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Con motivo del bicentenario del nacimiento de Charles Darwin y los 150 años de la publicación de su obra El origen de las especies, los estantes de las librerías se han llenado de multitud de libros con títulos a cual más tentador. Muchos autores, más o menos eruditos, se han dejado llevar súbitamente por un entusiasmo por Darwin, con la esperanza de llevarse la palma del best-seller del año, tras el éxito espectacular del libro de Richard Dawkins, El espejismo de Dios (que ha vendido más de dos millones de ejemplares en el mundo). Para el «gran público» es difícil orientarse y elegir en esta feria de libros científicos. Por nuestra parte, hemos elegido sin duda el de Patrick Tort[1], El Efecto Darwin. Selección natural y nacimiento de la civilización (Ed. Seuil, sept. 2008), que da una explicación particularmente esclarecedora de la concepción materialista de la moral y la civilización que defendió Darwin.
Darwin y la selección natural de los instintos sociales
Patrick Tort es, que sepamos, el único autor que, por encima de la polarización de los medios sobre El origen de las especies, presenta y explica la segunda gran obra (desconocida o a menudo malinterpretada) de Darwin, El origen del hombre, publicada en 1871.
El libro de Patrick Tort muestra claramente cómo los epígonos de Darwin se han apropiado la teoría de la descendencia modificada por selección natural, que fue desarrollada en El Origen de las especies, aprovechando el largo silencio de Darwin sobre los orígenes del hombre para justificar el eugenismo (teorizado por Galton) y el «darwinismo social» (cuyo iniciador fue Herbert Spencer).
Contrariamente a una idea que se ha impuesto durante mucho tiempo, Darwin no fue jamás partidario ideológico de la teoría malthusiana de la eliminación de los más débiles en la lucha social como consecuencia del crecimiento demográfico. En El origen de las especies, lo que hace es utilizar esa teoría como modelo para explicar los mecanismos de la evolución en el dominio de la naturaleza. Es una falsedad completa atribuir a Darwin la paternidad de todas las ideologías hiper-liberales que apoyan el individualismo, la concurrencia capitalista y «la ley del más fuerte».
En su obra fundamental, El origen del hombre, Darwin, al contrario, se opone categóricamente a cualquier aplicación mecánica y esquemática de la selección natural eliminatoria de la especie humana en el proceso de la «civilización». Patrick Tort nos explica de una forma particularmente argumentada y convincente, con el apoyo de citas, cómo concebía Darwin la aplicación de su ley de la evolución al ser humano y a los diferentes tipos de sociedades que fue desarrollando.
En primer lugar Darwin relaciona al ser humano filogenéticamente con la serie animal, y más particularmente con un ancestro común que debe compartir con los monos "Catarhinianos" o monos del viejo mundo. De esta forma amplía pues, en el dominio de la naturaleza, los cambios de la evolución a la especie humana, mostrando que la selección natural ha modulado igualmente su historia biológica. Sin embargo, según Darwin, la selección natural no ha seleccionado únicamente variantes orgánicas ventajosas en la cadena de la evolución de la serie animal, sino también instintos, y particularmente los instintos sociales. Estos instintos sociales han llegado a su culminación en la especie humana, fusionándose con el desarrollo de la inteligencia racional (y por tanto de la conciencia).
Esta evolución conjunta de los instintos sociales y de la inteligencia se ha acompañado en el ser humano con la «extensión ilimitada» de los sentimientos morales y la simpatía altruista. Los individuos y los grupos más altruistas y más solidarios disponen de una ventaja evolutiva sobre los otros grupos.
En cuanto al pretendido «racismo» del que se acusa aún hoy día a Darwin, podemos refutar su veracidad sólo con esta cita:
«Adelantando el hombre en civilización, y reuniéndose las pequeñas tribus en comunidades más grandes, la simple razón indica a cada individuo que debe extender sus instintos sociales y su simpatía a todos los miembros de la misma nación, aunque los desconozca personalmente. Llegado a este punto, solo una valla artificial se opone a que sus simpatías se hagan extensivas a los hombres de todas las naciones y razas. Desgraciadamente la experiencia nos demuestra cuánto tiempo se necesita para que lleguemos a considerar como semejantes nuestros a los hombres de otras razas, que presentan con la nuestra una inmensa diferencia de aspecto y de costumbres»[2]
Según Patrick Tort, Darwin nos da una explicación naturalista, y por tanto materialista, del origen de la moral y de la civilización.
Más particularmente respecto al origen de la moral, en los capítulos de El origen del hombre relativos a la selección sexual encontramos las apreciaciones más chocantes. Patrick Tort nos explica que, según Darwin, el primer vector del altruismo en numerosas especies animales (principalmente los mamíferos y las aves), reside en el instinto (indisociablemente natural y social) de la reproducción. Así, el desarrollo y el alarde ostentoso de sus caracteres sexuales secundarios (cornamenta, plumas nupciales y otras excrecencias ornamentales) destinado a atraer a las hembras en el cortejo, implica un «riesgo de muerte»: «Cubierto de su espléndido y pesado aderezo de bodas, el ave del paraíso resulta ciertamente irresistible, pero apenas puede volar y por eso corre un gran peligro ante los depredadores. Las hembras por su parte prodigarán sus cuidados a la progenie y pueden ponerse en peligro también a fin de defenderla. El instinto social tiene una historia evolutiva y comporta como eventualidad el sacrificio de sí mismo, que culmina en la moral humana. Darwin desarrolla así una genealogía de la moral sin la más mínima referencia a ninguna instancia extra-natural» (Patrick Tort, Darwin et la science de l'évolution, Paris, Gallimard, « Découvertes »,, traducido por nosotros al español).
En fin, contrariamente a las ideas que nos han intentado colar, según las cuales Darwin habría sido un ferviente promotor de la desigualdad entre los sexos y preconizado la ventaja del sexo «fuerte», lo cierto es todo lo contrario si nos situamos en la perspectiva de las tendencias evolutivas. Para Darwin (y en esto se suma a la visión de Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, y a la de August Bebel en su libro, La mujer y el socialismo) son las hembras (y por extensión las mujeres) las primeras portadoras del instinto altruista: en el reino animal, son las hembras las que eligen el macho reproductor y las que, por esto, hacen una «elección de objeto» (primera forma de reconocimiento de la alteridad), y también son ellas las que se exponen más a menudo a los depredadores para proteger a los pequeños.
La teoría del «efecto reversivo de la evolución»
Gracias a su notable conocimiento de la obra de Darwin y de la dialéctica, Patrick Tort ha desarrollado una teoría (que ya elaboró en 1983 en su libro La Pensée hiérachique et l'évolution, Aubier, París, 1983) sobre el «efecto reversivo de la evolución».
¿En qué consiste esta teoría?
Se podría resumir en una simple frase: «la selección natural, por la vía de los instintos sociales, selecciona la civilización, que se opone a la selección natural».
Para evitar las paráfrasis, citemos aquí un pasaje del libro de Patrick Tort:
«La selección natural, por medio de los instintos sociales ha seleccionado así, sin "salto" ni ruptura su contrario, vale decir: un conjunto de comportamientos sociales regido cada vez por más normas antieliminatorias (o sea antiselectivas en el sentido que el término selección tiene en la teoría del desarrollo del Origen de las Especies) y correlativamente, una ética antiselectiva (= anti-eliminatoria) traducida en principios, reglas de conducta y leyes. El surgimiento progresivo de la moral aparece pues como un fenómeno indisociable de la evolución, lo que es una simple consecuencia del materialismo de Darwin y de la inevitable extensión de la teoría de la selección natural a la explicación del devenir de las sociedades humanas. Muchísimos teóricos, engañados por la pantalla tejida alrededor de Darwin por la filosofía evolucionista de Spencer, interpretaron esa extensión a la ligera en base al modelo simplista y falso del "darwinismo social" liberal (aplicación a las sociedades humanas del principio de la eliminación de los menos aptos en el seno de una competencia vital generalizada). Pero tal extensión solo puede hacerse con rigor bajo la modalidad del efecto reversivo que obliga a concebir la inversión misma de la operación selectiva como base y condición del acceso a la "civilización" (...) La operación de reversión es la que en última instancia fundamenta correctamente la oposición naturaleza/cultura, evitando la trampa de una "ruptura" mágicamente instalada entre ambos términos: la continuidad evolutiva, a través de esa operación de inversión progresiva ligada al desarrollo (también seleccionado) de los instintos sociales, produce así no una ruptura efectiva sino un efecto de ruptura, proveniente de que la selección natural encontró en el transcurso mismo de la evolución, sometida ella misma a su propia ley, una nueva forma seleccionada que favorece la protección de los "débiles", superando porque es ventajosa a la anterior forma, que privilegiaba su eliminación. La nueva ventaja ya no es de orden biológico: se ha transformado en social.»[3]
El «efecto reversivo de la evolución» es pues, ese movimiento de cambio progresivo que produce un «efecto de ruptura» sin provocar por ello sin embargo una ruptura efectiva en el proceso de la selección natural[4]. Como explica muy acertadamente Patrick Tort, la ventaja obtenida por la selección natural de los instintos sociales ya no es de orden biológico para la especie humana, sino que se ha convertido en social.
En el pensamiento de Darwin hay una clara continuidad materialista de la relación entre los instintos sociales, combinados con los avances cognitivos y racionales, la moral y la civilización. Esta teoría del «efecto reversivo de la evolución», al dar una explicación científica de los orígenes de la moral y la civilización, tiene el mérito de poner fin al falso dilema entre naturaleza y cultura, continuidad y discontinuidad, biología y sociedad, innato y adquirido, etc.
La antropología de Darwin y la perspectiva del comunismo
En el artículo publicado en nuestra página Web, Darwin y el Movimiento Obrero[5], hemos recordado que los marxistas saludaron los trabajos de Darwin, particularmente su principal obra, El Origen de las especies. Desde la publicación del libro de Darwin, Marx y Engels reconocieron inmediatamente en su teoría un punto de partida análogo al del materialismo histórico. El 11 de Diciembre de 1859, Engels escribe una carta a Marx en la que afirma «Darwin, a quien acabo de leer, es magnífico. La Teleología no había sido demolida en ningún sentido, pero con esto ya se ha hecho. Por otra parte, nunca ha habido hasta ahora un intento de demostrar la evolución histórica en la naturaleza de manera tan espléndida, al menos con tanto éxito»
Un año más tarde, el 19 de Diciembre de 1860, Marx, después de leer El origen de las especies, escribe a Engels: «En este libro se encuentra el fundamento histórico-natural de nuestra concepción».
Sin embargo, poco tiempo después, en una carta a Engels del 18 de Junio de 1862, Marx revisa su punto de vista y hace esta crítica no justificada a Darwin: «Es remarcable ver cómo Darwin reconoce en los animales y las plantas su propia sociedad inglesa, con su división del trabajo, su competencia, sus aperturas de nuevos mercados, sus invenciones y su malthusiana lucha por la vida. Es el bellum omnium contra omnes de Hobbes, y recuerda a Hegel en la Fenomenología, donde la sociedad civil interviene en tanto que "reino animal del Espíritu", mientras que en Darwin, es el reino animal el que interviene en tanto que sociedad civil».
Engels retoma en parte por su cuenta esta crítica de Marx, en el Anti-Dühring (donde hace alusión a la «torpeza malthusiana» de Darwin) y en la Dialéctica de la naturaleza.
Debido al largo silencio de Darwin sobre la cuestión del origen del ser humano (no publicará El Origen del Hombre hasta 1871, más de 11 años después del Origen de las especies[6]), sus epígonos, particularmente Galton y Spencer, han explotado la teoría de la selección natural para aplicarla esquemáticamente a la sociedad contemporánea. El Origen de las Especies fue fácilmente asimilado a la defensa de la teoría malthusiana de la «ley del más fuerte» en la lucha por la existencia.
Desgraciadamente, ese largo silencio de Darwin sobre el origen del ser humano contribuyó a sembrar la confusión en Marx y Engels que, sin haber podido saber nada de la antropología darviniana (que no se desarrollará sino a partir de 1871[7]), confundieron el pensamiento de Darwin con el integrismo liberal o la obsesión depuradora de dos de sus epígonos.
La historia de las relaciones entre Marx y Darwin, entre el marxismo y el darwinismo, ha sido la de una «cita fallida» (según la expresión empleada por Patrick Tort en algunas de sus conferencias públicas). Sin embargo no es así completamente puesto que, a pesar de sus críticas de 1862, Marx continuará manteniendo una profunda estima por el materialismo de Darwin. Aunque no llegara a saber de El Origen del Hombre, Marx, en 1872, le regaló a Darwin un ejemplar de la edición alemana de su obra El Capital, con esta dedicatoria: «A Charles Darwin, de parte de un sincero admirador». Cuando se abre ese ejemplar (que se encuentra en la que fue la última residencia de Darwin) hoy, se puede constatar que sólo se han manoseado las primeras páginas. Darwin no prestó mucha atención a la teoría de Marx, ya que la economía le parecía demasiado alejada de sus competencias. Sin embargo un año más tarde, el 1 de Octubre de 1873, le testimonia su simpatía en una carta de agradecimiento: «Estimado Señor, le agradezco el honor que me hace enviándome su gran obra sobre el Capital; desearía sinceramente ser más digno de ser el destinatario y poderme orientar mejor en esta cuestión profunda e importante de la economía política. Aunque nuestros intereses científicos sean muy diferentes, estoy convencido de que los dos saludamos sinceramente la ampliación de los conocimientos y de que esta servirá en última instancia, al bienestar de la humanidad».
Así es como las dos corrientes, a pesar de la «cita fallida», pudieron en parte mezclar sus aguas.
Además, el movimiento obrero, después de Marx, no ha retomado la crítica formulada por éste último a Darwin en 1862; a pesar de que la gran mayoría de teóricos marxistas (incluyendo a Antón Pannekoek en su folleto Darwinismo y Marxismo), pasó por alto El Origen del Hombre.
Por supuesto Pannekoek, igual que Kautsky (en su libro La Ética y la concepción materialista de la historia) y Plejanov (en La Concepción monista de la historia), saludaron la teoría de los instintos sociales de Darwin. Pero comprendieron plenamente que Darwin había desarrollado una teoría de la genealogía de la moral y de la civilización y una visión materialista de sus orígenes. Una teoría que en muchos aspectos coincide con la concepción monista de la historia y aboca finalmente a la perspectiva del comunismo, es decir a la aspiración de la unificación de la humanidad en una comunidad humana mundial. Así era la ética de Darwin; aunque no era marxista ni tenía una concepción revolucionaria de la lucha de clases.
En cierta forma se podría afirmar hoy que si no hubiera habido esta «cita fallida» entre Marx y Darwin a finales del siglo XIX, es muy probable que Marx y Engels hubieran dado a El origen del Hombre la misma importancia que al trabajo de L.H. Morgan sobre el comunismo primitivo, La sociedad antigua (sobre el que se apoyó en gran parte Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado).
Ni Morgan ni Darwin eran marxistas, sin embargo su contribución (en el terreno de la etnología por parte del primero y de las ciencias naturales por parte del segundo) quedará como una aportación considerable para el movimiento obrero.
Hoy la especie humana se confronta a la tendencia sin freno al «cada uno a la suya», a «la guerra de todos contra todos», a la concurrencia exacerbada estimulada por la quiebra histórica del capitalismo.
Frente a la descomposición de este sistema decadente, la clase obrera mundial, la de los productores asociados, para desarrollar en su seno su conciencia de clase revolucionaria, tiene que favorecer más que nunca a través de su combate contra la barbarie capitalista, la extensión de los sentimientos sociales de la especie humana. Este es el único medio para que la humanidad pueda acceder a la etapa siguiente de la civilización: la sociedad comunista; es decir a una verdadera comunidad humana mundial, solidaria y unificada[8].
Sofiane (23 de Marzo 2009)
[1] Patrick Tort está asociado al Museo Nacional de Historia Natural de París. Es director de la publicación del monumental Diccionario del Darwinismo y de la evolución, editado por el Instituto Charles Darwin Internacional (www.charlesdarwin.fr), que él mismo fundó y que dirige actualmente. Ha consagrado treinta años de su vida al estudio de la obra de Darwin, que se propone publicar íntegramente en lengua francesa bajo el patrocinio de su Instituto (hay previstos 35 volúmenes y ya se han publicado dos ISBN : 9-913165-02-8 Éditions Syllepse 69, rue des Rigoles 75020 PARIS. Ver www.charlesdarwin.fr). En español ha publicado el libro Para leer a Darwin, Madrid Alianza Editorial 2001
[2] darwin-online.org.uk/content/frameset?viewtype=text&itemID=F1122b&pageseq=7
[3] https://www.herramienta.com.ar/varios/3/3-4.html. Aunque la traducción al español nos parece mejorable, hemos respetado en lo esencial el texto tal y como aparece (excepto el cambio del término "reversible" por "reversivo", a pesar de que no existe como tal en español, por coherencia con el resto de nuestro artículo) presuponiendo que, puesto que se trata de una contribución del autor, de la cual circula una traducción en internet, ha sido revisada por alguno de sus colaboradores.
[4] Para ilustrar su teoría, Patrick Tort utiliza una metáfora topológica: la cinta de Moebius (https://es.wikipedia.org/wiki/Banda_de_M%C3%B6bius), que permite comprender cómo, gracias al fenómeno del paso progresivo al revés, se pasa al otro lado de la cinta sin discontinuidad (ver la demostración de este «efecto de ruptura» sin ruptura puntual en El Efecto Darwin. Selección natural y nacimiento de la civilización, Paris, Seuil, 2008)
[5] /revolucion-mundial/200903/2500/darwin-y-el-movimiento-obrero
[6] Darwin no quería provocar demasiado pronto un nuevo «shock» en la sociedad bienpensante de su época. Por eso prefirió esperar a que se fuera calmando el primer «shock» provocado por el Origen de las especies, antes de ir más lejos. No estaba claro en absoluto que la idea de que el hombre pudiera tener un ancestro común con los grandes simios fuera a aceptarse ni siquiera por sus iguales en el seno de la comunidad científica.
[7] Cuando Darwin se decidió a publicar en 1871 El Origen del Hombre, Marx y Engels no le prestaron atención, ya que estaban intensamente volcados en los sucesos de la Comuna de París y la lucha contra las dificultades organizacionales de la Asociación Internacional de los Trabajadores, que en esos momentos era objeto de las maniobras de Bakunin.
[8] Evidentemente esta sociedad comunista no tiene nada que ver con el estalinismo, con los regímenes de capitalismo de Estado que han dominado la URSS y los países del Este hasta 1989. Sus verdaderos trazos se esbozaron en El Manifiesto comunista de 1848, o en la Crítica del programa de Gotha (Marx 1875), particularmente en el pasaje siguiente: «En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea únicamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡De cada cual según su capacidad; a cada cual según sus necesidades!».