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Contra el caos y las masacres, únicamente la clase obrera podrá aportar soluciones

Publicamos más lejos una resolución sobre la situación internacional adoptada por la CCI en abril de este año de 1992. Desde entonces, los acontecimientos han venido ilustrando con creces los análisis en ella contenidos. Descomposición y caos, especialmente en lo que a enfrentamientos imperialistas se refiere, se agravan constantemente como así puede verse en las matanzas de Yugoslavia. La crisis económica mundial, por otra parte, mantiene su ritmo catastrófico, lo cual está poniendo las condiciones para que se reanuden los combates de clase contra los que ya se está preparando la burguesía activamente.

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El desmoronamiento, en la segunda mitad del año 89, del bloque del Este sigue haciendo notar sus consecuencias. El llamado “nuevo orden mundial” que se anunciaba, como así lo pretendía el presidente Bush, es en realidad un desorden todavía mayor que el anterior, un caos sangriento en el que se amontonan un día tras otro las ruinas y los muertos, a la vez que los viejos antagonismos entre grandes potencias han dejado el sitio a nuevos antagonismos cada día más explosivos.

El desencadenamiento de los antagonismos imperialistas

No hay posibilidad de que se atenúen los conflictos entre las diferentes burguesías nacionales en el capitalismo decadente, y menos todavía cuando la crisis económica abierta pone clara y decisivamente al desnudo el atolladero en que está metido el sistema. Cuando ya no hay la menor salida a la economía capitalista, cuando todas las políticas destinadas a superar la crisis no han tenido otro efecto sino ponerlo todo todavía peor, cuando las pócimas han sido en realidad venenos que han agravado al enfermo, sólo le queda una alternativa a la burguesía, sean cuales sean sus medios y su poderío, y es la huida ciega en la guerra y los preparativos de ella. La desaparición, en 1989, de uno de los dos bloques militares que se habían repartido el mundo desde el final de la Segunda Guerra mundial, no ha abierto ni mucho menos la “nueva era de paz” que nos prometían los propagandistas de la burguesía. Lo que ha pasado es lo contrario: puesto que la amenaza del “imperio del mal” había dejado de cernerse sobre ellos, a los “aliados” de ayer, o sea a los principales países del bloque occidental, se les han subido los humos poniendo por delante sus intereses específicos frente al “gran hermano” norteamericano.

Las alianzas contraídas por las diferentes burguesías nacionales nunca son matrimonios de amor sino que son bodas de interés. A la vez que presenciamos “reconciliaciones” portentosas, en las que se descubre que el odio recíproco que los Estados habían inculcado durante décadas a las poblaciones deben dejar el sitio a “amistades inquebrantables”, también podemos ver que los mejores amiguetes de ayer “unidos para siempre en la historia” por sus “valores comunes”, por “las dificultades compartidas”, no vacilan en transformarse en enemigos irreconciliables en cuanto dejan de converger sus intereses. Así había ocurrido durante y después de la Segunda Guerra mundial con la URSS estalinista, la cual fue primero presentada por las llamadas democracias occidentales como secuaz del diablo hitleriano, luego como “heroica compañera de combate” y, después, otra vez, como la mismísima encarnación del demonio.

Hoy, aunque las estructuras básicas del bloque regentado por EEUU (OTAN, OCDE, FMI, etc.) subsisten formalmente, por mucho que los discursos de la clase dominante evoquen todavía la unión de las grandes “democracias”, en realidad la Alianza atlántica está muerta y bien muerta en la realidad de los hechos. Y todos los hechos que se han producido en los casi dos años últimos no hacen sino confirmar esa realidad: el hundimiento del bloque oriental tenía obligatoriamente que provocar la desaparición del bloque enemigo, el cual acababa de lograr la victoria en la guerra fría que los había enfrentado desde hacía más de 40 años. No sólo ha desaparecido hecha añicos la solidaridad de los principales países occidentales. Además, aunque sea de forma embrionaria, ya están dibujándose las tendencias a la formación de un nuevo sistema de alianzas que opondría por un lado a Estados Unidos y sus aliados y por otro a una coalición dirigida por Alemania. Como ya lo hemos puesto en múltiples ocasiones de relieve en nuestra prensa, la guerra del Golfo de principios del 91 se debió fundamentalmente a las tentativas americanas para poner freno al proceso de disgregación del bloque occidental, cortando de raíz la menor veleidad de formación de un nuevo sistema de alianzas. Los acontecimientos de Yugoslavia desde el verano de 1991 han demostrado que la enorme operación organizada por Washington ha tenido efectos limitados y en cuanto terminaron los combates en el Golfo y terminó la “solidaridad” exigida entre los coaligados, los antagonismos de fondo volvieron a surgir. La reanudación actual de los combates en lo que fue Yugoslavia, en Bosnia-Herzegovina esta vez, está confirmando, detrás de las apariencias, la agravación de las tensiones entre las grandes potencias que formaban el bloque del Oeste.

Matanzas y discursos de paz en lo que fue Yugoslavia: la guerra en plena Europa

Mientras escribimos estas líneas la guerra sigue causando estragos en la ex-Yugoslavia. Después de meses y meses de matanzas en Croacia, cuando parecía que las cosas se calmaban en la zona, le toca ahora a Bosnia-Herzegovina el fuego y la sangre. En dos meses la cifra de muertos ha sobrepasado los 5.000. Heridos por decenas de miles a la vez que miles de personas se ven obligadas a abandonar las zonas de combate junto a la misión de la ONU en Sarajevo y otros organismos que pretendían aportar un mínimo de protección a esas poblaciones.

Hoy Serbia ha sido declarada “nación culpable”, como dicen los periódicos. El 30 de mayo, la ONU ha adoptado medidas rigurosas de embargo contra ese país, comparables a las impuestas a Irak antes de la guerra del Golfo, para obligarla a que cese, junto con las milicias serbias, su diluvio de hierro y de fuego en Bosnia. Y ha sido Estados Unidos quien encabeza esta campaña de gran envergadura contra Serbia a la vez que se proclama defensor de la “Bosnia democrática”.

Baker no vacilaba en evocar, el 23 de mayo, la posibilidad de una intervención militar para doblegar a Serbia. Bajo la fuerte presión norteamericana, los demás miembros del Consejo de Seguridad, que podían ser reticentes como Rusia y Francia, acabaron uniéndose a la moción “dura” de EEUU. De paso, este país no ha desaprovechado ninguna ocasión para hacer resaltar que el mantenimiento del orden en la antigua Yugoslavia incumbía fundamentalmente a los países de Europa y a la CEE y que ellos, los Estados Unidos, sólo se metían en el asunto, a causa de la impotencia de aquéllas.

Para quien haya seguido el juego de las grandes potencias desde el inicio de los enfrentamientos en Yugoslavia, la postura actual de la primera de entre ellas puede aparecer como un misterio. Durante meses, sobre todo tras la proclamación de la independencia de Eslovenia y de Croacia durante el verano de 1991, los Estados Unidos se portaron como auténticos aliados de Serbia, condenando el desmantelamiento de Yugoslavia que iba a provocar necesariamente la secesión de las dos repúblicas del Norte. En la CEE, los países tradicionalmente más cercanos a EEUU, Gran Bretaña y Holanda, lo hicieron todo para dejar las manos libres a Serbia en sus operaciones por dominar a Croacia o, al menos, quitarle un buen trozo de su territorio. Durante meses, los Estados Unidos no han parado de poner en evidencia la “impotencia europea” que habían contribuido ellos a agravar, para acabar apareciendo cual Supermán de las historietas para obtener, tras la acción del emisario de la ONU (el diplomático Cyrus Vance, estadounidense como por casualidad), el cese de los combates en Croacia cuando ya Serbia había alcanzado lo esencial de sus objetivos militares en la región.

Esa actuación de la diplomacia norteamericana se entiende perfectamente. En efecto, la independencia de Croacia fue espoleada por Alemania porque coincide con las nuevas ambiciones imperialistas de este país, cuya potencia y posición en Europa lo transforman en el pretendiente más serio para la función de jefe de una nueva coalición dirigida contra Estados Unidos, ahora que ha desparecido toda amenaza procedente del Este. Para la burguesía alemana, una Croacia independiente y “amiga” era la condición de la apertura de un acceso al Mediterráneo, lo cual es una carta indispensable para cualquier potencia que pretenda desempeñar un papel mundial. Y eso es lo que los Estados Unidos querían evitar a toda costa. Su apoyo a Serbia durante sus enfrentamientos con Croacia, que han causado tantos y considerables estragos en este país, permitía a EEUU dar claramente a entender tanto a Croacia como a Alemania lo mucho que cuesta hacer una política que vaya en contra de sus intereses. Y precisamente al no haber estado obligada la primera potencia mundial a “mojarse” directamente en 1991 y principios de 1992, dejando que apareciera claramente la impotencia de la CEE, ha podido últimamente organizar una aparatosa entrada en escena señalando con enérgico dedo a la nueva cabeza de turco, aliado de ayer, Serbia.

La reciente y repentina pasión de Estados Unidos por la independencia de Bosnia-Herzegovina no se debe desde luego a que las autoridades de esta república sean más “democráticas” que las de Croacia. Tan gánsteres son unos como otros los que gobiernan en Sarajevo, Zagreb, Belgrado y... Washington. En realidad, desde el punto de vista de EEUU, la gran superioridad de Bosnia respecto a Croacia, es que aquélla puede ser un punto de apoyo de primera importancia para contrarrestar la presencia alemana en la región. Por razones tanto geográficas como históricas, Alemania era, en un principio, el país mejor situado para integrar a la Croacia independiente en su zona de influencia. Por eso no ha intentado EEUU hacer una inmediata competencia a Alemania en Croacia, haciendo todo lo posible, en cambio, por entorpecer la independencia de este país. Pero después, la burguesía norteamericana ha tenido que volver a reafirmar su función de “gendarme” del mundo y por lo tanto tenía que volver enérgicamente a una región que depende más bien de los Estados europeos. El cinismo y la bestialidad del Estado serbio y de sus milicias le han dado una ocasión pintiparada. Tras declararse gran protector de la población de Bosnia-Herzegovina víctima de aquéllos, el Tío Sam se prepara ahora a sacar partido de la situación en varios planos:
- da la prueba, como cuando la guerra del Golfo y la conferencia de Madrid sobre Oriente Medio de finales del 91, que ningún problema importante en las relaciones internacionales podrá arreglarse sin la intervención washingtoniana;
- dirige un mensaje a las esferas dirigentes de los dos grandes vecinos de la ex Yugoslavia, Italia y Turquía, países de una importancia estratégica de primer orden, para convencerlos de que se mantengan fieles;
- reaviva las llagas que abrió la cuestión yugoslava en la alianza privilegiada entre Francia y Alemania (aunque estas dificultades no sean suficientes para poner en entredicho los intereses convergentes que existen en otros aspectos entre esos dos países, lo cual ha quedado plasmado en la decisión de formar un cuerpo de ejército común) ([1]);
- prepara su implantación en Bosnia-Herzegovina para así privar a Alemania de la libre disposición de los puertos croatas de las costas dálmatas.

Respecto a esto último, basta con mirar un mapa para comprobar que Dalmacia es una estrecha franja de tierra entre el mar y los montes de Herzegovina. Si Alemania, merced a su alianza con Croacia, soñara con instalar bases militares en los puertos de Zadar, Split o Dubrovnik como puntos de apoyo de una posible flota mediterránea, se vería ante el hecho de que esos puertos se encuentran respectivamente a 80, 40 y 10 km de la frontera “enemiga” (Dubrovnik tiene incluso la peculiaridad de estar cortado del resto de Croacia por la salida al mar de Herzegovina). En caso de crisis internacional, no sería difícil para la potencia norteamericana bloquear esos puertos, como así lo ha demostrado Serbia hasta ahora, cortando esas posibles avanzadillas alemanas de su retaguardia y haciéndolas inutilizables.

En cuanto al “mensaje” dirigido a Italia, adquiere toda su importancia en un momento en que al igual que las demás burguesías europeas (como la francesa, cuyo partido neogaullista, el RPR, está dividido entre partidarios y adversarios de una alianza más estrecha con Alemania en el seno de la CEE), la italiana está dividida en cuanto a alineamientos imperialistas, como lo demuestra muy bien la actual parálisis de su aparato político. Teniendo en cuenta la posición de primer plano de ese país en el Mediterráneo (control del paso entre el oriental y el occidental, presencia en Nápoles del mando de la VIa flota USA), los Estados Unidos están dispuestos a echar el resto para que Italia no tenga la tentación de unirse a la alianza franco-alemana.

También se entiende el aviso de EEUU a Turquía, ahora que este país intenta emparejar sus propias ambiciones regionales respecto a las repúblicas musulmanas de la exURSS (a las cuales Turquía espera separar de la influencia de una Rusia aliada hoy de EEUU) con una alianza con Alemania y un apoyo a las ambiciones imperialistas de este país en Oriente medio. Turquía ocupa también una posición estratégica de primera importancia pues controla el paso entre el Mar Negro y el Mediterráneo, de modo que su actual acercamiento a Alemania (evidenciado por el “escándalo” de la entrega de material bélico destinado a la represión de los kurdos, escándalo desvelado gracias a la “desinteresada labor” de Washington) es una amenaza muy seria para EEUU. Este país ya ha empezado a reaccionar apoyando a los nacionalistas kurdos y están dispuestos a emplear medios mucho más importantes para que cese ese acercamiento. En especial, la “protección” a la población musulmana de Bosnia-Herzegovina (mayoritaria en el país) que hoy le ofrece la primera potencia mundial aparece como una pedrada en el tejado de Turquía, la cual pretende ser la “gran retaguardia” protectora de los musulmanes de la región ([2]).

La situación actual en la ex Yugoslavia revela, detrás de los discursos sobre la vuelta a la paz y la protección de las poblaciones, la continuación de la agravación de los antagonismos entre las grandes potencias, alimentados por el caos engendrado por el hundimiento del estalinismo yugoslavo, caos que, a su vez, agravan esos antagonismos. Incluso si la presión y hasta la posible intervención directa de EEUU podrían calmar momentáneamente las cosas (obligando, por ejemplo, a Serbia a renunciar a algunas de sus pretensiones), el futuro de la ex Yugoslavia, como el de toda esta parte del mundo (Balcanes, Centroeuropa), será un futuro de nuevos antagonismos y enfrentamientos cada día más violentos a causa de la importancia estratégica que tiene para las grandes potencias. Ilustración del avance irreversible de la descomposición general de la sociedad capitalista, es un nuevo Líbano lo que se ha instalado a las puertas de las grandes metrópolis europeas.

Lo que, sin embargo, demuestran también las matanzas de Yugoslavia es que aunque el avance de la descomposición es un fenómeno que escapa al control de todos los sectores de la clase dominante mundial, incluidas las burguesías de los países más avanzados y poderosos, estos sectores no permanecen pasivos ante ese fenómeno. Al contrario de los dirigentes recién ascendidos en el antiguo bloque del Este (por no hablar de la situación en el llamado “tercer mundo”), completamente desbordados por la situación económica y política (en especial por la explosión de los nacionalismos y de los conflictos étnicos), los gobiernos de los países más desarrollados son todavía capaces de aprovecharse de la descomposición ambiente en defensa de los intereses de su capital nacional. Esto ha quedado muy bien demostrado a principios de mayo con las revueltas de Los Ángeles.

La utilización de la descomposición por la burguesía

Como lo ha evidenciado la CCI ([3]), la descomposición general de la sociedad capitalista, tal como se está desarrollando hoy, pone al desnudo el atolladero histórico total en el que se encuentra ahora esta sociedad. Al igual que las crisis y las guerras, la descomposición no es una cuestión de buena o mala voluntad de la burguesía o de que estuviera haciendo una política errónea, sino que se le impone como algo insuperable e irreversible. El que la descomposición, del mismo modo que una eventual IIIª guerra mundial, no tenga otra salida dentro del capitalismo sino es la desaparición de la humanidad no cambia nada. Eso es lo que ha dejado muy patente la “cumbre” de Río de Janeiro sobre la protección de la Tierra celebrada a primeros de mayo. Como era de prever, la montaña ha parido un ratón, a pesar de la creciente gravedad de los problemas del medio ambiente que la mayoría de los científicos denuncian. Cuando, a causa del llamado efecto invernadero, se prevén terribles hambrunas, si no es la pura y simple desaparición de la especie humana, cada cual echa la patata caliente al otro para no hacer nada: el Norte contra el Sur, y viceversa, Europa contra Estados Unidos y así sucesivamente.

Sin embargo, aunque la burguesía es totalmente incapaz de instaurar cualquier política a largo plazo y a escala mundial, incluso cuando es su propia supervivencia, junto con la de la humanidad, la que está amenazada, sí que es capaz de reaccionar a corto plazo y en la defensa de sus intereses nacionales contra los efectos de la descomposición. Ha sido así como las revueltas de Los Ángeles han venido a poner de relieve todas las retorcidas capacidades maniobreras que poseen las burguesías más poderosas.

Los Ángeles es una especie de concentrado de todas las características de la sociedad norteamericana: opulencia y miseria, “high tech” y violencia. Símbolo del “sueño americano” se ha convertido también en la “pesadilla americana”. Como ya lo pusimos de relieve en nuestros textos sobre la descomposición, ésta, de igual modo que la crisis económica, surge del corazón del capitalismo aunque después tenga en la periferia sus formas más extremas y catastróficas. Y L.A., como dicen los enterados, es el corazón del corazón. Desde hace ya cantidad de años, la descomposición lleva causando en esa ciudad estragos y tragedias inmensas y especialmente en los guetos negros. En la mayoría de las ciudades estadounidenses, esos guetos se han convertido en auténticos infiernos, en los que reina la miseria más insoportable, en condiciones de alojamiento y sanidad propias del “tercer mundo” (por ejemplo, la mortalidad infantil alcanza cifras comparables a las de los países más atrasados, el SIDA golpea con espantosa dureza) y sobre todo, una desesperanza insondable arrastra a una alta proporción de jóvenes, desde la primera adolescencia, hacia la droga, la prostitución y el gansterismo. La violencia y el asesinato son lo cotidiano de esos barrios: la primera causa de muerte de los hombres negros de la franja de edad de 15 a 34 años es el asesinato, casi una cuarta parte de los hombres negros entre 20 y 29 años está en la cárcel o en libertad vigilada, el 45 % de la población en la cárcel es negra (los negros son el 12 % de la población total). Así, en Harlem, gueto negro de Nueva York, por asesinato, sobredosis o enfermedad, la esperanza de vida de un hombre es más corta que la de uno de Bengladesh.

Esta situación se fue agravando durante los años 80, pero la recesión actual, con la vertiginosa subida del desempleo, le ha dado proporciones todavía mayores. Por ello, desde hace meses, numerosos “especialistas” no han cesado de predecir revueltas inminentes y explosiones de violencia en esos barrios. Y ha sido precisamente contra esa amenaza contra lo que ha reaccionado la burguesía norteamericana. Antes que dejarse sorprender por una sucesión de explosiones espontáneas e incontrolables, ha preferido organizar un verdadero cortafuego que le permitiera escoger el lugar y el momento de tal surgimiento de violencia, previniendo así lo mejor posible los del futuro.

Lugar: Los Ángeles, verdadero paradigma del infierno urbano en EEUU, en donde más de 10.000 jóvenes viven del comercio la droga, con guetos surcados por cuadrillas armadas que se matan por controlar una calle o una esquina de venta de “caballo”.

Momento: en el inicio la campaña para las elecciones presidenciales, campaña así reactivada, pero con la antelación suficiente de la elección misma, de modo que tales disturbios, incontrolados, no vinieran a desprestigiar en el último momento al candidato Bush y sus sondeos de opinión tan poco favorables.

Medios: la organización en varias etapas de una provocación. Primero, una campaña mediática de gran envergadura en torno al juicio a los cuatro policías blancos filmados cuando estaban dando una brutal paliza a un automovilista negro: los telespectadores han podido ver esa indignante escena hasta la saciedad. Segundo, la absolución de los policías por un tribunal formado deliberadamente en un barrio conocido por su conservadurismo, su “amor por el orden” y sus simpatías hacia la policía. Tercero, en cuanto se produjeron, como era de prever, las primeras revueltas y las primeras multitudes, hubo una auténtica deserción por parte de las fuerzas de policía de los barrios “calientes”, dejando así que la revuelta cobrara gran amplitud. Las fuerzas de policía sí que estuvieron muy presentes en los barrios burgueses cercanos como Beverly Hill. Esta táctica tenía la ventaja de privar a los manifestantes de su enemigo tradicional, el policía, de modo que su cólera se canalizó todavía más hacia el saqueo de comercios, incendio de casas de otras comunidades e incluso a ajustes de cuentas entre bandas. Con esa táctica, los 58 muertos provocados por esa explosión, lo fueron menos por las fuerzas policiacas que a enfrentamientos entre habitantes de los guetos, especialmente entre jóvenes manifestantes y pequeños comerciantes que protegían sus tiendas armados.

Los medios y las condiciones de la vuelta al orden también formaban parte de la maniobra: han sido los mismos soldados que hace apenas año y medio defendían el “derecho” y la “democracia” en el Golfo, los que vinieron a participar en la pacificación de los barrios revoltosos. La represión, aunque no haya sido sangrienta, ha sido llevada a cabo a gran escala: cerca de 12.000 detenciones y, durante semanas, en la televisión, imágenes de cientos de juicios con penas de cárcel para los amotinados. El mensaje ha sido claro: aunque no se porte como un régimen cualquiera del “tercer mundo”, aunque haya procurado que no corriera la sangre de quienes perturban el orden público (y eso tanto más fácilmente porque, gracias a su provocación, las autoridades no se vieron nunca desbordadas por los acontecimientos), la “democracia americana” sabe dar pruebas de firmeza contra ellos. Quedan así avisados quienes, en el futuro, tuvieran la intención de volver a empezar nuevos desórdenes...

La “gestión” de las revueltas de Los Ángeles ha permitido al equipo dirigente de la burguesía norteamericana demostrar a todos los sectores de ésta que, a pesar de todas las dificultades que se han acumulado, a pesar de la invasión del cáncer de los guetos y la violencia urbana, está a la altura de sus responsabilidades. En un mundo sometido a convulsiones de todo tipo, la cuestión de la autoridad del poder, tanto en el exterior como en el interior, de la primera potencia del planeta es de la mayor importancia para la burguesía de este país. Con la provocación a Saddam Husein durante el verano de 1990 seguida de la “Tempestad del desierto” a principios del 91, Bush ha dado la prueba de que sabía manifestar ese tipo de autoridad a nivel internacional. Los Ángeles, con medios espectaculares, con montajes mediáticos que recuerdan los de la guerra del Golfo, ha demostrado que la administración actual era tan capaz de reaccionar en el plano “doméstico” y que por muy catastrófica que sea, la situación interna de Estados Unidos está “controlada”.

Las revueltas provocadas de Los Ángeles no son, sin embargo, los únicos medios de que dispone el Estado y el gobierno para afirmar su autoridad ante las diferentes expresiones de la descomposición. Han sido también un instrumento de una ofensiva a gran escala contra la clase obrera.

La burguesía se prepara para una reanudación de los combates de clase

Como lo pone de relieve la resolución publicada: “la agravación considerable de la crisis capitalista, especialmente en los países más desarrollados, es un factor de primera importancia en la negación de todas las mentiras sobre el “triunfo” del capitalismo, incluso en ausencia de luchas abiertas. Asimismo, la acumulación del descontento provocado por la multiplicación y la intensificación de los ataques resultantes de esa agravación de la crisis, abrirá, al cabo, el camino a movimientos de gran amplitud que volverán a dar confianza a la clase obrera...Por ahora, las luchas obreras se sitúan en uno de los niveles más bajos desde la última guerra mundial. Lo que sí hay que saber con seguridad es que ya se están desplegando en profundidad las condiciones para el resurgir de las luchas...” (pto 16). En todos los países adelantados, la burguesía es muy consciente de esa situación, y, especialmente, la primera de ellas. Y por eso las revueltas de Los Ángeles han sido también un instrumento de esta burguesía para debilitar preventivamente los futuros combates obreros. Merced a las imágenes que han hecho aparecer a la gente de color en general como auténticos salvajes (como la de los jóvenes atacando a camioneros blancos), la clase dominante ha conseguido reforzar significativamente uno de los factores de debilidad de la clase obrera norteamericana : la división entre obreros blancos y obreros negros o de otras comunidades. Como lo declaraba un experto de la burguesía: “el nivel de simpatía que los blancos podían tener por los negros ha disminuido considerablemente a causa del miedo que aquéllos sienten ante el aumento constante de la criminalidad negra” (C. Murray, AEI, 6/5/92). Así, el “restablecimiento del orden contra las pandillas de delincuentes negros saqueadores de almacenes y “camellos””, pues ésa es la imagen que la burguesía quiere dar en general de ellos, ha sido recibida sin duda con lamentable satisfacción por una proporción nada desdeñable de obreros blancos, víctimas a menudo de la inseguridad urbana. En esta ocasión, la “eficacia” de las fuerzas del Estado federal (en contraste con la supuesta “ineficacia” de las fuerzas de policía local) no ha hecho sino reforzar la autoridad de las fuerzas represivas.

Además, esa subida del racismo ha sido explotada por los profesionales del antiracismo para lanzar nuevas campañas de diversión aclasistas, las cuales, lejos de favorecer la unidad de clase del proletariado, lo que intentan es diluirlo en el conjunto de la población y atarlo al carro de la “democracia”. Por otra parte, los sindicatos y el Partido Demócrata han aprovechado la situación para denunciar la política social de las administraciones republicanas desde principios de los años 80, acusadas de ser las únicas responsables de la miseria en los barrios pobres de las ciudades. Lo cual es lo mismo que decir que para que las cosas mejoren, hay que votar por el “buen candidato”, lo que permite de paso relanzar una campaña electoral que, hasta ahora, no interesaba mucho a la gente.

Las diferentes expresiones de la descomposición, como las revueltas urbanas tanto en el “Tercer mundo” como los países adelantados, serán utilizadas por la burguesía contra la clase obrera mientras ésta no sea capaz de proponer su propia perspectiva de clase por el derrocamiento del capitalismo. Y esos acontecimientos serán utilizados tanto si son espontáneos como provocados. Pero cuando además la burguesía tiene los medios para escoger el momento y las circunstancias de esas explosiones, ello le permite que sea más eficaz su impacto en favor de la defensa de su orden social. Las revueltas de Los Ángeles han venido pintiparadas como instrumento contra la clase obrera y eso lo confirma la serie de maniobras que la clase dominante está desplegando contra los explotados de los países avanzados. El ejemplo más significativo de esta política se nos ha dado recientemente en uno de los países más importantes del mundo capitalista, Alemania.

Ofensiva de la burguesía contra la clase obrera en Alemania

La importancia de ese país no se debe únicamente a su peso económico y a su papel estratégico creciente. Es también en él donde vive, trabaja y lucha uno de los proletariados más poderosos del mundo, un proletariado que, habida cuenta de su número y de su concentración en el corazón mismo de la Europa industrializada y de su experiencia histórica incomparable, tiene en sus manos una parte importante de la clave del futuro movimiento de la clase obrera hacia la revolución mundial. Por eso es por lo que la ofensiva política de la burguesía contra la clase obrera en Alemania no sólo iba dirigida contra la clase obrera de ese país. Esa ofensiva de la burguesía se centró en la huelga del sector público, la más importante desde hace 18 años, huelga manejada con gran maestría por los sindicatos. El importante eco que la huelga tuvo en los media de los países europeos (cuando en general las luchas obreras son objeto de un silencio casi total) demuestra que era al proletariado europeo a quien se dirigía esa ofensiva.

Las condiciones específicas de Alemania permiten comprender por qué una acción así ha tenido lugar en ese país. Pues, además de su importancia histórica y económica, elementos que son permanentes, además de que como todas las burguesías tiene que hacer frente a una nueva y considerable agravación de la crisis, la alemana está enfrentada actualmente al problema de la reunificación, que es, en realidad, el de la “digestión” del Este por el Oeste. La reunificación es un pozo sin fondo en el que se hunden miles de millones de marcos. El déficit del Estado ha alcanzado cumbres insospechadas en ese tan “virtuoso” país. Se trata pues para la burguesía de preparar a la clase obrera a ataques de un nivel sin precedentes para que ésta acepte el coste de la reunificación, para que entienda que se acabaron las “vacas gordas” y que desde ahora en adelante deberá hacer sacrificios muy importantes. De ahí que las propuestas salariales en el sector público (4,9 %) hayan sido inferiores a la inflación y eso cuando se han ido multiplicando impuestos y tasas de todo tipo. Éste fue el caballo de batalla que montaron los sindicatos alardeando de un radicalismo nunca visto desde hacía décadas, organizando huelgas alternas masivas (más de 100.000 obreros por día) que provocaron ciertos días un caos total en los transportes y servicios públicos, lo cual tuvo la consecuencia de aislar a los huelguistas de los demás sectores de la clase obrera). Después de reivindicar el 9 % de aumento salarial, los sindicatos rebajaron sus pretensiones al 5,4 %, presentando esta cantidad como una “victoria” para los trabajadores y una “derrota” para Kohl. La mayoría de los obreros consideró evidentemente que, después de tres semanas de huelga, eso era netamente insuficiente (0,5 % más que la propuesta de principio, más o menos 20 marcos por mes) de modo que incluso la popular y tan mediática Monika Mathies, presidenta del ÖTV (Sindicato de funcionarios), salió un poco desplumada. La burguesía había alcanzado, sin embargo, unos cuantos objetivos importantes:
- dejar patente que, a pesar de la masividad de la huelga y sus acciones “duras”, es imposible doblegar a la burguesía en su voluntad de limitar el alza de salarios;
- presentar a los sindicatos, que habían preparado minuciosamente todas las acciones manteniendo a los obreros en la más estricta pasividad, como verdaderos protagonistas de la lucha contra la patronal y al mismo tiempo como el necesario “seguro social” al que hay que afiliarse para que a uno le paguen los días de huelga (durante la huelga, lo trabajadores hacían cola para ir a recoger el carné sindical que los compromete por dos años);
- acentuar un poco más la división entre obreros del Este y del Oeste, al no comprender aquéllos que éstos reivindiquen aumentos cuando en el Oeste los salarios son netamente superiores y el desempleo más bajo, y no teniendo ganas éstos de pagar por los “ossies” (orientales), los cuales son insistentemente tildados de “holgazanes” e “inútiles”.

En los demás países, la imagen de la “modélica Alemania” ha quedado un poco ensombrecida por estas huelgas. Pero la burguesía se ha apresurado a asestar dos golpes contra la conciencia de la clase obrera:
- la mentira de que la huelga de los obreros alemanes “privilegiados” ha venido a agravar más todavía la situación financiera y económica de occidente;
- el mensaje de que es ilusorio el intentar llevar a cabo luchas contra la degradación de las condiciones de existencia, puesto que, a pesar de toda la fuerza que poseen, y especialmente la de “sus” sindicatos, y la prosperidad de su país, los obreros de Alemania no han podido obtener gran cosa.

Así la burguesía más poderosa de Europa ha marcado la pauta de la ofensiva política contra la clase obrera que ha de acompañar a ataques económicos de una brutalidad sin precedentes. Por ahora, la maniobra ha tenido éxito, pero su amplitud ha estado al nivel del temor que el proletariado inspira a la burguesía. Los acontecimientos de estos tres últimos años, y todas las campañas que los han acompañado, han debilitado significativamente la combatividad y la conciencia en la clase obrera. Pero ésta no ha dicho su última palabra. Ya antes de que haya vuelto por el camino de las luchas de gran envergadura y en su terreno de clase, todos los minuciosos preparativos de la clase dominante demuestran la importancia de esos combates venideros.

FM

14/6/92

 

[1] Como lo señala la Resolución, Alemania y Francia no ponen las mismas expectativas en su alianza. Francia cuenta con sus ventajas militares para compensar su inferioridad económica con relación a Alemania para no encontrarse en situación de vasallaje y poder reivindicar una especie de “codirección” de una alianza de los principales Estados europeos (exceptuando a Gran Bretaña, naturalmente). Por eso no está Francia en absoluto interesada en que Alemania esté presente en el Mediterráneo, lo cual desvaloraría muy sensiblemente la importancia de su propia flota en ese mar, privándola así de una baza muy importante en los regateos con su “amiga”.

[2] Tampoco hay que excluir que el apoyo de Estados Unidos a las poblaciones croatas de Bosnia-Herzegovina actualmente víctimas de Serbia logre “demostrar” un día a Croacia que tiene el mayor interés en cambiar el “protector” alemán, de una eficacia muy limitada, por el americano mucho mejor equipado en medios para hacerse respetar. Estas intenciones también están muy presentes en la diplomacia norteamericana.

[3] Ver los artículos en la Revista Internacional, nos 57 y 62.