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Rev. Internacional nº 106, 3er trimestre 2001

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Crisis, guerras y lucha de clase

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LA Corriente comunista internacional ha celebrado recientemente su XIVº Congreso. Publicamos en este mismo número un articulo sobre las tareas y lo que debía zanjarse en este congreso. En él se adoptó una Resolución sobre la Situación internacional publicada aquí.
La finalidad de esa Resolución no es pronunciarse sobre los acontecimientos inmediatos de la situación, sino dar el marco más general y profundo posible para entenderlos. Además, ese documento se redactó hace más de dos meses por lo que no están incluidos en él los acontecimientos más recientes. Sin embargo, como habremos de ver, esos acontecimientos han venido a ilustrar de manera patente el análisis que se hace en la Resolución. Ésta, además, está completada e ilustrada por extractos del Informe sobre la Crisis económica presentado en el Congreso (1).
La Resolución sobre la Situación internacional del XIVº Congreso de la CCI consta de tres partes: la situación económica del capitalismo, los conflictos imperialistas y el estado de la lucha de clases.
En la parte titulada "La lenta agonía de la economía capitalista", la resolución señala que: "El 'boom' [de la economía estadounidense durante los años 90] ya es algo del pasado, hablándose cada día más de una caída de Estados Unidos en la recesión. Ya no solo tienen dificultades las 'punto.com', sino también amplios sectores de la producción. A pesar de esas señales alarmantes, la burguesía sigue hablando de 'booms' especiales en Gran Bretaña, en Francia, en Irlanda, en España…pero sólo es para tranquilizarse a sí misma. Al depender estrechamente de Estados Unidos los demás países industriales, el final evidente de los 'diez años de crecimiento de Estados Unidos' tendrá obligatoriamente serias repercusiones por todo el mundo industrializado."
Esa previsión no ha tardado en verificarse, pues estamos asistiendo últimamente a una serie de "profits warnings" (o sea, bajas de ganancias en comparación con lo previsto) en gran cantidad de empresas entre las más punteras, especialmente las de la "nueva" economía, lo cual ha llevado a una caída continua de los índices bursátiles (que han perdido casi 30% en un año). Gigantes como Philips o Nokia, líder mundial de teléfonos móviles, anuncian o el abandono de la fabricación de ese producto o reducciones drásticas de su fabricación, todo ello acompañado de despidos a mansalva. Incluso una empresa como Alcatel, gigante francés de telecomunicaciones, anuncia que iba a deshacerse ¡de más de cien de sus ciento veinte fábricas!
Al mismo tiempo, las previsiones para el crecimiento del PIB de 2001 son regularmente revisadas hacia abajo en la mayoría de los países europeos (cerca de un punto desde principios de año, o sea que el crecimiento será 30% más débil de lo que estaba previsto). En fin, las tasas oficiales de desempleo, que se han reducido en los últimos tiempos están volviendo a incrementarse por todas partes (en Alemania desde hace varios meses así como en Francia, uno de los países alabados por sus "resultados" económicos).
En su parte "Caída hacia la barbarie", la resolución indica que: "La dislocación de los antiguos bloques, en su estructura y su disciplina dio rienda suelta a las rivalidades entre naciones a unos niveles desconocidos, resultado de un combate cada día más caótico, cada uno para sí, un combate que involucra desde las grandes potencias mundiales hasta los más cutres caudillos de guerras locales. Esto ha cobrado la forma de un incremento constante de guerras locales y regionales, en torno a las cuales las grandes potencias procuran adelantar sus peones en propia ventaja. (…) A lo largo de esta década, la supremacía militar de Estados Unidos se ha visto incapaz de poner coto a la aceleración centrífuga de las rivalidades interimperialistas. En lugar de un nuevo orden mundial dirigido por Estados Unidos, que en sus tiempos prometiera su padre, el ahora nuevo Bush está confrontado a un desorden militar creciente, a una proliferación de guerras por todo el planeta". Entre los ejemplos de esta situación, la Resolución cita la agravación del conflicto en Oriente Medio, el nuevo despegue de la guerra en los Balcanes, en Macedonia ahora. Desde que se redactó la Resolución, las cosas han ido de mal en peor. Cada día aporta su lista de muertos en Israel y Palestina, sin que nada puedan hacer los esfuerzos diplomáticos a repetición del "padrino" americano. Entre "tregua" que nadie respeta y "alto el fuego" violado nada más firmarlo, nada parece poner fin a la demencia bélica en esta parte del mundo. Y para todos está claro que aunque hubiera algún que otro receso, nunca desembocaría en paz verdadera, una paz que se proponía el "proceso de Oslo" nada menos que a principios de los años 90.
En cuanto a los Balcanes, cabe hacer una mención especial a lo que acaba de ocurrir, el 28 de junio, con la entrega de Milosevic al Tribunal penal internacional de La Haya por parte del Gobierno de Belgrado, inmediatamente seguida por el desbloqueo de más de mil millones de dólares por los países "donantes" para la reconstrucción de Serbia. Tenemos ahí patente un buen ejemplo de la hipocresía que puede desplegar la burguesía. Milosevic fue, a principios de los 90, el amiguete de los americanos y de algunos otros países europeos, como Francia y Gran Bretaña, que querían refrenar las ambiciones alemanas en los Balcanes por medio sobre todo de Croacia. Después, los norteamericanos cambiaron de chaqueta aportando su apoyo a los bosnios, mientras que aquellos dos países europeos seguían apoyando a Milosevic. Los EE.UU. necesitaron llegar a la prueba de fuerza de la conferencia de Rambouillet a principios de 1999, que hizo inevitable la guerra entre la OTAN y Serbia, para forzarlos a alinearse con la potencia norteamericana durante los "bombardeos humanitarios" sobre Serbia y Kosovo de la primavera de ese año. Esta guerra, que pretendidamente era para "proteger" a la población albanesa de Kosovo lo que hizo fue aumentar las matanzas antes de que los supervivientes pudieran volver a una región transformada en montón de ruinas.
La potencia estadounidense necesitaba un "happy end", el castigo del "malo" para justificar la barbarie guerrera que ella misma había desencadenado. Y así se ha hecho: el "bueno" de antes transformado en "malo" por necesidades del guión, está ahora en manos del sherif.
El conflicto en Macedonia, por su parte, no ha cesado de agravarse. Una buena parte del norte del país está ya en manos de la guerrilla proalbanesa del UCK. Y es ésta una nueva ocasión para las grandes potencias de hacer surgir sus rivalidades, por mucho que todas parezcan estar de acuerdo en que el UCK llegue a sus fines: ante el anuncio de EE.UU. de mandar tropas de la OTAN para calmar los ánimos, la diplomacia europea contesta nombrando a un "Especial Macedonia" en la persona de F. Leotard, antiguo ministro francés de Defensa. El que Solana haya escogido a un político del país tradicionalmente más opuesto a Estados Unidos, da una idea de que en Macedonia como en otras partes, los discursos de paz y las expresiones manifiestas de "amistad" entre EE.UU. y sus ex aliados europeos, sólo sirven de tapadera para lo contrario, o sea el incremento irresistible de sus rivalidades. Esto quedó confirmado durante la visita de Bush a Europa en junio: el presidente de EE.UU. no ha logrado ni mucho menos "vender" a los europeos su proyecto de escudo antimisiles, el cual es, como lo dice la Resolución: "Una gran ofensiva por parte del imperialismo americano para convertir su ventaja tecnológica en una supremacía planetaria sin precedentes. Ese proyecto es un paso más en una carrera de armamento cada día más aberrante que va a exacerbar el antagonismo con sus rivales".
Y, para terminar, la perspectiva de desarrollo de la lucha y de la conciencia de clase no ha tenido, en esos últimos tiempos, una evolución significativa. Vale sin embargo la pena subrayar, como lo hace la Resolución en la parte "La clase obrera sigue teniendo en sus manos la llave del futuro", la idea de que una de las maneras con las que valorar la amenaza potencial que sigue siendo la clase obrera para el orden burgués es "la enorme cantidad de tiempo y de energía dedicado a sus campañas ideo lógicas [de la burguesía] contra el proletariado, y entre ellas, las dedicadas a demostrar que éste sería una fuerza totalmente agotada son de las más ruidosas".
En el próximo número de esta Revista escribiremos sobre un ejemplo muy significativo de esas campañas, aquellas cuyo objetivo es pervertir el significado verdadero de los movimientos sociales de los últimos años 60. Para ocultar el hecho de que esos movimientos fueron el final de la contrarrevolución, fueron el inicio de un período en el que el proletariado iba a volver a ser capaz de desempeñar un papel de actor en el escenario social; para incrustar la idea de que nuestra clase "está acabada", los medios y los políticos burgueses, como dice la Resolución, han desempolvado y sacado a la luz a los "excombatientes" de las luchas estudiantiles de entonces. Se trata para la clase dominante de hacer que se olvide que las luchas obreras de entonces tuvieron una importancia sin comparación posible con las estudiantiles. También quieren hacer creer que al haberse integrado en el sistema (como el actual ministro alemán de Exteriores) los pretendidos "revolucionarios" de entonces habrían dado la prueba de que también ellos habían comprendido que la revolución es imposible.
Lo que demuestran esas campañas, aunque la gran mayoría de obreros no sea todavía hoy consciente de ello, es que los sectores más lúcidos de la burguesía sí saben que la revolución es posible. El proletariado deberá, en el período que nos espera, alcanzar la conciencia de que la revolución es posible y que el porvenir de la revolución está en sus manos.

1) Se publicarán extractos de los demás informes en los números siguientes de la Revista internacional.

Acontecimientos históricos: 

  • Caos de los Balcanes [1]

Cuestiones teóricas: 

  • Economía [2]
  • Imperialismo [3]

Resolución sobre la Situación internacional 2001

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1. La alternativa ante la que se encuentra en estos principios del siglo XXI la humanidad es la misma que la de principios del XX: la caída en la barbarie o la regeneración de la sociedad mediante la revolución comunista. Los marxistas revolucionarios, quienes, durante el período tumultuoso de 1914-1923, insistieron en ese dilema inevitable, no hubieran podido imaginarse nunca que sus herederos políticos estén todavía obligados a insistir en él al iniciarse este nuevo milenio.
De hecho, incluso la generación de los revolucionarios "post68", surgida de la reanudación de las luchas proletarias tras un largo período de contrarrevolución iniciado en los años 20, no podía de verdad imaginarse que el capitalismo en declive fuese tan hábil como para sobrevivir a sus propias contradicciones, como así lo ha demostrado desde los años 60.
Para la burguesía todo es una prueba suplementaria de que el capitalismo sería la última y ahora ya única forma de sociedad humana y el proyecto comunista no habría sido más que un sueño utópico. La caída del bloque "comunista" en 1989-91 aportó una aparente verificación histórica a esa idea, que es la piedra clave de toda ideología burguesa.
Presentando hábilmente la caída de una parte del sistema capitalista mundial como si fuera la desaparición final del marxismo y del comunismo, la burguesía, desde entonces, ha concluido, basándose en esa falsa hipótesis, que el capitalismo habría entrado en una nueva fase más dinámica de su existencia.
Desde ese punto de vista:
- por vez primera, el capitalismo sería un sistema global; la libre aplicación de las leyes del mercado ya no estaría entorpecida por los engorrosos obstáculos "socialistas" levantados por los regímenes estalinistas y sus imitadores;
- el uso de ordenadores y de la red Internet se habría revelado no solo ya como una enorme revolución tecnológica, sino además como una especie de mercado sin límites;
- la competencia entre naciones y las guerras se habrían convertido en cosas del pasado;
- la lucha de clases habría desaparecido, pues la propia noción de clase sería ya caduca; la clase obrera sería una especie de reliquia del pasado.
En este nuevo capitalismo dinámico, la paz y prosperidad estarían al orden del día. Se habría desterrado la barbarie; el socialismo se habría convertido en un absurdo total inaplicable.
2. En la realidad de los hechos, durante la década iniciada en 1991, todas esas patrañas han ido apareciendo como tales una tras otra.
Cada vez que se han sacado un nuevo tinglado ideológico para dar la prueba de que el capitalismo podría ofrecer a la humanidad un porvenir radiante, ha aparecido inmediatamente como una mala chapuza, como un juguete barato que se estropea nada más jugar con él. Las generaciones futuras mirarán con el mayor de los desprecios las justificaciones propuestas por la burguesía durante esta década y verán sin duda este período como el de la ceguera, la estupidez, el horror y el sufrimiento sin precedentes.
La previsión marxista de que el capitalismo ha podido seguir viviendo después de haber dejado de ser útil a la humanidad quedó confirmada por las guerras mundiales y las crisis totales de la primera mitad del siglo XX. La continuación de este sistema senil en su fase de descomposición aporta nuevas pruebas a aquella previsión; esa descomposición sí que es el "nuevo" período cuyo inicio vino marcado por los acontecimientos de 1989-91.
Hoy, lo que ante la humanidad se presenta no es ya únicamente la perspectiva de la barbarie: la caída ya ha empezado, con el peligro de destruir todo intento de futura regeneración social. La revolución comunista, lógico punto culminante de la lucha de la clase obrera contra la explotación capitalista, no es una utopía, contrariamente a las campañas de la clase dominante. Esta revolución sigue siendo una necesidad impuesta por la agonía mortal del modo de producción actual, y es, al mismo tiempo, una posibilidad concreta, pues la clase obrera ni ha desaparecido ni ha sido vencida de manera decisiva.

 

La lenta agonía de la economía capitalista

 

3. Todas las promesas hechas por la clase dirigente sobre la nueva era de prosperidad iniciada por "la victoria del capitalismo sobre el socialismo" han demostrado ser una tras otra puras burbujas llenas de aire:
- primero nos dijeron que el desmoronamiento del "comunismo" y la apertura de amplios y nuevos mercados en los países del ex bloque del Este iban a dar nuevo estímulo al capitalismo mundial. En realidad, esos países no estaban fuera del sistema capitalista, sino que eran sencillamente Estados capitalistas atrasados incapaces de rivalizar con los países del bloque del Oeste en un mercado mundial sobresaturado. El que no hubiera sitio para ninguna otra economía capitalista importante obligó a esos países a rodearse de murallas proteccionistas, mientras que su jefe, la URSS, se dedicaba a intentar hacerle la competencia en el plano militar a su rival occidental. La apertura de esas economías al capital de los países más industrializados no ha hecho sino subrayar sus debilidades intrínsecas y sólo ha servido para hundir a las poblaciones en una miseria todavía más profunda que la que soportaban bajo los regímenes estalinistas: hundimiento de sectores enteros de la producción, desempleo masivo, penuria de bienes de consumo, inflación, corrupción endémica, salarios no pagados desde hace meses, descalabro de los servicios sociales, convulsiones financieras cada día más importantes, y fracaso sistemático de todos los "paquetes de reformas" impuestos por Occidente. El ex bloque del Este no fue ni mucho menos un regalo navideño para las economías occidentales, sino que, al contrario, ha resultado ser una pesada rémora. Eso es evidente en Alemania, cuya parte oriental va a arrastras de toda la economía; pero también a gran escala, al considerar las masas enormes de capital que se han inyectado en el pozo sin fondo que son esas economías, capital sin retorno visible. Hay que añadir el flujo creciente de refugiados que intentan huir del caos económico y militar que son los Balcanes y los territorios de la antigua URSS.
- Le tocó después el turno a Extremo Oriente de los "tigres y dragones", fieras que iban a mostrar al resto del mundo el camino a seguir, gracias a sus impresionantes cifras de crecimiento. Esas economías han demostrado sobre todo que no eran más que un espejismo. Al principio, cuando había dos bloques, fueron artificialmente levantadas pieza a pieza por el capitalismo estadounidense para que sirvieran de cortafuegos ante la expansión del "comunismo"; su crecimiento espectacular de los años 80 y 90 se construyó en las mismas arenas movedizas que el resto de la economía mundial: recurso masivo al crédito, un recurso que ya era el resultado de la insuficiencia de nuevos mercados para el capital global. La crisis de 1997, tan espectacular como aquel crecimiento, fue la prueba: bastó que el pago de las deudas fuera exigido para que el castillo de naipes se viniera abajo. Y aunque una serie de medidas dirigidas por Estados Unidos, ha ido permitiendo que esa crisis quedara dentro de ciertos límites, impidiendo la recesión abierta en Occidente, el estancamiento duradero de la economía japonesa, durante largos años considerada como imbatible, es una prueba suplementaria de que Extremo Oriente no podrá proporcionar una nueva "locomotora" a la economía. El estado de la economía japonesa es tan peligroso que provoca periódicamente una oleada de pánico a través del mundo, como cuando el ministro japonés de Finanzas declaró el país en quiebra. A pesar de la reaparición, en versión adaptada, del mito del "peligro amarillo" de principios de siglo XX, hay todavía menos posibilidades de que China llegue a ser una especie de nuevo motor de desarrollo económico. Sea cual fuere el desarrollo económico en China, también está basado en un endeudamiento masivo; y tampoco ha impedido que millones de obreros se pudran en el desempleo de larga duración y que muchos otros millones no hayan sido pagados desde hace tiempo.
- la última gran esperanza del capitalismo se ha basado en los resultados de la economía de EEUU y sus "diez años de crecimiento ininterrumpido", y, especialmente, en su función motora en la nueva economía basada en Internet. La "net-economía" ha mostrado ser una promesa fallida; incluso los propios comentaristas burgueses han acabado burlándose de ella. Las "start-up" y demás "patrañas.com" han acabado quebrando a un ritmo de fórmula-1, demostrando la mayoría de ellas que no eran más que un timo especulativo, una especia de metáfora de la engañifa real de que el capitalismo podría salvarse a sí mismo funcionando como una gigantesca gran superficie electrónica. Además, la caída de la "nueva economía" no es sino el reflejo mismo de los problemas más profundos de la economía norteamericana entera. No es ya un secreto para nadie que el boom de EE.UU. se ha basado esencialmente en un despegue vertical de una deuda que ha llegado a ser inconmensurable, tanto para las empresas como para los particulares, lo cual ha hecho que la tasa de ahorro sea negativa por vez primera desde hace décadas. Las tasas de crecimiento considerables de las que alardea la burguesía se basan en realidad en un sistema financiero que la locura especulativa ha ido debilitando cada día más y en una agudización de los ataques contra las condiciones de vida de los obreros: aumento de los empleos precarios, reducción del salario social, desvío de una parte creciente de los ingresos de los trabajadores hacia la timba de la Bolsa;
- en todo caso, el boom ya es algo del pasado, hablándose cada día más de una caída de Estados Unidos en la recesión. Ya no solo tienen dificultades las "punto.com", sino también amplios sectores de la producción. A pesar de esas señales alarmantes, la burguesía sigue hablando de booms especiales en Gran Bretaña, en Francia, en Irlanda, en España… pero sólo es para tranquilizarse a sí misma.
Al depender estrechamente de Estados Unidos los demás países industriales, el final evidente de los "diez años de crecimiento de Estados Unidos" tendrá obligatoriamente serias repercusiones por todo el mundo industrializado.
4. El modo de producción capitalista entró en su crisis histórica de sobreproducción a principios del siglo XX. En realidad, es desde entonces que el capitalismo está "globalizado", "mundializado". Simultáneamente, alcanzó los límites de su expansión hacia el exterior y puso las bases de la revolución proletaria mundial. Pero el fracaso de la clase obrera en ejecutar la sentencia de muerte del sistema significó que el capitalismo haya podido sobrevivir a pesar del peso cada día mayor de sus contradicciones internas. El capitalismo no se para así como así en cuanto deja de ser un factor de progreso histórico. Al contrario, sigue "creciendo" y funcionando, aunque sea con una base corroída que ha acabado metiendo a la humanidad en una espiral catastrófica.
El capitalismo decadente entró en un ciclo de crisis-guerra-reconstrucción, que marcó los dos primeros tercios del siglo XX. Las guerras mundiales permitieron un reparto del mercado mundial y la reconstrucción que las siguió proporcionaron un estímulo temporal.
Pero también la supervivencia del sistema necesitó la intervención política creciente por parte de la clase dominante, la cual ha utilizado su aparato de Estado para esquivar las leyes "normales" del mercado, sobre todo mediante políticas de déficit presupuestario y la creación de mercados artificiales mediante el crédito. El krach de 1929 demostró a la burguesía que el proceso de reconstrucción de posguerra, por sí solo, no podía sino desembocar en crisis mundial general, tan solo una década después de terminada la Primera guerra. En otras palabras, ya no era posible volver a encontrar firme y duraderamente el nivel de producción capitalista mediante un retorno a una aplicación "espontánea" de las leyes comerciales. La decadencia del capitalismo es precisamente la expresión del antagonismo entre las fuerzas de producción y su forma mercantil; así pues, en aquel tiempo, la burguesía misma se vio obligada a actuar cada vez más en desacuerdo con las leyes naturales de la producción de las mercancías a la vez que tal producción seguía estando dictada por esas mismas leyes.
Por eso es por lo que Estados Unidos financió conscientemente la reconstrucción de 1945, usando ese mecanismo que parece irracional: prestó dinero a sus clientes para que construyeran un mercado para sus productos. Una vez alcanzados los límites de ese absurdo, a mediados de los años60, la burguesía mundial no ha cesado de llevar más lejos las cotas del intervencionismo. En los tiempos de los bloques imperialistas, esa intervención se coordinaba en general a escala de bloque; la desaparición de los bloques, a la vez que ha provocado peligrosas tendencias centrífugas tanto en lo económico como en el plano imperialista, no ha llevado a la desaparición de los mecanismos internacionales de intervención: han renacido e incluso reverdecido instituciones cada vez más identificadas como agentes principales de la "mundialización", como la OMC (Organización mundial del comercio). Estos organismos, aunque funcionan como un campo de batalla entre los principales capitales nacionales o como coaliciones entre agrupamientos geopolíticos particulares (TLCN: Tratado de libre comercio norteamericano; UE: Unión europea, etc.) expresan la necesidad fundamental para la burguesía de impedir la parálisis de la economía mundial. Esto se concreta, por ejemplo, en los esfuerzos constantes de EE.UU. por avalar a su rival económico principal, Japón, aunque ello signifique achicar las enormes deudas japonesas mediante deudas todavía mayores.
Ese trampeo organizado con la ley del valor mediante el capitalismo de Estado no suprime las convulsiones del sistema; sencillamente las va postergando o las desplaza. Las difiere en el tiempo, especialmente en las economías más avanzadas, evitando constantemente que resbalen hacia la recesión; y las desplaza en el espacio arrojando sus peores efectos hacia las regiones periféricas del planeta, más o menos abandonadas a su suerte, excepto cuando sirven de peones en el tablero interimperialista. Pero también en los países avanzados, ese aplazamiento de las recesiones abiertas o de depresiones se hace notar en la presión inflacionista, en las "mini quiebras" bursátiles, el desmantelamiento de partes enteras de la industria, el hundimiento de la agricultura y el deterioro de las infraestructuras (carreteras, ferrocarriles, servicios), fenómenos todos ellos en constante aumento. Este proceso incluye también recesiones declaradas, aunque la mayoría de las veces la profundidad real de la crisis es ocultada adrede mediante manipulaciones conscientes de la burguesía. Por eso, la perspectiva para los tiempos venideros es la de un descenso largo y lento hacia las profundidades, aderezado de vez en cuando con caídas cada vez más violentas. Pero no existe, en lo absoluto, una especie de punto sin retorno para la producción capitalista, en términos puramente económicos. Mucho antes de que ese punto se hubiera alcanzado, el capitalismo habría quedado destruido ya sea por la generalización de su tendencia a la barbarie, ya sea mediante la revolución proletaria.

La caída hacia la barbarie

5. A principios de los años 90 se nos dijo que la desaparición de la superficie del planeta del agresivo "comunismo" iba a abrir una nueva era de paz, puesto que el capitalismo, en su forma democrática, había dejado de ser imperialista desde hacía tiempo. Esta ideología se combinó después con el mito de la mundialización, con el cuento de que las rivalidades entre naciones era ya cosa del pasado.
Es cierto que el desmoronamiento del bloque del Este y la consecuente dislocación de su adversario occidental, suprimieron una condición fundamental para la guerra mundial, o sea la de la existencia de bloques constituidos (haciendo aquí abstracción de las condiciones sociales necesarias y previas a ese tipo de conflictos). Pero ese desarrollo no ha cambiado en nada la realidad esencial de que los Estados-nación capitalistas son incapaces de superar esa situación de lucha sin cuartel por dominar el mundo. De hecho, la dislocación de los antiguos bloques, en su estructura y su disciplina dio rienda suelta a las rivalidades entre naciones a unos niveles desconocidos, resultado de un combate cada día más caótico, cada uno para sí, un combate que involucra desde las grandes potencias mundiales hasta los más cutres caudillos de guerras locales. Esto ha cobrado la forma de un incremento constante de guerras locales y regionales, en torno a las cuales las grandes potencias procuran avanzar sus peones en ventaja propia.
6. Desde el principio, los Estados Unidos, como gendarme del mundo se dieron cuenta del peligro de la nueva tendencia y tomaron medidas inmediatas para atajarla. Ése fue el sentido de la Guerra del Golfo de 1991, gigantesco despliegue de la supremacía militar de Estados Unidos, no dirigida, en primer término contra el Irak de Sadam Husein, sino destinada a intimidar a las grandes potencias rivales de EE.UU. y someterlas a su autoridad. Sin embargo, aunque EE.UU. logró temporalmente fortalecer su liderazgo mundial obligando a las demás potencias a participar en su coalición antiSadam, se puede juzgar el éxito verdadero de sus esfuerzos cuando se comprueba que diez años después, EE.UU. se sigue viendo obligado a usar la táctica del bombardeo a Irak, y cada vez que lo hace, tiene que enfrentarse a las críticas de la mayoría de sus aliados y también a verse obligado a efectuar despliegues de fuerza del mismo tipo en otras zonas conflictivas, especialmente en los Balcanes. A lo largo de esta década, la supremacía militar de Estados Unidos se ha visto incapaz de poner coto a la aceleración centrífuga de las rivalidades interimperialistas. En lugar de un nuevo orden mundial dirigido por Estados Unidos, que en sus tiempos prometiera su padre, el ahora nuevo Bush está confrontado a un desorden militar creciente, a una proliferación de guerras por todo el planeta:
- en los Balcanes, región que, a pesar de las intervenciones masivas en 1996 y 1999, dirigidas por EE.UU., sigue siendo un hervidero de tensiones entre grandes potencias y susagentes locales. En 2001, en el"pacificado" Kosovo sigue corriendo cada día la sangre, y la brutal sangría étnica se ha extendido ahora a Macedonia, con la amenaza de una entrada en liza de varias potencias regionales:
- en Oriente Medio, con unos acuerdos de Oslo en quiebra total, la escalada del conflicto armado entre Israel y los palestinos es una patada a las esperanzas de EE.UU. de establecer su "Pax americana" en la región, dando oportunidades a las demás grandes potencias que, por otra parte, no poseen la menor capacidad de imponer una alternativa al orden americano;
- en Chechenia, en donde, aún con el apoyo activo de las demás grandes potencias a las cuales no les apetece lo más mínimo que la Federación Rusa de desgarre en múltiples movimientos nacionalistas, el Kremlin es incapaz de poner fin a la guerra;
- en Afganistán, en donde continúa la guerra entre diferentes fracciones musulmanas contra los talibanes por el control del país;
- en África, en donde ya las guerras no son solo endémicas, desde Argelia en el norte hasta Angola en el sur, sino que se han extendido en importancia para convertirse en verdaderas guerras regionales, involucrando a ejércitos de muchos Estados vecinos, como así ocurre en el Congo;
- en Extremo Oriente, países como Birmania y Camboya siguen desgarrándose en combates internos, con una China que tiende cada día más a hacer valer sus "derechos" a ser una potencia regional de primer orden;
- en el subcontinente indio, India y Pakistán se amenazan mutuamente agitando su panoplia nuclear y Sri Lanka sigue destrozándose con la guerra contra los separatistas tamiles;
- en Latinoamérica, en donde la tensión se ha agravado con la nueva "guerra contra la droga" que llevan los Estados Unidos, que no es otra cosa sino un intento más para volver a asentar su autoridad en su coto privado, ante la intervención creciente de sus rivales europeos (por ejemplo, a través del apoyo abierto de éstos a los zapatistas);
- en Irlanda, en donde otro "proceso de paz" es salpicado por el ruido de las bombas y en el País Vasco, en donde se ha roto la tregua, con una ETA que se ha lanzado a una escalada de actividades terroristas.
La lista podría alargarse, pero basta para esclarecer el cuadro. Lejos de aportar paz y estabilidad, la ruptura del sistema de bloques ha acelerado considerablemente la caída del capitalismo hacia la barbarie militar. La característica de las guerras en la fase actual de descomposición del capitalismo es que no son menos imperialistas que las guerras en las fases anteriores de su decadencia, pero sí se han vuelto más extensas, más incontrolables y más difíciles de hacer cesar incluso temporalmente.
7. En todos esos conflictos, ha quedado más o menos enmascarada la rivalidad entre Estados Unidos y sus antiguas grandes potencias "aliadas". Más en el Golfo Pérsico y en los Balcanes, donde los conflictos han revestido la forma de una "alianza" de los Estados democráticos contra tiranuelos locales; menos en África, en donde cada potencia ha actuado más abierta y separadamente para proteger sus intereses nacionales. Oficialmente, los "enemigos" de Estados Unidos (los que citan los dirigentes de este país para justificar unos presupuestos militares cada vez mayores) son o pequeños Estados "sin escrúpulos", como Corea del Norte o Irak, o sus antiguos rivales directos de la época de la guerra fría, Rusia, o su rival primero y aliado después en esa misma época, China. A China, en particular, la identifican cada día más como potencialmente principal rival de Estados Unidos. De hecho, en los últimos tiempos, se ha podido observar un incremento de las tensiones entre EE.UU. y esas dos potencias, a propósito de la extensión de la OTAN hacia la Europa del Este, el descubrimiento de una red de espionaje ruso centrada en un antiguo responsable del FBI, y, sobre todo, con el incidente del avión espía en China. Existe además, en el seno de la burguesía norteamericana, una fracción importante que está convencida de que China es, sin lugar a dudas, el enemigo principal de Estados Unidos. Pero lo más significativo de lo acontecido en los últimos tiempos ha sido sin duda la multiplicación de declaraciones por parte de sectores de la burguesía europea sobre la "arrogancia" estadounidense, especialmente tras la decisión por parte de EEUU de rechazar los acuerdos de Kioto sobre la emisión de dióxido de carbono y de hacer avanzar su proyecto antimisiles "hijo de la guerra de las galaxias". Este proyecto es de hecho una gran ofensiva por parte del imperialismo americano para convertir su ventaja tecnológica en una supremacía planetaria sin precedentes. Ese proyecto es un paso más en una carrera de armamento cada día más aberrante que va a exacerbar el antagonismo con sus rivales.
Esos antagonismos se van a agudizar más todavía con la decisión de formar un "ejército europeo" separado de la OTAN. Aunque existe una fuerte tendencia a cargar la responsabilidad de la creciente ruptura en las relaciones entre Europa y Estados Unidos sobre la administración de Bush, este nuevo "antiamericanismo" no es más que el reconocimiento explícito de una tendencia que lleva obrando desde la desaparición del bloque occidental a principios de los años 90. Ideológicamente, refleja una tendencia que también se desató con el desmoronamiento de los bloques, otra manera de "cada uno para sí", la tendencia hacia un nuevo bloque antiamericano basado en Europa.
8. Está sin embargo muy lejos la formación de nuevos bloques imperialistas por razones a la vez estratégico-militares como político-sociales:
- ningún Estado ni grupo de Estados es capaz de compararse a la potencia de fuego de Estados Unidos. Alemania, el país que más se ha beneficiado del proceso de descomposición haciendo avanzar sus intereses hacia sus esferas de influencia tradicionales como Europa oriental, no posee el arma nuclear y, a causa de su pasado, está obligada a avanzar con cautela en su estrategia de expansión. Francia, con mucho la potencia europea más abiertamente antiamericana, es incapaz de presentarse como líder potencial de un nuevo bloque;
- "Europa" dista mucho de ser una "unión". En ella la tendencia "cada uno para sí" está tan viva como en otros continentes. Aunque Francia y Alemania pudieran ser el eje central de un bloque europeo, hay tensiones entre ellas, a la vez históricas e inmediatas. Por su parte, Gran Bretaña tiende a jugar a una contra la otra para impedirles volverse demasiado poderosas, a la vez que juega la baza de Estados Unidos contra ambas. Es importante no confundir cooperación económica entre Estados europeos y formación inmediata de una estructura de bloque, pues no hay una relación mecánica entre intereses económicos inmediatos e intereses estratégicos y militares;
- En el ámbito social, no es posible mantener una cohesión de la sociedad en torno a una nueva ideología de guerra comparable al antifascismo de los años 30 o al anticomunismo de la posguerra, pues la clase obrera no está movilizada, ni mucho menos, tras los estandartes de la nación. La base ideológica para la formación de nuevos bloques no se ha edificado todavía, por mucho que el nuevo antiamericanismo nos dé una idea de la forma que podría tomar en el futuro.
La guerra mundial no está, pues, en la agenda de un futuro más o menos cercano. Pero esto no minimiza en nada los peligros de la situación actual. La proliferación de guerras locales, el despliegue de conflictos regionales entre potencias con armas nucleares, como India y Pakistán, la extensión de esos conflictos hacia los centros vitales del capital (como testimonia la guerra en los Balcanes), la necesidad de EE.UU de reafirmar su liderazgo declinante, sin cesar y con todo su peso, así como las reacciones que esto podría acarrear por parte de las demás potencias, todo ello podría ocasionar una terrible espiral destructora que acabaría por arruinar las bases de una futura sociedad comunista, incluso sin que el capitalismo hubiera obtenido el alistamiento activo de los obreros en los lugares centrales del capital mundial.
9. La clase dominante tiende a reducir el significado global de las crecientes tensiones buscando para cada conflicto, causas específicas locales, ideológicas y económicas: aquí serán los odios raciales fuertemente arraigados, allá las discordias religiosas, en el Golfo, el petróleo, en Sierra Leona, los diamantes, etc. Esto acaba a menudo haciendo mella en las confusiones del medio político proletario, el cual cree con demasiada facilidad que hacer un análisis materialista es esforzarse simplemente por explicar cada conflicto imperialista por razones de la ganancia económica inmediata que se pueda sacar. Muchos de esos factores son reales, pero en nada explican las características generales del período en el que ha entrado el capitalismo. En el período de decadencia, la guerra ha sido, cada vez más, un desastre económico, una pérdida completa. El mantenimiento de cada conflicto particular acarrea costes que sobrepasan con mucho los beneficios que se puedan sacar de él. Por ello, aunque hubo fuertes presiones económicas que sin duda desempeñaron un papel clave para empujar a Zimbabwe a invadir el Congo, o Irak a invadir Kuwait, las complicaciones militares habidas después precipitaron a esos países en una ruina todavía más profunda. Esto quiere decir, hablando ya en general, que se terminó el ciclo crisis-guerra-reconstruccióbn, que daba una especie de apariencia de racionalidad a la guerra mundial en el pasado, pues ninguna nueva guerra mundial vendría seguida de la menor reconstrucción. Pero ninguno de esos cálculos de ganancias o pérdidas no impedirá que los Estados imperialistas tengan que responder a la necesidad de defender su presencia imperialista en el mundo, de sabotear las ambiciones de sus rivales, o de incrementar sus presupuestos militares. Al contrario, están todos entrampados en una lógica que no pueden controlar, una "lógica" que cada vez lo es menos, incluso con un enfoque capitalista, y es eso precisamente lo que hace que la situación ante la que está enfrentada la humanidad sea tan peligrosa e inestable. Sobrestimar la racionalidad del capital equivale a subestimar la amenaza real de guerra en el período actual.
10. La clase obrera debe pues encarar la posibilidad de verse arrastrada en una reacción en cadena de guerras locales y regionales. Pero ése solo es un aspecto de la amenaza que representa el capitalismo en descomposición.
La última década ha visto todas las consecuencias de la descomposición transformarse poco a poco en mortíferas:
- en el ámbito de la vida social, especialmente con el fenómeno de "gangsterización" creciente: corrupción en las más altas esferas de los Estados, implicación cada día mayor de las mafias y de los cárteles internacionales de la droga en la vida política y económica de la burguesía, alistamiento de explotados y oprimidos en bandas locales, pandillas que en los países de la periferia se han convertido en instrumentos de las guerras imperialistas; a estos fenómenos se vincula la extensión de ideologías de lo más retrógrado, basadas en el odio racial o étnico, la "normalización" del genocidio y de la matanza interétnica como en Ruanda, Timor Oriental, Bosnia o Borneo;
- con el desmoronamiento de las infraestructuras de transporte y alojamiento, que afectan a cada vez más gente, provocando todavía más víctimas en todo tipo de accidentes y de desastres (accidentes de ferrocarril, inundaciones, terremotos y demás, etc.); estrechamente vinculado a ello, la crisis de la agricultura resultante de las nuevas erupciones de enfermedades que incrementan la crisis que las ha producido;
- más en general, a nivel del ecosistema planetario, cada día se van acumulando más pruebas del calentamiento global del planeta (subida de la temperatura de los mares, deshielo del banco polar, cambios climáticos bruscos, etc.), mientras que los fracasos repetidos de las conferencias internacionales sobre el clima muestran la incapacidad total de las naciones capitalistas para cambiar lo más mínimo.
El capitalismo ofrece hoy una anticipación cada vez más patente de lo que pudiera ser el hundimiento en la barbarie: una civilización totalmente desintegrada, estragada por tempestades, sequías a repetición, epidemias, hambres, envenenamiento irreversible del aire, de los suelos y del agua; una sociedad de hecatombe con sus conflictos asesinos y guerras de destrucción mutua que arruinan a países enteros, cuando no continentes; guerras que emponzoñan todavía más la atmósfera, que se vuelven más y más frecuentes y devastadoras a causa de lo desesperado de las peleas entre naciones, regiones o feudos locales por guardar sus reservas de unos recursos que disminuyen y de lo mínimo necesario; un mundo de pesadilla donde los últimos baluartes de prosperidad atrancan sus puertas a cal y canto ante las hordas de refugiados que huyen de guerras y catástrofes; en resumen, un mundo en el que la putrefacción se ha metido tanto que ya no habría posible vuelta atrás y en el que, finalmente, la civilización capitalista se hundiría en las arenas movedizas que ella misma ha creado. Ese paisaje apocalíptico tampoco está tan alejado de lo que hoy tenemos ante nuestros ojos; el rostro de la barbarie está tomando forma material ante nosotros. Lo único que queda por saber es si el socialismo, la revolución proletaria, sigue siendo una alternativa viva.

La clase obrera sigue teniendo en sus manos la llave del futuro

11. A lo largo de los años 70 y 80, el combate de la clase obrera en respuesta al resurgir de la crisis histórica del capitalismo fue una defensa contra el posible estallido de una tercera guerra mundial, la única verdadera defensa, pues el capitalismo ya tenía formados los bloques imperialistas que debían lanzarse a la guerra, y la crisis económica estaba ya empujando al sistema hacia esa "solución". Pero por una serie de razones relacionadas entre sí, algunas históricas, otras inmediatas, la clase obrera tuvo enormes dificultades para saltar de un nivel defensivo a una afirmación clara de su propia perspectiva política (el peso de las décadas anteriores de una contrarrevolución que diezmó su expresión política organizada, la naturaleza de una crisis económica que se eternizaba y que hacía difícil ver la situación catastrófica que ante sí tenía en mundo capitalista, etc.). La incapacidad de las dos clases principales de la sociedad para imponer su solución a la crisis hizo surgir el fenómeno de la descomposición, el cual, a su vez, se vio fuertemente acelerado por su propio resultado, o sea el desmoronamiento del bloque del Este. Este hundimiento ha sido la señal, para el capitalismo decadente, de la entrada en una fase en la cual la descomposición será la característica principal. Antes de esta fase, la lucha de la clase obrera estuvo marcada por tres oleadas internacionales sucesivas, con unos avances evidentes en la conciencia y en la autoorganización. En cambio, en esta nueva fase de descomposición, la lucha de la clase obrera ha caído en un hondo reflujo, tanto en conciencia como en combatividad.
La descomposición plantea dificultades a la clase obrera a la vez materiales e ideológicas:
- en lo económico y social, los factores materiales de la descomposición han tendido a socavar en el proletariado la conciencia de su identidad. Cada vez se han ido destruyendo más concentraciones tradicionales de la clase obrera; la vida social se ha ido atomizando cada día más (lo cual refuerza la tendencia a la gangsterización como falsa alternativa comunitaria); el desempleo de larga duración, sobre todo entre los jóvenes, refuerza esa fragmentación y destruye más todavía el vínculo con las tradiciones del combate colectivo;
- esos factores objetivos se han hecho más eficaces todavía con las campañas ideológicas incesantes de la clase dominante, vendiendo nihilismo, individualismo, racismo, ocultismo, fundamentalismos religiosos, todo para ocular la realidad de la sociedad cuyas divisiones básicas siguen siendo la división en clases; esas campañas han sido rematadas por el lavado de cerebro que acompañó el desmoronamiento del bloque del Este y que se ha mantenido después: fracasó el comunismo, ha sido rebatido el marxismo, la clase obrera ha dejado de existir. Este tema también ha sido propuesto por todas esas ideologías de la "novedad", las cuales explican de qué modo el capitalismo ha superado sus antiguas divisiones de clases ("nueva economía", "globalización" o "mundialización, "recom po sición de la clase obrera", etc.).
La clase obrera está hoy pues confrontada a una falta de confianza grave, no solo ya en su capacidad para cambiar la sociedad, sino incluso en su capacidad para defenderse a sí misma en lo cotidiano. Esto ha permitido a los sindicatos, que en los años 80 llegaron a desenmascararse como instrumentos del orden burgués, restaurar su control sobre las luchas de los obreros. Al mismo tiempo, ha aumentado la capacidad del capitalismo para desviar los esfuerzos obreros en la defensa de sus propios intereses hacia todo un tinglado de movimientos "populares" y "ciudadanos" en pos de una mayor "democracia".
12. La clase dominante explota, claro está, las dificultades evidentes que hoy la clase obrera debe encarar, para así dar consistencia a su mensaje sobre el final de la lucha de clases. Los hay que reciben bien este mensaje: aquellos que, aún viendo perfectamente el futuro de barbarie que el capitalismo nos está preparando, no creen que la clase obrera sea el sujeto del cambio revolucionario y se dedican a buscar "nuevos" movimientos para un mundo mejor. Esto ocurre, por ejemplo, con muchas personas involucradas en movilizaciones "anticapitalistas"). Los comunistas saben perfectamente que si la clase obrera estuviera acabada de verdad, ya no quedaría ninguna otra barrera para impedir que el capitalismo arrastre a la destrucción de la humanidad. Pero también son capaces de afirmar que esa barrera sigue ahí, que la clase obrera internacional no ha dicho su última palabra ni mucho menos. Esta confianza en la clase obrera no tiene nada que ver con una especie de fe religiosa, sino que se basa en:
- una visión histórica de la clase obrera, que no es una instantánea fotográfica inmediata, sino que es capaz de ver el vínculo verdadero entre los combates pasados, presentes y futuros de la clase y de sus organizaciones;
- un análisis de la última década en particular, que les permite concluir que a pesar de todas las dificultades que ha encontrado, la clase obrera no ha sufrido derrotas históricas a escala mundial, comparables a las que sufrió al término de la primera oleada revolucionaria.
13. La prueba de la certeza de esa conclusión viene dada por:
- el hecho de que, a pesar de las dificultades innegables habidas durante esta última década (aislamiento y dispersión y, por consiguiente, ausencia en general de la lucha de clases en el escenario social), la clase obrera de las concentraciones más importantes sigue conservando importantes reservas de combatividad y no ha aceptado los planes de austeridad que el capitalismo intenta imponerle. La combatividad conoce un desarrollo tortuoso pero real en respuesta a la degradación de las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera;
- los signos de una maduración subterránea de la conciencia en la clase obrera. Contrariamente a la visión idealista según la cual la conciencia sería algo aportado desde fuera de la clase, o las teorías mecanicistas que solo ven desarrollarse la conciencia en los combates inmediatos y visibles, los comunistas siempre han sido plenamente conscientes de que las huelgas de masas o las revoluciones no brotan de la nada, sino que encuentran sus fuentes en procesos subterráneos que se van construyendo en largos períodos y que a menudo sólo se pueden discernir en explosiones repentinas o en la aparición de minorías combativas en el seno de la clase. Durante el período reciente, ha sido evidente la emergencia de esas minorías. Esto se ha notado en la ampliación de esa zona de transición política entre burguesía y proletariado y en el desarrollo de una minoría, poco numerosa pero importante, que se vincula al medio político proletario. Es muy significativo que muchos de esos elementos "en búsqueda" procedan no solo de ámbitos politizados desde hace tiempo, sino de una nueva generación de gentes que se plantean por vez primera problemas sobre el capitalismo;
- la clase obrera sigue ejerciendo un peso "negativo" en la clase dirigente. Esto se plasma, entre otras cosas, en la repulsión de la burguesía a admitir la verdadera amplitud de las rivalidades imperialistas entre las principales potencias y a arrastrar directamente a los trabajadores de esos países en las aventuras militares; se plasma en la preocupación de la clase dominante de que no aparezca claramente la amplitud de la crisis, evitando una crisis económica demasiado evidente que podría provocar una reacción masiva de la clase obrera; la enorme cantidad de tiempo y de energía dedicados a sus campañas ideológicas contra el proletariado, y entre ellas, las dedicadas a demostrar que éste sería una fuerza totalmente agotada, son de las más ruidosas.
Los comunistas pueden seguir afirmando que el curso histórico hacia enfrentamientos de clase masivos, que se abrió con la oleada internacional de luchas de los años 1968-72 no se ha invertido: La clase obrera demostró que fue una barrera contra la guerra mundial. Y aunque existe el peligro de que el proceso de descomposición más insidioso podría anegar a la clase sin que el capitalismo tuviera que infligirle una derrota frontal, la clase sigue siendo un obstáculo histórico contra el deslizamiento del capitalismo hacia la barbarie guerrera. Es más: la clase obrera posee todavía la capacidad de resistir a los efectos de la descomposición social mediante el desarrollo de sus luchas y el fortalecimiento de su identidad y, por consiguiente, de la solidaridad que puede ofrecer una verdadera alternativa a la atomización, a la violencia autodestructiva y a la desesperanza, características de este sistema putrefacto.
14. La clase obrera, en el difícil camino de reencuentro con su espíritu combativo y de recuperación de sus tradiciones del pasado y sus experiencias de lucha, topa, evidentemente, con la estrategia antiproletaria de la burguesía:
a) primero, el uso de los partidos de izquierda en los gobiernos, en donde siguen estando mejor situados en general que la derecha para:
- presentar los signos evidentes del hundimiento del capitalismo como únicamente resultantes de la acción de sectores particulares del capitalismo (sectores "egoístas", empresas irresponsables, etc.); así, la única alternativa sería la acción del Estado democrático defensor de los intereses de todos los ciudadanos;
- presentar la espiral de las guerras y el militarismo como resultado únicamente de los sectores "belicistas" ("halcones") del capitalismo, tales como Bush, Sharon, etc., contra quienes hay que oponer la "ley internacional" basada en los "derechos humanos";
- escalonar los ataques contra las condiciones de vida de la clase obrera, sobre todo en las concentraciones industriales más importantes, para así procurar retrasar y dispersar la combatividad obrera, crear la división en las filas proletarias, entre sectores "privilegiados" (trabajadores con contratos fijos, trabajadores de los países occidentales, etc.) y los sectores precarios (contratos temporales, inmigrados, etc.);
b) está después, en perfecta coherencia con todo eso, la actividad de los izquierdistas así como la del sindicalismo radical, destinada a neutralizar la desconfianza de los trabajadores hacia los partidos de centro-izquierda, desviándolos hacia una defensa radical de la democracia burguesa. El actual desarrollo en Gran Bretaña, por ejemplo, de la "Alianza socialista" es un buen ejemplo de esa función;
c) y, en fin, no menos importantes, nos encontramos con las actividades de los antimundialistas, a quienes los medios suelen presentar como la única forma posible de anticapitalismo. La ideología de estos movimientos, cuando no es la del "no futur" de la pequeña burguesía (defensa de la producción a pequeña escala, culto de la violencia ciega que refuerza el sentimiento de desesperanza, etc.), no es más que una versión más radical de lo que proponen sus hermanos mayores de la pretendida izquierda "tradicional": defensa del interés nacional contra los rivales. Esas ideologías no sirven más que para paralizar la evolución posible de nuevos elementos "en búsqueda" en la población en general y en el seno de la clase obrera en particular. Como ya dijimos, esas ideologías no contradicen la propaganda más general sobre la muerte del comunismo (que seguirá siendo utilizada como baza principal); son, en cambio, un complemento importante.
15. Las responsabilidades que ante sí tiene la clase obrera son inmensas: nada menos que el destino de la humanidad entre sus manos. Y esto, por consiguiente, confiere enormes responsabilidades a la minoría revolucionaria, cuya tarea esencial en los años que vienen será:
- intervenir cotidianamente en los combates de clase, insistiendo en la solidaridad necesaria, en la implicación de la mayor cantidad posible de trabajadores en cada movimiento de resistencia a los ataques del capitalismo;
- explicar con todos los medios a su alcance (prensa, folletos, reuniones, etc.), de manera a la vez profunda y comprensible, por qué capitalismo significa quiebra, por qué todas sus "soluciones" (especialmente las que sirven de "gancho" a la izquierda e izquierdistas) son engañifas, y explicar lo que de verdad es la alternativa proletaria;
- ayudar a las minorías combativas (grupos de lucha sobre los lugares de trabajo, círculos de discusión, etc.) en sus esfuerzos por sacar lecciones de las experiencias recientes, para prepararse a las luchas venideras, y al mismo tiempo reanudar los lazos con las tradiciones históricas del proletariado;
- intervenir en el medio político proletario, que ha entrado en un período de crecimiento significativo, insistiendo para que el medio actúe como una verdadera referencia en un debate serio y esclarecedor para todos que aquellos que se acercan a él.
El curso histórico hacia enfrentamientos de clase nos proporciona el contexto para formar el partido comunista mundial. El medio político proletario es la matriz del futuro partido, pero no existe garantía alguna de que algún día lo haga nacer. Sin una rigurosa preparación responsable por parte de los revolucionarios de hoy, el partido nacerá muerto, y los tumultuosos conflictos de clase hacia los que vamos no serían capaces de transformar lo esencial: la revuelta en revolución.

Mayo de 2001

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [4]

XIV Congreso de la CCI - Informe sobre la crisis (extractos)

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XIV Congreso de la CCI

Informe sobre la crisis

(extractos)

 Desde hace más de 80 años, el  capitalismo ha entrado en su  época de decadencia. Sobrevive hundiendo a la humanidad en una espiral de crisis abierta – guerra generalizada – reconstrucción – nueva crisis...([1]). Mientras el estancamiento y las convulsiones del sistema en la primera década del siglo XX desembocaron rápidamente en la terrible carnicería de Primera Guerra mundial, mientras la Gran depresión de 1929 dio paso en el lapso de 10 años al matadero aún más salvaje de la Segunda Gran guerra, la nueva crisis iniciada a finales de los 60 no ha podido desembocar en su salida orgánica de una nueva guerra generalizada, debido a que el proletariado no ha sido derrotado.

Confrontado a esta situación inédita, de crisis sin salida, el capitalismo lleva a cabo lo que hemos llamado una “gestión de la crisis”. Para ello recurre al órgano supremo de salvación de su sistema: el Estado. Si bien la tendencia al capitalismo de Estado se ha venido desarrollando desde hace décadas, en los últimos 30 años hemos asistido a un perfeccionamiento y sofisticación inauditos de sus mecanismos de intervención y control de la economía y la sociedad. Para acompañar la crisis, haciendo que su ritmo fuera más lento y menos espectacular que en 1929, los Estados han recurrido a un endeudamiento astronómico, sin parangón en la historia, y las principales potencias han colaborado entre sí para sostener y organizar el comercio mundial de tal forma que los peores efectos de la crisis recayeran sobre los países más débiles ([2]). Este mecanismo de supervivencia ha permitido que los países centrales, aquellos que son clave tanto desde el punto de vista del enfrentamiento de clases como cara al mantenimiento de la estabilidad global del capitalismo, vivieran una caída lenta y en escalones sucesivos, de tal forma que, globalmente, han logrado dar una sensación de control, de aparente normalidad, incluso, de “progreso” y “renovación”.

No obstante, estas medidas de acompañamiento de la crisis no han logrado ni mucho menos estabilizar la situación. Desde principios del siglo XX el capitalismo es un sistema mundial, con todos los territorios mínimamente significativos del planeta incorporados al engranaje de sus relaciones de producción. En estas condiciones, la supervivencia de cada capital nacional o grupo de capitales nacionales solo puede hacerse en detrimento no solo de sus rivales sino del conjunto del capital global. Por ello, en los últimos 30 años hemos asistido al progresivo deterioro del capitalismo en su conjunto, su reproducción se ha realizado sobre bases cada vez más estrechas, el capital mundial como un todo se ha empobrecido ([3]).

Este progresivo hundimiento del capital global se ha traducido en convulsiones periódicas que nada tienen que ver con las crisis cíclicas del siglo pasado. Estas convulsiones se han expresado como recesiones más o menos fuertes en 1974-75, 1980-82 y 1991-93. Pero la recesión – la caída oficial de los índices de producción – no ha sido su expresión más importante precisamente porque el capitalismo de Estado trata de evitar en lo posible esta forma más clásica y evidente del hundimiento del sistema. Por ello, han tendido a manifestarse bajo otras formas, más alejadas aparentemente de la esfera productiva, pero no por ello menos graves y peligrosas. Tormentas monetarias de la libra esterlina en 1967 y del dólar en 1971, brutal explosión inflacionaria a lo largo de los años 70, sucesivas crisis de la deuda y desde mediados de los 80 violentos seísmos financieros: quiebra bursátil de 1987, miniquiebra de 1989, crisis monetaria del SME en 1992-93, Efecto “Tequila” (devaluación del peso mexicano y caída de las bolsas latinoamericanas) en 1994, la llamada “crisis asiática” en 1997-98.

El XIIIº congreso de la CCI analizó los importantes estragos causados por ese nuevo episodio de la crisis y se hizo eco de previsiones muy pesimistas, entre los propios expertos burgueses, que hablaban de una recesión e incluso de una depresión inminentes. Sin embargo, esa recesión no se ha producido y el capitalismo ha podido entonar de nuevo himnos triunfalistas sobre la “salud de hierro” de su economía y lanzarse a la osadía de especular sobre la entrada de la sociedad en la era de la “nueva economía”. El verano del 2000 con un rebrote inflacionista, de alcance y consecuencias muy importantes, obligó a bajar los humos de la euforia. En poco más de 2 años, de forma concentrada y rápida, hemos asistido al batacazo brutal de 1997-98, el sobresalto de euforia desde mediados de 1999 hasta el verano del 2000 y, ahora, los indicios de nuevas convulsiones.

El nuevo milenio no va a deparar una superación de la crisis ni una estabilización de la situación sino una nueva fase de hundimiento que va a hacer pequeños los tremendos sufrimientos que ha causado el sistema a lo largo del siglo que se acaba.

10 años de crecimiento ininterrumpido en Estados Unidos

 

Los adoradores del sistema babean de gusto con esos famosos “10 años de crecimiento sin inflación” ([4]). En sus delirios llegan hasta pronosticar que las crisis cíclicas van a desaparecer y en el futuro tendremos un crecimiento permanente.

Estos señores no se molestan en comparar esos índices de crecimiento con otras épocas del capitalismo, ni en ver su naturaleza y composición. ¡A ellos les basta y les sobra con el “crecimiento” y punto!. Pero frente a esa visión inmediatista y superficial, propia de la ideología de un orden social condenado, nosotros aplicamos una visión global, histórica, y desde ella podemos demostrar la falacia del argumento de los “10 años de crecimiento USA”.

En primer lugar, si vemos las tasas de crecimiento de la economía americana desde 1950 comprobamos que el crecimiento de la última década es el peor de los últimos 50 años:

Tasa de crecimiento medio
del PIB de EE.UU. (
[5])

Periodo 1950-64                                         3,68 %             

Periodo 1965-72                                         4,23 %             

Periodo 1973-90                                         3,40 %             

Periodo 1991-99                                         1,98 %

La misma conclusión se saca si consideramos los datos de los países más industrializados:

Tasa de crecimiento medio del PIB de los principales países
industrializados (
[6])

                            1960-73         73-89          89-99

Japón                      9,2% 3,6%           1,8%

Alemania                   4,2% 2,0%           2,2%

Francia                     5,3% 2,4%           1,8%

Italia                        5,2% 2,8%           1,5%

Gran Bretaña               3,1% 2,0%           1,7%

Canadá                    5,3% 3,4%           1,9%

Las 2 tablas nos muestran un declive gradual pero persistente de la economía mundial que desmonta el triunfalismo de los adalides del capitalismo y pone en evidencia su trampa: deslumbrarnos con cifras inmediatas sacadas de su contexto histórico.

El “crecimiento americano” tiene una historia que nos ocultan con tanto triunfalismo. No hablan de cómo se consiguió reanimar la economía en 1991-92: los tipos de interés se bajaron hasta ¡33 veces!, de tal modo que el dinero era prestado a los bancos a una tasa ¡por debajo del índice de inflación! ¡el Estado les estaba regalando el dinero!. Tampoco nos dicen que ese crecimiento empezó a perder impulso a partir de 1995 con sucesivas crisis financieras que culminaron en la “gripe asiática” de 1997-98, estancándose en la fase 1996-98.

Pero ¿qué pasa con la última fase de crecimiento, la que sucede al estancamiento de 1996-98?. Sus bases son aún más frágiles y destructivas, pues el motor del crecimiento pasa a ser una burbuja especulativa sin precedentes en la historia. La inversión en la Bolsa se convierte en la “única inversión rentable”. Las familias y las empresas americanas han sido arrastradas al mecanismo perverso de endeudarse para especular en Bolsa y utilizar los títulos adquiridos como prenda hipotecaria para adquirir frenéticamente bienes y servicios que son el sostén del crecimiento. Los cimientos de la auténtica inversión se ven, de esta forma, seriamente arruinados: empresas y particulares han subido su endeudamiento en un 300% entre 1997 y 1999. La tasa de ahorro es negativa desde 1996 (tras 53 años de tasas positivas): mientras en 1991 era + 8,3% en 1999 era – 2,5%.

El consumo a crédito mantiene viva la llama del crecimiento pero su efectos son letales sobre la base productiva estadounidense ([7]). Un economista famoso, Robert Samuelson, reconoce que “la utilización de la capacidad productiva de la industria norteamericana bajó sin cesar tras el pico alcanzado a mediados de los 80”. La industria manufacturera pierde peso en el conjunto de las cifras anuales de producción y desde abril 1998 ha despedido a 418 000 trabajadores. La balanza de pagos americana sufre una espectacular degradación pasando de un déficit del – 2,5% del PIB en 1998 a uno actualmente del – 4,7%.

Este tipo de “crecimiento” está en los antípodas del verdadero crecimiento que históricamente ha experimentado el capitalismo. Entre 1865 y 1914 Estados Unidos basó su espectacular crecimiento económico en el aumento permanente de su superávit comercial y financiero. Del mismo modo, la expansión americana tras la segunda posguerra se basó en el predominio de las exportaciones de productos y capitales. Por ejemplo, en 1948 las exportaciones USA cubrían en un 180% sus importaciones. Desde 1971, EE.UU empieza a tener déficits comerciales negativos que no han parado de crecer desde entonces.

Mientras en el siglo XIX el crecimiento económico de los países centrales del capitalismo se basó en el aumento de sus exportaciones de bienes y de capitales que servían de ariete para incorporar nuevos territorios a las relaciones de producción capitalista, hoy asistimos a la situación aberrante y peligrosa según la cual los fondos de todo el mundo acuden – atraídos por las elevadas cotizaciones del dólar – a sostener la principal economía del planeta. Desde 1985 el flujo de inversiones del resto de países del mundo hacia las 10 primeras economías del planeta es superior al de éstas hacia el resto. Esto significa concretamente que el capitalismo, incapaz de expansionar la producción en el mundo, concentra todos los recursos en mantener a flote sus principales metrópolis a costa de crear un erial en el resto, destruyendo de esta forma sus propias bases de reproducción.

La temida recesión tras la crisis asiática no se produjo

 

Se quiere que veamos en la grave sacudida de 1997-98 una crisis cíclica idéntica a las que el capitalismo sufrió durante el siglo XIX. Entonces, cada etapa de crisis se resolvía con una nueva expansión de la producción que alcanzaba cotas superiores al periodo anterior. Se abrían nuevos mercados mediante la incorporación de nuevos territorios a las relaciones de producción capitalista de tal forma que, por una parte, proporcionaban nuevas masas de proletarios a los cuales extraer plusvalía y, por otro lado, aportaban nuevos compradores solventes de las mercancías producidas. Actualmente, esa salida es imposible para el capitalismo: los mercados hace largo tiempo que están sobresaturados.

Por ello, ante cada batacazo, la “salida” no son nuevos mercados donde se expande la producción ni nuevas masas de obreros incorporados al trabajo asalariado sino todo lo contrario: medidas de endeudamiento que tratan de enmascarar la caída real de la producción y nuevas oleadas de despidos – disfrazadas como reestructuraciones, privatizaciones y fusiones – que van secando poco a poco las fuentes de la plusvalía: “A falta de mercados solventes, en los cuales pudiera realizarse la plusvalía producida, se da salida a la producción en mercados ficticios... Ante un mercado mundial cada vez más saturado, una progresión de las cifras de producción solo puede corresponder a una progresión de las deudas. Una progresión todavía mayor que las precedentes” (Revista internacional nº 59).

El resultado es que cada una de las fases de convulsión supone una caída más violenta en el abismo mientras que cada momento de recuperación suaviza la caída, pero ambas se sitúan en una dinámica de hundimiento progresivo.

En el siglo pasado, el capitalismo estaba dominado por una dinámica de expansión dentro de la cual las fases de crisis preparaban nuevas etapas de prosperidad. Hoy sucede justo lo contrario, cada momento de recuperación no es sino el preparativo de nuevas y más graves convulsiones. Testimonio de ello es que Japón (2ª economía planetaria) sigue en la cuneta y que en 1999 apenas ha alcanzado un raquítico 0,3% de crecimiento mientras que las perspectivas para el 2000 son bastante pesimistas. Ello a pesar del despliegue espectacular de medios crediticios por parte del Estado japonés: en 1999 el déficit público alcanzó el 9,2% del PIB.

La nueva economía

 

Así pues ni el argumento del “gran crecimiento” americano ni el de la “fácil superación de la crisis asiática” resultan convincentes si se analizan con un mínimo de seriedad. Pero hay un tercer argumento que parece tener más calado: el de la “revolución” de la “nueva economía” que trastocaría totalmente los fundamentos de la sociedad de tal forma que con Internet desaparecería la tradicional división en clases de la sociedad –  patronos y obreros – para convertirse en una vasta masa igualitaria de “emprendedores”. Además, el motor de la economía ya no sería la obtención de una ganancia sino el consumo y la información. En fin, todo eso de las crisis desaparecería como una pesadilla del pasado pues toda la economía mundial se regularía armoniosamente a través de las transacciones comerciales por Internet. Los únicos problemas serían los “inadaptados” que se habrían quedado atrapados en la “vieja economía”.

No podemos hacer una refutación detallada de estas estúpidas especulaciones. El artículo editorial de la Revista internacional nº 102 desmonta de forma convincente ese nuevo mito con el cual el capitalismo pretende embaucarnos ([8]).

Lo primero que necesitamos es recordar la historia: ¿cuántas veces en los últimos 70 años el capitalismo ha intentado vendernos un “modelo” de desarrollo económico que sería la solución definitiva?. En los años 30 la industrialización soviética, el New Deal americano, el Plan De Man se presentaron como la salida a la crisis del 29, ¡ el resultado fue la Segunda Guerra mundial ! En los años 50 fue el “Estado del bienestar”, en los 60 el “desarrollo”, en los 70 las diferentes “vías al socialismo” y la “vuelta a Keynes”, en los 80 el reaganomics y el modelo japonés, en los 90 los tigres asiáticos y la “mundialización”, ahora es la “nueva economía”. El viento de la crisis ha arramblado con ellas una tras otra. Ya hoy, a poco más de un año de haber nacido, la “nueva economía” empieza a ser irremediablemente vieja e inoperante.

En segundo lugar, se ha propagado el equívoco de que la “nueva economía” basada en Internet sería la que está creando la mayoría de los nuevos empleos. Esto es una falsedad total. El artículo de Battaglia comunista antes citado demuestra que de los 20 millones de empleos creados en USA solo un millón son consecuencia de Internet. El resto de empleos proviene de actividades tan de “alta tecnología” como paseantes de perros, aparcacoches, repartidores de pizzas y hamburguesas, cuidadores de niños etc.

En realidad, la introducción de Internet en el comercio, la información, las finanzas y las administraciones públicas elimina empleos en vez de crearlos. Un estudio sobre las oficinas bancarias de la “nueva economía” demostraba que:

–  una Red de oficinas con ordenadores pero sin conexión permanente necesita ([9]) 100 trabajadores ;

–  una Red de oficinas con ordenadores conectados de forma permanente necesita 40 trabajadores ;

–  una Red de Banca Telefónica necesita 25 trabajadores ;

–  una Red de Banca por Internet necesita 3 trabajadores.

Otro estudio de la Unión europea pone en evidencia que el cumplimiento de formularios administrativos por Internet puede eliminar uno de cada 3 puestos de trabajo en las administraciones públicas.

¿Sería acaso la aplicación de Internet la base para una expansión de la producción capitalista? El ciclo del capital tiene dos fases inseparables: la producción de la plusvalía y la realización de la plusvalía. En la decadencia del capitalismo con un mercado saturado, la realización de la plusvalía se convierte en el problema más agobiante. En ese marco, los gastos de comercialización, distribución, financiación, que corresponden precisamente a la realización de la plusvalía, toman unas proporciones exorbitantes. Las empresas y los Estados desarrollan un enorme aparato de comercialización, publicidad, financiación etc., con objeto de exprimir hasta el último jugo del mercado existente, de estirarlo al máximo (técnicas para aumentar artificialmente el consumo) y de competir con éxito frente a los rivales para arrebatarles segmentos del mercado.

A esos gastos necesarios para la realización de la plusvalía se suman otros que toman una dimensión aún más colosal: armamentos, el desarrollo de una gigantesca burocracia estatal etc. La implantación de Internet busca aliviar todo lo posible la carga tremenda que suponen esos gastos, pero sobre el conjunto de la economía... desde el punto de vista del capital global, el mercado no va a extenderse, va a sufrir una nueva amputación, los compradores solventes van a reducirse.

Lejos de poner en evidencia la salud y progresión del capitalismo, manifiesta la espiral mortal en la que se ve enredado: la reducción de mercados solventes obliga a aumentar los gastos improductivos y el endeudamiento. Pero esto ocasiona una nueva disminución de los mercados solventes, obligando a nuevas vueltas de tuerca en el endeudamiento y los gastos improductivos... ¡y así sucesivamente!.

El nuevo rebrote inflacionario

 

La inflación es un fenómeno típico de la decadencia del capitalismo que tuvo una manifestación espectacular en Alemania durante los años 20 con una depreciación del marco que llegó a superar el 2000 %. Enfrentado a la violenta llamarada inflacionaria de los años 70 el capitalismo ha logrado en los últimos 20 años reducir de forma significativa las cifras de inflación en los países industrializados, pero, como pusimos en evidencia en el informe del pasado Congreso, la inflación ha sido enmascarada por una fortísima reducción de costes y por una vigilancia más estrecha por parte de los bancos centrales del dinero efectivo en circulación. Sin embargo, las causas profundas de la inflación – el gigantesco endeudamiento y los gastos improductivos que requiere el mantenimiento del sistema – no han sido erradicadas sino que pesan de forma todavía mayor. Por esa razón, las nuevas presiones inflacionarias que se vienen produciendo desde principios del 2000 no son ninguna sorpresa. En realidad, la agravación de la crisis que desde 1995 ha salido a la superficie bajo la forma de sucesivas desbandadas bursátiles puede provocar un nuevo episodio grave esta vez en forma de brote inflacionario.

La OCDE en su Informe de junio 2000 alerta sobre los riesgos inflacionarios crecientes que genera la economía americana diciendo que “el reciente reforzamiento de la demanda doméstica es insostenible y las presiones inflacionarias se han hecho más presentes en los últimos tiempos mientras que el déficit por cuenta corriente ha crecido bruscamente hasta alcanzar el 4 % del PNB. El reto para las autoridades es conseguir una reducción ordenada del crecimiento de la demanda”. La inflación, tras haber caído en 1998 en EE.UU. a su nivel más bajo (1,6 %) puede alcanzar en el año 2000 (según la Reserva federal) un índice del 4,5 %. La tendencia se manifiesta igualmente en Europa donde la media de la Zona euro ha pasado de un 1,3 % en 1998 a una previsión del 2,4 % en el 2000 con picos como los de Holanda (estimación del 3,5 %), España que en septiembre alcanzó el 3,6 % e Irlanda que llegaba a un 4,5 %.

El endeudamiento astronómico, la burbuja especulativa, el creciente desnivel entre la producción y el consumo, el peso del crecimiento de los gastos improductivos, salen a la superficie poniendo en entredicho la pretendida bonanza de la economía.

Las consecuencias catastróficas del acompañamiento de la crisis

Así pues, la economía mundial, tras apenas dos años de respiro, vuelve a entrar en zona de turbulencias. El ruido ensordecedor de las campañas sobre la “salud” del capitalismo y sobre la “Nueva economía” es inversamente proporcional a la eficacia de las políticas de acompañamiento de la crisis. La escalada de triunfalismos oculta una progresiva reducción del margen de maniobra de los Estados. Los costes económicos, humanos, sociales, para el proletariado y para el futuro de la humanidad son elevadísimos. Por la vía de las guerras – por el momento localizadas – y por la vía de las políticas económicas de “acompañamiento de la crisis”, el capitalismo amenaza convertir el planeta en un vasto solar de ruinas humeantes. Tres son los estragos principales:

–  el desmoronamiento de la economía en cada vez más países,

–  el proceso gradual de fragilización y descomposición de la economía de los países centrales,

–  el ataque a las condiciones de vida de la clase obrera.

La “organización” del comercio y las finanzas mundiales para que los países más industrializados descarguen los peores efectos de la crisis sobre los países de la periferia ha ido convirtiendo el mundo en un gigantesco erial. Nuestros camaradas mexicanos destacan que “hasta finales de los años 60 los [países] periféricos eran básicamente exportadores de materias primas, pero la ­tendencia actual es que los países periféricos se vuelvan crecientemente importadores, aún de los productos más básicos. Por ejemplo, México, el país del maíz, se convierte en importador de este grano. Junto con esto, son ahora los [países] centrales los exportadores de productos básicos”. El capitalismo se concentra en mantener a flote sus países centrales – que históricamente instauraron una división internacional del trabajo que dejaba en manos de los países periféricos la producción de materias primas – se lanzan a disputar a éstos esos mercados.

El reciente informe del Banco mundial sobre África traza una panorámica espeluznante: apenas alcanza el 1 % del PIB mundial y su participación en el comercio internacional no llega al 2 %. “Durante los pasados 30 años África ha perdido la mitad de su cuota de mercado en el comercio global, incluido el tradicional de las materias primas. Si hubiera mantenido simplemente la cuota que tenía en 1970 ingresaría cada año 70 000 millones de dólares más”. Los kilómetros de carreteras son inferiores a Polonia y solo el 16 % están asfaltadas. Menos del 20 % de la población tiene electricidad y menos del 50% tiene acceso al agua potable. Solo hay 10 millones de aparatos telefónicos para una población de 300 millones de habitantes. Más del 20 % de la población adulta está infectada de sida, se calcula en más del 25 % los parados en las grandes ciudades. Las guerras afectan a uno de cada 5 africanos. ¡ Estos datos incluyen Sudáfrica y los países del Magreb que si se descontaran serían aún más aterradores !

Este desarrollo de la barbarie solo puede comprenderse como expresión del avance incontenible de la crisis del capitalismo. Si en el siglo XIX el desarrollo del capitalismo en Inglaterra marcaba el porvenir al mundo entero, en el nuevo siglo la tragedia de África anuncia el porvenir que el capitalismo reserva a la humanidad si no es derribado ([10]).

Pero los estragos del “acompañamiento de la crisis” dañan cada vez más profundamente las propias infraestructuras, el fondo mismo del aparato productivo de los grandes países capitalistas cuyas estructuras de base son cada vez más frágiles y se debilitan progresivamente.

Expertos burgueses reconocen francamente que el capitalismo occidental se ha convertido en una “sociedad de riesgo”. Con este eufemismo encubren el veloz deterioro que están sufriendo los sistemas de transporte (aéreo, ferroviario, por carretera) de lo que son testimonio las catástrofes cada vez más frecuentes en el metro, en los ferrocarriles cuyo último jalón ha sido la muerte de 150 personas en un funicular austríaco. Lo mismo ocurre en las obras públicas. Las redes de canalización, los diques, los mecanismos de prevención, sufren un envejecimiento sin precedentes como consecuencia del recorte sistemático y prolongado en gastos de seguridad y mantenimiento. El resultado es que las inundaciones u otras catástrofes, tradicionalmente reservadas en Europa a los países sureños más atrasados económicamente, se multiplican en Inglaterra, Alemania, Holanda.

En el campo de la salud, vemos que en Estados Unidos la tasa de mortalidad infantil en barrios neoyorquinos de los distritos de Harlem o Brooklin supera a las de Shanghai o Moscú. La esperanza de vida ha caído a 66 años en esas zonas. En Gran Bretaña, la Asociación nacional de Visitadores médicos afirmaba en un informe aparecido el 25-11-96 que “enfermedades de los tiempos de Dickens vuelven a afectar a la Inglaterra actual. Son enfermedades propias de la pobreza como el raquitismo o la tuberculosis”. 

El ataque a las condiciones de vida de la clase obrera

 

El principal indicador del avance de la crisis es la degradación de las condiciones de vida de la clase obrera. Como Marx dice en El Capital, “la razón última de todas las crisis es siempre la pobreza y la capacidad restringida de consumo de las masas, con las que contrata la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si no tuviesen más límite que la capacidad absoluta de consumo de la sociedad”. Sí el ataque a las condiciones de vida fue relativamente suave en la década de los 70, se ha acelerado en los últimos 20 años ([11]).

Para sostener el endeudamiento, soltar lastre y eliminar toda actividad no rentable, para librar la feroz batalla de la competencia, todos los capitales nacionales han descargado lo peor de la crisis sobre la clase obrera: desde los años 80, la vida de los trabajadores “privilegiados” de los países centrales – ¡ no hablemos de la situación espantosa de sus hermanos en el Tercer Mundo ! – está marcada con el hierro candente de los despidos masivos, la transformación del trabajo fijo en trabajo eventual, la multiplicación de subtrabajos pagados miserablemente, la prolongación de la jornada de trabajo a través de múltiples subterfugios incluido el de la “semana de 35 horas”, el recorte de subsidios y prestaciones sociales, los accidentes laborales que se incrementan vertiginosamente...

El desempleo es el principal y más seguro indicador de la crisis histórica del capitalismo. Consciente de la gravedad del problema, la clase dominante de los países industrializados ha desarrollado una política de cobertura política del paro, para enmascararlo a los ojos de los obreros y de toda la población. Esta política, que condena a una gran masa de obreros a un carrusel trágico (un empleo temporal, unos meses de paro, un subempleo, un curso de formación, otro periodo de paro... y así sucesivamente), junto con la adulteración escandalosa de las cifras estadísticas, le ha permitido proclamar a los cuatro vientos sus “permanentes éxitos” en la erradicación del desempleo.

Un estudio sobre el porcentaje de parados entre 25 y 55 años muestra unas cifras más precisas que las estadísticas generales de paro que diluyen los porcentajes al mezclar los jóvenes que están estudiando muchos de ellos (18-25 años) y los trabajadores prejubilados (56-65 años):

Media de paro
en edades comprendidas
entre 25 y 55 años (1988-95)

Francia                                                   11,2%

Gran Bretaña                                            13,1%

USA                                                      14,1%

Alemania                                                 15,0%

En Gran Bretaña el porcentaje de familias con todos sus miembros en situación de desempleo ha seguido la siguiente evolución ([12]):

1975                                                     6,5%

1985                                                     16,4%

1995                                                     19,1%

La coyuntura más inmediata de los últimos meses muestra una oleada de despidos sin precedentes en todos los sectores productivos, desde la industria hasta las empresas “punto.com” pasando por rancias compañías comerciales como Marks & Spencer.

La ONU elabora un índice llamado IPH (índice de pobreza humana). Los datos para 1998 del porcentaje de la población de los principales países industrializados que están por debajo del IPH mínimo son:

USA                                                     16,5 %

Gran Bretaña                                            15,1 %

Francia                                                   11,9 %

Italia                                                     11,6 %

Alemania                                                10,4 %

Los salarios sufren una caída prolongada desde de hace más de 10 años. Limitándose a EE.UU.: “las ganancias semanales promedio – ajustadas a la inflación – del 80 % de los trabajadores estadounidenses cayeron en un 18 % entre 1973 y 1995 al pasar de 315 dólares a 285 dólares por semana” ([13]). Estos datos se confirman para los 5 años siguientes: así entre julio 1999 y junio del 2000 los costes laborales unitarios en EE.UU. cayeron un 0,8 %. El salario medio por hora era en 1973 de 11,5 $ mientras que en 1999 era de 10 $ ([14]). El grado de explotación sube en EE.UU. de forma implacable: para obtener la misma renta salarial (descontando la inflación) los obreros tienen que trabajar en 1999 un 20 % más de horas que en 1980.

Los límites del capitalismo

 

La política de supervivencia que ha seguido el capitalismo ha logrado hasta ahora salvaguardar la estabilidad de los países centrales, a costa, sin embargo, de agravar más y más la situación: “contrariamente a 1929, en los últimos 30 años la burguesía no ha sido sorprendida ni se ha quedado inactiva frente a la crisis, sino que ha reaccionado permanentemente para controlar su curso. Eso es lo que da a la crisis su carácter prolongado y despiadadamente profundo. La crisis se profundiza a pesar de todos los esfuerzos de la clase dominante... En 1929 no existía una vigilancia permanente de la economía, de los mercados financieros y de los acuerdos comerciales internacionales, no existía un prestamista de última instancia ni una brigada internacional de bomberos para salvar países en dificultades. Entre 1997 y 1999, economías, de una importancia política y económica considerables para el mundo capitalista, se han hundido a pesar de la existencia de todos esos instrumentos capitalistas de Estado” (“Resolución sobre la situación internacional” del XIIIo Congreso).

Frente a esta situación es un método erróneo, producto de la desesperación y el inmediatismo, esperar obsesivamente el momento de una Gran recesión en la que la burguesía perdería el control de los acontecimientos de tal forma que la crisis se manifestara por fin de manera brutal, catastrófica, formulando su sentencia inapelable sobre el modo de producción capitalista.

No se trata de excluir la perspectiva de una recesión. En 1999-2000, el capitalismo apenas ha logrado un breve respiro, utilizando en dosis aún más arriesgadas las mismas pócimas que llevaron al batacazo de 1997-98, por lo cual, convulsiones mucho más graves se perfilan en un horizonte bastante próximo. Sin embargo, la gravedad de la crisis no se mide por el volumen de las caídas de la producción sino, desde una visión histórica y global, por la agravación de sus contradicciones, la reducción progresiva de su margen de maniobra y sobre todo por el deterioro en las condiciones de vida de la clase obrera.

Polemizando contra la posición de Trotski según la cual en la decadencia del capitalismo “las fuerzas productivas de la humanidad han dejado de crecer”, nuestro folleto La decadencia del capitalismo responde “todo cambio social es resultado de una agravación real y prolongada del choque entre las relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas. Si nos situamos en la hipótesis del bloqueo definitivo y permanente, únicamente un estrechamiento ‘absoluto’ de ese envoltorio que son las relaciones de producción existentes, podría explicar una agravación neta de la contradicción. Al contrario, se puede comprobar que lo que se produce generalmente durante las diferentes decadencias de la historia (incluida la del capitalismo) es más bien una tendencia hacia la ampliación de ese envoltorio hacia sus últimos límites y no hacia un estrechamiento. Controlado por el Estado y sometido a la presión de las urgencias económicas y sociales, ese envoltorio se va estirando, despojándose de todo lo que parece superfluo a las relaciones de producción por no ser estrictamente necesario a la supervivencia del sistema. El sistema se refuerza pero en sus límites extremos”.

Forma parte plenamente del análisis marxista de la decadencia de los modos de producción, el comprender por qué el capitalismo trata de “gestionar la crisis” practicando una política de supervivencia frente a ella que consigue aminorar sus efectos en los países centrales. ¿No hizo lo mismo el Imperio romano replegándose a Bizancio y abandonando vastos territorios al empuje de las invasiones bárbaras? ¿No respondió de igual manera el despotismo ilustrado de los reyes feudales ante el avance de las relaciones de producción capitalistas?.

“La emancipación de los esclavos en el Bajo Imperio romano; la de los siervos a finales de la Edad Media; las libertades parciales que la monarquía declinante tiene que otorgar a las nuevas ciudades burguesas, el fortalecimiento del poder central de la corona, la eliminación de la nobleza de espada en beneficio de la nobleza togada sometida directamente al rey; y en el capitalismo, fenómenos como los intentos de planificación, los esfuerzos por aliviar las ­trabas que imponen las fronteras nacionales, la tendencia a sustituir los burgueses parásitos por ejecutivos eficientes asalariados del capital, las políticas del tipo New Deal, las constantes manipulaciones de algunos mecanismos de la ley del valor, son todos ellos testimonios de esa tendencia a la ampliación del envoltorio jurídico mediante purgas y limpiezas constantes en las relaciones de producción. El movimiento dialéctico no se detiene tras el auge de una sociedad. El movimiento se transforma cualitativamente pero no cesa. Se siguen intensificando necesariamente las contradicciones inherentes a la antigua sociedad y por ello tienen que seguir desarrollándose las aprisionadas fuerzas, aunque sólo sea lentamente” (ídem).

La situación de los últimos 30 años responde plenamente a ese marco de análisis. Tras más de 50 años de supervivencia en medio de grandes cataclismos, el capitalismo ha tenido que concentrarse imperativamente en una gestión política de la crisis destinada a evitar un hundimiento brutal en sus centros neurálgicos que hubiera sido catastrófico tanto frente a las contradicciones acumuladas durante más de 50 años de supervivencia como, sobre todo, para enfrentar a un proletariado no derrotado.

Combatiendo el determinismo economicista reinante en el medio de la Oposición de Izquierdas, Bilan estigmatiza la deformación grosera del marxismo consistente en afirmar que “el mecanismo productivo representa no solamente la fuente de la formación de las clases sino que determina automáticamente la acción y la política de las clases y de los hombres que la constituyen; así el problema de las luchas sociales sería singularmente simplificado; hombres y clases no serían más que marionetas accionadas por fuerzas económicas” (Bilan, nº 5: “Los principios armas de la revolución”). En realidad “si bien es perfectamente exacto que el mecanismo económico da lugar a la formación de las clases, es totalmente falso creer que el mecanismo económico las empuja directamente a tomar el camino que llevará a su desaparición” (ídem). Por esta razón “la acción de las clases no es posible más que en función de una inteligencia histórica del papel y de los medios apropiados a su triunfo. Las clases deben al mecanismo económico su nacimiento y su desaparición, pero para triunfar... deben ser capaces de darse una configuración política y orgánica sin la cual, aunque hayan sido elegidas por la evolución de las fuerzas productivas, corren el riesgo de permanecer por largo tiempo prisioneras de la clase antigua que, a su vez – para resistir – aprisionará el curso de la evolución económica” (ídem)

No se puede formular con mayor lucidez la sustancia última de los problemas que plantea el curso actual de la crisis histórica del capitalismo. Nuestra tarea no es esperar la depresión apocalíptica sino realizar un análisis metódico de la agravación constante de la crisis, mostrando el fracaso acumulativo de todas las medidas de acompañamiento que el capitalismo presenta como “modelos de superación de la crisis y de evolución hacia amaneceres radiantes”. Todo ello con vistas a lo esencial: el desarrollo de la lucha y sobre todo de la conciencia del proletariado, el sepulturero de la sociedad capitalista y el artesano de la acción de la humanidad para construir una nueva sociedad.

Por ello la “Resolución” del pasado Congreso dejó claro que no existe en la evolución del capitalismo “un punto de no retorno económico más allá del cual el sistema estaría condenado a desaparecer irrevocablemente, ni un límite teórico definido al incremento de las deudas, la droga principal del capitalismo en agonía, que el sistema pueda administrarse sin hacer imposible su existencia. De hecho, el capitalismo ha superado ya sus límites económicos con la entrada en su fase de decadencia... Los límites a la existencia del capitalismo no son económicos sino políticos. El desenlace de la crisis histórica del capitalismo depende de la relación de fuerzas entre las clases:

–  o el proletariado desarrolla su lucha hasta el establecimiento de su dictadura revolucionaria mundial;

–  o el capitalismo, mediante su tendencia orgánica hacia la guerra, hunde a la humanidad en la barbarie y la destrucción definitiva” n


[1] Ver en la Revista internacional nº 101: “¿Adonde lleva el capitalismo al mundo?” y “El siglo más sanguinario de la historia

[2] En ese marco de cooperación frente a los pequeños gángsteres, los grandes gángsteres han librado una batalla encarnizada por aumentar cada cual su parte en el pastel de la economía mundial a costa de sus rivales

[3] “La sociedad capitalista en la época imperialista se asemeja a un edificio donde los materiales necesarios para la construcción de los pisos superiores son arrancados de los pisos inferiores y de sus propios cimientos. Cuanto más frenética es la construcción en las alturas más frágil se vuelve la base que sostiene todo el edificio. Cuanto más imponente es en apariencia la cumbre más vacilante y frágil se vuelve el edificio en sus cimientos” (Internationalisme nº 2 Informe sobre la situación internacional)

[4] La cifra redonda de 10 años es falsa, en realidad son 33 trimestres seguidos de crecimiento (es decir, 8 años y un trimestre). Los comentarios laudatorios sobre la “excepcionalidad” de ese ciclo de crecimiento olvidan intencionadamente que en los años 60 se dio un ciclo más largo de 35 trimestres

[5] Datos tomados de un artículo de Battaglia comunista sobre la Nueva Economía: Prometeo nº 1, 2000

[6] Fuente: ONU, Comisión económica para Europa

[7] En este crecimiento enfermizo juegan también su papel los gastos en armamento por parte de USA que tras haber alcanzado su cumbre en 1985 – época del famoso proyecto de Guerra de las Galaxias de Reagan – con 352.000 millones de $ y haber bajado desde 1990 hasta el nivel anual de 255 000 millones de $ en 1997, en el 2000 han subido a la suma de 274 000 millones de $ (datos proporcionados por Révolution internationale, nº 305).

[8] Del mismo modo, Prometeo de junio del 2000 contiene un artículo contra el mito de la “nueva economía” que aporta algunos argumentos sólidos contra esta mistificación

[9] Índice 100 para la Red de oficinas con ordenadores sin conexión permanente

[10] Frente a esta explicación se alza la que estimula la propia clase dominante a través de los movimientos de Praga o Seattle: echarle la culpa a una política del capitalismo (el liberalismo y la globalización) para reivindicar una “distribución más justa”, la “condonación de la deuda” y acreditar desde la “protesta radical” la buena salud y la posibilidad de progreso del capitalismo que sería “reformable” si “renunciara” a tales “políticas erróneas” propiciadas por la OMC, el FMI y demás “villanos

[11] Ver en la Revista internacional números 96 a 98 la serie “30 años de crisis abierta del capitalismo”.

[12] Fuente: London School of Economics, estudio publicado en enero 1997

[13] Datos tomados de un libro de J. Gray, autor de Falso amanecer que pretende ser una crítica de la globalización.

[14] Datos proporcionados por el artículo antes citado de BC en Prometeo

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [4]

Presentación del XIVº congreso de la CCI

  • 2991 lecturas

A PRIMEROS de mayo del 2001 se celebró el XIVo congreso de la Corriente comunista internacional. Al igual que para cualquier otra organización del movimiento obrero, el congreso es la instancia suprema de la Corriente comunista internacional. Es la ocasión privilegiada para hacer balance del trabajo cumplido desde el congreso anterior y darse las perspectivas para el período venidero.
Tal balance y tales perspectivas no se establecen en "circuito cerrado". Dependen de las condiciones con las que la organización hace frente a sus responsabilidades y en primer lugar, claro está, al contexto histórico. Le incumbe pues al congreso hacer un análisis del mundo actual, de lo que se está jugando en los acontecimientos de la vida de la sociedad tanto en lo económico (de la que los marxistas saben que determina en última instancia todos los demás aspectos), en la vida política de la clase dominante y los conflictos que enfrentan a sus diversos sectores, y, en fin, en la vida de la única clase, el proletariado, capaz de derrocar el orden existente.
Al examinar la situación de éste, los comunistas han de analizar el estado y las perspectivas de las luchas de clase actualmente, el nivel de conciencia en las masas obreras de los retos que esas luchas plantean, pero también han de analizar el estado y la actividad de las fuerzas comunistas existentes pues también ellas forman parte del proletariado.
Para terminar, y en ese mismo contexto, el congreso ha de examinar la actividad de nuestra propia organización y plantear las perspectivas que le permitan asumir sus responsabilidades en la clase. Esos son los diferentes puntos que va a abordar este artículo de presentación de nuestro XIVo congreso internacional.

El mundo de hoy

También publicamos en esta Revista internacional la Resolución sobre la situación internacional adoptada por el congreso, síntesis de varios informes presentados ante él, así como de la discusión habida sobre esos informes. En este sentido no vale la pena volver a los diferentes aspectos de las discusiones sobre la situación internacional. Nos limitaremos en recordar el principio de esta resolución, que da el marco para entender lo que se está jugando actualmente en el mundo:
"La alternativa ante la que se encuentra en estos principios del siglo XXI la humanidad es la misma que la de principios del XX: la caída en la barbarie o la regeneración de la sociedad mediante la revolución comunista. Los marxistas revolucionarios, quienes, durante el período tumultuoso de 1914-1923, insistieron en ese dilema inevitable, no hubieran podido imaginarse nunca que sus herederos políticos estén todavía obligados a insistir en él al iniciarse este nuevo milenio.
"De hecho, incluso la generación de los revolucionarios "post68", surgida de la reanudación de las luchas proletarias tras un largo período de contrarrevolución iniciado en los años 20, no podía de verdad imaginarse que el capitalismo en declive fuese tan hábil como para sobrevivir a sus propias contradicciones, como así lo ha demostrado desde los años 60.
"Para la burguesía todo es una prueba suplementaria de que el capitalismo sería la última y ahora ya única forma de sociedad humana y el proyecto comunista no habría sido más que un sueño utópico. La caída del bloque "comunista" en 1989-91 aportó una aparente verificación histórica a esa idea, que es la piedra clave de toda ideología burguesa"
(Punto 1).
"Las generaciones futuras mirarán con el mayor de los desprecios las justificaciones propuestas por la burguesía durante esta década y verán sin duda este período como el de la ceguera, la estupidez, el horror y el sufrimiento sin precedentes (…).
"Hoy, lo que ante la humanidad se presenta no es ya únicamente la perspectiva de la barbarie: la caída ya ha empezado, con el peligro de destruir todo intento de futura regeneración social. La revolución comunista, lógico punto culminante de la lucha de la clase obrera contra la explotación capitalista, no es una utopía, contrariamente a las campañas de la clase dominante. Esta revolución sigue siendo una necesidad impuesta por la agonía mortal del modo de producción actual, y es, al mismo tiempo, una posibilidad concreta, pues la clase obrera ni ha desaparecido ni ha sido vencida de manera decisiva"
(Punto 2).
De hecho, gran parte de cada uno de los documentos presentados, discutidos y adoptados por el congreso (1) se dedicó a rebatir las mentiras que la burguesía difunde hoy tanto para tranquilizarse como para justificar la supervivencia de su sistema ante las masas explotadas. Y eso es así porque los análisis y las discusiones de los revolucionarios sobre la situación en la que viven no tiene más objetivo que el de afilar las armas del combate de la clase obrera contra el capitalismo. El movimiento obrero sabe muy bien desde hace mucho tiempo que su mayor fuerza está, además de en su organización, en su conciencia, una conciencia que se basa necesariamente en un profundo conocimiento del mundo que hay que transformar y del enemigo que habrá que destruir. Por eso el carácter combatiente de los documentos presentados al congreso y de sus discusiones no significa en absoluto que nuestra organización haya caído en la trampa de limitarse a afirmar unas cuantas consignas de denuncia de las mentiras burguesas. Al contrario, la profundidad con la que los revolucionarios abordan estas cuestiones forma parte de su combate. Ha sido una constante en el movimiento obrero desde hace más de siglo y medio, y hoy cobra una importancia todavía más fundamental. En una sociedad entrada en decadencia con la Primera Guerra mundial y que hoy en día está pudriéndose de raíz, la clase dominante es incapaz de proponer el más mínimo pensamiento social coherente o simplemente racional, y menos todavía dotado de un mínimo de profundidad. Lo más que puede hacer es producir cantidad de baratijas ideológicas a cuál más superficial, presentándolas como "verdades profundas" (la "victoria definitiva del capitalismo sobre el comunismo", la "democracia" como "supremo valor", la"mundialización", etc.), y que ni siquiera poseen la cualidad de ser originales, pues su "novedad" consiste en poner un nuevo envoltorio a ramplonerías de lo más gastado. Pero por pobre que sea el "pensamiento" burgués actual, todavía logra, gracias a la matraca mediática, desconcertar a los obreros, colonizar su pensamiento. En este sentido, el esfuerzo de los comunistas por ir a la raíz de las cosas no solo es un medio para entender mejor el mundo actual, sino que también es un antídoto indispensable contra la tendencia a la destrucción del pensamiento. Esta destrucción es una de las manifestaciones de la descomposición en la que se está hundiendo hoy la sociedad. Esto es lo que explica que una de las características más importantes de los informes preparados para el congreso, decidida por la organización, era que no se limitasen a analizar los tres aspectos esenciales de la situación mundial - crisis económica, conflictos imperialistas, relación de fuerzas entre proletariado y burguesía y por lo tanto, la perspectiva de la lucha proletaria -, sino que analizasen cómo el movimiento obrero planteó estas cuestiones en el pasado.
Tal enfoque es tanto más importante, porque estamos empezando un nuevo siglo y toda una serie de características de la situación mundial cambiaron totalmente durante la última década del siglo pasado. A finales de 1989, el bloque del Este se desmoronó cual un castillo de naipes, provocando no solo un cambio total en los alineamientos imperialistas surgidos en Yalta en 1945, sino también un profundo retroceso de la clase obrera enfrentada a las descomunales campañas sobre "la quiebra del comunismo". Esos trastornos exigían evidentemente una actualización de sus análisis por parte de los revolucionarios, de la que se encargó nuestra organización a medida que se iban produciendo los acontecimientos. Hemos considerado sin embargo necesario volver a comentar las implicaciones de esos extraordinarios acontecimientos que se desarrollaron a finales del 89, insistiendo particularmente en:
- cómo se manifiestan los antagonismos imperialistas en una situación en la que ya no existe un reparto del mundo entre dos bloques, tal como se había conocido desde el final la Segunda Guerra mundial;
- qué es el curso histórico en una época en la que no está al orden del día una nueva guerra mundial, debido a la desaparición de los bloques.
Es tanto más indispensable la mayor claridad sobre estas cuestiones porque engendran mucha confusión en las organizaciones de la Izquierda comunista. A ese tipo de confusiones, que no son sino concesiones a los temas ideológicos de la burguesía, responden también los informes y resoluciones adoptados por el congreso. En particular, esos documentos:
- rebaten la idea de que pueda haber una "racionalidad" económica como causa fundamental de las guerras que se desencadenan actualmente (punto 9 de la Resolución);
- ponen en evidencia que "el curso histórico hacia enfrentamientos de clase masivos, que se abrió con la oleada internacional de luchas de los años 1968-72 no se ha invertido: La clase obrera demostró que fue una barrera contra la guerra mundial. Y aunque existe el peligro de que el proceso de descomposición más insidioso podría anegar a la clase sin que el capitalismo tuviera que infligirle una derrota frontal, la clase sigue siendo un obstáculo histórico contra el deslizamiento del capitalismo hacia la barbarie guerrera. Es más: la clase obrera posee todavía la capacidad de resistir a los efectos de la descomposición social mediante el desarrollo de sus luchas y el fortalecimiento de su identidad y, por consiguiente, de la solidaridad que puede ofrecer una verdadera alternativa a la atomización, a la violencia autodestructiva y a la desesperanza, características de este sistema putrefacto" (punto 13).
De hecho, la preocupación de examinar detalladamente, y eventualmente de criticar, los análisis de la situación histórica actual hechos por el medio político proletario forma parte del esfuerzo permanente de nuestra organización para definir y precisar las responsabilidades de los grupos revolucionarios, responsabilidades que van, claro está, mucho más allá que el mero análisis de la situación.

La responsabilidad de los grupos revolucionarios

Los informes, resoluciones y discusiones del congreso han puesto en evidencia que hoy existe, tras una década de grandes dificultades para el desarrollo de la conciencia en la clase obrera, cierta maduración subterránea de ésta. "Seguimos viviendo en un contexto en el que sigue vigente el curso histórico a los enfrentamientos de clase. En este contexto se produce una maduración subterránea de la conciencia de clase que expresa un proceso de reflexión que -aún siendo minoritario- afecta a más sectores de la clase y es más profundo que en la época que siguió a 1989. Las expresiones visibles de tal maduración son:
- el crecimiento numérico de las principales organizaciones del medio proletario y de su entorno de simpatizantes y de contactos;
- la influencia creciente de la Izquierda comunista en esos espacios intermedios entre burguesía y proletariado ("el pantano"), incluso en sectores del medio anarquista.
- el aumento de las posibilidades de fundación y desarrollo de círculos de discusión proletarios;
- ciertas experiencias de agrupamientos minoritarios de obreros combativos en quienes los problemas de resistencia a los ataques del capital, pero también las lecciones de las luchas de antes de 1989 empiezan a plantearse;
- ciertas luchas obreras - hoy por hoy más bien la excepción y no la regla- en las que la autonomía en la actividad de la clase, la desconfianza hacia los sindicatos empiezan a expresarse"
(Resolución sobre Actividades de la CCI).
Esta situación otorga nuevas responsabilidades a los grupos que se reivindican de la Izquierda comunista. El congreso dedicó, pues, una parte importante de su tiempo a examinar la evolución de esos grupos. Puso de relieve una dificultad de esos grupos para asumir esas responsabilidades. Por un lado, con la interrupción de la publicación de Daad en Gedachte en Holanda, ya no existe manifestación organizada de la rama germano-holandesa de la Izquierda comunista (la corriente "consejista"). Por otro lado están las corrientes que se reivindican de la Izquierda italiana, por un lado los diferentes grupos de tradición "bordiguista" (que se autodenominan todos ellos Partido comunista internacional), y, por otro lado, el Buró Internacional para el Partido Revolucionario. Estos grupos siguen estando muy encerrados cuando no se repliegan más todavía en el sectarismo, como ya quedó patente hace dos años cuando rechazaron la eventualidad de una toma de posición común sobre la guerra en Kosovo (véase Revista internacional nº 98).
No obstante, con la aparición actual de nuevos elementos que se orientan hacia la Izquierda comunista, es importante que ésta recobre plenamente su tradición, que asociaba estrechamente el mayor rigor en lo que a posiciones políticas se refiere con una actitud de apertura de cada uno de sus grupos a la discusión con los demás. Esa es la condición para que esas organizaciones sean realmente parte activa del proceso que se está anunciando de un nuevo desarrollo de la conciencia en la clase obrera.
Por eso es por lo que nuestra resolución sobre la situación internacional incluye las responsabilidades específicas de nuestra propia organización dentro de las del conjunto de la corriente revolucionaria actual: "Las responsabilidades que ante sí tiene la clase obrera son inmensas: nada menos que el destino de la humanidad entre sus manos. Y esto, por consiguiente, confiere enormes responsabilidades a la minoría revolucionaria, cuya tarea esencial en los años que vienen será:
- intervenir cotidianamente en los combates de clase, insistiendo en la solidaridad necesaria, en la implicación de la mayor cantidad posible de trabajadores en cada movimiento de resistencia a los ataques del capitalismo;
- explicar con todos los medios a su alcance (prensa, folletos, reuniones, etc.), de manera a la vez profunda y comprensible, por qué capitalismo significa quiebra, por qué todas sus "soluciones" (especialmente las que sirven de "gancho" a la izquierda e izquierdistas) son engañifas, y explicar lo que de verdad es la alternativa proletaria;
- ayudar a las minorías combativas (grupos de lucha sobre los lugares de trabajo, círculos de discusión, etc.) en sus esfuerzos por sacar lecciones de las experiencias recientes, para prepararse a las luchas venideras, y al mismo tiempo reanudar los lazos con las tradiciones históricas del proletariado;
- intervenir en el medio político proletario, que ha entrado en un período de crecimiento significativo, insistiendo para que el medio actúe como una verdadera referencia en un debate serio y esclarecedor para todos que aquellos que se acercan a él.
"El curso histórico hacia enfrentamientos de clase nos proporciona el contexto para formar el partido comunista mundial. El medio político proletario es la matriz del futuro partido, pero no existe garantía alguna de que algún día lo haga nacer. Sin una rigurosa preparación responsable por parte de los revolucionarios de hoy, el partido nacerá muerto, y los tumultuosos conflictos de clase hacia los que vamos no serían capaces de transformar lo esencial: la revuelta en revolución"
(punto 15).
El congreso consideró que, por su parte, nuestra organización podía sacar un balance positivo del cumplimiento de esas responsabilidades en el período pasado. Sin embargo, concluyó que la CCI, consciente de que está sometida como el conjunto de la clase obrera a la presión letal de la descomposición creciente de la sociedad, tiene que mantenerse muy vigilante frente a las manifestaciones de esta presión, tanto en el plano de sus esfuerzos en la elaboración de sus análisis y posiciones políticas como en el de su vida organizativa. Hoy más que nunca, el combate para la construcción de la organización comunista, herramienta indispensable de la lucha revolucionaria del proletariado, sigue siendo un combate permanente y cotidiano.

(1) Extractos del informe sobre la crisis económica presentado al congreso se publican en esta Revista internacional. Extractos de otros informes se publicarán en próximos números.

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [4]

XI - 1933-1946: 1933-1946 : el enigma ruso y la Izquierda Comunista Italiana

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La Izquierda comunista es en  gran  medida el producto de las  fracciones del proletariado que representaron la mayor amenaza para el capitalismo durante la oleada revolucionaria internacional que siguió a la guerra de 1914-1918, o sea, del proletariado de Rusia, Alemania e Italia. Estas secciones “nacionales” hicieron la contribución más significativa para el enriquecimiento del marxismo en el contexto del nuevo periodo histórico de decadencia capitalista inaugurado por la guerra. Pero los que tan alto se alzaron fueron también quienes más bajo cayeron. Ya hemos visto en precedentes artículos de esta serie cómo las corrientes de izquierda del Partido bolchevique, tras su primera tentativa heroica para resistir los asaltos de la contrarrevolución estalinista, fueron casi completamente barridas por esta, dejando a los grupos de izquierda situados fuera de Rusia la labor de proseguir el análisis del fracaso de la Revolución rusa y de definir la naturaleza del régimen que había usurpado su nombre. En esta tarea, las fracciones alemana e italiana de la Izquierda comunista desempeñaron un papel absolutamente primordial, si bien es cierto que no fueron las únicas (el artículo precedente de esta serie, por ejemplo, describió la emergencia de una corriente comunista de izquierda en Francia en los años 1920-1930 y su contribución a la comprensión de la cuestión rusa).

Pero aunque el proletariado sufrió importantes derrotas al mismo tiempo en Italia y en Alemania, fue sin duda el proletariado alemán – el cual tenía efectivamente en sus manos el destino de la revolución mundial en 1918/1919 – el que fue masacrado con mayor brutalidad y sangre vertida por los esfuerzos combinados de la socialdemocracia, el estalinismo y el nazismo. Este hecho trágico, al tiempo que una debilidad teórica y organizativa que se remonta a los inicios de la oleada revolucionaria e incluso antes, contribuyó a un proceso de disolución no menos devastador que el que vivió el movimiento comunista en Rusia.

Sin entrar en una discusión para saber por qué fue la Izquierda italiana la que mejor sobrevivió al naufragio causado por la contrarrevolución, queremos refutar una leyenda cultivada por aquellos que no solo pretenden ser los herederos exclusivos de la Izquierda italiana sino que además reducen la Izquierda comunista, que de hecho fue una expresión internacional de la clase obrera, únicamente a su rama italiana. Los grupos bordiguistas que expresan más claramente esta actitud, reconocen sin duda la importancia de la componente rusa del movimiento marxista durante la ­oleada revolucionaria y los acontecimientos que siguieron, pero amputan a un buen numero de corrientes de izquierda de entre las más significativas que vivieron en el seno del Partido bolchevique (Ossinski, Miasnikov, Sapranov, etc.) y tienden a referirse solo de forma positiva cuando hablan de los líderes “oficiales” tales como Lenin o Trotski. Por lo que se refiere a la Izquierda alemana, el bordiguismo repite las deformaciones acumuladas contra ella por la Internacional comunista: que era anarquista, sindicalista, sectaria, etc., y precisamente en una época en la que la Internacional comunista empezó a abrir sus puertas al oportunismo. Para estos grupos, es lógico concluir que no hay lugar para debatir con las corrientes que provienen de esa tradición o que intentan realizar una síntesis de las contribuciones de las diferentes izquierdas.

Esta no fue en modo alguno la actitud adoptada por Bordiga, ya sea en los primeros años de la oleada revolucionaria, cuando el periódico Il Soviet abría sus páginas a todos aquellos que formaban parte de la Izquierda alemana o se encontraban en su órbita tales como Gorter, Pannekoek y Pankhurst; o bien en el periodo de retroceso, como en 1926, cuando Bordiga respondía muy fraternalmente a la correspondencia recibida del grupo de Korsch.

La Fracción italiana mantuvo esta actitud durante los años 1930. Bilan fue muy crítico respecto a las fáciles denigraciones que planteó la IC sobre la Izquierda germano-holandesa y abrió voluntariamente sus columnas a las contribuciones de esta corriente, como hizo por ejemplo para temas como el periodo de transición. Si bien es cierto que mantuvo profundos desacuerdos con los “internacionalistas holandeses” los respetó como una auténtica expresión del proletariado revolucionario.

Con la distancia que da el tiempo, podemos decir que sobre numerosas cuestiones cruciales, la Izquierda germano-holandesa llegó más rápidamente que la Izquierda italiana a conclusiones correctas: por ejemplo, sobre la naturaleza burguesa de los sindicatos; sobre la relación entre el partido y los consejos obreros; y sobre la cuestión tratada en este artículo: la naturaleza de la URSS y la tendencia general hacia el capitalismo de Estado.

En nuestro libro sobre la Izquierda holandesa, por ejemplo, señalamos que Otto Rühle, una de las principales figuras de la Izquierda alemana, había llegado a conclusiones muy avanzadas sobre el capitalismo de Estado desde 1931. «Uno de los primeros teóricos del comunismo de consejos que examinó en profundidad el fenómeno del capitalismo de estado fue Otto Rühle. En un encomiable libro de vanguardia, publicado en Berlín en 1931 bajo el seudónimo de Karl Steuermann, Rühle demostró que la tendencia hacia el capitalismo de Estado era irreversible y que ningún país podía evitarla, a causa de la naturaleza mundial de la crisis. El camino seguido por el capitalismo no era un cambio de naturaleza, sino de forma, con el objetivo de asegurar su supervivencia en tanto que sistema: “la formula para la salud del mundo capitalista es: cambio de forma, transformación de dirigentes, lavado de cara, sin renunciar a su objetivo principal que es la ganancia. La cuestión es buscar un medio que permita al capitalismo continuar a otro nivel, en otra etapa de evolución.”

«Rühle plateó, grosso modo, tres ­formas de capitalismo de Estado correspondientes a diferentes niveles de desarrollo. A causa de su retraso económico, Rusia representaría la forma extrema de capitalismo de Estado: “la economía planificada se introdujo en Rusia antes que la economía capitalista liberal hubiera llegado a su cenit, antes que su proceso vital la condujera a la senilidad.” En el caso de Rusia, el sector privado fue totalmente controlado y absorbido por el Estado. En  una economía capitalista más desarrollada como Alemania, ocurre lo contrario, el capitalismo privado tomó el control del Estado. Pero el resultado final fue idéntico: el reforzamiento del capitalismo de Estado. “Hay una tercera vía para llegar al capitalismo de Estado. No por la expropiación del capital por el Estado, sino por lo contrario: el capital privado se adueña del Estado.”

«El segundo método que podría ser considerado como una “mezcla” de los dos, corresponde a la apropiación gradual por el Estado de sectores del capital privado: “[el Estado] conquista una influencia creciente sobre el conjunto de la industria: poco a poco se convierte en el director de orquesta de toda la economía”.

«De todas formas, el capitalismo de Estado no puede ser en ningún caso una “solución” para el capitalismo. No representa más que un paliativo ante la crisis del sistema: “el capitalismo de Estado es siempre capitalismo (...) incluso bajo la forma de capitalismo de Estado, el capitalismo no puede esperar prolongar por largo tiempo su existencia. Las mismas dificultades y los mismo conflictos que le obligan a ir de la forma privada hacia la forma estatalizada reaparecen a un nivel superior.” Ninguna “internacionalización” del capitalismo podrá resolver los problemas del mercado: “la supresión de la crisis no es un problema de racionalización, de organización o de producción de crédito, es pura y simplemente el problema de vender.”»

A pesar de que, como precisa nuestro libro, la posición de Rühle contenía una contradicción en la medida en que él veía también al capitalismo de Estado como una especie de forma “superior” del capitalismo que prepararía la vía hacía el socialismo, su libro sigue siendo “una contribución de primer orden al marxismo”. En particular, cuando presenta al capitalismo de Estado como una tendencia universal del nuevo período, establece las bases para destruir la ilusión según la cual el régimen estalinista en Rusia representaría una excepción total respecto del resto del sistema mundial.

Rühle encarnaba al mismo tiempo las debilidades de la Izquierda alemana tanto como las indudables fuerzas que contenía. Primer delegado del KAPD al IIº Congreso de la Internacional comunista en 1920, Rühle vivió en primera línea la terrible burocratización que ya se había apoderado del Estado soviético. Pero, sin tomarse el tiempo de intentar comprender los orígenes de este proceso en el trágico aislamiento de la revolución, Rühle abandonó Rusia sin siquiera intentar defender las posiciones de su partido ante el Congreso, y rechazó inmediatamente cualquier posición de solidaridad con el asediado bastión ruso. Excluido del KAPD por esta transgresión, comenzó a desarrollar las bases del “consejismo”: la revolución rusa no era más que otra revolución burguesa, la forma de partido no servía más que a tales revoluciones; todos los partidos políticos eran burgueses por esencia, y por ello, era necesario fusionar los órganos económicos y políticos de la clase en una misma organización “unificada”. Muchos militantes en el seno de la Izquierda alemana no aceptaron estas ideas a lo largo de los años 20, e incluso durante los años 30, no fueron aceptadas universalmente entre todos los componentes del comunismo de consejos, como puede verse en el texto extraído de Räte Korrespondenz que hemos publicado en la Revista internacional nº 105. Pero, sin duda, tales posiciones causaron importantes estragos en la Izquierda germano-holandesa y aceleraron enormemente su hundimiento organizativo. Al mismo tiempo, al negar el carácter proletario de la Revolución rusa y del Partido bolchevique, tales posiciones bloquearon la posibilidad de comprender el proceso de degeneración al que ambos sucumbieron. Estas posiciones reflejan también, el peso real del anarquismo en el movimiento obrero alemán, y por ello permitieron que fuera mucho más fácil amalgamar toda la tradición de la Izquierda alemana con el anarquismo.

La Izquierda italiana: paulatim sed firmiter *

En el artículo precedente de esta serie, vimos que, en el seno del medio político que rodeaba la Oposición de izquierdas de Trotski, e incluso entre los grupos que se orientaban hacia las posiciones de la Izquierda comunista, existía una enorme confusión sobre la cuestión de la URSS a finales de los años 1920 y en el curso de los años 1930; en particular respecto a la idea de que la burocracia era una especie de nueva clase, no prevista por el ­marxismo, y ciertamente no era ésta la menor. Teniendo en cuenta la enorme debilidad teórica de la Izquierda germano-holandesa, no es sorprendente que la Izquierda italiana abordara este problema con enorme prudencia. Respecto a otros muchos grupos proletarios, esta reconoció muy lentamente la verdadera naturaleza de la Rusia estalinista. Pero, en la medida en que estaba firmemente anclada en el método marxista, sus últimas conclusiones fueron más coherentes y más profundas.

La Fracción abordó el “enigma ruso” del mismo modo que había abordado otros aspectos del “balance” que debía realizarse de los combates revolucionarios del período que siguió a la Primera Guerra mundial, y en consecuencia de todas las trágicas derrotas que sufrió la clase obrera; con paciencia y con rigor, evitando todo juicio precipitado, basándose en las lecciones históricas que los combates de clase habían establecido antes de poner en cuestión posiciones difícilmente alcanzadas. Respecto a la naturaleza de la URSS, la Fracción se situó en continuidad directa con la respuesta de Bordiga a Korsch, texto que examinamos en el anterior artículo de la serie: para ella lo que estaba claramente establecido, era el carácter proletario de la revolución de Octubre y del Partido bolchevique que la dirigió. De hecho, podemos decir que la comprensión profunda que tenía la Fracción sobre el período histórico abierto por la Primera Guerra mundial – la época de la decadencia del capitalismo – le permitió ver, más claramente que a Bordiga, que sólo la revolución proletaria estaba al orden del día de la historia, en todos los países. Por tanto, no perdió ni un minuto en especulaciones sobre el carácter “burgués” o “doble” de la Revolución rusa. Una idea que, como vimos, tuvo un impacto creciente en la Izquierda germano-holandesa. Para Bilan, rechazar el carácter proletario de la revolución de Octubre no podía ser más que el resultado de una especie de “nihilismo proletario”, de una verdadera perdida de ­confianza en la capacidad de la clase obrera para cumplir su propia revolución (la formula está extraída de un artículo de Vercesi: “El Estado soviético” de la serie “Partido, Internacional, Estado” en Bilan nº 21).

Nada de esto puede hacernos pre­suponer que la Fracción estuviera “casada” con la noción de “invariación del marxismo” tras 1848, noción que se ha convertido en un credo para los bordiguistas de hoy en día. Al contrario: desde los inicios – de hecho en el editorial del nº 1 de Bilan – se puso a exa­minar las lecciones de los recientes ­combates de clase “sin dogmatismo ni ostracismo”; y esto la llevó a exigir una revisión fundamental de algunas de las tesis de base de la Internacional comunista, por ejemplo, sobre la cuestión nacional. Por lo que respecta a la URSS, insistiendo siempre en la naturaleza proletaria de Octubre de 1917, reconoció también que en los años transcurridos se había producido una profunda transformación, de forma que, en lugar de ser un factor de extensión y defensa de la revolución mundial, el “Estado proletario” había jugado un papel contrarrevolucionario a escala mundial.

Un punto de partida, siempre crucial para la Fracción, era que las necesidades del proletariado a escala internacional eran en todo caso prioritarias sobre cualquier expresión local o nacional y que, bajo ninguna circunstancia se podía transigir con el principio del internacionalismo proletario. Es por ello por lo que el Partido comunista italiano defendió siempre la idea de que debía considerarse a la Internacional como único partido mundial y que sus decisiones debían obligar a todas las secciones, incluso si ellas, como en el caso de Rusia, detentaban el poder en ese país; por esta razón la Izquierda italiana se puso inmediatamente al lado de Trostki en su combate contra la teoría de Stalin del socialismo en un solo país.

De hecho para la Fracción, “... no sólo es imposible construir el socialismo en un solo país, sino también establecer sus bases. En el país donde el proletariado ha vencido, no se trata de realizar una condición del socialismo (a través de la libre gestión económica por parte del proletariado) sino únicamente salvaguardar la revolución, lo que exige el mantenimiento de todas las instituciones de clase del proletariado…”  (“Naturaleza y evolución de la revolución rusa- respuesta al camarada Henaut”, Bilan nº 35, septiembre 1936). Aquí la Fracción fue mucho más lejos que Trotski, que, con su teoría de la “acumulación socialista primitiva” consideró que Rusia había comenzado a plantear los fundamentos de una sociedad socialista, incluso si rechazaba lo que pretendía Stalin de que tal sociedad ya era una realidad. Para la Izquierda italiana, el proletariado no podía establecer más que su dominación política en un país, e incluso, esto estaría inevitablemente dificultado por el aislamiento de la revolución.

¿Internacionalismo o defensa de la URSS ?

Aún con todo, a pesar de su claridad en lo fundamental, la posición de la mayoría en el seno de la Fracción, era, en apariencia al menos, similar a la de Trotski: la URSS seguía siendo un Estado proletario, incluso si había sufrido una enorme degeneración, basándose en que la burguesía había sido expropiada y que la propiedad estaba en manos del Estado que había surgido de la Revolución de Octubre. La burocracia estalinista se definía como una capa parásita, pero no era considerada como una clase – ya se tratase de una clase capitalista o de una nueva clase no prevista por el marxismo: “... la burocracia rusa no es una clase, aún menos una clase dominante, teniendo en cuenta que no existen derechos particulares sobre la producción fuera de la propiedad de los medios de la producción y que en Rusia, y la colectivización subsiste en sus fundamentos. Es muy cierto que la burocracia rusa consume una amplia porción del trabajo social: pero también lo es para cualquier tipo de parasitismo social y no hay que confundirlo con explotación de clase” (“El problema del Periodo de transición”, 4ª parte, Bilan no 37, noviembre-diciembre 1936).

Durante los primeros años de vida de la Fracción no se resolvió la cuestión de saber si había que defender o no ese régimen, así en el primer número de Bilan, en 1933, se muestra tal ambigüedad al alertar al proletariado de una posible traición: “Las Fracciones de izquierda tienen el deber de alertar al proletariado del papel que leva ya desempeñando la URSS en el movimiento obrero, haciéndole ver ya desde hoy la evolución que va a tener el Estado proletario bajo la dirección del centrismo. Desde ahora la ausencia de solidaridad debe ser patente con la política que el centrismo impone al Estado obrero. Debe cundir la alerta en la clase obrera contra la posición que el centrismo impondrá al Estado ruso, una posición que no va en favor de sus intereses de clase sino contra ellos. Desde hoy hay que decir que el centrismo mañana traicionará los intereses del proletariado.

“La naturaleza de tal actitud vigorosa está destinada a llamar la atención de los proletarios, a alejar a los miembros del partido de las garras del centrismo, a defender realmente al Estado obrero. Solo ella moviliza las energías para la lucha que protegerá al proletariado de Octubre 1917” (“Hacia la internacional dos y tres cuartos”, Bilan nº 1, noviembre 1933).

La Fracción, al mismo tiempo, fue siempre muy consciente de la necesidad de seguir la evolución de la situación mundial y de tener un criterio cada vez más claro para juzgar la cuestión de la defensa de la URSS: ¿desempeñaba ésta o no un papel enteramente contrarrevolucionario a nivel internacional?, ¿Una política de defensa hacia ella mermaba la posibilidad de mantener un papel estrictamente internacionalista en todos los países? Si tal era el caso, eso tenía más importancia que saber si subsistían algunas “adquisiciones” concretas de la Revolución de Octubre dentro de Rusia. Y aquí, su punto de partida era radicalmente diferente al de Trotski, para quien el carácter “proletario” del régimen era en sí una justificación suficiente para una política de defensa cualquiera que fuera el papel de la URSS en el escenario mundial.

La actitud seguida por Bilan ante este problema estaba íntimamente ligada a su idea del curso histórico: a partir de 1933, la Fracción declaró con una creciente certitud que el proletariado había sufrido una derrota profunda, y que el curso se había abierto para una Segunda Guerra mundial. El triunfo del nazismo en Alemania fue una prueba de ello, el alistamiento del proletariado en los países “democráticos” tras la bandera del antifascismo fue otra, pero la última confirmación fue precisamente la “victoria del centrismo” (término con el que Bilan designaba todavía al estalinismo) dentro de la URSS y de los partidos comunistas al mismo tiempo, la incorporación creciente de la URSS en la marcha hacia un nuevo reparto imperialista del globo. Esto era evidente para Bilan en 1933, cuando la URSS fue reconocida por los Estado Unidos (un acontecimiento descrito como “Una victoria para la contrarrevolución mundial” en el titulo de un artículo de Bilan nº 2, diciembre de 1933); algunos meses más tarde se concedió a la URSS el derecho a ingresar en la SDN (Sociedad de Naciones, antepasado de la ONU): “El ingreso de Rusia en la S.D.N. plantea inmediatamente el problema de la participación de Rusia en uno de los bloques imperialistas de cara a la próxima guerra” (“La Rusia soviética entra en el concierto de los bandidos imperialistas”, Bilan nº 8, junio 1934). El brutal papel jugado contra la clase obrera por el estalinismo se confirmó a continuación por el papel que éste desempeñó en la masacre de los obreros en España, y por los juicios de Moscú, a través de los cuales una generación entera de revolucionarios fue barrida.

Esta evolución condujo a la Fracción a rechazar definitivamente toda política de defensa de la URSS lo que marcó un nuevo grado en la ruptura entre la Fracción y el trotskismo. Para éste último, existía una contradicción fundamental entre “el Estado proletario” y el capital mundial. Este tenía un interés objetivo en unirse contra la URSS, y por tanto era deber de los revolucionarios defenderla contra los ataques imperialistas. Al contrario, para Bilan, estaba claro que el mundo capitalista podía adaptarse fácilmente a la existencia del Estado soviético y de su economía nacionalizada tanto en el plano económico, y sobre todo, en el militar. Por ello, predijo con terrible exactitud que la URSS se integraría plenamente en uno de los dos bloques imperialistas que se alinearían para librar la futura guerra, si bien la cuestión de saber a qué bloque en particular se adscribiría aún no podía definirse. La Fracción demostró de forma muy explícita que la posición trotskista de defensa de la URSS solo podía conducir al abandono del internacionalismo ante la guerra imperialista: “Así, según los bolcheviques-leninistas en caso de “alianza de la URSS con un Estado imperialista o con un agrupamiento imperialista contra otro agrupamiento” el proletariado deberá defender a la URSS. El proletariado de un país aliado mantendrá su hostilidad implacable hacia su gobierno imperialista, pero prácticamente no podrá actuar en todas las circunstancias como proletariado de un país adversario de Rusia. Así, “sería, por ejemplo, absurdo y criminal, en caso de guerra entre la URSS y Japón, que el proletariado americano saboteara el envío de armas americanas a Rusia”.

“Nosotros, naturalmente no tenemos nada en común con esas posiciones. Una vez encadenada a la guerra imperialista, Rusia, no como objeto en sí, sino como instrumento de la guerra imperialista, debe ser considerada en función de la lucha por la revolución mundial, es decir, en función de la lucha por la insurrección proletaria en todos los países.

“Por otro lado, la posición de los bolcheviques-leninistas en nada se distingue ya de la de los centristas y los socialistas de izquierda. Hay que defender a Rusia, incluso si se alía con un Estado imperialista, si bien habría que mantener una lucha sin cuartel contra el “aliado”!! sin embargo, esta “lucha sin cuartel” contiene ya una traición de clase, desde el momento en el que se plantea la cuestión de prohibir la huelga contra la burguesía “aliada”. El arma específica de la lucha proletaria es precisamente la huelga e impedirlo contra una burguesía, es en realidad reforzar sus posiciones e impedir toda lucha real. ¿Cómo pueden los obreros de una burguesía aliada a Rusia mantener una lucha sin cuartel contra ella, si no pueden desencadenar movimientos de huelga?

“Pensamos que en caso de guerra, el proletariado de todos los países, incluyendo a Rusia, tiene como deber concentrar su energía para la transformación de la guerra imperialista en guerra civil. La participación de la URSS en una guerra de rapiña no modificará el carácter esencial de ésta, y el Estado proletario no podrá sino caer bajo los golpes de contradicciones sociales que tal participación implicaría” (“De la Internacional dos y tres cuartos a la Segunda internacional”, Bilan nº 10, agosto 1934). Este pasaje es particularmente profético: para los trotskistas, la “defensa de la URSS” se convierte en un simple pretexto para la defensa de los intereses nacionales de sus propios países.

Lejos de ser una fuerza intrínseca hostil al capital nacional, la burocracia estalinista era percibida como su agente, como una fuerza a través de la cual la clase obrera rusa sufría la explotación capitalista. En numerosos artículos, Bilan demostró con fuerza y detalle que esta explotación era precisamente eso, una forma de explotación capitalista: “En Rusia, como en los otros países, la carrera desenfrenada de industrialización conduce inexorablemente a hacer del hombre una pieza del engranaje mecánico de les producción industrial. El vertiginoso nivel alcanzado por el desarrollo de la técnica impone una organización socialista de la sociedad. El progreso incesante de la industrialización debe armonizarse con los intereses de los trabajadores, de otro modo estos últimos se convierten en sus prisioneros y, en fin, en esclavos de las fuerzas de la economía. El régimen capitalista es la expresión de esta esclavitud ya que, a través de cataclismos económicos y sociales, encuentra la fuente de su dominación sobre la clase obrera. En Rusia las construcciones gigantescas de fábricas se realizan bajo el imperio de la ley de la acumulación capitalista, y los trabajadores están sujetos irremisiblemente a la lógica de esta industrialización: aquí accidentes de ferrocarril, allá explosión en las minas, por todas partes catástrofes en los talleres” (“El juicio de Moscú”, Bilan nº 39, enero-febrero 1937). Además Bilan reconoce que la naturaleza extremadamente violenta de esa explotación viene determinada por el hecho de que la “construcción del socialismo” por la URSS, la industrialización acelerada de los años 30, eran de hecho la construcción de una economía de guerra en el contexto de preparación del próximo holocausto mundial: “La URSS, como los Estados capitalistas con los que se ha aliado, debe preparase para una guerra que se anuncia cada vez más cercana: la industria esencial de la economía debe ser, por tanto, la del armamento que necesita una cantidad de capitales ingente” (“El asesinato de Kyrov, la supresión de los racionamientos de pan en el URSS”, Bilan nº 14, enero 1935). Todavía más: “La burocracia centrista rusa extrae la plusvalía de sus obreros y de sus campesinos con vistas a la preparación de la guerra. La Revolución de Octubre surgida de la lucha contra la guerra imperialista de 1914, es explotada por los epígonos degenerados para empujar a las nuevas generaciones a la próxima guerra imperialista” (“La carnicería de Moscú”, Bilan nº 34, agosto-septiembre 1936).

Aquí, la contradicción con el método de Trotski es claramente evidente: mientras que Trotski no podía impedir en La Revolución traicionada cantar las loas de las enormes “realizaciones” económicas de la URSS que vendrían a demostrar la “superioridad del socialismo”, Bilan replicaba que en ningún caso el progreso hacia el socialismo podía medirse por el crecimiento del capital constante, sino que únicamente podía hacerse valorando la mejora real de las condiciones de vida y trabajo de las masas. “Pero si la burguesía establece en su Biblia la necesidad de un crecimiento continuo de la plusvalía con el fin de convertirla en capital, en interés común de todas las clases (sic!!), el proletariado al contrario debe actuar en el sentido de una disminución constante del trabajo no remunerado que conlleva inevitablemente como consecuencia un ritmo de acumulación subsiguiente extremadamente lento respecto a la economía capitalista...”  (“El Estado soviético”, Bilan nº 21, julio-agosto 1935). Además, esta visión encontraba sus raíces en la comprensión que Bilan tenía de la decadencia del capitalismo: la negativa a reconocer que la industrialización estalinista era un fenómeno “progresista” no se basaba sólo en el reconocimiento de que no solo se apoyaba en la miseria absoluta de las masas, sino también en la comprensión de su función histórica de participante en la preparación de la guerra imperialista que es, en sí misma, la expresión más patente de la naturaleza regresiva del sistema capitalista.

Si recordamos también que Bilan estaba perfectamente al corriente de ese pasaje del Anti-Dühring en el que Engels rechaza la idea de que la estatalización tenga, en sí misma, un carácter socialista; y que utilizó más de una vez ese argumento para rebatir a los apologistas del estalinismo (ver “El Estado soviético”, op. cit., “Problemas del período de transición”, Bilan nº 37), nos daremos cuenta de lo que Bilan se aproximó a una visión de la URSS bajo Stalin, como un régimen capitalista e imperialista. Finalmente debía igualmente reconocer que el capitalismo, en todas partes, se apoyaba cada vez más en la intervención del Estado para escapar de los efectos del hundimiento económico mundial y para prepararse para la guerra que se avecinaba. El mejor ejemplo de este análisis está contenido en los artículos sobre el plan De Man en Bélgica de los números 4 y 5 de Bilan. No podía ignorar las similitudes existentes entre lo que estaba pasando en la Alemania nazi, en los países democráticos y en la URSS.

Y sin embargo, Bilan, dudaba aún en librarse de la idea de que la URSS fuese un Estado proletario. Era perfectamente consciente de que el proletariado ruso era explotado, pero pensaba que esa relación de explotación le venía impuesta por el capital mundial sin la mediación de una burguesía nacional, de manera que la burocracia estalinista era vista como “un agente del capital mundial” más que como una expresión del capital nacional ruso con su propia dinámica imperialista. Esta insistencia en el papel primordial del capital mundial estaba en completa coherencia con su visión internacionalista y su profunda comprensión de que el capitalismo es, ante todo, un sistema global de dominación. Pero el capital global, la economía mundial, no es una abstracción que pueda existir al margen del enfrentamiento entre los capitales nacionales concurrentes. Esta era la última pieza del rompecabezas que le faltó a la Fracción para lograr terminarlo.

Al mismo tiempo, en los últimos escritos empieza a verse una intuición cada vez mayor de que sus posiciones son contradictorias y que sus argumentos a favor de la tesis del “Estado proletario” son cada vez más defensivos y menos consistentes:

“Pese a la revolución de Octubre, tendrá que ser barrido el edificio construido sobre el martirio de los obreros rusos, desde la primera a la última piedra, pues sólo así podrá afirmarse una posición de clase en la URSS. Negar la «construcción del socialismo» para conseguir la revolución proletaria: aquí ha llevado la evolución de los últimos años al proletariado ruso. Si se nos pone como objeción que la idea de la revolución proletaria contra el Estado proletario es un sin sentido, que se trata de armonizar los fenómenos y llamar a ese Estado, Estado burgués, respondemos que quienes razonan así no hacen más que expresar una confusión sobre el problema ya tratado por nuestros maestros: las relaciones entre el proletariado y el Estado, confusión que les conducirá al otro extremo: la participación en la Unión Sagrada en torno al Estado capitalista de Cataluña. Lo que prueba que tanto por parte de Trotski quien, so pretexto de defender las conquistas de Octubre, defiende el Estado ruso, y por parte de quienes hablan de un Estado capitalista en Rusia, hay una alteración del marxismo que conduce a estas gentes a defender el Estado capitalista amenazado en España” (“Cuando habla el carnicero”, Bilan nº 41, mayo-junio 1937). Esta argumentación estaba muy fuertemente marcada por la polémica que mantenían con grupos como la Unión comunista y la Liga de los comunistas internacionalistas, sobre la guerra de España; pero no consigue establecer bien la relación lógica entre la defensa de la guerra imperialista en España, y la conclusión de que Rusia se ha convertido en un Estado capitalista.

De hecho algunos camaradas de la propia Fracción comenzaron a poner en cuestión la tesis del Estado proletario, y no se trataba en absoluto de los mismos que cayeron bajo la influencia de grupos como la Unión o la Liga sobre el problema de España. Pero fuera cual fuera la discusión sobre ese tema en el seno de la Fracción en la segunda mitad de los años 30, resultó eclipsada por otro debate provocado por el desarrollo de la economía de guerra a escala internacional: el debate con Vercesi, el cual empezaba a defender que la economía de guerra a que había recurrido el capitalismo, había absorbido la crisis y eliminado la necesidad de otra guerra mundial. La Fracción resultó literalmente agotada por este debate y, dado que las ideas de Vercesi eran las que mayor influencia tenían en un mayor número de militantes, la Fracción se encontró, cuando estalló la guerra, en la más completa desorientación (ver nuestro libro La Izquierda comunista de Italia, para una más amplia reseña del desarrollo de este debate).

Siempre se había tenido como un axioma que la guerra acabaría por aclarar el problema de la URSS. Y así fue. No es casualidad que aquellos que se opusieron al revisionismo de Vercesi, fueron también quienes llamaron más activamente a la reconstitución de la Fracción italiana y a la formación del Núcleo francés de la Izquierda comunista. Fueron esos mismos camaradas los que desarrollaron el debate sobre la cuestión de la URSS. En su declaración de principios inicial, el Núcleo francés definía aún la URSS como un “instrumento del capitalismo mundial”. Pero en 1944 la posición de la mayoría estaba perfectamente clara: “La vanguardia comunista será capaz de llevar a cabo su tarea de guiar al proletariado hacia la revolución en la medida en que sea capaz de liberarse ella misma de la gran mentira de la «naturaleza proletaria» del Estado ruso, y de quitarle la careta mostrando lo que es, revelando su naturaleza y su función capitalistas contrarrevolucionarias.

“Basta señalar que el objetivo de la producción sigue siendo la extracción de plusvalía, para afirmar el carácter capitalista de la economía. El Estado ruso ha participado en el curso hacia la guerra, no sólo a causa de su función contrarrevolucionaria en el aplastamiento del proletariado, sino por su propia naturaleza capitalista, por su necesidad de defender sus fuentes de materias primas, a través de la necesidad de asegurarse un lugar en el mercado mundial donde realizar su plusvalía, por el deseo, por la necesidad de ampliar sus esferas de influencia y de abrirse rutas de acceso” (“La naturaleza no proletaria del Estado ruso y su función  contrarrevolucionaria”, Boletín internacional de discusión nº 6, junio de 1944). La URSS tenía su propia dinámica imperialista que encontraba su origen en el proceso de acumulación; se veía impulsada a la expansión puesto que la acumulación no puede realizarse en un circuito cerrado, la burocracia era pues una clase dirigente en todos los sentidos del término. Estas previsiones fueron ampliamente confirmadas por la brutal expansión de la URSS en dirección a la Europa del Este al final de la guerra.

El proceso de clarificación continuó tras la guerra sobre todo, también esta vez, en el grupo francés que tomó el nombre de Izquierda comunista de Francia. Las discusiones continuaron también en el Partito communista internazionalista (PCInt) recién formado, pero desgraciadamente no son bien conocidas. Parece ser que existía una enorme heterogeneidad. Algunos camaradas del PCInt desarrollaron posiciones próximas a las de la GCF, mientras que otros se sumieron en la confusión. El artículo de la GCF: “Propiedad privada y propiedad colectiva”, Internationalisme nº 10, 1946 (reproducido en la Revista Internacional nº 61) critica a Vercesi que había vuelto a unirse al PCInt, porque éste mantenía la ilusión de que, incluso después de la guerra, la URSS todavía podía ser definida como un Estado proletario. En cuanto a Bordiga recurría en ese momento a un término carente de sentido como era el de “industrialismo de Estado”, y, aún cuando más tarde acabó considerando a la URSS como capitalista, jamás aceptó el término de capitalismo de Estado y su significado como expresión de la decadencia del capitalismo. En ese artículo del número 10 de Internationalisme, se encuentran, en cambio, reunidos todos los elementos esenciales del problema. En sus estudios teóricos de finales de los años 40 y principios de los 50, la GCF los reúne en un todo homogéneo. El capitalismo de Estado es analizado como “la forma correspondiente a la fase decadente del capitalismo, como el capitalismo de monopolios lo fue a su fase de pleno desarrollo”. Es más, no se trataba de algo limitado únicamente a Rusia: “el capitalismo de Estado no es patrimonio de una fracción de la burguesía o de una escuela ideológica particular. Le vemos instaurarse tanto en la América democrática como en la Alemania hitleriana, tanto en la Inglaterra laborista, como en la Rusia soviética”.  Superando la mistificación que establece que la abolición de la “propiedad privada” individual permitiría eliminar el capitalismo, la GCF fue capaz de situar su análisis sobre las raíces materiales de la producción capitalista.

“La experiencia rusa nos enseña y nos recuerda que no son los capitalistas los que hacen el capitalismo. Más bien al contrario: es el capitalismo el que engendra a los capitalistas, (...). El principio capitalista de la producción puede existir tras la desaparición jurídica e incluso efectiva de los capitalistas beneficiarios de la plusvalía. En tal caso, la plusvalía, al igual que bajo el capitalismo privado, será invertida de nuevo en el proceso de producción con miras a la extracción de una masa todavía mayor de plusvalía.

“A corto plazo, la existencia de la plusvalía engendrará a los hombres que formen la clase destinada a apropiarse del usufructo de la plusvalía. La función crea el órgano. Ya sean los parásitos, los burócratas o los técnicos, ya sea que la plusvalía se reparta de manera directa o indirecta por medio del Estado, mediante salarios elevados o dividendos proporcionales a las acciones y préstamos de Estado (como ocurre en Rusia), todo ello no cambia para nada el hecho fundamental de que nos hallamos ante una nueva clase capitalista”.

La GCF, en continuidad con los estudios de Bilan acerca del período de transición, saca todas las implicaciones necesarias para la política económica que el proletariado ha de adoptar tras la toma del poder político. De una parte negarse a identificar estatalización con socialismo, y reconocer que, tras la desaparición de los capitalistas privados, “la temible amenaza de una vuelta al capitalismo procederá esencialmente del sector estatificado. Tanto más por cuanto el capitalismo encuentra en éste su forma más impersonal, o por así decirlo etérea. La estatalización puede servir para camuflar, por largo tiempo, un proceso opuesto al socialismo” (ídem). Por otro lado, la necesidad de que la política económica del proletariado se dedique a atacar radicalmente al proceso básico de la acumulación del capital: “el principio capitalista de predominio del trabajo acumulado sobre el trabajo vivo para la producción de plusvalía debe ser sustituido por el principio del predominio del trabajo vivo sobre el trabajo acumulado con miras a la producción de productos de consumo para satisfacer a los miembros de la sociedad” (ídem). Esto no quiere decir que será posible abolir el sobretrabajo como tal, sobre todo inmediatamente tras la revolución cuando sea necesario todo un proceso de reconstrucción social. Sin embargo la tendencia a la inversión de la relación capitalista entre lo que el proletariado produce y lo que consume “podrá servir de indicación de la evolución de la economía y ser el barómetro que indique la naturaleza de clase de la producción” (ídem).

oOo

No es casualidad si la GCF no dudó en incluir los análisis más perspicaces de la Izquierda germano-holandesa en sus bases programáticas. En el período de posguerra, la GCF dedicó un importante esfuerzo a reanudar el diálogo con esa rama de la Izquierda comunista (ver nuestro folleto La Izquierda comunista en Francia). Su claridad sobre cuestiones tales como el papel de los sindicatos y las relaciones entre el partido y los consejos obreros, provienen sin la menor duda de este trabajo de síntesis. Lo mismo puede decirse de su comprensión de la cuestión del capitalismo de Estado: las previsiones desarrolladas por la Izquierda alemana algunas décadas antes, quedaban ahora integradas en la coherencia teórica global de la Fracción italiana.

Esto no quiere decir que el problema del capitalismo de Estado quedase definitivamente cerrado. Así en particular el hundimiento de los regímenes estalinistas a finales de los años 1980, exigió un esfuerzo de profundización y de clarificación sobre cómo afectó la crisis económica capitalista a esos regímenes, arrastrándolos al abismo. Pero la cuestión rusa es la que determinó, neta y definitivamente, al final del segundo holocausto imperialista, la frontera de clase: a partir de ese momento, sólo quienes reconocían el carácter capitalista e imperialista de los regímenes estali­nistas podían permanecer en el campo proletario y defender los principios internacionalistas frente a la guerra impe­rialista. Como prueba, en negativo, tenemos la trayectoria del trotskismo cuya posición de defensa de la URSS lo llevó a traicionar el internacionalismo durante la guerra, y cuya adhesión a la tesis del “Estado obrero degenerado” lo llevó a una defensa del bloque imperialista ruso durante la época de la guerra fría. La prueba, en positivo, la proporcionan los grupos de la Izquierda comunista, cuya capacidad de defender y desarrollar el marxismo durante el período de la decadencia del capitalismo les ha permitido, finalmente, resolver el enigma ruso y preservar la bandera del verdadero comunismo frente a los intentos de mancillarlo por parte de la propaganda burguesa.

CDW 

 

Series: 

  • El comunismo no es un bello ideal, sino que está al orden del día de la historia [5]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • La Izquierda italiana [6]

Acontecimientos históricos: 

  • Enigma ruso [7]

Cuestiones teóricas: 

  • Comunismo [8]

Correspondencia - Teoría de las crisis y decadencia (II)

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Correspondencia

Teoría de las crisis y decadencia (II)

Publicamos a continuación la segunda parte del correo publicado en el número precedente que nos ha hecho llegar uno de nuestros contactos próximos que expresa un desacuerdo con nuestra posición sobre las explicaciones económicas de la decadencia del capitalismo.

En el texto que sigue, continuamos el desarrollo de nuestra respuesta que iniciamos en el número precedente y que se concentra esencialmente sobre el método para llevar el debate. En realidad, no abordamos directamente las cuestiones y la crítica que el camarada nos dirige en esta segunda parte de su correo. Volveremos sobre ello en un próximo artículo en particular para responder a la cuestión
de la reconstrucción de posguerra en los años 50 y 60 que no puede explicarse únicamente por la desvalorización del capital constante
y el aumento de la parte de capital variable en la composición orgánica del capital a consecuencia de la guerra, por mucho que lo piensen
así el camarada y la CWO. Estamos de acuerdo que es una cuestión importante que debemos discutir y clarificar.

Igualmente, volveremos sobre la visión que el camarada nos atribuye sobre la relación entre el “interés económico” y la guerra imperialista. No pretendemos negar el peso del interés económico como factor de la guerra imperialista en el periodo de decadencia. La cuestión es: ¿cómo juega y a qué nivel? ¿A nivel inmediato de conquista de territorios y mercados o bien en términos más generales e históricos? ¿Cuál es la relación entre los factores económicos y los factores geoestratégicos? ¿Cuál es el factor determinante en la dinámica misma de estas rivalidades?. Para ser más concretos ¿por qué por ejemplo los antagonismos imperialistas no se han identificado con las principales rivalidades económicas durante el periodo del bloque imperialista americano –que reagrupaba a las principales potencias económicas del mundo- y el bloque imperialista ruso, durante el periodo 1945-89?

Más allá de su aspecto teórico, las respuestas a estas cuestiones determinan diferentes análisis de la situación concreta, diferentes posturas y sobre todo diferentes intervenciones de los revolucionarios en la situación, como hemos podido constatar una vez más con las guerras de Kosovo o de Chechenia. Tales son las razones por las cuales pensamos que se trata de debates importantes que sometemos a la lectura, la discusión y la crítica.

La baja de la tasa de ganancia, la guerra imperialista y el periodo de reconstrucción

En su ensayo “Guerra y acumulación” (Revolutionary Perspective nº 16, Antigua serie, páginas 15-17), la CWO ha mostrado de forma convincente cómo el análisis de Marx de la baja de la tasa de ganancia explica el periodo de reconstrucción (n.b.: la teoría de las crisis de la CWO combina de forma ecléctica el análisis de Marx de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia con el análisis de Grossmann-Mattick. En esta discusión, sin embargo, la CWO sigue exclusivamente el análisis de Marx).

«Durante una guerra – hablamos aquí de las guerras totales del siglo XX – la masa de capital existente se devalúa simplemente porque ella se gasta hasta el extremo y no se ve reemplazada por nuevo capital; en términos de volumen del aparato productivo es el mismo que el de antes de la guerra, pero en términos de valor no ocurre así, dado su envejecimiento y su sobreutilización. El sentido de toda producción para el esfuerzo de guerra asegura esto: la producción de las fábricas del Sector I se desvía de las máquinas herramientas hacia los armamentos, y las máquinas envejecidas, que son técnicamente obsoletas antes de que todo su valor C esté fuera de uso, son utilizadas hasta el último jugo, para economizar capital. En tiempos de paz, los capitalistas que no dejan de aumentar esta composición de su capital son obligados a hacerlo, pero no en tiempos de guerra. El control del Estado sobre la economía y el esfuerzo de guerra introducen tales limitaciones a la competencia y tal sistema de pedidos garantizados, que el capitalista no tiene estimulante y no tiene la obligación de reconstituir y mejorar su aparato productivo...

“No se trata únicamente de que la masa de capital era de un valor menor en 1949 que en 1939 (principalmente debido más a la devaluación que a la destrucción) sino también que la composición del capital había caído en los años de guerra, debido a la introducción del ejército de reserva de trabajo (parados, mujeres) en la producción, en general basándose en la introducción masiva de la jornada de trabajo en 3 equipos y en la semana de 6 días; la composición del capital cae porque el mismo C era utilizado por una fuerza de trabajo más importante, es decir, que V aumentaba...

“Sobre la base de esa tasa elevada y de esa masa de ganancia, la reconstitución gradual de las fuerzas productivas se produjo tras la Segunda Guerra mundial... En una situación donde una masa de capital devaluado existía, toda reconstitución de las fuerzas productivas (aunque sea con máquinas similares sin incrementar su valor) debía llevar a un crecimiento fenomenal de la productividad. Si esta última crece más rápido que la composición del capital, la tasa de ganancia no baja, al contrario, tiende a aumentar... Por tanto, la burguesía no tenía que preocuparse de la acumulación en los años 50; la guerra había resuelto el problema restableciendo las bases para una producción con ganancias».*

Esta explicación clara por parte de la CWO supone una demolición de la confusa crítica que hace la CCI de la tasa de ganancia como explicación de la reconstrucción capitalista.

«El hic consiste en que jamás se ha probado que con las recuperaciones que han seguido a las guerras mundiales, la composición orgánica del capital haya sido inferior a lo que fue en la víspera. En realidad se trata de lo contrario. Si tomamos el caso de la Segunda Guerra Mundial está claro que en los países afectados por las destrucciones de la guerra, la productividad media del trabajo y, por consiguiente, la relación entre el capital constante y el capital variable, alcanzó rápidamente, desde el comienzo de los años 50, el nivel que tenía en 1939. De hecho, el potencial productivo que se reconstituyó era considerablemente más moderno que el que se había destruido... Por consiguiente, el periodo de ‘prosperidad’ que acompaña a la reconstrucción se prolonga mucho más lejos (en realidad hasta mediados de los años 60) del momento en que el potencial productivo de antes de la guerra quedó reconstruido, haciendo que la composición orgánica volviera a tener su valor precedente» (Revista internacional nº 77: “El rechazo de la noción de decadencia conduce a la desmovilización del proletariado frente a la guerra”).

 El verdadero “problema” es que la CCI, como su mentor Rosa Luxemburgo, no comprende el análisis de Marx sobre la baja de la tasa de ganancia.

Las confusiones económicas de la CCI

La CCI se encuentra en una situación embarazosa porque, por una parte, defiende la posición marxista según la cual la decadencia no significa cese total del crecimiento de las fuerzas productivas, pero, por otra parte, defiende una teoría de las crisis cuya conclusión lógica es precisamente ese resultado. (En la teoría de las crisis de Rosa Luxemburgo los mercados extracapitalistas son la condición sine qua non de la acumulación capitalista. Por tanto, cuando esos mercados están agotados, la acumulación ha alcanzado su límite económico absoluto. En efecto, la destrucción continua de los mercados extracapitalistas significa que el capital total no puede superar ese límite pero también que debe necesariamente disminuir).

La CCI, sin embargo, ignora la contradicción flagrante entre el desarrollo real del capitalismo y la conclusión lógica de su análisis económico según el cual hay un techo al crecimiento capitalista, hay un límite económico absoluto a la acumulación capitalista (Henryk Grossmann llega también a la misma conclusión lógica).

Esta contradicción obliga a la CCI a una conclusión ridícula sobre la naturaleza de la guerra imperialista: piensa que la guerra no tiene una función económica en el capitalismo decadente ([1]). El absurdo total de esa idea es desconcertante, del mismo tipo que la de los bordiguistas sobre la invariación del programa.

En otros términos, la CCI dice que la posición marxista según la cual en la decadencia el capitalismo deja de cumplir una función progresista (económica o de otro tipo) para la humanidad, es idéntica a la posición según la cual la guerra imperialista no cumple una función económica para el capitalismo. La CCI hace las cosas todavía más confusas al asimilar esta última idea con la noción falsa del BIPR según la cual toda guerra en la decadencia tiene un móvil económico inmediato ([2]).

(Esa idea de que las guerras imperialistas no tienen un papel económico para el capitalismo es coherente con la teoría luxemburguista de las crisis de los mercados precapitalistas de la CCI. Después de todo, en esta teoría, una vez que los mercados precapitalistas se han agotado, la continuación de la acumulación a nivel del capital total se hace imposible. Y si la acumulación capitalista ha alcanzado un límite absoluto entonces nada, ni siquiera la guerra imperialista, puede invertir esta situación. Por consiguiente, la guerra imperialista no puede tener ninguna función económica).

La CCI argumenta que la guerra imperialista no tiene una función económica. Pero si la guerra imperialista no tiene una función económica ¿cómo explicar los periodos de reconstrucción del capital cuya existencia es reconocida por la CCI y que reconoce incluso que el que sobrevino tras la Segunda Guerra mundial condujo a una expansión económica que ha superado notablemente el capitalismo de preguerra?

¿Por qué la CCI, cuyo programa y práctica política es la más coherente de todos los grupos de la Izquierda Comunista, que ha sabido librarse del sectarismo, el oportunismo y el centrismo que marcan al BIPR y a los bordiguistas, cae en una confusión tan profunda en el dominio de la economía?

La respuesta está en su luxemburguismo económico. Contrariamente a las ilusiones de la CCI, Rosa Luxemburgo desarrolló su teoría alternativa de las crisis porque no comprendió el método de El Capital; en particular, pensó de forma errónea que los esquemas de la reproducción del Volumen II de El Capital tenían como objetivo dar directamente una imagen de la realidad capitalista concreta. La contradicción aparente entre los esquemas y la realidad histórica la empujaron a creer que los esquemas eran falsos, sin embargo, lo que era falso era el empirismo parcial de su enfoque; pues su “descubrimiento” según el cual el capitalismo no podía acumular sin los mercados capitalista deriva de su adopción errónea del punto de vista del capitalista individual. Sus concesiones al empirismo le impidieron captar la validez del análisis de Marx sobre la tasa de ganancia y la arrastraron a una interpretación mecanicista de la crisis mortal de la acumulación capitalista.

Yo considero las explicaciones económicas específicas de Rosa Luxemburgo y Henryk Grossmann de la decadencia capitalista como teorías económicas revisionistas porque se basan en una mala comprensión del método de El Capital: «La ortodoxia en cuestiones de ­marxismo se ciñe casi exclusivamente al método. Solamente ateniéndose a la vía de sus fundadores se puede desarrollar, extender y profundizar. Esta convicción se basa en la observación de que todas las tentativas de superar o ‘mejorar’ dicho método han llevado, inevitablemente, a banalidades, a tonterías y al eclecticismo» ([3]).

Por supuesto, pese a sus teorías económicas revisionistas, existía una frontera de clase entre Rosa Luxemburgo y Henryk Grossmann: la primera fue una revolucionaria marxista por sus posiciones políticas mientras que Henryk Grossmann fue un estalinista reaccionario.

El dogmatismo de la CCI

«No puede haber dogmatismo cuando el criterio supremo y único de una doctrina está en conformidad con el proceso real de desarrollo económico y social» ([4]).

 La CCI se niega a reconocer que dado que los mercados precapitalistas son una condición sine qua non de la acumulación capitalista en las teorías de Rosa Luxemburgo, esto tendría consecuencias particulares e inevitables para el desarrollo capitalista si fuera verdad. Dicho de otra forma, su teoría de las crisis hace predicciones específicas sobre el desarrollo capitalista. Sin embargo, “el proceso real de desarrollo económico y social” ha mostrado sin equívocos la falsedad de estas predicciones y, por consiguiente, la falsedad de sus teorías económicas. La CCI continúa a pesar de todo defendiendo la validez de estas teorías económicas. A eso se le llama dogmatismo.

Además, no se puede calificar de otra manera que dogmatismo el que la CCI continúe considerando el análisis de Henryk Grossmann de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia como idéntico al de Marx en El Capital, cuando sabe desde hace mucho tiempo que la crítica de Henryk Grossmann realizada por Antón Pannehoek en La teoría del hundimiento del capitalismo ([5]) muestra claramente las diferencias fundamentales entre ambos. Además, ese artículo así como los escritos del BIPR – particularmente los de la CWO – deberían aclarar a la CCI que el BIPR combina de manera ecléctica la teoría económica de Grossmann con la de Marx.

La CCI se refiere a los numerosos artículos que ha escrito sobre las teorías económicas como un signo de su determinación para que se establezca la claridad sobre este tema ([6]). Sin embargo, en la práctica esto quiere decir que la CCI ha repetido simplemente los mismos argumentos una y otra vez, ignorando y eludiendo las críticas convincentes que le han dirigido otras corrientes comunistas. Es verdad que la CCI responde con críticas a estas corrientes que a menudo son correctas en sí mismas, pero que no son pertinentes respecto a la validez de las críticas específicas que estas corrientes plantean en un primer nivel. Por ejemplo: la CCI señala correctamente que el BIPR y especialmente los bordiguistas tienen tendencia a analizar el capitalismo desde el punto de vista de una nación tomada aisladamente.

Que la CCI defienda todavía las teorías económicas defectuosas del luxemburguismo, 25 años después de su formación hace pensar que existe un clima político interno que desanima, o al menos no estimula, a profundizar sobre las teorías económicas de la decadencia. Una cosa justa es afirmar como lo hace la CCI que las divergencias sobre las teorías económicas no deberían constituir un obstáculo a la unidad política y al agrupamiento. Pero otra cosa muy distinta es que esto ha significado para la CCI, en la práctica, evitar la claridad máxima sobre esta cuestión; esto ha significado un estancamiento teórico.

Francamente hablando, la CCI al defender sus teorías económicas luxemburguistas, exhibe la misma indiferencia por la precisión y el rigor que el BIPR y los bordiguistas tienen para justificar su política sectaria, centrista y oportunista. Es inútil añadir que las depauperadas teorías económicas de la CCI dan crédito a los ataques a su programa político que realizan el BIPR y los bordiguistas puesto que muchas de las críticas que dichas corrientes hacen a la CCI son válidas.

La devoción dogmática que la CCI profesa a las teorías económicas de Rosa Luxemburgo, que en mi opinión recuerda la actitud idólatra que los bordiguistas tienen hacia Lenin, ciega a la organización sobre el desnivel que existe entre su perspicacia política sobre el imperialismo y sus teorías económicas revisionistas ([7]).

Si la CCI quiere tener un fundamento económico marxista coherente para su programa político, debe abandonar fatalmente la teoría de las crisis errónea de Rosa Luxemburgo y sustituirla por el análisis de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia de El Capital.

El eclecticismo en la teoría de las crisis del BIPR y de la CCI

Como ha observado la CWO sobre el punto de vista ecléctico de las teorías económicas de la CCI: «Como Luxemburgo, su referencia a la baja de la tasa de ganancia se hace simplemente para dar una explicación satisfactoria de los hechos (como, por ejemplo, por qué el capitalismo buscaba mercados lejos de las metrópolis durante la acumulación primitiva) o para explicar elementos del desarrollo del capitalismo, todo ello con una óptica puramente de los mercados, no se puede hacer (por ejemplo, por qué la concentración del capitalismo ha precedido la carrera hacia la conquista de las colonias y por qué el grueso del desarrollo comercial ha proseguido en este periodo entre las potencias capitalistas avanzadas)» ([8]).

Sin embargo, el mismo BIPR cae en una teoría ecléctica y confusa pues combina las teorías de las crisis de Henryk Grossmann y de Marx. En efecto, cree que «la contribución [de Grossmann] ha consistido en mostrar la significación del papel de la masa de plusvalía en la determinación de la naturaleza exacta de la crisis» ([9]). El BIPR no consigue darse cuenta de que esa pretendida perspicacia de Grossmann está ligada de forma inextricable a una concepción mecanicista y de sentido único de la acumulación capitalista. Al contrario que Marx, examina la baja de la tasa de ganancia solamente en términos de producción de plusvalía ignorando el papel de la circulación y la distribución de la plusvalía. De ello resulta que llega a la conclusión errónea de que el capital es exportado a las naciones extranjeras no tanto – como Marx decía – para maximizar la plusvalía sino porque hay «una falta de posibilidades de inversión a nivel nacional» ([10]) (lo que se concreta en la falsa idea según la cual el capital es exportado «porque no puede ser utilizado a nivel nacional» ([11]), cosa que Marx ha criticado en el Volumen tercero de El Capital). Todo lo cual expresa su concepción mecanicista de la crisis mortal del capitalismo.

La postura ecléctica de las dos corrientes les permite seleccionar y escoger en las diferentes teorías de la crisis como si se estuviera en autoservicio. Por plausible que parezca en realidad defienden dos perspectivas diametralmente opuestas: el punto de vista mecanicista de la burguesía y el punto de vista dialéctico del proletariado (es verdad que la CCI y el BIPR critican ciertos aspectos de las teorías de las crisis respectivamente de Rosa Luxemburgo y de Grossmann-Mattick. Pero como siguen defendiendo el núcleo de los análisis económicos de esas teorías, también siguen defendiendo las concepciones mecanicistas en que se basan).

Nuestra respuesta – II

El pretendido empirismo de Rosa Luxemburg

Bujarin, Raya Dunayeskavya y otros críticos de Rosa Luxemburg que cita el compañero, dicen que Rosa se equivoca al buscar en causas externas las razones de la crisis del capitalismo ([12]). Pero el mercado mundial y las economías precapitalistas no son nada externo al sistema sino su propio medio ambiente de desarrollo y confrontación. Si se pretende que el capitalismo puede desarrollar su acumulación dentro de sus propios límites se está diciendo que es un sistema históricamente ilimitado y que puede desarrollarse a través del simple intercambio de mercancías. Marx demostró en el primer tomo de El Capital y también en “Los resultados de la dominación británica en la India” justamente lo contrario, que la génesis del capital, su acumulación progresiva, tiene lugar mediante una batalla por separar a los productores de sus medios de vida, transformarlos en la principal mercancía productiva – la fuerza de trabajo – y, alrededor de ese eje, construir, en medio de sufrimientos incontables, el “pacífico” y “regular” intercambio de mercancías. Siguiendo ese método, Rosa Luxemburgo se plantea que lo que era válido para la acumulación primitiva sigue siéndolo en las fases ulteriores del desarrollo capitalista. Sus críticos pretenden que la acumulación primitiva es una cosa pero el desarrollo capitalista es otra donde ya no operan ni “el mercado exterior” ni la “la lucha contra la economía natural”. Pero eso es desmentido radicalmente por la evolución del capitalismo en el siglo XIX especialmente en la fase imperialista.

“En la acumulación primitiva, esto es, en los primeros comienzos históricos del capitalismo de Europa, a fines de la Edad Media y hasta entrado el siglo XIX, la liberación de campesinos constituye, en Inglaterra y en el continente, el medio más importante para transformar en capital la masa de medios de producción y de obreros. Pero en la política colonial moderna el capital realiza actualmente, la misma tarea en una escala mucho mayor... La esperanza de reducir el capitalismo exclusivamente a la competencia pacífica, es decir, al comercio regular de mercancías, que se da como la única base de la acumulación, descansa en creer ilusoriamente que la acumulación del capital puede realizarse sin las fuerzas productivas y la demanda de las más primitivas formaciones, en que puede confiar en el lento proceso interno de descomposición de la economía natural... el método violento es el resultado del choque del capitalismo con las economías naturales que ponen trabas a su acumulación. El capitalismo no puede pasarse sin sus medios de producción y sus trabajadores ni sin la demanda de su plusproducto” (Rosa Luxemburgo, La acumulación del capital, II, “La lucha contra la economía natural”).

Aquellos, dentro del movimiento revolucionario, que como el compañero, pretenden explicar la crisis histórica del capitalismo exclusivamente por la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, solo ven una parte – el intercambio dentro del mercado capitalista ya constituido – pero no ven la otra parte, la más dinámica históricamente y cuya progresiva limitación desde finales del siglo XIX, determina el caos y las convulsiones crecientes que arrastramos desde 1914.

Con ello se colocan en una posición muy incómoda frente al dogma central de la ideología económica capitalista – “la producción crea su propio mercado”, toda oferta acaba encontrando su demanda más allá de los desajustes coyunturales – que fue severamente criticado por Marx quien estigmatizó “la concepción que Ricardo ha tomado del vacuo e insustancial Say de que es imposible la sobreproducción o, por lo menos, la saturación general del mercado, se basa en el principio de que los productos siempre se cambian por productos, o, como ha dicho Mill, la demanda solo está determinada por la producción” (“Teorías de la plusvalía”, tomo II). En la misma línea, combatió las concepciones que limitan los trastornos del capitalismo a meras desproporciones entre sectores de producción.

Si excluyen los territorios precapitalistas del campo de la acumulación, si piensan que el capitalismo puede desarrollarse partiendo de sus propias relaciones sociales, ¿cómo evitar la tesis de que la producción crea su propio mercado?. La tendencia decreciente de la tasa de ganancia es una explicación insuficiente pues opera en medio de tal cúmulo de causas contrarrestantes y actúa tan a largo plazo que no puede explicar los hechos históricos que se suceden desde el último tercio del siglo XIX y se acumulan a lo largo del XX: el imperialismo, las guerras mundiales, la gran depresión, el capitalismo de Estado, la reaparición de la crisis abierta desde finales de los años 60 y el desplome cada vez más agudo de partes más importantes de la economía mundial en los últimos 30 años.

Pero precisamente porque la tendencia decreciente opera “a largo plazo” ¿no habría que evitar el empirismo y la impaciencia y no dejarse engatusar por todos esos cataclismos inmediatos?. Tal parece ser el método que propugna el compañero cuando tilda de “apariencia” el que coincidiera la “división del mundo” con la “crisis mundial” o cuando señala que la gran depresión pareció confirmar las tesis de Grossmann y Luxemburgo pero que luego habría sido desmentida por el gran ­crecimiento posterior a la Segunda Guerra mundial o por el crecimiento de los años 90.

Después volveremos sobre esto último, lo que ahora queremos poner en evidencia es que detrás de la acusación de “empirismo” contra Rosa Luxemburgo se encierra una cuestión de “método” importante que pensamos se le escapa al compañero. Los revisionistas dentro de la Socialdemocracia emprendieron una cruzada contra el “subconsumismo” de Marx, Berstein fue el primero en equiparar el análisis de la crisis de Marx nada menos que con el patético Rodbertus mientras que Tugan Baranowsky volvió tranquilamente a las tesis de Say sobre la “producción que crea su propio mercado” al explicar con razonamientos “marxistas” que las crisis vienen de desproporciones entre los dos sectores de la producción. Los críticos revisionistas de Rosa Luxemburgo – los Bauer, Eckstein, Hilferding etc. – plantearon con plena “ortodoxia marxista” que las tablas de la reproducción ampliada explican perfectamente que el capitalismo no tiene problemas de realización, Bujarin –al servicio de la estalinización de los partidos comunistas- la emprendió con la obra de Rosa para “demostrar” que el capitalismo no tiene ningún problema “externo”.

¿Por qué esta inquina de los oportunistas hacia el análisis de Rosa Luxemburgo? Sencillamente porque esta había puesto el dedo en la llaga, había demostrado la raíz global e histórica de la entrada del capitalismo en su decadencia. Cincuenta años antes, la contradicción entre el avance de la productividad del trabajo y la necesidad de maximizar el beneficio había sido la primera aproximación extremadamente fructífera. Pero ahora la cuestión de la lucha del capitalismo contra los órdenes sociales que le han precedido para formar el mercado mundial y las contradicciones que se planteaban (creciente penuria de territorios extracapitalistas) proporcionaba un marco más claro y sistemático que integraba en una síntesis superior la primera contradicción y daba cuenta del fenómeno del imperialismo, las guerras mundiales y la progresiva descomposición de la economía capitalista.

Posteriormente, tras las huellas de aquellos revisionistas pero en un terreno directamente burgués, toda una camarilla de “marxólogos” universitarios se han dedicado a elucubrar sobre el “método abstracto” de Marx. Separan hábilmente sus reflexiones sobre la reproducción ampliada, la tasa de ganancia, etc., de las que afectan a la cuestión del mercado y la realización de la plusvalía, y con esta fragmentación – en realidad adulteración – del pensamiento de Marx elaboran el fantasma de su “método abstracto” convirtiéndolo en un “modelo” de explicación del funcio­namiento contractual de la economía capitalista: el intercambio regular de mercancías de que hablaba Rosa Luxemburgo. Cualquier tentativa de confrontar este “modelo” con las realidades del capitalismo sería “empirismo” y no entender que se trata de un “modelo abstracto”, etc.

Esta empresa destinada a convertir a Marx en un “icono inofensivo” – como diría Lenin – tiene como objetivo eliminar el filo revolucionario de su obra y hacerle decir todo lo que nunca dijo. Los economistas burgueses más descarados que no recurren al disfraz “marxista” tienen también su “visión a largo plazo”. ¿No nos dicen a todas horas que no hay que ser empiristas ni inmediatistas, que más allá de los despidos, de los cataclismos bursátiles, lo que debe verse es la “tendencia general” y que esta reposa sobre unos buenos fundamentos?. Partes de El Capital convenientemente seleccionadas y sacadas fuera de contexto sirven a los marxólogos para acometer el mismo objetivo.

El compañero, que tiene unas posiciones claramente revolucionarias y no comparte ni de cerca ni de lejos esa empresa de confusión, al tomar prestados muchos “argumentos” de Bujarin así como de diversos académicos en lugar de emprender, él mismo, el examen de las posiciones de Rosa Luxemburgo ([13]), se cierra los ojos a considerar los aspectos de la cuestión que hemos intentado exponerle.

Los límites de la acumulación capitalista

Dice el compañero que Rosa Luxemburgo plantea un “límite absoluto” al desarrollo del capitalismo. Veamos en primer lugar qué dice exactamente: “Cuanto más violentamente lleve a cabo el militarismo, tanto al exterior como al interior, el exterminio de capas no capitalistas, y cuanto más empeoren las condiciones de vida de las capas trabajadoras, la historia diaria de la acumulación de capital en el escenario del mundo se irá transformando más y más en una cadena continuada de catástrofes y convulsiones políticas y sociales que, junto con las catástrofes económicas periódicas en forma de crisis, harán necesaria la rebelión de la clase obrera internacional contra la dominación capitalista, aún antes de que haya tropezado económicamente con la barrera natural que se ha puesto ella misma” (op.cit., capítulo XXXII).

Si el compañero se refiere a “tropezar con la barrera natural que se ha puesto a sí misma la propia dominación capitalista” es evidente que, interpretada literalmente, da la idea de un límite absoluto. Pero la misma conclusión podría sacarse de esta afirmación de Marx: “con la baja de la tasa de ganancia, el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo permite el nacimiento de una ley, que, en cierto momento, entra en contradicción absoluta con el propio desarrollo de esta productividad” (op. cit.). Esta formulación contrasta con otras – que hemos evocado anteriormente – donde señala que esa ley es solamente una tendencia.

Si es evidente que debemos tener cuidado en no caer en expresiones que se presten a la ambigüedad, tampoco se trata de tomar una frase aisladamente fuera de su contexto. Lo que importa ver es la dinámica y la orientación global de un análisis. En ese aspecto el de Rosa – como el de Marx – es muy claro: lo más importante es su afirmación de que la acumulación de capital “se irá transformando en una cadena continuada de catástrofes y convulsiones políticas y sociales”. Esto no expresa un límite absoluto sino una tendencia general que se va agravando con el pudrimiento de la situación.

Marx dice en El 18 de Brumario de Luis Bonaparte que “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente y les han sido legadas por el pasado”. El método de los revolucionarios consiste, de acuerdo con esta aseveración, en comprender y enunciar las tendencias de fondo que marcan “las circunstancias que encuentran los hombres”. Lo que afirmaba Rosa Luxemburgo, justamente un año antes del estallido de la guerra del 14, era una tendencia histórica que iba a marcar – ¡ y de qué modo ! – la “acción de los hombres”.

La conclusión de la primera edición de su libro despeja, a nuestro juicio,  las dudas sobre si estaba formulando una tendencia “absoluta”: “El capitalismo es la primera forma económica con capacidad de desarrollo mundial. Una forma que tiende a extenderse por todo el ámbito de la Tierra y a eliminar todas las otras formas económicas; que no tolera la coexistencia de ninguna otra. Pero es también la primera que no puede existir sola, sin otras formas económicas de que alimentarse, y que al mismo tiempo que tiene la tendencia a convertirse en forma única, fracasa por la incapacidad interna de su desarrollo. Es una contradicción histórica viva en si misma. Su movimiento de acumulación es la expresión, la solución constante y, al propio tiempo, la graduación de la contradicción. A una cierta altura de su evolución, esta contradicción solo podrá resolverse por la aplicación de los principios del socialismo: de aquella forma económica que es, al propio tiempo, por naturaleza, una forma mundial y un sistema armónico, porque no se encaminará a la acumulación sino a la satisfacción de las necesidades vitales de la humanidad trabajadora misma y a la expansión de todas las fuerzas productivas del planeta”.

¿Cuál es nuestra concepción de la decadencia del capitalismo? ¿Hemos hablado alguna vez tanto de un bloqueo absoluto del desarrollo de las fuerzas productivas como de un límite absoluto a la producción capitalista, una especie de crisis definitiva y mortal?

El propio compañero reconoce que rechazamos la concepción formulada por Trotski que habla de un bloqueo absoluto de las fuerzas productivas, pero del mismo modo nuestra concepción es ajena a ciertas concepciones que se surgieron en los años 20 en tendencias del KAPD que hablaban de la “crisis mortal del capitalismo” entendiendo por ella una detención absoluta de la producción y el crecimiento capitalistas.

Polemizando contra la posición de Trotski, nuestro folleto sobre la decadencia responde: “todo cambio social es resultado de una agravación real y prolongada del choque entre las relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas. Sí nos situamos en la hipótesis del bloqueo definitivo y permanente, únicamente un estrechamiento ‘absoluto’ de ese envoltorio que son las relaciones de producción existentes, podría explicar una agravación neta de la contradicción. Al contrario, se puede comprobar que lo que se produce generalmente durante las diferentes decadencias de la historia (incluida la del capitalismo) es más bien una tendencia hacia la ampliación de ese envoltorio hacia sus últimos límites y no hacia un estrechamiento. Controlado por el Estado y sometido a la presión de las urgencias económicas y sociales, ese envoltorio se va estirando, despojándose de todo lo que parece superfluo a las relaciones de producción por no ser estrictamente necesario a la supervivencia del sistema. El sistema se refuerza pero en sus límites extremos” (op. cit.).

Forma parte plenamente del análisis marxista de la decadencia de los modos de producción, el comprender por qué el capitalismo trata de “gestionar la crisis” practicando una política de supervivencia frente a ella que consigue aminorar sus efectos en los países centrales. ¿No hizo lo mismo el Imperio romano replegándose a Bizancio y abandonando vastos territorios ante el empuje de las invasiones bárbaras? ¿No respondió de igual manera el despotismo ilustrado de los reyes feudales ante el avance de las relaciones de producción capitalistas?

“La emancipación de los esclavos en el Bajo Imperio romano; la de los siervos a finales de la Edad Media; las libertades parciales que la monarquía declinante tiene que otorgar a las nuevas ciudades burguesas, el fortalecimiento del poder central de la corona, la eliminación de la nobleza de espada en beneficio de la nobleza togada sometida directamente al rey; y en el capitalismo, fenómenos como los intentos de planificación, los esfuerzos por aliviar las trabas que imponen las fronteras nacionales, la tendencia a sustituir los burgueses parásitos por ejecutivos eficientes asalariados del capital, las políticas del tipo New Deal, las constantes manipulaciones de algunos mecanismos de la ley del valor, son todos ellos testimonios de esa tendencia a la ampliación del envoltorio jurídico mediante purgas y limpiezas constantes en las relaciones de producción. El movimiento dialéctico no se detiene tras el auge de una sociedad. El movimiento se transforma cualitativamente pero no cesa. Se siguen intensificando necesariamente las contradicciones inherentes a la antigua sociedad y por ello tienen que seguir desarrollándose las aprisionadas fuerzas, aunque sólo sea lentamente” (ídem).

En el periodo de decadencia del capitalismo asistimos a una agravación de sus contradicciones en todos los planos. Hay desarrollo de las fuerzas productivas, hay también fases de crecimiento económico pero esto se hace dentro de un marco global cada vez más contradictorio, más convulsivo, más destructivo. La tendencia hacia la barbarie no se manifiesta clara y rotundamente a través de una línea recta de catástrofes y hundimientos sin fin, sino enmascarada por fases de crecimiento, por el aumento de la productividad del trabajo, por fases de crecimiento más o menos prolongadas. El capitalismo de Estado – especialmente en los países centrales – hace todo lo que está en su mano para controlar una situación potencialmente explosiva, atenuar o aplazar las contradicciones más graves y, con todo ello, mantener una apariencia de “buen funcionamiento” e incluso de “progreso”. El sistema “estira su envoltorio hasta sus últimos límites”.

En el sistema esclavista, los siglos I a III después de Cristo se caracterizaron por esa contradicción cada vez más grave: Roma o Bizancio se poblaban con los mejores monumentos de la historia del imperio, las tecnologías más avanzadas de la época florecieron en aquel periodo hasta el extremo de que en siglo II se descubría el principio de la energía eléctrica. Pero esos desarrollos deslumbrantes tenían lugar en un marco cada vez más degradado, de exacerbación de las luchas sociales, de abandono de territorios al empuje de los bárbaros, de deterioro brutal de las infraestructuras de transporte ([14]).

¿No estamos asistiendo hoy a la misma evolución pero con una gravedad mucho mayor por las características específicas de la decadencia del capitalismo? ([15]).

El compañero afirma que el crecimiento posterior a la Segunda Guerra mundial y el crecimiento que ha tenido lugar durante los años 90 desmiente nuestra teoría. No podemos desarrollar aquí una argumentación detallada ([16]) pero respecto al crecimiento experimentado entre 1945 y 1967, más allá de su volumen estadístico hay que tener en cuenta:

  • la fuerte proporción que en él tiene el armamento y la economía de guerra, como reconoce el propio compañero;
  • la importancia que tuvo un endeudamiento que en su momento – Plan Marshall – fue el más gigantesco jamás alcanzado entonces;
  • las consecuencias que ha tenido (y que parece que el compañero también reconoce): una parte sustancial de ese crecimiento se ha evaporado en un dramático proceso de desmantelamiento – que en los países occidentales afectó especialmente a la industria pesada – o de implosión – el caso del ex bloque ruso.

En lo concerniente al crecimiento de los años 90 se ha tratado de un crecimiento minúsculo ([17]), basado en un endeudamiento sin parangón en la historia y en una especulación jamás vista y, además, se ha limitado a Estados Unidos – y algunos países más – en medio de un proceso de descalabro jamás visto antes de numerosos países de África, Asia y América Latina ([18]). Por otro lado, el desplome actual de la “Nueva economía” y las tormentas bursátiles a que estamos asistiendo dan buena cuenta de ese crecimiento.

Un elemento de reflexión que el compañero debe considerar cuando se habla de “cifras de crecimiento” es su naturaleza y su composición ([19]). No es lo mismo un crecimiento que expresa la expansión del sistema que un crecimiento que expresa una política de supervivencia y acompañamiento de la crisis. De manera general, para un marxista, no se puede identificar crecimiento de la producción con desarrollo de la producción capitalista. Son dos conceptos distintos. La práctica vigente en la Rusia estalinista consistente en batir récord tras récord en las estadísticas de acero, algodón y cemento que luego se demostraba que encubría una producción defectuosa o inexistente, es la ilustración extrema y grotesca, de una tendencia general del capitalismo decadente, estimulada por el capitalismo

C.A. n


[1] Ver “La función de la guerra imperialista” en la Revista internacional nº 82

[2] Ibid

[3] George Lukacs [sic], Historia y conciencia de clase, citado por Paul Mattick en “La inevitabilidad del comunismo: Una crítica a la interpretación de Sydney Hook de Marx”, aparecido en Polemic Publishers, Nueva York 1935, página 35

[4] Lenin, Obras escogidas, Tomo I (página 298 de la versión inglesa

[5] Antón Pannehoek en Capital y clase, Londres 1977 Spring

[6] Para obtener una lista detallada, ver la Revista internacional nº 83

[7] La CCI supone que la comprensión por Rosa Luxemburgo de las consecuencias políticas de la decadencia capitalista (la naturaleza global del imperialismo destruye las bases materiales para la autodeterminación nacional) garantiza la validez de su explicación económica específica de la decadencia

[8] “Imperialismo, la etapa decadente del capitalismo” en Revolutionnary Perspectives nº 17 Antigua Serie

[9] Correspondencia de la CWO con el autor

[10] Citado en Grossmann versus Marx de Antón Pannehoek, op cit.

[11] Ídem

[12] Ver en la Revista internacional números 29 y 30 una crítica a estas imputaciones de Bujarin y Duyaneskaya a Rosa Luxemburgo

[13] Apenas cita directamente a Rosa Luxemburgo, las críticas que menciona las toma literalmente del Bujarin de la “bolchevización” (estalinización en realidad) y de toda una serie de “académicos” que pueden decir tal o cual cosa interesante pero que globalmente tienen una postura ajena al marxismo. Cuestión diferente son las citas de Mattick o de Pannekoek con las cuales no estamos de acuerdo pero que necesitarían otro tipo de precisiones

[14] Sobre un análisis de la decadencia de modos de producción anteriores al capitalismo ver en Revista internacional nº 55 el artículo que forma parte de la serie “Comprender la Decadencia del Capitalismo”.

[15] Ver “La descomposición del capitalismo”, Revista internacional número 62

[16] Remitimos al lector al folleto sobre La Decadencia del capitalismo, a los artículos aparecidos en la Revista internacional números 54 y 56 dentro de la serie “Comprender la Decadencia del Capitalismo” y a los artículos de la Revista internacional de polémica con el BIPR en los números 79 y 83

[17] La media de crecimiento en la década de los 90 en USA ha sido la menor de las 5 últimas décadas.

[18] Ver la serie “30 años de crisis capitalista” en Revista internacional números 96 a 98

[19] Ver en la Revista internacional nº 59, “Presentación del VIII Congreso”, unas reflexiones sobre ello

 

Series: 

  • Teorías de las crisis y decadencia [9]

Cuestiones teóricas: 

  • Economía [2]

URL de origen:https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/227/rev-internacional-n-106-3er-trimestre-2001

Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/tag/acontecimientos-historicos/caos-de-los-balcanes [2] https://es.internationalism.org/tag/3/46/economia [3] https://es.internationalism.org/tag/3/48/imperialismo [4] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/resoluciones-de-congresos [5] https://es.internationalism.org/tag/21/364/el-comunismo-no-es-un-bello-ideal-sino-que-esta-al-orden-del-dia-de-la-historia [6] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/la-izquierda-italiana [7] https://es.internationalism.org/tag/5/466/enigma-ruso [8] https://es.internationalism.org/tag/3/42/comunismo [9] https://es.internationalism.org/tag/21/524/teorias-de-las-crisis-y-decadencia