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Cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró en mayo de 2020 que la vacuna contra el SARS-CoV-2 iba a ser un "bien público mundial", sólo fueron capaces de creerlo aquellos que todavía se hacen ilusiones sobre la capacidad del mundo capitalista para desempeñar un papel progresista para la humanidad, y que además está en medio de una crisis mundial sin precedentes. Asimismo, los llamamientos al uso de "licencias obligatorias"[1] sólo podrían ser una cándida utopía.
En efecto, nada podría hacer pensar que la vacuna contra el Covid-19 escaparía a las leyes del capitalismo y a sus consecuencias: la competencia, lucha por los mercados, el espionaje, el robo de tecnología, incluso cuando se trata de salvar millones de vidas humanas. Y con razón: la actual crisis sanitaria tiene lugar en un mundo en plena descomposición[2].
En cuanto apareció la enfermedad, la comunidad científica supo que sólo una vacuna podría vencerla. Así que la industria farmacéutica se puso manos a la obra para ser la primera en suministrar la preciada vacuna. Pero más allá de los considerables intereses comerciales para los laboratorios de investigación y los grupos farmacéuticos, hay un evidente interés político para los Estados que pueden acceder a ella.
La salud humana es un mercado...
Desde las primeras horas de la pandemia comenzó la guerra de las vacunas tal como en epidemias anteriores. Hay muchos ejemplos. Tal es el caso de la batalla contra el SIDA[3] que comenzó tan pronto como se descubrió el agente responsable de esta enfermedad sin precedentes. Los equipos de Luc Montagnier en el Instituto Pasteur fueron seguidos de cerca por los de Robert Gallo en el Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos. El leitmotiv de estos equipos no era, evidentemente, identificar rápidamente el agente para empezar a combatirlo, sino ser los primeros en poder hacerse con la propiedad del mismo y adelantarse así a futuros tratamientos y vacunas.
Finalmente fue el equipo francés el que, en enero de 1983, ganó por un estrecho margen. Pero la guerra no había hecho más que empezar y se desataría realmente en las pruebas de campo, donde esta vez los estadounidenses se vengarían. El laboratorio Abott se posicionaría con amplitud en este prometedor mercado, ofreciendo la posibilidad de vender miles de millones de pruebas que podrían aplicarse en pocos años en todo el mundo.
Luego vino la guerra de los tratamientos, donde se pondría de manifiesto el máximo desprecio por la vida humana, Francia debía tomar venganza tras su derrota en la guerra de las pruebas. En cuanto se anunciaron las primeras esperanzas para la ciclosporina, la ministra de Sanidad de la época, Georgina Dufoix, le concedió públicamente la "etiqueta de Francia", antes de ver cómo estas esperanzas se desvanecían finalmente con las primeras pruebas realizadas con la molécula. Al otro lado del Atlántico, el vicesecretario general de Sanidad anunció la solución milagrosa del AZT, aunque los ensayos en curso aún no habían dado ningún resultado.
Estos escandalosos anuncios que encarnan los fríos intereses de dos estados en competencia también mostraron un total desprecio por los miles de pacientes que sólo podían depositar sus esperanzas en un tratamiento rápido que los salvara de una muerte segura. Pero para cada Estado lo único que importaba era la necesidad de ser el primero sobre la faz del mundo.
El escándalo de la "sangre contaminada" en Francia en los años 1980-90 reveló que el Estado había retrasado al menos seis meses las pruebas para detectar el VIH y la hepatitis C en los donadores de sangre, a pesar de que la técnica estaba ya adoptada desde octubre de 1984, como demostró un estudio estadounidense. La "guerra de las pruebas" y la obsesión por los recortes presupuestarios habían llevado al Estado francés a mantener prácticas deliberadamente criminales de transfusión de sangre contaminada a hemofílicos y otros pacientes para liquidar sus existencias y ahorrar dinero a toda costa, lo que provocó la muerte de miles de pacientes entre 1984 y 1985.
Hoy en día, la guerra por la vacuna contra el SIDA continúa, aunque, a pesar de que no es tan rentable como un tratamiento a largo plazo (de hecho, para toda la vida), la investigación es mucho más lenta debido a los planes de austeridad que llevan a los estados a raspar los fondos del cajón y a reducir drásticamente los presupuestos para la investigación básica.
En 2019, en África, la situación fue más o menos similar en torno a la epidemia del Ébola[4] en un clima de acusaciones, de malversación de fondos, de favoritismo hacia los dirigentes congoleños pero también hacia la OMS en cuanto a la elección de una vacuna en lugar de otra, etc. Mientras que el laboratorio alemán Merck había propuesto una vacuna eficaz, pero en cantidades insuficientes, el laboratorio estadounidense Johnson & Johnson propuso otra vacuna, anunciada como complementaria, ¡pero nunca probada en humanos! La batalla comenzó a introducir a este recién llegado con operaciones de lobby y otros medios de presión.
La situación actual sigue el mismo patrón con la vacuna para el COVID. Mientras que crece la retórica sobre la cooperación internacional para crear una vacuna, mientras que el "sentido común" podría sugerir que la unión de fuerzas en la investigación farmacéutica conduciría a resultados más rápidos y eficaces; el pasado mes de noviembre había 259 vacunas candidatas en el mundo, diez de las cuales estaban en fase 3 (la última antes del procedimiento de "autorización de comercialización"). 259 equipos, cada uno trabajando por su cuenta, vigilando los avances de los demás para no ser superados, buscando no la eficacia sino la exclusividad del proceso. Los primeros en lograrlo, Pfizer y BioNTech, anunciaron que su vacuna tenía una eficacia del 90%. Unos días después los rusos anunciaron una eficacia del 92%. Entonces Moderna alzó su nariz y anunció un 94% de efectividad. ¡Sin embargo, Pfizer afirma haber revisado sus cálculos y finalmente ha anunciado una eficacia del 95%! ¿Quién está en lo cierto?
Esta cínica, gélida y espantosa sobrepuja de marketing para promocionar y vender su producto cuando está en juego la vida de decenas de millones de víctimas resume el funcionamiento mortal de esta sociedad podrida.
... y un desafío de guerra entre los Estados
Muchos denuncian la ganancia económica que supone la futura vacuna, pero se equivocan al culpar a las "Big Pharma", esos pocos laboratorios gigantes que se disputan el mercado de la salud. También se equivocan cuando exigen que los poderes públicos regulen la situación y "obliguen" a los fabricantes a "cooperar" por el bien público. Porque lo que está en juego no es la codicia de unos pocos accionistas, sino una lógica que abarca todo el planeta, toda la actividad humana: la lógica capitalista. La investigación científica no escapa a las leyes del capitalismo, necesita dinero para avanzar y el dinero sólo va donde se pueden esperar beneficios: ¡sólo se presta a los ricos!
¿Debemos esperar que los Estados regulen esta gran feria del acaparamiento? Por el contrario, los Estados capitalistas están en el centro de la batalla y son los primeros en dirigir la investigación a través de su financiación. En un mundo presa de las rivalidades imperialistas es naturalmente en el ámbito de la defensa y el armamento donde más se financia la investigación. Pero el ámbito de la salud no está exento. Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, las autoridades estadounidenses revisaron su estrategia en materia de investigación de vacunas, hasta entonces bastante descuidada, para financiar la investigación de las llamadas vacunas de "amplio espectro", capaces de inmunizar contra varios virus en un intento de combatir lo que se considera la creciente amenaza del bioterrorismo. En otro orden de cosas, la muy activa política sanitaria de China en África en las últimas décadas ha estado impulsada únicamente por sus intereses imperialistas. Cualquier cosa es buena para ganar un punto de apoyo e influencia en el planeta. China lleva mucho tiempo aumentando su presencia en África mediante inversiones, acuerdos económicos, apoyo político, militar, humanitario y, por tanto, sanitario.
Hoy en día todos los Estados están detrás de sus propios laboratorios y todos defienden sus propios intereses sin preocuparse por la equidad o la solidaridad. Con un desprecio constante por las consecuencias mortales de la enfermedad, los Estados luchan por captar el mayor número posible de vacunas, sabiendo que en esta batalla sólo triunfarán los más ricos y que, en consecuencia, la mayor parte de la humanidad no tendrá acceso a las vacunas, o lo tendrá muy tarde. El pasado mes de abril se creó la plataforma COVAX, una plataforma multilateral dedicada a la compra y distribución de futuras vacunas y que promete un acceso equitativo para todos. Todos los jefes de Estado acogieron con satisfacción esta cooperación. Pero a escondidas, todo el mundo hacía acuerdos bilaterales con los laboratorios para reservar dosis. Mientras que la industria prevé producir entre 3 000 y 4 000 millones de dosis de aquí a finales de 2021, las reservas secretas ascienden a 5 000 millones, sólo para unos pocos países: Estados Unidos, Rusia, China, la Unión Europea y algunos países menos ricos que intentan destacarse, como Brasil.
Hoy en día COVAX se queda con la vacuna británica Oxford-AstraZeneca, que cuesta mucho menos que la de sus competidores, pero que tiene una eficacia probada de no más del 62% hasta la fecha[5]. Los países más pobres, que no disponen de los equipos necesarios para almacenar y transportar las vacunas de Pfizer o Moderna, tendrán que conformarse con lo que el Reino Unido tenga en stock.
Una lógica de muerte
Mientras tanto, la gente está muriendo. Mientras tanto, la burguesía sigue desbordada por los acontecimientos, sigue reaccionando día tras día, con la misma despreocupación, la misma escasez de medios hospitalarios y logísticos. En el corazón de las mayores potencias industriales, la campaña de vacunación se ve fuertemente obstaculizada por las deficiencias logísticas de los países miembros de la UE, como en Alemania, donde la entrega y distribución de la vacuna se vio interrumpida en varias ciudades debido a las dudas sobre el respeto de los niveles de frío al transportar miles de dosis. En los Estados Unidos, a pesar de una impresionante movilización logística bajo el control del ejército, "ha habido fracasos", según el famoso Dr. Fauci. Sólo algo más de 4.2 millones de personas recibieron la primera dosis de una de las dos vacunas autorizadas en el país (Pfizer y Moderna), muy lejos de la promesa gubernamental de vacunar a 20 millones de personas, mientras la pandemia batía récords diarios de contagio y muertes en los hospitales saturados (a 19 de febrero 491.003 muertos y 27.787.211 infectados), hasta el punto de que el responsable del programa mencionó, para acelerar el ritmo de la campaña, la posibilidad de administrar la vacuna por... ¡medias dosis! La decisión británica de posponer la administración de la segunda dosis de la vacuna durante varias semanas, para que el máximo número de personas reciba la primera dosis es, desde el punto de vista inmunológico, igual de irracional... Los procedimientos de vacunación son excesivamente lentos y totalmente inadecuados para la urgencia y las necesidades más apremiantes. En Francia, por ejemplo, de forma caricaturesca, la última semana de diciembre fue objeto de una patética operación mediática con la vacunación ante las cámaras de unas cuantas abuelitas estrellas, mientras que otras decenas de miles esperarán probablemente hasta finales de enero para recibir su primera inyección, con, además, excusas increíbles como "se necesita mucho tiempo para vacunar a los ancianos". Pero ni siquiera se oculta en este país que, si se ha priorizado a los residentes de EHPAD (Establecimientos para alojar personas mayores dependientes) sobre los profesionales sanitarios, ¡es porque no había suficientes dosis disponibles para estos últimos!
Detrás de estos nuevos "escándalos sanitarios", que no hacen más que revelar una vez más la incapacidad del capitalismo para reaccionar de otra manera que no sea la de defender sus intereses a corto plazo, en una total falta de preparación e improvisación, observamos situaciones, como en Francia, en las que la logística acaba basándose en la buena voluntad de los farmacéuticos y de los médicos enfrentados a la limitación de los costes al mínimo estricto : La escasez de super -congeladores en las farmacias de los hospitales ha obligado al Estado a centralizar el almacenamiento de las vacunas en las farmacias de las ciudades, que tienen que organizarse para distribuirlas a los hospitales. En estas condiciones, no estamos al final de esta crisis sanitaria.
Pero lo más fraudulento de la situación es que la vacunación no sólo se nos presenta como la panacea de la crisis sanitaria; toda la burguesía también nos la presenta como la única salida a la crisis económica y al deterioro acelerado de las condiciones de vida que se agrava por doquier, mientras intenta ocultar el impasse y las contradicciones insalvables de su modo de producción. Porque lo que actualmente aflige a la humanidad no es el resultado de una desafortunada coincidencia. Es el producto de un sistema al final de su trayecto, que se descompone arrastrando todo con él. En consecuencia, el descuido de la burguesía no se debe a la incompetencia de unos pocos dirigentes, sino a la creciente incapacidad de la clase dominante para contener los efectos de la decadencia de su sistema. Mientras esta lógica esté en marcha, la humanidad no podrá escapar de las lacras que se derivan de ella.
GD, 6 de enero de 2021
[1]Proceso que obliga a los inventores de un medicamento, tratamiento o vacuna a permitir la fabricación de genéricos, lo que permite un acceso más rápido, generalizado y barato
[2] Ver nuestras Tesis sobre la Descomposición https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
[3] Véase, por ejemplo, "SIDA: la guerra de los laboratorios", Le Monde (7 de febrero de 1987)
[4] Véase "RDC: la guerra de las vacunas entorpece la lucha contra el Ébola", Le Soir (2 de agosto de 2019)
[5] "Covid-19: Por qué la vacuna de Oxford-AstraZeneca, autorizada por el Reino Unido, podría cambiar las cosas". The Conversation (4 de enero de 2021)