Enviado por Revista Interna... el

Debate dentro del Medio Político Proletario.
¿«Contra tesis» o «contrasentido» sobre la descomposición?
Desde hace más de 35 años, la CCI propone un análisis del período actual de la vida del capitalismo que hemos descrito como «la fase final del período de decadencia», el período «en el que la descomposición se convierte en un factor, si no en el factor decisivo, de la evolución de la sociedad». Este análisis, al que hemos dedicado numerosos artículos e informes de congresos, ha encontrado la hostilidad abierta del medio político proletario sin que esta hostilidad se basara en una refutación seria de nuestros argumentos. La mayoría de las veces, ha sido con un encogimiento de hombros y un tono de burla como este análisis ha sido rechazado sin más.
En este sentido, las «Contra tesis sobre la descomposición» escritas por Tibor, camarada perteneciente a la Izquierda Comunista, son dignas de elogio. En efecto, el camarada ha hecho un verdadero esfuerzo por argumentar sus desacuerdos con el análisis de la CCI, abordando muchos de los argumentos expuestos en nuestras Tesis[i].
Hay que reconocer que el camarada también se ha dejado arrastrar por el planteamiento de muchos de nuestros detractores pronunciando juicios categóricos sobre nuestros análisis. Nuestras Tesis son declaradas por él nada menos que «peligrosas»; para el camarada, el «análisis no dialéctico» de la descomposición representa una verdadera deriva, un «callejón sin salida evidente» que «desarma al proletariado». Estas elucubraciones «incoherentes» serían el resultado de un «método analítico visiblemente defectuoso»: «esta teoría de la CCI se hunde en cuatro escollos principales: su dogmatismo esquemático, su revisionismo, su idealismo y su impresionismo». Sería, pues, «de la mayor importancia que el proletariado rechazara, sobre la base de un examen científico, y no sobre la base de apriorismos o prejuicios, la posición errónea según la cual la descomposición es una nueva fase histórica»[ii] ... ¡Ahora, parecemos petrificados!
Dicho esto, el camarada Tibor, a diferencia de los que hasta ahora se han contentado con desechar la teoría de la descomposición con un desdén,[iii] intenta, más allá de sus apreciaciones un tanto perentorias, aclarar sus diferencias comparándolas con las posiciones de la CCI. De hecho, es responsabilidad de todos los revolucionarios, en particular de las organizaciones que pretenden defender los intereses históricos de la clase obrera, aclarar las condiciones de su lucha y criticar los análisis que consideren erróneos. El proletariado y sus minorías de vanguardia necesitan un marco global de comprensión de la situación, sin el cual están condenados a ser zarandeados por los acontecimientos e incapaces de desempeñar su papel de brújula de la clase obrera.
A lo largo de su texto, el camarada quiso apoyarse en numerosos documentos del movimiento obrero y en el enfoque marxista: «Una de las necesidades de la dialéctica es considerar los fenómenos observados como un todo, como sujetos a una interacción permanente. En lugar de aislar un fenómeno para observarlo in abstracta, el método dialéctico implica comprenderlo a través de sus relaciones con otros fenómenos, y se niega a abstraerlo del entorno en el que evoluciona». También aquí debemos saludar su voluntad de anclar su crítica y su pensamiento, no en vagos prejuicios, sino en la historia del movimiento obrero.
Examinaremos, pues, los argumentos y el método de estas «Contra tesis» y veremos si contribuyen, como se proponen, «al esclarecimiento de los principales problemas políticos de nuestra época».
¿Está el análisis de la descomposición en línea con la continuidad del marxismo?
El camarada Tibor lo dice alto y claro: el análisis de la descomposición es «revisionista». «Esta teoría sirve [en la CCI] para romper con las características esenciales del marxismo revolucionario». ¿El análisis «visiblemente defectuoso» de la CCI representa realmente una innovación revisionista?
Antes de responder a esta pregunta, vale la pena señalar que el camarada Tibor nos da una lección de semántica. Considera que los términos «decadencia», «obsolescencia» o «pudrimiento» del capitalismo «sólo deben utilizarse como sinónimos de una misma realidad» y que «la descomposición» no es más que «otro sinónimo de la declive capitalista». No seremos tan arrogantes como para reproducir aquí las definiciones de estos diferentes términos que dan los diccionarios para demostrar que no son idénticos, pero ya que el camarada quiere llevarnos a este terreno, debemos hacer una aclaración: los términos decadencia, declive y obsolescencia pueden efectivamente considerarse próximos, sin embargo, los términos descomposición y putrefacción, que también están estrechamente relacionados, están muy alejados del primero y se relacionan más con las nociones de desintegración o putrefacción. Por ello, nuestras tesis de 1990 establecen una clara distinción entre los términos decadencia y descomposición: «Sería erróneo identificar decadencia y descomposición. Si no podemos concebir la existencia de la fase de descomposición fuera del período de decadencia, podemos perfectamente dar cuenta de la existencia de la decadencia sin que esta última se manifieste por la aparición de una fase de descomposición».
Pero, más allá de estas aclaraciones lingüísticas, ¿qué ocurre con nuestro «revisionismo»? Para Tibor, la «"dislocación del cuerpo social, la putrefacción de sus estructuras económicas, políticas e ideológicas, etc."[...], estos elementos nunca antes habían sido descritos por nadie como fenómenos de descomposición». Pues bien, camarada, ¡esa afirmación es errónea!
Incluso antes de convertirse en un «renegado», Karl Kautsky describió ciertos fenómenos de la decadencia del Imperio Romano como «descomposición». Dijo: «En la época de la formación del cristianismo, las formas tradicionales de producción y del Estado estaban en plena descomposición. Esto correspondía también a una completa desintegración de las formas tradicionales de pensamiento».[iv] Y no se limitó a este modo de producción, ya que desarrolló la misma idea con respecto al feudalismo y su decadencia: «Una búsqueda individual y a tientas de nuevos modos de pensamiento y nuevas formas de organización caracterizó, por ejemplo, el período de transición del feudalismo en decadencia al liberalismo, cuando éste aún no había tenido tiempo de establecer otro modo de organización».
El propio Engels habla de descomposición, distinguiendo el período de decadencia del sistema feudal de los fenómenos de descomposición en su seno: «En el siglo XV, el feudalismo estaba, pues, en plena decadencia en toda Europa occidental; en todas partes las ciudades con intereses anti feudales [...] se habían subordinado ya en parte socialmente a los señores feudales por medio del dinero, e incluso, aquí y allá, políticamente; en el campo mismo [...] los viejos vínculos feudales comenzaban a descomponerse bajo la influencia del dinero».
Planteamos la pregunta al camarada Tibor: ¿cree que Kautsky (cuando era marxista) y Engels se limitaban a «jugar con las palabras», como acusa a la CCI?
La decadencia de los modos de producción nunca ha sido un proceso mecánico, sin evolución cualitativa: la creciente desintegración del Estado imperial, los repetidos golpes de Estado, las epidemias cada vez más incontrolables, el abandono progresivo de las fronteras, las campañas de saqueo de las tribus germánicas, y todo aquello a lo que Kautsky se refiere como la descomposición de las «formas tradicionales de producción y del Estado [y] del pensamiento», son, en efecto, fenómenos de la decadencia de las formas organizativas de la sociedad esclavista y del hecho de que la decadencia de un modo de producción, al igual que su ascenso, experimenta una evolución y varias fases. Mejor aún, identificó muy explícitamente la descomposición del feudalismo con el periodo en que el «liberalismo [...] no había tenido tiempo aún de poner en marcha otro modo de organización», significando así la posibilidad de un estancamiento momentáneo de la situación social.
Por supuesto, los revolucionarios del pasado no podían distinguir claramente entre el período de decadencia y los fenómenos de descomposición, porque aún no podían ver que la acumulación y el agravamiento de estos fenómenos conducirían a una fase específica y última de la decadencia del capitalismo, la fase de descomposición. Sobre todo, a diferencia del capitalismo, en el que la clase revolucionaria no puede transformar la sociedad sin derrocar antes la dominación política de la burguesía, el desarrollo de nuevas relaciones de producción dentro del capitalismo impidió que la descomposición de las viejas formas de organización se convirtiera en un factor central de la situación social. Bajo la dominación del feudalismo, por ejemplo, la burguesía ofreció una nueva perspectiva y dinamismo económico: el desarrollo de las relaciones sociales capitalistas impidió así que la desintegración del feudalismo impregnara todas las partes de la sociedad y la arrastrara hacia el abismo.
Desde este punto de vista, hablar de «fase de descomposición» y no de «fenómenos de descomposición» es ciertamente una «novedad». Pero, ¿es esto un pecado mortal desde el punto de vista del marxismo?
El marxismo es un método, un enfoque científico y, como tal, no puede en modo alguno fijarse en un dogma invariable. Todo el combate político de Marx y Engels da testimonio de su preocupación constante por desarrollar, enriquecer e incluso revisar las posiciones que se revelaban insuficientes o anticuadas frente a una realidad en constante cambio. La experiencia de la Comuna de París modificó profundamente su visión de la revolución y de la toma del poder, del mismo modo que la revolución de 1848 les había permitido comprender que las condiciones objetivas para el derrocamiento del capitalismo aún no se habían dado.
Fue también sobre la base de este método vivo que revolucionarios como Lenin y Luxemburgo pudieron identificar la entrada del capitalismo en un nuevo período de su vida, el de su decadencia. Colocaron en el centro de su análisis la noción de imperialismo, que se había convertido en el modo de vida permanente del capitalismo, a pesar de que este concepto no había sido teorizado ni por Marx ni por Engels.
A partir de los años veinte, la izquierda comunista, inspirándose en el método de Marx, Lenin y Luxemburgo, realizó también un gran trabajo crítico sobre los nuevos problemas planteados por la revolución rusa y el periodo de decadencia: la dictadura del proletariado, el Estado en el periodo de transición, los sindicatos, la cuestión nacional, etc. En apariencia, las posiciones desarrolladas por la izquierda comunista estaban en contradicción con las de Marx y Engels. Pero las lecciones aprendidas por la Izquierda Comunista, aunque constituían «novedades» nunca expresadas «por nadie antes», representan un patrimonio precioso que se inscribe plenamente en la tradición del marxismo.
Si el camarada busca innovaciones verdaderamente «revisionistas», le invitamos a hacer una crítica implacable, «tras un examen científico», de «la invariabilidad del marxismo desde 1848», teoría elaborada por Bordiga, retomada por la corriente bordiguista (perteneciente como la CCI a la Izquierda Comunista) y que impregna sus «contra tesis» de arriba abajo. Contrariamente a la visión esclerosada de la «invariancia», el marxismo no es un «arte acabado» cuya exégesis los revolucionarios sólo tendrían que realizar a la manera de los teólogos.
Una visión confusa de la decadencia
Para ser nuevo, el marco teórico de la descomposición se basa enteramente en el enfoque marxista. La perspectiva de la desintegración interna del capitalismo, en el corazón de la teoría de la decadencia, es una de las «novedades» esbozadas por el Primer Congreso de la Internacional Comunista (IC) cuando identificó la entrada del sistema en su periodo de decadencia: «Nace una nueva época: la época de la desintegración del capitalismo, de su hundimiento interno. La época de la revolución comunista del proletariado». La alternativa «socialismo o barbarie» era explícita: «La humanidad, cuya cultura entera ha sido devastada, está amenazada de destrucción total [...]. El resultado final del modo de producción capitalista es el caos, y este caos sólo puede ser superado por la mayor clase productiva: la clase obrera». En su Manifiesto, la IC continuaba diciendo: «Ahora no es sólo el empobrecimiento social, sino el empobrecimiento fisiológico, biológico, lo que se nos presenta en toda su espantosa realidad». Era igualmente claro que el «hundimiento interno» no era un fenómeno cíclico ligado a la guerra mundial, sino una tendencia permanente e irreversible del capitalismo decadente: «¿Se convertirá toda la humanidad obrera en esclava tributaria de una camarilla mundial triunfante que [...], siempre y en todas partes, encadenará al proletariado, con el único fin de mantener su propia dominación? ¿O la clase obrera de Europa y de los países más avanzados de otras partes del mundo se apoderará de la vida económica, por desorganizada y destruida que esté, para asegurar su reconstrucción sobre bases socialistas? Desde entonces, la historia mundial ha confirmado plenamente este viraje decisivo en la vida de la sociedad capitalista y, en particular, la barbarie que representó la Segunda Guerra Mundial. La crisis ya permanente de la economía mundial, la espiral interminable de convulsiones bélicas, el hundimiento incontrolable de los ecosistemas... El capitalismo presenta hoy la imagen de un mundo sin perspectivas, de una agonía interminable de destrucción, miseria y barbarie.
Tibor reconoce, con razón, que hay que mirar la historia de forma dinámica y no fotográfica, e incluso nos critica por una «falta de comprensión dialéctica de lo que es una dinámica de decadencia». También apoya la teoría de la decadencia y la realidad de su evolución: «el capitalismo es un sistema que se pudre de pie, y lo hace de forma cada vez más rápida y pronunciada a medida que se prolonga este periodo de decadencia». Pero, a pesar de sus buenas intenciones, en su artículo se olvidan constantemente los principios del materialismo dialéctico que acusa a la CCI de no aplicar. La visión profundamente histórica de la IC, lejos de un «catastrofismo» de «raíces psicológicas», está a años luz de las manifestaciones planas del camarada cuando afirma que «no existe una crisis permanente en la economía capitalista». Escribe que «el capitalismo, por la propia lógica de la acumulación, no puede experimentar una fase de declive económico definitivo» y llega a afirmar que «no existe la crisis final», que «mediante la devaluación recurrente del capital constante en el contexto de las crisis, el capitalismo es capaz de sobrevivir a sus crisis», e incluso que «el capitalismo, por su naturaleza cíclica, experimenta sucesivos periodos de prosperidad seguidos de periodos de crisis, potencialmente eternas».
¿Y en qué basa el camarada sus afirmaciones? ¡En textos de Marx que describen la economía capitalista en su período ascendente! Como si nada hubiera cambiado nunca, como si las condiciones sociales y económicas estuvieran fijadas para siempre y fueran «potencialmente eternas», como él dice, como si los cambios de la situación no obligaran a los marxistas a cuestionar sus análisis ya obsoletos. ¿Y es la CCI la «que peca» con su «dogmatismo esquemático» y su «revisionismo»?
¿La decadencia no es más que una sucesión de crisis cíclicas «potencialmente eternas», típicas del siglo XIX, o representa la crisis histórica del capitalismo, una crisis insuperable, como predijo la III Internacional? Leyendo los escritos un tanto contradictorios de Tibor, tenemos derecho a preguntarnos cuál es exactamente su visión de la decadencia. Sin llegar a la claridad del análisis de Rosa Luxemburgo, ¿este camarada, que se reivindica de la herencia de Lenin, está siquiera de acuerdo con la Plataforma de la III Internacional?
No nos vayamos por las ramas: el camarada, si bien reconoce la realidad de la decadencia, es evidente que no comprende sus fundamentos, como tampoco comprende la evolución de la historia en general. De hecho, el camarada no percibe la diferencia cualitativa entre las crisis cíclicas de ascenso del capitalismo y la crisis crónica y permanente de superproducción de la decadencia.
Peor aún, sus argumentos también ponen en tela de juicio las bases materiales para la toma del poder por el proletariado y, por tanto, la posibilidad de derrocar al capitalismo. ¿Sobre qué base material, en un sistema capaz de prosperar «eternamente», podría el proletariado desarrollar su lucha revolucionaria? No es de extrañar, pues, que, desde la publicación de su texto, Tibor haya dado la espalda a la teoría de la decadencia adoptando el enfoque político del bordiguismo, que rechaza de plano este análisis. La «invariancia», que es una deformación aberrante del marxismo, ha llevado a los bordiguistas a rechazar la noción de decadencia, a pesar de que este concepto está presente desde los orígenes mismos del materialismo histórico. Son, por otra parte, estas mismas «innovaciones» las que llevan hoy a esta corriente a rechazar el concepto de descomposición del capitalismo.
Un enfoque propio del materialismo vulgar
Además de su «dogmatismo esquemático» y su «revisionismo», se dice que la CCI está plagada de otros dos pecados: «su idealismo y su impresionismo». Tibor justifica esta condena con su argumento principal, el que estructura sus «Contra tesis»: «Todas las “características esenciales de la descomposición” presentadas por la CCI en su séptima tesis son, o bien falsas, o bien en absoluto novedosas y constitutivas de un nuevo período». Y el camarada pasa a enumerar extensamente los «hechos materiales» y las «pruebas empíricas» poco «convincentes» para demostrar que las guerras, las hambrunas, los barrios de chabolas, la corrupción y los accidentes aéreos existían mucho antes del período de descomposición, a veces incluso peor... Obviamente, a Tibor no se le ha ocurrido que sus asombrosas revelaciones no son revelaciones en absoluto y que, quizás, a través de sus «Contra tesis», está demostrando sobre todo una profunda incomprensión tanto del marco de la descomposición como del método marxista.
Las «Contra tesis» afirman con razón que «una de las necesidades de la dialéctica es considerar los fenómenos observados como un todo, como sujetos a una interacción permanente. En lugar de aislar un fenómeno para observarlo in abstracto, el método dialéctico implica comprenderlo a través de sus relaciones con otros fenómenos, y se niega a abstraerlo del entorno en el que evoluciona». pero en palabras de este camarada, es sólo otra fórmula vacía. Para él, la historia del capitalismo no es más que una sucesión de «diferentes fases económicas»: «En su fase progresiva, el capitalismo adopta sucesivamente las formas del mercantilismo, la manufactura, el capitalismo manchesteriano y el capitalismo trustificado. En su fase declinante, adopta sucesivamente las formas del capitalismo trustificado y del capitalismo de Estado (primero keynesiano, luego neoliberal)». En este sentido, cabe señalar que, a los ojos de Tibor, el capitalismo de Estado se reduce a una mera «fase económica», muy alejada de la tendencia dominante del capitalismo decadente, que absorbe a todos los aspectos de la vida social, mucho más allá de la mera esfera económica. Pero Tibor no puede concebir esto, convencido como está de que el «método dialéctico» consiste en reducirlo todo a los «fundamentos económicos de las contradicciones del capitalismo moderno».
Contrariamente a esta visión esquemática, Engels explicaba en su carta a Joseph Bloch (21-22 de septiembre de 1890) que «según la concepción materialista de la historia, el factor determinante de la historia es, en última instancia, la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo no hemos nunca afirmado más. Si luego alguien tergiversa esta proposición para hacerla decir que el factor económico es el único factor determinante, la convierte en una frase vacía, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos elementos de la superestructura -las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, [...] las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las concepciones religiosas y su posterior desarrollo en sistemas dogmáticos, también ejercen su acción sobre el curso de las luchas históricas y, en muchos casos, determinan predominantemente su forma. Todos estos factores actúan y reaccionan de tal manera que el movimiento económico acaba abriéndose paso como una necesidad a través de la infinita multitud de coincidencias (es decir, cosas y acontecimientos cuya íntima conexión entre sí es tan remota o tan difícil de demostrar que podemos considerarla inexistente y prescindir de ella). De lo contrario, la aplicación de la teoría a cualquier período histórico sería, a fe mía, más fácil que resolver una simple ecuación de primer grado».
En este contexto, la crítica que dirigimos a la corriente bordiguista en nuestro último «Informe sobre la descomposición»[v] se aplica también al texto del camarada Tibor, que olvidó por el camino el pilar del planteamiento marxista, la evolución dialéctica de las sociedades humanas según la unidad de los contrarios: «Para el marxismo, la superestructura de las formaciones sociales, es decir, su organización política, jurídica e ideológica, surge sobre la base de la infraestructura económica y está determinada por ella. Esto es lo que entendían los epígonos [de Bordiga]. Sin embargo, se les escapa el hecho de que esta superestructura puede actuar tanto como causa [...] como efecto. Engels, hacia el final de su vida, debió de insistir precisamente en este punto en una serie de cartas dirigidas en los años 1890 al materialismo vulgar de los epígonos de la época. Su correspondencia es una lectura absolutamente esencial para quienes niegan hoy que la descomposición de la superestructura capitalista pueda tener un efecto catastrófico sobre los fundamentos económicos del sistema».
De hecho, Tibor proyecta sobre nuestro análisis de la descomposición su propio planteamiento esquemático típico del materialismo vulgar: cómo ve la historia del capitalismo a través del filtro de un economicismo estrecho, en forma de ciclos eternos de producción que no harían más que aumentar de tamaño, de catástrofes cuya evolución sólo sería siempre cuantitativa y de las que toda la vida social fluiría mecánicamente, percibe nuestro marco de la descomposición de una manera completamente distorsionada en términos de acumulación de fenómenos empíricos. Y en su lógica, basta con constatar que estos fenómenos existían antes de la fase de descomposición para invalidar sus fundamentos.
Además, el análisis de Tibor nunca explica qué cambio en el periodo de decadencia podría haber producido el acontecimiento mayor y sin precedentes que representa la implosión del bloque del Este. Para él, «afirmar que es la descomposición lo que explica la caída del bloque del Este es demostrar la mayor mala fe o la mayor ignorancia de la historia. Si el bloque soviético implosionó como consecuencia de sus contradicciones, se debió a una combinación de evidente agotamiento económico agravado por la estrategia seguida por la clase dominante estadounidense, que consistía en empujar a su adversario más débil a una huida hacia adelante militarista que sólo podía agotar a este coloso con pies de barro». Pero, ¿dónde negó la CCI que la presión estadounidense no fue un factor decisivo en el hundimiento del bloque «soviético»? Por otra parte, Tibor pasa completamente por alto la cuestión central: ¿cómo se explica que un bloque se derrumbe por sí mismo por primera vez en la historia de la decadencia? Según el camarada, es un simple accidente de la historia.
El planteamiento poco riguroso del camarada le lleva a proferir enormidades tales como: «El hecho de que la descomposición pudiera haber surgido sobre una base no económica debería bastar para poner en tela de juicio un análisis de este tipo. Aunque la decadencia surgió sobre una base inmediatamente económica -monopolios, capitalismo financiero, unificación capitalista del mundo, fuerzas productivas que habían llegado al límite de su progresismo histórico-, hicieron falta varias décadas para que la descomposición tomara una forma económica. Podemos ver aquí el método empirista e impresionista tan alejado del marxismo, siguiendo los acontecimientos en lugar de analizar los fundamentos económicos de las contradicciones del capitalismo moderno». Desde las «Tesis sobre la descomposición», ¡ningún texto de la CCI ha defendido algo semejante! En el número 61 de la Revista Internacional escribimos incluso: «la causa primera de la descomposición de este bloque [el bloque del Este] es su bancarrota económica y política total, bajo los golpes de la agravación inexorable de la crisis mundial del capitalismo». Pero Tibor ve una anomalía en nuestros recientes análisis de la «irrupción de los efectos de la descomposición en el plano económico». El filo dialéctico de las «Contra tesis» está claramente algo atrofiado, incapaces como son de concebir que la descomposición pueda surgir sobre la base de las contradicciones económicas del capitalismo mientras alimentan esas mismas contradicciones...
Esta distorsión de las posiciones de la CCI bajo el peso de su propia visión materialista vulgar se confirma en la confusión mantenida por las «Contra tesis» entre «fenómenos de descomposición» y «fase de descomposición», dos elementos relacionados, pero bastante distintos. La CCI no ha estado lo suficientemente cegada por su «dogmatismo esquemático» como para ignorar el hecho de que la Segunda Guerra Mundial ha engendrado, hasta la fecha, una destrucción a una escala inconmensurable con los conflictos del período de descomposición, ni que la corrupción ha gangrenado a la burguesía durante siglos, ¡ni que la gripe española e incluso la peste negra fueron más mortíferas que la pandemia de Covid-19! Tampoco hemos afirmado que «las características esenciales de la descomposición» surgieran con la fase de descomposición. Pero, al igual que el fenómeno del imperialismo existió al final del período de ascenso antes de convertirse en el modo de vida del capitalismo decadente, también hubo fenómenos de descomposición antes de la fase de descomposición.
Y como el proletariado todavía no ha abolido el capitalismo, los elementos de descomposición, cuya existencia Tibor reconoce al menos parcialmente, no han hecho más que acumularse y amplificarse en todos los niveles de la vida social: la economía, por una parte, pero también la vida política, la moral, la cultura, etc. Por otra parte, la descomposición del capitalismo es un proceso que viene de lejos. Este proceso no es un fenómeno propio de la fase de descomposición, como demostraron la locura irracional del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial y el frío cinismo de los Aliados para justificar la destrucción sistemática de Alemania y Japón cuando estos países ya estaban derrotados. Así lo describía la Izquierda Comunista en Francia en 1947: «La burguesía se enfrenta a su propia descomposición y a sus propias manifestaciones. Cada solución que intenta precipita el choque de las contradicciones, se conforma con el mal menor, revoca aquí y allá tapona una vía de agua, sabiendo todo el tiempo que la tromba de agua no hace más que ganar en fuerza». [vi] Lo que entendemos por «fase de descomposición» no es la súbita aparición de fenómenos de descomposición tras el hundimiento del bloque del Este, ni su mera acumulación, sino la entrada del capitalismo en una nueva y última fase de su decadencia, en la que la descomposición se ha convertido en un factor central de la marcha de la sociedad.
Nuestra comprensión de esta última fase de la vida del capitalismo se basa no tanto en la acumulación muy real de fenómenos como en un análisis histórico de la relación de fuerzas entre las dos clases fundamentales de la sociedad.[vii] En ningún momento el camarada Tibor plantea el problema de la ausencia de perspectiva, que está en el centro de nuestro análisis de la descomposición, como si fuera un aspecto en el mejor de los casos secundario, en el peor totalmente incoherente. Sin embargo, si en una sociedad de clases los individuos no son necesariamente conscientes de las condiciones que determinan su existencia, esto no significa que la sociedad pueda funcionar sin una perspectiva que la guíe. Desde este punto de vista, aunque la Segunda Guerra Mundial representó un apogeo de la barbarie, la burguesía y sus Estados, a través de la lógica de los bloques imperialistas, enmarcaron sin embargo la sociedad con puño de hierro, movilizando a la clase obrera en un enfrentamiento sangriento y en la perspectiva de la reconstrucción. Incluso en los años 1930, existía la perspectiva de una guerra mundial, por catastrófica que fuera, para movilizar a la sociedad. Sin embargo, desde el comienzo de la fase de descomposición, la barbarie no tiene nada de «organizada»: la indisciplina, la anarquía y el «cada uno para sí» dominan las relaciones internacionales, la vida política y el conjunto de la existencia social, y cada vez van a peor.
Fue este enfoque, y no uno fenomenológico (o «impresionista» como lo llama el camarada), el que permitió a la CCI identificar, a través de la ruptura del bloque del Este, el fin de la política de bloques que había estructurado hasta entonces las relaciones imperialistas, haciendo altamente improbable la marcha del capitalismo hacia un nuevo conflicto mundial. Este mismo enfoque nos permitió analizar cómo el hundimiento del estalinismo iba a asestar un enorme golpe a la conciencia de clase y a la perspectiva revolucionaria, sin que la clase hubiera sido derrotada. Es porque ninguna de las dos clases fundamentales está, por el momento, en condiciones de dar una respuesta decisiva a la crisis del capitalismo (guerra o revolución) por lo que los fenómenos de descomposición se han convertido en centrales en la evolución de la situación, y han adquirido una dinámica propia, retroalimentándose de forma creciente e incontrolable.
El marco de la descomposición se basa, para resumirlo en una fórmula, en un principio elemental de la dialéctica que las «Contra tesis» ignoran: «la transformación de la cantidad en calidad». Del mismo modo, frente a los callejones sin salida del economicismo estrecho, nuestro análisis tiene en cuenta el carácter determinante de los factores subjetivos como fuerza material que, lejos de ser un «análisis no dialéctico», constituye un planteamiento verdaderamente materialista. En su Anti-Dühring, Engels criticaba los argumentos que sólo veían la dimensión económica de la crisis del capitalismo, ignorando totalmente su dimensión política e histórica.
Tibor no deja de invocar la «dialéctica», pero ¿ha comprendido su significado y sus implicaciones? Nada es menos cierto.
¿Quién “desarma al proletariado”?
La crítica más virulenta de Tibor a nuestro análisis es que no sólo es erróneo sino también «peligroso», en el sentido de que desarma al proletariado. Y continúa: «Es interesante ver cómo la CCI subestima el peligro de una guerra mundial. Se presenta como algo que puede evitarse fácilmente mediante la acción proletaria». ¿Qué dice realmente la CCI? En la tesis 11, escribimos: «Revolución comunista o destrucción de la humanidad» [...] pasó a primer plano tras la Segunda Guerra Mundial con la aparición de las armas atómicas. Hoy, tras la desaparición del bloque del Este, esta aterradora perspectiva sigue siendo totalmente válida. Pero es importante precisar que tal destrucción de la humanidad puede provenir de la guerra imperialista generalizada o de la descomposición de la sociedad». En la Revista Internacional nº 61 (1990), escribíamos: «Aunque la guerra mundial no pueda constituir, hoy por hoy, y tal vez definitivamente, una amenaza para la vida de la humanidad, esta amenaza puede provenir, como hemos visto, de la descomposición de la sociedad. Y tanto más cuanto que si el desencadenamiento de la guerra mundial requiere la adhesión del proletariado a los ideales de la burguesía, fenómeno que no figura en absoluto en el orden del día actual de sus batallones decisivos, la descomposición no necesita tal adhesión para destruir a la humanidad». Los acontecimientos actuales confirman trágicamente este análisis, como señalábamos recientemente en una hoja volante sobre la guerra de Gaza: «El capitalismo es la guerra. Desde 1914, prácticamente nunca se ha detenido, afectando a una parte del mundo y luego a otra. El periodo histórico que nos espera verá esta dinámica mortífera extenderse y amplificarse, con una barbarie cada vez más insondable».
Podríamos multiplicar los ejemplos hasta el infinito, ya que cada una de nuestras publicaciones y cada una de nuestras reuniones públicas advierten con la mayor constancia del peligro mayor que representa la profundización del caos bélico que podría acabar aniquilando a la humanidad si el proletariado no derroca pronto al capitalismo. Tibor, en cambio, no percibe este peligro; sólo ve amenazas en una hipotética y lejana guerra mundial. Y cuando la CCI señala que una tercera guerra mundial podría resultar en el fin de la raza humana (debido a las armas nucleares, entre otras cosas), Tibor lo ve como un caldo de cultivo favorable para la revolución, porque eso es lo que ocurrió en 1917. Peor aún, con su visión del capitalismo «eterno», ¡incluso abre la puerta a la idea de que una nueva guerra mundial podría representar una «solución a la crisis» desencadenando un nuevo ciclo de acumulación! Nada cambia, nada evoluciona, ¡sólo hay que aplicar los esquemas del pasado!
Pero que la clase obrera sea incapaz de defender la perspectiva revolucionaria sin dejarse arrastrar a la guerra mundial le parece inconcebible al camarada. El pasaje de las «Contra tesis» sobre la lucha de clases en los años 70 y 80 es muy confuso,[viii] pero al menos parece reconocer que los primeros años 70 marcaron un desarrollo de la lucha, antes de un retroceso a partir de 1975. Al camarada no se le habrá escapado que, incluso durante lo que él llama este «paréntesis a escala histórica», la clase obrera nunca fue capaz de desarrollar su lucha revolucionaria. Y, sin embargo, durante este mismo periodo, la burguesía estadounidense se enfrentó a la negativa a verse arrastrada a la guerra de Vietnam, a manifestaciones pacifistas, a tropas totalmente desmotivadas, etc. La clase obrera nunca desarrolló su lucha revolucionaria. La clase obrera no se rebeló en su terreno de clase, pero la burguesía nunca fue capaz de movilizar plenamente a la sociedad para la guerra, hasta el punto de tener que retirar humillantemente sus tropas de Vietnam. La precipitada carrera hacia la guerra no se ha detenido desde entonces: la Guerra de las Galaxias, la guerra de la URSS en Afganistán, dos guerras en Irak, luego una nueva ocupación, esta vez por los EE.UU., de Afganistán, y así sucesivamente. Lejos de la autopista hacia la guerra que caracterizó la década de 1930, varias décadas de conflicto nunca han desembocado en un conflicto mundial. ¿Por qué? Las «contra tesis» no captan esta realidad ni el impacto muy concreto y materialista de la relación de fuerzas entre las clases y la cuestión de la perspectiva.
Tibor también quiere ver una supuesta subestimación del peligro de guerra en el hecho de que «el resto de la tesis se dedica a demostrar la imposibilidad de una reconstitución de los bloques». También en este caso el camarada es, cuando menos, aproximativo. La CCI nunca habló de la imposibilidad de bloques imperialistas en la fase de descomposición, ni de que el contexto histórico de su formación hubiera quedado atrás. Al contrario, hemos demostrado que las contra tendencias crecientes obstaculizan su reformación. En las «Tesis sobre la descomposición» escribimos que «la reconstitución de una estructura económica, política y militar que agrupe a estos diferentes Estados [en bloques imperialistas] presupone la existencia por su parte y en su seno de una disciplina que el fenómeno de la descomposición hará cada vez más problemática». Esto ha sido confirmado por la evolución de la situación mundial: más de tres décadas de alianzas inestables y de caos creciente han confirmado hasta ahora las afirmaciones «extremadamente perentorias» de la CCI. El camarada incluso está de acuerdo en que hoy no existen bloques constituidos.
Entonces, ¿por qué insinúa lo que la CCI no dice? Porque, aunque el «idealismo» y la «abstracción» le repugnan, el camarada especula sobre el futuro: la formación de nuevos bloques podría ocurrir, la guerra mundial podría estallar... ¡El método marxista no está hecho de las especulaciones de un técnico de laboratorio que prueba en un tubo de ensayo lo que es teóricamente posible y lo que no lo es! Los revolucionarios tienen la responsabilidad de dar una dirección política a su clase, y para ello basan sus análisis en la realidad actual y en la dinámica que contiene. La dinámica actual del «cada uno para sí» es más fuerte que nunca, ha adquirido una nueva calidad, digan lo que digan los partidarios del dogma religioso de la «invarianza». Y lo que nos indica esta dinámica es la creciente incapacidad de la burguesía para reconstituir un nuevo «orden» mundial en bloques imperialistas disciplinados. El divorcio histórico entre Estados Unidos y sus «aliados» que hemos presenciado desde que Donald Trump asumió el cargo es una ilustración espectacular de esto. Los conflictos actuales en Oriente Medio también son un testimonio asombroso de ello: enfrentamientos de un salvajismo sin precedentes se extienden por toda la región en una lógica de tierra quemada que, para todos los beligerantes, excluye cualquier esperanza de restablecer el orden regional. Así pues, la guerra adopta hoy la forma de una multiplicación de conflictos incontrolables y extremadamente caóticos, más que la de un conflicto «organizado» entre dos bloques rivales. Pero esto no invalida en absoluto la amenaza, ciertamente más difícil de discernir, que estos conflictos representan para la humanidad.
En las primeras páginas de El Manifiesto Comunista, Marx escribió: «Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna.». ¿Qué puede significar hoy «la destrucción de dos clases en lucha»? Nada más que el fin de la humanidad si el proletariado ya no fuera capaz de defender su alternativa revolucionaria. Sin la afirmación de tal perspectiva, la culminación del proceso de descomposición sólo podría conducir, a largo plazo, a una generalización de los conflictos y a la destrucción del tejido social, por no hablar de los riesgos tecnológicos y climáticos. Por eso el proletariado necesita un método marxista vivo y militante, y no su avatar esclerótico, no histórico e «invariante».
Si hemos titulado este artículo «¿Contra tesis" o "contrasentido" sobre la descomposición?» es porque la refutación del camarada Tibor del análisis de la CCI se basa fundamentalmente en contrasentidos:
- contrasentido de las palabras cuando considera que los términos descomposición y decadencia son sinónimos;
- contrasentido a lo que realmente afirma la CCI, como hemos mostrado con citas en apoyo;
- contrasentido sobre el método marxista.
El camarada reivindica el método dialéctico y saludamos esta preocupación. Aunque manifiesta una cierta visión materialista vulgar a la que se opuso Engels en su época, nos presenta un cierto número de elementos de la dialéctica con los que estamos totalmente de acuerdo. El problema es que, a la hora de pasar de la teoría a la práctica, olvida lo que escribió anteriormente. Subraya el carácter eminentemente dinámico de la vida del capitalismo, su cambio perpetuo, pero gran parte de su demostración se resume en la frase «no hay nada nuevo bajo el sol». Tiene en cuenta tanto la existencia de varias fases en la decadencia del capitalismo como el hecho de que empeora constantemente a todos los niveles, pero se niega a sacar conclusiones de ello. Para él, este agravamiento es sólo cuantitativo y no puede conducir a una nueva cualidad: la entrada de la decadencia del capitalismo en una fase «en la que la descomposición se convierte en un factor, si no en el factor decisivo, de la evolución de la sociedad».
Conocemos al camarada Tibor y su honestidad lo suficiente como para afirmar que estas interpretaciones erróneas no provienen de un deseo deliberado de falsificar nuestros análisis y el marxismo. Por eso le animamos, sin ánimo de ofenderle, a que cambie de gafas cuando lea nuestros documentos o los clásicos del marxismo.
EG, marzo de 2025
[i] «Tesis sobre la Descomposición: La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo.». Estas tesis fueron redactadas en mayo de 1990 y publicadas en la Revista Internacional n° 62 (luego reeditadas en la Revista n° 107). Invitamos a nuestros lectores a leer atentamente este texto para hacerse una idea clara y valorar mejor la validez de las críticas del camarada Tibor.
[ii] En el segundo párrafo de su texto, Tibor declara que nuestra teoría es «evidentemente errónea». Uno se pregunta por qué el camarada se siente obligado a reunir tantos argumentos para rechazar nuestra teoría «tras un examen científico». Si nuestro error es tan «visible», ¿por qué molestarse en demostrarlo? La Luna y el Sol son «visibles» en el cielo, y a nadie en su sano juicio se le ocurriría enzarzarse en largos discursos para demostrar la existencia de estos astros. Dicho esto, aplaudimos el deseo de Tibor de hacer aún más visible lo que ya lo es.
[iii] Toda la ciénaga de críticos de la CCI, empezando por los matones del GIGC, se han abalanzado sobre este texto como ranas al pie de las Sagradas Escrituras, encontrando en él material para denigrar una vez más a la CCI. Sin duda, este pequeño medio parasitario jurará con la mano en el corazón que sólo está interesado en aclarar y analizar la situación: el valor de sus piadosos deseos se juzgará por el mero hecho de haber aceptado estas «Contra tesis» sin la menor crítica o argumento adicional. Hemos visto planteamientos más serios, pero esta gente no está más cerca de atacar a la CCI. Sólo la revista Controverse presenta el texto de Tibor con una avalancha de tablas y gráficos. Volveremos sobre esto en un artículo posterior.
[iv] Kautsky, El origen del cristianismo (1908).
[v] Revista Internacional nº 170 (2023).
[vi] «Instabilité et décadence capitaliste», Internationalisme nº 23 (1947).
[vii] Recordamos al camarada que «la historia de todas las sociedades hasta nuestros días ha sido la historia de las luchas de clases», no de las fuerzas económicas cuyas marionetas son las clases sociales. Recomendamos la lectura del Manifiesto Comunista de Marx y Engels, obra de gran claridad sobre esta cuestión.
[viii] Hay algunas formulaciones discutibles, como: «La incapacidad de la clase obrera para romper radicalmente con el período de la contrarrevolución e imponer su alternativa, la revolución comunista, ha hecho que el capitalismo, para poner fin a la profunda crisis de los años 70, no necesite recurrir a la solución última, pero extremadamente costosa y arriesgada, de la guerra mundial». ¿Significa esto que la burguesía desencadenaría guerras mundiales para enfrentarse al proletariado revolucionario?