Divergencias con la Resolución sobre la situación internacional en el 23º Congreso de la CCI

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Contribución del camarada Steinkopfler

En el 23º Congreso de la CCI, presenté una serie de enmiendas a la resolución sobre la situación internacional. Esta contribución se centrará en aquellas de mis enmiendas, rechazadas por el Congreso, que giran en torno a las dos divergencias centrales que tengo con la posición del Congreso: sobre las tensiones imperialistas, y sobre la relación global de fuerzas de clase entre proletariado y burguesía. Hay un hilo rojo que une estos desacuerdos y que gira en torno a la cuestión de la descomposición. Aunque toda la organización comparte el mismo análisis de la descomposición como fase terminal del capitalismo decadente, a la hora de aplicar este marco a la situación actual, salen a la luz diferencias de interpretación. En lo que todos estamos de acuerdo es en que esta fase terminal no sólo fue iniciada por, sino que tiene sus raíces más profundas en la incapacidad de cada una de las dos clases principales de la sociedad capitalista para aplicar sus soluciones opuestas a la crisis del capitalismo decadente: la guerra generalizada (la burguesía) o la revolución mundial (el proletariado). Pero, desde el punto de vista de la posición actual de la organización, parece haber una segunda causa y característica esencial de esta fase terminal, que es la tendencia del cada uno contra todos: entre estados, dentro de la clase dominante, dentro de la sociedad burguesa en general. Sobre esta base, en lo que concierne al imperialismo, la CCI tiende actualmente a subestimar la tendencia a la bipolaridad (y por lo tanto a la reconstitución eventual de los bloques imperialistas), y con ello el peligro creciente de enfrentamientos militares entre las grandes potencias mismas. Sobre esta misma base, la CCI tiende hoy, en lo que respecta a la relación de fuerzas de clase, a subestimar la gravedad de la actual pérdida de perspectiva revolucionaria del proletariado, lo que nos lleva a pensar que éste puede recuperar su identidad de clase y comenzar a reconquistar una perspectiva revolucionaria, esencialmente a través de las luchas obreras defensivas.

Por mi parte, aunque estoy de acuerdo en que el "cada uno contra todos" burgués es una característica muy importante de la descomposición (jugando un enorme papel en la inauguración de esta fase terminal con la desintegración del orden mundial imperialista posterior a la Segunda Guerra Mundial), no estoy de acuerdo en que sea una de sus principales causas fundamentales. Por el contrario, sigo convencido de que el estancamiento entre las dos clases principales a causa de su incapacidad para imponer su propia perspectiva de clase es la causa esencial, y no se excluyen. Para mí, la CCI se aleja de nuestra posición original sobre la descomposición al dar al "cada uno contra todos" una importancia causal similar a la de la ausencia de perspectiva. Tal como yo lo entiendo, la organización se está moviendo hacia la posición de que, con la descomposición, hay un nuevo factor que no existía en las fases anteriores del capitalismo decadente. Este factor es el predominio del cada uno contra todos, de las fuerzas centrífugas, mientras que, antes de la descomposición, la tendencia a la disciplina de bloque, las fuerzas centrípetas, tendían a imponerse. Para mí, por el contrario, no hay ninguna tendencia importante en la fase de descomposición que no existiera ya de antemano en el período de la decadencia. La novedad de la fase de descomposición consiste en que todas las contradicciones ya existentes se exacerban al máximo. Lo mismo ocurre con la tendencia del cada uno contra todos, que también se exacerba al máximo en la descomposición. Pero también se exacerba la tendencia a las guerras entre las principales potencias, así como todas las tensiones en torno a la creación de nuevos bloques, los intentos de Estados Unidos de acabar con los nuevos aspirantes, etc.

1. Las divergencias sobre el imperialismo

Por ello, he presentado la siguiente enmienda al punto 15 de la resolución, recordando la persistencia de la bipolaridad imperialista (el desarrollo de una rivalidad principal entre dos potencias principales), y los peligros que esto supone para el futuro de la humanidad:

"Durante el período de los bloques militares después de 1945, había dos tipos de guerra principalmente en la agenda:

- una eventual Tercera Guerra Mundial, que probablemente habría llevado a la aniquilación de la humanidad

-guerras locales indirectas más o menos bien controladas por los dos líderes del bloque.

En la actualidad, aunque la Tercera Guerra Mundial no está en la agenda, esto no significa que la tendencia a la bipolaridad de los antagonismos imperialistas haya desaparecido. El ascenso y la expansión de China, que podría llegar a desafiar a Estados Unidos, es en la actualidad la principal expresión de esta tendencia (por el momento todavía claramente secundaria) hacia la formación de nuevos bloques.

En cuanto al fenómeno de las guerras locales, por supuesto que han continuado sin interrupción en ausencia de bloques, pero tienen una tendencia mucho más fuerte a salirse de control, dado el número de potencias regionales y de grandes potencias involucradas, y el grado y la extensión de la destrucción y el caos que causan. En este contexto, existe un mayor peligro que en el pasado de que se utilicen bombas atómicas y otras armas de destrucción masiva, y que se produzcan enfrentamientos militares directos incluso entre las propias grandes potencias."

El rechazo de esta enmienda por parte del Congreso habla por sí mismo. Estamos dando la espalda a lo que probablemente sea el peligro más importante de guerra entre las grandes potencias en los próximos años: que Estados Unidos utilice su todavía existente superioridad militar contra China en un intento de frenar el ascenso de esta última. En otras palabras, el peligro actual no es el de una guerra mundial entre dos bloques imperialistas, sino el de aventuras militares destinadas a montar o impedir un desafío al statu quo imperialista existente, y que sería propenso a convertirse en una conflagración global incontrolable muy diferente de las dos guerras mundiales del siglo XX. La actual rivalidad sino- estadounidense se asemeja a la que existía en la época de la Primera Guerra Mundial entre el aspirante alemán y la potencia mundial existente, Gran Bretaña. Este último conflicto provocó el declive de ambos. Pero esto ocurría a escala europea, mientras que hoy ocurre a escala mundial, de modo que ya no hay ningún tercero (como Estados Unidos en las dos Guerras Mundiales) esperando a intervenir desde fuera para cosechar los beneficios. Hoy, el "no futuro" será muy probablemente para todos. Lejos de ser excluida por nuestra teoría de la descomposición, los conflictos contemporáneos entre las grandes potencias la confirman de forma llamativa.

En una respuesta en nuestro sitio web a una crítica de esta parte de la resolución del 23º Congreso por parte de un simpatizante de la CCI (Mark Hayes), después de afirmar que "el militarismo y la guerra imperialista siguen siendo características fundamentales de esta fase final de la decadencia", añadimos: "aunque los bloques imperialistas hayan desaparecido y probablemente no vayan a volver a formarse". "En la misma respuesta, argumentamos "La perspectiva es hacia las guerras locales y regionales, su extensión hacia los propios centros del capitalismo a través de la proliferación del terrorismo, junto con el creciente desastre ecológico, y la putrefacción general". Guerras regionales, proliferación del terrorismo, desastres ecológicos: ¡sí! Pero ¿por qué excluimos tan cuidadosamente de esta perspectiva el peligro de enfrentamientos militares entre las grandes potencias? ¿Y por qué afirmamos que probablemente no se vuelvan a formar bloques imperialistas? En realidad, lo que solemos olvidar es que el "cada uno contra todos" no es más que un polo de la contradicción, cuyo otro polo es la tendencia a la bipolaridad y a los bloques imperialistas.

La tendencia del cada uno contra todos, y la tendencia a la bipolaridad, existen permanente y simultáneamente en el capitalismo decadente. La tendencia general es que una se imponga sobre la otra, de modo que una es primordial y la otra secundaria. Pero ninguna de las dos desaparece nunca. Incluso en el punto álgido de la guerra fría (cuando el mundo estaba dividido en dos bloques que se mantuvieron estables durante décadas) la tendencia de cada uno contra todos nunca desapareció del todo (hubo enfrentamientos militares entre miembros del mismo bloque en ambos bandos). Incluso en el punto álgido de cada uno contra todos, y de la abrumadora superioridad de Estados Unidos (después de 1989) la tendencia a los bloques nunca desapareció del todo (la política de los Balcanes y de Europa del Este de Alemania después de su unificación). Además, el dominio de una tendencia puede pasar rápidamente a la otra, ya que no se excluyen mutuamente. Por ejemplo, el "todos contra todos" imperialista de los años 20 (mitigado sólo por el miedo a la revolución proletaria) se transformó en la constelación de bloques de la Segunda Guerra Mundial. La bipolaridad de la posguerra se transformó rápidamente en un cada uno contra todos sin precedentes en 1989. Todo esto no es nuevo. Es la posición que la CCI siempre ha defendido.

El principal obstáculo a la tendencia a la bipolaridad imperialista en el capitalismo decadente no es cada uno contra todos, sino la ausencia de un candidato lo suficientemente fuerte como para montar un desafío global a la potencia líder. Este fue el caso después de 1989. Por lo tanto, el refuerzo de la tendencia bipolar en los últimos años es sobre todo el resultado del ascenso de China.

A este nivel, tenemos un problema de asimilación de nuestra propia posición. Si pensamos que el cada uno contra todos es una de las principales causas de la descomposición, la propia idea de que el polo opuesto, el de la bipolaridad, está actualmente recuperando fuerza, y podría algún día incluso ganar la partida, aparece necesariamente como una puesta en cuestión de nuestra posición sobre la descomposición. Es cierto que, en torno a 1989, fue el desmoronamiento del bloque oriental (que hizo innecesaria su contraparte occidental) lo que inauguró la fase de descomposición, desencadenando la mayor explosión del "cada uno contra todos" de la historia moderna. Pero este "todos contra todos" fue el resultado, no la causa, de una evolución más profunda: el estancamiento entre las clases. En el centro de estos desarrollos estaba la pérdida de perspectiva, el "no futuro" imperante que caracteriza esta fase terminal. Más recientemente, la ola contemporánea de populismo político es otra manifestación de esta falta fundamental de perspectiva por parte de toda la clase dominante. Por eso he propuesto la siguiente enmienda al punto 4 de la resolución:

"El populismo contemporáneo es otro signo claro de una sociedad que se dirige hacia la guerra:

- el propio auge del populismo no es sino un producto de la creciente agresividad y de los impulsos de destrucción generados por la sociedad burguesa actual

- Sin embargo, como esta agresividad "espontánea" no es suficiente por sí misma para movilizar a la sociedad para la guerra, los movimientos populistas actuales son necesarios para este fin por la clase dominante.

En otras palabras, son a la vez un síntoma y un factor activo del impulso hacia la guerra".

Esta enmienda también fue rechazada por el congreso. En palabras de la comisión de la enmienda:

"No estamos en desacuerdo con el hecho de que el populismo forma parte de un clima de violencia creciente en la sociedad, pero creemos que hay una diferencia de concepción sobre la marcha hacia la guerra que no se corresponde con el planteamiento general de la resolución". Esto es muy cierto. La intención de la enmienda era modificar, incluso corregir, la resolución en este punto. (La comisión de la enmienda, por cierto, dio el mismo argumento para su rechazo de la enmienda al punto 15, véase más arriba). Quería no sólo hacer sonar la alarma en relación con el creciente peligro de guerra, sino también mostrar que la irracionalidad particular del populismo es sólo una parte de la irracionalidad de la clase burguesa en su conjunto. Esta irracionalidad es ya una característica importante del capitalismo decadente, mucho antes de la descomposición: la tendencia de partes crecientes de la clase dominante a actuar de manera perjudicial para sus propios intereses. Así, todas las principales potencias europeas salieron debilitadas de la Primera Guerra Mundial, y el desafío a todo el resto del mundo por parte de Alemania y Japón en la Segunda Guerra Mundial ya tenía algo de suicida. Pero esta tendencia no era todavía omnipresente. En particular, Estados Unidos se benefició tanto económica como militarmente de su participación en ambas guerras mundiales. E incluso podría argumentarse que, para el bloque occidental, la Guerra Fría resultó tener cierta racionalidad, ya que su política de contención militar y estrangulamiento económico contribuyó al colapso de su homólogo oriental sin necesidad de una guerra mundial. Por el contrario, en la fase de descomposición, es la propia primera potencia mundial, Estados Unidos, la que está a la vanguardia de la creación del caos, del desbocamiento, y es difícil ver cómo alguien podría beneficiarse de las guerras entre Estados Unidos y China. La irracionalidad y la "falta de futuro" son las dos caras de una misma moneda, una de las principales tendencias del capitalismo decadente. En este contexto, cuando algunas de las corrientes populistas de la Europa occidental continental abogan ahora por hacer preferentemente negocios en el futuro con Rusia o China, y están dispuestas a romper con sus enemigos "anglosajones" preferidos (Estados Unidos y Gran Bretaña), esto es claramente una expresión de "no futuro". Pero, al oponerse a ellos, la racionalidad de personas como Angela Merkel consiste en reconocer que, si la polarización entre Estados Unidos y China sigue acentuándose como en la actualidad, a Alemania no le quedaría más remedio que ponerse del lado de Estados Unidos, sabiendo que, en ningún caso, permitiría que Europa cayera bajo la dominación "asiática".

2. Las divergencias en la relación de las fuerzas de clase

Pasando a la parte de la resolución sobre la lucha de clases, se hace patente fundamentalmente la misma divergencia sobre la aplicación del concepto de descomposición. Una parte clave de la resolución es el punto 5, ya que trata de los problemas de la lucha de clases en los años 80, la década al final de la cual se inicia la fase de descomposición. Resumiendo, las lecciones de esta década, concluye lo siguiente:

"Pero peor aún, con esta estrategia de dividir a los trabajadores y fomentar el "cada uno a la suya", la burguesía y sus sindicatos pudieron presentar las derrotas de la clase obrera como victorias.

Los revolucionarios no deben subestimar el maquiavelismo de la burguesía en la evolución de la relación de fuerzas de clase. Este maquiavelismo sólo puede continuar con el agravamiento de los ataques a la clase explotada. El estancamiento de la lucha de clases, y luego su retroceso a finales de los años 80, fue el resultado de la capacidad de la clase dominante para volver contra la clase obrera ciertas manifestaciones de la descomposición de la sociedad burguesa, especialmente la tendencia al "cada uno por su lado".

El punto 5 tiene razón al subrayar la importancia del impacto negativo del "cada uno por su lado" en las luchas obreras de la época. También es correcto subrayar el maquiavelismo de la clase dominante al promover esta mentalidad. Sin embargo, lo que llama la atención es que el problema de la falta de perspectiva está ausente en este análisis de las dificultades de la lucha de clases. Lo cual es tanto más notable cuanto que los años 80 han pasado a la historia como la década del "no futuro". Es el mismo enfoque que ya hemos encontrado en relación con el imperialismo. Los acontecimientos se analizan sobre todo desde el punto de vista de cada uno contra todos, en detrimento del problema de la falta de perspectiva. Para corregirlo, propongo la siguiente enmienda, que se añadirá al final del punto:

"Sin embargo, estos enfrentamientos con los sindicatos no revirtieron en absoluto, ni siquiera detuvieron, la regresión a nivel de la perspectiva revolucionaria. Esto fue aún más el caso en la década de 1980 que en la de 1970. Las dos luchas obreras más importantes y masivas de la década (Polonia 1980, los mineros británicos) se tradujeron en un aumento del prestigio de los sindicatos implicados".

El Congreso rechazó esta enmienda. El argumento dado para ello por la Comisión de Enmiendas (CA) fue:

"La regresión en la perspectiva revolucionaria comenzó con la caída de los regímenes estalinistas en 1989. La Polonia de 1980 no tenía las mismas características que la lucha sectorial de los mineros en Gran Bretaña en 1984-5. En Polonia hubo una dinámica de huelga de masas, con la extensión geográfica del movimiento y la autoorganización en asambleas generales soberanas (MKS) en un país estalinista, antes de la fundación del sindicato Solidarnosc. Polonia 1980 fue el último movimiento de la segunda ola de luchas. Debido a la pérdida de adquisiciones, debemos releer nuestros análisis de la tercera ola de luchas".

Esto tiene al menos el mérito de ser claro: antes de 1989, no había regresión en la perspectiva revolucionaria. Pero ¿cómo se correlaciona con nuestro análisis de la descomposición? Según este análisis, fue la incapacidad de las dos clases principales de avanzar en sus propias soluciones lo que causó y condujo a la fase de descomposición. Si ésta comienza en 1989, lo que la causó ya debía existir de antemano: la ausencia de perspectiva, tanto de la burguesía como del proletariado. La Comisión de Enmiendas, pero también el punto 5 de la propia resolución, citan a Polonia como prueba de que no había retroceso en la perspectiva antes del 89. Pero, en todo caso, Polonia demuestra lo contrario. La primera ola de luchas de una nueva e invicta generación del proletariado, que comenzó en 1968 en Francia y en 1969 en Italia, produjo una nueva generación de minorías revolucionarias. La propia CCI es un producto de este proceso. Por el contrario, la ola de luchas de finales de los años 70, que culminó con la huelga de masas de 1980 en Polonia, no produjo nada parecido. Y lo que siguió, en los años 80, fue una crisis que afectó al conjunto del medio político proletario existente. Ninguna de las grandes luchas obreras de los años ochenta produjo un ímpetu político en el conjunto de la clase, ni un ímpetu revolucionario entre sus minorías revolucionarias, como el de la década anterior. Ignorando esto, la resolución presenta las cosas como si cada una por sí misma fuera la principal debilidad, cuidadosamente separada de la cuestión de la perspectiva. Este planteamiento del Congreso se subraya también en el rechazo de otra formulación de enmienda que hice, y que decía que "ya antes de los acontecimientos históricos mundiales de 1989, la lucha de clases estaba 'pisando fuerte' en el plano de la combatividad y retrocediendo en relación con la perspectiva revolucionaria". El argumento de la Comisión de Enmiendas. "Esta enmienda introduce la idea de que existía una continuidad entre las dificultades de la lucha de clases en los años 80 (pisar el terreno) y la ruptura provocada por el derrumbe del bloque del Este". Entonces, ¿no hay "continuidad"? Por supuesto que se puede argumentar así. Pero ¿tiene esto algo que ver con nuestro análisis de que el estancamiento entre las clases es la causa de la descomposición? 1989 fue efectivamente una ruptura, pero con una prehistoria de lucha de clases, así como de lucha imperialista. Aunque esta idea de "cada uno para sí mismo" como central en la descomposición, algo así como a la par de la ausencia de perspectiva, no es (¿o no lo es todavía?) la posición oficial de la organización, yo diría que está al menos implícita en la argumentación de esta resolución.

En el punto 6 de la resolución se abordan los acontecimientos en torno a 1989 y su relación con la lucha de clases:

"Cuando la tercera oleada de luchas comenzó a desgastarse a finales de los años 80, un acontecimiento importante de la situación internacional, el colapso espectacular del bloque del Este y de los regímenes estalinistas en 1989, asestó un golpe brutal a la dinámica de la lucha de clases, cambiando así la relación de fuerzas entre el proletariado y la burguesía en beneficio de esta última de manera importante. Este acontecimiento anunció a bombo y platillo la entrada del capitalismo en la fase final de su decadencia: la de la descomposición. Cuando el estalinismo se derrumbó, hizo un último servicio a la burguesía. Permitió a la clase dominante poner fin a la dinámica de la lucha de clases que, con avances y retrocesos, se había desarrollado durante dos décadas.

En efecto, en la medida en que no fue la lucha del proletariado, sino la putrefacción de la sociedad capitalista en la raíz lo que acabó con el estalinismo, la burguesía pudo explotar este acontecimiento para desencadenar una gigantesca campaña ideológica destinada a perpetuar la mayor mentira de la historia: la identificación del comunismo con el estalinismo. Al hacerlo, la clase dominante asestó un golpe extremadamente violento a la conciencia del proletariado. Las ensordecedoras campañas de la burguesía sobre la llamada "bancarrota del comunismo" han provocado un retroceso del proletariado en su marcha hacia su perspectiva histórica de derrocar al capitalismo. Fueron un gran golpe contra su identidad de clase".

Aquí, los dramáticos acontecimientos de 1989 parecen no tener nada que ver con la relación global de las fuerzas de clase. Esta suposición, sin embargo, está en contradicción, no sólo con nuestra teoría de la descomposición, sino también con nuestra teoría del curso histórico. Según la CCI, fue el bloque oriental, después de 1968, el que, debido a que se estaba quedando cada vez más rezagado en la mayoría de los demás niveles, necesitó buscar una resolución militar de la Guerra Fría. Atacando en Europa con medios de guerra "convencionales" (donde la correlación de fuerzas no le era tan desfavorable), el Pacto de Varsovia tendría que depositar sus esperanzas en su enemigo occidental (por miedo a la MAD - "Destrucción Mutua Asegurada") no atreviéndose a tomar represalias a nivel nuclear. Pero, durante los años 1979 y 80, el bloque oriental no pudo jugar esta carta, y una de las principales razones fue que no podía contar con la conformidad de su "propia" clase obrera. Sin embargo, esto sería esencial para una guerra a tal escala. A este nivel, la huelga masiva de 1980 en Polonia fue una reivindicación masiva de nuestro análisis. Las tropas soviéticas, movilizadas en ese momento cerca de la frontera en preparación de una invasión de Polonia, se amotinaron, los soldados se negaron a marchar contra sus hermanas y hermanos de clase en Polonia. Pero Polonia 1980 demostró no sólo que el proletariado era un obstáculo para la guerra mundial, sino también que era incapaz de ir más allá de este bloqueo de su oponente para avanzar en su propia alternativa revolucionaria. La clase obrera de Occidente habría tenido que saltar a la palestra. Pero en los años ochenta fue incapaz de hacerlo. El escenario estaba así preparado para el estancamiento que dio paso a la fase de descomposición al final de la década. La resolución tiene toda la razón al afirmar que el derrumbe del estalinismo en 1989, y el uso máximo que hizo de ello la propaganda burguesa, fue el principal golpe contra la combatividad, la identidad de clase, la conciencia de clase del proletariado. Lo que impugno es la afirmación de que esto no estaba preparado antes por el estancamiento entre las clases, y en particular por el debilitamiento de la presencia de la perspectiva del lado del proletariado. Aparentemente sin darse cuenta, la propia resolución admite la existencia de este vínculo entre 1989 y antes cuando escribe (punto 6) que la burguesía pudo explotar este acontecimiento "en la medida en que no fue la lucha del proletariado sino la putrefacción de la sociedad capitalista en sus pies lo que puso fin al estalinismo".

Las luchas obreras de finales de los 60 acabaron con la contrarrevolución, no sólo porque fueron masivas, espontáneas y a menudo autoorganizadas, sino también porque rompieron con el dominio ideológico de la Guerra Fría, según el cual había que estar del lado del "comunismo" (bloque oriental) o de la "democracia" (bloque occidental). Con el combate obrero de los años 60 apareció la idea de una lucha contra la clase dominante tanto del este como del oeste, del marxismo contra el estalinismo, de una revolución por medio de los consejos obreros que condujera al comunismo real. Esta primera politización (como señala la resolución) fue contrarrestada con éxito por la clase dominante durante los años 70. Ante la consiguiente despolitización, la esperanza en los años 80 era que las luchas económicas, en particular la confrontación con los sindicatos, pudieran convertirse en el crisol de una repolitización, quizás incluso a un nivel superior. Pero, aunque efectivamente hubo luchas masivas durante los años 80, aunque efectivamente hubo enfrentamientos con los sindicatos, e incluso con el sindicalismo de base radical, principalmente en occidente, pero también, por ejemplo, en Polonia contra el nuevo sindicato "libre", no lograron producir la esperada politización. Este fracaso ya es reconocido por nuestra teoría de la descomposición, ya que define la nueva fase como una fase sin perspectiva, y esta ausencia de perspectiva como la causa del estancamiento. La politización proletaria es siempre política en relación con un objetivo más allá del capitalismo. Debido a la centralidad de la idea de una especie de estancamiento entre las dos clases principales para nuestra teoría de la descomposición, las diferencias de evaluación de las luchas de los años 80 son de especial relevancia para la estimación de la lucha de clases hasta el día de hoy. Según la resolución, el combate proletario, a pesar de todos los problemas con los que se encontró, se desarrollaba básicamente de forma positiva hasta que, en 1989, fue detenido en seco por un acontecimiento histórico mundial fundamentalmente exterior a él. Dado que los efectos, incluso de los acontecimientos más abrumadores, se disipan con el tiempo, debemos confiar en la capacidad de la clase para reanudar su camino interrumpido por la misma vía. Este camino es el de su radicalización política a través de sus luchas económicas. Además, este proceso se verá acelerado por la profundización de la crisis económica, que a la vez obliga a los trabajadores a luchar y les hace perder sus ilusiones, abriendo los ojos a la realidad del capitalismo. Por ello, la resolución aboga por el modelo de los años 80 como camino a seguir. Refiriéndose a la huelga de masas de 1980, dice:

"Esta gigantesca lucha de la clase obrera en Polonia reveló que es en la lucha masiva contra los ataques económicos donde el proletariado puede tomar conciencia de su propia fuerza, afirmar su identidad de clase antagónica al capital y desarrollar su confianza en sí mismo".

La resolución piensa quizás en estas luchas económicas cuando concluye el punto 13 con una cita de nuestras Tesis sobre la Descomposición:

"Hoy, la perspectiva histórica sigue completamente abierta. A pesar del golpe que el derrumbe del bloque del Este ha asestado a la conciencia proletaria, la clase no ha sufrido ninguna derrota importante en el terreno de su lucha (...) Además, y este es el elemento que en última instancia determinará el resultado de la situación mundial, la inexorable agravación de la crisis capitalista constituye el estimulante esencial para la lucha de clases y el desarrollo de la conciencia, la condición previa para su capacidad de resistir el veneno que destila la podredumbre social. Porque si bien no hay base para la unificación de la clase en las luchas parciales contra los efectos de la descomposición, sin embargo, su lucha contra los efectos directos de la crisis constituye la base para el desarrollo de su fuerza y unidad de clase".

Perfectamente cierto. Pero la lucha proletaria contra los efectos de la crisis capitalista no sólo tiene una dimensión económica, sino también política y teórica. La dimensión económica es indispensable: una clase incapaz de defender sus intereses inmediatos nunca podría hacer una revolución. Pero las otras dos dimensiones no son menos indispensables. Esto es aún más cierto hoy, cuando el problema central es la falta de perspectiva. Ya en los años 80, la principal debilidad de la clase no estaba en el nivel de sus luchas económicas, sino en el nivel político y teórico. Sin un desarrollo cualitativo en estos dos niveles, las luchas económicas defensivas tendrán dificultades crecientes para mantenerse en un terreno proletario de solidaridad de clase. Esto es aún más cierto hoy en día, ya que hemos llegado a una etapa en la que la despolitización, que fue una característica importante ya en los años 80, está siendo sustituida por diferentes versiones de podrida politización tales como el populismo y el antipopulismo, la antiglobalización, las causas identitarias y las revueltas interclasistas. Sobre la base del avance de todas estas politizaciones pútridas en los últimos años, presenté en el congreso el siguiente análisis de la actual relación de fuerzas de clase:

"Sin embargo, estas primeras reacciones proletarias no lograron revertir el reflujo mundial de combatividad, identidad de clase y de conciencia de la clase desde 1989. Por el contrario, lo que estamos viviendo actualmente no es sólo la prolongación, sino incluso la profundización de este reflujo. En el plano de la identidad de clase, la modificación del discurso de la clase dominante es el indicio más claro de esta regresión. Después de años de propaganda sobre su supuesta desaparición en los antiguos núcleos capitalistas, hoy es la derecha populista la que ha "redescubierto" y "rehabilitado" a la clase obrera como el "verdadero corazón de la nación" (Trump)".

Y

"En el plano de la perspectiva revolucionaria, la forma en que incluso los representantes institucionales clásicos del orden dominante (como el Fondo Monetario Internacional) responsabilizan al capitalismo del cambio climático, de la destrucción del medio ambiente o del creciente abismo de ingresos entre ricos y pobres, muestra hasta qué punto la burguesía, como clase dominante, está, por el momento, sentada con seguridad y confianza en su silla de montar. Mientras el capitalismo sea considerado como parte de (la forma contemporánea, por así decirlo) la 'naturaleza humana', este discurso anticapitalista, lejos de ser una indicación de una maduración, es un signo de un mayor retroceso de la conciencia dentro de la clase".

El Congreso rechazó este análisis de la profundización del retroceso desde 1989. Tampoco compartió mi preocupación de recordar que las luchas defensivas, en sí mismas, son todo menos una garantía de que la causa proletaria está en el buen camino:

"Sin embargo, el grado en que la crisis económica puede ser el aliado de la revolución proletaria, y el estímulo de la identidad de clase, depende de una serie de factores, el más importante de los cuales es el contexto político. Durante los años 30, incluso las luchas defensivas más militantes, radicales y masivas (ocupaciones de fábricas en Polonia, protestas de los desempleados en Holanda, huelgas generales en Bélgica y Francia, huelgas salvajes en Gran Bretaña (incluso durante la guerra) y en Estados Unidos, e incluso un movimiento que adoptó una forma insurreccional (España) fueron incapaces de invertir la regresión de la conciencia dentro de la clase. En la fase actual, las derrotas parciales de la clase, incluso a nivel de su conciencia de clase, son todo menos excluyentes. A su vez, obstaculizarían el papel de la crisis como aliada de la lucha de la clase.

Pero a diferencia de los años 1920/30, tales derrotas no llevarían a la contrarrevolución, ya que no han sido precedidas por ninguna revolución. El proletariado aún podría recuperarse de tales derrotas, que tendrían mucho menos carácter definitivo". (Enmienda rechazada, final del punto 13)

Esta cuestión de si hay o no un mayor debilitamiento del proletariado en el nivel de la actual correlación de fuerzas de clase fue una de las dos principales divergencias en el Congreso respecto a la lucha de clases. La otra se refería a la maduración subterránea que, según la resolución, se está produciendo actualmente en el seno de la clase. Se trata de una maduración subterránea de la conciencia, aún no visible, el famoso "Viejo Topo" al que se refiere Marx. La divergencia en el Congreso no fue sobre la validez general de este concepto de Marx, que todos compartimos. Tampoco se trataba de si ese proceso puede tener lugar incluso cuando las luchas obreras están en retroceso - todos afirmamos que sí. La cuestión que se debatía era si tal proceso está teniendo lugar o no en este momento. El problema aquí es que la resolución es incapaz de dar ninguna prueba empírica en apoyo de esta afirmación. O bien su postulado es producto de una ilusión, o bien de una lógica puramente deductiva, según la cual, lo que debería estar ocurriendo -según nuestro análisis- puede suponerse que está ocurriendo. Las pruebas que se aportan son escasas: la existencia continuada de organizaciones revolucionarias, la existencia de contactos de estas organizaciones. Aunque el Viejo Topo se esconde, deja huellas de su laboriosidad en la superficie. Criticando la insuficiencia de las indicaciones dadas en la resolución, planteo:

"En este sentido, el desarrollo cualitativo de la conciencia de clase por parte de las minorías revolucionarias no nos da, en sí mismo, una indicación de lo que está sucediendo momentáneamente a nivel de maduración subterránea dentro de la clase en su conjunto - ya que esto puede tener lugar tanto durante una fase revolucionaria como contrarrevolucionaria, tanto durante las fases de desarrollo como de reflujo de la clase en su conjunto .Del mismo modo, la aparición de pequeñas minorías y de elementos jóvenes en busca de una perspectiva de clase y de posiciones comunistas de izquierda también es posible incluso durante las horas más oscuras de la contrarrevolución, ya que son, ante todo, la expresión de la naturaleza revolucionaria del proletariado (que nunca desaparece mientras la clase obrera siga existiendo).Sería diferente si empezara a aparecer toda una nueva generación de militantes revolucionarios. Pero aún es demasiado pronto para emitir un juicio sobre esta posibilidad". (Enmienda rechazada).

Y propuse los siguientes criterios:

"Por definición, no es fácil detectar una maduración subterránea fuera de los periodos de lucha abierta: difícil, pero no imposible. Hay dos indicadores de las actividades subterráneas del viejo topo a los que debemos prestar especial atención

a) la politización de sectores más amplios de los elementos de búsqueda de la clase como la que presenciamos en los años 60/70

b) el desarrollo de una cultura de la teoría y de una cultura del debate (como las que empezaron a expresarse incipientemente desde los anti-CPE hasta los Indignados) como manifestaciones fundamentales del proletariado como clase de conciencia y de asociación. Sobre la base de estos dos criterios, hay un alto grado de probabilidad de que actualmente estemos pasando por una fase de "regresión subterránea" (en la que el Viejo Topo ha hecho una pausa temporal), caracterizada por un renovado fortalecimiento de la sospecha de las organizaciones políticas, por la mayor atracción de la política pequeñoburguesa, y por un debilitamiento del esfuerzo teórico y de la cultura del debate".

Sin su objetivo más allá del capitalismo, el movimiento obrero no puede defender eficazmente sus intereses de clase. Tampoco pueden las luchas económicas en sí mismas -por indispensables que sean- bastar para recuperar la conciencia de clase revolucionaria (incluyendo su dimensión de identidad de clase). De hecho, en el cuarto de siglo que siguió a 1989, el factor individual más importante de la lucha de clases proletaria no fue el de las luchas de defensa económica, sino el trabajo teórico y analítico de las minorías revolucionarias, sobre todo en el desarrollo de una comprensión profunda de la situación histórica existente, y una rehabilitación profunda y convincente de la reputación del comunismo. Esto puede parecer una evaluación extraña, dado que las minorías revolucionarias son un mero puñado de militantes, en comparación con los varios miles de millones que componen el proletariado mundial en su conjunto. Sin embargo, a lo largo de la historia, minúsculas minorías han desarrollado regularmente, sin participación de las masas, ideas capaces de revolucionar el mundo, capaces de "conquistar a las masas". Una de las principales debilidades del proletariado en las dos décadas posteriores a 1989 fue, de hecho, el fracaso de sus minorías en la realización de esta labor. Los grupos históricos de la izquierda comunista tienen una responsabilidad particular en este fracaso. El resultado fue que, cuando empezó a aparecer una nueva generación de proletarios politizados (como los Indignados en España o los diferentes movimientos "Occupy" a raíz de las crisis "financiera" y del "Euro" después de 2008), el medio político proletario existente fue incapaz de armarlos suficientemente con las armas políticas y teóricas que habrían necesitado para orientarse y sentirse inspirados para afrontar la tarea de inaugurar el principio del fin del reflujo proletario.

Steinklopfer, 24/05/2020

 

Respuesta al camarada Steinkopfler sobre las Resoluciones de Situación Internacional del 23º Congreso de la CCI

Los textos de discusión que publicamos aquí son el producto de un debate interno en la CCI sobre el significado y la dirección de la fase histórica en la vida del capitalismo decadente que se abrió definitivamente con el colapso del bloque imperialista ruso en 1989: la fase de descomposición, la fase terminal de la decadencia capitalista. Una de las ideas clave del texto de orientación que publicamos en 1990, las Tesis sobre la descomposición[1], es que la historia nunca se detiene: al igual que el periodo de decadencia capitalista tiene su propia historia, la fase de descomposición también la tiene, y es esencial para los revolucionarios analizar los cambios o desarrollos más importantes que se producen en ella. Esta es la motivación del texto del camarada Steinklopfer, cuyo punto de partida es el reconocimiento -en la actualidad único para la CCI- de que efectivamente estamos viviendo la fase de descomposición, y que sus raíces se encuentran en un estancamiento social entre las dos grandes clases de la sociedad, la burguesía y el proletariado, ninguna de las cuales, ante una crisis económica ya permanente, ha sido capaz de imponer su perspectiva en la sociedad: para la burguesía, la guerra imperialista mundial, para el proletariado, la revolución comunista mundial. Pero en el curso del debate sobre la descomposición, que abarca la evolución de las rivalidades imperialistas y la relación de fuerzas entre las clases, han aparecido divergencias que, a nuestro juicio, han madurado hasta el punto de poder publicarse en el exterior. En nuestra opinión, la posición actual del camarada Steinklopfer tiende a debilitar nuestra comprensión del significado de la descomposición, pero esto es algo que tendremos que demostrar mediante una confrontación abierta de ideas.

La contribución del camarada comienza argumentando que -implícitamente al menos, como dice más adelante- la CCI está revisando su posición sobre las causas de la descomposición; que junto con el estancamiento social, una causa fundamental de la descomposición es también la tendencia creciente del sálvese quien pueda: "desde el punto de vista de la posición actual de la organización, parece haber una segunda causa esencial y característica de esta fase terminal, que es la tendencia de cada uno contra todos: entre los Estados, dentro de la clase dominante, dentro de la sociedad burguesa en general".

La consecuencia de añadir esta segunda causa se resume a continuación "Sobre esta base, en lo que concierne al imperialismo, la CCI tiende actualmente a subestimar la tendencia a la bipolaridad (y por tanto a la reconstitución eventual de los bloques imperialistas), y con ello el peligro creciente de enfrentamientos militares entre las grandes potencias mismas. Sobre esta misma base, la CCI tiende hoy, en lo que se refiere a la relación de fuerzas de clase, a subestimar la gravedad de la actual pérdida de perspectiva revolucionaria del proletariado, lo que lleva a pensar que éste puede recuperar su identidad de clase y comenzar a reconquistar una perspectiva revolucionaria esencialmente a través de las luchas obreras defensivas".

El camarada Steinklopfer también parece pensar que es el único que considera que "no hay ninguna tendencia importante en la fase de descomposición que no existiera ya de antemano en el período de decadencia. La novedad de la fase de descomposición consiste en que todas las contradicciones ya existentes se exacerban al máximo".

Antes de responder a la crítica del camarada sobre nuestra posición respecto a los conflictos imperialistas y el estado de la lucha de clases, creemos que es necesario decir que ninguna de sus descripciones de la comprensión general de la organización sobre la descomposición es exacta.

Las Tesis sobre la Descomposición ya presentan esta fase como "la conclusión, la síntesis de todas las contradicciones y expresiones sucesivas de la decadencia capitalista": podemos añadir que también es la "conclusión" de algunos rasgos clave de la existencia del capitalismo desde el principio, como la tendencia a la atomización social que Engels, por ejemplo, señaló en sus Condiciones de la clase obrera inglesa en 1844.

Ya en 1919, la Internacional Comunista, en su Primer Congreso, señaló que.

"La cultura humana ha sido destruida y la humanidad está amenazada de aniquilación total. Sólo hay una fuerza capaz de salvar a la humanidad y es el proletariado. El viejo "orden" capitalista ha dejado de funcionar; su existencia futura está fuera de toda duda. El resultado final del modo de producción capitalista es el caos. Este caos sólo puede ser superado por la clase productiva y más numerosa: la clase obrera"[2].

Y, de hecho, este juicio estaba totalmente justificado cuando consideramos el estado de los países centrales del capitalismo tras la Primera Guerra Mundial: millones de cadáveres, millones de refugiados, colapso económico y hambre, y una pandemia mortal. Una pesadilla similar persiguió a Europa y a gran parte del mundo inmediatamente después de la segunda guerra imperialista. Pero si observamos la situación del capitalismo durante la mayor parte del período comprendido entre 1914 y 1989, podemos ver que la tendencia al caos total fue en gran medida frenada (incluso, como también reconoce el camarada Steinkopfler, nunca desaparece del todo) por la capacidad de la clase dominante de imponer sus soluciones y perspectivas a la sociedad: el impulso hacia la guerra en los años 30, el reparto del planeta después de 1945 y la formación de bloques, un largo período de recuperación económica. Con la prolongada crisis económica de finales de los años 60 y el creciente estancamiento entre las clases, la tendencia a la fragmentación y al caos a todos los niveles se desata hasta adquirir una nueva calidad. Contrariamente a lo que afirma el camarada Steinklopfer, no concluimos de ello que se haya convertido retrospectivamente en una "causa" de la descomposición, pero ciertamente se convierte en un factor activo de su aceleración. Esta comprensión del cambio cualitativo que opera en la fase de descomposición creemos que falta en el texto del camarada Steinkopfler.

También queremos dejar claro que, al igual que los signos de decadencia se hacían cada vez más evidentes antes de la Primera Guerra Mundial (capitalismo de Estado, corrupción de los sindicatos, carrera armamentista entre las grandes potencias...), la CCI constató los signos de descomposición antes de 1989: la victoria de los muláhs en Irán, los atentados terroristas de París de 1986, la guerra del Líbano y las dificultades de la lucha de clases, de las que se hablará más adelante. Así pues, el colapso del bloque del Este no fue en absoluto un rayo salido de la nada, sino el producto de una larga evolución previa.

La divergencia sobre los antagonismos imperialistas

En cuanto a las diferencias concretas a nivel de los antagonismos imperialistas, ciertamente llegamos tarde a comprender la importancia del ascenso de China, pero en los últimos años hemos integrado claramente este factor en nuestro análisis tanto de las rivalidades imperialistas globales como de la evolución de la crisis económica mundial. No rechazamos la idea de que, incluso en un mundo dominado por el sálvese quien pueda a nivel imperialista, podemos ver una clara tendencia a la "bipolarización", es decir, a que las rivalidades entre los dos Estados más poderosos se conviertan en un factor importante de la situación mundial. De hecho, ésta ha sido siempre nuestra posición, como se desprende del texto de orientación sobre "Militarismo y descomposición", redactado al comienzo de la nueva etapa, donde afirmábamos que "la presente situación implica, bajo la presión de la crisis y de las tensiones militares, una tendencia a la reconstitución de dos nuevos bloques imperialistas"[3]. A continuación, evaluamos la posibilidad de que otras potencias (Alemania, Rusia, Japón...) plantearan un desafío a los Estados Unidos y se convirtieran en candidatos al papel de nuevo líder del bloque. En nuestra opinión, en ese momento, ninguno de estos contendientes tenía las "calificaciones" necesarias para desempeñar este papel, y concluimos que era muy probable que nunca se reconstituyeran nuevos bloques imperialistas, aunque insistimos en que esto no significaba en absoluto una atenuación de los conflictos imperialistas. Por el contrario, estos conflictos tomarían la forma de una carrera de todos contra todos cada vez más caótica, en muchos sentidos una amenaza más peligrosa para la humanidad que el período anterior, en el que los conflictos nacionales o regionales estaban hasta cierto punto controlados por la disciplina de los bloques. Creemos que este pronóstico se ha confirmado en gran medida, como podemos ver de forma más evidente en los actuales conflictos multilaterales en Siria y Libia.

Por supuesto, en esta fase, como hemos dicho, subestimamos la posibilidad de que China se convierta en una gran potencia mundial y en un serio competidor de Estados Unidos. Pero el ascenso de China es en sí mismo un producto de la fase de descomposición[4] y, si bien proporciona una prueba definitiva de la tendencia a la bipolarización, hay una gran diferencia entre el desarrollo de esta tendencia y un proceso concreto que conduzca a la formación de nuevos bloques. Si observamos los dos polos principales, las actitudes cada vez más agresivas de ambos tienden a socavar este proceso en lugar de reforzarlo. China es objeto de una profunda desconfianza por parte de todos sus vecinos, sobre todo de Rusia, que a menudo se alinea con China en asuntos de interés inmediato (como la guerra de Siria), pero a la que le aterra quedar subordinada a China como consecuencia de la fuerza económica de esta última, y es uno de los más feroces opositores a la iniciativa de Pekín de la "Ruta de la Seda". Mientras tanto, Estados Unidos se ha dedicado a desmantelar casi todas las estructuras de bloques que había utilizado anteriormente para preservar su "Nuevo Orden Mundial" y resistir así el deslizamiento hacia el "sálvese quien pueda" en las relaciones internacionales. Trata cada vez más a sus aliados de la OTAN como enemigos, y en general -como afirma con firmeza el propio camarada Steinklopfer- se ha convertido en uno de los principales factores que agravan el carácter caótico de las relaciones imperialistas actuales.

En esta situación, el peligro de guerra refleja este proceso de fragmentación. Ciertamente, no podemos descartar la posibilidad de enfrentamientos militares entre Estados Unidos y China, pero tampoco podemos descartar brotes cada vez más irracionales tirando de India contra Pakistán, de Israel contra Irán, de Irán contra Arabia Saudí, etc. Pero este es precisamente el sentido, y la terrible amenaza, del sálvese quien pueda como factor que agrava la descomposición y pone en peligro el propio futuro de la humanidad. Seguimos pensando que esta tendencia no sólo está muy por delante de la tendencia a la formación de nuevos bloques, sino que entra en conflicto directo con ella.

La divergencia sobre la lucha de clases

Como hemos visto, el camarada Steinklopfer sugiere que la resolución sobre la relación de fuerzas del 23º Congreso ya no se ocupa del problema de la perspectiva revolucionaria, y que este factor ha desaparecido de nuestra comprensión de las causas (y consecuencias) de la descomposición. De hecho, la cuestión de la politización de la lucha de clases y de los esfuerzos de la burguesía por impedir su desarrollo está en el centro de la resolución. El tono se establece en el punto uno de la resolución, que habla de la reactivación de la lucha de clases a finales de los años 60 y de la reaparición de una nueva generación de revolucionarios: : "Frente a una dinámica de politización de las luchas obreras, la burguesía (que había sido sorprendida por el movimiento de mayo de 1968) desarrolló inmediatamente una contraofensiva a gran escala y a largo plazo para impedir que la clase obrera diera su propia respuesta a la crisis histórica de la economía capitalista: la revolución proletaria". En otras palabras: para la clase obrera la politización significa esencialmente plantear la cuestión de la revolución: es exactamente la misma cuestión que la de la "perspectiva revolucionaria". Y la resolución continúa mostrando cómo, frente a las oleadas de lucha de clases en el período entre 1968 y 1989, la clase dominante utilizó todos sus recursos y mistificaciones para impedir que la clase obrera desarrollara esta perspectiva.

En cuanto a la cuestión de las luchas en Polonia, que desempeñan un papel central en el argumento del camarada Steinklopfer: no hay desacuerdo entre nosotros en que Polonia 1980 fue un momento clave en la evolución de la relación de fuerzas de clase en el período abierto por los acontecimientos de mayo de 1968 en Francia. El camarada tiene razón al decir que, a diferencia de mayo del 68 y de la subsiguiente ola internacional de movimientos de clase cuyo epicentro estaba en Europa occidental, las luchas en Polonia no dieron lugar a toda una nueva generación de elementos politizados, algunos de los cuales (a partir del 68) encontraron su camino hacia las posiciones de la izquierda comunista. Sin embargo, planteó un profundo desafío a la clase obrera mundial: la cuestión de la huelga de masas, de la organización autónoma y de la unificación de los trabajadores como poder en la sociedad. Los obreros polacos se elevaron a este nivel, aunque no pudieron resistir los cantos de sirena del sindicalismo y de la democracia en el plano político. La cuestión, como dijimos en su momento, parafraseando a Luxemburgo sobre la revolución rusa, se planteaba en Polonia, pero sólo podía ser resuelta a nivel internacional, y sobre todo por los batallones políticamente más avanzados de la clase en Europa occidental. ¿Recogerían los trabajadores de Occidente el guante y desarrollarían tanto la autoorganización como la unificación en el contexto de ofrecer la perspectiva de una nueva sociedad? La CCI aportó varios textos a principios de los años 80 para evaluar este potencial[5].

Más concretamente, ¿podría la nueva ola de luchas iniciada en Bélgica en 1983 recoger el guante? Aunque la CCI observó muchos avances importantes en esta oleada de luchas (las tendencias a la autoorganización y la confrontación con el sindicalismo de base en Francia e Italia, por ejemplo), este paso vital de politización no se dio, y la tercera oleada empezó a tener dificultades. En el 8º congreso de la CCI, en 1989, hubo un animado debate entre los camaradas que consideraban que la tercera ola avanzaba inexorablemente, y lo que entonces era una minoría que subrayaba que la clase obrera ya sufría el impacto de la descomposición en términos de atomización, pérdida de identidad de clase, la ideología del sálvese quien pueda en forma de corporativismo, etc., todo ello resultado de la incapacidad de la clase para desarrollar una perspectiva para el futuro de la sociedad. Por lo tanto -y aquí debemos discrepar de una formulación de la Comisión de Enmiendas a la resolución de la lucha de clases del 23º congreso, a la que el camarada Steinklopfer hace referencia en su texto- existe efectivamente una continuidad entre las dificultades de la clase en los años 80 (la influencia de la descomposición) y el retroceso del periodo posterior al 89 (donde vimos una enorme regresión tanto a nivel de conciencia como de combatividad). Pero, en nuestra opinión, también aquí el camarada Steinklopfer subestima el cambio cualitativo provocado por los acontecimientos de 1989, que tuvieron la apariencia de descender sobre la clase obrera desde el cielo, aunque en realidad llevaban mucho tiempo fermentando dentro de la sociedad burguesa. Provocaron un retroceso de la conciencia de clase y de la combatividad que sería mucho más profundo y duradero de lo que sospechábamos, incluso si fuimos capaces de predecirlo inmediatamente después del colapso[6].

Populismo y movilización bélica

Por lo tanto, no hay desacuerdo sobre el hecho de que la clase obrera ha atravesado en las últimas décadas un largo proceso de desorganización, caracterizado por la pérdida de identidad de clase y de su perspectiva de futuro. También estamos de acuerdo en que ciertos movimientos que se produjeron durante este periodo de retroceso generalizado apuntaban a la posibilidad de una reactivación de la lucha, tanto a nivel de combatividad, como de conciencia sobre el impasse del capitalismo: como dice el compañero Steinklopfer, en estos movimientos vimos "el desarrollo de una cultura de la teoría y una cultura del debate (como empezaron a expresarse incipientemente desde los anti-CPE hasta los Indignados) como manifestaciones fundamentales del proletariado como clase de conciencia y de asociación".

Sin embargo, discrepamos fuertemente de dos de las conclusiones del camarada sobre las dificultades actuales de la clase:

  • Que el auge del populismo es la expresión de una sociedad que se prepara para la guerra
  • Que ahora estamos asistiendo no a una maduración subterránea de la conciencia sino a una verdadera "regresión subterránea".

En primer lugar, no creemos que el populismo sea el producto o la expresión de un claro rumbo hacia la guerra por parte de la clase dominante de los principales países capitalistas. Ciertamente es un producto del nacionalismo y el militarismo agravados, de esa violencia y racismo nihilistas que rezuman de la descomposición de este sistema. En este sentido, por supuesto, tiene muchas similitudes con el fascismo de los años treinta. Pero el fascismo fue el producto de una contrarrevolución real, de una derrota histórica sufrida por la clase obrera, y expresó directamente la capacidad de la clase dominante de movilizar al proletariado para una nueva guerra imperialista mundial. El populismo, en cambio, es el resultado del estancamiento entre las clases, que implica una falta de perspectiva no sólo por parte de la clase obrera, sino también de la propia burguesía. Expresa una creciente pérdida de control por parte de la burguesía de su aparato político, una creciente fragmentación tanto dentro de cada Estado-nación como a nivel de las relaciones internacionales. Si el auge del populismo significara realmente que la burguesía ha recuperado la posibilidad de hacer marchar a la clase obrera a la guerra, tendríamos que concluir que el concepto de descomposición tal como lo hemos definido hasta ahora ya no es válido. Implicaría que la burguesía tiene ahora una "perspectiva" que ofrecer a la sociedad, aunque sea una perspectiva totalmente irracional y suicida.

La enmienda del camarada Steinklopfer sostiene que "el populismo contemporáneo es otro signo claro de una sociedad que se dirige hacia la guerra:

- el propio auge del populismo no es sino un producto de la creciente agresividad y de los impulsos de destrucción generados por la sociedad burguesa actual

- Sin embargo, como esta agresividad "espontánea" no es suficiente por sí misma para movilizar a la sociedad para la guerra, los movimientos populistas actuales son necesarios para este fin por la clase dominante.

En otras palabras, son a la vez un síntoma y un factor activo del impulso hacia la guerra".

En otras palabras, fenómenos como el Brexit en el Reino Unido o el trumpismo en los Estados Unidos no son, en primer lugar, el resultado de la pérdida de control de la burguesía sobre su aparato político (y cada vez más, económico), una expresión concentrada del cortoplacismo y la fragmentación de la clase dominante. Al contrario: las facciones populistas son los mejores representantes de una burguesía que realmente se está uniendo detrás de la movilización para la guerra.

Dada su visión del curso de los acontecimientos, no es de extrañar que el camarada Steinkopfler diagnostique erróneamente una orientación de la burguesía hacia la guerra o destaque contradictoriamente las expresiones de carácter proletario en 2006 y 2011, que son signos de una maduración de la conciencia y que atestiguan, por el contrario, que la burguesía no tiene todas las cartas a su favor para llevar a la clase obrera a la guerra.

Ciertamente, como nos recuerda el camarada, siempre hemos sostenido que la conciencia proletaria puede desarrollarse en profundidad -en gran parte, pero no totalmente, como resultado del trabajo de las organizaciones revolucionarias- incluso en un período de contrarrevolución en el que su alcance está severamente limitado, como vimos con el trabajo de las fracciones italiana y francesa de la izquierda comunista en los años 30 y 40. Pero si continúa incluso en tales períodos, ¿qué significado tiene el término "regresión subterránea"? ¿No implicaría que la situación actual es aún peor que la de los años 30? No está claro en el texto del camarada cuánto tiempo ha durado este proceso de regresión subterránea: si vimos un desarrollo general de la conciencia entre la generación joven en 2006 y 2011, sería lógico argumentar que estos movimientos habían sido precedidos por un proceso "subterráneo" de maduración. En cualquier caso, estamos de acuerdo en que a nivel de luchas abiertas y de extensión de la conciencia de clase, estos avances fueron, como prácticamente todos los movimientos ascendentes de la clase, seguidos de una fase de retroceso y regresión: por ejemplo, unos años después del movimiento de los Indignados, que había sido especialmente fuerte en Barcelona, algunos de los mismos jóvenes que en 2011 habían participado en asambleas y manifestaciones que habían planteado consignas claramente internacionalistas, caían ahora en el callejón sin salida absoluto del nacionalismo catalán[7].

Pero esto no demuestra que el propio Viejo Topo haya decidido tomarse un descanso, ni en 2012 ni antes. El período 2006-2011 fue acompañado por la aparición de una minoría politizada que parecía prometedora, pero que en gran medida naufragó en los pantanos del anarquismo y el modernismo, por lo que su contribución neta al desarrollo real del medio revolucionario fue extremadamente limitada. Las minorías en búsqueda que se han ido desarrollando en los últimos años, a pesar de su juventud e inexperiencia, parecen partir de un nivel más alto que las que encontramos una década antes: son, en particular, más conscientes de la naturaleza terminal del sistema capitalista y de la necesidad de renovarse con la tradición de la izquierda comunista. En nuestra opinión, estos avances son precisamente el producto de una maduración subterránea.

Según el camarada Steinklopfer, el hecho de que los recientes movimientos que se sitúan ya en el terreno de la "reforma" de la sociedad burguesa, como las manifestaciones en torno a la cuestión climática, pretendan a menudo situar el problema a nivel del sistema, de la propia sociedad capitalista, no expresa más que la confianza de la clase dominante, que puede permitirse soplar aire caliente sobre la necesidad de ir más allá del capitalismo precisamente porque no teme en absoluto que la clase obrera se tome en serio ese discurso. Pero no es menos plausible que esta discursividad anticapitalista sea un anticuerpo típico de la sociedad burguesa, que tiene una profunda necesidad de desbaratar cualquier cuestionamiento incipiente de sus bases fundamentales. En otras palabras: a medida que la naturaleza apocalíptica de este sistema se hace más y más evidente, se hace cada vez más necesario que la ideología burguesa impida una auténtica comprensión de sus raíces y de la alternativa real.

Al final del texto del camarada Steinklopfer, es difícil ver de dónde vendrá el renacimiento de la identidad de clase y la perspectiva revolucionaria y nos queda la impresión de que ha caído en un profundo pesimismo. El compañero no se equivoca al señalar que las luchas económicas, la resistencia inmediata a los ataques contra el nivel de vida, no son suficientes en sí mismas para generar una clara conciencia revolucionaria, sin embargo siguen siendo absolutamente vitales para que la clase obrera recupere el sentido de sí misma como fuerza social diferenciada, sobre todo en un periodo en el que el creciente malestar con el estado de la sociedad capitalista está siendo empujado hacia un sinfín de movilizaciones interclasistas y abiertamente burguesas. En los años 30, en medio de toda la algarabía sobre las conquistas revolucionarias de los trabajadores españoles, los compañeros de Bilan se quedaron casi solos al afirmar que en tales condiciones la más pequeña huelga en torno a reivindicaciones económicas (¡sobre todo en las industrias de guerra controladas por la CNT!) sería un primer paso para que la clase obrera encontrara el camino de vuelta a su propio terreno. Las recientes huelgas en torno a la cuestión de las pensiones en Francia, y en varios países en torno a la salud y la seguridad en el trabajo al comienzo de la pandemia de Covid, fueron mucho menos "noticiables" que los viernes por el clima de las marchas de Black Lives Matter, pero contribuyen realmente a una futura recuperación de la identidad de clase, mientras que estas últimas sólo pueden obstaculizarla.

Estamos de acuerdo con el camarada Steinklopfer, por supuesto, en que la recuperación de la identidad de clase y el desarrollo de una conciencia revolucionaria son inseparables: para que la clase obrera entienda realmente lo que es, debe entender también lo que debe ser históricamente, como decía Marx: la portadora de una nueva sociedad. Y también estamos de acuerdo en que las organizaciones de la izquierda comunista tienen un papel indispensable en este proceso dinámico. El camarada nos deja un juicio muy severo sobre el papel real que han jugado estas organizaciones en la última década y más:

"En el curso de la historia, minúsculas minorías han desarrollado regularmente, sin ninguna participación de las masas, ideas capaces de revolucionar el mundo, capaces de "conquistar a las masas". Una de las principales debilidades del proletariado en las dos décadas posteriores a 1989 fue, de hecho, el fracaso de sus minorías en la realización de esta labor. Los grupos históricos de la izquierda comunista tienen una responsabilidad especial en este fracaso. El resultado fue que, cuando empezó a aparecer una nueva generación de proletarios politizados (como los Indignados en España o los diferentes movimientos de "ocuppys," a raíz de las crisis "financiera" y del "euro" después de 2008), el medio político proletario existente fue incapaz de armarlos suficientemente con las armas políticas y teóricas que habrían necesitado para orientarse y sentirse inspirados para afrontar la tarea de inaugurar el principio del fin del reflujo proletario"

De ello no se desprende en absoluto cómo, y con qué aportaciones teóricas, las organizaciones de la izquierda comunista podrían haber armado a la nueva generación hasta el punto de evitar el retroceso que siguió a los movimientos de 2011. Pero parece haber un problema metodológico detrás de este juicio. Las organizaciones de la izquierda comunista deben ciertamente hacer una crítica severa de los errores que cometieron frente a la "nueva generación de proletarios politizados", errores sobre todo de carácter oportunista. Esta crítica es necesaria sobre todo porque se inscribe en un ámbito en el que los pequeños grupos revolucionarios pueden actuar directamente: el reagrupamiento de los revolucionarios, los pasos necesarios para construir un medio revolucionario vivo y responsable y así sentar las bases del partido del futuro. Pero parecería rayar en el sustitucionismo sugerir que nuestros esfuerzos teórico-políticos por sí solos podrían haber detenido el reflujo que siguió después de 2011, que fue esencialmente una continuación de un proceso que había estado en plena vigencia desde 1989. Los futuros debates determinarán si existe una verdadera divergencia sobre la cuestión de la organización en este caso.

CCI, 24 de agosto de 2020

 

[4] Ver especialmente los puntos 10 a 12 de la Resolución sobre la situación internacional de nuestro 23º congreso, https://es.internationalism.org/content/4447/resolucion-sobre-la-situacion-internacional-2019-los-conflictos-imperialistas-la-vida

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