El plan Ibarretxe aviva la sobrepuja entre fracciones del aparato político de la burguesía

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En numerosos artículos[1] hemos expuesto el análisis marxista de lo que se ha venido a llamar el “conflicto vasco”, que resumidamente podemos definir como un problema histórico de soldadura que el capital nacional español fue incapaz de solucionar en el período ascendente del capitalismo, que se ha arrastrado a lo largo de la etapa de decadencia de este sistema social, y que se ve hoy agravado en la fase final de este período decadente: su etapa terminal de descomposición social. En efecto: “Entre las características más importantes de la descomposición de la sociedad capitalista, hay que subrayar la creciente dificultad de la burguesía para controlar la evolución de la situación en el plano político (...). El atolladero histórico en que está metido el modo de producción capitalista, los fracasos sucesivos de las diferentes políticas instauradas por la burguesía, la huída ciega en el endeudamiento con el cual va sobreviviendo la economía mundial, todos estos factores repercuten obligatoriamente en un aparato político incapaz, por su parte, de imponer a la sociedad, y en especial a la clase obrera, la ‘disciplina’ y la adhesión que se requieren para movilizar todas las fuerzas y todas las energías para la guerra mundial, única ‘respuesta’ histórica que la burguesía es capaz de ofrecer. La falta de la menor perspectiva (si no es la de ir parcheando la economía) hacia la cual puede movilizarse como clase, y cuando el proletariado no es aún capaz una amenaza para su supervivencia, lleva a la clase dominante, y en especial a su aparato político, a una tendencia a la indisciplina cada vez mayor, y al sálvese quien pueda” (“La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo”. Revista Internacional de la C.C.I nº 62, 3º Trimestre de 1990).

Esa tendencia a la indisciplina y al “cada uno a la suya” no afecta únicamente a las fracciones más periféricas del capitalismo mundial, sino que impacta cada vez a las burguesías de los países centrales, y no sólo a las relaciones entre ellas, convirtiendo las “relaciones internacionales” en un auténtico caos imperialista (ver por ejemplo el artículo que dedicamos en este mismo número de AP a la situación en Irak), sino también en las relaciones en el interior de estos Estados “democráticos” avanzados.  Como pusimos de manifiesto en la Resolución sobre la Situación en España de la Conferencia de la sección de la C.C.I. en España – ver Editorial de AP nº 179-), esa tendencia, sobre todo en el caso de capitales nacionales que arrastran problemas históricos de soldadura nacional, como es el caso del capital español, se plasma en una creciente sobrepuja entre las fracciones nacionalistas y la burguesía central.

La historia del llamado “conflicto vasco” en los últimos años, marcados por la descomposición capitalista, es la de una creciente espiral de desafíos cada vez más descarados, que tienden a callejones sin salida más y más insalvables por el capital español. Si en 1997, aprovechando la sensibilización social sobre la muerte anunciada del concejal Miguel Angel Blanco secuestrado por ETA, la burguesía españolista desarrolló una brutal ofensiva ideológica basada en “movilizaciones populares contra el terrorismo” con objeto de aislar al nacionalismo vasco; dos años después el PNV y sus acólitos devolvieron el golpe con la presunta “tregua” de ETA y el famoso Pacto de Lizarra que aglutinó al llamado “nacionalismo democrático” con los “violentos” abertzales. A continuación, conscientes del fracaso de su tentativa, los sectores españolistas volvieron a la carga a través del Pacto Antiterrorista de PP-PSOE, presentándose casi en coalición en las elecciones autonómicas del País Vasco en 2001, resentan en una quasi-coalición electoral en 2001, para tratar de desalojar al PNV de sus posiciones de poder en el Gobierno Vasco, tentativa esta que fracasó (el PNV consiguió mantener el Gobierno Vasco gracias al apoyo de EA y de ¡Izquierda Unida!) envalentonando aún más a los nacionalistas vascos que en 2002 lanzaron un nuevo órdago: el Plan Ibarretxe[2]. A este desafío respondió el Gobierno Aznar con una ofensiva contra el nacionalismo vasco (ilegalización de Batasuna, ley de “partidos políticos”,...), con la aquiescencia general del PSOE, aunque se dibujaran diferencias entre los dos principales partidos de la burguesía españolista, sobre la estrategia a seguir: “el PP, a través de una reedición casi calcada del ‘España: Una, Grande y Libre’, pone a todas las fracciones nacionalistas en el mismo saco, oponiendo  un nacionalismo gran español que éstas ven como una auténtica amenaza. El riesgo que entraña por ello esta posición es que en lugar de frenar la contaminación del ‘conflicto vasco’ le sirve más bien de caldo de cultivo y extensión” (AP nº174: “¿Qué se juega la burguesía en las elecciones de Marzo?”). Por su parte “la posición del PSOE, aún compartiendo con el PP la necesidad de enfrentarse frontalmente con el PNV (...) trata de atajar el ‘contagio’ vasco a través de la táctica del ‘café para todos’ que ya empleara con éxito en 1978 (...) mediante algunas concesiones más formales que reales, que retrasen o diluyan en lo posible la contestación de otros sectores nacionalistas, particularmente en la burguesía catalana, para poder reforzar el aislamiento del PNV” (ídem).

Así las cosas, la victoria del PSOE en las pasadas elecciones del 11-M, supuso más un cambio cosmético de “talante” que una imposible solución real al crecimiento del enconamiento nacionalista: “la realidad es que el famoso talante ZP no ha conseguido rebajar las pretensiones soberanistas del nacionalismo vasco, todo lo contrario, pues Ibarretxe se ha ratificado en su órdago al nacionalismo español. Otro tanto cabe decir de la la situación en Cataluña, donde la tentativa de controlar a los sectores más radicales de ERC a través del gobierno tripartito encabezado por Maragall está desembocando en que Maragall aparezca (de grado o a la fuerza es difícil de saber) como un rehén del ultra nacionalista Carod Rovira. Los problemas de cohesión del capital español tienden a agravarse, por cuanto la política de ‘gestos’ de ZP, sin contentar a nacionalistas vascos y catalanes (que califican su propuesta de reforma constitucional de estafa), está sirviendo más bien para estimular en otros nacionalismos periféricos ese mismo sentimiento de “irredentismo”, de “agravio comparativo”, etc., lo que a su vez lleva a destapar la caja de los truenos del nacionalismo español que no se circunscribe únicamente al PP, sino que cuenta con ramas importantes dentro del propio PSOE” (Resolución sobre la Situación en España. Editorial de AP nº 179).

Esta perspectiva se ha confirmado palmariamente en los últimos acontecimientos. La estrategia del “frente españolista” se basaba en que su progresivo asfixiamiento de los abertzales restaría apoyo social a los planes soberanistas del nacionalismo vasco, pero ha sucedido todo lo contrario, ya que por pura supervivencia, estos sectores no han visto más salida para seguir jugando un cierto papel que olvidarse de sus “coherencias” y respaldar la aprobación del Plan Ibarretxe[3]. Si el cálculo de PP-PSOE era que la “responsabilidad” del PNV les llevará a rechazar los votos de los “violentos”, tal no ha sucedido, y el PNV, incluso muy probablemente, sin pretenderlo inicialmente, se ve obligado a “ejecutar” la decisión aprobada en el Parlamento vasco. Si éste presuponía que el PSOE, escarmentado de los resultados de las elecciones de 2001, se mantendría alejado del PP, lo que ha sucedido en realidad es que ha fortificado, a través de un nuevo Pacto de Lealtad, la alianza de los sectores españolistas. Esta sucesión de “errores de cálculo” pone en realidad de manifiesto, que todos los sectores de la burguesía se ven arrastrados en una dinámica cada vez más irracional que les supera, y les empuja a posiciones cada vez más radicales, en la que, precisamente por ello, los sectores más radicales (desde el abertzalismo al nacionalismo español más ultramontano) en vez de perder relevancia, recuperan en realidad más protagonismo. La situación creada con la presentación del Plan Ibarretxe conduce a un formidable enrevesamiento del aparato político de la burguesía en España:

- El PSOE se ve obligado a reasumir la estrategia de Mayor Oreja, es decir tratar de derrotar electoralmente al PNV en las próximas elecciones autonómicas vascas en Mayo.

- El PP se ve de nuevo en la posición de cancerbero de las reformas constitucionales y estatutarias, pero en una posición muy inestable, ya que cualquier tentativa del PSOE de desmarcarse del lenguaje carpetovetónico tan al uso en el partido de Aznar, dejaría muy comprometida la posición “dialogante” que trata de encarnar Rajoy, y “cargaría de razón” a los talibanes de la Derecha que exponen abiertamente su desconfianza en que la “tibieza” del PSOE pueda mantener la unidad de España.

- En cuanto al PNV, el contraataque españolista le empuja a tratar de afianzar su posición en el Gobierno vasco recurriendo a los votos abertzales, por lo que se ve forzado a radicalizar su discurso, de tal manera que el famoso “péndulo patriótico”, o sea la histórica oscilación del nacionalismo vasco entre posiciones “autonomistas” y posiciones “soberanistas”, se ve cada vez más anclado en este último extremo y en el discurso victimista de que “es imposible cualquier arreglo con España”.

- Y ello por no hablar de los efectos sísmicos de esta nueva sacudida por ejemplo en el nacionalismo catalán poniendo en entredicho la confianza de sectores del ERC en las promesas reformistas del PSOE, y empujando a sectores antaño moderados como CiU a un lenguaje cada vez más desafiante (es el propio Mas quien pide a ERC que rompa con el centralista PSOE), o en una fuerza tan importante para la burguesía, sobre todo desde el punto de vista de la mistificación del proletariado, como es IU sacudida por un aquelarre de divergencias e incoherencias (los del País Vasco apoyan a Ibarretxe, los de Cataluña se abstienen, y el resto votarán en contra cuando se someta al Parlamento español).

El proletariado debe preguntarse: ¿Qué significa toda esta proliferación de conflictos? ¿Es que como nos transmite la propaganda oficial, se trataría de que algunos revoltosos alterarían la convivencia pacífica de los ciudadanos? En realidad esa convivencia pacífica es una pura patraña. La pervivencia de un capitalismo agonizante, en su etapa terminal de descomposición, supone un afloramiento incesdante de tensiones y peleas entre sectores de la propia clase dominante que amenazan no ya la convivencia sino la propia supervivencia del género humano. El aliento pútrido que aviva las llamas de las guerras imperialista, de los cada vez más frecuentes choques étnicos, tribales, religiosos, etc., en todos los continentes, alienta también, a otra escala por supuesto, estos conflictos en el seno de las burguesías democráticas. Son los estertores de un régimen social caduco que en su agonía arrastra a la humanidad a una insensata espiral de barbarie.

 

Etsoem. 15-1-2005.

 

[1] Ver AP nº 141, 143, 150, 154, 155 y 158.

[2] Para los lectores que lo desconozcan se trata de un nuevo “marco jurídico” de las relaciones con España del País Vasco en el que este aparece como “Estado libre asociado”, rompiendo así el anterior compromiso alcanzado en 1978 con la Constitución española y el Estatuto de Autonomía de Guernika.

[3] A pesar de todas sus declaraciones anteriores, la “coherencia” de Batasuna ha consistido en dividir sus votos (3 a favor, 3 en contra) dándole al PNV el respaldo parlamentario necesario para aprobar por mayoria absoluta en el parlamento vasco el Plan Ibarretxe. 

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