos imperialistas de sus países de “acogida”. Esta capacidad de la derecha, más que de la izquierda, de penetrar en componentes de la clase obrera (en Francia, por ejemplo, antiguos “bastiones” del Partido Comunista han caído en manos del Frente Nacional) es una expresión clara y significativa de una pérdida de la identidad de clase: donde en el pasado se podría ver a los obreros perder sus ilusiones con la izquierda debido a la experiencia del papel que desempeñaba en el sabotaje de sus luchas, hoy la influencia declinante de esta izquierda es más un reflejo de que la burguesía tiene menos necesidad de fuerzas mistificadoras que actúen pretendidamente en nombre de la clase obrera, pues ésta es cada vez menos capaz de verse como una clase. Esto también se expresa en una de las consecuencias más significativas del proceso de descomposición y desarrollo desigual de la crisis económica mundial: la tendencia de Europa y de Norteamérica a convertirse en islotes de “salud” relativa en un mundo enloquecido. Europa en particular se parece cada vez más a un búnker protegido que se defiende contra las masas desesperadas que buscan un refugio huyendo de un apocalipsis general. La respuesta del “buen sentido común” de todos los “asediados” es cerrar filas y asegurarse de que las puertas estén bien cerradas, sin que importe la brutalidad que ejerza el régimen dentro del seno del búnker. El instinto de supervivencia se convierte entonces en algo totalmente separado de todo sentimiento e impulso moral.
La crisis de la “vanguardia” debe también situarse dentro de ese proceso de conjunto: la influencia del anarquismo sobre las minorías politizadas generadas por las luchas de 2003-2013, con su fijación en lo inmediato, en el lugar de trabajo, en la “comunidad”; el auge del obrerismo del estilo del Movimiento Comunista y su polo opuesto en la tendencia “comunizadora” que rechaza a la clase obrera como sujeto de la revolución: el deslizamiento hacia la bancarrota moral en el seno mismo de la Izquierda Comunista que analizamos en otros informes. En resumen, la incapacidad de la vanguardia revolucionaria para aprehender la realidad de la regresión, a la vez moral e intelectual, que está barriendo el mundo le impide luchar contra ella.
En realidad, la situación aparece muy grave. ¿Tiene sentido hablar todavía de un curso histórico hacia los enfrentamientos de clase? La clase obrera se encuentra hoy tan alejada de los tiempos de 1968 como 1968 lo estaba de los inicios de la contrarrevolución y, además, la pérdida de su identidad de clase significa que la capacidad para reapropiarse de las lecciones de las luchas habidas durante las décadas precedentes ha disminuido. Al mismo tiempo, los peligros inherentes al proceso de descomposición (un agotamiento gradual de la capacidad del proletariado de resistir a la barbarie del capitalismo) no son estáticas y tienden a amplificarse a medida que el sistema capitalista se hunde más profundamente en su declive.
El curso histórico nunca ha estado determinado para siempre. La posibilidad de enfrentamientos de clase masivos en los países claves del capitalismo no es una etapa preestablecida en el viaje hacia el futuro.
Sin embargo nosotros seguimos creyendo que el proletariado no ha dicho aún su última palabra, incluso cuando aquellos que toman la palabra no tienen clara conciencia de hablar por el proletariado.
En nuestro análisis de los movimientos de clase de 1968-89 notamos la existencia de algunos momentos álgidos que fueron una inspiración para las luchas futuras y un instrumento para medir su progreso. De ahí la importancia de 1968 en Francia al plantear la cuestión de una nueva sociedad; la importancia de las luchas en Polonia, en 1980, al reafirmarse en ellas los métodos de la huelga de masas, de la extensión y la auto organización de la lucha… En buena parte, estas cuestiones quedaron sin respuesta. Pero podemos también decir que las luchas de la última década han conocido igualmente puntos álgidos, ante todo porque han comenzado a plantearse la cuestión clave de la politización que hemos identificado como una debilidad central en las luchas del ciclo precedente. Aún más lo que ha sido más importante en esos movimientos (como en el de los estudiantes en Francia de 2006 o la revuelta de los Indignados en España) es haber planteado muchos problemas que pusieron de relieve que, para el proletariado, la política no es “saber si habría que defender o cambiar al equipo de gobierno” sino el cambio de las relaciones sociales; que la política del proletariado tiene que ver con la afirmación de una nueva moral opuesta a la visión del mundo del capitalismo donde el hombre es un lobo para el hombre. A través de su “indignación” contra el despilfarro de potencial humano y el carácter destructor del sistema actual; por sus esfuerzos para ganar a los sectores más alienados de la clase obrera (el llamamiento de los estudiantes franceses a la juventud de los barrios periféricos); por el rol de vanguardia desempeñado por las mujeres jóvenes, por cómo enfocaron la cuestión de la violencia y las provocaciones policiales, en el deseo del debate apasionado en las asambleas y el internacionalismo naciente de muchos de los eslóganes del movimiento[26], todos esos movimientos han sido un golpe contra el avance de la descomposición y han afirmado que claudicar ante ella no es la única posibilidad, sino que sigue existiendo la posibilidad de responder al “no-futur” de la burguesía con sus incesantes ataques contra la perspectiva del proletariado, mediante la reflexión y el debate sobre la posibilidad de otro tipo de relaciones sociales. Y, en la medida en que esos movimientos se vieron obligados a elevarse a cierto nivel, a plantearse cuestiones sobre todos los aspectos de la sociedad capitalista –económicos, políticos, artísticos, científicos y medioambientales- nos han dado una idea de la forma en que un nuevo “gran movimiento cultural” podría reaparecer al calor de la revuelta contra el sistema capitalista.
Hubo, sin duda, momentos en que tuvimos la tendencia a dejarnos llevar por el entusiasmo hacia esos movimientos y a perder de vista sus debilidades, reforzando nuestras tendencias al activismo y a formas de intervención que no estaban guiadas por un enfoque teórico claro. Pero no nos equivocamos, en 2006 por ejemplo, al detectar aspectos de la huelga de masas en el movimiento contra el CPE. Es verdad que tendimos a ver esos elementos en un sentido inmediatista más que en una perspectiva a largo plazo, pero no se trata de poner en entredicho que esas revueltas sí que han reafirmado la naturaleza subyacente de la lucha de clases en decadencia: luchas que no son organizadas inicialmente por órganos permanentes, sino que tienden a extenderse a toda la sociedad, que plantean el problema de nuevas formas de autoorganización, que tienden a integrar la dimensión política en la dimensión económica.
Evidentemente la gran debilidad de estas luchas fue que, en gran medida, no se consideraron a sí mismas como proletarias, como expresiones de la guerra de clases. Y si esa debilidad no se supera, los puntos fuertes de estos movimientos tienden a ser sus puntos débiles: las preocupaciones morales se convierten en una vaga forma de humanismo pequeñoburgués que cae fácilmente preso de las políticas democráticas y “ciudadanas” –es decir abiertamente burguesas–; las asambleas se convierten entonces en simples parlamentos callejeros donde los debates abiertos sobre las cuestiones fundamentales acaban siendo sustituidas por las manipulaciones de las élites políticas y por reivindicaciones que limitan el movimiento en el horizonte de la política burguesa. Ese fue evidentemente el destino de las revueltas sociales de 2011-2013.
Es necesario vincular la revuelta de la calle con la resistencia de los trabajadores activos, con las diferentes expresiones del movimiento de la clase obrera; comprender que sin esta síntesis no puede fundamentarse una perspectiva proletaria para el futuro de la sociedad y que esa síntesis, a su vez, implica que la unificación del proletariado tiene que incluir la restauración de la relación entre la clase obrera y las organizaciones revolucionarias. Ese ha sido el problema por solucionar, la perspectiva que asumir, planteada no sólo por las luchas de los últimos años sino también por todas las expresiones de la lucha de clases desde 1968.
Contra el buen sentido común del empirismo que no puede ver al proletariado sino cuando aparece en la superficie, los marxistas reconocen que el proletariado es como Albión, el gigante dormido de William Blake cuyo despertar pondrá el mundo patas arriba. En base a la teoría de la maduración subterránea de la conciencia, que en buena medida sólo la CCI defiende, reconocemos que el amplio potencial de la clase obrera queda en gran medida oculto e incluso los revolucionarios más claros pueden olvidar fácilmente que esa “facultad latente” puede tener un enorme impacto sobre la realidad social, incluso cuando aparentemente está fuera de escena. Marx fue capaz de ver en la clase obrera la nueva fuerza revolucionaria en la sociedad con pruebas que podían parecer muy escasas, como algunas luchas textiles en Francia que aún no habían superado la fase artesanal de desarrollo. Y, a pesar de las inmensas dificultades a las que se enfrenta el proletariado, a pesar de todas nuestras sobreestimaciones de las luchas y nuestras subestimaciones del enemigo, la CCI ha sido capaz de ver los suficientes elementos en los movimientos de clase durante los últimos 40 años para concluir que la clase obrera no ha perdido su capacidad para ofrecer a la humanidad una nueva sociedad, una nueva cultura, una nueva moral.
Este Informe es bastante más amplio de lo que habíamos previsto y eso que sólo nos hemos limitado a plantearnos preguntas más que a responderlas. Nuestra finalidad es desarrollar una cultura teórica donde cada cuestión se examine con profundidad, vinculándola al patrimonio intelectual de la CCI, a la historia del movimiento obrero y a los clásicos del marxismo como guías indispensables en la exploración de los nuevos problemas que se plantean en la fase final del declive del capitalismo. Una cuestión clave implícitamente planteada en este Informe –en la reflexión acerca de la identidad de la clase o sobre el curso histórico– es la noción misma de clase social y el concepto de proletariado como clase revolucionaria de esta época. La CCI ha realizado importantes contribuciones en esta materia –en especial “El proletariado sigue siendo la clase revolucionaria” en las Revistas no 73 y 74 y ¿Por qué el proletariado no ha acabado aún con el capitalismo?” en las Revistas no 103 y 104, los dos artículos trataban de responder a las dudas dentro del movimiento político proletariado sobre la posibilidad misma de la revolución. Es necesario volver a leer esos artículos pero, también, los textos y las tradiciones marxistas en que se basan, tratando al mismo tiempo de evaluar nuestros argumentos a la luz de la evolución real del capitalismo y de la lucha de clases en las últimas décadas. Nos parece evidente que ese proyecto debe emprenderse a largo plazo. Al mismo tiempo, hay otros aspectos del Informe que sólo se han podido mencionar, como la dimensión moral de la conciencia de clase y su papel esencial en la capacidad de la clase obrera para superar el nihilismo y la ausencia de perspectiva inherentes al capitalismo en su fase de descomposición, o la necesidad de una crítica muy detallada de las diferentes formas de oportunismo que han afectado al mismo tiempo el análisis de la lucha de clases realizado por la CCI e incluso su intervención, en especial sobre las concesiones al consejismo, al obrerismo y al economicismo.
Puede ser que una de las debilidades que aparece de un modo más claro en el Informe es nuestra tendencia a subestimar las capacidades de la clase dominante a mantener su sistema en declive, a la vez en el plano económico (que se desarrollará en el Informe sobre la crisis económica) y en el plano político gracias a su capacidad de anticipar y desviar el desarrollo de la conciencia en la clase mediante toda una serie de maniobras y de estratagemas. El corolario de esta debilidad por nuestra parte fue ser demasiado optimistas sobre la capacidad de la clase obrera de contraatacar frente a la burguesía y de avanzar hacia una clara compresión de su misión histórica –una dificultad que también se ha reflejado en el desarrollo con frecuencia muy lento y tortuoso de la vanguardia revolucionaria.
Una característica de los revolucionarios es la impacientarse por ver la revolución: Marx y Engels consideraban que las revoluciones burguesas de su época podían ser rápidamente “transformadas” en revoluciones proletarias; los revolucionarios que crearon la IC estaban convencidos de que los días del capitalismo estaban contados; incluso nuestro camarada MC esperaba que iba a vivir lo suficiente como para ver el inicio de la revolución. Para los cínicos y los vendedores del viejo y buen sentido común, esto se debe a que la revolución y la sociedad sin clases son, en el mejor de los casos, ilusiones utópicas. Una ilusión que da igual esperarla mañana o dentro de cien años. Sin embargo, para los revolucionarios, esta impaciencia, la de ver el amanecer de la nueva sociedad, es el resultado de su pasión por el comunismo, una pasión cuyos postulados “no se fundan en modo alguno en ideas o principios que hayan sido inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo” son simplemente “las expresiones generales de los hechos reales de una lucha de clases existentes, de un movimiento histórico que transcurre ante nuestra vista” (Manifiesto Comunista). Es evidente que esta pasión tiene que ser guiada y a veces atemperada por el análisis más riguroso, la capacidad más seria de comprobar, verificar y autocriticarse; y eso es lo que ante todo hemos tratado de hacer en el XXI Congreso de la CCI. Pero para citar una vez más a Marx ese tipo de autocrítica “no es una pasión de la cabeza sino la cabeza de la pasión”.
[1] Ver por ejemplo el artículo de Acción Proletaria publicado en World Revolution nos 15 y 16, que hablaba de una oleada de luchas que, en realidad, habían empezado en 1965.
[2]Para una presentación del militante MC ver la nota 6 del artículo “¿Qué balance y qué perspectivas para nuestra actividad?” de este número de la Revista Internacional.
[3] Internacionalismo no 8, “1968: comienza una nueva convulsión del capitalismo.
[4] “Informe sobre la cuestión de la organización de nuestra corriente internacional”, Revista Internacional no 1.
[5] Ver por ejemplo el artículo “Notas sobre la huelga de masas”, Revista Internacional no 27.
[6] Revista no 18, 2o trimestre de 1979, que contiene los textos del III Congreso de la CCI.
[7] Para más información sobre esta tendencia leer nuestro artículo en la Revista Internacional nº 109 “La cuestión del funcionamiento organizativo en la CCI” (/revista-internacional/200204/3283/documentos-de-la-vida-de-la-cci-la-cuestion-del-funcionamiento-org [19]).
[9] Cf. "La organización del proletariado fuera de los periodos de luchas abiertas (grupos obreros, núcleos, círculos, comités) [21]" en la Revista internacional no 21.
[10] Cf. “La lucha del proletariado en el capitalismo decadente” en la Revista Internacional no 23. https://es.internationalism.org/node/2265 [22]
[11] Cf. "Informe sobre la función de la organización revolucionaria [23]" en la Revista Internacional no 29.
[12]Para más información sobre esta escisión véase nuestro artículo en la Revista Internacional no 109, “La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI” (/revista-internacional/200204/3283/documentos-de-la-vida-de-la-cci-la-cuestion-del-funcionamiento-org [19]) del que extraemos el siguiente pasaje: “Durante la crisis de 1981 se desarrolló (con la contribución del elemento turbio Chenier, pero no exclusivamente por ella) una visión que consideraba que cada sección debía tener su propia política de intervención, criticaba violentamente al Buró internacional (BI) y a su Secretariado internacional (SI) (les reprochaba su posición sobre la izquierda en la oposición y los acusaba de estar fomentando una degeneración estalinista) y, aunque se decía de acuerdo con la necesidad de los órganos centrales los veía como un mero buzón de correos”.
[13] Véanse la Revista Internacional nos 31 y 37.
[14] Véase a este respecto el artículo en la Revista Internacional no 43.
[15] Tesis sobre la recuperación actual de la lucha de clases.
[16] Revista Internacional no 54.
[17] Revista Internacional no 59.
[18] Revista Internacional no 60.
[19] Publicado en la Revista Internacional nº 107.
[20] 2003, Revista Internacional nº 113.
[21] Véanse las “Tesis sobre el movimiento de los estudiantes en Francia” en la Revista no 125 y también la editorial de ese mismo número.
[22] Esta discusión está realizándose todavía en el seno de la CCI.
[23] Engels a Bebel, 24-26 de octubre de 1891.
[24] Un documento interno aún en discusión en la organización.
[25] Marx, El Capital, Volumen I, Capítulo IV, “Compra y venta de la fuerza de trabajo”, ed. FdE, p. 124, México.
[26] Se puede hablar de una expresión abierta hacia la solidaridad entre las luchas en Estados Unidos y Europa y las de Oriente Próximo, en especial en Egipto o los eslóganes del movimiento en Israel definiendo a Netanyahu, Mubarak y Assad como idéntico enemigo.
Este verano de 2016 ha estado marcado por signos de inestabilidad creciente e imprevisible a escala mundial. Esto confirma que la clase capitalista se topa con mayores dificultades para aparecer como la garante del orden y el control político. El golpe de Estado fallido en Turquía, un país estratégico vital en el escenario imperialista mundial; la oleada de represión que le siguió; el contragolpe del caos en Oriente Medio con los atentados terroristas en Alemania y Francia; las convulsiones políticas de alta intensidad provocadas por el resultado del referéndum sobre la continuidad del Reino Unido en la Unión Europea y las aterradoras perspectivas que se perfilan con la candidatura presidencial de Trump en Estados Unidos: todos esos fenómenos, repletos de peligros para la clase dominante, no son menos amenazadores para la clase obrera, siendo un reto de la mayor importancia para las minorías revolucionarias en nuestra clase para desarrollar un análisis coherente que pueda despejar la bruma ideológica que nubla esos acontecimientos.
No es posible en un número de nuestra Revista internacional tratar todos los elementos de la situación mundial. Sobre el golpe de Estado en Turquía, en particular, queremos darnos tiempo para discutir sobre lo que implica y trabajar por construir un marco de análisis claro. Por ahora, queremos concentrarnos en una serie de cuestiones que, a nuestro parecer, hay que esclarecer lo antes posible: las consecuencias del "Brexit" y de la candidatura de Trump; la situación nacional en Alemania, especialmente los problemas creados por la crisis europea de los refugiados; y el fenómeno social común de todos esos hechos: el ascenso del populismo.
Nos hemos retrasado en analizar lo que significan los movimientos populistas. Por eso el texto aquí publicado sobre el populismo es una contribución individual escrita para estimular la reflexión y la discusión en la CCI (y, esperémoslo, fuera de ella). Este texto pone de relieve cómo el populismo es el resultado del callejón sin salida en que está inmersa la sociedad; por mucho que el Estado burgués produzca fracciones y partidos que intentan montarse encima de ese tigre, el resultado del referéndum sobre la Unión Europea en el Reino Unido y el ascenso de Trump en el Partido Republicano en Estados Unidos demuestran que es algo muy complicado que puede incluso agravar las dificultades políticas de la clase dirigente[1] [25].
El objetivo de este artículo sobre el Brexit y las elecciones presidenciales en Estados Unidos es aplicar las ideas del texto sobre el populismo a una situación concreta. Quiere también corregir una idea presente en varios artículos publicados en nuestra página web, la idea de que el referéndum sobre el Brexit habría sido algo así como un éxito para la democracia francesa [2] [26] o que el ascenso del populismo hoy "refuerza la democracia" [3] [27].
También publicamos aquí un artículo histórico sobre la cuestión nacional, centrándonos en el ejemplo de Irlanda. Lo hemos escogido no solo porque es el centenario de la insurrección de Dublín en 1916, sino porque dicho acontecimiento (y la historia posterior del Ejército Republicano Irlandés, IRA) fue uno de los primeros signos evidentes de que la clase obrera no debía ya aliarse con movimientos nacionalistas o integrar reivindicaciones "nacionales" en su programa; y porque hoy, ante la nueva oleada de nacionalismo en los centros del sistema capitalista, urge más que nunca la exigencia para los revolucionarios de afirmar que la clase obrera no tiene patria. Como lo plantea el Informe sobre la situación nacional alemana, ir más allá de los límites de la nación es el extraordinario reto que al proletariado plantean el capitalismo mundializado y las falsas alternativas del populismo: “Hoy, con la mundialización contemporánea, una tendencia histórica objetiva del capitalismo decadente alcanza su pleno desarrollo: cada huelga, cada acto de resistencia económica de los obreros, en cualquier parte del mundo, se encuentran inmediatamente enfrentado a la totalidad del capital mundial, siempre dispuesto a retirar la producción y la inversión e irse a producir en otro lugar. Por ahora, el proletariado internacional ha sido incapaz de encontrar una respuesta adecuada, ni siquiera vislumbrar lo que podría parecerse a tal respuesta. No sabemos si finalmente lo conseguirá. Pero parece claro que el desarrollo en esta dirección necesitará mucho más tiempo que la transición que hubo entre los sindicatos y la huelga de masas. Por un lado, la situación del proletariado en los viejos países centrales del capitalismo -como Alemania, en la “cima” de la jerarquía económica- debería ser mucho más dramática de lo que es hoy. Por otro lado, el paso a dar requerido por la realidad objetiva -lucha de clases internacional consciente, la "huelga de masas internacional" – le exige al proletariado mucho más esfuerzo que el paso entre la lucha sindical y la huelga de masas en un país. Porque obliga a la clase obrera a desafiar no sólo el corporativismo y el localismo, sino también las principales divisiones de la sociedad de clases, frecuentemente arrastradas durante muchos siglos, incluso milenios, de antigüedad, como la nacionalidad, la cultura étnica, la raza, la religión, el sexo, etc. Este es un paso mucho más profundo y político.”.
CCI, agosto de 2016
[1] [28] Realizar el mejor análisis du populismo es un objetivo de la CCI, pues es algo que todavía no hemos logrado plenamente. Como ejemplo, nos referiremos a unas cuantas fórmulas del artículo, en francés, en nuestra página web, cuyo título es "UE, Brexit, populisme: contre le nationalisme sous toutes ses formes". Aunque el artículo denuncia correctamente el veneno ideológico irradiado por los partidos populistas y demagogos, algunos pasajes del artículo dan la impresión de que el fenómeno del populismo es idéntico a sus expresiones políticas más evidentes, y que por lo tanto sería algo totalmente controlado por el Estado capitalista en sus ataques ideológicos contra la clase obrera.
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Hace más de treinta años, en las “Tesis sobre la descomposición”[1] [25], decíamos nosotros que la burguesía tendría cada vez más dificultades para controlar las tendencias centrífugas de su aparato político. El referéndum sobre el “Brexit” en Gran Bretaña y la candidatura de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos son una ilustración de esas dificultades. En los dos casos, los aventureros políticos sin escrúpulos de la clase dominante se sirven de la “revuelta” populista de quienes han sufrido los desastres económicos de los últimos treinta años, para su propia auto-glorificación.
La CCI se ha dado cuenta tardíamente del avance del populismo y de sus consecuencias. Por eso publicamos ahora un texto general sobre el populismo[2] [26], cuestión que está actualmente en discusión en el seno de la organización. El artículo que sigue trata de aplicar las principales ideas de ese texto de discusión a las situaciones específicas de Gran Bretaña y Estados Unidos. En una situación mundial en plena evolución, no tenemos la menor pretensión de ser exhaustivos, pero esperamos aportar materia para la reflexión y discusiones posteriores.
El referéndum que acabó siendo incontrolable
La pérdida de control por la clase dominante no ha sido nunca más evidente que en el espectáculo de desorden caótico que nos ha ofrecido el referéndum sobre la Unión Europea en Gran Bretaña y sus consecuencias. Nunca antes, la clase capitalista británica había perdido hasta tal punto el control del proceso democrático, nunca antes sus intereses vitales han estado tan a la merced de aventureros como Boris Johnson[3] [27] o Nigel Farage[4] [34].
La falta general de preparación para las consecuencias de un eventual Brexit (abandono de la UE) es una indicación de la confusión en la clase dominante británica. Sólo algunas horas después del anuncio del resultado, los principales portavoces del Leave (salida de la UE) debían explicar a sus seguidores que los 350 millones de libras esterlinas que habían prometido asignar al NHS[5] [35] si ganaba el Brexit –una cifra estampada en todos los autobuses de su campaña- no era, en realidad, sino una especie de errata por descuido. Algunos días más tarde, Farage dimitió de su puesto de dirigente de UKIP, dejando todo el lío del Brexit en manos de otros Leavers (“Salientes”). Guto Harri, antiguo jefe de comunicación de Boris Johnson, declaró que de hecho, “el corazón (de Johnson) no ha estado nunca en ello” (en la campaña por el Brexit), y hay una fuerte creencia de que el apoyo de Johnson al Brexit no ha sido más que una maniobra oportunista e interesada con el fin de reforzar su tentativa de apoderarse de la dirección del Partido Conservador contra David Cameron; Michael Gove[6] [36], que ha gestionado la campaña de Johnson durante el referéndum y debía gestionar después su campaña para el puesto de Primer Ministro (además de que él mismo había hecho conocer muchas veces su propia falta de interés por ese puesto), apuñaló a Johnson por la espalda, sólo dos horas antes del vencimiento para la presentación de las candidaturas, presentándose él mismo con el pretexto de que su amigo de siempre, Johnson, no tenía las capacidades para ocupar el cargo; Andrea Leadsom[7] [37] se lanzó en la carrera por la dirección del Partido Conservador en tanto que Leaver convencida –aunque ella había declarado tres años antes que una salida de la Unión Europea sería “un desastre” para Gran Bretaña. Mentira, hipocresía, traición: seguramente nada de todo esto es nuevo en el aparato político de la clase dominante. Pero lo que llama la atención, en el seno de la clase dominante más experimentada del mundo, es la pérdida de todo sentido de Estado, del interés nacional histórico que prima sobre la ambición personal o las pequeñas rivalidades de bandas. Para encontrar un episodio comparable en la vida de la clase dominante inglesa, habría que remontarse a la Guerra de las Dos Rosas[8] [38] (como la describió Shakespeare en su Enrique VI), el último aliento de un orden feudal decadente.
La falta de preparación por parte de la patronal financiera e industrial ante las consecuencias de una victoria del Leave es todavía más sorprendente, sobre todo habida cuenta de la cantidad de indicaciones de que el resultado sería “la cosa más incierta que jamás se habría visto en la vida” (si se permite citar al duque de Wellington después de la batalla de Waterloo)[9] [39]. El hundimiento del 20%, después del 30%, de la libra esterlina en relación con el dólar muestra que el resultado del Brexit no era el esperado, pues no había afectado la cotización de la libra antes del referéndum. Nos han servido el espectáculo poco edificante de una estampida de una parte de bancos y empresas buscando instalarse, o literalmente mudarse, a Dublín o París. La decisión rápida de George Osborne[10] [40] de reducir los impuestos a las empresas al 15% es claramente una medida de urgencia para retener las empresas en Gran Bretaña, cuya economía es una de las más dependientes del mundo de las inversiones extranjeras.
El imperio contraataca
A pesar de todo lo dicho, la clase dominante británica no está sonada. El cambio inmediato de Cameron, que no estaba previsto antes de septiembre, del puesto de Primer Ministro por Theresa May –una política sólida y competente que había hecho campaña discretamente por el Remain (“Quedarse”)- y la demolición por la prensa y por los diputados conservadores de sus rivales, Gove y Leadsom, demuestra una capacidad real de responder rápidamente y de manera coherente por parte de las fracciones estatales dominantes de la burguesía.
Fundamentalmente, esta situación está determinada por la evolución del capitalismo mundial y por la relación de fuerzas entre las clases. Es el producto de una dinámica más general hacia la desestabilización de las políticas burguesas coherentes en la fase actual del capitalismo decadente. Las fuerzas motrices detrás de esta tendencia hacia el populismo no son el objeto de este artículo: se analizan en la “Contribución sobre la cuestión del populismo” mencionada más arriba. Pero estos fenómenos generales toman una forma concreta bajo la influencia de la historia y de unas características nacionales específicas. De hecho, el Partido Conservador siempre ha tenido un ala euroescéptica que nunca aceptó verdaderamente la pertenencia de Gran Bretaña a la Unión Europea y cuyos orígenes pueden ser definidos así:
1. La posición geográfica de Gran Bretaña (y de Inglaterra antes) frente a las costas europeas ha hecho que haya podido mantenerse siempre a distancia de las rivalidades europeas de una forma que no era posible para los estados continentales; su tamaño relativamente pequeño, su insuficiencia como potencia militar terrestre, fueron la causa de que jamás pudiera esperar dominar Europa, como lo hizo Francia hasta principios del siglo XIX o Alemania después de 1870, de modo que solo pudo defender sus intereses vitales jugando con los enfrentamientos de unas potencias contra otras, evitando todo compromiso con ninguna de ellas.
2. La situación geográfica de la isla y su estatus de primera nación industrial del mundo determinaron el desarrollo de Gran Bretaña como imperialismo mundial marítimo. Al menos desde el siglo XVIII, las clases dominantes británicas desarrollaron una visión mundial que, una vez más, les permitió mantener cierta distancia hacia la política puramente europea.
Esta situación cambia radicalmente después de la Segunda Guerra Mundial, en primer lugar, porque Gran Bretaña no podía seguir manteniendo su estatus de potencia mundial dominante, y, además, porque la tecnología militar (fuerzas aéreas, misiles de largo alcance, armas nucleares) hizo que el aislamiento respecto a la política europea no fuese posible. Uno de los primeros en reconocer ese cambio de la situación fue Winston Churchill que, en 1946, llamó a la formación de los “Estados Unidos de Europa”, pero su posición jamás fue realmente aceptada dentro del Partido Conservador. La oposición a permanecer en la Unión Europea[11] [41] ha ido aumentando de forma progresiva a medida que Alemania se ha ido reforzando, sobre todo después del hundimiento de la URSS y de que la reunificación alemana de 1990 ha aumentado de forma considerable la influencia de Alemania en Europa. Durante la campaña del referéndum, Boris Johnson ha provocado un escándalo comparando la dominación alemana al proyecto hitleriano, aunque esto no era nada original. Los mismos sentimientos, prácticamente con las mismas palabras, fueron expresados en 1990 por Nicholas Ridley, entonces ministro del gobierno de Thatcher. La comparación entre ambos es un signo de la pérdida de autoridad y de disciplina dentro del aparato político de posguerra: mientras que a Ridley le obligaron a dejar inmediatamente el gobierno, a Johnson, en cambio, lo han hecho miembro del nuevo gabinete.
3. El antiguo estatus de primera potencia mundial de Gran Bretaña –y la pérdida de éste- ha tenido un impacto psicológico y cultural profundamente anclado en la población británica (y también en la clase obrera). La obsesión nacional frente a la Segunda Guerra Mundial –la última vez que Gran Bretaña pudo dar la impresión de actuar como potencia mundial independiente- lo ilustra a la perfección. Una parte de la burguesía británica y, todavía más, de la pequeña burguesía, parece no haberse enterado todavía de que el país actualmente no es más que una potencia de segunda categoría. Muchos de los que han hecho campaña por el Leave parecen creer que, si Gran Bretaña se libera de las “cadenas” de la UE, el mundo entero iría corriendo a comprar las mercancías y los servicios británicos, una fantasía que podría costarle muy caro a la economía del país.
Tal resentimiento y tal cólera contra el mundo exterior por el hecho de la pérdida del estatus de potencia imperial son comparables al sentimiento de una parte de la población norteamericana ante lo que ella percibe también como pérdida del estatus de Estados Unidos (un tema constante de los llamamientos de Donald Trump a “garantizar que Estados Unidos vuelva a ser grande”) y su incapacidad a imponer su dominación como EE. UU pudo hacerlo durante la guerra fría.
El referéndum: una concesión al populismo
Boris Johnson y sus payasadas populistas han sido más espectaculares, y más mediatizadas, que el personaje de David Cameron, “viejo estilo”, salido de la alta sociedad y “alguien responsable”. Pero, en realidad, Cameron es la mejor indicación de la descomposición que afecta a la clase dominante. Johnson ha podido ser el principal actor, pero fue Cameron quien hizo la puesta en escena utilizando la promesa de un referéndum en provecho de su partido, para ganar las últimas elecciones parlamentarias de 2015. Por su naturaleza, un referéndum es más difícil de controlar que una elección parlamentaria: de hecho, entraña siempre un riesgo[12] [42]. Como un jugador patológico de casino, Cameron se mostró como un apostador compulsivo, primero con el referéndum sobre la independencia escocesa (que ganó por los pelos en 2014), después con éste sobre el Brexit. Su partido, el Partido Conservador, que siempre se presentó como el mejor defensor de la economía, de la Unión[13] [43] y de la defensa nacional, ha terminado por poner a esos tres elementos en peligro.
Dada la dificultad en manipular los resultados, los plebiscitos sobre temas que conciernen los intereses nacionales importantes representan, en general, un riesgo inaceptable para la clase dominante. Según la concepción y la ideología clásicas de la democracia parlamentaria, incluso bajo su forma decadente de farsa, se supone que tales decisiones deben ser tomadas por los “representantes elegidos”, aconsejados (y sometidos a presión) por expertos y grupos influyentes, y nunca por la población en su conjunto. Desde el punto de vista de la burguesía, es una pura aberración pedir a millones de personas que decidan sobre cuestiones complejas, tales como el Tratado Constitucional de la UE de 2004, ya que la masa de electores no tenía ni las ganas ni los medios para leer y comprender el texto del Tratado. Nada sorprendente entonces que la clase dominante haya obtenido a menudo los “peores” resultados en los referéndums a propósito de tales tratados (en Francia y Holanda en 2005, Irlanda en el primer referéndum sobre el Tratado de Lisboa de 2008)[14] [44].
En la burguesía británica, hay quienes parecen esperar que el gobierno de May logre lo mismo que los gobiernos francés e irlandés después de su referéndum perdido sobre los tratados constitucionales, y que pueda simplemente ignorar o eludir el resultado del referéndum. Esto nos parece improbable, al menos a corto plazo, no porque la burguesía británica sea mucho más ardientemente “demócrata” que sus colegas sino, justamente, porque ha comprendido que ignorar la expresión “democrática” de la “voluntad del pueblo” no haría sino acreditar más todavía las tesis populistas, haciéndolas más peligrosas.
Así, la estrategia de Theresa May hasta la fecha ha sido poner a mal tiempo buena cara emprendiendo el camino del Brexit atribuyendo a tres de los Leavers más conocidos la responsabilidad de ministerios que se encargarán de la compleja tarea de la desconexión de Gran Bretaña de la UE. Incluso el nombramiento del payaso Johnson como ministro de Exteriores –acogido en el exterior con una mezcla de horror, hilaridad e incredulidad- es sin duda parte de esa estrategia más amplia. Al sentar a Johnson en las ascuas del sillón de las negociaciones para salir de la UE, May se asegura de que el “gran bocazas” de los Leavers acabe desprestigiándose por las condiciones probablemente muy desfavorables, y que no pueda jugar de francotirador desde la barrera.
La percepción, en particular de parte de los que votan por los movimientos populistas en Europa o en Estados Unidos, de que todo el proceso democrático es una “estafa” porque la élite no tiene en cuenta los resultados inoportunos, es una verdadera amenaza para la eficacia de la democracia como sistema de dominación de clase. En la concepción populista de la política, “la toma de decisión directamente por el pueblo mismo” se supone que puede evitar la corrupción de los representantes elegidos por las élites políticas establecidas. Por eso en Alemania tales referéndums están excluidos por la constitución de posguerra, debido a la experiencia negativa de la República de Weimar y a su utilización por la Alemania nazi[15] [45].
La elección fuera de control
Si el Brexit ha sido un referéndum fuera de control, la selección de Trump como candidato a las presidenciales de EE. UU de 2016 es una elección con “metedura de pata”. Al principio, nadie había tomado su candidatura en serio: el favorito era Jeb Bush, miembro de la dinastía Bush, opción preferida de los notables republicanos y, como tal, capaz de atraer apoyos financieros importantes (que es siempre una consideración crucial en las elecciones norteamericanas). Pero, contra toda previsión, Trump ha triunfado en las primeras primarias y ha ido ganando estado tras estado. Bush se apagó cual petardo mojado, los demás candidatos han sido meros outsiders y los jefes del Partido Republicano se han encontrado ante la desagradable realidad de que el único candidato capaz de batir a Trump era Ted Cruz, un hombre considerado por sus colegas del Senado como alguien en absoluto digno de confianza, solo un poco menos egoísta e interesado que el propio Trump.
La posibilidad de que Trump derrote a Clinton es, ya de por sí, una señal del grado de deterioro al que ha llegado la situación política. Y resulta que ya su candidatura ha creado una onda expansiva a través de todo el sistema de alianzas imperialistas. Desde hace 70 años, Estados Unidos ha sido el garante de la alianza de la OTAN cuya eficacia depende de la inviolabilidad del principio de defensa recíproca: un ataque contra uno es un ataque contra todos. Cuando un presidente estadounidense en potencia pone en entredicho la Alianza del Atlántico Norte así como la voluntad de Estados Unidos de cumplir sus obligaciones de aliado –como Trump lo ha hecho declarando que una respuesta americana a un ataque ruso contra los estados bálticos dependería, a su juicio, del hecho que estos últimos “hayan pagado su entrada”- eso pone la piel de gallina a todas las burguesías del este de Europa directamente enfrentadas al estado mafioso de Putin, sin hablar de los países asiáticos (Japón, Corea del Sur, Vietnam, Filipinas) que confían en que Estados Unidos los pueda defender contra el dragón chino. Casi tan alarmante es la alta posibilidad de que Trump, sencillamente, no se entere de casi nada, como indica su afirmación de que no habría tropas rusas en Ucrania (aparentemente no sabe todavía que Crimea sigue siendo oficialmente considerada por todo el mundo, salvo por los rusos, como parte de Ucrania).
Peor todavía, Trump ha saludado el hecho de que los servicios rusos hayan pirateado los sistemas informáticos del Partido Demócrata y más o menos invitó a Putin a hacer cosas peores. Es difícil decir si esto perjudicará a Trump, pero vale la pena recordar que, después de 1945, el Partido Republicano es ferozmente antirruso, es favorable a unas fuerzas armadas poderosas y a la presencia militar masiva por todo el mundo, sea cual sea el coste (fue el incremento colosal de los gastos militares bajo Reagan lo que lanzó por las nubes el déficit presupuestario).
No es la primera vez que el Partido Republicano presenta un candidato que su dirección considera como peligrosamente extremista. En 1964, Barry Goldwater ganó las primarias gracias al apoyo de la derecha religiosa y de la “coalición conservadora” –precursora del Tea Party actual. Al menos su programa era coherente: reducción drástica del campo de acción del gobierno federal, en particular de la seguridad social, potencia militar y preparación, si hiciera falta, para usar armas nucleares contra la URSS. Era un programa clásico de la extrema derecha, pero que no correspondía a las necesidades del capitalismo de estado de EE. UU, y Goldwater acabó sufriendo una derrota aplastante en las elecciones, en parte debido a que la jerarquía del Partido Republicano no le había apoyado. ¿Es Trump un segundo Goldwater? No, ni mucho menos, y las diferencias son esclarecedoras. La candidatura de Goldwater significó la toma de control del Partido Republicano por el “Tea Party” de aquel entonces; éste fue marginado durante los años siguientes a la derrota electoral aplastante de Goldwater. Todo el mundo sabe que esa tendencia extremista de derechas, durante las dos últimas décadas, ha resurgido y ha realizado una tentativa más o menos exitosa de tomar el control del GOP[16] [46]. Sin embargo, los que apoyaban a Goldwater eran, en el sentido más propio del término, “una colación conservadora”, representaban una verdadera tendencia conservadora en Estados Unidos, en un país que estaba viviendo profundos cambios sociales (el feminismo, el movimiento por los derechos civiles, el comienzo de una oposición a la guerra de Vietnam y el hundimiento de los valores tradicionales). Aunque a menudo las “causas” del Tea Party sean las mismas que las de Goldwater, el contexto no es el mismo: los cambios sociales a los que Goldwater se oponía, ocurrieron, y el Tea Party no es tanto una coalición de conservadores, sino una alianza reaccionaria histérica.
Esto crea dificultades crecientes para la gran burguesía a la que poco le importan esas cuestiones sociales y “culturales” y que tiene, sobre todo, intereses en las fuerzas militares estadounidenses y el libre comercio del que saca sus beneficios. Se ha convertido en una obviedad decir que cualquiera que se presente a las primarias republicanas debe ser “irreprochable” sobre toda una serie de problemas: contra el aborto (tiene que ser “pro vida”), contra el control de armas, conservadurismo fiscal e impuestos más bajos, contra el Obamacare[17] [47] (eso es “socialismo” y debe ser abolido: de hecho Ted Cruz había presentado en parte su candidatura gracias al autobombo que se dio con su obstrucción al Obamacare en el Senado), el matrimonio (una institución sagrada), contra el Partido Demócrata (si Satanás tiene un partido, es ése). Actualmente, en unos cuantos meses, Trump ha destripado al Partido Republicano. Es un candidato en el que “no se puede confiar” sobre el tema del aborto, el control de armas, el matrimonio (él mismo se ha casado tres veces) y que, en el pasado, dio dinero al mismo diablo, Hillary Clinton. Además, propone aumentar el salario mínimo, quiere mantener al menos en parte el Obamacare, quiere volver a una política exterior aislacionista, dejar el déficit presupuestario sin control y expulsar a 11 millones de inmigrantes ilegales cuyo trabajo barato es vital para los negocios.
Como los conservadores en Gran Bretaña con el Brexit, el Partido Republicano –y potencialmente toda la clase dominante de EE. UU- se encuentra con un programa completamente irracional desde el punto de vista de los intereses de clase imperialistas y económicos.
Las consecuencias
Lo único que nosotros podemos afirmar con certidumbre, es que el Brexit y la candidatura de Trump abren un período de inestabilidad creciente a todos los niveles: económico, político e imperialista. En lo económico, los países europeos –que representan, no lo olvidemos, una parte importante de la economía mundial y el mercado único más grande- conoce ya una fragilidad: resistieron a la crisis financiera de 2007-08 y a la amenaza de una salida de Grecia de la zona euro, pero no han superado esas situaciones. Gran Bretaña sigue siendo una de las principales economías europeas y el largo proceso para deshacer sus lazos con la Unión Europea incluirá muchos imprevistos, aunque sólo fuera en lo financiero: nadie sabe, por ejemplo, qué efecto tendrá el Brexit sobre la City de Londres, el mayor centro europeo para los bancos, los seguros y las acciones bursátiles. Políticamente, el éxito del Brexit no hace más que alentar y aportar más crédito a los partidos populistas del continente europeo: el año que viene serán las elecciones presidenciales en Francia donde el Frente Nacional de Marine Le Pen, partido populista y antieuropeo, es ahora el mayor partido político en votos. Los gobiernos de las principales potencias de Europa están divididos entre dejar que la separación de Gran Bretaña se haga con discreción y con la mayor facilidad posible, y el miedo a que toda concesión (como por ejemplo el acceso al mercado único a la vez que se le otorgan restricciones a los movimientos de población) incite a otros, sobre todo a Polonia y Hungría, a hacer lo mismo. Es prácticamente un hecho que la tentativa de estabilizar la frontera sureste de Europa, integrando los países de la antigua Yugoslavia, va a suspenderse. Será más difícil para la Unión Europea encontrar una respuesta unificada al “golpe de estado democrático” de Erdogan en Turquía y su utilización de los refugiados sirios como piezas de un vil juego de chantaje.
Aunque la Unión Europea no ha sido jamás una alianza imperialista, la mayor parte de sus miembros pertenece a la OTAN. Todo debilitamiento de la cohesión europea hará probable un efecto destructor sobre la capacidad de la OTAN para contrarrestar la presión rusa sobre su flanco oriental, desestabilizando todavía más Ucrania y los estados bálticos. No es un secreto para nadie que Rusia financia desde hace tiempo el Frente Nacional en Francia y que utiliza, cuando no lo financia, el movimiento PEGIDA en Alemania. El único que sale ganando con el Brexit es de hecho Vladímir Putin.
Como se ha dicho más arriba, la candidatura de Trump ha dejado debilitada la credibilidad de Estados Unidos. La visión de Trump como presidente con el dedo puesto en el botón nuclear es, hay que decirlo, aterradora[18] [48]. Pero como lo hemos dicho muchas veces, uno de los principales motivos de la guerra y de la inestabilidad actualmente es la determinación de Estados Unidos para mantener su posición imperialista dominante contra todo recién llegado, y esta situación permanecerá sin cambio cualquiera que sea su presidente.
“Rage againts the machine”[19] [49]
Boris Johnson y Donald Trump tienen más en común que ser unos “bocazas”. Ambos son unos aventureros políticos, carentes de todo principio y de todo sentido del interés nacional. Los dos están dispuestos a todas las contorsiones para adaptar su mensaje a lo que la audiencia quiera escuchar. Sus mamarrachadas las inflan los medios hasta parecer muy reales, pero en realidad, son insignificantes, no son sino los portavoces mediante los cuales los perdedores de la mundialización gritan su rabia, su desesperación y su odio a las élites ricas y a los inmigrantes a quienes responsabilizan de su miseria. De esta manera Trump sale del paso con los argumentos más indignantes y contradictorios: a sus seguidores les da sencillamente igual pues él dice lo que quieren escuchar.
Esto no quiere decir que Johnson y Trump son iguales, pero lo que los distingue tiene menos que ver con su carácter personal que con las diferencias entre las clases dominantes a las que pertenecen: la burguesía británica ha desempeñado un papel de primer plano en la escena mundial durante siglos, mientras que la etapa de “filibustero” egocéntrico y descarado de Estados Unidos no terminó verdaderamente hasta la derrota que Roosevelt impuso a los aislacionistas y la entrada en la Segunda Guerra Mundial. Fracciones importantes de la clase dominante de EE. UU siguen siendo unos profundos ignorantes del mundo exterior, se encuentran en un estado, casi nos atreveríamos a decirlo, de adolescencia tardía.
Los resultados electorales no serán jamás una expresión de la conciencia de clase, sin embargo, pueden darnos indicaciones sobre el estado del proletariado. Ya sea el referéndum sobre el Brexit, el apoyo a Trump en Estados Unidos, o al Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia, o a los populistas alemanes de PEGIDA y de Alternativa por Alemania, todas las cifras concuerdan para sugerir que esos partidos y movimientos ganan el apoyo de los obreros, o sea entre quienes han sufrido más los cambios operados en la economía capitalista a lo largo de los últimos cuarenta años, y que han terminado por concluir –de manera irracional, después de años de derrotas y de ataques sin fin contra sus condiciones de existencia por los gobiernos tanto de izquierda como de derecha- que la única forma de dar miedo a la élite dirigente es la de votar por partidos que son claramente irresponsables, y cuya política es un anatema para la tal élite. La tragedia es que son precisamente los obreros que estuvieron más masivamente comprometidos en las luchas de los años 1970.
Un tema común a las campañas del Brexit y de Trump es que “nosotros” podemos “recuperar el control”. Poco importa que esos “nosotros” no hayan tenido nunca el control real de su vida; como dijo un habitante de Boston en Gran Bretaña: “nosotros queremos simplemente que las cosas vuelvan a ser lo que eran”. Cuando había empleos, y empleos con salarios decentes, cuando la solidaridad social en los barrios obreros no había sido destruida por el paro y el abandono, cuando el cambio aparecía como algo positivo y ocurría a un ritmo razonable.
Sin duda alguna, es verdad que la votación del Brexit ha provocado una atmósfera nueva y repugnante en Gran Bretaña, en el que las personas abiertamente racistas se sienten más libres de salir de su madriguera. Pero hay muchos –probablemente la gran mayoría- de los que han votado por el Brexit o a Trump para detener la inmigración que no son verdaderamente racistas, más bien sufren de xenofobia: miedo al extranjero, miedo a lo desconocido. Y lo desconocido es fundamentalmente la economía capitalista misma, que es oscura e incomprensible porque presenta las relaciones sociales en el proceso de producción como si fueran fuerzas naturales, tan elementales e incontrolables como el tiempo climático, pero cuyos efectos sobre la vida de los obreros son todavía más devastadores. Es una ironía terrible que esta época de descubrimientos científicos en el que ya a nadie se le ocurre pensar que son las brujas las culpables del mal tiempo, haya personas dispuestas a creer que sus males económicos provienen de sus compañeros de infortunio que son los inmigrantes.
El peligro ante el que estamos
Al comienzo de este artículo, nos hemos referido a nuestras “Tesis sobre la descomposición”, redactadas hace prácticamente treinta años, en 1990. Terminaremos citándolas:
“(…) En realidad, hay que ser de lo más clarividente sobre lo que significa la descomposición en la capacidad del proletariado para ponerse a la altura de su tarea histórica (…)
Los diferentes factores que son la fuerza del proletariado chocan directamente con las diferentes facetas de la descomposición ideológica:
- la acción colectiva, la solidaridad, encuentran frente a ellas la atomización, el “sálvese quien pueda”, el “arreglárselas por su cuenta”;
- la necesidad de organización choca contra la descomposición social, la dislocación de las relaciones en que se basa cualquier vida en sociedad;
- la confianza en el porvenir y en sus propias fuerzas se ve minada constantemente por la desesperanza general que invade la sociedad, el nihilismo, el “no future”;
- la conciencia, la clarividencia, la coherencia y unidad de pensamiento, el gusto por la teoría, deben abrirse un difícil camino en medio de la huida hacia quimeras, drogas, sectas, misticismos, rechazo de la reflexión y destrucción del pensamiento que están definiendo a nuestra época.”
Estamos hoy concretamente frente a ese peligro.
El ascenso del populismo es peligroso para la clase dominante porque amenaza su capacidad para controlar su aparato político y mantener la mistificación democrática, que es uno de los pilares de su dominación social. Pero al proletariado ni le ofrece nada ni le sirve de nada. Al contrario, es precisamente la debilidad del proletariado, su incapacidad para ofrecer otra perspectiva al caos amenazante del capitalismo, lo que ha hecho posible el ascenso del populismo. Sólo el proletariado puede ofrecer una vía de salida al bloqueo en el que la sociedad se encuentra actualmente y no será capaz de hacerlo si los obreros se dejan engañar por los cantos de sirena de demagogos populistas que prometen un imposible retorno a un pasado que, de todas formas, jamás ha existido.
Jens, agosto 2016.
[1] [28] Vuelto a publicar en 2001 en la Revista Internacional nº 107 (https://internationalism.org [50]).
[2] [29] Ver este mismo número de la Revista Internacional.
[3] [31] Boris Johnson, miembro del Partido Conservador y antiguo alcalde de Londres. Uno de los principales portavoces del “Leave” (es decir “salir”, denominación de la campaña para salir de la Unión Europea).
[4] [51] Nigel Farage, dirigente del Partido por la Independencia del Reino Unido (United Kingdom Independence Party – UKIP). El UKIP es un partido populista fundado en 1991 y que hizo campaña principalmente sobre los temas de la salida de la UE y la inmigración. Paradójicamente, tiene 22 miembros en el Parlamento europeo lo que hace que sea el principal partido británico en dicho parlamento.
[5] [52] NHS: National Health Service: la seguridad social británica.
[6] [53] Miembro del Partido Conservador y ministro de justicia en el gobierno de Cameron.
[7] [54] Miembro del Partido Conservador y ministra de energía en el gobierno de Cameron. Actualmente secretaria de Estado de medio ambiente.
[8] [55] Guerra civil entre los clanes aristocráticos de York y Lancaster en el siglo XV en Inglaterra.
[9] [56] Es verdad que el Tesoro Británico a instancias de la UE hizo algunos esfuerzos para preparar un “Plan B” en caso de victoria del Brexit. Sin embargo, está claro que esos preparativos fueron inadecuados y, sobre todo, que nadie se esperaba que el Leave ganara el referéndum. Esto es cierto incluso para el propio campo del Leave. Parece ser que Farage había aceptado la victoria al Remain a cierta hora de la noche del referéndum, antes de descubrir con gran sorpresa a la mañana siguiente que el Remain había perdido.
[10] [57] Miembro del Partido Conservador y ministro de Finanzas del gobierno de Cameron
[11] [58] Gran Bretaña entró en la Comunidad Económica Europea (CEE) bajo un gobierno conservador en 1973. La adhesión fue confirmada en un referéndum convocado en 1975 por un gobierno laborista.
[12] [59] Cabe recordar que Margaret Thatcher se mantuvo más de diez años en el poder sin haber ganado nunca más del 40% de los votos en las elecciones parlamentarias.
[13] [60] Es decir, el oficialmente llamado Reino Unido de Gran Bretaña (Inglaterra, País de Gales y Escocia) e Irlanda del Norte.
[14] [61] Tras los resultados contrarios a su voluntad, los gobiernos europeos abandonaron el Tratado Constitucional manteniendo lo esencial, modificando simplemente los acuerdos existentes mediante el Tratado de Lisboa de 2007.
[15] [62] Hay que hacer una distinción sobre los referéndums en estados como Suiza o California, donde forman parte de un procedimiento históricamente establecido.
[16] [63] Grand Old Party (el “Gran Viejo Partido”), es el mote familiar para designar al Partido Republicano, cuya fundación remonta al siglo XIX.
[17] [64] La reforma sanitaria de Obama.
[18] [65] Una de las razones de la derrota de Goldwater es que había declarado estar preparado para utilizar el arma nuclear. La campaña de Johnson en respuesta al eslogan de Goldwater: “In your heart, you know he’s right” (“En tus entrañas, tú sabes que él tiene razón”), decía: “In your guts, you know he’s nuts” (“Por instinto, tú sabes que está loco”).
[19] [66] ‘‘Rabia contra la máquina’’ Se llama así un grupo americano conocido por sus posiciones anarquizantes y anticapitalistas. Lo usamos irónicamente.
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Este artículo que aquí publicamos es un documento en discusión en la CCI, escrito en junio de este año, unas semanas después del referéndum sobre el "Brexit" en Reino Unido. El artículo “Reveses para la burguesía que no presagian nada bueno para el proletariado” de este número de la Revista es un intento de aplicar las ideas de este artículo a unas situaciones concretas como las planteadas por el resultado del referéndum y por la candidatura de Trump en Estados Unidos.
Somos hoy testigos de una oleada de populismo político en los viejos países centrales del capitalismo. En los Estados en los que tal fenómeno se ha desarrollado desde hace más tiempo, en Francia o en Suiza, por ejemplo, los populistas de derechas se han vuelto el partido político más importante en el plano electoral. Pero lo que hoy más llama la atención es el “amarre” del populismo en países que, hasta hoy, eran conocidos por lo estable de su política y la eficacia de su clase dominante: Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania. Sólo recientemente el populismo ha logrado tener un impacto directo y serio en esos países.
El surgimiento actual del populismo
En Estados Unidos, el aparato político, al principio, subestimó ampliamente la candidatura de Donald Trump a las elecciones presidenciales por el Partido Republicano. Su candidatura, en un primer tiempo, se topó con la oposición más o menos declarada de la jerarquía del aparato del partido y de la derecha religiosa. A todos ellos les cogió por sorpresa el apoyo popular que Trump obtuvo tanto en el llamado Bible Belt (regiones estadounidenses y de Canadá donde está muy extendido el fundamentalismo protestante) como en los viejos centros industriales, especialmente por parte de algunas fracciones de la clase obrera "blanca". La campaña mediática subsiguiente, organizada entre otros por el Wall Street Journal y demás oligarquías mediáticas y financieras de la costa Este, con el objetivo de menguar el éxito de Trump, lo único que logró fue incrementar su popularidad. La ruina parcial de capas importantes de las clases medias y también de la obrera, habiendo perdido muchos de sus componentes sus ahorros e incluso sus viviendas tras los cracs financieros e inmobiliarios de 2007-2008, ha provocado la indignación contra el viejo aparato político que intervino con celeridad para salvar el sector bancario, dejando en cambio en la cuneta a los pequeños ahorradores que anhelaban ser propietarios de sus casas.
Las promesas de Trump de ayudar a los pequeños ahorradores, mantener los servicios de salud, gravar la bolsa y las grandes empresas financieras, impedir una inmigración a la que teme una parte de la población pobre, que ve en los inmigrados a contrincantes potenciales, han tenido eco tanto entre los fundamentalistas religiosos cristianos como, más a la izquierda, entre los electores de tradición demócrata que, hace pocos años, ni hubieran imaginado votar por semejante político.
Casi medio siglo de "reformismo" político burgués, en el que los candidatos de izquierda –a nivel nacional, regional o local, en los partidos o en los sindicatos –han sido elegidos porque pretendían defender los intereses de los trabajadores y, en realidad, siempre defendieron los del capital, ha ido preparando el terreno para que el hombre de la Main Street (“de la calle”), como dicen en Estados Unidos, considere la posibilidad de apoyar a un multimillonario como Trump, con el sentimiento de que éste, al menos, no podrá ser “comprado” por la clase dominante.
En Gran Bretaña, la expresión principal del populismo no parece haberse concretado por ahora ni en un candidato particular, ni en un partido político (aunque sí es cierto que el UKIP de Nigel Farage sea ahora un actor importante del escenario político), sino en la popularidad de la propuesta de dejar la Unión Europea y decidirlo por referéndum. El que la mayor parte de quienes dominan el mundo de las finanzas (la City de Londres) y le industria británica se haya opuesto a la salida de la UE, también aquí parece haber servido para aumentar la popularidad del "Brexit" en partes importantes de la población. Uno de los motores de la corriente anti-UE, además de que representa a unos intereses particulares de algunas partes de la clase dominante más estrechamente relacionadas con la antiguas colonias (la Commonwealth) que con la Europa continental, parece circular por los caminos de los nuevos movimientos populistas de derecha. Quizás, gente como Boris Johnson y demás defensores del "Brexit" en el Partido Conservador serán, cuando se produzca el "exit", quienes tengan que salvar lo que pueda ser salvado intentando negociar una especie de estatuto de asociación estrecha con la Union Européa, parecida quizás a la de Suiza, país que en general adopta las reglas de la UE pero sin voz ni voto en su formulación.
En Alemania, donde tras la Segunda Guerra mundial, la burguesía ha conseguido hasta hace poco impedir que se instalaran partidos a la derecha de la Democracia Cristiana, ha entrado en escena un nuevo movimiento populista, tanto en la calle (Pegida) como en el plano electoral (Alternative für Deutschland) no ya como respuesta a la crisis "financiera" de 2007-08 (de la que Alemania salió relativamente indemne) sino tras la “crisis del Euro” a la que una parte de la población ve como una amenaza directa a la estabilidad de la moneda común europea y por ende a los ahorros de millones de personas.
Pero cuando ya parecía resuelta esa crisis, al menos momentáneamente, resulta que se produce la llegada masiva de refugiados, debida en particular a la guerra civil e imperialista en Siria y el conflicto con el Estado Islámico en el norte de Irak. Esta situación ha dado un nuevo impulso a un movimiento populista que empezaba a flojear. Aunque un mayoría importante de la población siga apoyando la Wilkommenskultur ("cultura de la acogida") de la canciller Merkel y de muchos líderes de la economía alemana, se han multiplicado los ataques contra los asilos para refugiados por toda Alemania, a la vez que en partes de la antigua RDA (el Este), se está desarrollando una verdadera mentalidad de pogromo.
El punto alcanzado por el auge del populismo, ligado al desprestigio del sistema político de los partidos establecidos lo ilustran las recientes elecciones presidenciales en Austria, en cuya segunda vuelta se enfrentaron el candidato de los Verdes y el de la derecha populista, mientras que los partidos principales, socialdemócratas y democristianos, que han reinado en el país desde el fin de la IIª Guerra Mundial, han sufrido ambos un descalabro sin precedentes.
Tras las elecciones en Austria, los observadores políticos en Alemania concluyeron que si proseguía la coalición actual entre democristianos y socialdemócratas en Berlín después de las próximas elecciones genérales se favorecería sin duda más todavía el ascenso del populismo. De todas maneras, ya sea con la Gran Coalición entre derecha e izquierda (o la "cohabitación" como en Francia), o con la alternancia entre gobiernos de izquierda y de derecha, después de casi medio siglo de crisis económica crónica y unos 30 años de descomposición del capitalismo, amplias partes de la población ya no se creen que haya una diferencia significativa entre los partidos establecidos de izquierdas y de derechas. Al contrario, a esos partidos se les ve como una especie de cártel que defiende sus propios intereses y los de los pudientes en detrimento de los del conjunto de la población y de los del Estado. Al no haber logrado la clase obrera, después de 1968, politizar sus luchas y realizar avances significativos en su propia perspectiva revolucionaria, la desilusión que eso engendra atiza las llamas del populismo.
En los países industrializados occidentales, sobre todo después del 11 de septiembre en Estados Unidos, el terrorismo islamista es otro factor de incremento del populismo. Eso plantea hoy un problema a la burguesía, sobre todo en Francia, que ha vuelto a ser el blanco de ese tipo de ataques. Uno de los motivos del estado de excepción y del lenguaje bélico de François Hollande es la necesidad de atajar el ascenso continuo del Frente Nacional tras los recientes ataques terroristas; el presidente francés ha intentado aparecer como el líder de una presunta coalición internacional contra el Estado Islámico. La pérdida de confianza de la población en la determinación y capacidades de la clase dominante para proteger a sus ciudadanos en lo que a seguridad se refiere (y no sólo la económica) es una de las causas de la oleada actual de populismo.
Las raíces del populismo de derechas contemporáneo son pues múltiples, variando de un país a otro. En los antiguos países estalinianos de Europa del Este, parece deberse al atraso y a la mentalidad pueblerina de la vida política y económica bajo los regímenes anteriores, así como a la brutalidad traumática del paso a un estilo de vida capitalista occidental, más eficaz, desde 1989.
En un país de la importancia de Polonia, la derecha populista ya está en el gobierno, y en Hungría (recordemos que fue un país importante de la primera oleada revolucionaria del proletariado en 1917-23), el régimen de Viktor Orbán alienta a su manera los ataques pogromistas, protegiéndolos.
Más en general, las reacciones contra la "mundialización" o “globalización” son un factor de primera importancia en el auge del populismo. En Europa occidental, el mal humor contra “Bruselas” y la Unión Europea es desde hace tiempo el carburante principal de esos movimientos. Pero también se respira hoy el mismo ambiente en Estados Unidos donde Trump no es el único político que amenaza con abandonar los acuerdos comerciales de libre cambio TTIP (Transatlantic Trade and Investment Partnership, Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones) que se está negociando entre Europa y América del Norte. No hay que confundir esa reacción contra la "mundialización" con lo que proponen algunos representantes de izquierda como ATTAC que exigen una especie de correctivo neokeynesiano ante los excesos (reales) del neoliberalismo. Mientras que éstos proponen una política económica alternativa coherente y responsable para el capital nacional, la crítica de los populistas aparece como una especie de vandalismo político y económico del estilo del que se expresó en parte cuando se rechazó el Tratado sobre la Constitución europea en los referéndums en Francia, Holanda e Irlanda.
La posibilidad de que el populismo contemporáneo participe en el gobierno y la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado
Los partidos populistas son fracciones burguesas, son parte del aparato capitalista de Estado totalitario. Lo que propagan es ideología y comportamiento burgués y pequeñoburgués: nacionalismo, racismo, xenofobia, autoritarismo, conservadurismo cultural. Como tales son un fortalecimiento del control de la clase dominante y de su Estado sobre la sociedad. Incrementan el ámbito del sistema de los partidos de la democracia aumentando su poderío ideológico. Revitalizan las mistificaciones electorales y la atracción por la votación tanto gracias a los electores que movilizan como a quienes se movilizan para votar contra ellos. Y aunque sean en parte el producto de las desilusiones crecientes hacia los partidos tradicionales, también pueden servir para reforzar la imagen de éstos, los cuales, diferenciándose de los populistas, podrán aparecer como más humanos y democráticos. Al parecerse sus discursos al de los fascistas de los años 30, su resurgimiento tiende a darle una nueva vida al antifascismo. Así es en especial en Alemania, donde el ascenso al poder del partido fascista desembocó en la mayor catástrofe en la historia de esa nación, que perdió casi la mitad del territorio y su estatuto de gran potencia militar, la destrucción de sus ciudades y unos estragos irreparables a su prestigio internacional por haber perpetrado unos crímenes que han sido los peores de la historia de la humanidad.
Sin embargo, como lo hemos visto hasta ahora, sobre todo en los viejos países del centro del capitalismo, las fracciones dirigentes de la burguesía han hecho lo posible por limitar el auge del populismo y, en especial, para impedirle participar en el gobierno. Tras bastantes años de luchas defensivas en su terreno de clase, la mayoría sin éxito, parece ser que ciertos sectores de la clase obrera hoy podrían albergar el sentimiento de que podrían ejercer más presión y dar más miedo a la clase dominante votando por populistas de derecha que con las luchas obreras. Esa impresión se debe a que el establishment reacciona verdaderamente alarmado ante el éxito electoral de los populistas. ¿Por qué tales reticencias de la burguesía ante “uno de los suyos”?
Hasta ahora, nosotros, CCI, teníamos tendencia a suponer que eso se debía al curso histórico (o sea al hecho de que la generación actual del proletariado no ha sufrido la derrota). Hoy hay que reexaminar ese marco de manera crítica ante cómo se está desarrollando la realidad social.
Que se hayan establecido gobiernos populistas en Polonia y Hungría es relativamente de menor importancia si se compara con lo que está pasando en los viejos países occidentales del corazón del capitalismo. Más significativo es que esos hechos no hayan desembocado por ahora en un conflicto de importancia entre, por lado, Polonia y Hungría y, por otro, la OTAN y la UE. Al contrario, Austria, con un canciller socialdemócrata, después de haberle seguido los pasos a la Wilkommenskultur de Angela Merkel durante el verano de 2015, ha seguido ahora el ejemplo de Hungría levantando barreras y alambradas en sus fronteras. Y el primer ministro húngaro se ha hecho ahora uno de los socios de discusión preferidos de la CSU bávara, partido que forma parte del gobierno de Merkel. Puede apreciarse un proceso de adaptación mutua entre gobiernos populistas y grandes instituciones interestatales. Por mucha demagogia antieuropea que esgriman, no se ve signo alguno por ahora de que los gobiernos populistas de Polonia o Hungría quieran irse de la UE. Lo que, al contrario, quieren hacer es difundir el populismo en la UE. Lo cual significa, hablando de intereses concretos, que "Bruselas" intervenga menos en los asuntos nacionales, aunque, eso sí, siguiendo con las subvenciones, incluso de mayor cuantía, a Varsovia y Budapest. La UE, por su parte, se adapta a esos gobiernos populistas a los que incluso se alaba por sus "contribuciones constructivas" en las complejas cumbres que organiza. Y, aun insistiendo en que se mantenga un mínimo de "condiciones democráticas", Bruselas se abstiene por ahora de aplicar a esos países sanciones con las que los había amenazado.
En lo que a la Europa occidental se refiere, Austria, recordemos, ya fue pionera habiendo incluso integrado en una ocasión en el gobierno de coalición al partido de Jörg Haider (FPÖ) como socio minoritario. El objetivo (desprestigiar a ese partido populista haciéndole asumir la responsabilidad de asegurar el funcionamiento del Estado) se alcanzó en parte, pero temporalmente. Hoy, en el plano electoral, le FPÖ es más fuerte que nunca y por poco gana las recientes elecciones presidenciales. Aunque también es cierto que el presidente desempeña un papel más bien simbólico. No es ese el caso en Francia, segunda potencia económica y segunda concentración del proletariado en la Europa occidental continental. La burguesía mundial espera, inquieta, la próxima elección presidencial en ese país en el que el Frente Nacional (FN) es el partido dominante electoralmente.
Muchos expertos de la burguesía ya han concluido, en base a lo que parece ser un fracaso del Partido Republicano de Estados Unidos en impedir la candidatura de Trump, que, tarde o temprano se hará inevitable la participación de populistas en los gobiernos occidentales, en cuyo caso será mejor empezar a preparar tal posibilidad. Este debate es el primer resultado de haber reconocido que los intentos hechos hasta ahora por excluir o contener el populismo no sólo han alcanzado sus límites, sino que incluso empiezan a ser contraproducentes.
La democracia es la ideología que mejor conviene a las sociedades capitalistas desarrolladas y la más importante contra la conciencia de clase del proletariado. Hoy, sin embargo, la burguesía está ante una paradoja: al seguir manteniendo sus distancias con los partidos que no respetan sus reglas democráticas de lo "políticamente correcto", corre el riesgo de dañar su propia imagen democrática. ¿Cómo justificar el mantener indefinidamente en la oposición a partidos por los que vota una parte significativa de la población, incluso la mayoría a veces, sin desprestigiarse y embrollarse en contradicciones y argumentos confusos? La democracia no es solo una ideología sino también un medio muy eficaz de la dominación de clase, sobre todo porque tiene la capacidad de reconocer las nuevas tendencias que surgen de la sociedad y adaptarse a ellas.
En ese marco la clase dominante se plantea hoy la perspectiva posible de que el populismo participe en los gobiernos a causa de la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado. A pesar de que el proletariado no está históricamente derrotado, esa relación le es desfavorable por ahora. Por eso es por lo que las tendencias actuales indican que la gran burguesía incluso piensa que tal presencia es posible.
Para empezar, tal eventualidad no implicaría el abandono de la democracia parlamentaria burguesa como así ocurrió en Italia, Alemania o España entre finales de los años 1920 y finales de los 30, después de que el proletariado fuese derrotado. En Europa del Este, hoy, los gobiernos populistas de derecha existentes no han intentado poner a los demás partidos fuera de la ley ni instaurar un sistema de campos de concentración. Además, semejantes medidas no serían aceptadas por la generación actual de trabajadores en particular en los países del Oeste, quizás ni siquiera en Polonia o Hungría.
Por otra parte hay que decir, sin embargo, que la clase obrera, aunque no derrotada definitiva e históricamente, está, hoy por hoy, muy debilitada en su conciencia, su combatividad y su identidad de clase. El contexto histórico de esta situación sigue siendo ante todo el de la derrota de la primera oleada revolucionaria tras la Primera Guerra Mundial, y la profundidad y la tan larga duración de la contrarrevolución que le siguió.
En tal contexto, el primer causante de ese debilitamiento es la incapacidad de la clase, por ahora, de dar con la respuesta adecuada, en sus luchas defensivas, a la fase actual de gestión capitalista de Estado, la de la "mundialización". En sus luchas defensivas, los obreros se dan perfecta cuenta de que están inmediatamente encarados al capitalismo mundial como un todo, pues hoy no sólo están mundializados el comercio y los negocios sino también, y por primera vez, la producción, de modo que la burguesía puede replicar con rapidez a toda resistencia proletaria a escala nacional o local, transfiriendo la producción a otro lugar. Este instrumento aparentemente todopoderoso para domeñar el trabajo no podrá ser combatido realmente sino mediante la lucha de clases internacional, un nivel de combate que la clase no es todavía capaz de alcanzar en un futuro previsible.
La segunda causa de ese debilitamiento es la incapacidad de la clase para haber seguido politizando sus luchas tras el impulso inicial de 1968-1969. Lo que de ello ha resultado es la fase actual de descomposición al no haberse desarrollado ninguna perspectiva de una vida mejor o de una sociedad mejor. El desmoronamiento de los regímenes estalinistas en Europa del Este pareció haber confirmado la imposibilidad de una alternativa al capitalismo.
Durante un corto período, entre más o menos 2003 y 2008, hubo unos primeros signos, tenues, apenas visibles, de un proceso necesariamente largo y difícil en el que el proletariado saldría restablecido tras los golpes recibidos. La solidaridad de clase empezó, por ejemplo, a plantearse, especialmente entre las diferentes generaciones. El movimiento anti-CPE de 2006 fue el punto culminante de esa fase, pues logró hacer retroceder a la burguesía francesa, y porque el ejemplo de ese movimiento y de sus éxitos inspiraron a sectores de la juventud de otros países europeos, Alemania y Gran Bretaña por ejemplo. Pero esos primeros y frágiles gérmenes de una posible reanudación proletaria quedaron bloqueados por una tercera serie de acontecimientos negativos de importancia histórica en el período post-1968, un tercer revés muy trascendente para el proletariado: la calamidad económica de 2007-2008, seguida por la oleada actual de refugiados de guerra y de migrantes, la mayor desde el final de la IIª Guerra Mundial.
Lo específico de la crisis de 2007-08 es que empezó como crisis financiera de unas proporciones enormes. Y para millones de obreros uno de sus peores efectos, incluso el principal en ciertos casos, no fue tanto la baja de salarios, la subida de impuestos, o los despidos masivos decididos por los empleadores o por el Estado, sino incluso la pérdida de sus viviendas, de sus ahorros, de sus seguros, etc. Estas pérdidas en el plano financiero aparecen como pérdidas de “ciudadanos” de la sociedad burguesa, no son algo específico a la clase obrera. Sus causas son muy confusas, lo cual favorece la personalización de los problemas y la “teoría” del complot.
Lo específico de la crisis de los refugiados es que ocurre en el ámbito de la "fortaleza Europa" (y de la fortaleza estadounidense). A diferencia de los años 1930, desde 1968 la crisis mundial del capitalismo venía acompañada por una gestión capitalista de Estado internacional bajo la dirección de la burguesía de los viejos países capitalistas. Y así, tras casi medio siglo de crisis crónica, Europa occidental y América del Norte siempre aparecían cual remanso de paz, prosperidad y estabilidad, cuando menos comparadas con el “mundo exterior”. En tal contexto, ya no es sólo el miedo a la competencia de los inmigrantes lo que alarma a partes de la población sino también el miedo a que el caos y la anarquía, vistos como procedentes de “fuera”, alcancen, a través de los refugiados, el mundo “civilizado”. Con el nivel actual de la conciencia de clase, es muy difícil, para la mayoría de los trabajadores, comprender que tanto la barbarie caótica en la periferia del capitalismo y su intrusión, cada vez más cercana, en los países centrales, son el producto del capitalismo mundial y de las políticas de los países capitalistas dirigentes.
Ese contexto de crisis "financiera", de "crisis del Euro", y luego, la crisis de los refugiados ha inmovilizado, por ahora, los primeros pasos, tan embrionarios sin embargo, hacia un renacer de la solidaridad de clase. Quizás sea por eso, o al menos en parte, por lo que la lucha de los Indignados, aunque duró más tiempo y en ciertos aspectos se desarrolló más profundamente que el movimiento anti-CPE, no logró parar los ataques en España, pudiendo también ser fácilmente explotado por la burguesía para crear un nuevo partido de izquierdas: Podemos.
El resultado principal, a nivel político, de ese nuevo incremento de la insolidaridad desde 2008 hasta hoy, ha sido el reforzamiento del populismo. Este no es solo un síntoma de un debilitamiento suplementario de la conciencia de clase y de la combatividad proletarias, sino que es además un factor activo de este debilitamiento. No solo porque el populismo se abre camino en las filas del proletariado (aunque los sectores centrales de la clase resisten todavía con fuerza a tal influencia, como lo ilustra el ejemplo alemán), sino también porque la burguesía se aprovecha de la heterogeneidad de la clase para dividir más todavía al proletariado, sembrando la confusión en su seno. Parece, a primera vista, como si hoy estuviéramos acercándonos a una situación con ciertas similitudes con la de los años 1930. Cierto es que el proletariado no ha sido derrotado política y físicamente en un país central, como así había ocurrido en Alemania en aquel tiempo. Por consiguiente, el antipopulismo no puede desempeñar exactamente el mismo papel que el antifascismo en los años 1930. También parece ser una característica del período de descomposición que semejantes falsas alternativas aparezcan mucho más desdibujadas que las de aquel entonces. Lo que no quita que en un país como Alemania, en el que, hace ocho años, una pequeña minoría de la juventud inquieta dio sus primeros pasos en la politización con la consigna “¡Abajo el capitalismo, la nación y el Estado!”, hoy la politización se efectúe a través de la defensa de los refugiados y de la Wilkommenskultur contra los neonazis y la derecha populista.
Durante el largo período post-1968, el peso del antifascismo quedó como mínimo atenuado porque, concretamente, el peligro fascista era algo del pasado o estaba representado por unos extremistas de derecha más o menos marginales. Hoy, el auge del populismo derechista como fenómeno potencialmente de masas, da a la ideología de la defensa de la democracia un objetivo nuevo, mucho más tangible e importante, contra el que puede movilizarse.
Concluiremos esta parte diciendo que el crecimiento actual del populismo y de su influencia sobre el conjunto de la política burguesa, también se ha hecho posible debido a la debilidad actual del proletariado.
Le debate actual en el seno de la burguesía sobre el auge del populismo
El debate que está surgiendo en el seno de la burguesía sobre cómo tratar el populismo acaba de empezar, pero ya podemos mencionar algunos elementos. Si observamos el debate en Alemania – el país en el que la burguesía está quizás más sensibilizada y vigilante sobre esta cuestión – podemos identificar tres aspectos.
Primero: es un error para los "demócratas" intentar combatir el populismo adoptando su lenguaje y sus propuestas. Este argumento dice que el haber "copiado" a los populistas explica en parte el fracaso del partido gubernamental en las últimas elecciones en Austria, y explica la incapacidad de los partidos tradicionales en Francia para atajar el avance del FN. Los electores populistas, dicen quienes esgrimen ese argumento, prefieren el original a la copia. En lugar de hacer concesiones, dicen, hay que insistir en los antagonismos entre "patriotismo constitucional" y "nacionalismo chovinista", entre apertura cosmopolita y xenofobia, entre tolerancia y autoritarismo, entre modernidad y conservadurismo, entre humanismo y barbarie. Según esa línea argumental, las democracias occidentales tienen hoy suficiente “madurez” para arreglárselas con el populismo moderno manteniendo una mayoría por la "democracia", si avanzan sus posiciones de manera "ofensiva". Esa es, por ejemplo, la posición de la actual canciller alemana Angela Merkel.
Segundo, se insiste en que el electorado debe poder hacer de nuevo la diferencia entre derecha e izquierda, que hay que borrar la impresión de que se trata de un cártel de partidos establecidos. Suponemos nosotros que esa idea forma parte ya de la preparación, durante los dos últimos años, por parte de la coalición CDU-SPD, de una futura coalición posible entre Democracia Cristiana (CDU) y Verdes después de las próximas elecciones genérales. El abandono de la energía nuclear tras la catástrofe de Fukushima no se anunció en Japón…sino en Alemania, y el reciente y entusiasta apoyo de los Verdes a la Wilkommenskultur hacia los refugiados, que se ve asociada no a la Socialdemocracia (SPD) sino a Angela Merkel, han sido, hasta ahora, los pasos principales de esa estrategia. Pero la ascensión electoral rápida e inesperada de la AfD amenaza ahora la realización de tal estrategia (el intento reciente de hacer volver al FDP liberal al parlamento podría ser una respuesta a ese problema, pues ese partido podría, en su caso, unirse a una coalición "verdinegra"). Una vez en la oposición, el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), el partido que condujo en Alemania "la revolución neoliberal" con su agenda 2010 bajo la cancillería de Schroeder, podría adoptar una posición más "de izquierdas". Recordemos que, al contrario de los países anglosajones, donde fue la derecha conservadora de Thatcher y Reagan la que impuso las medidas "neoliberales", en muchos países europeos del continente fue la izquierda (partidos más “políticos”, más responsables y disciplinados) la que tuvo que participar cuando no asumir la instauración de tales medidas.
Pero hoy parece evidente que la etapa necesaria, para el capital, de mundialización neoliberal ha estado acompañada de unos excesos que deberán corregirse tarde o temprano. Tales excesos se empezaron a cometer sobre todo después de 1989 cuando el desmoronamiento de los regímenes estalinianos pareció haber confirmado de manera aplastante todas las tesis neoliberales sobre la inadaptación de la burocracia capitalista de Estado para hacer funcionar la economía. Y ahora algunos representantes serios de la clase burguesa ponen de relieve esos excesos, como, por ejemplo, que es en nada indispensable para la supervivencia del capitalismo que una minúscula fracción de la sociedad posea casi toda la riqueza. Esto puede producir estragos no sólo social y políticamente, sino también en lo económico, pues a los muy ricos, en lugar de compartir buena parte de sus riquezas, lo único que les interesa es preservarlas, incrementándose la especulación y frenando el poder adquisitivo solvente. No es tampoco totalmente necesario para el capitalismo que la competencia entre Estados capitalistas se concrete hoy en drásticas reducciones de impuestos y de presupuestos estatales, hasta el punto de que el Estado ya no pueda asegurar las inversiones necesarias. O, dicho de otra manera, la idea es que, merced a un retorno posible a una especie de corrección neokeynesiana, la izquierda, en su forma tradicional o con nuevos partidos como Syriza en Grecia o Podemos en España, pudiera reconquistar cierta base material y presentarse como alternativa a la derecha neoliberal conservadora.
Cabe señalar, sin embargo, que no es, en lo inmediato, el miedo a la clase obrera lo que inspira las reflexiones actuales en la clase dominante sobre la posibilidad de un futuro papel de la izquierda. Al contrario, muchos elementos de la situación actual en los principales centros capitalistas nos inducen a pensar que lo primero que hoy determina la política de la clase dominante es el problema del populismo.
El tercer aspecto es que, al igual que los conservadores británicos en torno a Boris Johnson, la CSU, el partido "hermano" de la CDU de Merkel, piensa que lo que deberían hacer algunas fracciones del aparato tradicional del partido es aplicar ideas de la política populista. Hay que señalar que la CSU ya no es la expresión del tradicional atraso bávaro y pequeñoburgués. Al contrario, junto con Bade-Würtemberg, el estado vecino del Sur de Alemania, Baviera es hoy económicamente la parte más moderna del país, la columna vertebral de sus industrias de alta tecnología y de exportación, la base productiva de compañías como Siemens, BMW o Audi.
Esta tercera opción, de cuya propaganda se encarga el gobierno de Múnich (capital de Baviera), está evidentemente en contradicción con la primera opción de la que hablamos antes, propuesta por Angela Merkel. Lo que está actualmente en el centro de las confrontaciones entre esos dos partidos es más que una maniobra electoral, es más que el resultado de diferencias, reales, entre intereses económicos particulares: hay también diferencias de método. En vista de la determinación actual de la canciller en no cambiar de modo de ver, algunos representantes de la CSU han empezado incluso a “pensar en voz alta” amenazando con presentar sus propios candidatos en otras partes de Alemania contra la CDU en las próximas elecciones genérales.
La idea de la CSU, como la de algunas fracciones de los conservadores ingleses, es que, ya que es inevitable hasta cierto punto que se tomen medidas populistas, mejor será que las aplique un partido experimentado y responsable. Así, tales medidas, a menudo irresponsables, podrían, por un lado, limitarse y, por otro, ser compensadas con medidas complementarias.
A pesar de las fricciones reales entre Merkel y Seehofer, como entre Cameron y Johnson, no debemos desdeñar el factor “división del trabajo” entre ellos: una parte que defiende los valores democráticos "de manera ofensiva", y la otra que reconoce la legitimidad democrática de "los ciudadanos encolerizados".
De todos modos, lo que esos discursos ilustran es que las fracciones dirigentes de la burguesía empiezan a hacerse a la idea de adoptar políticas gubernamentales populistas de cierto tipo y en cierta medida: los conservadores pro-Brexit o la CSU ya las están poniendo en práctica.
Populismo y descomposición
Como ya hemos visto, sigue habiendo grandes reticencias hacia el populismo por parte de las principales fracciones de la burguesía en Europa occidental y Norteamérica. ¿Cuáles son las causas? En fin de cuentas, esos movimientos no cuestionan en absoluto el capitalismo. Nada de la propaganda que hacen es extraño al mundo burgués. A diferencia del estalinismo, el populismo ni siquiera pone en entredicho las formas actuales de la propiedad capitalista. Es un movimiento "opositor" evidentemente. Pero en cierto modo también lo han sido el estalinismo y la socialdemocracia sin que eso les haya impedido ser miembros responsables de gobiernos de Estados capitalistas de primer orden.
Para comprender esas reticencias, es necesario establecer bien la diferencia fundamental entre el populismo actual y la izquierda del capital. La izquierda, incluso la que no procede de antiguas organizaciones du movimiento obrero (los Verdes, por ejemplo), aunque haya sido el mejor representante del nacionalismo y haya sido el mejor alistador del proletariado para la guerra, basa su poder de atracción en la propaganda de los antiguos ideales del movimiento obrero, en la falsificación de éstos, o, cuando menos, en los ideales de la revolución burguesa. En otras palabras, por muy chovinista e incluso antisemita que pueda ser, no reniega, en principio, de la "fraternidad de la humanidad" ni de la posibilidad de mejorar el estado del mundo en su conjunto. De hecho, incluso los radicales neoliberales más abiertamente reaccionarios afirman perseguir esa meta. Eso es necesariamente así, pues desde sus orígenes, la pretensión de la burguesía de ser la digna representante de la sociedad en su conjunto se ha basado siempre en esa perspectiva. Eso no quiere decir para nada que la izquierda del capital, como parte de esta sociedad en putrefacción, no difunda igualmente el veneno racista, antisemita parecido al de los populistas de derecha.
En cambio, le populismo personifica la renuncia a ese "ideal". Lo que el populismo pregona es la supervivencia de unos en detrimento de los demás. Toda su arrogancia se basa en ese "realismo" del que tan orgulloso está. Es el producto del mundo burgués y de su visión del mundo, pero, ante todo, de su descomposición.
Además, la izquierda del capital propone un programa económico, político y social más o menos realista para el capital nacional. En cambio, el problema del populismo político no es que no haga propuestas concretas, sino que propone una cosa y la contraria, una política para hoy y otra para mañana. No es una alternativa política, sino que encarna la descomposición de la política burguesa.
Por eso, al menos en el sentido en que aquí se usa ese término, tiene poco sentido hablar de un populismo de izquierdas, como una especie de vertiente opuesta del populismo de derechas.
A pesar de los parecidos y paralelismos, la historia no se repite nuca. El populismo de hoy no es lo mismo que el fascismo de los años 1920 y 1930. Sin embargo, el fascismo de entonces y el populismo de hoy tienen, en cierto modo causas similares. Ambos son, entre otras cosas, la expresión de la descomposición del mundo burgués. Con la experiencia histórica del fascismo y, sobre todo, del nacionalsocialismo tras aquél, la burguesía de los viejos países capitalistas centrales tiene una conciencia aguda de esas similitudes y del peligro potencial que significan para la estabilidad del orden capitalista.
Semejanzas con el auge del nacionalsocialismo en Alemania
Los fascismos de Italia y Alemania tuvieron en común el triunfo de la contrarrevolución y el delirio de la disolución de las clases en una comunidad mística, tras la derrota previa (sobre todo gracias a las armas de la democracia y de la izquierda del capital) de la oleada revolucionaria. En común también, su puesta en entredicho sin rodeos del reparto imperialista y lo irracional de muchos de sus objetivos bélicos. A pesar de esos parecidos (en los que se basó Bilan para ser capaz de reconocer la derrota de la oleada revolucionaria y el cambio del curso histórico que abrió la posibilidad a la burguesía de movilizar al proletariado en la guerra mundial) es útil analizar más de cerca, para así comprender mejor el populismo contemporáneo, lo específico de los acontecimientos históricos en la Alemania de entonces, incluidas las diferencias con el fascismo italiano mucho menos irracional.
Primero, el debilitamiento de la autoridad establecida de las clases dominantes, y la pérdida de confianza de la población en la dirección tradicional política, económica, militar, ideológica y moral de esas clases dominantes, eran mucho más profundos que en ningún otro lugar (excepto en Rusia), pues Alemania había sido la gran perdedora de la Primera Guerra mundial y de ésta salió agotada económica, financiera y hasta físicamente.
Segundo, en Alemania, mucho más que en Italia, hubo una verdadera situación revolucionaria. La manera con la que la burguesía ahogó el potencial revolucionario del proletariado alemán en una fase aún precoz, no debe llevarnos a subestimar la profundidad del proceso revolucionario, ni la intensidad de los anhelos y las esperanzas que suscitó y que lo acompañaron. La burguesía alemana y mundial necesitaron casi seis años, hasta 1923, para aniquilar todas las huellas de tan apasionante efervescencia. Nos es difícil imaginar hoy el grado de decepción causada por la derrota y la estela de amargura que dejó. La pérdida de confianza de la población en su propia clase dominante vino rápidamente seguida por la desilusión evidentemente mucho más cruel todavía de la clase obrera hacia sus (antiguas) organizaciones (socialdemocracia y sindicatos), y la decepción causada por el joven KPD y la Internacional Comunista.
Tercero, las calamidades económicas desempeñaron un papel mucho más determinante en el ascenso del nacionalsocialismo que en el del fascismo en Italia. La hiperinflación de 1923 en Alemania (y otros países de la Europa central) socavó la confianza en la moneda como equivalente universal. La Gran Depresión iniciada en 1929 ocurrió sólo 6 años después del traumatismo de la hiperinflación. La Gran Depresión ya había golpeado en Alemania a una clase obrera cuya conciencia de clase y combatividad había sido aplastadas, pero además la manera con que las masas vivieron, intelectual y emocionalmente, este nuevo episodio de crisis económica, estaba ya, en cierto modo, modificado, formateado por decirlo así, por los acontecimientos de 1923.
Las crisis, las del capitalismo decadente en especial, afectan a todos los aspectos de la vida económica y social. Son las crisis de sobreproducción – de capital, de mercancías, de fuerza de trabajo – y de apropiación y de "distribución"- especulaciones financiera y monetaria con crac incluido. Pero, a diferencia de las manifestaciones de la crisis más centradas en los lugares de producción, los despidos o las reducciones de salarios, los efectos negativos sobre la población en lo financiero y monetario son mucho más abstractos y oscuros. Y, sin embargo, sus efectos pueden ser tan devastadores para parte de la población, y sus repercusiones pueden ser mundiales y extenderse todavía más deprisa que las que se producen más directamente en los lugares de producción. O sea, mientras que estas manifestaciones de la crisis tienden a favorecer el desarrollo de la conciencia de clase, aquellas, las procedentes de las esferas financieras y monetarias, tienden a lo contrario. Sin la ayuda del marxismo, no es fácil comprender los lazos reales entre, por ejemplo, un crac financiero en Manhattan y la cesación de pagos de una aseguradora o incluso de un Estado en otro continente. Los impresionantes sistemas de interdependencia, creados a ciegas entre países, poblaciones, clases sociales, que funcionan a espaldas de los protagonistas, llevan fácilmente a la personalización y a la paranoia social. El que la reciente agudización de la crisis ha sido también una crisis financiera y bancaria, ligada a burbujas especulativas y al estallido de éstas, es algo más que propaganda burguesa. El que una falsa maniobra especulativa en Tokio o en Nueva York pueda desencadenar la quiebra de un banco en Islandia, o zarandear el mercado inmobiliario en Irlanda, no es ficción, es la realidad. Sólo el capitalismo crea tal interdependencia en la vida y la muerte entre personas totalmente ajenas unas a otras, entre protagonistas que ni siquiera son conscientes de la existencia de unos y otros. Es muy difícil para los seres humanos soportar tal grado de abstracción, ni intelectual ni emocionalmente. Una manera de encarar tal cosa es personalizar, ignorando los mecanismos reales del capitalismo, pues no son las “fuerzas del mal” las que planifican deliberadamente hacernos daño. Es tanto más importante comprender hoy la diferencia entre los diferentes tipos de ataques porque quienes pierden sus ahorros ya no son principalmente la pequeña burguesía o las clases medias como así fue en 1923, sino millones de trabajadores que poseen o intentan poseer su propia vivienda, tener algunos ahorros o algún que otro seguro...
En 1923, la burguesía alemana, que ya estaba planificando hacer la guerra contra Rusia, se encontró con un nacionalsocialismo que se estaba convirtiendo en movimiento de masas. En cierto modo, la burguesía se metió en la trampa de una situación en cuya construcción ella misma había contribuido. Podría haber optado por una entrada en guerra con un gobierno socialdemócrata, con el apoyo de los sindicatos, en una posible coalición con Francia, incluso con Gran Bretaña como aliado secundario al principio. Pero esto hubiera supuesto la confrontación, o, al menos, la neutralización del movimiento nazi, el cual no solo se había vuelto demasiado grande para ser manipulado, sino que además agrupaba también a la parte de la población que quería la guerra. En tal situación, la burguesía alemana cometió el error de creer que podía instrumentalizar el movimiento nazi a su antojo.
El nacionalsocialismo no sólo fue un simple régimen de terror masivo ejercido por una pequeña minoría sobre el resto de la población. Tenía su propia base de masas. No sólo fue un instrumento del capital para imponerse sobre la población. También fue la inversa: un instrumento ciego de las masas atomizadas, aplastadas y paranoicas que querían imponerse al capital. El nacionalsocialismo vino pues preparado en gran medida, por la pérdida total de confianza de grandes sectores de la población en la autoridad de la clase dominante y en su capacidad para hacer funcionar la sociedad con eficacia y proporcionar un mínimo de seguridad física y económica a sus ciudadanos. Aquella conmoción de la sociedad hasta sus cimientos se había iniciado con la Primera Guerra Mundial y se agudizó con las catástrofes económicas que siguieron: la hiperinflación, que fue el resultado de la guerra mundial (del lado de los perdedores), y la Gran Depresión de los años 1930. El epicentro de esa crisis fueron los tres imperios – el alemán, el austrohúngaro, el ruso–, los tres desmoronados por los golpes de la guerra (perdida) y la oleada revolucionaria.
A diferencia de Rusia donde, al principio, la revolución resultó victoriosa, en Alemania y en el antiguo imperio austrohúngaro, la revolución fracasó. En ausencia de una alternativa proletaria a la crisis de la sociedad burguesa, se abrió un gran vacío, cuyo centro era Alemania, o más o menos la Europa continental al norte de la cuenca mediterránea, pero con ramificaciones a escala mundial, que engendró un paroxismo de violencia y de ambiente de pogromo, basado en los temas del antisemitismo y el antibolchevismo, que culminaría en el "holocausto" y en el comienzo de una liquidación masiva de poblaciones enteras, sobre todo en los territorios de la URSS ocupados por las fuerzas alemanas.
La forma tomada por la contrarrevolución en la Unión Soviética desempeñó un papel importante en la evolución de esa situación. Aunque ya no quedara nada de proletario en la Rusia estaliniana, la expropiación violenta del campesinado en particular (la "colectivización de la agricultura" y la "liquidación de los kulaks") atemorizó a los pequeños propietarios y pequeños ahorradores en el resto del mundo, y también a los grandes propietarios. Así fue en la Europa continental donde esos propietarios (entre los cuales podía haber modestos dueños de su propia vivienda), dejados sin protección contra el "bolchevismo" del que no había mar u océano que los separara (al contrario de sus equivalentes ingleses o norteamericanos), confiaban poco en los regímenes "democráticos" o "autoritarios" europeos inestables que existían a principios de los años 1930, para que éstos les protegieran contra la expropiación por la crisis o por el "bolchevismo judío".
Podemos concluir de esa experiencia histórica que, si le proletariado es incapaz de hacer valer su alternativa revolucionaria al capitalismo, la pérdida de confianza en la capacidad de la clase dominante para que "haga su trabajo" acaba desembocando en una revuelta, una protesta, una explosión de otro tipo muy diferente, una protesta que no es consciente sino ciega, orientada no hacia el futuro sino hacia el pasado, que no se basa en la confianza sino en el miedo, no en la creatividad sino en la destrucción y el odio.
Hoy, segunda crisis de confianza en la clase dominante
El proceso que acabamos de describir ya formaba parte de la descomposición del capitalismo. Y es de lo más comprensible que, en los años 1930, muchos marxistas y otros comentaristas avezados de la sociedad supusieran que esa tendencia iba a sumergir rápidamente el mundo entero. Pero, como sabemos, eso no ocurrió, sólo fue la primera fase de tal descomposición, no la fase terminal todavía.
Para empezar, tres factores de importancia histórica mundial han hecho retroceder la tendencia à la descomposición.
Primero, la victoria de la coalición anti-Hitler en la Segunda Guerra mundial, que realzó considerablemente el prestigio de la democracia "occidental" por un lado (y, en particular, el del modelo americano), y, por otro, el prestigio del modelo del "socialismo en un solo país".
Segundo, el "milagro económico" tras la Segunda Guerra mundial, sobre todo en el bloque del Oeste.
Esos dos factores eran cosa de la burguesía. El tercero ha sido cosa de la clase obrera: el final de la contrarrevolución, el retorno de la lucha de clases al centro del escenario de la historia y con él, la reaparición (confusa y efímera, sin embargo) de una perspectiva revolucionaria. La burguesía, por su parte, replicó a ese cambio de situación no sólo con la ideología del reformismo, sino también con concesiones y mejoras materiales reales (y, claro está, temporales). Todo eso alimentó en los trabajadores, la idea ilusoria de que la vida podía mejorarse continuamente.
Como hemos defendido nosotros, lo que ha hecho desembocar en la fase actual de descomposición ha sido sobre todo el bloqueo entre las dos clases principales de la sociedad, una incapaz de desencadenar una guerra generalizada, la otra incapaz de avanzar hacia una solución revolucionaria. Tras el fracaso de la generación proletaria de 1968 para llevar más lejos políticamente sus luchas, lo ocurrido en 1989 inició a escala mundial la fase actual de descomposición. Y es muy importante entender esta fase no como algo estancado, sino como un proceso. 1989, ante todo, rubricó el fracaso del primer intento del proletariado por desarrollar su propia alternativa revolucionaria. Tras 20 años de crisis crónica y de deterioración de las condiciones de vida de la clase obrera y de la población mundial en general, el prestigio y la autoridad de la clase dominante también se habían deteriorado, aunque no al mismo nivel. En los años del cambio de milenio, había todavía importantes contratendencias que realzaban el prestigio de las élites burguesas dirigentes. Mencionaremos tres:
Primero, el hundimiento del bloque estalinista del Este no dañó para nada la imagen de la burguesía de lo que fue el bloque del Oeste. Al contrario, en lo que insistía la propaganda era en negar la posibilidad de una alternativa al "capitalismo democrático occidental". Cierto es que parte de la euforia de 1989 se fue esfumando rápidamente ante la realidad misma, como, por ejemplo, la pretensión de un mundo más pacífico, aunque también es verdad que 1989 apartó al menos la amenaza permanente de aniquilación mutua en una tercera guerra mundial. También, después de 1989, tanto la IIª Guerra Mundial como la guerra fría que la siguió entre Este y Oeste pudieron ser presentadas de manera creíble como si hubieran sido el producto de la "ideología totalitaria" (o sea del fascismo y el "comunismo"). En el plano ideológico, la burguesía occidental ha tenido la buena suerte de que el nuevo rival imperialista – más o menos patente - de Estados Unidos hoy, ya no sea Alemania (también "democrática") sino la China "totalitaria" y de que muchas de las guerras regionales contemporáneas y ataques terroristas puedan achacarse al "fundamentalismo religioso".
Segundo, la etapa actual de "mundialización" del capitalismo de Estado, ya iniciada antes de 1989, ha hecho posible, en el contexto posterior a ese año, un desarrollo real de las fuerzas productivas en lo que habían sido hasta ahora países periféricos del capitalismo. Evidentemente, los Estados de los llamados BRICS (o sea Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) por ejemplo, no son precisamente un modelo de modo de vida para los obreros de los viejos países capitalistas. Pero, por otro lado, producen la impresión de un capitalismo mundial dinámico. Hay que señalar que, en vista de la importancia de la cuestión de la inmigración para el populismo de hoy, esos países son considerados en ese aspecto como contribuidores en estabilizar la situación, pues absorben millones de migrantes que acabarían desplazándose hacia Europa y Norteamérica.
Tercero, el desarrollo realmente asombroso en lo tecnológico, que ha "revolucionado" la comunicación, la educación, la medicina, la vida cotidiana en su conjunto, ha dado la impresión de una sociedad rebosante de energía, lo cual justifica, dicho sea de paso, nuestra comprensión de que decadencia del capitalismo no significa ni mucho menos paralización de las fuerzas productivas, ni estancamiento tecnológico.
Esos factores (sin duda habrá otros), aunque incapaces de impedir el proceso actual de descomposición, y con ésta un primer desarrollo del populismo, sí que han conseguido atenuar algunos de sus efectos. En cambio, el fortalecimiento del populismo hoy indica que nos podríamos estar acercando a los límites de esos efectos moderadores, abriendo quizás lo que podríamos llamar una segunda etapa en la fase de descomposición. Esta segunda etapa se podría caracterizar por una pérdida creciente, en gran parte de la población, de confianza en la voluntad o la capacidad de la clase dominante para protegerla. Un proceso de desilusión que, al menos por ahora, no es proletario, sino radicalmente antiproletario. Tras las crisis financiera, la del euro y la de los refugiados, que son sobre todo factores detonadores debidos a causas más profundas, esta nueva etapa es pues el resultado de la acumulación de esos factores debidos a esas causas. Y entre estas, primero y ante todo, la ausencia de perspectiva revolucionaria proletaria. Por el otro lado, o sea el del capital, está la crisis económica crónica y, además, las consecuencias del carácter cada vez más abstracto del modo de funcionamiento de la sociedad burguesa. Este proceso, inherente al capitalismo, se ha acelerado gravemente durante las tres últimas décadas, con la reducción brutal, en los viejos países capitalistas, de la fuerza de trabajo industrial y manual, y de la actividad física en general, debido a la mecanización y a los nuevos medios como los ordenadores personales e Internet. Junto a esto, el medio de cambio universal ha ido pasando de metálico y papel a ser, cada día más, electrónico.
Populismo y violencia
En la base del modo de producción capitalista, hay una combinación muy específica de dos factores: los mecanismos económicos o "leyes", las del mercado, y la violencia. Por un lado: la condición del intercambio de equivalentes significa renuncia a la violencia, o sea el cambio en lugar del robo. Además, el trabajo asalariado es la primera forma de explotación en la que la obligación de trabajar, y la motivación en el proceso de trabajo mismo, son esencialmente una fuerza económica más que directamente física. Por otro lado, en el capitalismo, todo el sistema de cambio de equivalentes está basado en un intercambio "originario" no equivalente, o sea, la separación violenta entre los productores y los medios de producción (la "acumulación originaria") que es la condición del sistema asalariado y que es un proceso permanente el capitalismo puesto que la acumulación misma es un proceso más o menos violento (ver La Acumulación del Capital, Rosa Luxemburg). La presencia permanente de los dos polos de la contradicción (violencia y renuncia a la violencia), y la ambivalencia que eso crea, impregna la vida entera de la sociedad burguesa, acompañando todo acto de intercambio, en el cual la alternativa del robo siempre está presente. De hecho, una sociedad basada radicalmente en el cambio, y por lo tanto en la abandono a la violencia, debe reforzar esa renuncia mediante la amenaza de la violencia, y no solo la amenaza, con sus leyes, aparato de justicia, policía, cárceles, etc. Esa ambigüedad está siempre presente, en particular en el cambio entre trabajo asalariado y capital, en el cual la coerción económica está completada por la fuerza física. Está específicamente presente por todos los ámbitos en los que el instrumento por excelencia de la violencia en la sociedad está directamente implicado, o sea, el Estado. En sus relaciones con sus propios ciudadanos (coerción y extorsión) y con los demás Estados (guerra), el instrumento de la clase dominante para suprimir el robo y la violencia caótica es el propio Estado y al mismo tiempo, es él el ladrón generalizado, santificado.
Uno de los puntos de focalización de esa contradicción y ambigüedad entre la violencia y la renuncia a ella en la sociedad burguesa está en cada uno de sus sujetos individuales. Vivir una vida normal, funcional, en el mundo actual, exige a la mayoría de la gente renunciar a cantidad de necesidades corporales, emocionales, intelectuales, morales, artísticas y creativas. Desde que el capitalismo maduró y pasó de la etapa de la dominación formal a la dominación real, esa renuncia ya no vino impuesta principalmente por la violencia externa. Cada individuo está más o menos conscientemente ante la opción: o adaptarse al funcionamiento abstracto de esta sociedad, o ser un "loser", un perdedor, que puede acabar en la cuneta. La disciplina se vuelve autodisciplina, de tal manera que cada individuo acaba siendo él mismo el represor de sus propias necesidades vitales. Evidentemente, ese proceso de autodisciplina lleva consigo un potencial para la emancipación, para el individuo y sobre todo para el proletariado en su conjunto (como clase autodisciplinada que es por excelencia), convirtiéndose en dueño de su propio destino. Pero, por ahora, en el funcionamiento "normal" de la sociedad burguesa, esa autodisciplina es esencialmente la interiorización de la violencia capitalista. Porque además de la opción proletaria de transformación de esa autodisciplina en un medio para la realización, la revitalización de las necesidades humanas y de la creatividad, también hay otra opción, la de la salida ciega de la violencia interiorizada hacia el exterior. La sociedad burguesa necesita siempre ofrecer un "extraño" para mantener la (auto)-disciplina de quienes pretendidamente le pertenecen. Por eso la externalización de la violencia de los ciudadanos, o más bien súbditos, de la sociedad burguesa se orienta "espontáneamente" (es decir que está ya predispuesta o "formateada" en esa dirección) contra esos extraños, hacia el pogromo.
Cuando la crisis abierta de la sociedad capitalista alcanza cierta intensidad, cuando la autoridad de la clase dominante se ha deteriorado, cuando los componentes de la sociedad burguesa empiezan a tener dudas sobre la capacidad y la determinación de las autoridades para hacer su trabajo y, en particular, protegerlos contra un mundo repleto de peligros, y cuando falta la alternativa, que solo puede ser la del proletariado, partes de la población empiezan a protestar e incluso a rebelarse contra la élite dominante, pero no para cuestionar sus reglas sino para forzarla a proteger a sus propios ciudadanos "respetuosos de las leyes" contra los "extraños". Esas capas de la sociedad sufren la crisis del capitalismo como un conflicto entre sus dos principios subyacentes: entre el mercado y la violencia. El populismo es la opción de la violencia para resolver los problemas que el mercado no puede resolver, e incluso para resolver los problemas del propio mercado. Por ejemplo, si el mercado mundial de la fuerza de trabajo amenaza con ahogar el mercado de trabajo de los viejos países capitalistas con la marea de quienes no tienen nada, la solución es levantar barreras y posicionar en las fronteras a policías que puedan disparar contra cualquiera que intente traspasarlas sin permiso.
Tras la política populista de hoy se esconde la sed de matar. El pogromo es el secreto de su existencia.
Steinklopfer, 8 de junio de 2016
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Informe
La competitividad del capital alemán en la actualidad
Al no haberse constituido como Estado-nación alemán hasta 1870, Alemania se quedó a la zaga en el reparto imperialista del mundo, no pudiendo establecerse nunca como potencia colonial o financiera dominante. La base principal de su poder económico fue y sigue siendo su industria y su fuerza de trabajo de alta capacitación y rendimiento. Mientras que el retroceso económico que sufrió Alemania del Este (antigua República Democrática Alemana, RDA) al formar parte del bloque ruso, Alemania Occidental, en cambio, tras la Segunda Guerra Mundial, fue capaz de aprovecharse de esta situación y al mismo tiempo fortalecerse como potencia industrial. En 1989, Alemania Occidental pasaba a ser la principal nación exportadora del mundo, con el déficit estatal más bajo de todas las potencias dominantes. A pesar de los altos salarios, en comparación con otras naciones, su economía era muy competitiva. También se benefició económicamente de las oportunidades que se le abrieron en el mercado mundial, tanto por su pertenencia al bloque occidental como por su reducido presupuesto militar al haber sido la principal perdedora de las dos guerras mundiales.
A nivel político y territorial, Alemania se aprovecharía más tarde de la caída del bloque del Este en 1989, absorbiendo la antigua RDA. Aunque económicamente la rápida absorción de del Este, que tenía un gran retraso respecto de las pautas internacionales, también representó una carga considerable, sobre todo en lo financiero. Una carga que amenazó la competitividad de la nueva y gran Alemania: durante la década de 1990, perdió terreno en los mercados mundiales, a la vez que el déficit presupuestario del Estado empezó a comenzaron a estar más cerca del de las demás grandes potencias dominantes.
Hoy, un cuarto de siglo más tarde, Alemania ha recuperado en gran medida el terreno perdido. Es el segundo mayor exportador, después de China. El año pasado, el presupuesto del Estado tuvo un superávit de 26 mil millones de euros. El crecimiento, de 1,7%, fue moderado, pero sigue siendo un éxito para un país altamente desarrollado. La cifra oficial de desempleo ha caído a su nivel más bajo desde la reunificación. La política de mantener una producción industrial altamente desarrollada, basada en la propia Alemania, ha sido hasta ahora un éxito.
Como los viejos países industrializados, por supuesto que la base de este éxito es una alta composición orgánica del capital; el producto de, al menos, dos siglos de acumulación. Pero en este contexto, la alta cualificación y habilidades de su población han sido decisivas para su ventaja competitiva. Antes de la Primera Guerra Mundial, Alemania se había convertido en el principal centro de desarrollo científico y de sus aplicaciones a la producción. Con la catástrofe del nacionalsocialismo y la Segunda Guerra Mundial, perdió esa ventaja y no ha mostrado signos de recuperación desde entonces. Lo que queda es su experiencia en el proceso de producción mismo. Desde la desaparición de la Liga Hanseática[1] [25], Alemania nunca fue una potencia marítima estable ni dominante. Pese a ser, durante mucho tiempo, una economía predominantemente campesina, su suelo, en general, es menos fértil que el de Francia, por ejemplo. Sus ventajas naturales se basan en su ubicación geográfica en el corazón de Europa y en sus metales preciosos explotados ya durante la Edad Media. De todo esto surgió una gran capacidad de trabajo, la cooperación entre los artesanos y los industriales, y una capacidad técnica y creadora desarrollada y trasmitida de generación en generación. Aunque su revolución industrial se benefició enormemente de los grandes recursos propios de carbón, la desaparición de la industria pesada desde los años 1970 hasta hoy ha demostrado que no era ahí donde estaba el corazón de la supremacía económica de Alemania, sino en su capacidad para aumentar los medios de producción y, en mayor medida, para transformar el trabajo vivo en trabajo muerto. En la actualidad, Alemania es el mayor productor del mundo de máquinas complejas. Este sector es la columna vertebral de su economía, incluso más que el sector de la automoción. En el trasfondo de esta fuerza está, también, la experiencia de la burguesía: durante el ascenso del capitalismo, se concentró principalmente en sus actividades económicas e industriales ya que estaba, más o menos, excluida del poder político y militar por la casta de los terratenientes prusianos (los Junkers). La pasión que por la ingeniería desarrolló entonces la burguesía la sigue manteniendo hoy, no sólo en la industria de máquinas-herramienta, a menudo basada en unidades de tamaño medio gestionadas por familias, sino también en su capacidad particular, como clase dominante en su conjunto, para hacer funcionar toda la industria alemana como si se tratara de una sola máquina. La interconexión compleja y altamente eficiente de todas las diferentes unidades de producción y distribución es una de las principales ventajas del capitalismo nacional alemán.
Frente al peso muerto de la economía, en quiebra, de la RDA, Alemania consiguió recuperar la ventaja competitiva perdida, ya en la primera década de este siglo. Dos factores fueron decisivos: en lo organizativo, no solo todas las grandes empresas, sino también las fábricas medianas de mecanizado industrial comenzaron a producir y trabajar a escala mundial, creando redes de producción con base en la propia Alemania. Y, en el plano político y bajo la dirección del SPD (socialdemócrata), los ataques contra los salarios y las prestaciones sociales (la llamada "Agenda 2010") fueron tan brutales que el Gobierno francés llegó a acusar a Alemania de dumping salarial.
Ese cambio fue impulsado por tres elementos de la situación económica internacional, que han demostrado ser particularmente favorables para Alemania:
-Primero, la transición entre el modelo keynesiano y el modelo conocido comúnmente como "neoliberal" de capitalismo de Estado favoreció el avance de las economías orientadas a la exportación. Aun participando muy activamente en la economía keynesiana del bloque occidental a partir de 1945, el "modelo" de la Alemania occidental estuvo influido, desde sus comienzos, por las ideas llamadas "ordoliberales"[2] [26] y no desarrollando nunca el tipo de "estatismo" que sigue obstaculizando la competitividad actual de Francia.
-En segundo lugar, la consolidación de la cooperación económica europea tras la caída del muro de Berlín mediante la creación de la Unión Europea, del euro... Aunque esa consolidación fue impulsada en parte por motivos políticos esencialmente imperialistas (concretamente por el deseo de los países vecinos de Alemania de "controlarla"), este país, al ser el competidor más fuerte en el plano económico, ha sido el que más provecho ha sacado tanto de la Unión Europea como de la unión monetaria. La crisis financiera y la crisis del euro, a partir de 2008, confirmaron que los principales países capitalistas siempre han tenido la capacidad de transferir los peores efectos de la crisis hacia sus rivales más débiles. Los diversos rescates internacionales y europeos, como el caso de Grecia, han servido sobre todo de apoyo a los bancos alemanes (y franceses) a expensas de las economías "rescatadas".
-Tercero, la proximidad geográfica e histórica de Europa del Este ha contribuido a hacer de Alemania el principal beneficiario de su transformación, debido a la conquista de mercados hasta ahora fuera de su alcance, incluyendo residuos extracapitalistas.[3] [27]
Relación entre el poder económico y la potencia militar del imperialismo alemán
Para ilustrar la importancia de las consecuencias que se derivan de esa fuerza competitiva y sus consecuencias a otros niveles, queremos examinar ahora su relación con la dimensión imperialista. A partir de 1989, Alemania ha podido reivindicar sus intereses imperialistas y su mayor independencia. Ejemplos de ello son las iniciativas, durante el gobierno de Helmut Kohl, para fomentar la desintegración de Yugoslavia (iniciadas con el reconocimiento diplomático de la independencia de los Estados de Croacia y Eslovenia), y la negativa por parte de Gerhard Schröder a dar su apoyo a la segunda guerra de Irak. Durante los últimos 25 años ha habido algunos progresos en el plano imperialista. Por encima de todos está el que tanto la "comunidad internacional" como la población alemana se han ido acostumbrado a las intervenciones militares alemanas en el extranjero. Se ha llevado a cabo la transición de un ejército de servicio obligatorio a un ejército profesional. La industria armamentística alemana ha aumentado su cuota de mercado mundial. Sin embargo, en el plano imperialista, no ha sido capaz de recuperar tanto terreno como en el económico. La dificultad de encontrar suficientes voluntarios para el ejército sigue sin resolverse, y, por encima de todo, el objetivo de la modernización técnica de las fuerzas armadas y de incremento de su movilidad y potencia de fuego no se ha podido alcanzar.
De hecho, durante el período posterior a 1989, el objetivo de la burguesía alemana nunca fue el de intentar, a corto o medio plazo, "presentar" su candidatura para liderar un posible bloque en oposición a Estados Unidos. En el plano militar habría sido imposible, dado el abrumador poderío militar de Estados Unidos y el estatus actual de Alemania: "gigante económico pero enano militar". Cualquier intento de hacerlo habría empujado a sus principales rivales europeos a unirse contra ella. Económicamente, soportar el peso de lo que habría sido un enorme programa de rearme habría arruinado la competitividad de una economía que ya estaba luchando contra la carga financiera de la reunificación y, además, correr el riesgo de enfrentamientos con la clase obrera.
Pero eso no significa en absoluto que Berlín haya renunciado a sus ambiciones de recuperar su estatus, por lo menos de potencia militar europea dominante. Al contrario, desde la década de 1990, Alemania sigue una estrategia a largo plazo para aumentar su poder económico como base para un futuro renacimiento militar. Mientras que la antigua URSS fue un ejemplo de que una potencia militar no puede mantenerse a largo plazo sin una base económica equivalente, más recientemente China confirma la otra cara de la misma moneda: el ascenso económico puede preparar el posterior avance militar.
Una de las claves de tal estrategia a largo plazo es Rusia, pero también Ucrania. En el plano militar, es EE.UU, y no Alemania, quien más se ha beneficiado de la expansión de la OTAN hacia el Este (de hecho Alemania trató de impedir algunas etapas del retroceso ruso). En cambio, es sobre todo en lo económico donde Alemania espera sacar provecho de toda esa zona. A diferencia de China, Rusia no está en condiciones, por razones históricas, para organizar su propia modernización económica. Antes de que comenzara el conflicto ucraniano, el Kremlin había decidido ya intentar tal modernización en cooperación con la industria alemana. De hecho, una de las principales ventajas de este conflicto para Estados Unidos es que puede bloquear (mediante el embargo contra Rusia) esa cooperación económica. Ésa es una de las principales motivaciones de la canciller alemana Merkel (y del presidente francés, Hollande, en este asunto su socio subalterno) para apoyar la mediación entre Moscú y Kiev. A pesar de la ruinosa situación actual de la economía rusa, la burguesía alemana sigue convencida de que Rusia sería capaz de autofinanciar dicha modernización. Los precios del petróleo no siempre van a ser tan bajos como hoy y Rusia también posee cantidad de metales preciosos que vender. Además, la agricultura rusa debe transformarse sobre una base capitalista moderna (esto es especialmente cierto para Ucrania, que - a pesar del desastre de Chernóbil – posee todavía algunas de las tierras más fértiles del planeta). En la perspectiva a medio plazo de escasez de alimentos y aumento de los precios de los productos agrícolas, tales áreas agrícolas pueden alcanzar una importancia económica considerable e incluso estratégica. El temor por parte de Estados Unidos a que Alemania pueda sacar provecho de la Europa oriental para mejorar aún más su peso político y económico relativo en el mundo y reducir, aunque sea poco, el de Estados Unidos en Europa no es infundado.
Un ejemplo de cómo Alemania utiliza ya, con éxito, su fuerza económica para sus propósitos imperialistas es el de los refugiados sirios. Aunque quisiera, sería muy difícil para Alemania participar directamente en los bombardeos actuales en Siria, debido a su debilidad militar. Pero ya que, como consecuencia de su relativamente baja tasa de desempleo, puede absorber una parte de la población de Siria, bajo la forma de la afluencia actual de refugiados, logra así un medio alternativo para influir en la situación en la zona, sobre todo después de la guerra.
En este contexto, no es sorprendente que EE.UU., en particular, trate actualmente de utilizar los medios legales para frenar el poder económico de su competidor alemán; por ejemplo, llevando a Volkswagen y al Deutsche Bank ante los tribunales y amenazándoles con demandas de miles de millones de dólares.
Las dificultades de la clase obrera
El año 2015 fue testigo de una serie de huelgas, especialmente la del transporte (Ferrocarriles Alemanes –DB-, Lufthansa,…) y la de los empleados de guarderías infantiles. También hubo movimientos más localizados, aunque significativos, como el del hospital “Charité” de Berlín, durante el cual se solidarizaron enfermeras y pacientes. Todos estos movimientos, muy sectoriales y aislados, se focalizaron en parte hacia las falsas alternativas propuestas por los grandes o los pequeños sindicatos corporativistas, cuyo objetivo era crear confusión en torno a la necesidad de una organización autónoma de los trabajadores. Todos los sindicatos organizaron las huelgas de modo que causaran el máximo de dificultades al público, en un intento de erosionar la solidaridad, pero sólo lograron un éxito parcial al menos en su empeño por evitar que los huelguistas se granjearan la simpatía del público. El argumento esgrimido por los sindicatos en las reivindicaciones en el sector de guarderías infantiles, por ejemplo, de que había que acabar con el régimen de salarios muy bajos en unas profesiones tradicionalmente femeninas, a la vez que lo hacían todo por aislar la huelga, fue, sin embargo, popular entre toda la clase obrera, la cual demostró reconocer que tal "discriminación" era sobre todo un medio para dividir a los obreros.
Sin duda es un fenómeno poco habitual, en todas partes de la Alemania contemporánea, que unas luchas hayan tenido tanta repercusión como éstas en los medios de comunicación a lo largo de 2015. Estas huelgas, aunque evidencian un espíritu de lucha y una solidaridad siempre existente no son signos, sin embargo, de que exista una oleada o una fase de lucha proletaria que se prolongaría en el tiempo o en extensión. Pero sí deben entenderse, al menos en parte, como una manifestación de la situación económica particular de Alemania, como hemos descrito anteriormente. En el contexto de tasa de desempleo relativamente baja y de escasez de mano de obra cualificada, la propia burguesía plantea la idea de que, después de un periodo de años de caída de los salarios, inaugurado bajo Schröder (caída más dramática que en cualquier otra parte de la Europa occidental), los empleados deben finalmente ser "recompensados" por su "sentido de realismo". El propio nuevo gobierno de Gran Coalición, de democristianos y socialdemócratas, ha marcado la pauta introduciendo finalmente (uno de los últimos países de Europa en hacerlo) una ley sobre el salario mínimo básico y el aumento de algunas prestaciones sociales. En la industria del automóvil, por ejemplo, las grandes empresas pagaron en 2015 primas (a las que denominan "reparto de beneficios") de hasta 9 000 euros por obrero. Eso ha sido todavía más factible porque la modernización del aparato productivo ha sido tan eficaz que la ventaja competitiva alemana - al menos por ahora –se basa mucho menos en los bajos salarios como así ocurría hace una década.
En 2003, la CCI analizó la lucha de clases internacional, que se inició con las protestas contra los ataques a las pensiones en Francia y Austria, como un giro (no espectacular, casi imperceptible), como un avance en positivo de la lucha de clases; cambio entendido, principalmente, como un inicio de comprensión por parte de la generación hoy activa (por primera vez tras la Segunda Guerra Mundial) de que sus hijos no sólo no tendrán mejores condiciones de vida que ella misma, sino que las tendrán incluso peores. Estas luchas dieron lugar a las primeras expresiones significativas de solidaridad entre generaciones en las luchas obreras. El cambio se expresó, en los "lugares de trabajo", más en la conciencia que en el espíritu de lucha, en la medida en que el miedo al desempleo y el aumento de la inseguridad laboral actuaban como factores de intimidación a la hora de entrar en huelga. En Alemania, la respuesta inicial de los parados ante la Agenda 2010 (las "manifestaciones de los lunes") se agotó también rápidamente. Sin embargo una nueva generación, que no había padecido directamente aun el yugo del trabajo asalariado, comenzó a salir a las calles (uniéndose a menudo a los trabajadores precarios) para expresar no sólo su propia ira y preocupación por el futuro, sino también (más o menos conscientemente) su relación con la clase obrera en su conjunto. Estas manifestaciones, que se extendieron por países como Turquía, Israel y Brasil, que alcanzaron su punto más alto en el movimiento anti-CPE (Contrato de Primer Empleo) en Francia, en el de los Indignados en España, también encontraron un eco, pequeño, débil, aunque significativo, en el movimiento de estudiantes y escolares en Alemania. Sin embargo, no han producido todavía una decantación de una nueva generación de revolucionarios.
En Alemania, esto se expresó en el modesto pero combativo movimiento de los Occupy, más abierto que anteriormente a las ideas internacionalistas. El lema de las primeras manifestaciones de Occupy fue: "¡Abajo el capital, el Estado y la nación!" Por primera vez en décadas, en Alemania la incipiente politización no parecía estar dominada por la ideología antifascista y de liberación nacional. Esto sucedía en respuesta a la crisis financiera de 2008, seguida por la crisis del euro. Algunas de aquellas pequeñas minorías comenzaron a pensar que el capitalismo estaba al borde del desplome. La idea que empezó a desarrollarse era que posiblemente Marx tenía razón acerca de la crisis del capitalismo, que podría también tener razón sobre la naturaleza revolucionaria del proletariado. Y crecía la esperanza de que los ataques masivos a escala internacional se enfrentaran rápidamente a una oleada igualmente masiva de la lucha de clases internacional. "Hoy Atenas, mañana Berlín, solidaridad internacional contra el capital" se convirtió en la nueva consigna.
La burguesía, aunque logró poner fin a esa fase de la lucha de clases no logró infligir una derrota histórica al proletariado, y de momento ha logrado atajar la apertura política que se inició en el año 2003. Lo que había comenzado en EEUU como crisis hipotecaria (subprimes) fue una verdadera amenaza para la estabilidad de la estructura financiera internacional. El peligro acechaba. No había tiempo para interminables negociaciones entre gobiernos sobre cómo hacerle frente. La bancarrota de Lehman Brothers permitió obligar a los gobiernos en todos los países industrializados a tomar medidas inmediatas y radicales para salvar la situación (como más tarde escribió el Herald Tribune: "de no haber ocurrido, el desastre de Lehman debería haber sido inventado"). Pero también fue beneficiosa en otro plano: contra la clase obrera. Es posible que sea la primera vez en que la burguesía mundial ha respondido a una crisis importante, aguda, de su sistema, no minimizando, sino exagerando su importancia. Se les repetía a los obreros del mundo que, si no aceptaban de inmediato los ataques masivos, los Estados y con ellos los fondos de pensión y de seguros podrían ir a la quiebra y los ahorros privados se derretirían como la nieve bajo el sol. Esta ofensiva de terror ideológico, era similar a la estrategia militar de "conmoción y pavor" utilizada por Estados Unidos en la segunda guerra de Irak con el objetivo de paralizar, traumatizar y desarmar al oponente. Y funcionó. Al mismo tiempo, existía la base objetiva para no atacar simultáneamente a todos los sectores centrales del proletariado mundial puesto que amplios sectores de la clase obrera en Estados Unidos, Gran Bretaña, Irlanda y en el sur de Europa, padecían mucho más que en Alemania, Francia y otros lugares del norte de Europa.
El segundo capítulo de esta ofensiva de terror y división fue la crisis del euro, cuando al proletariado europeo se le dividió con éxito entre norte y sur, entre griegos “holgazanes” y alemanes “nazis y arrogantes”. En este contexto, la burguesía alemana escondía otro as en la manga: el éxito económico de Alemania. Incluso las huelgas de 2015, y más concretamente los recientes aumentos de salarios y de prestaciones sociales, los ha utilizado para aporrear, tanto dentro del país como hacia todo el proletariado europeo, el mismo mensaje: que sus sacrificios, en aras de las exigencias de la crisis, tiene sentido y les reportará beneficios a la larga.
Ese mensaje de que la lucha no compensa, quedaba resaltado por el hecho de que, en los países donde la estabilidad política y económica es particularmente frágil y la clase obrera más débil, los movimientos de protesta de la joven generación (“la Primavera árabe”) solo lograron suscitar nuevas oleadas de represión o guerras intestinas e imperialistas. Todo eso refuerza la sensación de impotencia y falta de perspectivas en el conjunto de la clase.
El que el capitalismo siga en pie y haya fracasado el proletariado europeo para oponerse a los ataques masivos, influyeron también en los precursores de una nueva generación de minorías revolucionarias. El aumento de reuniones públicas y manifestaciones que caracterizó aquella fase en Alemania, fue suplantada por una fase de desmoralización. Desde entonces, ha habido otras movilizaciones -contra PEGIDA[4] [34], contra el TTIP[5] [35] , contra la ingeniería genética o la vigilancia por Internet - pero todas ellas carentes de la menor crítica fundamental del capitalismo como sistema.
Y desde el verano de 2015, tras las ofensivas en torno a la crisis financiera y el euro, ha habido otra ofensiva ideológica en torno a la actual crisis de los refugiados, la cual está siendo también utilizada al máximo por la clase dominante contra todo proceso de reflexión en el proletariado. Pero más que la propaganda burguesa fue la oleada de refugiados misma lo que ha dado un golpe suplementario a los primeros gérmenes de una incipiente recuperación de la conciencia de clase tras el impacto de 1989 (campañas alimentadas con el eslogan: "muerte del comunismo"). El hecho de que millones de personas en la "periferia" del capitalismo arriesguen sus vidas para entrar en Europa, América del Norte y otras "fortalezas", no puede sino reforzar, por ahora, la impresión de que es un privilegio vivir en las zonas desarrolladas del mundo y de que la clase obrera del centro del sistema y, en ausencia de toda alternativa al capitalismo, podría, al fin y al cabo, tener algo que defender dentro de tal sistema. Además, el conjunto de la clase despojada por ahora de su propia herencia política, teórica y cultural tiende a ver las causas de esta emigración desesperada no en la naturaleza misma del capitalismo, ni en relación con las contradicciones propias de los países democráticos, sino como resultado de la ausencia de capitalismo y de democracia en las zonas de conflicto.
Todo esto hizo aumentar el retroceso, tanto de la combatividad como de la conciencia, de la propia clase.
El problema del populismo político
Aunque el fenómeno de terror de derechas hacia los extranjeros y los refugiados no sea nuevo en Alemania desde la reunificación y en especial (aunque no exclusivamente) en sus nuevos estados federales del Este, la expansión de un movimiento político populista estable en Alemania había sido impedida con éxito por la propia clase dominante. Pero en el contexto de la crisis del euro, cuya fase aguda duró hasta el verano de 2015, y de la "crisis de refugiados" que la siguió, se produjo una nueva oleada de populismo político. Se manifestó principalmente en tres áreas: el ascenso electoral de Alternativa por Alemania (Alternative für Deutschland, AfD), que se formó en su origen en oposición al plan de rescate griego, y en base a una vaga oposición a la moneda común europea; un movimiento de protesta populista de derechas centrado en las "manifestaciones de los lunes" en Dresde (PEGIDA); un recrudecimiento del terrorismo de derechas hacia los refugiados y extranjeros, como el de la "Organización Clandestina Nacionalsocialista" (Nationalsozialistischer Untergrund, NSU).
Tales fenómenos no son nuevos en la escena política alemana; pero hasta ahora la burguesía había logrado siempre impedirles alcanzar cualquier tipo de presencia estable y parlamentaria. Durante el verano de 2015, parecía que los sectores dominantes lo iban a conseguir una vez más. La AfD, que había sido desposeída de su tema (la crisis “griega’’…) y de algunos de sus recursos financieros, sufría su primera escisión. Pero el populismo ha estado rápidamente de vuelta –con más fuerza que antes- gracias a la nueva ola de inmigración. Y, dado que el problema de la inmigración podría desempeñar un papel más o menos dominante en un futuro próximo, aumenta la posibilidad de que AfD se establezca como un componente nuevo y duradero del panorama político.
La clase dominante es capaz de utilizar todo esto para hacer más interesante su juego electoral, estimulando las ideologías democráticas y antifascistas, y también para difundir la división y la xenofobia. Sin embargo, este proceso no se corresponde directamente con sus intereses de clase ni está en condiciones de controlarlo completamente.
La crisis del euro y sus efectos en la escena política alemana muestran que existe una estrecha relación entre la intensificación de la crisis global del capitalismo y el avance del populismo. La crisis económica aumenta la inseguridad y el miedo, intensificando la lucha por la supervivencia. También aviva las llamas de la irracionalidad. Alemania, económicamente hablando, tendría mucho que perder con cualquier debilitamiento de la cohesión de la Unión Europea y el euro. Para Alemania hay millones de empleos que dependen directa o indirectamente de las exportaciones y del papel que desempeña en la UE. En un país así, es de lo más irracional cuestionar la UE, el euro o la orientación del conjunto del mercado mundial y no es pues casual que la reciente aparición de esos movimientos xenófobos esté suscitada por las inquietudes ante la estabilidad de la nueva moneda europea.
La capacidad de razonar, aunque no sea la única, tiene importancia vital para el entendimiento humano. La racionalidad se asienta, como el proceso del cálculo, en el pensamiento. Esto incluye la capacidad de calcular sus propios intereses objetivos, lo que es no sólo indispensable para la sociedad burguesa, sino también algo fundamental para la lucha proletaria de liberación. Históricamente, surge y se desarrolla, en gran medida, bajo el impulso del intercambio de equivalentes y ya que es en el capitalismo donde el dinero desarrolla plenamente su papel como equivalente universal, la moneda y la confianza que ésta inspira desempeñan un papel de primera importancia en el "formateo" de la racionalidad en la sociedad burguesa. Por lo tanto, la pérdida de confianza en el equivalente universal es una de las principales fuentes de irracionalidad dentro de la sociedad burguesa. Razón por la que las crisis monetarias y los períodos de hiperinflación son especialmente peligrosos para la estabilidad de las relaciones sociales. La inflación de 1923 en Alemania fue uno de los factores más importantes entre los que cimentarían el triunfo del nacionalsocialismo diez años más tarde.
Por otra parte, la oleada actual de refugiados e inmigrantes, resalta e ilustra otro aspecto del populismo: se acentúa la competencia entre las víctimas del capitalismo y la tendencia a la exclusión, la xenofobia, la búsqueda de chivos expiatorios...La miseria en el reino del capitalismo genera tres cosas: en primer lugar, una acumulación de la agresividad, de odio, de perversidad y un ansia de destrucción y autodestrucción; en segundo lugar, la proyección de tales impulsos antisociales contra los demás (hipocresía moral); en tercer lugar, el hecho de dirigir esos impulsos no contra la clase dominante, que parece demasiado poderosa para ser desafiada, sino en contra de las clases y de los estratos sociales aparentemente más débiles. Esa composición de tres facetas aflora, sobre todo en ausencia de lucha colectiva del proletariado, cuando los individuos como tales se sienten impotentes frente al capital. El punto culminante de ese trío, raíz en el populismo, es el pogromo. Aunque la agresividad populista también se expresa en contra de la clase dominante, lo que a ésta en verdad exige el populismo a voz en grito es protección y favores. Su deseo es que la burguesía o bien elimine a quienes considera como sus rivales amenazantes o sino que tolere que comiencen los populistas a hacerlo por cuenta propia. Esa "revuelta conformista", característica permanente del capitalismo, se agudiza con la crisis, la guerra, el caos, la inestabilidad. En la década de 1930, pudo desarrollarse gracias a la derrota histórica mundial del proletariado. Hoy, el contexto es la ausencia de toda perspectiva: es la fase de descomposición.
Como ya ha desarrollado la CCI en sus Tesis sobre la descomposición, una de las bases sociales y materiales del populismo es el proceso de desclasamiento, la pérdida de toda identidad de clase. A pesar de la fuerza económica del capital nacional alemán y la escasez que tiene de trabajadores cualificados, hay una parte importante de la población alemana que, hoy, aunque esté en el desempleo no es realmente un factor activo del ejército industrial de reserva (listo para tomar los puestos de trabajo de los demás y por lo tanto para ejercer una presión a la baja sobre los salarios), sino más bien pertenece a lo que Marx llama la capa de los Lázaro de la clase obrera. Debido a los problemas de salud, o a la incapacidad para soportar el estrés del trabajo capitalista moderno y la lucha por la existencia, o la falta de cualificaciones adecuadas, este sector es "de empleo imposible" desde el punto de vista capitalista. En lugar de presionar sobre los niveles salariales, estas capas lo que incrementan es la masa salarial del capital nacional debido a las prestaciones que éste les debe otorgar para que sobrevivan. Este es también ese sector que hoy siente a la mayoría de los refugiados como rivales potenciales.
Dentro de ese sector, hay dos grupos importantes de la juventud proletaria, parte de la cual puede inclinarse hacia la movilización como carne de cañón para las camarillas burguesas e incluso también como protagonistas activos de pogromos. El primero está compuesto por descendientes de la primera o segunda generación de trabajadores inmigrantes (Gastarbeiter). Al principio se pensaba que estos trabajadores inmigrantes no permanecerían en el territorio cuando ya no se les necesitase y, sobre todo, que no traerían a sus familias con ellos ni formasen su propia familia en Alemania. Pero ha ocurrido lo contrario y la burguesía no ha hecho ningún esfuerzo especial para educar a los hijos de estas familias. El resultado hoy es que, debido a que los empleos no cualificados han sido en gran parte "exportados" a lo que antes solía llamarse "países del tercer mundo", una parte de esta juventud proletaria está condenada a vivir de los subsidios estatales y nunca podrá integrarse en el trabajo asociado. El otro grupo está formado por hijos de la masa de parados traumatizados de los despidos masivos en Alemania del Este después de la reunificación. Una parte de ellos, alemanes más que inmigrantes, que no fue educada para ponerse al nivel “occidental” de un capitalismo altamente competitivo, y no se ha atrevido a ir a la Alemania Occidental a encontrar trabajo después de 1989 como han hecho los más intrépidos, ha integrado ese ejército de gente que vive de subsidios. Esos sectores son particularmente vulnerables a lumpenización, la criminalización y la politización en sus formas degeneradas y xenófobas.
Aunque el populismo sea el producto de su sistema, la burguesía no puede producir o eliminar este fenómeno a su antojo. Pero sí que puede manejarlo para sus propios fines, y alentar o desalentar su desarrollo en mayor o menor medida. Generalmente hace las dos cosas. Pero tampoco esto puede dominarlo fácilmente. Incluso en el contexto del capitalismo de Estado totalitario, es difícil para la clase dominante lograr mantener una coherencia ante tal situación. El propio populismo está hondamente arraigado en las contradicciones del capitalismo. La acogida de refugiados hoy día se basa en los intereses objetivos de importantes sectores del capitalismo alemán. Las ventajas económicas son incluso más evidentes que las ventajas imperialistas. Por eso los líderes de la industria y del mundo de los negocios son ahora los partidarios más entusiastas de la "cultura de la acogida". Estiman que Alemania necesitará la llegada de alrededor de un millón de personas cada año en el próximo periodo, en previsión de la escasez de mano de obra cualificada y sobre todo de la crisis demográfica provocada por la invariablemente baja tasa de natalidad del país. Los refugiados de las guerras y otros desastres suelen ser trabajadores especialmente diligentes y disciplinados, dispuestos no sólo a trabajar por salarios bajos, sino también a tomar iniciativas y asumir riesgos. Además, la integración de los recién llegados de otros países, y la apertura cultural que exige es en sí misma una fuerza productiva (y sin duda también una fuerza potencial para el proletariado). Un posterior éxito de Alemania en ese aspecto podría darle mayor ventaja respecto a sus competidores europeos.
Hay que considerar que la exclusión es, al mismo tiempo, el reverso de la medalla de la política de inclusión de Merkel. La inmigración que hoy se requiere ya no es la mano de obra no cualificada de las generaciones Gastarbeiter, ahora que los empleos sin cualificación se concentran en la periferia del capitalismo. Los nuevos inmigrantes deben llegar con altas cualificaciones, o al menos la voluntad de adquirirlas. La situación actual exige una selección mucho más organizada y despiadada que en el pasado. Debido a estas necesidades contradictorias de inclusión y de exclusión, la burguesía fomenta simultáneamente la apertura y la xenofobia. Respondiendo hoy a esa necesidad mediante la división del trabajo entre derecha e izquierda, incluso dentro del partido Cristianodemócrata de Merkel y de su gobierno de coalición con el SPD. Pero detrás de la disonancia existente entre los diferentes grupos políticos con respecto a la cuestión de los refugiados, no sólo hay una división del trabajo, sino también diferentes preocupaciones e intereses. La burguesía no es un bloque homogéneo. Mientras que las partes de la clase dominante y del aparato del Estado más próximos a la economía apoyan la integración, el conjunto del aparato de Seguridad está horrorizado por la apertura de las fronteras por Merkel en verano de 2015, por el número de personas llegadas desde entonces, debido a la pérdida de control de quienes entran en el territorio del Estado, acabando en un descontrol temporal. Además, en el seno del aparato represivo y judicial están, inevitablemente, quienes simpatizan con la extrema derecha y la protegen, debido a una obsesión compartida por la ley, el orden, el nacionalismo, etc.
En lo que concierne a la propia casta política, no sólo pertenecen a ella quienes (barruntando el ambiente en su circunscripción electoral) flirtean con el populismo por oportunismo; también hay muchos que comparten esa mentalidad. A eso podemos añadir las contradicciones del propio nacionalismo: al igual que todos los Estados burgueses modernos, Alemania fue fundada en mitos relacionados con una historia, una cultura y hasta una sangre compartida. En tal contexto, incluso la burguesía más poderosa no puede inventar y reinventar a voluntad diferentes definiciones de la nación para adaptarlas a sus intereses cambiantes. Tampoco tiene necesariamente un interés objetivo en hacerlo, puesto que los viejos mitos nacionalistas continúan siendo necesarios ya que son una poderosa palanca del "divide y vencerás" en el interior, y de la movilización para apoyar las agresiones imperialistas en el exterior. Por tanto no tan es tan evidente, hoy por hoy, que un negro o un musulmán puedan ser "alemanes".
¿Cómo enfrenta, la clase dominante alemana, la "crisis de los refugiados"?
En el contexto de la descomposición y de la crisis económica, el principal impulsor del populismo en Europa en las últimas décadas ha sido el problema de la inmigración. Este problema se ha agudizado hoy por el éxodo más masivo desde la Segunda Guerra Mundial. ¿Por qué este flujo da la impresión de ser un problema de mayor calado político en Europa que en países como Turquía, Jordania, o incluso Líbano donde reciben contingentes mucho mayores? En los viejos países capitalistas, las tradiciones precapitalistas de hospitalidad y las estructuras sociales y económicas de subsistencia que las acompañan, están radicalmente atrofiadas. También está el hecho de que estos migrantes proceden de culturas diferentes. Por supuesto, esto no es un problema en sí mismo, al contrario. Pero el capitalismo moderno hace de eso un problema. En Europa occidental, en particular, el Estado del bienestar es el principal organizador de la ayuda y la cohesión social. Y se supone que es el Estado el que debe acoger a los refugiados, lo cual los pone en competencia con los "indígenas" pobres en el empleo, la vivienda y las prestaciones sociales.
Hasta el momento, debido a su relativa estabilidad económica, política y social, la inmigración, y con ella el populismo, han causado menos problemas en Alemania que en la mayoría de los países de Europa occidental. Pero en la situación actual, la burguesía alemana se enfrenta cada vez más al problema, no sólo de puertas adentro sino también en el contexto de la Unión Europea.
En la propia Alemania, el ascenso del populismo de derechas perturba los planes de la clase dominante para integrar a una parte de los inmigrantes. Este es un problema real, porque, hasta ahora, todas las tentativas de aumentar la tasa de natalidad "en casa" han fracasado. El terror derechista también altera la reputación del país en el exterior -un punto muy sensible considerando los crímenes de la burguesía alemana en la primera mitad del siglo XX. El establecimiento de la AfD como fuerza parlamentaria estable podría complicar la formación de futuros gobiernos. A nivel electoral, es hoy un problema sobre todo para la CDU/CSU, el partido gubernamental dominante, que hasta ahora, bajo Merkel, ha sido capaz de atraer tanto a votantes socialdemócratas como conservadores, consolidando su posición dominante frente al SPD.
Pero es, sobre todo, en el ámbito europeo donde el populismo amenaza los intereses de Alemania actualmente. El estatus de Alemania como agente económico mundial, y en menor grado, político, depende en gran medida de la existencia y coherencia de la UE. La llegada al gobierno de partidos populistas, más o menos antieuropeos, en Europa del Este (ya es así en Hungría y Polonia) y especialmente en Europa Occidental, tendería a obstaculizar dicha cohesión. Esta es concretamente la razón de que Merkel haya declarado que la respuesta que se dé al problema de los refugiados será lo que "decidirá el destino de Alemania". La estrategia de la burguesía alemana frente a tal problema es un intento de transformar, a nivel europeo, la migración más o menos caótica del período de posguerra y de la descolonización después en una inmigración meritoria, altamente selectiva, más semejante al modelo canadiense o australiano. El cierre más eficaz de las fronteras exteriores de la UE es una precondición para la transformación propuesta de una inmigración ilegal en una inmigración legal. Esto también implicaría el establecimiento de cuotas anuales de inmigración. En lugar de que tengan que pagar sumas ominosas para pasar clandestinamente a la Unión Europea, a los emigrantes se les alentaría a "invertir" en su propia cualificación para mejorar sus posibilidades de acceso legal. En lugar de partir hacia Europa por su propia iniciativa, los refugiados aceptados serían transportados hasta los lugares de acogida y de empleo ya previstos para ellos. La otra cara de la moneda es que los inmigrantes no deseados serían detenidos en la frontera, o brutal y rápidamente expulsados si ya han logrado acceder. Tal conversión de las fronteras de la UE en cribas de selección (un proceso ya en marcha) es presentada como un proyecto humanitario para reducir el número de ahogados en el Mediterráneo que, a pesar de toda la manipulación de los medios, se ha convertido en una fuente de vergüenza moral para la burguesía europea. Al insistir en una solución europea más que nacional, Alemania asume sus responsabilidades ante la Europa capitalista, al mismo tiempo que hace hincapié en su pretensión de liderar políticamente el viejo continente. Su objetivo es nada menos que desactivar la bomba retardada de la inmigración, y con ella el populismo político en la UE.
Fue en ese contexto en el que el gobierno de Merkel, en el verano de 2015, abrió las fronteras alemanas a los refugiados. En ese momento, los refugiados sirios, que anteriormente estaban dispuestos a permanecer en la Turquía oriental, comenzaron a perder la esperanza de volver a casa y partieron en masa hacia Europa. Al mismo tiempo, el gobierno turco decide dejarlos salir hacia Europa para chantajear a la Unión Europea que está bloqueando su candidatura como país integrante. En esta situación, el cierre de las fronteras alemanas habría ocasionado un hacinamiento de miles de refugiados en los Balcanes, una situación caótica y casi incontrolable. Pero al levantar temporalmente el control de sus fronteras, Berlín suscitó un nuevo flujo migratorio de gente desesperada que inmediatamente se creyó que Alemania la estaba invitando a entrar. Todo esto demuestra la realidad de un momento de pérdida potencial del control de la situación.
Por la manera tan radical con la que Merkel se identifica con "su" proyecto, las posibilidades de éxito de la "solución europea" que propone, se deteriorarían considerablemente si no consiguiese ganar las elecciones de 2017. Uno de los puntos principales de la campaña para la reelección de Merkel parece ser el económico. Ante la actual desaceleración del crecimiento en China y Estados Unidos, la economía alemana, orientada hacia la exportación, se encaminaría hacia la recesión. Un aumento del gasto estatal y de las inversiones en construcciones para los "refugiados" podría evitar tal contingencia hasta las elecciones.
A diferencia de la década de 1970, cuando en una serie de grandes países occidentales los partidos capitalistas de izquierda entraron en el gobierno ("la izquierda al poder") o en la de1980 (“la izquierda en la oposición"), la actual estrategia del gobierno y el "juego" electoral en Alemania están determinados, mucho menos que anteriormente, por la amenaza inmediata de la lucha de clases y mucho más que antes por los problemas de la inmigración y el populismo.
Los refugiados y la clase obrera
La solidaridad con los refugiados expresada por una parte significativa de la población de Alemania, aunque ha sido explotada al máximo por el Estado para promover una imagen humana del nacionalismo alemán, abierto al mundo, fue espontánea y, al principio, "autoorganizada"; todavía hoy, más de seis meses después del inicio de la crisis actual, la gestión estatal de la afluencia de emigrantes se hundiría si no fuera por las iniciativas de la población. Pero estas actividades en sí mismas no tienen nada de proletario. Al contrario, esas personas hacen la parte del trabajo que el Estado no puede o no quiere hacer, a menudo incluso sin ningún tipo de retribución. Para la clase obrera, el problema central es que la solidaridad no puede realizarse actualmente en su propio terreno de clase. De momento, tiene un carácter muy apolítico, desconectado de cualquier oposición explícita a la guerra imperialista en Siria, por ejemplo y, del mismo modo las ONG y todas las múltiples organizaciones "críticas" de la sociedad civil (en realidad inexistente), esas estructuras han sido transformadas, más o menos inmediatamente, en apéndices del Estado totalitario.
Sería un error tomar esa solidaridad como un simple acto de caridad; sobre todo porque se ha expresado hacia posibles competidores en el mercado de trabajo y en otros aspectos. En ausencia de las tradiciones precapitalistas de hospitalidad en los viejos países capitalistas, el trabajo asociado y la solidaridad son, para la mayoría del proletariado, la principal base social y material de tal solidaridad. En general su espíritu no acepta aquello de "ayudar a los pobres y los débiles"; al contrario, entienden que la respuesta es la cooperación y la creatividad colectiva. A largo plazo, si la clase comienza a recuperar su identidad, su conciencia y el legado de generaciones precedentes, la experiencia actual de solidaridad se podrá integrar en la experiencia histórica de la clase y en la búsqueda de su perspectiva revolucionaria. Hoy, entre los trabajadores en Alemania, al menos potencialmente, los impulsos solidarios expresan un atisbo de memoria y de conciencia de clase, y nos recuerdan que también en Europa, la experiencia de la guerra y de los desplazamientos masivos de población no es algo tan antiguo y que la falta de solidaridad ante estas experiencias durante la contrarrevolución (antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial), no deben repetirse hoy.
En el capitalismo, el polo opuesto al populismo no es la democracia ni el humanismo, sino el trabajo asociado, principal contrapeso a la xenofobia y al pogromo. Resistir a la exclusión, resistir a la obsesión del chivo expiatorio ha sido siempre algo permanente y esencial de la lucha proletaria cotidiana. Puede que estemos al comienzo de un caminar a tientas hacia el reconocimiento de que las guerras y otros desastres que obligan a la gente a huir, son parte de ese proceso permanente de separaciones forzosas y violentas a través del cual se ha ido constituyendo el proletariado. El rechazo de quienes lo han perdido todo a quedarse dócilmente allí donde la clase dominante quiere que permanezcan, su negativa a renunciar a la búsqueda de una vida mejor, son momentos constitutivos de la combatividad proletaria. La lucha por su movilidad contra el régimen disciplinario capitalista es uno de los más viejos componentes vitales del trabajo asalariado "libre".
La mundialización y la necesidad de una lucha internacional
En el apartado del balance en que tratamos la lucha de clases, hemos dicho que las huelgas de 2015 en Alemania fueron más la expresión de una situación económica nacional temporal y favorable que el indicio de una combatividad generalizada a nivel europeo o internacional. Sigue siendo cierto que se ha vuelto cada vez más difícil para la clase obrera defender sus intereses inmediatos mediante huelgas u otros medios de lucha. Esto no significa que las luchas económicas no sean ya posibles o que hayan perdido su entidad (como la denominada tendencia Essen, del KAPD, concluía erróneamente en la década de 1920). Al contrario, eso significa que la dimensión económica de la lucha de clases contiene una dimensión política mucho más directa que en el pasado, una dimensión que es muy difícil de asumir.
Las recientes resoluciones del Congreso de la CCI han identificado correctamente uno de los factores objetivos que inhibe el desarrollo de las luchas en defensa de sus intereses económicos inmediatos: la intimidante losa del desempleo masivo. Aunque no es el único, ni siquiera el principal, factor económico de esa inhibición, sí que lo es, y fundamental, la llamada mundialización -fase actual del capitalismo de Estado totalitario-, marco en el que se encuentra hoy la economía mundial.
La mundialización del capitalismo global no es en sí misma un fenómeno nuevo. Nos lo encontramos ya en la base del primer sector de la producción capitalista altamente mecanizada: la industria textil en Gran Bretaña, centro de un triángulo en el que están relacionados la caza de esclavos en África y su trabajo en las plantaciones de algodón de Estados Unidos. En términos de mercado global el nivel de mundialización alcanzado antes de la Primera Guerra Mundial no se volvió a conseguir hasta finales del siglo XX. Sin embargo, en las últimas tres décadas, la globalización ha adquirido una nueva cualidad, especialmente en dos niveles: el de la producción y el de las finanzas. El esquema de una periferia capitalista proveedora de mano de obra barata, de plantaciones agrícolas y de materias primas a los países industrializados del hemisferio Norte ha sido, si no eliminado totalmente, al menos sí modificado y sustituido, en gran parte, por redes globales de producción, siempre centradas, eso sí, en los grandes países dominantes mientras que las actividades industriales y de servicios se extienden por todo el planeta. En este corsé "ordoliberal" existe la tendencia a que ningún capital nacional, ninguna industria, ningún sector, ningún negocio,..., pueda en manera alguna evitar la competencia internacional directa. No hay casi nada de lo que se produce en cualquier parte del mundo que no pueda ser producido en otros lugares. Cada Estado-nación, cada región, cada ciudad, cada barrio, cada sector de la economía está condenado a competir para atraerse inversiones globales. El mundo entero está como embrujado, como condenado a esperar la salvación con la llegada de capital en forma de inversiones. Esta fase del capitalismo no es ni mucho menos un producto espontáneo, sino un orden estatal introducido e impuesto, especialmente, por los viejos estados-nación burgueses dominantes. Uno de los objetivos de esta política económica es encarcelar a la clase obrera de todo el mundo en un monstruoso sistema disciplinario.
En ese plano, podríamos dividir la historia de las condiciones objetivas de la lucha de clases, aunque muy esquemáticamente, en tres fases: durante el ascenso del capitalismo, los obreros se enfrentaban, en primer lugar, a capitalistas individuales y, por lo tanto, podían organizarse más o menos eficazmente en sindicatos. Con la concentración del capital en manos de las grandes empresas y del Estado, esos medios de lucha perdieron su eficacia, de modo que, en aquel entonces, cada huelga se enfrentaba directamente a la burguesía entera, centralizada en el Estado. El proletariado necesitó mucho tiempo para encontrar una respuesta eficaz a aquella nueva situación y así surgió la huelga de masas de todo el proletariado a escala de un país entero (Rusia, 1905), la cual ya contiene en lo más profundo de su ser la potencialidad de la toma del poder y la extensión a otros países (primera oleada revolucionaria desencadenada por el Octubre rojo). Hoy, con la mundialización contemporánea, una tendencia histórica objetiva del capitalismo decadente alcanza su pleno desarrollo: cada huelga, cada acto de resistencia económica de los obreros, en cualquier parte del mundo, se encuentran inmediatamente enfrentado a la totalidad del capital mundial, siempre dispuesto a retirar la producción y la inversión e irse a producir en otro lugar. Por ahora, el proletariado internacional ha sido incapaz de encontrar una respuesta adecuada, ni siquiera vislumbrar lo que podría parecerse a tal respuesta. No sabemos si finalmente lo conseguirá. Pero parece claro que el desarrollo en esta dirección necesitará mucho más tiempo que la transición que hubo entre los sindicatos y la huelga de masas. Por un lado, la situación del proletariado en los viejos países centrales del capitalismo -como Alemania, en la “cima” de la jerarquía económica- debería ser mucho más dramática de lo que es hoy. Por otro lado, el paso a dar requerido por la realidad objetiva -lucha de clases internacional consciente, la "huelga de masas internacional" – le exige al proletariado mucho más esfuerzo que el paso entre la lucha sindical y la huelga de masas en un país. Porque obliga a la clase obrera a desafiar no sólo el corporativismo y el localismo, sino también las principales divisiones de la sociedad de clases, frecuentemente arrastradas durante muchos siglos, incluso milenios, de antigüedad, como la nacionalidad, la cultura étnica, la raza, la religión, el sexo, etc. Este es un paso mucho más profundo y político.
Al reflexionar sobre lo anterior, debemos tener en cuenta que los factores que impiden el desarrollo por el proletariado de su propia perspectiva revolucionaria no son sólo del pasado sino también del presente; que las causas no son sólo políticas sino también económicas (más exactamente, económico- políticas).
Presentación del Informe (marzo de 2016)
Cuando la crisis financiera de 2008, en la CCI existía una tendencia a cierto "catastrofismo" económico, una de cuyas expresiones fue la idea, propuesta por algunos compañeros, de que el colapso de los países capitalistas centrales, como Alemania, podría estar al orden del día. Una de las razones por las que hemos hecho de la fuerza económica y de la competitividad de Alemania un eje de este informe es el deseo de contribuir a superar esas debilidades. Pero también queremos aplicar la capacidad de matizar contra el pensamiento esquemático. Debido a que el propio capitalismo tiene un modo abstracto de funcionamiento (basado en el intercambio de equivalentes) hay una tendencia, comprensible pero perjudicial, a ver los asuntos económicos de manera demasiado abstracta; por ejemplo, a juzgar la relativa fortaleza económica de los capitales nacionales únicamente en términos muy generales (tales como la tasa de composición orgánica del capital, la abundancia de mano de obra necesaria para la producción, la mecanización, … como se mencionan en el informe), olvidando que el capitalismo es una relación social entre seres humanos y, sobre todo, entre las clases sociales.
Debemos aclarar un punto: cuando el informe dice que la burguesía estadounidense utiliza medios jurídicos (multas contra Volkswagen y otros) para contrarrestar la competencia alemana, la intención no era dar la impresión de que Estados Unidos no tiene fuerzas económicas propias que hacer valer. Por ejemplo, Estados Unidos está por delante de Alemania en el desarrollo de los automóviles eléctricos y sin conductor y no es totalmente inverosímil que una de las hipótesis que circulan en las redes sociales sobre el llamado escándalo Volkswagen (que la información sobre la manipulación de las medidas de emisión de gases por parte de esa empresa podría haberse filtrado desde dentro de la burguesía alemana a las autoridades de Estados Unidos para obligar a la industria automovilística alemana a ponerse al día en ese plano).
Sobre cómo es utilizada la crisis de los refugiados con fines imperialistas, es necesario actualizar el Informe. En estos momentos, tanto Turquía como Rusia utilizan masivamente la situación crítica de los refugiados para chantajear al capital alemán y debilitar lo que queda de cohesión europea. La manera con la que Ankara permite a los refugiados ir hacia oeste ya se menciona en el informe. El precio de la cooperación de Turquía sobre este problema no se limitará a unos cuantos miles de millones de euros. Rusia, por su parte, ha sido acusada recientemente, por varias organizaciones no gubernamentales (ONG) y organizaciones de ayuda a los refugiados, de bombardear deliberadamente hospitales y zonas residenciales en las ciudades de Siria para así provocar nuevas huidas de refugiados. Por lo general, la propaganda rusa utiliza sistemáticamente la cuestión de los refugiados para avivar las llamas del populismo político en Europa.
Y volviendo a Turquía, este país exige no sólo dinero, sino también la aceleración del acceso, sin visado, de sus ciudadanos a Europa y de las negociaciones para su adhesión a la UE. A Alemania, le exige además el cese de la ayuda militar a las unidades kurdas en Irak y Siria.
Para la canciller Merkel, que es la partidaria más relevante de una más estrecha colaboración con Ankara sobre los refugiados y una atlantista más o menos ferviente (para ella, la proximidad con Estados Unidos es un mal menor comparada con la de Moscú), es un problema de menos importancia que la que le dan otros miembros de su propio partido. Como el Informe ya ha mencionado, Putin había planeado la modernización de la economía rusa en estrecha cooperación con la industria alemana, en particular con el sector de la ingeniería que, desde la Segunda Guerra Mundial, se encuentra localizado principalmente en el sur de Alemania (incluyendo Siemens, anteriormente basada en Berlín y actualmente en Múnich, que parece haber sido designada para desempeñar un papel central en esta "operación rusa"). En tal contexto podemos entender la relación entre la persistente crítica a la "solución europea" (y "turca"), defendida por Merkel sobre la crisis de los refugiados, por parte del partido asociado a la CDU, la CSU de Baviera, y de la espectacular visita semioficial de los líderes de este partido bávaro a Moscú en el momento álgido de tal controversia[6] [36] . Esta fracción prefiere trabajar con Moscú en lugar de con Ankara. Paradójicamente, los partidarios más fervientes de la Canciller en este asunto no se encuentran hoy en su propio partido, la CDU, sino en su socio de coalición, el SPD, y en la oposición parlamentaria. Lo podemos explicar en parte por una división del trabajo dentro de la Democracia Cristiana en el poder, su ala derecha intentando (sin éxito por el momento) evitar que sus votantes conservadores se pasen a los populistas (AfD); pero también porque hay tensiones regionales (desde la Segunda Guerra Mundial, aunque el gobierno estuvo en Bonn y la capital financiera en Frankfurt, la vida cultural de la burguesía alemana se concentraba principalmente en Múnich; sólo recientemente se ha sentido de nuevo atraída por Berlín, tras el traslado del Gobierno a esta ciudad).
Tras las actuales oleadas de inmigración, no estamos, con toda seguridad, únicamente ante un conflicto de intereses en el seno de Europa, sino que existe además una colaboración y un reparto de la faena entre las diferentes burguesías nacionales; en este caso la burguesía alemana y la austriaca. Al decidirse por el "cierre de la ruta de los Balcanes", Austria ha hecho que Berlín sea menos unilateralmente dependiente de Turquía en la labor de retener a los refugiados, reforzando así, en parte, la posición de Berlín en las negociaciones con Ankara [7] [37].
Mientras una porción significativa del mundo de los negocios apoyó la "política de bienvenida" de Merkel hacia los refugiados el verano pasado, distaba mucho de ocurrir lo mismo con los cuerpos de seguridad del Estado, que estaban absolutamente horrorizados por talafluencia, más o menos controlada y declarada, hacia el país. Todavía no se lo han perdonado a la Canciller. El Gobierno francés y los demás gobiernos europeos no fueron menos escépticos. Todos ellos están convencidos de que los rivales imperialistas del mundo islámico están utilizando la crisis de los refugiados para meter clandestinamente a yihadistas en Alemania, desde donde pueden partir para alcanzar Francia, Bélgica, etc. De hecho, los ataques criminales de la noche de Año Nuevo en Colonia han confirmado que incluso las bandas criminales explotan los procedimientos de asilo para instalar a sus miembros en las principales ciudades europeas. No es necesario ser profeta para predecir que una renovación importante de los cuerpos policiales y de los servicios secretos en Europa será uno de los principales resultados de la situación actual[8] [38].
El Informe establece una relación entre la crisis económica, la inmigración y el populismo político. Si añadimos el creciente papel del antisemitismo, el paralelismo con la década de 1930 es más que impresionante. Pero también es interesante ese paralelo para examinar hasta qué punto la situación en la Alemania de hoy ilustra las diferencias históricas entre ambas épocas. El que no haya ninguna prueba formal, por el momento, de que las secciones centrales del proletariado estén derrotas, desorientadas y desmoralizadas, como lo estaban hace 80 años, es la diferencia más importante, pero no la única. Hoy, la política económica impulsada por la gran burguesía es la mundialización, no la autarquía ni el proteccionismo defendido por los populistas "moderados". Esto evoca un aspecto del populismo contemporáneo todavía poco desarrollado en el Informe: la oposición a la Unión Europea. La UE es, en términos económicos, uno de los instrumentos de la mundialización actual. Y este hecho ha pasado a ser, en Europa, incluso la consigna principal del populismo. Por ejemplo, las negociaciones sobre el TTIP (acuerdo comercial entre América del Norte y Europa), que beneficia a la gran industria y a la agroindustria, a expensas de los pequeños propietarios y productores de zonas como los Estados del “Grupo de Visegrád” (V-4: Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia), forman parte del contexto de la formación reciente de gobiernos populistas en Europa centro-oriental.
En cuanto a la situación del proletariado, la preocupación expresada al final del Informe es que nosotros no solo tenemos que mirar las causas, radicadas esencialmente en el pasado (como la contrarrevolución que siguió a la derrota de la Revolución rusa y mundial desde finales de la Primera Guerra Mundial), para explicar las dificultades de la clase obrera para desarrollar su lucha política en una dirección revolucionaria después de 1968. Todos esos factores, pertenecientes al pasado, aunque no dejan de ser explicaciones profundamente ciertas, no impidieron, sin embargo, ni el Mayo del 68 en Francia ni el otoño caliente de 1969 en Italia. Tampoco deberíamos partir del principio de que el potencial revolucionario expresado en aquella época, de manera embrionaria, estaba condenado al fracaso desde su inicio. Las explicaciones basadas unilateralmente en el pasado conducen a una especie de fatalismo determinista. En lo económico, lo que comúnmente se llama la mundialización es un instrumento, económico y político del capitalismo de Estado, que la burguesía ha encontrado para estabilizar su sistema y contrarrestar la amenaza proletaria; un instrumento frente al cual el proletariado deberá a su vez encontrar una respuesta. Por eso es por lo que los problemas de la clase obrera para desarrollar una alternativa revolucionaria, en los últimos 30 años, están íntimamente ligados a la estrategia político-económica de la burguesía, incluyendo su capacidad para aplazar en el tiempo una catástrofe económica para la clase obrera -y por lo tanto la amenaza de la guerra de clases- en los viejos centros del capitalismo mundial.
[1] [28] La Liga Hanseática fue una alianza industrial y comercial en el norte de Alemania, que dominó el comercio del Báltico durante la Edad Media y los inicios de la Edad Moderna.
[2] [29] El ‘‘ordoliberalismo” (Ordoliberalismus) es la variante alemana del liberalismo político y económico, pero que propugna la intervención del Estado para garantizar que el mercado libre produzca a un nivel cercano a sus potencialidades económicas. Se concretó en la llamada “Escuela de Friburgo” a la que perteneció el canciller de la RFA, Ludwig Erhard, considerado como el inspirador del llamado “milagro ecónomo alemán” de la posguerra.
[3] [31] Según Rosa Luxemburg, las zonas extracapitalistas se centran en una producción aún no basada directamente en la explotación del trabajo asalariado por el capital, sea esta una economía de subsistencia o una producción, por productores individuales, para el mercado. El poder de compra de tales productores ayuda a hacer posible la acumulación de capital. El capitalismo también moviliza y explota la fuerza de trabajo y las "materias primas" (es decir, los recursos naturales) a partir de esas áreas.
[4] [51] Siglas en alemán de : Europeos Patriotas Contra la Islamización de Occidente.
[5] [52] TTIP: “Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión". Es la propuesta de acuerdo de libre comercio entre Europa y Estados Unidos.
[6] [53] En la conferencia, el debate también señaló acertadamente que lo que se dice en el Informe de que el mundo de los negocios en Alemania apoya como un solo hombre la política de Merkel sobre los refugiados, es muy esquemática y como tal incorrecta. Incluso la necesidad de recursos “frescos” de mano de obra para los empleadores varía enormemente de un sector a otro.
[7] [54] A pesar de que esa convergencia de intereses entre Berlín y Viena, como se ha señalado en el debate, sea temporal y frágil.
[8] [55] La infiltración yihadista y la probabilidad de que aumenten los ataques terroristas son una realidad. Pero esta situación y otras son utilizadas por la clase dominante como medio para crear una atmósfera de miedo, de pánico y de sospecha permanente, antídotos contra el pensamiento crítico y la solidaridad dentro de la población obrera.
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Por Pascua de 1916, hace cien años, unos cuantos nacionalistas irlandeses se apoderaron de posiciones estratégicas en el centro de Dublín, proclamando la independencia de Irlanda frente al imperio británico, así como la creación de la República de Irlanda. Consiguieron resistir algunos días antes de ser aplastados por las fuerzas armadas británicas, que no dudaron en bombardear la ciudad utilizando los cañones de la marina de guerra. Entre los que fueron ejecutados sumariamente después de la derrota del Alzamiento de Pascua estaba el gran revolucionario James Connolly, uno de los líderes más famosos de la clase obrera en Irlanda, que había involucrado a su milicia obrera en la rebelión junto con los voluntarios irlandeses nacionalistas.
A lo largo de la segunda mitad del siglo xix, el apoyo a la causa por la independencia nacional irlandesa y polaca fue una constante del movimiento obrero europeo. La tragedia de Irlanda y la ilusión de Marx de que la independencia irlandesa era una necesidad han sido utilizadas muchas y repetidas veces para justificar el apoyo a una serie de movimientos de “liberación nacional” contra las potencias imperialistas, sean antiguas o recientes. Pero el desencadenamiento de la guerra mundial en 1914 iba a obligar a tener en cuenta los cambios en la situación mundial que invalidaban las antiguas posiciones. Como lo plantearon nuestros predecesores de la Izquierda Comunista de Francia: “Solamente la acción basada en los datos más recientes, en continuo enriquecimiento, es revolucionaria. Por el contrario, la acción hecha sobre la base de una verdad de ayer, pero ya expirada hoy, es estéril, nociva y reaccionaria" ([1] [25]).
Cuando fue ejecutado James Connolly, Sean O’Casey ([2] [26]) declaró que el movimiento obrero había perdido a uno de sus dirigentes y que el nacionalismo irlandés había ganado un mártir.
¿Cómo pudo ocurrir eso? ¿Cómo un internacionalista convencido y firme como Connolly pudo entregar su destino en manos del patriotismo? No vamos a examinar aquí la evolución de su actitud en 1914: ya tratamos de este tema en un artículo publicado en Word Revolution en 1976 ([3] [27]) que sigue estando de actualidad. Tampoco intentaremos demostrar su profunda hostilidad hacia el nacionalismo interclasista: sus propias palabras, que citamos en un artículo de nuestro sitio web ([4] [34]), son suficientemente elocuentes por sí mismas. Nuestro objetivo aquí es más bien el de examinar el pensamiento de Connolly en el contexto del socialismo internacional de aquél entonces y la forma cómo ha ido evolucionando la actitud del movimiento obrero sobre la “cuestión nacional” entre la oleada de levantamientos que recorrió Europa en 1848 y el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914.
Como Marx lo habría de demostrar más tarde, los acontecimientos de 1848 tuvieron un doble carácter. Por un lado, eran movimientos nacionales democráticos que tenían el objetivo de unificar “naciones” divididas en una multitud de pequeños feudos y reinos semifeudales: así fue, en particular, con Alemania e Italia. Por el otro, esos acontecimientos revelaron, en particular en París, el surgimiento del proletariado industrial que apareció por primera vez en la historia como fuerza política independiente ([5] [35]). No es sorprendente entonces que 1848 planteara qué actitud debía adoptar la clase obrera sobre la cuestión nacional.
Fue en 1848 cuando se publicó El Manifiesto del partido comunista donde se exponía claro e inequívoco el principio internacionalista como fundamento del movimiento obrero: “Los trabajadores no tienen patria. No se les puede quitar lo que no tienen. (…) Los proletarios no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar. ¡Proletarios de todos los países, uníos!”
Tal es pues el principio general: los obreros no pueden ser divididos por intereses nacionales, deben unirse más allá de las fronteras: “La acción común [del proletariado], al menos de los países civilizados, es una de las primeras condiciones de su emancipación” (ídem). Pero ¿cómo poner ese principio en práctica? En la Europa de la mitad del siglo xix, quedaba claro para Marx y Engels que para estar en condiciones de tomar el poder, el proletariado debía en primer lugar convertirse en una fuerza política y social de mayor entidad y eso dependía del desarrollo de las relaciones sociales capitalistas. Este desarrollo requería el derrocamiento de la aristocracia, la destrucción de los particularismos feudales y la unificación de “grandes naciones históricas” (esta expresión es de Engels) con el fin de crear el extenso mercado interior que necesitaba el capitalismo para desarrollarse y, así, desarrollar el número, la fuerza y la organización de la clase obrera.
Para Marx y Engels, y en general para el movimiento obrero de aquél entonces, la unidad nacional, la supresión de los privilegios feudales y el desarrollo de la industria no podían realizarse sino mediante un movimiento democrático: la libertad de la prensa, el acceso a la educación, el derecho de asociación son reivindicaciones democráticas en el marco del Estado-nación e imposibles fuera de él. En qué medida eran necesarias esas condiciones, es algo discutible. Después de todo, el desarrollo industrial del siglo xix no se limitó a democracias como Gran Bretaña o Estados Unidos. Los regímenes autocráticos como la Rusia zarista o Japón bajo la Restauración Meiji también conocieron un progreso industrial sorprendente durante el mismo período. Sin embargo, el desarrollo de Rusia y Japón siguió dependiendo en gran parte del de los países democráticos más avanzados, y resulta significativo que el régimen reaccionario autocrático prusiano Junker, que dominaba Alemania, se viera obligado a respetar una serie de libertades democráticas.
Las reivindicaciones democráticas también servían los intereses de la clase obrera y eran importantes para ella. Como lo dijo Engels, daban a la clase obrera “un espacio” para respirar y desarrollarse. La libertad de asociación facilitó la organización contra la explotación capitalista. La libertad de prensa facilitó la posibilidad para los trabajadores de informarse, de prepararse política y culturalmente para la toma del poder. Por no estar todavía en condiciones de hacer su propia revolución, el movimiento obrero compartía entonces los objetivos inmediatos de otras clases y existía una fuerte tendencia a identificar la causa del proletariado con la del progreso, la unidad nacional y el combate por la democracia. He aquí un extracto de una intervención de Marx en 1848 en una reunión en Bruselas para celebrar el segundo aniversario del levantamiento de Cracovia (Polonia): “La revolución de Cracovia dio un ejemplo glorioso a toda Europa al identificar la causa de la nacionalidad a la causa de la democracia y de la liberación de la clase oprimida (…) Y encuentra la confirmación de sus principios en Irlanda donde el partido estrechamente nacional se fue a la tumba con O’Connell y donde el nuevo partido nacional es ante todo reformador y democrático” ([6] [36]).
Sin embargo, la lucha por la unidad y la independencia nacional no se consideraba para nada como un principio universal. Así escribía Engels en 1860 en The Commonwealth: “Tal derecho a la independencia política de las grandes subdivisiones nacionales de Europa, reconocido por la democracia europea, no podía sino ser reconocido también por la clase obrera en particular. En realidad, sólo era reconocer a otras grandes comunidades nacionales con gran vitalidad el mismo derecho a una existencia nacional distinta que los trabajadores de cada país reclamaban para sí mismos. Pero este reconocimiento, y la simpatía ante esas aspiraciones nacionales, se limitaban a las grandes naciones de Europa, históricamente bien definidas; eran Italia, Polonia, Alemania, Hungría” ([7] [37]). Engels continúa: “No hay países de Europa donde no hay distintas nacionalidades bajo el mismo gobierno. Los celtas de las Highlands y los galeses se diferencian sin duda alguna por la nacionalidad de los ingleses, pero no viene a la mente de nadie designar como naciones a esos restos de pueblos desaparecidos desde hace mucho tiempo, no más que a los habitantes célticos de Bretaña en Francia”. Engels establece claramente una diferencia entre “el derecho a la existencia nacional de los pueblos históricos de Europa” y la de los “numerosos pequeños vestigios de pueblos que, tras haber desempeñado un papel en la escena de la historia durante un período más o menos largo, finalmente han sido absorbidos por las naciones poderosas cuya mayor vitalidad les permitió superar los mayores obstáculos.”
¿Es Irlanda un caso particular?
El rechazo de un principio nacional que se aplica a todas las nacionalidades conduce naturalmente a plantearse la siguiente pregunta: ¿en qué Irlanda sería un caso particular? ¿Por qué Marx y Engels no defendieron la idea de que Irlanda fuese absorbida simplemente por Gran Bretaña como condición para su desarrollo industrial?
Pues no cabe duda de que, para ellos, Irlanda era un “caso particular”, con un significado especial. En un momento dado, Marx hasta llegó a defender que Irlanda era la clave de la revolución en Inglaterra al igual que Inglaterra era la clave de la revolución en Europa.
Había dos razones. En primer lugar, Marx estaba convencido de que la expoliación brutal del campesinado irlandés por los latifundistas ingleses “ausentes” ([8] [38]) era uno de los principales factores que mantenían a la clase aristocrática reaccionaria en su sitio e impedían la vía del progreso democrático y económico.
La otra razón, y seguramente la más importante, era el factor moral. La soberanía de Inglaterra sobre una Irlanda reticente y el tratamiento al que se sometía a los irlandeses, en particular a los obreros irlandeses, como una subclase esclava, no solo eran injustos y ofensivos, sino que también corrompían moralmente a los propios obreros ingleses. ¿Cómo podría sublevarse la clase obrera inglesa contra el orden existente si seguía siendo cómplice de su propia clase dominante en la opresión nacional de los irlandeses? Ese era el razonamiento de Marx. Además, mientras los irlandeses se vieran privados de su dignidad nacional, siempre seguiría habiendo proletarios irlandeses listos para alistarse en el ejército inglés y participar en el aplastamiento de las revueltas de los obreros ingleses –como Connolly lo demostraría más tarde.
La insistencia en la independencia irlandesa se extendió a la Primera Internacional –como lo defendió Engels en 1872: “Cuando los miembros de la Internacional que pertenecen a una nación conquistadora piden a los que pertenecen a una nación oprimida, no solamente en el pasado, sino también en el presente, que olviden su situación y su nacionalidad específica, “borrar todas las oposiciones nacionales”, etc., no demuestran internacionalismo. Defienden simplemente el sometimiento de los oprimidos intentando justificar y perpetuar la soberanía del conquistador bajo el velo del internacionalismo. En este caso, eso no haría más que reforzar la opinión, ya muy extendida entre los obreros ingleses, según la cual son seres superiores con relación a los irlandeses y representan una especie de aristocracia, como los blancos de los Estados esclavistas norteamericanos creían serlo con relación a los negros.
“En un caso como el de los irlandeses, el verdadero internacionalismo debe necesariamente basarse en una organización nacional autónoma: los irlandeses, como las demás nacionalidades oprimidas, no pueden entrar en la Asociación Obrera Internacional sino en igualdad con los miembros de la nación conquistadora y protestando contra tal opresión. En consecuencia, las secciones irlandesas no solo tienen el derecho sino también el deber de declarar en los preámbulos de sus estatutos que su tarea primera y más urgente, como irlandeses, es la de conquistar su propia independencia nacional” ([9] [39]).
Esencialmente, es la misma lógica que llevó a Lenin a insistir para que el programa del Partido Bolchevique incluyera el derecho de las naciones a la autodeterminación: era la única vía, desde su punto de vista, para que el rechazo hacia el “chauvinismo gran ruso” (equivalente entre los obreros de Rusia de los sentimientos de superioridad de los obreros ingleses hacia los irlandeses) se hiciera explícito e inequívoco.
La unidad nacional dentro de fronteras nacionales definidas, la democracia, el progreso y los intereses de la clase obrera, todo eso era considerado entonces como si evolucionaran en la misma dirección. Incluso Marx – de quien no podemos sospechar que albergara fantasías sentimentales– previó, quizá en momentos de optimismo imprudente, la posibilidad para los obreros de tomar el poder por la vía electoral en países como Gran Bretaña, Holanda o Estados Unidos. Pero en ningún momento la unidad nacional ni la democracia se consideraron como el objetivo final, eran simplemente principios contingentes en el camino del objetivo final: “Los obreros no tienen patria. ¡Proletarios del mundo, uníos!”
El problema de tales principios contingentes es que pueden ser solidificados como principios abstractos e invariantes de tal modo que ya no expresan la dinámica de evolución de un verdadero desarrollo histórico sino, al contrario, arrastran hacia atrás o, peor, se transforman en obstáculos activos. Y eso, como lo vamos a ver, es lo que ocurrió con la perspectiva del movimiento socialista sobre la cuestión nacional a finales del siglo xix. Pero en primer lugar, detengámonos brevemente sobre cómo expresaba concretamente Connolly las ideas dominantes de la Segunda Internacional.
Aunque vivió algunos años en Estados Unidos en donde se había unido a los IWW ([10] [40]), Connolly siguió siendo sobre todo un socialista irlandés. Adoptó los métodos del sindicalismo industrial en contra del sindicalismo obtuso de las corporaciones, se unió a Jim Larkin para construir el Irish Transport & General Workers Unión (ITGWU) y desempeñó un papel clave en la gran huelga y el lockout de Dublín en 1913. Pero incluso en esa época, en Estados Unidos, Connolly fue sucesivamente miembro del Socialist Labor Party de Daniel de Leon y del Socialist Party of America y es justo decir que dedicó su vida a construir una organización política socialista en Irlanda. Hubiera definido probablemente esta organización como marxista si le hubiera interesado poner una etiqueta teórica sobre una organización. Es cierto que su Irish Socialist Republican Party ([11] [41]) era reconocido de pleno derecho como delegación irlandesa en el Congreso de 1900 de la Segunda Internacional. Pero no se tiene casi ninguna información, en los escritos de Connolly, sobre si conoció o participó en los debates de la Internacional, sobre la cuestión nacional en particular; y eso es tanto más sorprendente, pues había hecho el esfuerzo de aprender a leer el alemán con bastante fluidez.
Connolly creía que el socialismo no podría por así decirlo sino crecer sobre un terreno nacional. En realidad, su gran estudio Labour in Irish History está parcialmente dedicado a poner de manifiesto que el socialismo surge naturalmente de las condiciones irlandesas; él destaca en particular los escritos de William Thompson en los años 1820 al que considera, con razón en cierta medida, como uno de los precursores de Marx en la definición del trabajo como la fuente del capital y de la ganancia ([12] [42]).
No es entonces sorprendente ver a Connolly, en un artículo de 1909 en The Irish Nation titulado “Sinn Fein, socialism and the nation”, defender el acercamiento entre “los miembros del Sinn Fein que simpatizan con el socialismo” y “los socialistas que se dan cuenta de que el movimiento socialista ha de basarse en las condiciones históricas y actuales del país en el que actúan y sacar de él su inspiración, y no perderse simplemente en un “internacionalismo” abstracto (que no tiene nada que ver con el verdadero internacionalismo del movimiento socialista).” En el mismo artículo, Connolly se opone a los socialistas que, “observando que los que hablan más alto sobre “Irlanda como nación” son a menudo los que machacan sin piedad a los pobres, los que más critican con fuerza el nacionalismo y, aun oponiéndose a la opresión en todos los tiempos, también se oponen a las rebeliones nacionales por la independencia nacional” así como a los que “principalmente reclutados entre los obreros de las ciudades del Noreste en Ulster, fueron liberados de la soberanía de los capitalistas y latifundistas Tory y de la Orden de Orange por las ideas socialistas y la lucha de clases, y para quienes el nacionalismo irlandés no es sino una bandera verde mientras que el English Independent Labour Party ofrece medidas prácticas para aliviarlos de la opresión capitalista… o sea que van naturalmente allí donde se imaginan que tendrán un alivio” (traducido por nosotros).
Identificar a la clase obrera con la nación podía, plausiblemente, pretender reivindicarse de Marx y Engels. Después de todo, se puede leer en El Manifiesto que “… en la medida en que el proletariado debe en primer lugar conquistar el poder político, elevarse a la condición de clase nacional, constituirse en nación, todavía es nacional, aunque en modo alguno en el sentido burgués.” Y la misma idea está en los escritos de Kautsky de 1887: “Como para las libertades burguesas, los proletarios deben comprometerse a favor de la unidad y la independencia de su nación contra los elementos reaccionarios, particularistas, como frente a los posibles ataques del exterior. (…) En el Imperio romano decadente, los antagonismos sociales habían aumentado tanto y el proceso de descomposición de la nación romana, si se puede designarla como tal, se había vuelto tan intolerable que muchos eran los que veían como un salvador al bárbaro germánico, ese enemigo del país. Todavía no estamos en esa situación, al menos en los Estados nacionales. Claro está que no deja de crecer el antagonismo entre burguesía y proletariado, pero simultáneamente éste siempre se afirma más como el núcleo de la nación, por el número y la inteligencia, y los intereses del proletariado y los de la nación no dejan de converger crecientemente. Una política hostil a la nación sería entonces puro suicidio por parte del proletariado” ([13] [43]).
Retrospectivamente, resulta fácil ver cómo trasluce detrás de esa definición de la nación y del proletariado la traición de 1914 – la defensa de la “cultura” alemana contra la barbarie zarista –. Pero la retrospectiva no puede ser de ninguna ayuda actualmente y el hecho es que el movimiento marxista a finales del siglo xix falló en gran parte en la reevaluación de su análisis sobre la cuestión nacional ante una realidad cambiante.
Durante cuarenta años, el movimiento socialista no cuestionó realmente la hipótesis optimista de El Manifiesto según la cual “El aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen de día en día con el desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio y el mercado mundial, con la uniformidad de la producción industrial y las condiciones de existencia que le corresponden”. Eso era verdad hasta cierto punto –ya volveremos a ese tema más adelante– puesto que en los años 1890 la “cuestión nacional” iba a encontrarse en primer plano del escenario político como nunca antes, precisamente debido a la extensión fenomenal de las relaciones sociales capitalistas y de la producción industrial. Con el desarrollo de las condiciones modernas de producción aparecieron en la Europa central y oriental, nuevas burguesías nacionales con aspiraciones nacionales modernas. El debate que esto provocó sobre la cuestión nacional adquirió una nueva importancia, sobre todo para la socialdemocracia rusa respecto a Polonia y al Imperio austrohúngaro, respecto a las aspiraciones nacionales de los checos y de una multitud de pueblos eslavos más pequeños.
La crítica del Estado-nación por Luxemburg
La forma en que se planteaba la cuestión nacional debía pues cambiar durante los treinta últimos años del siglo xix.
En primer lugar, como lo demostró Luxemburg en La cuestión nacional y la autonomía, en cuanto la clase burguesa ha conquistado su mercado interior, debe convertirse necesariamente en Estado imperialista conquistador. Más aún, en la fase imperialista del capitalismo, todos los Estados están obligados a pretender por medios imperialistas abrirse una brecha en el mercado mundial. Respondiendo al postulado de Kautsky de un capitalismo que evoluciona hacia un “super-Estado” único, Luxemburg escribe: “Sin embargo, ese Estado nacional “más perfecto” no es sino una abstracción fácilmente susceptible de ser desarrollada y defendida teóricamente pero que no se corresponde con la realidad. (…) El desarrollo imperialista, característica relevante de la era contemporánea que adquiere cada día mayor preponderancia gracias al progreso del capitalismo, condena a priori a un sinnúmero de pequeñas y medianas naciones a la impotencia política” ([14] [44]). “El razonamiento de que un Estado independiente constituye, sea como fuere, la “óptima garantía” de la existencia y del desarrollo nacionales significa que se emplea el concepto de Estado nacional como una categoría totalmente abstracta. El Estado nacional, considerado únicamente desde el punto de vista nacional, solo como garantía y símbolo de la libertad y de la independencia es como un harapo raído y gastado, un residuo de la putrefacta ideología pequeñoburguesa alemana, italiana, húngara, que imperaba en la Europa central durante la primera mitad del siglo xix; es una frase sin sentido, tomada del enmohecido arsenal del liberalismo burgués” ([15] [45]) (…) “Los “Estados nacionales”, aun en su forma republicana, no constituyen de manera alguna la creación ni la expresión de la “voluntad de los pueblos”, tal como dice el enunciado de la teoría liberal y como repite tras él el anarquismo. “Los Estados nacionales” representan hoy día el mismo instrumento y forma de dominación clasista de la burguesía que los Estados no nacionales, usurpadores, y que, como tales, desarrollan precisamente solo las tendencias hacia la rapiña, la guerra y la opresión; es decir, tienden a convertirse en “no nacionales”. Por esta razón, entre los Estados nacionales existen continuas pugnas a causa de intereses contradictorios, y aun si todos los Estados pudieran, mediante algún milagro, transformarse en “nacionales”, ya al día siguiente presentarían el mismo cuadro de guerras mutuas, conquistas y opresión” ([16] [46]).
Para las pequeñas nacionalidades, eso significaba inevitablemente que la única “independencia” nacional posible era trasladarse de la órbita de un Estado imperialista más potente para ligarse con otro. Esto se ilustró más claramente que en cualquier otro lugar en las negociaciones llevadas a cabo por el Irish Volunteers (precursores del IRA) con el imperialismo alemán mediante la organización irlandesa en Estados Unidos, Clan Na Gael, con Roger Casement que actuó como embajador ante Alemania ([17] [47]). Casement solía pensar que 50.000 soldados alemanes eran necesarios para un levantamiento victorioso, obviamente imposible sin una victoria alemana decisiva en el mar. La tentativa de desembarcar un cargamento de fusiles procedente de Alemania a tiempo para el levantamiento de 1916 acabó en descalabro, pero sigue siendo una prueba abrumadora de la preparación del nacionalismo irlandés para participar en la guerra imperialista.
Al abandonar el análisis marxista de clase sobre la guerra imperialista como producto del capitalismo sean cuales sean las naciones, Connolly también abandonó la posición de la independencia de la clase obrera respecto a los capitalistas. Se puede ver hasta dónde fue en esta dirección en la ingenuidad culpable de su descripción idílica de una “Alemania pacífica” combinada con un ataque algo racista contra los obreros ingleses “medio educados”: “Basando sus esfuerzos industriales en una clase obrera educada, [la nación alemana] llegó en los talleres a resultados a los que la clase obrera de Inglaterra a medio educar no podría sino aspirar. La clase obrera inglesa arrastrada a un servilismo de esclavo con respecto a los métodos empíricos y sometida a directores ligados a procesos tradicionales que poco a poco se ven dominados por un nuevo rival que reclutó a los científicos más competitivos que cooperaban con los obreros más educados (…). Quedaba claro que, ya que Alemania no podía ser derrotada económicamente en una justa competencia, debía serlo injustamente organizando contra ella una conspiración militar y naval (…) Eso significó llamar a las fuerzas de las potencias bárbaras para aplastar y obstaculizar el desarrollo de las potencias industriales pacíficas” ([18] [48]). Uno se pregunta lo que las decenas de miles de africanos masacrados tras la rebelión de los hereros en 1904 ([19] [49]), o también los habitantes de Tsingtao anexionado por las armas por Alemania en 1898, pensarían de las “potencias pacíficas” de la industria alemana.
Los “Estados nacionales” no solo tienden inevitablemente a convertirse en Estados imperialistas y conquistadores, como lo demuestra Luxemburg, sino que también se vuelven “menos nacionales” como resultado del desarrollo industrial y de la emigración de la fuerza de trabajo de los campos hacia las nuevas ciudades industriales. En el caso de Polonia, en 1900, no sólo el “Reino de Polonia” (o sea la parte de Polonia que había sido incorporada al Imperio ruso durante el siglo xviii) se industrializaba rápidamente, sino que también lo hacían las regiones étnicamente polacas bajo soberanía alemana ([20] [75]) (Alta Silesia) y austrohúngara (Silesia de Cieszyn). Además, las regiones industriales eran menos polacas desde el punto de vista étnico: los obreros de la gran ciudad industrial textil de Lodz eran principalmente de origen polaco, alemán y judío con algunas otras nacionalidades incluso ingleses y franceses. En Alta Silesia, los obreros eran alemanes, polacos, daneses, ucranianos, etc. Cuando Marx llamaba a la independencia nacional de Polonia como muralla contra el absolutismo zarista, prácticamente no existía clase obrera polaca; desde entonces, la actitud de los socialistas polacos hacia la nación polaca se había convertido en un problema clave, que llevó a una escisión entre el Partido Socialista Polaco (Polska Partia Socjalistyczna, PPS) a la derecha y la Socialdemocracia del Reino de Polonia y Lituania (SDKPiL) a la izquierda.
Para el PPS, la independencia polaca significaba la separación de Polonia de Rusia, pero, también, la unificación de las partes de la Polonia histórica entonces bajo soberanía alemana o austríaca, donde los obreros polacos trabajaban codo a codo con alemanes (y de otras nacionalidades). En efecto, el PPS consideraba que la revolución proletaria dependía de la “solución” de la “cuestión nacional” que no podía, como lo decía Luxemburg, sino conducir a la división en la clase obrera organizada en Alemania y Austria-Hungría. En el mejor de los casos sería un extravío, en el peor la destrucción de la unidad obrera.
Para Luxemburg y para el SDKPiL, al contrario, toda resolución de la cuestión nacional dependía de la toma del poder por la clase obrera internacional ([21] [76]). La única forma para los obreros de oponerse a la opresión nacional era unirse a la socialdemocracia internacional: al acabar con toda opresión, la socialdemocracia también acabaría con la opresión nacional: “No solamente [el Congreso de Londres de 1896] planteó el problema polaco y los de todos los demás pueblos oprimidos, sino que al mismo tiempo como único remedio a la opresión nacional invitó, a los obreros de todas las naciones afectadas, a no dedicarse cada uno en su país a edificar Estados independientes capitalistas, sino a unirse en las filas del socialismo internacional, para acelerar la creación del sistema socialista que eliminará radicalmente, al mismo tiempo que la opresión de clase, cualquier otro tipo de opresión, incluida la opresión nacional” ([22] [77]).
Cuando Luxemburg decidió oponerse al nacionalismo polaco del PPS en la Segunda Internacional, estaba totalmente consciente de hacer frente a una “vaca sagrada” del movimiento socialista y democrático: “El socialismo polaco ocupa –o, en cualquier caso, ocupó– un lugar único en sus relaciones con el socialismo internacional, una posición que se remonta directamente a la cuestión nacional polaca”. Pero como dijo y demostró muy claramente, defender al pie de la letra en 1890 el apoyo aportado en 1848 por Marx a la independencia de Polonia no era solamente negarse a reconocer que la realidad social había cambiado sino también transformar el propio marxismo, hacer de un método vivo de investigación de la realidad un dogma casi religioso y reseco.
En realidad, Luxemburg fue más lejos, considerando que Marx y Engels habían tratado la cuestión polaca esencialmente como un problema de “política exterior” para la democracia revolucionaria y el movimiento obrero: “Incluso al primer vistazo, esa opinión [o sea, la posición de Marx sobre Polonia] revela una ausencia deslumbrante de relación interna con la teoría social del marxismo. Al no conseguir analizar a Polonia y Rusia como sociedades de clase con sus contradicciones económicas y políticas en su seno, observándolas no desde el punto de vista del desarrollo histórico sino como si vivieran en condiciones fijas, absolutas, como unidades no diferenciadas y homogéneas, esta opinión es contraria a la esencia del marxismo.” Es como si Polonia – y por supuesto también Rusia – pudiera hasta cierto punto considerarse como “externa” al capitalismo.
El desarrollo de las relaciones sociales capitalistas tuvo esencialmente el mismo efecto en Irlanda que en Polonia. Aunque Irlanda fue sobre todo un país de emigración, la clase obrera irlandesa no era homogénea ni mucho menos: al contrario, la región con la industria más desarrollada era Belfast (la industria textil y los astilleros Harland and Wolff) donde los obreros eran descendientes de la población celta católica, que hablaba a menudo gaélico, y de los descendientes de los protestantes, de escoceses e ingleses que “se habían establecido” en Irlanda (gracias a la deportación violenta de la población de origen) por Oliver Cromwell y sus sucesores. Y esta clase obrera ya había comenzado a mostrar la vía de la única solución posible a la “cuestión nacional” en Irlanda, unificando sus filas en las huelgas masivas de Belfast en 1907. Los obreros irlandeses estaban presentes en todas las regiones industriales más importantes de Gran Bretaña, en particular en Glasgow y Liverpool.
La cuestión moral que Marx había planteado – el problema del sentimiento de superioridad de los obreros ingleses sobre los irlandeses – ya no se limitaba a Irlanda y a los irlandeses: la necesidad constante del capital de absorber más fuerza de trabajo implicaba migraciones masivas de las economías agrícolas hacia las regiones recientemente industrializadas, mientras que la extensión de la colonización europea llevaba a los obreros europeos a entrar en contacto con asiáticos, africanos, indios… por todo el planeta. En ningún sitio la inmigración fue tan importante como en la potencia capitalista que era Estados Unidos, país que no sólo conoció una enorme afluencia de obreros procedentes de toda Europa, sino también de fuerza de trabajo barata procedente de Japón y China y, obviamente, la migración de los obreros negros de los campos de algodón del Sur atrasado hacia los nuevos centros industriales del Norte: el legado de la esclavitud y los prejuicios racistas siguen siendo todavía “una llaga abierta” (utilizando una expresión de Luxemburg) en Estados Unidos hoy. Inevitablemente, aquellas oleadas de inmigración aportaron con ellas los prejuicios, las incomprensiones, el rechazo… toda la degradación moral que Marx y Engels habían constatado en la clase obrera inglesa se seguía reproduciendo. Cuanto más mezcla la inmigración a poblaciones de orígenes diversos, más absurda resulta la idea “de independencia nacional” como solución a los prejuicios. Sobre todo, teniendo en cuenta que entre los factores que sustentan todos esos prejuicios existe uno, universal y mucho más antiguo que cualquier prejuicio nacional, que tiene todavía mayor raigambre en el corazón de la clase obrera: la supuesta e irracional superioridad de los hombres sobre las mujeres. Marx y Engels habían identificado ahí un problema real, incluso crucial. Si se mantuviera, acabaría debilitando mortalmente la lucha de una clase cuyas únicas armas son su organización y su solidaridad de clase. Pero no podía y no podrá resolverse sino mediante la experiencia del trabajo y de la vida común, mediante la solidaridad mutua impuesta por las exigencias de la lucha de clase.
¿Qué condujo a James Connolly a acabar su vida en una contradicción tan flagrante con el internacionalismo que siempre había defendido? Aparte de las debilidades inherentes a su visión nacional que compartía con la mayoría de la Segunda Internacional, es posible – aunque se trate de pura especulación por nuestra parte – que su confianza en la clase obrera se hubiera quebrado por dos importantes derrotas: la de la huelga de Dublín de 1913 y la repugnante negativa de los sindicatos británicos de dar al ITGWU el apoyo adecuado y, sobre todo, activo; y la desintegración de la Internacional ante la prueba de la Primera Guerra Mundial. Si tal fue el caso, sólo podemos decir que Connolly sacó conclusiones falsas. El fracaso de la huelga de Dublín, producto del aislamiento de los obreros irlandeses, puso de manifiesto no que los obreros irlandeses debían buscar la salvación en la nación irlandesa sino, al contrario, que los límites de la pequeña Irlanda ya no podían seguir conteniendo la batalla entre el capital y el trabajo que se dirimía ya entonces en un escenario mucho más amplio; y la Revolución rusa, un año solamente después del aplastamiento del levantamiento de Pascua, debía poner de manifiesto que la revolución obrera, y no la insurrección nacional, era la única esperanza de acabar con la guerra imperialista y la miseria de la dominación capitalista.
Jens, abril de 2016
[1] [28] Léase al respecto "Contra el concepto de jefe genial”, Revista Internacional no 33, https://es.internationalism.org/revista-internacional/200802/2182/problemas-actuales-del-movimiento-obrero-contra-el-concepto-de-jef [78].
[2] [29] Sean O’Casey fue escritor y uno de los dramaturgos más ilustres de lengua inglesa del siglo xx. Nacido en una familia pobre protestante de Dublín, se incorporó inicialmente a la Liga Gaélica en 1906 antes de adherirse al movimiento obrero. Es uno de los fundadores del Irish Citizen Army, pero rompe con Connolly rechazando cualquier apoyo al nacionalismo irlandés. Véase nuestro artículo “Sean O'Casey and the 1916 Easter Rising” (Sean O’Casey y el alzamiento nacionalista irlandés de Pascua en 1916”), en https://en.internationalism.org/wr/292_1916_rising.html [79]; o, en su versión francesa, en https://fr.internationalism.org/irlande.htm [80].
[3] [31] Vuelto a publicar en Word Revolution nº 373, https://en.internationalism.org/icconline/201603/13876/james-connolly-an... [81].
[4] [51] “James Connolly opposes Irish independence”(James Connolly contra la independencia irlandesa), en inglés: https://en.internationalism.org/icconline/2010/7/connolly [82] y en francés https://fr.internationalism.org/ri416/james_connolly_s_oppose_a_l_independance_irlandaise.html [83]
[5] [52][5] Al menos en Europa continental. En realidad, el proletariado ya había aparecido en primer lugar como tal en Gran Bretaña con el Ludismo (a principios del s. XIX), y más tarde con el Cartismo (chartism).
[6] [53] https://library.fes.de/pdf-files/bibliothek/bestand/kmh-bak-2291.pdf [84]. Traducido por nosotros.
[7] [54] https://www.marxists.org/history/etol/newspape/ni/vol10/no07/engels.htm [85]. Traducido por nosotros.
[8] [55] Uno de los factores del atraso de la sociedad irlandesa era que gran parte del territorio pertenecía a señores rentistas ingleses a los que no les importaba cuidar las explotaciones agrarias y menos aún invertir en ellas; lo único que les interesaba era embolsar los ingresos más elevados posibles.
[9] [56] https://www.marxists.org/francais/marx/works/00/parti/kmpc062.htm [86], traducido por nosotros.
[10] [57] Industrial Workers of the World, sindicalista revolucionario.
[11] [58] Connolly es uno de los fundadores del ISRP en 1896. Aunque sin duda nunca contó con más de 80 miembros, tuvo influencia en la política socialista irlandesa más tarde, defendiendo con el Sinn Fein el principio de una República de Irlanda. El partido vivió hasta 1904 y publicó el Workers’Republic.
[12] [59] “Si queremos evaluar lo que aportaron Thompson y Marx, no les haríamos justicia oponiéndolos, ni haciendo la apología de Thompson para rebajar a Marx, como lo pretenden hacer algunos críticos de Marx en el Continente. Al contrario, debemos decir que las posiciones respectivas de este genio irlandés y de Marx pueden compararse a las relaciones históricas entre los evolucionistas predarwinianos y Darwin; así como Darwin sistematizó todas las teorías de sus antecesores y pasó su vida acumulando hechos para establecer su opinión con respecto a las demás, Marx descubrió la verdadera línea del pensamiento económico ya indicada y utilizó su genio, sus conocimientos y su investigación enciclopédica para basarla sobre fundamentos inquebrantables. Thompson barrió las ficciones económicas defendidas por los economistas ortodoxos y aceptadas por los utópicos, según los cuales la ganancia venía del intercambio, y declaró que venía de la sumisión del trabajo y de su apropiación por parte de los capitalistas y latifundistas, de los frutos del trabajo de otros. (…) Toda la teoría de la guerra de clase no es sino una deducción de este principio. Pero, aunque Thompson haya reconocido esta guerra de clase como un hecho, no la consideró como un factor, como el factor de la evolución de la sociedad hacia la libertad. Es lo que Marx hizo y, en nuestra opinión, ahí reside su gloria principal y suprema”, Labour en Irish History, traducido del inglés por nosotros.
Marx siempre citaba escrupulosamente sus fuentes y concedía crédito a los pensadores que lo precedieron. Cita en efecto el trabajo de Thompson en el primer volumen de El Capital, en el capítulo sobre “La división del trabajo y la manufactura”.
[13] [60] “Die moderne Nationalität”, Neue Zeit V, 1887 (traducido por nosotros).
[14] [61] Rosa Luxemburg, La cuestión nacional y la autonomía, capitulo “El derecho de los pueblos a la autodeterminación”.
[15] [62] Ídem, capitulo “El Estado nacional y el proletariado”.
[16] [63] Ídem.
[17] [64] Véase Ireland since the Famine, FSL Lyons, Fontana Press, pp 340-350.
[18] [65] Extracto de un artículo titulado “La guerra a la nación alemana”, El obrero irlandés. https://www.marxists.org/archive/connolly/1914/08/waronman.htm [87]. Traducido por nosotros.
[19] [66] Namibia hoy; entonces era el África del Sudoeste Alemana. Un testigo ocular informó de una derrota de los hereros (etnia mayoritaria): “Estaba presente cuando los hereros perdieron una batalla cerca de Waterberg. Tras la batalla, todos los hombres, mujeres y niños que cayeron presos entre las manos de los alemanes, heridos o no, fueron ejecutados sin piedad. Luego los alemanes persiguieron a los que se habían salvado, a los que encontraban por los caminos o las praderas, y los asesinaron. La gran mayoría de los hombres hereros no tenía armas y era incapaz de oponer una resistencia por mínima que fuera. Solamente intentaban huir con su ganado.” El alto mando de las fuerzas alemanas era totalmente consciente de esas atrocidades y las aprobaba.
[20] [88] Luxemburg era muy solicitada por el SPD alemán por ser uno de sus raros, y ciertamente mejores, oradores y agitadores en polaco.
[21] [89] Sería quizá necesario destacar – aunque esto sobrepase el marco de este corto estudio – que existían muchos desacuerdos e incertidumbres sobre lo que se define bajo el término de “nación”. ¿Era la lengua (como lo sostenía Kautsky), o era una “identidad cultural” más vagamente definida, como lo pensaba Otto Bauer? La cuestión sigue siendo válida – y estando abierta – hasta hoy.
[22] [90] Esta cita y las que siguen son del “Prólogo” escrito por Luxemburg a La cuestión polaca y el movimiento socialista, una recopilación de documentos del Congreso de Londres de la Segunda Internacional de 1896, donde Luxemburg se opuso con éxito al PPS que pretendía hacer de la independencia y la unificación polaca una reivindicación concreta e inmediata de la Internacional.
Links
[1] https://es.internationalism.org/files/es/pdf/rint_156_0.pdf
[2] https://es.internationalism.org/en/node/4042
[3] https://fr.internationalism.org/ICConline/2008/crise_economique_Asie_Sud_est.htm
[4] https://es.internationalism.org/node/2114
[5] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200608/1053/marc-de-la-revolucion-de-octubre-1917-a-la-ii-guerra-mundial
[6] https://fr.internationalism.org/rinte66/marc.htm
[7] https://fr.internationalism.org/rinte26/generalisation.htm#_ftnref2
[8] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200604/855/el-proletariado-de-europa-occidental-en-una-posicion-central-de-la-
[9] https://fr.internationalism.org/rinte37/debat.htm
[10] https://es.internationalism.org/node/2123
[11] https://es.internationalism.org/Rint109%20-%20FuncionamientoCCI
[12] https://es.internationalism.org/revistainternacional/201504/4097/1914-el-camino-hacia-la-traicion-de-la-socialdemocracia-alemana
[13] https://fr.internationalism.org/rinte28/mpp.htm
[14] https://es.internationalism.org/book/export/html/1196
[15] https://es.internationalism.org/rint/1983/35_partido
[16] https://es.internationalism.org/en/tag/2/39/la-organizacion-revolucionaria
[17] https://es.internationalism.org/en/tag/3/51/partido-y-fraccion
[18] https://es.internationalism.org/en/tag/vida-de-la-cci/resoluciones-de-congresos
[19] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200204/3283/documentos-de-la-vida-de-la-cci-la-cuestion-del-funcionamiento-org
[20] https://fr.internationalism.org/rinte18/cours.htm
[21] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201211/3556/la-organizacion-del-proletariado-fuera-de-los-periodos-de-luchas-a
[22] https://es.internationalism.org/node/2265
[23] https://es.internationalism.org/revista-internacional/198204/135/informe-sobre-la-funcion-de-la-organizacion-revolucionaria
[24] https://es.internationalism.org/files/es/pdf/rint_157_0.pdf
[25] https://es.internationalism.org/#_ftn1
[26] https://es.internationalism.org/#_ftn2
[27] https://es.internationalism.org/#_ftn3
[28] https://es.internationalism.org/#_ftnref1
[29] https://es.internationalism.org/#_ftnref2
[30] https://fr.internationalism.org/revolution-internationale/201607/9417/lutter-contre-tous-nationalismes
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