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La Decadencia del Capitalismo[1]
A principios del siglo XX las condiciones que habían permitido el desarrollo extraordinario del capitalismo empiezan a desaparecer. Termina la implantación del mercado mundial y con ello, los antagonismos entre potencias capitalistas por la dominación de los mercados se exacerban en la medida en que la necesidad de encontrar salida a su producción choca con la capacidad de absorción del mercado mundial. El desarrollo mismo del capital ha acumulado las dificultades para la continuación de su expansión. Hay "demasiados capitalistas" para el volumen del mercado, en particular Alemania e Italia no pueden abrir mercados para su desarrollo más que a expensas de las viejas potencias dominantes. Ya desde principios de siglo, los roces entre potencias imperialistas se multiplican.
La vida económica y social de cada una de las naciones se encuentra cada vez más trastornada. Para hacer frente a una concurrencia que se desarrolla tanto en el terreno de la venta de mercancías en el mercado mundial como en el armamento militar (carrera de armamentos) toda la economía se orienta al máximo hacia la reducción de los costes de producción (por tanto, básicamente hacia la reducción de los salarios) y hacia la preparación del ejército y del aparato militar para ponerlo a la altura de las técnicas modernas. El margen de maniobra que poseían los capitales nacionales y que permitía al proletariado llevar una lucha dentro de la sociedad burguesa por la obtención de reformas, se reduce practicamente a nada, La guerra despiadada que sostienen entre sí los distintos capitales nacionales se traduce en una guerra interna del capital contra toda mejora de las condiciones de existencia de la clase productora: la eficacia económica y militar de cada capital depende, ahora más que nunca y en primer lugar, de su capacidad para extraer de sus explotados la máxima producción. Ningún capital nacional puede acordar concesiones a sus proletarios sin dar marcha atrás en la competencia internacional.
Las bases económicas objetivas que habían arrastrado al proletariado a fijar su actividad de clase alrededor de la conquista sistemática de reformas se desmoronan irreversiblemente poniendo al desnudo y exacerbando hasta los últimos límites los antagonismos fundamentales de clase. En lo político, los sectores más potentes de cada capital nacional se imponen al resto de su clase, concentrando progresivamente todo el poder en manos del Ejecutivo del Estado (Gobierno), transformándose el Parlamento en una simple correa de transmisión del Gobierno que solo se mantiene en vida por razones de mistificación política[2].
Se acaba la era del apogeo histórico del capitalismo y se abre la época de su decadencia histórica.
Pero, con esos trastornos radicales de la sociedad burguesa, las condiciones mismas de la lucha proletaria se transforman totalmente. Se acabó el tiempo en que el proletariado podía negociar en los recintos parlamentarios la mejora de sus condiciones de vida; se acabó el tiempo en que la mejora de sus condiciones de vida podía constituir un estimulante para el desarrollo del capital; se acabó la época en que podía comprometerse en la conquista de un "programa mínimo". De ahora en adelante no tiene enfrente más que a un Estado cada vez más centralizado, omnipresente y omnipotente que no puede "ofrecerle" más que una explotación cada vez más implacable y alistarlo como carne de cañón en los conflictos Inter imperialistas. De ahora en adelante, los métodos de lucha política indirecta, consistentes en hacer presión sobre el Estado para modificar su comportamiento, acaban por desmoronarse ante los imperativos a que está sometida la sobrevivencia de cada capital nacional. Todo programa de reformas se convierte en una utopía irrealizable y todos los métodos de lucha que se habían elaborado en función de él, se transforman en barreras contra la expresión de los intereses proletarios.
La primera guerra mundial al marcar definitivamente la entrada del capitalismo en su fase de decadencia pone violentamente al proletariado frente a la alternativa: "COMUNISMO O BARBARIE". O el proletariado se compromete en un combate revolucionario de masas abandonando los viejos métodos de lucha parlamentaria y sindical, o se somete a la barbarie capitalista.
El viejo aparato sindical y parlamentario de la II Internacional, roído hasta la médula por el cáncer del reformismo, no durará apenas: se pasará, con armas y bagajes, al campo del capital, sirviéndole inmediatamente como banderín de enganche para su carnicería imperialista.
Y, al contrario, en el transcurso de las explosiones revolucionarias que sacuden Europa, los obreros se dotan de las nuevas formas de lucha y organización, anunciadas desde primeros de siglo por los combates del joven proletariado ruso: la lucha directa de masas contra el Estado capitalista organizada en Consejos Obreros. Y encuentran frente a ellos, al lado de la burguesía y de los partidos parlamentarios, a los sindicatos.
Los Sindicatos Integrados en el Estado Capitalista
Desde la primera Guerra Mundial, la decadencia del capitalismo ha sometido a la humanidad a la barbarie de un ciclo de vida hecho de crisis-guerra-reconstrucción. Esto no ha hecho más que reforzar las condiciones históricas que hacen imposible toda defensa de los intereses proletarios por medio de la lucha por reformas y mejoras (programa mínimo), obligando a toda organización que se sitúe en ese terreno a transformarse en fuerza de la burguesía, integrada en las estructuras del Estado. Estas condiciones son, principalmente, la imposibilidad de reformas o mejoras parciales, y el desarrollo del totalitarismo estatal en todos los regímenes sean o no “democráticos”.
La imposibilidad de reformas
Para enfrentarse a una competencia internacional que se ha agudizado hasta sus límites extremos; para hacer frente a unos gastos improductivos que crecen en proporción al ahondamiento de las contradicciones del sistema:
- mantenimiento del aparato administrativo y policial del Estado que alcanza niveles monstruosos
- gastos gigantescos de la producción militar (hasta el 50% del presupuesto del Estado en países como URSS o USA)
- gastos de subvención a sectores, cada vez más numerosos, que se convierten en deficitarios de manera crónica
- para hacer frente a todos los gastos de una gestión económica tanto más costosa por cuanto más contradictoria y absurda: marketing, publicidad y, generalizando, lo esencial del llamado sector terciario (servicios); en fin, para encarar estos gastos improductivos, característicos del Capital decadente, el Capital se ve obligado a llevar hasta los últimos extremos y en permanencia la explotación del proletariado.
En tal contexto, la burguesía no puede ya, incluso bajo la presión de las más fuertes luchas obreras, conceder verdaderas reformas.
Es así como se ha podido comprobar fácilmente que, desde hace más de medio siglo, cualquier lucha por reivindicaciones salariales no lleva a ningún sitio. En lo económico, los aumentos de sueldo no son más que recuperaciones del alza constante del nivel de los precios. El aumento de salarios conseguido en Francia en junio del 36 (acuerdos de Matignon: media de un 12%) quedó anulado en 6 meses: solamente entre septiembre del 36 y Enero del 37 los precios subieron en un 11%. Sabemos también, por ejemplo, lo que quedó de los aumentos obtenidos en junio del 68 en los acuerdos de Grenelle, también en Francia, al cabo de un año.
En el terreno de las condiciones de trabajo, el fenómeno es el mismo. Mientras en el periodo ascendente del capitalismo el tiempo de trabajo disminuía efectivamente bajo le presión de las luchas obreras (de 1850 a 1900 la duración semanal del trabajo en la industria pasó de 72 a 64,5 horas en Francia y de 63 a 55,3 horas en USA), en el capitalismo decadente, la jornada de trabajo va a conocer un estancamiento, e incluso un crecimiento (sin hablar del tiempo de transporte que aumenta día a día). En mayo-junio del 68, la clase obrera de Francia tenía que volver a luchar por una reivindicación que teóricamente había sido "satisfecha" en el 36: la semana de 40 horas del 36 se había convertido en 44,3 en el 49 y en 45,7 en el 62.
El periodo de reconstrucción que se abre en 1945 después de las miserias y barbaries de la crisis y la guerra ha podido hacer creer, sin embargo, que un arreglo de las condiciones de trabajo y de vida era aún posible bajo el capitalismo: la relativa prosperidad que conocía el Capital había llegado a resolver en parte el paro ofreciendo una cierta seguridad de empleo. En todas partes los defensores del sistema hablan del "espectacular" aumento del nivel de vida en los países industrializados. ¿Qué realidad encubría pues esta "mejora" que incluso llevó a algunos a decir que el proletariado había desaparecido, diluido en una pretendida "sociedad de consumo"?
- una explotación acrecentada: lo que determina las condiciones de vida de los trabajadores es, sobre todo, el tiempo de trabajo y el grado de intensificación de su explotación. En este terreno ninguna concesión significativa ha sido dada por el capitalismo decadente. La duración del tiempo de trabajo solo ha disminuido oficialmente para ser compensada por la duración de hacer horas extraordinarias y el aumento del tiempo de transporte.
"En el terreno estrictamente económico la situación de la clase obrera no fue nunca peor. En numerosos países, el negarse a hacer horas extras es causa inmediata de despido y en todas partes la introducción del llamado salario base, deliberadamente mezquino, de las primas y bonificaciones a la productividad etc... fuerzan al trabajador a aceptar "de buen grado" jornadas de 10 a 12 horas…
En el aspecto más profundo de la explotación, el de la productividad por cabeza y por hora, el trabajador se ve llevando a una situación aterradora. La producción que se le extrae cada día crece de manera prodigiosa. Primero, las Innovaciones técnicas que quitan al obrero toda la intervención creadora en su trabajo, miden todos sus movimientos al segundo y lo convierten en un mecanismo de servidumbre viviente sujeto a la misma cadencia de los ingenios mecánicos. Y además del cronometraje, trampa atroz y repugnante que fuerza a los hombres a trabajar cada vez más intensamente con el mismo utensilio y en la misma unidad de tiempo. En tercer lugar, el reglamento de disciplina castiga el menor alto en el trabajo incluso para encender un cigarrillo o ir al servicio. La producción que se extrae por estos medios al trabajador es enorme y, en la misma proporción, su agotamiento físico y mental". (Munis: "Los sindicatos contra la revolución")
- el aumento del poder adquisitivo: tal aumento del nivel de compra del obrero tan alabado por los aduladores del sistema no es más que una vil superchería. Consiste en la capacidad para adquirir un coche, un televisor o el "confort" de los aparatos electrodomésticos. Tal cosa no es ningún progreso sino el mínimo necesario para adaptar al trabajador a las condiciones de explotación que acabamos de describir. El mejor ejemplo es el televisor, el cual, además de ser el medio más triste para hacer olvidar al trabajador su cansancio durante las tres o cuatro horas que le quedan después de la jornada laboral, constituye un instrumento de bombardeo ideológico cuya reputación es bien conocida. Si los obreros se negaran a comprar un televisor por lo caro, el Capital los haría gratuitos. Igualmente, el coche o los electrodomésticos no son más que medios para rentabilizar el tiempo "libre" del obrero para hacerle reproducir su fuerza de trabajo en los ritmos de vida cada vez más agotadores que le impone el Capital. Son tan indispensables para el proletariado como las vacaciones pagadas necesarias para recuperarse de un año de labor inhumana. Todo lo que se quiere pintar como "un gran lujo" no es de hecho más que el estricto mínimo de subsistencia en la época moderna.
Los discursos vacíos de los defensores del Capital no pueden esconder esta realidad que los trabajadores sienten en su carne desde hace siglos: el Capitalismo no hace sino deteriorar irreversiblemente sus condiciones de existencia. Frente a estos hechos, frente a esas derrotas sistemáticas de las luchas por verdaderas reformas ¿Qué papel les queda a los sindicatos? Reconocer tal estado de cosas les obligaría a reconocer su ineficiencia por lo tanto a disolverse.
Por todo eso, ellos se ven obligados, para subsistir, a convertirse en "consoladores" de la clase obrera, igual que la Iglesia lo fue para los siervos durante siglos. No prometen la felicidad en el cielo, pero inventan "victorias" allí donde solo hay derrotas, y disfrazan de "conquistas obreras" lo que no es sino intensificación de la explotación; transforman cualquier lucha obrera en una calmante procesión. Igual que la Iglesia en la Edad Media, los sindicatos son la avanzadilla de la burguesía dentro de la clase explotada.
El desarrollo del totalitarismo estatal
Por el desarrollo de los conflictos entre capitalistas de una misma nación, conflictos entre diferentes fracciones del Capital mundial, conflictos entre clases antagonistas y de manera general, exacerbación del conflicto global entre el desarrollo de las fuerzas productivas y el marco social demasiado estrecho para conocerlos, en resumen, por sus propios mecanismos, la sociedad capitalista en decadencia tiende a disgregarse por todas partes. Y como ocurrió en la decadencia del esclavismo y feudalismo, la fuerza totalitaria del Estado, al intervenir a todos los niveles controlándolo todo, se transforma en factor esencial del mantenimiento del viejo edificio social.
Si en la prosperidad del siglo XIX el reino del "libre cambio" y del no intervencionismo económico era posible, en su fase decadente, el capital desarrolló un Estado reforzado, coordinador y controlador directo de todos los aspectos de la vida social, y, en primer lugar, de las relaciones entre las clases.
En estas condiciones, toda la organización sindical, forzada por la naturaleza misma de su función a buscar la legalidad, sufre de manera permanente una presión que tiende a transformarla en correa de transmisión del Estado, por el único juego del respeto a las leyes capitalistas cuya aceptación tienen que imponer por lo tanto a los trabajadores. En el totalitarismo del capitalismo decadente los engranajes del Estado poseen un poder de integración cuya potencia no puede ser combatida más que por la acción revolucionaria directa contra el Estado mismo. Al no asentar su actividad en ese terreno, por definición, los sindicatos no tienen ninguna fuerza para resistirlo.
La integración de los sindicatos en el Estado toma frecuentemente formas directas, sin matices; se transforman oficialmente en parte integrante del aparato estatal y en muchos casos la sindicación de los trabajadores se ha vuelto obligatoria por la ley. Es lo que se produce en la mayoría de los países nacidos en las llamadas "luchas de liberación nacional", bajo las formas más seniles del capitalismo decadente, igual que en los regímenes fascistas o los llamados "socialistas".
En los regímenes "democráticos" y en particular cuando los sindicatos están ligados a partidos políticos de la oposición (o en regímenes donde están sometidos a la clandestinidad) la integración puede tomar formas menos visibles. Pero por el hecho mismo que aceptan el marco de la legalidad estatal (o que procuran por todos los medios que se les acepte, como ocurría por ejemplo en España bajo el franquismo) se encuentran de hecho integrados al engranaje del aparato estatal. Las oposiciones entre fracciones del aparato político de la burguesía solo sirven para dar a las organizaciones sindicales un barniz de combatividad, al menos verbal, que les permita aparecer mejor como "organizaciones obreras".
Se haga descaradamente, o tome las formas de juego de las comedias políticas de la burguesía, en el capitalismo decadente los sindicatos son inevitablemente absorbidos por el Estado. Paralelamente a la imposibilidad de seguir siendo organizaciones obreras por la imposibilidad de su tarea original, el capitalismo decadente ha ido generando en el seno del Estado la necesidad de una serie de funciones, para las cuales los sindicatos están perfectamente preparados (encuadramiento de la clase obrera, gestión del mercado de la fuerza de trabajo, regulación y control de los conflictos entre Capital y trabajo, etc.…). Es por lo que, como hemos visto en la primera parte de este texto, se ve a menudo al aparato del Estado crearlos, defenderlos, subvencionarlos... Es solo como engranajes de este aparato, asociados a la gestión diaria de la explotación capitalista como pueden sobrevivir en un mundo donde su función original es imposible.
Los sindicatos: policía del Estado en las fábricas
Es en las fábricas y frente a las explosiones de la lucha obrera cuando los sindicatos son más indispensables al Estado capitalista. Introducidos en el seno mismo de la clase revolucionaria, son los mejor preparados para desarmar, desmovilizar, dividir, toda tendencia revolucionaria en la clase. En los países con vieja tradición sindicalista, se han hecho expertos en la materia.
La principal debilidad de toda clase explotada es la falta de confianza en sí misma. Todo está construido, en las sociedades de clases, para inculcar en el espíritu de los explotados la idea de la imposibilidad de cambiar su situación y de su impotencia para transformar el orden de las cosas. El sindicalismo, al no ofrecer otra alternativa a la clase que la de mejoras ilusorias de su condición de explotado, y al presentar siempre la lucha como un "terrible sacrificio para los trabajadores" haciendo de la negociación la única meta de las luchas, contando alabanzas al "ideal" obrero bueno, padre de familia, responsable y serio en su trabajo, es uno de los más eficaces propagadores de la ideología de la clase dominante entre los trabajadores. El espíritu que difunden es el de la desmoralización, de la abnegación, es lo contrario mismo del espíritu combativo de una clase revolucionaria.
Los sindicatos sobresalen en la tarea de dividir toda lucha de la clase obrera encerrándola en formas de lucha totalmente ineficaces (jornadas de acción, paros parciales, bajo rendimiento, etc.…) y limitando toda lucha proletaria al taller, fábrica o sector. Impedir la unificación de las luchas, su generalización, es el arte principal de los sindicatos.
Y cuando elementos revolucionarios se destacan en una fábrica, poniendo en entredicho a los sindicatos y su agitación, la burocracia sindical sabe jugar el papel de policía, manejando la represión física cuando pueden, recurriendo a la calumnia en otras ocasiones ("agentes provocadores del gobierno", "agentes de la C.I.A.", etc.…). En todos los casos se comportan como fieles perros guardianes del sistema.
Se podrían escribir libros y libros, contando los diferentes métodos de sabotaje de las luchas empleados por los sindicatos. Para ello bastaría con contar las huelgas de las últimas décadas, pero ese no es nuestro objetivo. De lo que ahora se trata es de comprender por qué esto es así, cómo hacer para combatir la lepra sindical, y, antes de nada, lo que no hay que hacer.
El sindicalismo revolucionario
Teniendo en cuenta que su incapacidad para salir del marco de las luchas por reformas lleva a los sindicatos a ser integrados en el Estado burgués ¿No podría concebirse un sindicalismo que se dé fines revolucionarios y que, de hecho, podría escapar a la fuerza de absorción del aparato estatal? Esto es lo que han intentado hacer los anarco- sindicalistas con su sindicato revolucionario[3].
El sindicalismo revolucionario fue una reacción contra la degeneración parlamentaria y reformista de los sindicatos. Por ello, en un primer momento, pudieron expresar, al menos parcialmente, una verdadera corriente en el seno de la clase obrera. Pero para oponerse al parlamentarismo, el sindicalismo revolucionario volvía a tomar la vieja idea anarquista tan combatida por Marx, preconizando el rechazo de la lucha política (en la cual creían ver el nacimiento de toda degeneración reformista). Con ello volvían a encontrarse, a causa de la preocupación de "apoliticismo", con sus enemigos reformistas que, como hemos visto, defendían también, pero por otros caminos, el apoliticismo de los sindicatos.
Sindicalismo y parlamentarismo, están estrechamente ligados a una forma de lucha correspondiente a un periodo histórico. Rechazar el uno sin el otro es caer inevitablemente en una actitud incoherente que solo puede llevar a callejones sin salida.
En el capitalismo decadente la lucha revolucionaria no puede tomar formas sindicales: la lucha revolucionaria es una lucha directa, de masas, generalizada, que no se puede meter en el molde de una organización construida en función de la lucha permanente y sistemática por reformas, y aún menos para reformas imposibles.
El sindicalismo revolucionario tenía que adoptar o una política adaptada a la forma sindical –y en el capitalismo decadente eso lo condena a pasarse al terreno capitalista– o disolverse como organización sindical para integrarse en la lucha revolucionaria, o desaparecer de la escena social. En USA los IWW[4] desaparecieron. En Francia y en España, a pesar de las resistencias, a veces fuertes, cayeron en el primer caso en la participación en la Guerra Civil[5].
En todo caso, la experiencia del sindicalismo revolucionario no ha hecho sino demostrar una sola cosa: la imposibilidad de construir sindicatos revolucionarios en la época decadente del capitalismo. Es decir, la imposibilidad de construir sindicatos verdaderamente obreros.
[1] Los 3 artículos anteriores de la Serie Los sindicatos contra la clase obrera -que forman parte del folleto del mismo nombre- son los siguientes: https://es.internationalism.org/content/4575/los-sindicatos-contra-la-clase-obrera-i , https://es.internationalism.org/content/4586/los-sindicatos-contra-la-clase-obrera-en-la-decadencia-capitalista-ii y https://es.internationalism.org/content/4603/los-sindicatos-en-el-periodo-ascendente-del-capitalismo-iii
[2] Para un análisis de la naturaleza totalitaria que toma el Estado en todos los países en la decadencia capitalista ver la Serie ¿Cómo está organizada la burguesía? La mentira del Estado democrático https://es.internationalism.org/revista-internacional/199404/1856/como-esta-organizada-la-burguesia-i-la-mentira-del-estado-democrat y https://es.internationalism.org/revista-internacional/199407/1849/como-esta-organizada-la-burguesia-ii-la-mentira-del-estado-democra
[3] Hemos escrito varias Series sobre el sindicalismo revolucionario: 1) Una serie general (https://es.internationalism.org/series/218 ); 2) El sindicalismo revolucionario en Estados Unidos (https://es.internationalism.org/series/497 ); 3) El sindicalismo revolucionario en Alemania (https://es.internationalism.org/series/493 ); 4) La CNT en España (https://es.internationalism.org/series/494 ).
[4]Organización sindicalista revolucionaria que floreció en los EEUU durante las dos primeras décadas del siglo XX. Su nombre (IWW) significa: Obreros Industriales del Mundo
[5]La C.N.T., único ejemplo de organización sindical que intentó varias veces realizar su "programa máximo", la "revolución social" (en 1933-1934), no lo hizo sino después de que los anarquistas de la FAI llevaran en su interior una lucha severa. Durante la dictadura de Primo de Rivera, la C.N.T., que se reclamaba del "apoliticismo revolucionario", estuvo en contacto con todo tipo de conspiradores: Maciá, la Alianza Republicana y otras organizaciones de oposición en el país.
En julio de 1927 se fundó la FAI. Sus miembros, rechazando todo tipo de compromisos "tácticos", se propusieron la conquista de la C.N.T. a fin de realizar la revolución social. Se constituyeron así en punto de reagrupamiento de todos los que desaprobaban la orientación reformista del anarco - sindicalismo.
Durante el Congreso Nacional de 1930 las dos tendencias se enfrentaron: los líderes de la CNT insistían en el carácter sindical y proponían aliarse con otras tendencias para facilitar la implantación de la República, mientras los "puros" de la FAI insistían en el anarquismo de la Confederación, rechazando todo compromiso. Ganaron estos últimos por lo que los viejos líderes fueron dimitidos y muchos de ellos dejaron la Confederación para formar el "trentismo" (Pestaña, etc). La CNT no participó pues, por los pelos, en el compromiso interclasista de 1930.
Bajo el impulso de la FAI, también "apolítica", la CNT fue de huelga general en tentativa de insurrección hasta 1936. Fuertemente debilitada por la represión pagó ampliamente en la persona de numerosos de sus militantes la imposibilidad del sindicalismo revolucionario. El Congreso de 1935 significó la vuelta de los "trentistas" que, entretanto, habían contraído todo tipo de alianzas con la burguesía. El intento de insurrección de la derecha del 18 de Julio de 1936 y el levantamiento proletario del 19 puso a las claras el papel de la CNT; las fuerzas "obreras" con CNT y FAI a la cabeza, subieron al poder. En Cataluña, plaza fuerte de la CNT, esta participó en el Comité de Milicias Antifascistas poniéndose primero "al margen del Gobierno de la Generalitat" para, a continuación, entrar en él dándole el necesario apoyo "obrero". El "apoliticismo sindicalista" había triunfado: los "puros" de la FAI acabarían aceptando ministerios en la República antes tan combatida.
Los "antiautoritarios", partidarios de la "revolución social apolítica", agitando sacrosantos principios morales, no han entendido nunca que la destrucción del Estado no es más que un momento de la lucha de clase del proletariado contra la burguesía.
Defendiendo posiciones revolucionarias (anti-frentismo, antiparlamentarismo) en nombre de la pureza de una ideología, la transgredieron en la práctica bajo la presión de los acontecimientos lo cual para ellos no revistió ninguna importancia pues la ideología seguía siendo "la misma de siempre". Así, CNT y FAI se aliaron con partidos burgueses, participaron en el gobierno de la República, dejaron masacrar al proletariado en las huelgas de Mayo 1937 "para no romper la unidad", con lo que revelaron una evidencia: el apoliticismo, es decir, el rechazo de un conjunto de posiciones de clase claras y consecuentes, es un arma de la burguesía.
Desde 1936 la política de "unidad antifascista" de la CNT le hace jugar el mismo papel que los demás sindicatos y Partidos: controlar a la clase obrera al servicio del capital. A pesar de la honradez de sus militantes, la "apolítica" CNT se pasó al bando de la burguesía.
¡Triste destino el del "sindicalismo revolucionario"! Tantas luchas, tantos militantes revolucionarios sacrificados para, al final, conseguir sentarse en algunos ministerios de la República La CNT, aliándose con los verdugos de los obreros revolucionarios (muchos de ellos militantes de base de la Confederación) enterró para siempre el anarco- sindicalismo en el basurero de la historia al lado de los Partidos Parlamentarios, los Sindicatos, los trotskistas, estalinistas y demás.