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“Hemos ganado”, jaleaba la tarde del 29 de Mayo el “pueblo de izquierdas” en la Plaza de la Bastilla. “…Esta victoria es ante todo la victoria de los obreros, de los empleados, de los jóvenes, de los parados (que) se han unido en el camino hacia las urnas para rechazar esta camisola liberal….” declaraba Marie-George Buffet, secretaria nacional del Partido Comunista Francés (PCF), añadiendo: “…Esta victoria se ha construido (…) en una dinámica de reagrupamiento popular que recuerda los grandes momentos del Frente Popular o del Mayo de 1.968…”; “…es un triunfo de la Europa de los ciudadanos…”, proclamaba David Assouline, diputado del Partido Socialista (PS) partidario del NO; “…Es una victoria contra las elites político-mediáticas…”, añadía un responsable de ATTAC, mientras que Besancenot, líder de la organización trotskista LCR evocaba la existencia de un “…movimiento de revancha social…”; “…Es un Mayo de 1.968 en las urnas..”, remataba, dejándose llevar por la imaginación más calenturienta, un comentarista europeo.
La Izquierda se ha colocado en primera línea para presentar la victoria del NO al referéndum sobre la Constitución Europea como una “..gran victoria de la clase obrera…”. ¡MENTIRA!, ¡Pura estafa ideológica!. La clase obrera no ha ganado nada. Al contrario, ha caído en una trampa, ha sido empujada fuera de su terreno de clase hacia un callejón sin salida. La burguesía francesa ha jugado con el calendario electoral con objeto de pudrir la conciencia obrera, aprovechándose de las ilusiones, aún muy fuertes, que existen entre los proletarios a propósito de la democracia y el terreno electoral.
Los proletarios deben aprender a sacar lecciones de las amargas experiencias que han vivido sus mayores, de las anteriores generaciones obreras. Deben recordar que todo aquello que les ha sido presentado como “…grandes victorias obreras…”, han representado siempre históricamente las peores y más peligrosas derrotas para la clase obrera. Así, en 1.936, fue la llegada del Gobierno del Frente Popular (aún hoy presentado como una “gran victoria”) lo que permitió a la burguesía arrastrar a los obreros masivamente tras la bandera del anti-fascismo a los horrores y las masacres de la Segunda Guerra Mundial. En nombre de la gran mentira del “…triunfo de la dictadura del proletariado…”, “…de la victoria del socialismo en un solo país…” y de los “…avances en la construcción de una sociedad comunista…”, generaciones enteras de obreros han sido atados y sacrificados en el altar de la contra-revolución estalinista durante más de medio siglo tras la ideología de la “...defensa de la patria socialista..”, y también fueron explotados, masacrados, deportados y asesinados por la “..patria del socialismo…”. Algo más cercano al tiempo que vivimos, debemos guardar en la memoria, la engañosa euforia que siguió a la elección de Mitterrand en 1.981 ( y lo mismo cabria decir de los triunfos de los Gobiernos “socialistas” o “progresistas” de todo tipo que hemos sufrido en los últimos 25 años ).
Ante el referéndum sobre la Constitución Europea en Francia, los obreros han caído en la trampa que les presentaba esta consulta electoral como una cuestión crucial para la clase obrera. ¡Nada más falso!. La burguesía ha sido capaz de explotar esta situación para acentuar su ventaja en el terreno social e intoxicar la conciencia de los obreros, haciéndoles creer que la papeleta electoral sería mucho más eficaz que el desarrollo de la lucha de clases. Bien es cierto que los efectos de esta propaganda engañosa no puede tardar mucho en evaporarse, pero sin duda van a hacer daño a nuestra clase.
La enorme e incesante matraca electoral sobre el referéndum, que ha durado más de tres meses, no ha tenido mas que un objetivo: hacer creer a la clase obrera que el medio más eficaz para hacer retroceder a la burguesía y de hacer oír su voz, de expresar su hartazgo sobre la situación, no es el desarrollo de la lucha de clases, sino el voto en tal o cual elección.
Una campaña ideológica repleta de mentiras
Todas las fuerzas políticas, desde la extrema derecha a las organizaciones izquierdistas, la propaganda electoral, modulada y dramatizada a medida de las necesidades durante tres meses, ha intentando descaradamente implicar al máximo número de proletarios en el terreno electoral.
Y, de hecho, la burguesía ha conseguido sin duda alguna polarizar la atención de los obreros, sembrar las peores confusiones, y arrastrar a muchos obreros al terreno electoral. El referéndum ha estado presente, y de forma abrumadora, en todos los medios de comunicación. No ha sido posible escapar a virulentos debates, a polémicas apasionadas sobre los supuestos retos que se jugaban en este escrutinio. Esta matraca ideológica pretendía persuadir a cada “ciudadano”, sobre todo a cada proletario, de que esta consulta representaba una encrucijada absolutamente crucial y determinante. Todas las fracciones de la burguesía se han felicitado al haber conseguido lanzar y animar“…un gran debate democrático…” cuyo único objetivo era el de desorientar, sembrar el máximo de confusiones y de ilusiones en la cabeza de los obreros. Todos los medios de comunicación y ciertos responsables políticos lo han proclamado: “…votar si o votar no, pero votad…”. El principal veneno ideológico de esta campaña ha sido el de intentar hacer creer que tras la votación “…nada será como antes…”, que el aumento del No a lo largo de la campaña, alimentado por el descontento social hacia el Gobierno, habría obligado a la burguesía a colocar la preocupación social en el centro de su campaña. Esto es en parte cierto, pero el único objetivo de esta maniobra era lanzar a los obreros en los brazos de la trampa democrática, en la trampa electoral, en la medida en que, anteriormente, este tipo de campañas suscitaba, con toda razón, el enojo y el desinterés más completo en el seno de la clase obrera. Solo a partir del momento en el que la burguesía es capaz de canalizar el descontento social en torno al referéndum, cuando intenta hacer creer que podría hacer retroceder y retirar la directiva Bolkestein (de hecho para avivar esta sensación el Gobierno hizo ciertas mini concesiones en algunos conflictos sociales), es cuando consigue relanzar y dar un nuevo impulso a la mistificación democrática y al terreno electoral. Y tras ello, ahora, la burguesía quiere hacernos creer que en el post-referendum, sin duda, la prioridad, será la cuestión social. ¡Esto es, simplemente, mentira!. Más que nunca el futuro que nos reserva el capitalismo, es la intensificación de los ataques anti-obreros. Esta propaganda ideológica pretende que confundamos la gimnasia con la magnesia, hacer creer que la reacción “ciudadana” puede hacer cambiar el curso del capitalismo, debilitar a la burguesía y barrer de un plumazo al liberalismo y las deslocalizaciones. Sin embargo la realidad es y será que, la política gubernamental no va a cambiar ni un ápice.
El principal objetivo de la burguesía respecto de los obreros en cualquier tipo de elecciones es el intentar obligarlos a abandonar su terreno de clase, el terreno de la lucha colectiva de la lucha de clases para que se expresen como “ciudadanos”, atomizados, sin pertenencia alguna de clase, en la llamada “cabina de votación”, en un terreno podrido de antemano y que en modo alguno es el suyo, sino el de la burguesía. Para la clase obrera, el terreno electoral es una trampa ideológica destinada a sembrar las peores confusiones y a impedir el desarrollo de su conciencia de clase.
Las elecciones no son más que una mistificación
No siempre ha sido así. En el siglo XIX, los obreros luchaban y caían muertos en su lucha por conseguir el sufragio universal. Hoy día, inversamente, son los Gobiernos los que movilizan todos los medios de los que disponen para que el máximo número de ciudadanos vayan a votar. La cuestión es ¿Por qué sucede esto?.
Durante el periodo de ascendencia del capitalismo, los Parlamentos representaban el lugar donde, por excelencia, las diferentes fracciones de la burguesía se enfrentaban o se unían para defender sus intereses. A pesar de los peligros y las ilusiones que esta situación podía entrañar para la clase obrera, los obreros, en un periodo en el que la revolución proletaria no estaba aún a la orden del día, tenían interés en intervenir en ciertos enfrentamientos entre fracciones burguesas y, según las circunstancias, apoyar a alguna de ellas, con el objetivo de intentar mejorar su suerte dentro del sistema. De tal forma, los obreros en Inglaterra consiguieron la reducción de la jornada de trabajo a 10 horas en 1.848, que el derecho de sindicación se reconociera en Francia en 1.884, etc..
Pero la situación es completamente diferente después del inicio del siglo XX. La sociedad capitalista entra entonces en su fase de crisis histórica permanente y en su declive irreversible. El capitalismo ha conquistado el planeta y el reparto del mundo entre las grandes potencias ha terminado. Cada potencia imperialista tiene que ganar terreno a costa de las otras. La época que se abre, es una nueva “…era de guerras y revoluciones…”, como declaró la Internacional Comunista en 1.919, una era marcada por los hundimientos económicos como la crisis de 1.929, las dos Guerras Mundiales y la irrupción del proletariado en 1.905 en Rusia, de 1.917 a 1.923 en Rusia, Alemania, Hungría o Italia. Para hacer frente a sus dificultades crecientes, el capital está obligado a reforzar constantemente el poder de su Estado. Cada vez más, el Estado tiende a convertirse en el guía del conjunto de la vida social, y en primer lugar, en el terreno económico. Esta evolución del papel del Estado se acompaña de un debilitamiento del papel del legislativo a favor del Ejecutivo. Como dijo el Segundo Congreso de la Internacional Comunista: “…el centro de gravedad de la vida política actual ha salido completa y definitivamente del Parlamento…”.
Para los trabajadores, no se trata de buscar un lugar en el capitalismo sino de destruirlo en la medida en que este sistema no es capaz de ofrecerle ni reformas duraderas, ni de mejorar su suerte.
Para la burguesía, el Parlamento se ha convertido, a lo sumo, en una cámara que registra las decisiones que se han tomado previamente. Sin embargo, en estas circunstancias históricas, queda un papel ideológico determinante para el electoralismo. La función mistificadora de la institución parlamentaria existía ya en el siglo XIX pero se situaba en un segundo plano, por detrás de su función política.
Hoy día, la mistificación es la única función que queda para la burguesía: tiene por objetivo hacer creer que la democracia es el bien más precioso, que es la expresión de la soberanía del pueblo, que da la “libertad” de elegir a los explotadores. La democracia parlamentaria y sobre todo la mistificación ideológica democrática sigue siendo el mejor medio de envenenar la conciencia obrera y, por tanto, el arma ideológica más eficaz y peligrosa para intentar domesticar al proletariado.
Los ataques anti-obreros no han cesado de incrementarse a lo largo de los últimos años y meses. El día después de esta cita electoral, los proletarios verán deteriorarse sus condiciones de vida y trabajo aún más profunda y rápidamente de lo que lo han sufrido hasta ahora. La burguesía busca ganar tiempo para posponer, en la medida de lo posible, las fechas de las confrontaciones masivas con el proletariado.
Cada vez más esta obligada a buscar engaños ideológicos y a desarrollar el máximo de esfuerzos para frenar la toma de conciencia de la quiebra histórica del sistema capitalista en el seno de la clase obrera.
Como escribimos recientemente en nuestra prensa, “…el resultado de este voto no cambiara nada. La intensificación de los ataques anti-obreros desarrollados por las diferentes burguesías nacionales, la aceleración de la degradación de las condiciones de vida de los obreros, los despidos, las deslocalizaciones, el crecimiento del paro y de la eventualidad, la amputación de todos los presupuestos sociales o el desmantelamiento de la protección social. Todos ellos son productos de la crisis y manifestaciones del declive del sistema capitalista a nivel mundial y, en modo alguno el resultado de la política de tal o cual Gobierno de turno…”.
Ante la angustia que produce el futuro, algo que está en el centro de las preocupaciones obreras actuales, la respuesta no puede desarrollarse en el terreno electoral ni de la democracia, solo el desarrollo de la lucha de clases, es el único terreno sobre el que los obreros pueden responder a los ataques de la burguesía.
Corriente Comunista Internacional ( 30 de Mayo de 2.005)