Contribución de un simpatizante: Notas sobre el marco general histórico e internacional del conflicto territorial en Cataluña

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Presentamos a continuación una contribución de un simpatizante muy próximo a la CCI sobre el contencioso catalán. Saludamos este esfuerzo de comprensión y llamamos a que se extienda. Frente a la pugna brutal que tiene lugar en Cataluña entre fracciones españolistas e independentistas, es necesario que se alcen voces que reclamen el internacionalismo y la autonomía política del proletariado y que lo pongan en práctica mediante análisis concretos.  Al final de la contribución haremos un comentario sobre un pasaje del mismo que estimamos necesita un debate más profundo.

“Las demás interpretaciones del proceso histórico han perdido toda significación científica. Podemos decir con certeza que en nuestro tiempo es imposible no sólo ser un militante revolucionario sino aún un observador versado en política, sin asimilar la interpretación materialista de la historia.” Trotsky, A 90 años del Manifiesto Comunista

–    La lectura general de la escalada del conflicto territorial en Cataluña (incrementado espectacularmente en su actual capítulo desde el año 2010, tras la anulación por parte del Tribunal Constitucional español de un nuevo Estatuto de Autonomía para la región catalana que, bajo la envoltura identitaria, significaba esencialmente  mayores recursos fiscales y mayores competencias para las instituciones regionales catalanas) es clara, con dos elementos entrecruzados y mutuamente alimentados: por un lado, se trata de una expresión de crecientes tensiones centrífugas entre facciones de la clase dominante en España por el reparto de un pastel económico duramente castigado por la crisis de 2007-2008, utilizando y canalizando la facción catalanista el descontento de una parte de la población como masa transversal e interclasista de maniobra y presión frente al Estado central; por el otro, de maniobras ideológicas nacionalidentitarias de falsa polarización, mutuamente alimentadas, como medio de crear “unidad nacional”, encontrar chivos expiatorios, y en definitiva como maniobra de distracción y cortina de humo ante la incapacidad de ofrecer perspectivas por parte de un capitalismo decadente, tanto por parte del Estado español como de las facciones catalanistas. Se trata pues, más allá particularidades, de un patrón clásico de los conflictos territoriales entre facciones de la clase dominante a escala internacional (ya sea bajo pretexto nacional, histórico, identitario, étnico, religioso,etc), con la población dominada jugando el papel de carne de cañón y rehén.

Por tanto, saludar y expresar mi acuerdo en líneas generales, sin entrar a valorar aquí matices y diferencias, con las tomas de posición al respecto por parte de la CCI, así como de algunas otras organizaciones que se reclaman de la línea histórica de la Izquierda comunista[1] (1).

–    Existen dos ópticas erróneas a la hora de analizar los conflictos territoriales-identitarios que presenta la sociedad burguesa actual: por un lado, hablar de “pueblos” o de “comunidades nacionales” como pretendidas unidades homogéneas; por el otro, el sobrevalorar el origen histórico de los conflictos.

El primer enfoque pertenece enteramente al mundo de las categorías burguesas, a la idealización y “naturalización” de las relaciones sociales y de producción capitalistas, y por tanto es la moneda corriente de la propaganda burguesa, de sus análisis, y de sus aparatos político-ideológicos , de izquierda a derecha. Bajo las relaciones sociales y de producción capitalistas no existen “pueblos”, ni “comunidades nacionales”, en el sentido de que no existen comunidades homogéneas de intereses, de condiciones de existencia,  de perspectivas vitales, de formas de vida y tradiciones culturales características y propias (reales, no inventadas y manipuladas) sin las cuales cualquier concepto de “pueblo” o análogo pierde todo contenido real. En cada conjunto de población, cada facción de la clase dominante trata de defender sus intereses económicos, políticos y sociales, no los intereses del “pueblo” ni la “nación” en su conjunto. La “nación”, la “patria”, el “país”, etc, bajo las condiciones reales y concretas de la organización social capitalista no son otra cosa que el marco territorial en el que las relaciones capitalistas se desarrollan, y en el que las clases dominantes en dichas relaciones ejercen su dominio sobre los medios de producción y la población, principalmente bajo las estructuras institucionales de los Estados burgueses. Existe pues un interés de primer orden por parte de las clases dominantes de presentar, tanto las relaciones sociales y de producción existentes como su marco territorial y estatal, como algo “natural” y dado, negando así el carácter histórico, artificial y temporal de dicha dominación y su marco territorial bajo el manto de la “comunidad nacional” y de la “identidad”, de una pretendida “comunidad de destino en lo universal”, reescribiendo a posteriori la historia humana de un determinado territorio para adaptarla a ese marco territorial de dominación actual, “naturalizándola” y legitimándola. Identidad (lingüísitca, cultural, étnica, histórica, etc) creada y manipulada por las clases dominantes bajo las formas estatales o proto-estatales, siendo esta una característica del nacionalismo burgués de todo signo: al contrario de lo que la propaganda burguesa repite, no son la “nación” y la “identidad” las que crean “naturalmente” un Estado o estructuras estatales, es al revés: son las formas estatales burguesas las que crean a posteriori la “identidad” y la “nación”, en un sentido amplio.

Por tanto, no puede existir perspectiva de superación de las relaciones sociales y de producción existentes sin la negación de la legitimidad del  marco de la “comunidad nacional” y de la “unidad nacional”, ya que esta implica de facto la dominación “natural” de las relaciones capitalistas. Y, por extensión, cualquier aceptación, bajo fraseología “popular”, “radical” o “ciudadana”  de esta “comunidad nacional” pertenece al terreno de la apología de lo existente: no existe ni puede existir tal cosa como “la autodeterminación de los pueblos” ni “el derecho a decidir” bajo las condiciones reales y concretas del modo de producción capitalista y sus antagonismos, ni existe tal cosa como la “voluntad popular” en abstracto, sino que existe la hegemonía de la ideología dominante bajo el dominio real y concreto de las relaciones capitalistas en su “normalidad”, hegemonía que sólo podo resquebrajarse en un proceso de subversión de esa “normalidad”.  La segunda óptica errónea, aunque algunas veces elaborada con intención de clarificación, es el exagerar al atribuir causas profundas que se hunden en la noche de la historia a los numerosos conflictos territorial-identitarios, cuando realmente lo fundamental y prioritario de estos conflictos es su naturaleza burguesa, es decir, son siempre conflictos entre actores  burgueses, estatales o protoestales, por la dominación e influencia en un territorio, o expresiones de una exaltación de una pequeña burguesía que aspira a gestionar una parte del Estado y a su vez puede convertirse en un actor burgués, o todo a la vez. Convendría pues no sobrevalorar el elemento histórico en los conflictos territoriales actuales, y por tanto tampoco exagerar en la crisis catalana las particularidades del Estado español y su pretendida “mala soldadura nacional”. Los conflictos territoriales y de tensiones centrífugas vienen inscritos en el ADN de las relaciones sociales y de producción capitalistas y de los Estados burgueses modernos: el carácter atomizado, concurrente y caótico de la producción capitalista, y el carácter histórico y artificial de los Estados burgueses, nacidos a menudo a través de la guerra, la limpieza étnica y la asimetría política, económica, social o demográfica. Por citar únicamente Europa occidental, existen varios Estados con tensiones centrífugas y territoriales más o menos importantes aparte de España (al menos Reino Unido, Bélgica o Italia; curiosamente las dos primeras regiones pioneras en la industrialización capitalista, y la tercera, una de las cunas del mercantilismo y el sistema financiero), y si se mira al marco internacional de conflictos territoriales, se verá que las tendencias centrífugas y el cuestionamiento de los status quo estatales y territoriales, bajo conflictos inter-burgueses intraestatales o internacionales, lejos de ser un elemento excepcional, es un elemento generalizado. En todos siempre hay un factor común: la utilización de la población sometida y descontenta como rehén y carne de cañón que sufre y se bate por intereses ajenos a los suyos. Atribuir a esos conflictos orígenes “identitarios” (nacionales, religiosos, étnicos, culturales, lingüísticos, históricos, etc...) es desenfocar la base fundamental de estos arriba descrita, siendo precisamente al revés: es la creación, mantenimiento y exacerbación de esos conflictos territoriales los que crean, manipulan o exacerban las divisiones y odios nacional-identitarios. De ahí otro elemento fundamental: las divisiones, odios y conflictos territorial-identitarios que el capitalismo ha creado o heredado de sociedades precedentes, y que este exacerba a un nivel superior, sólo podrán ser abordados y superados en un proceso histórico de subversión y alteración radical de las mismas condiciones materiales que los hacen posibles, es decir, a través de una revolución comunista internacional.

–    El nacionalismo y el identitarismo de todo tipo, junto con todo lo que va ligado a él, no es únicamente un elemento ideológico, propagandístico y sentimental/irracional digamos, “artificial”, sino que responde a la realidad de la utilización y manipulación por parte de las élites de las frustraciones y miedos de masas atomizadas y dominadas sin un proyecto social y político con el que oponerse y superar lo existente. En este sentido, el elemento identitario y centrífugo como respuesta y canalización del malestar de esas masas amorfas y atomizadas, en un marco de ausencia de alternativa proletaria comunista, presenta una coherencia histórica de la crisis catalana con otras tendencias que puedan darse a nivel internacional, cada una con sus matices particulares y cada una con su chivo expiatorio al que culpar de las contradicciones irresolubles del capitalismo: el nacional-proteccionismo reaccionario de Trump en EEUU; el Brexit en UK; el auge de la extrema derecha en Francia y centro y este de Europa; separatismo flamenco en Bélgica, etc. Y lo mismo que sucede con esas tendencias, las supuestas intenciones del independentismo catalán son en gran medida, al menos a corto y medio plazo, inviables en el marco internacional burgués actual, e incompatibles con los intereses generales del capital nacional, y al igual que el resto de tendencias nacional-identitarias, no hacen otra cosa que vender ilusiones irrealizables en el marco del sistema capitalista actual y crear chivos expiatorios (ya sean segmentos de la población -inmigrantes, musulmanes, importaciones extranjeras-, ya sean determinadas regiones u instituciones).

¿En qué medida y en qué proporción estas tendencias internacionales responden a facciones irresponsables de la clase dominante, a la canalización consciente del malestar de masas impotentes sin alternativa expresadas en el terreno atomizado y pasivo electoral, a naturales tendencias centrífugas, a la descomposición del aparato político e ideológico burgués incapaz de ofrecer alternativas? ¿en qué medida y en qué proporción estas falsas polarizaciones se deben a la sagacidad, a la irresponsabilidad o a la incapacidad de la burguesía? Se trata de una discusión interesante. 

–    Limitar “sociológicamente” como principal cliente de la mercancía podrida nacional-identitaria envuelta y aromatizada de “soberanía” y “libertad” a las “clases medias” y la pequeña-burguesía, a las que se pueden unir sectores lumpenizados de estas y del proletariado, es un tanto simplista. En el caso catalán y no pocos movimientos nacionalistas es efectivamente el caso, sin embargo en otros fenómenos nacional-identitarios, no es necesariamente así:  “sociológicamente hablando” el triunfo electoral de Trump y el Brexit, y la extrema derecha en Alemania,  tiene como una base importante  la insatisfacción de capas obreras, que en el terreno electoral y “ciudadano” simplemente están disueltas y atomizadas en la masa del “pueblo”. Para evitar caer en un obrerismo sociológico y un materialismo vulgar, incapaces de analizar los fenómenos complejos del capitalismo actual, es necesario comprender que, ante la inexistencia actual de la alternativa proletaria como fuerza social y política opuesta al orden burgués, sectores de las “capas populares”, como masa atomizada e impotente, frente al peso de la vida cotidiana bajo las relaciones capitalistas se muestran incapaces de salir del mundo de las categorías burguesas, y viéndose así mismos como legítimos “ciudadanos de la nación”, agarrándose a la “identidad” y la “nación” como tabla de salvación ante un mundo hostil y como elemento competitivo en el salvaje mercado capitalista, pueden ser influenciados bajo  determinadas circunstancias por movimientos e ideologías reaccionarias. 

Pero, de una forma más profunda ¿qué es una política pequeño-burguesa? Lo fundamental de esta es que una práctica y visión del mundo que pretende conciliar los intereses de “todo el pueblo” y sus “ciudadanos”, principalmente a través de la “soberanía popular y nacional”, la “libertad” y la “democracia”, en sus variadas formas. Es una visión que grosso modo desea  mantener intactos los pilares de la sociedad capitalista, pero desprendida de sus incómodas  contradicciones, ya sea con un capitalismo “de rostro humano, social y democrático” (en su variante de ideología pequeño-burguesa de izquierdas), ya sea añorando “los buenos viejos tiempos” de un capitalismo ordenado, “sin crisis”, limpio y “nacional” de un pasado que nunca existió (en su variante de ideología pequeño-burguesa de derechas). Llora amargamente las consecuencias del capitalismo pero es incapaz de afrontar sus causas y sus soluciones, pues sus horizontes no van más allá de las relaciones sociales burguesas: un mundo de propiedad y producción burguesas, de individuos burgueses, de naciones burguesas, de “soberanía” burguesa, de “libertades” burguesas, de “democracia” burguesa... pero desprendido de sus lamentables e inevitables consecuencias. Más allá de obrerismos sociológicos estériles y de un materialismo vulgar simplista, se trata del lenguaje y la ideología comunes de la sociedad burguesa “en normalidad”; una forma idealizada y mistificada del mundo burgués eterno que la clase dominante, incapaz de confesar abiertamente su dominación, utiliza como principal “ideología por procuración” para legitimar y mantener su orden (la “democracia”, la “economía nacional”, la “soberanía nacional”, “los derechos humanos”, los “emprendedores”, “el derecho internacional”...todos esas expresiones de ideología pequeño-burguesa pertenecen al género de “ideología por procuración” de la clase dominante), alimentada por la aparente inexistencia de una alternativa a este y por la lucha cotidiana por la supervivencia bajo las relaciones burguesas, y vehiculada por distintas “capas populares”, principalmente “capas medias” y pequeño-burguesas, aunque también por capas obreras, al ser precisamente el lenguaje y la ideología común del “pueblo” (el “sentido común”) cuando no aparece una alternativa social y política a las relaciones sociales y de producción existentes.

–    La extrema izquierda está jugando en el caso catalán (aunque sin duda extrapolable a nivel histórico e internacional a otros casos) el papel de envolver y aromatizar la mercancía podrida nacional-identitaria con un toque “radical” y “popular”: de “autodeterminación generalizada”, de “poder popular” o de “potencialidad revolucionaria”, etc. Es decir, hacer pasar la “unidad nacional” y el olvido de la lucha de clases a través de la total supeditación material y espiritual a las élites catalanistas, por algún tipo “cambio” o “ruptura”.

¿Cuál es el papel que juega la izquierda y extrema izquierda, parlamentaria o extraparlamentaria, de forma general en la sociedad capitalista actual? Su papel objetivo definido históricamente, más allá de la conciencia que tengan de él sus miembros o incluso sectores políticamente miopes de la clase dominante, es: 1) realizar una labor de confusión y falsificación acerca de las contradicciones y antagonismos de la sociedad capitalista, y de las condiciones de su superación; 2) canalizar el malestar hacia vías muertas  para desmovilizar y atomizar a las masas, y/o recuperar e instrumentalizar ese malestar hacia los intereses de determinadas facciones burguesas, o pequeño-burguesas aspirantes a convertirse en respetables actores burgueses.

La base material y espiritual de la izquierda y la extrema izquierda es doble: por un lado, los distintos Estados burgueses y facciones burguesas, que, según circunstancias históricas, financian y/o publicitan determinadas corrientes a fin de tener cubierto su flanco izquierdo bajo la amenaza de malestar social, o también para instrumentalizarlas en conflictos interburgueses; por el otro, el núcleo hegemónico, social y espiritualmente, de esta corriente es la pequeña-burguesía y “clases medias” descontentas y exaltadas, cuyo mundo de categorías burguesas idealizadas es fácilmente recuperable para el mantenimiento del orden burgués. 

Destacar en ese contexto el papel jugado por el anarquismo en la crisis catalana, tanto por el hecho de ser Cataluña la región donde en las primeras décadas del siglo XX se desarrolló un formidable anarquismo obrero entre las facciones más combativas del proletariado español (y que hoy es idealizado y falsificado, sustraído de su inseparable componente proletario,  por gran parte del anarquismo internacional), como por el hecho general de ver en la práctica cuál es el papel objetivo de esta corriente una vez apartado su discurso “virginal” y “radical”. Pues bien, su papel, tanto en Cataluña y el resto de España como a nivel internacional, con pequeñísimas excepciones[2] (2), ha sido y es el de compañero de viaje crítico y/o ilusionado de todo este movimiento nacional-identitario, mimetizándose una vez más con todo el espectro de la extrema izquierda del capital, envuelto en conceptos abstractos y burgueses (“unidad de todo el pueblo”, “defensa de las libertades”, “derecho a decidir”, etc), que en la práctica sólo significan una cosa: la “unidad nacional” entre explotadores y explotados, el abandono de la lucha contra el sistema capitalista, la canalización del malestar hacia objetivos reaccionarios, y el desarme teórico-práctico de una perspectiva revolucionaria. A cada sobresalto histórico el anarquismo nos recuerda su legítimo lugar objetivamente en las filas de la extrema izquierda del capital.

–    Los supuestos “excesos” por parte del Estado español y sus fuerzas de seguridad y aparato judicial, ante la amenaza de pérdida de control de un territorio, que amargamente llora el nacionalismo catalán y la progresía democrática pequeño-burguesa en general, no son una expresión de “déficit democrático” de este; al contrario, son la expresión de la “democracia” burguesa realmente existente, no idealizada ni falsificada. Basta por ejemplo con ver la actuación durante la segunda mitad del siglo XX de “grandes democracias” como la francesa y la británica cuando han visto amenazado su territorio en Argelia o Irlanda del norte, para darse cuenta en qué consiste la “democracia” burguesa realmente existente.

De la actuación de la maquinaria estatal española resulta sin duda clarificador acerca del carácter de clase del Estado burgués “democrático” el que su código legal esté bien alimentado de toda clase de delitos de “rebelión”, “sedición”, “conspiración para la rebelión” contra el orden legal existente, y cuya lectura resulta de lo más interesante y clarificadora. Evidentemente esta no es una característica propia   del Estado español y su supuesto “déficit democrático”.

Resulta también interesante y clarificador que, para complementar este arsenal jurídico, en caso de que la “fuerza de la democracia” no fuera suficiente, el Estado, a través de “respetables ciudadanos” y “representantes políticos” haya movilizado, en el contexto de histeria nacionalista española y catalana mutuamente alimentada, de forma apenas disimulada a la extrema derecha españolista y creado en algunos casos un ambiente de progromo contra no-españolistas, izquierdistas, y otros “enemigos de España”, mostrando como el Estado “democrático” mantiene siempre en la reserva un ecosistema de potenciales frei-korps, vinculados a las fuerzas policiales y las cloacas del Estado y alentados por “respetables” políticos burgueses y periodistas,  a los que liberar y dejar hacer cuando sea necesario.

Todo lo arriba dicho muestra, una vez más, que llegado el momento, los órganos de combate y poder proletario y sus organizaciones revolucionarias deberán necesariamente enfrentarse al Estado burgués oficial y extra oficial (de extrema derecha a extrema izquierda), y asumir y preparar el hecho histórico inevitable de la guerra civil y su extensión internacional para poder instaurar su dictadura revolucionaria, única alternativa a un capitalismo decadente. 

–    Ante el “enigma histórico” de nuestro tiempo, la ausencia de alternativa social y política proletaria comunista en una era que clama por el que las fuerzas productivas de la humanidad sean arrebatadas de su modo de apropiación burgués, todo parece indicar que la civilización capitalista desgarrada por sus contradicciones seguirá dando nacimiento orgánica y naturalmente a toda clase de “plagas” en forma de crisis económicas, guerras, movimientos e ideologías reaccionarias, deshumanización, divisiones, odios, violencia, barbarie. Los movimientos e ideologías nacionalidentitarios de todo signo son una de sus expresiones. D.

Noviembre 2017

Sobre un pasaje de la contribución

El compañero afirma: “Existen dos ópticas erróneas a la hora de analizar los conflictos territoriales-identitarios que presenta la sociedad burguesa actual: por un lado, hablar de “pueblos” o de “comunidades nacionales” como pretendidas unidades homogéneas; por el otro, el sobrevalorar el origen histórico de los conflictos”.

Ambas “ópticas” no pueden colocarse al mismo nivel. La primera no es un “error” desde el punto de vista proletario, es la expresión consciente de los partidos que defienden el Estado Capitalista, es la visión ideológica que inocula este último a través del conjunto de medios de adoctrinamiento y “comunicación” que posee, desde la escuela hasta la prensa y TV.

Respecto a la segunda óptica, el compañero plantearía el siguiente debate: ¿El aspecto dominante en los actuales conflictos “nacional – identitarios” sería la decadencia y descomposición del capitalismo o el peso del pasado?

No tenemos ninguna duda al respecto: lo determinante es la decadencia y descomposición del capitalismo. En ese marco, las heridas que se arrastran del pasado hacen que los procesos ligados a la decadencia y descomposición del sistema tomen diferentes formas, en el caso español -que no es por supuesto el único- adoptan la de una exacerbación de las tensiones centrífugas.

Para aclarar la cuestión quisiéramos precisar la evolución que ha seguido la lucha nacional desde la época ascendente del capitalismo, allá por el siglo XVIII-XIX. En este periodo, la formación de ciertas naciones es un elemento progresivo que contribuye a destruir los restos feudales y al desarrollo de las fuerzas productivas. Es el caso de Italia y Alemania que se constituyen en 1870. Sin embargo, en el periodo de decadencia capitalista inaugurado por la gigantesca barbarie de la Primera Guerra Mundial -que se quedaría corta en comparación con la Segunda y todo lo que ha venido después- la formación de nuevas naciones está preñada completamente por la confrontación imperialista entre las diferentes grandes potencias. Las nuevas naciones que se proclaman con el Tratado de Versalles (1919) tienen dos funciones: establecer un cordón sanitario alrededor de la Rusia Soviética[3] y reforzar la posición imperialista de los vencedores de la primera guerra mundial, especialmente Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. Por su parte, la llamada “Descolonización” de los años 50-60 fue el teatro de un reforzamiento estratégico de USA y la URSS, a la vez que llevó a sangrientos enfrentamientos entre ambas.

Desde los años 90, la nueva oleada de naciones ya no tiene el mismo carácter. Desde luego nacen marcadas por una aspiración imperialista, sin embargo, expresan una exacerbación de las tendencias a la dislocación y al estallido de numerosos estados nacionales, son el signo de la apertura de un proceso (histórico, no inmediato) de descomposición del capitalismo[4]. La pulsión catalanista es de la misma índole que las veleidades centrífugas del Norte italiano o del Flandes belga, una tendencia nihilista a la secesión que expresa la bárbara pretensión de una región supuestamente “rica” (olvidando que existen clases sociales y que la inmensa mayoría no lo son) que se desentiende de las regiones “pobres” que en su imaginación reaccionaria “se aprovecharían de ella”: el Sur italiano que sería el “parásito” del Norte industrial; el “emprendedor” Flandes que se vería sangrado por la “subvencionada” Valonia o, en fin, la Cataluña “inversora y ahorradora” lastrada por los “vagos” andaluces o extremeños.

El Estado español tiene, no como consecuencia de viejas reminiscencias tribales, sino como resultado de la forma que tomó el desarrollo capitalista en España, una mala soldadura nacional. Este fenómeno provoca tendencias centrifugas y secesionistas – no de formación de nuevas naciones- en momentos de crisis profunda del capitalismo. Concretamente, la primera oleada de tensiones centrífugas en España se produce al calor del periodo de entrada del capitalismo en decadencia: entre 1914 y 1936 es cuando los contenciosos vasco y catalán se acentúan hasta llegar a la proclamación de la República Catalana en 1934 por Companys. La segunda crisis separatista se produce con el siglo XXI manifestando las tensiones centrífugas que exacerba la descomposición: en 2004-2005 asistimos al plan Ibarreche de “independencia de Euskadi” y actualmente a la tentativa catalanista. 

CCI

 

[1] Ver las tomas de posición sobre el conflicto catalán del Partido comunista internacional (www.pcint.org) y de la Tendencia Comunista Internacional (www.leftcom.org ).

[2] Ver las tomas de posición de dos militantes libertarios, que se salen del “apoyo crítico” al movimiento nacionalista catalán expresado por el anarquismo a nivel internacional.

lapeste.org/2017/09/catalunya-perplejidades-intempestivas-por-tomas-ibanez; lapeste.org/2017/10/miquel-amoros-carta-a-tomas-ibanez-sobre-perplejidadesintempestivas.

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