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Ante el anuncio de la adopción inmediata de la reforma de las pensiones, la reacción fue fulgurante. En toda Francia estalló la cólera. En los centros de las ciudades, trabajadores, pensionistas, parados, jóvenes futuros asalariados, nos reunimos por miles para gritar nuestro rechazo a ser explotados hasta los 64 años, en condiciones de trabajo insoportables, para acabar con una pensión miserable. "Erupción", "rabia", "conflagración" fueron las palabras de la prensa extranjera. Las imágenes de la multitud que crecía hora tras hora en la plaza de la Concordia de París dieron la vuelta al mundo.
El mensaje es claro:
- ¡No aceptaremos más sacrificios!
- ¡No nos doblegaremos más ante las órdenes de la burguesía!
- ¡Volvemos a la lucha!
- ¡Somos la clase obrera!
El desarrollo de nuestras luchas preocupa a la burguesía
Desde el principio, algunas figuras políticas, de Hollande a Bayrou, han advertido a Macron sobre el "timing" de la reforma: "no es el momento adecuado", "hay riesgos de fractura social". Y tenían razón.
Este ataque ha provocado un movimiento social de una magnitud no vista desde hace décadas. Las huelgas se multiplican y, sobre todo, las manifestaciones nos reúnen a millones de personas en las calles. Gracias a esta lucha, ¡empezamos a comprender quién es ese "Nosotros"! Una fuerza social, internacional, que lo produce todo y que debe luchar unida y solidaria: ¡la clase obrera! "¡O luchamos juntos o acabaremos durmiendo en la calle!". Esto es lo que se expresó claramente el jueves pasado en la manifestación de apoyo a los basureros de Ivry que la policía vino a desalojar: ¡juntos somos más fuertes!
Y estos reflejos de solidaridad no sólo se dan en Francia. En otros países aumentan las huelgas y los movimientos sociales. En el Reino Unido frente a la inflación, en España frente al hundimiento del sistema sanitario, en Corea del Sur frente a la prolongación de la jornada laboral... en todas partes, la clase obrera se defiende.
En Grecia, hace tres semanas se produjo un accidente de tren: 57 muertos. Obviamente, la burguesía quería culpar a un trabajador. El guardagujas fue encarcelado. Pero la clase obrera comprendió inmediatamente la estafa. Miles de manifestantes salieron a la calle para denunciar la verdadera causa de este accidente mortal: la falta de personal y la ausencia de medios. Desde entonces, la cólera no se ha calmado. Al contrario, la lucha crece y se amplía: con gritos de "no más salarios bajos", "hartazgo". O también: "desde la crisis no podemos trabajar como personas decentes, ¡pero no nos matéis!”.
Nuestro movimiento contra la reforma de las pensiones participa en este desarrollo de la combatividad y de la reflexión de nuestra clase a nivel mundial. Nuestro movimiento demuestra que somos capaces de luchar masivamente y de hacer temblar a la burguesía. Ya todos los especialistas y doctores de la política anuncian que será muy complicado para Macron aprobar nuevas reformas y grandes ataques de aquí al final de su quinquenio.
La burguesía es consciente de este problema. Por eso nos tiende trampas, nos desvía de los métodos de lucha que nos alientan y nos hacen fuertes, tratando de encerrarnos en callejones sin salida.
¿Más democracia?
Desde el anuncio del 49-3, los partidos de izquierda y los sindicatos nos instan a defender la "vida parlamentaria" frente a las maniobras y la "negación de la democracia" de Macron.
Pero décadas de "democracia representativa" han demostrado definitivamente una cosa: desde la derecha a la izquierda, desde los más moderados a los más radicales, una vez en el poder, todos llevan a cabo los mismos ataques e incumplen sus promesas. Peor aún, la convocatoria de nuevas elecciones es la más taimada de las trampas. No tiene otra función que robar al proletariado su fuerza colectiva. Las elecciones nos reducen al estado de "ciudadanos" atomizados frente a la apisonadora de la propaganda burguesa. ¡La cabina electoral tiene un nombre muy apropiado!
Intentan hacernos creer que otro capitalismo es posible, un capitalismo más humano, más justo e incluso, por qué no, más ecológico. Basta con que esté bien gobernado. Eso es mentira. El capitalismo es un sistema de explotación decadente que arrastra poco a poco a toda la humanidad hacia una miseria y una guerra cada vez mayores, hacia la destrucción y el caos. El único programa de la burguesía sea cual sea su color político, sea cual sea la máscara que lleve, ¡es siempre más explotación!
La democracia burguesa es la máscara hipócrita de la dictadura capitalista.
¿Bloquear la economía?
Ante la "sordera" del gobierno, crece la idea de que la única manera de "hacernos oír" es bloquear la economía. Es la comprensión cada vez mayor del papel central de la clase obrera en la sociedad: a través de nuestro trabajo combinado, producimos toda la riqueza. La huelga de los basureros de París lo demuestra claramente: sin su actividad, la ciudad se vuelve inhabitable en pocos días.
Pero la izquierda y los sindicatos están convirtiendo esta idea en un callejón sin salida. Impulsan acciones de bloqueo, cada uno en su empresa, cada uno en su lugar de trabajo. Esto deja a los huelguistas aislados en su rincón, separados de los demás trabajadores, privados de nuestra principal fuerza: la unidad y la solidaridad en la lucha.
En el Reino Unido, los huelguistas llevan casi diez meses reducidos a la impotencia, a pesar de su rabia y determinación, porque están divididos en "piquetes", cada uno bloqueando su centro de trabajo. La derrota histórica de los mineros ingleses durante la lucha de 1984-85 contra Thatcher ya fue el resultado de esta misma trampa: empujados por los sindicatos, habían querido bloquear la economía provocando una escasez de carbón. Habían resistido más de un año y terminaron exhaustos, aplastados y desmoralizados. Su derrota había sido la de toda la clase obrera británica.
¿Romperlo todo?
Algunos manifestantes empiezan incluso a decir que hay que pasar a modos de acción más duros: "Yo no soy nada violento, pero podemos sentir que hay que hacer algo para que el gobierno reaccione". Cada vez se insiste sobre el ejemplo de los chalecos amarillos. Se extiende una cierta simpatía por las acciones de saqueo de los black-blocks.
Pensar que el Estado burgués y su inmenso aparato represivo (policía, ejército, servicios secretos, etc.) podrían asustarse lo más mínimo quemando contenedores de basura y rompiendo escaparates es ilusorio. No son más que picaduras de mosquito en la piel de un elefante. Por otra parte, todas estas acciones de apariencia "hiperradical" son perfectamente explotadas por la burguesía para quebrar... la fuerza colectiva del movimiento:
- Poniendo de relieve la más mínima ventana rota, los medios de comunicación asustan a toda una parte de los trabajadores que querrían unirse a las manifestaciones.
- Provocando sistemáticamente incidentes, las fuerzas del orden gasean, dispersan e impiden así toda posibilidad de reunión y debate al final de la manifestación.
La acción violenta minoritaria de unos cuantos gamberros es, de hecho, exactamente lo contrario de lo que realmente constituye la fuerza de nuestra clase.
¡Nuestra fuerza es la solidaridad, la masividad y la reflexión en la lucha!
En los últimos días, los periódicos han señalado la posibilidad de un "escenario CPE". En 2006, el gobierno se vio obligado a retirar su Contrat Première Embauche (Contrato Primer Empleo), que iba a sumir a los jóvenes en una precariedad aún mayor. En aquel momento, la burguesía se asustó ante la creciente envergadura de la protesta, que empezaba a ir más allá del movimiento juvenil, de los estudiantes precarios y de los jóvenes trabajadores, para extenderse a otros sectores, con consignas unidas y solidarias: "jóvenes lardons, viejos croutons, ¡todos la misma ensalada!", se leía en las pancartas.
Esta capacidad de extender el movimiento era el resultado de los debates en verdaderas asambleas generales soberanas y abiertas a todos. Estas AG eran los pulmones del movimiento y buscaban constantemente, no encerrarse en las universidades o en los lugares de trabajo con un espíritu de ciudadela sitiada, bloquearlas a toda costa, sino extender la lucha, con delegaciones masivas a las empresas vecinas. ¡Esto es lo que hizo retroceder a la burguesía! ¡Esto es lo que hizo fuerte a nuestro movimiento! ¡Estas son las lecciones que debemos reapropiarnos hoy!
La fuerza de nuestra clase reside en nuestra unidad, en nuestra conciencia de clase, en nuestra capacidad para desarrollar nuestra solidaridad y extender así el movimiento a todos los sectores. Este es el acicate que debe guiar nuestras luchas.
En la lucha, ¡sólo podemos confiar en nosotros mismos! Ni en los políticos, ni en los sindicatos. Es la clase obrera y su lucha la que lleva una alternativa, la del derrocamiento del capitalismo, ¡la de la revolución!
Hoy sigue siendo difícil reunirse en asambleas generales, organizarse. Sin embargo, es la única manera. Estas AG deben ser lugares donde decidamos realmente la dirección del movimiento, donde nos sintamos unidos y confiados en nuestra fuerza colectiva, donde podamos adoptar juntos reivindicaciones cada vez más unificadoras y salir en delegaciones masivas al encuentro de nuestros hermanos y hermanas de clase en las fábricas, hospitales, escuelas, tiendas, administraciones más cercanas.
Hoy o mañana, las luchas continuarán, porque el capitalismo se hunde en la crisis y porque el proletariado no tiene otra opción. Por eso, en todo el mundo, los trabajadores se lanzan a la lucha.
La burguesía continuará sus ataques: inflación, despidos, precariedad, escasez... Frente a este deterioro de las condiciones de vida y de trabajo, la clase obrera internacional retomará cada vez más el camino de la lucha.
Así pues, allí donde podamos, en las calles, después y antes de las manifestaciones, en los piquetes, en los cafés y en los lugares de trabajo, debemos reunirnos, debatir, aprender las lecciones de las luchas pasadas, para desarrollar nuestras luchas actuales y preparar las luchas venideras.
¡El futuro pertenece a la lucha de clases!
Corriente Comunista Internacional, 20 de marzo de 2023