1.La tragedia española (Gatto Mammone posición mayoritaria)

Printer-friendly version

Como se sabe, el destronamiento de Isabel IIª - que huyó al extranjero, como hizo Alfonso XIII en 1931 – fue seguida de un periodo muy convulso que sucesivamente vio desarrollarse las siguientes fases: para empezar, en Octubre de 1.868, el Gobierno Provisional de Serrano que, tras que las Cortes Constituyentes de Febrero de 1.869, se pronunciaron por una monarquía democrática, cedió la plaza al rey Amadeo de Saboya. Después, provocada por esta nominación, estalla la segunda guerra “carlista” (1.872-1.876), fomentada por la rama proscrita de los Borbones.

A continuación, llega la abdicación de Amadeo en 1.873 y la instauración de la primera República de los Pi i Margall, Salmerón y Castelar; que debe luchar contra los carlistas ( en Vizcaya y Cataluña) y hacer frente a la revuelta “cantonalista” de Sevilla, Cádiz, Granada, Málaga, Cartagena y Valencia.

Finalmente, Serrano vuelve al poder y prepara el golpe de estado militar que devuelve al trono a los Borbones en Enero de 1.874.

El Consejo General de Londres (Iª Internacional) tenía pocas relaciones directas con España, aunque el secretario elegido para las relaciones con este país, Paul Lafarge, había nacido por casualidad en Cuba. El Manifiesto lanzado por el Consejo General en Octubre de 1.868 tras la caída de Isabel IIª, invitando a los obreros españoles a formar parte de la Internacional, quedó sin respuesta. Fueron, al contrario, los republicanos federados del núcleo de Pi i Margall los que obtuvieron el apoyo de los obreros, organizados hasta la fecha en simples sociedades conspirativas.

La primera agitación directa realizada en España fue la que realizo la “Alianza” de Bakunin que a finales de 1.868 envió a Fanellí para crear los primeros núcleos de la Federación Española de la Internacional. Es esto lo que permite explicar porque esta fue siempre fiel a la concepción colectivista anarquista, en oposición a la “comunista-autoritaria” de Marx y el Consejo General de Londres. Incluso, cuando más tarde (en 1.876), la Federación Italiana de la Internacional, bajo el impulso de Malatesta, Cafiero y Covelli, adoptó el “comunismo-anarquista”, es decir que no solo la tierra y el utillaje, sino también el fruto del trabajo debía pertenecer a las comunidades, los internacionalistas españoles continuaron fieles a su vieja concepción. Como veremos, más adelante, cuando en 1.910 surge la CNT emplea la terminología anarco-sindicalista, ya que el término “colectivista” desde entonces designa a los marxistas, a los partidos socialistas de la IIª Internacional.

Tanto es así que el primer Congreso de la Federación Regional Española (regional significa para España nacional) celebrado en Barcelona en 1.870 adoptó una posición apolítica. En el terreno económico su posición fue muy poco favorable a los movimientos huelguísticos. Preferían, por el contrario, mostrar el objetivo final, es decir, “la liquidación social y el porvenir libre”.

Para todos los internacionalistas anti-autoritarios – para las Federaciones de España e Italia, así como para los del Jura en Suiza y para los obreros del Valle de la Vesdre (Verviers, Bélgica) – el único objetivo de la asociación era provocar la insurrección que derrocara al Gobierno, aboliera la propiedad privada, pusiera a disposición de los trabajadores la tierra y las herramientas y, sustituyera la organización estatal de la burguesía por la libre federación de las comunidades y grupos de productores libres y autónomos.

Cuando en 1.873, acto seguido de la proclamación de la República federalista (Pi i Margall) se desarrolla el potente movimiento “cantonalista”, si bien la Internacional en su conjunto quedó al margen de los acontecimientos que juzgó “políticos” , al mismo tiempo, la FRE autorizó a sus miembros a participar en los gobiernos locales surgidos de este movimiento ya que consideraba que la descentralización ( o “cantonalización” ) del Estado como algo propicio para el cambio social. Pero Serrano disolvió la Internacional que si bien, declaraba con contar en esos momentos con decenas de miles de miembros, se adaptó sin resistencia a la situación respondiendo únicamente a la orden de disolución con ... un Manifiesto de protesta dirigido a los obreros españoles. Desde entonces estuvieron en la sombra hasta 1.881, cuando los conservadores dejaron su lugar a un Gobierno más liberal. Entonces los internacionalistas salieron de la ilegalidad y crearon una Federación de los trabajadores de la región española, basado igualmente, en el colectivismo anarquista, que consiguió, desde sus inicios un cierto desarrollo. Un ala terrorista, conocida como la “Mano Negra” se desarrolló sobre todo en Andalucía y provocó las persecuciones de 1.884.

En 1.888, tuvo lugar un Congreso en Valencia, que disolvió definitivamente la Federación regional y la substituyó por los grupos anarquistas libres. No es hasta Octubre de 1.910, en el curso de un Congreso que se celebró en Barcelona, reuniendo a todas las organizaciones de Andalucía y Cataluña, que se decidió la constitución de la Confederación Nacional del Trabajo, de carácter sindicalista, antiparlamentario y partidaria de la acción directa.

Como hemos dicho anteriormente, la Federación de la Internacional, en España, aparte del episodio Lafargue, fue siempre antiautoritaria, y contraria a Marx y al Consejo General del Londres.

Lafargue había conseguido ganar la mayoría del Consejo Federal pero, fue excluido, y no pudo reagrupar más que a nueve miembros en la nueva Federación de Madrid que él representó en el Congreso de la Haya ( 1.872 ). Entre estos nueve miembros figuraba el tipógrafo Pablo Iglesias, el futuro fundador del Partido Obrero Socialista en España. Este partido, creado clandestinamente en 1.879, fue definitivamente fundado en el Congreso de Barcelona, en Agosto de 1.888, año en el que los socialistas crearon también la central sindical, U.G.T. Esta estaba muy ligada al partido, tanto que Iglesias era el presidente del partido y de la organización sindical al mismo tiempo.

El partido participó, desde su fundación, en la acción política, pero jamás consiguió un triunfo electoral. Iglesias no llegó al parlamento hasta 1.910, tras la creación de la primera coalición entre republicanos y socialistas contra el Gobierno reaccionario de Maura y la expedición marroquí.

El PSOE tenía un carácter “obrerista” y anti-intelectual; consideraba a los intelectuales como gentes inútiles, buenos únicamente para introducir en su seno las discusiones teóricas, inútiles igualmente, según ellos. Aparte de algunas breves y esporádicas apariciones de intelectuales, como Unamuno – hoy ferviente partidario de Franco – el Doctor Vera fue durante largo tiempo el único fiel al movimiento. Solo poco tiempo antes de la guerra se vio llegar un gran número de intelectuales al partido socialista. Entre ellos, Besteiro, Ovejero y Luis Araquistain , todos ellos dirigentes hoy del “Frente Popular”.

El partido socialista, en su conjunto, tuvo desde sus orígenes, un marcado color local que nos disponemos a tildar de “pablismo” del nombre de Pablo Iglesias que murió en 1.925, a los 75 años, después de ser durante cincuenta años el educador político de los cuadros del partido y la U.G.T. Esta particularidad del partido obrero español, retomada más tarde por Andrade en su interesante estudio sobre el reformismo, ha revestido el carácter de una organización de tipo filantrópico poniendo el acento sobre el carácter moral y produciendo un tipo de obrero que el general Primo de Rivera se complacía en definir como “prestador de buenos y leales servicios” a sus amos.

Este “obrerismo” rudimentario del pablismo, era el reflejo, en el terreno económico, de la situación de atraso de España, en la que dominaba el artesanado (no solamente Pablo Iglesias era como hemos visto un obrero tipógrafo, sino que durante largo tiempo todo el Comité Central del partido, estaba compuesto, íntegramente, por tipógrafos). Y, en el terreno político, reflejaba una noción muy elemental de la lucha de clases que ninguna discusión teórica llegó a enriquecer.

Este reformismo acentuado fue una de las principales causas del desarrollo del anarquismo, bajo diferentes nombres y del hecho de que los obreros más avanzados y las masas más combativas se decidieran por la C.N.T, puesto que el anarco-sindicalismo parecía representar una forma más revolucionaria, cuando en realidad su misma existencia era la prueba del atrasado estado, desde el punto de vista clasista, del proletariado español.

Para comprender adecuadamente la situación actual, es importante analizar el periodo que siguió a la caída de Primo de Rivera – en Enero de 1.930 – , es decir, el año que duró su sucesor, el general Bérenguer, y el corto Gobierno de concertación monárquica del Almirante Aznar, de Febrero de 1.931 hasta las elecciones municipales del mismo año que llevaron a la segunda caída de los Borbones.

Es, en efecto, en el curso de este período cuando, en el seno del partido socialista cristaliza una crisis interna que llevará a la creación de dos fracciones. Como se sabe, tras la instauración, en 1.923, de la dictadura de Primo de Rivera, el partido socialista y la U.G.T. practicaron una política de adaptación al nuevo régimen. A cambio de esta “neutralidad benévola” Primo de Rivera dejó a los socialistas una cierta libertad de propaganda y les permitió entrar en los órganos consultivos del régimen y en las comisiones paritarias, todos ellos puestos bien retribuidos y bien aceptados, ya que hasta la fecha la debilidad del movimiento obrero, en España, había sido un obstáculo para la formación de una burocracia remunerada como era el caso en los países en los que el movimiento obrero estaba más desarrollado.

El colaboracionismo llego a tolerar incluso que Largo Caballero, el mismísimo secretario general de la U.G.T., fuera nombrado consejero de Estado. Los ofrecimientos llegaban en el ámbito de la Asamblea nacional corporativa, que el Gobierno se aprestaba a crear, contando con la unanimidad de los presentes en el debate de aceptación de su candidatura. Solo el temor de una reacción negativa de las masas obreras hizo que su integración hubiera de ser rechazada por un voto en la votación definitiva.

Asistimos en esa época a un verdadero idilio social-dictatorial. En Madrid, donde en el seno de la U.G.T existía una oposición de comunistas aún no degenerados, los dirigentes de esta oposición eran convocados por la Seguridad del estado y, cuando les era negada la entrada en el partido socialista eran explícitamente obligados a abandonar esa oposición bajo amenaza de arresto.

En ciertas localidades de las regiones mineras de Vizcaya, las Casas del Pueblo, que estaban en manos de los comunistas, eran cerradas por la Dictadura y entregadas posteriormente a los socialistas.

Una corriente “izquierdista” conducida por Prieto, se manifestó contra la política de colaboración íntima con la Dictadura, practicada por los Caballero, Saborit y la dirección del partido. Pero la crisis no se manifestó abiertamente más que en el período siguiente: el de la dictadura que continuó Berénguer.

De un lado Besteiro y Saborit que se apoyaban sobre la burocracia sindical, seguían fieles a la política tradicional del “quietismo” bajo el pretexto de no hacer correr aventuras al movimiento obrero. En realidad, trataban esencialmente de mantener las prebendas que la dictadura les había concedido. Tanto es así que llegaron hasta el punto de sabotear la preparación de la huelga general que debía desarrollarse en Diciembre de 1.930.

De otro lado, estaban los “izquierdistas” - Prieto y De los Rios, a los que más tarde se sumaría Caballero que abandonó la capilla “pablista” – que acentuaron su táctica de acercamiento a los republicanos. Participaron en la preparación de la revuelta militar que debía estallar en Diciembre de 1.930, con el apoyo de la huelga general. Hoy sabemos que el levantamiento prematuro de la guarnición de Jaca hizo fracasar sus proyectos.

Ya entonces, Prieto, Caballero y De los Ríos formaban parte del Gobierno Provisional que habría sido constituido en caso de coronar con éxito sus planes. Ellos mismos fueron los que formaron parte del Gobierno de Alcalá Zamora en Abril de 1.931.

A pesar de este oportunismo o, más bien, de esta traición de los intereses revolucionarios de la clase obrera, el movimiento obrero seguía siendo siempre muy frágil: el partido socialista tenía, en 1.930, 12.815 miembros y la U.G.T 277.011 militantes.

En cuanto a la C.N.T , sabemos que desde la instauración de la dictadura disolvió “voluntariamente” los sindicatos. Esta fórmula salvó los principios, pero significó en la práctica una adaptación sin resistencia al nuevo régimen. Sus efectivos entonces, podían llegar a alcanzar, según sus fuentes, un millón de miembros. Pero no olvidemos que para los anarquistas españoles esta cifra era como el hecatón (cien) para los antiguos griegos: una cantidad indefinida, que sobre todo, y en todos los casos, debía dar la impresión de un gran número.

Ya durante la dictadura, en el seno de la C.N.T la corriente revisionista de los sindicalistas – de la tendencia Pestaña - se había reforzado y entró en lucha abierta con los anarquistas puros de la F.A.I.. Los “Faistas” quedaron a lo largo de este período en la sombra- como lo estuvieron sus mayores internacionalistas antiautoritarios tras la represión de 1.874 – y, debemos reconocerlo, solo los revisionistas manifestaron durante la dictadura cierta actividad. Estos “revisionistas” o “políticos” como les llamaban sus adversarios, los “anarco-específicos” se encontraban a la cabeza de la C.N.T. en el momento en el que la República fue proclamada. Su sindicalismo “revolucionario” era del mismo estilo que el de Jouhaux de la C.G.T. francesa. Asumieron la responsabilidad de dar un espaldarazo a la política de “bloque sin principios” con los republicanos, es decir, la colaboración estrecha con la burguesía, signo característico de los primeros momentos de la República española. Se solidarizaron con el Manifiesto publicado en Barcelona por los partidarios de la República, sobre la base de un programa de acción que suponía: 1º la separación de los poderes; 2º reconocimiento de todos los derechos individuales y sociales a los ciudadanos; 3º reconocimiento a los grupos federados en virtud de su propia cultura; 4º libertad de pensamiento. Separación de la Iglesia y el Estado; 5º reforma agraria; 6º reformas sociales al nivel de los Estados capitalistas más avanzados. Esto en 1.931.

En 1.936, vemos a los “Faistas” dominando la C.N.T entrar en el Gobierno pero escondiendo esta traición a sus propios principios con juegos de palabras: no entraban en el “Gobierno” sino el “Consejo” de la Generalitat de Catalunya, con un programa que decía: creación de las milicias para mantener el orden público (léase : policía ); milicias de guerra obligatorias ( léase: Ejército); defensa de la pequeña propiedad y de las libertades “tradicionales” de Catalunya.

Solo nos queda hablar del partido comunista. Este surgió en España, como en otros muchos lugares, en la inmediata post-guerra, a través de la transformación de las Juventudes socialistas en Partido Comunista, al que vendría más tarde a sumarse un ala izquierda socialista. El hecho de que los padrinos del movimiento comunista fueran Borodine- del que conocemos su actividad en China como responsable y artesano de la derrota del proletariado chino – y el diputado oportunista italiano Graziadei es suficiente para explicar que este partido era un aborto que la misma Internacional consideraba como una de sus secciones más insignificantes.

Basándonos en las cifras más optimistas, no encontramos más que algunos cientos de miembros, si todavía podemos utilizar este término, ya que en 1.931, el partido comunista no tenia aún un censo de afiliados. Agrupaba ante todo una capilla de aventureros incompetentes y sin escrúpulos que la Internacional Comunista, regularmente reemplazaba por elementos que no valían mucho más. Durante todo el período de la dictadura, el P.C.E. no dio señales de vida y fue ignorado por casi todo el mundo. Una cierta influencia comunista se pudo ver en los sindicatos en Vizcaya y Asturias, pero reducida a una actividad de algunos elementos en la base, y al margen de cualquier directiva de los jefes.

En Barcelona, el principal centro industrial de España, el Partido Comunista, hasta estos últimos tiempos, era absolutamente inexistente (contando con una cincuentena de miembros como mucho, al inicio de los acontecimientos de este año).

La cuestión nacionalista, que tanta importancia tiene, incluso dentro de la C.N.T. – (ver sus últimas declaraciones sobre las libertades tradicionales de Cataluña) – había provocado, en vísperas de los acontecimientos de 1.931, la creación de un partido comunista catalán que sostenía la idea de la independencia de Cataluña y, para el que existía una burguesía española explotadora del proletariado español, pero también una burguesía catalana y un proletariado catalán, ambos, explotados por el Estado central. En este partido encontramos los primeros núcleos del Bloque Obrero y Campesino de Maurín, que jugó un cierto papel en los comienzos de la República y que, después, dio lugar al nacimiento del actual P.O.U.M.

Con Berenguer, que no era más que una prolongación de Primo de Rivera, se termina el período de “maneras duras” de la burguesía. Mano de hierro en un guante de terciopelo, ya que debemos señalar que la ferocidad de la dictadura no es más que una leyenda. En realidad, no había habido más que arrestos y no en gran número.

Por ejemplo, el terrorismo en Barcelona – ejercido por Anido, que la “Revolución” de 1.936 se contentó con encarcelar para luego dejarlo escapar – se manifestó antes, en el momento del empuje obrero.

La dictadura fue una forma de política inestable y oscilante entre las exigencias de los latifundistas y de las industrias agrícolas y las de las industrias medianas que habían nacido en la periferia ( de hecho el ascenso de Primo de Rivera al poder fue apoyada por la industria de transformación de Cataluña ).

Ante la devaluación de la peseta, la huida de capitales al extranjero, la anarquía creciente, económica y política ( ligadas, claramente, a la crisis mundial ), ante la perspectiva del recrudecimiento de los conflictos sociales, la burguesía recurrió a una segunda manera de dominación, la forma democrática, haciendo un llamamiento de movilización a sus “reservistas”: los republicanos, los socialistas y los centristas.

Los acontecimiento ulteriores demostraron hasta la saciedad, en España como en otros lugares, el carácter burgués de la ideología republicana.

En los tiempos de la Dictadura los republicanos permanecían en la recámara, consideraban que su hora no había llegado y no querían aparecer demasiado radicales. Pero con la precipitación de acontecimientos a partir de 1930 empezaron a salir a la superficie aunque actuando siempre de forma muy discreta , consideraban que esta tarea correspondía, sobre todo, a los monárquicos que acaban de adherirse a la concepción republicana: a los Zamora y a los Maura. Es decir, a todos aquellos que abogaban por la creación de una República parlamentaria, conservadora y católica. El programa mínimo de los republicanos en aquella época suponía la aceptación de la nominación por decreto real de los puestos de diputado provincial y consejero ( sistema ya en vigor bajo el Gobierno de Berenguer ).

Todos estos lideres aceptaron una acción común con los políticos de diversas tendencias que no osaban aún declararse republicanos y que, aún proclamándose monárquicos, reclamaban la convocatoria de las Cortes más o menos constituyentes. Las organizaciones obreras, incluyendo a la C.N.T., se comprometieron a sostener esta agitación “en las calles”.

Con un movimiento obrero paralizado por la concepción reformista del “pablismo” y la pasividad de los anarco-sindicalistas que iban a remolque de las concepciones pequeño-burguesas – rascad el barniz superficial del anarquista y aparecerá un pequeño-burgués – el resultado fue que las ilusiones democráticas hicieron estragos enormes en las filas obreras.

Los acontecimientos se precipitaron. Tras el fracaso del levantamiento de Diciembre de 1.930, el Gobierno de Berenguer hizo todo lo posible por adelantar las elecciones generales, esperando conseguir así reforzar su posición política cuya cobertura era la defensa del “orden constitucional”.

La fecha de las elecciones fue fijada para el mes de Marzo de 1.931, pero los partidos de la oposición rechazaron participar alegando que la ley marcial y la censura militar les impedían realizar cualquier tipo de campaña electoral.

Esta amenaza de los republicanos y de los socialistas de boicotear las elecciones se unía al hecho de que cada vez más medios monárquicos reclamaran una Asamblea Constituyente acompañada de una encuesta que tuviera por objetivo establecer la responsabilidad del Rey en la dictadura. Todo ello provoco la caída de Berenguer en Febrero de 1.931. La tarea de constituir un nuevo Gobierno fue confiada a Sánchez Guerra, del partido liberal-histórico de los Romanones, partido que representaba los intereses agrarios y que, aunque oponiéndose a la dictadura a causa de su política marroquí y en general exterior, constituía el más sólido apoyo de la Monarquía. Pero ya en este partido, algunos elementos, como Alcalá Zamora, se habían acercado a la República y otros, como Sánchez Guerra, era partidarios de la convocatoria de una Constituyente.

Pero Sánchez Guerra fracasó en sus intentos de constituir Gobierno por el rechazo de los republicanos a participar en él.

Fue el momento de constituir un Gobierno de transición bajo la presidencia del Almirante Aznar.

Manteniendo su boicot a las elecciones parlamentarias, socialistas y republicanos presentaron listas comunes a las elecciones municipales que tuvieron lugar el 12 de Abril de 1.931. Conocemos los resultados: derrota espectacular de los monárquicos en casi todas las ciudades. El campo continuó fiel a los partidos monárquicos, pero eso no cambió en nada el desarrollo de la situación posterior: marcha del rey Alfonso XIII y formación de un Gobierno provisional, en el que Alcalá Zamora era presidente y en el que participaron tres socialistas.

El hecho de que el general Sanjurjo, en aquellos momentos director general de la Guardia Civil fuera el que regulara la conversión pacífica de la monarquía en República, es ya en sí todo un programa.

No tardaremos mucho en verificarlo en el curso de un próximo artículo.

GATTO MAMMONE Bilan 35 septiembre-octubre 1936