Incendios forestales en Australia: un presagio del futuro que nos depara el capitalismo

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En su novela de 1957 "On the beach” convertida en película[1] un par de años más tarde, Nevil Shute imaginó a Australia como el último lugar de la Tierra donde los humanos sobrevivirían después de que una guerra nuclear destruyera el hemisferio norte. Se trataba de un efímero refugio mientras la radiactividad mortal avanzaba hacia el sur. La historia describe cómo los diversos personajes afrontaban la desaparición del planeta, así como su propia e inminente tragedia.

Pero hoy, en vez de albergar los últimos vestigios de la civilización tal y como los describiera Shute, el continente australiano se ha convertido en un presagio y un microcosmos (un microcosmos particularmente significativo puesto que es tan grande como toda Europa o los Estados Unidos), de un planeta Tierra convertido en desierto por la avidez insaciables del capitalismo por el beneficio. Todo lo relacionado con el cambio climático de origen antrópico, el calentamiento global y la absoluta incapacidad del capitalismo para ni siquiera empezar a hacer frente a esta amenaza mortal para la humanidad, se pone de manifiesto hoy en Australia. Y también la falsedad de todas las soluciones propuestas incluidas la de los Verdes.

Una situación apocalíptica

Podríamos entrar en muchas cifras detalladas, gráficos, tasas de aumento de las temperaturas, escalas del alcance y la amplitud de los incendios que actualmente asolan Australia. Podríamos indicar la cantidad de hogares perdidos, de muertes y enfermedades causadas, etc. Nos limitaremos, en cambio, a señalar que se alcanzan niveles récord y que estos aumentan cada día más en cada vez más zonas del continente, alcanzando en ciertos lugares niveles de contaminación atmosférica superiores a los de Pekín o Delhi. En Sídney, capital de Nueva Gales del Sur, esas cifras son 11 veces superiores a las habituales, se disparan continuamente las alarmas de incendio, los transbordadores y otros sistemas de transporte están atracados en tierra y las escuelas están cerradas. Las personas con enfermedades respiratorias severas están colapsando los hospitales y consultorios médicos. Nadie advierte de que las mascarillas al estilo de Pekín que están haciendo su aparición son más que inútiles. La gente señala que el humo está entrando en sus casas y que temen por los efectos sobre su salud tanto a corto como a largo plazo. Las condiciones en las que deben actuar los bomberos – recordemos que el 85% de ellos son voluntarios, tras el recorte de las plantillas de “profesionales” – son cada vez más peligrosas: sin apenas descansos, intoxicados por el humo y con peligro de accidentes mortales.

Es cierto que siempre ha habido incendios de la maleza en Australia, pero el alcance, la duración y la intensidad de estos últimos los sitúan a un nivel inédito y peligroso. Y si "siempre ha habido incendios de matorrales", también han existido siempre cambios climáticos y fluctuaciones en el fenómeno del Dipolo del Océano Índico (IOD) que afecta a Australia y más allá de ésta. En este caso recalentando todo el sureste mientras se incrementan las precipitaciones en África. Pero, al igual que sucede con otros fenómenos meteorológicos de escala mundial (El Niño, por ejemplo), estos se distorsionan e intensifican hasta niveles "sin precedentes", según los expertos. Y ello se debe al aumento del calentamiento global provocado por los efectos del incremento del dióxido de carbono en la atmósfera de la Tierra.

Por graves que sean, la quema de maleza y la escasez de agua no son las únicas manifestaciones de los peligros que corren, tanto a corto como a largo plazo, las poblaciones de Australia y otros países. La deforestación está creando auténticos desiertos de polvo. El gobierno australiano no va a la zaga del brasileño (y otros), en cuanto a su complicidad con una explotación implacable y extensiva del suelo. Existen áreas vastísimas que la vista no alcanza en las que se ha arrasado cualquier forma de vegetación. Los icónicos koalas ya estaban siendo diezmados antes de los incendios. Extensísimas llanuras se han dedicado a la agricultura intensiva que requiere grandes volúmenes de agua y toneladas de fertilizantes.  Se las despoja de cualquier brote lo que reduce la humedad del suelo impidiendo así aún más la formación de nubles sobre ellas. A medida que estas llanuras se secan con el calor, lo que queda son enormes extensiones de tierra árida que se descompone en polvo, que se esparce con el viento mezclado con pesticidas, lo que representa una preocupación adicional para las comunidades vecinas. Al igual que en Brasil de Bolsonaro, se toleraron los desmontes ilegales y la deforestación. Incluso fueron fomentados por las diversas autoridades australianas. Todo ello en aras del capitalismo y su irrefrenable afán de más y más ganancias. Dadas las advertencias de los expertos sobre la futura evolución del clima, y que nada va a cambiar en cuanto a la necesidad de beneficios del capitalismo, hace que uno se pregunte ¿cuánto tiempo seguirán siendo habitables vastas extensiones de Australia para las generaciones futuras?

La respuesta del gobierno...

El gobierno de coalición dirigido por el "hombre del pueblo", el Primer Ministro Scott Morrison, admite, a diferencia de su predecesor Tony Abbot, que el "calentamiento global" existe, pero que está "bajo control"[2] (¡como lo está en Australia en este momento!). Su posición y la de su gobierno no es esencialmente diferente de la de Abbot, quien dijo que el calentamiento global "probablemente sea bueno" puesto que estaba "reverdeciendo el planeta y aumentando los rendimientos agrícolas haciendo la vida más segura y agradable" y que, de todas formas, no había muchas posibilidades de detenerlo. Morrison ganó las elecciones afirmando “no tener miedo al carbón”, y asegurando que no antepondría la lucha contra el cambio climático a la defensa de los empleos. Y que la relación de este cambio con los incendios de la maleza era el de “un factor entre muchos otros”, pero en todo caso "una cuestión secundaria" respecto a la cual “no hay por qué preocuparse". El gobierno y su sector energético carecen de una política coherente sobre el cambio climático y en eso no difieren de la gran mayoría de las grandes potencias. Actualmente están utilizando los llamados créditos del carbono como contabilidad creativa para aparentar que están haciendo algo para reducir las emisiones tal y como se comprometió el gobierno australiano. El Gobierno Federal transfiere el problema a las autoridades locales, estatales y territoriales, "descentralizando" la cuestión imposibilitando cualquier responsabilización ni enfoque coherente. Esta táctica de "descentralización" es un viejo truco del Estado democrático que aplica así el viejo “divide y vencerás”. Mientras tanto, el parlamento de Nueva Gales del Sur está tratando de impulsar una legislación que minimiza las consideraciones climáticas en la producción de carbón. Las muy lucrativas exportaciones de carbón australianas ascienden a 36.000 millones de libras esterlinas al año, según algunos informes. Siete nuevas minas a cielo abierto se han puesto en marcha en Queensland. Fundamentalmente, como todos los gobiernos sea cual sea su color, la respuesta del gobierno australiano ha sido negar, desviar y oscurecer la cuestión del cambio climático mientras continúa a toda marcha el expolio del territorio en nombre del interés nacional y los beneficios.

... y la de los Verdes

La respuesta de los Verdes consiste en hacer mucho ruido sobre el cambio climático, pero cuando se entra en el meollo de la cuestión, se sitúan claramente en el mismo saco que el gobierno y sus políticos. El "movimiento Verde" se parece mucho al movimiento pacifista. Y en Australia, como en todas las demás grandes democracias, los dos movimientos, sus estructuras y su personal, son intercambiables y se intercambian de hecho en ciertos momentos de la historia.

La principal similitud entre ambos movimientos es que existen para abogar por lo que el capitalismo no puede proporcionar: un sistema sin beneficios, sin competencia y sin guerras. No sólo desvían al proletariado de la necesidad de enfrentarse al capitalismo en su conjunto, sino que significan importantes soportes para la perpetuación del sistema y son, por lo tanto, en parte responsables de los efectos acumulativos de su descomposición. Según los Verdes, la lucha del trabajo contra el capital debe ser evitada, para que puedan conseguirse sus "reformas", cuando estas no tienen ninguna posibilidad de éxito ya que el capitalismo es, por su naturaleza, un sistema de explotación destructor.

Para los Verdes, en general, la situación "requiere la atención del gobierno" y la "intervención" del “sector bancario”[3]. También piden la intervención del Estado para crear "nuevos puestos de trabajo a partir de fuentes de energía neutras en carbono", y el parlamento (los Verdes, al igual que los pacifistas, están muy implicados en el parlamento y la democracia) debería "salvar al pueblo", cuando ese mismo parlamento es, en realidad, quién representa los intereses del capital contra "el pueblo" en general y la clase obrera en particular. Para los Verdes, la clase obrera debe apoyar a su enemigo, sacrificarse por él, y renunciar a luchar en defensa de sus propios intereses de clase.

Para algunos Verdes en Australia, y en otros lugares sin duda, los incendios deben ser vistos como “una última llamada de atención" (de una larga lista de "últimas llamadas de atención"). La idea de estos activistas es que, dados los crecientes estragos ocasionados por los incendios y las inundaciones, las compañías de seguros se negarán a suscribir estos y otros riesgos críticos relacionados con el calentamiento de la Tierra y, en consecuencia, los bancos dejarán de prestar a las empresas que produzcan energía fósil combustibles fósiles, invirtiendo en cambio en las basadas en “soluciones ecológicas".

El problema fundamental de este enfoque es que se basa en la suposición de que el capitalismo es esencialmente un sistema "razonable", que adoptará un enfoque lógico y hará lo mejor para el mundo. Lo cierto es, en cambio, que no es así. Desde principios del siglo pasado disponemos de numerosas pruebas como dos guerras mundiales y las numerosas guerras irracionales e ilógicas que se suceden desde entonces a medida que el capitalismo se hunde cada vez más en su decadencia. Poco importa la radicalidad que quieran aparentar los Verdes. Su único propósito es hacernos creer que es posible reformar el sistema a través de la banca, las compañías de seguros y la "explotación verde". Pero la función principal de la ideología verde, como su gemela pacifista, es confundir y desmovilizar a la clase obrera, alejarla de su lucha contra el capital y encarrilarla en defensa del "interés nacional".

Lo que realmente desenmascara al movimiento de los Verdes (y ocasiona muchas disensiones internas en los distintos grupos) es el desarrollo del militarismo y la guerra. Si los Verdes alardean de pacifismo ¿cómo abordan la cuestión de la guerra imperialista? Pues dado su apoyo al interés de cada capital nacional, su enfoque se refleja en el adoptado por el influyente partido ecologista de Alemania que no dudó en apoyar a su Estado en la "guerra contra el terrorismo" en Afganistán y otras tantas "expediciones" militares en el extranjero. Los Verdes, en general, quieren el aparato militar/represivo del estado no sólo intacto sino fortalecido, agresivo y a toda marcha, incluso con combustibles fósiles.

El capitalismo nos lleva a la destrucción y a la ruina.

Los incendios forestales australianos, así como todos los embustes políticos que los han acompañado son una prueba más del curso del capitalismo en su conjunto hacia la destrucción. El capitalismo no actúa en pro del bien de la humanidad sino para la acumulación de capital y la conquista militar. La razón no tiene nada que ver en ello: “El capital es una relación global entre clases, basada en la explotación del trabajo asalariado y la producción para la venta con el fin de obtener ganancias. La búsqueda constante de salidas para sus productos conduce a una competencia despiadada entre los Estados-nación por el dominio del mercado mundial. Y esta concurrencia exige que cada capital nacional se desarrolle o muera. Un capitalismo que no busque penetrar hasta el último rincón del planeta y a expandirse sin límites no existe. Del mismo modo, el capitalismo es totalmente incapaz de cooperar a escala mundial para responder a la crisis ecológica, como ya ha demostrado el funesto fracaso de las diversas cumbres y protocolos climáticos”[4].

En el "otro lado" del capital se encuentra el trabajo, que ya demostró una vez que puede lanzarse al asalto del cielo, y que tendrá que volver a hacerlo como la única fuerza capaz de proporcionar una alternativa de lucha al sombrío futuro que nos depara el capitalismo.

Baboon 28.12.2019

 

Adaptado de World Revolution, publicación de la CCI en inglés.

 

[1] Estrenada en España como “La hora final” (nota del traductor)

[2] citado del periódico The Guardian de Australia

[3] Como vimos, esta "intervención de la banca" significo la nacionalización de grandes bancos tras el "crash" de 2008.Para la clase obrera significo años de agobiante austeridad a fin de pagar esa política.

 

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