Submitted by Accion Proletaria on
Attachment | Size |
---|---|
critica_a_lenin_filosofo_de_pannekoek_4a_parte_y_final.pdf | 83 KB |
Las conclusiones de Harper sobre la revolución rusa y algunos aspectos de la revolución rusa que le ha parecido bien dejar ocultos1.
Hay tres maneras de considerar la revolución rusa.
-
La primera es la de los “socialistas” de diferentes colores, de derecha, de centro y de izquierdas, revolucionarios y compañía (en Rusia), independientes y tutti quanti en otros lugares.
Antes de la revolución, la perspectiva de estos era: la revolución rusa será una revolución burguesa democrática, en cuyo seno la clase obrera podrá luchar “democráticamente” por “sus derechos y libertades”.
Todos esos señares eran, claro está, además de “revolucionarios demócratas sinceros”, fervientes defensores del “derecho de los pueblos a autodeterminarse”, concluyendo en la defensa de la nación mediante un internacionalismo de dirección única que se basaba en el pacifismo y acababa en la idea de que había que luchar contra los agresores y los opresores.
Esa gente eran moralistas en el sentido propio de la palabra, al defender el “derecho” y la “libertad”, con D y L mayúsculas, de los pobres y de los oprimidos. Cuando estalló la primera revolución, la de febrero, lloraban lágrimas de alegría en cantidad, era la confirmación de la sacrosanta perspectiva, la santísima revolución tan esperada.
Lo que habían olvidado es que el empuje de la insurrección general de febrero en Rusia no hacía sino abrir las puertas a la verdadera lucha entre las clases actuantes. Derrocado el zar, la revolución burguesa que se desarrollaba dentro mismo de la vieja autocracia traía consigo la caída de este aparato y la necesidad de su sustitución, o sea que, en realidad, lo de febrero abría las puertas a la lucha por el poder.
En Rusia misma se manifestaban cuatro fuerzas: 1) la autocracia, burocracia feudal que gobierna un país en el que el gran capital se está instalando; 2) la burguesía y la pequeña burguesía, gran capital, directores de empresas y élites intelectuales, propietarios rurales, etc..; 3) las grandes masas de campesinos pobres recién salidos de la servidumbre; 4) intelectuales y pequeña burguesía proletarizada por la crisis del régimen y del país y el gran proletariado industrial.
Los elementos reaccionarios (apoyo del régimen zarista) se habían convencido de la inevitable necesidad de introducir el gran capitalismo industrial en Rusia. Aspiraban a ser los gerentes y guardianes del gran capital financiero extranjero a cambio de un conservadurismo social que le fuera favorable, manteniendo el sistema burocrático imperial. Liberando a los siervos necesarios para la industria, pero manteniendo el control por la burocracia y la nobleza del campesinado mediano, considerando éste como clase de arrendatarios.
Todo eso ya era, claro está, la “revolución burguesa”. Sin embargo, las fuerzas sociales que entraban en el escenario de la historia no podían tener en cuenta los deseos de la burocracia. Introducir el capital en Rusia implicó que apareciera por un lado la clase obrera y por el otro la capitalista, la cual está compuesta no solo por los poseedores de capital sino por todos los que dirigen efectivamente la industria y administran la circulación de capitales. La importación de capital hizo comprender a las clases dirigentes rusas, en el sentido más amplio, las enormes posibilidades de desarrollo que el sistema capitalista podía ofrecerle a Rusia. Y aparecieron, en esas clases, dos tendencias ambivalentes: la primera era que había que utilizar el capital financiero extranjero para el desarrollo capitalista de Rusia; la segunda era la de que había que independizarse, liberarse del dominio de ese capital.
Desde que se inicia el curso revolucionario, los países que habían invertido capitales en Rusia, como Francia e Inglaterra y bastantes más, se dieron cuenta del peligro sobre todo desde el punto de vista de los intereses de “sus” capitales. Y ya sabemos que la mentalidad de los pudientes es, en general la del miedo vil y su reacción es, por consiguiente, la de dar rienda suelta a toda la fuerza de la que disponen.
Esos países sabían muy bien que un gobierno democrático salvaguardaría sus intereses, pero. como capitalistas que son, también consideraban la posibilidad de dictar su política mediante un golpe reaccionario, controlando así de hecho un territorio riquísimo. Y así, los países extranjeros jugaban todas las bazas, apoyaban a todo quisque, a Kereneski, y a Denikin, a las bandas reaccionarias y al gobierno provisional, etc... Unos recibían dinero, armas y consejeros y técnicos militares, los otros recibían “consejos desinteresados” por parte de embajadores y demás personal. Además, cuanto más dura era la lucha por el poder, tanto más agudas eran las luchas por ganar mayor influencia, las luchas de rivalidades de los imperialismos, unidos una vez y luego disparándose por la espalda y haciendo complós por detrás contra el aliado, etc... Lo ocurrido en el período entre la primera revolución, la de febrero, y la segunda, octubre, se resume en marasmo y caos, y eso queda bien claro en todos los acuerdos secretos oficiales que luego publicaría el gobierno bolchevique.
-
La guerra imperialista misma estaba en un callejón sin salida. Los cadáveres se pudrían en los “no man’s land” que separaban las trincheras de un frente que cubría todo el Este y el Sur de Alemania y del imperio Austrohúngaro, sin que la guerra pareciera tener salida alguna.
En aquel caos general, un pequeño grupo, representante del internacionalismo revolucionario en las Conferencias de Zimerwald y de Kienthal, había planteado como principio básico para el renacimiento del movimiento obrero revolucionario, pasando por encima del cadáver de la IIª Internacional, que el proletariado debía, ante todo, proclamar su internacionalismo luchando, en cualquier circunstancia, contra su propia burguesía, teniendo siempre presente que el movimiento forma parte de uno internacional del proletariado que deberá extenderse, para que pueda realizarse el socialismo, a las principales potencias burguesas.
La divergencia que había entre socialdemócratas y el núcleo de la futura Internacional Comunista era ni más ni menos que este punto fundamental y crucial: los socialdemócratas pensaban que el socialismo se realizaría con “progresos en la ampliación de la democracia interna” del país, creyendo además que la guerra era un “accidente” en el movimiento de la historia y que durante ella debían cesar las luchas de clase y dejarlas en la nevera en espera de la victoria sobre el “malvado” enemigo que venía a impedir que aquéllas se desarrollarán “pacíficamente”. Nos falta sitio aquí para mostrar los manifiestos de los diferentes partidos, Socialdemócratas, Socialistas Revolucionarios y demás, sobre la guerra entre 1914 y 1917, y artículos de esos partidos destinados a las tropas rusas en Francia y en los cuales el “socialismo” era defendido con un ardor de lo más heroico...
La izquierda que empezó a agruparse tras las dos conferencias de Suiza cristalizaba la solidez de sus cimientos políticos en la personalidad de Lenin, el cual estaba por aquel entonces totalmente aislado tanto de sus propios aliados del partido bolchevique como incluso en la izquierda de la socialdemocracia, considerado como una especie de iluminado que proclamaba:
“… Predicar la colaboración de clases, renegar la revolución social y de los métodos revolucionarios, adaptarse al nacionalismo burgués, olvidarse del carácter cambiante de las fronteras nacionales y de las patrias, erigir como fetiche la legalidad burguesa, renegar de la idea de clase y de la lucha de clases por temor a alejarse de “las masas populares” (o sea, la pequeña burguesía) esas son sin duda alguna las bases teóricas del oportunismo...”
“… La burguesía engaña a los pueblos tapando el gansterismo imperialista con el velo de la vieja ideología de la “guerra nacional”. El proletariado pone la mentira al desnudo cuando proclama la transformación de la guerra imperialista en guerra civil. Esta es la consigna inscrita en las resoluciones de Stuttgart, de Basilea, las cuales preveían no la guerra en general sino esta guerra misma y que hablaban no de la “defensa de la patria”, sino de “acelerar la quiebra del capitalismo” explotando para ello la crisis producida por la guerra, poniendo como ejemplo a la Comuna. La Comuna de París fue la transformación de la guerra nacional en guerra civil.
Esa transformación no es tarea fácil y no se verifica a gusto de tal o cual partido. Y es precisamente lo que corresponde al estado objetivo del capitalismo en general y de su fase terminal en particular. Es en esa dirección y solo en ella hacia la que deben trabajar los socialistas. No votar los créditos de guerra, no aprobar el “chovinismo” de su país y de los países aliados, antes al contrario, combatir ante todo el chovinismo de su burguesía, sin limitarse a los medios legales cuando la crisis es total y que la burguesía misma anula su propia legalidad, esa es la línea de conducta que lleva a la guerra civil y llevará fatalmente, en un momento o en otro, al incendio que se extenderá por Europa...”
“…La guerra no es un accidente, un “pecado” como la piensan los curas (los cuales predican patriotismo, humanidad y paz por lo menos tan bien como los oportunistas), sino una fase inevitable del capitalismo, una forma de la vida capitalista que le es tan propia como la paz. La guerra actual es una guerra entre pueblos. Pero la consecuencia de esa verdad no es que haya que seguir la corriente “popular” del chovinismo; durante la guerra, en la guerra, y con aspectos guerreros, siguen existiendo y seguirán manifestándose los antagonismos sociales que desgarran a los pueblos…”
“…! Abajo las insulseces sentimentaloides y los suspiros imbéciles de la “paz a toda costa”! El imperialismo ha puesto en juego los destinos de la civilización europea. Si esta guerra no viene seguida por una serie de revoluciones victoriosas, otras guerras la continuarán en breve plazo. Lo de “esta es la última guerra” es una fábula huera y dañina, un “mito” pequeño burgués.
En el día de hoy o en el de mañana, durante esta guerra o tras ella, actualmente o durante la próxima guerra, el estandarte proletario de la guerra civil reunirá no solo a cientos de miles de obreros conscientes, sino también a millones de semi-proletarios y pequeño-burgueses estupidizados actualmente por el chovinismo, a los cuales los horrores de la guerra podrán asustar y deprimir, pero sobre todo los instruirán, los esclarecerán, los organizarán y los prepararán a la guerra contra la burguesía, contra la de “su” país y la de los países “extranjeros”..”.
“…La IIª Internacional ha muerto, rematada por el oportunismo. ¡Abajo, el oportunismo. Y viva la Internacional depurada no solo de los “tránsfugas” sino también de los oportunistas, la IIª Internacional! La IIª Internacional hizo su parte de trabajo útil. (…) A la IIIª Internacional le toca ahora organizar a las fuerzas proletarias para la ofensiva revolucionaria contra los gobiernos capitalistas, para la guerra civil contra la burguesía de todos los países, por la conquista del poder, por la victoria del socialismo…”
Si se compara con Marx, bien se ven que, al contrario de lo que Harper pretende que nos creamos, Lenin entendía de marxismo y supo aplicarlo en los suplementos adecuados:
“… Resulta evidente que, para poder luchar de manera general, la clase obrera debe organizarse en su país como clase y que el interior del país es el escenario inmediato de su lucha. En esto su lucha de clases es nacional, no en cuanto al contenido, sino, como lo dice el Manifiesto Comunista, “en cuanto a su forma”. Pero el “marco nacional actual”, o sea el del Imperio alemán, entra a su vez, económicamente, “en el marco” del sistema de Estados. Cualquier comerciante sabe que el comercio exterior y la grandeza del Sr. Bismarck reside precisamente en un tipo de política internacional.
¿Y a qué reduce el Partido Obrero alemán su Internacionalismo? A la conciencia de que el resultado de su esfuerzo “será la fraternidad internacional de los pueblos”, frase copiada de la Liga, burguesa, de la libertad y de la paz, y que se quiere hacer pasar como equivalente de la fraternidad de las clases obreras en su lucha común contra las clases dominantes y sus gobiernos…” (Crítica del Programa de Gotha).
Lo que distinguía pues a la izquierda de la socialdemocracia del conjunto del movimiento obrero eran sus posiciones políticas:
-
sobre la noción de toma del poder (la divergencia entre democracia burguesa o democracia obrera integra mediante la dictadura del proletariado);
-
sobre el carácter de la guerra y la postura de los revolucionarios en relación con aquella guerra.
Sobre todo, lo demás, en particular sobre la organización “económica” del socialismo, todavía se andaba por las consignas de nacionalización de la tierra y de la industria, del mismo modo que muchos mantenían en política la consigna de “Huelga General Insurgente”. Sea como fuere, cabe recordar que eran muy poco numerosos los militantes socialistas, incluso la izquierda, que habían comprendido las posiciones de Lenin durante la guerra, y que después se unirían en la revolución rusa cuando la teoría se vería plasmada en los hechos.
Eso es tan verdad que, cuando la querella entre Kautsky y Lenin, aquel no dijo lo más mínimo al respecto y eso que, como lo hizo notar Lenin, Kautsky había tomado postura anteriormente, en el Congreso de Basilea, expresando posiciones muy avanzadas acerca del poder obrero y el internacionalismo. Lo que pasa es que no basta con firmar resoluciones, hay que saber ponerlas en práctica. Y en eso, cuando se es capaz de ir del plano teórico al práctico, en donde se ve el verdadero marxista. El gran valor de un Plejanov y de un Kautsky, personas de talla en el movimiento obrero socialista de finales del XIX, se disuelve como estatua de sal al lado de aquel puñado de bolcheviques que tuvo que trasponer en lo práctico sus teorías, primero en la toma del poder, luego ante la guerra, frente a los socialistas revolucionarios de izquierda y la fracción bolchevique que estaba a favor de la “guerra revolucionaria” en Brest-Litovsk, ante la ofensiva alemana, y la guerra civil interna que proseguía. En espera de la revolución mundial triunfante, en Rusia solo podía hacerse una organización burguesa de la economía, pero con el modelo del capitalismo más avanzado, el capitalismo de Estado.
Solo la posibilidad futura de la revolución internacional (que había tenido su punto de arranque internacionalmente, en base a las posiciones y con el ejemplo de los bolcheviques), hubiera permitido la evolución y transformación de la sociedad hacia el socialismo. Aparte de eso, se pueden citar 100 y más ejemplos de posiciones falsas., antes y después de la revolución, de Lenin.
En 1905, Trotsky le da una severa lección en “Nuestras diferencias”, pero es la síntesis de la posición de Trotsky en este texto y de Lenin en ¿Qué hacer? lo que está en la base de la toma de postura frente a la guerra. Tras la toma del poder, fueron cometidos errores en cantidad dentro del partido, por unos y por otros, por Lenin y por Trotsky. No se trata aquí de taparse los ojos ante esos errores. Ya volveremos sobre el asunto en otras ocasiones. Lo que hay que saber es que las enseñanzas que podemos sacar 30 años después, ahora que las condiciones económicas han cambiado y que ciertos procesos se han extremado, implican un método diferente del que se necesita para encarar los acontecimientos que se presentan de forma imprevista y anárquica. Hoy podemos delimitar cuáles fueron los errores de los bolcheviques, podemos estudiar la revolución rusa como acontecer histórico, podemos analizar cuáles serán los grupos políticos presentes, estudiar sus documentos, su acción, etc.… Pero lo que importa es saber, en el contexto del pasado es si, a pesar de sus posiciones políticas atrasadas, los bolcheviques, con Lenin y Trotsky a la cabeza, estaban comprometidos en un movimiento cuyo objetivo inmediato era el de llevar el socialismo, saber si las opciones bolcheviques iban en esa dirección, o si no, si las que iban en la buena dirección eran las de Kautsky, o las de Zutano o las de Mengano, pero cuales.
Y nosotros contestamos que solo había una base de partida para que el movimiento se encaminará por la vía de la revolución socialista. Y en Rusia, solo los bolcheviques (y no todos ni mucho menos) la habían propuesto y la pusieron en práctica. Fueron esas bases las que hicieron que su acción se inscribiera en una lucha de clases cuyo objetivo era el derrocamiento del capitalismo a escala internacional y cuyas posiciones políticas generales abocaban realmente en ese derrocamiento.
Fuera de eso, de esas bases que a grandes rasgos fueron las del surgimiento del movimiento bolchevique de Octubre, hay muchísimas cosas que decir y la discusión, que no hace sino empezar, deberá tener como mínimo en cuenta el programa revolucionario de Octubre y toda la experiencia del movimiento obrero de estos 30 últimos años.
El movimiento revolucionario que se inició en 1917 en Rusia demostró que era internacional por las repercusiones que tuvo en Alemania al año siguiente. A principios del mes de noviembre de 1918, los marinos alemanes se sublevan, y los soviets se extienden por toda Alemania. Sin embargo, algunos días después, se firmaba el armisticio y meses más tarde Noske había rematado su labor represiva, de tal modo que cuando por fin en 1919 se verifica el primer Congreso de la Internacional Comunista, el punto álgido de la revolución quedaba atrás, la burguesía se había recuperado, la paz disolvía la lucha de clases, el proletariado retrocedía ideológicamente a medida que la revolución alemana era quebrada trozo a trozo, aunque la gran oleada levantada por la revolución ruso alemana siguiera sacudiendo al proletariado durante largos años. El fracaso de la revolución alemana dejó a Rusia aislada, obligada a proseguir su organización económica en espera de una nueva ola revolucionaria.
Un movimiento obrero no puede llegar a la victoria por etapas históricas. Al ser la revolución rusa una victoria parcial, y el resultado final que ella desencadenó una derrota a escala internacional, la supuesta construcción del “socialismo” en Rusia no sería sino la imagen de esa derrota del movimiento obrero internacional.
La Internacional Comunista y sus Congresos de Moscú iban a demostrar que la revolución se había detenido. Cada nuevo Congreso plasma un nuevo retroceso del movimiento obrero internacional, en el plano teórico en Moscú y en el físico en Berlín. Una vez más los revolucionarios se encontraban primero en minoría y luego excluidos. Como la primera y la segunda, internacionales, la comunista y los partidos comunistas, igual que los “socialistas”, “obreros” y demás de antes, acababan poco a poco por aburguesar su ideología. Además de este retroceso del movimiento obrero, se producen dos fenómenos de primera importancia: a) un partido obrero degenerado conserva para sí el poder de un Estado y b) la nueva era del capitalismo, iniciada en 1914, marcada tras el retroceso del movimiento obrero, por crisis internas de un nivel mucho más profundo que antes.
El análisis de esos dos fenómenos es, a nuestro parecer, lo único que pudiera podido permitir que surgiera un nuevo movimiento revolucionario. Más tarde, la fracción italiana de la izquierda comunista (que publicaba Bilán entre 1933 y 1938, título que es ya de por sí todo un programa) sería la única en llevar a cabo ese análisis.
-
Ante la degeneración del movimiento obrero, ante la evolución del capitalismo moderno, frente al Estado estalinista ruso, ante los problemas planteados en y por la insurrección de los soviets, queda una tercera posición que consiste en no romperse la cabeza investigando razones y condiciones históricas y políticas de estos 30 últimos años, sino encargárselo todo a una “cabeza de turco”. Unos escogen a Stalin de “cabeza de turco”, y su antiestalinismo les lleva a participar en la guerra en el campo americano (democrático). Entre 1938-1942 se daban como causas de la degeneración del movimiento obrero lo que eran sus consecuencias, o sea, el fascismo, o la guerra o la degeneración de la sociedad y demás chapuzas explicativas. Hoy la moda es explicarlo todo con el estalinismo, lo cual es no explicar nada. Y florecen las teorías: la de Burnham contra la burocracia, Bettelheim a favor, etc.…, y Sartre y demás escribanos asalariados de los partidos políticos de la burguesía y del periodismo moderno plagado de trepas. En ese cuadro, la acusación de Harper contra el “leninismo”, del cual “el estalinismo sería el hijo natural”, es una pieza más en esa maquinaria.
En esta época, en que el marxismo está soportando su mayor crisis (que esperemos que solo sea una crisis de crecimiento), Harper no hace sino añadir un poco más de confusión en donde ya había de sobra. Como cuando afirma: “…No, no hay nada en Lenin que indique que las ideas son determinadas por la clase. Las divergencias teóricas en Lenin planean por los aires. Una opinión teórica no puede ser criticada más que con argumentos teóricos. Pero cuando las consecuencias sociales son puestas en primer plano con tanta violencia, no se puede dejar en la sombra el origen social de los conceptos teóricos. Este aspecto esencial del marxismo, visiblemente, no existe en Lenin…” (“Lenin filósofo”, de Harper).
Ahí, Harper va más allá que la simple confusión, arrastrado por la polémica; es uno de esos numerosos marxistas que han visto en él marxismo más bien un método filosófico y científico en teoría, pero que se quedan en el cielo astronómico de la teoría sin aplicarla nunca a la práctica histórica del movimiento obrero. Para esos “marxistas”, la “praxis” sigue siendo un objeto filosófico, y no ya un objeto actuante.
¿No existe una filosofía que sacar de este período revolucionario? Si, desde luego. Afirmamos incluso que para un marxista, no se puede sacar filosofía más que del movimiento de la historia. Pero, y Harper, ¿qué hace?; él lo que hace es filosofar sobre la filosofía de Lenin, sacándola del contexto histórico. Lo peor no es eso, sino que encima intenta aplicar sus conclusiones, que son medio verdades, a un contexto histórico que ni siquiera se ha preocupado de examinar. En esto, Harper nos demuestra que lo que hace es mucho peor que Lenin en “Materialismo y Empiriocriticismo”. Lo que hay que afirmar, y en Harper no queda claro, es que lo principal en la cuestión de la PRAXIS y del conocimiento para un marxista es que no puede ser analizada fuera de lo político inmediato, que es donde se inscribe la “praxis” verdaderamente revolucionaria, en el desarrollo del pensamiento y de la acción revolucionaria... Harper no hace más que repetir hasta la saciedad: “Lenin no era marxista”, …no entendió nada de la lucha de clases …” y de hecho resulta claro que Lenin siguió las enseñanzas del marxismo en el desarrollo de su pensamiento político y revolucionario práctico.
La prueba de que Lenin entendió y aplicó a la revolución rusa las enseñanzas del marxismo está en su “Prefacio a las cartas de Marx a Kugelmann” en las cuales Lenin demuestra haber asimilado bien las lecciones que Marx sacó de la Comuna de París, así como en otros muchos textos, algunos de los cuales, citados aquí, en los que aparecen tantas analogías con la “Crítica al programa de Gotha” de Marx.
Lenin y Trotsky están de lleno en la línea del marxismo revolucionario, continuando sus enseñanzas. La teoría de la Revolución Permanente de Trotsky no es otra cosa que continuidad del Manifiesto Comunista y del marxismo en general; la revolución rusa es una plasmación ejemplificadora de todo ese marxismo no degenerado.
Harper, como tantos otros marxistas se olvidan de preguntarse si la perspectiva válida para las revoluciones del siglo XIX, durante el periodo ascendente del capitalismo y en cuyos límites se encuentra en la revolución rusa, sigue siendo válida para el período de degeneración de la sociedad actual. Lenin había definido la nueva perspectiva diciendo que el periodo nuevo lo era de “guerras y revoluciones”. Rosa, por su parte, había despejado claramente la idea de que el capitalismo entraba en una época de degeneración. Y, sin embargo, todo eso no impidió que la Internacional Comunista y tras ella todo el movimiento obrero trotskista y otras oposiciones de izquierdas se quedarán en la perspectiva antigua o que volvieran a ella, como sí lo había hecho Lenin tras el fracaso de la revolución alemana. Harper sí que piensa que hay una nueva perspectiva, pero con su análisis sobre Lenin y, a través de éste, de la revolución rusa, demuestra que tampoco ha sabido despejarla, perdiéndose en un montón de consideraciones vagas o falsas como tantos otros antes que él.
Por eso, no es casualidad si son los herederos de una parte de los aportes teóricos de Bilán los que contestan de la misma manera que contestan también los “leninistas puros”.
Los “pro” y los “anti” Lenin se olvidan sencillamente de que si bien los problemas de hoy día solo pueden ser comprendidos a la luz de los de ayer, no por eso dejan de ser diferentes.
Philippe
1Las partes I, II y III de esta Serie han sido publicadas en esta Revista Internacional en los nº 25, 28 y 29. Con esta parte IV, en este nº 30 de la Revista Internacional, termina la serie. Publicación en nuestra Web: