Campañas sobre el negacionismo: la corresponsabilidad de los Aliados y de los nazis en el holocausto

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La campaña ideológica actual que intenta asimilar las posiciones políticas de la izquierda comunista frente a la IIª Guerra Mundial con el llamado negacionismo (que es la negación de la exterminación de los judíos por los nazis), tiene dos objetivos. El primero es manchar y desprestigiar ante la clase obrera, a la única corriente política, la izquierda comunista, que se negó a ceder a la unión sagrada ante la IIª Guerra Mundial.

La campaña ideológica actual que intenta asimilar las posiciones políticas de la izquierda comunista frente a la IIª Guerra Mundial con el llamado negacionismo (que es la negación de la exterminación de los judíos por los nazis), tiene dos objetivos. El primero es manchar y desprestigiar ante la clase obrera, a la única corriente política, la izquierda comunista, que se negó a ceder a la unión sagrada ante la IIª Guerra Mundial. En efecto, la Izquierda Comunista fue la única que denunció la guerra -como la habían hecho antes que ella, Lenin, Trotski y Rosa Luxemburg ante la Iª Guerra Mundial- como guerra interimperialista de la misma naturaleza que la de 1914-18, demostrando que la pretendida especificad de la IIª, según la cual habría sido la lucha entre dos sistemas, la democracia y el fascismo, no fue más que pura mentira con la que alistar a los proletarios en una carnicería sin límites. El segundo objetivo se inscribe en la ofensiva ideológica que pretende hacer creer a los proletarios que la democracia burguesa seria, a pesar de sus imperfecciones, el único sistema posible, y que, por lo tanto, deberían movilizarse para defenderlo. Ese es el mensaje que se les propone mediante las campañas ideológicas político-mediáticas, desde la operación "manos limpias" en Italia hasta el "caso Dutroux" en Bélgica, pasando por la matraca anti Le Pen en Francia. En esta ofensiva, la función adjudicada a la denuncia del negacionismo es la de presentar al fascismo como el "mal absoluto", disculpando así al capitalismo como un todo de su responsabilidad en el holocausto.

Una vez más, queremos aquí dejar bien claro que la Izquierda comunista no tiene nada que ver, ni de cerca ni de lejos, con esa caterva "negacionista" que reúne a la extrema derecha tradicional y a la "ultraizquierda", concepto totalmente ajeno a la izquierda comunista1. Para nosotros, no se trata, ni mucho menos, de negar la espantosa realidad de los campos nazis y de exterminio. Como ya lo decíamos en el número anterior de esta Revista: «Pretender relativizar la barbarie del régimen nazi, incluso para denunciar la mistificación antifascista, significa en fin de cuentas, relativizar la barbarie del sistema capitalista decadente, de la que ese régimen es una de las expresiones». Por eso, la denuncia del antifascismo como instrumento del alistamiento del proletariado en la peor de las carnicerías interimperialistas de la historia y como medio de disimular quien es el verdadero responsable de todos esos horrores, o sea el capitalismo como un todo, no ha significado nunca la menor complacencia en la denuncia del campo fascista, cuyas primeras víctimas fueron los militantes proletarios. La esencia del internacionalismo proletario, del que la izquierda comunista ha sido siempre una defensora intransigente en recta continuidad con la verdadera tradición marxista y por lo tanto contra todos aquellos que la traicionaron y entre ellos los trotskistas-, siempre ha sido la de denunciar todos los campos enfrentados, demostrando que todos son igualmente responsables de los horrores y del indecible sufrimiento que todas las guerras interimperialistas causan a la humanidad.

Ya hemos mostrado en números anteriores de esta Revista como la barbarie del "campo democrático" durante la IIª Guerra mundial no tuvo nada que envidiar a la del "campo fascista", en el horror y en el cinismo con el que fueron perpetrados los crímenes contra la humanidad que fueron los bombardeos de Dresde y de Hamburgo o el fuego nuclear que se abatió sobre el ya vencido Japón2. En este artículo nos ocuparemos de demostrar la complicidad de los Aliados al guardar cuidadosamente silencio hasta el final de la guerra sobre los genocidios que estaba perpetrando el régimen nazi, pues los Aliados estaban perfectamente al corriente de la existencia de los campos de concentración y para qué servían.

La burguesía quiso y propició la subida al poder del fascismo

Antes de demostrar la complicidad aliada con los crímenes perpetrados por los nazis, debe recordarse, que la subida al poder del fascismo -siempre presentado, desde la derecha clásica hasta la izquierda y extrema izquierda del capital como un monstruoso accidente de la historia, como si hubiera sido una aberración surgida del cerebro enfermo de un Hitler o un Mussolini- es, al contrario, la consecuencia orgánica del capitalismo en su fase de decadencia y de la derrota sufrida por el proletariado en la ola revolucionaria que vino tras la Iª Guerra Mundial.

La postura según la cual la clase dominante no sabía cuáles eran los verdaderos proyectos del partido nazi, que, en cierto modo, se habría dejado engañar, no aguanta de pie un solo instante. El partido nazi hunde sus raíces en dos factores determinantes para la historia de los años 30: por un lado, el aplastamiento de la revolución alemana que abre la puerta al triunfo de la contrarrevolución a escala mundial y, por otro, la derrota del imperialismo alemán tras la primera carnicería mundial. Desde el principio, el objetivo del naciente partido nazi fue, apoyándose en la sangría infringida a la clase obrera alemana por el partido socialdemócrata, el SPD de Noske y Scheidemann, el de rematar el aplastamiento del proletariado para así reconstruir las fuerzas bélicas del imperialismo alemán., Esos objetivos eran compartidos por el conjunto de la burguesía alemana, superando las divergencias reales, tanto en los medios que emplear como en los momentos para usarlos. Las SA, milicias del asalto en las que se apoyó Hitler en su marcha hacia el poder, fueron las herederas directas de los Cuerpos Francos que habían asesinado a Rosa Luxemburg y Karl Liebnecht y a miles de comunistas y militantes obreros. La mayoría de los dirigentes de SA habían empezando su carrera de carniceros en esos mismos cuerpos francos, los cuales habían sido la "guardia blanca" utilizada por el SPD para aplastar en sangre a la revolución, con el apoyo de las tan democráticas potencias victoriosas, las cuales, a la vez que desarmaban al ejército alemán, ponían sumo cuidado en dejar que las milicias contrarrevolucionarias dispusieran del suficiente armamento para cumplir sus sucias labores.

El fascismo no pudo arraigarse y prosperar sino gracias a la derrota física e ideológica infligida al proletariado por la izquierda del capital, la única capaz de enfrentar primero y vencer después a la ola revolucionaria que se extendió por Alemania en 1918-19. Así lo entendió perfectamente el estado mayor de los ejércitos alemanes, dando carta blanca al SPD para que este pudiera dar, en enero de 1919, el golpe decisivo al movimiento revolucionario que se estaba desarrollando. Y si Hitler no fue apoyado en su intentona de golpe en Munich, en 1925, fue porque el ascenso del fascismo era considerado prematuro todavía por los sectores más lúcidos de la clase dominante. Había que rematar primero la derrota del proletariado, utilizando hasta el final la mistificación democrática mediante la República de Weimar, la cual, aunque presidida por el junker3 Hindenburg, se beneficiaba de un disfraz radical gracias a la participación regular en sus sucesivos gobiernos, de ministros procedentes del llamado partido "socialista".

Pero en cuanto la amenaza proletaria quedó definitivamente conjurada, la clase dominante, en su forma más clásica, por medio de las joyas del capitalismo alemán, o sea los Krupp, Thyssen, AG Farben, no cejará en su apoyo total al partido nazi y a su victoriosa marcha hacia el poder. Y es que ahora, la voluntad de Hitler de reunir todas las fuerzas necesarias para la restauración de la potencia militar del imperialismo alemán corresponde exactamente con las necesidades del capitalismo alemán. Este, vencido y expoliado por sus rivales imperialistas de la I Guerra Mundial, no puede, so pena de muerte, sino intentar reconquistar el terreno perdido metiéndose en una nueva guerra.

Lejos de ser la consecuencia de una pretendida agresividad germánica, agresividad congénita que, por fin, había encontrado en el fascismo el medio de darse rienda suelta, esa voluntad no es otra sino la estricta expresión de las duras leyes del imperialismo en la decadencia del sistema capitalista como un todo, leyes que, frente a un mercado mundial totalmente repartido, no deja más solución a las potencias imperialistas perjudicadas en dicho reparto, que la de intentar, mediante una nueva guerra, llevarse una parte mayor. La derrota física del proletariado alemán, por un lado, y el estatuto de potencia imperialista expoliada que le tocó a Alemania tras su derrota en 1918, por otro, hicieron el fascismo, contrariamente a los países vencedores, en donde la clase obrera no había sido físicamente aplastada, el medio más adecuado del capitalismo alemán para prepararse para una segunda carnicería imperialista. El fascismo, como forma brutal de un capitalismo de Estado que se estaba fortaleciendo por todas partes, incluso en los países llamados democráticos, era el instrumento de la concentración y centralización de todo el capital en manos del Estado frente a la crisis económica, para orientar la economía hacia la preparación de la guerra. Hitler llegó, pues, al poder de la manera más "democrática", con el apoyo total de la burguesía alemana. En efecto, una vez en que la amenaza proletaria quedó definitivamente descartada, la clase dominante ya no tenía que preocuparse por mantener el arsenal democrático, siguiendo así el mismo proceso ya instaurado en Italia.

El capitalismo decadente exacerba el racismo.

"Sí, quizás...", nos dirían algunos, pero acaso ¿no hacéis abstracción de uno de los rasgos que distinguen al fascismo de las demás fracciones de la burguesía, o sea, su antisemitismo visceral cuando es esta la característica particular que provocó el holocausto? Es esa la idea que defienden, en particular, los trotskistas. Estos, de hecho, solo reconocen formalmente la responsabilidad del capitalismo y de la burguesía en general en la génesis del fascismo para añadir, a renglón seguido, que el fascismo es pese a todo, mucho peor que la democracia burguesa, como el holocausto demuestra, y, que, por lo tanto, ante la ideología del genocidio, no debe haber la menor vacilación: Hay que escoger su campo, el de la democracia, el de los aliados. Fue ese argumento, unido al de la defensa de la URSS, lo que le sirvió para justificar su traición al internacionalismo proletario y su paso al campo de la burguesía durante la IIª Guerra Mundial. Es pues de lo más lógico encontrar hoy en Francia, a la Liga Comunista Revolucionaria y a su líder Krivine, con el apoyo discreto pero real de Lutte Ouvriere, en cabeza de la cruzada antifascista y antinegacionista, defendiendo la visión del fascismo como mal absoluto, que sería pues cualitativamente diferente de todas las demás expresiones de la barbarie capitalista y contra el que la clase obrera debería ponerse en vanguardia del combate por la defensa y por, podríamos decir, la revitalización de la democracia.

Que la extrema derecha y el nazismo en especial sean profundamente racistas es algo que nunca ha sido cuestionado por la izquierda comunista, como tampoco como la espantosa realidad de los campos de la muerte. La verdadera cuestión es otra. Estriba en saber si ese racismo y la abominable designación de los judíos como chivo expiatorio de los males, no sería más que la expresión de la naturaleza particular del fascismo, el producto maléfico de cerebros enfermos, o si no es, más bien, la consecuencia siniestra del modo de producción capitalista enfrentado a la crisis histórica de su sistema, transformación monstruosa pero natural de la ideología nacionalista defendida y propagada por todas las fracciones de la burguesía. El racismo es una característica de la sociedad dividida en clases, no es un atributo eterno de la naturaleza humana. Si la entrada en decadencia del capitalismo ha agudizado el racismo hasta grados nunca antes alcanzados, si el siglo XX es el siglo en el que los genocidios ya no son la excepción sino la regla., ello no se debe a no se sabe qué perversión de la naturaleza humana. Es el resultado del hecho de que, frente a la guerra ahora permanente que cada Estado debe llevar a cabo en el marco de un mercado mundial sobresaturado y repartido hasta el más recóndito islote, la burguesía, para poder soportar y justificar esa guerra permanente, está obligada, en todos los países, a reforzar el nacionalismo por todos los medios! Qué ambiente más propicio, en efecto para el incremento del racismo que aquel tan certeramente describió Rosa Luxemburgo en el folleto en el que denuncia la primera carnicería mundial: «el populacho cometía excesos al salir a cazar espías, las multitudes cantando, de los cafés con coros patrióticos; turbas violentas, prestas a denunciar, a perseguir mujeres, a llegar hasta el frenesí del delirio ante cada rumor; un clima del crimen ritual, la atmósfera de pogromo en donde el único representante de la dignidad humana era el agente de policía en una vuelta de la calle» Y así prosigue: «Enlodada, deshonrada , embarrada en sangre, ávida de riquezas: así se presenta la sociedad burguesa, así es ella» (La crisis de la socialdemocracia)4.

Podrían retomarse exactamente los mismos términos para describir las múltiples escenas de horror en la Alemania de los años 30: saqueos de almacenes de judíos, linchamientos, niños separados de sus padres, o evocar también la misma atmósfera de pogromo que reinaba en Francia en 1945 cuando el diario L´Humanite de los estalinistas vomitaba en primera página aquella ignominia de "! Cada uno a por su boche!" (Alemán en términos despectivos). No, el racismo no es especialidad exclusiva del fascismo, como tampoco lo es su forma antisemita. El célebre general de los "democráticos" Estados Unidos, Patton, quién por lo visto iba a liberar a la humanidad de la "bestia inmunda" acaso no declaraba cuando la liberación de los campos, que «los judíos son peores que los alemanes», mientras que el otro "gran liberador" Stalin, organizaba sus propios pogromos contra los judíos, los gitanos, los chechenos, etc. El racismo es producto de la naturaleza básicamente nacionalista de la burguesía, sea cual sea la forma de su dominación, totalitaria o "democrática ". Nacionalismo puesto al rojo vivo por la decadencia de su sistema.

Si el nazismo, con el asentimiento de la clase dominante pudo utilizar el racismo, latente siempre en la pequeña burguesía, para hacer de él y del antisemitismo la ideología oficial del régimen, fue porque la única fuerza capaz de oponerse al nacionalismo que transpira por todos los poros de una sociedad burguesa en putrefacción, o sea el proletariado, había sido derrotado tanto física como ideológicamente. Una vez más, por muy irracional y monstruoso que sea el antisemitismo oficial profesado y después puesto en práctica por el régimen nazi, no se puede explicar únicamente por la locura o la perversión de los dirigentes nazis. Como lo subraya con toda justicia el folleto publicado por el Partido Comunista Internacionalista titulado Auschwitz o la gran escusa, la exterminación de judíos «se produjo, no en un momento cualquiera, sino en plena crisis y guerra imperialistas. Y dentro de esa gigantesca empresa de destrucción hay que explicarla. El problema se encuentra por eso mismo, esclarecido: ya no hay que explicar el "nihilismo destructor" de los nazis, sino por qué la destrucción se centró en parte sobre los judíos». Y para explicar porque la población judía, aunque no fuera la única, fue señalada primero para la vindicta pública y después exterminada en masa por el nazismo, hay que tomar en cuenta dos factores: las necesidades del esfuerzo de guerra alemán y el papel desempeñado en ese periodo siniestro por la pequeña burguesía. Esta última se vio reducida a la ruina por la violencia de la crisis económica en Alemania, cayendo progresivamente en una situación de lumpenización. Así, desesperada y en ausencia de un proletariado que pudiera desempeñar un papel de contraveneno, aquella dio rienda suelta a todos sus prejuicios más reaccionarios, típicos de una clase sin porvenir alguno, enfangándose en el racismo y antisemitismo propagado por las formaciones fascistas. Estas señalaron con el dedo al judío, imagen por excelencia del apátrida "chupasangres", como chivo expiatorio de la miseria a la que se veía reducida la pequeña burguesía, plenamente dedicada a la preparación de la guerra.

El silencio cómplice de los Aliados sobre la existencia de los campos de la muerte.

Mientras que desde 1945 hasta hoy, la burguesía no ha cesado de exhibir casi obscenamente los montones de esqueletos encontrados en los campos de concentración nazis y los cuerpos esqueléticos de los supervivientes de aquel infierno, fue en cambio muy discreta sobre esos mismos campos durante la guerra misma, hasta el punto de que ese tema estuvo ausente de la propaganda guerrera del "campo democrático". Eso de que los Aliados solo se habían enterado de lo que ocurría en Dachau, Auschwitz, Treblinka, etc., cuando la liberación de los campos en 1945 es una patraña que nos cuenta con regularidad la burguesía pero que no resiste el menor estudio histórico.

Los servicios de información ya existían entonces y eran muy activos y eficaces, como lo demuestran ciertos episodios de la guerra en los que desempeñaron un papel determinante, y la existencia de los campos de la muerte no se libraba de su investigación. Eso está confirmado por una serie de trabajos de historiadores de la IIª Guerra Mundial. Así, el diario francés Le Monde , muy activo por otra parte en la campaña ·"antinegacionista", escribía en su edición de 27 de septiembre de 1996: «Una matanza [la perpetrada en los campos] de la que un informe del partido socialdemócrata judío, el Bund polaco, había revelado, ya en la primavera de 1942, y, sin embargo, la amplitud y el carácter sistemático, fue oficialmente confirmada a los dirigentes norteamericanos por el famoso telegrama del 8 de agosto de 1942, emitido por G. Riegner, representante del Congreso judío mundial en Ginebra, basándose en informaciones dadas por un industrial alemán de Leipzig, llamado Eduard Schulte. En esta época, como se sabe, una gran parte de los judíos europeos que serian aniquilados estaban todavía vivos».

Los gobiernos aliados, por canales múltiples, estaban perfectamente al corriente de los genocidios desde 1942, y, sin embargo, los dirigentes del "campo democrático", los Roosevelt, Churchill y demás, lo hicieron todo para que esas revelaciones, indiscutibles, no tuvieran la menor publicidad, dando consignas estrictas a la prensa de entonces para que mantuvieran la mayor reserva y discreción al respecto, De hecho, no hicieron el más mínimo esfuerzo por intentar salvar la vida de esos millones de seres condenados a muerte. Eso lo confirma ese mismo artículo citado: «el americano D. Wyman demostró, a mediados de los años 80 en su libro Abandono de los judíos (Edic. Calmann-Levy) que varios cientos de miles de vidas podrían haberse salvado sin la apatía, cuando no la obstrucción, de ciertos organismo de la administración estadounidense (como el Departamento de Estado) y de los aliados en general».

Estos extractos del burgués y tan democrático diario Le Monde no hacen sino afirmar lo que siempre ha afirmado la Izquierda Comunista, especialmente el folleto de Bordiga y el PCInt, Auschwitz o la gran excusa, texto que se ve hoy designado, mediante mentiras infames, a la vindicta pública porque, según pretenden, habría sido el origen de las tesis negacionistas sobre la no existencia de los campos de la muerte. Ese silencio de la coalición adversaria de la Alemania hitleriana demuestra lo que valen las virtuosas y ruidosas proclamaciones de indignación ante el horror del holocausto que vociferan todos los campeones de la "defensa de los derechos humanos".

¿Se aplicaría ese silencio por el antisemitismo latente de ciertos dirigentes del campo Aliado como así lo han afirmado historiadores israelíes después de la guerra?. Cierto es que el antisemitismo no es una especialidad de los regímenes fascistas: recuérdese la declaración, citada arriba, del general Patton, como también podría denunciarse el bien conocida antisemitismo de Stalin. Pero no es esa la verdadera explicación del silencio de los Aliados, entre cuyos dirigentes también había judíos o próximos a organizaciones judías, como Roosevelt. También aquí, el origen de esa notable discreción está en las leyes que rigen el sistema capitalista, sean cuales sean los adornos democráticos o totalitarios con los que viste su dominación. Como en el campo adversario, todos los recursos del campo Aliado se movilizaron en servicio de la guerra. Ninguna boca inútil, todo el mundo debe estar ocupado, ya sea en el frente ya sea en la producción de armamento. La llegada en masa de poblaciones procedentes de los campos, de niños o de ancianos que no podían llevarse al frente o a la fábrica, de hombres o mujeres enfermos que no podían ser integrados inmediatamente en el esfuerzo de guerra, habría desorganizado dicho esfuerzo. Por lo tanto se cierran las fronteras y se impide por todos los medios tal emigración. A. Eden decidió en 1943, es decir en un periodo en que la burguesía anglosajona estaba perfectamente al corriente de la existencia de los campos, a petición de Churchill «que ningún navío de la Naciones Unidas fuera habilitado para efectuar transferencias de refugiados en Europa», mientras que Roosevelt añadía que «transportar a tanta gente desorganizaría el esfuerzo de guerra» (Memorias de Churchill, t 10). Esas son las sórdidas razones que llevaron a esos "antifascistas" y "demócratas" a mantener el más absoluto silencio sobre lo que ocurría en Dachau, Buchenwald y otros lugares de siniestra memoria. Las consideraciones humanitarias que pretendidamente serían las inspiradoras del campo antifascista no contaban para nada ante las exigencias del esfuerzo de guerra.

La complicidad directa del "campo democrático" en el holocausto.

Los Aliados no se limitaron a mantener riguroso silencio durante toda la guerra sobre los genocidios cometidos en los campos; fueron todavía más lejos en la abyección y el increíble cinismo que caracterizan a la clase dominante en su conjunto. Primero, mientras que no vacilaron un instante en hacer caer un diluvio de bombas sobre las ciudades alemanas, se negaron a intentar la menor operación militar en dirección de los campos. Así, cuando a principios de 1944 hubieran podido bombardear las vías férreas que conducían a Auschwitz sin mayores problemas, pues el objetivo estaba al alcance de la aviación aliada y dos personas evadidas del campo hubieran descrito en detalle el funcionamiento y la topografía del terreno, no hicieron lo más mínimo.

Cuando «dirigentes judíos, húngaros y eslovacos suplican a los aliados que pasen a la acción, en un momento en que ya han empezado las deportaciones de judíos de Hungría, designando incluso un objetivo: el cruce ferroviario de Kosice-Pressow. Es cierto que los alemanes podían reparar las vías rápidamente. Pero este argumento no sirve para la destrucción de los crematorios de Birkenau, lo cual habría desorganizado sin lugar a dudas la máquina exterminadora. No se hará nada. En definitiva, es difícil no reconocer que ni lo mínimo se intentó, pues todo quedó enterrado en la mala voluntad de los estados mayores y de los diplomáticos» (Le Monde, 27/09/96)

Pero, contrariamente a lo que lamenta ese diario, no fue simplemente por la "mala voluntad burocrática" por lo que el "campo demócrata" fue cómplice del holocausto. Esa complicidad fue completamente consciente. Los campos de concentración fueron al principio esencialmente campos de trabajo en los que la burguesía alemana podía explotar a menor coste una mano de obra esclavizada, sometida hasta el agotamiento, enteramente dedicada a las exigencias del esfuerzo de guerra. Aunque ya habían existido campos de exterminio, hasta 1942 fueron más la excepción que la regla. Pero a partir de los primeros reveses militares serios sufridos por el imperialismo alemán, sobre todo frente a la apabullante apisonadora estadounidense, al no poder alimentar a la población y a las tropas alemanas, el régimen nazi decidió liquidar a la población excedentaria encerrada en los campos Desde entonces, los hornos crematorios se extendieron por todas partes y cumplieron su siniestra labor. El innombrable horror de los dientes, las uñas y el pelo de las personas gaseadas, cuidadosamente recuperados por sus verdugos para alimentar la máquina de guerra alemana eran los actos de un imperialismo acorralado, que retrocedía en todos los frentes, llevando hasta el final la profunda irracionalidad de la guerra interimperialista, tomando su cupo de carne humana cada vez más gigantesco para defender sus intereses imperialistas mortalmente amenazados por sus rivales en el saqueo imperialista. El holocausto fue perpetrado por el régimen nazi y sus esbirros sin la menor vacilación, pero poco beneficio podría sacar de él un capitalismo alemán que estaba metido, como hemos visto, en una carrera desesperada por reunir los medios para una resistencia eficaz ante el avance imparable de los Aliados. Y en este contexto fueron intentadas varias acciones, en general directamente organizadas por las SS, para quitarse de en medio, con beneficios, a cientos de miles, cuando no millones de prisioneros, vendiéndolos o intercambiándolos con los Aliados.

El episodio más conocido de esa abominable y siniestra venta fue la intentada ante Joel Brand, dirigente de una organización semi-clandestina de judíos húngaros. Brand, como lo ha contado A. Weissberg en su libro La historia de J. Brand, recogido también el folleto Auschwitz o la gran excusa, fue convocado en Budapest para entrevistarse con el jefe de las SS encargado de la cuestión judía, Eichmann. Este le encargó que negociara con los gobiernos anglo-americanos la liberación de un millón de judíos a cambio de 10.000 camiones, precisando que podían ser menos y estar dispuesto a aceptar otro tipo de mercancías Los SS, para dar prueba de la seriedad de su oferta declararon que estaban dispuestos a liberar 100.000 judíos en cuanto Brand obtuviera un acuerda de principio sin haber obtenido nada a cambio. Durante su viaje, J. Brand conoció las cárceles inglesas de Oriente Medio, y, tras múltiples dificultades que no tuvieron nada de casuales, sino debidas a la acción de los gobiernos aliados para evitar una entrevista oficial con semejante "aguafiestas", pudo al fin discutir la propuesta con Lord Moyne, responsable del gobierno británico en Oriente Medio. La negativa tajante de este a la propuesta de Eichmann no fue ni personal, pues no hacía sino aplicar las consignas del gobierno inglés, ni menos todavía un rechazo moral a un odioso chantaje.

Ninguna duda es posible cuando se lee la reseña que de esta discusión hizo Brand: «Le suplica (Brand) que al menos dé un acuerdo escrito, aunque no lo cumpla, al menos se salvarán 100.000 vidas. Moyne le pregunta entonces cual sería la cantidad total. Eichmann le habló de un millón. ¿Cómo puede Vd. imaginarse semejante cosa, Mr. Brand? ¿Qué haría yo con un millón de judíos? ¿Donde los metería? ¿Quién los acogería? Si en la tierra ya no hay sitio para nosotros, lo único que nos queda es dejarnos exterminar, dijo Brand desesperado». Como lo subraya muy justamente Auschwitz o la gran excusa a propósito de ese "glorioso" episodio de la segunda carnicería mundial, «desgraciadamente si bien existía la oferta, no había, en cambio, demanda. ¡No solo los judíos, incluso los mismos SS se habían dejado engañar por la propaganda humanitaria de los aliados! ¡Los Aliados no querían para nada ese millón de judíos! Ni por 10.000 camiones, ni por 5.000, ni por nada»

Cierta historiografía reciente intenta demostrar que esa negativa se debió ante todo al veto opuesto por Stalin a ese intercambio. Esa no es sino una tentativa más por ocultar y atenuar la responsabilidad de las "grandes democracias" y su complicidad directa en el holocausto, que pone de relieve lo ocurrido al crédulo Brand, y eso aún cuando nadie puede poner en entredicho su veracidad. Baste con decir que durante toda la guerra, ni Roosevelt ni Churchill se dejaron dictar su conducta por Stalin, y que en ese punto preciso, como lo demuestran las declaraciones citadas arriba, aquellos dos estaban en la misma longitud de onda que el "padrecito de los pueblos", pues en la dirección de la guerra aquellos no tenían nada que envidiarle en cinismo y en brutalidad a tal padrecito, El súper demócrata Roosevelt, por su parte, opondrá la misma negativa a otros intentos por parte de los nazis, especialmente cuando a finales de 1944 intentaron vender a judíos a la Organización de judíos americanos, transfiriendo en prueba de su buena voluntad, unos 2000 judíos a Suiza, como lo cuenta en detalle Y. Bauer en un libro titulado Juifs a vendre (Judíos en venta, ediciones Liana Levi).

Todo eso no se debió ni a errores ni a unos dirigentes que se habían vuelto "insensibles" a causa de los terribles sacrificios que exigía la guerra contra la feroz dictadura fascista, explicación más corrientemente avanzada por la burguesía para justificar la dureza de Churchill, por ejemplo, u otros episodios poco gloriosos de 1939-45. El antifascismo no ha expresado nunca un antagonismo real entre, de un lado, un campo que habría defendido la democracia y sus valores y del otro un campo totalitario. No fue desde el principio sino una trampa tendida a los proletarios, para justificar primero la guerra que se anunciaba, ocultando su carácter clásicamente interimperialista con el objeto de un nuevo reparto del mundo entre los grandes tiburones, una guerra anunciada por la Internacional comunista desde la misma firma del Tratado de Versalles y que el antifascismo prometía borrar de la memoria obrera, para acabar alistándolo finalmente en la carnicería más gigantesca de la historia. Si había que guardar silencio y cerrar cuidadosamente la frontera a todos los que intentaban escapar del infierno nazi, para "no desorganizar el esfuerzo de guerra", después de la guerra todo iba a cambiar. La inmensa publicidad hecha repentinamente a partir de 1945 sobre los campos de la muerte iba a ser una buena oportunidad para la burguesía. Enfocar todos los proyectores sobre la realidad monstruosa de los campos de la muerte iba a permitir a los Aliados ocultar los crímenes innumerables que ellos también habían cometido. La propaganda ensordecedora permitía también encadenar sólidamente al carro de la democracia a una clase obrera que podría oponer resistencia ante los sacrificios y la miseria que iba a seguir sufriendo después de la "Liberación". Todos los partidos burgueses, desde la derecha a los estalinistas, presentaban la democracia como un valor común de burgueses y obreros, valor que había que defender sin rechistar para evitar, en el futuro, nuevos holocaustos.

Atacando a la Izquierda comunista hoy, la burguesía, fiel seguidora de Goebbels, pone en práctica el célebre consejo de ese dirigente hitleriano que de una mentira cuanto más gruesa mejor podrá ser tragada. Intenta presentar a la Izquierda comunista como antepasada del "negacionismo".

La clase obrera debe rechazar semejante calumnia y recordar quienes fueron los que despreciaron el terrible sino de los deportados en los campos de la muerte, quienes utilizaron cínicamente a aquellos pobres deportados en sus campañas sobre la superioridad intangible de la democracia burguesa, justificando así el sistema de explotación y de muerte que es el capitalismo. Hoy, frente a los esfuerzos de la clase dominante para reavivar el engaño democrático, utilizando el antifascismo, la clase obrera debe acordarse de lo que ocurrió durante los años 1930-40, cuando se dejó engañar por ese mismo antifascismo, acabando por servir de carne de cañón en nombre de "la defensa de la democracia".

RN

1 Sobre esta campaña que pretende asimilar el "negacionismo" y la izquierda comunista, ver "El antifascismo justifica la barbarie", Revista Internacional n. 88

2 Ver "Las matanzas y los crímenes de las grandes democracias"·, Revista Internacional n. 66, "Hiroshima, las mentiras de la burguesía", nº 83

3 Nobleza terrateniente de origen prusiano que dominó Alemania a partir del siglo XIX

4 Este folleto se puede encontrar en https://www.marxists.org/espanol/luxem/09El%20folletoJuniusLacrisisdelasocialdemocraciaalemana_0.pdf

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