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Hace 90 años, la revolución proletaria culminaba trágicamente en las luchas de 1918 y 1919 en Alemania. Tras la toma heroica del poder por el proletariado en Rusia en Octubre de 1917, el corazón de la batalla por la revolución mundial se desplazó hacia Alemania. Allí se llevó la batalla decisiva, y se perdió. La burguesía mundial siempre ha querido que no quede ningún recuerdo de aquellos acontecimientos. Como no puede negar que se desarrollaron luchas, pretende que tenían como objetivo "la democracia" y "la paz" - o sea precisamente las "maravillosas" condiciones que hoy reinan en Alemania capitalista.
El objetivo de la serie que comenzamos con este artículo es poner de manifiesto que la burguesía en Alemania estuvo a dos dedos de perder el poder ante el movimiento revolucionario. A pesar de que fuesen derrotadas, tanto la revolución alemana como la revolución rusa han de ser un estímulo para nosotros hoy. Nos recuerdan que no solo es necesario sino que es posible derribar la dominación del capitalismo mundial.
Esta serie la constituirán cinco artículos. El primero se dedica a cómo el proletariado revolucionario se comprometió con sus principios internacionalistas ante la Primera Guerra mundial. El segundo tratará de las luchas revolucionarias de 1918. El tercero se dedicará al drama que se desarrolló cuando la fundación del Partido comunista a finales de 1918. El cuarto examinará la derrota de 1919. El último tratará sobre el significado histórico de los asesinatos de Rosa Luxemburg y de Karl Liebknecht, y de la herencia que estos revolucionarios nos han transmitido para hoy.
I - Derrota y desconcierto
La ola revolucionaria internacional que comenzó contra la Primera Guerra mundial se produjo unos pocos años después de la mayor derrota política sufrida por el movimiento obrero: el hundimiento de la Internacional socialista en agosto de 1914. Examinar por qué la guerra pudo estallar y por qué falló la Internacional es pues un elemento esencial para entender el carácter y el curso de las revoluciones en Rusia y Alemania.
El camino hacia la guerra
La amenaza de guerra mundial se sentía desde principios del siglo xx. Las grandes potencias la preparaban febrilmente. El movimiento obrero la previó y puso en guardia contra ella. Su estallido, sin embargo, se vio retrasado por dos factores. Uno de ellos fue la preparación militar insuficiente de los principales protagonistas. Alemania, por ejemplo, estaba acabando la construcción de una marina de guerra capaz de rivalizar con Gran Bretaña, dueña de los océanos. Convirtió la isla de Helgoland en base naval de alta mar, acabó la construcción del canal entre el mar del Norte y el Báltico, etc. A finales de la primera década del siglo, estos preparativos habían llegado a su término. Esto le da tanta mayor importancia al segundo factor: el miedo a la clase obrera. Este miedo no era una hipótesis puramente especulativa del movimiento obrero. Importantes representantes de la burguesía lo expresaban explícitamente. Von Bulow, canciller de Alemania, declaró que era principalmente a causa del miedo a la Socialdemocracia si no había más remedio que posponer la guerra. Paul Rohrbach, infame propagandista de los círculos belicistas abiertamente imperialistas de Berlín, escribía: "a no ser que ocurra una catástrofe elemental, lo único que podría obligar a Alemania a mantener la paz es el hambre de los que no tienen pan". El general von Bernhardi, eminente teórico militar de aquellos tiempos, destacaba en su libro la Guerra de hoy (1913) que la guerra moderna implicaba importantes riesgos debido a que tenía que movilizar y disciplinar a millones de personas. Esta opinión no solo se basaba en consideraciones teóricas sino, sobre todo, en la experiencia práctica de la primera guerra imperialista del siglo xx entre potencias de primera importancia. Dicha guerra, la que había enfrentado a Rusia y Japón (1904-1905), engendró el movimiento revolucionario de 1905 en Rusia.
Estas consideraciones alimentaban en el movimiento obrero la esperanza de que la clase dominante no se atrevería a desencadenar la guerra. Esa esperanza permitía ocultar las divergencias en la Internacional socialista, precisamente cuando la clarificación en el proletariado requería un debate abierto. El que ningún componente del movimiento socialista internacional "quisiese" la guerra daba una impresión de fuerza y unidad. Sin embargo, el oportunismo y el reformismo no se oponían a la guerra por principio sino simplemente porque tenían miedo, si estallara, a perder su estatuto jurídico y financiero. Por su parte, el "centro marxista" en torno a Kautsky temía la guerra principalmente porque destruiría la ilusión de unidad del movimiento obrero que quería mantener a toda costa.
Lo que sí iba a favor de la capacidad de la clase obrera para impedir la guerra era sobre todo la intensidad de la lucha de clases en Rusia. Allí los obreros no habían tardado en recuperarse de la derrota del movimiento de 1905. En vísperas de la Primera Guerra mundial, una nueva oleada de huelgas de masas alcanzó un hito en el imperio de los Zares. En cierta medida, la situación de la clase obrera en aquel país se asemejaba a la de la China de hoy; era una minoría en el conjunto de la población, pero se concentraba masivamente en fábricas modernas financiadas por el capital internacional, ferozmente explotada en un país atrasado que no disponía de los mecanismos de control político del liberalismo parlamentario burgués. Existe sin embargo una diferencia importante: el proletariado ruso se había educado en las tradiciones socialistas del internacionalismo, mientras que los obreros chinos de hoy siguen sufriendo la pesadilla de la contrarrevolución nacionalista estalinista.
Todo eso hacía de Rusia una amenaza para la estabilidad capitalista.
Pero Rusia no era un ejemplo significativo de la relación de fuerzas internacional entre las clases. El corazón del capitalismo y de las tensiones imperialistas estaba en Europa occidental y central. La clave de la situación mundial no estaba en Rusia sino en Alemania. Alemania era el país que impugnaba el orden mundial de las antiguas potencias coloniales. Y también era el país cuyo proletariado era el más concentrado y fuerte, con la educación socialista más desarrollada. El papel político de la clase obrera alemana se ilustraba en que los principales sindicatos fueron allí fundados por el Partido socialista, mientras que en Gran Bretaña - la otra nación capitalista dominante en Europa - el socialismo no aparecía más que como un apéndice del movimiento sindical. En Alemania, las luchas cotidianas de los obreros se desarrollaban tradicionalmente con vistas al gran objetivo socialista final.
A finales del siglo xix, empezó sin embargo en Alemania un proceso de despolitización de los sindicatos socialistas, de "emancipación" con respecto al Partido socialista. Los sindicatos cuestionaban abiertamente la unidad entre el movimiento y el objetivo final. El teórico del partido, Eduard Bernstein, no hizo más que generalizar esa orientación con su famosa fórmula: "el movimiento lo es todo, el objetivo no es nada". Este cuestionamiento del papel dirigente de la Socialdemocracia en el movimiento obrero, de la primacía del objetivo sobre el movimiento, causó un conflicto entre el Partido socialista, el SPD, y sus propios sindicatos. Este conflicto se intensificó después de la huelga de masas de 1905 en Rusia. Y acabó con la victoria de los sindicatos sobre el partido. Sometido a la influencia del "centro" en torno a Kautsky - que quería mantener "la unidad" del movimiento obrero a toda costa - el partido decidió que la cuestión de la huelga de masas era asunto de los sindicatos [[1]]. Pero resulta que era en la huelga de masas donde estaba toda la cuestión de la revolución proletaria venidera... Y fue así como quedó políticamente desarmada la clase obrera alemana e internacional en vísperas de la Primera Guerra mundial.
Declarar el carácter no político de los sindicatos era una preparación a la integración del movimiento sindical en el Estado capitalista. Eso proporcionó a la clase dominante la organización de masas que necesitaba para alistar a los obreros para la guerra. A su vez, esa movilización para la guerra en el centro mismo del capitalismo provocó la desmoralización y la desorientación de los obreros en Rusia - para quienes Alemania era la principal referencia - y rompió el movimiento de huelgas de masas que allí estaba desarrollándose.
El proletariado ruso, que estaba realizando huelgas de masas desde 1911, tenía ya una experiencia reciente de crisis económicas, guerras y luchas revolucionarias. No era ése el caso en Europa occidental y central, en donde estalló la guerra al cabo de un largo período de desarrollo económico, en el que la clase obrera había conocido verdaderas mejoras de sus condiciones de existencia, aumentos de salarios y reducción del desempleo, pero también el desarrollo de las ilusiones reformistas; un período en el que las principales guerras se habían hecho en la periferia del capitalismo mundial. La primera gran crisis económica mundial no estallaría sino 15 años más tarde, en 1929. La fase de decadencia del capitalismo no comenzó por una crisis económica como lo esperaba, tradicionalmente, el movimiento obrero, sino por la crisis de la guerra mundial. Con la derrota y el aislamiento del ala izquierda del movimiento obrero sobre la cuestión de la huelga de masas, ya no había motivo para la burguesía de posponer la guerra imperialista. Al contrario, todo retraso podía serle fatal. ¡Esperar no podía sino significar esperar el desarrollo de la crisis económica, de la lucha de clases y de la conciencia revolucionaria de su sepulturero!
El hundimiento de la Internacional
Así pues se abrió el curso a la guerra mundial. Su estallido causó el hundimiento de la Internacional socialista. En vísperas de la guerra, la Socialdemocracia organizó manifestaciones de protesta por toda Europa. La dirección del SPD envió a Friedrich Ebert (futuro asesino de la revolución) a Zúrich en Suiza con los fondos del partido para impedir que fuesen confiscados, y a Bruno Haase, eterno vacilante, a Bruselas para organizar la resistencia internacional contra la guerra. Pero una cosa es oponerse a la guerra antes de que estalle, y otra levantarse contra ella cuando comienza. Y, entonces, los juramentos de solidaridad proletaria solemnemente pronunciados en los congresos internacionales de Stuttgart en 1907 y de Basilea en 1912 aparecieron, en gran parte, como puramente platónicos. Incluso algunos miembros del ala izquierda, que habían apoyado acciones inmediatas aparentemente radicales contra la guerra - Mussolini en Italia, Hervé en Francia -, se unieron entonces al campo del chauvinismo.
La dimensión del naufragio de la Internacional sorprendió a todos. Ya es sabido que Lenin, cuando se enteró, pensaba que las declaraciones en la prensa del partido alemán a favor de la guerra eran obra de la policía para desestabilizar el movimiento socialista en el extranjero. Incluso la burguesía parece haber sido sorprendida por la amplitud de la traición de sus principios por la Socialdemocracia. Había apostado sobre todo por los sindicatos para movilizar a los obreros y había firmado acuerdos secretos con su dirección en vísperas de la guerra. En algunos países, partes importantes de la Socialdemocracia se opusieron realmente a la guerra. Eso pone de manifiesto que la apertura política del curso a la guerra no significó que las organizaciones políticas traicionaran automáticamente. Pero la quiebra de la Socialdemocracia en los principales países beligerantes era tanto más sorprendente. En Alemania, en algunos casos, incluso los elementos opuestos a la guerra con más determinación se callaron durante un tiempo. En el Reichstag (Parlamento alemán), donde 14 miembros de la fracción parlamentaria de la socialdemocracia estaban en contra del voto de los créditos de guerra y 78 a favor, incluso Karl Liebknecht, al principio, se sometió a la disciplina tradicional de la fracción.
¿Cómo explicarlo?
Para eso, es obviamente necesario, en primer lugar, situar los acontecimientos en su contexto objetivo. Fue decisivo el cambio fundamental en las condiciones de la lucha de clases debido a la entrada en un nuevo período histórico de guerras y revoluciones. En aquel contexto se puede comprender perfectamente que el paso de los sindicatos al campo de la burguesía era históricamente inevitable. Al ser esas organizaciones la expresión de una etapa particular, inmadura, de la lucha de clase, en la que la revolución todavía no estaba al orden del día, nunca fueron por naturaleza órganos revolucionarios; con el nuevo período en el que la defensa de los intereses inmediatos de cualquier parte del proletariado implicaba desde entonces una dinámica hacia la revolución, ya no podían servir a su clase de origen y sólo podían perdurar incorporándose al campo enemigo.
Pero lo que se explica claramente para los sindicatos resulta insuficiente al examinar a los partidos socialdemócratas. Queda claro que con la Primera Guerra mundial, los partidos perdieron su antiguo centro de gravedad, o sea la movilización para las elecciones. Y también resulta claro que el cambio de condiciones hacía desaparecer los fundamentos mismos de la existencia de partidos políticos de masas de la clase obrera. Ante la guerra y también la revolución, un partido proletario debe ser capaz de ir contra la corriente, incluso contra el estado de ánimo dominante en la clase en su conjunto. Pero la tarea principal de una organización política de la clase obrera - la defensa del programa y, en particular, del internacionalismo proletario -, no cambia con el cambio de época. Al contrario, adquiere todavía más importancia. Por ello, aunque fuese una necesidad histórica que los partidos socialistas conocieran una crisis frente a la guerra mundial y que en su seno las corrientes infestadas por el reformismo y el oportunismo traicionaran, eso no basta, sin embargo, para explicar lo que Rosa Luxemburg designó como "crisis de la Socialdemocracia".
También es cierto que un cambio histórico fundamental causa necesariamente una crisis programática; las antiguas tácticas probadas desde hacía tiempo e incluso principios como la participación electoral, el apoyo a los movimientos nacionales o a las revoluciones burguesas se vuelven repentinamente caducos. Pero sobre este punto, debemos recordar que muchos revolucionarios de aquel entonces, aún no comprendiendo todavía las implicaciones programáticas y tácticas del nuevo período, fueron sin embargo capaces de mantenerse fieles al internacionalismo proletario.
Pretender entender lo que pasó basándose únicamente en las condiciones objetivas equivale a considerar que todo lo que ocurre en la historia es inevitable desde el comienzo. Semejante enfoque pone en entredicho la posibilidad de sacar lecciones de la historia, puesto que todos nosotros también somos producto de las "condiciones objetivas". Ningún verdadero marxista negará la importancia de estas condiciones objetivas, pero si examinamos la explicación que los revolucionarios de aquel entonces dieron ellos mismos de la catástrofe sufrida por el movimiento socialista en 1914, se puede ver que subrayaron sobre todo la importancia de los factores subjetivos.
Una de las principales razones de la quiebra del movimiento socialista está en su sentimiento ilusorio de invencibilidad, su convicción errónea de que la batalla estaba ganada. La Segunda Internacional basaba esta convicción en tres factores esenciales ya identificados por Marx: la concentración en un polo de la sociedad del capital y de los medios de producción y, en el otro, del proletariado desposeído; la eliminación de las capas sociales intermedias cuya existencia ocultaba la contradicción social principal; y la anarquía creciente del modo de producción capitalista, que se expresaba en particular por la crisis económica, obligando al sepulturero del capitalismo, el proletariado, a poner el propio sistema en cuestión. En sí misma, esta opinión era totalmente válida. Estas tres condiciones del socialismo son el producto de contradicciones objetivas que se desarrollan independientemente de la voluntad de las clases sociales y, a largo plazo, se imponen inevitablemente. Pero de ahí pueden sacarse, sin embargo, dos conclusiones muy problemáticas. Una es que la victoria es ineludible, y, la otra, que la victoria no puede ser inmovilizada salvo si la revolución estalla de forma prematura, al caer el movimiento obrero en provocaciones.
Estas conclusiones eran tanto más peligrosas porque eran muy justas pero también muy parciales. Es cierto que el capitalismo crea inevitablemente las condiciones materiales de la revolución y del socialismo. Y es muy real el peligro de las provocaciones por parte de la clase dominante para llevar a confrontaciones prematuras. Veremos toda la importancia trágica de esta última cuestión en la tercera y cuarta partes de esta serie.
El problema de ese esquema del porvenir socialista está en que no deja ningún espacio a los fenómenos nuevos como, por ejemplo, las guerras imperialistas entre potencias capitalistas modernas. La cuestión de la guerra mundial no entraba en ese esquema. Ya hemos visto que mucho antes de que estallara realmente, el movimiento obrero preveía la inevitabilidad de la guerra. Sin embargo, el hecho de reconocer lo inevitable de la guerra no hizo que la Socialdemocracia llegara a la conclusión de que la victoria del socialismo podía no llegar a ser una realidad. Ambas partes del análisis de la realidad siguieron separadas una de la otra de una forma que puede parecer casi esquizofrénica. Esta incoherencia, aun pudiendo resultar fatal, no es inusual. Muchas de las grandes crisis y desconciertos en la historia del movimiento obrero proceden del encerramiento en los esquemas del pasado, del retraso de la conciencia sobre la evolución de la realidad. Se puede citar por ejemplo el apoyo al Gobierno provisional y a la continuación de la guerra por el Partido bolchevique después de Febrero de 1917 en Rusia. El Partido seguía preso del esquema de la revolución burguesa legado por 1905 y que se reveló inadecuado en el nuevo contexto de la guerra mundial. Fueron necesarias las Tesis de abril de Lenin y meses de debates intensos para salir de la crisis.
Poco antes de su muerte en 1895, Friedrich Engels fue el primero en intentar sacar las conclusiones necesarias de la perspectiva de una guerra generalizada en Europa. Declaró que ésta abriría la alternativa histórica de socialismo o barbarie. Ponía abiertamente en cuestión la inevitabilidad de la victoria del socialismo. Pero ni siquiera Engels llegó a sacar inmediatamente todas las conclusiones de esta visión. No logró entender que el nacimiento en el partido alemán de la corriente opositora Die Jungen ("los Jóvenes"), a pesar de todas sus debilidades, era una expresión auténtica del justo descontento hacia las actividades del partido (principalmente orientadas hacia el parlamentarismo), de sobra insuficientes. Ante la última crisis del partido antes de su muerte, Engels pesó con toda su influencia a favor de la defensa del mantenimiento del statu quo en el partido, en nombre de la paciencia y de la necesidad de evitar las provocaciones.
Fue Rosa Luxemburg, en su polémica contra Bernstein a principios del siglo xx, la que sacó las conclusiones decisivas de la visión de Engels sobre la perspectiva de "socialismo o barbarie". Aunque la paciencia sea una de las principales virtudes del movimiento obrero y sea necesario evitar las confrontaciones prematuras, el principal peligro que se presentaba históricamente ya no era que la revolución estallara demasiado pronto sino que estallara demasiado tarde. Esta opinión le da toda su importancia a la preparación activa de la revolución, a la importancia central del factor subjetivo.
Esa condena de un fatalismo que empezaba a predominar en la Segunda Internacional, esa restauración del marxismo, iba a ser una de las líneas divisorias de toda la oposición de izquierdas revolucionaria, antes y durante la Primera Guerra mundial [[2]].
Como lo escribirá Rosa Luxemburg en su folleto la Crisis de la Socialdemocracia: "El socialismo científico nos enseñó a reconocer las leyes objetivas del desarrollo histórico. El hombre no hace la historia por propia voluntad, pero la hace de todos modos. El proletariado depende en su acción del grado alcanzado por la evolución social. Pero la evolución social no es algo aparte del proletariado; es a la vez su fuerza motriz y su causa, tanto como su producto y su efecto".
Precisamente porque descubrió las leyes objetivas de la historia, por primera vez una fuerza social, la clase del proletariado consciente, puede llevar su voluntad a la práctica de forma deliberada. No solo hace la historia, sino que puede influir conscientemente en su curso.
"El socialismo es el primer movimiento popular del mundo que se ha impuesto una meta y ha puesto en la vida social del hombre un pensamiento consciente, un plan elaborado, la libre voluntad de la humanidad. Por eso Friedrich Engels llama a la victoria final del proletariado socialista el salto de la humanidad del reino animal al reino de la libertad. Este paso también está ligado por leyes históricas inalterables a los miles de peldaños de la escalera del pasado, con su avance lento y tortuoso. Pero jamás se logrará si la chispa de la voluntad consciente de las masas no surge de las circunstancias materiales que son fruto del desarrollo anterior. El socialismo no caerá como maná del cielo. Sólo se ganará en una larga cadena de poderosas luchas en las que el proletariado, dirigido por la socialdemocracia, aprenderá a manejar el timón de la sociedad para convertirse de víctima impotente de la historia en su guía consciente".
Para el marxismo, reconocer la importancia de las leyes objetivas de la historia y de las contradicciones económicas - lo que niegan o ignoran los anarquistas - va acompañado por el reconocimiento de los elementos subjetivos [[3]]. Están íntimamente vinculados y se influyen recíprocamente. Se puede comprobar observando los factores más importantes que poco a poco fueron socavando la vida proletaria en la Internacional. Uno fue la erosión de la solidaridad en el movimiento obrero. Vino favorecida por la expansión económica que precedió 1914 y las ilusiones reformistas que aquella generó. Pero también fue resultado de la capacidad de la clase enemiga para aprender de su experiencia. Bismarck introdujo mutuas de seguro social (con las leyes antisocialistas...) para sustituir la solidaridad entre trabajadores por una dependencia individual de lo que más tarde se llamará "Estado del bienestar". Tras el fracaso del intento de Bismarck de destruir el movimiento obrero poniéndolo fuera de ley, el gobierno de la burguesía imperialista que le sucedió a finales del siglo xix invirtió su táctica. Al haber entendido que las condiciones de represión estimulaban la solidaridad obrera, el Gobierno retiró las leyes antisocialistas e invitó repetidamente a la Socialdemocracia a participar en "la vida política" (o sea en la dirección del Estado), acusándola de renunciar de forma "sectaria" a los "únicos medios prácticos" que permitieran una verdadera mejora de la vida de los obreros.
Lenin mostró el vínculo entre los niveles objetivo y subjetivo en lo que respecta a otro factor decisivo en la delicuescencia de los principales partidos socialistas. Fue la transformación de la lucha por la liberación de la humanidad en rutina diaria vacua. Identificaba tres corrientes en la socialdemocracia, presentando la segunda corriente "el llamado ‘centro', que está formado por los que oscilan entre los socialchauvinistas y los verdaderos internacionalistas", y caracterizándola así:
"El "centro" lo forman los elementos rutinarios, corroídos por la podrida legalidad, corrompidos por la atmósfera del parlamentarismo, etc. Son funcionarios acostumbrados a los puestos confortables y al trabajo "tranquilo". Considerados histórica y económicamente no representan a una capa social específica, no pueden valorarse más que como un fenómeno de transición del período, ya superado, del movimiento obrero de 1871-1914 (...) a un nuevo período, objetivamente necesario desde que estalló la Primera Guerra imperialista mundial que abrió la era de la revolución social" [[4]].
Para los marxistas de aquel entonces, la "crisis de la Socialdemocracia" no ocurría fuera de su campo de acción. Se sentían responsables personalmente. Para ellos, la quiebra del movimiento obrero era también su propia quiebra. Como lo dice Rosa Luxemburg, "tenemos las víctimas de la guerra sobre la conciencia".
Lo que es notable en la quiebra de la Internacional socialista, es que no fue fruto en primer lugar ni de una insuficiencia del programa, ni de un análisis erróneo de la situación mundial.
"El proletariado mundial no sufre de una debilidad de principios, programas o consignas, sino de falta de acción, de resistencia eficaz, de capacidad para atacar al imperialismo en el momento decisivo" [[5]].
Para Kautsky, la incapacidad de mantener el internacionalismo probaba de por sí la imposibilidad de realizarlo. De ello deducía que la Internacional era esencialmente un instrumento para tiempos de paz, que debía dejarse de lado en tiempos de guerra. Para Rosa Luxemburg como para Lenin, el desastre de agosto de 1914 venía principalmente de la erosión de la ética de la solidaridad proletaria internacional en la dirección de la Internacional.
"Entonces se produjo el horrible, el increíble 4 de agosto de 1914. ¿Debía tener lugar? Un acontecimiento de tal importancia no puede ser un simple accidente. Debe tener causas objetivas profundas, significativas. Pero quizás sus causas están en los errores de los dirigentes del proletariado, en la propia Socialdemocracia, en el hecho de que nuestra voluntad de luchar había vacilado, de que abandonamos nuestra valentía y nuestras convicciones" (ídem, subrayado por nosotros).
II - La inversión de la corriente
La quiebra de la Internacional socialista fue un acontecimiento de la mayor importancia histórica y una cruel derrota política. Pero no fue una derrota decisiva, o sea irreversible, para toda una generación. Una primera indicación fue que las capas más politizadas del proletariado siguieron fieles al internacionalismo proletario. Richard Müller, dirigente del grupo Revolutionäre Obleute, de los delegados de fábricas de la metalurgia, recordaba: "En la medida en que las grandes masas populares, ya antes de la guerra, se habían educado bajo la influencia de la prensa socialista y de los sindicatos, y que tenían opiniones precisas sobre el Estado y la sociedad, y a pesar de que no lo hubieran expresado abierta e inmediatamente, rechazaron sin rodeos la propaganda bélica y la guerra misma" [[6]].
Eso fue una diferencia brutal con la situación de los años 30 en los que, tras la victoria del estalinismo en Rusia y del fascismo en Alemania, se arrastró a los obreros más avanzados hacia el terreno político del nacionalismo y de la defensa de la patria (imperialista) "antifascista" o "socialista".
La movilización para la guerra no fue la prueba de una derrota profunda sino de un abatimiento momentáneo de las masas. Aquella movilización vino acompañada por escenas de histeria patriotera de la muchedumbre. Pero no se han de confundir con un alistamiento activo de la población, como se vio durante las guerras nacionales de la burguesía revolucionaria en Holanda o Francia. La intensa agitación pública de 1914 tiene esencialmente sus raíces en el carácter masivo de la sociedad burguesa moderna y en unos medios a disposición del Estado capitalista de propaganda y manipulación desconocidos hasta entonces. En ese sentido, la histeria de 1914 no fue algo totalmente nuevo. Ya se había visto en Alemania cuando la guerra franco-prusiana de 1870, pero adquirió una nueva índole con el cambio de carácter de la guerra moderna.
La locura de la guerra imperialista
El movimiento obrero subestimó la potencia del gigantesco terremoto político, económico y social provocado por la guerra mundial. Acontecimientos de tal magnitud y de violencia tan colosal, más allá de todo posible control de cualquier fuerza humana, pueden suscitar las emociones más extremas. Algunos antropólogos piensan que la guerra despierta un instinto de defensa "auto-conservadora", cosa que comparten los seres humanos con otras especies. Sea verdad o no, lo cierto es que la guerra moderna despierta temores muy antiguos que dormitan en nuestra memoria histórica colectiva, transmitidos de generación en generación por la cultura y las tradiciones, de forma consciente o no: el miedo a la muerte, al hambre, a la violación, al destierro, a la exclusión, la privación, la esclavitud. El que la guerra imperialista generalizada moderna no se limite a los militares profesionales sino que implique a toda la sociedad e introduzca armamentos de una potencia destructiva sin precedentes, no puede sino aumentar el terror pánico que genera. A eso se han de añadir las profundas implicaciones morales. En la guerra mundial, no es una casta particular de soldados sino millones de trabajadores alistados en el ejército los que se lanzan a mutuo degüello. El resto de la sociedad, en la retaguardia, obra con el mismo objetivo. En esta situación, la moral fundamental que hace posible que pueda subsistir cualquier sociedad humana deja de aplicarse. Como dice Rosa Luxemburg, "todos los pueblos que emprenden el asesinato organizado se transforman en una horda bestial " [[7]].
Todo eso provocó, cuando estalló la guerra, una verdadera psicosis de masas y una atmósfera de pogromo generalizado. Rosa Luxemburg cuenta cómo las poblaciones de ciudades enteras se transformaron en populacho soliviantado. Los gérmenes de toda la crueldad del siglo xx, incluidos Auschwitz e Hiroshima, ya estaban contenidos en aquella guerra.
¿Cómo habría debido reaccionar el partido de los obreros al estallar la guerra? ¿Decretando la huelga de masas? ¿Llamando a los soldados a desertar? Absurdo, responde Rosa Luxemburg. La primera tarea de los revolucionarios era la de resistir a lo que en el pasado Wilhelm Liebknecht había calificado de ciclón de pasiones humanas, refiriéndose a la guerra de 1870.
"Tales explosiones "del alma popular" son impresionantes, apabullantes, aplastantes por su furia elemental. Uno se siente impotente, como frente a una potencia dominante. Es como una fuerza superior. No tiene adversario tangible. Es como una epidemia, en la gente, en el aire, por todas partes. (...) Por eso no era nada fácil en aquella época nadar contra la corriente" [[8]].
En 1870, la Socialdemocracia supo nadar contra la corriente. Comentario de Rosa Luxemburg: "Permanecieron en sus puestos y durante cuarenta años, la Socialdemocracia vivió sobre la fuerza moral con la que se había opuesto a un mundo de enemigos" [[9]].
Y ahí Rosa alcanza el meollo, el punto crucial de su argumentación: "Lo mismo habría podido ocurrir hoy. Al principio, quizás lo único que habríamos podido hacer era salvar el honor del proletariado, y los miles de proletarios que mueren en las trincheras en la oscuridad mental, no se habrían muerto en una confusión espiritual sino con la convicción de que lo que había sido todo para ellos durante su vida, la Internacional, la Socialdemocracia liberadora, no había sido un sueño. La voz de nuestro partido habría sido el antídoto contra la intoxicación chauvinista de masas. Habría preservado al proletariado inteligente del delirio, habría frenado la capacidad del imperialismo para envenenar y embrutecer a las masas en un tiempo increíblemente corto. Y con el desarrollo de la guerra, (...) todos los elementos vivos, honestos, progresivos y humanos se habrían unido a los estandartes de la socialdemocracia" [[10]].
Conquistar ese "prestigio moral incomparable" fue la primera tarea de los revolucionarios frente a la guerra.
Para Kautsky y sus afines era imposible comprender que existiera esa preocupación por los últimos pensamientos que podían tener antes de morir los proletarios en uniforme. Para él, provocar la rabia patriotera de la muchedumbre y la represión del Estado una vez que había estallado la guerra, no era sino un gesto vano e inútil. El socialista francés Jaurès había declarado anteriormente que la Internacional representaba toda la fuerza moral del mundo. Ahora, muchos de sus antiguos dirigentes ya ni siquiera sabían que el internacionalismo no es un gesto inútil sino la prueba de la vida o de la muerte del socialismo internacional.
El vuelco en la situación y el papel de los revolucionarios
La quiebra del Partido socialista provocó una situación verdaderamente dramática. La primera consecuencia fue que permitió una perpetuación aparentemente indefinida de la guerra. La estrategia militar de la burguesía alemana era evitar la apertura de un segundo frente, lograr una victoria rápida sobre Francia, para poder luego mandar todas sus fuerzas al frente oriental para que Rusia capitulara. Su estrategia contra la clase obrera seguía el mismo principio: tomarla por sorpresa y sellar la victoria antes de que tuviera tiempo de recuperar una orientación proletaria.
A partir de septiembre de 1914 (batalla del Marne), la invasión de Francia y, con ella, el conjunto de la estrategia basada en una victoria rápida falló por completo. No solo la burguesía alemana, sino toda la burguesía mundial quedó atrapada en las redes de un dilema ante el cual no podía ni retroceder, ni abandonar. De ello resultaron matanzas sin precedentes completamente absurdas, incluso desde el punto de vista capitalista, de millones de soldados. El propio proletariado estaba cogido en la trampa sin que existiese la menor perspectiva inmediata que pudiera poner fin a la guerra por iniciativa propia. El peligro que surgió entonces fue el de la destrucción de la condición material y cultural más esencial para el socialismo, la del propio proletariado.
Los revolucionarios están vinculados a su clase como la parte lo está al todo. Las minorías de la clase nunca pueden ponerse en lugar de la propia actividad y creatividad de las masas. Pero hay momentos en la historia durante los cuales la intervención de los revolucionarios puede tener una influencia decisiva. Tales momentos se producen en el proceso hacia la revolución, cuando las masas luchan por la victoria. Resulta entonces decisivo ayudar a la clase a encontrar el buen camino, a franquear las trampas del enemigo, a evitar llegar demasiado pronto o demasiado tarde a la cita de la historia. Pero también tienen lugar en los momentos de derrota, cuando es vital sacar las buenas conclusiones. Sin embargo, debemos aquí establecer algunas distinciones. Ante una derrota aplastante, esta tarea es decisiva a largo plazo para la transmisión de las lecciones a las generaciones futuras. En el caso de la derrota de 1914, el impacto decisivo que los revolucionarios podían tener era tan inmediato como durante la propia revolución. No solo porque la derrota sufrida no era definitiva, sino también debido a que las mismas condiciones de la guerra mundial, al hacer literalmente de la lucha de clase una cuestión de vida o muerte, dio nacimiento a una aceleración extraordinaria en la politización.
Ante las privaciones de la guerra, era inevitable que la lucha de clases económica se desarrollara abiertamente y tomara inmediatamente un carácter político. Pero los revolucionarios no podían limitarse a esperar que eso ocurriese. La desorientación de la clase, como vimos, era sobre todo producto de una ausencia de dirección política. Era entonces responsabilidad de todos los que siguieron siendo revolucionarios en el movimiento obrero iniciar ellos mismos la inversión de la corriente. Incluso antes de las huelgas en el "frente interior", mucho antes de las rebeliones de los soldados en las trincheras, los revolucionarios debían mostrarse y afirmar el principio de la solidaridad proletaria internacional.
Comenzaron ese trabajo en el Parlamento, denunciando la guerra y votando contra los créditos de guerra. Fue la última vez que se utilizó esta tribuna con fines revolucionarios. Pero eso estuvo acompañado, desde el principio, por la propaganda y la agitación revolucionaria ilegal y por la participación en las primeras manifestaciones para reclamar pan. Una tarea de la mayor importancia para los revolucionarios también fue organizarse para clarificar su opinión y, sobre todo, para establecer contactos con los revolucionarios en el extranjero y preparar la fundación de una nueva Internacional. El Primero de mayo de 1916, Spartakusbund (la Liga Espartaco), núcleo del futuro Partido comunista (KPD), se sintió por primera vez lo suficientemente fuerte para salir a la calle abiertamente y en masa. Era el día en que, tradicionalmente, la clase obrera celebraba su solidaridad internacional. Spartakusbund llamó a manifestaciones en Dresde, Jena, Hanau, Braunschweig y sobre todo en Berlín. Diez mil personas se reunieron en la Postdamer Platz para escuchar a Karl Liebknecht denunciar la guerra imperialista. Una batalla callejera estalló en una inútil tentativa de impedir su detención.
Las protestas del Primero de Mayo privaron a la oposición internacionalista de su líder más conocido. Siguieron muchas mas detenciones. A Liebknecht se le acusó de irresponsabilidad e incluso de querer ponerse en primer plano. En realidad, la dirección de Spartakusbund había decidido colectivamente esa acción del Primero de Mayo. Cierto es que el marxismo critica los actos inútiles del terrorismo y del aventurerismo. Cuenta con la acción colectiva de las masas. Pero el gesto de Liebknecht fue mucho más que un acto de heroísmo individual. Personificaba las esperanzas y las aspiraciones de millones de proletarios ante la locura de la sociedad burguesa. Como lo escribirá más tarde Rosa Luxemburg:
"No olvidemos sin embargo esto. La historia del mundo no se hace sin nobleza de sentimientos, sin moral elevada, sin nobles gestos" [[11]].
Esa nobleza de sentimientos se extendió rápidamente de Spartakusbund a los metalúrgicos. El 27 de junio de 1916 en Berlín, en vísperas del juicio de Karl Liebknecht detenido por su agitación pública contra la guerra, una reunión de delegados de fábricas fue organizada tras la manifestación ilegal de protesta convocada por Spartakusbund. En la orden del día estaba la cuestión de la solidaridad con Liebknecht. En contra de Georg Ledebour, único representante presente del grupo opositor en el Partido socialista, se propuso la acción para el día siguiente. No hubo debate. Todos se levantaron y permanecieron silenciosos.
Al día siguiente, a las 9, los torneros pararon las máquinas de las grandes fábricas de armamento del capital alemán. 55 000 obreros de Löwe, AEG, Borsig, Schwarzkopf abandonaron sus herramientas y se reunieron a las puertas de las fábricas. A pesar de la censura militar, la noticia se extendió cual reguero de pólvora por todo el Imperio: ¡los obreros de las fábricas de armamento salen en solidaridad con Liebknecht! Y no solo en Berlín, sino en Braunschweig, en los astilleros de Bremen, etc. Hasta en Rusia hubo acciones de solidaridad.
La burguesía mandó al frente a miles de huelguistas. En las fábricas, los sindicatos abrieron la caza a los "líderes". Pero cada detención aumentaba la solidaridad de los obreros. Solidaridad proletaria internacional contra guerra imperialista: era el comienzo de la revolución mundial, la primera huelga de masas en la historia de Alemania.
La llama que se había encendido en la plaza Postdamer se extendió aún más rápidamente entre la juventud revolucionaria. Inspirados por el ejemplo de sus jefes políticos, antes incluso que los metalúrgicos experimentados, los jóvenes habían lanzado la primera huelga de importancia contra la guerra. En Magdeburgo y, sobre todo, en Braunschweig que era un bastión de Spartakus, las manifestaciones ilegales de protesta del Primero de Mayo se transformaron en un movimiento de huelga contra la decisión impuesta por el Gobierno de ingresar parte de los salarios de los aprendices y jóvenes obreros en una cuenta obligatoria para financiar el esfuerzo de guerra. Los adultos se agregaron con una huelga de apoyo. El 5 de mayo, las autoridades militares tuvieron que retirar esta medida para impedir la extensión del movimiento.
Después de la batalla de Skagerrak en 1916, única confrontación durante toda la guerra entre las marinas británica y alemana, un pequeño grupo de marineros revolucionarios proyectó apoderarse del acorazado Hyäne y desviarlo hacia Dinamarca para "manifestarse delante del mundo entero" contra la guerra [[12]]. A pesar de que el proyecto fue descubierto y fracasó, ya prefiguraba las primeras rebeliones abiertas que ocurrieron en la marina de guerra a principios de agosto 1917. Empezaron a causa del trato y las condiciones de vida de las tripulaciones. Pero muy rápidamente, los marinos lanzaron un ultimátum al Gobierno: o cesaba la guerra o estallaba la huelga. El Estado contestó con una ola de represión, ajusticiando a dos dirigentes revolucionarios, Albin Köbis y Max Reichpietsch.
Una ola de huelgas masivas se desarrolló en Berlín, Leipzig, Magdeburgo, Halle, Braunschweig, Hanover, Dresde y otras ciudades a partir de mediados de abril de 1917. Aunque los sindicatos y el SPD no se atrevieron a oponerse abiertamente, intentaron limitar el movimiento a cuestiones económicas; pero los obreros de Leipzig formularon una serie de reivindicaciones políticas - en particular la del cese de la guerra - que se retomaron en otras ciudades.
Los ingredientes de un profundo movimiento revolucionario existían pues a principios de 1918. La oleada de huelgas de abril de 1917 fue la primera intervención masiva de cientos de miles de obreros en todo el país para defender sus intereses materiales en un terreno de clase y oponerse directamente a la guerra imperialista. El movimiento también estaba animado por la revolución que había comenzado en Rusia en febrero de 1917 y se solidarizaba abiertamente con ésta. El internacionalismo proletario se había apoderado de los corazones de la clase obrera.
Por otra parte, con el movimiento contra la guerra, la clase obrera reinició el proceso de creación de su propia dirección revolucionaria. No solo se trataba de grupos políticos como Spartakusbund o la Izquierda de Bremen que iban a formar el KPD (Partido comunista de Alemania) a finales de 1918. También hablamos de la aparición de capas altamente politizadas y de centros de vida y de lucha de la clase, vinculados a los revolucionarios y que compartían sus posiciones. Actuaban en las concentraciones industriales, en particular de la metalurgia, concretándose en el fenómeno de los Obleute, delegados de fábrica.
"En la clase obrera industrial existía un núcleo de proletarios que no solamente rechazaba la guerra, sino que también quería impedir que estallara a toda costa; y cuando estalló, consideraron que era su deber hacerla acabar por cualquier medio. Eran pocos. Pero por eso era gente tanto más determinada y activa. Eran el contrapunto de quienes iban al frente a arriesgarse y morir por sus ideas. La lucha contra la guerra en las fábricas y oficinas no tuvo la misma notoriedad que la lucha en el frente, pero implicaba los mismos riesgos. Los que la condujeron estaban motivados por los ideales más elevados de la humanidad" [[13]].
Otro de esos centros fue la nueva generación de obreros, aprendices y jóvenes obreros que no tenían mas perspectiva que la de ir a morir en las trincheras. El centro de gravedad de esta fermentación fueron las organizaciones de la juventud socialista que, ya antes de la guerra, se habían hecho notar por su rebelión contra "la rutina" que había empezado a distinguir a la vieja generación.
En el ejército, dónde la rebelión contra la guerra fue más lenta en desarrollarse que en el frente "interior", también surgió una posición política avanzada. Como en Rusia, el centro de resistencia nació entre los marinos, quienes estaban en relación directa con los obreros y las organizaciones políticas en los puertos de amarre y cuyo trabajo y condiciones se asemejaban a los de los obreros de fábrica de donde procedían en general. Se reclutaba además a muchos marinos en la marina mercante "civil", eran hombres jóvenes que habían viajado por el mundo entero y para quienes la fraternidad internacional no era una fórmula sino un modo de vida.
Además, la aparición y la multiplicación de esas concentraciones de vida política acarrearon una intensa actividad teórica. Todos los testigos directos de aquel período dan cuenta del alto nivel teórico de los debates en las reuniones y conferencias ilegales. Aquella vida teórica quedó plasmada en el folleto de Rosa Luxemburg la Crisis de la socialdemocracia, en los escritos de Lenin contra la guerra, en los artículos de la revista de Bremen Arbeiterpolitik, y también en la masa de panfletos y declaraciones que circulaban en la más total ilegalidad y que forman parte de las producciones más profundas y más valientes de la cultura humana del siglo xx.
Había llegado el momento para que se desencadenara la tempestad revolucionaria contra uno de los bastiones más poderosos e importantes del capitalismo mundial.
La segunda parte de esta serie tratará de las luchas revolucionarias de 1918. Empezaron por huelgas masivas en enero con el primer intento de formar consejos obreros en Alemania, culminando en los acontecimientos revolucionarios del 9 de noviembre que pusieron fin a la Primera Guerra mundial.
Steinklopfer
[1]) Decisión tomada por el Congreso del Partido alemán en Mannheim, en 1906.
[2]) En sus memorias sobre el movimiento de la juventud proletaria, Willi Münzenberg, que estaba en Zúrich durante la guerra, recuerda la opinión de Lenin: "Lenin nos explicó el error de Kautsky y de su escuela teórica de marxismo falsificado que todo lo espera del desarrollo histórico de las relaciones económicas y casi nada de los factores subjetivos de aceleración de la revolución. Al contrario, Lenin destacaba el significado del individuo y de las masas en el proceso histórico. Destacaba sobre todo la tesis marxista según la cual son los hombres los que, en un marco de relaciones económicas determinadas, hacen la historia. Esta insistencia sobre el valor personal de los individuos y grupos en las luchas sociales nos produjo la mayor impresión y nos incitó a hacer los mayores esfuerzos concebibles" (Münzenberg, Die Dritte Front - "el tercer frente", traducido del alemán por nosotros).
[3]) A pesar de defender con razón, contra Bernstein, la existencia de una tendencia a la desaparición de las capas intermedias y de la tendencia a la crisis y al empobrecimiento del proletariado, la izquierda sin embargo no consiguió comprender hasta qué punto el capitalismo, en los años precedentes a la guerra, había logrado reducir temporalmente esas tendencias. Esta confusión se expresa, por ejemplo, en la teoría de Lenin sobre "la aristocracia obrera" según la cual solo había obtenido aumentos de salarios sustanciales una minoría privilegiada y no amplios sectores de la clase obrera. Eso llevó a subestimar la importancia de la base material en la que se desarrollaron las ilusiones reformistas que permitieron a la burguesía movilizar al proletariado hacia la guerra.
[4]) "Las tareas del proletariado en nuestra revolución", 28 de mayo de 1917.
[5]) "Rosa Luxemburg Speaks" ("Discursos de Rosa Luxemburg"), en The crisis of Social Democracy, Pathfinder Cerca 1970, traducido del inglés por nosotros.
[6]) Richard Müller, Vom Kaiserreich zur Republik, 1924-25 (del Imperio a la República), traducido del alemán por nosotros.
[7]) "Rosa Luxemburg Speaks", op. cit., nota 5.
[8]) Ibidem.
[9]) Ibidem.
[10]) Ibidem.
[11]) "Against Capital Punishment", noviembre de 1918, nota 5.
[12]) Dieter Nelles: Proletarische Demokratie und Internationale Bruderschaft - Das abenteuerliche Leben des Hermann Knüfken, https://www.anarchismus.at/ (Dieter Nelles: "La democracia proletaria y la fraternidad internacional - La vida aventurera de Hermann Knüfken").
[13]) Richard Müller, Vom Kaiserreich zur Republik, op. cit., nota 6.