Resolución sobre la situación internacional XXIV Congreso de la CCI (2021)

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Preámbulo

Esta resolución está en continuidad con el informe sobre la descomposición del XXII Congreso de la CCI, la resolución sobre la situación internacional al XXIII Congreso y el informe sobre la pandemia y la descomposición del XXIV Congreso1. Se basa en la idea de que la decadencia del capitalismo no sólo pasa por diferentes etapas o fases, sino que desde finales de los años ochenta hemos llegado a su última fase, la fase de descomposición2; además, que la propia descomposición tiene una historia, y un objetivo central de estos textos es "probar" el marco teórico de la descomposición frente a la evolución de la situación mundial. Han demostrado que la mayoría de los acontecimientos importantes de las últimas tres décadas han confirmado la validez de este marco, como lo atestigua la exacerbación del sálvese quien pueda a nivel internacional, el "rebote" de los fenómenos de descomposición a las zonas centrales del capitalismo mundial a través del crecimiento del terrorismo y la crisis de los refugiados, el auge del populismo y la pérdida de control político por parte de la clase dominante, la putrefacción creciente de la ideología a través de la difusión de la búsqueda de un chivo expiatorio, el fundamentalismo religioso y las teorías de la conspiración. Y así como la fase de descomposición es la expresión concentrada de todas las contradicciones del capital, sobre todo en su época de decadencia, la actual pandemia de Covid-19 es una destilación de todas las manifestaciones clave de la descomposición, y un factor activo de su aceleración.

La fase final de la decadencia capitalista y la aceleración del caos

1.- La pandemia del Covid-19, la primera de tal envergadura desde el brote de la gripe española en 1918 es el momento más importante de la evolución de la descomposición capitalista desde que se abrió definitivamente el periodo en 1989. La incapacidad de la clase dominante para evitar la mortandad resultante, de entre 7 y 12 millones, confirma que el sistema mundial capitalista, abandonado a su suerte, arrastra a la humanidad hacia el abismo de la barbarie, hacia su destrucción; y que sólo la revolución proletaria mundial puede detener este deslizamiento y conducir a la humanidad hacia un futuro diferente.

2. La CCI está prácticamente sola en la defensa de la teoría de la descomposición. Otros grupos de la izquierda comunista la rechazan por completo, ya sea, como en el caso de los bordiguistas, porque no aceptan que el capitalismo sea un sistema en decadencia (o, en el mejor de los casos, son incoherentes y ambiguos en este punto); o, en el caso de la Tendencia Comunista Internacionalista, porque hablar de una fase "final" del capitalismo suena demasiado apocalíptico, o porque definir la descomposición como un descenso al caos es una desviación del materialismo, que, en su opinión, busca las raíces de todo fenómeno en la economía y, sobre todo, en la tendencia a la caída de la tasa de ganancia. Todas estas corrientes parecen ignorar que nuestro análisis está en continuidad con la plataforma de la Internacional Comunista de 1919, que no sólo insistía en que la guerra imperialista mundial de 1914-18 anunciaba la entrada del capitalismo en la "época de la descomposición del capital, de su desintegración interna, la época de la revolución comunista del proletariado", sino que también subrayaba que "El viejo 'orden' capitalista ha dejado de funcionar; su existencia ulterior está fuera de toda duda. El resultado final del modo de producción capitalista es el caos. Este caos sólo puede ser superado por la clase productiva y más numerosa: la clase obrera. El proletariado tiene que establecer un orden real, un orden comunista". Así, el drama al que se enfrentaba la humanidad se planteaba efectivamente en términos de orden contra caos. Y la amenaza de ruptura caótica estaba vinculada a "la anarquía del modo de producción capitalista", es decir, a un elemento fundamental del propio sistema.

-Según el marxismo, el sistema capitalista, en un nivel cualitativamente superior a cualquier modo de producción anterior, implica que los productos del trabajo humano se conviertan en un poder ajeno que se sitúa por encima y en contra de sus creadores. Esta decadencia del sistema, con sus contradicciones insolubles, está marcada por una nueva espiral en esta pérdida de control. Y como explica la Plataforma de la IC, la necesidad de intentar superar la anarquía capitalista dentro de cada Estado-nación -a través del monopolio y sobre todo de la intervención del Estado- no hace sino empujarla a nuevas cotas a escala global, culminando en la guerra mundial imperialista. Así, si bien el capitalismo puede, en ciertos niveles y durante ciertas fases, contener su tendencia innata al caos (por ejemplo, a través de la movilización para la guerra en los años 30 o el período de auge económico que siguió a la guerra), la tendencia más profunda es hacia la "desintegración interna" que, para la IC, caracterizaba a la nueva época.

3. Mientras que el Manifiesto de la IC hablaba del comienzo de una nueva "época", hubo tendencias dentro de la Internacional a ver la situación catastrófica del mundo de posguerra como una crisis final en sentido inmediato y no como toda una época de catástrofes que podría durar muchas décadas. Y este es un error en el que los revolucionarios han caído muchas veces, no sólo por errores en sus análisis, sino también porque no es posible predecir con certeza el momento preciso en que se producirá un cambio importante a nivel histórico. Tales errores se produjeron, por ejemplo, en 1848, cuando el Manifiesto Comunista ya proclamaba que la envoltura del del capital se había vuelto demasiado estrecha para contener las fuerzas productivas que había puesto en marcha; en 1919-20 con la teoría del colapso inminente del capital, desarrollada en particular por la izquierda comunista alemana; o de nuevo, en 1938, con la noción de Trotsky de que las fuerzas productivas habían dejado de crecer. La propia CCI también ha subestimado la capacidad del capitalismo para expandirse y desarrollarse a su manera, incluso en un contexto general de avance de la decadencia, especialmente en el caso de la China estalinista tras el colapso del bloque ruso. Sin embargo, estos errores son producto de una interpretación inmediata de la crisis capitalista, no un fallo inherente a la teoría de la decadencia en sí, que ve al capitalismo en este periodo como un freno creciente a las fuerzas productivas, más que como una barrera absoluta. Pero el capitalismo lleva más de un siglo en decadencia, y reconocer que estamos llegando a los límites del sistema es totalmente coherente con la comprensión de que la crisis económica, a pesar de los altibajos, se ha vuelto esencialmente permanente; que los medios de destrucción no sólo han alcanzado un nivel tal que podrían destruir toda la vida del planeta, sino que están en manos de un "orden" mundial cada vez más inestable; que el capitalismo ha provocado un desastre ecológico planetario sin precedentes en la historia de la humanidad. En resumen, el reconocimiento de que nos encontramos en la última etapa de la decadencia capitalista se basa en una evaluación sobria de la realidad. Una vez más, esto debe verse en una escala de tiempo histórica, no cotidiana. Pero significa que esta fase final es irreversible y no puede haber otra salida que el comunismo o la destrucción de la humanidad. Esta es la alternativa histórica de nuestra época.

4. La pandemia de Covid-19, en contra de las opiniones propagadas por la clase dominante, no es un acontecimiento puramente "natural", sino que resulta de una combinación de factores naturales, sociales y políticos, todos ellos vinculados al funcionamiento del sistema capitalista en descomposición. El elemento "económico" es efectivamente crucial aquí, y de nuevo en más de un nivel. Es la crisis económica, la búsqueda desesperada de beneficios, lo que ha llevado al capital a invadir toda la superficie del planeta, a apoderarse de lo que Adam Smith llamaba el "don gratuito" de la naturaleza, destruyendo los santuarios que quedan para la vida salvaje y aumentando enormemente el riesgo de enfermedades zoonóticas. A su vez, el crack financiero de 2008 condujo a una brutal reducción de las inversiones en investigación de nuevas enfermedades, en equipos médicos y en tratamientos, lo que aumentó exponencialmente el impacto mortal del coronavirus, situación que se vio agravada por los ataques masivos a los sistemas sanitarios (reducción del número de camas y de cuidadores, etc.) que estaban desbordados en el momento de la pandemia. Y la intensificación de la competencia del "sálvese quien pueda" entre empresas y naciones a nivel mundial ha retrasado gravemente el suministro de material de seguridad y de vacunas. Y en contra también de las esperanzas utópicas de ciertos sectores de la clase dirigente, la pandemia no dará lugar a un orden mundial más armonioso una vez que se haya mantenido a raya. No sólo porque esta pandemia es probablemente sólo una señal de advertencia de pandemias peores por venir, dado que las condiciones fundamentales que la generaron no pueden ser abordadas por la burguesía, sino también porque la pandemia ha empeorado considerablemente una recesión económica mundial que ya se vislumbraba antes de que la pandemia golpeara. El resultado será lo contrario de la armonía, ya que las economías nacionales intentarán cortarse el cuello unas a otras en la lucha por los menguantes mercados y recursos. Esta mayor competencia se expresará sin duda en el plano militar. Y la "vuelta a la normalidad" de la competencia capitalista hará recaer nuevas cargas sobre las espaldas de los explotados del mundo, que soportarán el peso principal de los esfuerzos del capitalismo por recuperar una parte de las gigantescas deudas que ha contraído en sus intentos de gestionar la crisis.

5. Ningún Estado puede pretender ser un modelo de gestión de la pandemia. Si algunos Estados asiáticos consiguieron inicialmente hacer frente a la situación de forma más eficaz (aunque países como China se dedicaron a falsear las cifras y la realidad de la epidemia), es por su experiencia en la confrontación de pandemias a nivel social y cultural, ya que este continente ha sido históricamente el caldo de cultivo para la aparición de nuevas enfermedades, y sobre todo porque estos Estados han conservado los medios, las instituciones y los procedimientos de coordinación puestos en marcha durante la epidemia de SARS en 2003. La propagación global del virus, la generación internacional de nuevas variantes, plantea el problema desde el principio en el nivel en el que la impotencia de la burguesía queda más claramente expuesta, en particular su incapacidad para adoptar un enfoque unificado y coordinado (como demuestra el reciente fracaso de la propuesta de firmar un tratado para luchar contra las pandemias) y para garantizar que toda la humanidad esté protegida por las vacunas.

6. La pandemia, como producto de la descomposición del sistema, está demostrando ser una fuerza formidable para acelerar aún más esa descomposición. Además, su impacto en la nación más poderosa del planeta, Estados Unidos, confirma lo que ya se señaló en el informe del XXII Congreso: la tendencia a que los efectos de la descomposición vuelvan con más fuerza al corazón mismo del sistema capitalista mundial. De hecho, Estados Unidos está ahora en el "centro" del proceso de descomposición mundial. La catastrófica gestión de la crisis del Covid por parte de la administración populista de Trump ha jugado sin duda un papel importante en que Estados Unidos tenga las tasas de mortalidad más altas del mundo por esta enfermedad. Al mismo tiempo, el alcance de las divisiones en el seno de la clase dirigente estadounidense quedó al descubierto con las disputadas elecciones de noviembre de 2020 y, sobre todo, con el asalto al Capitolio por parte de los partidarios de Trump el 6 de enero de 20213, empujados por éste y su entorno. Este último acontecimiento demuestra que las divisiones internas de Estados Unidos atraviesan toda la sociedad. Aunque Trump ha sido desalojado del gobierno, el trumpismo sigue siendo una fuerza poderosa y fuertemente armada, que se expresa tanto en las calles como en las urnas. Y con todo, el ala izquierda del Capital reuniéndose detrás de la bandera del antifascismo, hay un peligro real de que la clase obrera en los EEUU se vea atrapada en conflictos violentos entre facciones rivales de la burguesía.

7. Los acontecimientos en EEUU también ponen de manifiesto el avance de la descomposición de las estructuras ideológicas del capitalismo, donde de nuevo EEUU "lidera el camino". La llegada de la administración populista de Trump, la poderosa influencia del fundamentalismo religioso, la creciente desconfianza en la ciencia, tienen sus raíces en factores particulares de la historia del capitalismo estadounidense, pero el desarrollo de la descomposición y, en particular, el estallido de la pandemia ha impregnado todo tipo de ideas irracionales a la corriente principal de la vida política, reflejando con precisión la completa falta de perspectiva para el futuro que ofrece la sociedad existente. En particular, EEUU se ha convertido en el punto nodal para la irradiación de la "teoría de la conspiración" en todo el mundo capitalista avanzado, sobre todo a través de Internet y los medios sociales, que han proporcionado los medios tecnológicos para socavar aún más los fundamentos de cualquier idea de verdad objetiva en un grado que el estalinismo y el nazismo sólo podrían haber soñado. La teoría de la conspiración, que se presenta en diferentes formas, tiene ciertos rasgos comunes: la visión personalizada de las élites secretas que dirigen la sociedad desde la sombra, el rechazo del método científico y una profunda desconfianza hacia todo discurso oficial. A diferencia de la ideología dominante de la burguesía, que presenta la democracia y el poder estatal existente como verdaderos representantes de la sociedad, la teoría de la conspiración tiene su centro de gravedad en el odio a las élites establecidas, un odio que dirige contra el capital financiero y la clásica fachada democrática del totalitarismo capitalista de Estado. Esto llevó a los representantes del movimiento obrero en el pasado a llamar a este enfoque el "socialismo de los tontos" (August Bebel, en referencia al antisemitismo), un error todavía comprensible antes de la Primera Guerra Mundial, pero que sería peligroso hoy en día. El populismo de la teoría de la conspiración no es un intento retorcido de acercarse al socialismo ni a nada que se parezca a la conciencia de clase proletaria. Una de sus principales fuentes es la propia burguesía: esa parte de la burguesía que se resiente de ser excluida precisamente de los círculos internos elitistas de su propia clase, respaldada por otras partes de la burguesía que han perdido o están perdiendo su posición central anterior. Las masas que este tipo de populismo atrae tras de sí, lejos de estar animadas por cualquier voluntad de desafiar a la clase dominante, al identificarse con la lucha por el poder de aquellos a los que apoyan, esperan compartir de alguna manera ese poder, o al menos verse favorecidos por él a expensas de otros.

8. Aunque el avance de la descomposición capitalista, junto con la agudización caótica de las rivalidades imperialistas, adopta principalmente la forma de fragmentación política y de pérdida de control por parte de la clase dominante, esto no significa que la burguesía no pueda seguir recurriendo al totalitarismo estatal en sus esfuerzos por mantener unida la sociedad. Por el contrario, cuanto más tiende a desintegrarse la sociedad, más desesperada se vuelve la confianza de la burguesía en el poder estatal centralizador, que es el principal instrumento de esta clase dominante, la más maquiavélica de todas. La reacción al ascenso del populismo, de las facciones de la clase dominante más conscientes de los intereses generales del capital nacional y de su Estado, es un ejemplo de ello. La elección de Biden, apoyada por una enorme movilización de los medios de comunicación, de partes del aparato político e incluso de los militares y de los servicios de seguridad, expresan esta contra tendencia real frente al peligro de desintegración social y política encarnado más claramente por el trumpismo. A corto plazo, estos "éxitos" pueden funcionar como un freno al creciente caos social. Frente a la crisis del Covid-19, los cierres sin precedentes, último recurso para contener la propagación desenfrenada de la enfermedad, el recurso masivo al endeudamiento estatal para preservar un mínimo de nivel de vida en los países avanzados, la movilización de recursos científicos para encontrar una vacuna, demuestran la necesidad de la burguesía de preservar la imagen del Estado como protector de la población, tratando de no perder credibilidad y autoridad frente a la pandemia. Pero a largo plazo, este recurso al totalitarismo estatal tiende a exacerbar aún más las contradicciones del sistema. La semiparalización de la economía y la escalada de la deuda no pueden tener otro resultado que acelerar la crisis económica mundial, mientras que, en el plano social, el aumento masivo de las fuerzas policiales y de la vigilancia del Estado introducidos para aplicar las leyes de bloqueo -e inevitablemente utilizados para justificar todas las formas de protesta y disidencia- están agravando visiblemente la desconfianza en el poder político, expresada principalmente en el terreno anti proletario de los “derechos ciudadanos”.

9. El carácter evidente de la descomposición política e ideológica en la primera potencia mundial no significa que los demás centros del capitalismo mundial puedan constituir fortalezas alternativas de estabilidad. Una vez más, esto es más claro en el caso de Gran Bretaña, que ha sido golpeada simultáneamente por las tasas de mortalidad de Covid más altas de Europa y los primeros síntomas de la herida autoinfligida del Brexit, y que se enfrenta a una posibilidad real de ruptura en sus "naciones" constituyentes. Las actuales e indecorosas disputas entre Gran Bretaña y la UE sobre la viabilidad y la distribución de las vacunas ofrecen una prueba más de que la principal tendencia de la política burguesa mundial actual es hacia una creciente fragmentación, no hacia la unidad frente a un "enemigo común". La propia Europa no se ha librado de estas tendencias centrífugas, no sólo en torno a la gestión de la pandemia, sino también en torno a la cuestión de los "derechos humanos" y la democracia en países como Polonia y Hungría. Resulta sorprendente que incluso países centrales como Alemania, que antes se consideraba un relativo "refugio seguro" de estabilidad política y que pudo aprovechar su fortaleza económica, se vea ahora afectada por un creciente caos político. La aceleración de la descomposición en el centro histórico del capitalismo se caracteriza tanto por la pérdida de control como por las crecientes dificultades para generar homogeneidad política. Tras la pérdida de su segunda economía más importante, aunque la UE no corre el peligro inmediato de sufrir grandes escisiones, estas amenazas siguen planeando sobre el sueño de una Europa unida. Y mientras la propaganda estatal china destaca la creciente desunión e incoherencia de las "democracias", presentándose como un baluarte de la estabilidad mundial, el creciente recurso de Pekín a la represión interna, como contra el "movimiento democrático" de Hong Kong y los musulmanes uigures, es en realidad una prueba de que China es una bomba de relojería. El extraordinario crecimiento de China es en sí mismo un producto de la descomposición. La apertura económica durante el periodo de Deng en la década de 1980 movilizó enormes inversiones, especialmente de Estados Unidos, Europa y Japón. La masacre de Tiananmen en 1989 puso de manifiesto que esta apertura económica estaba siendo aplicada por un aparato político inflexible que sólo ha podido evitar el destino del estalinismo en el bloque ruso mediante una combinación de terror de Estado, una explotación despiadada de la fuerza de trabajo que somete a cientos de millones de trabajadores a un estatus de trabajadores migrantes permanentes, y un crecimiento económico frenético cuyos cimientos parecen ahora cada vez más tambaleantes. El control totalitario sobre todo el cuerpo social, el endurecimiento represivo de la facción estalinista de Xi Jinping, no es una expresión de fuerza, sino una manifestación de la debilidad del Estado, cuya cohesión está en peligro por la existencia de fuerzas centrífugas en el seno de la sociedad e importantes luchas entre camarillas dentro de la clase dirigente.

La marcha del capitalismo hacia la destrucción de la humanidad

10. A diferencia de una situación en la que la burguesía es capaz de movilizar a la sociedad para la guerra, como en los años 30, el ritmo y las formas exactas de la marcha del capitalismo en descomposición hacia la destrucción de la humanidad son más difíciles de predecir porque es el producto de una convergencia de diferentes factores, algunos de los cuales pueden estar parcialmente ocultos a la vista. El resultado final, como insisten las Tesis de Descomposición, es el mismo: "Abandonado a su suerte, (el capitalismo) llevará a la humanidad al mismo destino que la guerra mundial. Al final, es lo mismo si somos aniquilados por una lluvia de bombas termonucleares, o por la contaminación, la radiactividad de las centrales nucleares, el hambre, las epidemias y las masacres de innumerables guerras pequeñas (en las que también podrían utilizarse armas nucleares). La única diferencia entre estas dos formas de aniquilación radica en que una es rápida, mientras que la otra sería más lenta y, en consecuencia, provocaría aún más sufrimiento". Sin embargo, hoy en día, los contornos de esta tendencia a la aniquilación son cada vez más nítidos. Las consecuencias de la destrucción de la naturaleza por parte del capitalismo son cada vez más imposibles de negar, al igual que el fracaso de la burguesía mundial, con todas sus conferencias mundiales y promesas de avanzar hacia una "economía verde", para detener un proceso que está inextricablemente ligado a la necesidad del capitalismo de penetrar hasta el último rincón del planeta en su búsqueda competitiva del proceso de acumulación. La pandemia de COVID es probablemente la expresión más significativa hasta ahora de este profundo desequilibrio entre la humanidad y la naturaleza, pero también se multiplican otras señales de alarma, desde el deshielo de los polos hasta los devastadores incendios de Australia y California y la contaminación de los océanos por los detritus de la producción capitalista.

11. Al mismo tiempo, también proliferan las "masacres de innumerables guerras pequeñas" a medida que el capitalismo, en su fase final, se sumerge en un "cada uno para sí" imperialista cada vez más irracional. La agonía de diez años en Siria, un país ahora totalmente arruinado por un conflicto en el que participan al menos cinco bandos rivales, es quizás la expresión más elocuente de esta aterradora "cesta de víboras", pero estamos viendo manifestaciones similares en Libia, el Cuerno de África y Yemen, guerras que han sido acompañadas y agravadas por la aparición de potencias regionales como Irán, Turquía y Arabia Saudita, ninguna de las cuales puede aceptar la disciplina de las principales potencias mundiales: estas potencias de segundo o tercer nivel pueden forjar alianzas contingentes con los estados más poderosos sólo para encontrarse en bandos opuestos en otras situaciones (como en el caso de Turquía y Rusia en la guerra de Libia). Los recurrentes enfrentamientos militares en Israel/Palestina son también testimonio de la naturaleza intratable de muchos de estos conflictos, y en este caso la matanza de civiles se ha visto exacerbada por el desarrollo de una atmósfera de pogromos dentro del propio Israel, lo que muestra el impacto de la descomposición tanto a nivel militar como social. Al mismo tiempo, asistimos a una agudización del conflicto entre las potencias mundiales. La exacerbación de las rivalidades entre Estados Unidos y China ya era evidente bajo Trump, pero la administración Biden continuará en la misma dirección, aunque bajo pretextos ideológicos diferentes, como los abusos de los derechos humanos por parte de China; al mismo tiempo, la nueva administración ha anunciado que ya no se dejará “envolver” ante Rusia, que ahora ha perdido su punto de apoyo en la Casa Blanca. Y aunque Biden ha prometido reinsertar a Estados Unidos en una serie de instituciones y acuerdos internacionales (sobre el cambio climático, el programa nuclear iraní, la OTAN...), esto no significa que Estados Unidos vaya a renunciar a su capacidad de actuar en solitario en defensa de sus intereses. El ataque militar contra las milicias proiraníes en Siria por parte de la administración Biden sólo semanas después de las elecciones fue una clara declaración en este sentido. La búsqueda del sálvese quien pueda hará cada vez más difícil, si no imposible, que Estados Unidos imponga su liderazgo, una ilustración de cada uno contra todos en la aceleración de la descomposición.

12. Dentro de este caótico panorama, no cabe duda de que el creciente enfrentamiento entre Estados Unidos y China tiende a ocupar el centro del escenario. La nueva administración ha demostrado así su compromiso con la "inclinación hacia el este" (ahora apoyada por el gobierno tory en Gran Bretaña) que ya era un eje central de la política exterior de Obama. Esto se ha concretado en el desarrollo de la "Cuadrilateral", una alianza explícitamente anti-China entre EEUU, Japón, India y Australia. Sin embargo, esto no significa que nos dirijamos a la formación de bloques estables y a una guerra mundial generalizada. La marcha hacia la guerra mundial está todavía obstruida por la poderosa tendencia a la indisciplina, al sálvese quien pueda y al caos a nivel imperialista, mientras que en los países capitalistas centrales el capitalismo no dispone todavía de los elementos políticos e ideológicos -incluyendo en particular una derrota política del proletariado- que podrían unificar la sociedad y allanar el camino hacia la guerra mundial. El hecho de que seguimos viviendo en un mundo esencialmente multipolar se pone de manifiesto, en particular, en la relación entre Rusia y China. Aunque Rusia se ha mostrado muy dispuesta a aliarse con China en cuestiones concretas, generalmente en oposición a EEUU, no es menos consciente del peligro de subordinarse a su vecino oriental, y es uno de los principales opositores a la "Nueva Ruta de la Seda" de China hacia la hegemonía imperialista4.

13. Esto no significa que estemos viviendo una época de mayor seguridad que en el período de la Guerra Fría, acechado como estaba por la amenaza de un Armagedón nuclear. Por el contrario, si la fase de descomposición está marcada por una creciente pérdida de control por parte de la burguesía, esto también se aplica a los vastos medios de destrucción -nucleares, convencionales, biológicos y químicos- que ha acumulado la clase dominante, y que ahora están más ampliamente distribuidos en un número mucho mayor de Estados nación que en el período anterior. Aunque no asistimos a una marcha controlada hacia la guerra dirigida por bloques militares disciplinados, no podemos descartar el peligro de estallidos militares unilaterales o incluso de accidentes espantosos que marcarían una nueva aceleración del deslizamiento hacia la barbarie.

Una crisis económica sin precedentes

14. Por primera vez en la historia del capitalismo, fuera de una situación de guerra mundial, la economía se ha visto directa y profundamente afectada por un fenómeno -la pandemia del COVID 19- que no está directamente relacionado con las contradicciones de la economía capitalista. La magnitud e importancia del impacto de la pandemia, como producto de un sistema completamente obsoleto y en plena descomposición, ilustra el hecho inédito de que el fenómeno de la descomposición capitalista está afectando ahora también, de forma masiva y a escala mundial, a toda la economía capitalista5.

Esta irrupción de los efectos de la descomposición en la esfera económica está afectando directamente a la evolución de la nueva fase de crisis abierta, dando paso a una situación completamente inédita en la historia del capitalismo. Los efectos de la descomposición, al alterar profundamente los mecanismos del capitalismo de Estado que hasta ahora se habían establecido para "acompañar" y limitar el impacto de la crisis, están introduciendo un factor de inestabilidad y fragilidad, de incertidumbre creciente.

El caos que se apodera de la economía capitalista confirma la opinión de Rosa Luxemburgo de que el capitalismo no sufrirá un colapso puramente económico. "Cuanto más despiadadamente el capital emprende la destrucción de los estratos no capitalistas, en el país y en el mundo exterior, cuanto más baja el nivel de vida del conjunto de los trabajadores, mayor es también el cambio en la historia cotidiana del capital. Se convierte en una cadena de catástrofes y convulsiones políticas y sociales, y en estas condiciones, -acompañada por catástrofes o crisis económicas periódicas, la acumulación no puede continuar. Pero incluso antes de que se llegue a este impasse económico natural de la propia creación del capital, se hace necesario que la clase obrera internacional se rebele contra el dominio del capital". (La Acumulación del Capital, capítulo 32)

15. Golpeando a un sistema capitalista que desde principios de 2018 ya había entrado en una clara desaceleración, la pandemia concretó rápidamente la predicción del XXIII Congreso de la CCI de que nos dirigíamos a una nueva inmersión en la crisis. La violenta aceleración de la crisis económica -y los temores de la burguesía- puede medirse por la altura del enorme muro de la deuda, levantado apresuradamente para preservar el aparato de producción de la quiebra y mantener un mínimo de cohesión social.

Una de las manifestaciones más importantes de la gravedad de la crisis actual, a diferencia de las situaciones pasadas de crisis económica abierta, y a diferencia de la crisis de 2008, reside en el hecho de que los países centrales (Alemania, China y Estados Unidos) han sido golpeados simultáneamente y están entre los más afectados por la recesión. En China esto ha supuesto una fuerte caída del ritmo de crecimiento en 2020. Los Estados más débiles están viendo sus economías estranguladas por la inflación, la caída del valor de su moneda y el empobrecimiento.

Tras cuatro décadas de recurrir al crédito y al endeudamiento para contrarrestar la creciente tendencia a la sobreproducción, salpicadas por recesiones cada vez más profundas y recuperaciones cada vez más limitadas, la crisis de 2007-9 marcó ya un paso más en el descenso del capitalismo hacia una crisis irreversible. Aunque la intervención masiva del Estado pudo salvar al sistema bancario de la ruina total, empujando la deuda a niveles aún más asombrosos, las causas de la crisis de 2007-09 no fueron superadas. Las contradicciones subyacentes a la crisis se trasladaron a un nivel superior con un peso aplastante de la deuda sobre los propios Estados. Los intentos de relanzar las economías no condujeron a una verdadera recuperación: un elemento sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial fue que, aparte de Estados Unidos, China y, en menor medida, Alemania, los niveles de producción en todos los demás países principales se estancaron o incluso cayeron entre 2013 y 2018. La extrema fragilidad de esta "recuperación", al amontonar todas las condiciones para un nuevo deterioro significativo de la economía mundial, ya presagiaba la situación actual.

A pesar de la envergadura histórica de los planes de recuperación, y debido a que el relanzamiento de la economía se está produciendo de una manera tan caótica, todavía no se puede predecir cómo -y hasta qué punto- la burguesía logrará estabilizar la situación, ya que se caracteriza por todo tipo de incertidumbres, sobre todo acerca de la evolución de la propia pandemia.

A diferencia de lo que la burguesía fue capaz de hacer en 2008, cuando reunió al G7 y al G20, formados por los principales Estados, y pudo acordar una respuesta coordinada a la crisis crediticia, hoy cada capital nacional reacciona de forma dispersa, sin otra preocupación que la de reactivar su propia maquinaria económica y su supervivencia en el mercado mundial, sin concertación entre los principales componentes del sistema capitalista. El sálvese quien pueda se ha convertido en un predominio decisivo.

La aparente excepción, el plan de recuperación europeo, que incluye la mutualización de las deudas entre los países de la UE, es producto de la conciencia de los dos principales Estados de la UE de la necesidad de un mínimo de cooperación entre ellos como condición previa para evitar una desestabilización importante de la UE para hacer frente a sus principales rivales China y Estados Unidos, so pena de arriesgarse a una degradación acelerada de su posición en el escenario mundial.

La contradicción entre la necesidad de contener la pandemia y de evitar la parálisis de la producción condujo a la "guerra de las máscaras" y a la "guerra de las vacunas". La actual guerra de las vacunas, la forma en que se fabrican y distribuyen, es un espejo del desorden que afecta a la economía mundial.

Tras el hundimiento del bloque del Este, la burguesía hizo todo lo posible para mantener una cierta colaboración entre los Estados, en particular apoyándose en los órganos de regulación internacional heredados del período de los bloques imperialistas. Este marco de "globalización" permitió limitar el impacto de la fase de descomposición a nivel de la economía, llevando a su extremo la posibilidad de "asociar" a las naciones en los diferentes niveles de la economía - financiero, productivo, etc.

Con el agravamiento de la crisis y las rivalidades imperialistas, estas instituciones y mecanismos multilaterales ya estaban siendo puestos a prueba por el hecho de que las principales potencias desarrollaban cada vez más sus propias políticas, en particular China, construyendo su vasta red paralela, la Nueva Ruta de la Seda, y Estados Unidos, que tendía a dar la espalda a estas instituciones por la creciente incapacidad de estos organismos para mantener su posición dominante. El populismo se presentaba ya como un factor que agravaba la deteriorada situación económica al introducir un elemento de incertidumbre frente a los tormentos de la crisis. Su llegada al poder en diferentes países aceleró el deterioro de los medios impuestos por el capitalismo desde 1945 para evitar cualquier deriva hacia un repliegue detrás de las fronteras nacionales, que sólo puede conducir a un contagio incontrolado de la crisis económica.

El sálvese quien pueda se deriva de la contradicción existente en el capitalismo entre la escala cada vez más global de la producción y la estructura nacional del capital, contradicción exacerbada por la crisis. Al provocar un caos creciente en el seno de la economía mundial (con la tendencia a la fragmentación de las cadenas de producción y a la ruptura del mercado mundial en zonas regionales, al refuerzo del proteccionismo y a la multiplicación de las medidas unilaterales), este movimiento totalmente irracional de cada nación hacia la salvación de sí misma a costa de todos los demás es contraproducente para cada capital nacional y un desastre a nivel mundial, un factor decisivo de empeoramiento de toda la economía mundial.

Esta carrera de las facciones burguesas más "responsables" hacia una gestión cada vez más irracional y caótica del sistema y, sobre todo, el avance sin precedentes de esta tendencia al sálvese quien pueda, revela una creciente pérdida de control de su propio sistema por parte de la clase dominante.

16. Única nación con una tasa de crecimiento positiva en 2020 (2%), China no ha salido triunfante ni fortalecida de la crisis pandémica, aunque haya ganado terreno momentáneamente a costa de sus rivales. Al contrario. El continuo deterioro del crecimiento de su economía, que es la más endeudada del mundo, y que además tiene una baja tasa de utilización de las capacidades y una proporción de "empresas zombis" de más del 30%, es testimonio de la incapacidad de China a partir de ahora para desempeñar el papel que tuvo en 2008-11 en el relanzamiento de la economía mundial.

China se enfrenta a la reducción de los mercados en todo el mundo, al deseo de numerosos Estados de liberarse de la dependencia de la producción china y al riesgo de insolvencia al que se enfrentan varios de los países que participan en el proyecto de la Ruta de la Seda y que son los más afectados por las consecuencias económicas de la pandemia. Por ello, el gobierno chino sigue una orientación hacia el desarrollo económico interno del plan "Made in China 2025", y del modelo de "doble circulación", que también pretende compensar la pérdida de la demanda externa estimulando la demanda interna. Este cambio de política no representa, sin embargo, un "giro hacia adentro"; el imperialismo chino no quiere ni puede dar la espalda al mundo. Por el contrario, el objetivo de este cambio es ganar autarquía nacional a nivel de tecnologías clave para poder ganar más terreno más allá de sus propias fronteras. Representa una nueva etapa en el desarrollo de su economía de guerra. Todo ello está provocando fuertes conflictos en el seno de la clase dirigente, entre los partidarios de la dirección de la economía por el Partido Comunista Chino y los vinculados a la economía de mercado y al sector privado, entre los "planificadores" del poder central y las autoridades locales que quieren orientar ellas mismas las inversiones. Tanto en Estados Unidos (en relación con los gigantes tecnológicos "GAFA" de Silicon Valley) como -de forma aún más decidida- en China (en relación con Ant International, Alibaba, etc.) hay un fuerte movimiento del aparato central del Estado hacia la reducción del tamaño de las empresas que se vuelven demasiado grandes (y poderosas) para controlarlas.

17. Las consecuencias de la destrucción frenética del medio ambiente por el capitalismo en descomposición, los fenómenos derivados de las perturbaciones climáticas y la destrucción de la biodiversidad conducen en primer lugar a una mayor pauperización de las partes más desfavorecidas de la población mundial (África subsahariana y Asia meridional) o de las presas de los conflictos militares. Pero cada vez afectan más a todas las economías, con los países desarrollados a la cabeza.

Actualmente asistimos a la multiplicación de fenómenos meteorológicos extremos, lluvias e inundaciones extremadamente violentas, grandes incendios que provocan enormes pérdidas económicas en la ciudad y el campo por la destrucción de infraestructuras vitales (ciudades, carreteras, instalaciones fluviales). Estos fenómenos perturban el funcionamiento del aparato productivo industrial y debilitan también la capacidad productiva de la agricultura. La crisis climática mundial y la consiguiente desorganización del mercado mundial de productos agrícolas amenazan la seguridad alimentaria de muchos Estados.

El capitalismo en descomposición no posee los medios para luchar realmente contra el calentamiento global y la devastación ecológica. Éstos ya tienen un impacto cada vez más negativo en la reproducción del capital y sólo pueden actuar como un obstáculo para la vuelta al crecimiento económico.

Motivada por la necesidad de sustituir las industrias pesadas y los combustibles fósiles obsoletos, la "economía verde" no representa una salida para el capital, ni en el plano ecológico ni en el económico. Sus redes de producción no son más verdes ni menos contaminantes. El sistema capitalista no tiene la capacidad de emprender una "revolución verde". Las acciones de la clase dominante en este ámbito también agudizan inevitablemente la competencia económica destructiva y las rivalidades imperialistas. La aparición de sectores nuevos y potencialmente rentables, como la producción de vehículos eléctricos, podría, en el mejor de los casos, beneficiar a ciertas partes de las economías más fuertes, pero dados los límites de los mercados solventes y los crecientes problemas que plantea el uso cada vez más masivo de la creación de dinero y de la deuda, no podrán actuar como locomotora de la economía en su conjunto. La "economía verde" es también un vehículo privilegiado para poderosas mistificaciones ideológicas sobre la posibilidad de reformar el capitalismo, y un arma privilegiada contra la clase obrera para justificar los cierres de plantas y los despidos.

18. En respuesta a las crecientes tensiones imperialistas, todos los Estados están aumentando su esfuerzo militar, tanto en volumen como en duración. La esfera militar se extiende a cada vez más "zonas de conflicto", como la ciberseguridad y la creciente militarización del espacio. Todas las potencias nucleares están relanzando discretamente sus programas atómicos. Todos los Estados están modernizando y adaptando sus fuerzas armadas.

Esta demencial carrera armamentística, a la que todos los Estados están irremediablemente condenados por las exigencias de la competencia Inter imperialista, es tanto más irracional cuanto que el peso creciente de la economía de guerra y de la producción de armas absorbe una parte considerable de la riqueza nacional: esta gigantesca masa de gastos militares a escala mundial, aunque constituya una fuente de beneficios para los comerciantes de armas, representa una esterilización y una destrucción del capital mundial. Las inversiones realizadas en la producción y venta de armas y equipos militares no constituyen en absoluto un punto de partida ni la fuente de acumulación de nuevos beneficios: una vez producidas o adquiridas, las armas sólo sirven para sembrar la muerte y la destrucción o permanecen inactivas en los silos hasta que quedan obsoletas y deben ser sustituidas. “El impacto económico de estos gastos completamente improductivos será desastroso para el capital. Ante unos déficits presupuestarios ya inmanejables, el aumento masivo de los gastos militares, que el crecimiento de los antagonismos Inter imperialistas hace necesario, es una carga económica que sólo acelerará el descenso del capitalismo al abismo" ("Informe sobre la situación internacional", Revista Internacional 35).

19. Después de décadas de deudas gigantescas, la inyección masiva de liquidez contenida en los planes de apoyo económico más recientes supera ampliamente el volumen de las intervenciones anteriores. Los miles de millones de dólares liberados por los planes estadounidenses, europeos y chinos han llevado la deuda mundial a un récord del 365% del PIB mundial.

La deuda, que ha sido utilizada una y otra vez por el capitalismo a lo largo de su época de decadencia como paliativo de la crisis de sobreproducción, es una forma de aplazar las cosas para el futuro a costa de convulsiones aún más graves. Ahora se ha disparado a niveles sin precedentes. Desde la Gran Depresión, la burguesía ha mostrado su determinación de mantener vivo un sistema cada vez más amenazado por la sobreproducción, por la disminución de la disponibilidad de los mercados, a través de medios cada vez más sofisticados de intervención estatal, destinados a ejercer un control global sobre su economía. Pero no tiene forma de enfrentarse a las verdaderas causas de la crisis. Aunque no exista un límite fijo y predeterminado a la huida hacia la deuda, punto en el que ésta se haría imposible, esta política no puede prolongarse indefinidamente sin graves repercusiones en la estabilidad del sistema, como lo demuestra el carácter cada vez más frecuente y extendido de las crisis de la última década. Además, esta política ha demostrado ser, al menos en las últimas cuatro décadas, cada vez menos eficaz para reactivar la economía mundial.

El peso de la deuda no sólo condena al sistema capitalista a convulsiones cada vez más devastadoras (quiebra de empresas e incluso de Estados, crisis financieras y monetarias, etc.) sino que, al restringir cada vez más la capacidad de los Estados para burlar las leyes del capitalismo, no hace sino obstaculizar su capacidad para relanzar sus respectivas economías nacionales.

La crisis que ya se está desarrollando desde hace décadas va a convertirse en la más grave de todo el período de decadencia, y su importancia histórica superará incluso la primera crisis de esta época, la que se inició en 1929. Madurando después de más de 100 años de decadencia capitalista, con una economía asolada por el sector militar, debilitada por el impacto de la destrucción del medio ambiente, profundamente alterada en sus mecanismos de reproducción por la deuda y la manipulación estatal, presa de la pandemia, sufriendo cada vez más todos los demás efectos de la descomposición, es una ilusión pensar que en estas condiciones habrá una recuperación fácil o duradera de la economía mundial.

20. Al mismo tiempo, los revolucionarios no deben caer en la tentación de una visión "catastrofista" de una economía mundial al borde del colapso final. La burguesía seguirá luchando a muerte por la supervivencia de su sistema, ya sea por medios directamente económicos (como la explotación de los recursos no explotados y de los nuevos mercados potenciales, tipificados por el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda de China) o políticos, sobre todo a través de la manipulación del crédito y el engaño a la ley del valor. Esto significa que todavía puede haber fases de estabilización entre las convulsiones económicas con consecuencias cada vez más profundas.

21. El retorno de una especie de "neokeynesianismo" iniciado por los enormes compromisos de gasto de la administración Biden, y las iniciativas de aumento de los impuestos a las empresas -aunque también motivadas por la necesidad de mantener unida a la sociedad burguesa, y por la necesidad igualmente apremiante de hacer frente a la agudización de las tensiones imperialistas- muestra la voluntad de la clase dominante de experimentar con diferentes formas de gestión económica, sobre todo porque las deficiencias de las políticas neoliberales lanzadas en los años de Thatcher-Reagan han quedado gravemente expuestas bajo el resplandor de la crisis pandémica. Sin embargo, estos cambios de política no pueden rescatar a la economía mundial de oscilar entre los peligros gemelos de la inflación y la deflación, las nuevas crisis crediticias y las crisis monetarias, que conducen a recesiones brutales.

22. La clase obrera está pagando un duro tributo a la crisis. En primer lugar, porque es la más directamente expuesta a la pandemia y es la principal víctima de la propagación de la infección, y en segundo lugar porque la caída en picado de la economía está desencadenando los ataques más graves desde la Gran Depresión, en todos los niveles de las condiciones de trabajo y de vida, aunque no todos los sectores de la clase se verán afectados de la misma manera.

La destrucción de puestos de trabajo fue cuatro veces mayor en 2020 que en 2009, pero aún no se ha revelado toda la magnitud del enorme aumento del desempleo masivo que se avecina. Aunque los subsidios públicos que se entregan en algunos países a quienes están parcialmente desempleados tienen como objetivo mitigar el choque social (en Estados Unidos, por ejemplo, durante el primer año de la pandemia, los ingresos medios de los asalariados, según las estadísticas oficiales, en realidad aumentaron - por primera vez, durante una recesión, en la historia del capitalismo) millones de puestos de trabajo van a desaparecer muy pronto.

El aumento exponencial de la precariedad laboral y la bajada generalizada de los salarios provocarán un aumento gigantesco del empobrecimiento, que ya está afectando a muchos trabajadores. El número de víctimas del hambre en el mundo se ha multiplicado por dos y el hambre está reapareciendo en los países occidentales. Para los que conservan un empleo, la carga de trabajo y el ritmo de explotación empeorarán.

La clase obrera no puede esperar nada de los esfuerzos de la burguesía por "normalizar" la situación económica, salvo despidos y recortes salariales, estrés y miedo añadidos, aumento drástico de las medidas de austeridad a todos los niveles, tanto en la educación como en las pensiones sanitarias y las prestaciones sociales. En resumen, asistiremos a una degradación de las condiciones de vida y de trabajo a un nivel que ninguna de las generaciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial ha experimentado hasta ahora.

23. Desde que el modo de producción capitalista entró en su período de decadencia, la presión para combatir esta decadencia con medidas capitalistas de Estado ha crecido constantemente. Sin embargo, la tendencia a fortalecer los órganos y las formas capitalistas de Estado no es en absoluto un fortalecimiento del capitalismo; al contrario, expresan las crecientes contradicciones en el terreno económico y político. Con la aceleración de la descomposición a raíz de la pandemia, asistimos también a un fuerte aumento de las medidas capitalistas de Estado. Éstas no son una expresión de un mayor control estatal sobre la sociedad, sino una expresión de las crecientes dificultades para organizar la sociedad en su conjunto y evitar su creciente tendencia a la fragmentación.

Las perspectivas de la lucha de clases

24. La CCI reconoció a principios de los años 90 que el derrumbe del bloque del Este y la apertura definitiva de la fase de descomposición crearían dificultades crecientes para el proletariado6: la falta de perspectiva política, la incapacidad de asumir su perspectiva política e histórica que ya había sido un elemento central de las dificultades del movimiento de clase en los años 80, se vería seriamente agravada por las ensordecedoras campañas sobre la muerte del comunismo; en relación con esto, el sentido de identidad de clase del proletariado se vería gravemente debilitado en el nuevo período, tanto por los efectos atomizadores y divisorios de la descomposición social, como por los esfuerzos conscientes de la clase dominante para exacerbar estos efectos a través de campañas ideológicas (el "fin de la clase obrera") y los cambios "materiales" provocados por la política de globalización (desarticulación de los centros tradicionales de la lucha de clases, traslado de las industrias a regiones del mundo donde la clase obrera no tenía el mismo grado de experiencia histórica, etc.).

25. La CCI ha tendido a subestimar la profundidad y la duración de este retroceso en la lucha de clases, viendo a menudo señales de que el reflujo estaba a punto de ser superado y que veríamos en un período relativamente corto de tiempo nuevas oleadas internacionales de lucha como en el período posterior a 1968. En 2003, basándose en las nuevas luchas en Francia, Austria y otros lugares, la CCI predijo un renacimiento de las luchas por parte de una nueva generación de proletarios que habían sido menos influenciados por las campañas anticomunistas y que se enfrentarían a un futuro cada vez más incierto. En gran medida, estas predicciones fueron confirmadas por los acontecimientos de 2006-2007, en particular la lucha contra el CPE en Francia, y de 2010-2011, en particular el movimiento de los Indignados en España. Estos movimientos mostraron importantes avances a nivel de la solidaridad entre generaciones, la autoorganización a través de asambleas, la cultura del debate, la preocupación real por el futuro que enfrenta la clase trabajadora y la humanidad en su conjunto. En este sentido, mostraron el potencial de una unificación de las dimensiones económica y política de la lucha de clases. Sin embargo, tardamos en comprender las inmensas dificultades a las que se enfrentaba esta nueva generación, "criada" en las condiciones de la descomposición, dificultades que impedirían al proletariado revertir el retroceso posterior al 89 durante este periodo.

26. Un elemento clave en estas dificultades fue la continua erosión de la identidad de clase. ¡Esto ya había sido evidente en las luchas de 2010-11, en particular el movimiento en España; a pesar de los importantes avances realizados al nivel de la conciencia y organización, la mayoría de los Indignados se veían a sí mismos como «ciudadanos» en lugar de verse como parte de una clase, ¡dejándolos vulnerables a las ilusiones democráticas ofrecidas como las de Democracia Real Ya! (el futuro Podemos), y más tarde al veneno del nacionalismo catalán y español. En los años siguientes, el reflujo que siguió a la estela de estos movimientos se vio profundizado por el rápido ascenso del populismo, que creó nuevas divisiones en la clase obrera internacional -divisiones que explotaron las diferencias nacionales y étnicas, y alimentadas por las actitudes pogromistas de la derecha populista, pero también divisiones políticas entre el populismo y el antipopulismo. En todo el mundo crecían la ira y el descontento, basados en graves privaciones materiales y en ansiedades reales sobre el futuro; Pero en ausencia de una respuesta proletaria, gran parte de esto se canalizó en revueltas interclasistas como los Chalecos Amarillos en Francia, en campañas de un solo tema en un terreno burgués como las marchas por el clima, en movimientos por la democracia contra la dictadura (Hong Kong, Bielorrusia, Myanmar, etc.) o en la inextricable maraña de políticas de identidad racial y sexual que sirven para ocultar aún más la cuestión crucial de la identidad de clase proletaria como la única base para una auténtica respuesta a la crisis del modo de producción capitalista. La proliferación de estos movimientos -ya sea que aparezcan como revueltas interclasistas o como movilizaciones abiertamente burguesas- ha aumentado las ya considerables dificultades no sólo para la clase obrera en su conjunto sino para la propia izquierda comunista, para las organizaciones que tienen la responsabilidad de definir y defender el terreno de clase. Un claro ejemplo de ello fue la incapacidad de los bordiguistas y de la TCI para reconocer que la ira provocada por el asesinato policial de George Floyd en mayo de 2020 se había desviado inmediatamente hacia canales burgueses7. Pero la CCI también se ha encontrado con importantes problemas frente a este conjunto de movimientos, a menudo desconcertante, y, como parte de su revisión crítica de los últimos 20 años, tendrá que examinar seriamente la naturaleza y el alcance de los errores que cometió en el período que va desde la primavera árabe de 2011, pasando por las llamadas protestas de las velas en Corea del Sur, hasta estas revueltas y movilizaciones más recientes.

27. La pandemia, en particular, ha creado dificultades considerables para la clase obrera:

  • La mayoría de los trabajadores reconocen la realidad de esta enfermedad y los verdaderos peligros que supone reunirse en gran número, inhibiendo la posibilidad de realizar asambleas generales y manifestaciones obreras; el proletariado se enfrenta, no sólo a la burguesía, sino también, y en un sentido más inmediato, al virus. En general, las situaciones en las que las catástrofes naturales desempeñan un papel primordial no favorecen el desarrollo de la lucha de clases. La indignación de Voltaire contra la naturaleza por el terremoto de Lisboa no se generalizó. A diferencia del "terremoto social" de la huelga de masas de 1905 en Rusia, el terremoto de 1906 en San Francisco no hizo avanzar la causa del proletariado, como tampoco el de 1923 en Tokio; como siempre, la burguesía no duda en utilizar los efectos de la descomposición contra la clase obrera. Aunque los cierres han sido motivados principalmente por la comprensión de la burguesía de que no tenía otro recurso para evitar la propagación de la enfermedad, sin duda aprovechará la situación para imponer la atomización y la explotación de la clase obrera, en particular a través del nuevo modelo de "trabajo desde casa”. Este nuevo paso en la atomización de la población trabajadora ha sido una fuente de creciente sufrimiento psicológico, especialmente entre los jóvenes, hasta el punto de aumentar los casos de suicidio;

  • Por otra parte, la clase dominante ha aprovechado las condiciones de la pandemia para reforzar sus sistemas de vigilancia masiva e introducir nuevas leyes represivas que restringen las protestas y manifestaciones, junto con una violencia policial cada vez más abierta contra todas las expresiones de descontento social;

  • El aumento masivo del desempleo resultante del cierre no será, en esta situación y a corto plazo, un factor de unificación de las luchas obreras, sino que tenderá a reforzar aún más la atomización;

  • Aunque el cierre ha provocado un gran descontento social, cuando éste se ha expresado abiertamente, como en España en febrero y en Alemania en abril de 2021, ha tomado abrumadoramente la forma de protestas "por la libertad individual" que son un callejón sin salida para la clase obrera;

  • De manera más general, el período de la pandemia ha visto un nuevo auge de la "política de la identidad", en la que la insatisfacción con la vida bajo el sistema actual se fragmenta en una vorágine de identidades enfrentadas basadas en la raza, el género, la cultura, etc., y que constituyen una gran amenaza para la recuperación de la única identidad capaz de unificar y liberar a toda la humanidad detrás de ella: la identidad de clase proletaria. Además, detrás de este caos de identidades en pugna que penetra en toda la población, se encuentra la competencia entre diferentes facciones burguesas de derecha e izquierda, lo que conlleva el peligro de arrastrar a la clase obrera a nuevas formas de "luchas culturales" reaccionarias e incluso a una violenta guerra civil.

28. A pesar de los enormes problemas a los que se enfrenta el proletariado, rechazamos la idea de que la clase ya haya sido derrotada a escala mundial, o que esté a punto de sufrir una derrota de este tipo comparable a la del período de la contrarrevolución, una derrota de la que posiblemente el proletariado ya no podría recuperarse. El proletariado, como clase explotada, no puede evitar pasar por la escuela de las derrotas, pero la cuestión central es si el proletariado ha sido ya tan abrumado por el avance implacable de la descomposición que su potencial revolucionario ha sido efectivamente socavado. Medir tal derrota en la fase de descomposición es una tarea mucho más compleja que en el período anterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando el proletariado se había levantado abiertamente contra el capitalismo y había sido aplastado por una serie de derrotas frontales, o en el período posterior a 1968, cuando el principal obstáculo al impulso de la burguesía hacia una nueva guerra mundial fue el resurgimiento de las luchas de una nueva e invicta generación de proletarios. Como ya hemos recordado, la fase de descomposición encierra, en efecto, el peligro de que el proletariado simplemente no responda y sea aplastado durante un largo período, una "muerte por mil cortes" más que una confrontación de clase frontal. Sin embargo, afirmamos que todavía hay suficientes evidencias para mostrar que, a pesar del indudable "progreso" de la descomposición, a pesar de que el tiempo ya no está del lado de la clase obrera, el potencial para un profundo resurgimiento proletario -que lleve a una reunificación entre las dimensiones económica y política de la lucha de clases- no se ha desvanecido, como lo atestigua:

  • la persistencia de importantes movimientos proletarios que han aparecido en la fase de descomposición (2006-7, 2010-11, etc.)8

  • el hecho de que, justo antes de la pandemia, vimos varios signos embrionarios y muy frágiles de una reaparición de la lucha de clases, especialmente en Francia en 20199. E incluso si esta dinámica fue entonces en gran medida bloqueada por la pandemia y los cierres, hubo protestas de los trabajadores en varios países incluso durante la pandemia, en particular en torno a cuestiones de salud y seguridad en el trabajo10;

  • Los pequeños pero significativos signos de una maduración subterránea de la conciencia, que se manifiesta en los esfuerzos hacia una reflexión global sobre el fracaso del capitalismo y la necesidad de otra sociedad en algunos movimientos (particularmente los Indignados en 2011), pero también a través de la aparición de elementos jóvenes que buscan posiciones de clase y se vuelven hacia la herencia de la izquierda comunista;

  • Y lo que es más importante, la situación a la que se enfrenta la clase obrera no es la misma que tras el colapso del bloque del Este y la apertura de la fase de descomposición en 1989. En aquel momento, era posible presentar estos acontecimientos como la prueba de la muerte del comunismo y de la victoria del capitalismo y el comienzo de un futuro brillante para la humanidad. Treinta años de descomposición han socavado gravemente este fraude ideológico de un futuro más brillante, y la pandemia, en particular, ha puesto al descubierto la irresponsabilidad y la negligencia de todos los gobiernos capitalistas y la realidad de una sociedad desgarrada por profundas divisiones económicas en la que no estamos en absoluto "todos juntos". Por el contrario, la pandemia y el bloqueo han tendido a revelar la condición de la clase obrera como principal víctima de la crisis sanitaria, pero también como fuente de todo el trabajo "esencial" y de toda la producción material, y en particular de las necesidades básicas. Esta puede ser una de las bases para una futura recuperación de la identidad de clase. Y, junto con la creciente comprensión de que el capitalismo es un modo de producción totalmente obsoleto, esto ya ha sido un elemento en la aparición de las minorías politizadas cuya motivación ha sido, sobre todo, comprender la dramática situación a la que se enfrenta la humanidad;

  • Por último, en un plano histórico más amplio, el proceso de descomposición no ha eliminado el carácter asociado del trabajo bajo el capitalismo. Este sigue siendo el caso a pesar de la atomización social engendrada por la descomposición, a pesar de los intentos deliberados de fragmentar la fuerza de trabajo a través de estratagemas como la "economía gig", a pesar de las campañas ideológicas que pretenden presentar a los sectores más educados del proletariado como "clase media". El capital moviliza cada vez más trabajadores en todo el mundo, el proceso de proletarización y, por lo tanto, la explotación del trabajo vivo continúa sin cesar. La clase obrera es hoy más grande y está más interconectada que nunca, pero con el avance de la descomposición se intensifican la atomización y el aislamiento social. Esto se expresa también en las dificultades de la clase obrera para experimentar su propia identidad de clase. Sólo a través de las luchas de la clase obrera en su propio terreno de clase es capaz de crear su poder "asociativo" que expresa una anticipación del trabajo asociado del comunismo. Los trabajadores son reunidos por el capital en el proceso de producción, donde la combinación del trabajo se realiza bajo coacción, pero el carácter revolucionario del proletariado significa invertir dialécticamente estas condiciones en una lucha colectiva. La explotación del trabajo común se invierte en la lucha contra la explotación y por la liberación del carácter social del trabajo, por una sociedad que sepa utilizar conscientemente todo el potencial del trabajo asociado.

Así, la lucha defensiva de la clase obrera contiene el germen de las relaciones sociales cualitativamente más elevadas que son el objetivo final de la lucha de clases: lo que Marx llamó los "productores libremente asociados". A través de la asociación, de la unión de todos sus componentes, capacidades y experiencias, el proletariado puede hacerse poderoso, puede convertirse en el combatiente cada vez más consciente y unido por una humanidad liberada y en su precursor.

29. A pesar de la tendencia del proceso de descomposición a accionar sobre la crisis económica, ésta sigue siendo el "aliado del proletariado" en esta fase. Como dicen las Tesis sobre la descomposición:

"La inexorable agravación de la crisis capitalista constituye el estimulante esencial de la lucha de clases y del desarrollo de la conciencia, la condición previa para su capacidad de resistir el veneno que destila la podredumbre social. Porque si bien no hay base para la unificación de la clase en las luchas parciales contra los efectos de la descomposición, sin embargo, su lucha contra los efectos directos de la crisis constituye la base para el desarrollo de su fuerza y unidad de clase. Esto es así porque:

  • mientras que los efectos de la descomposición (por ejemplo, la contaminación, las drogas, la inseguridad) golpean de forma muy parecida a las distintas capas de la sociedad y constituyen un terreno fértil para las campañas y mistificaciones aclasistas (ecología, movimientos antinucleares, movilizaciones antirracistas, etc.), los ataques económicos (caída de los salarios reales, despidos, aumento de la productividad, etc.) resultantes directamente de la crisis golpean directa y específicamente al proletariado (es decir, a la clase que produce plusvalía y se enfrenta al capitalismo en este terreno);

  • a diferencia de la descomposición social que afecta esencialmente a la superestructura, la crisis económica ataca directamente los cimientos sobre los que se asienta esta superestructura; en este sentido, pone al descubierto toda la barbarie que se abate sobre la sociedad, permitiendo así que el proletariado tome conciencia de la necesidad de cambiar radicalmente el sistema, en lugar de intentar mejorar ciertos aspectos del mismo". (Tesis 17)

30. En consecuencia, debemos rechazar cualquier tendencia a restar importancia a las luchas económicas "defensivas" de la clase, lo que es una expresión típica de la concepción modernista que sólo ve a la clase como una categoría explotada y no igualmente como una fuerza histórica y revolucionaria. Por supuesto, es cierto que la lucha económica por sí sola no puede frenar la marea de la descomposición: como dicen las Tesis, "la resistencia de los trabajadores a los efectos de la crisis ya no es suficiente: sólo la revolución comunista puede poner fin a la amenaza de la descomposición". Pero es un profundo error perder de vista la interacción constante y dialéctica entre los aspectos económicos y políticos de la lucha, como subrayó Rosa Luxemburgo en su trabajo sobre la huelga de masas de 1905; y de nuevo, al calor de la revolución alemana de 1918-19, cuando la dimensión "política" estaba a la vista, insistió en que el proletariado seguía necesitando desarrollar sus luchas económicas como única base para organizarse y unificarse como clase. Será la combinación de una lucha defensiva renovada en un terreno de clase, enfrentándose a los límites objetivos de la sociedad burguesa en descomposición, y fecundada por la intervención de la minoría revolucionaria, la que permitirá a la clase obrera recuperar su perspectiva revolucionaria, para avanzar hacia la politización plenamente proletaria que la armará para sacar a la humanidad de la pesadilla del capitalismo en descomposición.

31. En un primer momento, el redescubrimiento de la identidad y la combatividad de clase constituirá una forma de resistencia contra los efectos corrosivos de la descomposición capitalista, un baluarte para evitar que la clase obrera se fragmente y se divida aún más contra sí misma. Sin el desarrollo de la lucha de clases, fenómenos como la destrucción del medio ambiente y la proliferación del caos militar tienden a reforzar los sentimientos de impotencia y el recurso a falsas soluciones como el ecologismo y el pacifismo. Pero en una etapa más desarrollada de la lucha, en el contexto de una situación revolucionaria, la realidad de estas amenazas a la supervivencia de la especie puede convertirse en un factor para comprender que el capitalismo ha llegado efectivamente a la fase terminal de su declive y que la revolución es la única salida. En particular, el impulso bélico del capitalismo -sobre todo cuando involucra directa o indirectamente a las grandes potencias- puede ser un factor importante en la politización de la lucha de clases, ya que trae consigo tanto un aumento muy concreto de la explotación y el peligro físico, como una confirmación más de que la sociedad se enfrenta a la trascendental elección entre el socialismo y la barbarie. A partir de factores de desmovilización y desesperación, estas amenazas pueden reforzar la determinación del proletariado de acabar con este sistema moribundo.

"Del mismo modo, en el período que viene, el proletariado no puede esperar beneficiarse del debilitamiento que la descomposición provoca en el seno de la propia burguesía. Durante este período, debe aspirar a resistir los efectos nocivos de la descomposición en sus propias filas, contando sólo con su propia fuerza y con su capacidad de lucha colectiva y solidaria para defender sus intereses como clase explotada (aunque la propaganda revolucionaria debe subrayar constantemente los peligros de la descomposición social). Sólo en el período revolucionario, cuando el proletariado esté a la ofensiva, cuando haya tomado directa y abiertamente las armas por su propia perspectiva histórica, podrá utilizar ciertos efectos de la descomposición, en particular de la ideología burguesa y de las fuerzas del poder capitalista, como palanca, y volverlos contra el capital" (Tesis sobre la descomposición).

1 Se pueden encontrar respectivamente en: https://es.internationalism.org/content/4454/informe-sobre-la-descomposicion-hoy-mayo-de-2017 , https://es.internationalism.org/content/4447/resolucion-sobre-la-situacion-internacional-2019-los-conflictos-imperialistas-la-vida y https://es.internationalism.org/content/4713/informe-sobre-la-pandemia-y-desarrollo-de-la-descomposicion-del-24o-congreso

2 Ver nuestras Tesis sobre la Descomposición https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-desc...

3 Ver Asalto del Capitolio en Washington: Los Estados Unidos en el centro de la descomposición mundial del capitalismo https://es.internationalism.org/content/4635/asalto-del-capitolio-en-washington-los-estados-unidos-en-el-centro-de-la-descomposicion

4 Ver La Ruta de la Seda china hacia la dominación imperialista https://es.internationalism.org/content/4366/la-ruta-china-de-la-seda-hacia-la-dominacion-imperialista

5 Ver La irrupción de la descomposición en el terreno económico: Informe sobre la crisis económica https://es.internationalism.org/content/4629/la-irrupcion-de-la-descomposicion-en-el-terreno-economico-informe-sobre-la-crisis

6 Ver Derrumbe del Bloque del Este: Dificultades en aumento para el proletariado https://es.internationalism.org/revista-internacional/199001/3502/derrumbe-del-bloque-del-este-dificultades-en-aumento-para-el-prole

7 Ver Los grupos de la Izquierda Comunista ante el movimiento Black Lives Matter: una incapacidad para identificar el terreno de la clase obrera https://es.internationalism.org/content/4605/los-grupos-de-la-izquierda-comunista-ante-el-movimiento-black-lives-matter-una

8 Ver Tesis sobre el movimiento de los estudiantes de la primavera de 2006 en Francia https://es.internationalism.org/revista-internacional/200606/964/tesis-sobre-el-movimiento-de-los-estudiantes-de-la-primavera-de-200 y 2011: de la indignación a la esperanza https://es.internationalism.org/cci-online/201204/3349/2011-de-la-indignacion-a-la-esperanza

9 Ver Balance de las luchas en Francia contra la "reforma" de las pensiones https://es.internationalism.org/content/4524/balance-de-las-luchas-en-francia-contra-la-reforma-de-las-pensiones

10 Ver Covid-19: a pesar de todos los obstáculos, la lucha de clases trata de forjar su futuro https://es.internationalism.org/content/4569/covid-19-pesar-de-todos-los-obstaculos-la-lucha-de-clases-trata-de-forjar-su-futuro

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