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El artículo siguiente, escrito en noviembre de 2015 por Welt Revolution, publicación de la CCI en Alemania, es una contribución sobre el problema de los refugiados que hoy se plantea en ese país. Hay algunos de los aspectos de este análisis que no se pueden transponer fácilmente a otros países de Europa. Por ejemplo el problema demográfico tratado en este artículo se presenta de otro modo en España o en Italia donde existe una alta tasa de paro entre los jóvenes a pesar de un bajo índice de natalidad. Debido al peso económico y político de Alemania en la Unión Europea y en el mundo, este artículo tiene su importancia fuera de sus fronteras nacionales. Agradecemos a un compañero muy próximo la traducción realizada.
Cuando, a principios de septiembre, la canciller Merkel abrió de par en par, de modo tan sorprendente como repentino, las puertas de la tierra prometida alemana (que desde entonces se han ido cerrando poco a poco) a los miles de refugiados que acampaban en unas condiciones indignantes en la estación central de Budapest y sus alrededores, cuando Merkel defendió con palabras llenas de emoción la apertura de las fronteras para los refugiados sirios frente a las críticas que se levantaron en su propio campo y cuando declaró que, a pesar de las protestas cada vez más explícitas por parte de unos ayuntamientos literalmente desbordados, no existía un límite máximo para la acogida de los refugiados políticos, el mundo entero se preguntaba por qué Merkel, conocida más bien por “reflexionar pensando en las consecuencias”, sopesándolas antes de actuar, se empeñaba en tal “aventura”. Pues, de hecho, es una ecuación con bastantes incógnitas la que se le presenta a la Gran Coalición[1] que dirige Alemania. Se plantea así el problema de cómo detener el flujo de refugiados: hace poco eran 800 000 refugiados los que iban a llegar a Alemania este año [2015]; había pronósticos que avanzaban incluso que serían por lo menos un millón y medio. Merkel pareció, lo que no es habitual, haber calculado mal el efecto de la política de mano tendida sobre la población local; por primera vez desde hace mucho tiempo, su apoyo ha retrocedido en los sondeos electorales e incluso ha sido superada por un socialdemócrata (el ministro de Asuntos Exteriores, Steinmeier). Además está suponiendo una mala estrategia para frenar el populismo de extrema derecha; el flujo sin fin de refugiados, mayoritariamente musulmanes, es echar leña al fuego de la Alternative für Deutschland (AfD)[2] que está alcanzando, según los sondeos, al SPD, por lo menos en Turingia, convirtiéndose en la tercera fuerza política.
¿Por qué el gobierno de coalición bajo la dirección de Merkel y Gabriel[3] se ha empeñado en un juego tan peligroso? ¿No se tratará de una respuesta a los ataques contra Merkel[4] tras la crisis griega para mejorar su imagen ¿O es por puro sentimentalismo? O tal vez sea que el enternecimiento de Merkel en su último mitin municipal, sobre el destino de la niña palestina amenazada de expulsión, o la desbordante emoción de Gabriel, a propósito de la suerte no menos cruel de una familia siria en el campo de refugiados que visitó en Jordania, eran sinceros. Incluso los políticos burgueses, bien se sabe, tienen su corazoncito.
Desde nuestro punto de vista la política de las puertas abiertas tiene, de modo preponderante, causas más vulgarmente materiales. Tiene motivos no tan altruistas ni desinteresados como los que incitan al compromiso a los numerosos voluntarios en la población, sin los cuales el caos que reina en los centros de acogida para los demandantes de asilo sería, sin duda, incomparablemente mayor. Sus motivos tienen una importancia que supera ampliamente los riesgos y los efectos inducidos de ese tipo de política. Examinemos en detalle los objetivos secretamente perseguidos por la “política de apertura de las fronteras”.
Las ventajas económicas
Desde hace ya unos años, el "problema demográfico" obsesiona a los medios de comunicación. Según el Instituto Federal de Estadísticas, la República Federal se encuentra amenazada por el envejecimiento y la disminución de la población nacional, que disminuirá en 7 millones de personas, hasta caer a los 75 millones en 2050. Ya desde la reunificación de 1989, la población global alemana se ha reducido en tres millones, en particular por la caída dramática de las tasas de natalidad en el Este de Alemania. Como lo muestra una abundante literatura de estos últimos años, parece claro para la burguesía alemana que ese proceso no se detiene, y que si continuase desembocará a largo plazo en una considerable pérdida de influencia y prestigio del capitalismo alemán, ya sea en lo económico como en lo militar o político.
Ya hoy, la ausencia de mano de obra bien formada es un freno para el vigor de la economía alemana. En cerca de una sexta parte de las ramas profesionales, falta personal cualificado, lo que adquiere una proporción de tales dimensiones que dificulta la competitividad en un buen número de empresas, según declaraciones de sus ejecutivos. Según un estudio de Prognos AG (Arbeitslandschaft 2030): "en 2015 falta cerca de un millón de licenciados -180 000 más que el número esperado por los economistas para este mismo año, antes de la llegada de los refugiados. En cuanto a la mano de obra cualificada profesionalmente, la carencia se calcula también en un millón tres cientos mil. Y faltarán incluso en las empresas cerca de 550 000 obreros sin cualificación en 2015”[5]. En la Alemania oriental, la ausencia de personal cualificado lleva a un círculo vicioso: la huida de mano de obra joven hacia la Alemania occidental, en tasas superiores a la de los que llegan, provoca el cierre de pequeñas y medianas empresas, lo que a su vez acelera aún más el proceso de partida.
En esta situación, el numeroso flujo de refugiados de guerra de estas últimas semanas es un auténtico maná caído del cielo para la economía alemana. Y ésta se muestra muy agradecida: Telekom ofrece su ayuda para el alojamiento y la comida de los refugiados, e incluso ayuda personalizada ante las instancias oficiales. Audi ha gastado cerca de un millón de euros en iniciativas a favor de los refugiados. Daimler y Porsche están pensando crear plazas de aprendiz para jóvenes refugiados. Bayer apoya iniciativas de sus empleados a favor de los refugiados. Obviamente la “responsabilidad social” de la que se enorgullecen las empresas, sirve en realidad sus intereses. Se trata simplemente de beneficiarse del potencial de explotación que contienen los refugiados.
Los refugiados sirios, en especial, son una fuente interesante de capital humano del que las empresas alemanas tienen una necesidad acuciante. En primer lugar son en su gran mayoría jóvenes, podrían contribuir así a rejuvenecer la pirámide de población en las empresas y, en general, hacer bajar la edad media de la sociedad. En segundo lugar, los refugiados sirios están claramente mejor formados que otros refugiados, como lo muestran las encuestas de la BAMF (Bundesamt für Migration und Flüchtlinge: Oficina Federal para Migraciones y Refugiados). Más de una cuarta parte posee una formación universitaria y representa una fuente especialmente lucrativa de mano de obra, ya que cualificaciones profesionales como ingenieros, técnicos, médicos, personal sanitario, entre otras, son ampliamente buscadas. Las empresas alemanas se benefician de estos refugiados desde un doble enfoque: primero, les permite afrontar los déficits en mano de obra; además el capital alemán se beneficia del efecto (estudiado en los años 70 bajo la expresión “fuga de cerebros”) de la absorción de la mano de obra altamente cualificada del tercer mundo ahorrándose una parte considerable de sus costes de reproducción (es decir los costes de educación, escuela, universidad…) en detrimento de sus países de origen.
Vayamos a la tercera ventaja que suponen los refugiados sirios, lo que les hace tan atractivos para la economía alemana. Se trata de la motivación extraordinaria de estos seres humanos que tanto fascina a los jefes de la economía, como el presidente de Daimier, Dieter Zetsche. La mentalidad de estos seres humanos completamente impotentes, sometidos durante años al terror de las bombas incendiaras de El Asad o al horror del Estado Islámico, que lo han perdido todo de su vida anterior y han vivido la terrible experiencia de la huida hacia Europa, se encuentran presos de su agradecimiento al sistema de explotación capitalista. Huidos del infierno, están listos para trabajar duramente por pequeños salarios, pensando que, para ellos, su vida no puede sino mejorar. Es exactamente la misma mentalidad que la de las Trümmerfrauen ("las mujeres de los escombros")[6] que en lugar de someterse a la fatalidad y quedarse de brazos cruzados, sólo con sus manos limpiaron de ruinas las ciudades alemanas devastadas, siendo una parte decisiva de la reconstrucción y del Wirtschaftswunder “milagro económico” alemán de la posguerra[7], algo que los economistas burgueses olvidan y no por descuido.
Esa energía, ese estado de ánimo, de una increíble iniciativa que testimonian también los refugiados sirios, ofrecen para la burguesía alemana una prometedora fuente de capital humano y de ganancias. Además, como en el caso de los inmigrantes de los años 60 y 70, corren el riesgo, a corto plazo, de servir de mano de obra barata a disposición del capital para mantener cuando no aumentar su presión sobre los salarios.
Los beneficios imperialistas
Los refugiados sirios, además, son una masa de maniobra para el imperialismo alemán, como por otra parte se ha comprobado durante los días y las semanas pasadas, en el contexto de la agravación de la guerra civil en Siria. Y eso desde varios enfoques: el gobierno federal, por ejemplo, instrumentaliza la cuestión de los refugiados, no sólo en un plano moral, sino también en la dimensión política, poniendo en la picota a otros países, incluidos los países tradicionales de inmigración, especialmente Estados Unidos, por su reticencia a acoger refugiados. Estos últimos días, hemos podido ver claros indicios de que Alemania está dando una nueva orientación a su política hacia Siria. Relacionando de un modo inteligente el drama de los refugiados con una pretendida solución del conflicto sirio, los principales representantes de la política exterior alemana (Steinmeier y Genscher entre otros) han argumentado la necesidad de integrar a Rusia, Irán e incluso (temporalmente) al verdugo El Asad en el proceso de paz en Siria. Aún más, Berlín y el Kremlin están totalmente de acuerdo para limitar la guerra en Ucrania, de modo que todas las fuerzas se concentren en la gestión de la situación en Siria. Incluso el paso de las palabras a los hechos por parte de Rusia al desplegar fuerzas militares suplementarias en la ciudad siria de Latakia, no ha sido un motivo de especial enfado para el gobierno federal de Alemania. El ministro de Economía, Sigmar Gabriel, ha reclamado el final de las sanciones económicas hacia Rusia, afirmando que “no se pueden mantener a largo plazo las sanciones y reclamar por otra parte (…) la colaboración”.
Con esta reorientación, la política alemana se acerca, por primera vez desde la guerra en Irak, a un nuevo enfrentamiento con Estados Unidos. Este país, por medio del Departamento de Estado (Asuntos Exteriores) ha alzado, en los últimos tiempos, el tono frente a El Asad, ni tampoco les ha gustado mucho la última ofensiva diplomática de Putin en la última Asamblea General de la ONU. La actitud de EE.UU hacia el Estado Islámico es, por el contrario, muy ambivalente; su papel en el avance del Estado Islámico como movimiento de masas ha sido de lo más dudoso, y la tibieza con la que los Estados Unidos los ataca, plantea toda una serie de cuestiones en cuanto a las verdaderas intenciones del imperialismo americano frente a esa organización terrorista.
El cambio de curso habido en la política exterior alemana parece, en parte, ser el resultado de las intervenciones y de la presión de la industria alemana. En el seno de ésta, las críticas hacia las sanciones tomadas contra Rusia se acrecientan en la medida en que es la economía alemana la que soporta los daños más importantes, mientras que las grandes empresas americanas como Bell y Boeing continúan realizando negocios muy importantes con Rusia a pesar de las sanciones. Mientras que el volumen de las transacciones de la economía alemana en el comercio con Rusia se ha hundido un 30%, en el mismo período el volumen de los negocios entre Estados Unidos y Rusia subió un 6%. Además de estas razones económicas, los argumentos políticos entran igualmente en los cálculos del capitalismo alemán contra el mantenimiento del embargo económico hacia Rusia. Al no disponer de un potencial militar de amenaza y disuasión comparable al de EE.UU, el imperialismo alemán tiene que utilizar otros medios para hacer valer su influencia a nivel mundial. Uno de esos medios es su potencia económica e industrial que la política alemana utiliza para forzar el desarrollo de relaciones comerciales. Un aspecto que muestra la amalgama entre política y negocios así como la instrumentalización política de los proyectos económicos, se puede apreciar en las visitas oficiales a países como China, India, Brasil o Rusia donde la canciller está siempre acompañada por todo un séquito de altos dirigentes de las grandes empresas alemanas, e incluso de representantes de la pequeña y mediana industria de máquinas-herramienta. Por eso, la política de sanciones priva a la burguesía alemana de más de un contrato, lo cual, en fin de cuentas, va en contra de sus intereses imperialistas.
La masa de refugiados sirios acogida por Alemania tiene que ser considerada también como otro medio de compensar su debilidad militar, de modo que así se cierra el círculo. En este contexto, no hay que subestimar el efecto político, a largo plazo, de la pulsión profundamente humana de reconocimiento y gratitud en las relaciones entre países. La evidente simpatía manifestada por los refugiados, profundamente impresionados por la actitud de socorro de una buena parte de la población local, es un aspecto del que la burguesía alemana podrá beneficiarse. Esa gratitud hacia Alemania por parte de muchos recién llegados, puede, a largo plazo, convertirse en una puerta abierta para los intereses del imperialismo alemán en Próximo y Medio Oriente; pueden hacer surgir fracciones pro-alemanas que podrían convertirse en grupos de presión favorables a los intereses alemanes en sus países de origen.
La explotación ideológica
Lo que salta inmediatamente a la vista, es el cambio en la vitrina del nacionalismo alemán. Hasta hace muy poco tiempo (en la crisis griega), calificada en el extranjero como “IV Reich” y sus representantes caricaturizados como nazis, presentados como unos desalmados, Alemania, ahora, se nutre de la gloria adquirida como salvadora de los parias de la Tierra. Los alemanes aparecen ahora como los “buenos”. Nunca desde su fundación, la fama de la República Federal Alemana ha sido tan buena como hoy. Además de su efecto hacia el exterior, este lifting ejerce su influencia también puertas adentro, con la forma del “democratismo”. El Estado alemán presume ahora de cercanía al ciudadano, de apertura al mundo y de tolerancia, poniendo en marcha, de este modo, un proceso funesto para la clase obrera: la disolución de las clases sociales en la unidad nacional. Y la canciller Merkel, la fría doctora en Física, encuentra un placer cada vez mayor en su nuevo papel de Santa Madre, protectora de los solicitantes de asilo. ¿Qué decía? “Si ahora tuviéramos que pedir perdón porque mostramos un rostro amigable en situaciones de urgencia, entonces, éste no es mi país”.
No se puede decir de un modo más pertinente. En los hechos, se trata de mostrar exclusivamente un rostro más simpático. Y detrás del rostro amigo se sigue dividiendo y persiguiendo. Así al mismo tiempo que la “cultura de la bienvenida”, se lleva a cabo una división cínica entre los refugiados de guerra y los “falsos solicitantes de asilo”, una selección despiadada de los “refugiados económicos”, en su mayoría jóvenes de los Balcanes sin otra perspectiva que la pauperización.
Rápidamente, el Estado Federal y los Länder se han puesto de acuerdo para declarar de forma deliberada que Kosovo, Serbia, y Montenegro son países seguros para suprimir de este modo los fundamentos de las demandas de asilo por parte de las personas originarias de esas regiones. Sin embargo, tampoco los “auténticos” peticionarios de asilo evitan los ataques venenosos del mundo político o de los medios de comunicación, como lo mostró el Ministro Federal de Interior, De Maizière, en sus declaraciones contra refugiados recalcitrantes.
Además, algunos medios de comunicación, a pesar de toda la retórica de la canciller de ir hasta el final (“¡Lo vamos a conseguir!”) se muestran incansables para provocar el pánico y las angustias dentro de la población nacional. Se nos habla de pueblos enteros que se dirigen hacia Europa, se denuncia el peligro de ataques terroristas fomentados por los “topos” islamistas que llegan con el ejército de refugiados y se preguntan cuándo “cambiará” la atmósfera en la población. Pero, sobre todo, está incrementándose el coro de quienes nos advierten de modo histérico contra el “desbordamiento” de Alemania por las masas de refugiados, vociferando que el barco está lleno.
No es muy difícil apreciar cuál de las dos vías, la apertura o el cierre de las fronteras, acabará por imponerse. La política de las “fronteras abiertas” no ha sido, se puede partir de este principio, sino un intermedio excepcional, único en el tiempo; el próximo futuro se verá marcado por un nuevo cierre de fronteras, tanto a nivel nacional como en la Unión Europea. En el futuro, como prevén esos planes, la selección de los solicitantes de asilo “útiles” para Alemania se tiene que elegir directamente en sus lugares, en los países de origen. La campaña contra los contrabandistas es especialmente pérfida; no va sólo contra las bandas mafiosas, sino también contra todos aquellos que ayuden a los refugiados a huir sin pedir nada a cambio. “La Unión Europea, que quiere ser un espacio de libertad, de seguridad y de derecho, y sus Estados miembros, han creado un sistema que hace casi imposible, para las personas perseguidas, torturadas y oprimidas que tienen una necesidad urgente de asistencia, encontrar protección en Europa sin recurrir a los pasadores profesionales. Llevar a aquéllos ante los tribunales y meterles en prisión, es hipócrita, contradictorio y profundamente inhumano” escribe a este respecto el Republikanische Anwältinnen und Anwälteverein (RAV) en su Carta de Información "Elogio a los pasadores".
Es incontestable que el mundo vive, con la oleada actual de los refugiados, un drama de unas dimensiones desconocidas hasta ahora. En 2013 había 51,2 millones de personas desplazadas, en 2014 su número alcanzó 59,5 millones, el mayor incremento en un solo año y récord absoluto registrado por la ACNUR (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados) a nivel mundial. Es innegable que poco a poco las cosas escapan a todo control. Tras Siria, Libia amenaza también con deslizarse hacia una guerra civil total, lo que conllevará las mismas consecuencias que en Siria. En los campos de refugiados en Líbano, Jordania y Turquía, donde la gran mayoría de los refugiados de guerra sirios han encontrado asilo, se perfila una migración de masas en dirección a Europa, tras las reducciones drásticas de las ayudas de la ONU y el hambre se añade ahora a la ausencia desesperada de toda perspectiva.
Sin embargo los medios de comunicación se han dedicado a ultra-dramatizar las condiciones ya de por sí dramáticas, añadiendo una nueva capa. Así desde hace ya tiempo, el espectro de una migración de pueblos enteros amenaza al gran público, la televisión difunde el escenario espantoso de millones de africanos que esperan, con sus maletas listas, a aprovecharse de la menor oportunidad para intentar llegar en oleada a Europa. Esas aserciones no sirven sino para fomentar angustia y miedo entre la población europea, y lo mínimo que se puede decir es que no se corresponden, en absoluto, con los hechos. Si examinamos más de cerca los movimientos de refugiados podemos constatar que la mayor parte de ellos en el mundo busca un refugio en los países vecinos a su país de origen; no es sino cuando desaparece la esperanza de retornar que los refugiados que tienen los medios financieros para poder permitírselo, toman la larga y peligrosa ruta hacia Europa, América del Norte o Australia. El rumor de éxodos masivos procedentes de África no tiene ningún tipo de fundamento; las migraciones, en el continente negro, son mucho menos caóticas de lo que nos hacen creer los espantosos anuncios de los medios de comunicación. Con frecuencia, comunidades rurales enteras venden todos sus bienes y enseres para financiar el viaje hacia Europa de un solo joven elegido por el conjunto de la comunidad, que tiene de este modo la responsabilidad de apoyar después a todos los habitantes del lugar. Ese es el modelo de migración por razones laborales practicado desde hace décadas.
Sin embargo, asustado por el número creciente de refugiados, el gobierno federal afirma que se ve obligado a actuar sobre las causas profundas del drama de los refugiados. Pero eso es como la montaña que alumbró un ratón. Lo único que les pasa por la mente a gentes como Merkel y compañía en cuanto a las soluciones profundas para este problema global, no son sino palabras bonitas y algunos cientos de millones de euros para financiar los campos de refugiados en Turquía y Líbano. Ninguna palabra acerca de la responsabilidad de las principales naciones industriales en la destrucción de las bases de existencia de la humanidad en el Tercer Mundo. Demos una vez más la palabra al RAV que se acerca a las auténticas causas de la miseria de presuntos países en desarrollo (Por cierto, cuando hablan de “los europeos” ¿se refieren a “nosotros”?): “Europa ha creado, por muchas razones, las causas y continúa creándolas hoy. Las relaciones políticas que las potencias coloniales han dejado tras ellas después de su retirada, incluyendo los trazados de fronteras abstractas, no son sino una parte. Desde el siglo XVI al siglo XVIII, los europeos han invadido América del Sur, a sangre y fuego, robando oro y plata con barcos repletos que sirvieron de génesis del capital para el florecimiento de la economía. Los europeos han convertido a cerca de 20 millones de africanos en esclavos para venderlos en todo el mundo. Mediante el saqueo de sus materias primas, con la muerte viajando en sus barcos, la explotación de su mano de obra para producir a un menor coste y la exportación de productos alimenticios, que además están altamente subvencionados, lo que acaba con la agricultura de estos países, todavía hoy tenemos atrapada a la población de la mayor parte de los países de emigración”. (Ídem).
Populismo y pogromismo
La formación de los Estados nacionales en los países industrializados durante el siglo XIX tiene dos fundamentos. El primero de ellos, la centralización económica, era algo muy racional; por el contrario el otro fundamento es de naturaleza completamente irracional. La constitución de naciones durante los siglos XVIII y XIX se basó en mitos fundadores con todo tipo de relatos pero con una idea fundamental, un mito común ficticio unificador: la fábula de una gran comunidad nacional, una misma familia, que se definía por un origen común (el “parentesco de sangre”), la cultura y la lengua. Ese rasgo característico de la nación burguesa de volverse hacia dentro, de replegarse en sí frente al exterior, por un lado, y, por otro, la tendencia hacia el exterior de cualquier capitalista que aspira a la conquista del mundo, es una de las principales contradicciones que atenazan de modo insoluble al capitalismo.
La crisis actual de los refugiados muestra hasta qué punto es delicado conciliar esos dos principios. Si dependiese sólo de los dirigentes económicos, el flujo de refugiados en edad de trabajar no debería, si fuese posible, pararse. No les supondría ningún problema que llegase un millón de refugiados anualmente. Sin embargo lo que tiene sentido desde el punto de vista económico, puede tener consecuencias funestas desde el político. Ya que, en el capitalismo, los refugiados no son sólo pobre gente harapienta sino al mismo tiempo competidores en la lucha por viviendas, la asistencia social, los empleos. Eso no es un motivo de aprensión para los capitalistas pero sí para los beneficiarios de Hartz IV[8], los empleados con bajos salarios, los desarraigados autóctonos.
Sin duda no es la primera vez que una ola de refugiados se extiende por Alemania. Durante los cinco años de la posguerra (1945-1950) más de doce millones de expulsados de las antiguas provincias del Este y de Bohemia-Moravia se dirigieron hacia una Alemania en ruinas, donde la población sufría numerosas privaciones. Es evidente que en aquella época no se planteó la cuestión de la “cultura de la bienvenida”. Muy al contrario, los expulsados se enfrentaron al rencor, el odio y a un rechazo masivo por parte de la población local. Finalmente la integración social, y no sólo profesional de los expulsados, se consiguió con muchas menos dificultades de lo que se temió, debido a dos condiciones: en primer lugar, al hecho de que los expulsados procedían del mismo espacio lingüístico y cultural, en segundo lugar al contexto de la reconstrucción que se inició (por lo menos en la Alemania Occidental) con la creación de la unión monetaria que aspiró toda la mano de obra disponible, hasta el punto de que los empresarios se hacían la competencia mutuamente para lograr mano de obra, convertida en mercancía escasa. Hoy, por el contrario, las masas de los refugiados proceden, sin excepciones, de una zona cultural y lingüística extranjera y se enfrentan a una sociedad que, desde hace varios años, se encuentra en un movimiento constantemente agravado de crisis general donde la guerra por el trabajo, las viviendas, la formación, están tomando unas dimensiones insospechadas, arrastrando a fracciones de la población cada vez más importantes hacia la pauperización.
Además a la crisis general se añade la ausencia de perspectiva, la falta de un contra-proyecto social a la miseria capitalista, de modo que el populismo político se encuentra en su salsa, alimentándose de un fenómeno que Marx llamó “la religión de la vida cotidiana”. Se trata de la mentalidad de la “gente sencilla” que se niega a reconocer que el capitalismo, a diferencia de las formas sociales del pasado, es un sistema despersonalizado, cosificado, dentro del cual el capitalista particular no es un actor soberano en el mercado, sino que, por el contrario, se encuentra movido por éste o, como lo dijo Engels, está dominado por su propio producto, y en el que la clase política se ve empujada por las “necesidades” y no por sus propias predilecciones. Se trata del estado de ánimo pequeño-burgués filisteo, ultrajado, que se rebela airado contra la clase dominante, vituperando a “sus” representantes pero que acaba por arrojarse en brazos de aquéllos a los que hasta hace un rato calificaba, poco menos, que de “traidores al pueblo” con la esperanza de encontrar, de ellos, una protección contra los “extranjeros”. Se trata de una mentalidad totalmente reaccionaria que celebra el conformismo como el ideal supremo, deseosa de desencadenar pogromos contra los que piensan de otro modo, tienen otro color de piel, contra todo lo que es diferente.
El movimiento Pegida[9], establecido principalmente en la Alemania del Este, es todo un ejemplo de esta mentalidad abyecta, obtusa, intolerante e hipócrita. Su grito de guerra “Nosotros somos el pueblo” ignora completamente que la clase obrera, el “pueblo” nunca (usando su vocabulario), ni en Alemania ni en otros lugares (y hoy menos aún), ha presentado la composición homogénea de la que hablan sus fantasías. Su boicot a la “prensa de la mentira” y sus furiosos ladridos contra los partidos establecidos (llegando incluso a las amenazas de muerte hacia los hombres políticos) no ilustran sino su decepción por la “traición” de la política y de los medios de comunicación, como si el fin de estas instituciones profundamente burguesas fuese la de restituir o representar la “voluntad del pueblo”. En realidad, su odio desenfrenado no está dirigido contra la clase dominante sino contra los más débiles de la sociedad, como lo prueban día a día sus concentraciones delante de las residencias de los refugiados, los cobardes ataques contra los albergues de refugiados y extranjeros. Lo que es completamente típico de la mentalidad pogromista es que son justamente los sectores de la población que menos pueden defenderse los que sirven de chivos expiatorios y que encima tienen que pagar los costes de las vidas descompuestas de quienes viven en esa mentalidad (Baste con mencionar el pasado de un criminal de medio pelo como el tal Lutz Bachmann)[10].
El problema del populismo y de la mentalidad pogromista obliga a los partidos establecidos, en particular los partidos de gobierno, a jugar con fuego. Recuerdan, en su acción, al célebre aprendiz de brujo que deja escapar de la botella el (mal) genio del pánico y del odio a los extranjeros, corriendo el riesgo de perder su control. Hasta ahora, al contrario que en la mayor parte de otros Estados europeos, la burguesía alemana había logrado impedir la emergencia de un partido populista, de izquierda como de derecha, lo cual, debido a su pasado funesto, es una preocupación muy importante. Dependerá de cómo se afronte la crisis de los refugiados para que la situación siga así. Todo parece indicar que son los medios populistas de derechas los que, en especial, se beneficiarán de la política de Merkel. Además de AfD que, como hemos mencionado en la introducción, progresa actualmente en los sondeos de opinión, el movimiento Pegida citado más arriba parece navegar con el viento de popa. En las “manifestaciones de los lunes”[11] en Dresde, participan más de 10 000 personas, su potencial agresivo no hace sino aumentar, no sólo de palabra sino también de hechos.
¿Cómo afronta este problema la burguesía alemana? En primer lugar hay que constatar que una parte la clase política no se oponía ya, sustancialmente, a los atentados de la extrema derecha, minimizando su gravedad. Sin embargo, ahora, a los que protagonizan esos ataques se les está calificando de “terroristas”. Esto es importante, ya que, en Alemania, el término de “terrorismo” provoca una serie de reflejos y de asociaciones de ideas con la II Guerra Mundial, donde se procedió masivamente a la pura y simple ejecución de pretendidos saboteadores, o bien despierta el recuerdo del “otoño alemán” de 1977[12] donde los terroristas de la RAF fueron elevados al rango de “enemigo público nº1” del Estado. Además usando la acusación de terrorismo, el Estado emplea grandes medios para impedir que el acoso no supere ciertos límites. Al mismo tiempo, la AfD se encuentra dividida. Finalmente se puede observar cómo los políticos y los medios de comunicación se esfuerzan por ubicar al movimiento Pegida en las proximidades del neonazismo, lo que se ha demostrado siempre como un mecanismo eficaz para aislar en Alemania a los movimientos de protesta, de cualquier color.
Por otra parte, los partidos establecidos hacen todo lo posible para dar la impresión de que ellos comprenden las preocupaciones y angustias de la población. Así el gobierno federal intenta, a golpe de promesas financieras y de presión moral, obligar a otros países de la Unión Europea a acoger una parte de los refugiados sirios –por ahora sin éxito-. La Gran Coalición ha urdido con gran rapidez una ley que permita la expulsión inmediata de los refugiados ("beschleunigtes Abschiebeverfahren") y hasta la ha llegado a aplicar, incluso antes de que entrase en vigor, sólo para poder asegurarle al electorado que le protege frente a la « supercolonización extranjera » (Überfremdung[13]). En el seno del gobierno, se está planteando ya una tasa de expulsión del 50% de los refugiados que han llegado a Alemania. Es esencialmente el presidente de la CSU, Seehofer, y su secretario general, Söder, quienes, asumiendo una división del trabajo, asumen el papel de « policías malos », reclamando con vehemencia el cierre de las fronteras así como la limitación del derecho de asilo reconocido por la Constitución.
Las consecuencias para la situación de la clase obrera
En cierto sentido, esas diferentes concepciones en el seno de la Coalición reflejan el espíritu difuso que existe entre la población, es decir entre los asalariados y los desempleados de este país. Existe una creciente y muy ruidosa minoría en el seno de la población en general y de la clase obrera en particular, sobre todo en su componente menos cualificada, con frecuencia socializada en el contexto de la ex RDA y/o que vive en viviendas estatales, que es un medio sensible para las campañas antimusulmanas llevadas a cabo por algunos representantes del mundo de la política o de la cultura (Sarrazin, Broder, Pirinçci, Buschkowsky, etc.) y cuyos portavoces son la CSU y algunos sectores de la CDU[14]. Existe una mayoría silenciosa que, había sido dejada hasta ahora a la iniciativa de jóvenes activistas, procedentes en su mayoría del medio antifascista y que han respondido al acoso racista por medido de bloqueos de calle y manifestaciones, sintiéndose obligados, al ver las imágenes de miseria de los Balcanes, a expresar una dura protesta contra la inacción de los Estados europeos, mostrando su indignación contra los abusos sufridos por los extranjeros en Dresde, Heidenau y Freital, aplaudiendo de modo ostensible a los refugiados y dándoles la bienvenida a su llegada a las estaciones de Múnich, Fráncfort, etc. Son los que han participado como voluntarios en la gestión de las masas de refugiados y enviando a los centros de acogida de todo tipo de donaciones.
La solidaridad espontánea de amplias partes de la población ha sorprendido, obviamente, a la clase dominante y la ha cogido a contrapié. Esta no estaba predispuesta a promover la simpatía hacia los refugiados de guerra sino más bien quería crear una atmósfera de pánico y aislamiento. Sin embargo, Merkel vuelve a revelar nuevamente su olfato infalible para captar el ambiente y el estado de ánimo en el seno de la sociedad. Del mismo modo que ante el gravísimo accidente nuclear de Fukushima (evocado en Alemania con las siglas GAU: Grösster anzunehmender Unfall), donde prácticamente, de un día para otro, se deshizo de las reglas intocables de los conservadores en materia de energía nuclear, Merkel ha vuelto a protagonizar un nuevo giro brusco en materia de política de asilo para poner fin al Acuerdo de Dublín, que hasta ahora había permitido a la burguesía alemana lavarse las manos, elegantemente, de cualquier responsabilidad sobre los refugiados concentrados en Italia o en el resto de las “fronteras exteriores” de la Unión Europea.
Ya hemos mencionado algunos de los motivos que han podido impulsar a Merkel a adoptar su “política de fronteras abiertas”. Es posible, sin embargo, que otro motivo haya contado también para optar por esta política arriesgada. Desde las elecciones al Bundestag de 2005, donde una victoria que le parecía segura se le escapó, porque el entonces Canciller Schröder logró instrumentalizar, contra ella, el giro liberal que ella misma había iniciado en el Congreso de Leizpig de la CDU en 2003. Aprendió, entonces, algunas de las consecuencias que pueden tomar la tendencia de los representantes políticos a no tener en cuenta el espíritu “de la base”. Imaginemos el impacto que podían haber causado las imágenes de cientos de miles de refugiados abandonados a su suerte en la frontera húngara, los grandes titulares que, llegados a esta situación, se habrían propagado durante meses, o cuál habría sido el comportamiento electoral de aquellos que dan hoy la bienvenida a los refugiados de la guerra siria.
Aparentemente existen dos grupos en la población que están muy implicados en la solidaridad con los refugiados. Por una parte los jóvenes que, en otros momentos y en otros lugares habrían participado en movimientos como el anti-CPE (en Francia) o en el de los Indignados. Por otra parte, personas mayores que o bien por propia experiencia o porque recibieron esa tradición transmitida por sus padres de cuando las expulsiones a finales de la II Guerra Mundial, conocen lo que están viviendo los refugiados y no pueden permanecer indiferentes a los campos, las alambradas y las deportaciones. Al haber crecido en aquellas sombrías décadas del siglo XX, esa generación se ha visto impulsada a actuar de modo diferente hoy. La participación importante de los jubilados confirma algo más: el profundo deseo de rejuvenecimiento de la sociedad, de presencia de niños y adolescentes en casa de numerosas personas mayores. Este deseo de rejuvenecimiento es diferente a la petición de más mano de obra joven y barata por parte de la economía alemana. El envejecimiento de la sociedad es un problema central no sólo para el capitalismo, sino simplemente para la humanidad, pues la ausencia de juventud no significa sólo una privación de una fuente de alegría de vivir y de vitalidad para los viejos, sino que además obstaculiza una de las funciones más importantes en la evolución de la humanidad: la transmisión del tesoro de experiencias a la generación de los nietos.
Finalmente se plantea la cuestión de si esta oleada de solidaridad es un movimiento de clase. Nosotros pensamos que no posee ninguna de sus características. Lo primero que salta a la vista es su carácter completamente apolítico; y, por el contrario, la solidaridad que se manifiesta posee un carácter completamente caritativo. No existe prácticamente ningún tipo de discusión, ningún intercambio de experiencias entre jóvenes y mayores, entre autóctonos y refugiados (en última instancia también por la barrera del idioma). Falta un punto de partida cualquiera para una autoorganización de estructuras autónomas, extraestatales. En lugar de eso, los cientos de miles de voluntarios están trabajando para un Estado que, a pesar de los gestos para la galería de Merkel, carece de todo y cuyos representantes después de llevar a los voluntarios hasta el agotamiento debido a la propia inacción del Estado, ahora echan discursos y más discursos sobre los “límites de las capacidades”.
Repitámoslo, la ola de solidaridad que ha cruzado Alemania durante las últimas semanas no se ha desplegado en un terreno de clase. La población trabajadora, sujeto principal de la solidaridad, se ha disuelto sin dejar huellas en el “pueblo”. Fue también el caso del movimiento mundial de solidaridad a favor de las víctimas del tsunami de 2004. Entonces, como hoy, la solidaridad estuvo desprovista de todo tipo de carácter de clase y se expresó en el marco de una campaña interclasista. Sin embargo, a diferencia del tsunami, que ocurrió muy lejos, en Asia, la miseria de los refugiados se despliega ante nuestros ojos, a nuestras puertas, por lo que la solidaridad y todo lo que tiene que ver con ella toman una dimensión muy diferente.
De hecho, la crisis de los refugiados no ha hecho sino comenzar y puede convertirse en una cuestión fundamental para la clase obrera. No está todavía claro cómo reaccionará la clase obrera, o más bien sus sectores preponderantes a nivel nacional e internacional ente tal reto: ¿desarrollando la solidaridad o separando y excluyendo? Si nuestra clase llega a reencontrar su identidad de clase, la solidaridad puede ser un importante medio de unificación en la lucha. Si, por el contrario, no ve en los refugiados sino competidores y una amenaza, si no llega a formular una alternativa a la miseria capitalista, un sistema que obliga a millones de personas a huir, obligados por la amenaza de la guerra o el hambre, entonces nos veremos abocados a una extensión masiva de la mentalidad de pogromo, en la que el proletariado perdería su alma.
FT, 7 de noviembre 2015
[1] La formada por la derecha democristiana y el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD)
[2] Alternativa por Alemania es un partido euroescéptico creado en 2013, como reacción frente a las políticas, presentadas como si no hubiese alternativas, llevadas a cabo en el momento de la crisis de la deuda de la zona euro. Se le apoda como el “partido de los profesores” pues cuentan entre sus miembros con numerosos profesores de economía, finanzas públicas y derecho. Presentándose como anti-euro pero no como antieuropeos, su propuesta estrella consiste en la progresiva disolución de la zona euro. Los miembros del partido (que se reivindica como “ni de derechas ni de izquierdas”) se unen a partir del sentimiento de que Alemania ha pagado demasiado por los demás, especialmente mediante los fondos de ayuda para la zona euro, reclamando la vuelta al marco. No es que reivindiquen la salida de Alemania de la zona euro, sino más bien que lo hagan quienes no respeten la disciplina presupuestaria.
En las recientes elecciones regionales de algunos Estados alemanes ha logrado resultados muy significativos: el 24´4% de los votos, segunda fuerza política, en Sajonia-Anhalt, 12´5% de los votos, tercera fuerza, en Renania-Palatinado y un 15´1% en Baden-Württemberg, superando al SPD (véase Wikipedia) (NdT).
[3] Ministro de Economía (SPD
[4] Angela Merkel era entonces uno de los blancos favoritos para toda clase de críticas. (NdT)
[5] Handelsblatt, 9/10/2015.
[6] “Las mujeres de los escombros”: así se nombró a las alemanas y austriacas, muchas de ellas viudas o cuyos maridos ausentes (soldados prisioneros, desaparecidos o inválidos) que, tras la II Guerra Mundial, se pusieron manos a la obra en las c ciudades e iniciaron la reconstrucción del país. (NdT)
[7] Así designa en la historia económica de Alemania, el rápido crecimiento económico en la Alemania Occidental (RFA) y Austria tras la II Guerra Mundial. (NdT).
[8] Las reformas Hartz (debido al nombre de su inspirador) lo fueron del mercado de trabajo para presuntamente “luchar contra el paro y permitir la vuelta a la actividad de los beneficiarios de subsidios” adoptadas entre 2003 y 2005 bajo el mandato del canciller G. Schröeder e instauradas mediante cuatro leyes, siendo la más importante de ellas la ley Hartz IV (NdT).
[9] Siglas de los Patriotische Europäer gegen die Islamisierung des Abendlandes (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente), movimiento de extrema derecha antiinmigración en Alemania. El movimiento fue creado el 20 de octubre de 2014 por Lutz Bachmann y unos cuantos más (NdT)
[10] Organizador del movimiento Pegida en 2014-2015. Antiguo ladrón, fue condenado a tres años y medio de prisión por 16 robos perpetrados en los años 90. Huyó a Sudáfrica con una falsa identidad antes de ser extraditado. Después fue condenado por narcotráfico.
[11] Desde el mes de octubre de 2014, el movimiento Pegida se manifiesta cada lunes a las 18h30 en un parque de la ciudad de Dresde contra la política de asilo del gobierno y contra la “islamización de Alemania”.
[12] El otoño alemán fue un conjunto de acontecimientos acaecidos a finales de 1977, asociados al secuestro, por parte del grupo terrorista Fracción del Ejército Rojo (RAF), del industrial y jefe de la patronal alemana Hans Martin Schleyer y al secuestro y desvío del Boeing de la Lufthansa « Landshut » por parte del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP). El otoño alemán acabó el 18 de octubre con el asalto por parte de un comando de élite de las fuerzas especiales alemanas del “Landshut” en el aeropuerto de Mogadiscio, la muerte de Schleyer y las principales figuras de la primera generación de la RAF en la prisión de Stammheim. El canciller socialdemócrata Helmut Schmidt declaró que “los secuestradores (eran) como los nazis”
[13] Este término alemán de difícil traducción en castellano se menciona a veces sin traducirlo. En el lenguaje político burgués, ha adquirido desde los años 70 toda una gama de significados. Actualmente se utiliza para indicar una “proporción excesiva de extranjeros”, con lo que adquiere una clara coloración xenófoba (NdT)
[14] La CDU/CSU es la fuerza política formada en Alemania, a nivel federal, por los dos « partidos hermanos » de la derecha democristiana y conservadora, la Unión Cristianodemócrata de Alemania (CDU), presente en todos los Länder, excepto en Baviera, y la Unión Socialcristiana (CSU) presente sólo en Baviera.