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Desde finales de agosto, el ejército birmano persigue, tortura, viola y mata a miles de habitantes del Estado de Rakhine (tradicionalmente llamado Arakan) salido de la minoría musulmana rohingya, una región particularmente pobre, situada al oeste de Birmania, en un Estado donde la población es en su gran mayoría budista. Rechazados y privados de los derechos civiles durante décadas, los rohingyas han sido víctimas de una escalada de violencia extrema a raíz del ataque a una treintena de puestos de policía por un grupo armado autoproclamado: Ejército de Salvación de los Rohingyas de Arakan (ARSA). En este enfrentamiento, donde la población paga como siempre el precio mayor, los intereses imperialistas en conflicto sólo han servido para alimentar aún más la violencia: tomando como pretexto la "lucha contra el terrorismo", el poder central de Birmania ha aprovechado la ocasión para retomar el control de una región estratégica, rica en minerales, muy codiciada por los más diversos buitres imperialistas: Estados Unidos, India, China, Reino Unido...
Los propios rebeldes, al igual que la etnia en su totalidad, nunca han sido más que peones manipulados por tal o cual potencia presente en la región. Esta minoría, en efecto, sirvió como apoyo y fuerza "leal" en el siglo XIX y hasta 1948 al imperialismo británico en Birmania contra los independentistas. Hoy en día, los rebeldes son ampliamente sospechosos de estar siendo financiados por Arabia Saudita como una manifestación en favor de la causa Rohingya, difundida en todo el mundo musulmán desde el estado de Marruecos hasta el régimen iraní a través de Indonesia, quien se manifiesta muy interesada.
Después de este mes de violencia, se declara oficialmente que hay más de mil muertos y unas 500,000 personas son obligadas a huir a la vecina Bangladesh. A ellos hay que agregar otros 300,000 refugiados rohingyas que ya viven en los miserables e insalubres campos de Bangladesh después de huir de Birmania debido a violencias anteriores. Esta minoría, despreciada y luego perseguida por las autoridades birmanas, no ha hecho otra cosa que sufrir de forma permanente la violencia del capitalismo, como, por ejemplo, en 2012, cuando la represión militar fue terrible. Ellos pues, se agregan a la larga lista de minorías que han sufrido la violencia de Estado. Desde 1948, por ejemplo, la minoría tibetano-birmana Karen que ha soportado la ira de la persecución, al punto que no es exagerado hablar de genocidio.
Purificación, exclusión: marcas registradas del capitalismo
Birmania misma no es de ninguna manera una excepción cuando se trata de persecuciones y masacres de masas. La historia está llena de los ejemplos más horribles, desde la colonización de África por las naciones europeas, la de Asia por el imperio británico, pasando por la propia formación de los Estados Unidos con el genocidio de los Amerindios o el exterminio metódico de judíos y gitanos durante la Segunda Guerra Mundial. El exterminio de poblaciones enteras ha caracterizado la vida del capitalismo desde sus orígenes. Si todas las democracias fueron capaces de gritar a coro después del Holocausto "¡nunca más¡", llenar los libros de texto llamando a "no olvidar nunca", proclamándose los campeones de la "defensa de las libertades públicas" de cara a las persecuciones del totalitarismo de Hitler o Stalin, las "limpiezas étnicas" nunca han cesado y después se han multiplicado: Armenia, Chechenia, Darfur, Yugoslavia, Ruanda, los tamiles en Sri Lanka ... por citar sólo los más emblemáticos, los más llenos de atrocidades y de hipocresía de todos los Estados democráticos frente a esta barbarie.
La decadencia y el estado de descomposición del capitalismo hoy en día no han hecho más que acelerar y amplificar este proceso de destrucción y muerte de pueblos y grupos étnicos acusados en cada ocasión de ser la fuente de todos los males sociales y políticos, acusados de frenar el buen desarrollo de la "civilización" contemporánea. Son los chivos expiatorios fáciles de los que nunca ningún Estado se ha privado para lograr sus propósitos y asegurar su dominación.
Aung San Suu Kyi: el icono de la paz al servicio de la guerra
Durante un mes, toda la prensa burguesa, muchas figuras políticas, religiosas, artísticas, han llamado a la responsabilidad de Aung San Suu Kyi, en el poder desde abril de 2016, para que detenga la masacre. En un primer momento la Premio Nobel de la Paz en 1991 mantuvo un sospechoso silencio.
Quería no empañar su imagen de opositora "irreductible" a la junta militar birmana por casi quince años, aureolada debido a su encarcelamiento, y finalmente liberada para, se dijo, comprometerse con la "apertura democrática" de su país.
Toda la burguesía la presentaba como la "Nelson Mandela asiática", el caballero blanco de la democracia, quien podía muy bien declarar que ella nació para "proteger los derechos humanos”, o que "todas las leyes represivas deben ser revocadas. Y las leyes deben ser introducidas para proteger los derechos del pueblo", hoy cae del pedestal sobre el que “irradiaba”. El medio humanitario y diplomático, pasando por el roquero y su indiscutible campeón humanitario, Bono, por el cine y sus realizadores, Luc Besson o John Boorman, pasando por los antiguos líderes mundiales como Bill Clinton, Jimmy Carter o Jacques Delors, todos tenían que saludar a la "Madre del coraje" y su determinación.
Recordemos esta declaración, entre muchas otras, emblemática del tributo internacional del que Aung San Suu Kyi era objeto: "No se enfatiza lo suficiente hasta qué punto la estrategia de no violencia activa (una de las raíces de la ecología) realizada por Aung San Suu Kyi y sus seguidores, es el verdadero logro de esta historia. Perseverancia, paciencia, voluntad de entendimiento y de reconciliación, capacidad de compromiso... pero también firmeza e inflexibilidad sobre la meta, todo en Aung San Suu Kyi recuerda lo que han aportado antes que ella Gandhi, Martin Luther King, Mandela, Vaclav Havel... y hoy el Dalai Lama... (...) De frente al totalitarismo, la paz y la democracia son posibles, un día u otro, especialmente cuando "sabemos que es el más paciente el que gana al final". De hecho, hoy, la evolución de Birmania y la libertad de expresión y de acción de "La Dama de Rangoon", son signos de esperanza para toda Asia, y para todos los combatientes no violentos del planeta. Signos de esperanza, por la libertad, por la solidaridad, por la ecología " [1]
Esta palabrería se desvaneció cuando finalmente, a mediados de septiembre, la “heroína de la democracia” se decidió a hablar. En sus declaraciones a mediados de septiembre, negó que hubiera masacres y denunció la "desinformación" de la prensa occidental sobre la situación y la violencia en curso.
La valiente “Dama de Rangoon” ¿habría traicionado sus principios? ¿Es ella una personalidad que ha abusado del mundo entero? Ni mucho menos... La realidad es más simple y más prosaica: Aung San Suu Kyi es tan solo un representante del mundo capitalista, una expresión de la clase burguesa, ni más ni menos. Este Premio Nobel de la Paz es más bien la hija del general Aung San, protagonista de la independencia del país y defensora del nacionalismo birmano, descartando a la mayor parte de los diferentes grupos étnicos o minorías del país. Continuidad, filiación y tradición... ¡en barro y sangre! Ella misma lo declara con orgullo: "Siempre he sido una mujer política. No comencé en la política como defensora de los derechos humanos o como trabajadora humanitaria, sino como dirigente de un partido político". Esto tiene el mérito de ser claro. Efectivamente, el icono de la paz ahora asume su papel al frente del Estado birmano, sin cortapisas como un componente de la soldadesca que la encarceló y después la llevó al poder.
Algunos, bastante lúcidos acerca de su posición como un escaparate civil "políticamente correcto" del Estado birmano, esperaban al menos una palabra de compasión, una "llamada a la razón" frente a la matanza en curso. ¡Nada más lejano!: el ejército (que ella saluda) reprime y ¡mata alegando erradicar el terrorismo en nombre del interés general! En boca de la burguesía, defender el interés general es defender el interés de la nación, es decir, defender el Estado capitalista y su violencia, democrática o no. Aung San Suu Kyi siempre ha sido y sigue siendo fiel a su causa, el capitalismo, a su clase, la burguesía. En el fondo, el asombroso comunicado del EELV es correcto: Aung San Suu Kyi lleva consigo lo que han llevado antes y después de ella: Gandhi, Martin Luther King, Mandela, Lech Wałęsa, Desmond Tutu, Yasser Arafat, Jimmy Carter u Obama, todos presentados como los apóstoles de la paz y de la transformación del mundo capitalista. Juzguémoslos a la luz de algunos ejemplos:
Con la llegada al poder de Mandela, encarcelado durante 27 años, finalmente puesto en libertad para "sentar las bases de una nueva Sudáfrica democrática", Premio Nobel de la Paz en 1993, África sigue siendo "un Estado del "Tercer mundo "a la deriva en un mar de penurias, corrupción, miseria social y violencia en la que sobresalen algunos sectores ultra-agraciados, pero cada vez más reducidos, y muy a menudo dirigidos por blancos (...). El clima social está envenenado por las patentes desigualdades promovidas por los "Diamantes Negros", esos nuevos ricos negros, especuladores, corruptos e insaciables que allanaron la economía del país, exhibiendo con insolencia un ostentoso lujo"[2]. Sin comentarios…
La "histórica" victoria de Obama, el "primer presidente negro de los Estados Unidos de América" debía ser del mismo tono: por fin, un hombre negro al frente de un país devastado por las desigualdades sociales y el racismo: "Juntos, cambiaremos este país y cambiaremos el mundo”. El 10 de diciembre de 2009, Barack Obama recibe el Premio Nobel de la Paz en Oslo. Ocho años después, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), ¡Estados Unidos sigue siendo uno de los países donde la brecha entre ricos y pobres es la más grande! Más de 30,000 personas mueren bajo las balas en los Estados Unidos cada año, muy a menudo negros... Desde un punto de vista militar, Obama ha proseguido la política imperialista americana en Afganistán, en Siria, en Irak y ha comprometido a su país en nuevas tierras donde estaba casi ausente: en el Magreb, en Libia, en Mali y en Nigeria; hizo instalar bases de drones en Níger, en la frontera de Mali, de Nigeria y de Camerún, mientras que golpes "selectivos" se llevaban a cabo en Somalia y en otros lugares.
En cada ocasión, estos iconos promovidos como portadores de tantas esperanzas y de hombres/mujeres providenciales, sólo han resultado en un mayor engaño hacia los explotados con la indiscutible intención de desviarlos de su verdadero objetivo de asumir de manera colectiva y consciente su combate en contra del capitalismo y su barbarie.
El budismo a la cabeza del Estado capitalista
Es necesario insistir en la dimensión religiosa de la situación en Birmania. En efecto, el más violento rechazo a los musulmanes rohingyas se expresa en la población budista, la mayoría en Birmania. Los mismos monjes budistas atizan este odio y empujan hacia el pogromo. No dudan en empuñar ellos mismos el garrote y agredir físicamente, dirigidos por un monje ultranacionalista y anti-musulmán Wirathu (que inspiró el largometraje: El venerable W). Este personaje pasó varios años en prisión en el periodo de la junta militar, por sus llamadas al odio, antes de ser amnistiado.
¡Que esto no tiene importancia! Aung San Suu Kyi tiene sus defensores, contra viento y marea: "La gran dama, ella, sigue un camino budista muy puro, y hace todo lo posible a pesar de todos los insultos y mentiras difundidas por los medios atlantistas en su contra... ¿Qué puede hacer? ¿Favorecer a una minoría que pone en peligro a la mayoría? ¿Dejar que los Estados Unidos desestabilicen al país con los rohingyas, que para muchos son ciertamente bengalíes? No, ella hace lo que es lo mejor para su país y para la mayoría de sus habitantes y, ciertamente, no es responsable de los crímenes que se le reprochan”[3].
Si los caminos de Dios son inescrutables, la "pureza" del budismo no se expresa en realidad más que a la vista de las necesidades del capital nacional, de la defensa chovinista de una identidad nacional, confesional, validada por los Estados burgueses. Pero de nuevo, no encontramos aquí ninguna novedad o sorpresa. Cualquiera que sea su investidura religiosa, ya sea esta budista, cristiana, musulmana, hebrea o hindú, todas las religiones son los garantes del orden establecido sobre la tierra. No prometen la verdadera libertad para el hombre más que en el reino de los cielos, rechazando a incrédulos e infieles. En realidad, la religión siempre ha conducido a la preservación de la dominación de las clases explotadoras, llamando a las clases explotadas a la aceptación de esta sumisión. Hoy, la dominación de la burguesía sobre el proletariado. La religión queda como “el opio del pueblo” como lo decía Marx.
En perspectiva, la situación en Birmania es, lamentablemente, tan solo un episodio más de la sangrienta agonía del capitalismo. Detrás de todos los clamores internacionales indignados del mundo burgués, siguen todos los enfrentamientos, las relaciones de fuerzas y las transacciones de la competencia imperialista: concretamente, a pesar de los abusos denunciados, el apoyo al Estado de Birmania y a su ejército se mantiene intacto por parte de los Estados occidentales en la medida en que puede frenar el progreso del imperialismo chino en la región, dificultar el establecimiento de una nueva "ruta de la seda" hacia Europa.
Sólo la lucha de clases puede conducir a la puesta en causa del capitalismo, a terminar de una forma definitiva con las limpiezas étnicas y la barbarie capitalista en todas sus formas. El camino sigue siendo largo, muy largo, pero no hay atajos posibles.
Stopio, 2 de octubre de 2017
[1] Europa Ecológica-Los Verdes (EELV), comunicado de prensa de junio de 2012
[2] Comisión Económica de África (ONU), 2013.
[3] Alter Info, septiembre de 2017