Enviado por Accion Proletaria el
Situando las ideas de Darwin
en su contexto histórico, Attenborough desarrolla las implicaciones subversivas
de la teoría de la evolución por selección natural, dado que el "stablishment"
científico que Darwin se vio obligado a enfrentar estaba aún, en la década de
1840 y 1850, profundamente influenciado por una visión estática de la naturaleza
según la cual las especies habrían sido creadas de una vez y para siempre por
decreto divino, y en la cual la enorme extensión de la historia de la Tierra en
el pasado comenzaba a ser revelada por el desarrollo en el estudio de la
geología. Attenborough muestra muy claramente la forma en que la fuerza de este
nuevo paso adelante en la conciencia del hombre de su lugar en la naturaleza arrastró
a Darwin, a pesar de su renuencia a ofender a su devota esposa y provocar un
escándalo en la sociedad " bien educada"; la
formulación simultánea de una teoría de la selección natural por Alfred Wallace
fue, aparte de un potente acicate personal para Darwin para finalmente publicar
sus resultados, testimonio de la irresistible fuerza de la evolución de las
ideas cuando las condiciones subyacentes están maduras.
Al abordar las objeciones coetáneas a la teoría de Darwin, Attenborough no las
trata con desprecio, sino que se limita a situarlas dentro de sus propias limitaciones
históricas y demuestra con absoluta convicción cómo los nuevos hallazgos en
paleontología y zoología han demolido sus bases - disfrutando con especial
entusiasmo la oportunidad de volver a contar la historia de Archaeopteryx y el Ornitorrinco de pico de pato, formas de transición entre reptiles
y aves y de reptiles y mamíferos, respectivamente, que constituyen una sólida
respuesta a la pregunta: "si las especies evolucionan, ¿dónde están los
eslabones que faltan?"
Por supuesto, Darwin fue el producto de una burguesía que seguía en su fase
ascendente. Una clara señal de que esta fase es muy anterior a nosotros es el
hecho de que, hoy, en el siglo XXI, facciones muy influyentes de esta clase
dominante - tanto la derecha cristiana en los EE.UU. o los diversos partidos
islámicos en todo el mundo - han retrocedido a la versión más literal del creacionismo
bíblico y coránico y siguen vilipendiando a Darwin, a pesar de la masa de
pruebas a favor de sus ideas básicas que se ha acumulado en este último siglo y
medio. Pero, como Pannekoek y otros han señalado, la tendencia de la burguesía
a refugiarse en la religión y abandonar los audaces e iconoclastas puntos de vista de su primera época
revolucionaria fue notable tan pronto como el proletariado se afirmó
abiertamente a sí mismo como una fuerza peligrosamente antagónica dentro de la
sociedad capitalista (sobre todo después de los levantamientos de 1848). Y por
la misma razón, el movimiento obrero advirtió de inmediato las implicaciones revolucionarias de una
teoría que muestra que la conciencia puede emerger de los niveles inconscientes
de la vida en respuesta a las circunstancias materiales y no a través de la
mediación de un Director desde lo alto: con la evidente implicación de que las
masas inconscientes también puede llegar a desarrollar una auto-conciencia a
través de la lucha para satisfacer sus propias necesidades materiales.
Por supuesto no es cierto que el conjunto de la burguesía se ha hundido de
nuevo en el creacionismo, también hay un consenso burgués que considera la
ciencia y la tecnología en sí mismo como progresistas y que, abstrayéndolos de
las relaciones sociales que les permitieron desarrollarse, es incapaz de
explicar por qué tanto de la investigación científica y de tantos avances
tecnológicos han sido utilizados para hacer un total desastre de la sociedad y
la naturaleza. Y es precisamente esta realidad la que ha impulsado a un gran
número de los que no se benefician del actual sistema social a buscar
respuestas en las mitologías del pasado. El mismo fenómeno de rechazo también
se aplica a la visión del lugar del hombre en el universo presentado por tantos
burgueses "defensores" de la ciencia, una visión que traza un
panorama irremisiblemente sombrío porque da rienda suelta a una concepción
profundamente alienada de la esencial
separación del hombre de una naturaleza hostil. Pero Attenborough no
puede ser incluido en esta categoría. Maravillándose de los pájaros en vuelo o
riéndose de los juegos de los chimpancés, Attenborough concluyó su presentación
recordándonos otra implicación de la teoría de Darwin - su desafío a la visión bíblica
del hombre como un ser que tiene "dominio" sobre la naturaleza, y la
confirmación, en su lugar, de nuestra profunda relación con el resto de la vida
y nuestra total interdependencia con respecto a ella. En este punto,
Attenborough sonaba no poco a Engels, en ese pasaje de "El papel de trabajo en la transición del simio al hombre"',
que contiene, no solo una advertencia contra la arrogancia, sino también una
perspectiva para el futuro:
«Sin embargo, no nos dejemos llevar del
entusiasmo ante nuestras victorias sobre la naturaleza. Después de cada una de
estas victorias, la naturaleza toma su venganza. Bien es verdad que las
primeras consecuencias de estas victorias son las previstas por nosotros, pero
en segundo y en tercer lugar aparecen unas consecuencias muy distintas,
imprevistas y que, a menudo, anulan a las primeras, Los hombres que en
Mesopotamia, Grecia, Asia Menor y otras regiones talaban los bosques para
obtener tierra de labor, ni siquiera podían imaginarse que, al eliminar con los
bosques los centros de acumulación y reserva de humedad, estaban sentando las
bases de la actual aridez de esas tierras. Los italianos de los Alpes, que
talaron en las laderas meridionales los bosques de pinos, conservados con tanto
celo en las laderas septentrionales, no tenían idea de que con ello destruían
las raíces de la industria lechera en su región; y mucho menos podían prever
que, al proceder así, dejaban la mayor parte del año si agua sus fuentes de
montaña, con lo que les permitían, al llegar el periodo de las lluvias, vomitar
con tanta mayor furia sus torrentes sobre la planicie. Los que difundieron el
cultivo de la patata en Europa no sabían que con este tubérculo farináceo
difundían a la vez la escrofulosis. Así. A cada paso, los hechos nos recuerdan
que nuestro dominio sobre la naturaleza no se parece en nada al dominio de un
conquistador sobre el pueblo conquistado, que no es el dominio de alguien
situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por nuestra carne, nuestra
sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su
seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los
demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente.»
(F. Engels, el papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, Ed
Progreso, Moscú 1978, pag 75-76)
Amos 6/2/9