El
año 1.989 conoció el hundimiento del bloque soviético.
Este hecho, fruto en primer lugar de la crisis económica
mundial del capital, tuvo inmediatamente repercusiones muy
importantes sobre la vida y el desarrollo del capitalismo. La clase
obrera debe recordar que en ese momento todos los líderes de
la burguesía mundial nos prometieron una nueva época,
“una era de paz y de estabilidad”. El hundimiento del estalinismo
debía significar, supuestamente, el fin de la barbarie. La
evolución sangrienta de la realidad demostró muy
rápidamente lo contrario. Desde comienzo de los años
1990 la barbarie se instaló como realidad permanente en la
vida de la sociedad, generalizándose al conjunto del planeta,
golpeando de manera cada vez más ciega y extendiéndose
progresivamente a las grandes metrópolis capitalistas. Esta
realidad nos situó en la entrada del capitalismo en la fase
última de su decadencia: la de su descomposición
acelerada. En lugar de un enfrentamiento imperialista encerrado en el
corsé de hierro de los bloques imperialistas soviético
y americano, se comenzó a instalar una lógica guerrera
radicalmente diferente, una lógica donde cada país
capitalista defendía sus propios intereses al margen de
cualquier alianza estable con un Estado imperialista dominante. Caos,
pérdida de control, anarquía en aumento y aceleración
de la descomposición son su dramática concretización.