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Detrás de esta reforma, de los ataques simultáneos que la acompañan y de otros en preparación lo que hay es el peligroso hundimiento de todos los proletarios y otras capas de la población, en la pobreza, la inseguridad y la miseria más sombría. Y lo que es aun más indignante, estos ataques no van a parar ya que la crisis económica es inexorable.
Está claro que esta lucha y otras anunciadas están en consonancia con las que se desarrollaron en Grecia y España en contra de las drásticas medidas de austeridad impuestas. Sin embargo, a pesar de la masividad impresionante de la respuesta, el gobierno no ha cedido ante ella y se ha mantenido firme; diciendo, que a pesar de la implacable presión de la calle, su compromiso de imponer este ataque tendrá su continuación en otros próximos; argumentando cínicamente la "necesidad" de estas medidas en nombre de la "solidaridad" entre las generaciones.
Lo que todo el mundo sabe es que lo que Sarkozy nos cuenta es una grave mentira rayana con la provocación. Sin embargo, en el momento de escribir este artículo existe el convencimiento de que el movimiento retrocede y que la burguesía va a llevar adelante la reforma.
¿Qué está ocurriendo?
¿Cómo es que esta reforma, que golpea con tal dureza las condiciones de vida y trabajo, y contra la que toda la población ha expresado con fuerza toda su indignación y su oposición, va a ser aprobada?
¿Por qué esta movilización masiva no ha logrado hacer retroceder al
gobierno?
Porque el gobierno confía en que los sindicatos, que siempre han aceptado el principio de la "reforma necesaria" de las pensiones, podrán controlar la situación[i]
Comparemos esta situación con el movimiento de 2006 contra el Contrato de Primer Empleo:
Este movimiento, que los medios de comunicación trataron desde su inicio, con el mayor desprecio, como una "revuelta estudiantil" sin futuro, acabó haciendo replegarse al gobierno, que no tuvo más remedio que retirar el CPE.
¿Por qué este éxito?
En primer lugar, porque los estudiantes se habían organizado en asambleas generales, abiertas a todo el mundo, sin distinción de categorías o sectores -público o privado-, a trabajadores con empleo o en paro,... Este impulso de confianza en las capacidades de la clase obrera y en su fuerza, de profunda solidaridad en la lucha, creó una dinámica de extensión del movimiento y le proporcionó una masividad en la que se implicaba a todas las generaciones. De esta manera se consiguió que en las asambleas generales se desarrollaran debates y discusiones profundas que no se limitaban a tratar los problemas de los estudiantes y, además, que en el curso de las manifestaciones los propios trabajadores se movilizaran, cada vez en mayor número, con los universitarios y los estudiantes de Enseñanza media.
Pero también porque la determinación y el espíritu de apertura de los estudiantes, al arrastrar a partes de la clase obrera a la lucha abierta, lograron que los sindicatos no los machacaran con sus maniobras. Al contrario, mientras que los sindicatos, concretamente la CGT, se empeñaban en colocarse en cabeza de las manifestaciones para controlarlas, en muchas ocasiones los estudiantes y los universitarios pasaron por encima de las pancartas sindicales para dejar totalmente claro que no estaban dispuestos a permanecer en segundo plano de un movimiento del que ellos mismos llevaban la iniciativa. Pero sobre todo afirmaban su voluntad de controlar la lucha por sí mismos, junto a la clase obrera, y de no dejarse manipular por las centrales sindicales.
Uno de los aspectos que más inquietaba a la burguesía es que las formas de organización de que se dotaron los estudiantes en lucha, asambleas generales soberanas que elegían sus comités de coordinación y estaban abiertas a todos, se extendieran como una mancha de aceite entre los asalariados, si estos decidían entrar en combate; también que los sindicatos de estudiantes siempre mantuvieran un perfil bajo en esta dinámica. No es casual que, en el proceso de este movimiento, Thibault (líder sindical de la CGT) afirmase en más de una ocasión que los asalariados no tenían que recibir lecciones de los estudiantes sobre cómo deben organizarse y que si estos tienen sus asambleas generales y sus coordinadoras los asalariados tienen sus sindicatos y confían, además, en ellos.
En tal contexto de determinación, cada vez más solida, y ante el peligro de desbordamiento de los sindicatos, Villepine tenía que soltar lastre; era el último recurso defensivo de la burguesía y corría el riesgo de ser derribado por la explosión de luchas masivas.
En cambio ahora, en el movimiento contra la reforma de las pensiones los sindicatos, apoyados activamente por la policía y los Medios, han desarrollado los esfuerzos necesarios para estar en primera fila y han estado muy pendientes de lo que ocurría, para organizarse y actuar en consecuencia.
La Intersindical al servicio del gobierno
Se les ha visto, desde el primer momento, jugar la baza de dividir a los trabajadores: mientras FO (Force Ouvrière) convocaba las manifestaciones por su cuenta, a su aire; la Intersindical, que organizó la jornada de lucha del 23 de marzo, preparaba, tras negociar con el gobierno, el "tinglado" de la reforma con dos jornadas de lucha: la del 16 de mayo y la del 24 de junio, justamente en vísperas de las vacaciones de verano. Se sabe que, habitualmente, convocar un día de lucha en esta época del año es darle el tiro de gracia a la clase obrera para pasar inmediatamente a los ataques más duros. Desgraciadamente para la burguesía y los sindicatos en esta última jornada de lucha se encontraron con una movilización que no esperaban: en las calles había más del doble de obreros, parados y precarios, de lo que creían y, a diferencia de las dos jornadas de lucha anteriores, en las que según la prensa se veía un cierto desánimo, la cólera y el hartazgo dominaba el sentir de los asistentes a la cita del 24 de junio.
Presionados por la indignación manifiesta y porque se empezaba a desarrollar entre los obreros la conciencia de lo que significaba esta reforma para nuestras condiciones de vida, los sindicatos se ven obligados a organizar otra jornada de lucha, el día 7 de setiembre, tras esa letanía suya de la unidad sindical; desde entonces, ninguno ha dejado de llamar a unas jornadas de lucha que han llegado a agrupar en las manifestaciones a unos tres millones de trabajadores de numerosas empresas.
La unidad de la "Intersindical" era la trampa montada para hacerle creer a la clase obrera que los sindicatos están decididos a organizar una amplia ofensiva contra la reforma y que se han dotado de los instrumentos para ello: jornadas de lucha una tras otra, en las que se podrá ver y escuchar, hasta el aburrimiento, a sus líderes cogidos del brazo desgranando sus discursos sobre la "continuidad" del movimiento y otras mentiras. Montada frente a lo que temen más que a nada: que los trabajadores se liberen del cepo sindical y se organicen ellos mismos. Así lo expresaba Thibault, secretario general de la CGT, que "enviaba un mensaje" al Gobierno en una entrevista al Diario Le Monde del 10 de setiembre: "Se puede llegar a un bloqueo, a una crisis social de envergadura; es posible pero nosotros no lo queremos y no vamos a correr ese riesgo". Y ponía el siguiente ejemplo para explicar mejor lo que los sindicatos habían puesto en juego: "Hemos visto una PME (Pequeña Mediana Empresa) en la que 40 trabajadores de 44 han hecho huelga. Es una señal. Cuanta más intransigencia con más fuerza dominará en las cabezas la idea de hacer huelgas repetidas".
Está claro lo que venía a decir: si no están los sindicatos, los mismos obreros no solo se organizarán sino que además de decidir lo que quieren hacer lo harán masivamente; y es precisamente contra esto contra lo que las centrales sindicales y particularmente la CGT se aplican con un celo ejemplar. ¿Cómo lo hacen? Ocupando el terreno en el campo social y en los Medios de comunicación; impidiendo con determinación cualquier expresión de solidaridad obrera. En resumen, una propaganda de tomo y lomo por un lado y por otro una hiperactividad encaminada a esterilizar y encadenar el movimiento a falsas alternativas con la finalidad de dividir, confundir y encaminarlo con más facilidad a la derrota.
El bloqueo de las refinerías de petróleo es un ejemplo evidente de cómo los aparatos sindicales hacen su trabajo: cuando entran en lucha los obreros de este sector, directamente enfrentados a medidas drásticas de reducción de personal, cuya combatividad era ya muy fuerte y entre quienes crecía la voluntad de manifestar su solidaridad al conjunto de la clase contra la reforma de las pensiones, la CGT interviene transformando este aliento de solidaridad en un espantajo, en algo "indigerible" para los obreros. El hecho cierto es que el bloqueo de las refinerías nunca se ha decidido en verdaderas asambleas generales, donde los trabajadores expresan realmente sus puntos de vista y los discuten, sino tras una serie de maniobras -los líderes sindicales son especialistas en este trabajo- que han ido pudriendo las discusiones y han acabado en acciones estériles. A pesar del estrecho cerco sindical, algunos obreros de este sector han intentado contactar y establecer lazos con obreros de otros sectores pero, globalmente atrapados en los engranajes del lema "bloqueo hasta la últimas consecuencias", la mayoría de los obreros de las refinerías se han visto entrampados en esa lógica sindical de los "encierros en la fábrica", auténtico veneno utilizado contra el desarrollo del combate. Los obreros de las refinerías tenían como objetivo reforzar el movimiento, ser uno de los brazos armados para hacer retroceder al Gobierno, pero el bloqueo de los depósitos, tal y como se ha desarrollado bajo la batuta sindical, se ha revelado como lo que fue concebido: un arma de la burguesía y sus sindicatos contra los obreros. Al mismo tiempo, la prensa burguesa ha dejado claro en todo momento su resentimiento y vertido, por editoriales y artículos, su hiel en abundancia, creando un ambiente de pánico y agitando la amenaza de una penuria generalizada de combustibles, no solo para aislar a los obreros de las refinerías sino para hacer impopular su huelga; acusándolos de "tomar como rehén a la gente para impedir que lleguen al trabajo o se marchen de vacaciones". Quedaban así aislados, físicamente, los trabajadores de este sector y, a pesar de que querían contribuir con su lucha solidaria en la construcción de una relación de fuerzas que favoreciese la retirada de la reforma, su bloqueo, su aislamiento, se volvió contra ellos mismos y contra el objetivo que se habían propuesto inicialmente.
Ha habido numerosas acciones sindicales similares en sectores como los transportes y especialmente centradas en regiones con pocos obreros; es decir, allí donde era imprescindible para los sindicatos acabar con cualquier riesgo que implicase extensión y puesta en práctica de la solidaridad. Necesitaban dejar claro ante la galería que eran ellos quienes orquestaban las luchas más radicales y quienes "interpretaban la partitura" en las manifestaciones, cuando en realidad estaban pudriendo la situación.
Como dice la hoja que difundió la Asamblea General Interprofesional de fecha 6 de noviembre: "La fuerza de los trabajadores no consiste únicamente en bloquear algún depósito de petróleo o alguna fábrica. La fuerza de los trabajadores está en reunirse en sus lugares de trabajo sin distinción de oficio, empresa, categoría,... y decidir todos juntos"...
Por todas partes se ha visto a los sindicatos agruparse en alguna "Intersindical" para promocionar mejor sus simulacros de unidad, montar esa clase de asambleas generales que sin verdadero debate quedan encerradas en las preocupaciones más corporativas; claro que públicamente insistían en esa pretendida voluntad suya de combatir "para todos" y "todos juntos" que les caracteriza; eso sí, cada uno organizado en su sitio, tras su jefecito sindicalista, haciendo cualquier cosa para impedir que se formen delegaciones masivas para buscar la solidaridad de las empresas geográficamente más cercanas.
Un movimiento rico en perspectivas
En cambio, no aparecen en los Media los numerosos Comités o Asambleas generales Interprofesionales (AG Inter-pros)[ii] que se han formado en este periodo, donde los objetivos perseguidos eran y siguen siendo organizarse fuera de los sindicatos, desarrollar discusiones realmente abiertas a todos los proletarios y acciones autónomas en las que toda la clase obrera pueda reconocerse e implicarse masivamente.
Los sindicatos no han sido los únicos en obstaculizar o impedir la posibilidad de una movilización de estas características; la policía de Sarkozy, famosa por su pretendida debilidad y su carácter anti-izquierda, ha sabido ser el auxiliar indispensable de los sindicatos con sus provocaciones en más de una ocasión. Un ejemplo: los incidentes en la plaza Bellecour de Lyon donde la presencia de un puñado de "alborotadores" (posiblemente manipulados por los policías) sirvió de pretexto para una violenta represión policial contra centenares de jóvenes estudiantes cuya mayoría solo buscaba ir, al final de una manifestación, a discutir con los trabajadores.
Aquí se ve lo que la burguesía teme particularmente: que se establezcan contactos, que se desarrollen y multipliquen lo máximo posible en las filas de la clase obrera, jóvenes, viejos, activos o en paro, lazos de unión indisolubles.
El movimiento está hoy en camino de agotarse y es necesario sacar las lecciones de los fallos o de los fracasos.
La primera constatación es que los aparatos sindicales son los que han permitido que colaran los ataques en el seno de los obreros; lo que no es cualquier cosa ni por supuesto algo coyuntural. Ellos son los que han hecho el trabajo sucio; por esto, todos los "especialistas en conflictos", los sociólogos, el mismo gobierno y el propio Sarkozy en persona, les felicitan por su "sentido de la responsabilidad". Sin duda, la burguesía puede felicitarse de tener sindicatos "responsables", capaces de quebrar un movimiento tan amplio y al mismo tiempo hacer creíble que han hecho todo lo posible por ayudarle a que se desarrolle. Estar satisfecha de disponer de unos aparatos sindicales que han conseguido asfixiar y marginar las auténticas expresiones de lucha autónoma de la clase obrera y de todos los trabajadores.
Sin embargo, este fracaso ha dado numerosos frutos: a pesar de todos los esfuerzos y medios desplegados por el conjunto de fuerzas de la burguesía para taponar las grietas por donde aflora la cólera obrera, no ha podido arrastrar a la derrota general a un solo sector, como ocurrió en 2003[iii] en la lucha contra las jubilaciones del sector público que acabó en un duro retroceso de los trabajadores de la Enseñanza pública (Éducation nationale) tras numerosas semanas en huelga.
Este movimiento está vía de acabar pero "el ataque solo ha comenzado. Hemos perdido una batalla, no hemos perdido la guerra. La burguesía nos declara la guerra de clases y nosotros mantenemos aun los medios para combatir". (Hoja titulada: "Nadie puede luchar, decidir y ganar a nuestra costa", firmada por los trabajadores, fijos y precarios, de la Asamblea General Interprofesional de la Gare-de-l'Est y d'Ille de France (Paris); citada aquí arriba. Para defendernos, no tenemos otra opción que la de extender y desarrollar masivamente nuestras luchas, tomándolas en nuestras propias manos.
"Recuperemos la confianza en nuestras propias fuerzas" deberá ser la consigna de mañana.
WW (6 de noviembre 2010)
NOTAS:
[i] Todos los partidos de izquierda, que acudieron a sumarse a la movilización para no desacreditarse totalmente, estaban también de acuerdo con la imperiosa necesidad de atacar a la clase obrera en este punto, puesto que así lo habían votado
[ii] Consideramos estas últimas como auténticas expresiones de las necesidades de la lucha obrera. No tienen nada que ver con las Coordinadoras, que se sacan de la manga y dirigen, bajo mano, los sindicatos y las organizaciones izquierdistas, y que nosotros hemos denunciado en repetidas ocasiones: cuando el movimiento de los ferroviarios en 1986, en el movimiento en el sector de la Sanidad en 1988,...
[iii] Ver Révolution Internationale (RI) nº 335, 336 y 337