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Tormenta financiera
¿La locura?
Un término siempre se repite en los comentarios de los periodistas al hablar de la situación financiera mundial: locura. Locura de la especulación monetaria que hace circular diariamente más de un billón de dólares, o sea más o menos lo correspondiente a la producción anual de Gran Bretaña; locura de los «productos derivados», esas inversiones destinadas a la especulación bursátil, basadas en mecanismos que nada tienen que ver con la realidad económica y que manejan modelos matemáticos tan complejos que no hay quien los entienda sino algún que otro de esos jóvenes expertos, pero que movilizan sin embargo cantidades siempre mayores de dinero y son capaces de hundir en unos días la más respetable institución bancaria; locura de la especulación inmobiliaria que hace que actualmente sea más caro el metro cuadrado de oficinas en ciertos barrios de Bombay que en Nueva York y que por otro lado arrastra hacia la quiebra a la mayor parte de los bancos franceses; locura de las fluctuaciones monetarias que desestabilizan en pocas semanas el comercio mundial...
Tales manifestaciones de «locura» se nos presentan hoy como si fueran el resultado de las nuevas libertades de circulación de capital a nivel internacional, como progresos de la informática y de las comunicaciones, cuando no de la avidez descomunal de ciertos «especuladores». Sería suficiente entonces poner orden, reforzar el control sobre los «especuladores» y ciertos movimientos de capital para que todo se tranquilice y que podamos aprovecharnos en paz de la famosa «recuperación» de la economía mundial. Pero la realidad es mucho más grave y dramática que lo que quieren contarnos o hacernos tragar los expertos.
Los inicios de una nueva tormenta financiera
Desde principios de 1995, el mundo de las finanzas ha sido sacudido por acontecimientos tan espectaculares como significativos. Entre ellos se ha de citar:
– en Estados Unidos, la bancarrota de la Orange County en California, santuario del liberalismo económico puro y duro (de ahí salió la candidatura de Reagan en nombre del «menos Estado»). El gobierno local había invertido gran parte de sus bienes en productos especulativos de alto riesgo. El alza de los tipos de interés provocó su bancarrota total;
– en Francia, la salida a la luz del enorme déficit del Crédit Lyonnais, uno de los mayores bancos europeos enfrentado a pérdidas gigantescas debido a operaciones especulativas ruinosas, en particular en el sector inmobiliario. Los cálculos del coste de la operación de «salvamento» del Crédit Lyonnais alcanza cifras fantásticas, del orden de 26 mil millones de dólares;
– la quiebra de uno de los mayores y más antiguos bancos de Gran Bretaña, el Barings, en el que hasta la reina misma deposita su dinero, a causa de unas fallidas operaciones especulativas realizadas por uno de sus jovencitos «genios» de la finanza de su agencia de Singapur en la Bolsa de Tokio;
– el hundimiento de la SASEA, la mayor quiebra bancaria de la historia de ese templo de las finanzas mundiales que es Suiza;
– la suspensión de pagos del principal corredor de la Bolsa de Bombay, capital financiera de India, que ha obligado a las autoridades a cerrarla por unos días para evitar que la catástrofe provoque reacciones en cadena;
– cabe también mencionar la escena surrealista ocurrida en marzo en Karachi (Pakistán), significativa de la locura que está afectando al mundo de las finanzas: diez cabras negras fueron solemnemente paseadas por las salas de cambios antes de ser degolladas para así intentar conjurar la mala suerte que hundía los valores hasta sus niveles más bajos desde hacía 16meses...
Entre los acontecimientos que marcan el inicio de lo que va a ser una real nueva tormenta financiera mundial, ha habido uno que ha adquirido una importancia particular y que vale la pena profundizar. Se trata de la crisis mexicana.
La crisis financiera mexicana
La crisis de los pagos en México de principios de 1995 no es un sobresalto más en las convulsiones que regularmente sacuden los países del llamado Tercer mundo. En 1982, en medio de la recesión mundial, ya fue la insolvencia de México lo que desencadenó una formidable crisis financiera mundial. Hoy, con sus 90 millones de habitantes, México es la 13ª potencia mundial y está en el 7º puesto de las potencias petroleras. Hace unos cuantos meses, este país se presentaba como un modelo de éxito económico, cuando no «el modelo», y entró en el TLC y la OCDE al lado de los países más industrializados con las felicitaciones de «los expertos» del mundo entero.
La huida repentina de gran parte de los capitales extranjeros de México, la brutal devaluación del peso a que se ha tenido que recurrir, la amenaza de insolvencia para rembolsar los 7 mil millones de dólares de intereses que ha de pagar sobre su deuda pública antes del próximo mes de julio han sido provocados por el alza de los tipos de interés estadounidenses. Su bancarrota no es tanto el producto de sus debilidades propias sino de la debilidad e inestabilidad del sistema financiero mundial, corroído hasta el tuétano por años de especulaciones y manipulaciones de todo tipo. La amplitud y rapidez sin precedentes de la reacción de las principales potencias económicas son una prueba indiscutible del fenómeno.
Cuando en la Revista internacional no 78 (3er trimestre del 94) anunciábamos la perspectiva a corto plazo de una tormenta financiera mundial, fue basándonos en que los déficits de los Estados y sobre todo el aumento de sus deudas públicas (en los países desarrollados en particular) eran otras tantas bombas de relojería que tarde o temprano acabarían por explotar, siendo el detonador la inevitable alza de los tipos de interés que iban a acarrear esas deudas. La crisis mexicana es la primera verificación de aquella perspectiva.
El pánico internacional desencadenado por la insolvencia potencial del México es significativo de la debilidad y del grado de enfermedad del sistema financiero mundial. El préstamo otorgado a México al principio era de casi 8 mil millones de dólares, era el mayor préstamo jamás otorgado por este organismo. El «paquete» de créditos internacionales reunidos por el conjunto de las mayores potencias financieras bajo la presión de EE.UU, de 50 mil millones de dólares, tampoco tiene precedentes en la historia. La declaración de Michel Camdessus, director del FMI, para justificar la urgencia y amplitud de la operación de salvamento, hablando de riesgo de «verdadera catástrofe mundial», señala la amplitud del fenómeno.
La devaluación del peso mexicano no dejará de tener consecuencias sobre el sistema monetario internacional. Han sido las monedas, durante estos años, uno de los terrenos privilegiados de la especulación. Tras el peso, el dólar canadiense ha caído a su nivel más bajo de los últimos nueve años. La lira italiana, la peseta, el escudo, y no hablemos de las monedas latinoamericanas, han sufrido fuertes presiones. Pero sobre todo, el dólar US, la moneda mundial, ha empezado a sufrir ataques brutales.
También tiene otras repercusiones la crisis mexicana. Desde el pasado mes de diciembre, las bolsas latinoamericanas han sufrido un hundimiento de valores espectacular ([1]). El hundimiento mexicano ha provocado su aceleración, en particular en Argentina. El índice del International Herald Tribune, que mide la evolución media del conjunto de las Bolsas del subcontinente, ha caído del 160 a 80 entre diciembre del 94 y principios de febrero del 95. Tienen razón los «expertos» cuando temen la posibilidad de un contagio de México, y exigen nuevas operaciones de salvamento. La situación de ciertas economías nacionales llamadas «emergentes» es muy peligrosa para el conjunto de la economía mundial, en la medida en que disponen de muy pocas reservas de divisas. Es el caso en particular de China, Indonesia y Filipinas ([2]).
Una advertencia
En el 25º foro de Davos, en Suiza, en enero, en el que se reunieron durante una semana unos mil hombres de negocios y ministros del mundo entero para analizar la situación económica mundial, la crisis mexicana fue claramente identificada como una «advertencia» y el temor del contagio era omnipresente. Así comentaba un periódico francés el ambiente de esta «Meca del liberalismo económico»:
«Desde ahora, todas las miradas se fijan en Asia en donde la perspectiva de una crisis china alimenta el temor de un gran vendaval de capitales... Algunos bancos occidentales ya se están quejando de los problemas de reembolso planteados por empresas de Estado chinas. Una chispa puede provocar la explosión. Zhu Rongji, vice primer ministro chino encargado de la Economía ha venido a Davos para tranquilizar al mundo de los negocios: “Estamos seguros que este año bajará la tasa de inflación. (...) China cumplirá con sus compromisos internacionales”. Sin embargo, las cifras mencionadas para poner en evidencia el lugar que ocupa China en la economía mundial no han tranquilizado al auditorio sino todo lo contrario: “Las inversiones extranjeras, en alza de un 32 %, han alcanzado los 32 mil millones de dólares en 1994, lo que sitúa a China en el segundo puesto tras Estados Unidos (...). De las 500mayores empresas citadas por la revista Fortune, más de 100 han invertido en China”. Cifras que demuestran hasta qué punto una crisis de la economía china afectaría a la economía mundial, empezando por los países asiáticos cuyo desarrollo rápido tenía hasta ahora fama de solidez» ([3]).
En un informe reciente del Pentágono se teme que el fallecimiento de Deng provoque un desmembramiento de las provincias debido a los enfrentamientos entre «conservadores» y «reformadores». Este informe afirma explícitamente: «China es el mayor factor de incertidumbre en Asia».
Otra fuente de inquietud para los financieros internacionales es Rusia. La economía de este país se caracteriza por un hundimiento en el mayor de los caos; es la mejor ilustración de cómo evoluciona la locura (segunda potencia militar mundial, que dispone de un arsenal nuclear capaz de destruir montones de veces el planeta, gobernado por un jefe de Estado alcohólico del que se considera que no está lúcido más que dos horas diarias). Ahogado por enormes deudas internacionales, el capital ruso sigue suplicando al FMI y demás proveedores de fondos que lo socorran, sin resultado. Su situación en el mercado mundial sin embargo es peligrosísima: sus reservas de divisas han caído a dos mil millones de dólares. El presupuesto de 1995 se calcula en base a una ayuda de 10 mil millones de dólares provenientes de capitales extranjeros. Y hoy nadie -ni el FMI- tiene ganas de echar dinero en lo que aparece como un pozo sin fondo.
La crisis monetaria
Otro aspecto de las turbulencias financieras actuales está en las monedas. Como ya lo hemos visto, el hundimiento del peso mexicano tiene repercusiones a nivel de las demás monedas, en particular del dólar americano. Las cosas no se han calmado en este aspecto, sino todo lo contrario. La lira italiana, la peseta española han seguido devaluándose, alcanzando récords históricos frente al marco alemán. La libra británica y también el franco francés siguen fuertemente presionados. El sistema destinado a mantener un mínimo de orden entre las principales monedas de la Unión europea, el SME, qua ya había sufrido hace poco pruebas durísimas (no sobrevivió sino pagando el precio de una fuerte ampliación de los márgenes de fluctuación entre las monedas que lo componen), se ve una vez más atacado. Y el dólar sigue bajando, en parte animado por los intereses de capitalistas norteamericanos para acrecentar la competitividad de sus productos a la exportación. Pero la devaluación de la principal moneda del planeta significa ante todo la realidad del déficit y del endeudamiento de la primera economía mundial: la deuda pública de EEUU, el déficit del gobierno federal así como el déficit del comercio exterior no han parado de crecer, y es fundamentalmente esa realidad la que queda plasmada en el debilitamiento del dólar.
El valor, la solidez de las monedas están en última instancia basados en la «confianza» que tienen de su propia economía los capitalistas, y también de sus propias instituciones financieras encabezadas por el organismo emisor de monedas: el Estado. No existe hoy ni el más mínimo fundamento que inspire «confianza». La economía mundial sigue ahogada por la ausencia de mercados solventes, ahogada en la sobreproducción; el crecimiento de la productividad del trabajo no puede sino agravar más todavía el problema. En cuanto a las instituciones financieras, el despilfarro especulativo de estos pasados años, la huida ciega en el endeudamiento durante veinte años, las múltiples «trampas» qua han sido necesarias para sobrevivir, han arruinado definitivamente la «confianza» que podían merecerse. Por eso, los golpes que está sufriendo el sistema monetario internacional no son un reajuste momentáneo, sino la expresión de un deterioro creciente del sistema financiero internacional y del callejón sin salida en el que está metido el propio sistema capitalista.
La bancarrota financiera es inevitable. Ya ha empezado en ciertos aspectos. Una fuerte purga del «globo especulativo» es indispensable. La del otoño del 87 no tuvo consecuencias negativas inmediatas en cuanto al crecimiento de la producción, sino todo lo contrario. Sin embargo, fue el signo anunciador de la recesión que empezó a finales del 89. Hoy, el «globo especulativo» y sobre todo, el endeudamiento de los Estados ha subido hasta niveles increíbles. Nadie en estas circunstancias puede prever en qué acabará la violencia de tal purga. Sin embargo, tendrá como consecuencia una destrucción masiva de capital ficticio que arruinará partes enteras del capital mundial, dando paso a una agravación mayor de la recesión económica a nivel real.
Especulación y sobreproducción
Los estragos financieros provocados por la resaca de los años de la «locura» especulativa son tan importantes que hasta los más encarnecidos defensores del capitalismo están obligados a constatar que algo gravísimo está ocurriendo en su economía. Evidentemente, son incapaces de sacar la conclusión de que sería el sistema el que está profundamente enfermo, mortalmente condenado por su incapacidad para sobrepasar sus contradicciones fundamentales, en particular su incapacidad para crear mercados solventes suficientes para la producción. Sólo son capaces de ver la crisis en el plano de la especulación para así ocultársela en el plano de la realidad. Creen –y quieren hacer creer– que las dificultades reales de la producción (la sobreproducción, el desempleo...) son el resultado de los excesos especulativos, cuando en realidad si hubo «locura» especulativa es porque ya existían dificultades reales. Marx ya denunciaba hace un siglo semejantes patrañas:
«La crisis estalla primero a nivel de las especulaciones, y sólo después se instala en la producción. La observación superficial no ve la sobreproducción sino la sobreespeculación –simple síntoma de la sobreproducción– como causa de la crisis. La desorganización ulterior de la producción no aparece como un resultado necesario de su propia exuberancia anterior, sino como simple reacción de una especulación que se está hundiendo ([4]).»
Las fuerzas de izquierdas del aparato político burgués, los partidos «obreros», sindicatos e izquierdistas, toman por cuenta propia esa forma mentirosa de analizar la realidad al decir a los proletarios que basta con que los gobiernos sean más represivos contra «los especuladores» para resolver los problemas. Como siempre, esas fuerzas desvían hacia falsas perspectivas el descontento que normalmente se desarrolla contra las bases mismas del sistema, en donde la realidad pone en evidencia el callejón sin salida en el que está metido el modo de producción capitalista, la incompatibilidad absoluta entre los intereses de la clase explotada y los de la clase dominante, esas fuerzas plantean el problema en términos de «mejor gestión» del sistema por dicha clase dominante. Esas fuerzas sólo denuncian la especulación para defender mejor el sistema que la engendra.
La «locura» que comprueban ciertos «observadores críticos» a nivel financiero mundial no es el resultado de alguna que otra metedura de pata de unos cuantos especuladores ansiosos de ganancias inmediatas. Tal locura no es más que la manifestación de una realidad más honda y trágica: la decadencia avanzada, la descomposición del modo de producción capitalista incapaz de sobrepasar las contradicciones fundamentales y envenenadas por más de veinte años de manipulaciones de sus propias leyes.
La verdadera locura no son las especulaciones sino la supervivencia del modo de producción capitalista. La perspectiva para la clase obrera y la humanidad entera no está en no se sabe qué política de los Estados contra la especulación y algunos agentes financieros, sino en la destrucción del capitalismo.
RV
[1] El desarrollo de la especulación en las Bolsas de ciertos países subdesarrollados, en el período reciente, es una expresión evidente de la locura financiera que no ha cesado durante la «recuperación». Los beneficios que en ellas se han realizado son tan fabulosos como artificiales. En 1993, en Filipinas, se alcanzó + 146,3 %, en Hongkong + 131 %, en Brasil + 91,3 %. En 1994, Filipinas y Hongkong pierden – 9,6 % y – 37,8 %, pero Brasil gana todavía + 50,9 % (en francos franceses, pero + 1112 % en moneda local), Perú +37,69 %, Chile + 33,8 %. Los capitales especulativos se precipitan a esas Bolsas tanto más porque algunas Bolsas occidentales se han ido desgastando fuertemente: – 13 % en Gran Bretaña, – 17 % en Francia.
[2] El caso de México resume la realidad del espejismo de las pretendidas «economías emergentes» (algunos países de Latinoamérica, como Chile, o de Asia, como India y sobre todo China), países que han conocido en los últimos años cierto desarrollo económico gracias a importantes afluencias de capitales extranjeros. Las «economías emergentes» no son ni mucho menos la nueva esperanza de la economía mundial. Sólo son otras manifestaciones tan frágiles como aberrantes de un sistema desquiciado.
[3] Libération, diario francés, 30/01/95.
[4] Marx «Revue de mai à octobre» (Revista de mayo a octubre), publicado en francés por Maximilen Rubel en Etudes de Marxologie, nº7, agosto de 1963.