Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este

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Tesis adoptadas por nuestra organización en octubre de 1989 ante los acontecimientos que condujeron a la desaparición de la URSS y del bloque imperialista a su alrededor

Los recientes acontecimientos en los países de régimen estalinista (enfrentamientos en la cima del Partido y represión en China, estallidos nacionalistas y luchas obreras en URSS, formación en Polonia de un gobierno dirigido por Solidarnosc) son de la mayor  importancia. Evidencian la crisis histórica del estalinismo su  entrada en un periodo de convulsiones agudas. Todo lo que está ocurriendo nos pone ante la responsabilidad de reafirmar, precisar y actualizar nuestros análisis sobre la naturaleza de esos regímenes y las perspectivas de su evolución.

1  Las convulsiones que están sacudiendo los países de régimen estalinista no pueden comprenderse fuera del marco general de análisis válido para los demás países del mundo entero, de la decadencia del modo de producción capitalista y de la agravación inexorable de su crisis. Sin embargo, todo análisis serio de la situación actual en esos países exige obligatoriamente que se tenga en cuenta lo específico de sus regímenes. Tal examen ya lo ha hecho, en varias ocasiones, la CCI; en especial cuando las luchas obreras del verano de 1980 en Polonia y la formación del sindicato “independiente” Solidarnosc.

En diciembre de 1980 el marco general para este análisis lo habíamos esbozado así:

«Como para el conjunto de los países del bloque, la situación en Polonia se caracteriza por:

  1. la extrema gravedad de la crisis, que lleva hoy a millones de proletarios a una miseria casi de hambre;
  2. la gran rigidez de las instituciones, que no dejan sitio para que puedan surgir fuerzas políticas burguesas de oposición, capaces de hacer su papel de “tapón o parachoques” a las contradicciones y a la indignación de la población. En Rusia y en sus países satélites todo movimiento contestatario podría cristalizar el enorme descontento que existe en el proletariado y en la población, sometida desde hace décadas a la más violenta contrarrevolución, que está a la altura del formidable movimiento de clase que tuvo que aplastar; o sea, la Revolución de 1917;
  3. La enorme importancia del terror policíaco, como medio, prácticamente único, para mantener el orden». (Revista Internacional; nº 24; pág. 3).

En octubre de 1981, dos meses antes de la instauración del estado de guerra, en el momento en que se agudizaba la campaña gubernamental contra Solidarnosc, volvíamos sobre la cuestión en los términos siguientes:

«Los enfrentamientos entre Solidaridad y el POUP[1] no son simple  teatro, como tampoco es puro teatro la oposición entre izquierdas y derechas en los países occidentales. En estos, el marco institucional permite, por lo general, la “gestión” de estas oposiciones para que no amenacen la estabilidad del régimen y también para reprimir las luchas por el poder y hacer que se solucionen con la fórmula más apropiada para enfrentar al enemigo proletario. En cambio, si la clase dominante ha logrado instaurar mecanismos de este estilo en Polonia, a través de mucha improvisación pero por ahora con éxito, nada prueba que se trate de una fórmula definitiva exportable hacia otros “países hermanos”. Las mismas invectivas que sirven para dar crédito a un socio/adversario cuando éste es indispensable para el mantenimiento del orden, pueden ser utilizadas para aplastarlo en cuanto ha perdido su utilidad. (…) Al obligar a las burguesías de Europa del Este a repartirse los papeles de un modo al que son estructuralmente refractarias, las luchas obreras en Polonia han creado una contradicción viva. Todavía es demasiado pronto para prever cómo se resolverá. La tarea de los revolucionarios ante una situación históricamente nueva es estar atentos a los hechos, con modestia». (Revista internacional; nº 27. 1981)[2].

Tras la instauración del estado de guerra en Polonia y la ilegalización de Solidarnosc, la CCI se vio obligada por los acontecimientos en junio de 1983 (Revista Internacional, nº 34 –en inglés y francés; nº 36/37; enero 1984 –en español) a desarrollar este cuadro de análisis. A partir de éste, que debe evidentemente ser completado, podremos comprender lo que está ocurriendo hoy en esta parte del mundo.

2«La característica más evidente, la más conocida de los países del Este, en la que se basa el mito de su “naturaleza socialista”, reside en el grado extremo de estatalización de la economía. Como hemos insistido en nuestras publicaciones, el capitalismo de Estado no es un fenómeno propio de estos países. Es un fenómeno que muestra, sobre todo, las condiciones de sobrevivencia del modo de producción capitalista en el periodo de su decadencia frente a la amenaza de dislocación de una economía y un cuerpo social sometido a frecuentes contradicciones. Frente a la exacerbación de las rivalidades comerciales e imperialistas que provoca la saturación general de los mercados, sólo el refuerzo permanente del peso del Estado en la sociedad permite mantener un mínimo de cohesión en su seno y asumir su crecimiento militar. Si bien la tendencia al capitalismo de Estado es un hecho histórico universal, no afecta de manera idéntica a todos los países». (Revista Internacional; nº 36/37).

3 En los países avanzados, donde existe una antigua burguesía industrial y financiera, esa tendencia se plasma por lo general en una progresiva imbricación de los sectores “privados” y los estatalizados. En un sistema así, la burguesía “clásica” no va a estar desposeída de su capital, conservando lo esencial de sus privilegios. El imperio del Estado se expresa menos en la nacionalización de los medios de producción que en la acción conjugada de una serie de instrumentos financieros, monetarios y reglamentarios, que le permiten en todo momento dar orientaciones a las grandes opciones económicas sin por ello poner en entredicho los mecanismos del mercado.

Esta tendencia hacia el capitalismo de Estado «toma sus formas más extremas allí donde el capitalismo conoce sus contradicciones más brutales, allí donde la burguesía clásica es más débil. En este sentido, el hecho de que el Estado tome directamente a su cargo lo esencial de los medios de producción, característica de los países del Este y en gran medida del Tercer  Mundo, es ante todo una manifestación del atraso y de la fragilidad de su economía». (Ibídem)

4  «Existe una estrecha relación entre las formas de dominación económica de la burguesía y las formas de su dominación política». (Ibídem):

  • Un capital nacional desarrollado, poseído de modo “privado” por diferentes sectores de la burguesía tiene en la “democracia” parlamentaria su aparato político más apropiado;
  • «A la estatalización casi completa de los medios de producción, le corresponde el poder totalitario de un partido único»[3].

Sin embargo, «el régimen de partido único no es exclusivo de los países del Este ni del Tercer Mundo; existió durante decenios en países de Europa occidental como Italia, España o Portugal. El ejemplo más destacable es evidentemente el régimen nazi que dirigió el país más desarrollado y fuerte de Europa entre 1933 y 1945. De hecho, la tendencia histórica al capitalismo de Estado no comporta únicamente un aspecto económico; se manifiesta también por una concentración creciente del poder político en manos del ejecutivo, en detrimento de las formas clásicas de la democracia burguesa; o sea, el parlamento y el juego de los partidos. Mientras que en los países desarrollados del siglo XIX, los partido políticos eran los representantes de la sociedad civil dentro y ante el Estado, con la decadencia del capitalismo se transforman en representantes del Estado en la sociedad civil (el ejemplo más evidente es el de los antiguos partidos obreros encargados hoy de encuadrar a la clase obrera tras el Estado). Las tendencias totalitarias del Estado se expresan, incluidos los países donde subsisten los mecanismos formales de la democracia, en una tendencia al partido único cuya concreción más patente se verifica durante las convulsiones más agudas de la sociedad burguesa: la unión nacional, en las guerras imperialistas; la unión de todas las fuerzas burguesas tras sus partidos de izquierda, en los periodo revolucionarios (…)».

5 «La tendencia al partido único encuentra raramente su culminación en los países más avanzados; EEUU, Gran Bretaña, Holanda, Escandinavia no han conocido esa culminación. El caso de Francia, bajo el régimen de Vichy, está ligado esencialmente a la ocupación militar alemana. El único ejemplo histórico de un país plenamente desarrollado, donde esa tendencia ha llegado hasta el final, fue Alemania. (Por razones que la Izquierda Comunista ya analizó hace mucho tiempo) (…) Si en los demás países avanzados se han mantenido las estructuras políticas y los partidos tradicionales es porque han sido lo bastante sólidos, gracias a su antigua implantación, su experiencia, su relación con la esfera económica, la fuerza mistificadora que consigo acarrean, como para asegurar la estabilidad y la cohesión del capital nacional frente a las dificultades que han debido encarar (crisis, guerra, luchas sociales)». (Ibídem). El estado de la economía de esos países, el poderío que ha conservado la burguesía clásica, no necesitan ni permiten la adopción de medidas “radicales” de estatalización del capital, que únicamente pueden llevar a cabo las estructuras y los partidos llamados “totalitarios”.

6 «Pero lo que sólo existe, como excepción, en los países más avanzados se convierte en la regla general en los países más atrasados. Al no existir las condiciones que acabamos de enumerar estos países acusan más violentamente las convulsiones de la decadencia capitalista». (Ibídem).

Así por ejemplo, en las antiguas colonias, que alcanzaron la “independencia” en el siglo XX (en especial tras la II Guerra mundial), la formación de un capital nacional se realizó en la mayoría de los casos mediante y en torno al Estado y en general bajo la dirección, en ausencia de una burguesía autóctona, de una intelligentsia formada en las universidades europeas. En ciertas circunstancia pudo incluso verse la yuxtaposición y la cooperación de esa nueva burguesía de Estado con los restos de antiguas clases explotadoras precapitalistas.

«Entre los países atrasados, los del Este ocupan un lugar particular: a los factores directamente económicos que explican el peso que tiene el capitalismo de Estado, se superponen factores históricos y geopolíticos: las circunstancias de la formación de la URSS y de su imperio, son un ejemplo» (Ibídem).

7 «El Estado capitalista de la URSS se construyó sobre los escombros de la revolución proletaria. La débil burguesía de la época zarista fue completamente eliminada por la Revolución de 1917 (…) y por el fracaso de los ejércitos blancos. De este hecho se desprende que no era aquella ni sus partidos tradicionales quienes podían encargarse de la inevitable contrarrevolución resultante de la derrota de la revolución mundial. De esta tarea se encargaría el Estado que surgió tras la Revolución y que rápidamente absorbió al Partido Bolchevique. (…) Por este hecho, la clase burguesa no se reconstituyó a partir de la antigua burguesía (salvo de forma excepcional e individual) ni a partir de la propiedad individual de los medios de producción sino a partir de la burocracia del Partido-Estado y de la propiedad estatal de los medios de producción. En Rusia, un cúmulo de factores: atraso del país, desbandada de la burguesía clásica, aplastamiento físico del proletariado (la contrarrevolución y el terror que éste ha tenido que soportar está en relación con su avance revolucionario), motivaron que la tendencia al capitalismo de Estado tomase su forma más extrema: la estatalización casi completa de la economía y la dictadura del partido único. El Estado, al no tener que disciplinar a los diferentes sectores de la clase dominante ni tener en cuenta eventualmente sus intereses económicos, porque ha absorbido completamente a la clase dominante, puede evitar las formas políticas clásicas de la sociedad burguesa (democracia y pluralismo) incluso como ficción» (Revista Internacional; nº 36/37).

8 La misma brutalidad y centralización extrema con las que el régimen de la URSS ejerce su poder sobre la sociedad, están en la forma con la que establece y conserva su dominio sobre el conjunto de los países de su bloque imperialista. La URSS ha formado su imperio únicamente mediante la fuerza de las armas: primero durante la II Guerra mundial misma (apropiación de los Países bálticos y de la Europa del Este) y, ya más tarde, con ocasión de las diferentes guerras de “independencia nacional” que fueron continuación de aquella (caso de China o Vietnam del Norte) o también gracias a golpes de Estado militares (caso de Egipto en 1952, Etiopía en 1974, Afganistán en 1978,…).  En un momento u otro siempre  el uso de la fuerza armada (Hungría 1956, Checoslovaquia 1968, Afganistán 1979), o la amenaza de su uso ha sido la forma casi exclusiva del mantenimiento de la cohesión de este bloque.

9 Al igual que la forma de su capital nacional y de su régimen político ese modo de dominación imperialista es fundamentalmente el resultado de la debilidad económica de la URSS (cuya economía es más atrasada que la de la mayoría de sus vasallos).

«EEUU, primera potencia económica y financiera del mundo y mucho más desarrollado que los demás Estados de su bloque, se asegura el dominio sobre los principales países de su imperio (que son también países plenamente desarrollados) sin recurrir, a cada paso, a la fuerza militar; igualmente, estos países no necesitan la represión permanente para asegurar su estabilidad. (…) Es de manera “voluntaria” cómo, los sectores dominantes de las principales burguesías occidentales se adhieren a la alianza americana: encuentran ventajas económicas, financieras, políticas y militares (el “paraguas” americano frente al imperialismo ruso)» (Ibídem, pág. 42). En cambio, el que un capital nacional pertenezca al bloque del Este significa generalmente para su economía una desventaja catastrófica, debido en particular al saqueo directo que sobre ésta ejerce la URSS. «en los principales países del bloque americano no existe una “propensión espontánea” a pasarse al otro bloque, algo que sí puede comprobarse en el otro sentido (cambio de bloque de Yugoslavia en 1948, de China a finales de los años 60, las tentativas de Hungría en 1956)» (Ibídem). La permanencia de fuerzas centrífugas en el bloque ruso expresa la brutalidad de la dominación imperialista que en él se ejerce y el tipo de régimen político que dirige esos países.

10  «La fuerza y la estabilidad de EEUU permite que todo tipo de regímenes se acomode en su bloque: desde el “comunista” chino al ultra “anticomunista” de Pinochet, de la dictadura militar turca a la “superdemocrática” Inglaterra, de la bicentenaria República francesa a la Monarquía feudal saudí, de la España franquista a la socialdemócrata». (Ibídem). En cambio, «El hecho de que la URSS sólo pueda mantener su control por la fuerza militar, determina el hecho de que sus satélites se doten de regímenes que, como el suyo, sólo pueden mantener su control sobre la sociedad mediante la fuerza militar (policía y ejército)». (Ibídem, pág. 41). Además, sólo de los partidos estalinistas puede la URSS esperar un mínimo de sumisión (a veces ni eso) pues la subida al poder y su permanencia en él dependen, por regla general, del apoyo directo del “Ejército Rojo”. Así,  «Mientras que el bloque americano puede “garantizar” perfectamente la “democratización” de un régimen fascista o militar cuando éste resulta inútil (Japón, Alemania o Italia tras la II Guerra mundial; Portugal, Grecia o España en los años 1970), la URSS no puede acomodar  dentro de su bloque a ninguna “democracia”» (Ibídem; pág. 42). Un cambio de régimen político en un país “satélite” comporta la amenaza directa del paso de tal país al bloque adverso.

11 El fortalecimiento del capitalismo de Estado es un hecho permanente y universal en la decadencia del capitalismo. Sin embargo, como ya hemos visto, esta tendencia no se plasma obligatoriamente en una estatalización total de la economía, en una apropiación directa del aparato productivo por el Estado. En ciertas circunstancias históricas esta es la única vía posible para el capital nacional o la fórmula mejor adaptada para su defensa y desarrollo; es sobre todo válido para las economías atrasadas, pero en ciertas condiciones (periodos de reconstrucción, por ejemplo) también lo es para economías desarrolladas, como la de Gran Bretaña y Francia tras la II Guerra mundial. Sin embargo, esta forma particular de capitalismo de Estado tiene graves inconvenientes para la economía nacional.

En los países atrasados, la confusión entre aparato político y aparato económico permite y engendra el desarrollo de una burocracia totalmente parásita, con la única preocupación de llenarse la faltriquera, chupar del bote y saquear sistemáticamente la economía nacional para acumular fortunas colosales: los ejemplos de Batista, Marcos, Duvalier, Mobutu son ya conocidos pero no los únicos. El saqueo, la corrupción y la estafa, fenómenos generalizados en los países subdesarrollados, que afectan a todos los niveles del Estado y de la economía, son un lastre suplementario que las empuja todavía más hacia el abismo.

En los países adelantados la presencia de un fuerte sector estatalizado tiende también a convertirse en un lastre para la economía nacional, según se va agravando la crisis mundial. En este sector el modo de gestionar las empresas, sus estructuras y organización del trabajo y de la mano de obra limitan muy a menudo su necesaria adaptación al aumento del nivel de competencia. “Servidores del Estado”, vestales del “servicio público”,  que disfrutan, en la mayoría de los casos, de la garantía de empleo a sabiendas que su empresa, el Estado mismo, no va a quebrar ni a echar el cierre; la capa social de los funcionarios, incluso cuando no se dedica a la corrupción, no es siempre la más capacitada para adaptarse a las leyes despiadadas del mercado. En la gran oleada de “privatizaciones”, que lleva afectando últimamente a la mayoría de los países occidentales avanzados, debe verse no solo un medio de limitar la amplitud de los conflictos de clase, al sustituir un patrón único, el Estado, por múltiples patronos, sino también como el medio para reforzar el nivel competitivo del aparato productivo.

12 En los países de régimen estalinista las responsabilidades económicas en su totalidad se relacionan esencialmente con el lugar que se ocupa en el aparato del Partido, de modo que la “Nomenklatura” desarrolla a una escala aun mayor los obstáculos para mejorar la competitividad del aparato productivo. Mientras que la economía “mixta” de los países desarrollados de Occidente obliga en cierto modo a las empresas públicas y a las Administraciones a preocuparse por la productividad y la rentabilidad; el capitalismo de Estado, gobernante en los países de régimen estalinista, tiene como característica la de hacer totalmente irresponsable a la clase dominante. Ante una mala administración no existe la sanción del mercado y las sanciones administrativas no son reglamentadas, en la medida que es todo el Aparato, de arriba abajo, quien manifiesta tal irresponsabilidad. Fundamentalmente, la condición para el mantenimiento de privilegios es el servilismo ante la jerarquía del Aparato o ante alguna de sus camarillas. La primera preocupación de la gran mayoría de los “responsables”, tanto económicos como políticos (por lo general son los mismos) no es hacer fructificar el capital sino sacar provecho de su puesto para llenarse los bolsillos, los de su familia y los de “los suyos”, sin preocuparse lo más mínimo del buen funcionamiento de las empresas o de la economía nacional. Este tipo de “gestión” evidentemente no excluye la explotación feroz de la fuerza de trabajo. Pero esa ferocidad no se muestra en la imposición de normas de trabajo que permitan aumentar la productividad sino que, esencialmente, se manifiesta en el nivel de vida miserable de los obreros y en la brutalidad con la que se les responde a sus reivindicaciones.

Podemos caracterizar este tipo de Régimen como el reino de los aduladores, de los jefecillos incompetentes y vociferantes, de los prevaricadores cínicos, de los manipuladores sin escrúpulos y de los policías. Estas características son generalmente propias de toda la sociedad capitalista, reforzadas además por los fenómenos de su descomposición, pero cuando se imponen totalmente, en vez de la competencia técnica, de la explotación racional de la fuerza de trabajo y de la búsqueda de la competitividad en el mercado, comprometen radicalmente los resultados de una economía nacional.

En tales condiciones las economías de estos países, en su mayoría ya bastante atrasadas, están por lo general mal preparadas para enfrentar la crisis capitalista y la agudización de la competencia que esa crisis provoca en el mercado mundial.

13  Ante su quiebra total la única alternativa que puede permitir a la economía de esos países, no ya alcanzar una competitividad real sino al menos mantenerse a flote, consiste en la introducción de mecanismos que permitan un grado de responsabilidad efectiva y real de sus dirigentes. Tales mecanismos suponen una “liberalización” de la economía, la creación de un mercado interior que exista realmente, una “autonomía” mayor de las empresas y el desarrollo  de un sector “privado” fuerte. Ese es el programa de la “Perestroika” así como el del Gobierno de Tadeusz Masowiecki en Polonia y el de Deng Xiaoping en China. Sin embargo, aunque dicho programa sea cada vez más indispensable su puesta en práctica tropieza con obstáculos prácticamente insuperables.

En primer lugar, ese programa implica la instauración de la “veracidad  en los precios” del mercado, lo que quiere decir que los productos de consumo corriente y hasta los de primera necesidad -que hoy se subvencionan- van a tener que aumentar de manera vertiginosa: los aumentos del 500% que se vieron en Polonia en agosto del 1989 dan una idea de lo que le espera a la población y especialmente a la clase obrera. La experiencia pasada (y también la presente) de la misma Polonia da prueba de que esa política puede provocar explosiones sociales violentas que comprometerán su aplicación.

En segundo lugar, ese programa supone cerrar empresas “no rentables” (que son cantidad) o bien reducciones muy fuertes de plantilla. El desempleo que ahora es un fenómeno marginal se desarrollará de manera masiva; lo cual constituye una nueva amenaza para la estabilidad social, en la medida en que el pleno empleo era una de las pocas garantías que le quedaban al obrero y uno de los medios de control de una clase obrera harta de sus condiciones de vida. Aun más que en los países occidentales el desempleo masivo puede transformarse en verdadera bomba social.

En tercer lugar, la “autonomía” de las empresas choca contra la resistencia encarnizada de toda la burocracia económica cuya razón oficial de ser es planificar, organizar y controlar la actividad del aparato productivo.  La notoria ineficacia que hasta el presente ha manifestado esa burocracia podría volverse, en esta misión, eficazmente terrible si decide sabotear las “reformas”.

14  En fin, la aparición, junto a la burguesía de Estado, de una capa de “gestores” al modo occidental, realmente capaces de valorar el capital invertido, va a ser para aquella (que está integrada en un aparato de poder político) un competidor inaceptable. El carácter esencialmente parasitario de su existencia se verá expuesto sin piedad a la luz del día, lo que al cabo será una amenaza no sólo para su poder sino también para el conjunto de sus privilegios económicos. Para el partido como un todo, cuya razón de ser reside en la aplicación y la dirección del “socialismo real” (según la Constitución polaca es la “fuerza dirigente de la sociedad en la construcción del socialismo”) es todo su Programa, su propia identidad lo que será puesto en entredicho.

El fracaso patente de la “Perestroika”[4] de Gorbachov, así como el de todas las reformas precedentes que tenían la misma dirección, delatan claramente esas dificultades. De hecho, la aplicación efectiva de esas reformas no puede conducir más que a un conflicto declarado entre los dos sectores de la burguesía, la burguesía de Estado y la burguesía “liberal” (aunque esta última se reclute igualmente en una parte del aparato del Estado). La conclusión brutal de este conflicto, como vimos recientemente en China, da una idea de las formas que puede tomar en los demás países de régimen estalinista.

15  Así como existe un estrecho lazo entre el tipo de aparato económico y la estructura del aparato político, la reforma de uno repercute necesariamente en la otra. La necesidad de una “liberalización” de la economía encuentra su expresión en el surgimiento en el seno del partido o fuera de él de fuerzas políticas que se hacen portavoces de esa necesidad. Ese fenómeno acarrea fuertes tendencias a la escisión en el partido (hipótesis evocada recientemente por un miembro de la dirección del Partido húngaro) así como a la creación de formaciones “independientes” que se proclaman de manera más o menos explícita a favor del restablecimiento de las formas clásicas del capitalismo, como es el caso de Solidarnosc[5].

Esta tendencia a la aparición de varias formaciones políticas con programas económicos diferentes lleva consigo la presión a favor del reconocimiento legal del “pluripartidismo” y del “derecho de asociación”, de elecciones “libres”, de la “libertad de prensa”; en resumen, de los atributos clásicos de la democracia burguesa. Además, cierta libertad de crítica o el “llamamiento a la opinión pública”, pueden ser palancas para desmontar a los burócratas “conservadores” que se aferran a la poltrona. De ahí que por regla general los “reformadores” a nivel económico lo son también a nivel político. Por eso, la “Perestroika” va emparejada a la “Glasnost”[6]. La “democratización” e incluso la aparición de fuerzas políticas de “oposición” pueden en ciertas circunstancias, como en Polonia en 1980 y en 1988, o como en la URSS hoy, servir de señuelo y de medio de encuadramiento ante la explosión de descontento de la población y, especialmente, de la clase obrera. Ese último elemento es evidentemente un factor suplementario de presión a favor de las “reformas políticas”.

16 Sin duda, del mismo modo que la “reforma económica” se propuso tareas prácticamente irrealizables, la “reforma política” tiene pocas probabilidades de éxito. La introducción efectiva del “pluripartidismo”  y de elecciones “libres”, que es la consecuencia lógica de un proceso de “democratización”, son una verdadera amenaza para el partido en el poder. Como vimos recientemente en Polonia y, en cierta medida, en la URSS el año pasado, dichas elecciones no pueden conducir más que  a la puesta en evidencia del desprestigio total del partido, del verdadero odio que le tiene la población. En la lógica de esas elecciones, lo único que el partido puede esperar es la pérdida de su poder. Ahora bien, eso es algo que el partido, a diferencia de los partidos “democráticos” de Occidente, no puede tolerar porque:

  • si pierde el poder en las elecciones no podrá jamás, a diferencia de los otros partidos, volver a conquistarlo por ese medio:
  • la pérdida de su poder político significaría concretamente la expropiación de la clase dominante, puesto que su aparato político ES, precisamente, la clase dominante.

Mientras que en los países de economía “liberal”  o “mixta”, en donde se mantiene una clase burguesa clásica directamente propietaria de los medios de producción, el cambio de partido en el poder (a menos que se traduzca en la llegada de un partido estalinista) no tiene más que un impacto débil en sus privilegios y en el lugar que ocupa en la sociedad ; un acontecimiento así en un país del Este, significa, para la gran mayoría de los burócratas, pequeños y grandes , la pérdida de sus privilegios, el desempleo y hasta persecuciones de parte de los vencedores. La  burguesía alemana pudo arreglárselas con el Káiser, con la república socialdemócrata, con la república conservadora, con el totalitarismo nazi, con la república democrática, sin que sus privilegios se viesen amenazados en lo esencial. En cambio, un cambio de régimen en la URSS significaría la desaparición de la burguesía en este país, bajo su forma actual, al tiempo que la del partido. Y si bien un partido político puede suicidarse, puede declararse disuelto, una clase dominante y privilegiada no se suicida.

17  Por todo ello, las resistencias que se manifiestan en el aparato de los partidos estalinistas de los países del Este contra las reformas políticas no pueden quedar reducidas al simple miedo de los burócratas más incompetentes a perder sus puestos y privilegios. Es el partido como cuerpo, como entidad social y como clase dominante el que se expresa en esa resistencia.

Además, lo que escribíamos hace nueve años de que «Todo movimiento de protesta corre el riesgo de cristalizar el enorme descontento que existe en un proletariado y una población sometidos desde hace décadas a la más violenta de las contrarrevoluciones», sigue hoy siendo válido. Efectivamente, si las “reformas democráticas” tienen como uno de sus objetivos servir de válvula de seguridad a la enorme cólera que existe en la población, también contienen el riesgo de dejar que esa cólera se exprese en forma de explosiones incontrolables. Cuando las manifestaciones de descontento ya no son, desde su  comienzo  e inmediatamente, aplastadas en sangre y con encarcelamientos masivos existe el riesgo de que se expresen abierta y violentamente. Cuando la presión se hace demasiado fuerte en la olla,  el vapor  que debería salir por la válvula puede hacer saltar la tapadera.

En cierta medida las huelgas del último verano en la URSS han sido una ilustración de ese fenómeno. En un contexto diferente al de la “Perestroika” la explosión de combatividad obrera no hubiera podido extenderse de esa manera ni durante tanto tiempo. Pasa lo mismo con la explosión actual de movimientos nacionalistas, en aquel país, que ponen en evidencia el peligro que representa para su integridad territorial misma la política de “democratización” de la segunda potencia mundial.

18  En efecto, teniendo en cuenta que el factor prácticamente único de cohesión del bloque ruso es la fuerza armada, toda política que tienda a hacer pasar a un segundo plano este factor lleva consigo la fragmentación del bloque. El bloque del Este nos está dando ya la imagen de una dislocación creciente. Por ejemplo, las invectivas entre Alemania del Este y Hungría, entre los gobiernos “conservadores” y “reformadores”, no son representaciones teatrales; dan una idea de las divisiones reales que se están estableciendo entre las diferentes burguesías nacionales. En esa zona, las tendencias centrífugas son tan fuertes que se desatan en cuando se les da ocasión de hacerlo y hoy esa ocasión se alimenta con los temores, suscitados en los partidos dirigidos por los “conservadores”, de que el movimiento procedente de la URSS y que se extendió a Polonia y Hungría venga por contagio a desestabilizarlos.

Fenómeno similar es el que se puede observar en las repúblicas periféricas de la URSS: esos regímenes son en cierto modo colonias de la Rusia zarista o de la Rusia estalinista (como los países Bálticos anexionados gracias al Pacto Germano-soviético de 1939). Pero al contrario de las otras potencias, Rusia no ha podido nunca proceder a una descolonización pues esto habría significado para ella la pérdida definitiva de todo control en esas regiones, algunas de ellas, además, muy importantes desde el punto de vista económico. Los movimientos nacionalistas que favorecidos por el relajamiento del poder central del partido ruso se desarrollan hoy, con casi medio siglo de atraso respecto a los movimientos que habían afectado al imperio francés o al británico, llevan consigo una dinámica de separación de Rusia.

A fin de cuentas, si el poder central de Moscú no reaccionara asistiríamos a un fenómeno de explosión no sólo del bloque ruso sino igualmente de su potencia dominante. En una dinámica así, la burguesía rusa, clase hoy dominante de la segunda potencia mundial, no se encontraría a la cabeza mas que de una potencia de segundo orden, mucho más débil que Alemania, por ejemplo.

19 La “Perestroika” ha abierto una verdadera caja de Pandora al crear situaciones cada vez más incontrolables; como por ejemplo, la que acaba de instalarse en Polonia, con la constitución de un gobierno dirigido por Solidarnosc. La política “centrista” (como la define Yeltsin) de Gorbachov es en realidad un ejercicio en la cuerda floja, de equilibrio inestable entre dos tendencias cuya confrontación es inevitable: la que quiere ir hasta el final del movimiento de “liberación”, porque las medias tintas no pueden resolver nada  ni a nivel económico ni a nivel político, y la tendencia que se opone a ese movimiento por miedo a que provoque la caída de la forma actual de la burguesía o incluso hasta el desmoronamiento de la potencia imperialista de Rusia.

   En la  medida en que, actualmente, la burguesía reinante dispone todavía del control de la fuerza policíaca y militar (incluso evidentemente en Polonia), esa confrontación no puede conducir más que a enfrentamientos violentos, y hasta baños de sangre, como el que se acaba de ver en China. Y esos enfrentamientos serán tanto más brutales en cuanto que desde hace más de medio siglo en la URSS y casi cuarenta años en sus “Satélites”, la población ha ido acumulando cantidades industriales de odio profundo hacia una camarilla estalinista sinónimo de terror, de matanzas, de torturas, de hambre y escasez y de una monstruosa y cínica arrogancia. Si la burocracia estalinista pierde el poder en los países que controla, será victima de auténticos pogromos.

20 Pero cualquiera que sea la evolución futura de la situación en los países del Este, los acontecimientos que hoy los están zarandeando son la confirmación de la crisis histórica, del desmoronamiento definitivo del estalinismo, de esa monstruosidad símbolo de la más terrible contrarrevolución que haya sufrido el proletariado.

En esos países se ha abierto un periodo de inestabilidad, de sacudidas, de convulsiones, de caos sin precedentes cuyas implicaciones irán mucho más allá de sus fronteras. En particular el debilitamiento del bloque ruso, que se va a acentuar  aun más, abre las puertas a una desestabilización del sistema de relaciones internacionales y de las constelaciones imperialistas que habían surgido de la II Guerra mundial  con los acuerdos de Yalta. Sin embargo esto no quiere decir en manera alguna que se ponga en tela de juicio el curso histórico hacia enfrentamientos de clase. En realidad, el desmoronamiento actual del bloque del Este es una de las manifestaciones de la descomposición general de la sociedad capitalista; descomposición debida precisamente a la imposibilidad de la burguesía para aportar su propia respuesta (la guerra generalizada) a  la crisis declarada en la economía mundial[7]. Por eso, hoy más que nunca la clave de la perspectiva histórica, la clave del porvenir está en manos del proletariado.

21 Los acontecimientos actuales en los países del Este confirman claramente que la responsabilidad del proletariado mundial recae principalmente en sus batallones de los países centrales y especialmente los de Europa occidental. En efecto, en la perspectiva de convulsiones económicas y políticas, de enfrentamientos entre sectores de la burguesía en los regímenes estalinistas, existe el peligro de que los obreros de esos países se dejen enrolar y hasta matar en defensa de unas fuerzas capitalistas enfrentadas (como ocurrió en España en 1936), incluso de que sus luchas sean desviadas a ese terreno. Las luchas obreras del verano de 1989, a pesar de su carácter masivo y de la combatividad que desarrollaron, no suprimieron el enorme atraso político que lastra al proletariado de la URSS y del bloque dominado por ella. En esta parte del mundo, a causa del atraso económico del capital mismo pero sobre todo a causa de la profundidad y brutalidad de la contrarrevolución, los obreros todavía son muy vulnerables ante las mistificaciones y trampas democráticas, nacionalistas y sindicalistas. Las explosiones nacionalistas de estos últimos meses en la URSS así como las ilusiones que revelaron las luchas recientes en este país y el bajo nivel actual de conciencia política de los obreros en Polonia (a pesar de la importancia de sus combates en estos últimos veinte años) son una ilustración más del análisis de la CCI sobre esta cuestión (Rechazo de la teoría del “eslabón más débil” –ver la Revista Internacional; nº 31[8]). Por todo ello, la denuncia, en los procesos de lucha, de todas las mistificaciones democráticas y sindicalistas por parte de los obreros de los países centrales, precisamente por el peso de las ilusiones que sobre occidente se hacen los obreros de los países del Este, será un factor fundamental de la capacidad de estos últimos para desmontar las trampas que la burguesía no cesará de tenderles, para no dejarse desviar de su terreno de clase.

22 Los acontecimientos que hoy están agitando a los países llamados “socialistas”, la desaparición de hecho del bloque ruso, la bancarrota patente, definitiva, del estalinismo a nivel económico, político e ideológico, constituyen el hecho histórico más importante desde la II Guerra Mundial junto con el resurgimiento internacional del proletariado a finales de los años 60. Un acontecimiento de esa envergadura tendrá repercusiones, y ha empezado ya a tenerlas en la conciencia de la clase obrera y más todavía por tratarse de una ideología y un sistema político presentados durante más de medio siglo, por todos los sectores de la burguesía, como “socialistas” y “obreros”. Con el estalinismo desaparece el símbolo y la punta de lanza de la más terrible contrarrevolución de la historia. Eso no significa que el desarrollo de la conciencia del proletariado mundial tenga ahora ante sí un camino más fácil, sino al contrario. Hasta en su muerte el estalinismo está aportando un último servicio a la dominación capitalista: al descomponerse, su cadáver sigue contaminando la atmósfera que respira el proletariado. Para los sectores dominantes de la burguesía, el desmoronamiento definitivo de la ideología estalinista, los movimientos “democráticos”, “liberales” y nacionalistas que están zarandeando a los países del Este, son una ocasión pintiparada para desatar e intensificar más aun sus campañas mistificadoras. La identificación establecida sistemáticamente entre comunismo y estalinismo, la mentira repetida miles y miles de veces, machacada hoy todavía más que antes, de que la revolución proletaria no puede conducir más que a la bancarrota, va a tener, con el hundimiento del estalinismo y durante todo un periodo un impacto creciente en las filas de la clase obrera. Es posible que vivamos un retroceso momentáneo en la conciencia del proletariado, cuyas manifestaciones se advierten, especialmente ya, en el retorno a bombo y platillo de los sindicatos en el ruedo social. Aunque el capitalismo no dejará de llevar a cabo sus incesantes ataques, cada vez más duros, contra los obreros, lo que les obligará a entrar en lucha; no por ello el resultado va  a ser, al comienzo, el de una mayor capacidad de la clase para avanzar en su toma de conciencia.

En vista de la importancia histórica de los hechos que lo determinan, el retroceso actual del proletariado, aunque no ponga en tela de juicio el curso histórico -es decir, la perspectiva general hacia enfrentamientos de clase-, aparece como más importante que el que había acarreado la derrota del proletariado en Polonia en 1981. Sin embargo, no se puede prever ni su amplitud ni su duración. En particular, el ritmo del hundimiento del capitalismo occidental, en el que se percibe actualmente una aceleración hacia una nueva recesión abierta y patente, va a determinar el plazo de la próxima reanudación de la marcha del proletariado hacia su conciencia revolucionaria. Al barrer las ilusiones sobre la “reactivación” de la economía mundial, al poner al desnudo la mentira que nos presenta al capitalismo “liberal” como una solución a la bancarrota del pretendido “socialismo”, al revelar la quiebra histórica del conjunto del modo de producción capitalista y no sólo de sus retoños estalinistas, la intensificación de la crisis capitalista obligará al proletariado a dirigirse de nuevo hacia la perspectiva de otra sociedad, a inscribir de manera creciente sus combates en esa perspectiva. Como la CCI escribía a ya, después de la derrota del 81 en Polonia, la crisis capitalista sigue siendo el mejor aliado de la clase obrera.

CCI  5 octubre 1989

 

[1] POUP: Partido Obrero Unificado de Polonia, el partido único, de obediencia estalinista de entonces, hoy ya desaparecido

[3]El que en algunos países del Este existan varios partidos (en la “ultra-ortodoxa” RDA hay no menos de cinco, entre ellos un partido “liberal” y un partido “socialdemócrata”) no cambia nada ya que es el partido estalinista quien tiene todo el poder, siendo los demás simples apéndices y “valedores” de aquél. RDA: la antigua República Democrática Alemana absorbida por la Alemania “federal” en 1990.

[4]Perestroika quiere decir “reestructuración” y es el nombre que adoptó la política de Gorbachov –ascendido al poder de la URSS en 1985- para intentar reformar la economía del país ante los golpes brutales que le propinaba la crisis capitalista. Ver en Revista Internacional nº 58 La perestroika de Gorbachov una mentira en la continuidad del estalinismo /revista-internacional/200608/1037/la-perestroika-de-gorbachov-una-mentira-en-la-continuidad-del-esta

[5]Por ejemplo, en la dirección del partido en Polonia, algunos se proclaman “socialdemócratas”; en el Buró Político del Partido húngaro se encuentra un tal Imre Pozsgay, candidato designado para la elección presidencial prevista para el 1990, que declara que :  «es imposible reformar la práctica comunista existente actualmente en URSS y Europa del Este…, este sistema debe liquidarse». Así mismo el Apparatchik Boris Yeltsin, exjefe del PC de Moscú, declara a los estadounidenses que la URSS debe aprender de los EEUU y de T. Masowiecki, quien en los discursos de investidura de su gobierno no menciona ni una sola vez la palabra “socialismo”

[6]En la tentativa desesperada por salvar la forma particular de capitalismo entonces reinante en la URSS, la Perestroika –en resumen, “reforma económica”- se acompañó de la Glasnost, literalmente “transparencia”, y que era lo que podríamos llamar el intento de “reforma política”.  

[7]Para un análisis de la descomposición social, ideológica y estructural del capitalismo ver en Revista Internacional nº 62 Tesis sobre la Descomposición /revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo 

 

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