Enviado por Revista Interna... el
Situación internacional
Tras las grandes operaciones «humanitarias»,
las grandes potencias desencadenan la barbarie imperialista
Con los reportajes «en directo» de las televisiones,
la barbarie del mundo actual se ha instalado día a día en cientos de miles de
hogares. Campos de «purificación étnica», matanzas sin fin en la ex Yugoslavia,
en plena Europa «civilizada», hambrunas asesinas en Somalia, nueva incursión de
las grandes potencias occidentales en los cielos irakíes: la guerra, la muerte,
el terror, así aparece el «nuevo orden mundial» del capital en este final de
milenio. Si los media nos proporcionan una imagen tan insoportable de la
sociedad capitalista, no será, ni mucho menos, para animar a la única clase que
podrá derrocarla, el proletariado, para que tome conciencia de su
responsabilidad histórica y que emprenda los combates decisivos en esa
dirección. Al contrario, con las campañas «humanitarias» que acompañan a esas
tragedias, hacen todo lo que pueden para intentar paralizar al proletariado,
para que éste crea que los poderes de este mundo se preocupan seriamente de la
situación catastrófica en que se encuentra, que hacen todo lo necesario, o al
menos lo posible para curar las heridas. También es para ocultar los sórdidos
intereses imperialistas que fundamentan su acción y por los cuales se pelean.
Para cubrir, pues, con una cortina de humo su propia responsabilidad actual y
justificar nuevas escaladas.
Desde hace un año, lo que fue Yugoslavia es ahora sangre y fuego. La lista de ciudades martirizadas se alarga día
tras día: Bukovar, Osiyek, Dubrovnik, Gorazde y Sarajevo. Aparecen fosas llenas
de cadáveres sin que se hayan tapado las precedentes. Ya hay 2 millones de
refugiados por los caminos. Con el objetivo de la «pureza étnica» se han
multiplicado los campos de concentración no sólo para soldados prisioneros sino
para los paisanos, campos en donde la gente se muere de hambre, es torturada,
en donde se ejecuta a mansalva. A unos cuantos cientos de kilómetros de las
grandes concentraciones industriales de Europa occidental, el «nuevo orden
mundial», anunciado por Bush y otros grandes «demócratas» cuando se estaban
desmoronando los regímenes estalinistas de Europa, nos descubre su verdadero
rostro: el de las matanzas, el terror, las persecuciones étnicas.
El juego de las grandes potencias en Yugoslavia
Los gobiernos de los países adelantados y los media a sus órdenes no han cesado de presentar
la barbarie en Yugoslavia como consecuencia de los odios ancestrales que oponen
a las diferentes poblaciones de ese territorio. Es cierto que, al igual que
otros países anteriormente dominados por regímenes estalinistas, y en especial
la ex URSS, el puño de hierro que aplastaba a aquellas poblaciones no logró, ni
mucho menos, abolir los antagonismos antiguos que la historia ha ido
perpetuando. Muy al contrario, el desarrollo tardío del capitalismo en esas
zonas de Europa, no les permitió vivir una auténtica superación de las antiguas
divisiones heredadas de la sociedad feudal, y los pretendidamente regímenes «socialistas»
no han hecho sino mantener y agudizar esas divisiones. La superación de éstas
sólo podría haberse realizado por un capitalismo avanzado, con una fuerte
industrialización, con el desarrollo de una burguesía fuerte económica y
políticamente, capaz de unificarse en torno al Estado nacional. Los regímenes
estalinistas no han presentado ninguna de esas características. Como ya lo han
subrayado desde hace tiempo los revolucionarios([1]),
como ya se ha confirmado claramente en estos últimos años, esos regímenes
dirigían países capitalistas poco desarrollados, con una burguesía
particularmente débil, portadora, hasta la caricatura, de todas las taras de la
decadencia capitalista presentes en el momento de su constitución([2]).
Nacida de la contrarrevolución y de la guerra imperialista, el poder de esta
forma de la burguesía se ha basado únicamente en el terror y en la fuerza de
las armas. Estos instrumentos le dieron durante años una potencia aparente,
pudiendo llegar a dar la impresión que había logrado acabar con las viejas
oposiciones nacionalistas y étnicas antes existentes. Pero en realidad, el
monolitismo que presentaba distaba mucho de cubrir una real unidad en sus filas.
Era al contrario, la marca de la continuidad de las divisiones entre las
diferentes camarillas que la componían, divisiones que únicamente la mano de
hierro del partido-Estado era capaz de evitar que llegaran al estallido. La
explosión inmediata de la URSS
en otras tantas repúblicas en cuanto se desmoronó su sistema estalinista de
capitalismo de Estado, el desencadenamiento en el seno de las repúblicas de una
multitud de conflictos étnicos (armenios contra azeríes, osetios contra
georgianos, chechenos contra rusos y un largo etc.) han dejado bien patente el
hecho de que esos enfrentamientos estuvieran bajo la losa estalinista no ha
hecho sino enconarlos más todavía. Y con los mismos medios con que fueron
contenidos, o sea la fuerza de las armas, es como hoy se expresan.
Dicho lo cual, el desmoronamiento del régimen de corte estalinista en la
ex-Yugoslavia no basta para explicar la actual situación en esos territorios.
Como ya lo hemos puesto de relieve, el hundimiento mismo, al igual que el de
los regímenes del mismo tipo, era ya una expresión de la fase última de la
decadencia del modo de producción capitalista, la fase de descomposición([3]).
No se puede comprender la situación de barbarie y el caos que hoy se están
desencadenando por el mundo entero, y sobre todo ahora en los Balkanes, si no
es enfocándola con ese elemento histórico inédito que es la descomposición: el «nuevo
orden mundial» no es sino pura quimera, irreversiblemente el capitalismo ha
hundido a la sociedad humana en el mayor caos de la historia, un caos que no puede
desembocar más que en la destrucción de la humanidad o en el derrocamiento del
capitalismo.
Sin embargo, las grandes potencias no van a quedarse de brazos cruzados ante los
avances de la descomposición. La guerra del Golfo, preparada, provocada y llevada
a cabo por Estados Unidos, fue un intento por parte de esa primera potencia
mundial de limitar el caos y la tendencia a tirar «cada uno por su cuenta» que
se estaba desarrollando inevitablemente tras el hundimiento del bloque del
Este. En parte, los Estados Unidos lograron sus fines, en especial reforzando
más todavía su imperio sobre una zona tan importante como la de Oriente Medio y
al obligar a las demás grandes potencias a seguirles la corriente. Sin embargo,
esa operación de «mantenimiento del orden» mostró sus límites en seguida. En
Oriente Medio mismo, contribuyó a reavivar el levantamiento de los
nacionalistas kurdos contra el Estado irakí (y, ya lanzados, contra el Estado
turco) a la vez que favoreció una insurrección de las poblaciones shiíes del
sur de Irak. En el resto del planeta, el «orden mundial» ha aparecido
claramente por lo que es, un espejismo, sobre todo desde el inicio de los
enfrentamientos en Yugoslavia durante el verano de 1991.Y lo que éstos ponen
precisamente de relieve es que la contribución de las grandes potencias en no
se sabe qué «orden mundial» no sólo no tiene nada de positivo, sino que al
contrario, no tiene otro resultado que el de agravar el caos y los
antagonismos.
Tal constatación es especialmente patente en lo que está ocurriendo en la ex-Yugoslavia, en donde
el caos actual es el resultado directo de la acción de las grandes potencias.
En el origen del proceso que ha llevado a esta región a los enfrentamientos
actuales, está la proclamación de independencia por Eslovenia y Croacia en
junio de 1991. Está claro que estas dos repúblicas no habrían arrostrado
semejante riesgo si no hubieran recibido el apoyo firme (tanto diplomático como
en armas) de parte de Austria y de la jefa de ésta, Alemania. De hecho, puede
afirmarse que, para darse una salida al Mediterráneo, la burguesía de esta
potencia tomó la responsabilidad inicial de provocar la explosión de Yugoslavia
con todas las consecuencias que hoy estamos viendo. Pero tampoco las burguesías
de los demás países se han quedado atrás. Y fue así como la respuesta violenta
de Serbia frente a la independencia de Eslovenia y sobre todo de la de Croacia,
en donde vive una importante minoría serbia, recibió desde el principio un
apoyo firme por parte de EEUU y sus aliados europeos más próximos como Gran
Bretaña. Incluso hemos podido ver a Francia, aliada por lo demás de Alemania en
el intento de establecer con ésta un condominio sobre Europa, junto a EEUU y
Gran Bretaña, otorgar su apoyo a la «integridad de Yugoslavia», o sea, a Serbia
y su política de ocupación de las regiones croatas pobladas por serbios. Ahí
también puede verse claramente que sin ese apoyo inicial, Serbia se habría
comportado con mucha más cautela en su política militar, tanto frente a Croacia
el año pasado como frente a Bosnia-Herzegovina hoy. Por eso, la repentina
preocupación «humanitaria» de los Estados Unidos y otras grandes potencias
frente a los desmanes cometidos por las autoridades serbias tiene las mayores
dificultades para ocultar la insondable hipocresía de esas actuaciones. La
palma se la lleva, en cierto modo, la burguesía francesa, la cual, a la vez que
ha seguido manteniendo estrechas relaciones con Serbia (lo cual se entronca con
la vieja tradición de alianzas con este país) se ha permitido aparecer como
campeona de la acción «humanitaria» con el viaje de Mitterrand a Sarajevo en
junio de 1992, en vísperas del levantamiento del bloqueo serbio al aeropuerto
de la ciudad. Es evidente que ese «detalle» de Serbia había sido negociado bajo
mano con Francia para que ambos países sacaran la mejor tajada de la situación:
a Serbia le permitía ceder ante el ultimátum de la ONU sin perder la cara y a
Francia le daba un empujoncito a su diplomacia en esa parte del mundo, una
diplomacia que intenta culebrear entre Estados Unidos y Alemania.
En la realidad de los hechos, el fracaso de la reciente conferencia de Londres sobre la ex
Yugoslavia, fracaso confirmado por la continuación de los enfrentamientos en el
terreno, lo que expresa es la incapacidad de las grandes potencias para llegar
a un acuerdo, por la sencilla razón de que sus intereses son antagónicos. Todas
se han entendido muy bien para hacer proclamas sobre las necesidades «humanitarias»
salvando así las apariencias y sobre la condena a la «oveja negra» serbia, pero
es evidente que cada una de ellas tiene sus propios enfoques y miras en cuanto
a la «solución» de los enfrentamientos en los Balkanes.
Por un lado, la política estadounidense quiere contrarrestar la de Alemania. Para la primera
potencia mundial, se trata de hacerlo todo por limitar la extensión de la pro-alemana
Croacia y, especialmente, preservar en lo posible la integridad de
Bosnia-Herzegovina. Esta política, que explica el timonazo repentino de la
diplomacia USA contra Serbia en la primavera pasada, tiene el objetivo de
separar los puertos croatas de Dalmacia de sus tierras circundantes que
pertenecen a Bosnia-Herzegovina. Además el apoyo a este país, en el que los
musulmanes son mayoría, va a facilitar la política norteamericana hacia los
Estados musulmanes. Con ella intenta, en particular, que Turquía, que está
inclinándose cada vez más hacia Alemania, se mantenga bajo influencia
estadounidense.
Por otro lado, a la burguesía alemana no le interesa en absoluto que se mantenga la integridad
territorial de Bosnia-Herzegovina. Lo que le interesa es el reparto de este
país, con el control croata sobre el sur, que es lo que ya está ocurriendo hoy,
para que así los puertos croatas puedan disponer de un entorno territorial más
amplio que el estrecho pasillo que pertenece oficialmente a Croacia. Por eso
existe hoy una complicidad de hecho entre los enemigos de ayer, Serbia y
Croacia, para el desmembramiento de Bosnia. Tampoco quiere esto decir que
Alemania esté dispuesta a ponerse al lado de Serbia, la cual seguirá siendo el «enemigo
hereditario» de su aliado croata. Pero tampoco puede ver Alemania con buenos
ojos todas esas mascaradas «humanitarias», cuyo primer objetivo es minar los
intereses alemanes en la zona.
Por su parte, la burguesía francesa intenta jugar sus bazas, a la vez contra la perspectiva de
reforzamiento norteamericano en los Balkanes y contra la política del
imperialismo alemán de darse una salida al Mediterráneo. Que Francia vaya en
contra de esta política no significa ni mucho menos que se ponga en entredicho
la alianza entre Alemania y Francia. Sólo significa que este país quiere
reservarse una serie de bazas propiedad suya (como la presencia de una flota en
el Mediterráneo, que por el momento no posee la potencia germánica) para que la
asociación con el poderoso vecino no desemboque en simple sumisión ante él. De
hecho, más allá de las contorsiones en torno al tema humanitario y los
discursos denunciando a Serbia, la burguesía francesa, con la esperanza de
disponer de su propia zona de influencia en los Balkanes, sigue siendo el mejor
aliado occidental de Belgrado.
En semejante contexto de rivalidades entre las grandes potencias no podrá haber nunca soluciones «pacíficas»
en la ex Yugoslavia. La competencia que se están haciendo en el plano de la
acción «humanitaria» no es otra cosa sino la continuidad, en forma de obsceno
taparrabos, de su competencia imperialista. En tal desencadenamiento de los
antagonismos entre Estados capitalistas, la primera potencia mundial ha
intentado imponer su «pax americana» tomando el mando en las amenazas y el
embargo contra Serbia. De hecho, EEUU es la única potencia con medios para dar
golpes decisivos al potencial militar de Serbia y a sus milicias mediante su aviación de guerra
basada en los portaaviones de la VIª
Flota. Pero al mismo tiempo, EEUU no está dispuesto a comprometer sus tropas
terrestres en una guerra convencional contra Serbia. En el terreno, la
situación dista mucho de parecerse a la de Irak, que permitió la correría «triunfal»
de los GI hace año y medio. La situación en la ex Yugoslavia se ha vuelto tan
inextricable a causa de las acciones de todos los tiburones imperialistas, que
podría convertirse en un barrizal en el que incluso se enfangaría el primer
ejército del mundo, si no es perpetrando unas matanzas sin comparación con las
de hoy, que ya es decir. Esa es la razón por la que, por ahora, aunque no cabe
excluir una intervención aérea «puntual», las reiteradas amenazas de Estados
Unidos contra Serbia no han sido llevadas a la práctica. Han servido sobre todo
hasta ahora para «forzar», en el marco de la ONU, a los «aliados» recalcitrantes de EEUU
(sobre todo Francia) a que voten las sanciones contra Serbia. También han
tenido el «mérito», desde el punto de vista norteamericano, de poner de relieve
la impotencia total de la «Unión europea» frente a un conflicto que se está
desarrollando en su zona de influencia, y, por lo tanto, disuadir a los Estados
que pensaran utilizar esa estructura para una posible formación de un nuevo
bloque imperialista rival de Estados Unidos, para que renuncien a tales
proyectos. Para empezar, esa actitud estadounidense ha tenido ya el efecto de
reabrir las heridas en la alianza franco-alemana. Y, además, la actitud
amenazadora de la potencia americana también ha sido un aviso para dos países
importantes de la zona, Italia y Turquía([4]),
países que hoy sienten la tentación de acercarse al polo imperialista alemán en
detrimento de su alianza con EEUU.
Sin embargo, si bien la política del imperialismo americano respecto a la cuestión
yugoslava ha alcanzado algunos de sus objetivos, lo ha sido sobre todo avivando
las dificultades de sus rivales y no mediante la afirmación masiva e
incontestable de la supremacía estadounidense sobre ellos. Y ha sido
precisamente esa afirmación lo que esa potencia se ha ido a buscar en los
cielos irakíes.
En Irak como por todos partes, los Estados Unidos reafirman su vocación de «gendarme» mundial
Hay que ser muyinocente o estar sometido en cuerpo y alma a las campañas ideológicas para tragarse
eso de la finalidad «humanitaria» de la intervención actual de los «aliados»
contra Irak. Si la burguesía americana y sus secuaces hubieran estado un poco
preocupados por el destino de las poblaciones de Irak, habrían empezado por no
aportar su firme apoyo al régimen irakí cuando éste guerreaba con Irán y al
mismo tiempo gaseaba a mansalva a los kurdos. Sobre todo, no habrían
desencadenado, en enero de 1991, una guerra sanguinaria de la que han sido
víctimas la población civil y los soldados de reemplazo, una guerra
deliberadamente buscada y preparada por la administración de Bush, animando,
antes del 2 de Agosto de 1990,
a Sadam Husein a echar mano de Kuwait y no dejándole
después la menor salida posible([5]).
De igual modo, hay que tener buenas tragaderas para creerse la menor vocación
humanitaria en la manera como Estados Unidos pusieron fin a la guerra del
Golfo, dejando intacta la Guardia republicana, o sea las tropas de élite de Sadam, el
cual se apresuró a ahogar en sangre a kurdos y shiíes a quienes la propaganda
USA había animado a rebelarse contra Sadam durante toda la guerra. El cinismo
de semejante política ha sido incluso puesto de relieve por los más eminentes
especialistas burgueses en cuestiones militares: «Fue sin lugar a dudas una
decisión deliberada por parte del presidente Bush, la de dejar a Sadam Husein
que aplastara unas rebeliones que, para la administración norteamericana,
contenían el riesgo de la libanización de Irak. Un golpe de Estado contra Sadam
Husein podía desearse, pero no el troceamiento del país»([6]).
En realidad, la dimensión humanitaria de la «exclusión aérea» del sur de Irak es
del mismo estilo que la de la operación llevada a cabo por los «coaligados» en
la primavera de 1991 en el norte de este país. Durante varios meses, después de
terminada la guerra, habían dejado que la Guardia republicana aplastara a los kurdos;
luego, cuando la masacre estaba ya bien adelantada, crearon, en nombre de la «injerencia
humanitaria», una «zona de exclusión aérea», a la vez que lanzaban una campaña
caritativa internacional por los kurdos. Se trataba entonces de dar una
justificación a posteriori de la guerra del Golfo poniendo de relieve lo
mal nacido y ruin que es Sadam. El mensaje que querían hacer tragar a quienes
rechazaban la guerra y sus matanzas venía a ser el siguiente: «no ha habido
"demasiada" guerra sino que ha habido "demasiado poca"; hubiéramos debido
proseguir la ofensiva hasta derrocar a Sadam». Unos meses después de esa
operación supermediática, los «humanitarios» de servicio dejaron plantados a
los kurdos y se marcharon por donde habían venido a pasar el invierno en sus
casitas. En cuanto a los shiíes, en esa época no habían podido disfrutar
todavía de las solícitas lágrimas de las plañideras profesionales y menos
todavía de una protección armada. Se les había mantenido en reserva (o sea, que
se había dejado a Sadam que siguiera machacándolos) para interesarse por su
triste sino en el momento más oportuno, cuando viniera bien para los intereses
del gendarme del mundo. Y ese momento ha llegado.
Ha llegado con la perspectiva de las elecciones presidenciales en Estados Unidos.
Por mucho que algunas fracciones de la burguesía estadounidense sean favorable
a una alternancia que permita darle un poco más de energía a la mistificación
democrática([7]), Bush y su equipo siguen teniendo la confianza de la mayoría de la clase
dominante. Bush y su equipo han dado sus pruebas, sobre todo con la guerra del
Golfo, de ser expertos defensores del capital nacional y de los intereses
imperialistas de Estados Unidos. Sin embargo, los sondeos indican que Bush no
está asegurado de su reelección. De ahí que una acción espectacular que haga
vibrar las fibras patrióticas y que reúna en torno al presidente amplias capas
de la población del país, como ocurrió con la guerra del Golfo, viene hoy
pintiparada. Sin embargo, el contexto electoral no basta para explicar una
acción así de la burguesía americana en Oriente Medio. Si bien el momento
preciso para esa acción está determinado por ese contexto, sus razones
profundas superan con mucho las contingencias domésticas del candidato Bush.
De hecho, la nueva acción de EEUU en Irak forma parte de una ofensiva general de
ese país por reafirmar su supremacía en el ruedo imperialista mundial. La
guerra del Golfo ya tenía ese objetivo y de hecho contribuyó a frenar esa
tendencia a tirar «cada uno por su cuenta» entre los antiguos socios de EEUU en
el seno del extinto bloque occidental. El desmoronamiento del bloque ruso y la
consiguiente desaparición de la amenaza del Este había dado alas a países como
Japón, Alemania o Francia. La operación «tempestad del desierto» obligó a esos
países a doblegarse ante el gendarme norteamericano. Japón y Alemania
tuvieron que hacer entrega de importantísimas sumas de dinero y Francia fue «invitada»,
en compañía de una serie de países tan poco entusiastas como ella (como Italia,
España o Bélgica) a participar en las operaciones militares. Sin embargo, los
acontecimientos de este año, y en especial la afirmación por parte de la
burguesía alemana de sus intereses imperialistas en Yugoslavia, han hecho
aparecer los límites del impacto de la guerra del Golfo.
Otros hechos han venido a confirmar la incapacidad de EEUU de imponer de modo
definitivo, ni siquiera duradero, la preeminencia de sus intereses
imperialistas. En Oriente Medio, por ejemplo, un país como Francia, que había
sido expulsada de la región cuando la guerra del Golfo (pérdida de su cliente
irakí y desaparición de sus posiciones en Líbano, sustituida por Siria con
permiso de EEUU), está intentando volver a Líbano (entrevista reciente entre
Mitterrand y el Primer ministro libanés, retorno al país del ex presidente pro
francés, Amin Gemayel). No faltan en Oriente Medio fracciones burguesas (como la OLP, por ejemplo) interesadas
en quitarse algo de encima la supremacía USA, reforzada además por la guerra
del Golfo. Es por eso por lo que, regular y repetidamente, EEUU se ve obligado
a reafirmar un liderazgo con su expresión más patente, la fuerza de las armas.
Con la imposición, hoy, de una «zona de exclusión aérea» en el sur irakí, los Estados
Unidos se permiten recordar muy claramente a los Estados de la región, pero
también y sobre todo a las demás grandes potencias, que son ellos los amos. Y
así, someten a su política y «pringan» a un país como Francia (cuya
participación en la guerra del Golfo distaba mucho de ser entusiasta), la cual
da pruebas de lo poco que tal acción la inspira cuando manda allí unos cuantos
aviones de reconocimiento. Y detrás de Francia, a quien se dirige el
llamamiento al orden de EEUU es también al principal aliado de aquélla,
Alemania.
La ofensiva llevada en el momento presente por la primera potencia mundial para
meter en cintura a sus «aliados» no se limita a los Balkanes o a Irak. También
se expresa en otras áreas «candentes» del planeta como Afganistán o Somalia.
En Afganistán, la ofensiva sangrienta del Hezb de Hekmatyar para asegurarse el
control de Kabul recibe el apoyo de Pakistán y de Arabia Saudí, o sea de dos
aliados de EEUU. En fin de cuentas, es la burguesía estadounidense la que está
detrás de la campaña de eliminación del actual hombre fuerte de Kabul, el «moderado»
Masud. Y esto se entiende perfectamente cuando se sabe que éste es el jefe de
una coalición compuesta de tadyikes (de lengua persa, apoyados por Irán cuyas
relaciones con Francia están recalentándose) y de uzbekos (de lengua turca,
apoyados por Turquía, que se acerca a Alemania)([8]).
Del mismo modo, la repentina inclinación «humanitaria» por Somalia lo que está
tapando en realidad son antagonismos imperialistas del mismo tipo. El cuerno de
África es una región estratégica de primera importancia. Para EEUU es
prioritario el control perfecto de esta región y expulsar de ella a cualquier
rival potencial. Y para empezar, un imperialismo que puede fastidiarle es el
francés, el cual dispone en Yibuti de una base militar de cierta importancia.
De ahí que haya una auténtica carrera «humanitaria» de velocidad entre Francia
y Estados Unidos para «llevar ayudas» a las poblaciones somalíes, en realidad
para intentar tomar posiciones en un país a sangre y fuego. Francia ha marcado
un tanto al hacer llegar la primera la tan cacareada «ayuda humanitaria»
(enviada precisamente a través de Yibuti), pero, desde entonces, los Estados
Unidos, con todos los medios de que disponen han hecho llegar su propia «ayuda»
en proporciones incomparables respecto a la de su rival. En Somalia, por ahora,
no es en toneladas de bombas con lo que se mide la relación de fuerzas
imperialista, sino en toneladas de cereales y de medicamentos; mañana, cuando
haya evolucionado la situación, dejarán que los somalíes sigan muriéndose de
hambre en la mayor indiferencia.
En nombre de sentimientos «humanitarios», en nombre de la virtud y en los cinco
continentes, el «gendarme del mundo» quiere imponer su visión del «orden
mundial». Gendarme quiere ser, pero tiene sobre todo comportamiento de gángster,
al igual, por cierto, que las demás burguesías del mundo. Y hay formas de
acción de la burguesía norteamericana, de las cuales, claro está, no alardea,
que se basan directamente en el hampa, en eso que la clase burguesa llama «crimen
organizado» (en realidad los mayores «crímenes organizados» son los ejecutados
por el conjunto de Estados capitalistas, mucho más monstruosos y «organizados»
que los de todos los bandidos que en el mundo han sido). Eso se ha podido
verificar con lo ocurrido en Italia con la serie de atentados que en dos meses
han costado la vida a dos jueces antimafia de Palermo y del jefe de la policía
de Catania. El «profesionalismo» de esos atentados demuestra, y eso es algo
evidente para todo el mundo en Italia, que un aparato de Estado, o sectores de
éste, está detrás de ellos. En particular, la complicidad de los servicios
secretos encargados de la seguridad de los jueces parece confirmada. Esos
asesinatos están siendo ruidosamente utilizados por el actual gobierno, por los
media y por los sindicatos para hacer aceptar por los obreros los
ataques sin precedentes destinados a «sanear» la economía italiana. Las
campañas burguesas asocian ese «saneamiento» al de la vida política y del
Estado («para tener un Estado sano hay que apretarse el cinturón», ése viene a
ser su discurso) a la vez que estallan una serie de escándalos de corrupción.
Sin embargo, en la medida en que esos atentados contribuyen a poner de relieve
su impotencia, no es el gobierno actual quien los ha originado por mucho que en
ellos estén implicados algunos sectores del Estado. En realidad, esos atentados
han puesto de relieve los salvajes ajustes de cuentas entre diferentes
fracciones de la burguesía y de su aparato político. Y tras esos ajustes de
cuentas están claramente presentes cuestiones de política exterior. De hecho,
la camarilla de Andreotti y secuaces que acaba de ser separada del nuevo
gobierno era la más ligada a la Mafia (esto es algo perfectamente público), pero también la
más implicada en la alianza con Estados Unidos. No es pues sorprendente que
hoy, EEUU utilice, para disuadir a la burguesía italiana de comprometerse con
el eje franco-alemán, a una de las organizaciones que tantos servicios le ha
hecho en el pasado: la Mafia. En efecto, desde 1943, los mafiosi sicilianos
habían recibido la consigna del conocido gángster italo-norteamericano, Lucky
Luciano, preso en aquel entonces, de que facilitaran el desembarco de las
tropas USA en la isla. A cambio de ello, Luciano fue liberado (y eso que había
sido condenado a 50 años de cárcel), volviendo a Italia para dirigir el tráfico
de tabaco y de droga. Más tarde, la
Mafia ha estado regularmente asociada a las actividades de la
red Gladio, organismo secreto formado por la CIA y la
OTAN durante la «guerra fría» con la complicidad de los
servicios secretos italianos) y de la logia P2 (relacionada con la masonería
norteamericana), destinadas a combatir la «subversión comunista», o sea, las
actividades favorables al bloque imperialista ruso. Las declaraciones de los
mafiosos «arrepentidos» cuando los maxi-juicios antimafia de 1987, organizados
por el juez Falcone pusieron en evidencia las connivencias entre Cosa Nostra y
la logia P2. Por todo ello, los atentados actuales no pueden ser vistos
únicamente como problemas de política interna, sino que deben comprenderse en
el marco de la actual ofensiva de Estados Unidos, país que lo está utilizando
todo, incluido ese medio, para que un Estado de la importancia estratégica de
Italia no se separe de su tutela.
Así es como, más allá de la fraseología sobre los «derechos humanos», sobre la acción «humanitaria»,
la paz, la moral y demás patrañas, lo que la burguesía nos pide que preservemos
es una barbarie sin nombre, una putrefacción avanzada de toda la vida social. Y
cuanto más virtuosas son sus palabras, tanto más repugnantes son sus actos. Así
es el vivir de una clase y de un sistema condenados por la historia, en plena
agonía, pero que pueden arrastrar en su propia muerte a toda la humanidad, si
el proletariado no encuentra las fuerzas necesarias para echarlos abajo, si se
dejara desviar de su terreno de clase por todos los discursos virtuosos de la
clase que lo está explotando. Ese terreno de clase sólo lo podrá volver a
encontrar a partir de la lucha decidida de resistencia contra los ataques cada
vez más brutales que le asesta un capital abocado a una crisis económica
insoluble. Al no haber sufrido el proletariado una derrota decisiva, a pesar de
las dificultades que los grandes cambios de estos últimos años han provocado en
su conciencia y en su combatividad, el porvenir sigue abierto a enfrentamientos
de clase gigantescos. Enfrentamientos en los cuales la clase revolucionaria
deberá encontrar la fuerza, la solidaridad y la conciencia para cumplir la
tarea que la historia le asigna: la abolición de la explotación capitalista y
de todas las formas de explotación.
FM
13/09/1992
[1] Véase en particular el artículo «Europa del
Este: las armas de la burguesía contra el proletariado» en la Revista
internacional nº 34, 3er trimestre de 1983.
[2] Un factor importante en la superación de las
viejas oposiciones étnicas es, naturalmente, el desarrollo de un proletariado
moderno, concentrado, instruido para las necesidades mismas de la producción
capitalista; un proletariado con una experiencia de luchas y de solidaridad de
clase, separado de los viejos prejuicios legados por la sociedad feudal, sobre
todo los religiosos que suelen ser el caldo en el que se cultivan las
rivalidades étnicas. Está claro que en los países económicamente atrasados, la
mayoría de los del antiguo bloque del Este, un proletariado así tenía pocas
probabilidades de desarrollarse. Sin embargo, no es en esta parte del mundo la
debilidad del desarrollo económico el factor principal de la debilidad política
de la clase obrera y de su vulnerabilidad frente a las ideologías
nacionalistas. El proletariado de Checoslovaquia, por ejemplo, está mucho más
próximo, desde el punto de vista del desarrollo económico y social de de los
países de la Europa
occidental que el la ex Yugoslavia. Eso no le ha impedido aceptar, cuando no ha
sido apoyándolo, el nacionalismo que ha desembocado en la ruptura del país en
dos repúblicas (es cierto que es en Eslovaquia, la parte menos desarrollada,
donde el nacionalismo es más fuerte). De hecho, el enorme atraso político de la
clase obrera en los países dirigidos por regímenes estalinistas durante varias
décadas vienen esencialmente del rechazo casi visceral por los obreros de los
temas principales que inspiran los combates de la clase obrera, debido al
repugnante abuso que de esos temas hicieron esos regímenes. Si «revolución
socialista» significa tiranía bestial por parte de los burócratas del
partido-Estado, lo que acaban gritando es ¡ abajo la revolución socialista!. Si
«solidaridad de clase» quiere decir doblegarse ante el poder de esos burócratas
y aceptar sus privilegios: fuego contra ellos y cada uno para sí. Si
«internacionalismo proletario» es sinónimo de intervención de los tanques rusos:
¡muerte al internacionalismo, viva el nacionalismo!
[3] Para nuestro análisis de la fase de
descomposición, véase en particular, en la Revista internacional nº 62 «La
descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo».
[4] La importancia estratégica de esos dos
países es evidente: Turquía, con el Bósforo, controla el paso entre el mar
Negro y el Mediterráneo; Italia, gracias a Sicilia, controla el paso entre el
Este y el Oeste de este mar. Además, la
VIª Flota USA tiene su base en Nápoles.
[5] Véase al respecto los artículos y
resoluciones en la Revista
internacional, nos 63 a 67.
[6] F. Heisbourg, director del Instituto
internacional de estudios estratégicos, en una entrevista al diario francés Le
Monde, del 17/1/1992.
[7] Como pusimos entonces de relieve, la llegada
de los republicanos a la jefatura del Estado, en 1981, correspondía a una
estrategia global de las burguesías más poderosas (especialmente en Gran
Bretaña y en Alemania, pero en otros países también) cuyo objetivo era mandar a
los partidos de izquierda a la oposición. Esta estrategia debía permitirles a
éstos encuadrar mejor a la clase obrera, en un momento en que ésta estaba
desarrollando combates significativos contra los ataques económicos crecientes
que estaba llevando a cabo la burguesía para encarar la crisis. El retroceso
sufrido por la clase obrera mundial a causa de las campañas habidas tras el
hundimiento del bloque del Este ha hecho pasar a un segundo plano la necesidad
de mantener a los partidos de izquierda en la oposición. Por ello, un período
de cuatro años de presidencia demócrata, antes de que la clase obrera haya
vuelto a encontrar el camino de sus luchas, ha empezado a granjearse las
simpatías de algunos sectores burgueses. Una posible victoria del candidato
demócrata en noviembre de 1992 no deberá considerarse como una pérdida del
control por la burguesía de su juego político, que sí es lo que ocurrió, en
cambio, cuando la elección de Mitterrand en Francia, en 1981.
[8] La actual ofensiva rusa por mantener su
control sobre Tadyikistán no es ajena a esta situación: desde hace bastantes
meses, la fidelidad de la Rusia
de Yeltsin a Estados Unidos no se ha desmentido.