Ocho años después de su padre, G.W. Bush inicia su mandato depresidente de Estados Unidos de América. Aquél nos había prometido "una era de paz y prosperidad" tras la implosión del bloque del Este y el estallido de la URSS. Su hijo hereda una situación de miseria generalizada que se ha ido agudizando yextendiéndose a lo largo de los años 90. La situación del mundo esrealmente catastrófica. Y no es ni provisional, ni transitoria enespera de la profecía del G. Bush padre. Todo está indicando queel mundo capitalista arrastra a la humanidad en una espiral deconflictos guerreros mortíferos por todos los continentes, crecientes antagonismos imperialistas, especialmente entre las grandes potencias, en una nueva caída brutal en la crisis económica y en la miseria, en una cascada de catástrofes de todo tipo. Esos tres elementos, guerras, atasco económico y destrucción del planeta, hacen la vida de las generaciones actuales cada vez más insoportable, poniendo en peligro la supervivencia de las generaciones venideras. Se hace cada día más patente que elmundo capitalista lleva a la especie humana a su desaparición.
SI LA ILUSION de la paz quedó rápidamente desmentida por la guerra del Golfo y el subsiguiente aplastamiento de Irak en 1991, después, con la interminable guerra en Yugoslavia, la fábula de la prosperidad habrá podido alimentarse en varias ocasiones con las tasas positivas del crecimiento estadounidense de los años 90, con las alzas en las Bolsas, y la deslumbrante "nueva economía" ligada a Internet. Las tasas de crecimiento en Estados Unidos (EE.UU) y las cotizaciones bursátiles no han impedido, sino lo contrario en realidad, el incremento dramático de la pobreza y del hambre en el mundo. Por su parte, a la nueva economía se le ha mojado la pólvora y hoy las ilusiones de la prosperidad se están haciendo añicos.
Una economía en quiebra virtual
Ya hemos denunciado en esta Revista las patrañas sobre la "buena salud" de la economía capitalista, basada, por lo visto, en tasas de crecimiento positivas. La burguesía mundial ha establecido "reglas" para definir la recesión, la cual solo sería efectiva tras dos meses de crecimiento negativo. Digamos de paso que, globalmente, Japón lleva diez años en recesión "oficial", o sea según los criterios de la propaganda burguesa. Sin embargo, y más allá de las trampas sobre cifras y métodos de cálculo, la realidad del crecimiento positivo "oficial" no significa que la economía esté boyante. El aumento de la pobreza en los propios EE.UU. (1) bajo la presidencia de Clinton, a pesar de las tasas de crecimiento excepcionales es una ilustración de ello.
Peor que en 1929Los medios, los historiadores y los economistas se refieren siempre a la gran crisis de 1929, para definir una crisis económica catastrófica, mostrando así que hoy las cosas van bien. La experiencia misma de 1929 lo desmiente: "En la vida de la mayoría de hombres y mujeres, las experiencias económicas centrales de la época fueron, sí, devastadoras, coronadas por la Gran Crisis de los años 1923-1933, pero el crecimiento económico no cesó durante esas décadas. Sencillamente aminoró. En la mayor y más rica economía del planeta en aquel entonces, la de Estados Unidos, la tasa de crecimiento medio del PNB per cápita entre 1913 y 1938 no superó un modesto 0,8 % por año. Al mismo tiempo, la producción industrial mundial aumentó de algo más de 80 %, o sea la mitad del crecimiento del cuarto de siglo anterior (W.W. Rostov, 1978, p. 662) […] Sea como fuere, si un marciano hubiera observado la curva de los movimientos económicos desde lo bastante lejos como para no fijarse en los altibajos que sufrieron los seres humanos en la tierra, habría concluido inevitablemente que hubo una expansión continua de la economía mundial" (E.J. Hobsbawm, La edad de los extremos).
Nuestros economistas y gobernantes no son marcianos sino representantes y defensores del orden capitalista. Y como tales pasan gran parte de su tiempo en enmascarar la realidad de la catástrofe económica. Sólo algunas veces, y en publicaciones más confidenciales, algunos reconocen una parte de la realidad que viene a confirmar nuestras tesis. "Sin embargo, el crecimiento económico seguirá siendo insuficiente para reducir la tasa de pobreza o llevar bienestar a la población", reconoce The Economist a propósito de Latinoamérica (Courrier international, "Le monde en 2001"). Y eso es válido para toda la población mundial. ¿Qué decir entonces de la agravación dramática de la pobreza si se realizaran las previsiones de Fred Hockey, citado por The Wall Street Journal, cuando dice "seguro que vamos hacia una recesión" (Le Monde, 17 de marzo de 2001)?
Hoy con las caídas bursátiles de este principio de 2001, es difícil creer que todo va bien en el reino de las finanzas o en la "nueva economía" vinculada a Internet. "Desde su más alto nivel histórico de 5132 enteros alcanzados el 10 de marzo de 2000, el mercado de valores tecnológicos ha caído casi 65 %. Triste aniversario, pues, para ese mismo período son casi 4,5billones de dólares los que se han esfumado en el conjunto de las plazas financiera norteamericanas" (Le Monde, ídem).
Más allá de la economía ligada a Internet, las afectadas por la baja de las cotizaciones son todas las Bolsas. Por ahora, contrariamente a las crisis bursátiles de los años 1980 y 1990 (EEUU, Asia, Rusia), la caída parece estar controlada, aunque se trate de una quiebra importante. Sigue habiendo el mismo problema: la economía japonesa, cuyo sistema financiero y bancario, muy fragilizado por deudas muy dudosas, está al borde de la quiebra. "La ruina del sistema bancario nipón amenaza al resto del planeta" (Le Monde, 27 de marzo de 2001). Si Japón retirara sus haberes americanos, sería todo el financiamiento a crédito de la economía norteamericana el que estaría amenazado por las sucesivas consecuencias de tal decisión. "Si los inversores extranjeros no quieren seguir abasteciendo los capitales necesarios, el impacto en el crecimiento, en las cotizaciones en la Bolsa y en el dólar podría ser importante" (The Economist, Courrier international, "Le monde en 2001").
Más todavía: los ahorros de las familias americanas son nulos y la deuda privada y la de las empresas para especular en Bolsa, ha alcanzado cotas insospechadas. Ya lo hemos demostrado en múltiples ocasiones: la economía capitalista mundial se basa en una montaña de deudas que nunca serán reembolsadas y que, tras haber relegado en el tiempo y en el espacio, hacia los países emergentes, las consecuencias del atolladero económico del mundo capitalista, esas deudas acaban acelerando y agravando las cosas. La primera economía, la de EEUU, es la más endeudada de todas y sus tasas de crecimiento son pagadas a crédito mediante "un déficit comercial colosal y un endeudamiento masivo hacia el exterior" (ídem). Incluso los expertos expresan sus dudas. "Resumiendo, la economía americana, en 2001, necesitará una gestión inteligente y, sobre todo, una buena dosis de suerte" (ídem) ¿Quién se subiría en un avión en el que se previene de antemano que se necesita un piloto inteligente, y sobre todo "una buena dosis de suerte"?
Al mismo tiempo, y tras las diferentes crisis financieras que han sacudido a Rusia, Asia, Latinoamérica en varias ocasiones, incapaces una tras otra de afrontar los plazos de la deuda, le toca ahora a Turquía estar casi en quiebra y recibir a su cabecera al FMI. Incapaz de reembolsar 3mil millones de dólares el 21 de marzo, Turquía ha recibido 6 mil millones del FMI a cambio de un plan drástico de ataques económicos contra la población. Por otra parte, el descenso a los infiernos de la economía argentina ha conocido una nueva aceleración. Este invierno hubo que otorgarle con urgencia "una ayuda financiera excepcional de 397 mil millones de dólares, destinados ante todo a evitar la imposibilidad de pago de la pesada deuda externa (122 mil millones de dólares, o sea el 42 % del PNB)" (Le Monde, 20 de marzo de 2001, suplemento económico). En sí, esas crisis locales podrían únicamente expresar la fragilidad de esos países. Pero, de hecho, expresan la fragilidad de la economía mundial pues en cada una de esas crisis - y hay muchas en Latinoamérica desde 1982 - en las que países "emergentes" resultar ser incapaces de hacer frente a los plazos de su deuda, es todo el sistema financiero internacional el que está en peligro inmediato. De ahí vienen esas intervenciones precipitadas por parte de los gobiernos de las grandes potencias y del FMI a golpe de nuevos créditos cada vez más importantes.
En esta situación, lo que importa a la burguesía mundial, y desde hace varios años, es intentar controlar la inevitable caída de la economía norteamericana. "El exceso de la demanda con relación a la oferta en EE.UU. simboliza el reverso de ese milagro [el crecimiento norteamericano]. Es también un peligro, pues viene acompañado de un déficit comercial colosal y de una deuda masiva con el exterior. Si el déficit y la deuda se confirmaran, el desplome sería inevitable. Pero no será así. En 2001, con el retorno del crecimiento americano a un ritmo más moderado, no ya milagroso sino sencillamente impresionante, los déficits del comercio exterior y la balanza de pagos deberían disminuir" (The Economist, Courrier International, "Le monde en 2001"). El primer periodista confiaba en la suerte. Este último, en un artículo titulado "L'age d'or de l'économie mondiale" (La edad de oro de la economía mundial) espera milagros. Para los diferentes sectores de la economía mundial, aparte de los intereses imperialistas, políticos y comerciales antagónicos, la cuestión crucial sigue siendo el éxito o no del "aterrizaje suave" de la economía de EE.UU. O sea, que no haya sacudidas excesivas que podría acabar por poner bruscamente al descubierto ante la población mundial, y especialmente la clase obrera internacional, la realidad dramática de la quiebra del modo de producción capitalista y su carácter irreversible. Para la población mundial, incluida la de los países industrializados de Europa y de América del Norte, la perspectiva es hacia un incremento de la pobreza y de la miseria que ya están alcanzando cotas muy altas.
La "crisis agrícola" es la crisis del capitalismoLas consecuencias de la crisis de sobreproducción agrícola van a provocar la ruina de miles de campesinos medios y pequeños en los países industrializados y una aceleración de la concentración de esta parte de la producción capitalista. Las enfermedades de las "vacas locas" o la epidemia de la fiebre aftosa no son desastres naturales, sino catástrofes sociales, o sea vinculadas y resultantes del modo de producción capitalista. Son el producto de la agudización de la competencia económica y de la carrera productivista. En resumen, son la plasmación de la sobreproducción agrícola mundial y ofrecen la ocasión de "resolverla" temporalmente, mediante la matanza masiva de animales… mientras una gran parte de la población mundial se muere de hambre. Y eso que bastaría con… vacunar a los animales. "La crisis agrícola subraya una vez más hasta qué punto el hambre en el Sur va en perfecto paralelismo con el despilfarro en el Norte" (Sylvie Brunel, "Action contre la faim", Le Monde 10/03/01). Esta crisis va a tener también consecuencias dramáticas en campesinos de la periferia del capitalismo, o sea en una fracción importante de la población mundial. "Está apareciendo otra consecuencia desastrosa para el Tercer mundo causada por el hundimiento del sector cárnico: la sobreproducción de cereales" (ídem) ¡Qué otra más clara manifestación de la irracionalidad del mundo capitalista, de lo absurdo de su supervivencia, si no es ese ejemplo de miles de animales destruidos mientras millones de personas no tienen que comer! "Pues el problema alimentario del mundo no es el de la producción de alimentos, ampliamente suficiente para todos en volumen, sino en su reparto: quienes sufren de subnutrición son demasiado pobres para comprar con qué alimentarse" (ídem)(2). Ésa es la razón por la que el capitalismo no puede ni siquiera darse el "lujo" de vacunar a ovejas y vacas: las cotizaciones se hundirían, sobre todo si se entregaran gratis a los hambrientos del mundo los animales destinados al exterminio.
Sin destrucción del capitalismo, mientras sus leyes económicas, especialmente la ley del valor, subsistan, no es posible regalar animales sanos que van a ser destruidos. Y lo mismo es para toda la sobreproducción agrícola, y toda la producción capitalista, de ahí el dejar en barbecho cantidad de tierras en los países industriales y los enormes excedentes de mantequilla y leche invendibles. Solo una sociedad en la que la ley del valor, y por lo tanto el salariado y las clases sociales, hayan desaparecido, podrá resolver esas cuestiones, pues una sociedad así podrá dar y no destruir.
La población vinculada a las actividades agrícolas, ya sea de pequeños propietarios o de aparceros, ya sean braceros u obreros agrícolas, no es la única que recibe de lleno los latigazos de la brutal aceleración de la crisis económica.
Los ataques contra la clase obreraLlueven los despidos en todos los sectores. En EEUU, se suprimen empleos por miles, en compañías como Intel, Dell, Delfi, Nortel, Cisco, Lucent, Xerox, Compaq, de la "nueva economía", pero también en la industria tradicional como General Motors o Coca Cola. En Europa, vuelve brutalmente la siniestra ronda de despidos y cierres de empresas: cierre de almacenes Marks&Spencer, en Danone, en la industria de armamento (EADS, y, en Francia, GIAT, la que construye los carros Leclerq), a la vez que se reducen plantillas en las grandes empresas y los servicios públicos.
Se trata ahí de países industrializados, en donde las burguesías nacionales, conscientes de las potencialidades y de los peligros de la reacciones de una clase obrera concentrada y de gran experiencia histórica de lucha, toman muchas precauciones políticas para llevar a cabo sus ataques. En los países en donde la clase obrera es más joven, menos experimentada y más dispersa, los ataques son todavía más violentos. Está claro que, entre otros muchos ejemplos, los ataques van a redoblar contra la clase obrera en Argentina y también en Turquía. Todos esos ataques masivos en todos los países, en todos los sectores, tiran por los suelos la patraña de que "la economía va bien". Y sobre todo, la idea, machacada sin cesar, de que si una empresa despide, se trataría de un caso particular, excepcional, y que, en otros lugares, en otras empresas y sectores, todo iría bien. Toda la clase obrera del mundo se ve afectada; en todos los sectores de actividad llueven los despidos, se reducen los salarios, se incrementan eventualidad y horas de trabajo, se deterioran las condiciones de trabajo y de vida.
Bush, el padre, y con él los diferentes aparatos de Estado nacionales, gobiernos, políticos, ideólogos, periodistas, intelectuales, hablaban de prosperidad. Lo que sí nos cayó encima fue, es, y todo indica que así seguirá siendo cada día más, la miseria por doquier. La humanidad se encuentra ante una situación histórica bloqueada. Por un lado, al capitalismo ya no le quedan perspectivas que ofrecer sino es la crisis, la guerra, la desolación, más y más miserias y barbarie. Por otro lado, la única fuerza social, la clase obrera internacional, que podría ofrecer la perspectiva de acabar con el capitalismo y encaminarse hacia una nueva sociedad no ha logrado todavía afirmarse abiertamente. En tal situación, estamos asistiendo a una putrefacción de raíz, a una verdadera descomposición de la sociedad capitalista. Entre las consecuencias más dramáticas, además de las guerras, la violencia urbana, la inseguridad general, entre las que más ponen en peligro la supervivencia misma de la humanidad, la destrucción del medio ambiente y la multiplicación de catástrofes de todo tipo.
Putrefacción e irracionalidad de lasociedad capitalistaEntre la disminución de la capa de ozono, las contaminaciones marítimas y terrestres, ríos, ciudades y campos, trapicheos sobre los alimentos, epidemias en el hombre y en el ganado - la lista no es exhaustiva - el planeta se vuelve cada día más inhabitable, con su propio equilibrio en peligro. Hasta hoy, las catástrofes y la deterioración del medio ambiente no aparecían sino como consecuencias "mecánicas" de la agravación de la crisis económica, de la competencia capitalista y de la búsqueda desenfrenada de una productividad máxima. Hoy las cuestiones del entorno se han convertido en bazas imperialistas, un ámbito de enfrentamiento entre grandes potencias. La ruptura de los acuerdos de Kioto sobre las emisiones de gas con efecto invernadero por parte de EE.UU. ha sido la ocasión de una denuncia por las demás grandes potencias, sobre todo las europeas, de la irresponsabilidad estadounidense. "La Unión Europea no ve otra solución alternativa al problema climático del protocolo de Kioto y sigue decidida a aplicarlo, con o sin Estados Unidos" (Romano Prodi, presidente de la Comisión europea, Le Monde 6/04/01).
Lo mismo que con las causas humanitarias y la "defensa de los derechos humanos", el medio ambiente y las catástrofes naturales son temas de competencia entre Estados. La "injerencia humanitaria" organizada en Bosnia fue un terreno de enfrentamiento entre las grandes potencias, como ya lo había sido en Somalia. La ayuda humanitaria es igual: cada vez que hay un terremoto, asistimos a la misma competición entre equipos americanos y europeos a ver quién encuentra más muertos entre los escombros.
Cada día más se desvela la relación entre atolladero económico del capitalismo, exacerbación de antagonismos imperialistas que la crisis económica provoca en el plano histórico, y todas las consecuencias sobre la vida social entera, consecuencias que vienen a su vez a acentuar las rivalidades imperialistas y los conflictos, a incidir en la crisis económica. El mundo capitalista está arrastrando a la humanidad y al planeta en una espiral dantesca, a un hundimiento en los infiernos.
Multiplicación de las guerras"El que la humanidad se haya acostumbrado a vivir en un mundo en el que las matanzas, las torturas y el exilio de masas se han convertido experiencias cotidianas que ya ni notamos es, quizás, lo más trágico de esta catástrofe" (E.J. Hobsbawn, L'âge des extrêmes).
El panorama del mundo actual es de espanto. Una multitud de conflictos guerreros sin fin ensangrientan el planeta. Afectan a todos los continentes: en lo que fue la URSS, especialmente en lo que fueron sus repúblicas asiáticas, empezando por las del Cáucaso; en Oriente Medio, desde Irak a Pakistán pasando por Afganistán; en el Sudeste asiático; en Oriente Próximo, evidentemente; en África; en parte de Sudamérica, especialmente Colombia; en los Balcanes. Hoy, los países y las regiones del mundo que no están afectadas directamente, a mayor o menor grado, por guerras abiertas o larvadas parecen islotes de "paz" en medio de un océano de enfrentamientos bélicos.
A finales de los 70 y primeros 80, la situación en Líbano era el paradigma más claro de la entrada del mundo capitalista en su fase de descomposición. Cabe recordar que entonces se hablaba de "libanización" cuando un país era presa de una guerra sin fin y de la dislocación. Hoy se han "libanizado" continentes enteros. ¿Cuántos países africanos? (3). Difícil enumerarlos a todos, pero su mayoría se han vuelto "Líbanos". Afganistán (4) - más de 20años de guerra y de matanzas continuas - es una de las expresiones más extremas y dramáticas.
No nos engañemos: la responsabilidad primera tanto en su origen histórico como en la agravación de los conflictos, es la del imperialismo en general y el de las grande potencias en particular. Son las rivalidades imperialistas entre éstas lo que ha desencadenado esos conflictos, lo que los ha alimentado: así fue en Afganistán con la invasión rusa en 1980 y el apoyo a la guerrilla islámica por Estados Unidos, en la época de los dos bloques imperialistas. Y lo mismo, evidentemente, en los Balcanes hoy, con el apoyo por Alemania, por un lado, a las independencias eslovena y croata en la ex Yugoslavia, y, por otro, con la intervención activa de Gran Bretaña, Francia, Rusia, Italia, España y Estados Unidos -por no citar sino a las principales potencias - para atajar aquella política. Lo mismo ha ocurrido en África. Tanto en el origen de las guerras como en su desarrollo todavía hoy, la mano de las grandes potencias sigue echando leña al fuego incluso cuando los conflictos dejan de tener un interés fundamental para ellas, como así ocurre en África o Afganistán.
Las rivalidades imperialistas directas entre grandes potencias, que han sido en general mucho menos aparentes sobre todo desde el final de los bloques en 1989, conocen hoy una tensión particular. Estados Unidos está adoptando una actitud especialmente agresiva hacia China, como lo demuestra el accidente del caza chino con el avión espía norteamericano el 1º de abril de 2001, hacia Rusia con la expulsión de 50 diplomáticos rusos a finales de marzo y hacia Europa con el rechazo americano al protocolo de Kioto sobre los gases de efecto invernadero y el proyecto de escudo antimisiles estadounidense.
Bush, el padre, y con él los diferentes aparatos de Estado nacionales, gobiernos, políticos, ideólogos, periodistas, intelectuales, hablaron de "paz". Lo que sí se obtuvo y todo indica que seguiremos teniendo es la guerra permanente.
Las guerras en el período dedecadencia del capitalismoEl capitalismo parece ser algo irracional históricamente hablando. Arrastra a la especie humana hacia su desaparición y ya no respeta ninguna "razón" económica o histórica. "En el "corto" siglo XX, se ha matado o dejado morir deliberadamente a más seres humanos que nunca antes en la historia (…) Fue el siglo más asesino que haya dejado huella, y eso tanto por la escala, la frecuencia y la duración de las guerras que lo ocuparon (y que apenas si amainaron un poco durante los años 20), pero también por la amplitud incomparable de las catástrofes humanas que el siglo ha engendrado - las mayores hambrunas de la historia con sus genocidios sistemáticos. A diferencia del "largo siglo XIX" que aparece y fue en efecto un período de progreso material, intelectual y moral prácticamente ininterrumpido, o sea de progresión de los valores de la civilización, asistimos, desde 1914, a una marcada regresión de esos valores, considerados como normales en los países desarrollados y en el medio burgués y de los que se estaba convencido que se iban a propagar a las regiones más atrasadas y a las capas menos ilustradas de la población." (E.J. Hobsbawn).
Existe una historia del capitalismo que permite comprender su dinámica actual. Hay "razones" históricas de su irracionalidad. La principal es el haber entrado en su período de declive histórico, de decadencia, a principios del siglo XX, cuya primera expresión fue la Iª Guerra mundial de 1914-1918 y, a la vez, su producto y un factor activo de esa decadencia. Con el período de decadencia, las guerras dejaron de ser coloniales o nacionales, es decir con objetivos "racionales" como la conquista de nuevos mercados o la formación o consolidación de nuevas naciones que se inscribían globalmente en el desarrollo histórico, para convertirse en guerras imperialistas cuyas causas son la ausencia de mercados y la necesidad de un nuevo reparto imperialista, objetivo que no puede inscribirse en modo alguno en un progreso histórico. Inmediatamente, las guerras imperialistas se han hecho cada día más bestiales, asesinas y destructoras. En realidad, en el período de decadencia, ya no son las guerras las que están al servicio de la economía, sino ésta la que está al servicio de la guerra. Y eso tanto en tiempos de guerra como en tiempos de "paz". Todo el período desde 1945 hasta hoy lo ilustra con creces.
"Durante el siglo XX, las guerras han apuntado cada vez más a la economía y las infraestructuras de los Estados, al igual que a sus poblaciones civiles. Desde la IªGuerra mundial, el número de víctimas civiles de la guerra ha sido mucho más importante que el de las militares en todos los países beligerantes, excepto en Estados Unidos…En esas condiciones, ¿por qué llevaron a cabo la Iª Guerra mundial las potencias dominantes como un juego con un monto nulo, o sea como una guerra que no podía ni ser ganada ni ser perdida por completo? (…) En los hechos, la única finalidad de la guerra que contaba era la victoria total y, para el enemigo, lo que se llamaría más tarde (durante la IIª Guerra mundial) una "capitulación sin condiciones". Era un objetivo absurdo y autodestructor, que arruinó a la vez a vencedores y a vencidos. A estos los arrastró a la revolución, a aquéllos a la quiebra y el agotamiento físico." (E.J. Hobsbawn).
Esas características propias de las guerras imperialistas del siglo XX se verificaron dramáticamente en la IIª Guerra mundial y hasta nuestros días en todos los conflictos que se han desencadenado. Desde 1989, con la desaparición de los bloques imperialistas formados en torno a EE.UU y la URSS, la amenaza de guerra mundial ha desaparecido. Pero la desaparición de los bloques, y la disciplina que exigían, ha dejado cancha libre a la explosión de una profusión de conflictos bélicos que provocan, alimentan y azuzan las grandes potencias imperialistas, a pesar de las dificultades para controlarlos una vez declarados. Las características principales de la guerra en el período de decadencia, no han desaparecido con la desaparición de los bloques imperialistas. Muy al contrario: se ha venido a añadir, elemento agravante, la tendencia a "cada uno para sí" que ha suplantado a la disciplina de bloque. Cada potencia imperialista, cada Estado, grande o pequeño, quiere jugar sus propias bazas contra los demás. El mundo capitalista ha entrado en una fase particular de su decadencia histórica, fase a la que nosotros definimos como fase de descomposición (5). Independientemente del análisis que se haga sobre el tema, o del nombre que se le dé: "no se puede seriamente dudar de que una era de la historia mundial se acabó a finales de los años 80 y principios de los 90, y que se ha iniciado una nueva era (…) La última parte del siglo ha sido una nueva era de descomposición, de incertidumbre y de crisis, y, parauna buena parte del mundo, África, la ex URSS y la antigua Europa socialista, de catástrofe" (ídem).
Las guerras del período dedescomposición del capitalismoLas tensiones imperialistas actuales deben comprenderse en esa situación histórica particular, inédita. Esto escribíamos en 1990: "En el período de decadencia del capitalismo, todos los Estados son imperialistas y toman sus disposiciones para asumir esa realidad: economía de guerra, armamento, etc. Por eso, la agravación de las convulsiones de la economía mundial va a agudizar las peleas entre los diferentes Estados, incluso, y cada vez más, militarmente hablando. La diferencia con el período que acaba de terminar es que estas peleas, estos antagonismos, contenidos antes y utilizados por los dos grandes bloques imperialistas, van ahora a pasar a primer plano. La desaparición del "gendarme" imperialista ruso, y la que de ésa va a resultar para el "gendarme" norteamericano respecto a sus principales "socios" de ayer, abren de par en par las puertas a rivalidades más localizadas. Esas rivalidades y enfrentamientos no podrán, por ahora, degenerar en conflicto mundial, incluso suponiendo que el proletariado no fuera capaz de oponerse a él. En cambio, con la desaparición de la disciplina impuesta por la presencia de los bloques, esos conflictos podrían ser más violentos y numerosos y, en especial, claro está, en las áreas en las que el proletariado es más débil." (6)
Cuando ya los Balcanes y Oriente Próximo son y seguirán siendo, mientras perdure el capitalismo, zonas de guerras y conflictos permanentes, durante las últimas semanas hemos asistido a multiplicación de las tensiones interimperialistas directamente entre las grandes potencias. Y es Estados Unidos el país que adopta una actitud agresiva: "Sigue siendo un misterio el motivo de lo que parece ser una brutalidad gratuita hacia Rusia y China, pero también hacia Corea del Sur y los europeos" (W. Pfaff, International Herald Tribune, 28/03/01). Sería muy reductor explicar esa nueva agresividad por la presencia de Bush junior. Cierto, el cambio de presidente y de equipo gubernamental es una ocasión para dar otro rumbo a la política, pero, en realidad, se mantienen las grandes tendencias de fondo de la política norteamericana. Ese juego de "miren qué músculos" o de "agárrenme, que los mato" no tiene nada que ver con las deficiencias intelectuales de la familia Bush, como quieren hacernos creer los medios europeos y hasta algunos estadounidenses. Se trata de una tendencia de fondo que viene impuesta por la situación histórica.
"Con la desaparición de la amenaza rusa, la "obediencia" de las demás grandes potencias ya no está garantizada ni mucho menos (por eso es por lo que se ha desintegrado el bloque occidental). Para obtener esa obediencia, Estados Unidos deberá desde ahora adoptar un comportamiento claramente ofensivo en el plano militar" (Revista internacional, nº 67, "Informe sobre la situación internacional del IXº Congreso de la CCI", 1991). Desde entonces, esa característica de fondo de la política imperialista americana no se ha desmentido, pues "Frente al crecimiento irresistible de la tendencia "cada uno para sí", Estados Unidos no tiene más solución que una política de ofensiva militar permanente" (Revista internacional nº 98, "Informe sobre los conflictos imperialistas del XIIIº Congreso de la CCI", 1999).
Antagonismos imperialistas crecientesLa necesidad de enseñar bíceps se impone más todavía porque EE.UU. se encuentra en una situación difícil en el ámbito diplomático. La extensión de la guerra balcánica a Macedonia expresa las dificultades americanas para dominar la situación en esa parte del mundo. Sin apoyo real en la región contrariamente a los británicos, franceses o rusos tradicionalmente aliados de Serbia, y de los alemanes antiserbios y apoyados en croatas y albaneses, los Estados Unidos están obligados a adaptar su política en función de las circunstancias. No es pues por casualidad, "si la OTAN permite que vuelva parcialmente el ejército yugoslavo a la "zona de seguridad" que rodea a Kosovo (…) La preocupación de asociar a Belgrado en la prevención de un nuevo conflicto en la región es patente" (Le Monde, 10/03/01). EEUU, al igual que los aliados de Serbia, están interesados en la estabilidad de Macedonia, "considerada siempre como el eslabón débil que hay que proteger so pena de desestabilizar todo el Sureste europeo" (ídem). La única potencia que saca tajada de la extensión de la guerra a Macedonia, la única a la que no interesa que haya estabilidad, manteniéndose el statu quo es Alemania. Con una Croacia independiente, el territorio croata de Bosnia-Herzegovina, una gran Albania que hiciera estallar a Macedonia y Montenegro, se realizaría el objetivo histórico de Alemania de abrirse directamente hacia el Mediterráneo. Evidentemente, tal perspectiva abriría el apetito, momentáneamente reprimido, de Grecia y Bulgaria sobre…Macedonia. El presidente macedonio no se confundió al señalar a los verdaderos responsables de la ofensiva de la guerrilla albanesa. Era antes del cambiazo de Estados Unidos. "En Macedonia, hoy, no convencerán ustedes a nadie de que Estados Unidos y Alemania no saben quiénes son los jefes de los terroristas y que no podrían, si lo quisieran, impedirles actuar" (Le Monde, 20/03/2001).
Como en Afganistán, como en África, como en tantas otras regiones del mundo que conocen guerras y conflictos típicos de la descomposición del capitalismo, la paz en los Balcanes no se realizará mientras perdure el capitalismo.
Y lo mismo ocurre con Oriente Próximo. Como ya lo anunciábamos en el número anterior de esta Revista "el plan que Clinton quería imponer a toda costa antes de abandonar la presidencia de Estados Unidos será papel mojado como era de prever". La nueva administración Bush parece querer tener en cuenta las dificultades estadounidenses para imponer la "pax americana". De hecho, parece integrar y aceptar la idea de que la región será siempre un foco de guerra o que, como mínimo, el conflicto entre Israel y los palestinos no tendrá nunca fin. Colin Powell, nuevo secretario de Estado norteamericano (ministro de Exteriores), ex jefe del Estado Mayor del ejército en la Guerra del Golfo, reconoce hoy que "no hay fórmula mágica" tanto más porque Israel ya no vacila en hacer su propia política, expresión de las tendencias centrífugas en el actual período histórico, incluso cuando aquélla es contraria a la política norteamericana. Por su parte, la burguesía de Palestina (país cuya población asfixiada económicamente, en la mayor miseria y sometida a represión permanente, sólo puede expresar su desesperación en un nacionalismo suicida antiisraelí) es apoyada por las potencias europeas. Francia, en especial, no vacila en favorecer todo aquello que pueda ir en contra de la política norteamericana en la región.
La respuesta de EEUU a su propia impotencia ha sido un mortífero bombardeo sobre Bagdad en cuanto Bush subió al poder. Ha sido un mensaje para todos, a los países árabes de la región y a las demás potencias imperialistas: los Estados Unidos ya no pretenderán imponer su paz, sino que golpearán cada vez que sea necesario, cuando estimen que alguien "se ha pasado de la raya". No solo no habrá paz entre israelíes y palestinos, sino que la guerra, más o menos larvada, corre el riesgo de generalizarse por toda la región. Las leyes mismas del mundo capitalista empujan inevitablemente a la exacerbación de las rivalidades imperialistas, a la multiplicación de los conflictos bélicos por todos los continentes, por el planeta entero, al igual que la agravación irreversible de la crisis económica. El capitalismo agonizante no podrá nunca aportar "paz y prosperidad". Solo más guerra y más miseria, sin fin.
¿ Qué alternativa a la barbarie capitalista ?Solo la teoría marxista supo, ya en 1989, desde el final del bloque del Este y antes incluso de la explosión de la URSS, comprender y prever el significado de los acontecimientos y sus consecuencias para el mundo capitalista y la clase obrera internacional (7). No se trata de ninguna superioridad de unos cuantos individuos, ni de ninguna creencia ciega y estúpida en no se sabe qué Biblia. Si el marxismo ha sido clarividente es porque es la teoría del proletariado internacional, la expresión de su ser revolucionario. Es porque el proletariado es la clase revolucionaria por lo que el marxismo existe y puede captar las grandes líneas del devenir histórico, y, especialmente, la imposibilidad para el capitalismo de resolver los problemas dramáticos que su supervivencia acarrea. Ante el reconocido deterioro de la economía mundial, por mucho que la burguesía intente minimizar sus consecuencias y los ataques que hoy está llevando a cabo contra la clase obrera internacional, especialmente en Europa occidental, los obreros deberán quitarse el velo de los ojos y ver qué hay detrás del mito de la prosperidad y del futuro radiante del capitalismo. Ya ahora, cierta combatividad obrera está tendiendo a desarrollarse, una combatividad que los sindicatos se esfuerzan por canalizar, contener y desviar. Por lenta que sea en afirmarse y desarrollarse esa combatividad, por tímidas que sean las réplicas actuales de la clase obrera internacional a la situación que se le impone, esas luchas llevan en sí la superación de esta barbarie cotidiana y la supervivencia de la humanidad. El derrocamiento del capitalismo pasa por la réplica a los ataques económicos que soporta la clase obrera y por la negativa a participar en toda guerra imperialista, por la afirmación del internacionalismo proletario. También exige el desarrollo y la extensión más amplia de las luchas obreras cada vez que sea posible. Es la única vía hacia una perspectiva revolucionaria y la posibilidad para la especie humana de una sociedad sin guerra, sin barbarie. No hay otra solución, no queda más alternativa.
RL, 7/04/01
1. Ver nuestra prensa territorial. 2. Estamos de acuerdo con esa constatación que el marxismo ya ha explicado y denunciado desde hace mucho. Evidentemente, la conclusión que saca nuestra honrada y, sin duda, sincera "Consejera estratégica de la organización humanitaria Acción contra el hambre", o sea que "urge dar poder adquisitivo a los pobres del Sur para que puedan volverse consumidores" es algo totalmente irrealizable, pues no rompe con las leyes mismas del modo de producción capitalista, las cuales son precisamente la causa de tal situación. 3. "La mayoría de los Estados del África subsahariana, quizás con la excepción del África austral, están atravesando una fase de lenta descomposición" (Le Monde Diplomatique, marzo de 2001). 4. La prensa de los gobiernos occidentales se han conmovido enormemente por la destrucción de los Budas por los talibanes. Son una pérdida sin duda para el patrimonio cultural universal. Pero es difícil no ver ahí lo hipócritas que son y la oportunidad que aprovechan para sus campañas ideológicas: cabe recordar que las burguesías occidentales y democráticas no tuvieron el menor empacho en bombardear hasta el suelo, al final de la guerra mundial, todas las ciudades alemanas y machacar a millones de civiles, y destruir así un patrimonio cultural e histórico importante también. 5. Revista internacional nº 62, "La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo", mayo de 1990. 6. "Tras el hundimiento del bloque del Este; inestabilidad y caos" (10/02/1990), Revista internacional nº61. 7. Revista internacional nº 60 "Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y en los países del Este", septiembre de 1989.
En Arte, canal público de televisión franco-alemán, se difundió reciente-mente un largo documental con un título elocuente: "Lo ocultado de la guerra del Golfo". Cuando se difundió este documento también se publicaron artículos en semanarios con "revelaciones" sobre lo que había sido la preparación y la realización deesa guerra. El título del artículo publicadopor el semanario francés Marianne (22-28enero 2001) es todavía más explícito: "Les mensonges de la guerre du Golfe" (Las mentiras de la guerra del Golfo). ¿Por qué esas "revelaciones" diez años más tarde? ¿Por qué, tras toneladas de mentiras sobre esta guerra, que acompañaron a las toneladas de bombas, algunas fracciones de la burguesía desvelan hoy las patrañas criminales de la administración Bush (el padre) en la preparación y la realización de esta guerra, entre el verano de 1990 hasta febrero de 1991 e incluso hoy todavía?
La versión oficial"La guerra del Golfo fue una operación militar llevada a cabo en enero y febrero de 1991 por Estados Unidos y sus aliados, bajo la égida de la ONU, contra Irak, para poner fin a la ocupación de Kuwait, invadido por las tropas de Sadam Husein el 2 de agosto de 1990. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas había exigido desde el 2 de agosto la retirada de las fuerzas iraquíes, instaurando después un embargo comercial, financiero y militar (operación Escudo del Desierto), que acabaría transformándose en bloqueo. El 29 de noviembre una nueva resolución del Consejo de Seguridad había autorizado a los Estados miembros a recurrir a la fuerza a partir del 15 de enero de 1991 si las tropas iraquíes no se había retirado de Kuwait. El 17 de enero, la coalición antiiraquí, basada en Arabia Saudí y formada por Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y unos veinte ejércitos aliados, inicia la operación Tempestad del desierto, bajo mando americano, bombardeando los objetivos militares iraquíes y kuwatíes. Una ofensiva terrestre victoriosa, del 24 al 28 de febrero, en dirección a Kuwait capital, pone fin al conflicto en el terreno. Las pérdidas humanas alcanzarán varias decenas de miles de muertos civiles y militares para Irak, contra menos de doscientos muertos en la coalición. Los dos tercios del potencial militar iraquí fue destruido. Las condiciones del alto el fuego, definidas por el Consejo de seguridad de la ONU (sobre todo la destrucción por Irak de sus armas químicas y biológicas y de sus misiles de corto y medio alcance), al ser aceptadas por Sadam Husein, la guerra se terminó oficialmente el 11 de abril de 1991".
Es ese tipo de relato el que podríamos encontrarnos en los manuales escolares (1). En cualquier caso, todos los elementos del cuadro están ahí para hacer creer que se respeta la "objetividad" histórica. ¿No era eso lo que se nos decía más o menos hace 10 años (excepto quizás en lo referente al cómputo de los muertos)? La justificación de la guerra fue la defensa del sacrosanto "derecho internacional", que el "vil" Sadam había conculcado al invadir Kuwait. Por lo visto, estábamos entonces viviendo en una época en la que, tras el desmoronamiento del bloque del Este, se iba a abrir ante la humanidad un radiante "porvenir de paz y prosperidad". Eso era en todo caso lo que nos prometían y así lo resumió el entonces presidente de EEUU en la fórmula "el nuevo orden mundial". Había pues que darse todos los medios para sujetar el brazo asesino del causante de la guerra que no respetaba el "derecho internacional". En ese relato, hay, primero, el escenario de la puesta en condición de la llamada opinión pública internacional (el proletariado, en realidad), o sea la ONU, pretendido foro internacional de "paz", en donde, desde el embargo hasta el bloqueo, se representó la siniestra farsa diplomática. En fin, la guerra misma, una pretendida "guerra limpia", quirúrgica, una especia de guerra que, como quien dice, solo iba a matar a los "malvados". La guerra se terminó "oficialmente" en abril de 1991, pero, en realidad, el epílogo de esta guerra está todavía por escribir, pues desde hace diez años, la burguesía americana, ahora en solitario (o acompañada por su acólito británico) utiliza regularmente a Sadam (o más bien a la población iraquí) como putching-ball para mostrar sus músculos en un mundo que, después de esa guerra, no ha hecho más que hundirse todavía más en la barbarie (2).
"La verdad revelada"Cierta prensa burguesa reconoce hoy lo que la CCI afirmaba hace diez años. No estamos "orgullosos" ni mucho menos por ello. No es eso lo que nos interesa. Lo que nos interesa es, por un lado, dejar bien clara la necesidad para los revolucionarios de arraigar sus análisis en el método marxista, ser vigilantes ante los acontecimientos, poner nuestros análisis ante la prueba de la realidad, saber ser críticos, no cambiando de orientación como veletas al viento. Esa es una condición sine qua non para que la lucha de nuestra clase pueda avanzar: es una de las funciones primordiales de las organizaciones revolucionarias. Por otro lado, se trata de saber por qué la burguesía, hoy, "desvela" lo que ocultó y, en fin de cuentas, cuáles son los mecanismos de lo se podría llamar el "Goebbels democrático"(3).
La trampa de WashingtonAsí dice el semanario francés Marianne (y eldocumento de Arte): "La trampa de Washington (…):Washington apenas reacciona cuando Sadam habla de invadir su antigua provincia (…)"; Washington insiste en que Estados Unidos no tiene "ningún acuerdo de defensa con los kuwaitíes", "se trata de una maquinación para meterlo en una trampa"; "puede decirse que los americanos rechazaban una solución diplomática después de la invasión", concluye D. Halliday…de la ONU". Son esos algunos extractos de la revista mencionada.
Esto decíamos nosotros a primeros de septiembre de 1990, un mes después de la invasión de Kuwait por las tropas de Sadam y mucho antes de que se declarara la guerra: "Pero la hipocresía y el cinismo no se quedan ahí. Discretamente se da a saber que EEUU habría dejado de manera deliberada que Irak emprendiera su aventura guerrera (…) Cierto o falso - y es seguramente cierto esto nos da una idea del comportamiento y la práctica de la burguesía, de sus mentiras, sus manipulaciones, de cómo utiliza esos acontecimientos. (…) a Irak no le quedaba otra alternativa (…) Se le imponía esa política. Y EEUU dejó hacer, favoreciendo y explotando la aventura guerrera de Sadam Husein, con toda conciencia de la situación de caos creciente, con toda conciencia de la necesidad de dar un ejemplo" (4).
La prensa burguesa misma, en aquel verano de 1990, había hablado muy discretamente de esas informaciones. Y es ahí donde puede verse perfectamente cómo funciona la propaganda en los regímenes de dictadura democrática: después de que algunos periódicos hablaran, siempre a medias tintas, de la trampa tendida por EEUU a Sadam, en el momento en que las cosas se tensan y la guerra se prepara, prácticamente todos los medios sirven de eco a la propaganda bélica de la coalición antiirakí. Esos hipócritas lo reconocen hoy: "El ejército americano se asegurará, esta vez, "la lealtad" de los periodistas. "El Gobierno había decidido mantener a la prensa al margen y lo consiguió. "En realidad, ustedes no sabían lo que estaba pasando", resume Paul Sullivan, presidente del Centro de ayuda a los veteranos del Golfo (…) Durante cuatro meses, se jugará así a darse miedo alimentando la idea de que el ejército iraquí, "el cuarto del mundo" era un adversario temible…" (del semanario francés Marianne). (…) "Esta estúpida ceguera [sic] no impidió a los periodistas occidentales hacer interminables peroratas sobre el talento maniobrero del "diabólico" Sadam (…) La prensa occidental relata hasta la saciedad los desmanes reales o inventados del ejército de ocupación. Publica, por ejemplo, el testimonio de una "joven del pueblo", testigo de horrores incalificables. En realidad, aquella "evadida" era la mismísima hija del embajador de Kuwait en Washington…" (ídem) Así, después del 2 de agosto de 1990, día de la invasión de Kuwait por las tropas iraquíes, se hizo todo para "poner en condición a la opinión" para que aceptara lo que iba a seguir. Y entonces, los periodistas, voluntaria o más o menos involuntariamente, participaron plenamente en esa "puesta en condición".
Lo que en cambio no explican, ni podrán explicar nunca, esos periodistas que hoy se pretenden "honrados" es que la trampa montada por EEUU sirvió sobre todo contra sus "aliados" de entonces, es decir contra las demás grandes potencias.
En un artículo fechado en noviembre de 1990 de nuestra Revista internacional(5), tomábamos ampliamente posición sobre la situación creada por la crisis del Golfo, antes de lo que iba a convertirse en Guerra del Golfo. Nuestro análisis se basaba en tomas de posición anteriores en las cuales poníamos de relieve que el hundimiento del bloque del Este había acarreado la disgregación del bloque occidental y el desarrollo en su seno de fuertes tendencias centrífugas ("cada uno para sí") por parte de las grandes potencias. Por ello, el pretendido "nuevo orden mundial" no era más que una siniestra ficción. La determinación de EE UU en la trampa que tendieron a Irak no tenía como objetivo principal someter a ese país o a la región, ni siquiera la cuestión del petróleo era primordial. Lo que trataba EE UU era de poner firmes a las demás potencias, a Francia especialmente, obligándola a enfrentarse a su aliado tradicional iraquí, a Alemania y Japón, obligándolos a participar financieramente; en cuanto a la URSS, ya en plena descomposición, lo único que pudo hacer fue dar unos cuantos pasos de baile diplomático para disimular. "En agosto del 90, EE UU exhibía la unanimidad de fachada de la "comunidad internacional" contra el "loco Sadam" en la "crisis del Golfo; apenas dos meses después, lo que reina en dicha "comunidad" es "cada uno por su cuenta"" (ídem). Sadam Husein, "porque tenía conciencia de las divisiones existentes entre esos diversos países" (ídem) va a intentar jugar con las disensiones evidentes en el seno de la coalición occidental: manda liberar a todos los rehenes franceses a finales de octubre de 1990 y recibe la visita, también entonces, del ex canciller alemán Willi Brandt, con la consecutiva liberación de los rehenes alemanes.
La guerra contra Irak fue, en realidad, una ocasión para la potencia norteamericana, en un momento en que su hegemonía iba a ser necesariamente puesta en entredicho a causa del hundimiento del bloque adverso, de "dar una muestra de su fuerza y afirmar su determinación ante los demás países desarrollados" (ídem). Esa demostración de la determinación americana se hizo al precio de un castigo sangriento y asesino contra Irak. En ese mismo artículo de la Revista nº 64, bajo el párrafo titulado "La oposición entre EE UU, secundado por Gran Bretaña, y los demás", escribíamos: "El hundimiento del bloque imperialista ruso trastornó toda la correlación de fuerzas político-militares y geoestratégicas del planeta. Y esa situación no solo ha abierto un período de caos total en los países y regiones de ese ex bloque, sino que ha acelerado también, en todas partes, la tendencia al caos, amenazando el "orden" capitalista mundial cuyo principal beneficiario es EE UU. Fue este país el primero en reaccionar. Provocó la "crisis del Golfo" en agosto del 90, no solo para instalarse en la región, sino, sobre todo, y es lo que fue decisivo en su determinación, para convertirlo en ejemplo destinado a servir de advertencia a quien se le ocurriera desafiar su primacía de superpotencia en el ruedo capitalista mundial" (ídem).
Se declara la guerra: los medios de comunicación a las órdenesEn enero de 1991, EEUU ha logrado dominar la coalición onusiana. Un diluvio de bombas va a caer sobre Irak. El cinismo de los gángsters de la "coalición" va hasta pretender hacer creer en una "guerra limpia". "El Pentágono contó que esos bombardeos eran de lo más preciso. Era totalmente falso. Durante cuarenta y dos días, se soltaron sobre Irak 85000 toneladas de bombas, algo equivalente ¡a más de siete Hiroshimas! Entre 150000 y 200000 personas fueron matadas, sobre todo civiles" (Ramsay Clark, antiguo fiscal general de EE UU, en Marianne y el documental T.V. de Arte). "En realidad, la coalición va mucho más allá de la aniquilación de la máquina de guerra iraquí: destruye metódicamente la infraestructura económica" (Marianne).
La prensa colaboró plenamente con el poder de los diferentes países implicados en la guerra y prácticamente sin el menor escrúpulo. No se limitó a acusar al régimen iraquí y a su sangriento dictador (6), se puso firmes ante los militares de la coalición. Recuérdense los estudios de televisión con invitados especialistas civiles y militares eructando estupideces sobre el "peligrosísimo" ejército iraquí, al que no vacilaban en presentar como el cuarto del mundo. Y todos esos periodistas nos detallaban las armas terroríficas en manos del poder de Bagdad, el cual podía enviarlas casi a cualquier sitio del "mundo civilizado". Nos contaban cómo los ejércitos del sanguinario Sadam mataban a bebés en las hospitales de Kuwait y, en cambio, cómo "nuestros" pilotos, tan majos ellos, iban a poner sumo cuidado destruyendo únicamente los lugares estratégicos del odiado poder.
El semanario Marianne confirma hoy esa despreciable sumisión y esa complicidad de los medios: "Durante cuatro meses, se jugará así a darse miedo, repitiendo la idea de que el ejército iraquí seguía siendo un enemigo temible (…). Se evocarán las factorías de pesticidas reconvertidas, la venta de uranio enriquecido, (…) el alcance del "supercañón". Nadie se atrevió, por lo visto, a plantearse la hipótesis más sencilla. Matón bocazas, duro de pacotilla [Sadam] era sencillamente tan tonto como cabezón. En cambio, los verdaderos especialistas de la historia militar no se dejaban engañar por esa puesta en condición: "el ejército iraquí, expuesto en pleno desierto, no aguantará una hora frente a la potencia de fuego de la coalición" (…) Puesta en condición, la opinión occidental se tragará la ficción de las "bombas inteligentes" y de los bombardeos reducidos a lo estrictamente necesario".
La manipulación no cesó con la guerra: Estados Unidos incitó a la rebelión de los kurdos en el Norte y de los shiíes en el Sur contra Sadam. "El 3 de marzo, el general Schwarzkopf recibe la rendición de los iraquíes, autorizándolos a conservar sus helicópteros [para poder reprimir la rebelión](7). Desde hace semanas, la radio de la CIA los anima a la insurreción. Los aliados no se mueven cuando Sadam lanza contra los rebeldes las mejores unidades de su guardia republicana, milagrosamente salvadas de los bombardeos…".
¿ Por qué los medios lo dicen "todo" hoy ?En esa cita, Marianne habla de "puesta en condición". Y esa tarea primordial les incumbió a los medios de comunicación en general y a la televisión en particular. Pudo comprobarse lo que quiere decir "libertad de prensa" para la burguesía "democrática", sobre todo en momentos decisivos como durante la guerra del Golfo. Todos aquellos que tienen constantemente la boca llena de ese gran "derecho democrático", se pusieron sin el menor reparo a las órdenes de la coalición. Y si por casualidad alguien quería jugar a Tintín en busca de la verdad o de un scoop extraordinario, los servicios de los Ejércitos lo ponían inmediatamente firmes. Marianne lo dice a su manera: " Nadie se atrevió, por lo visto, a plantearse la hipótesis más sencilla".
Ahí se ve perfectamente cómo funcionan los servicios de propaganda en los sistemas democráticos. En el momento en que los acontecimientos exigen el silencio, nada importante filtra. En cambio, se hacen pasar toda clase de mentiras, medias verdades y manipulaciones, aderezadas con la opinión de peritos "independientes", especialistas universitarios, todavía más creíbles precisamente gracias al prestigio de la "libertad de expresión" de la prensa de los países democráticos. Se asiste entonces a un auténtico diluvio de desinformación, sobre todo gracias al medio más "popular", la T.V. Diez años después, "la verdad" solo se dice en revistas de poca tirada y en canales de televisión con poca audiencia. Este mecanismo hemos podido volver a verlo usar en 1995 con el genocidio de Rwanda y, sobre todo, con la última guerra en la ex Yugoslavia (Kosovo), en donde el modelo mediático del Golfo ha vuelto a servir.
Además, tras la guerra del Golfo, después de haber entregado a la población kurda y shií a los matarifes de Sadam, las "grandes democracias" lanzaron con un cinismo inaudito, su famosa "intervención humanitaria" para "socorrer a poblaciones inocentes". Desde entonces, el plato del "deber de injerencia humanitaria" nos lo han servido hasta la náusea. En esto, la Guerra del Golfo ha servido de boceto a partir del cual se han bordado todas las campañas imperialistas que se desarrollan por el mundo.
El que una parte de la verdad aparezca hoy a las claras responde primero a la necesidad de la clase dominante de justificar sus sistema. Quieren hacernos creer que el capitalismo "democrático" es el único que lo permite. Y el "todo puede decirse en democracia" sirve para justificar los momentos en los que todo debe ser manipulado, deformado, ocultado.
Pero hay otra razón que permite explicar por qué, hoy, algunos medios difunden o publican esos hechos. Esos artículos y esos documentales tienen algo en común: el Estado norteamericano aparece como único culpable. Aunque todas las grandes potencias comparten la responsabilidad de las matanzas ocasionadas por la guerra, es cierto que fue Estados Unidos el principal organizador de aquella "cruzada", fue este país el que preparó y tendió la trampa, fue él el principal brazo armado de la coalición. Y así, hoy, algunas potencias europeas, Francia y Alemania en cabeza, para las cuales EE UU es el principal adversario en el ruedo imperialista mundial, tienen el mayor interés en deformar una vez más la realidad de esta guerra para que su responsabilidad aparezca disminuida, insistiendo en la bestialidad y el cinismo del "imperialismo americano", que, evidentemente, son muy reales.
La intervención de los revolucionariosEvidentemente, nosotros también sacamos nuestra información de la prensa burguesa. En el verano de 1990, ya algunos periódicos se había hecho eco de la manipulación. Después, el diluvio de mentiras fue de tal envergadura que lo que nosotros afirmábamos en nuestra prensa nos hacía aparecer (incluso ante gente de buena fe e incluso algunos militantes de la Izquierda comunista) por gente que andaba delirando viendo maquiavelismo por todas partes.
Pero la información en sí misma no es lo más importante. Lo que importa es el método con el que se analizan los acontecimientos y nuestro método es el marxista. Si nosotros fuimos capaces de comprender lo que se cocinaba en 1990-91 en Oriente Medio fue porque habíamos hecho una labor de análisis sobre las consecuencias del hundimiento del bloque del Este y sobre la descomposición del capitalismo. Los revolucionarios ni tienen ni podrán tener nunca "informadores secretos". Nuestra fuerza viene del apego a nuestra clase, el proletariado, a su historia y a la teoría, el marxismo, que se ha ido forjando.
Por otra parte, tampoco hay que hacerse ilusiones: los revolucionarios viven bajo "libertad vigilada" y así pueden publicar. Nuestra única protección no se la debemos desde luego a la "libertad de prensa", sino a la fuerza y a la lucha de nuestra clase.
Durante los acontecimientos de 1990-91, solo los revolucionarios fueron capaces de mostrar lo que estaba en juego y, por consiguiente, fueron capaces de denunciar la barbarie y las manipulaciones de la clase dominante. Algunas fracciones de la burguesía denunciaron la barbarie contra Irak, pero era por razones nacionalistas (antiamericanas) o, claramente, apoyando al imperialismo iraquí, como así fue con algunos grupos izquierdistas. Solo los grupos de la Izquierda comunista defendieron la posición internacionalista proletaria contra la guerra. Y entre ellos, solo la CCI fue capaz de poner en evidencia lo esencial de la situación. La trampa tendida a Irak no tenía sentido si la causa hubiera sido únicamente el petróleo. En cambio, cobraba todo su sentido si lo que estaba en juego era el mantenimiento del liderazgo estadounidense, liderazgo que, en cuanto de desmoronó el bloque del Este, había empezado a ser puesto en entredicho (8). Y solo en este contexto, la cuestión del petróleo puede tener todo su sentido como factor de una política imperialista global.
En el plano de la propaganda y de la "información", la burguesía lo hace todo para que la clase obrera, la única clase capaz de acabar con ella y con su sistema, no logre tomar conciencia de todo lo que está en juego. Esos esfuerzos los multiplica cuando, en particular, se trata de problemas como la crisis económica mortal que afecta desde hace más de 30 años a su sistema o acontecimientos como la guerra del Golfo. Y en medios ideológicos para mentir, ocultar o deformar la realidad, la burguesía democrática es, con mucho, la más capaz y en eso no tiene nada que envidiar a los especialistas de la "información" de los regímenes totalitarios. Es deber de los revolucionarios no solo denunciar la barbarie imperialista, sino también los mecanismos con los cuales la burguesía intenta anestesiar al proleta riadoembruteciéndolo con propagandas mentirosas.
PA, 30/03/2001
1. Esta cita está extraída y traducida de la Encyclopaedia Universalis, versión francesa de la Encyclopaedia Britannica. Como los artículos de esa enciclopedia son redactados por eminentes historiadores, puede uno suponer que los capítulos sobre el tema de los libros de texto usados en la enseñanza de la Historia, con los que se embuten los cerebros de las jóvenes generaciones, podrían estar redactados por el estilo. 2. Ese relato no habla de los comparsas que sirvieron para completar la puesta en escena: el papel de extras de los pretendidos "antiimperialistas" y demás fauna pacifista. Confundiendo antiamericanismo con antiimperialismo, algunas fracciones de la burguesía, desde la extrema derecha a la extrema izquierda, pasando, por ejemplo en Francia, por los nacional-republicanos y otros "soberanistas", expresaron su desacuerdo con la política de los gobiernos que, tanto de izquierdas como de derechas, gobernaban entonces en los países de Europa. En general, todas esas fracciones de la burguesía que expresaban un desacuerdo más o menos crítico con la colación antiiraquí se basaban en explicaciones en las que el petróleo era la causa primera de la guerra. En Francia, había un gobierno socialista bajo la presidencia de Mitterrand. El único en expresar sus reticencias respecto a la coalición antiiraquí fue el nacional-republicano de izquierdas Chevènement. En España, el gobierno socialista de González, a pesar de los ascos de algunos socialistas, participó en la coalición antiiraquí. En cuanto a Alemania, cabe señalar que en aquel entonces, los Verdes eran unos ferocísimos pacifistas. Hoy están en el gobierno. En la última guerra en Yugoslavia (1999), fueron favorables, sin hacer ascos, al bombardeo de Serbia. La ventaja con los Verdes alemanes es que no hace falta hacer un largo análisis para saber qué es el pacifismo, ideología de la burguesía. Basta con recordar sus "hazañas". 3. Goebbels fue el ministro de Información y Propaganda del régimen nazi. Usamos esa expresión porque Goebbels se convirtió en el símbolo del técnico del aporreo ideológico y de la manipulación de Estado. Pero, y este artículo intenta demostrarlo, los ejemplos no faltan en cualquier otro régimen burgués, estalinista o democrático. 4. "Crisis del Golfo Pérsico. El capitalismo es la guerra", Revista internacional nº 63, (4/09/90) 5. "Ante la barbarie guerrera, la única solución: ¡desarrollo de la lucha de clases!", Revista internacional nº 64, 1er trimestre de 1991. 6. En verdad, hasta el momento de la Guerra del Golfo, Sadam tenía buena prensa en los medios occidentales. Se le consideraba "moderno" y sobre todo era alguien a quien había que apoyar contra las ambiciones del Irán de los molás en el momento de la guerra Iran-Irak. Sadam había llevado a cabo una bestial represión antikurda, a base de armas químicas, que los gobiernos occidentales apoyaron por la sencilla razón que Sadam era, en aquel entonces, una pieza clave contra Irán. 7. El semanario francés Marianne dice: "algo así como si, durante el invierno de 1945, los Aliados se hubieran detenido en el Rin dejando suficientes armas a Hitler para que pudiera aplastar eventuales levantamientos". No es "algo así como si…", pues eso fue exactamente lo que hicieron los Aliados en Italia en 1944: parar su avance hacia el Norte para dejar al régimen fascista las manos libres para aplastar la insurrección y las huelgas obreras. 8 "El medio político proletario ante la guerra del Golfo" (01/11/1990), Revista internacional nº 64, 1ertrismestre de 1991.
En el último artículo de esta serie (“1924-28: el Termidor del capitalismo de Estado estalinista”, en la Revista Internacional nº 102), vimos los intentos de las diferentes corrientes de izquierda del partido bolchevique para comprender y combatir la degeneración y muerte de la revolución de Octubre. A medida que estos grupos sucumbían al terror sin piedad de la contrarrevolución estalinista, el foco de esta lucha política y teórica se desplazó al ruedo internacional, particularmente a Europa occidental. Los dos próximos artículos se centrarán en las tentativas de la izquierda comunista internacional de llegar a un claro análisis marxista del régimen que había surgido en la URSS de las cenizas de la revolución proletaria.
Comprender la naturaleza del sistema estalinista es un aspecto clave del programa comunista: sin esa comprensión, sería imposible para los comunistas esbozar claramente la clase de sociedad por la que están luchando, describir lo que el socialismo es y lo que no es. Pero la claridad que tienen hoy los comunistas sobre la naturaleza de la URSS no se alcanzó fácilmente: llevó mucho tiempo de intenso debate y reflexión en el movimiento político proletario antes de que se alcanzara una verdadera síntesis coherente. Nunca antes los revolucionarios se habían visto obligados a analizar una revolución proletaria que pereció desde dentro. De resultas de esto, la URSS apareció durante mucho tiempo como una especie de enigma ([1]), un problema imprevisto en los anales del marxismo. Nuestro propósito en los siguientes artículos será por tanto hacer la crónica de los principales episodios en que, los grupos de la vanguardia marxista, en los oscuros años de la contra-revolución, consiguieron desenmarañar el enigma y legar el análisis del capitalismo de Estado estalinista a sus herederos de hoy día.
Empezaremos la historia en 1926. El partido comunista de Alemania, el KPD, está siendo “bolchevizado”, ostensiblemente para poner todos los partidos comunistas fuera de Rusia en sintonía con los métodos intransigentes y disciplinados del partido ruso. Pero la campaña de blochevización lanzada por la Internacional comunista en 1924-25 es en realidad parte del proceso de destrucción del bolchevismo. El partido que había dirigido la Revolución en 1917 se está convirtiendo en mero anexo del Estado ruso; y el Estado ruso se ha convertido en el eje de la contrarrevolución capitalista. La teoría de Stalin del “socialismo en un solo país”, anunciada por primera vez en 1924, es una declaración de guerra contra las verdaderas tradiciones internacionalistas del partido ruso. Hacia 1926, todos los bolcheviques que quedaban – incluyendo a Zinoviev, bajo cuyos auspicios se había impuesto a la Internacional la campaña de la bolchevización – se habían pasado a la oposición, y en un año serían expulsados del partido.
También en Alemania hay una amplia resistencia al creciente oportunismo y burocratismo del KPD, al intento de silenciar todos los cuestionamientos serios sobre la situación interna en Rusia y la política exterior de la IC. La incapacidad del aparato del KPD para tolerar cualquier debate real, ha dado como resultado la expulsión masiva de la mayoría de los elementos más revolucionarios del partido, de una serie de grupos influenciados, no sólo por la (hoy) mejor conocida Oposición, en torno a Trotski, sino también por la izquierda comunista Alemana. El KAPD, aunque más débil con distancia que en sus días de apogeo durante la oleada revolucionaria, aún existe, y ha llevado un trabajo consistente hacia el KPD, que define como una organización centrista, capaz todavía de dar a luz minorías revolucionarias.
Nuestro libro sobre la Izquierda germano-holandesa evidencia con precisión la escala y la importancia de estas escisiones, que incluían los siguientes grupos:
“– el grupo en torno a Schwarz y Korsch, “Entschiedene Linke” o izquierda -intransigente, que reagrupaba cerca de 7000 miembros;
“– el grupo de Ivan Katz, que junto con el grupo de Pfemfert’s formaba una organización de 6000 miembros próxima a las AAUE. Actuaba en nombre de un grupo de organizaciones de la izquierda comunista, y publicaba el periódico Spartakus. Este se convirtió en el órgano de Spartakusbund mark II;
“– el grupo de Fishler-Maslow, que tenía 6000 militantes;
“– el grupo de Urbahns, el futuro Leninbund, que reagrupaba 5000 miembros.
La oposición de Wedding, excluida en 1927-28, crearía más tarde, junto con parte del Leninbund de Urbahns, la oposición trotskista alemana” (La Izquierda holandesa).
El grupo de Korsch es el que estuvo más influenciado por el KAPD – más tarde se produciría una fusión precipitada y de corta vida entre ambos. La plataforma de este grupo no es muy conocida ni fácil de conseguir – lo que muestra hasta qué punto la Izquierda alemana ha desaparecido de la historia. Más conocida es la carta a Korsch de Amadeo Bordiga, comentando la plataforma. Bordiga era en ese momento la figura más importante de la Izquierda comunista de Italia, que había estado llevando una pujante polémica contra el creciente oportunismo en la IC.
Nuestra atención se dirige a esta correspondencia porque nos da una visión valiosa de los diferentes planteamientos de la Izquierda comunista de Italia y Alemania sobre los problemas fundamentales que confrontaban en ese momento – comprensión de la naturaleza del régimen en la URSS y definición y política coherente hacia la Internacional y sus partidos componentes.
La primera cosa que hay que destacar en la respuesta de Bordiga (fechada el 28 de octubre de 1926), es que no hay en ella ningún rastro de sectarismo considerándose como el único depositario de la verdad, y menos aún un rechazo a la discusión con otras corrientes de la izquierda. En pocas palabras, estamos muy lejos del “bordiguismo” de hoy, que se reivindica como el único heredero de la tradición de la Izquierda comunista de Italia, y que ha teorizado el rechazo a mantener cualquier tipo de debate con grupos que no entren en una definición muy restringida de esta tradición. Es completamente cierto que el Bordiga de 1926 no consideraba que hubiera aún la suficiente homogeneidad política para un reagrupamiento, o incluso para la publicación de una declaración internacional común. Pero pone todo el énfasis en la necesidad de la discusión y del trabajo de clarificación en el que tienen un papel todas las corrientes de la Izquierda comunista internacional: “Creo en general que la prioridad hoy, más que maniobrar y formar organizaciones, es el trabajo preliminar de elaborar una ideología política de la izquierda comunista, basada en las elocuentes experiencias del Comintern”. Más tarde añade que contribuirían a este trabajo declaraciones paralelas sobre Rusia y el Comintern de los diferentes grupos de izquierda; aunque estaba preocupado por evitar “llegar tan lejos como si se tratara de un complot fraccionista”.
El argumento de Bordiga está fundado en la convicción de que “aún no estamos en el momento de la clarificación definitiva”, o sea, es demasiado pronto para dar por perdidos los partidos comunistas o la Internacional. Los revolucionarios tienen que llevar la lucha dentro de los partidos comunistas cuanto sea posible, a pesar de la disciplina cada vez más artificial y mecánica que reina en ellos: “tenemos que respetar esa disciplina con todas sus absurdecess reglamentarias, sin renunciar nunca a posiciones de crítica política e ideológica y sin solidarizarnos nunca con la orientación dominante”. Defendiendo la decisión de la Oposición de izquierda en Rusia de someterse a la disciplina y así evitar la escisión, argumenta que “la situación objetiva y externa es tal que, no sólo en Rusia, el hecho de ser expulsados del Comintern nos deja aún con menos posibilidades de influir el curso de la lucha de clases de las que podríamos tener dentro del partido”.
En retrospectiva podemos llevar la contraria a algunas de las conclusiones de Bordiga: si era completamente cierto que la lucha por el “espíritu” de los partidos comunistas estaba lejos de haber terminado en 1926, su rechazo a reconocer la necesidad de formar fracciones organizadas – incluso si fuera posible una fracción internacional – va a explicar de alguna forma porqué Bordiga fue incapaz de jugar un papel en la fase siguiente de la historia de la Izquierda italiana; la fase iniciada precisamente por la formación de la Fracción de izquierdas del Partido comunista de Italia en 1928. Pero lo importante aquí es el método de Bordiga, que sin duda transmitió a los que trabajaron en la Fracción. La prioridad que da al trabajo de clarificación en una situación objetiva desfavorable, la insistencia en la necesidad de luchar hasta el final para salvar las organizaciones que el proletariado ha creado con tanta dificultad – este fue el sello de la Izquierda italiana y da la clave para comprender por qué estaba destinada a jugar un papel central en “la elaboración de una ideología política de la izquierda internacional” durante los años más crudos de la contrarrevolución. Al contrario, el abandono prematuro por parte de la Izquierda alemana de los partidos comunistas y de la IC, fue una de las causas que más incidieron en su rápida desintegración organizativa.
Lo mismo puede decirse cuando Bordiga aborda la cuestión de la naturaleza del régimen en Rusia, que es de hecho el primer asunto que se trata en la respuesta a Korsch. La “Izquierda intransigente”, como antes otras corrientes de la Izquierda comunista de Alemania (Ruhle ya en 1920, el KAPD de 1922 en adelante) ya había declarado que el capitalismo había triunfado sobre la revolución en Rusia. Pero en ambos casos esta conclusión, a la que se había llegado de modo impresionista, sin pasar por una profundización teórica, había dado como resultado que se pusiera en cuestión la naturaleza proletaria de la revolución, en una regresión de hecho a las posiciones de los mencheviques o los anarquistas, muchos de los cuales habían denunciado desde el principio la revolución de Octubre como un golpe de Estado de los bolcheviques para instalar una nueva variedad de capitalismo en lugar de la anterior. El KAPD globalmente no llegó tan lejos, pero desarrolló la teoría de la “doble revolución”, proletaria en las ciudades, burguesa en el campo; y también tendió a ver la Nueva política económica (NEP), introducida en 1921, como el punto a partir del cual una especie de “capitalismo campesino” habría ganado la supremacía sobre los restos del poder proletario.
Otra ironía para el bordiguismo de hoy: la respuesta de Bordiga a Korsch no contiene ni rastro de la teoría de la “doble revolución”, que elaboró tras la IIª Guerra mundial, y que definió la economía burguesa de la URSS como el producto de una “transición hacia el capitalismo” ocurrida bajo el aparato estalinista. Al contrario, la preocupación principal de Bordiga es defender el carácter proletario de la Revolución de Octubre, sin importar qué degeneración subsiguiente había sucedido: “... su `forma de expresarse´ sobre el tema ruso no me parece correcta. NO se puede decir que la Revolución rusa fue una revolución burguesa. La revolución de 1917 fue una revolución proletaria, aunque fue un error generalizar sus lecciones “tácticas”; ahora el problema que se plantea es qué sucede a la dictadura del proletariado en un país si la revolución no se lleva a cabo en otros países. Puede haber contrarrevolución, puede haber un proceso de degeneración cuyos síntomas y reflejos dentro del Partido comunista tienen que ser descubiertos y definidos. No se puede decir simplemente que Rusia es un país que tiende hacia el capitalismo. El asunto es mucho más complejo: se trata de nuevas formas de la lucha de clases que no tienen precedente en la historia. Se trata de mostrar cómo la concepción estalinista de las relaciones con las clases medias es equivalente a renunciar al programa comunista. Parece que usted excluye la posibilidad de que el Partido comunista ruso lleve una política que no conduzca a la restauración del capitalismo. Esto terminaría justificando a Stalin, o apoyando la inaceptable política de “renunciar al poder”. Al contrario, hemos de decir que en Rusia sería posible una política de clase correcta evitando la serie de errores graves en política internacional cometidos por la totalidad de la vieja guardia leninista”.
De nuevo con el beneficio de la retrospectiva es posible llevar la contraria a alguna de las conclusiones de Bordiga: cuando escribía esa respuesta a Korsch, el capitalismo – no basado en las concesiones a las clases medias, sino en el mismísimo Estado que había surgido de la revolución – estaba realmente convirtiéndose en el dueño de Rusia, no sólo económicamente (puesto que nunca había sido vencido a este nivel), sino también políticamente, y cuanto más se colgaba del poder el partido comunista, más se separaba del proletariado y se sometía a los intereses del capital. Pero aquí otra vez lo importante es el método, el punto de partida teórico: la revolución era proletaria, pero estaba aislada; ahora la cuestión es comprender algo que nunca antes había ocurrido en la historia, la degeneración de una revolución proletaria desde dentro. Y aquí de nuevo, aunque los herederos de Bordiga en la Fracción tardaron mucho tiempo en llegar a conclusiones correctas sobre la naturaleza del régimen en la URSS, la solidez de su método de análisis iba a garantizar su profundidad teórica y su seriedad mucho mayores que las de quienes habían proclamado mucho antes la naturaleza capitalista de la URSS, pero a costa de romper la solidaridad con la Revolución de Octubre. La Izquierda alemana iba a pagar caro por esto: cortar las raíces que la conectaban a Octubre y al bolchevismo significaba cortar sus propias raíces, y sin raíces un árbol no puede sobrevivir. Hoy es evidente que es prácticamente imposible mantener cualquier actividad política proletaria organizada que no esté basada en las lecciones de la victoria de Octubre y de su posterior derrota.
Vayamos a 1933. La derrota del proletariado alemán ha quedado sellada por la subida de Hitler al poder. Los obreros de los otros dos centros principales de la oleada revolucionaria internacional de 1917-23 – Rusia e Italia – también han sido aplastados. Las derrotas han desembocado en la desaparición o dispersión de la vanguardia revolucionaria. La vida política de la clase obrera ya no transcurre en los partidos comunistas, que han sido estalinizados de cabo a rabo y están a punto de capitular a la ideología de la defensa nacional. En lugar de eso, lo que expresa esa vida es el medio muy reducido de grupos de oposición y fracciones. Ahora el crisol de esa actividad de oposición ha cambiado a Francia, y en particular a París, la ciudad tradicional de las revoluciones europeas.
Hacia 1933 algunos de estos grupos ya habían agotado su ciclo vital. Ese había sido el destino de un “ala” de la Izquierda italiana en el exilio, el grupo Réveil communiste en torno a Pappalardi. Formado en 1927, este grupo había intentado una audaz síntesis entre las posiciones de las Izquierdas italiana y alemana. Sin rechazar el carácter proletario de la Revolución de Octubre, había llegado a la conclusión de que en Rusia había tenido lugar una contrarrevolución burguesa. Pero la tendencia del grupo a la impaciencia y el sectarismo le llevó pronto a perder su conexión con el método de la Izquierda italiana. Hacia 1929 su síntesis se había transformado en una conversión total a la tradición de la Izquierda alemana, con sus debilidades y sus puntos de fuerza. Esta mutación estuvo marcada por la aparición del periódico L’Ouvrier communiste, que trabajó estrechamente con el comunista de izquierdas ruso exiliado en París, Gavril Miasnikov ([2]). Muy rápidamente el nuevo grupo sucumbió a las influencias anarquistas y cesó su publicación en 1931.
En 1933, la mayoría de los grupos “nativos” de oposición estaban influenciados por Trotski, aunque la Fracción de izquierdas del Partido comunista de Italia, formada en el suburbio parisino de Pantin en 1928, es extremadamente activa en este medio. La sección oficial de la Oposición internacional de izquierdas es la Liga comunista, formada en 1929 sobre bases muy heterogéneas y fuertemente criticada por la Fracción italiana. El “trotskismo” había llegado a identificarse con una búsqueda del reagrupamiento activista y sin principios, sin ningún sólido acuerdo programático. Esos planteamientos sólo pueden traer escisiones, especialmente porque se combinaban con posiciones cada vez más oportunistas sobre cuestiones claves como las relaciones con los partidos comunistas y socialistas, y la defensa de la democracia contra el fascismo. La Liga ya había sufrido una serie de escisiones. La primera, alimentada (aunque no exclusivamente) por antagonismos personales y lealtades de clan, se había producido tras la disputa entre el grupo de Molinier y el de Rosmer-Naville. La intervención de Trotski en la situación desde el exilio en Prinkipo había sido cuanto menos desafortunada, puesto que estaba impaciente por formar nuevas organizaciones de masas y se había dejado llevar por los esquemas activistas de Molinier, que en esencia era una aventurero político. La tendencia de Rosmer estaba más preocupada por la necesidad de reflexionar y desarrollar una comprensión más clara de las condiciones que enfrentaba la clase, pero la “paz de Prinkipo” de Trotski, llevó a la retirada virtual de Rosmer de la vida militante. Pero la escisión también dio origen a una corriente organizada, el grupo de Izquierda comunista, en torno a Collinet y el hermano de Naville. En 1932 se produjo otra escisión de este grupo, que dio lugar a la formación de la Fracción de izquierda, animada por el otro zinovietista Albert Treint, y por Marc, que más tarde estaría en la Izquierda comunista de Francia y la CCI. La causa de la escisión fue el rechazo del grupo a una tendencia creciente en la Liga hacia la conciliación con el estalinismo. A comienzos de 1933, la Liga está al borde de otra escisión aún más dañina, ya que una creciente minoría reacciona contra la política de conciliación hacia la socialdemocracia, que culminará con el “giro francés” de 1934 – la política de “entrismo” en los partidos socialdemócratas que en su tiempo habían sido denunciados por la Internacional comunista como instrumentos de la burguesía.
En este punto, otro grupo de oposición, conocido como el “grupo 15a sección”, cuyo militante más conocido era Gaston Davoust (Chazé), lanza una invitación a todas las corrientes de oposición para tener una serie de reuniones destinadas a la clarificación programática y un eventual reagrupamiento. Esta iniciativa es calurosamente acogida por la Fracción italiana, que, con maniobras, había sido separada de la Oposición internacional de Izquierda hacia 1932, pero que ve en estas reuniones las posibles bases para la formación de una Fracción de izquierdas del Partido comunista de Francia, para emplear aquí su terminología de entonces. También hay una respuesta positiva de parte de prácticamente todos los grupos en Francia, y también algunos grupos de fuera de Francia participan o envían su apoyo (Liga comunista internacionalista en Bélgica, Grupo de oposición de Austria, etc.). A los pocos meses, se celebran una serie de reuniones en las que participan una lista impresionante de grupos: La Fracción de izquierda y la Izquierda comunista, el grupo de Davoust, la Liga comunista, así como una delegación separada de su última minoría; la Fracción de izquierda italiana; unos cuantos grupos pequeños (y efímeros), como Pour une Renaissance communiste, de 3 elementos, que se habían escindido de la Fracción italiana por la cuestión rusa, considerando que la URSS era un estado capitalista; el nuevo grupo de Treint, Effort communiste, que había dejado la Fracción de izquierdas porque tampoco veía ya nada de proletario en el régimen “soviético”, y había empezado a desarrollar la teoría de que Rusia estaba ahora bajo la férula de una nueva clase explotadora; también acudieron varios individuos como Simone Weil y Kurt Landau.
La naturaleza del régimen de la Unión Soviética era uno de los temas centrales del orden del día. Sobre este punto, la mayoría de los grupos invitados defendía formalmente la visión de la plataforma de la Oposición rusa de 1927, que Trotski aún defendía vigorosamente, de que la URSS era un Estado proletario, aunque en una condición de severa degeneración burocrática porque no había suprimido la propiedad estatal de los principales medios de producción. Pero lo que es particularmente interesante sobre las discusiones en esta conferencia, es que proporciona una ilustración de cómo evolucionaron las posiciones sobre esta cuestión en el medio de oposición.
Así por ejemplo, el grupo Izquierda comunista hizo el informe sobre la cuestión rusa. Este texto es muy crítico con los argumentos de Trotski: “ Para explicar la ofensiva de la burocracia contra el campesinado, y la conversión del estalinismo a una política de industrialización, a pesar de la ‘liquidación del partido como partido’, el camarada Trotski argumenta que mientras la infraestructura económica de la dictadura del proletariado se hace más fuerte, su superestructura política ha seguido debilitándose y degenera. Un planteamiento difícil de aceptar, cuando se tiene en cuenta la tesis marxista de que “la política es sólo economía concentrada”, especialmente cuando hablamos de un régimen donde el asunto político esencial es la dirección de la economía”. El informe concluye que efectivamente, la burocracia se ha convertido en una nueva clase, ni proletaria ni burguesa. Pero a diferencia de Treint, y sin ninguna consistencia aparente, el texto también argumenta que este Estado burocrático aún contiene algunos vestigios proletarios y por eso los revolucionarios tienen que defenderlo de los ataques del imperialismo. El grupo de Chazé presentó una resolución donde se expresan igualmente conclusiones contradictorias – la URSS sigue siendo un Estado obrero, pero la burocracia “juega el papel de una verdadera clase cuyos intereses son cada vez más opuestos a los de la clase obrera”. Más importante quizás que el contenido de todos estos textos, es el planteamiento mismo de la Conferencia, su actitud abierta a la cuestión de la naturaleza de la URSS. Así por ejemplo, cuando el grupo “ortodoxo” trotskista, la Liga comunista, propuso una resolución para excluir a todos los que negaran la naturaleza proletaria de la URSS, fue casi unánimemente rechazada.
La Conferencia no tuvo éxito en cuanto a la unificación de los grupos que participaron, ni en crear una Fracción francesa: en un periodo de derrota, la tendencia dominante es inevitablemente hacia la dispersión y el aislamiento. Pero sí tuvo lugar un reagrupamiento parcial, y esto también es significativo: La Fracción de izquierda, el grupo de Davoust y más tarde la minoría de la Liga comunista – una minoría de 35 miembros, cuya partida dejó prácticamente inutilizada la Liga – se unieron para formar el grupo Union communiste, que sobrevivió hasta la guerra. Aunque comenzó con un fuerte bagaje trotskista, y después no estuvo a la altura de la prueba de fuego de la guerra de España, sí hubo una evolución en este grupo: puso en cuestión la ideología del antifascismo, y en 1935 había concluido que la burocracia estalinista es una nueva burguesía. La LCI en Bélgica adopta una posición similar.
Si consideramos también que la Fracción italiana, aunque todavía hablaba de la URSS como un Estado proletario, avanzaba rápidamente hacia el rechazo de cualquier consigna de defensa de la URSS en este período, tenemos que, hacia mitad de los años 30, la posición de Trotski sobre la URSS había sido puesta en cuestión o abandonada por una parte importante del movimiento de oposición, igual que había ocurrido en la Oposición rusa. Y la importancia de esto es cuantitativa y cualitativa: cuantitativa porque en esos momentos, ese medio de oposición es mayor que el grupo trostkista “oficial” en el país clave de la Oposición internacional de izquierda; y cualitativa porque son los elementos más consistentes e intransigentes, formados durante la oleada revolucionaria o poco después, quienes rechazan la defensa de la URSS y empiezan a comprender, aunque de forma contradictoria e incompleta a menudo, que en la “tierra de los soviets” se ha producido una contrarrevolución. No es sorprendente que la historia de estas corrientes sea sistemáticamente ignorada por los historiadores trotskistas.
Para entender la evolución de la posición de Trotski sobre la URSS, es preciso reconocer las presiones de la Izquierda. Si nos fijamos en la declaración más importante de Trotski sobre la naturaleza de la URSS en este período – su libro la Revolución traicionada, escrito durante su exilio en Noruega y publicado en 1936 – se comprende rápidamente que estaba metiéndose en una polémica en dos frentes: por una parte, contra el engaño estalinista de que la URSS era un paraíso para los obreros, y por otra parte, contra todas esas corrientes de izquierda que estaban convergiendo en la posición de que la Unión soviética había perdido su conexión con el poder proletario de 1917.
Aclaremos antes que nada que, contrariamente a las conclusiones que se adelantaron en el seno de la Izquierda comunista, incluyendo la Fracción italiana en esa época, en 1936 Trotski no había dejado de ser un marxista, y la Revolución traicionada contiene amplias evidencias de eso. El principal impulso del libro se dirige a refutar la absurda pretensión de Stalin de que la URSS ya habría alcanzado el pleno “socialismo” (aunque todavía no el “comunismo”) en 1936. Contra esa monstruosa mentira, Trotski despliega toda la fuerza de sus conocimientos estadísticos, su aguzado ingenio y su claridad política, para exponer las condiciones de vida absolutamente miserables de la clase obrera y el campesinado, deplorable calidad de las mercancías para el consumo de masas, los crecientes privilegios de la élite burocrática, las tendencias cada vez más reaccionarias, nacionalistas y jerárquicas en las esferas del arte y la literatura, la educación, el ejército, la vida familiar, etc. Ciertamente la descripción de Trotski de la mentalidad y las prácticas de la burocracia es tan acertada, que casi prueba que estamos en presencia de una clase explotadora. En el artículo “La clase no identificada: la burocracia soviética según Leon Trotski”, escrito para la Revista internacional nº 92 por uno de los camaradas del medio proletario emergente actual en Rusia, se plantea esto muy claramente: “Trotski de hecho está describiendo el siguiente panorama (en la Revolución traicionada): es cierto que existe un estrato social numeroso que controla la producción – y por tanto sus productos –, de una forma monopolista, y que se apropia de una parte muy importante de esa producción (o dicho de otro modo que ejerce una función de explotación), que está unida por una comprensión de los intereses materiales que tienen en común, y que se opone a la clase productora. ¿Cómo deben llamar los marxistas a un estrato social con todas esas características? Sólo puede haber una respuesta: se trata de la clase dominante en todos los sentidos. Trotski lleva a sus lectores a esa misma conclusión, aunque él mismo se niegue a hacerlo (…) Trotski arranca de “a”, pero tras haber descrito a la clase dominante en la explotación, vacila en el último momento, y se niega a llegar a “b””.
El libro de Trotski plantea también una cuestión muy importante sobre la naturaleza del Estado de transición, y sobre el porqué de su extrema vulnerabilidad a las presiones del antiguo orden social. A partir de una frase muy sugestiva de Lenin en el Estado y la Revolución en la que dice que el Estado de transición es, en cierto sentido, “un Estado burgués pero sin burguesía”, Trotski añade que “Esta conclusión altamente significativa, completamente ignorada por los teóricos oficiales de hoy, tiene una gran importancia para la comprensión de la naturaleza del Estado soviético o, más precisamente, para una primera aproximación a esa comprensión. Ya que es el Estado el que asume la tarea de la transformación socialista se ve obligado a defender la desigualdad – esto es los privilegios materiales de una minoría – mediante la fuerza. Al actuar así sigue siendo un Estado burgués, incluso aún sin burguesía. Las normas burguesas de distribución, mediante la ampliación acelerada del poder material, deben servir a objetivos socialistas, pero sólo lo hacen en última instancia. El Estado asume directamente y desde el primer momento, un carácter dual: socialista por cuanto defiende la propiedad social de los medios de producción; y burgués, ya que la distribución de los bienes vitales se lleva a cabo sobre la base del criterio capitalista del valor con todas las consecuencias que de ello se desprenden. Tal carácter contradictorio horrorizará a los dogmáticos y a los escolásticos, a los que únicamente podemos ofrecerles nuestras condolencias” (la Revolución traicionada, Pathfinder press. Traducido del inglés por nosotros). Esta postura de cuestionar la naturaleza del Estado de transición, de haberse desarrollado adecuadamente, habría llevado a Trotski a comprender que el Estado establecido tras la Revolución de Octubre se había convertido en el guardián del capital estatalizado, pero Trotski se mostró, en cambio, incapaz de llevarla hasta el final.
En cuanto a las conclusiones más directamente políticas que aparecen en el libro, algunas de las cuales ya aparecían en 1933, representan también un cierto avance respecto al pensamiento anterior de Trotski. En 1927, tal y como vimos en el último artículo de esta serie, Trotski ya había alertado sobre el peligro de un “Termidor”, una especie de “contrarrevolución escalonada” en la URSS, aunque se resistía a aceptar que ya se hubiera consumado. Cuando escribe la Revolución traicionada Trotski revisa sus puntos de vista y concluye que ese Termidor ya ha tenido lugar bajo la égida de la burocracia, y que como resultado “el viejo partido bolchevique ha muerto, y ninguna fuerza puede ya resucitarlo” (ibid.). Concluye además que la burocracia que ha estrangulado el bolchevismo ya no puede ser reformada, sino que debe ser necesariamente derrocada, por lo que llama a la clase obrera a que realice una “revolución política”. En ese mismo momento decide también que la Internacional comunista ha expirado, y que por tanto la formación de nuevos partidos, en todos los países, está a la orden del día.
Finalmente, es importante recordar que el libro de Trotski no da por cerrada la cuestión de la naturaleza de la URSS, sino que cree que es la historia la que aún debe zanjar esta cuestión, pues él insiste en que el reinado de la burocracia es necesariamente inestable por lo que o bien resultará destruido (sea por los trabajadores o por una abierta contrarrevolución burguesa), o bien se transformará en una clase poseedora en el sentido más clásico del término. Dado que el mundo se convulsionaba hacia una nueva guerra mundial, Trotski pensó en los últimos años de su vida, que en función del papel que jugase la URSS en la guerra, podría establecerse definitivamente su carácter de clase.
A pesar de estos aspectos positivos, el libro significa también una encendida defensa de la tesis según la cual la URSS seguía siendo un Estado obrero puesto que había desarrollado una completa nacionalización de los medios de producción, logrando así la “abolición” de la burguesía. El Termidor del que Trotski habla en este libro no tiene mucho que ver con el concepto que había empleado en 1927. Entonces se refería a Termidor como una contrarrevolución burguesa, mientras que ahora se pierde más en comparaciones ambiguas con la Revolución francesa. En Francia el Termidor no había significado una restauración feudal, sino la llegada al poder de una fracción más conservadora de la burguesía. Por esa misma razón, Trotski argumenta que el Termidor soviético no ha restaurado el capitalismo sino que ha instalado una especie de “bonapartismo proletario” en el que un estrato burocrático parasitario defiende sus privilegios a expensas del proletariado, aunque depende para su propia supervivencia del mantenimiento de las “formas proletarias de propiedad” instauradas por la Revolución de Octubre. Por ello reclama para la URSS una revolución meramente política que elimine la burocracia pero que mantenga las formas básicas de la economía, en lugar de una completa revolución social. Así se explica también que Trotski siguiera abogando decididamente por la “defensa de la Unión Soviética” frente a las intenciones hostiles del capitalismo mundial, que, según él mismo argumentaba, seguiría viendo a la URSS como un cuerpo extraño.
Llegamos así al aspecto más reaccionario del trabajo de Trotski que consiste en sus tesis dirigidas directamente contra la Izquierda, lo que hace explícitamente en la última parte de su libro, cuando plantea – más bien evacua – el problema de si hay que ver la URSS como un capitalismo de Estado, y a la burocracia como una clase dominante. Respecto al capitalismo de Estado, Trotski se da cuenta de la tendencia general del capitalismo a la intervención del Estado en la economía, y lo analiza como una expresión de la decadencia histórica del sistema. Llega incluso a admitir la posibilidad teórica de que el conjunto de la clase dominante de un país pueda constituirse en un único trust, a través del Estado. Es más, señala que: “las leyes económicas de un régimen así no representarían misterio alguno. Un capitalista individual, como es sabido, recibe en forma de beneficios, no aquella parte de plusvalía creada directamente por los trabajadores de su propia empresa, sino una parte de la plusvalía global creada en el conjunto del país, una parte proporcional al monto de su propio capital. Bajo un “capitalismo de Estado” integral esta ley del reparto equitativo del beneficio se realizaría no a través de los mecanismos enrevesados de la competencia entre diferentes capitales, sino de manera directa e inmediata a través de la contabilidad estatal”. En realidad lo que describe es cómo estaba operando en la URSS la ley del valor, pero llegado a este punto, retrocede y se empeña en negarlo, afirmando, por el contrario, que “sin embargo un régimen así ni ha existido nunca, ni, dadas las profundas contradicciones entre los propietarios, existirá. Es más, al menos en su calidad de depositario universal de la propiedad capitalista, el Estado será demasiado tentador como objeto para la revolución social” (la Revolución traicionada).
Hay que añadir que las burguesías más avanzadas habían dado la espalda a ese modelo de capitalismo de Estado integral ya que, como quedó finalmente confirmado con el colapso de los países ex estalinistas, ha demostrado una ineficacia desastrosa. Pero donde Trotski falla estrepitosamente en este libro es a la hora de hacerse pregunta esta simple cuestión: ¿puede nacer un capitalismo de Estado integral de una situación en la que la revolución proletaria ha expropiado a la vieja burguesía, y que sin embargo está degenerando debido a su aislamiento internacional?.
En cuanto al argumento de Trotski, por el que se niega que la burocracia pueda ser una clase dominante puesto que carecería de acciones bursátiles o de derechos de herencia que le permitieran legar sus propiedades a sus herederos, nuestro compañero en Rusia, AG, ha escrito una réplica muy lúcida: “En la Revolución traicionada, Trotski intenta refutar teóricamente la tesis de la naturaleza burguesa de la burocracia, con argumentos tan débiles como que “no poseen acciones o bonos” (pag 249). Pero ¿para qué necesita poseerlos la clase dominante? Es obvio que la posesión de acciones o de bonos no tiene importancia en sí misma, lo importante es si tal o cual clase se apropia de la plusvalía arrancada a los productores directos. Si la respuesta es que sí, entonces la función de la explotación existe aunque la distribución de ese producto apropiado se realice a través de dividendos y participaciones, o a través de un salario y privilegios añadidos al trabajo. El autor de la Revolución traicionada apenas resulta convincente cuando dice que los representantes de la capa social dirigente no pueden legar su status privilegiado (...) es altamente improbable que Trotski pensara de verdad que los hijos de la elite pudieran convertirse en obreros o campesinos”. Cuando atribuye una importancia decisiva a la existencia de los derechos de herencia, Trotski se desvía claramente de un axioma marxista fundamental que señala que las relaciones jurídicas son sólo la expresión superestructural de las relaciones sociales subyacentes. Del mismo modo, cuando insiste en encontrar signos de una pertenencia personal a la clase dominante, Trotski olvida que los marxistas definen el capital como un poder global impersonal, que es el capitalismo el que crea a los capitalistas y no a la inversa.
Igualmente tras su concepción de que la naturaleza de clase del Estado soviético estaría determinada, en última instancia, por la estructura económica, aparece una confusión muy seria sobre la naturaleza de la revolución proletaria. Como clase explotada que es, la única forma que tiene la clase obrera para transformar la sociedad hacia el socialismo es conquistando y detentando el poder político. Carece de bienes o propiedades, tampoco las leyes económicas actúan a su favor. Sus métodos de lucha contra las leyes de la economía capitalista se basan enteramente en su capacidad para imponer un control consciente y planificado contra la anarquía del mercado, en imponer las necesidades humanas contra las necesidades del beneficio. Pero esta capacidad sólo puede derivar de su fuerza organizada y de su conciencia política, de su capacidad para afirmar su programa a todos los niveles de la vida social y económica. Esto no garantiza, sin embargo, que la expropiación de la burguesía y la colectivización de los medios de producción conduzca automáticamente a unas nuevas relaciones sociales. Se trata únicamente de un punto de partida: la labor de crear estas nuevas relaciones sociales sólo puede recaer en el movimiento social de masas de la clase obrera. Es verdad que Trotski llegó a afirmar algo muy parecido a esto cuando señaló que “la predominancia del socialismo sobre las tendencias pequeñoburguesas se garantiza no a través de los automatismos de la economía – estamos aún muy lejos de ello – sino mediante medidas políticas adoptadas por la dictadura. El carácter de la economía en su globalidad depende pues del carácter del poder estatal”. Pero, como sucede con el resto de sus tesis, Trotski es incapaz de llevarlo hasta sus necesarias conclusiones: si el proletariado ya no ejerce el más mínimo control sobre el poder estatal, entonces la economía marchara automáticamente en una sola dirección: hacia el capitalismo. En suma, que la existencia de un Estado obrero o de una dictadura del proletariado por hablar con más precisión, no depende de que el Estado se haga formalmente dueño de la economía, sino de que el proletariado detente verdaderamente el poder político.
La consecuencia más grave de la incapacidad de Trotski para reconocer que la Revolución de Octubre había sido ya definitivamente derrotada, es que este fracaso le llevará a justificar “teóricamente” la apología radical del estalinismo, que llegaría a ser la función última del movimiento fundado por él. De hecho ya en la Revolución traicionada, y a pesar de todas las críticas sobre las condiciones que atraviesa la clase obrera en Rusia, aparece explícitamente esa apología,: “No tenemos nada que discutir con los economistas burgueses. El socialismo ha demostrado su derecho a vencer, no en las páginas de Das Kapital, sino en el terreno industrial que comprende una sexta parte de la superficie terrestre; no en el lenguaje de los dialécticos, sino en el lenguaje del acero, el cemento y la electricidad” (ídem). Aquí Trotski insiste en que, a pesar de todas sus degeneraciones burocráticas, el “desarrollo de las fuerzas productivas” del estalinismo es progresista ya que sienta las bases de una sociedad socialista. De hecho Trotski nunca abandonó la idea de que el giro que dio Stalin, a finales de los años 20, hacia una rápida industrialización, vendría a darle en cierta forma la razón al programa económico de la Oposición de izquierdas. Pero el verdadero sentido de esa industrialización de la URSS hay que verlo en el contexto de un desarrollo mundial de las fuerzas productivas. La Revolución rusa de 1917 se realizó bajo la premisa de que el mundo se encontraba ya maduro para el comunismo. El desarrollo que tuvo lugar bajo el stalinismo estaba asentado en la derrota de la primera tentativa de crear una sociedad comunista y se basaba, en cambio, en la necesidad de construir una economía de guerra para prepararse para un nuevo reparto imperialista del mundo. Por todo ello, los éxitos de la industrialización soviética no constituyen, en manera alguna, un factor de progreso para la humanidad sino una expresión de la decadencia del modo de producción capitalista; y los cantos de Trotski a la producción de hormigón y acero suponen una justificación de la más implacable explotación sufrida por la clase obrera.
Peor aún: la defensa de la Unión Soviética frente al capitalismo mundial condujo a una política de apoyo a los apetitos imperialistas del capital ruso, una política que Trotski ya puso en práctica en 1929 cuando apoyó a Rusia en su conflicto con China por la posesión del ferrocarril de Manchuria. Dado que el mundo se encaminaba rápidamente hacia otra guerra, y habida cuenta de la creciente implicación de Rusia en el escenario imperialista, la posición trotskista oficial de “defensa del Estado obrero” llevaría a este movimiento a acercarse cada vez más al campo de la burguesía.
Como señalamos en el artículo que hicimos a propósito de la muerte de Trotski (ver Revista internacional nº 103), la pendiente hacia la guerra llevó a Trotski a replantearse algunas cuestiones fundamentales. Dentro del propio movimiento trotskista tuvo que enfrentarse además a críticas a su noción de un Estado obrero degenerado. Estas no procedían en esta ocasión de la Izquierda, sino de personajes como Bruno Rizzi en Italia, y sobre todo de Burnham y Schachtman en USA, que representaban distintas versiones de una misma idea según la cual la URSS representaría una sociedad explotadora de nuevo tipo, desconocida para el marxismo. Trotski se oponía a tal conclusión, aunque en sus últimos escritos se nota que algo le influyeron. No obstante – como muchísimo mejor marxista que elementos como Schachtman – comprendió bastante claramente que si de las entrañas de la sociedad capitalista podía surgir un nuevo sistema de explotación, entonces habría que poner en entredicho el conjunto de la perspectiva marxista y, sobre todo, el potencial revolucionario de la clase obrera: “Llevada a su conclusión histórica, la alternativa histórica se resume así: o bien el régimen estalinista supone un tremendo retroceso en el proceso de transformación de la sociedad burguesa en una sociedad socialista; o, de otro modo, el régimen estalinista es el primer paso hacia una nueva sociedad de explotación. Si es éste segundo pronóstico el acertado, entonces por supuesto que la burocracia podría convertirse en una nueva clase explotadora. Por horrible que pueda parecer esta perspectiva, probaría de hecho la incapacidad del proletariado para llevar adelante la misión que le ha sido confiada por el curso del desarrollo histórico, lo que nos llevaría a reconocer que el programa socialista basado en las contradicciones internas de la sociedad capitalista se ha convertido finalmente en una utopía. No es preciso decir que necesitaríamos un nuevo “programa mínimo” para defender los intereses de los esclavos de la sociedad totalitaria burocrática” (La URSS en la guerra, 1939).
Para Trotski el resultado de la guerra que se anunciaba iba a ser decisivo: si la burocracia demostraba ser lo bastante estable como para sobrevivir a la guerra, sería necesario concluir que, de hecho, ya habría cristalizado en una nueva clase dominante; y si el proletariado no conseguía acabar con la guerra mediante la revolución, eso probaría que el programa socialista se habría convertido, de hecho, en una utopía. Aquí podemos ver cómo la negativa de Trotski a aceptar la naturaleza capitalista de la URSS, le llevaban a poner en duda las convicciones que inspiraron el conjunto de su existencia.
Por esa misma razón, la definición de la URSS como un país capitalista, demostró ser la única base firme para la defensa del internacionalismo durante la Segunda Guerra mundial y en los años siguientes. La defensa del Estado “obrero degenerado”, junto a la ideología de apoyo a la democracia contra el fascismo, llevaron al movimiento trotskista oficial a una capitulación abierta ante el chovinismo y a integrarse en el campo imperialista aliado. Tras la guerra, los trotskistas se situaron como propagandistas del imperialismo ruso contra su rival americano.
En cuanto a aquellos que plantearon la teoría de una nueva sociedad burocrática, pronto concluyeron que las democracias occidentales resultaban más progresistas que el régimen bárbaro de Rusia, o bien simplemente desaparecieron al creer que el marxismo ya no tenía ninguna validez. Por el contrario, los grupos y elementos que rompieron con el trotskismo en los años 40 a causa de su abandono del internacionalismo, lo hicieron convencidos de que Rusia era un Estado capitalista e imperialista. Hablamos del grupo en torno a Munis, de los RKD alemanes, de Agis Stinas en Grecia… y por supuesto de Natalia Trotski que siguió las recomendaciones políticas de su compañero y tuvo el coraje de reexaminar la ortodoxia “trotskista” a la luz de la Segunda Guerra mundial y de los preparativos para una tercera que sucedieron a la anterior.
CDW
El próximo artículo de esta serie versará sobre la posición de la Izquierda italiana a propósito de la cuestión rusa, y mostraremos por qué fue esta corriente la que estableció el mejor marco de análisis para resolver finalmente el “enigma ruso”.
[1] Hemos adaptado para nuestro titular, el título de un artículo escrito por Treint, un miembro francés de la Oposición (“Para descifrar el enigma ruso: Tesis del camarada Treint sobre la cuestión rusa”), redactado para la conferencia de 1933. De todas formas debemos señalar que la teoría de Treint, es decir la de un nuevo sistema de explotación que representa el capitalismo de Estado, únicamente consigue añadir nuevos misterios.
[2] Es importante reseñar aquí la posición final de Miasnikov sobre la cuestión de la URSS. En 1929 Miasnikov se encontraba exiliado en Turquía e inició una correspondencia con Trotski. A pesar de las profundas diferencias que les separaban, él reconocía la importancia de Trotski para el conjunto de la oposición internacional contra el estalinismo. Miasnikov escribió un folleto sobre la burocracia soviética, que envió a Trotski pidiéndole que escribiera un preámbulo. Trotski se negó a ello ya que el texto argumentaba que Rusia era un sistema de capitalismo de Estado y que la burocracia era una clase dominante: Según Avrich en su ensayo “La Oposición bolchevique a Lenin: G.T. Miasnikov y el Grupo obrero” (publicada en The Russian Review – La Revista rusa –, vol. 43, 1984), el texto de Miasnikov arroja cierta luz sobre el proceso de pérdida del poder por parte del proletariado y de consolidación de la dominación de la burocracia stalinista. Avrich también comenta que “Dado que como capitalismo de Estado organizó la economía de modo más eficiente que el capitalismo privado; Miasnikov lo consideró históricamente progresista”; pero en una nota a pie de página afirma que Tianov, otro miembro del Grupo obrero que estuvo encarcelado junto a Ciliga, consideraba el capitalismo de Estado como regresivo. El folleto de Miasnikov apareció publicado en Francia en 1931, en lengua rusa, bajo el título de Ocherednoi obman (la actual decepción). Por lo que sabemos no ha sido traducido a otra lengua, una tarea que quizás pueda ser acometida por el nuevo medio proletario que emerge en Rusia. La CCI puede facilitar una copia del texto disponible en ruso si hay compañeros dispuestos a traducirlo.
En la primera parte de este artículo "nos hemos esforzado por contestar a la tesis del BIPR según la cual organizaciones como la nuestra se habrían "alejado del método y de las perspectivas de trabajo que llevan a la composición del futuro partido revolucionario". Para ello, hemos tenido en cuenta los dos niveles en que se plantea el problema de la organización (cómo concebir la futura internacional y qué política llevar a cabo para la construcción de la organización y el agrupamiento de los revolucionarios); y en ambos niveles, hemos demostrado que es el BIPR, y no la CCI, quien se sale de la tradición de la Izquierda comunista italiana. En realidad, el eclecticismo que guía al BIPR en su política de agrupamiento recuerda más al de un Trotski metido en su construcción de la IVª internacional; la visión de la CCI, en cambio, es la de la Fracción italiana, la cual siempre combatió para que el agrupamiento se hiciera con la mayor claridad, y gracias a ello poder ganarse a los elementos del centro, a los indecisos" (1).
Sacábamos esas conclusiones al final de un artículo de 7 páginas, y que no tiene nada que ver con elucubraciones sin sentido, sino que son la expresión de un esfuerzo realizado por la defensa de un método de trabajo, el nuestro, y de una crítica firme pero fraterna hacia un grupo político que nosotros consideramos, sin la menor duda, que está del mismo lado de la frontera de clase que nosotros. Para ello, nuestros argumentos críticos en los debates con el BIPR siempre han tenido como base sus propios textos - que nosotros procuramos reproducir lo mejor que podemos en nuestros artículos. Nuestros argumentos se basan en una confrontación con la tradición común de la Izquierda comunista para así comprobar la validez de tal o cual hipótesis en la difícil labor de construcción de la vanguardia revolucionaria..
Como respuesta, Battaglia Comunista (BC), uno de los componentes del BIPR, ha publicado un artículo (2) que plantea más de un problema. En realidad, el artículo es una respuesta a la CCI, a la que únicamente se cita cuando no les queda más remedio. El conjunto del artículo es superficial, sin citas de nuestras posiciones, que son, en cambio, sintetizadas por BC reproduciendo algunas de una manera patentemente deformada (estamos dispuestos a pensar que eso se debería a una incomprensión de ellas y no a la mala fe).
En fin de cuentas, aparece claramente a través de ese artículo, que lo que busca BC son "efectos de estilo" para atraerse la simpatía de sus lectores y no plantear abiertamente las cuestiones y confrontarlas. BC parece negarse a situarse en el único terreno de confrontación posible, terreno en el que estaba construida nuestra respuesta, el método histórico.
Síntoma de esa actitud es el juicio de BC sobre nuestro artículo, el cual expresaría "acritud" y en el cual habría "bilis y calumnias"(3). Esta actitud de BC confirma plenamente, a nuestro entender, la crítica de oportunismo que hemos dirigido al BIPR en el artículo precedente, pues, históricamente, el oportunismo ha procurado evitar siempre los debates políticos serios pues ponen evidentemente de relieve sus propios fallos. En cuanto a nosotros, remitimos al lector a nuestro artículo anterior para que así pueda medir hasta qué punto la respuesta de BC es falsa cuando no de mala fe (4). No vamos a seguir a BC por ese camino, perdiéndonos en polémicas estériles e interminables. Vamos a procurar en este nuevo artículo dar elementos suplementarios sobre el tema de la construcción de la organización de los revolucionarios. Esto, a través de:
La segunda parte del articulo de BC intenta defender su propia política oportunista de construcción del partido internacional en oposición a nuestra manera de proceder. Vamos a recordar los elementos esenciales desarrollados anteriormente en respuesta a la crítica del BIPR sobre cómo crear secciones nacionales de una organización internacional. El BIPR escribe:
"Negamos por principio y con la base de las diferentes resoluciones de nuestros congresos, la hipótesis de que se creen secciones nacionales mediante germinación de brotes de una organización preexistente, aunque fuera la nuestra. No se construye una sección nacional del partido internacional del proletariado creando en un país, de modo más o menos artificial, un centro de redacción de publicaciones redactadas en otro país y, de todos modos, sin vínculos con las batallas políticas reales y sociales en el propio país." (subrayado nuestro) (5).
Y así respondíamos nosotros esa Revista internacional nº 103: "Es evidente que nuestra política de agrupamiento internacional está ahí ridiculizada intencionadamente, cuando se habla de "de brotes de una organización preexistente", de creación "en un país, de modo más o menos artificial, de un centro de redacción de publicaciones redactadas en otro país", una manera de inducir una especie de sentimiento difuso de rechazo a la estrategia de la CCI."
"(…) Según el BIPR, si surge un nuevo grupo de camaradas, supongamos en Canadá, que se acerca a las posiciones internacionalistas, ese grupo podrá sacar provecho de la contribución crítica fraterna, incluso polémica, pero deberá crecer y desarrollarse a partir del contexto político de su propio país, vinculado a "las batallas políticas reales y sociales en el propio país". Lo cual quiere decir para el BIPR, que el contexto actual y local de un país particular es más importante que el marco internacional e histórico determinado por la experiencia del movimiento obrero. ¿Cuál es, en cambio, nuestra estrategia de construcción de la organización a nivel internacional" (…) Haya uno o cien candidatos que quieren militar en un nuevo país, nuestra estrategia no es crear un grupo local que deba evolucionar en dicho territorio "vinculado a las batallas políticas reales y sociales en el propio país", sino integrar lo antes y mejor posible a esos nuevos militantes en el trabajo internacional de organización, dentro del cual, de manera central, se incluye la intervención en el país de los camaradas que en él se encuentran. Por eso, incluso con exiguas fuerzas, nuestra organización procura estar cuanto antes presente con una publicación local bajo la responsabilidad del nuevo grupo de camaradas, pues es, sin lugar a dudas, el medio más directo y más eficaz para ampliar, por una lado, nuestra influencia y, por otro, proceder directamente a la construcción de la organización revolucionaria. ¿Qué hay ahí de artificial? ¿Por qué hablar de no se sabe qué germinación de brotes preexistentes? Que nos lo expliquen."
Lo que de verdad sorprende es que, frente a nuestros argumentos, BC no es capaz de oponer el más mínimo argumento político. Lo único que dice es que… no se lo cree. Esta es, en efecto su postura: "¿Puede pensarse en una "expansión" multinacional de las organizaciones más fuertes y más representativas? No. Porque la política revolucionaria es una cosa seria: no puede uno imaginarse que una "sección" de unos cuantos camaradas en un país diferente del de la sección "madre" pueda ser concretamente un elemento de una organización de verdad [¿y por qué no?, NDLR].
"Hay que tener el valor de reconocer las dificultades para hacer funcionar realmente una organización a escala nacional; la coordinación misma de una "campaña" a escala nacional no siempre es completa: la distribución de la prensa en las condiciones organizativas nuestras, de "escasas fuerzas", se resiente del menor cambio en la disponibilidad de los militantes y solo podemos avanzar con los elementos concretos de la organización"
¡Ésa es pues la verdad!. BC cree que es imposible constituir una organización internacional simplemente porque ella misma es incapaz de gestionar una organización como la suya a nivel nacional. ¡No será porque BC no sea capaz que la cosa es imposible! La existencia de la CCI es un desmentido total a esa argumentación. BC habla de la dificultad de difundir la prensa a nivel internacional, pero es incapaz de ver (es solo un ejemplo) que la prensa en inglés y en español de la CCI (especialmente esta Revista internacional) se difunde en unos veinte países del mundo en los que no existe obligatoriamente una sección. No se da cuenta tampoco que nuestra organización es capaz, y así lo ha demostrado cada vez que ha sido necesario, de difundir, a la vez, el mismo panfleto en todos los países en los que está presente e incluso en otros. Una vez más, BC no ve una realidad patente, que la CCI es una organización unitaria de verdad, una organización que actúa, piensa, trabaja e interviene como cuerpo político único, como organización internacional, sea cual sea el tamaño de la sección de tal o cual país.
Todo eso da una idea del valor de los argumentos de BC cuando dice que " Hay que tener el valor de reconocer las dificultades para hacer funcionar realmente una organización", un argumento que se usa únicamente para negar la posibilidad de construir ya hoy una organización internacional, un argumento sin la menor base científica.
Pero hay más en el artículo de BC. De él emerge una idea perniciosa sobre la manera con la que debe desarrollarse una organización en un país:
"Además, una minisección, llegada del cielo, no tiene la posibilidad de implantarse en la escena política de ese país, posibilidad que sí tiene una organización - y en este caso poco importa que sea pequeña - que ha surgido de ese escenario político, orientándose hacia posiciones revolucionarias. (…) Los que no comprenden o fingen no comprender que la identidad política no basta para hacer una organización, una de dos: o no poseen el sentido de la organización, o les falta tanta experiencia organizativa que creen que la cuestión no viene al caso. (…) No se vuelve uno capaz de cumplir sus tareas si no se desarrolla la tarea primordial de arraigarse, aunque sea de forma limitada hoy, en la clase" (6). Nos inquieta, de verdad, el sentido de ese pasaje. Lo que se saca de lo expuesto por BC es que vale más tener un grupo "surgido de esa escena política [del lugar], orientándose hacia posiciones revolucionarias", sin que importe el grado de confusión al principio, que tener en el mismo territorio "una minisección caída del cielo".
El verdadero "arraigo" de una organización en la clase no se juzga en saber si sus posiciones son momentáneamente más o menos "populares" entre los obreros. Eso es inmediatismo y oportunismo. El arraigo verdadero se juzga a una escala histórica, entre la experiencia del pasado de la clase y su porvenir. El principal criterio de "arraigo" es la claridad programática y los análisis que permiten a una organización:
En eso estribó el debate entre Lenin y los mencheviques. Éstos querían recabar una influencia mayor abriendo las puertas del partido a elementos confusos y vacilantes. Fue también ése el debate, en los años 1920, entre la Izquierda italiana y la mayoría de la IC en relación con la formación de los PC (con bases "estrechas" según la idea de la izquierda o "amplias" según la de la IC), sabiendo justamente que la IC buscaba tener un "arraigo" en las masas obreras lo más rápido posible. Y lo mismo en cuanto a la posición de la Fracción frente a la de los trotskistas en los años 1930. El arraigo de la organización en la clase nunca debe hacerse rebajando los principios y quitándoles hierro. Esa es una de las grandes enseñanzas del combate de la Izquierda del que el BIPR se olvida hoy, como lo había olvidado ya el PC Internacionalista en 1945.
De hecho, lo insubstancial de la argumentación de BC se debe a que este grupo se niega obstinadamente a contestar a dos preguntas de fondo, preguntas que les habíamos planteado en nuestro artículo precedente:
Seguimos esperamos la respuesta.
BC, ya se sabe, nos acusa de idealismo y de que analizamos la actualidad con ese enfoque. Últimamente, en una reunión pública de Battaglia comunista en Nápoles, a una petición de explicaciones sobre nuestro pretendido idealismo, BC contestó así: "Hay tres puntos que caracterizan el idealismo de la CCI:
"El primero es el concepto de decadencia: es un concepto que nosotros también usamos; pero no se puede explicar el conflicto de decadencia basándose únicamente en factores sociológicos. El problema es que puede explicarse la decadencia basándose en la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Nosotros decimos que el capitalismo sufre su decadencia no porque haya crisis (crisis cíclicas las ha habido siempre), sino porque ésta es una crisis particularmente grave. Decimos que la CCI es idealista porque el concepto de decadencia es abstracto, idealista. En segundo lugar, el análisis del imperialismo: cuando existía la URSS, estábamos acostumbrados a ver el imperialismo con dos caras, la URSS y los Estados Unidos. Uno de los dos polos desapareció, el otro domina en el plano militar, económico, etc. Hay sin embargo, en esta nueva situación, una tentativa de agrupamiento imperialista en Europa. ¿Cómo puede ahora la CCI explicar esta nueva fase hablando únicamente de caos? La CCI confunde las aspiraciones conscientes a predominar en el ruedo imperialista con el caos.
"La tercera razón es la cuestión de la conciencia y es lo más importante. Hemos oído cosas increíbles, cosas como que la clase obrera posee tal nivel de conciencia que ha podido impedir una tercera guerra mundial."
Suponemos que con esa crítica sobre el idealismo, BC quería acusar a nuestra organización de no estar en los problemas reales y dedicarse a delirar. Lo que nosotros comprendemos, en cambio, y eso es lo que intentamos demostrar, es que esa crítica de BC se basa en una comprensión deficiente y poco profunda de nuestros análisis políticos que solo se justifica por el deseo incontenible de querer desmarcarse de nuestra organización.
Intentemos pues a dar algunos elementos de respuesta, aunque evidentemente nos es imposible hacer aquí unas exposiciones apropiadas a temas tan amplios.
La decadencia del capitalismo. Es cierto que el análisis de la CCI es diferente del de BC. Es totalmente falso, en cambio, que para nosotros "el concepto económico de decadencia" se explique "basándonos únicamente en factores sociológicos". Los camaradas de BC saben perfectamente que, mientras que su posición se basa en la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, la CCI se refiere a los aportes teóricos sucesivos de Luxemburg (7) sobre la saturación de los mercados y la práctica desaparición de los mercados extracapitalistas, lo cual no excluye ni mucho menos, el factor de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Nuestra posición, por lo tanto, también tiene una base económica y ni mucho menos sociológica. De todos modos, más allá de ambas explicaciones económicas diferentes, el aspecto fundamental es que ambos análisis llevan a la misma visión histórica que es la de la decadencia del capitalismo, en la cual estamos totalmente de acuerdo. ¿Dónde está, pues, el idealismo?
Imperialismo y caos. Si, sobre este tema, la CCI defendiera efectivamente la posición que dice BC que tiene, no será creíble en absoluto. Para nosotros el caos guerrero no es un fenómeno en sí, sino la consecuencia precisamente de la desaparición de los dos bloques imperialistas después de 1989 y de la pérdida de la disciplina interna que implicaba su existencia, disciplina que, en la época de la guerra fría, había garantizado en fin de cuentas, a pesar de los peligros de guerra mundial, cierta "pacificación" en el seno de cada bloque y en el ruedo internacional.
Según BC, "la CCI confunde las aspiraciones conscientes a predominar en el ruedo internacional con el caos". ¡Ni mucho menos! La CCI, precisamente a partir de las aspiraciones conscientes de cada Estado para hacer prevalecer sus intereses imperialistas en el ruedo mundial, no solo de las grandes potencias, sino también de los países menores, ve en la situación actual una tendencia conflictiva cada vez más extendida y en todas direcciones, una tendencia de cada cual a enfrentarse a todos los demás, mientras que no existen, o al menos por ahora (y es algo que debe excluirse a corto plazo) nuevos bloques imperialistas que puedan reunir y orientar en una sola dirección las veleidades imperialistas de cada país (8).
En esta nueva situación, al ir desapareciendo la disciplina de la que hablábamos antes, cada país se ha lanzado a aventuras imperialistas enfrentándose cada vez más a los demás, de ahí el caos, es decir una situación sin control ni disciplina pero cuya dinámica fundamental es muy clara. ¿Es acaso nuestra posición disparatada e… idealista?
En fin, sobre la clase obrera que impide la guerra: recordemos, una vez más, que cuando afirmamos que la reanudación histórica de la lucha de clase iniciada en 1968 impidió que la burguesía fuera hacia la conclusión de la crisis del capital, o sea hacia una tercera guerra mundial, no queremos decir en absoluto que la clase obrera fuera consciente del peligro de guerra y se opusiera conscientemente a él. Si así hubiera sido, estaríamos sin la menor duda en una fase prerrevolucionaria, lo cual, evidentemente, no es el caso. Lo que sí queremos decir, en cambio, es que la reanudación histórica ha vuelto la clase obrera mucho menos manipulable por la burguesía que en los años 1940 y 1950. El no tener al proletariado a su plena disposición es lo que le ha planteado problemas a la clase dominante, impidiéndole lanzarse en un conflicto imperialista generalizado.
En efecto, en el período actual, incluso si la combatividad y la conciencia de clase están a un bajo nivel, la burguesía no tiene capacidad de encuadrar a los obreros de los países avanzados tras las banderas de la guerra (sean éstas la nación, el antifascismo o el anti-imperialismo). Para hacer la guerra no basta con disponer de obreros poco combativos, se necesitan obreros dispuestos a arriesgar su vida por algún ideal de la burguesía.
El BIPR, que hoy se las da de aleccionador, de sabelotodo, ha tenido y sigue teniendo notorias dificultades para analizar la situación internacional. Cuando la caída del bloque del Este, por ejemplo, BC no tuvo al principio las ideas muy claras que digamos. Atribuyó la "caída" del bloque del Este a un proceso que habría sido conducido por Gorbachov para redistribuir las cartas entre los bloques e intentar marcar puntos frente al imperialismo americano:
"Lo que se acaba, o se ha acabado ya, son los equilibrios de Yalta. Las cartas se están volviendo a repartir en medio de una crisis que, si ya golpea dramáticamente la zona del rublo, también va a seguir desarrollándose en el área del dólar (…) Gorbachov juega con habilidad en los dos tapetes: en el de Europa y en el de la otra superpotencia. La marcha hacia un acercamiento entre la Europa del Este y la del Oeste no es algo que vaya a tranquilizar a los USA y Gorbachov lo sabe" (de "Las cartas de redistribuyen entre los bloques: las ilusiones sobre el socialismo real se desmoronan", Battaglia Comunista nº 12, diciembre de 1989) (9).BC habló también entonces de apertura de nuevos mercados en los países del Este, que podrían dar oxígeno a los países occidentales: "El hundimiento de los mercados de la periferia del capitalismo, los de Lationoamérica por ejemplo, ha creado nuevos problemas de solvencia en la remuneración del capital…Las nuevas oportunidades abiertas en Europa del Este podrían representar una válvula de seguridad para las necesidades de inversión… Si se concreta ese largo proceso de colaboración Este-Oeste, habrá un nuevo oxígeno para el capital internacional" (10).
Cuando la burguesía rumana a principio de los 90, decide deshacerse del dictador Ceaucescu, recurriendo a una puesta en escena de lo más dramático para alentar en la gente la sed de democracia (que es la dictadura más eficaz de la burguesía), BC llegó a hablar de Rumania como de un país en el que estaban reunidas "todas las condiciones objetivas y casi todas las subjetivas para que pueda proseguir la insurrección y convertirse en verdadera revolución social, pero la ausencia de una fuerza auténticamente de clase ha dejado cancha abierta a las fuerzas favorables al mantenimiento de las relaciones de producción burguesas" (Battaglia Comunista nº 1, enero de 1990)
¿Y qué decir del artículo escrito por simpatizantes de Colombia y publicado por BC en la primera página de su periódico? Artículo en el que la situación en ese país es presentada como casi insurreccional y eso sin el menor comentario o crítica por parte de BC:
"En los últimos años, los movimientos sociales en Colombia (…) han adquirido un radicalismo y una amplitud considerables (…) Hoy, las huelgas se transforman en motines, las paralizaciones urbanas en revueltas, las protestas de las masas urbanas se concluyen con violentos enfrentamientos callejeros (…) Resumiendo: en Colombia, hay un proceso insurreccional en curso, desencadenado por mecanismos capitalistas y por la agudización y la extensión del conflicto entre los dos frentes militares burgueses" (extracto de Battaglia Comunista nº 9, septiembre de 2000, subrayado nuestro).
Cabe preguntarse a ese respecto dónde están los idealistas. ¿En nuestros artículos o en los análisis delirantes del BIPR? (11)
Hay cosas todavía más graves. Lo que hemos notado desde hace algún tiempo a ese respecto, es que BC lanza juicios despectivos sobre el campo proletario, el cual "habría fracasado por no haber estado a la altura de las tareas del momento" y, a la vez, es BC la que precisamente pone en entredicho, una tras otra, las piedras angulares de su análisis (y del nuestro) sobre el período histórico actual, dejando cada día más espacio a la improvisación del redactor que le ha tocado escribir el artículo. Hemos tenido nosotros que intervenir con tono polémico en los debates de BC para corregir un importante traspié sobre el papel de los sindicatos en la fase actual (12) que se contradecía con los propias posiciones históricas de BC. Pero he aquí que en el mismo artículo de Prometeo nº 2, nos encontramos con una serie de pasajes que vuelven a tratar el tema, sin hacer la menor mención a la polémica anterior, poniendo en entredicho el concepto mismo de decadencia del capitalismo, posición que une desde siempre a nuestros organizaciones, el BIPR y la CCI, y que es una herencia del movimiento revolucionario, de Marx, de Engels, de Rosa Luxemburg y de Lenin (de quienes, sin embargo, el BIPR se reivindica), de la IIIª Internacional y hasta las Izquierdas comunistas que de ésta surgieron tras la desaparición de la oleada revolucionaria en los años 20.
De hecho, el artículo define la situación actual de manera extraña, con "fases ascendentes del ciclo de acumulación" y "fases de decadencia del ciclo de acumulación" y no de período histórico de decadencia irreversible del capitalismo por oposición a la fase histórica precedente, con sus ciclos de crisis, sí, pero globalmente fase de desarrollo general: "Hay (…) un esquema. Es el que divide la historia del capitalismo en dos grandes épocas, la de la ascendencia y la de la decadencia. Casi todo lo que era válido para los comunistas en la primera ya no lo es en la segunda, precisamente por el hecho de que ya no es una fase de crecimiento sino de decadencia. ¿Un ejemplo? Los sindicatos servían y se justificaba que los revolucionarios trabajaran en ellos para ocupar su dirección; después ya no fue válido. Ni la sombra de una referencia al papel histórico institucional de mediación del sindicato; todavía menos a la relación entre ese papel y las diferentes fases del capitalismo, o del vínculo objetivo entre las cuotas de ganancia y el campo de la negociación (…) En las fases ascendentes del ciclo de acumulación, el sindicato, como "abogado" puede arrancar concesiones salariales y reglamentarias (pero inmediatamente recuperadas por el capital); en las fases de decadencia del ciclo, quedan reducidos a cero los márgenes de mediación y el sindicato, que sigue con la misma función histórica, se ve reducido a hacer de mediador, sí, pero a favor de la conservación, operando como agente de los intereses capitalistas en el seno de la clase obrera.
"La CCI, al contrario, divide la historia en dos partes: cuando los sindicatos son positivos para la clase obrera - sin especificar en qué terreno - y cuando se vuelven negativos.
"Esos esquematismos se verifican en la cuestión de las guerras de liberación nacional. "Y es así como la proposición formal de posiciones indiscutibles y, por lo tanto que, en apariencia, podríamos compartir, está acompañada de una divergencia sustancial, o incluso de una no pertenencia al materialismo histórico y de una incapacidad para examinar la situación objetiva" (13).
Puesto que esa parte del artículo está escrita refiriéndose explícitamente a la CCI, debemos nosotros hacer notar que BC tiene una memoria corta si ya ni siquiera se acuerda de las posiciones de base de la CCI sobre los sindicatos, posiciones desarrolladas en decenas y decenas de artículos y, en especial, en un folleto dedicado a ese tema (14), en el cual nos referimos ampliamente " al papel histórico institucional de mediación del sindicato" y a "la relación entre ese papel y las diferentes fases del capitalismo". Invitamos a los camaradas a leer o a volver a leer nuestro folleto para que se den cuenta hasta qué punto las afirmaciones de BC no tienen la menor base.
Nos parece, sin embargo, importante recordar lo que escribieron Marx y Engels hace siglo y medio:
"A cierto grado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, utilizando un término jurídico, con las relaciones de propiedad en cuyo seno se habían desarrollado hasta entonces. Esas relaciones, tras haber sido formas de desarrollo de las fuerzas productivas, se transforman en trabas de esas fuerzas. Se llega así a una época de revolución social" (15).
Estamos dispuestos a creer que BC ha hecho un simple error de escritura, utilizando términos inapropiados al intentar contestar a nuestros argumentos. Si así no fuera, cabría preguntarse qué significa lo escrito por BC. ¿Significa que tras una fase de recesión y con la reanudación de un ciclo de acumulación la clase obrera puede contar de nuevo con los sindicatos para "arrancar concesiones salariales y reglamentarias"? Si así fuera, nos interesaría saber cuáles han sido, según ella, en las últimas décadas "las fases de ascendencia del ciclo de acumulación" y cuáles han sido las "concesiones salariales yreglamentarias" correspondientes, obtenidas por la clase obrera gracias a los sindi catos. También, respecto a las luchas de liberación nacional, que la CCI analizaría con un "igual esquematismo", ¿qué quieren decir los camaradas de BC? ¿Que podría apoyarse a Arafat u a otros con tal de que esté asegurado el ciclo de acumulación del capital y que no haya recesión? Si no es ésta la buena interpretación, ¿qué quiere decir BC?
Hemos demostrado en este segundo artículo que no es la CCI la que tendría una visión idealista de la realidad, pero que sí es BC la que va dando tumbos en plena confusión teórica y que tiene un enfoque oportunista en su intervención. Tenemos la sensación de que todos los argumentos empleados por BC en su polémica contra "un campo político proletario que ya no está a la altura de las tareas del momento y que, por lo tanto, se ha quedado atrás" no son más que humo con el que ocultar sus propios descarrilamientos oportunistas, incluso en el plano programático, que empiezan a ser de lo más preocupante. Respecto a la tendencia actual del BIPR, en particular, a considerarse como "solo en el mundo" frente a un "un campo político proletario que ya no está a la altura de sus tareas", sería muy conveniente que los camaradas volvieran a leer el folleto y otros muchos textos que ellos han escrito en polémica contra los bordiguistas, textos en los que critican con mucha razón el que cada grupo bordiguista se considere como EL PARTIDO y todos los demás como basura. Por eso invitamos a BC (y al BIPR) a tomarse en serio nuestras críticas sin ocultarse tras acusaciones ridículas de que esas críticas se deberían a una descarga de bilis y cosas por el estilo. Procuremos estar todos a la altura de nuestras tareas.
Ezechiele, 9 de marzo de 2001
1. "La visión marxista y la visión oportunista en la política de construcción del partido", Revista internacional nº 103.
2. "La nueva internacional será el Partido internacional del proletariado", en Prometeo nº 2, diciembre de 2000.
3. Hay que notar que en el movimiento obrero, las acusaciones de "calumnia", "bilis", etc. son típicas de elementos centristas y oportunistas hacia las polémicas hechas contra ellos por las corrientes de izquierda (a Lenin lo consideraban como un "horrible calumniador" cuando entabló el combate contra los mencheviques. Rosa, de igual modo, fue acusada de "histérica" cuando entabló la pelea contra Bernstein y más tarde contra Kautsky sobre la huelga de masas). Mejor que acusaciones de ese estilo, le preguntamos al BIPR en qué son falsas nuestras críticas, o "calumniadoras". No basta con afirmar. Hay que demostrar. Por lo demás, el BIPR no es el más indicado para hacer ese tipo de críticas, pues no andan cortos en calificativos, en especial, sin el menor argumento, cuando les da por decir que nosotros ya no formamos parte del campo proletario. Es la historia de quien ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el suyo.
4. Hay que notar que los camaradas de BC recibieron nuestra primera respuesta con bastante rencor, porque ellos asocian el calificativo "oportunista" a "contrarrevolucionario". Esta asociación, para cualquiera que conozca la historia del movimiento obrero, es totalmente errónea, sin el menor fundamento. Es, como mínimo, expresión de ignorancia política. El oportunismo siempre ha sido identificado como deformación de posiciones revolucionarias, y eso dentro del movimiento obrero. Es la ambigüedad y la ausencia de claridad del bordiguismo (y de BC también) lo que les permite seguir llamando oportunistas a formaciones políticas que en realidad se pasaron al campo de la contrarrevolución, como así fue con los diferentes PC estanilistas, identificando así oportunismo y contrarrevolución.
5. BIPR, "Verso la Nuova Internazionale" (Hacia la nueva Internacional), en Prometeo nº 1, serie VI, junio de 2000, citado ya en nuestro artículo del nº193 de esta Revista.
6. "La nueva internacional será el Partido Internacional del proletariado".
7. Ver especialmente las dos obras principales de Rosa Luxemburg en las que desarrolla esa teoría:La acumulación del capital , y En qué han convertido los epígonos de la teoría de Marx: una anticrítica, obras ambas que se suelen publicar juntas.
8. Uno de los factores de más importancia por los cuales la formación de nuevos bloques no está a la orden del día es que no existen países capaces de rivalizar mínimamente con Estados Unidos en el plano militar. Se necesitarían años (quizás una década) para que un país como Alemania pueda disponer de una potencia militar creíble.
9. Para comprender mejor esa ausencia de visión por parte de BC, ver también "La "Tormenta del Este" y respuesta de los revolucionarios", Revista internacional nº 61).
10. Idem.
11. Recordemos también que cuando las huelgas en Polonia de agosto de 1980, la CWO lanzó la consigna de "¡Revolución, ya!" en su periódico, cuando, en realidad, la situación no era nada revolucionaria. Los camaradas de la CWO nos dijeron después que fue un accidente, que ese título fue cosa de un militante, sin el acuerdo de los demás miembros, y que el periódico fue inmediatamente retirado de la circulación. Aceptamos esas explicaciones, pero hay que reconocer, sin embargo, que en la CWO de entonces no había una gran claridad tanto política como organizativa, puesto que uno de sus miembros pudo pensar y escribir semejante absurdo sin que la organización pudiera impedir su publicación. El militante de marras debía ser probablemente alguien con bastante responsabilidad puesto que CWO le otorgó la de publicar el periódico sin control previo por parte de la organización o de un comité de redacción. Solo entre los anarquistas puede ocurrir ese tipo de patinazo individual o, también, en el Partido socialista italiano, en 1914-15, cuando Mussolini publicó sin avisar a nadie un editorial en Avanti llamando a participar en la guerra. Pero en aquel entonces, el Benito era nada menos que director del diario (y había sido comprado secretamente por Cachin con fondos del gobierno francés). En todo caso, la organización interna de CWO dejaba que desear en los años 80. Es de esperar que haya mejorado desde entonces.
12. Ver artículo "Polémica con Battaglia comunista: ¿han cambiado los sindicatos de función con la decadencia del capitalismo?", en Rivoluzione Internazionale nº 116 (publicación de la CCI en Italia)
13. "La nueva internacional será el Partido Internacional del proletariado", p. 8-9. 14. Los sindicatos contra la clase obrera, folleto de la CCI, con versiones en las diferentes lenguas de las secciones territoriales de la organización. 15. Marx y Engels, "Prefacio" a la Contribución a la crítica de la economía política.
El artículo de Räte Korespondenz, órgano del Grupo comunista internacionalista de Holanda (GIC) ([1]), que aquí publicamos ([2]), merece ser sacado del olvido y conocido por nuestros lectores. En los años 30, el GIC fue el grupo central representante de la Izquierda comunista germano-holandesa, situado en la encrucijada de esta tradición. Así es como en 1933 se encarga de la labor de agrupamiento del conjunto de aquella corriente; publica Proletarier, revista internacional del comunismo de consejos, así como un servicio de prensa en alemán. A Proletarier le seguirá Räte Korespondenz en tanto que órgano “teórico y de discusión del movimiento de consejos”.
Antes de dedicarnos a estudiar su contenido, es importante hacer resaltar que este texto muestra el apoyo de toda la Izquierda comunista a la Revolución rusa y al Partido bolchevique. Es, pues, evidente que la Izquierda comunista germano-holandesa no adoptaría su posición sobre el “carácter burgués de la Revolución rusa” sino bastante más tarde.
Se suele decir que el origen del movimiento comunista de consejos (que niega la experiencia proletaria rusa y considera que el Partido bolchevique no fue un partido revolucionario sino un órgano “ajeno” a la clase obrera) es 1934 con las Tesis sobre el bolchevismo ([3]) de Helmut Wagner. Esta idea admitida se basa en una visión limitada de la realidad ([4]), puesto que en realidad hubo debates encarnizados en la GIC sobre la cuestión, la cual no estaba ni mucho menos zanjada, de la naturaleza del bolchevismo, como lo muestra este artículo de 1936-37 que aquí publicamos.
¿Que dice el texto?
Las Tesis sobre el bolchevismo no serán las bases del comunismo de consejos más que en la segunda posguerra, cuando empiece a desarrollarse lo que se ha dado en llamar consejismo. Y hasta en aquel entonces, no toda la corriente de la Izquierda comunista germano-holandesa estaba de acuerdo con aquel marco: Ian Appel, por ejemplo, antiguo miembro del KAPD y delegado en el IIº congreso de la Internacional comunista, jamás aceptó la idea de que la Revolución rusa no hubiera sido sino una revolución burguesa.
El debate sobre el carácter de la URSS en los años 30 fue la discusión central y movilizó a todos los grupos de la izquierda comunista, como lo pone en evidencia el folleto que acabamos de publicar (en francés) sobre la Izquierda comunista de Francia ([5]).
Sin embargo, el GIC entiende mucho más rápidamente que la Izquierda comunista italiana el carácter de capitalismo de Estado del sistema en la URSS. La Izquierda italiana no adoptará esta posición más que con la Segunda Guerra mundial, a pesar de haber abordado el problema en los años 30 sin llegar a conclusiones definitivas. La Izquierda comunista italiana siempre fue muy prudente al enunciar una nueva posición política. Tuvo siempre como principio examinar todas las consecuencias políticas de una posición antes de adoptarla; y este método fue el que siempre le permitió mantener el rumbo en lo político y lo teórico.
Tanto sus posiciones como su política ante la degeneración del movimiento comunista lo prueban claramente:
En lo que concierne los partidos comunistas, los consideró caso por caso; en lo que toca al PCF y el PCI, por ejemplo, no los consideró como perdidos para la clase obrera hasta que se comprometieron en 1935 con una política de apoyo a su burguesía nacional. La Fracción italiana del PCI cambió entonces su denominación en Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional.
Esta forma prudente de plantear las cuestiones es lo que le permitió sacar una a una las lecciones y hacer el balance de lo que ocurrió al movimiento comunista tras la Revolución rusa y también engendrar, con bases sólidas, una filiación bien presente todavía hoy.
Estos resaltan claramente en el texto que aquí publicamos:
Rol
[1] Cf. el libro editado por la CCI Contribución a una historia de la Izquierda comunista germano-holandesa.
[2]Según una traducción de l’Internationale, revista mensual de la Union communiste, nos 27 y 28, abril y mayo del 37. Union communiste era un grupo que se situaba entre la Izquierda comunista italiana y los trotskistas en la primera posguerra mundial. Véase el nuevo folleto (en francés) de la CCI, la Izquierda comunista de Francia.
[3] Cf. La révolution bureaucratique, Ed. 10/18, París, 1973.
[4] También lo hemos desarrollado varias veces, cf. nuestro libro Contribución a una historia de la Izquierda comunista germano-holandesa.
[5] Nuevo folleto (en francés) de la CCI, la Izquierda comunista de Francia.
Correspondencia Publicamos aquí una carta enviada por uno de nuestros contactos próximos que expresa un desacuerdo con nuestra posición sobre las explicaciones económicas de la decadencia del capitalismo. Publicamos esa carta y nuestra respuesta, basada en nuestras posiciones sobre el tema. En un próximo número de esta Revista publicaremos la segunda parte de este intercambio de correspondencia. Teorías de las crisis y decadencia – I 1. El método de El Capital a) Consideraciones generales Una de las críticas, considerada entre las más pertinentes, de Rosa Luxemburgo a El Capital es que, dado que es una obra inacabada, es necesariamente insuficiente. Aunque es cierto que El Capital es una obra incompleta pues Marx había manifestado su intención de continuarla, lo que escribió, con la asistencia de Engels, es en lo esencial, un análisis coherente y consistente ( ). Esto se evidencia si se comprende que la teoría de Marx sobre la crisis está basada únicamente en la tendencia a la baja de la tasa de ganancia. Lo que críticas como la de Luxemburgo no alcanzan a comprender es que Marx ya había comprendido las contradicciones de la acumulación capitalista con anterioridad a El Capital en la colección ulteriormente conocida llamada Las Teorías de la plusvalía. De hecho, argumentar que El Capital tiene serias lagunas, como hace Rosa Luxemburgo, es reducir el análisis de Marx a una mera descripción cuando es en realidad una crítica de la economía política capitalista, esto es, caer en una perspectiva empírica ( ). Significa que Luxemburgo no ha entendido la naturaleza del método de presentación que Marx utiliza en El Capital. Esto es puesto de manifiesto por su incapacidad para entender la advertencia de Marx que “puede parecer como si tuviéramos ante nosotros una construcción a priori” ( ). No puede comprender que Marx elija ese método particular de presentación que adoptó en El Capital y que capacita al proletariado para entrar más allá del mundo de las apariencias, del fetichismo de la mercancía que las relaciones de producción capitalista crean necesariamente y con ello, comprender sus contradicciones básicas y de esta forma “el movimiento real puede ser apropiadamente presentado” ( ). Este método “va más allá de lo menos esencial y de los fenómenos superficiales continuamente cambiantes de la economía mercantil” ( ). El Capital no pretende contarnos “la historia entera del desarrollo capitalista” ( ) o “predecir el curso actual del desarrollo capitalista” ( ) sino “poner al desnudo la dinámica de ese desarrollo” ( ); esto es, revelar las contradicciones inherentes a la acumulación capitalista desde la perspectiva de la transformación revolucionaria de la sociedad, adoptando un punto de vista de totalidad. El Capital no consiste en una serie de descripciones progresivamente detalladas de la realidad capitalista concreta análogas a una serie de fotografías que sucesivamente adquieren una mayor amplitud. Aunque las explicaciones que contiene El Capital van desde las de naturaleza más general y abstracta hasta las más concretas y particulares, no se trata de una simple progresión lineal; aunque en cada etapa, sobre la base de condiciones simplificadas, se hace un análisis provisional. En la etapa siguiente este análisis provisional es ampliado y concretado. Sin embargo, estos diferentes niveles no se contradicen entre sí ni tampoco la realidad capitalista empírica como podría parecer a primera vista si se comparan simplemente como hace erróneamente Luxemburgo ( ). En el siguiente paso, Marx elimina las contradicciones aparentes entre los diferentes niveles de la forma siguiente. En primer lugar, extrae las conclusiones lógicas que se siguen de la hipótesis que se desprende del nivel anterior. Con ello, mostrando que “estas conclusiones llevan a un absurdo lógico” ( ) demuestra entonces que “el análisis no está terminado todavía y debe proseguirse ulteriormente” ( ); es decir, cada conclusión previa necesita modificarse para eliminar las contradicciones. Estas modifican las conclusiones en el nivel siguiente. Ejemplos de ello en El Capital podemos verlos en la transición entre el valor de las mercancías y el valor de la fuerza de trabajo en el Capítulo 4º del Volumen Iº así como en la transición entre las diferentes tasas de ganancia en las diferentes esferas de producción hasta la formación de una tasa media de ganancia en el Capítulo 8º del Volumen III. “La imposibilidad de la plusvalía en el Capítulo 4º del Volumen I, y la posibilidad de las diferentes tasas de ganancia en el Capítulo 8º del Volumen III, no sirven como necesarios enlaces para su construcción sino como pruebas de lo contrario. El hecho de que dichas conclusiones conduzcan a un absurdo lógico muestra que el análisis no está todavía terminado y debe proseguirse ulteriormente. Marx no determina la existencia de diferentes tasas de ganancia sino el absurdo de una teoría que se base en semejante premisa” ( ). Es fundamental para entender el método de Marx la distinción entre la naturaleza “interna” o “general” de El Capital ( ) y su realidad empírica históricamente hablando; las “tendencias generales y necesarias” ( ) como diferentes de las “formas de su apariencia” ( ). La incapacidad para captar estas diferencias cruciales puede llevar directamente al empirismo al aceptar las meras apariencias como la verdad. Pero inversamente, ignorar los “lazos necesarios” entre la naturaleza interna y las formas en que aparecen llevaría a El Capital a convertirse en un ideal abstracto divorciado de la realidad. No hay nada de escolástico o de místico en esta distinción; Marx la concibió claramente como vital para entender la acumulación capitalista: “un análisis científico de la competencia es posible solamente si comprendemos la naturaleza íntima del capital, de la misma forma que el movimiento de los cuerpos celestes es inteligible solamente para quienes van más allá de sus movimientos reales que no son perceptibles por los sentidos” ( ). b) Los esquemas de Marx sobre la reproducción, las crisis y la caída de la tasa de ganancia En sus esquemas sobre la reproducción, Marx se limita a mostrar la reproducción del capital social en su forma fundamental; no pretende “presentar un panorama de la realidad capitalista concreta” ( ). Pero lo esencial, un punto importante se muestra claramente a partir de estos esquemas de la reproducción: “para que la producción se expanda y progrese deben existir unas proporciones dadas entre los sectores productivos; en la práctica estas proporciones se realizan aproximadamente; ello depende de los siguientes factores: la composición orgánica del capital, la tasa de explotación y la proporción de plusvalía que ha sido acumulada” ( ). Los esquemas no pretenden revelar la causa de la crisis. La verdadera causa es investigada en una etapa posterior del análisis de Marx. “Ni la posibilidad de sobreproducción ni la imposibilidad de la sobreproducción se deriva de los esquemas mismos... Lo que debe recordarse es que estos esquemas solo son una etapa particular, representan un cierto nivel de abstracción, en el desarrollo de la teoría de Marx. El proceso de producción y el proceso de circulación, el problema de la producción y la realización, han de ser vistos dentro del proceso total de la producción capitalista en su conjunto” ( ). Marx explica la caída de la tasa de ganancia como una consecuencia de la unidad de la producción, la circulación y la distribución del capital, por ejemplo, “el proceso de la acumulación capitalista tiene 3 momentos distintos aunque interrelacionados: la extracción de plusvalía, la realización de la plusvalía y la capitalización de la plusvalía” ( ). Explica las crisis capitalistas únicamente en términos de la caída de la tasa de ganancia puesto que esta engloba el proceso entero de la acumulación capitalista. Muestra, en fin de cuentas, que esto causa la crisis debido a la sobreproducción de capital. Más aún, la sobreproducción de capital no es absoluta ni permanente sino recurrente y relativa dada una tasa de ganancia determinada. “Periódicamente, sin embargo, se produce demasiados medios de trabajo y demasiados medios de subsistencia, demasiado en función de los trabajadores explotados bajo una determinada tasa de ganancia. Se producen demasiadas mercancías respecto al valor contenido en ellas y la plusvalía incluida en dicho valor para ser realizada bajo las condiciones de distribución dadas por la producción capitalista y para ser transformadas en nuevo capital. Es imposible cumplir dicho proceso sin explosiones periódicas que se repiten sin cesar” ( ). c) El Capital y la evolución histórica del capitalismo Para entender cómo el análisis inacabado y abstracto de El Capital puede ser aplicado a la evolución histórica es preciso captar lo siguiente. Primero, el análisis abstracto de El Capital es aplicable a todas las fases del capitalismo: “Las fórmulas de Marx tratan sobre un capitalismo químicamente puro que nunca ha existido ni existirá. Precisamente por ello, estas fórmulas revelan la tendencia básica de cada capitalismo y precisamente del capitalismo y solo del capitalismo” ( ). Aunque aquí, Trotski, se refiere específicamente a los esquemas de la reproducción contenidos en el Volumen II de El Capital, esta apreciación puede ser extendida al conjunto de El Capital. En segundo lugar que: “Aunque la crisis real tiene que ser explicada a partir del movimiento real de la producción, el crédito y la concurrencia capitalista, son las tendencias generales del proceso de acumulación mismo y la tendencia secular a la baja de la tasa de ganancia las que proporcionan la base de esta explicación” ( ). Por último, que este “movimiento real de la producción, el crédito y la concurrencia capitalista” no puede reducirse a pura economía, sino que necesita ser concebido desde el punto de vista de la evolución del capitalismo en su conjunto. “Además, la crisis no puede ser reducida a acontecimientos ‘puramente económicos’ aunque aparezcan como ‘puramente económicos’, esto es, emergiendo de las relaciones sociales de producción vestidas con formas económicas. La lucha competitiva internacional, llevada también por medios políticos y militares, influencia el desarrollo económico, dando lugar a varias formas de concurrencia. Así cada crisis real solo puede ser comprendida en conexión con el desarrollo social en su conjunto” ( ). Aquí reside la gran contribución de Luxemburgo al marxismo. Aunque su teoría económica es muy defectuosa, su capacidad para proceder desde un punto de vista de la totalidad hace que llegue a esta conclusión: “La política imperialista no es obra de un país o de un grupo de países. Es el producto de la evolución mundial del capitalismo en un momento dado de su maduración. Es un fenómeno internacional por naturaleza, un todo inseparable que no puede comprenderse más que como relaciones recíprocas y al cual ningún Estado puede sustraerse” ( ). 2. La naturaleza de la decadencia capitalista y las teorías de la crisis de Marx, Luxemburgo y Grossmann La clave para entender la decadencia del capitalismo es, como Bujarin señala en Imperialismo y economía mundial ( ), la formación de la economía mundial. Por tanto, la decadencia del capitalismo es sinónimo de la creación de la economía mundial. “La existencia de la economía mundial implica la intensificación de la división internacional del trabajo y del cambio mercantil hasta el punto que cualquier cosa que ocurre en un punto de la cadena económica influencia directamente todos los demás puntos. La concurrencia internacional iguala los precios y las condiciones de producción y tiende hacia la igualación de la tasa de ganancia a nivel internacional (aunque desde luego es siempre modificada por la existencia del capitalismo en su forma de Estado nacional). Los países industrializados son ahora interdependientes en términos de mercados y de inversiones, mientras que las crisis son fenómenos que se extienden como un incendio de un sitio a otro. En lo concerniente a las áreas subdesarrolladas, carecen de dinámica interna y están totalmente circunscritas a la dominación formal que les impone el capitalismo. La existencia de la economía mundial no mitiga sino que intensifica los antagonismos imperialistas y sus consecuencias son crisis económicas mundiales y guerras mundiales” ( ). Aunque la creación de la economía mundial desemboca en el “ciclo infernal de crisis – guerra-reconstrucción-nueva crisis...” ( ) – eso no significa que la decadencia se caracterice por una total detención del crecimiento de las fuerzas productivas. Sino que: “Desde el comienzo del siglo estamos siendo testigos de un freno masivo del crecimiento de las fuerzas productivas en comparación con lo que sería objetivamente posible dado el nivel de conocimiento científico, progreso técnico y el nivel de proletarización de la sociedad” ( ). Esto está en línea con la perspectiva de la decadencia de las sociedades de clase que Marx desarrolló en el famoso Prefacio a la Contribución a la crítica de la economía política. Durante el periodo de reconstrucción tras la 2ª Guerra mundial, muchos trabajadores, particularmente los de los países del Oeste, experimentaron una sustancial mejora de sus condiciones materiales. Pero esas mejoras no pueden ser consideradas de ninguna forma como verdaderas reformas dados los costes materiales asociados con ellas: tales mejoras ocurrieron sobre la base de las destrucciones masivas de las fuerzas productivas durante la 2ª Guerra mundial y las profundas trabas a su desarrollo a lo largo de la llamada “Guerra fría”. Durante el periodo de reconstrucción el capitalismo destruyó el futuro de la humanidad con antelación a la vez que fue preparando destrucciones mucho más graves en el futuro. La realidad material de la decadencia desmiente sin embargo la idea de una crisis mortal y final. Pero, la teoría de la crisis de Luxemburgo y Grossmann defienden sin ninguna duda la idea de una crisis mortal y ambas pronostican un límite absoluto a la acumulación capitalista; esto es, ellos predicen que, en última instancia, el capitalismo deberá hundirse porque la acumulación se hace literalmente imposible (de forma específica, Luxemburgo dice que el capitalismo lleva consigo la crisis porque es imposible realizar la plusvalía dentro del capitalismo ( ); Grossmann afirma que la crisis ocurre porque la acumulación capitalista conduce inevitablemente a una carencia absoluta de plusvalía ( ). Es verdad que Luxemburgo y Grossmann piensan que mucho antes de que la acumulación se haga imposible, la intensificación de la lucha de clases resultante de las crecientes dificultades económicas podría paralizar la acumulación de todas maneras ( ). No obstante, en la medida en que ellos ven un límite absoluto a la acumulación capitalista, argumentan en cualquier caso que el capitalismo podría hundirse incluso sin la lucha de clases. El crecimiento virtualmente cero entre la Iª y la IIª Guerra mundial pareció confirmar las teorías de Luxemburgo y Grossmann pues tendían a identificar decadencia del capitalismo con crisis económica permanente. Sin embargo, la expansión del capitalismo tras la IIª Guerra mundial supone la mayor refutación posible de estas teorías. Según Luxemburgo, los mercados precapitalistas solventes, sin los cuales la acumulación capitalista es imposible, estaban globalmente exhaustos hacia la Iª Guerra mundial. Está claro que desde entonces ha ocurrido una persistente destrucción de esos mercados. Lógicamente, el crecimiento capitalista no puede alcanzar y menos aún superar el crecimiento previo a la Iª Guerra. Vistas las cosas a la luz de su teoría, el crecimiento posterior a la IIª Guerra mundial que ha alcanzado niveles muy superiores a los anteriores a la Iª Guerra mundial, incluso tomando en cuenta la producción capitalista improductiva, como admite la propia CCI, resulta inexplicable. Como Grossmann comparte con Luxemburgo la concepción mecánica de un límite económico absoluto a la acumulación capitalista, lógicamente su teoría puede dar cuenta de la expansión del capitalismo tras la IIª Guerra mundial solamente si el capitalismo fuera todavía un sistema progresivo, es decir, si NO fuera todavía decadente. La imposibilidad de auténticas reformas y de la autodeterminación nacional, la naturaleza imperialista de todas las naciones, la naturaleza reaccionaria de todas las fracciones de la burguesía, la naturaleza mundial de la revolución proletaria, en resumen, la decadencia del capitalismo, NO PUEDE ser reducida a la imposibilidad del desarrollo capitalista como implican las teorías de Luxemburgo y Grossmann sino que “solo pueden ser entendidos en conexión con el desarrollo social tomado en su conjunto” ( ). Por tanto, la crisis permanente no significa una crisis económica permanente. Solo en relación al “desarrollo social en su conjunto” podemos hablar de crisis permanente. Sin embargo, eso es lo que se deriva de las teorías de Luxemburgo y Grossmann. El auténtico curso del desarrollo capitalista contradice las teorías sobre la crisis de Luxemburgo y Grossmann. La tentativa de conciliar esas teorías con la evolución actual del capitalismo solo pueden conducir a explicaciones que son empíricas, inconsistentes y contradictorias. En particular, es un flagrante error pretender que la visión según la cual existe un límite económico absoluto para la acumulación capitalista no se desprende lógicamente de ambas teorías. La visión marxista de la decadencia como una traba a las fuerzas productivas y la noción de un límite económico absoluto del capitalismo, son totalmente incompatibles; no podemos suscribir coherentemente las dos ideas al mismo tiempo. a) La distorsión de Luxemburgo y Grossmann de El Capital Dado que la crisis de la economía mundial coincide con el reparto geográfico de todo el mundo podría parecer que la falta de mercados externos es la causa de dicha crisis. Luxemburgo toma esta apariencia como realidad y procede a revisar ( ) El Capital a la luz de su visión empirista. En particular, después de examinar el esquema de Marx sobre la reproducción ampliada concluye que la acumulación capitalista provoca inevitablemente un exceso absoluto de plusvalía ( ). “El problema que parecía no resuelto es quien compra los productos en los cuales está contenida la plusvalía. Sí el departamento I (medios de producción) y el II (medios de consumo) se compran mutuamente cada vez más medios de producción y cada vez menos medios de consumo esto significaría un movimiento circular interminable con lo cual nada quedaría resuelto. La solución estaría en la aparición de compradores situados fuera del capitalismo” ( ). Sin embargo, este “movimiento circular interminable” que habla Luxemburgo solo existe en su profunda incomprensión del proceso de acumulación capitalista: construye su “prueba” sobre la base de uno de los errores teóricos más elementales que jamás hayan sido cometidos por los revolucionarios marxistas (la crítica fue realizada por la izquierda de la Socialdemocracia como por ejemplo por Lenin y Pannekoek en sus recensiones coetáneas de la obra de Luxemburgo La Acumulación de capital). “El error básico de Luxemburgo es que toma el capital total como si fuera un capitalista individual. Subestima este capital total. Además no entiende que el proceso de realización ocurre gradualmente. Por la misma razón pinta la acumulación de capital como si fuera una acumulación de capital dinero” ( ). La confusión de Luxemburgo entre capital total y capitalista individual viene de que llega al esquema de Marx sobre la reproducción ampliada partiendo de su esquema sobre la reproducción simple con lo cual “el montante total del capital variable y por consiguiente el consumo de los trabajadores debe permanecer fijo y constante” ( ). “Pero excluir semejante hipótesis significa excluir la reproducción ampliada desde el principio. Si, sin embargo, se excluye la reproducción ampliada desde el principio como prueba lógica, se hace naturalmente fácil hacerla desaparecer al final, pues lo que aquí tenemos delante de nosotros es la simple reproducción de un error lógico” ( ). Luxemburgo desarrolla el increíble argumento consistente en que la plusvalía total necesita para ser acumulada que coincida con el montante total de dinero para que la realización ocurra ( ). “En cada momento, la plusvalía total destinada a la acumulación aparece en diferentes formas: como mercancía, como dinero, medios de producción en funcionamiento y fuerza de trabajo. Sin embargo, la plusvalía bajo la forma dinero nunca puede ser identificada con la totalidad de la plusvalía” ( ). “De todo esto se desprende – como pensamos nosotros – la manera como explica ella el imperialismo. Desde luego, si el capital total es equiparado con el típico capitalista individual, no puede ser su propio consumidor. Más aún, si el total de oro es equivalente al valor del número adicional de mercancías, este oro solo puede venir del extranjero (pues es un sin sentido obvio asumir la correspondiente producción de oro). Finalmente, si todos los capitalistas tienen que realizar su plusvalía a la vez (sin ir de un bolsillo a otro, lo que está estrictamente prohibido) ¡desde luego necesitarán ‘terceras personas’!” ( ). Sin embargo, incluso si consiguiera mostrar que un exceso de plusvalía se produce sobre la base del esquema, aún así no probaría NADA porque estaría sacando conclusiones que “se derivan de un esquema que no tiene ninguna validez objetiva” ( ). En suma, el principal error de Rosa Luxemburgo es pensar que el esquema de Marx sobre la reproducción ampliada sería supuestamente un retrato del capitalismo real ( ). “En un esquema de la reproducción construido sobre valores, diferentes tasas de ganancia pueden surgir en cada sección del esquema. Sin embargo, en la realidad existe una tendencia a que las diferentes tasas de ganancia se igualen en una tasa media, una circunstancia que ya se halla contenida en el concepto de precios de producción. Por tanto, si se quiere tomar el esquema como base para criticar o admitir la posibilidad de realizar la plusvalía, se debería transformar primero en precios de producción el esquema” ( ). Esto tiene la siguiente consecuencia: “Si tomamos en cuenta esta tasa de ganancia media, el argumento de Rosa Luxemburgo sobre la desproporción pierde todo su valor, puesto que un sector vende por encima y otro por debajo del valor y, sobre la base de los precios de producción, la parte no disponible de la plusvalía puede desaparecer” ( ). Superficialmente hablando, Grossmann parece seguir la teoría de Marx sobre la tendencia a la baja de la tasa de ganancia puesto que utiliza el esquema de Otto Bauer, el cual muestra una composición orgánica creciente del capital en los dos sectores de la reproducción social. Sin embargo, el esquema asume igualmente una tasa fija y constante de plusvalía en ambos sectores; con lo que tenemos “dos condiciones las cuales se contradicen y neutralizan entre si” ( ) lo que constituye “una imposibilidad, en realidad un absurdo” ( ) (aunque estas premisas sean válidas para mostrar el error del pretendido problema de la realización planteado por Rosa Luxemburgo). Bajo estas premisas, a fin de cuentas “se alcanza un punto en el que la composición orgánica de la composición total es tan grande y la tasa de ganancia tan pequeña que se tendría que absorber la totalidad de la plusvalía producida para ampliar el capital constante existente” ( ). De lo que se desprende que la crisis sería el resultado de una carencia absoluta de plusvalía. Sin embargo, en la teoría de Grossmann la caída de la tasa de ganancia constituye únicamente un factor acompañante, no la causa de la crisis. “¿Cómo puede ser que un porcentaje, un puro número como es la tasa de ganancia, produzca la ruptura de todo un sistema? La caída de la tasa de ganancia es en realidad un indicador que revela la caída relativa de la masa de ganancia” ( ). Aunque este argumento es impecable lógicamente hablando, procede en realidad de falsas premisas. Grossmann no se da cuenta que al tomar el esquema de Bauer comete el mismo error que él mismo y Paul Mattick reprochan a Rosa Luxemburgo. Saca conclusiones de un esquema que no tiene validez objetiva. Puesto que si se quiere tomar el esquema de Bauer como una base para criticar o admitir la posibilidad de una subacumulación de capital, deberíamos previamente transformarlo en esquema de precios de producción. Grossmann no consigue comprender la importancia del hecho que Marx, en el Volumen III de El Capital, analice la caída de la tasa después de haber examinado la transformación de los valores en precios de producción; o sea, que como estos son los responsables de la formación de la tasa media de ganancia, la tendencia del capitalismo a la crisis no puede deducirse independientemente de este proceso. Lo que Grossmann paso por alto es que el esquema de Bauer, en virtud de estas dos premisas contradictorias, excluye de esta forma la tasa de ganancia media, lo que anula, por consiguiente, todas las conclusiones que saca. Además, no solo Grossmann parte de Marx ignorando las consecuencias de tasa de ganancia media, sino que hace lo mismo con su visión según la cual los capitalistas se ven obligados a aumentar el capital constante a causa del “crecimiento del capital requerido por la tecnología” ( ). Grossmann sostiene que “cuando la tasa de ganancia es inferior a la tasa de crecimiento exigida por el progreso técnico entonces el capitalismo se hunde” ( ). Este concepto que es extraño tanto a El Capital como al marxismo en general, proporciona a Grossmann la principal razón para explicar por qué la acumulación capitalista avanza inevitablemente hacia su hundimiento. En esta teoría, por consiguiente, la caída de la tasa de ganancia no es la causa de la crisis sino más bien un factor acompañante. Saca la conclusión lógica que el capital es exportado porque resulta imposible utilizarlo en el interior cuando en realidad la razón reside en que las ganancias son superiores ( ). Las conclusiones de Luxemburgo y de Grossmann sobre las causas de la crisis capitalista y sobre la tendencia histórica de la acumulación capitalista no tienen ningún sentido pues derivan de unos esquemas que no tienen ninguna validez objetiva. Estos esquemas no tienen ningún valor para un análisis de estas cuestiones pues están basados sobre premisas que, histórica y lógicamente, son absurdas para su resolución. Estas teorías erróneas de la crisis provienen de visiones fragmentarias y unilaterales de la acumulación capitalista. Mientras que Marx explica que la crisis surge de la unidad entre la producción, la circulación y la distribución del capital, Luxemburgo y Grossmann, separan respectivamente, la circulación y la producción de capital del proceso de producción capitalista como un todo. La revisión de las teorías económicas de Marx que realiza Rosa Luxemburgo es más grosera y más extrema que la de Grossmann. Es más grosera debido a los errores elementales que comete acerca de la acumulación capitalista; es más extrema porque sitúa la barrera fundamental a la acumulación capitalista en el exterior de la economía capitalista mientras que Grossmann está al menos de acuerdo con Marx en que “la verdadera barrera de la producción capitalista es el capital mismo” ( ). Aunque Luxemburgo sucumbe al empirismo en su explicación de las contradicciones de la acumulación capitalista, sigue, sin embargo, el método marxista al analizar el desarrollo histórico del capitalismo desde el punto de vista del sistema capitalista en su totalidad. Más que empírica, la interpretación de Grossmann de las crisis capitalistas, refleja una perspectiva idealista. Sostiene que la verdadera causa de la crisis capitalista es la imagen invertida de lo que parece ser: la crisis aparece como una superproducción de mercancías, es decir, como un excedente absoluto de plusvalía, cuando en realidad la crisis se debe a una carencia absoluta de plusvalía. Es cierto que Grossmann percibe mejor el método de El Capital pero esta percepción la utiliza para justificar su visión idealista del capitalismo. Solo El Capital de Marx explica las contradicciones fundamentales de la acumulación capitalista y, por tanto, los fundamentos económicos del periodo ascendente y el periodo decadente del capitalismo. Consecuencias políticas “Queremos decir que todo error en el nivel de las teorías económicas tiende a reforzar errores que se derivan del conjunto de teorías políticas de un grupo. Toda incoherencia en los análisis de un grupo puede abrir la puerta a confusiones más generales: pero no consideramos que existan fatalidades irrevocables... un análisis de los fundamentos económicos de la decadencia forma parte de un punto de vista proletario más amplio, un punto de vista que exige un compromiso activo para cambiar el mundo... Las conclusiones políticas defendidas por los revolucionarios no provienen de forma mecánica de un análisis particular de las teorías económicas” ( ). A la luz de esta premisa, saco las siguientes conclusiones: La fuerza principal de los análisis del imperialismo de Bujarin ( ), Luxemburgo, Bilan, Paul Mattick ( ), la Fracción francesa de la Izquierda comunista y la CCI es su reconocimiento de la naturaleza global de la decadencia capitalista. Inversamente, la debilidad principal de los análisis sobre el imperialismo de Pannekoek, Lenin, los bordiguistas y el BIPR es su tendencia, en diferentes grados, a concebir el desarrollo de cada nación tomada aisladamente, viendo la economía mundial como una suma de economías nacionales separadas. Dicho de otra forma: sus análisis del imperialismo están influidos por la teoría mecanicista errónea de los estadios procedente de la Socialdemocracia. La deficiente teoría económica de Rosa Luxemburgo entraña una tendencia a ver una diferencia absoluta en lugar de una diferencia cualitativa entre el periodo ascendente y el periodo decadente del capitalismo. Tal es la razón por la cual en su teoría del agotamiento de los mercados precapitalistas entraña lógicamente una barrera infranqueable a la acumulación capitalista. La CCI, por ejemplo, a veces ve difícil “que las tendencias que han provocado la decadencia capitalista se han detenido simplemente al principio de la 1ª Guerra mundial” ( ). La teoría de las crisis de Grossmann coincide con la de Luxemburgo en que hay un límite absoluto a la acumulación capitalista. Pero como esta teoría sostiene que dicho límite es debido a factores capitalistas internos, ello implica lógicamente que la expansión capitalista posterior a la 2ª Guerra mundial se inscribía todavía en su periodo ascendente. Por consiguiente, su teoría conlleva una tendencia a ver más bien diferencias cuantitativas entre ascendencia y decadencia del capitalismo. Sin embargo, más que cualquier otra cosa, es el rigor y la coherencia del programa político de la Corriente lo que influye de forma determinante la claridad y la pertinencia de sus análisis. De esta forma, las deficiencias del análisis económico de la CCI tienen efectos menos negativos en la claridad de sus análisis a causa de la fuerza de su programa político, un programa que saca todas las consecuencias de la decadencia del capitalismo. Por el contrario, el programa político del BIPR – y en un grado mayor el de los bordiguistas – el que contiene más errores, incoherencias y ambigüedades. Estas debilidades reflejan la incapacidad de la primera corriente para sacar todas las consecuencias de la decadencia ( ) y de estos últimos para reconocer que el capitalismo como sistema global es completamente decadente ( ). Estas corrientes, es especial los bordiguistas, tienden en consecuencia a ver más bien diferencias cuantitativas entre capitalismo ascendente y decadente. C.A. Nota de la redacción: por falta de tiempo no hemos podido hacer una labor de búsqueda de los textos en castellano citados en esta carta. Por ello, hemos traducido esas citas directamente del inglés. Teorías de las crisis y decadencia Nuestra respuesta – I LAS ACTUALES convulsiones económicas, el aluvión de despidos que está cayendo sobre todos los trabajadores del mundo y principalmente en los países más industrializados, arrojan claras sombras de duda sobre la machacona propaganda que habla sin parar de la “buena salud” y las “perspectivas radiantes” de este sistema social y motivan una justificada inquietud sobre su futuro. Discutir sobre ello, ver qué teorías existen en el movimiento revolucionario y cual es la que logra una explicación más coherente sobre el actual estado de cosas y sus perspectivas, es pues de la mayor importancia. La correspondencia que publicamos se inscribe en esa dirección. El compañero no tiene ninguna duda sobre la decadencia del capitalismo. Su punto de partida es la posición fundamental adquirida con el Primer congreso de la Internacional comunista: “Una nueva época ha nacido. Época de disgregación del capitalismo, de su hundimiento interior. Época de la revolución comunista del proletariado... el periodo actual es el de la descomposición y el hundimiento de todo el sistema capitalista mundial y será el del hundimiento de la civilización europea en general si no se destruye al capitalismo con sus contradicciones insolubles”. También comparte las posiciones políticas que se ¬derivan de ese análisis histórico: “La imposibilidad de auténticas reformas y de la autodeterminación nacional, la naturaleza imperialista de todas las naciones, la naturaleza reaccionaria de todas las fracciones de la burguesía la naturaleza mundial de la revolución proletaria”. Del mismo modo, tiene bien claro que “la principal fuerza de los análisis del imperialismo de Bujarin, Luxemburgo, Bilan, Paul Mattick, la Izquierda comunista de Francia y la CCI es su reconocimiento de la naturaleza global de la decadencia capitalista”, insiste en que lo esencial es ver el capitalismo en su totalidad y no de forma abstracta o parcial y pone en evidencia que pese a las críticas que nos dirige “por encima de todo es el rigor y la coherencia del programa político de la corriente el que tiene la influencia determinante en la claridad y la perspicacia de sus análisis”. En este marco, el compañero rechaza la tesis de Rosa Luxemburgo sobre la explicación teórica de la crisis capitalista, cree que la CCI cae en el dogmatismo sobre esta cuestión y afirma que Marx “explica la crisis capitalista únicamente en términos de caída de la tasa de ganancia porque esta engloba el proceso total de la acumulación capitalista”. Nuestra respuesta no va abordar todas las cuestiones que plantea. Nos limitaremos a exponer a qué problemas concretos responden las dos teorías que básicamente se han desarrollado en el movimiento marxista para explicar la crisis histórica del capitalismo (la tendencia a la baja de la tasa de ganancia y la tendencia a la sobreproducción); trataremos de demostrar que ambas no son contradictorias y que precisamente desde un punto de vista global e histórico es la segunda, que se desprende de los trabajos del propio Marx y fue desarrollada posteriormente por Rosa Luxemburgo ( ), la que permite una explicación más justa y que integra coherentemente la tendencia a la baja de la tasa de ganancia. Del mismo modo, intentaremos despejar una serie de malentendidos que existen sobre los análisis de Rosa Luxemburgo. La tendencia a la baja de la tasa de ganancia El capitalismo ha desarrollado de forma prodigiosa la productividad del trabajo humano en todos los órdenes de la actividad social. Por ejemplo, el transporte que bajo el feudalismo se limitaba a los métodos lentos e inciertos del caballo, la carreta y el barco de vela, ha sido llevado por el capitalismo a las impensables velocidades alcanzadas sucesivamente por el ferrocarril, el barco de vapor, el avión o el tren de alta velocidad. El Manifiesto comunista rinde cuenta de ese enorme dinamismo del sistema capitalista: “ha creado maravillas muy distintas a las pirámides de Egipto, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas y ha realizado campañas muy distintas a las migraciones de los pueblos y a las Cruzadas... Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios ha quitado a las industrias su base nacional... Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta las más bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a los bárbaros más fanáticos hostiles a los extranjeros”. Por eso mismo, mientras “la conservación del antiguo modo de producción era la primera condición de existencia de todas las clases precedentes”, en cambio “la burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales” (ídem). Los adoradores de El Capital resaltan unilateralmente este rasgo del sistema atribuyéndolo al “espíritu de empresa”, al ímpetu “innovador”, que supuestamente habría liberado en los individuos la “libertad de comercio”. Marx, reconociendo en su justa medida la contribución histórica del capitalismo, desmonta sin embargo, esos cantos de sirena. En primer lugar, pone en evidencia la base material de esas prodigiosas transformaciones. El capitalismo encierra una tendencia permanente a que el capital constante (máquinas, edificios, instalaciones, materias primas etc.) crezca proporcionalmente mucho más que el capital variable (el trabajo de los obreros). El primero constituye la coagulación de un trabajo realizado precedentemente, es decir, un trabajo muerto, mientras que el segundo es quien pone en movimiento esos medios para crear nuevos productos, es el trabajo vivo. Bajo el capitalismo el peso del trabajo muerto tiende a ser cada vez mayor en detrimento del trabajo vivo. Es decir, el capital constante (trabajo muerto) crece proporcionalmente mucho más que el capital variable (trabajo vivo). Esto se denomina la tendencia al aumento de la com-posición orgánica del capital. ¿Qué consecuencias sociales e históricas tiene esa tendencia?. Marx las pone en evidencia, revelando el lado oscuro y destructivo de lo que los propagandistas del capital presentan unilateralmente como el Progreso, así como mayúsculas. En primer lugar, engendra una tendencia permanente al desempleo, el cual en la decadencia del capitalismo tiende a ser crónico ( ). Pero además demuestra que el aumento de la composición orgánica del capital significa que globalmente la masa de trabajo vivo explotado tiende a disminuir y con ello disminuye también la fuente del beneficio de los capitalistas: la plusvalía extraída a los obreros pues, como señala Mitchel en el trabajo antes citado, “un solo consumo le emociona, le apasiona, estimula su energía y su voluntad y constituye su razón de ser: el CONSUMO DE FUERZA DE TRABAJO” (ídem). En palabras de Marx “este incremento progresivo del capital constante en relación con el capital variable [tiene] como resultado una baja gradual de la cuota de beneficio, permaneciendo invariable la cuota de plusvalía e incluso el grado de explotación del trabajo por parte del capital” (El Capital, Vol. III, Secc. 3ª, Cap. XIII: Naturaleza de la ley, subrayado en el original).Es decir, el desarrollo de la productividad del trabajo que se traduce en el aumento de la composición orgánica del capital tiene como contrapartida la ley de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia. Por ello, Mitchel afirma que “la ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia genera crisis cíclicas y será un potente fermento de descomposición de la economía capitalista decadente” ( ). Los límites a la tendencia a la baja de la tasa de ganancia En una época histórica (el siglo XIX) de expansión y apogeo del capitalismo, donde la humanidad asistía asombrada a una sucesión interminable de inventos y progresos que transformaban todos los ámbitos de la vida social, Marx, de forma rigurosamente científica fue capaz de ver en ese progreso los factores de crisis histórica y descomposición del sistema que entonces estaba en su cumbre. Fue él, el primero en descubrir esa ley y sistematizar sus posibles consecuencias históricas. Pero precisamente su rigor y meticulosidad le llevó a ver también sus limitaciones, los factores que la contrarrestaban y sus propias contradicciones:“si consideramos por un momento el enorme desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social solo durante los últimos 30 años... vemos que en vez de la dificultad con la que hasta ahora han tropezado los economistas, es decir, explicar el descenso de la cuota de beneficio, surge la dificultad contraria, o sea explicar por qué este descenso no es mayor o más rápido. Indudablemente tal hecho se debe al juego de influencias que contrarrestan y neutralizan los efectos de esta ley general, dándole simplemente el carácter de una tendencia, motivo por el cual presentamos aquí la baja de la cuota general de beneficio como una tendencia a la baja simplemente” (ídem). Este cuestionamiento encabeza el Capítulo XIV de la Sección 3ª del Volumen III de El Capital que se titula “Causas que contrarrestan la ley”. En éste capítulo Marx enumera seis “causas contrarrestantes”: a) El aumento del grado de explotación del trabajo b) La reducción del salario por debajo de su valor c) El abaratamiento de los elementos componentes del capital constante d) La superpoblación relativa e) El comercio exterior f) Aumento del capital-acciones En el marco limitado de esta Respuesta no podemos hacer un análisis en profundidad de esas causas contrarrestantes, su alcance y su validez. Pero debemos destacar la más importante: si la tasa de beneficio desciende, la cuota de plusvalía tiende a aumentar ( ), es decir, los capitalistas tratan de compensar la disminución de la tasa de beneficio aumentando la explotación del obrero. Frente a la tesis interesada de burgueses, sindicalistas y economistas según la cual el progreso técnico y la productividad disminuyen la explotación, Marx señala que “la tendencia decreciente de la cuota de beneficio va acompañada por la tendencia creciente de la cuota de plusvalía, es decir, del grado de explotación del trabajo. Por tanto, no hay cosa más estúpida que pretender explicar el descenso de la cuota de beneficio por medio del aumento de la cuota del salario, aunque excepcionalmente puedan darse casos como estos. Sólo la comprensión de las relaciones que constituyen la cuota de beneficio permite a la estadística analizar de un modo efectivo la cuota del salario en las distintas épocas y en los distintos países. La cuota del beneficio no disminuye porque el trabajo resulte más improductivo, sino porque se hace más productivo” (ídem). Esta es la realidad de todo el siglo XX donde el capitalismo ha intensificado de manera increíble la explotación de la clase obrera: “hay que hacer notar que, pese a una cierta baja en relación al último siglo, las tasas de ganancia actuales se han mantenido a un valor apreciable del orden del 10% – nivel que esencialmente se puede imputar al formidable aumento de la tasa de explotación sufrida por los trabajadores: para una misma jornada de 10 horas, si el obrero del siglo XIX trabajaba 5 para él y 5 para el capitalista (datos frecuentemente reportados por Marx) el obrero actual trabaja 1 hora para él y 9 para el empresario” ( ) (“La crisis ¿vamos a un nuevo 29?”, aparecido en Révolution internationale Antigua serie nos 6 y 7). Así pues “esta teoría de las crisis [se refiere a la que las explica por la baja tendencial de la tasa de ganancia] presenta el interés de captar el carácter transitorio del modo de producción capitalista y la gravedad creciente de las crisis que sacuden la sociedad burguesa. Con esta visión se puede pues interpretar parcialmente el cambio cualitativo que se produce entre el siglo XIX y el siglo XX en la naturaleza de las crisis: la gravedad creciente de las crisis encontraría su explicación en la agravación de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia pero esta visión no basta en nuestra opinión para explicarlo todo y particularmente para encontrar una respuesta satisfactoria a dos cuestiones: – ¿por qué las crisis se presentan bajo la forma de una crisis de mercado? – ¿por qué las crisis han desembocado a partir de un determinado momento sobre la guerra mientras que anteriormente encontraban una solución pacífica?” El papel del mercado El capitalismo no se caracteriza únicamente por su capacidad para aumentar la productividad del trabajo. En realidad su rasgo esencial es la generalización y universalización de la producción mercantil: “Aunque la mercancía ha existido en la mayor parte de las sociedades, la economía capitalista es la primera basada fundamentalmente en la producción de mercancías. La existencia de mercados en constante aumento es una de las condiciones esenciales del desarrollo capitalista. En particular, la realización de la plusvalía producida por la explotación de la clase obrera es indispensable para la acumulación de capital, motor esencial de su dinámica” (Punto III de la Plataforma de la CCI). El capitalismo no nace de artesanos inteligentes ni de genios innovadores sino de mercaderes. La burguesía surge como clase de comerciantes y a lo largo de su historia ha recurrido – y sigue recurriendo – a formas de trabajo de muy baja productividad: – hasta bien entrado el siglo XIX echa mano del esclavismo; – hoy emplea masivamente el trabajo forzado de los presos, por ejemplo en la primera concentración industrial del mundo, USA ( ); – sigue explotando el trabajo doméstico; – durante largas épocas ha utilizado diversas formas de trabajo forzado; – Hoy prolifera el trabajo de los niños El móvil del capitalismo es el máximo beneficio y éste encuentra su marco global en el mercado. Pero cuando hablamos de “mercado” y “producción mercantil” hay que precisar. Los economistas burgueses presentan el mercado como un mundo de “productores y consumidores”, como si el capitalismo fuera un régimen de intercambio simple de mercancías donde cada cual vende para poder adquirir lo que necesita para su subsistencia. La base del capitalismo es el trabajo asalariado, es decir, la explotación de una mercancía especial, la fuerza de trabajo, con objeto de obtener el máximo beneficio. Ello determina una forma específico de intercambio caracterizada por los siguientes rasgos: 1. Se realiza a gran escala rompiendo el estrecho marco local o incluso nacional; 2. Pierde todo vínculo con el trueque o el cambio simple de mercancías propio de pequeñas co¬munidades locales de productores más o menos suficientes, para tomar una forma universal ba¬sado en el dinero; 3. Está al servicio de la formación y acumulación del capital; 4. Necesita como condición misma de su existen¬cia el ampliarse constantemente no pudiendo acomodarse a un punto de equilibrio determi¬nado. Es cierto que el mercado no es el objetivo de la producción capitalista. Esta no se realiza para satis¬facer las necesidades de consumo de los comprado¬res solventes sino para obtener plusvalía en una escala cada vez mayor. Sin embargo, no hay otro medio para materializar la plusvalía que pasar por el mercado y no hay otra forma de obtener una plus¬valía cada vez mayor que ampliar el mercado. Dentro del movimiento revolucionario los partidarios de explicar las crisis por la tendencia a la baja de la tasa de ganancia exclusivamente, como es el caso del compañero, tienden relativizar o a negar pura y simplemente, el papel del mercado en las crisis del capitalismo. Aducen que el mercado no es sino el reflejo de lo que pasa en el terreno de la producción. Según ellos, las proporcionalidades entre los distintos sectores de la producción capitalista (esencialmente, el Sector I de medios de producción y el Sector II de medios de consumo) se manifiestan en el equilibrio o los desequilibrios del mercado. Este esquema mental obvia totalmente las condi¬ciones históricas en las que crece y se desarrolla el capitalismo. Si se concibe el mercado como una feria medieval donde los productores exponen el fruto de sus cosechas o de su labores artesanas a unos consumidores que buscan completar o trocar lo que les falta para su subsistencia, efectivamente, “el mercado es un reflejo de lo que pasa en el terreno de la producción”. Pero el mercado capitalista no se parece en nada a esa imagen deformada. Su principal base es la expropiación de los productores directos, separándolos de sus medios de vida y producción, convirtiéndolos en proletarios y sometiendo progresivamente sobre esta base al régimen del intercambio mercantil. Este movimiento de lucha contra las formas económicas precapitalistas se realiza en el mercado y para el mercado y puede expandirse sin trabas decisivas mientras existan en el globo territorios no sometidos a la producción capitalista de un tamaño suficiente. Marx ante la cuestión del mercado Los partidarios de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia suelen decir que Marx no consideró la cuestión del mercado a la hora de analizar la causa de las crisis del capitalismo. Un análisis somero de lo que verdaderamente dijo Marx en El Capital y en otras obras, muestra que eso no es así. 1. En primer lugar, afirma la necesidad de que las mercancías se vendan para que la plusvalía se realice y el capital pueda valori-zarse. “A medida que se desarrolla el proceso que se refleja en la baja de la cuota de beneficio, la masa de plusvalía producida de esta forma aumenta desmesuradamente. Entonces comienza la segunda parte del proceso. La masa total de las mercancías, el producto total, tanto la parte que reemplaza al capital constante y al capital variable como la que representa la plusvalía, deben ser vendidas” (El Capital, Vol. III Cap. XV Desarrollo de las contradicciones internas de la ley, subrayado nuestro). Afirma además que “si esta venta no se efectúa o sólo se realiza de un modo parcial o tiene lugar a precios inferiores a los precios de producción, el obrero, desde luego, es explotado pero el capitalista no realiza su explotación como tal: esta explotación para el capitalista puede ir acompañada de una realización sólo parcial de la plusvalía arrancada al obrero o de una ausencia de toda realización o incluso de una pérdida de una parte o de la totalidad del capital” (ídem). La extracción de plusvalía no agota el proceso de producción capitalista, hace falta vender las mercancías para realizar la plusvalía y poder valorizar el capital. Esta segunda parte Marx la llama en el Libro I “el salto mortal de la mercancía”. La extracción de plusvalía (que a partir del nivel alcanzado por la composición orgánica del capital determina una tasa media de beneficio) forma una unidad con la realización de la plusvalía cuyo determinante es la situación general del mercado mundial. 2. Define el mercado como el marco global para realizar la plusvalía. ¿Cuáles son las condiciones de ese mercado? ¿Es este acaso una mera manifestación externa, una forma epidérmica de una estructura interna determinada por la proporcionalidad entre las diferentes ramas de producción y la composición orgánica general?. Tal es la idea que defienden los que hablan del “método abstracto de Marx” y que tachan de “empirismo” cualquier tentativa de hablar del “mercado” y de cosas tan prosaicas como “vender” las mercancías. Pero la respuesta de Marx no va por ahí: “las condiciones de la explotación inmediata y las de su realización no son iguales. Difieren no solo por el tiempo y el lugar, sino también porque, teóricamente, no van juntas. Las unas solo se ven limitadas por la potencia de producción de la sociedad, las segundas por la proporcionalidad existente entre las diferentes ramas de producción y la capacidad de consumo de la sociedad” (ídem). 3. Deja claro que las relaciones de producción capitalistas, basadas en el trabajo asalariado, determinan los límites históricos del mercado capitalista. ¿Y qué determina esta “capacidad de consumo de la sociedad”? “Esta no se halla determinada ni por la fuerza productiva ni por la capacidad absoluta de consumo, sino por la capacidad de consumo a base de las relaciones antagónicas de distribución que reduce el consumo de la gran masa de la sociedad a un mínimo, susceptible de variar solo dentro de límites más o menos estrechos” (ídem). El capitalismo es una sociedad de producción mercantil basada en el trabajo asalariado. Este determina un cierto límite a la capacidad de consumo de la gran mayoría asalariada de la sociedad: el salario tiene que oscilar más o menos alrededor del coste de reproducción social de la fuerza de trabajo. Por eso Marx afirma con toda rotundidad en El Capital que “la causa última de todas las verdaderas crisis es siempre la pobreza y la limitación de consumo de las masas, en contradicción con la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas, como si el único límite de su desarrollo fuera la capacidad absoluta de la sociedad”. Esta capacidad de consumo de la gran masa está “además limitada por la tendencia a la acumulación, por la tendencia a aumentar capital y producir plusvalía en mayor escala. Para la producción capitalista esto es una ley que imponen las constantes perturbaciones de los métodos mismos de producción, la depreciación del capital existente que esas perturbaciones implican: la ley general de la concurrencia y la necesidad de perfeccionar la producción y aumentar la escala, solo para mantenerse y so pena de desaparecer” (ídem.) 4. Concibe la necesidad de que el mercado se amplíe constantemente en la perspectiva de la formación del mercado mundial. Marx ve imprescindible la ampliación constante del mercado como condición de la acumulación capitalista: “Es necesario que el mercado aumente sin cesar, de modo que sus conexiones internas y las condiciones que lo regulan adquieran cada vez más la forma de leyes de la naturaleza, independientemente de los productores y que escapen paulatinamente a su control. Esta contradicción interna busca una solución extendiendo el campo exterior de la producción. Pero cuanto más se desarrolla la fuerza productiva, más choca con la estrecha base sobre la que se fundan las relaciones de consumo. Dada esta base llena de contradicciones no resulta contradictorio que un exceso de capital vaya unido a una superpoblación creciente. Porque, si bien es cierto que la combinación de estos dos factores aumenta la masa de la plusvalía producida, también lo es que, de esta forma, se aumenta precisamente la contradicción entre las condiciones en que esta plusvalía se produce y las condiciones en las que se realiza” (ídem). Ve como tarea histórica fundamental del capitalismo la formación del mercado mundial: “Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes” (El Manifiesto comunista). En el mismo sentido se pronuncia Lenin: “Lo importante es que el capitalismo no puede subsistir ni desarrollarse sin extender constantemente su esfera de dominación, sin colonizar países nuevos, sin incorporar antiguos países no capitalistas al torbellino de la economía mundial” (El Desarrollo del capitalismo en Rusia). 5. Da una gran importancia al mercado en la formación de las crisis. Pero por sus propias relaciones de producción basadas en el trabajo asalariado esta tendencia lleva al mismo tiempo a la agravación de sus contradicciones: “si el modo de producción capitalista es un medio histórico para desarrollar la fuerza productiva material y crear el mercado mundial correspondiente a dicha fuerza, aparece al mismo tiempo como una contradicción permanente entre esta tarea histórica suya y las relaciones de producción que le son propias” (Libro III). Por ello, la evolución del mercado es clave en el estallido de las crisis: “La misma admisión de que el mercado se ha de ampliar junto con la producción es, desde otro ángulo, la admisión de la posibilidad de la superproducción, porque el mercado está externamente limitado en el sentido geográfico ... Es perfectamente posible que los límites del mercado no se puedan ampliar con bastante rapidez para la producción o bien que los nuevos mercados puedan ser rápidamente absorbidos por la producción de modo que el mercado ampliado represente una traba para la producción como lo era el mercado anterior más limitado” (ídem). En El Manifiesto comunista se pregunta: “durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la sobreproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de súbita barbarie: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no favorecen ya el régimen burgués de la propiedad; por el contrario, resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas”. Este último elemento es muy importante de cara a comprender las causas de la crisis histórica del capitalismo, de su decadencia irreversible. Mientras en anteriores modos de producción las crisis eran de subproducción (hambrunas, sequías, epidemias), las crisis capitalistas tienen por primera vez en la historia el carácter de crisis de sobreproducción. La miseria de la mayoría no nace de la penuria de medios de consumo sino de su exceso. El desempleo y el cierre de fábricas no viene de la escasez de repuestos o de la falta de máquinas sino de su exuberancia. La destrucción y la aniquilación, la amenaza de hundimiento en la barbarie, aparecen por la sobreproducción. Esto nos muestra la base del comunismo, la tarea de la nueva sociedad: encaminar las fuerzas productivas hacia la plena satisfacción de las necesidades humanas liberándolas del yugo del trabajo asalariado y el mercado. La aportación de Rosa Luxemburgo Marx analizó las dos caras de la moneda que constituye en su globalidad el régimen capitalista. Una cara es la producción de plusvalía y vista por ese lado es determinante la cuota del beneficio, el desarrollo de la productividad del trabajo y la tendencia a la baja de la cuota del beneficio. Pero la otra cara es la realización de la plusvalía y en este lado de la balanza intervienen el mercado, los límites a la producción que imponen las propias relaciones capitalistas basadas en el trabajo asalariado y la necesidad de conquistar nuevos mercados tanto para realizar la plusvalía como para obtener nuevas fuentes de la misma (separación de los productores de sus medios de producción y de vida y su incorporación al trabajo asalariado). Las dos caras, o para hablar más precisamente, las dos contradicciones, contienen las premisas de las convulsiones que llevan el capitalismo a su decadencia y a la necesidad de que la clase obrera lo destruya instaurando el comunismo. Globalmente, Marx realizó una formulación más elaborada sobre la primera “cara” pero, como acabamos de ver, dio una gran importancia a la segunda. Se puede comprender fácilmente este desequilibrio si se analizan las condiciones históricas en las que vivió y combatió Marx. Entre 1840 y 1880, el periodo donde se desarrolla la actividad militante de Marx, el rasgo dominante de la producción capitalista es la prodigiosa aceleración de sus descubrimientos técnicos, el desarrollo a una escala cada vez más vasta de la industria. Tras las exageraciones de 1848 donde El Manifiesto preveía una crisis económica prácticamente definitiva, Marx y Engels se encaminan hacia un análisis más circunspecto, tomando en consideración todos los factores y emprendiendo una larga investigación sobre la “radiografía de la sociedad”. Por un lado, la batalla política principal con los economistas e ideólogos de la burguesía tenía dos ejes: demostrar la base material de la producción – la explotación del obrero, la extracción de plusvalía – y demostrar el carácter históricamente limitado del régimen de producción capitalista. Sobre este último aspecto se concentraron en demostrar que la tendencia más ensalzada por los adalides del capitalismo – el progreso de la fuerza productiva del trabajo – contenía en si misma el germen de la crisis y las convulsiones decisivas del sistema – la tendencia a la baja de la tasa de beneficio. Por otro lado, el problema de la realización de la plusvalía, aunque asomaba la cabeza detrás de cada crisis cíclica, no se presentaba directamente como el problema histórico decisivo. En 1850 solo el 10 % de la población mundial vivía bajo el régimen capitalista, las capacidades de expansión del sistema aparecían como infinitas e inconmensurables y cada crisis cíclica desem¬bocaba en una nueva extensión del campo capitalista. Pese a ello, Marx supo ver la gravedad que encerraba y señaló la contradicción subyacente entre la tendencia del capitalismo a producir de forma ilimitada y la necesidad inherente a su propia estructura social de encerrar dentro un límite el consumo de la gran mayoría de la población. La situación cambia radicalmente en la última década del siglo XIX y las dos primeras décadas del XX. Aparece el fenómeno del imperialismo, las guerras imperialistas se agravan, conduciendo a la terrible carnicería de 1914. Con ello la cuestión teórica fundamental para entender la crisis histórica del capitalismo es la realización de la plusvalía y no simplemente su producción: “es cierto que la tendencia arrolladora de la producción capitalista a penetrar en los países no capitalistas se manifiesta desde el instante mismo en que aquella comparece en la escena histórica, se extiende como un estribillo incesante a lo largo de toda su evolución, ganando cada vez más en importancia, hasta convertirse, por fin, desde hace un cuarto de siglo, al llegar la fase del imperialismo, en el factor predominante y decisivo de la vida social” (Rosa Luxemburgo: La Acumulación de capital, una anti-crítica). Rosa Luxemburgo aborda este problema desde un método histórico. No se plantea – como aducen sus críticos- una cuestión coyuntural – ¿cómo encontrar “terceras personas” distintas de los capitalistas y los obreros para dar salida a las mercancías que no logran vender?. sino una cuestión global: ¿cuáles son las condiciones históricas de la acumulación capitalista?. Su respuesta es que “el capitalismo viene al mundo y se desarrolla históricamente en un medio social no capitalista. En los países europeos occidentales le rodea, primeramente, el medio feudal de cuyo seno surge; luego desaparecido el feudalismo, un medio en el que predomina la agricultura campesina y el artesanado, es decir, la producción simple de mercancías, lo mismo en la agricultura que en la industria. Aparte de esto, rodea al capitalismo europeo una enorme zona de culturas no europeas, que ofrece toda la escala de grados de evolución, desde las hordas primitivas comunistas de cazadores nómadas, hasta la producción campesina y artesana de mercancías. En medio de este ambiente se abre paso hacia delante, el proceso de acumulación capitalista” (La Acumulación de capital, capítulo XXVII, “La lucha contra la economía natural”). Distingue tres partes en ese proceso: “la lucha del capital con la economía natural; la lucha con la economía de mercancías y la concurrencia del capital en el escenario mundial en lucha para conquistar el resto de elementos para la acumulación” (ídem). Aunque estas tres partes están presentes en toda la vida del capitalismo, cada una de ellas tiene más preponderancia en cada una de sus fases históricas. Así en la fase de acumulación primitiva – la génesis del capital inglés durante los siglos XIV al XVII brillantemente estudiada por Marx – el rasgo dominante es la lucha contra la economía natural; en cambio, el periodo que va desde el siglo XVII hasta el primer tercio del XIX está globalmente dominado por el segundo aspecto – la lucha contra la economía simple de mercancías – mientras que en el último tercio del siglo XIX el factor crucial es el tercero – la concurrencia agudizada por repartirse el planeta. A partir de este análisis señala que “el capitalismo necesita, para su existencia y desarrollo, estar rodeado de formas de producción no capitalistas. Pero no le basta cualquiera de estas formas. Necesita como mercados capas sociales no capitalistas para colocar su plusvalía. Ellas constituyen a su vez fuentes de adquisición de sus medios de producción y son reservas de obreros para su sistema asalariado” (ídem). Desde este punto de vista histórico y global plantea una crítica al esquema de la reproducción ampliada que Marx había empleado para representar el proceso regular de la acumulación capitalista. No cuestiona su validez respecto al fin concreto e inmediato que les había dado Marx: demostrar contra Adam Smith y la economía clásica burguesa que la reproducción ampliada era posible y poner de relieve el error que cometían al negar la existencia de capital constante. En efecto sin reconocer la existencia de capital constante es imposible comprender la continuidad de la producción y el papel del trabajo acumulado en ella y en consecuencia la acumulación de capital es imposible. Tampoco los critica porque no responderían a la realidad inmediata – en contra de lo que piensa el compañero que atribuye a Rosa Luxemburgo un “error de principiantes”. Rosa ve perfectamente legítimo el modelo abstracto que elabora Marx para ese fin concreto de demostrar que la acumulación, la reproducción ampliada, es posible. Lo que critica Rosa Luxemburgo es el supuesto de que toda la plusvalía extraída es consumida al interior del ámbito formado por los capitalistas y los obreros. Este supuesto puede ser válido si sólo se quiere explicar que la acumulación de capital es posible de manera general, pero no sirve si se pretende es comprender el proceso histórico de desarrollo y posteriormente de crisis general del sistema capitalista. Por tanto, Rosa Luxemburgo constata que hay una fracción de toda la plusvalía extraída a los obreros que no es consumida por los capitalistas y explica que su realización tiene lugar a través de la lucha por incorporar territorios precapitalistas al sistema mercantil y asalariado propio del capitalismo. Con ello está tratando de responder a una realidad muy concreta del capitalismo en el periodo de su apogeo (1873-1914): “si la producción capitalista constituye un mercado suficiente para si misma y permite cualquier ampliación para el total del valor acumulado, resulta inexplicable otro fenómeno de la moderna evolución: la lucha por los más lejanos mercados y por la exportación de capitales, que son los fenómenos más relevantes del imperialismo actual, resultaría totalmente incomprensible. ¿Para qué tanto ruido? ¿Para qué la conquista de las colonias y las peleas actuales por los pantanos del Congo y los desiertos de Mesopotamia? Sería mucho más conveniente que el capital se quedase en casa a darse la buena vida. Krupp produce alegremente para Thyssen, Thyssen para Krupp, no necesitan ocuparse más que de invertir los capitales una y otra vez en las propias explotaciones y ampliarlas mutuamente de un modo indefinido. El movimiento histórico del capital resulta sencillamente incomprensible y con él, el imperialismo actual” (Rosa Luxemburgo, ídem). Esto es justo lo mismo que plantea Marx cuando afirma: “Decir que sólo pueden los capitalistas cambiar y consumir sus mercancías entre ellos mismos es olvidar por completo el carácter de la producción capitalista y olvidar que se trata de valorizar el capital, no de consumirlo” (op cit.). Hay que dejar claro que Rosa Luxemburgo no ve los territorios precapitalistas como las “terceras personas” que le harían falta a los capitalistas para colocar sus mercancías sobrantes tal y como le reprochan sus críticos: “Los fines económicos del capitalismo en su lucha contra la economía natural son: “I. Apoderarse directamente de fuentes importantes de fuerzas productivas, como la tierra, la caza de las selvas vírgenes, los minerales, las piedras preciosas, los productos de las plantas exóticas como el caucho etc. “II. ‘Libertar’ a los obreros y obligarlos a trabajar para el capital “III. Introducir la economía de mercancías “IV. Separar la agricultura de la industria” (ídem). Los apologistas del capitalismo pretenden que es un sistema basado en el intercambio regular de mercancías del cual se desprende un equilibrio gradual de la oferta y la demanda que va desarrollando el crecimiento económico. Frente a ello, Rosa Luxemburgo señala que “la acumulación capitalista tiene, como todo proceso histórico concreto, dos aspectos distintos. De un lado, tiene lugar en los sitios de producción de la plusvalía – en la mina, en la fábrica, en el fundo agrícola, en el mercado de mercancías. Considerada así, la acumulación es un proceso puramente económico, cuya fase más importante se realiza entre los capitalistas y los trabajadores asalariados, pero que en ambas partes, en la fábrica como en el mercado, se mueve exclusivamente dentro de los límites del cambio de mercancías, del cambio de equivalencias. Paz, propiedad e igualdad reinan aquí como formas, y era menester la dialéctica afilada de un análisis científico para descubrir, cómo en la acumulación el derecho de propiedad se convierte en apropiación de la propiedad ajena, el cambio de mercancías en explotación, la igualdad en dominio de clases” (op. cit., capítulo XXXI). Poner en evidencia este último aspecto – revelar el mundo de violencia y destrucción que encerraba el simple intercambio regular de mercancías – fue el trabajo de Marx en El Capital, pero ante la época del imperialismo y la entrada del sistema en su decadencia lo crucial era polarizarse en “el otro aspecto de la acumulación de capital [que] se realiza entre el capital y las formas de producción no capitalistas. Este proceso se desarrolla en la escena mundial. Aquí reinan, como métodos, la política colonial, el sistema de empréstitos internacionales, la política de intereses privados, la guerra. Aparece aquí, sin disimulo, la violencia, el engaño, la opresión, la rapiña” (ídem). Adalen 2-4-2001 En la segunda parte de esta correspondencia, publicaremos un complemento que nos ha hecho llegar el camarada sobre su explicación de los períodos de reconstrucción y su crítica del dogmatismo de la CCI sobre las cuestiones económicas. Desarrollaremos por nuestra parte algunas precisiones en defensa de los análisis de Rosa Luxemburgo y contestaremos a esas críticas.
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