Publicado en Corriente Comunista Internacional (https://es.internationalism.org)

Inicio > Revista Internacional 2000s - 100 a 139 > 2002 - 108 a 111 > Rev. Internacional nº 110, 3er trimestre 2002

Rev. Internacional nº 110, 3er trimestre 2002

  • 3505 lecturas

Para la humanidad el capitalismo no ofrece el menor porvenir

  • 2460 lecturas

Para la humanidad el capitalismo no ofrece el menor porvenir

 

Tras los atentados del 11 de septiembre, la guerra en  Afganistán y la reanudación de las matanzas en  Oriente Próximo, otros dos acontecimientos inquietantes han saltado al ruedo de la actualidad internacional‑: la amenaza de guerra entre India y Pakistán, (dos Estados con armas nucleares que desde su nacimiento como tales Estados llevan peleándose por Cachemira de manera recurrente) y la progresión de los partidos de extrema derecha en Europa occidental, lo cual ha ofrecido la oportunidad a la burguesía de agitar el espantajo fascista y montar unas campañas democráticas gigantescas.

Nada parece relacionar esos dos acontecimientos, muy alejados geográficamente y situados en planos geopolíticos totalmente diferentes. Y sin embargo tienen raíces comunes. Para comprenderlas hay que evitar a toda costa una aproximación fotográfica a lo que ocurre en el mundo, una visión fragmentada, la que consiste en analizar cada fenómeno en sí, separado del resto. El método marxista es el único se basa en un enfoque histórico, global, dialéctico, dinámico, capaz de relacionar diferentes expresiones de los mecanismos del capitalismo para darles una unidad y una coherencia; es el único capaz de integrar esos dos hechos en un marco común.

La amenaza de una guerra nuclear en India y Pakistán por un lado, y el ascenso de la extrema derecha, por otro, ilustran, bajo formas diferentes, la realidad de la fase actual de descomposición del capitalismo caracterizado por la putrefacción de raíz de la sociedad que amenaza la existencia misma de ella. La descomposición es el resultado de un proceso histórico en el que ninguna de las dos clases antagónicas de la sociedad, el proletariado y la burguesía, han sido hasta hoy incapaces de imponer su solución frente a la crisis insoluble del capitalismo. La burguesía no ha sido capaz de arrastrar a la humanidad a una tercera guerra mundial porque el proletariado de los países centrales no está dispuesto a sacrificar sus intereses en aras de la defensa del capital nacional. Pero tampoco este ha sido capaz de afirmar sus propia perspectiva revolucionaria e imponerse como única fuerza de la sociedad que pueda ofrecer una alternativa al callejón sin salida de la economía capitalista. Por esto, aunque los combates de la clase obrera han impedido que se declare una tercera guerra mundial, no han sido capaces, en cambio, de hacer cesar la locura asesina del capitalismo. De ello es testimonio el caos sanguinario que se extiende día tras día por la periferia del sistema, un caos que ha ido en continuo aumento desde el desmoronamiento del bloque del Este. La escalada de la guerra sin fin de Oriente Próximo y la actual amenaza de un conflicto nuclear entre India y Pakistán dejan bien patente, por si falta hiciera, el “no future” apocalíptico de la descomposición del capitalismo.

Por otra parte, el proletariado de los grandes países “democráticos” ha tenido que soportar de lleno los efectos de la manifestación más espectacular de la descomposición, o sea, el desmoronamiento del bloque del Este. El peso de las campañas burguesas sobre la pretendida “quiebra del comunismo”, campañas que han dañado su identidad de clase, su confianza en sí mismo y en su propia perspectiva revolucionaria, ha sido el factor principal de sus dificultades para desarrollar sus luchas y afirmarse como única fuerza portadora de porvenir para la humanidad. Sin luchas obreras masivas en los países de Europa occidental, capaces de ofrecer una perspectiva a la sociedad, el fenómeno de putrefacción de raíz del capitalismo se ha ido manifestando en la propagación, en su tejido social, de las ideologías más reaccionarias que favorecen el ascenso de los partidos de extrema derecha, algo totalmente aberrante desde el punto de vista de los intereses de la clase dominante, es una nueva ilustración del “no future” del capitalismo.

Ante la gravedad de la situación histórica actual, les incumbe a los revolucionarios contribuir a la toma de conciencia del proletariado sobre las responsabilidades que sobre sus hombros pesan. Sólo la lucha de clases en los países más industrializados podrá abrir una perspectiva revolucionaria mundial hacia el derrocamiento del capitalismo. Sólo la revolución proletaria mundial podrá acabar de una vez con el ciego desencadenamiento de la barbarie bélica, de la xenofobia y de los odios raciales.

Situación nacional: 

  • Posición imperialista [1]

Amenaza de guerra nuclear entre India y Pakistán : La locura asesina del capitalismo

  • 17355 lecturas

DESDE el mes de mayo, se han ido acumulando los nubarrones de la tor- menta de una guerra nuclear total entre India y Pakistán. Desde el atentado del 13 de diciembre de 2001 contra el Parlamento indio, las relaciones indo-pakistaníes no han cesado de degradarse. Tras el de principios de mayo de 2002 en Jammu (estado indio de Jammu y Cachemira) atribuido a terroristas islamistas, esa degradación ha desembocado en los recientes enfrentamientos en Cachemira.
El conflicto actual entre esos dos países, que hasta ahora se había limitado a los que los media nombran "duelos de artillería" por encima de una población aterrorizada, no es el primero, especialmente a causa de Cachemira, que ya ha conocido varias centenas de miles de muertos, pero nunca antes la amenaza de usar el arma nuclear había sido tan seria. Pakistán, en inferioridad, pues dispone de 700 000 soldados (mientras que India posee 1 200 000) y 25 misiles nucleares, de menor alcance (mientras que India posee 60), "había anunciado claramente que frente a un enemigo superior, estaba dispuesto a lanzar un ataque nuclear" (The Guardian, 23 mayo de 2002). India, por su parte, intenta deliberadamente arrastrar al enfrentamiento militar abierto. El objetivo de Pakistán es, en efecto, desestabilizar Cachemira y hacer que esta región caiga de su lado, a través de guerrillas y grupos infiltrados. India, por su parte, tiene el mayor interés en atajar ese proceso mediante un enfrentamiento directo.
Por eso les ha entrado una verdadera inquietud a las burguesías de los países desarrollados, la norteamericana y la británica en primer término (1), de encontrarse ante una catástrofe que podría producir millones de muertos. Y, tras el fracaso de la conferencia de países de Asia central, celebrada en Kazajistán a primeros de junio, orquestada por un Putin, teledirigido para la ocasión por la Casa Blanca, se ha necesitado todo el peso de Estados Unidos enviando al secretario de estado de Defensa, Donald Rumsfeld, a Karachi e interviniendo Bush directamente ante los dirigentes indios y pakistaníes, para que bajara la tensión. Pero como lo reconocen los propios dirigentes occidentales, los riesgos de un patinazo sólo momentáneamente han sido postergados. Nada está arreglado.


India y Pakistán, una rivalidad insuperable


Cuando se partió el antiguo imperio británico de las Indias en 1947, y de él nacieron (además de Sri Lanka y Birmania) los estados independientes de India y Pakistán occidental y oriental, la burguesía inglesa y, con ella, su aliada estadounidense, sabían perfectamente que estaban fabricando dos naciones rivales de nacimiento. Siguiendo el refrán "divide y vencerás", el objetivo de semejantes recortes artificiales era debilitar, en sus fronteras oriental y occidental, a ese inmenso país cuyo dirigente Nehru había declarado su deseo de mantenerse "neutral" respecto a las grandes potencias y de hacer de India una superpotencia regional. En el período inmediato de posguerra en que se estaban dibujando ya los bloques del Este y del Oeste, el acceso a la independencia de India significaba, en efecto, para una Gran Bretaña ferozmente antirrusa y unos Estados Unidos que intentaba imponer su hegemonía en el mundo, el riesgo de verla pasarse al enemigo soviético.
Cuando se forma la "democrática" "nación" india bajo la dirección del pandit, tres regiones, entre las cuales el futuro estado de Jammu y Cachemira, que debían formar parte de Pakistán, fueron anexionadas a la fuerza por India, primera expresión de una manzana de la discordia permanente que se cristalizaba en reivindicaciones territoriales. Toda la historia de esos dos países está jalonada por enfrentamientos bélicos a repetición en los que el gobierno de Nueva Delhi, en general a la ofensiva, intenta ganar zonas que considera que le pertenecen por "naturaleza". Así fue con la guerra de Cachemira en 1965, las de 1971 en Pakistán oriental (que será el Bangladesh actual) y en Cachemira, hasta el conflicto de este año.
El interés de la burguesía india no se limita, sin embargo, a la necesidad de expansión inherente a todo imperialismo. Radica en la necesidad de que el Estado indio sea reconocido como superpotencia con la que se debe contar, no sólo ante la llamada "comunidad internacional" de los Grandes, sino también frente a su rival principal, China. Pues tras la permanente agresividad de India hacia Pakistán hay que ver la competencia fundamental con China por la plaza de "gendarme" del Sureste asiático.
En 1962, la guerra chino-india y la victoria de Pekín revelaron a la burguesía india que China era su peor enemigo, al igual que la mediocridad de su propio armamento. Lo que el Estado indio procura hacer es tomarse la revancha contra China. La guerra en Pakistán oriental en 1971 debe ya entenderse en ese marco de hostilidad imperialista que anima a ambas burguesías. Es evidente que hoy un conflicto de gran envergadura entre India y Pakistán que dejara exangüe a éste e incluso borrado del mapa, sería un revés para un Estado chino que había puesto todas sus fuerzas en apoyar a Islamabad. No es casualidad si fue China, cuando la URSS "regaló" el arma nuclear a India como sello del "Pacto de cooperación" entre ambos países, quien hizo lo mismo con Pakistán, con el beneplácito estadounidense, para así rebajar las pretensiones indias.


La hipocresía de las grandes potencias


Las grandes potencias, EE.UU en cabeza, están hoy sin lugar a dudas muy inquietas ante la posibilidad de que estalle una guerra nuclear entre India y Pakistán, pero no es evidentemente por razones humanitarias, ni mucho menos. La preocupación que tienen es, ante todo, impedir que se produzca una nueva etapa en la agravación de la tendencia de "cada uno para sí" que hoy impera en el planeta desde que se hundió en bloque del Este y la desaparición tras él del que fue su rival del Oeste. Durante el periodo de guerra fría que siguió a la Segunda Guerra mundial, las rivalidades entre Estados estaban bajo el control de la necesaria disciplina de bloques y reguladas por esa disciplina. Ni siquiera un país como India que intentaba ir por su cuenta y sacar partido a la vez del potencial militar del Este y de la tecnología del Oeste, tenía campo libre para imponerse como gendarme del Sureste asiático. Hoy los Estados dan rienda suelta a sus ambiciones. Ya en 1990, un año apenas después del desmoronamiento del bloque ruso, la amenaza de guerra nuclear entre India y Pakistán tuvo que ser conjurada mediante las presiones de EE.UU.
Puede uno darse cuenta de la intensidad alcanzada por el antagonismo entre esas dos potencias nucleares de segundo orden por las propias dificultades de EE.UU para imponer su voluntad en la región. Apenas unos meses después de haber dado una importante demostración de fuerza en Afganistán, con el fin de obligar a otros Estados a alinearse tras EE.UU, dos de sus aliados en esta guerra se enfrentan. He aquí una región más, en la que EE.UU quería imponer su orden por medios militares, amenazada de desastre.
Desde el final de la Guerra fría, EE.UU ha lanzado operaciones militares de gran envergadura para afirmar su dominio sobre el mundo como única superpotencia mundial. Tras la Guerra del Golfo de 1991, en lugar de nuevo orden mundial, lo que hemos visto ha sido el estallido de la región balcánica, acompañado de los horrores de la guerra y de una insondable miseria ahora permanente. En 1999, tras la demostración de fuerza americana contra Serbia, las potencias imperialistas europeas han seguido oponiéndose abiertamente a la política estadounidense, en especial sobre el tema del "escudo antimisiles" cuya realización está acelerando Bush a toda velocidad. Y también ha sido para mostrar esa voluntad si EE.UU está machacando Afganistán, con el pretexto de los atentados del 11 septiembre.
Ya sean grandes potencias como Alemania, Francia o Gran Bretaña, ya sean potencias regionales como Rusia, China, India e incluso Pakistán, todas se ven abocadas a lanzarse a mutuo degüello en peleas cada vez más destructoras. Y de ello es una ilustración patente el actual conflicto entre India y Pakistán, que, junto a la posguerra en Afganistán, es el ojo del huracán.
En una situación general semejante, de caos y de "cada uno para sí", provocada en primer término por las tensiones crecientes entre grandes potencias, la hipocresía de éstas ha aparecido una vez más ante el mundo. Expresando la inquietud de las burguesías "civilizadas" ante la posibilidad de estallido de un conflicto nuclear, sus medios de comunicación señalan con el dedo al presidente pakistaní, Musharraf, y al primer ministro indio, Vajpayee, tildándolos de irresponsables que parecen "no darse cuenta de la verdadera escala del desastre que resultaría del uso de armas atómicas, incapaces de no ver que las consecuencias serían la destrucción total de sus países" (The Times, 1 junio de 2002).
¡Es como el cerdo llamando cochino al burro! ¿Serían las grandes potencias "responsables"? Sin duda, sí, responsables de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki al final de la Segunda Guerra mundial, responsables de la proliferación espantosa de armas nucleares durante toda la Guerra fría, responsables de su acumulación so pretexto de que la "disuasión nuclear", el "equilibrio del terror" (!) serían la mejor garantía de paz. Y son hoy esos países desarrollados los que siguen poseyendo los depósitos más importantes de armas de destrucción masiva, incluidas las nucleares.


La lucha antiterrorista, un pretexto y una mentira


Para la mayoría de los media, esta situación se debería al "fundamentalismo religioso". Para la clase dominante india, los responsables de los atentados terroristas en Cachemira y contra el Parlamento indio son los fundamentalistas islamistas apoyados por Pakistán. Del otro lado, la clase dominante pakistaní denuncia los excesos nacionalistas del fundamentalismo hindú del BJP, partido en el poder en India, y en especial su represión contra los "combatientes de la libertad" en Cachemira.
En India, el BJP utiliza los atentados terroristas en Cachemira y en el resto de India para justificar sus amenazas militares contra Pakistán. Mientras tanto, ese partido estaba involucrado en las matanzas intercomunitarias que ocurrieron en el Estado de Gujarat, durante las cuales cientos de fundamentalistas hindúes fueron quemados vivos en un tren por militantes islamistas y después, en represalia, fueron asesinados miles de musulmanes. Paralelamente, la burguesía pakistaní no sólo ha intentado desestabilizar a India aportando su apoyo a la lucha organizada en Cachemira contra la dominación india, sino también denunciando algo que es cierto: que India apoya a grupos terroristas en Pakistán.
Y también inyectando constantemente el nacionalismo más violento en ambos campos, los explotadores arrastran a amplias capas de la población en apoyo de sus ambiciones imperialistas. El uso de los nacionalismos, de los odios raciales y religiosos, no es desde luego algo nuevo ni propio de los países de la periferia del capitalismo. Las burguesías de los principales países capitalistas han transformado esas manipulaciones en un verdadero arte. Durante la Primera Guerra mundial, cada campo acusó al otro de ser el "mal" y una "amenaza para la civilización". En los años 30, Hitler y también Stalin usaron el antisemitismo y el nacionalismo para movilizar a las poblaciones. Los Aliados "civilizados" lo hicieron todo por atizar la histeria anti-alemana y anti-japonesa, con el uso cínico del Holocausto para justificar los bombardeos sobre la población alemana y con el punto culminante del horror nuclear contra Japón por dos veces. Durante la Guerra fría, los dos bloques cultivaron odios parecidos para ajustarse las cuentas. Y desde 1989, en nombre de lo "humanitario", los dirigentes de las grandes potencias han permitido que se multiplicaran las "limpiezas étnicas" y han atizado los odios religiosos y raciales que han llevado a tantas regiones del planeta a una sucesión de guerras y de carnicerías.


Una amenaza de primer orden contra la clase obrera y el resto de la humanidad


La clase obrera es una amenaza y por eso el capitalismo necesita usar todas las mentiras a su disposición para ocultar la verdadera naturaleza imperialista de sus guerras y desviar así a la clase obrera del camino de su propio combate de clase. Localmente, en Asia del Sureste, la clase obrera no da muestras de una combatividad capaz de hacer cesar una guerra. Internacionalmente, la clase obrera está en un estado momentáneo de impotencia frente a un capitalismo que se desgarra, con el peligro de ver millones de cadáveres en unos cuantos minutos por los suelos de una región del planeta.
Y sin embargo la única fuerza histórica capaz de parar el carro incontrolable y destructor del capitalismo en plena descomposición sigue siendo el proletariado internacional y, sobre todo, el de los países centrales del capitalismo. Éste, mediante del desarrollo de sus luchas por la defensa de sus propios intereses, podrá mostrar a los obreros del subcontinente asiático y de otras zonas del mundo que existe una alternativa de clase al nacionalismo, al odio religioso y racial, a la guerra. Es pues una enorme responsabilidad la que incumbe al proletariado de los países centrales del capitalismo. No debe éste perder de vista que al defender sus intereses de clase también posee entre sus manos el porvenir de la humanidad.
Ante la locura del capitalismo en decadencia, el proletariado internacional debe recuperar la consigna: "Proletarios de todos los países, ¡uníos!". El capitalismo no podrá sino arrastrarnos a la guerra, la barbarie y la destrucción total de la humanidad. La lucha de la clase obrera es la clave de la única alternativa posible: la revolución comunista mundial.

ZG (18 de junio de 2002)

Geografía: 

  • India [2]
  • Pakistán [3]

Cuestiones teóricas: 

  • Guerra [4]

Alza de la extrema derecha en Europa : ¿Existe hoy un peligro fascista?

  • 11917 lecturas
LOS HECHOS recientes han venido a ilustrar el auge de los partidos de extrema derecha (los llamados "populistas") en Europa:
- la inesperada presencia de Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas con 17 % de votos en la primera;
- el ascenso fulgurante y espectacular de la "lista Pim Fortuyn" en Holanda (Fortuyn fue asesinado unos días antes de las elecciones; tuvo grandiosos funerales de máxima difusión que nutrieron una auténtica histeria nacionalista). Esa lista arrambló 26 escaños de 150, entrando así en el Parlamento una fuerza política inexistente tres meses antes.
Esos hechos no son algo aislado. Se integran en una tendencia más general que se ha expresado en los países de Europa occidental en los últimos años:
- en Italia, en donde al gobierno actual de Berlusconi dispone de la alianza y el apoyo de las dos formaciones de extrema derecha que ya fueron sus socios gubernamentales entre 1995 y 1997: la Liga Norte de Umberto Bossi y la Alianza Nacional (ex-MSI) de Gianfranco Fini;
- en Austria, el FPÖ de Jorg Haider entró en el gobierno y comparte el poder desde octubre de 1999 con el partido conservador;
- en Bélgica, en donde el Vlaams Blok obtuvo 33 % de sufragios en las elecciones municipales de Amberes en octubre de 2000 y cerca del 10 % en las últimas legislativas y europeas (más del 15 % en Flandes);
- en Dinamarca, país cuyas endurecidas leyes contra la inmigración han sido presentadas en la cumbre de Sevilla del 21 y 22 de junio como modelo para Europa, el Partido del Pueblo Danés, tenor de los discursos más abiertamente xenófobos, representa el 12% del electorado y aporta su apoyo al Partido Liberal Conservador en el poder;
- en Suiza, tras una campaña centrada casi exclusivamente contra la emigración, la Unión Democrática de Centro obtuvo 22,5 % de votos en las legislativas de octubre de 1999;
- también el llamado Partido del Progreso (más de 15 % del electorado en las legislativas de 1997) tiene una influencia importante en Noruega.


Contrariamente a los años 1930, los progresos de la extremaderecha en Europa no significanni mucho menos una amenazade fascismo hacia el poder.

¿Qué sentido tiene este fenómeno? ¿Se estará extendiendo una nueve "peste parda" por Europa? ¿Existe de verdad un peligro fascista? ¿Podría un régimen fascista alcanzar el poder? Eso es lo que nos quieren hacer tragar las ensordecedoras campañas de la burguesía con el objetivo de arrastrar a la población y a la clase obrera especialmente hacia una "movilización ciudadana" contra el "peligro fascista" tras las banderas de la defensa de la democracia burguesa y de sus "partidos democráticos", como así ha ocurrido en Francia entre las dos vueltas de las elecciones presidenciales.
La respuesta es negativa, por mucho que lo pretenda la burguesía, la cual intenta hacer una amalgama entre la situación actual y el auge del fascismo en los años 30. Tal paralelo es totalmente falso; es una mentira, pues la situación histórica es totalmente diferente.
En los años 1920 y 1930, la instalación en el poder de regímenes fascistas fue favorecida y apoyada por amplias fracciones de la clase dominante, especialmente por los grandes grupos industriales. En Alemania, desde Krupp hasta Siemens pasando por Thyssen, Messerschmitt, IG Farben, agrupados en cárteles (Konzerns), fusiones de capital financiero e industrial, que controlan los sectores clave de la economía de guerra desarrollada por los nazis: carbón, siderurgia, metalurgia. En Italia, los fascistas son también subvencionados por la gran patronal italiana de la industria de armamento y de suministros bélicos (Fiat, Ansaldo, Edison) y después por el conjunto de los industriales y financieros centralizados en la Confindustria o la Asociación bancaria. Frente a la crisis, la emergencia de los regímenes fascistas correspondió a las necesidades del capitalismo, especialmente en los países vencidos y perjudicados tras el primer conflicto mundial (1914-18), obligados para sobrevivir a lanzarse a la preparación de una nueva guerra mundial para obligar a un nuevo reparto del pastel imperialista. Para ello, concentraron todos los poderes en el Estado, aceleraron la instauración de una economía de guerra, militarizaron el trabajo e hicieron silenciar todas las disensiones internas de la burguesía. Los regímenes fascistas fueron la respuesta directa a esa exigencia del capital nacional. No fueron otra cosa, al igual que el estalinismo, sino una de las expresiones más brutales a la tendencia general hacia el capitalismo de Estado. El fascismo no fue ni mucho menos la manifestación de una pequeña burguesía desposeída y amargada por la crisis, por mucho que esta clase le sirviera con creces de masa de maniobra, sino que fue una expresión de las necesidades de la burguesía en unos determinados países y en un determinado momento histórico.
Hoy, en cambio, los "programas económicos" de los partidos populistas son o inexistentes, o inaplicables desde el punto de vista de los intereses de la burguesía. No son ni serios ni dignos de crédito. Su aplicación (por ejemplo la retirada de la Unión europea que propone un Le Pen en Francia) implicaría una incapacidad total para mantener la competencia económica en el mercado mundial frente a los demás capitales nacionales. La aplicación de los programas de los partidos de extrema derecha sería una catástrofe segura para la burguesía nacional. Semejantes propuestas retrógradas y delirantes no pueden sino ser rechazadas desdeñosamente por todos los sectores responsables de la cada economía nacional.
Así, para acceder al poder, los partidos "populistas" actuales están obligados a renegar de sus programas, a dejar de lado su parafernalia ideológica y a reconvertirse en ala derecha ultraliberal y proeuropea, como el MSI de Fini en Italia, por ejemplo, que en 1995 rompió con la ideología fascista para adoptar una doctrina liberal y ultraeuropea. Igual que el FPÖ de Haider en Austria que ha tenido que alinearse con un "programa responsable y moderado" para poder ejercer responsabilidades gubernamentales.
Y mientras que el fascismo constituyó el eje de un bloque imperialista en torno a Alemania en la preparación de la IIª Guerra mundial, hoy, en cambio, los partidos populistas son incapaces de hacer surgir y representar una opción imperialista particular.
La otra gran condición indispensable para la instauración del fascismo es la derrota física y política del proletariado. De igual modo que el estalinismo, el fascismo es una expresión de la contrarrevolución en unas condiciones históricas determinadas. Su acceso al poder se vio favorecido por el aplastamiento y la represión directa de la oleada revolucionaria de 1917/1923. Fue el aplastamiento sangriento en 1919 y 1923 de la revolución alemana, fueron los asesinatos de revolucionarios como Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, perpetrados por la izquierda del aparato político de la burguesía, la socialdemocracia, lo que permitió la llegada del nazismo. Fue la represión de la clase obrera, tras el fracaso del movimiento de las ocupaciones de fábrica en el otoño de 1920, por las fuerzas democráticas del gobierno Nitti lo que abrió el camino al fascismo italiano. Nunca habría podido la burguesía imponer el fascismo si las fuerzas "democráticas", y sobre todo las de la izquierda de la burguesía, no se hubieran encargado previamente de aplastar al proletariado allí donde éste constituyó la amenaza más fuerte y más directa contra el sistema capitalista.
Y fue precisamente esa derrota de la clase obrera lo que dejó cancha libre a un curso hacia la guerra mundial. El fascismo fue ante todo una forma de alistamiento de la clase obrera en la guerra para uno de los dos bloques imperialistas, del mismo modo que el antifascismo, en los países llamados "democráticos", lo fue en el campo contrario (véase nuestro folleto Fascismo y democracia, dos expresiones de la dictadura del capital, en francés).
Eso no está ocurriendo hoy. La clase obrera se mantiene en una dinámica de enfrentamientos de clase desde finales de los años 60. A pesar de sus retrocesos y de sus dificultades para afirmarse en su terreno de clase, la clase obrera no está derrotada, no ha conocido una derrota decisiva desde entonces. No se encuentra en un curso contrarrevolucionario. Hay ya una condición objetiva que impide a la burguesía ir hacia una guerra mundial: la incapacidad para ella, desde la implosión de la URSS, de formar dos bloques imperialistas rivales. Pero, sobre todo, hay otro factor determinante para afirmar que no tiene cancha libre, y es que no ha logrado encuadrar masivamente al proletariado de los países centrales del capitalismo tras la defensa del capital nacional hacia la guerra, ni encaminarlo hacia un apoyo ciego a las incesantes cruzadas imperialistas.
Por todas esas razones, no existe el menor peligro de un retorno de regímenes fascistas, un peligro que la burguesía agita como un espantajo.
La aparición actual de los partidos populistas se inscribe, por lo tanto, en un contexto muy diferente al de los años 30.


La aparición de las ideologíasde extrema derecha es unaexpresión de la descomposicióndel capitalismo

¿Cómo explicar ese fenómeno? El ascenso de los partidos "populistas" es una expresión característica de la putrefacción de raíz de la sociedad capitalista (1), de la disgregación del tejido social y de la degradación de las relaciones sociales que afectan a todas las clases de la sociedad, incluida una parte de la clase obrera. El alza de los partidos de extrema derecha corresponde al resurgir de una yuxtaposición de las ideologías más reaccionarias y retrógradas que han ido acumulando los sectores de la burguesía más atrasados y trasnochados, que el capitalismo ha ido dejando en la cuneta en todas las fases históricas, en especial la pequeña burguesía del comercio y del campo: el racismo, la xenofobia, la exaltación autárquica de la "preferencia nacional". Se apoyan en las manifestaciones actuales de las contradicciones del capitalismo en crisis, como el desempleo, la inmigración (2), la inseguridad, el terrorismo, para suscitar sentimientos de frustración y rencor, de miedo al futuro, de miedo al "extranjero", al vecino de tez oscura, el miedo y el odio al "otro", la obsesión "de seguridad", el repliegue hacia sí (corolario de "cada uno para sí" de la competencia capitalista), la atomización, ingredientes todos de la descomposición del tejido social. Es la expresión ideológica de una revuelta desesperada y sin porvenir, la expresión del "no future" de la sociedad capitalista que sólo desemboca en el nihilismo.
Esos temas segregados o reactivados por la descomposición del capitalismo se han visto favorecidos estos últimos años por varios factores.
El desmoronamiento del bloque del Este y la guerra en Yugoslavia han sido los catalizadores. Los éxodos provocados por la miseria y la barbarie bélica han creado unos flujos migratorios importantes procedentes de Europa del Este y de la cuenca mediterránea.
"El efecto 11 de septiembre" ha reforzado el clima de pánico, el sentimiento de inseguridad, la tendencia a la amalgama entre Islam y terrorismo y, por consiguiente, la xenofobia. Y el conflicto de Oriente Medio ha reactivado las manifestaciones de antisemitismo. Esto va paralelo con otras expresiones de la descomposición, como el fanatismo religioso (3). El fenómeno es, sin embargo, más amplio: en Estados Unidos, los portavoces de una derecha dura, xenófoba y securitaria, sobre todo desde el 11 de septiembre, marcan puntos. En Israel, los pequeños partidos extremistas religiosos o la fracción de Netanyahu, de marcada tendencia ultraderechista, ejercen una presión permanente para "radicalizar" las acciones del gobierno de Sharon. El fenómeno no es pues únicamente europeo u occidental, sino que se desarrolla a escala internacional.
La gangrena de la descomposición afecta en primer término a la clase que la segrega, la burguesía, para la cual es una espina clavada en el pie, una espina que le crea problemas y que ha podido provocar patinazos incontrolados como el de los resultados de Le Pen en Francia. Ha sido la burguesía, sobre todo en ese país, la que incitó por razones de politiquería a que los partidos populistas tengan representación en el Parlamento, aunque ahora ese fenómeno tienda a írsele de las manos.
La implantación desigual y los éxitos electorales de esos partidos revelan una conjunción de varios factores:
* Dependen de la fuerza o de la debilidad de la burguesía nacional. En Italia, las debilidades y las divisiones internas de la burguesía, incluido también el aspecto imperialista, tienden a hacer resurgir una derecha populista importante. En Gran Bretaña, al contrario, la casi inexistencia de un partido de extrema derecha se debe a la experiencia y al mayor control del juego político por parte de la burguesía de ese país. De hecho, las ideas de extrema derecha están representadas como simple tendencia en el seno del partido conservador, a la vez que puede observarse la capacidad del gobierno laborista de Blair para navegar por corrientes de extrema derecha, como ocurre con el endurecimiento actual de las medidas contra la inmigración.
* También dependen de las condiciones específicas, que varían de un país a otro. En Alemania, por ejemplo, la extrema derecha no tiene la menor posibilidad de ir más allá que unos cuantos gropúsculos, a causa de la persistencia del sentimiento de culpabilidad de la población en relación con el pasado nazi del país. En cambio, el éxito de Heider se ha visto favorecido por el hecho de que en Austria, la Anschluss (la unión de Austria a la Alemania nazi en una única entidad nacional entre 1938 y 1945) no provocó tal sentimiento de culpabilidad de modo que el nazismo ha mantenido cierto arraigo en parte de la población.
* En fin, el éxito de los partidos "populistas" depende en gran medida del carisma del "jefe". El ejemplo más evidente es el del éxito de Le Pen en Francia, típico brontosaurio de la extrema derecha, antiguo torturador de la guerra de Argelia y diputado pujadista (4) de esa época, mientras que el MNR de Megret (escisión del FN de Le Pen favorecida en 1998 por el resto de la burguesía para debilitar a la extrema derecha), que se llevó consigo a la mayoría de los "mandos" y de los "pensadores" del aparato, se ha quedado marginado. Seis semanas después del "efecto Le Pen" en las presidenciales francesas, el Frente nacional no dispone de un solo diputado en el parlamento tras unas legislativas a las que no se presentaba el "jefe". Ese fue el caso también de Pim Fortuyn cuyo renombre se basaba en una excéntrica y provocadora "personalidad", pero que construyó sin embargo su partido, variopinto revoltijo contestatario del "establishment" político, en torno a temas de lo más trillado como el respeto del orden y otros temas dignos del más rancio pujadismo de salón.
La dominación ideológica de los temas populistas corresponde ante todo a las características del período, existan o no partidos que las representen electoralmente. En la España actual, por ejemplo, no existe partido de extrema derecha constituido, pero sí existe una fuerte xenofobia que se ha cebado en particular en los temporeros agrícolas emigrados a Andalucía, obreros que deben soportar periódicamente verdaderas "cazas al hombre".
Para la clase obrera, esa ideología reaccionaria, como todos los productos de la descomposición, es un auténtico veneno que intoxica y pudre las conciencias individuales, y es un gran obstáculo contra el desarrollo de la conciencia de clase. Pero la influencia y el grado de nocividad de esa ideología en esa conciencia deben ser evaluados en el contexto más general de la relación de fuerzas entre las clases e integrarse en un análisis más amplio del período y no de hoy para mañana. Afecta a las capas más marginales y "lumpenizadas" del proletariado, pero éste posee el más poderoso, único en realidad, antídoto contra semejante ideología, o sea, el desarrollo de la lucha de clase en un terreno radicalmente opuesto a los temas reaccionarios del "populismo". Los proletarios no tienen patria, son una clase de emigrantes, unidos entre sí por los mismos intereses de clase, sea cual sea su origen o color de piel, sus luchas se cimientan en la solidaridad internacional de los obreros. En realidad, esa ideología letal que deben soportar solo puede afectar a los proletarios si están aislados, atomizados, si están reducidos a su condición de "ciudadanos", y no se expresan como clase en lucha.
Y es ahí donde cobra todo su sentido ese desencadenamiento de campañas ideológicas jaleadas por la burguesía sobre el pretendido peligro fascista. La burguesía demuestra así su capacidad para utilizar los miasmas de su propia descomposición contra la conciencia de clase de los proletarios. Es la burguesía la que utiliza sus propias circunstancias contra la conciencia de clase de los proletarios. Procura aprovecharse de la falta de confianza de la clase obrera en sus propias fuerzas, de su desorientación, de los retrocesos momentáneos de su conciencia y de las dificultades actuales de la lucha de clases para que no se afirme su perspectiva revolucionaria. La burguesía anima a los obreros a que se movilicen tras la defensa de la democracia burguesa, detrás del Estado burgués contra el pretendido peligro fascista. La burguesía suscita y propaga el miedo a la extrema derecha por dos razones:
- por un lado, eso le permite someter a la población a la defensa del Estado. Con la pretensión de querer "tomarle la delantera" a los partidos populistas, aquélla intenta dar crédito a la idea, mediante "debates de sociedad" y la "concertación social", de que debe reforzarse el Estado para que éste dé más seguridad, con más medios para su policía, con un control más estricto de la inmigración, etc.;
- por otro lado, empuja a la clase obrera en particular a que adopte ese mismo comportamiento: echarse en brazos del Estado "democrático", haciéndole participar, a través de diversos movimientos asociativos y "ciudadanos" suscitados y animados por los partidos de izquierda y los sindicatos, en la defensa de ese mismo Estado, una defensa basada en la ilusión del "Estado de los ciudadanos", algo así como "el Estado somos nosotros". Se trata de una operación para anegar la conciencia de clase en una "conciencia ciudadana", que ni es conciencia ni es nada.
Frente a esa operación la clase obrera corre los peores peligros de perder de vista su identidad de clase.
Aunque las campañas antifascistas de la burguesía no pueden hoy tener la función de alistamiento directo del proletariado en la guerra, conservan en cambio, más que nunca, la función de servir de trampa mortal en el desarme de la clase obrera. Ésta no deberá nunca dejarse encadenar a las campañas democráticas y antifascistas que la empujan a abandonar su terreno de clase en provecho de la defensa de la democracia burguesa.

Win



1) No volveremos aquí sobre nuestro marco de análisis de la descomposición, que hemos desarrollado ya ampliamente en nuestra prensa. Por ello, recomendamos a nuestros lectores los principales artículos sobre el tema, en especial, la Revista internacional no 57 (2o trimestre 1989) y la no 62 (3er trimestre 1990). 2) La inmigración, como la emigración, siempre han formado parte de la vida del capitalismo, que siempre ha obligado al campesinado arruinado o a los proletarios sin trabajo a marcharse de su país de origen para buscar trabajo donde sea. En las condiciones actuales de crisis del capitalismo, la immigración tiene sin embargo particularidades, o sea que las oleadas masivas de immigrados huyendo del hambre vienen a amontonarse en verdaderos ghettos en los que no tienen la más mínima esperanza de encontrar un trabajo que les permitiría integrar las filas de los obreros asalariados. 3) Léanse nuestros artículos sobre el islamismo en la Revista internacional n° 109 y en este número. 3 El pujadismo ("poujadisme") fue un movimiento (cuyo nombre le viene de su promotor, Pierre Poujade) que obtuvo unas cuantas decenas de diputados en el Parlamento francés; se granjeó cierto prestigio en los años 50 entre los pequeños comerciantes y empresarios, apoyándose en las reivindicaciones corporativistas de los sectores más retrógrados de la pequeña burguesía como la reducción del impuesto sobre la renta, la rebaja de contribuciones sociales, la supresión de toda tasa profesional.

Geografía: 

  • Europa [5]

Cuestiones teóricas: 

  • Descomposición [6]
  • Fascismo [7]

Documentos de la vida de la CCI - El combate por la defensa de los Principios Organizativos

  • 3108 lecturas

Conferencia extraordinaria de la CCI - El combate por la defensa de los Principios organizativos

a principios de este año la CCI  tomó la decisión de transformar el  XVº Congreso de su sección en Francia en Conferencia internacional extraordinaria. Decisión motivada por la existencia en su seno de una crisis organizativa que se manifestó brutal y abiertamente, de la noche a la mañana, tras su XIVº Congreso internacional en abril de 2001.

Esta crisis acarreó la salida de nuestra organización de un cierto número de militantes que desde hace varios meses se habían reagrupado en lo que ellos han denominado la “fracción interna de la CCI”. Como veremos más adelante, la Conferencia tomó acta de que esos militantes se habían colocado ellos solos, deliberadamente, fuera de nuestra organización, aunque después digan a quien quiera escucharlos que han sido “excluidos”.

Aunque la Conferencia dedicó la mayor parte de sus trabajos a cuestiones organizativas, también analizó la situación internacional adoptando una Resolución que publicamos en este mismo número de la Revista internacional.

El objetivo de este artículo es dar cuenta de lo esencial de los trabajos de la Conferencia, la naturaleza de sus discusiones y decisiones sobre cuestiones organizativas, pues ése era su objetivo principal. Igualmente dará cuenta de nuestro análisis sobre la pretendida “fracción interna” de la CCI que se presenta ahora como la verdadera continuidad de las adquisiciones organizativas de la CCI, y que no es otra cosa sino un agrupamiento parásito como otros que la CCI y otros grupos del medio político proletario hemos tenido que enfrentar en diversas ocasiones en el pasado. Pero antes de tratar estas cuestiones es preciso abordar algo que hoy es objeto de numerosas incomprensiones por parte del medio político proletario: la importancia para las organizaciones comunistas de las cuestiones de funcionamiento.

Se han hecho, en efecto, comentarios que hemos leído y escuchado en numerosas ocasiones de que “la CCI está obsesionada por las cuestiones organizativas”, o bien “los artículos que hace sobre estas cuestiones no tienen ningún interés, pues se trata de su ‘cocina’”. Este tipo de afirmaciones sería más comprensible en boca de no militantes incluso simpatizantes de la Izquierda comunista. Cuando no se es miembro de una organización política proletaria es, evidentemente, más difícil ver en su total dimensión los problemas de funcionamiento que una organización puede encontrar. Dicho esto, lo más sorprendente es constatar que este tipo de comentario proviene de gente organizada en grupos políticos. Es una de las manifestaciones de la debilidad actual del medio político proletario como resultado de la ruptura orgánica y política entre sus organizaciones y las del movimiento obrero del pasado, resultado de la contrarrevolución que se abatió sobre la clase obrera desde finales de 19[1]20 hasta finales de los años 60.

Por todo esto, antes de abordar las tareas de la Conferencia, vamos a empezar haciendo un breve recordatorio de algunas de las lecciones de la historia del movimiento obrero sobre las cuestiones organizativas, basándonos en particular en la experiencia de las dos organizaciones más punteras al respecto: la Asociación internacional de trabajadores (AIT) o Primera internacional (donde militaron Marx y Engels) y el Partido obrero socialdemócrata de Rusia (POSDR) del que salió el Partido bolchevique que estuvo a la cabeza de la única revolución proletaria victoriosa hasta que su aislamiento internacional provocara su degeneración. Vamos a evocar en especial dos congresos de esas organizaciones en los que las cuestiones organizativas fueron el eje central: el Congreso de 1872 de la AIT y el Congreso de 1903 del POSDR que condujo a la formación de las fracciones bolchevique y menchevique que desempeñaron papeles totalmente opuestos en la revolución de 1917.

La AIT se fundó en Londres, en septiembre de 1864, a iniciativa de cierto número de obreros ingleses y franceses. De entrada se dotaron de una estructura de centralización, el Consejo central que tras el Congreso de Ginebra de 1866 pasaría a llamarse Consejo general. Rápidamente la AIT (la “Internacional” como desde entonces la llamarán los obreros) se convierte en una “potencia” en los países avanzados. Hasta La Comuna de París de 1871 agrupa a cantidades crecientes de obreros y es un factor de primer plano en el desarrollo de las dos armas esenciales del proletariado: su organización y su conciencia. Por ello será objeto de los ataques más encarnizados de la burguesía: calumnias en la prensa, infiltración policial, persecución de sus miembros, etc. Pero fueron los ataques procedentes de sus propias filas contra su modo de organización lo que supuso el mayor de los peligros que atravesó.

Ya desde el momento de la fundación de la AIT, cuando las secciones parisinas (fuertemente influenciadas por las concepciones federalistas de Proudhon) tradujeron los Estatutos provisionales lo hicieron atenuando considerablemente el carácter centralizado de la Internacional. Pero los ataques más peligrosos vendrán más tarde con la entrada en sus filas de la “Alianza de la democracia socialista” fundada por Bakunin, quien encontró un terreno fértil en sectores importantes de la Internacional por las debilidades que aún pesaban sobre ellos, resultado de la inmadurez del proletariado en aquella época, un proletariado que aún no se había despojado totalmente de los vestigios de la etapa precedente de su desarrollo y, particularmente, de los movimientos sectarios.

Esta debilidad se acentúa en especial en los sectores más atrasados del proletariado europeo, que apenas acaban de salir del artesanado y campesinado, en particular en los países latinos. De estas debilidades se sirvió Bakunin, que no entró en la Internacional hasta 1868, para tratar de someterla a sus concepciones “anarquistas” y hacerse con su control. El instrumento de esa operación fue la Alianza de la democracia socialista que había fundado como minoría de la Liga de la paz y la libertad”. Esta última era una organización de republicanos burgueses, fundada por iniciativa de Garibaldi y Victor Hugo, que tenía como uno de sus objetivos hacerle la competencia entre los obreros a la AIT. Bakunin formaba parte de la dirección de la “Liga” a la que pretendía dar un “impulso revolucionario” incitándola a proponer que se fusionase con la AIT, cosa que el Congreso de Bruselas de 1868 rechazó. Tras el fracaso de la Liga de la paz y la libertad, Bakunin se decide a entrar en la AIT pero no como simple militante, sino para hacerse con su dirección.

“Para hacerse reconocer como jefe de la Internacional, [Bakunin] tenía que presentarse como jefe de otro ejército cuyo acatamiento absoluto hacia su persona debía estarle asegurado mediante una organización secreta. Tras haber implantado abiertamente su sociedad en la Internacional, contaba con extender sus ramificaciones a todas las secciones y acaparar así la absoluta dirección de todas ellas. Fundó en Ginebra para ese fin la Alianza (pública) de la democracia socialista. (…) Pero aquella Alianza pública ocultaba otra, la cual, a su vez, estaba dirigida por la Alianza todavía más secreta de los Hermanos internacionales, los Cien guardias del dictador Bakunin” ([2]).

La Alianza era, por tanto, una sociedad a la vez publica y secreta, y que en realidad se proponía hacer una Internacional dentro de la Internacional. Su estructura secreta y la concertación entre sus miembros que ella permitía debía permitirle el “copo” del máximo de secciones de la AIT, allí donde las concepciones anarquistas tenían mayor eco. El problema no era en sí la existencia de diversas corrientes de pensamiento en la AIT. Lo que constituía un grave factor de desorganización que la ponía en peligro de muerte, era las acciones de la Alianza que trataba de sustituirse a la estructura oficial de la AIT. La Alianza trató de hacerse con el control de la Internacional durante el Congreso de Basilea, en septiembre de 1869, intentando que éste adoptase una moción, contraria a la presentada por el Consejo general, a favor de la supresión del derecho de herencia. Para lograr ese objetivo sus miembros, en especial Bakunin y James Guillaume, apoyaron fervorosamente una resolución administrativa que reforzaba los poderes del Consejo general. Fracasado su plan, la Alianza, que por su parte se había dotado de unos estatutos secretos basados en una centralización extrema, empieza su campaña contra la “dictadura” del Consejo general al que pretende reducir a una simple “oficina de correspondencia y estadísticas” (según los propios términos de los aliancistas), un “buzón postal” (como les reprochaba Marx). Contra el principio de centralización que expresa la unidad internacional del proletariado, la Alianza preconiza el “federalismo”, la total “autonomía de las secciones” y el carácter no obligatorio de las decisiones del Congreso. De hecho buscaba hacer lo que quisiera en las secciones que controlaba. Esto abría la puerta a la desorganización completa de la AIT.

Este era el peligro al que debía hacer frente el Congreso de La Haya en 1872. Este Congreso se dedicó esencialmente a las cuestiones organizativas. Como decíamos en la Revista internacional nº 87:

“... tras la derrota de la Comuna de Paris, liberarse del peso de su propio pasado sectario y poder superar así la influencia del socialismo pequeño burgués, era ya la prioridad absoluta para el movimiento obrero.

Este es el contexto político que explica por qué la cuestión central del Congreso de La Haya no fue la Comuna de París en sí misma, sino la defensa de los Estatutos de la Internacional, contra el complot de Bakunin y sus aliados” ([3]).

El Congreso, tras confirmar las decisiones de la Conferencia de Londres que se había celebrado el año anterior, en especial la necesidad para la clase obrera de dotarse de su propio partido político y el reforzamiento de las atribuciones del Consejo general, debatió sobre la Alianza en base al informe de una Comisión de investigación que había sido previamente nombrada. Finalmente el Congreso decidió la exclusión de Bakunin, así como la de Guillaume, principal responsable de la federación del Jura de la AIT que estaba totalmente controlada por la Alianza. Vale la pena detenerse en ciertos aspectos de la actitud de los miembros de la Alianza en la víspera y durante el propio Congreso:

  • varias secciones controladas por la Alianza (en particular la Federación del Jura, ciertas secciones de Estados Unidos y España) se negaron a pagar sus cuotas al Consejo general, y sus delegados solo saldaron la deuda de su sección ante la amenaza de invalidar su mandato;
  • los delegados de las secciones controladas por la Alianza se lanzan a un auténtico chantaje al Congreso exigiendo que éste, contra las reglas de las que se había dotado, solo tuviera en cuenta los votos basados en mandatos imperativos, y amenazando con retirarse si el Congreso no aceptaba sus exigencias ([4]);
  • ciertos miembros de la Alianza se niegan a cooperar con la Comisión de investigación nombrada por el Congreso, e incluso a reconocerla, tachándola entre otras cosas de “santa Inquisición” ([5]).

Este congreso fue a la vez el punto final de la AIT (fue además el único congreso al que Marx y Engels asistieron lo que prueba la importancia que le daban) y su canto del cisne por el aplastamiento de la Comuna de París y la desmoralización que provocó en el proletariado. Marx y Engels eran conscientes de esa realidad. Por eso, junto a otras medidas para arrancar la AIT de manos de la Alianza, propusieron desplazar el Consejo general a Nueva York lejos de las conflictos que dividían más y más a la Internacional. Era un medio para permitir que la AIT se extinguiese de muerte natural (certificada en la Conferencia de Filadelfia de julio de 1876) y evitar que su prestigio lo recuperaran los intrigantes bakuninistas.

Los bakuninistas y los anarquistas han perpetuado la leyenda de que Marx y el Consejo general habrían excluido a Bakunin y Guillaume por las divergencias que tenían respecto a la cuestión del Estado (y eso cuando no se les ocurre mejor cosa que explicar el conflicto por razones de personalidad entre Marx y Bakunin). En resumen, Marx habría querido arreglar por medios administrativos un desacuerdo sobre cuestiones teóricas generales. Nada más falso.

Así, el Congreso de La Haya no toma ningún tipo de medidas contra los miembros de la delegación española que compartían la visión de Bakunin y que habían pertenecido a la Alianza, pero que aseguraron ya no pertenecer a ella. Del mismo modo la AIT “antiautoritaria” que se formó tras el Congreso de La Haya con las federaciones que rechazaron sus decisiones, no solo estaba compuesta por anarquistas; también había junto a ellos lasallistas alemanes, grandes defensores del “socialismo de Estado”, usando las palabras del propio Marx. En realidad la verdadera lucha que había en el seno de la AIT era entre quienes preconizaban la unidad del movimiento obrero (y en consecuencia el carácter vinculante de las decisiones del Congreso) y quienes preconizaban el derecho a hacer lo que les viniera en gana, cada uno en su feudo, que consideraban el Congreso como una simple asamblea en la que el debate es un mero “intercambio de opiniones” que no toma decisiones. Mediante ese modo informal de organización, la Alianza se encargaba de asegurar, secretamente, la verdadera centralización entre todas las federaciones, como se decía explícitamente en muchas de las correspondencias de Bakunin. La puesta en práctica de las concepciones “antiautoritarias” en la AIT era la mejor forma de dejarla a merced de las intrigas, del poder oculto, del control de la Alianza.

El IIo Congreso del POSDR, por su parte, fue objeto de un enfrentamiento similar entre quienes defendían una concepción proletaria de la organización revolucionaria y quienes defendían una posición pequeño burguesa.

Hay similitudes entre la situación del movimiento obrero en Europa occidental en los tiempos de la AIT y el movimiento en la Rusia de principios del siglo XX. En ambos casos estamos ante una etapa de infancia del movimiento, pues el retraso del desarrollo industrial en Rusia explica ese desfase. La AIT tenía como vocación juntar en el seno de una organización unida a las diversas sociedades obreras surgidas del desarrollo del proletariado. Del mismo modo, el segundo Congreso del POSDR tenía por objetivo unificar los diversos comités, grupos y círculos que, reivindicándose de la Socialdemocracia, se habían desarrollado tanto en Rusia como en el exilio. No existía prácticamente ninguna relación formal entre ellas desde la desaparición del Comité central que había surgido del primer Congreso del POSDR en 1897. El segundo Congreso, como la AIT, vio el enfrentamiento entre una idea de la organización que representaba el pasado del movimiento –la de los “mencheviques” (minoritarios)– y otra que expresaba las nuevas exigencias, la de los “bolcheviques” (mayoritarios).

Como se confirmaría más tarde (ya durante la revolución de 1905 y sobre todo ante la revolución de 1917 en que los mencheviques se situarían del lado de la burguesía) la actitud de los mencheviques estaba determinada por la penetración en la Socialdemocracia rusa de la influencia de ideologías burguesas y pequeño burguesas, en particular de tipo anarquista. De hecho esos elementos “alzan naturalmente la bandera de la revuelta contra las restricciones indispensables que exige la organización, elevan su anarquismo espontáneo a principio de lucha, califican erróneamente ese anarquismo de... reivindicación a favor de la “tolerancia”, etc.” (Lenin, Un paso adelante, dos pasos atras). De hecho hay muchas similitudes entre el comportamiento de los mencheviques y el de los anarquista en la AIT (en no pocas ocasiones Lenin habla del “anarquismo señorial” de los mencheviques).

Los mencheviques, al igual que los anarquistas tras el Congreso de La Haya, se niegan a reconocer y aplicar las decisiones del IIo Congreso afirmando que “el congreso no es Dios” y “sus decisiones no son sacrosantas”.

Además, del mismo modo que los bakuninistas alzan el hacha de guerra contra el principio de la centralización y contra “la dictadura del Consejo general” tras el fracaso de su toma del control, una de las razones por la que los mencheviques, tras el Congreso, empiezan a rechazar la centralización es porque algunos de ellos no han sido elegidos por el Congreso para formar parte de los órganos centrales. Las similitudes llegan hasta la forma en que los mencheviques llevan su campaña contra la “dictadura personal” de Lenin, su “mano de hierro” que son el eco de las acusaciones de Bakunin contra la “dictadura” de Marx sobre el Consejo general.

“Cuando considero la conducta de los amigos de Martov tras el Congreso (...) únicamente puedo decir que se trata de una tentativa insensata de hacer añicos el Partido, indigna de miembros del Partido... ¿Por qué? Unicamente porque están descontentos con la composición de los órganos centrales, ya que objetivamente sólo nos ha separado esa cuestión, las apreciaciones subjetivas (como la ofensa, el insulto, expulsión, separación, deshonra, etc.) no son más que fruto de un amor propio herido y una ima­ginación enferma. Esta imaginación enferma y este orgullo herido conducen directamente a los más vergonzosos chismes: sin saber aún la actividad de los nuevos centros y sin haberlos visto aún funcionar expanden rumores sobre sus ‘carencias’, sobre el ‘guante de hierro’ de Iván Ivanóvich, el ‘puño’ de Iván Nikiforóvich, etc. A la socialdemocracia rusa le queda por superar la última y más difícil etapa, pasar del espíritu de círculo al espíritu de partido; de la mentalidad pequeño burguesa a la conciencia de su deber revolucionario; de los chismes y la presión de los círculos, considerados como medio de acción, a la disciplina” (Relación del IIº Congreso del POSDR).

Hay que resaltar que el arma del chantaje empleada en su momento por James Guillaume y los aliancistas forma parte también del arsenal de los mencheviques. De hecho Martov, jefe de los mencheviques, se niega a participar en la redacción de la publicación del partido, Iskra, para la cual lo había elegido el Congreso, porque sus amigos Axelrod, Potrésov y Zasúlich no habían sido elegidos.

Con estos ejemplos de la AIT y del Segundo congreso del POSDR podemos dar toda la importancia que merecen las cuestiones relacionadas con el modo de funcionamiento de las organizaciones revolucionarias. En efecto, sobre esa cuestión se produjo la primera decantación decisiva entre de un lado la corriente proletaria y de otro las corrientes pequeño burguesas o burguesas. Y su importancia no es ninguna casualidad pues el canal privilegiado por el que se infiltran en las organizaciones ideologías de clases ajenas al proletariado (burguesía y pequeña burguesía) es precisamente su modo de funcionamiento.

Por ello las cuestiones relativas a la organización han sido siempre objeto de la mayor atención por parte de los marxistas. En el seno de la AIT son Marx y Engels quienes se ponen a la cabeza del combate por la defensa de los principios proletarios en materia de organización. Por eso no es ninguna casualidad si tuvieron un papel esencial en el Congreso de La Haya y si ese Congreso dedicó lo esencial de su trabajo a las cuestiones organizativas en un momento en que la clase obrera se encontraba ante dos acontecimientos históricos de la mayor importancia: la guerra franco-prusiana y la Comuna de París, a los cuales el Congreso dedicó una atención mucho menor. Esta opción ha hecho que muchos historiadores burgueses considerasen el Congreso de La Haya como el menos importante de la historia de la AIT, cuando en realidad fue el más importante ya que habría de permitir que más tarde la IIª Internacional diera su propio paso adelante en el desarrollo del movimiento obrero.

Lenin, en la IIª internacional, aparece también como alguien “obsesionado” por las cuestiones organizativas. En el resto de partidos socialistas no comprenden las querellas que agitaban a la socialdemocracia rusa y ven a Lenin como un “sectario” cuyo único sueño es fomentar cismas cuando, en realidad, es el único que se inspira en el combate de Marx y Engels contra la Alianza. Pero la validez de su combate se demostrará brillantemente en 1917 con la capacidad de su partido para estar a la cabeza de la revolución.

La CCI, por su parte, ha seguido la tradición de Marx y Lenin otorgando la mayor atención a las cuestiones organizativas. Así, en enero de 1982 la CCI dedicó una Conferencia internacional extraordinaria a ese problema tras la crisis vivida en 1981 ([6]). En fin, entre finales de 1993 y principios de 1996 nuestra organización llevó un combate decisivo para sanear el tejido organizativo, contra el “espíritu de círculo” y por el “espíritu de partido” tal y como la había definido Lenin en 1903. En nuestra Revista internacional nº 82 hicimos la reseña del XIº Congreso de la CCI dedicado esencialmente a los problemas organizativos que en aquel momento encaraba nuestra organización ([7]). Más adelante, en los números 85 y 88 de la Revista publicamos una serie de artículos con el título general de “Cuestiones de organización” dedicada a los combates organizativos en el seno de la AIT, y en los números 96 y 97 publicamos dos artículos con el titulo de “¿Nos habremos vuelto leninistas?” a propósito del combate de Lenin y los bolcheviques sobre cuestiones organizativas. Y, para terminar, en nuestro ultimo número de la Revista publicamos amplios extractos de un documento interno “La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI” que sirvió de texto de orientación para el combate de 1993-96.

La actitud de transparencia sobre las dificultades con las que se ha encontrado nuestra organización no se debe a no se sabe qué “exhibicionismo” por parte nuestra. La experiencia de las organizaciones comunistas es parte íntegra de la experiencia de la clase obrera. Esa es la razón por la que un gran revolucionario como Lenin dedicó un libro entero, Un paso adelante, dos pasos atrás, para sacar las lecciones políticas del Segundo congreso del POSDR.

Claro está, cuando las organizaciones revolucionarias ponen en evidencia sus problemas y discusiones internos eso parece ser lluvia de abril para las tentativas de denigración por parte de sus adversarios. Y así ha sido para la CCI. Como escribíamos en nuestra Revista internacional nº 82:

“Desde luego no va a ser en la prensa burguesa donde encontremos manifestaciones de alegría cuando exponemos nuestras dificultades, dado que nuestra organización es demasiado modesta en tamaño e influencia en las masas obreras para que aquélla tenga interés en hablar de ella para intentar desprestigiarla. Para la burguesía es preferible crear un muro de silencio alrededor de las posiciones y la existencia de las organizaciones revolucionarias. Por eso, el trabajo de denigrarlas y el sabotaje de su intervención es tomado a cargo por elementos parásitos cuya función es alejar de las posiciones de clase a quines se aproximan a ellas, asquearlos frente a toda participación en el trabajo difícil de desarrollo de un medio político proletario (...)

En el mundillo parásito encontramos grupos constituidos tales como el “Grupo comunista internacionalista” (GCI) y sus escisiones (como “Contra la corriente”), el difunto “Grupo boletín comunista” (CBG) o la ex “Fracción externa de la CCI” que se han constituido todos ellos a partir de escisiones de la CCI. Sin embargo el parasitismo no se limita a estos grupos. Es acarreado por elementos desorganizados que se agrupan de vez en cuando en círculos efímeros ([8]) cuya preocupación principal consiste en hacer circular toda clase de cotilleos a propósito de nuestra organización. Estos elementos son, a menudo, antiguos militantes que cediendo a la presión de la ideología pequeño burguesa, no han tenido la fuerza de mantener su compromiso con la organización, se han sentido frustrados de que no se les haya ‘reconocido sus méritos’ a la altura de la imagen que se hacen de sí mismos o que no han podido soportar las críticas de las que han sido objeto. (...) Estos elementos son absolutamente incapaces de construir algo. En cambio son muy eficaces con su pequeña agitación y sus charlatanerías porteriles para desacreditar y destruir lo que la organización intenta construir”.

Sin embargo los mangoneos de los parásitos no ha impedido nunca que diésemos a conocer al conjunto del medio político proletario y, de forma más amplia, a la clase obrera, las lecciones de nuestra propia experiencia. De nuevo, en esto, nuestra organización se reivindica de la tradición de Lenin cuando escribía, en 1904, en el prefacio de Un paso adelante, dos pasos atrás:

“[Nuestros adversarios] con muecas de alegría maligna siguen nuestras discusiones; procurarán, naturalmente, entresacar para sus fines algunos pasajes aislados de mi folleto, dedicado a los defectos y deficiencias de nuestro partido. Los socialdemócratas rusos están ya lo bastante fogueados en el combate para no dejarse turbar por semejantes alfilerazos y para continuar, pese a ellos, su labor de autocrítica, poniendo despiadadamente al descubierto sus propias deficiencias, que de un modo necesario e inevitable serán corregidas por el desarrollo del movimiento obrero. ¡Y que ensayen los señores adversarios a describirnos un cuadro de la situación efectiva de sus ‘partidos’ que se parezca, aunque sea de lejos, al que brindan las actas de nuestro IIº Congreso” (Obras escogidas, tomo 1, pag 283-284).

Con esa misma óptica damos cuenta, en el presente artículo, de los problemas organizativos que recientemente ha sufrido nuestra organización, y que han sido centrales en los trabajos de la Conferencia.

El origen de las recientes dificultades de la CCI

El XIº Congreso de la CCI había adoptado una resolución de actividades que sacaba las lecciones de la crisis que vivió nuestra organización en 1993 y del combate llevado frente a ella. En la Revista internacional nº 82 publicamos amplios extractos de dicha resolución que en parte reproducimos ahora porque arroja luz sobre la recientes dificultades:

“El marco de comprensión que se ha dado la CCI para sacar a la luz el origen de sus debilidades se inscribe en el combate histórico del marxismo en contra de la influencia de las ideologías pequeño burguesas que lastran al proletariado... Especialmente era importante que la organización inscribiera en el centro de sus preocupaciones, como hacen los bolcheviques a partir de 1903, la lucha contra el espíritu de círculo por el espíritu de partido. En este sentido la constatación del peso especialmente fuerte del espíritu de círculo en nuestros orígenes formaba parte integrante del análisis general elaborado desde hace mucho tiempo y que situaba la base de nuestras debilidades en la ruptura orgánica de las organizaciones comunistas producida por la contrarrevolución que se abatió sobre la clase obrera desde finales de los años 20. Sin embargo esta constatación nos permitía ir más lejos que las constataciones precedentes y atacar con más profundidad la raíz de nuestras dificultades. Nos permitía, notablemente, comprender el fenómeno, ya constatado en el pasado pero insuficientemente elucidado, de la formación de clanes en la organización: estos clanes eran en realidad resultado del pudrimiento del espíritu de círculo que se ha mantenido mucho más allá del periodo en que los círculos habían sido una etapa inevitable de la reconstrucción de la vanguardia comunista” ([9]) (Resolución de actividades del XIº Congreso, punto 4).

Nuestro artículo sobre el XIº Congreso precisa respecto a la cuestión de los clanes:

“Este análisis se basa sobre los precedentes históricos del movimiento obrero, por ejemplo la actitud de los antiguos redactores de Iskra agrupados en torno a Martov y que, descontentos con las decisiones adoptadas por el II º Congreso del POSDR, habían formado la fracción menchevique. No podemos entrar en detalles pero podemos afirmar que las “tendencias” que ha conocido la CCI correspondían más bien a dinámicas de clan que a autenticas tendencias basadas en una orientación positiva alternativa. En efecto el motor principal de estas “tendencias” no eran las divergencias que sus miembros pudieran tener respecto a las orientaciones de la organización (...) sino un agrupamiento de descontentos y de frustraciones contra los órganos centrales, y unas fidelidades personales hacía elementos que se consideraban “perseguidos” o insuficientemente reconocidos”.

El artículo subraya que fue el conjunto de la CCI (incluidos los militantes directamente implicados) el que puso de relieve que había estado enfrentada a un clan que había ocupado un lugar de primer plano en la organización y que había “concentrado y cristalizado un gran número de características destructoras que afectaban a la organización y cuyo denominador común era el anarquismo (visión de la organización como suma de individuos, enfoque “psicologizante” y por afinidades de las relaciones políticas entre militantes y de las cuestiones de funcionamiento, desprecio y hostilidad hacia las concepciones políticas marxistas en materia de organización)” (Resolución de actividades, punto 5).

La resolución continuaba diciendo: “La comprensión de la CCI del fenómeno de los clanes y de su papel particularmente deletéreo le ha permitido poner de relieve cantidad de malos funcionamientos que afectaban a la mayoría de sus secciones territoriales ” (idem, punto 5).

Y como balance del combate que la organización había llevado establecía: “El Congreso constata el éxito global del combate emprendido por la CCI en otoño del 93 (...) el enderezamiento, a menudo espectacular, de secciones entre las más afectadas por las dificultades organizativas en 1993 (...) las profundizaciones procedentes de numerosas partes de la CCI (...) estos hechos confirman la plena validez del combate llevado, su método, tanto a nivel teórico como sobre los aspectos concretos”.

Sin embargo la Resolución ponía en guardia contra cualquier triunfalismo: “Eso no significa que el combate que hemos llevado a cabo tenga que acabarse (...) La CCI deberá proseguirlo con una vigilancia de cada momento, con la determinación de identificar cada debilidad y encararla inmediatamente (...) En realidad la historia del movimiento obrero, incluida la de la CCI, nos enseña, y el debate lo ha confirmado ampliamente, que el combate por la defensa de la organización es permanente, no admite pausas. En particular la CCI debe guardar en mente que el combate llevado por los bolcheviques por el espíritu de partido contra el espíritu de círculo prosiguió durante muchos años. Lo mismo sucede en nuestra organización que debe velar por desenmascarar y eliminar toda desmoralización, todo sentimiento de impotencia, resultante de la duración del combate” (idem, punto 13[10]).

Y justamente la reciente Conferencia de la CCI ha puesto en evidencia que una de las causa mayores de los problemas organizativos con los que la CCI se ha vuelto a encontrar en el último periodo se debe a cierta relajación de la vigilancia frente al retorno de dificultades ya vividas en el pasado. En realidad la mayor parte de la organización había perdido de vista la llamada de atención con la que se concluía la resolución adoptada por el XIº Congreso. De hecho hemos tenido grandes dificultades para identificar el resurgir del clanismo en la sección local de París así como en el Secretariado internacional (SI) (9). Es decir en las dos partes que habían sufrido con más fuerza la enfermedad en 1993.

El desarrollo de la crisis en el centro de la CCI y la formación de la “Fracción interna”

Esta deriva clánica toma auge en marzo de 2000 cuando el SI adopta un documento relativo a cuestiones organizativas que había sido criticado por un reducido número de camaradas que, reconociendo la plena validez de la mayor parte de la ideas expuestas en ese documento (en especial la necesidad de una mayor confianza entre las diversas partes de la organización), detectan en él concesiones a una visión democratista y una cierta puesta en entredicho de nuestra idea de la centralización. A modo de resumen, estos compañeros consideraban que en el documento se introduce la idea de que “más confianza es igual a menos centralización”. Nunca ha sido un problema para un órgano central de la CCI que partes de la organización criticasen un texto adoptado por éste. Muy al contrario, la CCI y su órgano central ha insistido siempre en que cualquier divergencia o duda se exprese abiertamente dentro de la organización con objeto de llegar a la mayor clarificación posible. Ante la aparición de desacuerdos la actitud del órgano central ha sido siempre responder a ellos con seriedad. A partir de la primavera del 2000 la mayoría del SI adopta una actitud completamente opuesta. En vez de desarrollar una argumentación seria, adopta una actitud totalmente contraria a la que había mantenido en el pasado. Para esa mayoría, el que una pequeña minoría de camaradas criticara un texto del SI solo podía ser fruto del espíritu contestatario de este camarada, o de los problemas familiares de aquél, o de que aquel otro tendría una enfermedad psíquica. Uno de los argumentos utilizados por el SI era que si su texto de marzo había sido objeto de críticas se debía a que lo había escrito tal militante y si hubiera sido otro el que lo redactase la acogida habría sido otra. La respuesta a los argumentos que daban los compañeros en desacuerdo no se basaba en oponer otros argumentos sino en denigraciones, justificando no publicar algunas de sus contribuciones diciendo que “iban a alborotar la organización” e incluso que una de los camaradas, afectada por la presión que se ejercía sobre ella, “no soportaría” las críticas que otros militantes de la CCI harían a sus textos. En suma, la mayoría del SI estaba desplegando una política de ahogar el debate de forma totalmente hipócrita en nombre de la “solidaridad”.

Esta actitud política totalmente ajena a los métodos empleados hasta entonces por la CCI se agrava brutalmente cuando un miembro del SI empieza a criticarlo mostrando su acuerdo con ciertas críticas que habían hecho otros compañeros al documento adoptado por esa comisión en marzo 2000. Ese compañero, que hasta entonces había estado hasta cierto punto al abrigo de la denigración, pasa al ser objeto de una autentica campaña de descrédito: si adopta tal posición es porque “está siendo manipulado por sus allegados”. Paralelamente la actitud de la mayoría del SI consiste en restar importancia a la discusión argumentando que “no es el debate del siglo”. Y cuando empiezan a llegar contribuciones más profundas a la discusión, la mayoría del SI trata de comprometer al conjunto del órgano central de la CCI (BI) en “cerrar el debate”. Sin embargo el órgano central se niega a seguir a su SI por el camino por el que se había metido y, contra la voluntad de la mayoría de éste último, decide nombrar una Delegación de información (DI), formada en su mayor parte por miembros del órgano central que no están en el SI, cuya tarea es examinar los problemas de funcionamiento que estaban desarrollándose en el SI y en torno a él.

Esta decisión provoca una nueva “radicalización” de la mayoría de miembros del SI. Su actitud hacia la DI consistió en verter toda suerte de acusaciones contra los camaradas que expresaban sus desacuerdos, señalando con el dedo por sus “faltas organizativas” particularmente graves y “alertando” sobre el comportamiento “dudoso” o “indigno” de uno de esos militantes. En resumen, los miembros del SI que consideraban infundada la creación de la Delegación de información despliegan un ataque tan destructivo como artero contra la organización, lo cual ya de por sí habría justificado que fueran precisamente ellos los que reclamaran la constitución de tal órgano para hacer una investigación sobre otros militantes. Por su parte Jonás, miembro del SI, no solo se niega a testimoniar ante la DI sino que rechaza de plano reconocerla ([11]). Paralelamente y entre bastidores empieza a difundir la hipótesis de que uno de los militantes que expresa desacuerdos sería un agente del Estado que manipula a los de su entorno para “demoler a la CCI”. Por su parte otros miembros del SI, en vísperas del XIVº Congreso de principios de mayo 2001, presionan a la DI de múltiples formas y entre varios tratan de intimidarla para que renuncie a comunicar al Congreso un “Informe preliminar” que establece el marco para comprender los problemas que afectan al SI y a la sección de París ([12]). La misma mañana del Congreso, justo antes de su apertura, la mayoría del SI intenta una última maniobra: convoca una reunión del Buró Internacional (BI) para presentar una resolución que desautoriza el trabajo hecho por la DI. Es esa actitud de la mayoría del SI contra la DI, más que los testimonios de los camaradas que habían expresado críticas hacia la política del SI, lo que la convence de que realmente existe una dinámica clánica en el SI. Igualmente es la actitud de la mayoría del SI en el BI lo que fundamentalmente convence a éste de que tal dinámica es muy real. Sin embargo, en ese momento, la mayoría del BI confía en la capacidad de esos militantes para recobrarse, como fue el caso en 1993-95 para una importante cantidad de camaradas que habían estado implicados en la dinámica de clan. Por ello, el BI saliente decide proponer al Congreso que reelija para formar parte del órgano central a la totalidad de los militantes del antiguo SI. También propone que la DI se transforme en Comisión de investigación (CI) y se refuerce con más camaradas. En fin, propone al Congreso no comunicarle las primeras conclusiones a las que había llegado la DI y le pide a éste que otorgue su confianza a la nueva CI. El Congreso ratifica unánimemente ambas propuestas.

Sin embargo, dos días después del Congreso, uno de los miembros del antiguo SI viola las decisiones de aquél, sacando a relucir en la sección de París (con el objetivo de volverla contra el resto de la CCI y contra el Buró internacional) informaciones sobre temas que el Congreso había decidido comunicar más adelante en un marco apropiado. Por su parte los demás miembros de la mayoría del antiguo SI o bien lo apoyan o rechazan condenar su flagrante infracción a los estatutos de la organización.

En la medida en que el Congreso es la instancia suprema de la organización violar sus decisiones (a imagen de la actitud de los mencheviques en 1903) es una falta especialmente grave. Sin embargo los militantes que la cometieron no fueron objeto, en ese momento, de sanción alguna, sino es una simple censura de su proceder: la organización seguía confiando en la capacidad de los miembros del clan de rehacerse. Pero en realidad esa violación descarada de los estatutos era, tan solo, la primera de una larga lista de infracciones a nuestras reglas de funcionamiento por parte de los miembros de la mayoría del antiguo SI y de aquellos a los que había logrado atrapar en las redes de su guerra abierta contra la organización. No podemos pasar revista aquí a todas sus infracciones. Nos contentaremos con señalar las más características de las faltas que han cometido, en diversos grados, los miembros de la pretendida “Fracción interna de la CCI” actual:

  • empleo y divulgación de actas de reuniones de los órganos centrales sin la autorización de éstos;
  • campañas de denigración de los miembros de la CI a los que se tacha de “mentirosos” y de “Torquemada” (lo que recuerda vivamente al aliancista Alerini cuando calificaba de “Santa inquisición” a la Comisión de investigación del Congreso de La Haya”);
  • chantaje sobre aquellos a los que considera “Torquemada”;
  • campañas sistemáticas entre bastidores contra un miembro de la organización acusado, sin la más mínima prueba, de “indigno”, de ser un elemento aventurero, de ser incluso un “agente del Estado” (acusación hecha explícitamente por Jonás y otro miembro de la actual “fracción” y sugerida por otros militantes próximos a él) que manipularía a los de su entorno para destruir a la CCI;
  • correspondencia secreta de miembros del órgano central de la CCI con militantes de otros países destinada a volverlos contra el órgano central para lo cual vierten calumnias y lo tachan de “fracción liquidadora” (es decir la misma política con la que Bakunin había tratado de reclutar miembros para su Alianza);
  • celebración de reuniones secretas (en total 5 entre agosto y septiembre de 2001) cuyo objetivo no es, para nada, elaborar análisis políticos sino urdir un autentico compló contra la CCI. Como colofón a esas reuniones, los militantes implicados anuncian la formación de un “Colectivo de trabajo” que, entre otras cosas, declara: “Nosotros no hacemos reuniones secretas”. Por casualidad y como resultado de la torpeza de uno de los miembros de esa cofradía, las actas de una de esas reuniones secretas cae en manos de la organización. La reunión plenaria del Buró Internacional que se celebra poco después adopta, unánimemente (incluidos dos de los miembros de la actual “fracción interna”), una resolución de la que a continuación reproducimos los pasajes principales:

1) “Tras conocer (...) las actas de la reunión del 20/08 de los 7 camaradas que han constituido el “Colectivo de trabajo” y tras examinar su contenido del que se desprende:

  • una clara conciencia de actuar al margen de los estatutos y con la única preocupación de cómo ocultarlo a organización;
  • considerar al resto de camaradas de la organización como “los otros”, “ésos”, es decir como enemigos a los que hay que “desestabilizar” según palabras textuales de uno de los participantes;
  •  la voluntad de ocultar a la organización sus verdaderos propósitos y actividades;
  • establecer una auténtica disciplina de grupo al mismo tiempo que se practica la indisciplina más completa hacia la organización;
  • elaborar una estrategia de engaño a la organización para hacer pasar su propia política;
  • el BI considera que este conjunto de comportamientos constituye una violación flagrante de nuestros principios organizativos y expresan una total deslealtad hacia la organización. (...)

2) La actuación de los miembros del “colectivo” constituye una falta organizativa muy grave y como tal merece la sanción más severa. No obstante, en la medida en que los participantes en esta reunión han decidido acabar con el “colectivo”, el BI decide aplazar tal sanción con la voluntad de que los militantes que han cometido este falta no se limiten a la simple disolución del “colectivo” sino que:

  • critiquen radicalmente sus actividades;
  • se comprometan en una reflexión de fondo sobre las razones que les han conducido a comportarse como enemigos de la organización.

En ese sentido, esta decisión del BI no debe interpretarse como una subestimación de la falta cometida sino como una incitación a los participantes en la reunión secreta del 20/08 a ver en toda su dimensión esa gravedad”.

De esta forma los miembros del “colectivo”, ante la evidencia del carácter destructor de sus actividades, dan marcha atrás. Dos de los participantes en esa reunión aplican realmente lo que pedía la resolución: emprenden un trabajo sincero de crítica de su dinámica y hoy siguen siendo militantes leales de la organización. Otros dos, que habían dado su acuerdo a la resolución, prefieren dimitir a hacer esa crítica. El resto echa rápidamente por la borda sus buenos propósitos y, unas pocas semanas después, crea la “fracción interna de la CCI” de marras, la cual se reivindica íntegramente de la “Declaración de constitución de un Colectivo de trabajo” que poco antes habían rechazado. Desde la constitución de esa pretendida “fracción” sus miembros se han distinguido por una brutal escalada de ataques contra la organización y sus militantes, con una auténtica política de tierra quemada, combinando la vacuidad más total en lo que a argumentos de fondo se refiere con las mentiras más delirantes, las calumnias más repugnantes y la violación sistemática de nuestras reglas de funcionamiento, lo que ha obligado a la CCI a adoptar sanciones contra ellos ([13]). Como dice una resolución adoptada por el órgano central de la sección en Francia (Comisión ejecutiva), el 18 de noviembre de 2001:

“Los militantes de la “fracción” dicen querer convencer al resto de la organización de la validez de sus “análisis”. Su comportamiento y sus mentiras prueban que estamos ante otra de sus mentiras (...) Desde luego con su forma de actuar no convencerán a nadie (...) La CE denuncia, en especial, su “táctica” de violación sistemática de los estatutos para, en cuanto la CCI adopta medidas para defenderse, ponerse a aullar sobre su supuesta “degeneración estalinista”, y justificar con ello la constitución de su pretendida “fracción”.

Una de las mentiras repetidas hasta la saciedad por los miembros de la “fracción” es que la CCI los sanciona para evitar el debate de fondo. En realidad, mientras que los “argumentos” que presentan son absolutamente rebatidos, normalmente con profundidad, en numerosas contribuciones de militantes y secciones de la CCI, sus propios textos evitan sistemáticamente responder a esas contribuciones, lo mismo que a los informes oficiales o a los textos de orientación producidos por los órganos centrales. En realidad se trata de uno de los procedimientos favoritos de la “fracción”: atribuir al resto de la organización, y en especial a lo que califican como “fracción liquidadora”, sus propias artimañas. Así, en uno de sus primeros “textos fundacionales”, su “Contrainforme de actividades para el BI plenario de septiembre 2001” acusan a los órganos centrales de la CCI de adoptar “una orientación en ruptura con la de la organización hasta entonces (...) desde el final del combate del 93-96 hasta el XIVº Congreso de la CCI que acaba de celebrarse”. Y para afirmar mejor su acuerdo con las orientaciones del XIVº Congreso, el redactor de este documento... algunas semanas después rechaza en bloque la resolución de actividades adoptada por el Congreso (que, además, antes había votado). De igual modo, el “contrainforme” afirma, además, “nos reivindicamos del combate de siempre (...) por el respeto, no “rígido”, sino riguroso de los estatutos. Sin el respeto firme de los estatutos, sin su defensa, no hay organización”. Y este documento sirve de plataforma para las reuniones secretas donde los participantes reconocen, ellos mismos, que están al margen de los estatutos y que, semanas después, empezarán a escribir páginas y páginas con pretensiones “teóricas” en las que se ataca “la disciplina por la disciplina” con el objetivo de justificar la violación sistemática de los estatutos.

Podríamos multiplicar los ejemplos de este tipo pero correríamos el riesgo de ocupar con este artículo todo el espacio de la Revista. Al menos citaremos un último ejemplo realmente significativo: la “fracción” se presenta como la autentica continuadora del combate de 1993-96 por la defensa de la organización pero el “contrainforme” afirma: “Las lecciones del 93 no se limitan al clanismo. Es más, este no es el aspecto principal”. La “Declaración de constitución de un colectivo de trabajo” plantea la cuestión en los mismos términos: “Clanes y clanismo: son nociones que encontramos en la historia de las sectas y de la francmasonería pero no (...) en la historia del movimiento obrero del pasado. ¿Por qué el alfa y el omega de las cuestiones organizativas se reduce al “peligro del clanismo”?. De hecho, los miembros de la “fracción” quieren colarnos la idea de que la noción de clan no pertenece al movimiento obrero (lo cual no es cierto, pues Rosa Luxemburg utiliza este término para designar a la camarilla que dirigía la Socialdemocracia alemana). El medio de refutar la evidencia de la dinámica clanica por parte de estos militantes es radical: “La noción de clan no es válida”. ¡Y todo eso en nombre del combate del 1993-96, un combate que hizo hincapié, como hemos visto en las citas de sus documentos más importantes, en el papel fundamental del clanismo en las debilidades de la CCI!.

La constitución de un grupo parásito

La “fracción”, como la Alianza respecto a la AIT, se ha convertido en un organismo parásito de la CCI. Y, como la Alianza tras fracasar en su intento por hacerse con el control de la AIT declara una guerra pública y abierta contra ella, el clan de la antigua mayoría del SI y sus amigos deciden atacar públicamente a nuestra organización desde el momento en que perdió totalmente el control de ella, y que sus acciones en vez de atraer a los últimos dudosos sirve, por el contrario, para convencerlos de lo que de verdad se está dirimiendo en el combate que está llevando a cabo nuestra organización. El momento decisivo de este paso cualitativo en la guerra desencadenada por la “fracción” contra la CCI es la reunión plenaria del Buró internacional a principios del año 2002. Esa reunión, tras la discusión de rigor, adopta una serie de decisiones importantes:

  • transformar el Congreso, previsto para marzo 2002, de su sección en Francia en una conferencia internacional extraordinaria;
  • suspender a los miembros de la “fracción” por toda una serie de violaciones de los estatutos (y entre ellas, la negativa a pagar la totalidad de sus cuotas). La organización les daba de plazo hasta la conferencia para reflexionar y comprometerse a respetar los estatutos, sin lo cual la conferencia no podría sino hacer constar que son ellos quienes se han puesto deliberadamente fuera de la organización;
  • tras el informe de la Comisión de Investigación que pone en evidencia que el comportamiento de Jonás es propio de un agente provocador, adopta el principio de su exclusión. Decisión que será definitiva una vez que se informe a Jonás de los hechos que se le imputan y éste tenga ocasión de defenderse (13).

Hay que señalar que, por lo que respecta a la primera cuestión (celebración de una Conferencia internacional extraordinaria), los dos miembros de la “fracción” que participan en la reunión se abstienen. Esta actitud es, como mínimo, paradójica en unos militantes que no han cesado de afirmar que el conjunto de militantes de la CCI se equivocan y están manipulados por la “fracción liquidadora” y los “órganos decisorios”. Y en cuanto se les presenta una ocasión en que la que el conjunto de la organización va a discutir y decidir colectivamente sobre sus problemas, a nuestros valerosos fraccionistas no se les ocurre mejor cosa que abstenerese. Esta actitud es totalmente opuesta a la de las fracciones de izquierda del movimiento obrero (como los bolcheviques o los espartaquistas) de las que no cesan de reivindicarse, que siempre exigieron la celebración de un congreso para tratar los problemas que afectaban a la organización mientras que era la derecha la que ponía obstáculos para su celebración.

La reunión plenaria del Buró internacional señala que, respecto a las dos últimas decisiones, los militantes concernidos podrían recurrirlas ante la Conferencia, e igualmente propuso a Jonás que sometiera su caso ante un tribunal de honor de militantes del medio político proletario si consideraba injustas las acusaciones que contra él hacía la CCI. Ante esto su respuesta fue una nueva escalada. Jonás se niega a encontrarse con la organización para presentar su defensa, del mismo modo se niega a recurrir ante la Conferencia y a pedir un tribunal de honor sobre su caso: para todos los militantes de la CCI, y para el propio Jonás, queda claro que ya no queda el menor honor que defender, teniendo en cuenta lo abrumador de los hechos. En ese mismo momento Jonás anuncia su plena confianza en la “fracción”. Ésta, por su parte, comienza a expandir en el exterior calumnias contra la CCI, primero enviando cartas a los demás grupos de la Izquierda comunista, después mandando sucesivos textos a nuestros suscriptores demostrando con ello que uno de sus miembros había robado el fichero de señas de nuestros suscriptores del que era responsable hasta el verano del 2001 (es decir antes incluso de la constitución de la “fracción” e incluso del “colectivo”). En esos documentos enviados a nuestros suscriptores se puede leer textualmente que los órganos centrales de la CCI han llevado contra Jonás y la “fracción” “innobles campañas para ocultar y descalificar las posiciones políticas al ser incapaces de contradecirlas seriamente”. El resto es por un estilo. En los documentos que han enviado al exterior se testimonia una solidaridad total de la “fracción” hacia los comportamientos de Jonás y le llaman a trabajar con ella. Así la “fracción” desvela públicamente lo que ha sido desde el principio, mientras Jonás estaba en la sombra: la camarilla de los amigos del ciudadano Jonás.

Pese a que la camarilla de Jonás había abierto al exterior la guerra contra la CCI, el órgano central de nuestra organización envía a cada uno de los miembros parisinos de la “fracción” varias cartas invitándolos a que vengan a defenderse ante la Conferencia, y precisando las modalidades de ese recurso. La “fracción” en un primer momento simula aceptarlo pero en el ultimo momento ejecuta una miserable acción más contra la organización. Se niega a presentarse ante la Conferencia internacional a menos que la organización reconozca por escrito a esa “fracción” y retire las sanciones adoptadas en aplicación de nuestros estatutos (y en especial la exclusión de Jonás). Estos militantes para recurrir contra las sanciones que les ha impuesto la organización exigen, nada menos, que la organización las retire previamente. Evidentemente para ellos es la solución más simple: así no hay necesidad de recurrirlas. Ante esta situación, todas las delegaciones de la CCI que habían estado listas para escuchar el recurso y los argumentos de esos individuos (a tal efecto, la víspera de la Conferencia, habían nombrado una Comisión internacional de recurso, formada por militantes de varias secciones de la CCI para permitir que los cuatro miembros parisinos de la “fracción” pudieran presentar ante ella sus argumentos) no tienen más remedio que reconocer que estos individuos se han puesto ellos solos fuera de la organización.

La CCI, en vista de la negativa a defenderse ante la Conferencia y a apelar ante la comisión de recursos, toma acta de su deserción y considera que ya no son militantes de la organización ([14]).

La Conferencia también toma acta de los métodos del hampa empleados por la camarilla de Jonás como el de “secuestrar” (¿con su consentimiento?), a su llegada al aeropuerto, a dos delegados de la sección mexicana miembros de la “fracción” que venían mandatados a la Conferencia para defender sus posiciones. La CCI pagó sus billetes de avión para que pudieran asistir a los trabajos de la Conferencia y defender las posiciones de la “fracción”, pero, a su llegada al aeropuerto, son acogidos por dos miembros parisinos de la “fracción” y se los llevan consigo impidiendo que asistan a la Conferencia. Ante nuestras protestas y la exigencia de que devuelvan el importe de los dos billetes de avión en el caso de que los dos delegados mexicanos (que habían recibido mandato de su sección) no asistieran a la Conferencia, uno de los miembros parisinos de la “fracción” nos espeta con el mayor de los cinismos: ¡”Ese es problema vuestro”! Ante semejante malversación de fondos de la organización, ante la negativa a devolver a la organización el importe de los billetes que había pagado la organización, actos que ponen de manifiesto la naturaleza gansteril de los métodos que emplea la camarilla de Jonás, todos los militantes de la organización expresan su mayor indignación y adoptan una resolución condenando ese comportamiento. Estos métodos, que no tienen nada que envidiar a los de la tendencia Chenier (que en 1981 robó fondos de la organización), acaban convenciendo a los últimos camaradas que todavía podían tener dudas sobre la naturaleza parásita y antiproletaria de esa supuesta “fracción”. La “fracción” responde inmediatamente a la CCI que no está dispuesta a devolver el material político y el dinero que pertenecen a nuestra organización. Hoy en día la camarilla de Jonás se ha convertido no solo en un grupo parásito, de acuerdo con el análisis de la naturaleza de éstos que hacen las “Tesis sobre el parasitismo” publicadas en la Revista internacional nº 94 ([15]), sino en un grupo de hampones que no se contentan con calumniar y chantajear a nuestra organización para tratar de destruirla, sino que además le roban.

Todo esto plantea obligatoriamente la pregunta: ¿cómo es posible que unos cuantos militantes que llevan muchos años en nuestra organización, con responsabilidades importantes en los órganos centrales algunos de ellos, acaben volviéndose una pandilla de gamberros?. En esa deriva hacia el pandillismo de los miembros de la “fracción” hay que ver, evidentemente, la influencia de Jonás que los empuja permanentemente a “radicalizar” sus ataques contra la CCI en nombre del “rechazo al centrismo”. Sin embargo, esa explicación no basta para entender tal deriva, por eso la Conferencia se ha dado unas bases para ir más lejos.

El marco político diseñado por la Conferencia
para entender nuestras dificultades organizativas

La Conferencia, por un lado reconoce que no es un fenómeno nuevo en la historia del movimiento obrero el que antiguos miembros de una organización proletaria traicionen el combate que durante decenios habían hecho suyo: militantes como Plejánov (el “padre fundador” del marxismo en Rusia) o Kautsky (“papa” de la IIª internacional, referencia marxista de la Socialdemocracia alemana) acabaron su vida militante en las filas de la burguesía, el primero llamando a participar en la guerra imperialista, y el segundo condenando la revolución rusa de 1917.

Por otro lado inscribe el problema del clanismo en un contexto más amplio como es el oportunismo:

“El espíritu de círculo y el clanismo, cuestiones clave ambas planteadas por el Texto de Orientación de 1993, son expresiones particulares de un fenómeno más general: el oportunismo en materia de organización. Es evidente que esta tendencia, que en el caso de grupos relativamente pequeños como el partido ruso en 1903 o la CCI está estrechamente ligada a las formas afinitarias de círculos y clanes, no se expresa de la misma forma en los partidos de masas de la Segunda o Tercera Internacionales.

“Sin embargo las diversas expresiones de este fenómeno tienen las mismas características principales. Entre ellas, una de las más notorias es la incapacidad del oportunismo para implicarse en un debate proletario. Es incapaz, en particular, de mantener una disciplina organizativa cuando se encuentra defendiendo posiciones minoritarias.

“Dos son las expresiones más importantes de esta incapacidad. Cuando el oportunismo está en ascenso en las organizaciones proletarias tiende a minimizar las divergencias, ya sea pretendiendo que son meras “incomprensiones” como fue el caso del revisionista Berstein, o adoptando sistemáticamente las posiciones políticas de sus oponentes como hizo en sus primeros días el estalinismo.

“El oportunismo, cuando está a la defensiva, como en 1903 en Rusia o en la historia de la CCI, reacciona de forma histérica, declarándose como minoría, declarando la guerra a los estatutos y presentándose como víctima de la represión para eludir el debate. En tal situación, las dos características principales del oportunismo son, como señala Lenin, sabotear el trabajo de la organización y montar escenas y escándalos.

“El oportunismo es intrínsecamente incapaz de la actitud serena de la clarificación teórica y de los esfuerzos pacientes por convencer que caracterizaron a las minorías internacionalistas durante la guerra, o la actitud de Lenin en 1917, o la de la Fracción italiana en los años 30 y, después, de la Fracción francesa.

El actual clan es una caricatura de esa actitud. Así durante el largo tiempo que estuvieron al mando ([16]) trataron de minimizar las divergencias que aparecían en Révolution internationale (...) concentrándose en la tarea de desprestigiar a quienes habían formulado desacuerdos. Desde el momento en que el debate empieza a desarrollar una dimensión teórica tratan de cerrarlo prematuramente. Cuando el clan se siente minoritario, antes incluso de que el debate pueda desarrollarse, las cuestiones (...) se hinchaban de divergencias programáticas, justificando el rechazo sistemático de los estatutos (Resolución de actividades de la Conferencia, punto 10).

Del mismo modo, en su análisis, la Conferencia hace intervenir el peso ideológico que la descomposición capitalista ejerce sobre la clase obrera:

“Una de las características principales del período de descomposición es que la situación de bloqueo entre proletariado y burguesía impone a la sociedad una prolongada y dolorosa agonía. Por consiguiente, el proceso de la lucha de clases, de la maduración de la conciencia, y de construcción de la organización se hace mucho más lento, contradictorio y tortuoso. La consecuencia de todo ello es una tendencia a la erosión de la claridad política, de la convicción militante y de la lealtad organizativa, que son los principales contrapesos a las debilidades políticas y personales de cada militante (...)

“Una vez que las víctimas de esa dinámica han comenzado a compartir la ausencia total de perspectiva que es hoy lo propio de la sociedad burguesa en descomposición, se ven abocadas a expresar, más que ningún otro clan del pasado, un inmediatismo irracional, una impaciencia febril, una ausencia de reflexión y una pérdida radical de capacidades teóricas, aspectos todos ellos sobresalientes de la descomposición” (idem, punto 6).

La Conferencia también ha puesto en evidencia que una de las causas, tanto de las tomas de posición iniciales erróneas del SI y del conjunto de la organización sobre cuestiones de funcionamiento como del rumbo antiorganizativo tomado por los miembros de la “fracción” y del retraso del conjunto de la CCI en identificar esa deriva, es el peso en nuestras filas del democratismo. Por tanto, la Conferencia decidió abrir una discusión sobre el problema del democratismo en base a un texto de orientación que deberá redactar el órgano central de la CCI.

Para terminar, la Conferencia puso de relieve la suma importancia que tiene el combate que actualmente está realizando la organización:

“El combate de los revolucionarios es una batalla constante en dos frentes: defensa y construcción de la organización, e intervención hacia el conjunto de la clase. Todos los aspectos de este trabajo son interdependientes (...).

“En el centro del actual combate está la defensa de la capacidad de la generación de revolucionarios que emergió tras 1968 para transmitir el dominio del método marxista, la pasión revolucionaria y la entrega, la experiencia de décadas de lucha de clases y combates organizativos a una nueva generación. Esencialmente se trata de llevar el mismo combate tanto en el interior de la CCI como hacia el exterior, hacia los elementos en búsqueda que segrega el proletariado, para preparar el futuro partido de clase”. (idem, punto 20).

CCI


[1] La Alianza de la democracia socialista y la Asociación internacional de trabajadores, informe sobre la Alianza, redactado por Marx, Engels, Lafargue y otros militantes por mandato del Congreso de La Haya de la AIT. Trad. del francés por nosotros.

[2] “El Congreso de La Haya de 1872: la lucha contra el parasitismo político.

[3] Las reacciones a estas amenazas son significativas: “Ranvier protesta contra las amenazas de abandonar la sala proferidas por Splingard, Guillaume y otros que prueban que son ELLOS y no nosotros los que ya se han pronunciado DE ANTEMANO sobre las cuestiones en discusión”. “Morago [miembro de la Alianza] habla de la tiranía del Consejo, pero es el propio Morago quien está imponiendo la tiranía de su mandato al Congreso” (Intervención de Lafargue).

[4] James Guillaume declara: “Alerini piensa que la comisión no tiene convicciones morales ni pruebas materiales; él ha pertenecido a la Alianza y está orgulloso de ello (...) sois la Santa Inquisición; pedimos una encuesta con pruebas concluyentes y tangibles”.

[5] Ver sobre el tema los siguientes artículos “La crisis del medio revolucionario”, “Informe sobre la estructura y el funcionamiento de la organización de revolucionarios” y la “Presentación del Vº Congreso de la CCI”, publicados en Revista internacional nos 28, 33 y 35 respectivamente.

[6] “XIº Congreso de la CCI: el combate por la defensa y la construcción de la organización.

[7] Fue el caso, a finales de los años 90, del “Circulo de París” compuesto de ex militantes de la CCI cercanos a Simón (un elemento aventurero excluido de la CCI en 1995) que publicó un folleto titulado Qué no hacer que es un batiburrillo de calumnias contra nuestra organización a la que presentan como una secta estalinista.

[8] Nuestro texto de 1993, “La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI”, publicado en la Revista internacional no 109, desarrolla ampliamente nuestro análisis de los clanes y el clanismo.

[9] El SI es la comisión permanente del órgano central de la CCI, el Buró internacional que está compuesto de militantes de todas las secciones territoriales.

[10] A este respecto ver nuestro “Comunicado a los lectores” publicado en nuestra prensa territorial

[11] Equivalente a la actitud de James Guillaume frente a la Comisión de encuesta nombrada por el Congreso de La Haya de la AIT.

[12] Esta actitud de intimidación hacia una comisión de investigación tampoco es nueva: Utin, que había enviado a la comisión de encuesta del Congreso de La Haya un testimonio de las acciones de Bakunin, fue objeto de una agresión por partidarios de éste.

[13] El órgano central internacional, en una circular remitida a todas las secciones en noviembre de 2001, enumera las violaciones a los estatutos. Veamos un corto extracto de esa lista:

“(...)

  • filtrar al exterior información de cuestiones internas; (...)
  • tres miembros de órganos centrales se niegan a participar en reuniones de dichos órganos, reuniones en las que estatutariamente deben participar; (...)
  • enviar un boletín a direcciones particulares de militantes de la CCI en flagrante infracción de nuestras reglas de funcionamiento centralizadas y violando los estatutos;
  • negarse a pagar la totalidad del importe normal previsto por la CCI de sus cuotas [los miembros de la “fracción” decidieron pagar solo el 30 % de sus cuotas];
  • negarse a dar a conocer y devolver a los órganos centrales un documento, el supuesto ‘histórico del SI’, que habían hecho circular entre ciertos militantes, que contiene acusaciones y ataques absolutamente inadmisibles contra la organización y alguno de sus militantes;
  • chantajear a la organización haciendo circular al exterior documentos internos de la organización, y en especial de sus órganos centrales”.

[14] Lo mismo que los bakuninistas denunciaron las decisiones del Congreso de La Haya de ser un medio para impedirles expresar sus posiciones, la camarilla de Jonas denuncia a la CCI por haber dejado constancia de su deserción, como si esta comprobación de hecho fuera una exclusión para acallar las divergencias.

[15] De ese modo la “fracción” trata de enfrentar unos con otros a los grupos del medio proletario, incrementando así la división que ya existe entre ellos. En su boletín nº 11 lanza una campaña de zalamerías y seducción hacia elementos del medio parásito, como el “Círculo de París” al que antes los miembros de la actual “fracción” eran los primeros en condenar. También en esto remedan la actitud de la muy “antiautoritaria” Alianza de Bakunin y que se alió, tras el Congreso de La Haya, con les “estatalistas” lassalianos

[16] Jonás expresa así su visión de la crisis: “Ahora que no tenemos las riendas, la CCI está perdida”.

 

Series: 

  • Cuestiones de organización [8]

Conferencia extraordinaria de la CCI: Resolución sobre la situación internacional

  • 4097 lecturas

La RESOLUCIÓN sobre la situación internacional de nuestro XIV° Congreso -adoptada en mayo de 2001- se centró en el curso histórico en la fase de descomposición del capitalismo (ver Revista internacional n° 106). En ella poníamos en evidencia la aceleración tanto de la crisis económica como del hundimiento del planeta en la guerra y la barbarie; y, al mismo tiempo, analizábamos los problemas y las potencialidades de una respuesta proletaria frente a esta situación. La Resolución que publicamos a continuación, propuesta en la Conferencia extraordinaria de la CCI en abril de 2002, se plantea complementar la primera a la luz de los acontecimientos del 11 de Septiembre y de la posterior "guerra antiterrorista", que han confirmado claramente los análisis generales del Congreso de 2001.


La ofensiva imperialista norteamericana
1. Los revolucionarios marxistas pueden hasta estar de acuerdo con el presidente Bush cuando este describió el ataque del 11 de Septiembre como un "acto de guerra" aunque, eso sí, añadirían que se trata de un acto de guerra capitalista, un momento de la guerra imperialista permanente que caracteriza la época de la decadencia capitalista. La matanza intencionada de miles de civiles (proletarios en su mayoría) mediante la destrucción de las Torres Gemelas ha constituido un nuevo crimen bárbaro contra la humanidad, a añadir a una larga lista que incluiría Guernica, Londres, Dresde, Hiroshima... Que el probable ejecutor del crimen haya sido un grupo terrorista vinculado a un Estado pobrísimo no cambia, para nada, su carácter imperialista, ya que en el período actual todos los Estados, o quienes aspiran a legitimarse como Estados, del mismo modo que todos los "señores de la guerra", son imperialistas.
El carácter criminal del 11 de Septiembre no sólo reside en el propio acto, sino también en su manipulación cínica por parte del Estado norteamericano, una manipulación totalmente comparable a la conspiración de Washington ante Pearl Harbor cuando, a sabiendas, permitió el ataque japonés, para poder tener una coartada para entrar en la guerra y movilizar a la población tras el Estado. No se sabe aún hasta qué punto los servicios secretos del Estado norteamericano han estado implicados "dejando hacer" a los terroristas en los ataques del 11 de Septiembre, aunque ya haya un montón de elementos que apuntan a una intriga maquiavélica y sin escrúpulos por su parte, pero lo que sí está claro es de qué manera los Estados Unidos han sacado provecho del crimen, utilizando el shock y la cólera causados en la población para movilizar a ésta en apoyo de una ofensiva imperialista de una amplitud sin precedentes.

2
. Enarbolando la bandera del antiterrorismo, el imperialismo USA ha extendido la sombra de la guerra al planeta entero. La "guerra al terrorismo" lanzada por USA ha devastado ya Afganistán, y la amenaza de que se extienda a Irak es cada vez más explícita. Pero la presencia armada norteamericana se ha ampliado a otras regiones del globo aunque no formen parte del llamado "eje del mal" (Irán, Irak y Corea del Norte). Así, en Filipinas se han desplegado tropas USA con la excusa de ayudar a combatir militarmente la "insurrección islamista"; y en Yemen y Somalia han llevado a cabo acciones espectaculares. El presupuesto de defensa americano se incrementará este año en un 14 %, y seguirá creciendo hasta que en el año 2007 supere en un 11 % el nivel medio que tenía durante la guerra fría. Estos datos proporcionan una elocuente imagen del enorme desequilibrio que existe en los gastos militares de los diferentes Estados: EE.UU representa casi el 40 % de los gastos mundiales totales, por sí sólo el presupuesto estadounidense es muy superior a la suma de los presupuestos británico, francés y de otros 12 países de la OTAN. A través de una reciente "indiscreción", la Administración estadounidense ha hecho saber que están dispuestos a emplear este terrorífico arsenal -incluyendo el nuclear- contra ciertos rivales. Al mismo tiempo la guerra en Afganistán ha reavivado las tensiones entre India y Pakistán; y entre Israel y Palestina, la carnicería sigue en aumento, mientras EEUU -invocando siempre la cruzada antiterrorista- apoya el plan apenas disimulado de Sharon de deshacerse de Arafat, de la Autoridad palestina, y de cualquier posibilidad de un arreglo negociado.
En los días que siguieron al 11 de Septiembre se habló mucho de la posibilidad de una 3ª guerra mundial. Este término se manejó profusamente en las redacciones y las tertulias, asociado por lo general a la idea de un "choque de civilizaciones" entre el "Occidente" moderno" y el Islam "fanático" (mostrado en el llamamiento de Bin Laden a una Yihad islámica "contra cruzados y judíos"). Esta idea ha encontrado, incluso, cierto eco en algunos grupos del medio político proletario, por ejemplo en el PCI (Il Partito) que en su hoja a propósito del 11 de Septiembre, escribía:
"Si la primera guerra imperialista basó su propaganda en la demagogia irredentista de la defensa nacional, si la segunda fue antifascista y democrática, la tercera, que será igual de imperialista, se disfrazará con el ropaje de una cruzada entre religiones opuestas, contra personajes tan donquijotescos, increíbles y turbios como esos Saladinos barbudos"
.
Otras formaciones del medio proletario, como el BIPR, más aptas para reconocer que lo que se esconde detrás de la campaña norteamericana contra el Islam es el conflicto ínterimperialista entre USA y sus principales rivales (en particular las principales potencias europeas); no son, sin embargo, capaces de refutar de arriba abajo el machaconeo mediático sobre la 3ª guerra mundial, pues no comprenden las especificidades históricas del período abierto con la desintegración de los dos bloques imperialistas a finales de los 80. Sobre todo, porque tienden a creer que la formación de bloques imperialistas que llevarían a la 3ª guerra mundial, se encuentra ya hoy muy avanzada. A pesar de la agravación de las contradicciones del capitalismo, la guerra mundial no está al orden del día

3
. Para comprender lo que tiene de inédito este período y seamos, por tanto, capaces de ver las perspectivas reales que se abren hoy ante la humanidad, es necesario que recordemos lo que de verdad representa una guerra mundial. La guerra mundial es la expresión de la decadencia del capitalismo, del carácter obsoleto del modo de producción capitalista. Es el producto del callejón sin salida histórico en el que este sistema se adentró cuando llegó a establecerse como economía mundial a comienzos del siglo XX. Las raíces materiales de la guerra mundial se encuentran pues, efectivamente, en una crisis sin solución como sistema económico, aunque no exista una relación mecánica entre los indicadores económicos y el desencadenamiento de tal guerra. Partiendo de esa base, la experiencia de las dos guerras mundiales anteriores, y los largos preparativos para la tercera entre los bloques norteamericano y ruso, han demostrado que una guerra mundial equivale a un conflicto directo por el control del planeta entre los bloques militares constituidos por las potencias imperialistas dominantes. Como se trata de una guerra entre los Estados capitalistas más potentes, se necesita también la movilización y la adhesión activa de los obreros de esos Estados, y esto sólo puede conseguirse si la clase dominante es capaz de derrotar a los principales batallones de ese proletariado. Si examinamos la situación actual nos daremos cuenta de que las condiciones que se necesitarían para una 3ª guerra mundial, no se vislumbran en un futuro inmediato.

4
. No es éste, sin embargo, el caso en cuanto a la crisis económica mundial. La economía capitalista se enfanga cada día más en sus propias contradicciones, cuyo nivel es muy superior al que alcanzaron en los años 30. En aquel entonces, la burguesía fue capaz de reaccionar ante el hundimiento en la recesión, gracias a los nuevos instrumentos del capitalismo de Estado. Hoy, esos mismos instrumentos, que sigue siendo necesario utilizar para gestionar la crisis e impedir la parálisis total, son los que agudizan profundamente las contradicciones que sacuden al sistema capitalista. En los años 30, aunque los mercados extra-capitalistas residuales que seguían subsistiendo eran insuficientes para permitir una expansión "pacífica" del sistema, es cierto, sin embargo, que seguían quedando grandes zonas receptivas a un desarrollo capitalista (en Rusia, África, Asia...). Finalmente, en aquel período ya de declive capitalista, la guerra mundial a pesar de su coste en muertes de millones de seres humanos y de destrucción del resultado de siglos de trabajo humano, podía aún producir un aparente beneficio económico (si bien jamás éste ha sido el objetivo de guerra de los beligerantes): un largo período de reconstrucción que, acompañado de la política del capitalismo de Estado de recurrir al déficit, parecía dar un nuevo hálito de vida al sistema. En cambio, una tercera guerra mundial significaría, ni más ni menos, la destrucción del género humano.
Lo más significativo del curso de la crisis económica que se abrió al acabarse la etapa de reconstrucción, es que cada "solución", cada una de las "panaceas" que se han aplicado a la economía capitalista, han demostrado ser en realidad -y cada vez en un plazo de tiempo más breve- auténticas pócimas de charlatán.
Ante la reaparición de la crisis a finales de los años 60, la respuesta inicial de la burguesía fue la de volver a emplear gran parte de las políticas keynesianas utilizadas ya en la reconstrucción.
La reacción "monetarista" de los años 80, que se presentó como una "vuelta a la realidad" (acordémonos del discurso de Thatcher que decía que un país, como una familia, no puede gastar más de lo que ingresa) fracasó, sin embargo, estrepitosamente, en la reducción de los gastos producidos por el endeudamiento o por el coste del funcionamiento del Estado ("boom" del consumo alimentado por la especulación inmobiliaria en Gran Bretaña, programa de la "guerra de las galaxias" de Reagan en Estados Unidos).
Este "boom" ficticio de los años 80, basado en el endeudamiento y la especulación y acompañado por un desmantelamiento de sectores enteros del aparato productivo e industrial, se paró en seco con el crash financiero de 1987. La crisis que sucedió a ese quiebra dio paso, a su vez, al "crecimiento" alimentado por el endeudamiento que ha caracterizado los años 90.
Cuando, tras el hundimiento de las economías del Sudeste asiático a finales de la década pasada, se pudo comprobar que ese crecimiento había sido en realidad la causa de la agravación de la situación económica, nos vendieron entonces un ramillete de nuevas "soluciones definitivas" a la crisis, tales como la "revolución tecnológica", o la cacareada "nueva economía". Los efectos de estas panaceas han sido los más efímeros de todos: sólo unos meses después de lanzar el bombardeo propagandístico sobre "la economía basada en Internet", ésta ha demostrado ser un enorme fraude especulativo.
Hoy, los "diez gloriosos años" de crecimiento norteamericano están oficialmente finiquitados. Los Estados Unidos han reconocido que están en recesión, y otro tanto sucede en potencias como Alemania. Además el estado de la economía japonesa supone un quebradero de cabeza constante para la burguesía mundial que se teme, incluso, que Japón acabe tomando el mismo rumbo que Rusia. Y eso por no hablar del estado de las regiones periféricas, donde el hundimiento catastrófico de la economía argentina no es más que la punta del iceberg, pues un montón de países más se encuentra precisamente en esa misma situación.
Es verdad que a diferencia de lo que sucedió en los años 30, el estallido de la crisis no ha derivado inmediatamente en que cada país "tire por su lado" en sus políticas económicas, parapetándose a sí mismo con barreras proteccionistas. Aquella reacción de entonces aceleró, sin duda, el curso hacia la IIª Guerra mundial. En cambio hoy, el desmoronamiento de unos bloques imperialistas, que también sirvieron al capitalismo para regular los problemas económicos entre 1945 y1989, prácticamente solo ha repercutido en las esferas militar e imperialista. En lo económico, las antiguas estructuras del bloque han sido adaptadas a la nueva situación y ha habido una política global consistente en impedir una quiebra catastrófica de las economías centrales (permitiendo así también un hundimiento "controlado" de las economías periféricas más afectadas); gracias al recurso masivo a los préstamos administrados por instituciones como el Banco mundial o el FMI. Lo que se llama "mundialización" consiste, en cierto modo, en ese consenso entre las economías más poderosas para controlar mínimamente una competencia entre ellas que consistiría en tratar de mantenerse a flote a costa de hundir al resto del mundo. Además la burguesía insiste frecuentemente en que ha aprendido la lección de los años 30, y que no va a consentir, por tanto, que una guerra comercial degenere en guerra mundial entre las principales potencias. Hay una pizca de verdad en esta afirmación puesto que, a pesar de las rivalidades nacional-imperialistas entre las grandes potencias, se ha conseguido mantener una estrategia de "gestión" internacional de la economía.
Pero por mucho que la burguesía se empeñe en tratar de contener las tendencias más devastadoras de la economía mundial (la simultaneidad de hiperinflación y depresión, la competencia irrefrenable entre sus diferentes unidades nacionales), lo cierto es que cada día más debe enfrentarse a las contradicciones inherentes al proceso mismo. Esto se ve muy claramente en el caso de una pieza fundamental de su política como es el recurso al endeudamiento, que cada vez está más cerca de explotarle en la cara al capitalismo. Por ello, a pesar de los discursos optimistas sobre la "futura" reactivación económica, el horizonte se oscurece y el futuro de la economía mundial aparece cada vez más incierto. Y esto va a aguijonear, sin duda, las rivalidades imperialistas. La posición extremadamente agresiva adoptada hoy por Estados Unidos tiene ciertamente que ver con sus dificultades económicas, y éstas le obligarán, cada vez más, a recurrir a la fuerza militar para mantener su dominación sobre el mercado mundial. Al mismo tiempo, la formación de una zona "euro" contiene las premisas de una guerra comercial que se acentuará en el futuro pues las principales economías se verán obligadas a responder a la agresividad comercial norteamericana. La gestión "global" de la crisis económica por parte de la burguesía es pues extremadamente frágil, y se verá crecientemente minada por las rivalidades, tanto económicas como estratégico-militares.

5
. Si dependiese únicamente del nivel alcanzado por la crisis económica, el capitalismo habría ido a la guerra mundial en los años 80. En el período de la guerra fría, cuando los bloques militares necesarios para llevar a cabo la contienda se encontraban formados, el principal obstáculo para el desencadenamiento de la guerra lo constituía el hecho de que la clase obrera no estaba derrotada. Hoy, ese factor subsiste, a pesar de todas las dificultades que ha sufrido la clase obrera en el período abierto en 1989, el período que nosotros hemos caracterizado como el de la descomposición del capitalismo. Pero antes de examinar este punto, debemos considerar un segundo factor histórico que dificulta hoy el estallido de una 3ª guerra mundial: la inexistencia de bloques militares.
En el pasado, la derrota de un bloque en la guerra conducía rápidamente a la formación de nuevos bloques: así el bloque alemán, contendiente en la Iª Guerra mundial, comenzó a reconstituirse a principios de los años 30 y, el bloque ruso se formó inmediatamente después de la IIª Guerra mundial. Tras el hundimiento del bloque ruso (más como consecuencia de la crisis económica que directamente de la guerra), la tendencia inherente al capitalismo decadente a la división del mundo en dos bloques imperialistas adversarios, volvió a ponerse de manifiesto con la reunificación de Alemania que es el único país que puede aspirar a encabezar un nuevo bloque que rete la hegemonía de EE.UU. Este desafío se vislumbró sobre todo a través de la injerencia alemana en el desmantelamiento de la ex Yugoslavia, lo que precipitó a los Balcanes en una guerra que dura ya más de diez años. Sin embargo esta tendencia a la formación de un nuevo bloque se ha visto contrarrestada por otras tendencias opuestas:
- La tendencia de cada nación, tras acabarse el sistema de bloques de la guerra fría, a mantener su propia política imperialista "independiente". Este factor tiene desde luego mucho que ver con la necesidad imperiosa por parte de las grandes potencias del antiguo bloque occidental de liberarse de la tutela norteamericana; pero también ha jugado en contra de la posibilidad de la formación de un nuevo bloque cohesionado antagonista de EEUU. Y si bien es verdad que la única candidatura posible para llegar a ser ese bloque es la de una Europa dominada por Alemania, sería un error suponer que la Unión Europea actual constituye ya tal bloque. La Unión Europea es, primera y principalmente, una institución económica, aunque tenga pretensiones de desempeñar un papel más relevante en lo político y en lo militar. Un bloque imperialista es, ante todo, una alianza militar. La "Unión" Europea dista mucho de estar unida a ese nivel. Los dos actores clave de cualquier futuro bloque imperialista basado en Europa (Francia y Alemania), andan continuamente a la gresca por razones que se remontan muy atrás en la historia. Lo mismo cabe decir de Gran Bretaña, cuya orientación "independiente" se basa, esencialmente, en enfrentar a Alemania con Francia, a ésta con los alemanes, a Estados Unidos con Europa y a ésta con los norteamericanos. La fuerza de esta tendencia a "cada uno para sí" ha quedado demostrada en estos últimos años a través de la voluntad creciente por parte de potencias de tercera y cuarta división de retar frecuentemente los designios de EE.UU (por ejemplo Israel en Oriente Medio, India y Pakistán en Asia, etc.) y de jugar sus propias bazas. Una demostración más de ello es la proliferación de "señores de la guerra" imperialistas, que aspiran a tener una relevancia mundial y no sólo local, aún cuando no lleguen a controlar siquiera un Estado particular.
- La superioridad militar aplastante de los USA, que se ha hecho aún más evidente en los diez últimos años, y que ellos mismos no han dejado de reforzar en las grandes intervenciones que han realizado en este período: el Golfo, Kosovo y, hoy, Afganistán. Es más, en cada una de esas intervenciones los USA han ido abandonando progresivamente la pretensión de actuar como parte de una presunta "comunidad internacional". Y así mientras la guerra del Golfo fue llevada a cabo "legalmente" bajo mandato de la ONU; la guerra de Kosovo se desarrolló "ilegalmente" en el marco de la OTAN, y la reciente campaña en Afganistán ha sido ejecutada enarbolando la bandera de la "acción unilateral". El presupuesto de defensa que acaba de ser aprobado en EE.UU no deja lugar a dudas de que los europeos son -en palabras de Lord Robertson, secretario general de la OTAN- auténticos "pigmeos militares", lo que no ha dejado de suscitar multitud de artículos en la prensa europea que se preguntaban: "¿No serán demasiado poderosos los americanos para lo que les interesa?"; así como una inquietud generalizada por el hecho de que la Alianza transatlántica sea ya algo del pasado. Por todo ello si bien la "cruzada contra el terrorismo" es una respuesta a las crecientes tensiones entre USA y sus principales competidores (véanse por ejemplo las desavenencias con ocasión de los "acuerdos de Kyoto" o sobre la reedición de la Guerra de las galaxias), exacerbando aún más esas disputas, el resultado de la acción norteamericana es el de resaltar aún más cuán lejos están los europeos de poder desafiar el liderazgo mundial de los Estados Unidos. El desequilibrio es pues tan enorme que como señalábamos en nuestro texto de orientación "Militarismo y descomposición", escrito en 1991:
"La reconstitución de un nuevo dúo de bloques imperialistas no sólo resulta imposible antes de que pasen muchos años, es que puede que nunca vuelva a producirse: la revolución o la destrucción de la humanidad acontecerán antes de que esto suceda" (Revista internacional nº 64).
Diez años más tarde, la formación de un verdadero bloque antinorteamericano, se sigue enfrentando a los mismos enormes obstáculos.
- La formación de bloques imperialistas exige, también, una justificación ideológica, sobre todo para poder entrampar en sus redes a la clase obrera. Esta ideología no existe hoy. El "Islam" ha demostrado ser una fuerza capaz de movilizar a explotados de ciertas partes del planeta, pero carece de un impacto significativo entre los obreros de los países centrales del capitalismo. Por la misma razón, menos todavía serviría el "antiislamismo" para movilizar a los trabajadores norteamericanos contra sus hermanos europeos. El problema, tanto para EE.UU como para sus principales rivales, es que comparten la defensa de la misma ideología "democrática", lo cual les hace aparecer más como aliados que como rivales. Es verdad que en Europa, la clase dominante empieza a instigar una significativa corriente de antiamericanismo, pero en ningún caso puede ésta compararse al antifascismo o al anticomunismo que les sirvieron en el pasado para suscitar la adhesión a la guerra imperialista. Detrás de esas dificultades ideológicas, lo que hay, en realidad, es un problema mucho más profundo para la clase dominante: la clase obrera no está derrotada, no se muestra dispuesta a aceptar los sacrificios que su enemigo de clase pretende imponerle para hacer frente a las exigencias de guerra.


El curso a los enfrentamientos entre las clases sigue estando vigente

6. La enorme demostración de patriotismo que vimos en Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre hace necesario que reexaminemos este aspecto fundamental de nuestra comprensión de la situación mundial. En EE.UU una atmósfera de chovinismo se apoderó de todas las clases sociales, lo que, por descontado, ha aprovechado la clase dominante para, por un lado y a corto plazo, desencadenar la "guerra contra el terrorismo", pero también para impulsar, más a largo plazo, una política tendente a eliminar el llamado "síndrome de Vietnam", es decir, las reticencias del proletariado de EE.UU a dejarse sacrificar en aras de las aventuras imperialistas norteamericanas. Es innegable que el capitalismo norteamericano ha hecho bastantes progresos ideológicos en este terreno, del mismo modo que ha reforzado todo su arsenal de vigilancia y represión (un éxito que también ha encontrado eco en Europa). Pero esto no representa una derrota histórica mundial para la clase obrera, por las razones siguientes:
- La relación de fuerzas entre las clases sólo puede determinarse a escala internacional, y se juega, por encima de todo, en el corazón de los países europeos, que es donde se decide y se decidirá la suerte de la revolución. Y si bien los atentados del 11 de septiembre permitieron a la burguesía europea montar también su particular versión de la campaña antiterrorista, en Europa no se ha dado el desbordamiento de patriotismo que hemos visto en EE.UU. Al contrario, la guerra norteamericana en Afganistán ha suscitado, más bien, una considerable inquietud en la población europea que se ha visto reflejada, parcialmente, en la amplitud del movimiento "contra la guerra" en el viejo continente. Es cierto que este movimiento ha sido auspiciado por la propia burguesía, en parte como expresión de sus reticencias a dejarse arrastrar en la campaña belicista de los USA, pero también como medio para impedir cualquier oposición verdaderamente de clase a la guerra capitalista.
- Ni siquiera en los mismos Estados Unidos puede decirse que la marea patriótica lo anegara todo. En las mismas fechas en que se producían los ataques, había huelgas en diferentes sectores de la clase obrera norteamericana, aún cuando los huelguistas fueran denunciados como "antipatrióticos" por defender sus intereses de clase.
Así pues los diferentes factores que, en la Resolución de nuestro XIVº Congreso, identificamos como la confirmación del curso histórico hacia los enfrentamientos de clases, siguen plenamente vigentes:
- El lento desarrollo de la combatividad de la clase obrera sobre todo en las concentraciones centrales del proletariado. Esto se ha visto recientemente confirmado en la huelga de ferrocarriles en Gran Bretaña, así como en el movimiento más extenso, aunque también más disperso, de huelgas en Francia.
- La maduración subterránea de la conciencia que se pone de manifiesto en el desarrollo de minorías politizadas en numerosos países. Este proceso continúa e incluso se desarrolla después de la guerra de Afganistán (por ejemplo los grupos que defienden posiciones de clase y que emergen del pantano de confusión, en Gran Bretaña, Alemania...).
- El peso "en negativo" del proletariado sobre la preparación y la forma de conducir los conflictos. Esto puede verse, sobre todo, en cómo la clase dominante se ve obligada a presentar sus principales operaciones militares. Tanto en el Golfo, en Kosovo como en Afganistán, la función real de estas guerras ha sido sistemáticamente ocultada. No sólo en cuanto a los verdaderos objetivos (el capitalismo camufla siempre sus objetivos criminales con pomposas declaraciones), sino incluso sobre quién es el verdadero enemigo. Al mismo tiempo la burguesía sigue siendo muy prudente a la hora de movilizar a un número importante de obreros en estas guerras. Y si bien la burguesía estadounidense ha conseguido, sin duda, ciertos éxitos ideológicos en este terreno, la verdad es que continúa estando muy interesada en minimizar sus bajas en Afganistán. En cuanto a Europa, no se ha producido ninguna tentativa de cambiar la política consistente en enviar a la guerra únicamente a soldados profesionales. La guerra en la descomposición del capitalismo

7
. Por todo lo anterior no se vislumbra en un futuro inmediato el estallido de una tercera guerra mundial. Pero esto no debe servirnos de consuelo. Los acontecimientos del 11 de Septiembre han engendrado un fuerte sentimiento de que una especie de apocalipsis es inminente, quedando un sentimiento de que "el fin del mundo" se acerca, si entendemos por "mundo", el mundo del capitalismo, un sistema condenado por la Historia y que ha agotado cualquier posibilidad de reforma. La perspectiva que el marxismo anuncia desde el siglo XIX sigue siendo la de socialismo o barbarie, pero la forma concreta que puede tomar la amenaza de barbarie es diferente de la que preveían los revolucionarios del siglo pasado (la destrucción de la civilización únicamente a través de una guerra imperialista). La entrada del capitalismo en la fase terminal de su decadencia, la fase de descomposición, se ve condicionada por la incapacidad de la clase dominante de "resolver" su crisis histórica mediante otra guerra mundial, pero trae consigo nuevos y más insidiosos peligros de una gradual caída en el caos y la autodestrucción. En este escenario, la guerra imperialista, o más bien una espiral de guerras imperialistas, seguiría siendo el principal jinete del Apocalipsis pero cabalgaría en medio de hambrunas, enfermedades, desastres ecológicos a escala planetaria, y disolución de todas las relaciones sociales. A diferencia de la guerra imperialista mundial, para que tal escenario llegue a su conclusión, no es necesario que el capitalismo logre alistar o derrotar a los batallones centrales de la clase obrera. Hoy nos enfrentamos ya al peligro de que la clase obrera sea progresivamente sumergida en todo el proceso de descomposición, y pierda poco a poco la capacidad de actuar como una fuerza consciente, antagónica al capital y a la pesadilla en la que éste adentra a la humanidad.

8
. "La guerra contra el terrorismo" es, verdaderamente, una guerra de la descomposición capitalista. Aunque las contradicciones económicas del sistema le empujan insistentemente a una conflagración entre los principales centros del capitalismo mundial, resulta que la vía de esa confrontación está bloqueada, por lo que, inevitablemente, debe tomar otro camino como en el Golfo, Kosovo y Afganistán, es decir guerras en las que el conflicto subyacente entre las grandes potencias se ha "desviado" hacia acciones militares contra potencias capitalistas más débiles. En los tres casos mencionados EE.UU ha sido el principal protagonista. A diferencia de lo que ocurrió en las dos primeras guerras mundiales, el Estado más poderoso del planeta es quien se ve obligado a pasar a la ofensiva, tratando de impedir que surja un rival lo suficientemente fuerte para que se les oponga abiertamente.

9
. Pero es que la actual "guerra contra el terrorismo" es mucho más que una simple reedición de las precedentes intervenciones de Estados Unidos en el Golfo Pérsico y en los Balcanes, pues representa, en realidad, una aceleración cualitativa de la descomposición y la barbarie:
- ya no se trata de una campaña de corta duración con objetivos precisos y limitados a una región particular, sino una operación por tiempo ilimitado, un conflicto prácticamente permanente que tiene el mundo entero de teatro de operaciones.
- tiene objetivos estratégicos mucho más globales y vastos que incluyen una presencia decisiva de EE.UU en Asia Central para asegurarse el control no sólo de esta región, sino también de Oriente Medio y del subcontinente indio, bloqueando así cualquier posibilidad de expansión europea (especialmente de Alemania) en esta zona del planeta. Ello supone, efectivamente, cercar a Europa. Por esta razón, y contrariamente a lo que sucedió en 1991, Estados Unidos puede permitirse ahora el derrocamiento de Sadam, ya que no le necesita como gendarme local habida cuenta de la intención norteamericana de imponer directamente su presencia. Las ambiciones estadounidenses de controlar el petróleo y otras fuentes de energía de Oriente Medio y Asia Central deben verse en este contexto. Al revés de lo que plantean los izquierdistas, no es que el gobierno de Washington actúe en nombre de las grandes compañías petrolíferas en busca de un beneficio inmediato, sino que está llevando a cabo una política estratégica para controlar sin réplica posible las principales vías de circulación de los recursos energéticos en caso de futuros conflictos imperialistas. Paralelamente, la insistencia estadounidense en situar a Corea del Norte dentro del "eje del mal" debe entenderse como un aviso por parte de Washington de que se reserva el derecho de realizar una gran operación en Asia Oriental, lo que supone un desafío a las ambiciones tanto de China como de Japón en esa región.

10
. Sin embargo, si la "cruzada antiterrorista" deja claro que los Estados Unidos necesitan imperiosamente crear un orden mundial sometido, total y permanentemente, a sus intereses militares y económicos, esta guerra no puede escapar al sino de todas las guerras del período actual: ser un factor más de la agravación del caos mundial, sólo que esta vez a un nivel mucho más elevado que en los conflictos precedentes.
En Afganistán la victoria de Estados Unidos no ha servido, en absoluto, para estabilizar la situación interna en este país en el que ya han estallado las querellas entre las fracciones que se han hecho con el poder tras derrocar a los talibanes. Los bombardeos norteamericanos han sido ya utilizados como "instrumentos de mediación" en estas disputas, mientras otras potencias, sobre todo Irán, que controla a algunas fracciones disidentes, no dejan de echar leña al fuego.
- El "éxito" de la campaña americana contra el terrorismo islámico ha hecho que EE.UU revise también su política respecto a los países árabes con los que se muestra mucho menos complaciente. El apoyo norteamericano a la actitud extremadamente agresiva de Sharon respecto a la Autoridad palestina, ha terminado por enterrar el "proceso de paz" de Oslo, elevando la intensidad de la confrontación militar. Pero también los desacuerdos sobre la presencia de tropas USA en suelo saudí han supuesto un enrarecimiento de las relaciones con quien, antaño, fue un cliente dócil.
- La derrota de los talibanes ha puesto a Pakistán en una situación de mucha dificultad, lo que la burguesía india no ha tardado en tratar de rentabilizar. La escalada de tensiones entre estas dos potencias nucleares tiene repercusiones muy graves para el futuro de esa zona, sobre todo si tenemos en cuenta que China y Rusia están también implicadas en ese laberinto de rivalidades y alianzas.

11
. Toda esta situación encierra un muy serio peligro de degenerar en una espiral fuera de control, en la que Estados Unidos se vea, cada vez más, obligado a intervenir para imponer su autoridad, lo que a su vez puede multiplicar las fuerzas dispuestas a defender sus intereses particulares y a oponerse a los designios de Washington. Y esto no es menos cierto cuando nos referimos a los principales rivales de los norteamericanos. Tras la comedia inicial del "cerremos filas con Estados Unidos", la "cruzada antiterrorista" ha acentuado considerablemente las tensiones entre EE.UU y sus aliados europeos. A la inquietud por el desmedido nivel del nuevo presupuesto estadounidense de defensa, se han unido las críticas sin tapujos al discurso de Bush sobre el "eje del mal". Alemania, Francia, e incluso Gran Bretaña, han expresado sus reticencias a dejarse arrastrar en los planes norteamericanos de ataque a Irak, y han mostrado abiertamente su disgusto por la inclusión de Irán en dicho "eje". Esto es lógico por cuanto Alemania y también Gran Bretaña habían aprovechado la crisis afgana para aumentar sus influencias en Teherán. Estas potencias están contrariadas por tener que reconocer que Estados Unidos, al mismo tiempo que se enfada con el régimen iraní porque éste ha tratado de sacar ventaja de la situación en Afganistán, utiliza a Irán como bastón para golpear a sus rivales europeos. La siguiente fase de la "guerra contra el terrorismo" que implica, probablemente, un importante ataque contra Irak, incrementará esas diferencias. En esto podemos ver una nueva manifestación de la tendencia a la formación de nuevos bloques en torno a USA por un lado, y a Europa por otro. Pero por las razones que antes hemos analizado, las tendencias contrarias a esa formación de nuevos bloques ganan la partida. Si embargo esto no hará que el mundo sea más pacífico. Frustradas por su inferioridad militar y por los factores sociales y políticos que imposibilitan una confrontación directa con Estados Unidos, el resto de grandes potencias multiplicarán sus esfuerzos por desafiar, con los medios que tienen a su alcance (las guerras mediante países interpuestos, las intrigas diplomáticas, etc.), la autoridad norteamericana. El ideal americano de un mundo unido bajo las barras y estrellas de su bandera es un sueño tan imposible como el que tenía Hitler de un Reich de mil años.

12
. En los próximos años, el proletariado, y sobre todo la clase obrera de los principales países capitalistas, se verá ante una aceleración de la situación mundial en todos los terrenos. Sobre todo aparecerá en la práctica la relación estrecha existente entre la crisis económica y la escalada de la barbarie capitalista. La intensificación de la crisis y de los ataques contra las condiciones de vida de los trabajadores no coincide, mecánicamente, con el desarrollo de las guerras y de las tensiones imperialistas. Ambas se refuerzan mutuamente. El mortal callejón sin salida en el que se encuentra la economía capitalista empuja hacia soluciones militares; y a su vez, el aumento vertiginoso de los presupuestos militares implica nuevos sacrificios para la clase obrera, la devastación causada por la guerra, sin la recompensa de una verdadera "reconstrucción", entraña antes o después una dislocación de la maquinaria económica. A la vez, la necesidad de justificar estas agresiones al proletariado dará lugar a nuevos ataques ideológicos a la conciencia de la clase obrera. En su lucha por defender sus condiciones de vida, los trabajadores no tendrán más opción que comprender la estrecha vinculación que hay entre crisis y guerra, y reconocer así las implicaciones históricas y políticas de su combate.


Los peligros que supone para el proletariado la descomposición capitalista

13. Los revolucionarios pueden tener confianza en el hecho de que el curso histórico hacia los enfrentamientos de clase sigue estando abierto, y que ellos tienen una misión vital en la futura politización de la lucha de clases. Pero su papel no es de consolar a la clase obrera. El mayor peligro para el proletariado en el próximo período es la erosión de su identidad de clase, causada por el retroceso de su conciencia como resultado del hundimiento del bloque del Este en 1989, y agravada por el avance pernicioso de la descomposición en todas las esferas de la sociedad. Si ese proceso prosigue sin freno, la clase obrera será incapaz de tener una influencia decisiva en las convulsiones sociales y políticas que se avecinan, inexorablemente, con el ahondamiento de la crisis económica mundial y la deriva hacia el militarismo. Los últimos acontecimientos en Argentina nos dan una ilustración clarísima de este peligro: confrontada a una parálisis severa no sólo de la economía, sino también del aparato político de la clase dominante, la clase obrera ha sido incapaz de afirmarse como fuerza autónoma. Al contrario, sus movimientos embrionarios (huelgas, comités de parados, etc.) se han visto anegados en una "protesta interclasista" que no podía ofrecer ninguna perspectiva, sino que, al revés, ha permitido a la burguesía tener todas las bazas para manejar la situación a su favor. Es muy importante que los revolucionarios tengamos claridad sobre esto, ya que las letanías izquierdistas sobre un supuesto desarrollo de una situación revolucionaria en Argentina, han aparecido de manera similar en ciertos sectores del medio político proletario (e incluso en el seno de la CCI), como expresión de un embalamiento inmediatista y oportunista. Nuestra posición sobre la situación en Argentina, no es, en ningún caso, el resultado de una especie de "indiferencia" ante las luchas del proletariado de los países periféricos. Ya hemos insistido muchas veces en la capacidad del proletariado de esas regiones, cuando lucha en su propio terreno de clase, de ofrecer una dirección política a todos los oprimidos. Así, por ejemplo, el movimiento de luchas obreras masivas de Córdoba en 1969 ofreció claramente una perspectiva a las demás capas no explotadoras en Argentina, y representó una lucha ejemplar para la clase obrera mundial. Pero los acontecimientos de hoy, que algunos han tomado por un movimiento insurreccional muy avanzado del proletariado, han manifestado todo lo contrario: que las escasas expresiones embrionarias del proletariado han sido incapaces de ofrecer una referencia y una dirección a una revuelta que ha sido rápidamente recuperada por las fuerzas de la burguesía. El proletariado argentino tiene todavía un inmenso papel que desempeñar en el desarrollo de las luchas en América Latina, pero lo que está viviendo últimamente no debe ser confundido con sus futuras potencialidades que, más que nunca, vienen determinadas por el desarrollo de los combates, en su propio terreno de clase, de los trabajadores de los países centrales.


Las responsabilidadesde los revolucionarios
14. Todas las clases de la sociedad están afectadas por la descomposición capitalista. La primera de todas la propia burguesía, pero eso no quiere decir que el proletariado se encuentre a salvo, ya que su conciencia de clase, su confianza en el porvenir, su solidaridad de clase, se ven continuamente atacadas por la ideología y las prácticas sociales producidas por dicha descomposición: el nihilismo, la huida hacia delante a través de lo irracional y el misticismo, la atomización y la disolución de la solidaridad humana sustituida por la falsa colectividad de las bandas, las pandillas mafiosas y los clanes. Tampoco la minoría revolucionaria está inmunizada frente a estos efectos negativos de la descomposición, sobre todo del recrudecimiento del parasitismo político, un fenómeno que si bien no es específico de la etapa de la descomposición, sí se ve fuertemente estimulado por ésta. La gran dificultad de los grupos del medio político proletario para tomar conciencia de este peligro, pero también la falta de vigilancia de la propia CCI frente a él (1), suponen una gran debilidad. A esto cabe añadir la acentuación de una tendencia a la fragmentación y a la cerrazón por parte del resto de grupos del medio político proletario, justificada con nuevas teorías sectarias que llevan también la marca del período. Si en este medio no se expresan con suficiente fuerza la conciencia y la voluntad políticas de combatir tales debilidades, el potencial que representa la emergencia, en todo el planeta, de nuevas capas de elementos en búsqueda de posiciones revolucionarias, corre entonces el peligro de quedar abortada. La formación del futuro partido depende de que el MPP sea capaz de situarse a la altura de sus responsabilidades.
La comprensión que tiene la CCI del fenómeno de la descomposición del capitalismo, lejos de ser una manera de evitar las verdaderas cuestiones políticas reales, es, en cambio, la clave para entender las dificultades políticas a las que, hoy, deben hacer frente la clase obrera y sus minorías revolucionarias. A los revolucionarios siempre les ha correspondido el deber de realizar un esfuerzo permanente de elaboración teórica para clarificar, en sus filas y en el seno del conjunto del proletariado, las cuestiones planteadas por las necesidades de la lucha. Esa necesidad es aún más imperiosa en nuestros días, para que la clase obrera -la única fuerza que mediante su conciencia, su confianza y su solidaridad tiene capacidad de resistir la descomposición- pueda asumir sus responsabilidades históricas de destrucción del capitalismo.

1º de Abril de 2002



1) Ver en este número el artículo "Balance de la Conferencia extraordinaria de la CCI".

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [9]

Historia del movimiento obrero - Las fracciones frente a la cuestión de la disciplina en la organización

  • 5261 lecturas

En un artículo anterior (Revista internacional nº 108) describimos la emergencia de las fracciones de izquierda que combatieron la degeneración de los antiguos partidos obreros, especialmente la del SPD (Partido socialdemócrata de Alemania), el cual había apoyado el esfuerzo de guerra de su capital nacional en 1914, la del Partido comunista ruso y de la Tercera internacional a medida que se transformaban en instrumentos del Estado ruso con la derrota gradual de la Revolución de octubre. En este proceso, la tarea de las fracciones era luchar para reconquistar la organización para las posiciones centrales del programa proletario, contra su abandono por la derecha oportunista y la traición total de la dirección que controla la mayoría de la organización. Para salvaguardar la organización como instrumento de lucha de la clase y salvar el máximo de militantes, una preocupación esencial de las fracciones de izquierda era la de quedarse el mayor tiempo posible en el partido. Sin embargo, el proceso de degeneración política venía inevitablemente acompañado de una modificación profunda del modo de funcionamiento de los partidos mismos, de las relaciones entre militantes y el conjunto de la organización. Esta situación planteó irremediablemente a las fracciones la cuestión de la ruptura de la disciplina de partido para poder cumplir la tarea de preparación del nuevo partido del proletariado.

Ahora bien, en el movimiento obrero, la izquierda ha defendido siempre el respeto riguroso de las reglas de la organización y de la disciplina en su seno. Romper la disciplina de partido no era algo que se planteaba a la ligera, sino que, al contrario requería un gran sentido de las responsabilidades, una evaluación profunda de lo que está en juego y de las perspectivas para el porvenir de la organización del proletariado y para el proletariado mismo.
EL OBJETIVO de este artículo es examinar cómo se planteó el problema de la disciplina en la historia de la organización de la clase obrera, especialmente cómo fue tratada por las izquierdas en los grandes partidos obreros, los de la IIª y IIIª Internacional, por las fracciones de izquierda que lucharon en esos partidos para defender la línea revolucionaria durante la degeneración de éstos y, en fin, en la izquierda comunista internacional de la que nosotros, como la mayoría de las demás organizaciones del medio proletario de hoy, somos herederos. Para ello, es necesario tratar la cuestión más general de cómo se plantea la disciplina en la sociedad de clases, especialmente en el seno de la burguesía y en el proletariado.

Disciplina y conciencia

Es una evidencia afirmar la necesidad de reglas comunes para la organizar cualquier actividad humana, ya sea a nivel de una pequeña colectividad o a escala de toda la sociedad. La diferencia entre el comunismo y las demás sociedades de clase anteriores no es que el comunismo estará menos organizado (al contrario, será la primera comunidad humana organizada a escala planetaria), sino que la organización social no será impuesta a una clase explotada por, y en provecho de, una clase explotadora. "Al gobierno de los hombres, decía Marx, le sucederá la administración de las cosas". En cambio, mientras vivamos en una sociedad de clases, "el gobierno de los hombres" no es algo neutral. En el capitalismo, la disciplina en la fábrica o en la oficina la impone la clase dominante sobre la clase explotada, garantizada, en última instancia por el Estado a través de sus leyes sobre el trabajo y gracias a la fuerza armada. La burguesía pretende hacernos creer que el Estado y su disciplina están por encima de la sociedad, independientemente de las clases, que todos somos iguales ante la disciplina de la ley. El marxismo denunció de inmediato esa mentira, demostrando que ningún aspecto de la organización o del comportamiento social debe considerarse ajeno a su estatuto y a su función en la sociedad de clases. Como lo escribió Lenin:
"…los conceptos "democracia en general" y "dictadura en general", sin plantear la cuestión de qué clase (…) es una descarada mofa de la teoría principal del socialismo (…) Porque en ningún país capitalista civilizado existe la "democracia en general", pues lo que existe en ellos es únicamente la democracia burguesa" (1).
Es de igual modo un sinsentido hablar de "disciplina" en sí: hay que identificar la naturaleza de clase de la disciplina que se considera. En la sociedad capitalista la libertad en sí (en apariencia, lo contrario de la disciplina) es un engaño, pues la humanidad, por un lado, sigue viviendo sometida a la necesidad y no es, por lo tanto, libre de elegir y además, la conciencia humana está inevitablemente mistificada por la falsa conciencia de la ideología dominante. La libertad no es hacer lo que uno quiere, sino alcanzar la conciencia más completa posible de lo que es necesario hacer. Como lo escribió Engels en Anti-Düring:
"Así pues, la libertad de la voluntad no es otra cosa que la facultad para decidir con conocimiento de causa. Cuanto más libre es el juicio de un hombre sobre un tema determinado tanto mayor es la necesidad que determina el contenido de ese juicio; mientras que la incertidumbre que se basa en la ignorancia, que aparentemente escoge de manera arbitraria entre varias posibilidades de decisión diversas y contradictorias, lo único que expresa es su ausencia de libertad, su sumisión al objeto al que precisamente debería someter".
El objetivo de la teoría marxista -el materialismo histórico y dialéctico- es precisamente permitir al proletariado adquirir ese "conocimiento de las causas" de la sociedad burguesa. Sólo así podrá la clase revolucionaria quebrar la disciplina de la clase enemiga, imponer la suya propia, su dictadura, sobre la sociedad y, al hacerlo, poner las bases para la creación de la primera sociedad humana libre: libre porque, por primera vez, la humanidad entera dominará conscientemente a la vez el mundo natural y su propia organización social.
El marxismo siempre combatió la influencia de la rebelión pequeño burguesa que se infiltra en el movimiento obrero, la idea típica del anarquismo según la cual bastaría con oponer a la disciplina burguesa la "no disciplina", una especie de pretendida "indisciplina proletaria". Para el obrero la experiencia de la disciplina burguesa la vive como algo que le es ajeno, contrario a sus intereses, una disciplina impuesta desde arriba para hacer respetar el poder y los intereses de la clase dominante. Sin embargo, a diferencia de la pequeña burguesía, la cual lo único que es capaz de hacer es rebelarse sin ir más lejos, la clase obrera es capaz de comprender la disciplina impuesta por el capitalismo en su doble naturaleza: por un lado, su vertiente opresiva, expresión de la dominación de clase de la hurguesía que se apropia de manera privada del fruto del trabajo del proletariado; por otro, un aspecto potencialmente revolucionario al ser un componente esencial del proceso colectivo del trabajo, impuesto por el capital al proletariado, proceso que es una condición fundamental de la socialización de la producción a escala planetaria. Eso es precisamente lo que expresa Lenin en Un paso adelante, dos pasos atrás cuando trata este tema con el único enfoque posible para un marxista: considerando la "disciplina" no como una categoría abstracta en sí, sino como factor de organización, determinado por su pertenencia de clase:
"Precisamente la fábrica, que a algunos les parece sólo un espantajo, representa la forma superior de cooperación capitalista que ha unificado y disciplinado al proletariado, que le ha enseñado a organizarse y lo ha colocado a la cabeza de todos los demás sectores de la población trabajadora y explotada. Precisamente el marxismo, como ideología del proletariado instruido por el capitalismo, ha enseñado y enseña a los intelectuales vacilantes la diferencia que existe entre el factor de explotación de la fábrica (disciplina fundada en el miedo a la muerte por hambre) y su factor organizador (disciplina fundada en el trabajo en común, unificado por las condiciones en que se realiza la producción, altamente desarrollada desde el punto de vista técnico). La disciplina y la organización, que tan difícilmente adquiere el intelectual burgués, son asimiladas con singular facilidad por el proletariado, gracias precisamente a esta "escuela" de la fábrica. El miedo mortal a esta escuela, la completa incomprensión de su valor organizador, caracterizan precisamente los métodos del pensamiento que reflejan las condiciones de vida pequeño burguesas".
Es evidente que Lenin no quiere idealizar la disciplina impuesta a los obreros por la burguesía (2), pero lo que sí quiere mostrar es cómo las condiciones de su existencia determinan la actitud de la clase obrera hacia las cuestiones de disciplina, así como hacia otros aspectos de su autoactividad. Las condiciones de su existencia demuestran al obrero que forma parte de un proceso de producción colectivo y que solo puede defender sus intereses contra la clase dominante mediante la acción colectiva. La gran diferencia entre la disciplina de la burguesía y la del proletariado es: mientras que la de aquélla es una disciplina impuesta por una clase explotadora detentora de todos los poderes del aparato de Estado para mantener su propia dominación, la segunda es básicamente la autodisciplina de una clase explotada para oponer una resistencia colectiva a la explotación y acabar por derrocarla del todo. La disciplina que reclama el proletariado es una disciplina voluntaria, consciente, animada por la compresión de los objetivos de su lucha. Mientras que la disciplina burguesa es ciega y opresiva, la del proletariado es liberadora y consciente. Por ello, la disciplina no podrá nunca servir para sustituir el desarrollo de la conciencia en el proletariado entero, la conciencia de los fines de su lucha y de los medios para alcanzarlos.
Y eso que es válido para el conjunto de la clase obrera, lo es también para sus organizaciones revolucionarias. Existen, sin embargo, diferencias. Mientras que la disciplina de la clase obrera, su unidad de acción, su centralización son la expresión directa de su naturaleza colectiva y organizada, de su propio ser de clase revolucionaria, la disciplina en el seno de sus organizaciones se basa en el compromiso de cada uno de sus miembros para respetar las reglas de la organización y el más alto grado de desarrollo de la conciencia a que corresponden esas reglas. Ninguna organización revolucionaria podrá servirse de la disciplina para sustituir esa conciencia proletaria. De igual modo que la clase obrera nunca podrá avanzar en su combate contra la burguesía y por el comunismo sin desarrollar una conciencia cada vez más profunda y extensa de las necesidades de la lucha y del camino a seguir, tampoco las organizaciones podrán servirse de la disciplina para sustituir el debate más extenso en su seno.
Y así ocurrió con la Gauche communiste de France (GCF), la cual hizo una polémica contra la disciplina impuesta, sin debate, sobre sus propios militantes por parte del Partido comunista internacionalista para imponer la política de la dirección de participar en las elecciones de la Italia de 1946.
"El socialismo sólo será posible como acto consciente de la clase obrera (…) No se impone el socialismo a garrotazos. Y no porque el palo sea un medio inmoral (…) sino porque no contiene el más mínimo factor de conciencia. (…) La organización y la acción concertada comunistas no tienen otra base que la conciencia de los militantes que las animan. Cuanto mayor, más diáfana es esa conciencia tanto más fuerte es la organización, y tanto más concertada y eficaz es su acción.
"Lenin denunció con vehemencia en múltiples ocasiones el recurrir a la 'disciplina libremente consentida' como una estaca de la burocracia. Cuando empleaba el término de disciplina, Lenin lo entendía -y así lo dijo varias veces- en el sentido de la voluntad de acción organizada, basada en la convicción revolucionaria de cada militante".

No es casualidad si el artículo se reivindica de Lenin, el Lenin de Un paso adelante, dos pasos atrás. La organización que publica este artículo en 1947 es la misma que dos años antes supo reaccionar con la mayor firmeza en sus propias filas contra aquellos que ponían en peligro "la voluntad de acción organizada" (véase más lejos).
En el seno de la organización comunista, la disciplina proletaria es pues algo inseparable de la discusión, de la crítica sin tregua, a la vez de la sociedad capitalista y de sus propios errores y los de la clase obrera. Vamos ahora a interesarnos por la manera con que las izquierdas lucharon por la disciplina de partido en el seno de la IIª y la IIIª Internacionales.

El revisionismo del SPD contra la disciplina del partido

Durante las dos décadas que precedieron la Primera Guerra mundial, el SPD, mascarón de proa de la IIª Internacional, fue el escenario de un enfrentamiento entre la izquierda y la derecha oportunista, revisionista. Ésta estaba personificada en el plano ideológico en las teorías revisionistas de Eduard Bernstein, surgiendo con dos formas relacionadas entre sí, pero diferenciadas: por un lado, la tendencia de las fracciones parlamentarias a tomar iniciativas independientemente del conjunto del partido; por otro lado, la negativa por parte de los dirigentes sindicales a vincularse a las decisiones del partido. En Reforma social o revolución (publicado por primera vez en 1899), Rosa Luxemburg ponía de relieve el desarrollo del oportunismo práctico que había preparado el terreno a la teoría oportunista de Bernstein:
"Si se tiene en cuenta una serie de manifestaciones esporádicas (por ejemplo, la famosa cuestión de la subvención acordada a las compañías marítimas), las tendencias oportunistas dentro de nuestro movimiento remontan a hace bastante tiempo. Pero será sólo en 1890 cuando se vea perfilarse una tendencia declarada y única en ese sentido, tras la abolición de las leyes de excepción contra los socialistas, cuando la socialdemocracia hubo reconquistado el terreno de la legalidad. El socialismo de Estado al modo de Vollmar, la votación del presupuesto en Baviera, el socialismo agrario en Alemania del Sur, los proyectos de Heine tendentes a establecer una política de mercaderías, las opiniones de Schippel sobre la política aduanera y la milicia: son esas otros tantos jalones en el camino de la práctica oportunista".
Sin entrar en más detalles sobre esos ejemplos, es significativo que el "socialismo de Estado" al modo de Vollmar se plasmara, en particular, en el voto favorable por el SPD bávaro a los presupuestos del Land (parlamento) bávaro, explícitamente en contra de la decisión de la mayoría del partido. Contra la negativa de la derecha oportunista de respetar las decisiones de la mayoría y del congreso del partido, la izquierda pidió que se reforzara la centralización del partido, especialmente el Parteivorstand (centro ejecutivo) y la subordinación de las fracciones parlamentarias al partido en su conjunto. Parece evidente que Rosa Luxemburg tenía en mente la experiencia de esa lucha en la respuesta a Lenin de 1904 sobre Las cuestiones de organización en la socialdemocracia rusa:
"en ese caso [el alemán] una aplicación más rigurosa de la idea de centralismo en la constitución y una aplicación más estricta de la disciplina de partido puede ser sin duda alguna una barrera útil contra la corriente oportunista (…). Una revisión de ese tipo de la constitución del partido alemán se ha vuelto hoy necesaria. Pero incluso en este caso, la constitución del partido no podrá ser considerada como una especie de arma que sería ella sola suficiente contra el oportunismo, sino simplemente sería como un medio externo mediante el cual podría ejercerse la influencia decisiva de la mayoría proletaria-revolucionaria actual. Cuando falta una mayoría así, la constitución escrita más rigurosa no puede actuar en su lugar".
Es así evidente que la izquierda era favorable a la defensa más intransigente de la disciplina y de la centralización del partido y al respeto de los estatutos (3). De hecho, del mismo modo que aquí expresa su preocupación de defender el partido alemán mediante una disciplina rigurosa, Rosa Luxemburg, desde finales del siglo XIX no cesó de batirse por el respeto, por parte de todos los partidos de la IIª Internacional, de las decisiones tomadas por sus Congresos (4).

1914: golpe de Estado en el seno mismo del Partido

Durante el período que precedió a la Primera Guerra mundial, la izquierda luchó por una disciplina fiel a los principios revolucionarios. Podemos pues imaginar fácilmente el terrible dilema ante el que se encontraron Karl Liebknecht y otros diputados de izquierda en el Parlamento, el 4 de agosto de 1914, cuando la mayoría de la fracción parlamentaria del SPD anunció que iba a votar los créditos de guerra requeridos por el gobierno del Káiser: o romper con el internacionalismo proletario votando a favor de los créditos de guerra, o votar como minoría contra la guerra y, por ello, romper la disciplina del partido. Lo que Liebknecht y sus camaradas fueron incapaces de comprender en esos momentos críticos es que, por haber traicionado los principios más fundamentales al haber abandonado el internacionalismo proletario con el apoyo al esfuerzo de guerra de la clase dominante, al haber roto con las decisiones de los congresos del partido y de la Internacional, fue la dirección de la Socialdemocracia la que abandonaba la disciplina del partido. A partir de aquí, la izquierda no podía seguir planteando el problema de la misma manera. Al aliarse con el Estado burgués, la fracción parlamentaria del SPD realizó un auténtico golpe de Estado en el seno del Partido, se apoderó de una autoridad a la que no tenía derecho, pero que impuso gracias a la potencia armada del Estado capitalista. Para Rosa Luxemburg: "La disciplina respecto al partido en su totalidad, es decir a su programa, pasa antes que cualquier disciplina de cuerpo y solo aquella puede servir de justificación a ésta, del mismo modo que es su límite natural". Fue la dirección, y no la izquierda, la que perpetró, desde el inicio de la guerra, violaciones sin fin a la disciplina del partido por su apoyo al Estado, "violaciones de la disciplina que consisten en que órganos sectoriales del partido traicionan por propia iniciativa la voluntad del conjunto, es decir del programa, en lugar de servirlo" (5). Y para asegurarse que la masa de militantes no pueda poner en entredicho la decisión de la dirección, el 5 de agosto (o sea el día siguiente de la votación de los créditos de guerra), el congreso del partido fue postergado hasta que terminara la guerra (6). El desarrollo de una oposición en el seno del SPD demostraría las razones de ese aplazamiento.
En los años siguientes, la izquierda del SPD, manteniéndose fiel al internacionalismo proletario, se vio enfrentada a una disciplina auténticamente burguesa en el seno del partido mismo. Inevitablemente la actividad del grupo Spartakus rompió la disciplina tal como la interpretaba ahora la dirección de un SPD aliado del Estado (7). La cuestión ahora ya no era cómo mantener la disciplina y la unidad de la organización del proletariado, sino cómo evitar dar a la dirección pretextos disciplinarios para expulsar a la izquierda del partido y aislar a militantes cuya resistencia a la guerra comenzaba a hacerse presente, expresándose inevitablemente como una resistencia al golpe de Estado de la dirección.
Un ejemplo de esta dificultad es la del desacuerdo surgido en el seno de Spartakus (8) sobre el pago de las cuotas al centro del SPD por las secciones locales. Era una cuestión verdaderamente difícil: el dinero -las cuotas de los militantes- es el "nervio de la guerra" para una organización de la clase obrera. Sin embargo, en 1916, era evidente que la dirección del SPD desviaba en realidad los fondos de organización de la lucha no hacia la guerra de clases del proletariado, sino hacia la guerra imperialista de la burguesía. En esas condiciones, Spartakus apeló a los militantes locales a "dejar de pagar las cuotas a la dirección del partido, pues ésta usa vuestro dinero, duramente ganado, para apoyar una política y publicar textos que quieren transformaros en paciente carne de cañón del imperialismo, todo ello con la finalidad de prolongar la matanza" (9).

Para una nueva Internacional, una disciplina internacional

Desde que se inició el combate de la izquierda contra la traición de 1914 se planteó la cuestión de crear una nueva Internacional. Si para ciertos revolucionarios como Otto Rühle (10), la traición total del SPD y su utilización feroz de la disciplina mecánica impuesta en colaboración con el Estado eran la prueba definitiva de que todos los partidos políticos estaban inevitablemente condenados a convertirse en monstruos burocráticos y a traicionar a la clase obrera, cualquiera que fuera su programa, no fue esa la conclusión sacada por la mayoría de la izquierda. Al contrario, se trataba de entablar una batalla por la construcción de una nueva Internacional y la victoria de la revolución proletaria iniciada en Petrogrado en octubre de 1917. Para Rosa Luxemburg, como lo explica Frölich:
"El movimiento obrero debía romper con quienes se habían entregado al imperialismo; había que crear una nueva Internacional, una Internacional de más altura que la que acababa de desmoronarse", poseedora de una idea homogénea de los intereses y de las tareas del proletariado, de una táctica coherente, y de una capacidad de intervención en tiempo de paz como en tiempo de guerra. Se daba la mayor importancia a la disciplina internacional: "El centro de gravedad de la organización de clase del proletariado está en la Internacional. La Internacional decide en tiempos de paz sobre la táctica que deben adoptar las secciones nacionales en lo que concierne al militarismo, la política colonial (…) etc., y además del conjunto de la táctica que adoptar en caso de guerra. La obligación de aplicar las resoluciones de la Internacional prevalece ante toda otra obligación de la organización (…) La patria de los proletarios, en cuya defensa debe quedar todo subordinado, es la Internacional socialista" (11).
Cuando en junio de 1920, se reunieron los delegados en Moscú para el IIº Congreso de la Internacional comunista, la guerra civil seguía causando estragos en Rusia y los revolucionarios del mundo entero estaban en pleno combate contra la burguesía y los social-traidores, o sea, los viejos partidos que habían traicionado a la clase obrera con su apoyo a la guerra.
Estaban también confrontados a las oscilaciones de las corrientes "centristas" que dudaban todavía en romper los vínculos con los viejos métodos socialistas o, al menos en el caso de muchos dirigentes, con sus viejos amigos que habían permanecido en la socialdemocracia corrupta. Los centristas tampoco estaban listos para romper radicalmente con las viejas tácticas legalistas. En una situación así, los comunistas, y en particular el ala izquierda, estaban decididos a que la nueva Internacional no repitiera los errores de la antigua en materia de disciplina. Dejaría de haber autonomía para los particularismos de los partidos nacionales, que sólo habían servido de taparrabos del chovinismo en la antigua Internacional (12), como tampoco se toleraría el arribismo pequeño burgués cuyos intereses eran llevar a cabo una carrera parlamentaria personal. La Internacional comunista debía ser una organización de combate, la dirección del proletariado en su lucha mundial decisiva por el derrocamiento del capitalismo y la toma del poder político. Esta determinación se plasmó en las 21 condiciones de adhesión a la Internacional, adoptadas por el Congreso. Citemos, por ejemplo, el punto 12:
"Los Partidos que pertenecen a la Internacional comunista deben edificarse sobre el principio de la centralización democrática. En la época actual de guerra civil encarnizada, el Partido comunista sólo podrá cumplir su función si está organizado de la manera más centralizada, si en él se admite una disciplina de hierro rayana en la disciplina militar y si su organismo central cuenta con amplios poderes, ejerce una autoridad indiscutible, se beneficia de la confianza unánime de los militantes".
Las 21 condiciones fueron reforzadas por los estatutos de la organización que establecían claramente que la Internacional debía ser un partido mundial y centralizado. Según el punto 9 de los estatutos: "El Comité Ejecutivo (órgano central internacional) de la Internacional comunista tiene derecho a exigir a los Partidos afiliados que sean excluidos grupos o individuos que hubieran infringido la disciplina proletaria; puede exigir la exclusión de Partidos que hayan violado las decisiones del Congreso mundial".
La izquierda compartía totalmente esa determinación, como lo ilustra con creces el hecho de que fuera Bordiga, dirigente de la izquierda del Partido socialista italiano, el que propuso la nº 21 (13):
"Los adherentes al Partido que rechacen las condiciones y las tesis establecidas por la Internacional comunista deben ser excluidos del Partido. Y lo mismo para los delegados al Congreso extraordinario".

Degeneración del Partido y pérdida de la disciplina proletaria

La trágica degeneración de la Internacional comunista fue paralela al retroceso a la oleada revolucionaria de 1917. La clase obrera rusa quedó desangrada por la guerra civil, la revuelta de Cronstadt fue aplastada, la revolución derrotada en todos los países centrales de Europa (Alemania, Italia, Hungría), sin ni siquiera conseguir desarrollarse en Francia o Gran Bretaña y la propia Internacional estaba dominada por el Estado ruso dirigido ya por Stalin y su policía política (la GPU). El año 1925 iba a ser el de la "bolchevización": la Internacional quedó reducida al papel de instrumento entre las manos del capitalismo de Estado ruso. A medida que la contrarrevolución ganaba la Internacional, la disciplina proletaria iba cediendo el terreno a la disciplina de la estaca burguesa.
Semejante degeneración, inevitablemente, tuvo que enfrentarse a una fuerte oposición por parte de los comunistas de izquierda, a la vez dentro de Rusia (Oposición de izquierda de Trotski, el grupo obrero de Miasnikov, el grupo "Centralismo democrático", etc.) y en el seno de la Internacional misma, especialmente por parte de la izquierda del PC italiano agrupada en torno a Bordiga (14). Una vez más, como durante la guerra de 1914, la izquierda se encontró enfrentada a la cuestión de la disciplina del partido, una disciplina que, en Rusia al menos, se identificaba con la GPU de Stalin, la cárcel y los campos de concentración. Pero la Internacional no era el Estado ruso, y la izquierda italiana estaba decidida a luchar, mientras fuera posible, para arrancarla de las manos de la derecha, preservándola para la clase obrera. Lo que no estaba dispuesta a hacer era llevar a cabo el combate negando los principios mismos por los que había luchado en el IIº Congreso. Más concretamente, Bordiga y la izquierda de la IC no estaban dispuestas a abandonar la disciplina de un partido centralizado a sus adversarios. En marzo-abril de 1925, el ala izquierda del partido italiano hizo un primer intento para trabajar como grupo organizado formando el "Comité de entendimiento":
"En cuanto se anunció el Congreso, un Comité de entendimiento se creó espontáneamente para así evitar las reacciones desordenadas de los militantes y de los grupos, que habrían llevado a la disgregación, y para canalizar la acción de todos los camaradas de la Izquierda en la línea común y responsable, en los estrictos límites de la disciplina, estando garantizados los derechos de todos en la constitución del partido. La dirección (15) echó mano de estos hechos para utilizarlos en su plan de agitación que presentaba a los camaradas de la Izquierda como fraccionistas y escisionistas a quienes se prohibió defenderse y contra los cuales se obtuvieron votos de los comités federales mediante presiones ejercidas desde arriba" (Tesis de Lyón, 1926) (16).
La dirección de la Internacional exigió la disolución del Comité de entendimiento y la izquierda se sometió a esta decisión aún protestando:
"Acusados de fraccionismo y de escisionismo, sacrificaremos nuestras opiniones por la unidad del partido ejecutando una orden que nosotros consideramos injusta y ruinosa para el partido. Demostraremos así que la Izquierda italiana es quizás la única corriente que considera la disciplina como algo serio con lo que no hay que regatear. Nosotros reafirmamos todas nuestras posiciones anteriores y todos nuestros actos. Negamos que el Comité de Entendimiento haya sido una maniobra para hacer una escisión en el partido y constituir una fracción en su seno y protestamos una vez más contra la campaña organizada con esas bases sin darnos siquiera el derecho de defendernos y engañando escandalosamente al partido. No obstante, ya que la dirección piensa que la disolución del Comité de entendimiento alejará el fraccionismo y, aún siendo nosotros de parecer contrario, obedeceremos. Pero dejamos a la dirección la entera responsabilidad de la evolución de la situación interior del Partido y de las reacciones determinadas por la manera con la que la dirección ha administrado la vida interior" (ídem).
Cuando Karl Korsch, excluido poco antes del KPD (17), escribió a Bordiga en 1926 para proponer una acción común entre la izquierda italiana y el grupo Kommunistische Politik, éste lo rechazó. Vale la pena citar dos de las razones que da. Por un lado, consideraba que la base teórica para tomar tal posición no había quedado establecida todavía:
"Creo, en general, que la prioridad de hoy debe ser, más que la organización y la maniobra, un trabajo de elaboración de una ideología política de la izquierda internacional, basada en las experiencias elocuentes que la IC ha atravesado. Como este punto dista mucho de ser alcanzado, toda iniciativa internacional parece difícil".
Por otro lado, la unidad y la centralización internacional de la Internacional no era algo que pudiera abandonarse a la ligera:
"No debemos favorecer nosotros la escisión en los partidos y en la Internacional. Debemos permitir que la experiencia de la disciplina artificial y mecánica alcance sus límites, respetando esa disciplina en todas sus absurdeces de leguleyo mientras sea posible, sin renunciar nunca a nuestra critica política e ideológica y sin solidarizarnos nunca con la orientación dominante".
La lucha de la Izquierda italiana contra la degeneración de la Internacional primero y después para extraer todas las lecciones de esa degeneración y de la derrota de la revolución rusa fue algo esencial para la creación del medio político proletario de hoy. Las principales corrientes existentes hoy, incluida la CCI, son descendientes directos de aquella lucha y, para nosotros, es indiscutible que la defensa de la disciplina proletaria en el seno de la Internacional que la Izquierda italiana llevó a cabo forma parte íntegra de la herencia que nos ha legado. La disciplina proletaria de la Internacional fue algo esencial para desmarcarse de los social-traidores, pues permitió definir lo que era y lo que no era aceptable en el seno de las organizaciones de la clase obrera. Sin embargo, como decía Bordiga, la disciplina proletaria es algo totalmente ajeno a la disciplina impuesta a las clases explotadas por el Estado capitalista.

La cuestión de la disciplina en la Fracción de izquierda

A partir del momento en que ya no pudo seguir trabando en la Internacional al haber sido excluida por la dirección estalinista, la Fracción de izquierda italiana adoptó su propia forma organizativa (en torno a la publicación Bilan), sacando para ello las lecciones de sus luchas por la Internacional y en el seno de ésta.
Y la primera lección fue la insistencia sobre la discusión "sin ostracismos", como decía Bilan, para así hacer surgir todas las lecciones de la inmensa experiencia de la oleada revolucionaria que siguió a Octubre de 1917. Pero también las fracciones de izquierda estaban enfrentadas a crisis en su seno cuando, precisamente, fallaba "la voluntad de acción organizada, basada en la convicción revolucionaria de cada militante" por parte de minorías en el seno de la organización. ¿Cómo hacer pues cuando el marco mismo que permite esa acción organizada es zarandeado por algunos de sus propios militantes? La primera de las crisis que vamos a tratar surge en 1936, cuando una importante minoría de Bilan rechazó la posición de la mayoría según la cual el enfrentamiento que estaba ocurriendo en España no se realizaba en el terreno de la revolución proletaria, sino en el de la guerra imperialista. La minoría exigió el derecho de tomar las armas para defender la "revolución" española y, a pesar del veto de la Comisión ejecutiva (CE) de Bilan, 26 miembros de la minoría se fueron a Barcelona en donde crearon una nueva sección. Ésta se negó a pagar sus cuotas, integró a nuevos miembros con la base de la participación en el frente militar en España y exigió el reconocimiento a la vez de la sección de Barcelona y de los nuevos militantes recién integrados como condición previa para continuar su actividad en el seno de la organización (18).
La manera con la que la izquierda italiana trató el problema de la disciplina en sus propias filas era coherente con su idea de la organización y de las relaciones de los militantes con ella. Y así la CE "ha decidido no forzar la discusión. El objetivo es permitir que organización se beneficie de las contribuciones de los camaradas que están imposibilitados para intervenir activamente en ella y, también porque la evolución permitirá una mejor clarificación de las divergencias fundamentales surgidas en los debates" (19). Habida cuenta de la importancia de las divergencias, la CE sabía que la escisión era casi inevitable y consideró que la prioridad era la de la clarificación programática. Para que ésta fuera posible, estaba dispuesta a dejar de lado ciertas violaciones de los estatutos por parte de la minoría para que ésta no tuviera pretextos para abandonar la organización y esquivar así la confrontación sobre temas de fondo. Llegó incluso a aceptar el impago de las cuotas por la minoría. Cuando la minoría de la Fracción constituyó un "Comité de coordinación" (CC) para negociar con la mayoría y pedir el inmediato reconocimiento de la sección de Barcelona (anunciando incluso que consideraría la negativa al reconocimiento de la sección como una exclusión de la minoría), la CE empezó negándose:
"La CE se ha basado en un criterio elemental y de principio de la vida de la organización cuando decidió no reconocer el grupo de Barcelona. Y por eso consideramos que ni siquiera fueron discutidas por el Comité de coordinación y que fueron comunicadas en nuestro precedente comunicado. No se decidió ninguna exclusión contra los miembros de la Fracción y por eso resulta incomprensible la decisión del Comité de Coordinación cuando considera como excluido al conjunto de la minoría si el grupo de Barcelona no es reconocido" (20).
A causa de la amenaza de escisión esgrimida por la minoría, la CE decidió reconocer la sección de Barcelona. Se negó, sin embargo, a reconocer a los militantes recién integrados en la sección, por el hecho de haber entrado con una base de lo más confuso y sin haber dado, además, su acuerdo con los textos fundamentales de la Fracción. Así, "la CE, basándose en el mismo criterio, es decir que la escisión debía hacerse sobre cuestiones de principio, de ninguna manera sobre cuestiones particulares de tendencia y menos aún sobre cuestiones de organización…" (21).
Esta determinación en mantener el debate político no tuvo el menor eco. La minoría se negó a asistir al congreso de la Fracción, organizado para discutir las posiciones presentes, se negó a dar a conocer a la CE sus propios documentos políticos y tomó contacto con el grupo antifascista "Giustizia e Libertà". Por consiguiente:
"En estas condiciones, la C.E. hace constar que la evolución de la minoría es la prueba patente de que ya no se la puede considerar como una tendencia de la organización sino como resultado de la maniobra del Frente Popular en el seno de la Fracción. En consecuencia, no se puede plantear un problema de escisión política de la organización. Por otra parte, teniendo en cuenta que la minoría se combina con fuerzas enemigas de la Fracción y claramente contrarrevolucionarias (…) a la vez que proclama inútil discutir con la Fracción, la C.E. decide la expulsión por indignidad política de todos los camaradas que se solidaricen con la carta del Comité de coordinación del 25 de noviembre de 1936 y deja quince días a los compañeros de la minoría para que se pronuncien definitivamente. (22)

En defensa de la disciplina organizativa

La Izquierda italiana habría de sufrir otra crisis cuando estalló la guerra mundial, pues la Fracción se disolvió siguiendo la idea, defendida por Vercesi, de que el proletariado desaparecía como clase en período de guerra. Una parte de sus miembros, sin embargo, reconstruiría la Fracción durante la guerra en torno al núcleo de Marsella. Se constituyó, paralelamente, la Fracción francesa de la Izquierda comunista (FFGC). En 1945 estalló una nueva crisis. Acababa de ser fundado en Italia el nuevo Partito Comunista Internazionalista por los miembros de la Izquierda italiana que habían pasado la guerra en las cárceles de Mussolini. La Fracción italiana decidió disolverse e ingresar individualmente en las filas del partido. La FFGC criticó duramente esa decisión, estimando que las bases para formar un nuevo partido en Italia no eran claras y que la disolución de la Fracción daba la espalda a toda la labor cumplida antes y durante la guerra por la Fracción italiana en el exilio. Marco, de la Fracción italiana, y la FFGC rechazaron la liquidación de la Fracción. Una parte de la FFGC, sin embargo, adoptó las posiciones de la mayoría de la Fracción italiana. Pero, en lugar de defender esa posición política en el seno de la organización, esos militantes prefirieron orquestar una campaña de calumnias dentro y fuera de la FFGC, campaña dirigida sobre todo contra Marco. Al no haber podido hacer volver a esos camaradas al terreno de la disciplina organizativa, una asamblea general de la FFGC tuvo que acabar adoptando una resolución (17/06/1945) (23) sancionándolos:

"La Asamblea general reafirma la posición de principio de que las escisiones y las exclusiones no pueden servir de medio para resolver un debate político, mientras las divergencias no lo sean sobre las bases programáticas y de principio. Al contrario, cuando las medidas organizativas intervienen en el debate político lo único que hacen es embrollar los problemas, impidiendo la plena maduración de las tendencias, que es lo único que permite al conjunto del movimiento sacar las conclusiones y fortalecer, a través de la lucha política, el acervo ideológico de la fracción. De esta posición de principios no se deduce ni mucho menos que la elaboración política pueda realizarse de cualquier manera. La elaboración política sólo puede concebirse mediante el respeto de las reglas elementales de la organización y con el trabajo fraterno y colectivo en interés de la clase y de la organización (…)
"Primero, esos dos elementos se esquivan para explicarse ante el conjunto de los camaradas y públicamente en nuestro órgano Internationalisme, para luego publicar un comunicado con la firma de "un grupo de militantes de P", en el cual se expanden en ataques injuriosos y en calumnias (…)
"Y es así como esos dos han roto abierta y públicamente los últimos lazos que les unían a la fracción de la GCF. (…)
"La actividad de Al y de F ha demostrado a la vez su incompatibilidad con su presencia en la organización y su ruptura pública al situarse fuera de ella (…) Tras constatar esos hechos, la organización los sanciona y suspende de organización a los camaradas Al y F por un año (…) la asamblea les pide que devuelvan inmediatamente el material de la organización que conservan…

Lo que con eso subraya la Fracción no es únicamente que la organización tiene derecho a esperar de sus miembros un comportamiento acorde con sus principios, sino algo más fundamental todavía: que el desarrollo del debate, y por lo tanto de la conciencia, no es posible sin el respeto de las reglas comunes a todos.

Los estatutos de la organización: acordes con el propio ser del proletariado

En un artículo publicado en 1999, desarrollamos nuestra visión sobre el papel de los estatutos en la vida de una organización revolucionaria:

"Y en eso también nos mantenemos fieles al método y las enseñanzas de Lenin en materia de organización. El combate político por establecer reglas precisas en las relaciones organizativas, o sea los estatutos, es algo fundamental. Al igual que el combate por que se respeten, claro está. Sin éste, las grandes declaraciones sobre el partido no son más que fantasmadas. (…)
"(…) el aporte de Lenin concierne también y especialmente los debates internos, el deber -y no sólo el simple derecho- de expresión de toda divergencia en el marco de la organización ante la organización en su conjunto; y una vez zanjados los debates y tomadas las decisiones por el congreso (órgano soberano, verdadera asamblea general de la organización) las partes y los militantes se subordinan al todo. Contrariamente a la idea, extendida a mansalva, de un Lenin dictatorial, que habría intentado a toda costa ahogar los debates y la vida política en la organización, en realidad no cesa de oponerse a la idea menchevique que veía el congreso como "un registrador, un controlador, pero no un creador" (Trotski en Informe de la delegación siberiana). (…)
"Los estatutos de la organización revolucionaria no son meras medidas excepcionales o protecciones. Son la concreción de los principios organizativos propios a las vanguardias políticas del proletariado. Producto de estos principios, son a la vez un arma de combate contra el oportunismo en materia de organización y los fundamentos en los que va a construirse y levantarse la organización revolucionaria. Son la expresión de su unidad, de su centralización, de su vida política y organizativa, como también de su carácter de clase. Son la regla y el espíritu que han de guiar cotidianamente a los militantes en su relación con la organización, en su relación con los demás militantes, en las tareas que les son confiadas, en sus derechos y deberes, en su vida cotidiana personal que no puede estar en contradicción ni con su actividad militante ni tampoco con los principios comunistas".
(24)
Esa especial insistencia en nuestros estatutos sobre el marco que no sólo debe permitir sino animar el debate más amplio en el seno de la organización viene en gran parte de la experiencia de las izquierdas que combatieron la degeneración de los antiguos partidos obreros. Hay, sin embargo, un aspecto en el que nos hemos quedado retrasados en comparación con nuestros predecesores: el problema de cómo tratar no el debate sino la calumnia y la provocación en el seno de la organización. Las organizaciones del pasado sabían, a partir de su experiencia amarga y repetida, que el Estado burgués es experto en infiltrar a agentes provocadores y que el papel del provocador no era sólo espiar a los revolucionarios y denunciarlos ante el aparato represivo del Estado, sino también ir sembrando semillas de desconfianza autodestructora y de sospechas entre los revolucionarios mismos. También sabían que esa desconfianza no tenía que ser forzosamente la labor de un provocador, sino que también podía ser el fruto de celos, frustraciones y resentimientos que son parte de la vida de la sociedad capitalista y contra los cuales los revolucionarios no están inmunizados. Como lo demostramos en los artículos publicados en nuestra prensa territorial, esta cuestión era, pues, un elemento clave de los estatutos de las organizaciones proletarias anteriores; no sólo la provocación sino también la acusación de provocación a un militante eran tratadas con la mayor seriedad (25). 

A las fuerzas ciegas de la economía y al poder represivo del Estado burgués, el proletariado opone la fuerza consciente y organizada de una clase revolucionaria mundial. A la disciplina de plomo que impone la burguesía, el proletariado opone una disciplina voluntaria y consciente porque es para él un elemento indispensable de su unidad y de su capacidad para organizarse.
Cuando se comprometen en una organización comunista, los militantes aceptan la disciplina que viene del reconocimiento de lo que es necesario hacer por la causa de la revolución proletaria y de la liberación de la humanidad del yugo milenario de la explotación de clase. Pero no es ni mucho menos porque se comprometen a respetar las reglas comunes de acción por lo que los militantes comunistas deberían abandonar todo sentido crítico hacia su clase y hacia su organización. Muy al contrario: el espíritu crítico, que es responsabilidad de cada militante, es indispensable para la propia existencia de la organización, pues sin él ésta acabaría siendo un cuenco vacío cuyas palabras revolucionarias no serían sino la careta de una práctica oportunista. Por eso es por lo que las izquierdas en el seno de una IC degenerante combatieron hasta el final el uso de una disciplina administrativa para acallar las divergencias políticas.
No lo hicieron, sin embargo, en nombre de no se sabe qué "libertad de pensamiento", "derecho a la crítica" u otras quimeras anarquistas o burguesas. Como lo hemos visto a lo largo de este artículo, en regla general la ruptura de la disciplina no fue cosa de la izquierda, sino de las tendencias oportunistas, una expresión de la penetración de ideas burguesas o pequeño burguesas en la organización. Los militantes de izquierda, en general, Lenin, Rosa Luxemburg, Bordiga y demás, eran los más determinados en respetar y hacer respetar las decisiones de la organización, de sus congresos, de sus órganos centrales, y a luchar por sus principios, se tratara de posiciones programáticas o de las reglas de funcionamiento y de comportamiento.
Como hemos visto a través de los ejemplos de las fracciones de izquierda en el SPD alemán y la Internacional comunista, la degeneración de una organización pone a los militantes de izquierda ante un dilema terrible: romper o no romper con la disciplina organizativa para mantenerse fiel a "la disciplina hacia el partido en su totalidad, o sea hacia su programa" como decía Rosa Luxemburg. La clase obrera tiene derecho a exigir a sus fracciones de izquierda que sepan tomar una decisión con la mayor seriedad. Romper la disciplina de la organización no es algo que pueda tomarse a la ligera, pues la autodisciplina es algo central en la unidad de la organización y en la confianza mutua que debe unir a los camaradas en su lucha por el comunismo.

Jens.

Series: 

  • Fracción y Partido [10]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Izquierda Comunista [11]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La organización revolucionaria [12]

Acontecimientos históricos: 

  • Disciplina de partido [13]

Cuestiones teóricas: 

  • Partido y Fracción [14]

El conflicto judeo-árabe La posición de los internac… años 30 : Bilan nº 30 y 31 (1936)

  • 3330 lecturas

El conflicto judeo-árabe La posición de los internacionalistas en los años 30‑: Bilan nº 30 y 31 (1936)

 los artículos que vienen a continuación fueron publicados  en 1936 en los números 30 y 31 de la revista Bilan, órgano de la  Fracción italiana de la Izquierda comunista. Era vital que la Fracción expresara la posición marxista sobre el conflicto judeo-árabe en Palestina, tras la huelga general árabe contra la inmigración judía que había degenerado en una serie de pogromos sangrientos. Aunque desde aquel entonces hayan cambiado algunos aspectos específicos, es de señalar hasta qué punto estos artículos pueden hoy aplicarse a la situación de la región. Demuestran en particular con notable precisión cómo los movimientos “nacionales”, sean judíos o árabes, por mucho que estén engendrados por la opresión y la persecución, se mezclan inextricablemente con los conflictos de los imperialismos rivales, y cómo fueron ambos utilizados para ocultar los intereses de clase comunes a los proletarios árabes y judíos, lanzándolos a mutuo degüello en nombre de los intereses de sus explotadores. Estos dos artículos demuestran que :

–   el movimiento sionista llagó a ser un proyecto realista sólo tras haber recibido el apoyo del imperialismo británico, el cual intentaba crear lo que él llamaba una “pequeña Irlanda” en Oriente Medio, zona de importancia estratégica creciente con el desarrollo de la industria petrolera ;

–   Gran Bretaña, aun apoyando el proyecto sionista, jugaba sin embargo doble juego ; debía tener en cuenta la muy importante componente arabo-musulmana de su imperio colonial ; ya había utilizado cínicamente las aspiraciones nacionales árabes con ocasión de la Primera Guerra mundial, cuando su mayor preocupación era acabar con el imperio otomano que se desmoronaba. Había entonces hecho toda clase de promesas a la población árabe de Palestina y de la región. Esta política clásica de”divide y vencerás” tenía dos objetivos : mantener el equilibrio entre las diferentes aspiraciones imperialistas nacionales en conflicto en esa área bajo su dominación, e impedir que las masas explotadas de la zona tomaran conciencia de sus intereses materiales comunes;

–   el movimiento de “liberación árabe”, a pesar de su oposición al apoyo de Gran Bretaña al sionismo, no tenía entonces nada de antiimperialista –como tampoco lo eran los elementos sionistas dispuestos a tomar las armas contra Gran Bretaña. Ambos movimientos nacionalistas se situaban totalmente en el marco del juego imperialista global. Si una fracción nacionalista se volvía en contra de su antiguo “padrino” imperialista, no tenía más remedio que buscar el apoyo de otro imperialismo. Cuando la guerra de independencia de Israel en 1948, prácticamente todo el movimiento sionista se había vuelto antiinglés, pero al hacerlo se convertían en instrumento del nuevo imperialismo triunfante, Estados Unidos, dispuesto a utilizar lo que le cayera entre las manos para quitar de en medio a los viejos imperios coloniales. También pone en evidencia Bilan cómo, cuando entró en conflicto abierto el nacionalismo árabe contra Gran Bretaña, se le abrieron las puertas a las ambiciones del imperialismo italiano y alemán ; después de la guerra, habríamos de ver a la burguesía palestina acercarse al bloque ruso, más tarde a Francia y a otras potencias europeas en su conflicto con Estados Unidos.

Los cambios principales que se han producido desde que se escribieron estos artículos están en el que el sionismo logró construir un Estado, lo que ha cambiado fundamentalmente la relación de fuerzas en la región, y en que ya no es Gran Bretaña sino Estados Unidos quien domina esta región. Pero la esencia misma del problema sigue siendo la misma : la creación del Estado israelí, que expulsó decenas de miles de palestinos, no hizo sino llevar a su extremo la tendencia a la expropiación de los campesinos palestinos, tendencia inherente al proyecto sionista, como lo anota Bilan. A su vez, EE.UU está obligado a mantener un equilibrio contradictorio apoyando por un lado el Estado sionista y por el otro intentando mantener a toda costa bajo su influencia al “mundo árabe”. Mientras tanto, los rivales de EE.UU siguen haciendo todo lo que pueden para utilizar a su favor los antagonismos que tiene éste con los paises de la región.

Lo más pertinente es la clara denuncia por Bilan de la forma con la que ambos chovinismos fueron utilizados para mantener el conflicto entre los obreros ; a pesar de ello, o mejor dicho debido a ello, la Fracción italiana se negó a hacer cualquier tipo de concesión en la defensa del auténtico internacionalismo : “No existe una cuestión ‘palestina’ para el verdadero revolucionario, sino únicamente la lucha de todos los explotados de Oriente Próximo, árabes o judíos, parte de la lucha más general de los explotados del mundo entero por la revuelta comunista”. Rechazó entonces totalmente la política estalinista de apoyo al nacionalismo árabe so pretexto de combatir el imperialismo. La política de los partidos estalinistas de aquel entonces es hoy la de los partidos trotskistas y demás izquierdistas que se hacen portavoces de la “Resistencia” palestina. Semejantes políticas son tan contrarrevolucionarias hoy como lo eran en 1936.

Hoy en día, cuando las masas de ambas partes son más que nunca aguijoneadas por un odio mutuo rabioso, cuando las víctimas de las matanzas son infinitamente más numerosas que durante los años 30, el internacionalismo más intransigente sigue siendo el único antídoto contra el veneno nacionalista.

CCI, junio de 2002

 

Bilan nº 30

 

La agravación del conflicto judeo- árabe en Palestina, la acentuación de  la orientación antibritánica del mundo árabe –el cual, durante la Primera Guerra mundial, había sido un peón del imperialismo inglés– nos han determinado a analizar el problema judío y el del nacionalismo panárabe. Intentaremos en este primer artículo tratar del primero de ambos problemas.

Ya se sabe que tras la destrucción de Jerusalén por los romanos y la dispersión del pueblo judío, todos los países a los que fueron, cuando no se les expulsaba del territorio (menos por las razones religiosas invocadas por las autoridades católicas que por razones económicas, en particular para incautarse de sus bienes y anular los créditos), ordenaron sus condiciones de existencia según la bula papal de mediados del siglo XVI que fue una regla para todos países, que les obligaba a vivir encerrados en barrios cerrados (ghettos, juderías) y a llevar una insignia infamante.

Expulsados de Inglaterra en 1290, de Francia en 1394, emigraron a Alemania, Italia y Polonia; expulsados de España en 1492 y de Portugal en 1498, se refugiaron en Holanda, Italia y sobre todo en el Imperio Otomano que entonces dominaba África del Norte y la mayor parte del sureste de Europa, países en donde formaron esta comunidad, que sigue hoy existiendo, que habla un dialecto judeo-español, mientras que los que emigraron a Polonia, Rusia o Hungría, etc., hablan un dialecto judeo-alemán. La lengua hebraica, que durante aquellos tiempos siguió siendo la lengua de los rabinos, ha dejado de ser lengua muerta para convertirse en lengua de los judíos de Palestina con el movimiento nacionalista judío actual.

Mientras los judíos occidentales– los menos numerosos– y parcialmente los de Estados Unidos han logrado alcanzar una influencia económica y política gracias a su influencia bursátil, como también une influencia intelectual gracias a que muchos ejercían profesiones liberales, la gran masa se concentró en Europa oriental en donde, ya a finales del siglo XVIII, se agrupaba el 80 % de los judíos de Europa. Cuando el reparto de Polonia y a la anexión de Besarabia, pasaron bajo la dominación de los zares que tuvieron en sus territorios, a principios del siglo XIX, las dos terceras partes de los judíos. El gobierno ruso ejerció desde Catalina II una política represiva que alcanzó su punto más álgido con Alejandro III quien consideraba en estos términos el problema judío: “una tercera parte ha de ser convertida, otra ha de emigrar y la última debe ser exterminada”. Estaban encerrados en una serie de distritos en provincias del Noroeste (Rusia blanca), del Sureste (Ucrania y Besarabia) y en Polonia. Éstas fueron sus áreas de residencia. No tenían derecho a vivir fuera de las ciudades como tampoco, y sobre todo, en las regiones industrializadas (cuencas mineras o regiones metalúrgicas). Sin embargo fue sobre todo entre los judíos donde apareció el capitalismo durante el siglo XIX y se diferenciaron las clases sociales.

Fue la presión del terrorismo gubernamental ruso lo que dio su primer impulso a la colonización palestina. Sin embargo, tras su expulsión de España, ya habían vuelto a Palestina los primeros judíos a finales del siglo XV. La primera colonia agrícola se fundó en Jaffa en 1870. Pero la primera emigración importante no empezaría hasta 1880, cuando la persecución policiaca y los primeros pogromos (1) provocaron una emigración hacia América y hacia Palestina.

Esa primera “Aliya” (inmigración judía) de 1882, llamada de los “Biluimes”, estaba en su mayoría compuesta de estudiantes rusos, a quienes se puede considerar como los pioneros de la colonización judía de Palestina. La segunda “Aliya” se produjo en 1904-1905, y fue la consecuencia del aplastamiento de la primera revolución en Rusia. El número de judíos en Palestina pasó de 12‑000 en 1850 a 35 000 en 1882, para alcanzar 90 000 en 1914.

Todos eran judíos de Rusia o de Rumania, intelectuales y proletarios, puesto que los capitalistas judíos de Occidente, los Rothschild y los Hisch, se limitaron a proporcionar un apoyo financiero, lo cual les procuraba una fama de filántropos sin tener que arriesgar sus tan valiosas personas.

Entre los “Biluimes” de 1882, los socialistas eran poco numerosos, pues en las controversias sobre si la emigración judía debía dirigirse hacia Palestina o América, la mayoría eran favorables a Estados Unidos. En cambio, con la primera emigración judía a Estados Unidos los socialistas eran ya muy numerosos y allí formaron rápidamente organizaciones, periódicos y hasta intentos de colonias comunistas.

La segunda vez que se planteó la cuestión de saber hacia dónde dirigir la emigración judía fue, como ya hemos dicho, tras la derrota de la primera revolución rusa, y la consiguiente agravación de los pogromos, como el ocurrido en Kichinev.

El sionismo, que intentaba darle al pueblo judío un lugar en Palestina y que había constituido un Fondo nacional para comprar tierras, se dividió en el VIIº Congreso sionista entre la corriente tradicionalista que se mantenía fiel a la constitución de un Estado judío en Palestina y la corriente territorialista favorable a la colonización, incluso en cualquier otro lugar, y más concretamente en Uganda, ofrecida por Inglaterra.

Sólo una minoría de socialistas judíos, los “Poales” sionistas de Ber Borochov, se mantuvieron fieles al “tradicionalismo”, mientras que la mayoría de los demás partidos socialistas judíos del aquel entonces, tales como el Partido de los socialistas sionistas y los “Serpistas” – algo así como una copia en el ámbito judío de los SR rusos –, se declararon favorables al territorialismo. Como es sabido, la más fuerte y antigua organización judía de entonces, el Bund, era todavía, al menos en aquel tiempo, totalmente contraria a la cuestión nacional.

Un momento decisivo para el movimiento de renacimiento nacional fue la guerra mundial de 1914, cuando a consecuencia de la ocupación por las tropas británicas de Palestina, a las que se había unido la Legión judía de Jabotinsky, se promulgó la Declaración de Balfour de 1917 que prometía la formación de un Hogar nacional judío en Palestina.

Esta promesa quedó confirmada cuando la Conferencia de San Remo de 1920, en la que se puso a Palestina bajo mandato inglés.

La Declaración de Balfour favoreció una tercera “Aliya”, pero la más numerosa fue sobre todo la cuarta, la que coincidió con la entrega del mandato palestino a Inglaterra. En esta “Aliya” ya había muchas capas de pequeño burgueses. Es sabido que la última inmigración a Palestina, tras el advenimiento de Hitler al poder, fue la de mayor importancia y en ella había un alto porcentaje de capitalistas.

Si un primer censo hecho en 1922 en Palestina, no registró, habida cuenta los ­estragos de la guerra mundial, más que 84 000 judíos, o sea el 11 % de la población total, el de 1931 registró ya 175 000. En 1934, las estadísticas dan el resultado de unos 307‑000 en una población total de 1 171 000. Ahora se habla de 400 000 judíos.

El 80‑% de judíos se ha establecido en las ciudades, cuyo desarrollo queda ilustrado en la rápida aparición de la ciudad de Tel Aviv; el desarrollo de la industria judía es rápido: se contaban en 1928 a 3505 fábricas de las que 782 contaban con más de 4 obreros, o sea 18‑000 obreros con un capital invertido de 3,5 millones de libras esterlinas.

Los judíos establecidos en el campo no representan sino el 20‑%, mientras que los árabes son el 65‑% de la población agrícola. Pero los fellah (campesino árabe) trabajan la tierra con medios primitivos, cuando los judíos en sus colonias y plantaciones trabajan aplicando los métodos intensivos del capitalismo, explotando una mano de obra árabe muy barata.

Las cifras dadas aquí explican ya un aspecto del conflicto actual. Desde hace 20 siglos, los judíos abandonaron Palestina y otras poblaciones se instalaron en las orillas del Jordán. Aunque la declaración de Balfour y las decisiones de la Sociedad de Naciones pretendan asegurar el respeto a los derechos de los ocupantes de Palestina, en realidad el incremento de la inmigración judía implica la expulsión de los árabes de sus tierras, por mucho que éstas sean compradas a muy bajo precio por el Fondo Nacional Judío.

No es por humanidad hacia “el pueblo perseguido y sin patria” si Gran Bretaña ha optado por una política projudía. Son los intereses de la alta finanza inglesa, en la que los judíos tienen una influencia predominante, lo que ha sido determinante en esa política. Por otro lado, desde el inicio de la colonización judía, se observa un contraste entre los proletarios árabes y los judíos. Al principio, los colonos judíos empleaban a obreros judíos, explotando su fervor nacional para defenderse de las incursiones de los árabes. Después, una vez consolidada la situación, los industriales y propietarios judíos empezaron a preferir una mano de obra árabe, menos exigente, a la judía.

Los obreros judíos, al formar sus sindicatos, se dedicaron, no ya a la lucha de clases, sino y sobre todo a organizar la competencia contra los bajos salarios de los árabes. Esto es lo que explica el carácter patriotero del movimiento obrero judío, explotado por el nacionalismo judío y el imperialismo británico.

Hay evidentemente en la base del conflicto actual, razones de naturaleza política. El imperialismo inglés, a pesar de la hostilidad de las dos razas, quisiera hacer convivir bajo el mismo techo dos Estados diferentes, creando incluso un doble parlamentarismo con una cámara diferente para judíos y árabes.

Del lado judío, junto a la dirección contemporizadora de Weizmann, están los revisionistas de Jabotinsky que combaten el sionismo oficial, acusan a Gran Bretaña de ausentismo, incluso de no cumplir sus compromisos, y que quisieran que Transjordania, Siria y la península de Sinaí se abrieran a la emigración judía. 

Los primeros conflictos surgidos en agosto de 1929, en torno al Muro de Lamentaciones, provocaron, según las estadísticas oficiales, la muerte de doscientos árabes y ciento treinta judíos, cifras sin duda inferiores a la realidad, pues aunque en las instalaciones modernas los judíos consiguieron repeler los ataques, en Hebrón, Safit y en algunos arrabales de Jerusalén, los árabes organizaron auténticos pogromos.

Esos acontecimientos marcaron el punto final de la política filojudía por parte de Inglaterra, pues el imperio colonial británico comprendía muchos pueblos musulmanes, incluida India, otras tantas buenas razones de ser prudente.

Como consecuencia de la actitud del gobierno británico hacia el Hogar nacional judío, la mayoría de los partidos judíos (los sionistas ortodoxos, los sionistas generales y los revisionistas) se pasaron a la oposición, mientras que el puntal más firme de la política inglesa, que entonces estaba dirigida por el Partido laborista, fue el movimiento laborista judío, expresión política de la Confederación general del trabajo, la cual encuadraba a la práctica totalidad de los obreros judíos de Palestina.

Se ha expresado últimamente, pero solo superficialmente, una lucha común de movimientos judíos y árabe contra la potencia mandataria. Pero quedaban rescoldos en un fuego que acabó estallando en los acontecimientos del mes de mayo último.

o O o

La prensa fascista italiana se ha soliviantado contra la acusación de la prensa “sancionista” de que las revueltas en Palestina habrían sido fomentadas por agentes fascistas, acusación que ya se hizo a propósito de los recientes acontecimientos de Egipto. Nadie puede negar que el fascismo tiene el mayor interés en echar leña al fuego. El imperialismo italiano no ha ocultado nunca sus intenciones hacia Oriente Próximo, es decir su deseo de sustituir a las potencias mandatarias en Palestina y Siria. Ya posee además en el Mediterráneo una potente base naval y militar con la isla de Rodas y las demás islas del Dodecaneso. El imperialismo inglés, por su parte, aunque encuentre ventajas en el conflicto entre árabes y judíos, siguiendo la máxima romana “divide y vencerás”, está obligado a tener en cuenta el poderío financiero de los judíos y de la amenaza del movimiento nacionalista árabe.

Este último movimiento, del que hablaremos más ampliamente en otra ocasión, es una consecuencia de la guerra mundial (2), la cual fue determinante en cierta industrialización en India, en Palestina y en Siria y en el fortalecimiento de la burguesía nativa, la cual “presentaba su candidatura” para gobernar, o sea, para explotar a las masas locales.

Los árabes acusan a Gran Bretaña de querer hacer de Palestina el Hogar Nacional Judío, lo cual significaría el robo de tierras a las poblaciones indígenas. Han enviado emisarios a Egipto, Siria, Marruecos para decidir una agitación del mundo musulmán en favor de los árabes de Palestina, para así intensificar el movimiento, hacia una unión nacional panislámica. Todo ello se ha visto activado por los recientes acontecimientos de Siria, en los que se obligó a la potencia mandataria, Francia, a capitular ante la huelga general así como los acontecimientos de Egipto en donde la agitación y la formación de un frente nacional único han obligado a Londres a tratar con toda igualdad con el gobierno de El Cairo. No sabemos si la huelga general de los árabes de Palestina obtendrá un éxito así. En un próximo artículo examinaremos ese movimiento así como el problema árabe en general.

Gatto MAMMONE

1) Esta palabra viene del ruso pogrom, que significa “matanzas organizadas con el consentimiento de las autoridades contra los judíos en Rusia”.

2) Se trata, evidentemente, de la Primera y hasta entonces única Guerra mundial.

Como vimos en la parte anterior de este artículo, cuando, tras cien años de exilio, los “Biluimes” adquirieron una franja de territorio arenoso en el sur de Jaffa, se encontraron a otros pueblos, árabes, que habían ocupado su lugar en Palestina. Estos eran unos cuantos cientos de miles, fellah (campesinos árabes) o nómadas beduinos; los campesinos trabajaban con medios muy primitivos y la tierra pertenecía a latifundistas. El imperialismo inglés, como ya vimos, al animar a esos latifundistas y a la burguesía árabe a entrar en la guerra mundial a su lado, les prometió la constitución de un Estado nacional árabe. La revuelta árabe fue, en efecto, un factor decisivo en el desmoronamiento del frente turco-alemán en Oriente Próximo, pues anuló por completo el llamamiento a la Guerra Santa lanzado por el Califa otomano e hizo fracasar a muchas tropas turcas en Siria, sin hablar de la destrucción de las tropas turcas en Mesopotamia.

Pero si, por un lado, el imperialismo británico impulsó esa revuelta árabe contra Turquía gracias a las promesas de creación de un Estado árabe compuesto por todas aquellas provincias del antiguo imperio otomano (incluida Palestina), por otro lado, no iba a tardar en solicitar el apoyo de los sionistas judíos si éstos, en contrapartida, defendían los intereses británicos, diciéndoles que se les entregaría Palestina tanto en lo administrativo como en lo colonial.

o O o

Lord Balfour dirigió una carta el 2 de noviembre de 1917 a Rothschild, presidente de la Federación Sionista de Inglaterra, en la que le comunicaba que el gobierno inglés consideraba favorable el establecimiento, en Palestina, de un hogar nacional para el pueblo judío y que a ello dedicaría todos sus esfuerzos. Añadía que nada se haría que pudiera mermar ni los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías que vivían en Palestina, ni los derechos y el estatuto político que poseen los judíos en los demás países.

A pesar de las ambigüedades de esa declaración, que permitía a un pueblo nuevo instalarse en su suelo, el conjunto de la población árabe se mantuvo neutral al principio cuando no favorable a la instalación de un hogar nacional judío. Los propietarios árabes, bajo el temor de que iba a instaurarse una ley agraria, se mostraron dispuestos a vender tierras. Los jefes sionistas, por preocupaciones exclusivamente políticas, no se aprovecharon de esas ofertas e incluso llegaron a aprobar la prohibición del gobierno Albany de venta de tierras.

Pronto la burguesía manifestó tendencias a ocupar Palestina, tanto territorial como políticamente, despojando a la población autóctona y alejándola hacia el desierto. Esta tendencia se manifiesta hoy en los sionistas revisionistas, o sea en esa corriente filofascista del movimiento nacionalista judío.

La superficie de las tierras de labranza de Palestina es de unos 12 millones de “dunam” (= 1/10 de hectárea), de los que se cultivan hoy entre 5 y 6 millones

Ésta es la superficie de las tierras cultivadas por los judíos en Palestina desde 1899:

–   1899 : 22 colonias,  5 000 habitantes, 300 000 dunam.

–   1914 : 43 colonias, 12 000 habitantes, 400 010 dunam.

–   1922 : 73 colonias, 15 000 habitantes, 600 000 dunam.

–   1931 : 160 colonias, 70 000 habitantes, 1 120 000 dunam.

Para estimar el valor real de esa progresión y de la influencia que de ella se deduce, no debe olvidarse que los árabes cultivan la tierra de un modo arcaico, mientras que las colonias emplean los métodos más modernos de cultivo.

Los capitales judíos invertidos en las empresas agrícolas son estimados en varios millones de dólares/oro, y de ellos el 65 % en las plantaciones. Aunque los judíos sólo poseen el 14 % de las tierras cultivadas, el valor de sus productos alcanza la cuarta parte de la producción total.

En lo que a producción de naranjas se refiere, los judíos alcanzan el 55 % de la cosecha total.

o O o

Fue en abril de 1920, en Jerusalén, y en mayo de 1921 en Jaffa donde se produjeron, en forma de pogromos, los primeros síntomas de la reacción árabe. Sir Herbert Samuel, alto comisario en Palestina hasta 1925 intentó calmar a los árabes haciendo cesar la inmigración judía, a la vez que prometía a los árabes un gobierno representativo y les atribuía las mejores tierras estatales del dominio público.

Después de la gran oleada de colonización de 1925, que alcanzó su cota más alta con 33 000 inmigrantes, la situación empeoró y acabó desembocando en los movimientos de agosto de 1929. Fue entonces cuando vinieron a unirse a las poblaciones árabes de Palestina las tribus beduinas de Transjordania, convocadas por agitadores musulmanes.

Tras esos acontecimientos, la Comisión de Investigación parlamentaria enviada a Palestina, conocida por el nombre de Comisión Shaw, concluyó que lo sucedido se debía a la inmigración obrera judía y a la “escasez” de tierras, proponiendo al gobierno la compra de tierras para indemnizar al fellah expulsado de su suelo.

Después, cuando en mayo de 1930, el gobierno británico aceptó en su conjunto las conclusiones de la Comisión Shaw y volvió a suspender la inmigración judía a Palestina, el movimiento obrero judío  –al que, por cierto, la Comisión Shaw se había negado incluso a escuchar– replicó con una huelga de protesta de 24 horas, mientras que el Poalezion en todos los países así como los grandes sindicatos judíos de Norteamérica protestaban contra esa medida con numerosas manifestaciones.

En octubre de 1930, apareció una nueva declaración sobre la política británica en Palestina, conocida con el nombre de Libro Blanco.

También era muy poco favorable a las tesis sionistas. Pero ante las protestas cada vez mayores de los judíos, el gobierno laborista respondió en febrero de 1931 con una carta de Mac Donald en la que reafirmaba el derecho al trabajo, a la inmigración y a la colonización judía, autorizando a los empresarios judíos a emplear mano de obra judía — cuando tenían preferencia por esta mano de obra antes que la árabe- sin tener en cuenta el aumento posible del desempleo entre los árabes.

El movimiento obrero palestino se apresuró a dar su confianza al gobierno laborista inglés, mientras que los demás partidos sionistas se mantenían en una desconfiada oposición.

Ya hemos demostrado en el artículo anterior las razones del carácter chovinista del movimiento obrero palestino.

En Histadrut –principal Central sindical palestina– sólo hay judíos (el 80 % de los obreros judíos están organizados). Ha sido la necesidad de subir el nivel de vida de las masas árabes únicamente para proteger los salarios más elevados de la mano de obra judía lo que ha decidido a aquella Central, en los últimos tiempos, a intentar construir organizaciones árabes. Pero los embriones de sindicatos agrupados en “La Alianza” se mantienen orgánicamente separados de Histadrut, con la única excepción del Sindicato de ferroviarios que engloba a representantes de ambas comunidades.

o O o

La huelga general de los árabes en Palestina acaba de entrar en su cuarto mes. La guerrilla continúa, a pesar de que un decreto reciente condena a muerte a los autores de atentados: cada día hay emboscadas y ataques contra trenes y automóviles, sin contar las destrucciones e incendios de propiedades judías.

Esos sucesos han costado ya a la potencia mandataria cerca de medio millón de libras esterlinas para el mantenimiento de las fuerzas armadas y a causa de la disminución de ingresos presupuestarios a causa de la resistencia pasiva y del boicot económico de las masas árabes. Últimamente en los Comunes [Parlamento británico], el ministro de Colonias ha anunciado la cantidad de víctimas: 400 musulmanes, 200 judíos y 100 policías; hasta ahora, han sido juzgados 1800 árabes y judíos y 1200 han sido condenados, de entre los cuales 300 judíos. Según el ministro, se ha deportado a unos cien nacionalistas árabes a campos de concentración. Cuatro dirigentes comunistas (2 judíos y un armenio) han sido detenidos y 60 comunistas en libertad vigilada. Esas son cifras oficiales.

Es evidente que la política del imperialismo británico en Palestina se inspira naturalmente de una política colonial típica de todos los imperialismos. Consiste, por todas partes, en recabar el apoyo de ciertas capas de la población colonial (oponiendo a razas entre sí, o a confesiones religiosas diferentes o haciendo surgir inquinas entre clanes y jefes), lo cual permite al imperialismo asentar sólidamente su férrea opresión sobre las masas coloniales mismas, sin distinción de razas o confesiones.

Pero ese tipo de maniobras funcionó en Marruecos y África central, el movimiento nacionalista en Palestina y Siria presenta una resistencia muy compacta. Se apoya en los países más o menos independientes que le rodean: Turquía, Persia, Egipto, Irak, Estados de Arabia y, además, está vinculado al mundo musulmán que suma varios millones de personas.

A pesar de las disparidades existentes entre los diferentes Estados musulmanes, a pesar de la política anglófila de algunos de ellos, el gran peligro para el imperialismo sería la formación de un bloque oriental capaz de imponérsele (lo cual sería posible si el despertar y el fortalecimiento del sentimiento nacionalista de las burguesías locales lograra impedir el despertar y la revuelta de clase de los explotados de las colonias, los cuales tienen que acabar tanto con sus explotadores como con el imperialismo europeo) y que podría encontrar un punto de equilibrio en torno a Turquía, la cual acaba de volver a plantear sus derechos sobre Dardanelos y volver a su política panislámica.

Ahora bien, Palestina es de una importancia vital para el imperialismo inglés. Los sionistas creyeron obtener una Palestina “judía”: en realidad sólo acabarán obteniendo una Palestina “británica”, vía de tránsito terrestre entre Europa e India. Podría sustituir la vía marítima de Suez, cuya seguridad se ha visto debilitada con la implantación del imperialismo italiano en Etiopía. No debe olvidarse que el oleoducto de Mosul (área petrolífera) desemboca en el puerto palestino de Haifa.

En fin, la política inglesa deberá siempre tener en cuenta que son 100 millones los musulmanes que viven en el Imperio británico. Hasta ahora, el imperialismo británico ha logrado, en Palestina, contener la amenaza del movimiento árabe de independencia nacional. A éste le opuso el sionismo, el cual, al exhortar a las masas judías a emigrar a Palestina dislocó el movimiento de clase de sus países de origen en donde esas masas tenían su lugar y, en fin, se aseguró así un apoyo sólido para su política en Oriente Próximo.

La expropiación de tierras a precios de saldo ha hundido en la miseria más negra a los proletarios árabes, echándolos en brazos de los nacionalistas árabes, de los grandes latifundistas y de la naciente burguesía. Ésta se aprovecha, evidentemente, para ampliar su capacidad de explotación de las masas, dirigiendo el descontento de los fellah y de los proletarios contra los obreros judíos del mismo modo que los capitalistas sionistas dirigieron el descontento de los obreros judíos contra los árabes.

De esa oposición entre explotados judíos y árabes, el imperialismo británico y las clases dirigentes árabes y judías saldrán reforzadas.

El comunismo oficial ayuda a los árabes en su lucha contra el sionismo tildado de instrumento del imperialismo inglés.

Ya en 1929, la prensa nacionalista judía publicó una lista negra hecha por la policía en la que figuraban los agitadores comunistas junto al gran Mufti y los jefes nacionalistas árabes. Actualmente han sido arrestados muchos militantes comunistas.

Tras haber lanzado la consigna de “arabización” del partido (el palestino, como el PC de Siria e incluso el de Egipto, fue fundado por un grupo de intelectuales judíos a los que luego se combatió por “oportunismo”), los centristas (3) han lanzado hoy la consigna de “Arabia para los árabes”, lo cual no es más que una copia de la consigna de “Federación de todos los pueblos árabes”, que es la divisa de los nacionalistas árabes, o sea de los latifundistas y de los intelectuales, quienes, con el apoyo del clero musulmán, dirigen el congreso árabe y canalizan, para sus propios intereses, las reacciones de los explotados árabes.

Para el verdadero revolucionario, naturalmente, no existe una cuestión “palestina”, sino únicamente la lucha de todos los explotados de Oriente Próximo, árabes y judíos, que forma parte de la lucha más amplia de los explotados del mundo entero por la revuelta comunista.

Gatto MAMMONE

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La cuestión nacional [15]

Cuestiones teóricas: 

  • Guerra [4]

La lucha del marxismo en contra de la religión… La fuente fundamental de la mistificación religiosa está en la esclavitud económica

  • 3642 lecturas

el primer artículo de esta serie  (publicado en la Revista internacio- nal nº 109) explicaba el retorno del Islamismo como ideología capaz de movilizar a las masas. Veíamos cómo el Islam se adaptó a las necesidades del capitalismo en descomposición en los países subdesarrollados bajo la forma de un pretendido “Islam político” (el fundamentalismo) que poco tiene que ver con la fe de Mahoma, su fundador, pero que se presenta como defensor de todos los oprimidos. También demostrábamos que, contrariamente a Marx, que pensaba que las neblinas de la religión serían rápidamente dispersadas por el propio capitalismo, sus continuadores reconocieron que el capitalismo, en su fase de decadencia, ha llevado a un resurgir de la religión, lo cual es una expresión evidente de la quiebra de la sociedad burguesa. En los países subdesarrollados ésta ha tomado la forma particular de un recrudecimiento de los movimientos “fundamentalistas”. En los países desarrollados, la situación es más compleja: la estricta observancia de los ritos de las religiones establecidas ha ido más o menos decayendo desde hace cincuenta años, a la vez que se incrementan otros cultos religiosos alternativos como la “New Age”.

A la vez que hay sectores de la población que se separan de la religión y de la fe en Dios, se observa cómo en otros lugares renacen las creencias “fundamentalistas”.

Estas tendencias se están reforzando en ambientes impregnados ya de tradiciones religiosas y están afectando a todas las grandes religiones, salvo, quizás, el budismo. En cuanto a las poblaciones inmigradas procedentes del Tercer mundo, tienen tendencia a agarrarse a su religión, no sólo ya para “consolarse” sino también porque es un símbolo de su herencia cultural perdida, un medio para conservar una identidad cultural en un entorno cruel y hostil.

Esas tendencias no son equivalentes en todos los países desarrollados, a pesar de la evidente evolución común de esos países hacia el laicismo. En un artículo de Le Monde diplomatique (Dominique Vidal, “Une société séculière”, noviembre de 2001), “solo el 5 % de los estadounidenses dicen no tener religión” y a pesar de los progresos de la secularización de la sociedad, sería impensable que un presidente de Estados Unidos no entone el God bless America (Dios proteja a América) cada vez que se dirige a la nación. De igual modo, en Francia, donde la separación entre la Iglesia y el Estado ha sido desde 1879 la razón de ser de la burguesía, donde “la mitad de la población ni siquiera pisa la iglesia, el templo o la mezquita”, está levantándose una oleada de “fundamentalismo” entre los inmgrantes de África del Norte.

A pesar, pues, de la desafección hacia las grandes religiones, sigue perdurando la práctica religiosa. El final del período ascendente del capitalismo, su entrada en el período de decadencia y, ahora, en su fase terminal de descomposición generalizada, no sólo ha prolongado la vida de la irracionalidad religiosa sino que ha hecho surgir múltiples variantes de ella, de las que puede pensarse que son todavía más peligrosas para la humanidad.

Este artículo es un primer intento por examinar el método marxista sobre cómo combatir la ideología religiosa en el proletariado en las condiciones actuales. Veremos cómo, al respecto, se pueden sacar muchas enseñanzas de la historia del movimiento obrero.

El combate contra la religión

Como ya dijimos en el artículo anterior, Marx veía la religión a la vez como una peligrosa mistificación que permitía huir de la realidad (“el opio del pueblo”), y como el “el suspiro de la criatura oprimida”, es decir, el grito ahogado contra la opresión. Lenin añadía este consejo a los comunistas: avanzar con prudencia en la propaganda antirreligiosa, sin por ello ocultar su propio materialismo ateo. El método general de Lenin al respecto sigue siendo hoy una referencia para el pensamiento comunista y la práctica revolucionaria. Y no es porque hubiera él establecido el marco sobre este tema basándose únicamente en citas de Marx y de Engels (lo cual sería rebajar la ciencia marxista a la altura de una religión…), sino porque ese marco trata los principales problemas de manera racional y científica. Es pues útil examinar previamente las reflexiones de Lenin sobre el tema antes de volver a la situación actual y plantearse lo que debe ser la actitud de los marxistas de hoy.

Es interesante señalar que el primer comentario de Lenin sobre la religión que se tradujo fue una defensa apasionada de la libertad religiosa. Se trata de un texto escrito en 1903 y dirigido a los campesinos pobres de Rusia, en donde se declara que los marxistas “exigen que cada uno tenga pleno derecho a profesar la religión que desee”. Lenin denunciaba como de lo más “vergonzoso” las leyes vigentes en Rusia y en el Imperio Otomano (“las escandalosas persecuciones policiacas contra la religión”) al igual que las discriminaciones a favor de ciertas religiones (allí la Iglesia ortodoxa y aquí el Islam). Para él todas esas leyes son de lo más injusto, arbitrario y escandaloso, pues cada uno debe ser perfectamente libre no sólo de practicar la religión que desee, sino también de propagarla o de cambiar.

Las ideas de Lenin sobre muchos aspectos de la política revolucionaria cambiaron con el tiempo, pero no sobre este tema. De ello es testimonio su primera declaración importante, Socialismo y religión, un texto de 1905 que sigue siendo muy próximo, en el fondo, de sus últimos escritos al respecto.

“Socialismo y religión” define el marco indispensable del método de los bolcheviques respeto a la religión. Este artículo resume, en un estilo accesible, las conclusiones a las que ya habían llegado Marx y Engels sobre este tema: la religión, escribe Le
nin, es “una especie de alcohol espiritual que anima a los obreros a soportar la explotación con la esperanza de ser recompensados en el más allá. Para quienes viven del trabajo de los demás, en cambio, la religión les enseña a practicar en este más acá la caridad, lo cual les permite justificar a buen precio su existencia como explotadores y venderles barato un billete para la gloria eterna en el más allá”.

Lenin tenía confianza en que el proletariado fusionaría su combate con la ciencia moderna en ruptura con “las sombras de la religión” y “combatiría hoy ya por una mejor vida terrestre”.

Para Lenin, en el marco de la dictadura del proletariado, la religión era un asunto privado. Afirmaba que los comunistas querían un Estado totalmente independiente de toda afiliación religiosa y que no contribuyera en lo más mínimo en los gastos de las organizaciones religiosas. Y a la vez, debía rechazarse toda discriminación hacia las religiones, debiendo cualquier ciudadano “ser libre de practicar cualquiera” o evidentemente “ninguna de ellas”.

En cambio, en lo referente al partido marxista, la religión no fue nunca considerada como un asunto privado:

“Nuestro partido es una asociación de personas animadas por una conciencia de clase, en la vanguardia del combate por la emancipación del proletariado. Una asociación así no puede ser indiferente a lo que las creencias religiosas implican de ignorancia, oscurantismo y pérdida de la conciencia de clase. Nosotros exigimos la separación completa de la Iglesia y del Estado, para ser capaces de combatir las sombras de la religión con armas pura y simplemente ideológicas, mediante nuestra prensa y nuestras intervenciones. Sin embargo, para nosotros, el combate ideológico no es un asunto privado, sino que es un asunto de todo el partido, un asunto del proletariado entero.”

Y Lenin añadía que no se lograría acabar con la religión únicamente mediante una propaganda hueca y abstracta:

“Habría que ser un burgués obtuso para olvidarse de que el yugo de la religión (…) no es sino el reflejo del yugo económico que pesa sobre la sociedad. Ningún folleto, ningún discurso podrán esclarecer al proletariado si éste no es esclarecido por su propio combate contra las fuerzas oscuras del capitalismo. La unidad en ese combate realmente revolucionario de la clase oprimida por la creación de un paraíso en la tierra es más importante para nosotros que la unidad de opinión de los proletarios sobre un paraíso en los cielos.”

Los comunistas, escribía Lenin, están intransigentemente en contra de todo intento de fomentar “las diferencias secundarias” sobre las cuestiones religiosas, lo cual podría ser utilizado por los reaccionarios para dividir al proletariado. En definitiva, el verdadero origen del “charlatanismo religioso” es la esclavitud económica.

Lenin desarrolló los mismos temas en 1909 en “Sobre la actitud del partido obrero ante la religión”:

“La base filosófica del marxismo, como así lo proclamaron en muchas ocasiones Marx y Engels, es el materialismo dialéctico, materialismo indiscutiblemente ateo, resueltamente hostil a toda religión…”La religión es el opio del pueblo” (Karl Marx, Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel – Introducción). Esta fórmula de Marx es la piedra angular de toda la concepción marxista sobre la religión. El marxismo siempre ha considerado a las religiones y a las iglesias, las organizaciones religiosas de todo tipo que hoy existen, como organismos de la reacción burguesa que sirven para defender la explotación y para intoxicar a la clase obrera”.

Y al mismo tiempo, Engels no cejó en su condena de todo intento de quienes, deseosos de alardear de estar “más a la izquierda” o ser “más revolucionarios” que la socialdemocracia, querían introducir en el programa del partido obrero una proclama explícita de ateísmo, lo cual significaba una declaración de guerra a la religión. Engels condenó la guerra a la religión llevada a cabo por los blanquistas, como así lo cita Lenin, al ser ése:

“el mejor medio para reavivar el interés por la religión y hacer más difícil su agotamiento efectivo: “Engels reprocha a los blanquistas el no comprender que únicamente la lucha de clase de las masas obreras, que induce a las más amplias capas del proletariado a practicar a fondo la acción social, consciente y revolucionaria, podrá, en los hechos, liberar a las masas oprimidas del yugo de la religión, y que proclamar la guerra a la religión como tarea política del partido obrero no es más que fraseología anarquizante” (idem).

La misma advertencia hizo Engels en el Anti-Dühring, respecto a la guerra que Bismarck había entablado contra la religión:

“Con esta lucha, Bismarck no ha hecho sino reforzar el clericalismo militante de los católicos; no ha hecho sino dañar la causa de la verdadera cultura, poniendo en primer plano las divisiones religiosas, en lugar de las políticas, ha hecho desviar la atención de ciertas capas de la clase obrera y de la democracia de las tareas esenciales que implica la lucha de clases revolucionaria, hacia el anticlericalismo más superficial y el más burguesamente mentiroso. Acusando así a Dühring, quien de ese modo quería alardear de ultrarrevolucionario, de querer retomar bajo otra forma la misma estupidez de Bismarck, Engels exigía que el partido obrero trabajara pacientemente en la construcción de la organización y de la educación del proletariado, que desemboca en el agotamiento de la religión, en lugar de lanzarse a las aventuras de una guerra política contra la religión (…) Engels (…) subrayó adrede (…) que la socialdemocracia considera a la religión como un asunto privado frente al Estado, pero no respecto a ella misma, no respecto al marxismo, no respecto al partido obrero” (ídem).

La actitud respecto a la religión, flexible pero basada en principios

Esa actitud flexible hacia la religión, pero basada en principios, que fue la de Marx, Engels y Lenin fue atacada por los “charlatanes anarquistas” (expresión de Lenin) que no eran capaces de captar la lógica y la coherencia de ese enfoque marxista de la cuestión.

Como lo explicó Lenin:

“Sería un error pensar que la aparente “moderación” del marxismo hacia la religión se debería a supuestas consideraciones “tácticas”, el deseo de “no chocar”, etc. Al contrario, la línea política del marxismo, también en este tema, está indisolublemente vinculada a sus principios filosóficos.

“El marxismo es un materialismo (…) Debemos combatir la religión, ése es el abecé de todo materialismo y, por lo tanto, del marxismo. Pero el marxismo no es un materialismo que se haya parado en el abecé. El marxismo va más allá, y dice: se debe saber luchar contra la religión y para ello debemos explicar el origen de la fe y de la religión de las masas de un modo materialista. La lucha contra la religión no debe quedar limitada a una prédica ideológica abstracta, no debe quedar reducida a esto; esa lucha debe vincularse a la práctica concreta del movimiento de clase cuya meta es hacer desaparecer las raíces sociales de la religión” (idem).

Según “el burgués progresista, el radical y el burgués ateo”, sigue Lenin, la religión mantiene su imperio “sobre el pueblo a causa de su ignorancia”.

“Los marxistas dicen: eso es falso. Es un enfoque superficial, es el enfoque de un burgués de mente obtusa que quiere educar a las masas. No explica las raíces de la religión con suficiente profundidad, las explica de manera idealista y no materialista. En los países capitalistas modernos, esas raíces son sobre todo sociales. La religión está hoy arraigada en lo más profundo de las condiciones sociales de opresión de las masas laboriosas y en la completa impotencia a la que están manifiestamente reducidas frente a las fuerzas ciegas del capitalismo, las cuales imponen a los obreros, a cada hora, cada día, los sufrimientos más crueles, los tormentos más bestiales, mil veces más duros que los de acontecimientos extraordinarios como las guerras, los terremotos, etc.

“El miedo creó los dioses”. El miedo ante las fuerzas ciegas del capital –ciegas pues no pueden ser previstas por las masas populares– que amenazan al proletario en cada etapa de su vida y al pequeño patrón aportándoles la ruina “súbita”, “inesperada” y “accidental” que los arruina, que los transforma en mendigos, desclasados, prostitutas, que los deja reducidos al hambre. Esas son las raíces de la religión moderna, eso es lo que debe recordar, ante todo, el marxismo si no quiere ser un simple materialismo primario. Ningún libro de vulgarización podrá extirpar la religión del espíritu de las masas embrutecidas por el cautiverio capitalista, que están a la merced de las fuerzas ciegas y destructoras del capitalismo, mientras esas masas no hayan aprendido por sí mismas a combatir esas raíces de la religión, a combatir el imperio del capital bajo todas sus formas, de una manera unitaria, organizada, sistemática y consciente.

“¿Significará eso que un libro de vulgarización contra la religión sería dañino o inútil? No. La conclusión que se impone es muy otra. Eso significa que la propaganda atea de la socialdemocracia debe estar subordinada a su tarea fundamental: el desarrollo de la lucha de clase de las masas explotadas contra sus explotadores” (idem).  

Lenin insistía en que eso no podía ser comprendido más que de modo dialéctico. Sin esto, en algunas circunstancias, la propaganda atea puede ser contraproducente. Cita el ejemplo de una huelga llevada a cabo por una asociación obrera cristiana. En este caso, los marxistas deben “poner el éxito del movimiento de huelga por encima de todo”, oponerse a toda división entre obreros “ateos y cristianos”, pues serán los progresos del combate los que harán “convertirse a los obreros cristianos a la socialdemocracia y al ateísmo, con cien veces más eficacia que un sermón favorable al ateísmo”.

“El marxista debe ser un materialista, o sea un enemigo de la religión, pero un materialista dialéctico, o sea que considera la lucha contra la religión, no de manera especulativa, no en lo abstracto y puramente teórico de una propaganda siempre idéntica a sí misma, sino de manera concreta, en el terreno de la lucha de clases que se está produciendo en ese momento, lo cual educa a las masas mejor que cualquier otra cosa. El marxista debe saber tener en cuenta el conjunto de una situación concreta, debe encontrar siempre el punto de equilibrio entre el anarquismo y el oportunismo (equilibrio relativo, flexible, variable, pero real), no caer ni en el “revolucionarismo” abstracto, verbal y prácticamente vacuo del anarquista, ni en el filisteísmo y el oportunismo del pequeño burgués o del intelectual liberal, que teme el combate contra la religión, se olvida de la misión que le incumbe en ese dominio, se amolda a la fe en Dios, y se inspira no en los intereses de la lucha de clases sino en un mezquino y miserable cálculo: no chocar a nadie, no herir a nadie, no escandalizar a nadie, resumido en el precepto prudente como ninguno de: “vivir y dejar vivir  a los demás”, etc.” (idem).

Lenin no cesó de alertar contra los peligros de la impaciencia pequeño burguesa en el combate contra los estragos de la religión. Y así, en un discurso ante el primer congreso panruso de obreras, en noviembre de 1918, evidenció los éxitos impresionantes obtenidos por la joven República de los Soviets en las zonas más urbanizadas para hacer retroceder la opresión de las mujeres. Pero añadía esta advertencia:

“Por primera vez en la historia, nuestras leyes han suprimido todo lo que privaba a las mujeres de sus derechos. Pero lo que importa no es la ley. En las grandes ciudades y en las zonas industriales, la ley sobre la libertad completa de matrimonio se aplica sin problemas, pero en el campo sigue siendo papel mojado. Aquí sigue predominando el matrimonio religioso. Y esto se debe a la influencia del clero, una plaga que es aún más difícil de combatir que la antigua legislación.

“Debemos ser muy prudentes en nuestra lucha contra los estragos de la religión; algunos han causado muchos daños al ofender los sentimientos religiosos. Debemos nosotros servirnos de la propaganda y de la educación. Con ataques frontales demasiado brutales, lo único que haremos es que el pueblo albergue resentimientos; esos métodos de lucha tieneden a perpetuar las divisiones en el pueblo según criterios religiosos, mientras que nuestra fuerza reside en su unidad. La pobreza y la ignorancia son las raíces más profundas de los estragos de la religión, y ése es el mal que debemos nosotros combatir.”

En su proyecto de programa del Partido comunista de Rusia redactado al año siguiente, Lenin insistió en la reivindicación de separación total de la Iglesia y del Estado y reiteró sus advertencias de no “chocar los sentimientos religiosos de los creyentes, pues eso sólo servirá para incrementar el fanatismo”.

Dos años después, en un mitin de delegados no bolcheviques al IXº congreso panruso de los Soviets, cuando a Kalinin, a quien más tarde Stalin otorgaría el control de la edu­cación, se le ocurrió decir que Lenin podría dar la orden de “quemar todos los misales”, éste se apresuró a esclarecer las cosas, insistiendo qu­e : “jamás he sugerido semejante cosa y jamás se me habría ocurrido proponerlo. Sabéis que según nuestra Constitución, ley ­fundamental de la República, la libertad de conciencia, en lo que a religión se refiere, está plenamente garantizada para cada cual.”

Algún tiempo después, en 1921, Lenin escribió a Molotov (otro de los futuros principales apparátchiki –altos funcionarios del partido– de Stalin) para criticar consignas tales como “denunciar las mentiras de la religión” que aparecían en una circular referente al Primero de mayo. Eso es un error, una falta de tacto” escribió Lenin, subrayando una vez más la necesidad de “evitar por todos los medios el ataque frontal a la religión”. De hecho, Lenin tenía tal conciencia de lo importante que era este problema que pidió que una circular adicional corrigiera la anterior. Y si no estuviera de acuerdo el Secretariado propondría entonces que el problema se planteara ante el Buró político. El resultado fue que el Comité central mandó publicar una carta en la Pravda del 21 de abril de 1921, exigiendo que en las celebraciones del 1º de mayo, “no se hiciera ni se dijera nada que pudiera ofender los sentimientos religiosos de las masas populares”.

Queda así claramente definido el punto de vista de Lenin sobre las relaciones entre el socialismo y la religión. Podemos ahora resumir cómo veían Marx, Engels y Lenin el combate contra el oscurantismo religioso. En primer lugar, la religión es vista como una forma de opresión en una sociedad dividida en clases, un medio de embaucar a las masas para hacerles aceptar esa opresión. Existe y se desarrolla en condiciones materiales espe­cíficas, que Lenin definía como “la esclavitud económica”. La entrada del capitalismo en su fase de decadencia significa, más que nunca, que el proletariado y las demás capas oprimidas sufren “del miedo a las fuerzas ciegas del capital”, pues las catástrofes económicas del capitalismo arrastran a las masas trabajadoras hacia el pozo sin fondo “de la mendicidad, la prostitución y el hambre”.

Las religiones toman formas muy variadas. Pero cada una de ellas, a la vez que aleja al ser humano de su verdadera liberación, funciona precisamente como una huida gracias al consuelo que ofrece frente a la adversidad. Parece ofrecer la esperanza de una vida mejor, ya sea después de la muerte, ya sea mediante no se sabe qué milagrosa transformación sobrenatural del mundo material. Y en espera de esa liberación, “la salvación del alma”, en el más allá o en la futura Apocalipsis, puede alimentarse la ilusión de que los sufrimientos soportados en este “valle de lágrimas” no serán vanos, pues serán generosamente recompensados en el Paraíso si el creyente se somete a la ley de Dios. En este mundo frío, inhumano, despiadado, consecuencia de la crisis permanente y en cada vez más honda del capitalismo decadente, la religión proporciona además a los oprimidos una apariencia de liberación parcial de su esclavitud. La religión afirma que cada persona es verdaderamente muy valiosa para su creador divino.

Para superar la religión, buscar de la unidad en el combate de clase

Para los anarquistas, “los burgueses de espíritu obtuso que quieren educar a las masas” y los radicales impacientes procedentes de las clases medias, el imperio de la religión sobre las masas se debe a la ignorancia. Los marxistas, al contrario, comprenden que la religión ahonda sus raíces en lo más profundo del capitalismo moderno –y más allá toda­vía–, hasta los orígenes de la sociedad de clases e incluso a los orígenes de la humanidad. Por eso es por lo que no se acabará con ella mediante la propaganda únicamente, ni siquiera considerándola como medio principal junto a otros. Los comunistas deben hacer, claro está, una propaganda antirreligiosa, pero ésta debe estar siempre subordinada a la búsqueda de la unidad efectiva del proletariado en su combate de clase. El discurso antirreligioso “debe vincularse a la práctica concreta del movimiento de clase cuya meta es hacer desaparecer las raíces sociales de la religión”. Esta es la única estrategia materialista para arrancar esas raíces. Todos los intentos por resolver el problema con declaraciones de guerra política a la religión, atacándola de frente sin precauciones, o apoyando medidas para restringir las prácticas religiosas, ignoran las raíces muy reales y materiales de la religión. Desde un punto de vista proletario, esa conducta es insensata pues agudiza las divisiones en el seno del proletariado y lleva a los obreros a caer en brazos de los fanáticos religiosos.

Aunque los comunistas se oponen a la religión sin contemplaciones, no por ello van a dar su apoyo a las medidas tomadas por el Estado contra las creencias y las prácticas religiosas, o contra grupos religiosos particulares.

En el plano ideológico y político, los comunistas seguirán estando en contra de la religión: no es aceptable bajo ningún concepto considerar la religión como un asunto privado en las filas mismas de una organización revolucionaria, al estar formada por militantes impregnados de una conciencia de clase y que han roto con toda forma de religión. Dicho lo cual, en su combate contra los estragos provocados por la religión en las masas, los comunistas no sólo deben ser materialistas, que basan su convicción y su acción en ese punto central de que son los seres humanos quienes hacen su propia historia y pueden por lo tanto liberarse a sí mismos mediante una actividad consciente. Deben asimismo ser materialistas dialécticos, o sea actuar considerando la situación en su conjunto, siendo conscientes de todas las interacciones entre los diversos componentes políticos. Ello implica que la propaganda antirreligiosa debe estar vinculada concretamente a una lucha de clases bien real, en lugar de llevar a cabo un combate abstracto, puramente ideológico, contra la religión.

Sólo mediante la victoria del movimiento proletario podrán ser extirpadas las raíces sociales de los miasmas religiosos, vinculados a la explotación de la clase obrera. La religión no puede ser abolida por decreto y las masas obreras deberán superarla basándose en su propia experiencia. Los comunistas deberán pues evitar toda medida (la condena de las prácticas religiosas, por ejemplo) que tienda a reavivar los sentimientos religiosos, lo cual sería contraproducente para el objetivo que se quiere alcanzar. El Estado del período de transición del capitalismo al comunismo instaurado por la dictadura del proletariado deberá evitar toda discriminación religiosa de igual modo que todo tipo de afiliación o vínculo material con la religión.

Para demostrar lo mejor posible qué intereses de clase sirve la religión en nuestros días, las organizaciones revolucionarias deben integrar, en su propaganda, la evolución del papel de la religión en la sociedad. Las creencias y las prácticas que caracterizaban a las religiones en su origen, se han transformado en una especie de caricatura, por el hecho de que las jerarquías religiosas se han adaptado a la sociedad de clases y que ésta las ha absorbido. Es lo que tenía en la mente Rosa Luxemburg cuando preparaba su llamamiento a los obreros animados de sentimientos religiosos y en cual acusaba a las iglesias:

“Hoy sois vosotros, por vuestras mentiras y vuestras enseñanzas, los paganos y somos nosotros quienes anunciamos a los pobres y explotados la buena nueva de la fraternidad y de la igualdad. Somos nosotros quienes estamos en marcha para conquistar el mundo, como lo hizo en su tiempo aquel que proclamaba que era más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos” (Rosa Luxemburg, El socialismo y las iglesias, traducido por nosotros).

Puede verse claramente cómo de la herencia del pasado, muchas cosas siguen siendo útiles hoy. Los escritos militantes de Marx y Engels son de la época de la plena ascensión del capitalismo, mientras Lenin fue un pionero revolucionario de la práxis comunista en los inicios de la decadencia del capitalismo. Hoy, la fase final de la decadencia capitalista ha llegado a su paroxismo: la descomposición capitalista. De modo que, una de dos: o el proletariado vuelve a descubrir su propia herencia revolucionaria, o la humanidad en su conjunto será condenada a la extinción. Parece pues evidente que no basta con repetir los valiosos textos sacados de los clásicos del marxismo, pero que también es imperativo identificar lo que tiene de nuevo el período actual y las enseñanzas que deben sacar de ello en la práctica el proletariado y sus organizaciones políticas.

El combate contra la religión en la fase de decadencia
y en la fase de descomposición del capitalismo

Lo primero que debemos esclarecer se planteó de hecho en el inicio de la decadencia, hacia 1914, pero no fue claramente identificado por los revolucionarios. Se trata de la consigna heredada de la revolución francesa y retomada por la IIª Internacional: la separación de la Iglesia y del Estado. Esta consigna, muy apropiada y necesaria en la época en que se lanzó, es una exigencia burguesa y democrática del capitalismo en su fase ascendente que nunca ha sido satisfecha. Debe comprenderse que únicamente el proletariado y su partido podrán realizarla realmente, habida cuenta de la cantidad de vínculos que unen las religiones y el capitalismo. Era ya una verdad universalmente reconocida en el siglo XIX, es todavía más evidente en nuestro tiempo de capitalismo de Estado, típico de la decadencia del capitalismo. Reivindicar la separación de la Iglesia y el Estado es una absurdez y es además una ilusión peligrosa, hacia la cual, por cierto, tendían Lenin y los bolcheviques.

La segunda cuestión, mencionada en la introducción de este artículo y en el anterior, es la siguiente: ¿es el capitalismo, desde que entró en su fase de descomposición, más irracional y e inhumano que nunca antes? (ver “La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo”, Revista internacional n° 107). La descomposición es la consecuencia de una situación en la que el capitalismo, cuando ya hace tiempo que dejó de ser un factor progresivo y útil para la humanidad, se encuentra enfrentado a un proletariado que todavía está marcado por las largas décadas de la contrarrevolución, al que le falta confianza en sí mismo aunque sea la única fuerza capaz de echar abajo el sistema y sustituirlo por otra sociedad. Durante el período que va desde 1968 a 1989, la reanudación de la actividad de la clase obrera redujo en gran parte algunos efectos de la contrarrevolución capitalista. Pero durante la última década, que es el período que nosotros definimos como el de la descomposición capitalista, la clase obrera ha sufrido múltiples ataques contra la conciencia de su propia identidad de clase, sobre todo a través de las campañas orquestadas por la burguesía sobre la “muerte del comunismo” y el “final de la lucha de clases”. A los efectos negativos sobre la conciencia de la clase obrera se han añadido los insidiosos y solapados debidos a la descomposición.

En su fase postrera, a la vez perversa y fuertemente irracional, nada podrá parar al capitalismo en su intento de poner todas las trabas al desarrollo de la confianza de la clase en sí misma y de su propia conciencia política. Tampoco las organizaciones revolucionarias están inmunizadas contra la irracionalidad del capitalismo decadente. Ya después de 1905, como consecuencia de la derrota del asalto revolucionario y del triunfo de la reacción de Stolopin, una parte de lo bolcheviques se vio asaltada por arrebatos religiosos. Más recientemente, un grupo bordiguista, el que publica el periódico Il Partito se puso a ocuparse un poco de misticismo (ver
“Marxismo y misticismo”, Revista internacional nº 94 y el número de mayo de 1997 de Programme communiste). De igual modo, la CCI se vio obligada, a mediados de los años 90, a llevar a cabo un combate en su seno contra el entusiasmo de ciertos militantes por el esoterismo y el ocultismo.

Los peligros crecientes que la descomposición del capitalismo entraña no deben subestimarse. La humanidad en su conjunto es, por naturaleza, un ser social. La descomposición es una especie de ácido social que corroe los vínculos naturales de solidaridad que entretejen mutuamente los seres humanos que viven en sociedad, expandiendo en su lugar la sospecha y la paranoia. Dicho de otra manera, la descomposición engendra una tendencia espontánea en la sociedad a los agrupamientos tribales y de bandas. Todos los tipos de “fundamentalismos”, las diferentes variedades de cultos, el desarrollo de grupos y de prácticas de tipo “New Age”, el incremento imparable de bandas de jóvenes delincuentes, todo eso son tentativas, abocadas al fracaso, con las que se intenta rellenar el vacío de la solidaridad social que desaparece, en un mundo cada día más duro y hostil. Al no basarse en la vitalidad latente de la única clase revolucionaria de nuestra época, sino en respuestas individualistas de las relaciones sociales basadas en la explotación, todos esos intentos están condenados, por su propia naturaleza, a no producir otra cosa que más alienación, más abandono y, en fin de cuentas, a agudizar más todavía los efectos de la descomposición.

Así pues, el combate contra el resurgir religioso, contra todas las formas de lo irracional que tanto éxito tienen hoy, es inseparable de la necesidad para la clase obrera de reanudar el combate por sus verdaderos intereses de clase. Sólo este combate será capaz de reducir los efectos destructores de un orden social que se va deshaciendo cada día más. Al proletariado, en su lucha por la defensa de sus intereses materiales, no le queda otro remedio que ir creando las premisas de una verdadera comunidad humana. La verdadera solidaridad que le anima en la lucha es el antídoto a ese falso sentimiento de solidaridad que proporciona la “cultura” de las bandas o el fundamentalismo. De igual modo, el combate por hacer revivir la conciencia de clase del proletariado –y en la vanguardia de ese combate están las minorías comunistas- es el antídoto contra esas mitologías, cada vez más degradantes, segregadas por una sociedad en putrefacción.

Y por todo eso, ese combate indica el camino hacia un porvenir en el que el ser humano se hará plenamente consciente de sí mismo y de su lugar en la naturaleza, en el que habrá dejado, lejos, por fin, a todos los dioses.

Dawson

Series: 

  • La Religión [16]

URL de origen:https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/242/rev-internacional-n-110-3er-trimestre-2002

Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/tag/situacion-nacional/posicion-imperialista [2] https://es.internationalism.org/tag/geografia/india [3] https://es.internationalism.org/tag/geografia/pakistan [4] https://es.internationalism.org/tag/3/47/guerra [5] https://es.internationalism.org/tag/geografia/europa [6] https://es.internationalism.org/tag/3/45/descomposicion [7] https://es.internationalism.org/tag/cuestiones-teoricas/fascismo [8] https://es.internationalism.org/tag/21/516/cuestiones-de-organizacion [9] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/resoluciones-de-congresos [10] https://es.internationalism.org/tag/21/490/fraccion-y-partido [11] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierda-comunista [12] https://es.internationalism.org/tag/2/39/la-organizacion-revolucionaria [13] https://es.internationalism.org/tag/5/470/disciplina-de-partido [14] https://es.internationalism.org/tag/3/51/partido-y-fraccion [15] https://es.internationalism.org/tag/2/33/la-cuestion-nacional [16] https://es.internationalism.org/tag/21/561/la-religion