Las falsificaciones contra la Revolución de 1917 - La mentira comunismo = estalinismo = nazismo

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Continuando los 8 años de la campaña de propaganda intensiva dedicada a la pretendida «muerte del comunismo», la burguesía mundial ha respondido al 80 aniversario de la revolución de Octubre con una exhibición de indiferencia y desinterés por los acontecimientos revolucionarios de aquel entonces. En muchos países, incluida la propia Rusia, ese aniversario fue tratado en los telediarios como un asunto de segunda o tercera categoría. Al día siguiente, los comentarios de la prensa subrayaban que la Revolución rusa había perdido relevancia en el mundo actual, interesando únicamente a los historiadores. Y los movimientos de protesta obrera que se estaban produciendo por las mismas fechas proporcionaron a los medios la ocasión de poner de manifiesto con notoria satisfacción que ahora «la lucha de clases se había liberado de las confusiones ideológicas y de la persecución de peligrosos ideales utópicos» ([1]).

En realidad, esa indiferencia aparente por la revolución proletaria, la cual sólo tendría interés para la «ciencia histórica» burguesa «desapasionada» es una nueva etapa cualitativamente superior en el ataque capitalista contra Octubre. Con la excusa de estudiar los resultados de las investigaciones de sus historiadores, la clase dominante ha lanzado, a través de «un debate público», una nueva campaña a escala mundial contra los «crímenes del comunismo». Este «debate» no solo culpa a los bolcheviques y a la propia Revolución rusa de los crímenes de la contrarrevolución capitalista del estalinismo, sino que les echa también la culpa, de forma indirecta, de los crímenes del nazismo dado que «el grado y las técnicas de violencia masiva fueron inaugurados por los bolcheviques y (…) los nazis se inspiraron en su ejemplo» ([2]). Para los historiadores burgueses, el crimen fundamental de la Revolución rusa fue la sustitución de la «democracia» por una ideología «totalitaria» que condujo a la exterminación sistemática del «enemigo de clase». El nazismo, nos dicen, apareció inspirándose en esta tradición no democrática de la Revolución rusa; lo único que hizo fue sustituir la «guerra de clases» por la «guerra de razas». La lección que extrae la burguesía de la barbarie de su propio sistema decadente es que la «democracia», precisamente porque no es un sistema perfecto, porque permitiría el juego de la «libertad individual», sería la más adecuada a la naturaleza humana y, por consiguiente, cualquier intento de desafiarla conduciría bien a Auschwitz bien al Gulag.

Desde 1989, el ataque burgués contra el comunismo y la Revolución rusa se fue desarrollado aprovechando el impacto del desplome de los regímenes estalinistas del Este y presentando dicho derrumbe como el hundimiento del comunismo. La burguesía no necesitaba encontrar argumentos históricos en defensa de sus mentiras. Hoy, el impacto de esas campañas ideológicas se vio progresivamente erosionado por el fiasco de la
pretendida victoria del «estilo occidental de capitalismo y democracia» desmentidos cotidianamente por el declive económico y la masiva pauperización tanto en el Oriente como en Occidente. Aunque la combatividad y sobre todo la conciencia del proletariado se vio negativamente afectada por los hechos y la propaganda en torno a la caída del muro del Berlín, la clase obrera no se adhirió masivamente a la defensa de la democracia burguesa, recuperando lentamente el camino de sus luchas y la combatividad contra los ataques capitalistas. Dentro de minorías politizadas en el proletariado renace un nuevo interés por la historia de la clase obrera en general y particularmente por la Revolución rusa y la lucha de las corrientes marxistas contra la degeneración de la Internacional en particular. Aunque la burguesía tiene la situación social inmediata relativamente controlada, su ansiedad e inquietud ante el progresivo colapso de su economía y la realidad de que el proletariado conserva intacto su potencial de combatividad y de reflexión le obligan a intensificar sus maniobras y sus ataques ideológicos contra su enemigo de clase. Esa es la razón por la que la burguesía ha montado maniobras como la huelga del sector público en diciembre de 1995 en Francia o la huelga de UPS (principal compañía privada de correos) en Estados Unidos en 1997 con el objeto específico de reforzar el control del aparato sindical. Esa es la razón, igualmente, por la cual la clase dominante ha respondido al 80º aniversario de la Revolución rusa con una riada de libros y artículos dedicados a falsificar la historia y a desprestigiar la lucha del proletariado.

Esas contribuciones no se han quedado encerradas en las universidades; muy al contrario, se han convertido en objeto de una intenso «debate» público y de intensas «controversias» con el propósito de destruir la memoria histórica de la clase obrera. En Francia, el Livre noir du communisme, que asimila las víctimas de la Guerra civil posrevolucionaria (impuesta al proletariado por la invasión de Rusia por los Ejércitos blancos contrarrevolucionarios) a las provocadas por la contrarrevolución estalinista (una contrarrevolución capitalista sufrida por el proletariado y el campesinado), en una lista indiferenciada de 100 millones de «víctimas de «crímenes del comunismo» ¡llegó a ser debatido incluso en la Asamblea nacional!. Junto a las tradicionales calumnias contra la Revolución rusa, tales como reducirla a un «golpe de Estado bolchevique», ese Livre noir ha sido utilizado para lanzar una calumnia cualitativamente nueva con un ruidoso debate, al plantear por primera vez, para ser sistemáticamente debatido, si el «comunismo» sería peor incluso que el fascismo. Los coautores de este libro pseudocientífico, en la mayoría de los casos antiguos estalinistas, exhiben ruidosamente el desacuerdo entre ellos en la respuesta a esa «pregunta». En las páginas de Le Monde ([3]) el arriba mencionado Courtois, acusa a Lenin de crímenes contra la humanidad declarando: «el genocidio de clase es lo mismo que el genocidio de raza: la muerte por hambre de los niños de los kulaks ucranianos deliberadamente abandonados al hambre por el régimen estalinista es igual a la muerte de niños judíos abandonados a la muerte en el gueto de Varsovia por el régimen nazi». Algunos de sus colaboradores, por otra parte, pero también el Primer ministro francés Jospin, consideran que Courtois ha ido demasiado lejos al poner en cuestión la «singularidad» de los crímenes nazis. En el parlamento Jospin defendió el «honor del comunismo» (identificado con el honor de sus colegas ministeriales del PCF estalinista) arguyendo que aunque el «comunismo» hubiera asesinado más gente que el fascismo, fue sin embargo menos demoníaco porque estaba motivado por «buenas intenciones». La controversia internacional provocada por este libro –desde la cuestión sobre si sus autores no han exagerado el número de víctimas para alcanzar la «cifra redonda» de 100 millones, hasta la difícil cuestión ética de si Lenin fue más demonio que Hitler– ha servido en su conjunto para desprestigiar la revolución de Octubre, el hito más importante en el camino hacia la liberación del proletariado y de la humanidad. Las protestas, en Europa, de los veteranos estalinistas de la resistencia contra Alemania en la IIª Guerra mundial no tienen otro objetivo que el de servir a la mentira según la cual la Revolución rusa fue responsable de los crímenes de su mortal enemigo: el estalinismo. Tanto el «radical» Courtois como el «razonable» Jospin, como el conjunto de la burguesía, comparten las mismas mentiras capitalistas que son la base del Livre noir. Estas incluyen la mentira, constantemente afirmada sin la menor prueba, según la cual Lenin fue el responsable del terror estalinista y la mistificación según la cual la «democracia» sería la única «salvaguarda» frente a la barbarie. En realidad toda esa exhibición masiva de pluralismo democrático de opiniones y de indignación humanitaria solo sirven para ocultar la verdad histórica que evidencia que todos los grandes crímenes de esta centuria comparten la misma naturaleza de clase burguesa, no solo los perpetrados por el estalinismo y nazismo sino también los cometidos por la democracia, desde Hiroshima y el bombardeo de Dresde ([4]) o el haber condenado a una cuarta parte de la población mundial al hambre por el capitalismo «liberal» decadente. De hecho, el debate moralista sobre cuál de los crímenes del capitalismo es más condenable es en sí mismo tan bestial como hipócrita. Todos los participantes de este pseudodebate pretenden demostrar lo mismo: todo intento de abolir el capitalismo, todo desafío a la democracia burguesa, por muy idealista o bienintencionado que sea en su origen, no lleva más que un terror sangriento.

Sin embargo, en realidad, las raíces del más grande y más largo reinado del terror en la historia y de la «paradójica tragedia» del comunismo, residirían, según Jospin o el historiador y canciller doctor Helmut Kohl, en la visión utópica de la revolución mundial del bolchevismo en el periodo original de la revolución de Octubre. La prensa burguesa alemana ha acogido el Livre noir defendiendo el carácter responsable del antifascismo estalinista contra el «loco marxismo utópico» de la revolución de Octubre del 17. Esta «locura» consistiría en intentar superar la contradicción capitalista entre trabajo asociado a escala internacional en un único mercado mundial y la competencia mortal entre Estados nacionales burgueses por el producto de este trabajo: ése sería el «pecado original del marxismo» que violaría la «naturaleza humana» en cuya defensa tanta energía pondría la burguesía.

La burguesía reproduce las viejas mentiras sobre la Revolución rusa

Mientras que en el período de la guerra fría muchos historiadores occidentales negaban la continuidad entre el estalinismo y la revolución de Octubre del 17, para así evitar que su rival oriental se aprovechara del prestigio de ese gran acontecimiento, hoy el blanco de todos sus odios ya no es el estalinismo sino el propio bolchevismo. Ahora que la amenaza de la rivalidad imperialista de la URSS ha desaparecido para siempre, no ocurre lo mismo con la amenaza de la revolución proletaria. Contra esa amenaza los historiadores burgueses dirigen hoy todas sus iras echando mano de las viejas mentiras producidas por el pánico que estremeció a la burguesía durante la Revolución rusa tales como que «los bolcheviques eran agentes pagados por los alemanes» y que Octubre fue un «golpe de Estado bolchevique». Estas mentiras propaladas en aquella época por los seguidores de Kautsky ([5]) se basaban en explotar la censura impuesta por la prensa burguesa sobre lo que realmente estaba ocurriendo en Rusia. Hoy, con más evidencias documentales a su disposición, esos prostituidos a sueldo de la burguesía arrojan las mismas calumnias que las del Terror blanco. Estas mentiras son propaladas actualmente no sólo por los enemigos declarados de la Revolución rusa sino también por sus pretendidos defensores. En el nº 5 de Anales sobre el comunismo editado por el historiador estalinista Hermann Weber y dedicado a la revolución de Octubre ([6]) la vieja idea menchevique según la cual la revolución fue prematura es resucitada por Moshe Lewin, quien acaba de descubrir que, en 1917, Rusia no estaba madura para el socialismo ni tampoco para la democracia burguesa dado el atraso del capitalismo ruso. Esta explicación alegando el atraso y la barbarie del bolchevismo es también servida en el nuevo libro A people's tragedy (Una tragedia del pueblo) del historiador Orlando Figes el cual ha creado un furor burgués en Gran Bretaña. En él se afirma que Octubre fue básicamente la obra de un hombre perverso y un acto dictatorial del partido bolchevique bajo la dictadura personal del «tirano» Lenin y de su acólito Trotski: «lo más notable en la insurrección bolchevique es que casi ninguno de los líderes bolcheviques deseaba que ocurriera unas horas antes de su comienzo» (pag. 481). Figes «descubre» que la base social de este golpe de Estado no fue la clase obrera sino el lumpen. Tras unas observaciones preliminares sobre el bajo nivel de educación de los delegados bolcheviques de los soviets (cuyos conocimientos sobre la revolución no habían sido evidentemente adquiridos en Cambridge u Oxford), Figes concluye: «fue más bien el resultado de la degeneración de la revolución urbana, y particularmente del movimiento obrero como una fuerza organizada y constructiva, con vandalismo, crimen, violencia generalizada y orgía de saqueos como principales expresiones de este estallido social (…) Los participantes en esta violencia destructiva no fue la clase obrera organizada sino las víctimas del estallido de dicha clase y de la devastación de años de guerra: el creciente ejército de desempleados; los refugiados de las regiones ocupadas, soldados y marineros que se congregaban en las ciudades; bandidos y criminales liberados de las cárceles y los jornaleros analfabetos procedentes del campo que habían sido siempre los más proclives a los disturbios y a la violencia anárquica en las ciudades. Eran los tipos semi campesinos a los que Gorki había culpado de la violencia urbana acontecida en la primavera y cuyo apoyo había atribuido a la creciente fortuna de los bolcheviques» (pag. 495). ¡Así es como la burguesía «rehabilita» a la clase obrera, lavándola de la acusación de haber tenido una historia revolucionaria!. ¡Se necesita cara dura para ignorar los hechos incontrovertibles que prueban que Octubre fue la obra de millones de trabajadores revolucionarios organizados en consejos obreros, los famosos Soviets!. Es evidentemente contra la lucha de hoy y de mañana contra la que están apuntando las falsificaciones de la burguesía.

Hoy más que nunca los líderes de la Revolución de octubre son objeto de los mayores odios y denigraciones por parte de la clase dominante. Muchos de los libros y artículos aparecidos recientemente son sobre todo requisitorios contra Lenin y Trotski. El historiador alemán Helmut Altricher, por ejemplo, empieza su libro Russland 1917 con las siguientes palabras: «En el comienzo Lenin no estaba allí». Su libro que pretende demostrar que los autores de la historia no son líderes sino las masas plantea una «apasionada defensa» de la iniciativa autónoma de los trabajadores rusos hasta que, desgraciadamente, cayeron seducidos por las «sugestivas» consignas de Lenin y Trotski que arrojaron la democracia a lo que éstos «escandalosamente» llamaban el basurero de la historia.

Aunque la última gran lucha de la vida de Lenin fue contra Stalin y la capa social de burócratas que apoyaban a éste, llamando a su revocación en su famoso Testamento, se han llenado miles de páginas para probar que Lenin designó como «sucesor» a Stalin. Particularmente fuerte es la insistencia sobre la actitud «antidemocrática». Aunque el movimiento trotskista se unió a las filas burguesas con la IIª Guerra mundial, la figura histórica de Trotski es, en cambio, particularmente peligrosa para la burguesía. Trotski simboliza como pocos el mayor «escándalo» en la historia humana: que una clase explotada expulse del poder a la clase dominante (en octubre de 1917) y que intente extender su dominio por el mundo entero (fundación de la Internacional comunista) y organice la defensa militar del nuevo poder (el Ejército rojo durante la guerra civil), y que, encima, inicie la lucha marxista contra la contrarrevolución burguesa del estalinismo: son hechos que los explotadores temen por encima de todo y quieren erradicar a toda costa de la memoria colectiva de la clase obrera: el que el proletariado arrancara el poder a la clase burguesa y se convirtiera en la clase dominante en Octubre 1917; que el marxismo fuera el detonante de la lucha proletaria contra la contrarrevolución estalinista, apoyada por toda la burguesía mundial.

Fue gracias a los esfuerzos combinados de la burguesía occidental y de la contrarrevolución estalinista si la revolución alemana acabó siendo derrotada en 1923 y el proletariado aplastado en 1933. Fue gracias a aquellos si pudieron ser derrotadas la huelga general de 1926 en Gran Bretaña, la clase obrera china durante 1926-27 o la clase obrera española en 1936. La burguesía mundial apoyó la destrucción estalinista de todos los vestigios de la dominación del proletariado en Rusia y su aniquilación de la Internacional comunista. La burguesía actual esconde que los 100 millones de víctimas del estalinismo, la aterradora cifra compilada en la salsa de la obra capitalista el Livre noir du communisme, son crímenes de la burguesía, de la contrarrevolución capitalista de la que el estalinismo es parte íntegra y que los verdaderos comunistas internacionalistas fueron las primeras víctimas de esa barbarie.

Los intelectuales demócratas burgueses que se han puesto ahora en cabeza del ataque contra Octubre, además de servirles para trepar en su carrera y aumentar sus ingresos, tienen un interés específico en imponer una histórica tabla rasa. Tienen el mayor interés en ocultar el servilismo despreciable de los intelectuales burgueses que se pusieron a los pies de Stalin en los años 30. Y no sólo fueron escritores estalinistas como Gorki, Feuchtwanger o Brecht ([7]), sino toda la crema de historiadores burgueses demócratas y moralistas desde Webb al pacifista Romain Rolland quienes deificaron a Stalin defendiendo con uñas y dientes los procesos de Moscú y propiciando la caza del hombre contra Trotski ([8]).

Una ofensiva contra la perspectiva de la lucha del proletariado

La falsificación contra la historia revolucionaria de la clase obrera es en realidad un ataque contra su lucha de clase actual. Al tratar de demoler el objetivo histórico del movimiento de la clase, la burguesía declara la guerra al movimiento de clase mismo. «Pero como quiera que el objetivo final es precisamente lo único concreto que establece diferencias entre el movimiento socialdemócrata, por un lado, y la democracia burguesa y el radicalismo burgués, por otro; y como ello es lo que hace que todo el movimiento obrero, de una cómoda tarea de remendón encaminada a la salvación del orden capitalista, se convierta en una lucha de clases contra este orden, por la anulación de este orden» ([9]).

En su momento, la separación propiciada por Bernstein entre objetivo y el movimiento de la lucha de la clase obrera a finales del siglo pasado fue el primer intento a gran escala para liquidar el carácter revolucionario de la lucha de clase proletaria.

En la historia de la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado, los periodos de crecimiento de la lucha y de desarrollo de la conciencia de clase han sido siempre períodos de difícil pero auténtica clarificación respecto al objetivo final del movimiento; mientras que los periodos de derrota llevan al abandono de dicho objetivo por la mayoría de las masas.

La época actual iniciada en 1968, se ha caracterizado, desde el principio, por el surgimiento de debates sobre el objetivo final de la lucha proletaria. La oleada de luchas internacional abierta por mayo-junio de 1968 en Francia se caracterizó por un cuestionamiento, por parte de una nueva generación de trabajadores que no había conocido la derrota ni la guerra, tanto del aparato de izquierdas del capital (sindicatos y partidos de «izquierda») como de la definición burguesa de socialismo ofrecida por estos aparatos. El final de 50 años de contrarrevolución estalinista se vio inevitable y necesariamente marcada por la aparición de una nueva generación de minorías revolucionarias.

La campaña de propaganda actual contra el comunismo y contra la revolución de Octubre, lejos de ser una cuestión académica constituye un tema central en la lucha de clases de nuestra época. Por ello requiere la respuesta más decidida de las minorías revolucionarias, de la Izquierda comunista en todo el mundo. Esta cuestión es aún más importante actualmente dado el proceso de descomposición del capitalismo. Este período de descomposición está determinado por encima de todo por el hecho de que desde 1968 ninguna de las clases decisivas de la sociedad ha sido capaz de dar un paso decisivo hacia su objetivo histórico: la burguesía hacia la guerra, el proletariado hacia la revolución. El resultado más importante de este empate histórico, que ha abierto una fase de horrorosa putrefacción del sistema capitalista, ha sido el desmoronamiento del bloque imperialista del Este gobernado por el estalinismo. Este acontecimiento ha proporcionado a la burguesía argumentos inesperados para desprestigiar la perspectiva de la revolución comunista calumniosamente identificada con el estalinismo.

En 1980, en el contexto de un desarrollo internacional de la combatividad y la conciencia iniciado en las filas del proletariado del Oeste, la huelga de masas en Polonia abrió la perspectiva de que el proletariado pudiera enfrentarse al estalinismo, destruyendo este obstáculo que entorpecía la perspectiva clasista de una revolución comunista. En lugar de ello, el hundimiento, en 1989, de los regímenes estalinistas en la descomposición ha entorpecido la memoria histórica y la perspectiva de combate de la clase, erosionando su confianza en sí misma, debilitando su capacidad para organizar su propia lucha hacia auténticas confrontaciones con los órganos controladores de izquierda del capital, limitando el impacto inmediato de la intervención de los revolucionarios en las luchas.

Ese retroceso ha hecho el camino hacia la revolución mucho más largo y más difícil que ya lo era de por sí.

Sin embargo, la ruta hacia la revolución sigue abierta. La burguesía no ha sido capaz de movilizar a la clase obrera tras objetivos capitalistas como lo hizo en los años 30. El hecho mismo de que tras 8 años celebrando la «muerte del comunismo», la burguesía se vea obligada a intensificar su campaña ideológica y a hacer más directo el ataque contra la revolución de Octubre, es una muestra de ello. La oleada de publicaciones sobre la Revolución rusa, aunque tiene como fin esencial la mistificación de los trabajadores, también expresa una advertencia de los ideólogos de la burguesía hacia su propia clase. Una advertencia para que no vuelva a subestimar nunca más a su enemigo de clase.

El capitalismo se está aproximando hoy, inexorablemente, a la crisis económica y social más grande de su historia –y de toda la historia de la humanidad en realidad– y la clase obrera sigue sin estar derrotada. ¡No es casualidad si esas eruditas publicaciones están repletas de advertencias!: «¡Nunca se debe permitir a la clase obrera dejarse llevar por tan peligrosas utopías revolucionarias!», vienen a decir.

La perspectiva revolucionaria sigue al orden del día

El impacto ideológico de las calumnias y de las mentiras contra la revolución proletaria es importante, pero no decisivo. Tras décadas de silencio la burguesía se ve obligada a atacar la historia del movimiento marxista y, por consiguiente, a admitir su existencia. Hoy los ataques no se limitan a la Revolución rusa y los bolcheviques, a Lenin y Trotski, sino que se extienden a la Izquierda comunista. La burguesía está obligada a atacar a los internacionalistas que optaron, en la IIª Guerra mundial, por el derrotismo revolucionario como Lenin durante la Primera. La acusación a los internacionalistas de hacer una apología del fascismo es una mentira tan monstruosa como las que se han arrojado sobre la Revolución rusa ([10]). El actual interés que ha surgido por la Izquierda comunista concierne solo a una pequeña minoría de la clase. Pero el bolchevismo, ese espectro que sigue recorriendo Europa y el mundo, ¿no fue acaso, durante años, más que una ínfima minoría de la clase?

El proletariado es una clase histórica dotada de una conciencia histórica. Su carácter revolucionario no es temporal, como sucedió con la burguesía revolucionaria frente al feudalismo, sino que nace del lugar decisivo que ocupa en el modo de producción capitalista. Décadas de lucha, de reflexión dentro de la clase obrera, nos respaldan. Sin embargo, necesitaremos años de tortuoso pero auténtico desarrollo de la cultura política del proletariado. En el avance de sus luchas contra los crecientes ataques a sus condiciones materiales de vida cada vez más insoportables, la clase obrera se verá obligada a confrontarse con la herencia de su propia historia y a reapropiarse la verdadera teoría marxista.

La ofensiva de la burguesía contra la Revolución rusa y el comunismo va a hacer ese proceso más largo y más difícil. Pero al mismo tiempo hace que ese trabajo de reapropiación sea más importante, más obligatorio para los sectores más avanzados de la clase.

La perspectiva abierta por Octubre 1917, la de la revolución proletaria mundial, no está muerta ni mucho menos. Esto es lo que motiva las campañas actuales de la burguesía.

Kr


[1] Declaración de los medios de comunicación alemanes sobre una manifestación de 150000 personas en Praga contra los salvajes ataques antiproletarios del gobierno de Klaus, nacido de la «revolución de terciopelo» checa de 1989.

[2] Stephane Courtois en Le Monde 9-10/11/97.

[3] Ídem.

[4] Ver «Hiroshima y Nagasaki o las mentiras de la burguesía», Revista internacional nº 83 y «Las matanzas y los crímenes de las «grandes democracias», Revista internacional nº 66.

[5] Los principales argumentos de Lenin (El renegado Kautsky) y de Trotski (Terrorismo y comunismo) contra Kautsky conservan toda su actualidad y su validez frente a la campaña burguesa de hoy.

[6] Jahrbuck für Historische Komunismusforsvhung 1997.

[7] Brecht, que entonces simpatizaba en secreto con Trotski, escribió su Galileo Galilei para justificar su propia cobardía para oponerse a Stalin. El martirio de Giordano Bruno, quien, contrariamente a Galileo, se niega a retractarse frente a la Inquisición, simboliza para Brecht la pretendida futilidad de la resistencia de Trotski.

[8] El caso del filósofo americano Dewey, quien presidió el tribunal de honor que juzgó el caso de Trotski, en lugar de redimir la vergüenza de los intelectuales demócratas burgueses de hoy, la hace, al contrario, más despreciable. Al ser capaz de juzgar y defender públicamente el honor de un revolucionario, Dewey demostró un mayor respeto y una mayor comprensión hacia el comportamiento proletario que las campañas pretendidamente objetivas, y en realidad histéricas, de la pequeña burguesía de hoy contra la defensa por la CCI del mismo principio del tribunal de honor. De hecho, con su protesta «antileninista», a los pies del anticomunismo de la burguesía occidental «triunfante» hoy, el envilecimiento de la intelligentsia pequeño burguesa ha alcanzado nuevas profundidades.

[9] Rosa Luxemburgo, Reforma o Revolución.

[10] Ver «Campañas contra el negacionismo», «El antifascismo justifica la barbarie» y «La corresponsabilidad de los aliados y de los nazis en el holocausto», Revista internacional nº 88 y 89.

 

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