El imperialismo estadounidense, principal protagonista del caos capitalista

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Cuando las tropas rusas se lanzaron sobre Ucrania, el presidente Biden, en su discurso del 24 de febrero, dijo "Putin ha perpetrado un ataque contra los principios mismos que amparan la paz mundial". El mundo se enfrentaría así a una nueva e inevitable tragedia bélica causada por la locura de un hombre. Esa propaganda que presenta a Ucrania y a los "occidentales" como víctimas que no actuarían sino por la "paz" frente a la barbarie de Rusia, el ogro del cuento, es sencillamente una patraña.

En realidad, este conflicto asesino es un producto de las contradicciones de un mundo capitalista en crisis, de una sociedad que se pudre en sus raíces, sometida al imperio del militarismo. La guerra actual, como todas las guerras de la decadencia del capitalismo, es el resultado de una relación de fuerzas imperialista permanente, que afecta a todos los protagonistas, grandes y pequeños, implicados directa o indirectamente en este conflicto.[1] En la cínica pelea en ese cesto de víboras planetario, Estados Unidos, como única superpotencia que es, encabeza la barbarie, no dudando en sembrar el caos y la miseria para defender sus sórdidos intereses y frenar el inevitable declive de su liderazgo.

Permanencia de la OTAN tras la caída de la URSS, Guerra del Golfo… o cómo meter en cintura a los ex aliados tras la Guerra Fría

Después de la Guerra Fría, paralelamente a su deseo de mantener el control sobre sus antiguos aliados del bloque occidental, Estados Unidos nunca abandonó su estrategia de sujeción de lo que había sido la URSS y su antiguo bloque. Así, ya el 15 de febrero de 1991 se formó el Grupo de Visegrado, compuesto por países del este de Europa que habían pertenecido a ese bloque (Polonia, Hungría, Checoslovaquia), para promover su integración en la OTAN y en la UE. Esta presión llevó a las potencias europeas a manifestar su gran preocupación de no "humillar a Rusia". Esto ya sugería un cuestionamiento latente hacia Estados Unidos.

Poco después de la caída del Muro de Berlín, que anunció simbólicamente el fin de la Guerra Fría, una nueva guerra ya, la primera del Golfo, iniciada por Estados Unidos[2], iba a anticipar el caos del siglo siguiente. No fue una "guerra por el petróleo" ni mucho menos. Para la potencia estadounidense se trataba, tras la quiebra del enemigo común (la URSS), de presionar esta vez directamente a sus ex aliados más poderosos, para someterlos al yugo de su autoridad y arrastrarlos a aquella mortífera aventura militar.

Como el mundo ya no estaba dividido en dos campos imperialistas disciplinados, un país como Irak creyó posible apoderarse de un antiguo aliado del mismo bloque, Kuwait. Estados Unidos, al frente de una coalición de 35 países, lanzó una ofensiva a sangre y fuego para disuadir cualquier tentación futura de emular las iniciativas de Sadam Husein. La operación "Tormenta del Desierto", dirigida por una "coalición internacional" contra Irak, fue en realidad una operación del imperialismo estadounidense para "meter en cintura" a sus antiguos aliados susceptibles de impugnar su liderazgo, imponiéndose como único "gendarme del mundo ". Todo ello a costa de decenas de miles de muertos.

Por supuesto, la victoria del presidente Bush (padre) prometiendo "paz, prosperidad y democracia" no iba a dar el pego por mucho tiempo. La aparente estabilidad, ganada a base de bombas, fue momentánea, confirmó a Estados Unidos como "gendarme mundial", pero ya estaba preñada de contradicciones y tensiones mayores todavía.

Guerras en la antigua Yugoslavia: una lucha permanente contra el declinar del liderazgo estadounidense

La Guerra del Golfo sofocó momentáneamente los primeros intentos de oposición abierta a la política estadounidense, pero volvieron a aparecer con bastante rapidez, especialmente con el conflicto en la antigua Yugoslavia (de 1991 a 2001). A principios de los años noventa, el gobierno del canciller alemán Helmut Kohl impulsó y apoyó la independencia de Croacia y Eslovenia para obtener, Alemania, un acceso al Mediterráneo. Esto se oponía directamente al poder estadounidense, pero también a los intereses de Francia y Reino Unido. Con sus audaces iniciativas, Alemania inició el proceso que acabaría desembocando en el estallido de Yugoslavia.

Ante un reto patente a su autoridad, Estados Unidos no se quedó de brazos cruzados. Ya en verano de 1995, lanzó una amplia contraofensiva utilizando su principal activo: su poderío militar. Estados Unidos creó su propia fuerza armada, la Implementation Force (IFOR), desbancando a la ONU y a las tropas europeas, mostrando así su abrumadora superioridad y su impresionante logística. Aquella demostración de fuerza, dirigida y acompañada diplomáticamente bajo la autoridad del presidente Clinton, obligaría a los europeos a firmar el Acuerdo de Dayton en diciembre de 1995. Una vez más, el conflicto causó decenas de miles de víctimas.

Por supuesto, esos acuerdos, firmados en condiciones impuestas por Estados Unidos, mediante la presión de las armas y una diplomacia agresiva, jugando en particular con las divisiones entre los estados europeos, fueron constantemente saboteados por esos mismos estados. Alemania, por ejemplo, no dejó de poner trabas a Estados Unidos en los Balcanes, especialmente en Bosnia, y también fomentó acercamientos diplomáticos que tendían a irritar a Washington, como, por ejemplo, los vínculos forjados entre las cancillerías turca e iraní.

Incluso en Oriente Medio, a pesar de ser el coto privado del Tío Sam, los rivales europeos se mostraron poco a poco capaces de obstaculizar la política estadounidense. Ese cuestionamiento llegó incluso a los lugartenientes más fieles de Estados Unidos, empezando por Israel, especialmente tras la llegada al poder de Netanyahu en 1996, aun cuando la Casa Blanca apostaba por el laborista Shimon Peres. Del mismo modo, Arabia Saudí se mostró cada vez más reacia a aceptar los dictados estadounidenses en la región.

Los sucesivos reveses del Tío Sam llegaron sólo unos meses después de su exitosa contraofensiva en la ex Yugoslavia. En todas las zonas estratégicas del planeta, los intereses estadounidenses se vieron cada vez más frustrados.

Afganistán e Irak o la huida ciega de Estados Unidos hacia el caos

En los albores del nuevo siglo, lo que dijimos a mediados de la década de 1990 se confirmó en gran medida. EE. UU. se vio incluso afectado en su propio territorio por los mortíferos atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. El atroz y simbólico derrumbe de las Torres Gemelas marcó una nueva dimensión en el horror y el caos capitalista.

Pero los atentados también fueron una gran oportunidad para Estados Unidos en la defensa de sus intereses imperialistas mediante un belicismo ciego y desenfrenado. También en este caso, la política de Estados Unidos consistió en emprender amplias operaciones militares de represalia y letales en un intento por mantener su autoridad en nombre de la "lucha contra el terrorismo". El gobierno de George W. Bush junior, con sus fuerzas armadas, lanzó inmediatamente ataques aéreos y luego una operación terrestre contra Al Qaeda y los talibanes en Afganistán, una operación apoyada por antiguos aliados.

Sin embargo, la nueva cruzada de Washington contra el "eje del mal" en Irak pronto fue objeto de agrias y crecientes críticas. En 2003, el gobierno de EE. UU. se dedicó a difundir información falsa sobre las "armas de destrucción masiva" de Saddam Hussein para estimular el apoyo de su población y el de sus antiguos socios, encontrándose cada vez más aislado en su nueva aventura bélica[3]. Francia, esta vez, desafió abiertamente a EE. UU., utilizando incluso su poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU.

La nueva demostración de fuerza debía servir, decían, para eliminar el terrorismo y frenar el declive del liderazgo estadounidense. Pero lo único que logró fue enconar más la situación, abriendo más la caja de Pandora. Los atentados que siguieron en todo el mundo no hicieron sino subrayar la irracionalidad de semejantes aventuras militares, que en realidad alimentaron la misma espiral infernal, aumentando la discordia, el caos y la barbarie.

Estados Unidos siguió también con su empeño político hacia el Este, con los viajes de la Secretaria de Estado Condoleezza Rice para promover el "cambio" y la "democracia". Su trabajo iba a dar frutos. En 2003, el imperialismo estadounidense avanzaba claramente sus peones en el Cáucaso apoyando la "Revolución de las Rosas" en Georgia, que derrocaría al prorruso Shevardnadze, sustituyéndolo por una camarilla proamericana. La "Revolución de los Tulipanes" en Kirguistán en 2005 también formaba parte de la misma estrategia. Ucrania, pieza clave para Rusia, empezó a estar sometida a fuertes tensiones políticas. Detrás de la "Revolución Naranja" de 2004, al igual que en 2014, la cuestión principal no era una supuesta "lucha por la democracia", sino un objetivo estratégico en el juego de influencias de las grandes potencias y de la OTAN.[4]

Sin embargo, la fuerza militar colosal y el creciente uso de armas por parte del imperialismo USA no lograron atajar los retos a su liderazgo. Lejos de asegurar "la paz y la prosperidad", Estados Unidos se ha ido empantanando en todos los grandes puntos estratégicos que pretendía estabilizar y defender en beneficio propio.

La retirada de Estados Unidos de Irak en 2011 impulsó más todavía el “sálvese quien pueda”, en ese mismo año en que la guerra civil en Siria contribuyó a la explosión del caos en una región del mundo que se había vuelto totalmente incontrolable. La retirada de Afganistán en 2021 también estuvo acompañada de una situación inextricable de caos, que acabó incluso desembocando en la vuelta al poder de los talibanes. Cada una de estas operaciones, diseñadas para imponer el "orden" de la Pax Americana, no ha hecho más que reforzar el caos y la barbarie, obligando a Estados Unidos a continuar con su ciega carrera bélica.

“Eje estratégico” hacia Asia, guerra en Ucrania: una nueva etapa en el caos mundial

Esos fracasos no son por sí solos los motivos de la retirada de las tropas estadounidenses de Irak y Afganistán[5]. De hecho, en 2011, la secretaria de Estado Hillary Clinton anunció la adopción de un "pivote estratégico hacia Asia".

Lejos de una supuesta "desvinculación" de los asuntos mundiales, la orientación política del mandato de Barack Obama fue retomada por Donald Trump con el lema "América primero". Mientras que en el pasado China ocupaba un lugar secundario en la escena mundial, ha ido adquiriendo gradualmente la dimensión de un verdadero contrincante, preocupando y amenazando cada vez más abiertamente a una burguesía estadounidense decidida a conservar su condición de líder. Ante el ascenso de China, se anunció claramente el objetivo: "situar a Asia en el centro de la política estadounidense", que la fracción en torno a Joe Biden iba a proseguir y reforzar. Pero ni mucho menos "ha abandonado" los demás grandes puntos calientes, ese reposicionamiento, al contrario, ha dado un nuevo impulso al imperialismo estadounidense.

La percepción de la "desvinculación" llevó a algunos rivales de Estados Unidos a emprender sus propias aventuras imperialistas en las que el Tío Sam ya no estaba abiertamente presente. Muchos, como Rusia, están pagando un alto precio por esa subestimación. Con la absurda invasión militar de Ucrania, Rusia creía poder aflojar el garrote que la asfixia. Y cayó así en una trampa tendida por la burguesía estadounidense[6].

En realidad, la “desvinculación” estadounidense corresponde a una visión planetaria, a más largo plazo, dictada por la voluntad de frenar a China, ahora ya convertida en potencia imperialista que amenaza los intereses vitales de EE.UU. Por lo tanto, la actual ofensiva de Estados Unidos, tanto mediante la presión que ejerce sobre los países europeos, como la espectacular contraofensiva en Ucrania que ha sido posible gracias al sofisticado apoyo logístico y material de USA; pero también, el mantenimiento de la presión diplomática sobre Irán (por el programa nuclear) y sobre el continente africano con los viajes de su jefe de la diplomacia Antony Blinken frente a las apetencias de Rusia y China, EE.UU. sigue decidido a luchar contra el declive histórico de su liderazgo. Está entorpeciendo las "Nuevas Rutas de la Seda" de China hacia Europa mediante la guerra en Ucrania, sigue controlando las rutas marítimas del Pacífico Sur, es así como Estados Unidos está obligando a China, por ahora, a limitar sus ambiciones dentro de un ámbito limitado. Consciente de que China dista mucho de poder igualar su poderío militar, Estados Unidos aprovecha esta debilidad para mantener la presión e incluso permitirse provocaciones como el viaje altamente político y simbólico de la demócrata Nancy Pelosi a Taiwán. Esta afrenta sin precedentes, que revela la relativa impotencia de China, puede repetirse en el futuro, empujando tal vez a Pekín a peligrosas aventuras militares, aunque la burguesía china haya evitado hasta ahora con cautela toda confrontación directa con Estados Unidos.

Lecciones de 30 años de caos mundial

De toda esta evolución ligada a las operaciones del imperialismo estadounidense, podemos extraer algunas lecciones:

- La simple búsqueda del beneficio económico inmediato no es, ni mucho menos, lo que motiva la acción del imperialismo estadounidense. Lo que mueve a EE. UU., como a las demás grandes potencias, es defender su rango en un mundo cada vez más caótico, participando así en el refuerzo de la lucha, el caos y la destrucción;

- Para asegurar este objetivo cada vez más irracional, Estados Unidos no vacila en sembrar el caos en Europa, como puede verse con la trampa tendida a Rusia, con las armas sofisticadas y la ayuda militar que entrega a Ucrania para hacer perdurar la guerra agotando a su rival;

- Para defender su rango, queda confirmado que la única fuerza en la que USA puede confiar es la de las armas. Así lo demuestra toda la trayectoria del Tío Sam, que se ha convertido en la punta de lanza del militarismo, del sálvese quien pueda y del caos bélico en las últimas décadas. Ya estamos viviendo el mayor caos de la historia de las sociedades humanas.

En su fase final de descomposición, el capitalismo hunde al mundo en la barbarie y lo conduce inexorablemente hacia una destrucción gigantesca. Este espantoso panorama y el horror que se está produciendo a diario nos muestran lo crucial que es lo que está en juego y la responsabilidad de la clase obrera mundial. Hoy está en juego la supervivencia de la especie humana.

WH, 15 de septiembre de 2022

1 Ver la actualización del texto : Militarismo y descomposición (mayo de 2022) | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)

 

2 Cf. GUERRA DEL GOLFO: Masacres y caos capitalistas | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) Revista Internacional nº65 (1991).

3 A excepción de Reino Unido, ninguna otra gran potencia militar participó en ese conflicto junto a las tropas USA. Estas dos potencias decidieron organizar una especie de “declaración de guerra” a Husein para sortear la ONU. Para no aparecer tan aisladas, echaron mano de dos “extras” de tercer orden para hacer bulto: Aznar, presidente del gobierno español, añadiéndoseles el de Portugal, “potencia invitante”. Semejante esperpento se verificó en las Azores.

4 Las masas que apoyaban a Víktor Yuschenko o las que secundaron a Víktor Yanukóvich no eran sino peones manipulados y llevados de acá para allá tras una u otra de las fracciones burguesas rivales por cuenta de tal o cual orientación imperialista.

5 Que EE. UU. no ha renunciado en absoluto a influir en la situación de Afganistán, quedó demostrado con el asesinato del jefe de Al Qaeda, Ayman Al-Zawahiri, el 31 de julio de 2022.

6 Ver "Significado e impacto de la guerra en Ucrania". Revista Internacional nº168 (2022).

Geografía: 

Cuestiones teóricas: