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Con motivo del 20 “aniversario” de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York, llamamos la atención de nuestros lectores sobre nuestro primer artículo de la Revista Internacional 107 “En Nueva York como por todas partes el capitalismo siembra la muerte”[1]. El artículo denuncia la masacre de miles de civiles, la mayoría de ellos proletarios, como un acto de guerra imperialista, pero al mismo tiempo denuncia las lágrimas hipócritas derramadas por la clase dominante. Como dice el artículo, el ataque a Nueva York “no es un ataque “contra la civilización”, sino, al contrario, la mismísima expresión de la ‘civilización’ burguesa”. La banda terrorista que participó en la destrucción de las Torres Gemelas son asesinos de poca monta cuando examinamos su acción a la luz del gigantesco número de muertos infligido al planeta por todos los estados legalmente reconocidos durante los últimos cien años, en dos guerras mundiales e innumerables conflictos locales y regionales desde 1945.
En este sentido, el 11-S estaba en continuidad con los bombardeos de Guernica, Coventry, Dresde, Hiroshima y Nagasaki en los años 30 y 40, y de Vietnam y Camboya en los 60 y 70. Pero también fue una clara señal de que el capitalismo decadente había entrado en una fase nueva y terminal, la verdadera "desintegración interna" que predijo la Internacional Comunista en 1919. La apertura de esta nueva fase estuvo marcada por el colapso del Bloque imperialista ruso en 1989 y la consiguiente fragmentación del Bloque estadounidense, y vería cómo el inevitable impulso del capitalismo hacia el conflicto imperialista adoptaba formas nuevas y caóticas. Esto quedó simbolizado, en particular, por el hecho de que (aunque estuviera menos claro en el momento de escribir el artículo) el atentado fue encabezado por Al Qaeda, una facción islamista que había sido ampliamente apoyada por Estados Unidos en sus esfuerzos por poner fin a la ocupación rusa de Afganistán, pero que ahora se había dado la vuelta para morder la mano que la alimentaba. El "Nuevo Orden Mundial" proclamado por George Bush padre tras la caída de la URSS demostró rápidamente ser un mundo de creciente desorden, en el que los antiguos aliados y subordinados de Estados Unidos, desde los Estados desarrollados de Europa hasta las potencias de segunda y tercera categoría como Irán y Turquía, e incluso los pequeños señores de la guerra como Bin Laden, estaban cada vez más decididos a seguir sus propios programas imperialistas.
El artículo muestra pues cómo Estados Unidos fue capaz de instrumentalizar los atentados, no sólo para azuzar el nacionalismo en casa -acompañado, como pronto se hizo evidente, de un brutal refuerzo de la vigilancia y la represión estatal, y plasmado en la "Ley Patriótica" aprobada el 26.10.01- sino también para lanzar su ataque contra Afganistán, cuyos primeros pasos ya se observaban en el momento de escribir aquel artículo (3.10.01). Afganistán, por supuesto, ha ocupado durante mucho tiempo un lugar estratégico en el tablero imperialista mundial, y Estados Unidos tenía razones específicas para querer derrocar al régimen Talibán que tenía estrechos vínculos con Al Qaeda. Pero el objetivo fundamental de la invasión estadounidense -seguida dos años más tarde por la invasión de Irak y el derrocamiento de Saddam Hussein- era avanzar hacia lo que los "neoconservadores" del gobierno de Bush hijo denominaban “Dominio de Espectro Completo”[2]. En otras palabras, garantizar que Estados Unidos siguiera siendo la única "superpotencia" poniendo fin al creciente caos en las relaciones imperialistas e impidiendo el ascenso de cualquier contendiente serio a nivel mundial. La "Guerra contra el Terrorismo" sería el pretexto ideológico de esta ofensiva.
20 años después podemos ver que el plan no salió demasiado bien[3]. Las últimas tropas estadounidenses han tenido que abandonar Afganistán y están en camino de salir de Irak. Los Talibanes han vuelto al poder[4]. Lejos de frenar la marea del caos imperialista, las invasiones estadounidenses se convirtieron en un factor de su aceleración. En Afganistán, la temprana victoria contra los Talibanes se volvió agria cuando los islamistas se reagruparon y, con la ayuda de otros estados imperialistas, se aseguraron de que Afganistán permaneciera en un estado permanente de guerra civil, caracterizado por las sangrientas atrocidades de ambos bandos. En Irak, el desmantelamiento del régimen de Saddam condujo tanto al surgimiento del ISIS como al refuerzo de las ambiciones iraníes en la región, alimentando las guerras aparentemente interminables en Siria y Yemen. Y a escala planetaria, el avance de la descomposición sembró el terreno para el regreso con fuerza del imperialismo ruso y, sobre todo, para el ascenso de China como principal rival imperialista de Estados Unidos. Las diferentes estrategias para "volver a hacer grande a Estados Unidos", desde los neoconservadores hasta Trump, han sido incapaces de revertir el inexorable declive del poderío estadounidense, y Biden, a pesar de afirmar que "Estados Unidos ha vuelto", ha tenido que presidir ahora la mayor humillación de Estados Unidos desde el propio 11-S.
Al analizar el modo en que Estados Unidos trató de "sacar provecho del crimen" del 11-S, nuestro artículo de entonces muestra las similitudes entre el 11-S y el bombardeo japonés de Pearl Harbour, que también fue utilizado por el Estado estadounidense para movilizar a la población, incluidos los sectores reticentes de la clase dominante, en aquel caso en favor de la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Cita pruebas bien documentadas de que el Estado estadounidense "permitió" que los militares japoneses lanzaran el ataque, y avanza provisionalmente la hipótesis de que el Estado estadounidense, hasta cierto punto, aplicó la misma política de "laissez faire" o “dejar hacer” en el preludio de la acción de Al Qaeda, aunque puede que no fuera plenamente consciente de la magnitud de la destrucción que supondría. Esta comparación se desarrolla más a fondo en el artículo publicado en la Revista Internacional 108 “Pearl Harbor 1941, 'Torres Gemelas' 2001: El maquiavelismo de la burguesía”[5] . Volveremos a esta cuestión en otro artículo, donde discutiremos la diferencia entre el reconocimiento marxista de la burguesía como la clase más maquiavélica de la historia – naturalmente desacreditada por la propia burguesía como una forma de "teoría de la conspiración" - y la actual plétora de "teorías de la conspiración" populistas que a menudo toman como dogma de fe la idea de que el 11-S fue un "trabajo desde dentro".
World Revolution, órgano de la Corriente Comunista Internacional en Gran Bretaña
[1]https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/222/en-nueva-york-como-por-todas-partes-el-capitalismo-siembra-la-muert
[2] El departamento de defensa de los EE. UU. lo define como “El efecto acumulativo del dominio en los terrenos aéreo, terrestre, marítimo y espacial y en el ámbito de la información, que incluye el ciberespacio, que permite la realización de operaciones conjuntas sin oposición efectiva ni interferencia prohibitiva”.
[3]En “plan” imperialista lo denunciamos en el artículo de la Revista Internacional nº 108 La guerra 'antiterrorista' siembra el terror y la barbarie https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/234/la-guerra-antiterrorista-siembra-el-terror-y-la-barbarie
[4] Ver Detrás del declive del imperialismo estadounidense, el declive del capitalismo mundial https://es.internationalism.org/content/4705/detras-del-declive-del-imperialismo-estadounidense-el-declive-del-capitalismo-mundial