Guerras, desastres “naturales”, crisis económica... ¡El capitalismo es un callejón sin salida! ¡Debemos acabar con ese sistema!

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La intensificación de los bombardeos en Ucrania y Rusia, el nuevo estallido de barbarie en Potrovsk, la interminable política de terror y destrucción se abaten con cada vez mayor crueldad sobre las poblaciones civiles. En Oriente Medio, el ejército israelí prosigue implacablemente sus bombardeos genocidas y lanza una nueva operación sangrienta, un vasto plan para conquistar una Gaza ya devastada. La tierra arrasada y las innumerables víctimas son testimonio, en todas partes, de la exacerbación de los conflictos imperialistas. Las guerras capitalistas se empantanan sin excepción en todos los continentes, inmersas en una dinámica irracional de “tierra quemada”, una carrera vertiginosa hacia la destrucción y la propagación del caos. El resurgimiento de la amenaza nuclear y la escalada verbal que la acompaña son una expresión escalofriante de ello.

En este contexto, las escenas representadas por Trump y Putin en Alaska, y luego en Washington con los líderes europeos y Zelensky fueron actuaciones que no significaron cambio alguno en los horrores de la guerra. El divorcio entre las potencias europeas y el Tío Sam, la imprevisibilidad y el descrédito de la diplomacia estadounidense y la vacuidad de las conversaciones solo sirven para poner de relieve la aceleración del caos mundial y el callejón sin salida histórico que representa el sistema capitalista. Esta situación de pesadilla alimenta los temores y sirve para justificar una carrera armamentística que implica aún mayores amenazas para la humanidad.

En todos los aspectos, la burguesía demuestra que no tiene más futuro que ofrecer que guerra, miseria y desastres de toda índole. De manera totalmente irresponsable y alevosa, y bajo la presión de una aguda crisis económica, el capitalismo mundial prosigue la imparable destrucción del medio ambiente, elevando el calentamiento global del planeta y toda clase de contaminaciones que afectan al conjunto de la humanidad pero que se ceban particularmente en los más pobres. Cada año, las consecuencias son más visibles, y la ola de calor de este verano se ha caracterizado una vez más por mega incendios en toda Europa, que han devastado amplias zonas geográficas, especialmente en el arco mediterráneo (España, Portugal, Grecia, sur de Francia, etc.). Se trata de un panorama sombrío, una confirmación impactante de la aceleración de la descomposición del sistema capitalista, en el que todas las crisis y catástrofes se alimentan mutuamente en una verdadera espiral hacia el abismo.

Ante este mundo apocalíptico, la burguesía, en un callejón sin salida, no tiene más remedio que lanzar ataques masivos contra los trabajadores, en todos los frentes, como estamos viendo en todo el mundo. Como siempre es el proletariado quien ha de pagar la crisis y la economía de guerra con su explotación y miseria, con su sudor e incluso con su sangre. La clase dominante se muestra así incapaz de ofrecer ninguna solución real, ninguna forma de revertir el curso de la tragedia creado por su dominación, con su sistema moribundo basado en el saqueo y la concurrencia.

Y entonces ¿no hay esperanza ninguna? Desde luego, si confiamos en la clase dominante, en sus promesas electorales y en sus mentiras que nos hacen creer en la «democracia» y la «justicia social» para ocultar mejor el callejón sin salida de su sistema, estamos perdidos. Pero sí existe una fuerza social capaz de ofrecer una perspectiva real: el proletariado internacional.

El capitalismo en declive, enredado en sus contradicciones y en la competencia generalizada, ya no tiene reformas ni mejoras reales que ofrecer al proletariado. Solo puede atacar sus condiciones de vida, exprimiéndolo cada vez más como a un limón. Por lo tanto, nuestra clase no tiene absolutamente nada que ganar con este sistema. No tiene otro interés particular que la lucha contra él. Clase explotada en el corazón de la producción mundial, pero también clase revolucionaria. Solo ella, por las condiciones universales de su explotación, posee las armas para romper las cadenas del capitalismo, abolir sus relaciones sociales fundamentales, basadas en la explotación del hombre por el hombre.

La historia del movimiento obrero da testimonio del poder creativo de la clase obrera, de la fuerza social de su lucha y de su capacidad para ofrecer una visión revolucionaria de una sociedad liberada y sin clases. La Comuna de París, la Revolución Rusa de 1917 y la ola revolucionaria de 1917-1923 demuestran que no se trata simplemente del sueño de unos utópicos, sino de un movimiento histórico real, producto de una necesidad material.

Hoy, tras treinta años de estancamiento, de declive de su combatividad y conciencia, esa misma clase vuelve, con nuevas generaciones y por tanto con inexperiencia, a retomar la senda de la lucha. Durante el verano de 2022, el movimiento masivo en Gran Bretaña que fue bautizado como el «Verano del descontento», marcó el comienzo de una verdadera ruptura. Esto significa la existencia de una inmensa ira y una fuerte combatividad en las luchas en todo el mundo (que la burguesía se cuida mucho de ocultar): Francia, Estados Unidos, Canadá, Corea, Bélgica... A través de estas luchas, calificadas en todas partes como «históricas», estamos asistiendo a un espectacular retorno de la combatividad del proletariado, alimentado por una maduración subterránea de la conciencia de la clase obrera. El proletariado ya no está dispuesto a aceptar los ataques sin protestar, como lo demuestran una vez más las luchas en Gran Bretaña en 2022 y en otros lugares a partir de entonces, con el mismo lema: «¡Ya basta!».

Los ataques masivos a los que se enfrentan de nuevo los trabajadores deben llevarlos a contraatacar. La clase obrera no tiene otra opción que luchar. La lucha será larga y difícil, plagada de trampas y obstáculos erigidos por la burguesía y la podredumbre misma de su sistema. Los revolucionarios y las minorías más militantes tienen ya un papel que jugar, una responsabilidad particular en este contexto: involucrarse, prepararse para estimular las luchas interviniendo en ellas lo antes posible de manera decidida, revivir la memoria de los trabajadores, defender el internacionalismo y los principios de clase. Ante la intensa propaganda democrática, en particular de la izquierda y los izquierdistas, y ante el gran peligro del interclasismo (esas luchas en las que las reivindicaciones y los medios de lucha de la clase obrera quedan ahogados por las reivindicaciones del «pueblo», los pequeños empresarios, la pequeña burguesía, etc.), las minorías revolucionarias y la clase obrera deben defender su autonomía de clase y sus métodos propios de lucha que son la defensa de los lugares de reunión de los trabajadores y comunistas, las asambleas generales, las huelgas y las manifestaciones masivas en las calles. Esta lucha debe ser lo más amplia posible, decidida, pero también y sobre todo consciente.


WH, 1 de septiembre de 2025

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