Publicado en Corriente Comunista Internacional (https://es.internationalism.org)

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Plataforma Política de la Corriente Comunista Internacional

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Corrientes políticas y referencias: 

  • Izquierda Comunista [1]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • El marxismo: la teoría revolucionaria [2]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Corriente Comunista Internacional [3]

Introducción a la Plataforma y al Manifiesto de la CCI

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Este folleto tiene como objetivo reagrupar 3 documentos elaborados por la CCI en diferentes momentos de su historia que tienen como punto común sintetizar las posiciones programáticas y las perspectivas generales de nuestra organización. Para comprender la significación de estos documentos es útil proporcionar algunos elementos de la historia de la CCI.

La CCI ha sido fundada en enero de 1975 por los diferentes grupos políticos que habían nacido como consecuencia de la reanudación histórica de la clase obrera a finales de los años 60 expresada entre otras por la huelga de Mayo 68 en Francia, el Cordobazo argentino del 69, el Otoño Caliente Italiano del mismo año, la huelga de los obreros del Báltico en Polonia durante el invierno de 1970-71. Este despertar proletario ponía fin a cuatro decenios de contra-revolución y anunciaba todo un periodo de combates de clase encarnizados a medida que se agravara la crisis económica que lo había provocado.

La aparición de nuevos grupos, más o menos informales u organizados, pero tratando de reapropiarse de las posiciones de clase del proletariado constituía una de las manifestaciones más evidentes del fin del periodo de contra-revolución y de la obertura de un periodo de enfrentamientos de clase. Pero era necesario, para que estuvieran a la altura de su responsabilidad, que estos agrupamientos comprendieran a la vez las condiciones nuevas de las que ellos eran producto y al mismo tiempo la necesidad de vincularse políticamente a las posiciones de las Izquierdas Comunistas que habían desgajado de la Internacional Comunista ante su degeneración a lo largo de los años 20. Los grupos que constituyeron la CCI habían llegado a esta comprensión. Se basaban principalmente sobre la experiencia y las posiciones de la Izquierda Comunista de Francia (que había publicado la revista Internationalisme entre 1945 y 1952) que a su vez habían constituido la base de la formación en 1964 del grupo Internacionalismo en Venezuela.

En junio de1968, tras la estela de la huelga general se constituyó en Francia el grupo Révolution Internationale sobre las mismas posiciones que Internacionalismo y como consecuencia de una serie de discusiones sobre posiciones programáticas, se agrupó en 1972 con otros dos grupos también surgidos de los acontecimientos de Mayo 68 para constituir la futura sección en Francia de la CCI. Las discusiones se ampliaron a otros grupos de otros países, destacando World Revolution de Gran Bretaña, Internationalism de USA, Rivoluzione Internazionale de Italia y Acción Proletaria de España. Finalmente estos 6 grupos, que tenían plataformas muy próximas, decidieron constituir una organización única, la Corriente Comunista Internacional, en una conferencia que tuvo lugar en enero 1975.

Una de las tareas que se dio esta nueva organización internacional fue la de elaborar una nueva plataforma política que sintetizara las posiciones de clase y expresara el grado de claridad al que habían llegado los militantes tras 7 años de discusiones, reflexión e intervención en la clase. Esta plataforma ha sido adoptada en enero de 1976 con ocasión del primer Congreso de la CCI y ha constituido, desde entonces, la base para las nuevas adhesiones a la organización. Es el documento que publicamos en este folleto (incluyendo las rectificaciones decididas por los 3º, 7º y 14º Congresos en 1979, 1987 y 2001). Es un documento de naturaleza programática que, aparte de su introducción que hace referencia a acontecimientos de la época en que fue redactado y a ciertas formulaciones que hoy deben ser escritas en tiempo pasado (por ello hemos juzgado útil acompañarlo con algunas notas) es válido para todo el período histórico actual del movimiento obrero abierto por la entrada del capitalismo en su fase de decadencia, por la primera revolución proletaria victoriosa de la historia, Octubre 1917, y por la degeneración de esta como consecuencia de su aislamiento internacional. Por esta razón, el Primer Congreso de la CCI ha juzgado útil adoptar al mismo tiempo otro documento, el Manifiesto de la CCI, que publicamos en este folleto, y que da cuenta del nuevo curso histórico abierto por el despertar del proletariado desde finales de los años 60.

Este documento que tiene hoy más de 20 años, hace referencia a hechos que las nuevas generaciones no conocen bien. Por ello hemos juzgado útil acompañarlo, con más razón aún que la plataforma, por toda una serie de notas. Y esto porque además a finales de los años 80 ha surgido un acontecimiento de una amplitud considerable como fue el hundimiento de los regímenes llamados “socialistas” de los países del Este y de todo el bloque dirigido por Rusia.

Ha sido justamente este acontecimiento histórico de una envergadura considerable lo que ha motivado a la CCI para adoptar en su 9º Congreso el Manifiesto titulado Revolución Comunista o Destrucción de la Humanidad que incluimos también en este folleto.

El Manifiesto del 9º Congreso ha sido adoptado en el verano de 1991. Desarrolla el análisis de la CCI de la nueva situación mundial abierta por el hundimiento de todo un segmento del sistema capitalista: los regímenes estalinistas. Este acontecimiento, seguido a continuación por el desencadenamiento de la guerra del Golfo y la dislocación del bloque occidental, ha abierto un nuevo periodo en la historia del capitalismo: el hundimiento del modo de producción burgués en la fase última de su decadencia, la descomposición. En este sentido, este documento viene a completar y a actualizar a los dos precedentes.

Para poder estar a la altura de sus responsabilidades frente a la gravedad de los envites que plantea la situación histórica presente, las organizaciones revolucionarias deben estar a la escucha de los hechos. Deben ser capaces de adaptar sus análisis a la evolución de la historia. El marxismo no es un dogma, ni una teoría acabada invariante, sino que es al contrario una teoría viva. Para poder ser un arma eficaz de la lucha del proletariado por su emancipación, la teoría y el método del marxismo deben enfrentarse constantemente a la realidad histórica. Este folleto de la CCI se da como objetivo responder a esa necesidad reafirmando evidentemente las posiciones políticas comunistas que han sido zanjadas sin apelación por la experiencia histórica del movimiento obrero.

Corrientes políticas y referencias: 

  • Izquierda Comunista [1]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • El marxismo: la teoría revolucionaria [2]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Corriente Comunista Internacional [3]

Anexos: prólogos de ediciones anteriores – ¿Qué es una plataforma política? (prólogo a la primera edición)

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Publicamos la traducción en castellano de la Plataforma política de la CCI que fue aprobada en nuestro primer Congreso Internacional celebrado en enero de 1976. La Plataforma es nuestro programa de acción dentro de la clase. Cumple tres funciones:

  • orientar nuestra actividad diaria de intervención y discusión;
  • servir de polo para el reagrupamiento de los revolucionarios;
  • contribuir al desarrollo de la conciencia revolucionaria de la clase.

Nuestra Plataforma no es un invento propio sino que intenta ser la síntesis crítica y coherente de las enseñanzas y objetivos de la lucha histórica del proletariado. Partimos plenamente del principio de El Manifiesto comunista que dice: “Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo. No son sino la expresión del conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos”. Todo grupo comunista es el producto global de la lucha proletaria. Su programa no puede ser fruto ni de los inventos geniales de sus fundadores o jefes ni de las impresiones momentáneas de una época.

Otro principio del movimiento comunista al cual nos atenemos sin vacilación es el siguiente: “Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las diferente luchas nacionales de los proletarios destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo por las que pasa la lucha entre proletariado y burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto”. Para contribuir realmente a la lucha proletaria hay que basarse en su experiencia histórica y mundial. No hay que recoger solamente la experiencia en una nación o de una época sino la de todas las épocas y la de todas las naciones. El proletariado es una clase mundial con intereses iguales en todas las naciones. Su meta, el comunismo, sólo puede triunfar a escala mundial.

Entendemos que el marxismo es la expresión más sistemática, consecuente y global del movimiento proletario. El marxismo expresa la continuidad histórica de sus posiciones de clase. Por ello, nos reclamamos de la línea histórica del marxismo que arranca con la Liga de los Comunistas (1848), continúa con la Primera Internacional (1864-1872), sigue con la Segunda Internacional (1889), revive en el ala revolucionaria de ésta (Rosa Luxemburg, bolcheviques…), prosigue con la Tercera Internacional (1919) y, ante la degeneración de esta última, es después mantenida y reforzada por los grupos de la Izquierda Comunista (Bilan, A. Bordiga, A. Pannekoek, H. Gorter…).

La experiencia de los últimos años ha demostrado un vez más que el activismo sin principios, la acción por la acción, el querer “ser muchos” sin bases políticas firmes, los programas ambiguos o confusos sólo conducen a la desmoralización de los militantes obreros, a la siembra de la confusión en las filas proletarias y a la precipitación de nuestra clase en la política de la burguesía. Solamente un programa claro y tajante, que se asiente sobre la base firme y objetiva del hilo histórico de las posiciones de clase, puede fructificar la acción de los militantes obreros y ser un factor activo y positivo en el desarrollo de la fuerza revolucionaria del proletariado.

Es preciso aclarar que un programa firme y tajante no impide la discusión ni favorece el dogmatismo. Al contrario, al poner la discusión sobre un punto de partida serio, sólido y en estrecha unión con la participación práctica en las luchas obreras, la impulsa y la fructifica en la dirección no de especular sobre el mundo sino de ser una fuerza material de la transformación revolucionaria de éste. El rigor teórico del programa no lo hace idealista o abstracto. Al contrario. Al estar basado en el conocimiento completo de la sociedad capitalista y de la situación del proletariado, y no en especulaciones académicas, permite: traducir diariamente el programa en una táctica clara y eficaz; explicar claramente los problemas de la lucha de clases; señalarle sus perspectivas; denunciar al detalle todos los engaños y trampas que le tiende la burguesía; valorar e impulsar las luchas obreras con la fuerza que les da el adquirir una perspectiva global y de conjunto.

Desde principios de los años sesenta, el proletariado ha vuelto a aparecer en la escena histórica. Sus luchas se han extendido a los cinco continentes y demuestran que él es la única fuerza mundial capaz de acabar con el capitalismo; el cual, en su fase final, se hunde en la catástrofe de la crisis, la barbarie y las guerras imperialistas. Nuestra Plataforma política quiere recoger muy directamente la experiencia de estos últimos años de la lucha proletaria y empujarla, con la fuerza que da el hilo histórico de las posiciones de clase, hacia su meta final: el comunismo.

Enero de 1979

Prólogo a la segunda edición

Publicamos la segunda edición en castellano de la Plataforma política de la Corriente Comunista Internacional.

En esta edición hemos incluido el Manifiesto de nuestra Corriente, aprobado junto con la Plataforma en nuestro primer Congreso Internacional celebrado en enero de 1976. Vivimos una época de encrucijada histórica donde el proletariado y el conjunto de la humanidad se juegan la alternativa decisiva Guerra o Revolución, Barbarie o Comunismo. En esta situación, la confusión, las vacilaciones, el desprecio de la teoría, la acción localista y sin perspectivas… que tanto pesan todavía sobre el movimiento obrero, constituyen una terrible traba que aprovecha a placer la burguesía para desorientar y paralizar a los proletarios, atacarlos sin piedad y tratar de llevarlos a la derrota total.

Por eso la clase obrera necesita, hoy más que nunca, principios políticos claros y firmes que guíen su lucha y recojan sus objetivos históricos (la revolución mundial, la dictadura del proletariado, el comunismo) a la luz de su experiencia de dos siglos de combates de clase en todo el mundo. A esa necesidad imperiosa queremos contribuir activamente publicando nuestros Plataforma y Manifiesto políticos.

29 de octubre de 1982

Corrientes políticas y referencias: 

  • Izquierda Comunista [1]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • El marxismo: la teoría revolucionaria [2]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Corriente Comunista Internacional [3]

Plataforma de la CCI adoptada por el Ier Congreso

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Después del periodo más largo de contrarrevolución que ha conocido en su historia, el proletariado encuentra de nuevo el camino de la lucha de clases. Las luchas actuales, como consecuencia a la vez de la crisis más aguda del sistema y de la aparición de nuevas generaciones de proletarios mucho menos afectadas que las precedentes por el peso de las derrotas pasadas de la clase obrera, son las más generalizadas que jamás haya vivido nuestra clase. Desde la explosión de 1968 en Francia hasta hoy, de Italia a Argentina, de Inglaterra a Japón, de Suecia a Egipto, de Estados Unidos a India, de Polonia a España las luchas obreras han llegado a constituir una pesadilla para la clase capitalista. La aparición del proletariado sobre la escena histórica refuta definitivamente todas las teorías producidas por la contrarrevolución, o hechas posibles por ella, que han intentado negar la naturaleza revolucionaria del proletariado. El resurgir actual de la lucha de clases ha demostrado concretamente que el proletariado es la única clase revolucionaria de nuestra época.

Una clase revolucionaria es aquella cuya dominación sobre la sociedad lleva consigo la instauración y extensión de nuevas relaciones de producción hechas necesarias por el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, las cuales se instaurarán a partir de la destrucción de las antiguas relaciones de producción devenidas caducas. Al igual que los modos de producción que le han precedido, el capitalismo corresponde a una etapa particular de la sociedad. Forma progresiva que fue del desarrollo social ha creado con su generalización las condiciones de su propia destrucción. La clase obrera, por su lugar específico en el proceso de producción capitalista, por su naturaleza de productor colectivo de lo esencial de la riqueza social, privada sin embargo de toda propiedad sobre los medios de producción que ella misma pone en funcionamiento y, por tanto, sin ningún interés que la ate al mantenimiento de la sociedad capitalista es la única clase que puede, objetiva y subjetivamente instaurar el nuevo modo de producción que debe sustituir al capitalismo, el comunismo. El resurgimiento actual de la lucha proletaria indica que la perspectiva del comunismo no es sólo una necesidad histórica sino también una posibilidad real. Sin embargo, el esfuerzo que debe hacer el proletariado por darse los medios para afrontar victoriosamente el capitalismo es todavía inmenso. Productos y factores activos de este esfuerzo, las corrientes y elementos revolucionarios que han aparecido desde el principio del resurgir proletario, tienen una enorme responsabilidad en el desarrollo y la evolución global de los combates. Para estar a la altura de estas responsabilidades deben organizarse alrededor de las fronteras de clase que las experiencias sucesivas del proletariado han zanjado y que deben guiar toda su actividad o intervención en su seno.

A través de su experiencia práctica y teórica, la clase crea los medios y los objetivos de su lucha histórica, por la destrucción del capitalismo y la instauración del comunismo. Desde los comienzos del capitalismo, la actividad del proletariado ha tendido hacia un esfuerzo constante para, a través de su experiencia tomar conciencia de sus intereses de clase y librarse del control de la clase dominante y de sus mistificaciones. Este esfuerzo del proletariado está marcado por una continuidad que se extiende a lo largo de toda la historia del movimiento obrero desde sus primeras Sociedades Secretas hasta las Fracciones de Izquierda que rompieron con la tercera Internacional.

A pesar de todas la aberraciones, de todas las manifestaciones de la ideología burguesa que puedan encontrarse en sus posiciones y en su modo de acción, las diferentes organizaciones que han ido sucediéndose constituyen otros tantos eslabones irreemplazables en la cadena de la continuidad histórica de la lucha proletaria y, el hecho de haber sucumbido a la derrota o a la degeneración interna, no quita para nada su contribución fundamental a esa lucha. Así, la organización de revolucionarios que se constituye hoy, como manifestación del renacimiento general de la lucha proletaria después de medio siglo de contrarrevolución y ruptura en el movimiento obrero, debe vincularse absolutamente con esta continuidad histórica a fin de que los combates presentes y futuros de la clase puedan armarse plenamente con las lecciones de su experiencia pasada y de que, todas las derrotas parciales que jalonen su camino no sean inútiles sino que constituyan otras tantas promesas de su victoria final.

La Corriente Comunista Internacional se reivindica de las aportaciones sucesivas de la Liga de los Comunistas, de las primera, segunda y tercera Internacionales, de las Fracciones de la Izquierda comunista que rompieron con la tercera Internacional, particularmente de las Izquierdas holandesa, alemana e italiana. Son estas contribuciones esenciales las que permiten integrar las fronteras de clase en una visión coherente y general que recogemos en la presente plataforma.

1 - Teoría de la revolución comunista

El marxismo es la adquisición teórica fundamental de la lucha proletaria. Sólo basándose en él el conjunto de experiencias del proletariado se pueden integrar en un todo coherente.

Al explicar la marcha de la historia por el desarrollo de la lucha de clases, es decir, de la lucha basada en la defensa de intereses económicos en un cuadro dado de desarrollo de las fuerzas productivas y al reconocer al proletariado como la única clase agente de la revolución que abolirá el capitalismo, el marxismo es la única concepción del mundo que se sitúa en el punto de vista de esta clase. Lejos de constituir una concepción abstracta sobre el mundo es ante todo y sobre todo un arma de combate del proletariado. Al estar basado en la primera y única clase cuya emancipación lleva necesariamente consigo la emancipación de toda la humanidad y cuya dominación sobre la sociedad no implica ninguna forma de explotación sino la abolición de toda explotación, el marxismo es el único sistema capaz de comprender la realidad social de manera objetiva y científica, sin prejuicios ni mistificaciones de ninguna clase. En consecuencia, al no ser un sistema ni un cuerpo de ideas y conceptos cerrado sino al contrario una teoría en elaboración constante en directa y viva relación con la lucha de clases y al haberse beneficiado de las expresiones teóricas de la acción de las clases que le han precedido; el marxismo constituye, desde el momento en que sus bases fueron establecidas, la única base a partir de la cual la teoría revolucionaria puede desarrollarse.

2 - Las condiciones de la revolución proletaria

Toda revolución social es el acto por el cual la clase portadora de las nuevas relaciones de producción establece su dominación política sobre el conjunto de la sociedad. La revolución proletaria no escapa a esta definición pero sus condiciones y objetivos difieren fundamentalmente de las revoluciones del pasado. Éstas, por estar situadas entre dos modos de producción basados en al penuria, tenían por función sustituir la dominación de una clase explotadora por la de otra clase igualmente explotadora; simplemente remplazaban una forma de propiedad por otra y unos privilegios por otros nuevos. La revolución proletaria tiene como fin reemplazar las relaciones de producción fundadas en la penuria por relaciones de producción basadas en la abundancia. Por ello significa el fin de toda propiedad, de todo privilegio y de toda explotación.

Estas diferencias confieren a la revolución proletaria las características siguientes que la clase obrera debe comprender y dominar como condición indispensable del éxito de su lucha histórica:

  1. Es la primera revolución de carácter mundial en la historia pues no puede alcanzar sus objetivos más que generalizándose en todos los países ya que al abolir la propiedad privada tiene que abolir al mismo tiempo las estructuras regionales, sectoriales y nacionales ligadas a ella. La generalización de la dominación capitalista a escala mundial hace no solamente necesario sino además posible la extensión mundial de la revolución.
  2. Igualmente, por primera vez en la historia, la clase revolucionaria es a la vez la clase explotada del viejo modo de producción. Por ello, en la conquista del poder político no puede apoyarse en ningún tipo de poder económico previo sino que, a diferencia de las otras clases revolucionarias de la historia, la toma del poder político por el proletariado abre necesariamente un periodo de transición durante el cual las viejas relaciones de producción son destruidas y sustituidas por las nuevas.
  3. El hecho de que, por primera vez en la historia, una clase sea a la vez revolucionaria y explotada implica igualmente que su lucha reivindicativa como clase explotada no puede ser disociada y opuesta en ningún momento a su lucha como clase revolucionaria. Al contrario, como el marxismo ha demostrado desde sus principios contra las teorías proudhonianas y pequeño burguesas, el desarrollo de la lucha revolucionaria está condicionado por la profundización y generalización de la lucha reivindicativa del proletariado como clase explotada.

3 - La decadencia del capitalismo

Para que la revolución proletaria pueda pasar del estadio de un simple deseo o de una simple potencialidad al estadio de una posibilidad completa es preciso que se haya convertido en una necesidad objetiva para el desarrollo de la humanidad. Tal situación prevalece desde la Primera Guerra mundial: con esta fecha termina la fase ascendente del capitalismo que comienza en el siglo XVI y que alcanza su apogeo a finales del siglo XIX. La nueva fase abierta desde entonces es la decadencia del capitalismo.

  • Como en todas las sociedades del pasado, la primera fase del capitalismo traduce el carácter estrictamente necesario de las relaciones de producción que él encarna, es decir, su naturaleza indispensable para el desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad. La segunda, al contrario, traduce la transformación de esas relaciones en una traba cada vez mayor a ese desarrollo.
  • La decadencia del capitalismo es el producto del desarrollo de las contradicciones internas inherentes a ese modo de producción que se pueden definir así:
  • Aunque la mercancía ha existido en la mayor parte de las sociedades, la economía capitalista es la primera basada fundamentalmente en la producción de mercancías. La existencia de mercados en constante aumento es una de las condiciones esenciales del desarrollo capitalista. En particular la realización de la plusvalía producida por la explotación de la clase obrera es indispensable para la acumulación del capital, motor esencial de su dinámica. Contrariamente a lo que pretenden los adoradores del capital la producción capitalista no crea automáticamente y a voluntad los mercados necesarios para su crecimiento. El capitalismo se desarrolla en un mundo no capitalista y es en ese mundo donde encuentra los mercados que permiten su desarrollo. Pero al generalizar sus relaciones al conjunto del planeta y al unificar el mercado mundial, alcanza un grado crítico de saturación de esos mismos mercados que le habían permitido la formidable expansión del siglo XIX. Además, la dificultad creciente que tiene el capital para encontrar los mercados donde realizar su plusvalía, acentúa la presión a la baja que ejerce sobre la tasa de ganancia el crecimiento constante de la proporción entre el valor de los medios de producción y el de la fuerza de trabajo que los pone en funcionamiento. Esta baja de la tasa de ganancia, en un principio tendencia, deviene cada vez más efectiva, lo cual traba poderosamente el proceso de acumulación del capital y, en consecuencia, el funcionamiento de las estructuras del sistema.

Después de haber unificado y universalizado el cambio mercantil dando un impulso decisivo al desarrollo de la humanidad, el capitalismo ha puesto a la orden del día la desaparición de las relaciones de producción fundadas en el cambio mercantil. Pero hasta que el proletariado no se haya dado los medios para imponer esta desaparición, estas relaciones de producción se mantienen y arrastran a la humanidad hacia contradicciones cada vez más monstruosas.

La crisis de sobreproducción, manifestación característica de las contradicciones del capitalismo, que en el pasado era el puente entre cada fase de expansión y la siguiente, más elevada que la anterior, se ha transformado hoy en permanente. Las capacidades del aparato productivo son permanentemente desaprovechadas y el capital es incapaz de extender la producción, al menos, al mismo ritmo de crecimiento de la población mundial, La única cosa que el capital puede extender hoy es la miseria humana absoluta como la conocen los países del tercer mundo.

La concurrencia entre las naciones capitalistas no puede, en estas condiciones, dejar de ser sino implacable. El imperialismo, política a la cual está obligada para sobrevivir toda nación sea cual sea su tamaño, impone a la humanidad el estar hundida desde 1914 en un ciclo infernal de crisis-guerra-reconstrucción-nueva crisis…, donde la producción de armamentos, cada vez más monstruosa, deviene el único terreno de aplicación de la ciencia y de utilización de las fuerzas productivas. En la decadencia del capitalismo, la humanidad no sobrevive sino a base de destrucciones y auto mutilaciones permanentes.

A la miseria fisiológica que azota a los países subdesarrollados, corresponde en los desarrollados, una deshumanización extrema, jamás vista antes, de las relaciones entre los miembros de la sociedad y que tiene por base la ausencia total de perspectivas que el capitalismo ofrece a la humanidad pues las únicas que puede ofrecer son las guerras cada vez más mortíferas y una explotación progresivamente más sistemática, racional y científica. De esta situación se deriva, al igual que en las fases de decadencia de anteriores modos de producción un hundimiento y una descomposición creciente de las instituciones sociales, de la ideología dominante, del conjunto de valores morales, de las formas del arte y de todas las demás manifestaciones culturales del capitalismo. El desarrollo de ideologías como el fascismo y el estalinismo marca el triunfo creciente de la barbarie y la ausencia de alternativa revolucionaria.

4 - El capitalismo de Estado

En todo periodo de decadencia, ante la agravación de las contradicciones del sistema, el Estado, que actúa como garantía de la cohesión del cuerpo social y de las relaciones de producción dominantes, tiende a reforzarse hasta el extremo de incorporar a sus estructuras el conjunto de la vida social. La hipertrofia de la administración imperial y de la monarquía absoluta son manifestaciones de este fenómeno, en la decadencia de la sociedad esclavista romana y en la de la sociedad feudal respectivamente.

En la decadencia capitalista la tendencia general hacia el capitalismo de Estado es una de las características dominantes de la vida social. En este periodo, cada capital nacional se encuentra privado de toda base para un desarrollo potente y condenado a una concurrencia imperialista aguda. Obligado a enfrentar económica y militarmente a sus rivales en el exterior, en el interior debe hacer frente a la exacerbación creciente de las contradicciones sociales. La única fuerza de la sociedad que es capaz de tomar a cargo el cumplimiento de estas tareas es el Estado.

Efectivamente, sólo el Estado puede:

  • Tomar a su cargo la economía nacional, de forma global y centralizada, para atenuar la concurrencia interna que la debilita; a fin de reforzar su capacidad para hacer frente, como un todo, a la concurrencia en el mercado mundial.
  • Poner en marcha el aparato militar necesario para defender sus intereses ante el endurecimiento de los antagonismos internacionales.
  • En fin, gracias entre otras cosas a las fuerzas de represión y a una burocracia cada vez más monstruosa, puede afirmar la cohesión interna de la sociedad amenazada de dislocación por la creciente descomposición de sus fundamentos económicos e imponer, por medio de una violencia omnipresente, el mantenimiento de una estructura social cada vez más inepta para organizar espontáneamente las relaciones humanas y que es aceptada con tanta menor facilidad cuanto mayor es su absurdez desde el punto de vista mismo de la sociedad capitalista.
  • En el plano económico, esta tendencia, nunca plenamente alcanzada, hacia el capitalismo de Estado se traduce por el paso a manos del Estado de todas las palancas del aparato productivo. Esto no elimina la ley del valor, la concurrencia ni la anarquía de la producción, características fundamentales de la producción capitalista. Éstas continúan aplicándose a escala mundial, donde las leyes del mercado continúan imperando y determinando, por tanto, las condiciones de producción en el interior de cada economía nacional por muy estatalizada que esté. En consecuencia, si las leyes del valor y de la concurrencia son “violadas”, es con el fin de que puedan ser aplicadas mejor. Si la anarquía de la producción parece retroceder ante la planificación estatal, no hace en realidad sino resurgir más violentamente a escala mundial, sobre todo con ocasión de las crisis agudas que el capitalismo de Estado es incapaz de prevenir. Lejos de constituir una racionalización del capitalismo, la estatalización no es sino una manifestación de su hundimiento.

Esta estatalización se realiza, bien de manera gradual, por la fusión de capitales privados con el capital estatal, como sucede en la mayoría de los países desarrollados; bien por saltos bruscos, bajo la forma de nacionalizaciones masivas y totales, en general allí donde el capitalismo privado es más débil.

Efectivamente, si bien la tendencia al capitalismo de Estado se manifiesta en todos los países del mundo, ésta se acelera y se muestra claramente en las épocas y en los países donde los efectos de la decadencia se hacen sentir con más violencia: históricamente durante los periodos de crisis abierta o de guerra, geográficamente en las economías más débiles. Pero el capitalismo de estado no es un fenómeno específico de los países atrasados. Al contrario, aunque el grado de estatalización formal sea en general más elevado en el capitalismo subdesarrollado, el auténtico control del Estado sobre la vida económica, es mucho más efectivo en los países más desarrollados, debido al alto grado de concentración del capital que allí reina.

En el plano político y social, la tendencia al capitalismo de Estado se traduce por el hecho de que el aparato del Estado, bajo formas totalitarias extremas (fascismo, estalinismo) o bajo máscaras democráticas ejerce un control cada vez más potente, omnipresente y sistemático, sobre todos los aspectos de la vida social. A una escala muy superior a la decadencia romana o feudal, el Estado de la decadencia capitalista se ha convertido en una máquina monstruosa, fría e impersonal que ha terminado por devorar la sustancia de la sociedad civil.

5 - Los llamados países socialistas

Al dejar el Capital en manos del Estado, el capitalismo de Estado crea la ilusión de la desaparición de la propiedad privada de los medios de producción y de la eliminación de la clase burguesa. La teoría estalinista del socialismo en un solo país, así como la mentira de los países “socialistas” o “en transición al socialismo”, encuentran sus fundamentos en esa apariencia mistificadora.

Los cambios provocados por la tendencia al capitalismo de Estado no se sitúan al nivel real de las relaciones de producción, sino al nivel jurídico de las formas de propiedad. No eliminan el carácter privado de la propiedad de los medios de producción, sino solamente el aspecto jurídico de la propiedad individual. Los trabajadores continúan privados de todo control real sobre los medios de producción y permanecen totalmente separados de ellos. Los medios de producción solamente son colectivizados para la burocracia que los posee y gestiona colectivamente.

La burocracia estatal que asume la función económica específica de extracción del sobretrabajo al proletariado y de acumulación del capital nacional constituye una clase, pero no es una nueva clase. Por su función, no es sino la burguesía en su forma estatal. Lo que la distingue no es la importancia de sus privilegios sino la manera cómo los detenta: en lugar de percibirlos bajo la forma de dividendos, procedentes de la posesión de partes del capital, los percibe bajo la forma de “gastos de función”, primas y remuneraciones fijas en apariencia salariales, pero cuya suma total es, a menudo, decenas o centenas de veces superior al salario de un obrero.

La centralización y la planificación capitalista por el Estado, lejos de ser un paso hacia la eliminación de la explotación no es sino un medio para hacerla más eficaz.

En el plano económico Rusia, incluso bajo el corto periodo revolucionario (1917) durante el cual el proletariado detentó el poder político, nunca pudo salir plenamente del capitalismo. Si la forma capitalista de Estado apareció allí, tan pronto y tan rápidamente en su expresión más desarrollada, es porque la desorganización económica causada por la derrota de la I Guerra Mundial y a continuación por la Guerra Civil, llevaron hasta el más alto grado las dificultades para la supervivencia del capital nacional ruso en el marco de la decadencia capitalista.

El triunfo de la contrarrevolución en Rusia se hizo bajo el signo de la reorganización de la economía nacional mediante las formas más acabadas de capitalismo de Estado, cínicamente presentadas como “desarrollos de Octubre” y “construcción del socialismo”. El ejemplo ha sido seguido en otros sitios: China, Países del Este, Cuba, Corea del Norte, Vietnam… Nada hay de proletario o comunista en estos países. Allí reina la dictadura del capital en su expresión más decadente, enmascarada por una de las mistificaciones más grandes de la historia. Toda defensa, incluso si es “crítica” o “condicionada”, de estos países es una actividad absolutamente contrarrevolucionaria ([1]).

6 - La lucha del proletariado en el capitalismo decadente

Desde sus comienzos, la lucha del proletariado por defender sus intereses de clase lleva en sí misma la perspectiva de la destrucción del capital y el advenimiento de la sociedad comunista.

El proletariado no persigue el fin último de su combate por idealismo o por inspiración divina, sino porque las condiciones materiales en las que desarrolla su lucha inmediata le obliga necesariamente a hacerlo. Toda otra forma de combate lo conduciría fatalmente al desastre.

Mientras la burguesía pudo, en el periodo ascendente del capitalismo, acordar verdaderas reformas de la condición proletaria, gracias a la gigantesca expansión de sus riquezas en el mundo entero, las condiciones objetivas necesarias para el asalto revolucionario del proletariado eran inexistentes.

A pesar de la voluntad revolucionaria y comunista, afirmada desde la revolución burguesa por las tendencias más radicales del proletariado, en el curso de este periodo histórico, la lucha obrera quedó limitada al combate por reformas.

Aprender a organizarse para arrancar reformas políticas y económicas a través del parlamentarismo y el sindicalismo, se convierte, a finales del siglo XIX en uno de los ejes esenciales de la actividad proletaria. Encontramos así, en las organizaciones realmente obreras, sectores reformistas (para los que toda lucha obrera debe ser únicamente por reformas) y los revolucionarios (para los que la lucha por reformas no es sino un momento del proceso que lleva a las luchas revolucionarias).

Así, podemos ver en este periodo el apoyo del proletariado a ciertas fracciones de la burguesía en su lucha contra otras más reaccionarias, con el objetivo de imponer cambios sociales a su favor, lo cual correspondía a la aceleración del desarrollo de las fuerzas productivas.

El conjunto de estas condiciones se transforma radicalmente en el capitalismo decadente. El mundo se ha hecho demasiado estrecho para abarcar el número de capitales nacionales existentes. En cada nación, el capital se ve obligado a aumentar su productividad, o sea, la explotación de sus trabajadores hasta límites extremos.

La organización de la explotación deja de ser un asunto entre patronos individuales y obreros, pasando a manos del Estado, el cual a través de mil engranajes gestiona y controla la explotación y encuadra al proletariado para ahogar en él todo intento revolucionario y para someterlo a una represión sistemática y totalitaria.

La inflación, convertida en un fenómeno permanente desde la primera guerra mundial, devora todo aumento de salarios. La duración del tiempo de trabajo se estanca o no disminuye más que para compensar los aumentos del tiempo de transporte o para impedir la total destrucción neuronal de los trabajadores sometidos a un ritmo de vida y de trabajo brutalmente crecientes.

La lucha por reformas se ha convertido en una utopía grosera. Contra el capital la clase obrera no puede llevar más que un combate a muerte. No tiene otra alternativa que aceptar ser aplastada y atomizada en una suma de individuos o luchar enfrentándose al Estado, generalizando las luchas lo más extensamente posible, rechazando el dejarse encerrar en un cuadro puramente económico o en el localismo de la fábrica o la profesión y dándose como forma de organización los embriones de sus órganos de poder: los consejos obreros.

En estas nuevas condiciones históricas muchas de las antiguas armas del proletariado se han convertido en inoperantes. Las fuerzas políticas que las preconizan no lo hacen sino para mejor encuadrarlo en la explotación y para romper en él toda voluntad de combate.

La distinción hecha en el movimiento obrero entre Programa máximo y Programa mínimo ha perdido todo su sentido. No hay ningún programa mínimo posible. El proletariado no puede desarrollar sus luchas más que inscribiéndolas en la perspectiva de su programa máximo: la revolución comunista.

7 - Los sindicatos: órganos del proletariado ayer, instrumentos del capital hoy

En el siglo XIX en el periodo de mayor prosperidad capitalista, el proletariado se dio, al precio de luchas encarnizadas y sangrientas, organizaciones permanentes y profesionales destinadas a asegurar la defensa de sus intereses económicos: los sindicatos. Estos órganos asumieron un papel fundamental en la lucha por mejoras y reformas sustanciales de las condiciones de vida de los trabajadores, que el sistema podía otorgar. Constituían igualmente lugares de agrupamiento de la clase y de desarrollo de su solidaridad y de su conciencia, en los cuales los revolucionarios intervenían activamente para convertirlos en escuelas del comunismo. En consecuencia, aunque la existencia de sindicatos haya estado siempre indisolublemente ligada al salariado y aunque, en el periodo ascendente, se habían burocratizado de forma importante, constituían no obstante, auténticos órganos de la clase, en la medida en que la abolición del salariado no estaba todavía a la orden del día.

Al entrar en su fase decadente, el capitalismo pierde toda capacidad para acordar mejoras y reformas a favor de la clase obrera. Habiendo perdido toda posibilidad de ejercer su función inicial de defensores eficaces de los intereses proletarios y confrontados a una situación histórica donde solamente está a la orden del día la abolición del salariado, y por tanto su propia desaparición, los sindicatos se han transformado, como condición de su propia supervivencia, en auténticos defensores del capitalismo, en agentes del estado burgués en el medio obrero evolución que ha sido fuertemente favorecida por la tendencia inexorable del estado en el periodo decadente a absorber todas las estructuras de la sociedad.

La función antiobrera de los sindicatos se manifestó por primera vez de forma decisiva en el curso de la primera guerra mundial, al lado de los partidos socialdemócratas participaron en la movilización de los obreros para la carnicería imperialista. En la oleada revolucionaria que siguió a la guerra imperialista hicieron lo imposible para destruir las tentativas del proletariado para acabar con el capitalismo. Desde entonces se han mantenido con vida, no para la clase obrera sino para el Estado capitalista, dentro del cual cumplen funciones muy importantes:

  • participación activa en las tendencias del Estado capitalista para racionalizar la economía, reglamentar la venta de la fuerza de trabajo e intensificar la explotación;
  • sabotaje de la lucha obrera desde su interior. Utilizando medios propios de ese Estado, como son el engaño y la división, para desviar las luchas hacia callejones sin salida o la represión abierta de las huelgas autónomas.

Dado que los sindicatos han perdido su carácter proletario, no pueden ser “reconquistados” por la clase obrera, ni constituir un “terreno fértil” para la actividad de las minorías revolucionarias. Desde hace más de medio siglo los obreros han demostrado un interés cada vez menor por participar en unas organizaciones que se han convertido en cuerpo y alma en instrumentos del Estado burgués. De hecho las luchas obreras de resistencia contra la degradación de sus condiciones de vida, toman la forma de huelgas autónomas al margen y en contra de los sindicatos. Dirigidas por asambleas generales de huelguistas, coordinadas por comités de delegados elegidos y revocables por las asambleas estas luchas se sitúan inmediatamente en un terreno político, en la medida en que se enfrentan al Estado, en este caso parapetado tras sus representantes en la empresa: los sindicatos. Sólo la generalización y radicalización de estas luchas pueden permitir a la clase obrera pasar al asalto abierto y frontal contra el Estado capitalista. La destrucción del Estado burgués implica necesariamente la destrucción de los sindicatos.

El carácter antiproletario de los antiguos sindicatos no es resultado de su particular modo de organización, por profesión o rama industrial, ni por la existencia de “malos jefes”, sino por la imposibilidad de mantener con vida organizaciones permanentes basadas en la defensa de los intereses económicos del proletariado. En consecuencia, el carácter capitalista de estos órganos se extiende a todas las organizaciones que se dan funciones similares sea cual sea su modelo organizativo o las intenciones que proclamen. Tal sucede con los “Sindicatos revolucionarios”, los shops stewards o con todos aquellos órganos (comités o núcleos obreros, comisiones obreras…) que pueden subsistir después de una lucha incluso opuesta a los sindicatos y que intenten reconstruir un “polo auténtico” de defensa de los intereses inmediatos de los trabajadores. Sobre esta base tales organizaciones no pueden escapar al engranaje de la integración efectiva en el aparato estatal, incluso ni a título de órganos no oficiales o ilegales.

Todas las políticas de “utilización”, de “renovación” o de “reconquista” de organizaciones de carácter sindical, conducen a revigorizar estas instituciones capitalistas las cuales, en la mayoría de los casos abandonadas por los trabajadores, son completamente favorables a la supervivencia del capitalismo. Después de más de medio siglo de experiencia, jamás desmentida, del carácter antiobrero de estas organizaciones, las corrientes que preconizan todavía tales políticas se encuentran fatalmente en el terreno de la contrarrevolución.

8 - La mistificación parlamentaria y electoral

En el periodo de apogeo del sistema capitalista el parlamento constituía la forma más apropiada de organización de la vida política burguesa. Institución específicamente burguesa, el parlamento jamás ha sido un terreno predilecto para la acción obrera. La participación del proletariado en sus actividades, así como en las campañas electorales, significaban peligros muy graves que los revolucionarios del siglo pasado no dejaron jamás de denunciar. Sin embargo, en un periodo en que la revolución no estaba a la orden del día y el proletariado podía arrancar reformas favorables dentro del sistema, tal participación permitía, a la vez que hacer presión a favor de estas reformas, utilizar las campañas electorales como medio de propaganda y agitación alrededor del programa proletario y emplear el parlamento como tribuna de denuncia de la ignominia de la política burguesa. Por ello, a lo largo del siglo XIX y en gran número de países, la lucha por el sufragio universal constituyó una de las ocasiones de mayor movilización del proletariado.

Con la entrada del Sistema en su fase de decadencia, el parlamento deja de ser un órgano útil para la obtención de reformas. Como dijo el II Congreso de la Internacional Comunista: “El centro de gravedad de la vida política ha salido definitivamente del parlamento”. La única función que pude asumir y explica su supervivencia, es la mistificación. Por ello desaparece para el proletariado toda posibilidad de utilizarlo. Efectivamente: éste, en un sistema en el que el Parlamento ha perdido toda función ejecutiva eficaz, no puede conquistar reformas a través de un órgano a quien resulta imposible concederlas. En un momento en que la tarea fundamental del proletariado es destruir las instituciones estatales burguesas y por tanto el parlamento, en que debe establecer su propia dictadura sobre las ruinas del sufragio universal y otros vestigios de la sociedad capitalista; su participación en las instituciones parlamentarias y electorales lleva, sean cuales sean las intenciones de los que la preconizan, a maquillar con una apariencia de vitalidad a estas instituciones moribundas.

La participación electoral y parlamentaria no comporta actualmente ninguna de las ventajas que tenía en el siglo pasado. Al contrario, acumula todos los inconvenientes y peligros ya señalados por los revolucionarios del siglo XIX y sobre todo mantiene viva la ilusión de la posibilidad de una “vía pacífica y progresiva al socialismo” a través de la conquista de la mayoría parlamentaria por los partidos llamados “obreros”. La política de “destrucción desde dentro” del parlamento, a la cual se entregarían los diputados “revolucionarios”, no lleva sino a la corrupción de las organizaciones políticas que la practican y a su absorción por el capitalismo.

Finalmente, la utilización de las elecciones y los parlamentos como tribunas de agitación y propaganda, en la medida en que son esencialmente asunto de especialistas y privilegian el juego de los partidos políticos en detrimento de la actividad propia de los obreros, tiende a mantener los esquemas políticos de la sociedad burguesa y a estimular la pasividad de los trabajadores. Si tal inconveniente se podía aceptar cuando la revolución no estaba a la orden del día, se convierte en un obstáculo decisivo en el momento en que la única tarea para el proletariado es la destrucción del viejo orden social i la instauración de la sociedad comunista, que exigen la participación activa y consciente del conjunto de la clase.

Si en su origen las tácticas del “parlamentarismo revolucionario” eran, sobre todo, la manifestación del peso del pasado en el seno de la clase y de sus organizaciones, éstas se han demostrado, después de una práctica con resultados catastróficos para la clase, ser una política fundamentalmente burguesa.

9 - El frentismo, estrategia para desviar al proletariado

 En la decadencia capitalista, cuando sólo la revolución proletaria constituye un paso adelante en la historia, no puede existir ninguna tarea común, incluso momentánea, entre la clase revolucionaria y cualquier fracción de la clase dominante, por muy “democrática”, “progresista” o “popular” que se presente. Contrariamente a la fase ascendente del capitalismo, su periodo decadente no permite a ninguna fracción burguesa desempeñar un papel progresista. La democracia burguesa que, contra los vestigios de las estructuras heredadas del feudalismo constituía en el siglo XIX una forma política progresiva, ha perdido en la época de la decadencia todo contenido político real y no subsiste sino como la pantalla mistificadora tras la que ocultan el totalitarismo estatal. Las fracciones de la burguesía que se reclaman de ésta son tan reaccionarias como las que no.

De hecho, desde la Primera Guerra mundial la “democracia” se ha revelado como una de las peores drogas contra el proletariado. En su nombre fue aplastada la oleada revolucionaria que tras el estallido de esa Guerra se extendió por muchos países de Europa. También en su nombre y contra el “fascismo” fueron movilizados decenas de millones de proletarios en la Segunda Guerra mundial. Todavía hoy, en su nombre, el Capital intenta desviar las luchas proletarias hacia alianzas “contra el fascismo”, “contra la reacción”, “contra la represión”, “contra el totalitarismo”, etc.

 Producto específico de un periodo en el que el proletariado había sido previamente aplastado, el fascismo no está hoy en absoluto a la orden del día y toda propaganda sobre el “peligro fascista” es claramente mistificadora. Por otra parte, el fascismo no detenta el monopolio de la represión. Lo comparte con todas las demás opciones burguesas. Si las fuerzas políticas democráticas o de izquierdas identifican fascismo con represión, es porque intentan ocultar que ellas mismas son quienes utilizan la represión más decididamente, hasta tal punto que a ellas incumbe lo esencial del aplastamiento de los movimientos revolucionarios de la clase obrera.

Al igual que los “frentes populares” o los “antifascistas”, las tácticas del “frente único” se han revelado como peligrosos medios de desviación de la lucha proletaria. Estas tácticas, que llaman a las organizaciones revolucionarias a proponer alianzas a los partidos llamados “obreros” a fin de “ponerlos en evidencia” y “ desenmascararlos”, no hacen, a fin de cuentas, sino mantener las ilusiones ante la verdadera naturaleza de esos partidos y retrasar la ruptura de los obreros con ellos.

La autonomía del proletariado frente a las demás clases de la sociedad es la condición esencial para el desarrollo de todas sus luchas hacia su objetivo revolucionario. Todas las alianzas interclasistas y particularmente las que se proponen con fracciones concretas de la burguesía, no conducen más que a su desarme ante el enemigo, a hacerle abandonar el único terreno donde puede templar sus fuerzas: su terreno de clase. Toda corriente política que intente apartarlo de ese terreno pertenece necesariamente al campo burgués.

10 - El mito contrarrevolucionario de la “liberación nacional”

La liberación nacional y la constitución de nuevas naciones no ha sido jamás tarea propia del proletariado. Aunque en el siglo XIX los revolucionarios tuvieron que apoyar tal tipo de luchas, jamás lo hicieron en nombre del “derecho de los pueblos a disponer de sí mismos” y fueron siempre conscientes del carácter exclusivamente burgués de éstas. Tal apoyo se basaba únicamente en un hecho: dentro del periodo ascendente del capitalismo, la nación representaba el cuadro apropiado para el desarrollo del capitalismo y todo nuevo desarrollo de ese cuadro, al eliminar los vestigios reaccionarios de las formas sociales precapitalistas, constituía un paso adelante en el crecimiento de las fuerzas productivas a escala mundial y, consecuentemente, en la maduración de las condiciones materiales del socialismo. Con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia y al igual que el conjunto de las relaciones de producción capitalistas, la nación se convierte en un marco demasiado estrecho para el desarrollo de las fuerzas productivas. Hoy día, la constitución jurídica de un nuevo país no supone ningún paso real adelante en tal desarrollo, que por otra parte las naciones más antiguas y más poderosas son ellas mismas incapaces de asumir. En un mundo dividido en bloques imperialistas toda lucha de “liberación nacional”, lejos de constituir un movimiento progresivo, no es más que un momento en el enfrentamiento constante entre bloques rivales en el cual los proletarios y campesinos enrolados, voluntariamente o a la fuerza, participan sólo como carne de cañón  ([2]).

Tales luchas no debilitan a ningún imperialismo ya que no cuestionan las relaciones de producción capitalista que son las bases en que éste se asienta. Y si lo llegan a debilitar es para reforzar mejor a otro. La nación “liberada” entra de lleno en la rueda imperialista puesto que en el periodo de la decadencia ningún país, sea grande o pequeño puede evitar tal política.

Si en el mundo actual una “liberación nacional triunfante” no tiene otra significación que un cambio de bloque imperialista para el país en cuestión, para los trabajadores, en particular para los de los nuevos países “socialistas”, ésta se traduce en una intensificación, sistematización y militarización de la explotación por parte del capital estatizado el cual transforma la nación “liberada” en un verdadero campo de concentración, expresión de la barbarie general del sistema. Lejos de ser, como algunos pretenden, un trampolín para la lucha de clase del proletariado del tercer mundo, estas luchas, por las manifestaciones patrióticas que comportan y por el alistamiento tras el capital nacional que implican, actúan siempre como freno y desviación de la lucha proletaria, que a menudo es encarnizada en estos países. Medio siglo de historia ha demostrado de forma contundente que –en contra de las afirmaciones de la internacional Comunista– las luchas de “liberación nacional” no impulsan el combate proletario en los países “avanzados” ni en los “subdesarrollados”. Los proletarios de unos y otros países no tienen por qué optar por cualquiera de ambos bandos en esos choques ínter imperialistas y deben luchar contra los dos bloques. La consigna de los revolucionarios no puede ser la “independencia nacional”, versión moderna de la “defensa nacional”, sino el derrotismo revolucionario basado en la transformación de la guerra imperialista en guerra civil. Toda posición de “apoyo incondicional” o “crítico” a estas luchas es tan criminal como la de los social patriotas en la Primera Guerra Mundial y por tanto, totalmente incompatible con una actividad comunista.

11 - La autogestión, autoexplotación del proletariado

Si la nación se ha convertido en un marco demasiado estrecho para el desarrollo de las fuerzas productivas esto es todavía más cierto para la empresa, que jamás ha conocido una verdadera autonomía respecto a las leyes de la producción capitalista y cuya dependencia del Estado se acentúa constantemente en la decadencia capitalista. Por eso la autogestión, o sea la gestión de la empresa por los obreros en el seno de una sociedad que continúa siendo capitalista, si en el siglo pasado era ya una utopía pequeño burguesa cuando la preconizaban los prudonianos, hoy constituye una mistificación claramente capitalista ([3]).

Como arma económica del capital que es, la autogestión tiene como fin hacer aceptar a los obreros las dificultades de las empresas golpeadas por la crisis y hacerles organizar las modalidades de su propia explotación.

Como arma política de la contrarrevolución tiene como función:

  • dividir a la clase obrera, encerrándola y aislándola fábrica a fábrica, barrio a barrio, ramo a ramo;
  • atar a los obreros a las preocupaciones propias de la economía capitalista, cuando lo que tienen que hacer es destruirla;
  • desviar al proletariado de la primera tarea que hace posible su emancipación, es decir, la destrucción del aparato político del capital y la implantación de la dictadura del proletariado a escala mundial.

 Únicamente a esta escala el proletariado podrá tomar a su cargo la gestión de la producción, aunque entonces no lo hará en el marco de las leyes capitalistas, sino en el proceso de su destrucción.

Todas las corrientes políticas que, incluso en nombre de la “autoexperiencia del proletariado” o del “establecimiento de relaciones comunistas entre los obreros”, defienden la autogestión son defensoras objetivas del orden capitalista.

12 - Las luchas parciales, un callejón sin salida reaccionario

La decadencia del capitalismo ha acentuado la descomposición de las costumbres y la degradación de las relaciones humanas.

Sin embargo, aunque es verdad que la revolución proletaria engendrará nuevas relaciones en todos los ámbitos de la vida, es erróneo creer que se puede contribuir a ello organizando luchas sectoriales sobre problemas específicos tales como el racismo, la condición femenina, la ecología, la sexualidad u otros aspectos de la vida cotidiana.

La lucha contra los fundamentos económicos de la sociedad capitalista contiene la lucha contra sus aspectos superestructurales (forma de vida, costumbres, ideología…) pero lo recíproco es falso.

Por su contenido mismo las luchas marginales, lejos de reforzar la necesaria autonomía de la clase obrera tienden por el contrario a diluirla en la confusión de categorías particulares e invertebradas (sexo, raza, juventud…) totalmente impotentes ante la historia.

Por ello constituyen un auténtico instrumento de la contrarrevolución que los gobiernos burgueses han aprendido a utilizar eficazmente para preservar el orden social.

13 - La naturaleza contrarrevolucionaria de los partidos “obreros”

El conjunto de partidos y grupos que defienden, incluso condicionalmente o de manera “crítica”, ciertos Estados o ciertas fracciones de la burguesía contra otras sea en nombre del “socialismo”, de la “democracia”, del “antifascismo”, de la “independencia nacional”, del “frente único” o del “mal menor”; que participan, de la forma que sea, en el juego burgués de las elecciones, en la actividad antiobrera de los sindicatos o en la mistificación autogestionarias son órganos del aparato político del capital. Destacan entre ellos los partidos “socialistas” y “comunistas”.

Estos partidos, en efecto, tras haber constituido durante un periodo verdaderas vanguardias del proletariado mundial, han conocido sin embargo un proceso de degeneración que los ha conducido al campo del capital. Sí las Internacionales, a las cuales ellos pertenecían (2ª Internacional en el caso de los partidos socialistas y la 3ª Internacional respecto a los partidos comunistas) han muerto como tales pese a la supervivencia formal de su estructura en un momento de derrota histórica de la clase obrera, ellos han sobrevivido sin embargo para convertirse progresivamente, cada uno por su parte, en engranajes (a menudo decisivos) del aparato del Estado burgués en sus países respectivos.

Así, ocurrió con los partidos socialistas quienes, en un proceso de gangrena por el reformismo y el oportunismo, se vieron conducidas en la mayoría de los más importantes entre ellos, con ocasión de la Primera Guerra Mundial (que marca la muerte de la 2ª Internacional), a comprometerse, bajo la dirección de su derecha “social-chauvinista”, pasada definitivamente a la burguesía, en la política de defensa nacional primero para después oponerse abiertamente a la oleada revolucionaria de posguerra hasta el extremo de jugar el papel de verdugos del proletariado como en Alemania en 1919. La integración final de cada uno de estos partidos en sus Estados nacionales respectivos tuvo lugar en diferentes momentos en el periodo que siguió al estallido de la Primera Guerra Mundial, sin embargo, este proceso se vio definitivamente terminado a comienzos de los años 20, cuando las últimas corrientes proletarias han sido eliminadas o salieron de sus filas para unirse a la Internacional Comunista.

Del mismo modo, los partidos comunistas pasaron a su vez al campo del capitalismo tras un proceso similar de degeneración oportunista. Este proceso que comenzó desde el principio de los años 20 continuó tras la muerte de la Internacional Comunista (marcada en 1928 por la adopción de la teoría del “socialismo en un solo país”) hasta desembocar, pese a la lucha encarnizada de sus fracciones de izquierda, en una completa integración en el Estado capitalista al principio de los años 30 con su participación en los esfuerzos de armamento de sus burguesías respectivas y su entrada en los “Frentes Populares”. Su participación activa en la “Resistencia” durante la Segunda Guerra Mundial y posteriormente en la “reconstrucción nacional” tras su finalización, los ha confirmado como fieles servidores del capital nacional y como la más pura encarnación de la contrarrevolución.

El conjunto de corrientes llamadas “revolucionarias”, tales como el maoísmo –que es una simple variante de los partidos pasados a la burguesía-, el trotskismo– que tras haber constituido una reacción proletaria contra la traición de los PC’s se ha visto atrapado en un proceso similar de degeneración –o el anarquismo tradicional –que se sitúa hoy en una postura política de defensa de un cierto número de posiciones de los partidos socialista o comunistas (como por ejemplo las alianza “antifascistas” pertenecen al mismo campo que ellos, el campo del capital. El que tengan menos influencia o el que utilicen un lenguaje más radical no quita para nada el carácter burgués de su programa y su naturaleza que hace de ellos útiles recogedores o suplentes de los grandes partidos de izquierda.

14 - La primera gran oleada revolucionaria del proletariado

Al marcar la entrada del capitalismo en su fase de decadencia, la Primera Guerra Mundial plantea a la vez la maduración de las condiciones objetivas para la revolución proletaria.

La oleada revolucionaria que, en respuesta a la guerra y a sus secuelas, surge en Rusia, se extiende en Europa, impacta en las dos Américas y repercute como un eco en China, constituyó el primer intento del proletariado mundial para cumplir su tarea histórica de destrucción del capitalismo. En lo más fuerte de su combate, el proletariado toma el poder en Rusia, lleva a cabo insurrecciones de masas en Alemania y sacude hasta en sus cimientos el orden burgués en Italia, Hungría y Austria. Con menos potencia pero con igual determinación y combatividad sus intentos estallan en España, en Inglaterra, en América del Norte y del Sur. Finalmente, el fracaso trágico de esta oleada revolucionaria quedó marcado en 1927 por el aplastamiento en China de las insurrecciones obreras de Shangai y de Cantón, lo cual vino a cerrar una larga serie de combates y derrotas de la clase obrera a nivel internacional. Por eso la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia no puede ser definida como un hecho aislado ni, como defienden distintas corrientes, una “revolución burguesa”, “capitalista de Estado”, “doble” o “permanente” que impuso al proletariado las tareas “democráticas” que la burguesía habría sido incapaz de llevar a cabo.

Dentro de esa oleada se constituye igualmente la Tercera Internacional (Internacional Comunista), la cual rompe organizativa y políticamente con la Segunda Internacional cuya participación en la Gran Guerra imperialista había mostrado claramente su paso al campo de la burguesía. El Partido Bolchevique, fracción de la Izquierda Revolucionaria que se desgajó de la Segunda Internacional, con la claridad de sus posiciones políticas condensadas en consignas como: “transformación de la guerra imperialista en guerra civil”, “destrucción del Estado burgués”, “todo el poder a los Soviets”…; así como con su participación en la creación de la Tercera Internacional aportó una contribución fundamental al proceso revolucionario y constituyó en aquella época una auténtica vanguardia del proletariado mundial.

Sin embargo, aunque la degeneración de la revolución rusa y la de la Tercera Internacional fueron esencialmente consecuencia del aplastamiento de los intentos revolucionarios del proletariado en otros países y del agotamiento general de la oleada revolucionaria, es preciso ver el papel jugado por el Partido Bolchevique en ese proceso. Al ser una pieza clave en la Internacional Comunista, por la debilidad de los demás partidos, sus errores tuvieron un peso decisivo en el proceso de degeneración de ésta y en las derrotas internacionales sufridas por el proletariado. Al aplastar en 1921 la sublevación de Kronstadt y al poner en marcha políticas del tipo “parlamento revolucionario”, “frente único”, “conquista de los sindicatos”,…, claramente contrarias a las del ala izquierda de la Tercera Internacional; tuvo una influencia y una responsabilidad considerables en la degeneración de la Internacional y en la liquidación de la ola revolucionaria.

En la misma Rusia, la contrarrevolución no sólo vino “del exterior” sino también “del interior” y particularmente de las estructuras del Estado puestas en marcha por el Partido bolchevique, convertido en partido estatal. Lo que durante Octubre de 1917 no eran sino errores graves achacables a la inmadurez del proletariado ruso y de todo el movimiento obrero mundial frente al cambio de periodo histórico; acabaría convirtiéndose en parapeto y justificación ideológica de la contrarrevolución; y actuando además a favor de ésta. Sin embargo, tanto el declive de la oleada revolucionaria en Rusia y en el resto del mundo, tanto la degeneración de la Tercera Internacional y del propio partido bolchevique como el papel contrarrevolucionario desempeñado por este último a partir de un determinado momento sólo pueden entenderse viéndolos como auténticas manifestaciones del movimiento proletario. Cualquier otra interpretación constituye un considerable factor de confusión e impide a las corrientes políticas que la defienden el cumplimiento de sus tareas revolucionarias.

Aunque no subsiste ninguna adquisición “material” de estas experiencia de clase, comprendiendo su naturaleza podemos concluir sus adquisiciones teóricas reales que son de gran importancia. En especial, la revolución rusa constituye el único ejemplo de la toma de poder político por el proletariado (aparte de la tentativa efímera y desesperada de la Comuna de París en 1871 y de las experiencias abortadas de Hungría y Baviera en 1919) por lo que ha aportado de enseñanzas vitales para la comprensión de dos problemas cruciales de la Revolución Proletaria: el contenido de la Revolución y la naturaleza de la organización de los revolucionarios.

15 - La dictadura del proletariado

La toma del poder político por el proletariado a escala mundial, condición preliminar y primera etapa de la transformación revolucionaria de la sociedad capitalista, significa, en primer lugar, la destrucción de arriba abajo del aparato estatal burgués.

En efecto, dado que la burguesía asienta en él la perpetuación de su dominio de clase sobre la sociedad, de la explotación y de sus privilegios sobre otras clases, en especial sobre la clase obrera, este órgano está especialmente adaptado a su función y no puede servir al proletariado. No existe una “vía pacífica al socialismo”; a la violencia de clase minoritaria y explotadora ejercida abierta o hipócritamente, pero de forma cada vez más sistemática por la burguesía, el proletariado debe oponer su propia violencia revolucionaria de clase.

Palanca de la transformación económica de la sociedad, la dictadura del proletariado, o sea, el ejercicio exclusivo por éste del poder político tendrá por tarea expropiar a la clase explotadora socializando sus medios de producción e incorporando progresivamente toda la actividad económica al sector socializado. Apoyado en su poder político el proletariado deberá atacar la economía política burguesa llevando una política económica dirigida a la abolición del trabajo asalariado y de la producción mercantil en el sentido de la plena satisfacción de las necesidades humanas.

Durante este periodo de transición existen capas y clases no explotadoras diferentes del proletariado que basan su existencia en el sector no socializado de la economía. De ello se deriva el mantenimiento de la lucha de clases dada la persistencia de intereses económicos contradictorio en la sociedad. Así surge el Estado destinado a impedir la destrucción de la sociedad desgarrada todavía por los conflictos entre las clases. Sin embargo, con la desaparición progresiva de esas clases sociales por la integración de sus miembros en el sector socializado y por tanto con la abolición de toda clase social, el Estado estará llamado a desaparecer.

 La forma que toma la dictadura del proletariado es la de los Consejos Obreros, asambleas unitarias y centralizadas que engloban a toda la clase obrera, con delegados elegidos y revocables que permiten el ejercicio efectivo, colectivo e indivisible del poder por el conjunto de ella. Estos Consejos deberán tener el monopolio de las armas como garantía del poder político exclusivo de la clase obrera.

Únicamente la clase obrera, en su totalidad, puede ejercer el poder en el sentido de la transformación comunista de la sociedad: al contrario de otras clases revolucionarias del pasado ella no puede delegar su poder en ninguna institución o minoría, incluso aunque sea ésta la organización de los revolucionarios. Ésta actúa dentro de los Consejos obreros pero sin sustituir a la organización unitaria de la clase en el cumplimiento de sus tareas históricas.

Igualmente, la experiencia de la Revolución rusa ha demostrado la complejidad y la gravedad del problema planteado por las relaciones entre Clase y Estado del periodo de transición. En el próximo periodo el proletariado y los revolucionarios no podrán pasar por alto este problema sino que deberán consagrarle todos los esfuerzos necesarios para resolverlo.

La dictadura del proletariado implica la absoluta sustracción de éste, en tanto que clase, a toda sumisión a fuerzas exteriores y al establecimiento de relaciones de violencia en su seno. En el Periodo de Transición el proletariado es la única clase revolucionaria de la sociedad. Su conciencia, su cohesión y su acción autónoma son la única garantía posible del resultado comunista de su dictadura.

16 - La organización de los revolucionarios

a) Organización y conciencia de clase

Toda clase que lucha contra el orden social de su época no puede hacerlo eficazmente si no da a su lucha una forma organizada y consciente. Esto ya era válido, sean cuales sean el nivel de imperfección y de alienación de sus formas de organización y de conciencia, para capas como el campesinado o los esclavos que no eran portadores de ningún porvenir histórico. Pero esta necesidad se aplica con mayor razón a las clases históricas portadoras de nuevas relaciones de producción. De ellas, el proletariado es la única clase que no dispone en la vieja sociedad de ningún poder económico que anticipe su futura dominación. Por eso la organización y la conciencia son factores mucho más decisivos de su lucha.

La forma de organización que la clase se da para su lucha revolucionaria y para el ejercicio de su poder político son los Consejos Obreros. Pero si es el conjunto de la clase quien es el sujeto de la revolución y quien se reagrupa en estos órganos en el momento de ésta, eso no significa que el proceso de su toma de conciencia sea simultáneo y homogéneo.

La conciencia de la clase se forja a través de sus luchas, construyéndose en un difícil camino de éxitos y derrotas. Ésta debe hacer frente a las divisiones por categorías y naciones que constituyen el marco natural del capitalismo y que éste está totalmente interesado por mantenerlo en el seno del proletariado.

b) Los revolucionarios y su función

Los revolucionarios son los primeros elementos de la clase obrera que, a través de este proceso heterogéneo, se dan “una inteligencia neta de las condiciones, la marcha y los fines generales del movimiento proletario” (El Manifiesto Comunista) y, como en la sociedad capitalista “las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante” (ídem) ellos constituyen forzosamente una minoría de la clase.

Secreción de la clase, manifestación del proceso de su toma de conciencia, los revolucionarios no pueden existir como tales nada más que organizándose y constituyendo un factor activo de este proceso. Para cumplir esta tarea y de forma indisociable la organización de los revolucionarios:

  • participa en todas las luchas de la clase en las cuales sus miembros se distinguen por ser los elementos más decididos y combativos;
  • intervienen en ellas poniendo siempre en primer plano los intereses generales y los objetivos finales de su movimiento;
  • para esa intervención y como parte integrante de ésta, se consagran de manera permanente al trabajo de reflexión y elaboración teórica, lo que permite que su actividad general se apoye realmente sobre toda la experiencia pasada de la clase y sobre sus perspectivas de futuro.

c) Las relaciones entre la clase obrera y la organización de los revolucionarios

 Aunque la organización general de la clase y la organización de los revolucionarios formen parte de un mismo movimiento, esto no impide que sean dos cosas distintas.

La primera, la organización de los Consejos, reagrupa al conjunto de la clase: el único criterio de pertenencia a ella es el de ser trabajador. La segunda, por el contrario, no agrupa más que a los elementos revolucionarios de la clase. El criterio de pertenencia no es sociológico sino político: el acuerdo con el programa y el compromiso de defenderlo. Por eso pueden formar parte de la vanguardia de la clase individuos que no forman parte de ella sociológicamente pero que, rompiendo con su clase de origen hacen suyos los intereses históricos del proletariado.

Sin embargo, aunque la clase y la organización de vanguardia son dos cosas bien distintas, esto no significa que estén separadas, sean extrañas la una a la otra u opuestas como pretenden de un lado las corrientes “leninistas” y de otro las corrientes “consejistas” y “obreristas”.

Lo que ambas concepciones quieren olvidar es que lejos de enfrentarse u oponerse, estos dos elementos -la clase y los revolucionarios- son de hecho complementarios en una relación del todo y las partes del todo. Entre la primera y los segundos no pueden existir jamás relaciones de fuerza puesto que “los comunistas no tienen intereses distintos a los del conjunto del proletariado” (ídem).

Como parte que son de la clase obrera, los revolucionarios no pueden en ningún momento sustituirla, ni en sus luchas dentro del capitalismo ni, con mayor razón aun, en la tarea de destruir el capitalismo y de ejercer el poder. Contrariamente a otras clases revolucionarias del pasado, la obra histórica que debe realizar el proletariado no puede hacerse solamente con la conciencia de una minoría, por muy clara que está sea, sino basándose en la participación consciente y en la actividad creadora del conjunto de la clase.

La conciencia generalizada es la única garantía de la victoria de la revolución proletaria y, dado que es esencialmente resultado de la experiencia práctica, la actividad del conjunto de la clase es irreemplazable. En particular el uso que la clase debe hacer de la violencia no puede ser una actividad separada del movimiento general de la clase. Por eso, el terrorismo individual o el de grupos aislados es absolutamente ajeno a los métodos de la clase y constituye, en el mejor de los casos, una manifestación de la desesperación pequeño burguesa, cuando no un método cínico de la lucha entre las fracciones de la burguesía. Cuando aparece al interior de las luchas proletarias, es la expresión de influencias exteriores a la lucha y no puede sino debilitar las mismas bases del desarrollo de la conciencia de la clase.

 La autoorganización de las luchas de la clase y el ejercicio del poder por ella misma no es una de las vías al comunismo, que se podría poner al mismo nivel que otras, sino que es la única vía.

 La organización de los revolucionarios (cuya forma más avanzada es el partido) es un órgano necesario que la clase se da para el desarrollo de la toma de conciencia de su porvenir histórico y para la orientación política de sus combates hacia ese porvenir. Por ello, la existencia del partido y su actividad constituyen una condición indispensable para la victoria final del proletariado.

d) La autonomía de la clase obrera

Por otra parte, el concepto “autonomía de clase” tal y como es comprendido por las corrientes “anarquistas” y “obreristas”, que dicen oponerse a las concepciones “sustituistas”, tiene un contenido reaccionario y pequeño burgués. A parte de que la “autonomía” queda reducida para estas corrientes a su propia autonomía de pequeñas sectas que pretenden representar a la clase obrera de la misma forma que lo hacen las corrientes “sustituistas” que ellas denuncian, sus concepciones comportan dos aspectos principales:

  • el rechazo de todos los partidos y organizaciones políticas, sean cuales sean.
  • la autonomía de cada fracción de la clase obrera (fábrica, barrio, región, nación…) en relación a las otras: el “federalismo”.

Actualmente tales nociones son, en el mejor de los casos, una reacción primaria contra el burocratismo estalinista y el totalitarismo estatal. En el peor, la expresión política del aislamiento y la división propia de la pequeña burguesía. Ambos casos, de todas maneras, traducen una incomprensión total de tres aspectos fundamentales de la lucha revolucionaria del proletariado:

  • la importancia y la prioridad de las tareas políticas de la clase: destrucción del Estado capitalista, dictadura mundial del proletariado...;
  • la importancia y el carácter indispensable de la organización de los revolucionarios dentro de la clase;
  • el carácter unitario, centralizado y mundial de la lucha revolucionaria de la clase obrera.

Para nosotros, marxistas, la autonomía de la clase significa su independencia respecto a las demás clases de la sociedad. Esta autonomía es condición indispensable para la acción revolucionaria de la clase en la medida en que el proletariado es hoy la única clase revolucionaria. Esta independencia se manifiesta tanto en el plano organizativo (organización de los Consejos Obreros) como en los planos político y programático y por tanto, en contra de lo que piensan las corrientes obreristas, en estrecha relación con su vanguardia comunista.

e) La organización de los revolucionarios en los diferentes momentos de la lucha de clases

La organización general de la clase y la organización de los revolucionarios son dos cosas diferentes. No sólo en cuanto a su función sino también en cuanto a las circunstancias de su aparición. Los Consejos Obreros no aparecen más que en los periodos de enfrentamiento revolucionario, cuando todas las luchas de la clase tienden hacia la toma del poder. Por el contrario, el esfuerzo de toma de conciencia de la clase existe continuamente desde sus orígenes y existirá siempre hasta su desaparición en la sociedad comunista. Así, existen en todos los periodos, minorías revolucionarias que son expresión de este esfuerzo constante. Pero la amplitud, la influencia, el tipo de actividad y el modo de organización de estas minorías está en estrecha relación con las condiciones de la lucha de clases.

En los periodos de acción intensa de la clase, estas minorías tienen una influencia directa sobre el curso práctico de esta actividad. Se puede hablar entonces de partido para designar a la organización de esta vanguardia. Por el contrario, en los periodos de reflujo o de vacío de la lucha de clases, los revolucionarios no tienen una influencia inmediata sobre el curso de la historia. Entonces sólo pueden existir organizaciones de tamaño mucho más reducido cuya función no sería influir sobre el movimiento inmediato sino resistir, lo que las empuja a luchar contra corriente dentro de una clase paralizada y arrastrada por la burguesía a su terreno (colaboración de clase, unión sagrada, antifascismo, resistencia patriótica,…). Su tarea esencial consiste en, sacando lecciones de las experiencias anteriores, preparar el cuadro teórico y programático del futuro partido proletario, que deberá resurgir en el futuro ascenso revolucionario de la clase. En cierta medida estos grupos y fracciones que en un momento de retroceso de la lucha se destacan del partido en degeneración o le sobreviven, constituyen el puente político y orgánico hasta su próximo resurgimiento.

f) El modo de organización de los revolucionarios

La naturaleza necesariamente mundial y centralizada de la revolución proletaria confiere al partido de la clase obrera ese mismo carácter mundial y centralizado por lo que las fracciones o grupos que trabajan por su reconstrucción tienden necesariamente hacia una centralización mundial. Esto se concretiza en la elección de órganos centrales, investidos de responsabilidades políticas entre congreso y congreso, ante el cual son responsables.

La estructura que se da la organización de los revolucionarios debe tener en cuenta dos necesidades fundamentales:

  • permitir el pleno desarrollo de la conciencia revolucionaria en su seno y por lo tanto el debate los más amplio posible de todas las cuestiones y desacuerdos que surjan en una organización no monolítica.
  • asegurar, al mismo tiempo, su cohesión y su unidad de acción, mediante la aplicación por todas las partes de la organización de las decisiones adoptadas mayoritariamente.

Teniendo en cuenta que las relaciones que se establecen entre las diferentes partes militantes de la organización arrastran consigo, necesariamente, los estigmas de la sociedad capitalista, la organización de los revolucionarios no puede constituir un islote de relaciones comunistas dentro de este sistema. Sin embargo no puede existir en contradicción con el objetivo perseguido, por lo que debe apoyarse necesariamente sobre la solidaridad y la mutua confianza que son unos de los signos de pertenencia a una organización de la clase portadora del comunismo.

Primer congreso internacional de la Corriente Comunista Internacional - Enero 1976



[1] El hundimiento del bloque del Este y de los regímenes estalinistas ha barrido esta mistificación de los países llamados “socialistas” que durante más de medio siglo constituyó la punta de lanza de la contra-revolución más terrible de la historia. Sin embargo, la burguesía “democrática”, al desencadenar masivas campañas sobre la pretendida quiebra del “comunismo”, continúa perpetuando la mentira más grande de la historia: la identificación del estalinismo con el comunismo. Los partidos de Izquierda y de extrema izquierda del capital que habían sostenido (a veces de forma “crítica”) los países llamados “socialistas” se ven obligados actualmente a adaptarse a los nuevos datos de la situación mundial. Para poder continuar mistificando y encuadrando al proletariado se esfuerzan en hacer que se olvide su apoyo al estalinismo llegando incluso a falsificar su propio pasado.

[2] Tras el hundimiento del bloque imperialista ruso en 1989 y la dislocación del bloque occidental que le siguió, las luchas de liberación nacional han dejado de constituir una mistificación tras la cual las fracciones de izquierda y extrema izquierda del Capital han intentado arrastrar a sectores del proletariado en el apoyo de un campo imperialista contra otro. Sin embargo, si en los países centrales del capitalismo el mito de la liberación nacional se ha agotado con el hundimiento del bloque ruso, su impacto sigue siendo muy vivo en ciertas regiones periféricas del mundo y sigue sirviendo para alistar a los proletarios de esos países en las masacres (como por ejemplo en las repúblicas del Cáucaso o en los territorios ocupados por Israel).

[3] Esta mistificación que tuvo su momento culminante con la experiencia “autogestionaria” y la derrota de los obreros de Lip en Francia (1973-75) está hoy agotada. Sin embargo, nada excluye que en el futuro tenga un nuevo impulso sobre todo con una mayor presencia del anarquismo. En efecto, en las luchas en España de 1936, fueron las corrientes anarquistas y anarco-sindicalistas quienes constituyeron los portavoces del mito de la autogestión, presentado como una medida económica “revolucionaria”.

 

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [4]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Izquierda Comunista [1]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • El marxismo: la teoría revolucionaria [2]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Corriente Comunista Internacional [3]

Manifiesto del IXº Congreso de la CCI

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Revolución comunista ó destrucción de la humanidad

Lo que hoy está en juego nunca antes, en la historia de la humanidad, había sido tan dramático. Nunca jamás una clase social había tenido que encarar una responsabilidad como la que hoy le incumbe al proletariado.

“¡El comunismo ha muerto!”. “¡Obreros, es inútil albergar la esperanza de acabar con el capitalismo, pues este sistema ha destruido definitivamente a su enemigo mortal!” Esto es lo que lleva repitiendo la burguesía, en todos los tonos, desde que se hundió el Bloque del Este. Y así es cómo la mayor mentira de la historia, o sea, la identificación del comunismo con el estalinismo, una de las formas más brutales de la explotación capitalista, nos la vuelven a servir de nuevo en un momento en que ese estalinismo se desintegra en medio del fango y del caos. Para las clases dominantes de todos los países se trata de convencer a todos los explotados de que la lucha por cambiar el mundo es vana. “Hay que contentarse con lo que se tiene, no existe otra cosa. Además, si se hundiera el capitalismo la sociedad que le sucedería sería todavía peor”. La capitulación sin gloria del estalinismo a partir de 1989 y el ignominioso hundimiento del bloque dominado por ese sistema, nos han sido presentados como la “magnífica victoria de la Democracia y de la Paz”, que iba a iniciar un “nuevo orden mundial”, pacífico y próspero, en el que los “derechos humanos” iban a ser  por fin respetados.

No se les habían secado las babas todavía a sus discurseros cuando, en 1990, esos grandes países pretendidamente “civilizados” desencadenaron una abominable barbarie guerrera en Oriente Medio. Aplastando bajo sus bombas a cientos de miles de seres humanos, transformando a Irak en un campo de cadáveres y ruinas, haciendo soportar a las poblaciones de éste país el “castigo” que pretendían infligir a los dirigentes que las explotan y oprimen.

“Pero ahora se acabó”, nos viene a decir la burguesía con la mano en el corazón. “Esta guerra era necesaria -continúa- para que no vuelva a haber otras”. “Al hacer respetar el Derecho internacional, esta guerra ha abierto las puertas hacia un mundo por fin solidario, en el cual los conflictos se podrán arreglar de manera pacífica bajo la égida de la Comunidad internacional y demás Naciones unidas –nos sermonea”.

Ante los cambios habidos, ante tal catarata de mentiras y de barbarie, el proletariado mundial se ha quedado paralizado. ¿Habrá ganado la partida definitivamente la clase dominante? ¿Habrá superado de una vez para siempre las contradicciones que asaltan su sistema desde sus orígenes y en especial en las últimas décadas? ¿Habrá exorcizado el espectro de la revolución que tanto la obsesionaba, desde hace más de un siglo? Eso es lo que quiere hacer creer a los explotados. No debe caber la menor duda: el mundo que nos propone la burguesía, el mundo que nos propone conservar no va a ser mejor que el de hoy, sino mucho peor. La clase obrera, por su parte, no ha dicho su última palabra y aunque está momentáneamente amordazada sigue teniendo la fuerza para acabar con el capitalismo y con la barbarie que éste engendra. Como nunca antes, su combate es la única esperanza para la humanidad, para que ésta se libere de sus cadenas, de la miseria, de las guerras y de todas las calamidades que hasta ahora la han abrumado.

Eso es lo que los revolucionarios deben decir a la clase, lo que este manifiesto quiere afirmar.

Frente a las innobles campañas de la propaganda burguesa, el primer deber de los revolucionarios es restablecer la verdad, recordar al proletariado lo que de verdad fue y lo que será la revolución comunista, con la que hoy se regodean los burgueses cargando sobre sus espaldas todos los males que sufre la especie humana. Les corresponde muy especialmente a los revolucionarios denunciar la monstruosa mentira que consiste en presentar como “comunistas” a los regímenes que dominaron toda una parte del mundo durante décadas, demostrar por qué esos regímenes no eran las criaturas, ni siquiera bastardas, de la revolución proletaria, sino que fueron los enterradores de ésta.

El estalinismo no es hijo de la revolución sino la encarnación de la contrarrevolución

A principios de siglo, durante y después de la Primera Guerra Mundial, el proletariado entabló unos combates de gigante que casi echan abajo el capitalismo. En 1917, derrocó el poder burgués en Rusia. Entre 1918 y 1923, en el país europeo más importante, Alemania, llevó a cabo múltiples asaltos con el mismo fin. Aquella oleada revolucionaria tuvo repercusiones en todas las partes del mundo donde existía una clase obrera desarrollada, desde Italia a Canadá desde Hungría a China. Esa era la respuesta que daba el proletariado mundial a la entrada del capitalismo en su periodo de decadencia, de lo cual la Primera Guerra Mundial había sido la primera manifestación. Fue la confirmación patente de todas las previsiones que los revolucionarios habían anunciado desde la mitad del siglo XIX: para el proletariado había llegado la hora, como lo anunciaba el Manifiesto Comunista de 1848, de ejecutar la sentencia de la historia contra el capitalismo, contra un sistema de producción incapaz de asegurar el progreso de la humanidad.

La derrota de la clase obrera y la contrarrevolución capitalista

La burguesía logró contener aquel impresionante movimiento de la clase obrera que había sacudido el planeta entero y, superando el pánico que la perspectiva de su propia desaparición había provocado en ella, reaccionó cual fiera herida echando todas sus fuerzas a la batalla, cometiendo todos los crímenes necesarios.

Inmediatamente acalló los antagonismos imperialistas que la habían desgarrado durante cuatro años de guerra para así formar un frente unido contra la revolución. Con trampas, mediante la represión, las mentiras y las matanzas, la burguesía logró vencer a las masas obreras insurgentes; rodeó a la Rusia revolucionaria con un “cordón sanitario” en forma de bloqueo total y llevó a la peor de las hambrunas a decenas de millones de seres humanos, hambrunas de las que naturalmente se encargó con rapidez de culpar al movimiento revolucionario mismo. Con su apoyo masivo, en hombres y armamento, a los ejércitos blancos del zarismo derrocado, desencadenó una guerra civil espantosa que provocó millones de muertos y destruyó por completo la economía. En aquel campo de ruinas, aislada por el fracaso de la revolución mundial, diezmada por los combates y el hambre, la clase obrera de Rusia, aunque logró hacer frente y vencer a los ejércitos de la contrarrevolución, no pudo conservar el poder que había tomado en sus manos en octubre de 1917. Menos todavía pudo “construir el socialismo”. Derrotada en los demás países, en especial en las grandes metrópolis industriales de Europa y de América del norte, en Rusia misma no podía sino ser vencida.

La victoria de la contrarrevolución a escala mundial no se concretó en Rusia mediante el derrocamiento del Estado que había surgido tras la revolución, sino a través de la degeneración de ese Estado. En un país que, a causa del mantenimiento del poder burgués a escala mundial, no podía librarse del capitalismo, fue el aparato de ese Estado la nueva forma de la burguesía encargada de explotar a la clase obrera y organizar la gestión del capital nacional. El partido bolchevique, tras haber sido la vanguardia de la revolución en 1917, sufrió igualmente esa degeneración, identificándose  cada día más con el Estado. Los mejores combatientes de la revolución, apartados progresivamente de las responsabilidades, excluidos, exiliados y encarcelados, acabaron siendo ejecutados por toda una capa de arribistas y de burócratas que encontraron en Stalin a su mejor representante y cuya razón de ser ya no era ni mucho menos la de defender los intereses de la clase obrera sino, todo lo contrario, ejercer sobre ella, mediante la mentira y la represión, la más ignominiosa de las dictaduras; preservando y consolidando así la nueva forma de capitalismo que se había instalado en Rusia.

Los demás partidos de la Internacional, los partidos “comunistas”, siguieron el mismo camino. El fracaso de la revolución mundial y el desconcierto que creó en las filas obreras, favorecieron el desarrollo del oportunismo en esos partidos; o sea, la política de sacrificar los principios revolucionarios y las perspectivas históricas del movimiento de la clase obrera en aras de ilusorios “éxitos” inmediatos. Esta evolución de los partidos “comunistas” permitió el ascenso irresistible de elementos que pensaban más en hacer carrera en los engranajes de la sociedad burguesa, en los parlamentos y en los municipios, que en combatir junto a la clase obrera y defender los intereses de ésta. Esos partidos, infectados por la enfermedad oportunista y controlados por burócratas  trepadores, quedaron sometidos a la presión del Estado ruso quien, mediante la mentira y la intimidación, ascendió a esos burócratas a los órganos de dirección. Esos partidos, tras haber expulsado a quienes habían permanecido fieles al combate revolucionario, acabaron traicionando y pasándose con armas y bagajes al campo de la burguesía. Al igual que el partido bolchevique dominado por el estalinismo esos partidos se convirtieron en vanguardia de la contrarrevolución en sus países respectivos. Su papel lo pudieron desempeñar tanto mejor presentándose como los “partidos de la revolución comunista”, los “herederos del Octubre rojo”. STALIN, para asentar su poder en el partido bolchevique en degeneración, para eliminar a los militantes más sinceros y entregados a la causa del proletariado se había aureolado con el prestigio de LENIN. De la misma forma, los partidos estalinistas, para sabotear más eficazmente las luchas obreras usurparon el prestigio que habían adquirido, entre los obreros del mundo entero, la Revolución rusa de 1917 y los combatientes bolcheviques.

La identificación entre estalinismo y comunismo, plato que hoy nos están volviendo a servir, es sin duda la mayor mentira de la historia. La realidad es que el estalinismo es el peor enemigo del comunismo, su negación misma.

El comunismo solo puede ser internacionalista, el estalinismo es el triunfo del patrioterismo

Desde sus orígenes, la teoría comunista puso el internacionalismo, la solidaridad internacional de todos los obreros del mundo, en cabeza de sus principios. “Proletarios de todos los países, ¡Uníos!”, era la consigna del Manifiesto Comunista redactado por MARX y ENGELS, principales fundadores de esa teoría. Ese mismo manifiesto afirmaba claramente que “los proletarios no tienen patria”. Y si el internacionalismo siempre ha tenido tanta importancia para el movimiento obrero no es desde luego a causa de las utopías de unos cuantos profetas iluminados sino porque la revolución del proletariado, la única que puede acabar con la explotación capitalista y con toda forma de explotación del hombre por el hombre, sólo podrá verificarse a escala internacional.

Esa es la realidad que ya quedó expresada con fuerza desde 1847: “La revolución comunista (…) no será una revolución puramente nacional; se producirá al mismo tiempo en todos los países civilizados. (…) y tendrá en todos los demás países del globo una repercusión considerable, transformará completamente y acelerará el curso de su desarrollo. Es una revolución universal; su territorio será, por consiguiente universal” (ENGELS, Principios del comunismo).

Y fue ese mismo principio el que defendieron con uñas y dientes los bolcheviques cuando la revolución rusa: “La revolución rusa no es sino un destacamento de los ejércitos de la revolución mundial, y el éxito y el triunfo de la revolución que hemos llevado a cabo dependen de la acción de esos ejércitos. Ese es un factor que ninguno de nosotros olvida. (…) El proletariado ruso tiene conciencia de su aislamiento revolucionario y ve claramente que su victoria tiene como condición indispensable y premisa fundamental, la intervención unida de los obreros del mundo entero” LENIN,  23 de julio de 1918).

He ahí por qué la tesis de “la construcción del socialismo en un solo país“, avanzada por STALIN en 1925 tras la muerte de LENIN, no es sino una traición vergonzosa a los principios elementales del movimiento obrero. En lugar del internacionalismo, por el cual los bolcheviques y todos los revolucionarios habían combatido siempre, especialmente durante la Primera Guerra Mundial (a la que precisamente puso fin la acción de los proletarios de Rusia y Alemania), STALIN y sus secuaces se hicieron los portavoces del nacionalismo más abyecto.

En Rusia vuelven entonces a recobrarse, so pretexto de defensa de la “patria socialista”, las viejas campañas chovinistas que habían servido de estandarte a los ejércitos blancos en su guerra contra la revolución proletaria unos años antes. Así, durante la Segunda Guerra Mundial STALIN se vanagloria de la participación de su país en la carnicería imperialista, de los 20 millones de soviéticos muertos por la “victoria de la patria”; y, en los demás países los partidos estalinistas mezclan ignominiosamente los himnos nacionales con las estrofas de La Internacional, canto universal del proletariado; envuelven la bandera roja, estandarte de los combates obreros desde hacía casi un siglo, con los trapos nacionalistas que izaban los policías y los militares cuando aplastaban a los trabajadores. Y en la histeria patriotera que se desencadena al final de la Segunda Guerra Mundial en los países que habían estado ocupados por los ejércitos alemanes, los partidos estalinistas reivindican con orgullo el primer puesto y no quieren dejar a nadie más la faena de  asesinar, “por traidores a la patria”, a quienes intentan hacer oír la voz del internacionalismo.

Nacionalismo contra internacionalismo, esa fue la prueba, si hubiese hecho falta hacerla, de que el estalinismo no ha tenido nada que ver con el comunismo. Y eso no fue todo.

El comunismo es la abolición de la explotación mediante la dictadura del proletariado. El estalinismo ha sido la dictadura sobre el proletariado para mantener su explotación.

El comunismo no puede establecerse si no es con la dictadura del proletariado. Y dictadura del proletariado significa que la clase de los trabajadores asalariados ejerce el poder sobre el conjunto de la sociedad. Ese poder la clase lo ejerce mediante los consejos obreros, es decir por medio de las asambleas soberanas de trabajadores a las cuales les incumbe la responsabilidad de tomar las decisiones esenciales que inciden en la marcha de la sociedad y que controlan permanentemente a quienes ellas han delegado para las tareas de centralización y coordinación. Fue en esos principios en los que se basó el poder de los “soviets” ( “consejos” en ruso”) en 1917. El estalinismo fue la negación total de ese sistema. La única dictadura que ha conocido el estalinismo no es ni mucho menos la del proletariado sino, en nombre de ella, la dictadura sobre el proletariado por una minoría de burócratas. Dictadura basada en el terror más monstruoso, en la policía, en la delación, en los campos de concentración y en las matanzas de obreros que se atrevieron a levantarse contra ella; como pudo verse una vez más en 1956 en Hungría, y en Polonia en 1970 y en 1981.

En fin, comunismo significa abolición de la explotación del hombre por el hombre, fin de la división de la sociedad entre clases privilegiadas y clases explotadas cuyo trabajo sirve, antes que nada, para engordar a aquellas. En los  regímenes estalinianos los obreros siempre estuvieron explotados. Su trabajo, su sudor y sus privaciones no tenían otro objetivo que el de permitir que los miembros dirigentes del Partido-Estado siguieran disfrutando de sus privilegios, disfrutando de sus lujosas mansiones mientras las familias obreras se amontonaban en viviendas destartaladas; teniendo aquellos a su disposición almacenes especiales en los que no falta de  nada, mientras que los destinados a los trabajadores no sólo están desesperadamente vacíos sino que para acceder a ellos hay que hacer cola durante interminables horas para tener la gran suerte de encontrar un cacho de mala carne medio podrida. En la sociedad comunista, además, la producción estará fundamentalmente orientada hacia la satisfacción de las necesidades humanas. ¡Buen ejemplo en cambio de sociedad “comunista” o de “transición hacia el comunismo” el de la URSS y demás países del mismo estilo! en los que, más aun que en los países oficialmente capitalistas, lo mejor de la producción está destinado a las armas, a los medios de destrucción más sofisticados y letales.

En resumidas cuentas, los regímenes que han dominado durante décadas toda una parte del mundo en nombre del comunismo, del socialismo o de la clase obrera aparecen con las características esenciales del capitalismo. Y esto es así por la sencilla razón de que esos regímenes son capitalistas. Aunque sea una forma especialmente frágil del capitalismo, aunque la burguesía “privada” tal y como la conocemos en los países occidentales haya sido allí sustituida por una burguesía de Estado, aunque la tendencia universal al capitalismo de Estado, que afecta al sistema capitalista de todos los países desde que éste entró en su fase de decadencia, haya adoptado allí sus formas más caricaturescas y aberrantes.

Las “democracias” cómplices del estalinismo

Como el régimen instaurado tras el fracaso de la revolución no era sino una variante del capitalismo y el ariete de la contrarrevolución, recibió consecuentemente el caluroso apoyo de todas las burguesías que años antes habían combatido sin cuartel el poder de los soviets. En 1934 esas mismas burguesías aceptan a la URSS en la Sociedad de Naciones (la antepasada de la ONU), organismo al que los revolucionarios, y entre ellos LENIN, habían calificado de “cueva de ladrones” cuando se fundó. Esa fue la señal de que STALIN se había vuelto “respetable” para la clase dominante de todos los países, para la misma que presentaba a los bolcheviques de 1917 como unos salvajes con el cuchillo entre los dientes. Los hampones imperialistas reconocían así a uno de los de su banda. Quienes desde entonces tendrán que soportar las persecuciones de la burguesía internacional son los revolucionarios que se oponen al estalinismo. Y fue así cómo TROTSKI, uno de los principales dirigentes de la revolución de 1917, acabará siendo un proscrito en el mundo entero. Expulsado primero de la URSS en 1929, después desde un país a otro y sometido  a vigilancia policíaca en todo momento, TROTSKI tiene además que hacer frente a las campañas de calumnias más rastreras que las víboras estalinistas desatan contra él; campañas esmeradamente difundidas por todas las burguesías occidentales. Y así, cuando STALIN organiza a partir de 1936 los ignominiosos juicios de Moscú con el espectáculo de los antiguos camaradas de LENIN doblegados por la tortura, acusándose de los crímenes más abyectos, exigiendo para sí mismos un castigo ejemplar, esta misma burguesía da claramente a entender que estos revolucionarios están recibiendo su merecido. STALIN cometió sus monstruosos crímenes, exterminando en sus cárceles y campos de concentración a ciento de miles de comunistas, a más de diez millones de obreros y campesinos gracias a la activa complicidad de la burguesía de todos los países. Y los sectores burgueses que mejor prueba dieron de su cómplice celo fueron los “democráticos” y muy especialmente la socialdemocracia; los mismos sectores que hoy denuncian con la mayor virulencia los crímenes estalinistas, apareciendo ellos cual dechado y modelo de virtudes.

La complicidad de las “democracias” respecto a las abominaciones del estalinismo, complicidad que hoy ponen gran cuidado en ocultar, no es su único crimen. En realidad la democracia burguesa es tan experta en atropellos y atrocidades como las demás formas de régimen capitalista, el estalinismo o el fascismo.

 “Democracia”, careta hipócrita de la dictadura sanguinaria de la burguesía

Desde siempre, los revolucionarios han denunciado la mentira de la “democracia” en la sociedad capitalista. Esta forma de gobierno en la que, oficialmente,  el poder pertenecería al “pueblo”, a todos los ciudadanos, no ha sido sino el instrumento del poder absoluto de la burguesía sobre las clases a las que explota.

Ya en su origen, la democracia burguesa se da a sí misma patente de corso para su sucio trabajo. La gran democracia norteamericana, por ejemplo, la de los WASHINGTON, los JEFFERSON y demás, presentada como modelo para el resto de naciones, mantiene la esclavitud hasta 1864. Y cuando decide abolirla, porque la explotación de los obreros es más rentable que la de los esclavos, es otra democracia ejemplar, la de Inglaterra, la que apoya a los estados del Sur de Estados Unidos que quieren mantener la esclavitud. En aquel mismo periodo, otra gran representante de la democracia burguesa, la república francesa, heredera de 1789 y de la “declaración de los derechos humanos”, se distingue por el aplastamiento de la Comuna de París cuyo colofón fue la matanza en una semana, a finales de mayo de 1871, de varias decenas de miles de obreros. Pero los crímenes de estos regímenes democráticos no son nada comparados con los cometidos durante este siglo.

Los crímenes de la democracia burguesa en el siglo XX

Gobiernos democráticos, con el apoyo activo de la mayoría de los partidos “socialistas”, fueron los principales protagonistas de la Primera Guerra Mundial, en la que perdieron la vida veinte millones de seres humanos. Y fueron esos mismos gobiernos con la complicidad, cuando no bajo la dirección de los “socialistas”, quienes acallaron a sangre y fuego la oleada revolucionaria que había detenido aquella carnicería militar. En Berlín, en enero de 1919, so pretexto de atajar una intentona de evasión, la soldadesca a las órdenes del “socialista” NOSKE ejecuta a los principales dirigentes de la revolución y entre ellos Karl LIEBNECHT asesinado de un balazo en la nuca, y Rosa LUXEMBURGO matada a culatazos. Al mismo tiempo, el gobierno socialdemócrata manda asesinar a miles de obreros empleando las 16.000 ametralladoras devueltas a toda prisa por la Francia vencedora a la Alemania vencida. Son esas mismas “democracias”, en especial Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, las que desde 1918 otorgan un apoyo total a las tropas zaristas, vinculadas a uno de los regímenes más bestiales y retrógrados de aquel tiempo, para así combatir al proletariado revolucionario de Rusia.

En el periodo entre las dos guerras van a sobrar los crímenes perpetrados por la virtuosísima “Democracia”. Las matanzas coloniales, entre otras, se acumulan. Es la tan democrática Inglaterra quien va a inaugurar en 1925 una de las atrocidades por la que más tarde acusarán a Sadam HUSSEIN de ser el “Carnicero de Bagdad”: el uso de gases asfixiantes contra las poblaciones kurdas. Pero en donde las democracias van a hacer la mejor demostración de sus capacidades será durante la Segunda Guerra Mundial, a la que pretendían declarar cruzada contra la dictadura y los horrores nazis.

La propaganda de los “aliados”, tras la Segunda Guerra Mundial, sobre los crímenes de guerra cometidos por las autoridades alemanas fue inagotable. Lo tenían fácil: con una dictadura policíaca y unos campos de concentración dignos del estalinismo, el nazismo fue, junto con éste, una de las cumbres de la barbarie engendrada por el capitalismo decadente. Instalado en el poder, de manera “democrática” y parlamentaria, por la misma burguesía alemana que había llevado al poder a la socialdemocracia para que aplastara la revolución obrera; el nazismo, hijo de la contrarrevolución desencadenada por aquella contra el proletariado diez años antes, fue, sobre todo con el holocausto de seis millones de judíos, el símbolo del insondable horror al que recurre la clase dominante cuando se siente amenazada. Los autores de los crímenes nazis pasaron ante los tribunales de Nüremberg y algunos fueron ejecutados. En cambio, no hubo ningún tribunal para juzgar a CHURCHILL, ROOSVELT o TRUMAN, como tampoco a los militares “aliados” responsables, entre otras cosas, de bombardear sistemáticamente las ciudades alemanas y en especial sus barrios obreros, bombardeos que provocaban decenas de miles de víctimas civiles en cada andanada. Ningún tribunal, pues ellos fueron los vencedores, para quienes dieron la orden de transformar Dresde, el 13 y el 14 de febrero de 1945, en una hoguera gigantesca que mató, en unas cuantas horas, a doscientas mil personas; a pesar de que ya tenían de sobra ganada la guerra y de que la ciudad no poseía ninguna instalación militar, lo que la había convertido en lugar de acogida para cientos de miles de refugiados y de heridos. Fue también la gran democracia norteamericana quien, por vez primera y única hasta entonces en la historia, utilizará en agosto de 1945 la bomba atómica contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagashaki, matando en un segundo a 75.000 y 40.000 personas y muchas más que murieron después a consecuencia de la energía nuclear, entre atroces sufrimientos. Fueron esos mismos demócratas, los CHURCHIL y ROOSVELT, quienes, perfectamente al corriente del exterminio de millones de judíos por el régimen nazi, no hicieron nada por salvarlos, llegando incluso hasta rechazar categóricamente todas las propuestas de liberar a cientos de miles que el gobierno alemán y sus aliados les hicieron. Fue con el mayor de los cinismos con el que esos humanistas justificaron su negativa: “transportar y acoger a todos aquellos judíos hubiese frenado el esfuerzo de guerra”.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la “democracia” continúa sus crímenes

Después de la guerra, por mucho que los vencedores levanten por todas partes el estandarte de la moral, de la libertad, del derecho de los pueblos y de los derechos humanos y por mucho que afirmen su rechazo a la barbarie de los nazis, en realidad serán capaces de usar en todo momento los mismos métodos de que acusan a éstos. Por ejemplo, las represalias masivas contra la población civil no serán algo específico de los acusados de Nüremberg, serán también de uso cotidiano en las guerras coloniales o neocoloniales llevadas a cabo por los diferentes países “democráticos” como los Estados Unidos, faro del “mundo libre”, o Francia “patria de los derechos humanos”. Así es cómo, el día de la capitulación de la Alemania hitleriana -8 de mayo de 1945- el gobierno francés, compuesto por democristianos, “socialistas” y “comunistas”, ordena la matanza de más de 20.000 personas en las ciudades argelinas de Sétif y Constantina, en donde parte de la población se había tomado al pie de la letra los discursos del gobierno sobre la “liberación nacional”. Dos años más tarde, ese mismo gobierno renueva su hazaña en Madagascar, matando esta vez a más de 80.000 personas. En cuanto a torturas, del estilo utilizado por la Gestapo, y “desapariciones”, de las que tanto se ha acusado últimamente a los “gorilas” de Argentina y Chile, las autoridades francesas las practicaron durante años en Indochina y Argelia hasta tal extremo que dimitieron algunos policías y militares. Así mismo, las repugnantes matanzas metódicamente organizadas por el ejército norteamericano en Vietnam aún están en las memorias: pueblos incendiados con Napalm, campesinos ametrallados desde helicópteros, exterminio de los habitantes de My Lai, todos, mujeres, niños, y ancianos incluidos. Esos son sólo unos cuantos ejemplos de las hazañas de los campeones de la “democracia”.

A fin de cuentas, la democracia no se distingue, en el fondo, de las demás formas de gobierno de la burguesía. No tiene nada que envidiarles cuando se trata de oprimir a los explotados, de masacrar poblaciones, de torturar a oponentes, de mentir a quienes gobierna. Y es precisamente en eso en lo que la democracia supera a los regímenes de dictadura descarada. Cuando éstos usan sistemáticamente la mentira para gobernar, la democracia va más lejos: comete exactamente los mismos crímenes que esos regímenes; como ellos, miente a gran escala, aunque, eso sí, diciendo que pretendía lo contrario, se arropan con la toga de la Virtud, del Derecho y de la Verdad y organizan el espectáculo de su propia “crítica” por personas “responsables”, o sea, por sus propios defensores. La democracia no es otra cosa que la tapadera que oculta ante los explotados la dictadura implacable y sanguinaria de la burguesía.

Todo eso muestra lo peligrosa que es la democracia para la clase obrera. Por ello hoy, los obreros deben evitar dejarse engañar por las campañas sobre la pretendida “victoria de la democracia sobre el comunismo” y evitar caer en la trampa del “nuevo orden mundial” que aquella “victoria” anunciaría.

La barbarie guerrera es, hoy más que nunca, la única perspectiva que puede ofrecernos el capitalismo

La guerra del Golfo contra Irak y la “coalición” dirigida por Estados Unidos nos han demostrado una vez más lo que valen los bonitos discursos democráticos. Hemos vuelto a comprobar  lo que son los grandes países “civilizados”: cientos de miles de muertos en Irak, uso de las armas más mortíferas y devastadoras, bombas de siete toneladas, bombas de “fuel aire combustible” que asfixian a sus víctimas con todavía mayor eficacia que los gases empleados por Sadam HUSSEIN. Hemos verificado cómo esos países “democráticos”, “adelantados”, han provocado a gran escala hambres y epidemias entre los supervivientes y destruido sistemáticamente toda clase de objetivos civiles como son silos, fábricas de alimentos, plantas depuradoras de agua, hospitales,… Nos hemos podido enterar, después, cómo las famosas imágenes de la “guerra limpia”, difundidas hasta el asco durante semanas por unos medios de comunicación a sus órdenes , encubrían en realidad una guerra tan “sucia” como las demás guerras: decenas de miles de soldados enterrados vivos, “alfombras de bombas” que, tres veces de cada cuatro, fallaban sus objetivos pero no dejaban de provocar una carnicería entre la población de los alrededores (asesinato de 800 personas en un refugio civil de Bagdad); matanzas a gran escala de soldados que abandonaban, y de civiles que huían, como ocurrió en la carretera de Kuwait a Basora el último día de la guerra. Así mismo se comprobó el grado de cinismo que puede alcanzar la burguesía “democrática” cuando dejó cancha libre al matarife SADAM para que éste pudiera exterminar a gusto a las poblaciones Kurdas, a quienes antes esa misma “democracia” había animado a sublevarse tras las camarillas nacionalistas kurdas. El colmo de la hipocresía fue después, cuando, una vez terminada la carnicería, se organiza una pretendida “ayuda humanitaria”.

Las mentiras de la burguesía

La guerra del Golfo nos ha mostrado también cuan falsos son los discursos sobre la “libertad de prensa”, el “derecho a la información” de que alardean los gobiernos democráticos. Mientras duró la guerra sólo hubo una verdad, la de los Estados; sólo un tipo de imágenes, el proporcionado por los estados mayores de los ejércitos. La pretendida “libertad de prensa” apareció como lo que es, un adorno de hipócritas. Cuando cayeron las primeras bombas, en todos los medios de comunicación lo que se plasmó, como en cualquier régimen totalitario, fue la ejecución escrupulosa y servil de las consignas gubernamentales. Una vez más la Democracia mostró su verdadero carácter, el de ser un instrumento de la dictadura de la clase dominante sobre los explotados. Y entre todas las falsedades rastreras con que nos han atosigado, la palma se la lleva la de haber presentado la matanza del Golfo como “una guerra por la paz” destinada a instaurar por fin un “nuevo orden mundial próspero y pacífico”

Esa es una de las mentiras burguesas más odiosas y manidas. Cada vez que el capitalismo decadente se ha metido en una nueva carnicería imperialista, la burguesía nos ha cantado la misma copla. La Primera Guerra Mundial, con sus 20 millones de muertos, iba a ser “la última de las últimas”; veinte años más tarde, la guerra fue todavía más abominable: 50 millones de muertos. Los vencedores de ésta la presentaron como “victoria definitiva de la civilización”. Las diferentes guerras que la han seguido, han provocado tantos muertos como la Segunda y eso sin contar con las calamidades por ellas acarreadas, hambres, epidemias, muertes colaterales,…

La clase obrera debe resistir y no caer en esa trampa, pues en el capitalismo no puede haber término a la guerra. Y esto no se debe a la “buena” o a la “mala” política de los gobiernos, ni depende de la “cordura” o de la “locura” de quienes dirigen los Estados. La guerra se ha convertido en algo inseparable del sistema capitalista, de un sistema basado en la competencia entre diferentes sectores del capital. Un sistema cuya quiebra económica definitiva lo arrastra a rivalidades en aumento entre diferentes sectores. Un sistema en el cual la guerra comercial, a la que se dedican todas las naciones, no puede sino desembocar en guerra armada. No hay que dejarse engañar: las causas económicas que provocaron las dos guerras mundiales no han desaparecido. Muy al contrario, nunca antes se había encontrado la economía capitalista en semejante atolladero, prueba fehaciente de que el sistema capitalista ha cumplido su tiempo y que debe ser derrocado como lo fueron las sociedades que lo precedieron, la feudal y la esclavista. La supervivencia de este sistema es un absurdo total para la sociedad humana, un absurdo a imagen de la guerra imperialista misma, la cual moviliza todas las riquezas de la ciencia y del trabajo humanos no para aportar el bienestar a la humanidad sino al contrario, para amontonar ruinas y cadáveres. ¡Y que no nos vengan ahora con el cuento de que el desplome del imperio ruso, el final de la división del mundo en dos bloques enemigos, va a significar la desaparición de las guerras! Una nueva guerra mundial, que enfrentaría a dos grandes potencias, cada una con sus aliados respectivos, no está por ahora al orden del día. Pero el fin de los bloques no ha sido el fin de las contradicciones del capitalismo. La crisis sigue ahí. Lo que sí ha desaparecido es la disciplina que aquellas potencias imponían a sus vasallos. Y teniendo en cuenta que los antagonismos entre las naciones se van a agudizar todavía más con la agravación irremediable de la crisis, la única perspectiva no va a ser, ni mucho menos, la de un “nuevo orden mundial” sino la de un desorden mundial todavía más catastrófico.

El futuro del capitalismo, más y más barbarie guerrera

Lo que se nos avecina es el desmelenamiento de las ansias imperialistas de todos los países, grandes o pequeños; el “cada uno para sí” de todas las burguesías, las cuales intentarán por todos los medios, y sobre todo militares, proteger sus intereses a expensas de las demás, disputarles el menor mercado, la menor zona de influencia. En realidad el porvenir que el capitalismo propone a la humanidad es el del mayor caos de la historia. Y cuando la primera potencia mundial se propone hacer de “gendarme” para así “preservar el orden”, lo único que ha sabido hacer es desencadenar nuevos desórdenes y una barbarie sanguinaria como la que hemos visto en Oriente Medio, a principios de 1991. La cruzada de Estados Unidos contra Irak se presentaba como la del “Derecho”, de la “Ley internacional” y del “Orden mundial”. Se ha revelado como la expedición punitiva que había de permitir al gángster más poderoso, los Estados Unidos, lucir su patente de matarife a expensas de matones de poca monta como Sadam HUSEIN, para así imponer su ley, la ley del más fuerte, la ley del hampa. La única diferencia con los gángsteres del hampa es que para éstos todo queda en casa, suelen matarse entre sí y en pequeñas cantidades, mientras que los que dirigen los Estados matan, sobre todo, a las poblaciones gobernadas por sus adversarios del momento, y a gran escala. En cuanto al famoso “orden mundial” ya se ha visto, desde la guerra del Golfo, lo bien que se “mantiene”. En Oriente Próximo mismo, la guerra ha engendrado nuevos desórdenes, como la sublevación de los chiítas (ó shiíes) y de los kurdos, que amenazaba la estabilidad de toda la región. También Turquía, Siria, el sur de la URSS,… amenaza evitada a cosa del aplastamiento de esas poblaciones. En el resto del mundo el caos continúa aumentando, el continente africano se está abismando en enfrentamientos étnicos, matanzas diversas, insondables hambrunas e imparables epidemias que aquellos conflictos avivan. Un caos que ya no evita a Europa. Yugoslavia se está desmembrando en la más absoluta barbarie de sangre y fuego. El mastodonte que era la URSS está viviendo convulsiones agónicas: una intentona de golpe de Estado digna de otras latitudes, la secesión de la mayoría de las repúblicas, la explosión de los nacionalismos. Lo que era la URSS va a toda velocidad hacia enfrentamientos como los yugoslavos pero a escala de un continente, y encima con miles y miles de cargas atómicas que podrían caer en manos de los sectores más irresponsables de la burguesía y hasta de mafias locales.

En fin, las diferentes potencias del antiguo bloque occidental también han empezado a darse mutuos zarpazos. Vemos a la burguesía alemana, con la complicidad de su colega austriaca, echar gasolina al fuego de Yugoslavia, apoyar los movimientos independentistas eslovenos y croatas, mientras las demás burguesías occidentales apostaban por el mantenimiento de la unidad del país. Entre los aliados de ayer, quienes tras el hundimiento de la URSS y de su potencia militar ya no necesitan cerrar filas entre ellos, las rivalidades imperialistas, la búsqueda insaciable de la menor zona de influencia económica, política y militar, sólo pueden conducirles a un forcejeo cada vez más encarnizado. Por eso fue, a fin de cuentas, por lo que Estados Unidos castigó a Irak con tales destrucciones. Este país no era ni mucho menos el único al que Estados Unidos tenía en su punto de mira. Lo de menos, en la exhibición del potencial militar norteamericano, sin posible comparación con el del país vencido, en el  obsceno exhibicionismo de las armas más sofisticadas y asesinas, era amedrentar a Irak o a otros países de segundo orden que quisieran imitar a este país. A quienes de verdad se dirigía el mensaje de prepotencia era en realidad, a sus propios “aliados”, a los países a los que Estados Unidos empujó a la guerra (como Francia, Italia y España) o a los que pasó factura para sufragar gastos (como Alemania o Japón). Y el mensaje era: ¡Ay de aquellos a quienes se les ocurra perturbar el “orden mundial”, poner en entredicho la relación de fuerzas actual o cuestionar la supremacía de la primera potencia mundial!

Así, detrás de los bellos discursos sobre el “orden mundial”, la “paz” y la “cooperación” entre naciones, la “solidaridad y la “justicia” hacia los pueblos menos favorecidos, el mundo aparece cual inmensa cancha de lucha libre donde cada uno tira por su lado, donde se agudizan las rivalidades imperialistas y la guerra de todos contra todos, no sólo la económica sino, cada vez más, la de las armas. Frente a ese sangriento caos, presente ya en el mundo y que seguirá agravándose, el mantenimiento del “orden mundial” significa ni más ni menos que se va a recurrir al uso más y más frecuente y brutal de la fuerza militar; significa que las grandes potencias imperialistas van a dar rienda suelta a mayores matanzas y en primer lugar, el país “faro” de la democracia, el gendarme del mundo, los Estados Unidos.

A fin de cuentas, todo ese caos que hoy se está desarrollando, el estallido de conflictos guerreros, el hundimiento de países enteros en enfrentamientos sangrientos entre nacionalidades, las matanzas tan bestiales como absurdas, todo ello pone de relieve que el mundo ha entrado en un nuevo periodo histórico dominado por convulsiones de una amplitud desconocida hasta hoy. La burguesía “democrática” quiere hacernos creer que el desmoronamiento de los regímenes estalinistas, a los que presenta como “comunistas” sería únicamente el resultado del callejón sin salida en que estaban metidos esos regímenes, de la quiebra histórica de su economía. ¡Otra mentira!

Es verdad que la forma estaliniana de capitalismo de Estado era especialmente aberrante, frágil y estaba mal pertrechada para enfrentar la crisis económica mundial. Pero un acontecimiento de tal envergadura, la explosión de todo un bloque imperialista en unas cuantas semanas, durante el otoño de 1989, y ahora la dislocación repentina también del Estado que había sido su mismísimo jefe -la URSS era hace menos de dos años la segunda potencia mundial- pone de relieve el grado de putrefacción alcanzado no sólo por los regímenes estalinianos sino incluso, y sobre todo, por todo el sistema capitalista en su conjunto.

Corriente Comunista Internacional julio 1991

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [4]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Izquierda Comunista [1]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Corriente Comunista Internacional [3]

Acontecimientos históricos: 

  • Hundimiento del Bloque del Este [5]

Cuestiones teóricas: 

  • Comunismo [6]
  • Descomposición [7]

Manifiesto del Primer Congreso de la CCI

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El espectro de la revolución comunista vuelve a recorrer el mundo. Durante decenios, las clases dirigentes creyeron haber conjurado para siempre los “demonios” que agitaron al proletariado en el siglo XIX y los inicios del XX. Ciertamente, el movimiento obrero nunca había padecido una derrota tan terrible y duradera. La contrarrevolución que abrumó a la clase obrera europea tras las luchas de 1848, la que siguió a la heroica y desesperada tentativa de la Comuna, el reflujo y la desmoralización que vinieron con el fracaso de la experiencia de 1905 en Rusia; todo esto no fue nada comparado con la losa que durante medio siglo ha pesado sobre todas las manifestaciones de la lucha de clases. El pánico que embargó a la burguesía cuando la gran oleada revolucionaria que siguió a la Primera  Guerra Mundial fue lo que marcaría las pautas de la contrarrevolución, al ser aquella oleada la única que hasta ahora ha hecho temblar hasta los cimientos al sistema capitalista. Tras haberse alzado a tales cimas, el proletariado soportaría la mayor derrota, la mayor desesperanza, la mayor humillación de su historia. Frente a él la burguesía manifestaría la mayor arrogancia, hasta el punto de presentar las mayores derrotas de la clase obrera como “victorias” de ésta, hasta el punto de hacer de la idea misma de Revolución una especie de anacronismo, de mito heredado de una época trasnochada.

Pero hoy la llamarada proletaria ha vuelto a prender por el mundo. De manera a menudo confusa, vacilante, pero con sobresaltos que a veces sorprenden incluso a los revolucionarios, el gigante proletario ha levantado la cabeza volviendo a hacer temblar el vetusto edificio capitalista. Desde París a Córdoba (Argentina), desde Turín a Gdansk, de Lisboa a Shanghai, desde el Cairo a Barcelona las luchas obreras vuelven a ser la pesadilla de los capitalistas[1]. Al mismo tiempo también, y formando parte de la nueva entrada en la escena social de la clase obrera, han vuelto a aparecer grupos y corrientes revolucionarias que se van consagrando a la inmensa tarea de reconstitución teórica y práctica de una de las herramientas más importantes del proletariado, su partido de clase.

Ha llegado la hora, para los revolucionarios, de anunciar a su clase la perspectiva que tienen las luchas que ésta ya ha iniciado, de recordarle las enseñanzas de su pasado para con ellas poder forjar su porvenir y también despejar las tareas que se presentan ante aquellos, en tanto que frutos y factores activos de la renovación de la lucha del proletariado.

Esos son los objetivos del presente manifiesto.

La clase obrera sujeto de la revolución

El proletariado es la única clase revolucionaria de nuestro tiempo. Sólo él, tomando el poder político a escala mundial y transformando radicalmente las condiciones y fines de la producción, puede  ser capaz sacar a la humanidad de la barbarie en que está sumida.

La idea de que la clase obrera es la clase del comunismo, de que el lugar que ocupa en el capitalismo hace de ella la única clase capaz de derribarlo, es algo adquirido por ésta desde hace más de un siglo. Aparece con fuerza en la primera manifestación programática rigurosa del movimiento proletario: el Manifiesto Comunista de 1848. Se expresa con letras luminosas en la fórmula de la AIT, “la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”, que generaciones de proletarios han ido transmitiéndose como bandera en sus combates sucesivos contra el Capital. Pero, el terrible silencio al que la clase obrera ha sido sometida durante medio siglo ha dado lugar a que aparezcan todo tipo de teorías sobre “la integración definitiva de la clase obrera”, sobre “el proletariado, clase para el capital”, sobre la “clase universal” o acerca de “las capas marginales como sujetos de la revolución”. Es decir, a toda una serie de antiguallas disfrazadas de “novedad” que han venido a unirse a los torrentes de mentiras que la burguesía utiliza sin descanso para perpetuar la desmoralización de los trabajadores y su sumisión ideológica al capital.

Lo que la Corriente Comunista Internacional vuelve a afirmar hoy, en primer lugar y con vehemencia es pues, el carácter revolucionario de la clase obrera, de ninguna otra clase social más que ella, en el periodo actual.

Pero el hecho de que esta clase, contrariamente a las clases revolucionarias del pasado, no tenga en la sociedad que está llamada a transformar ningún poder económico donde basar su futuro poder político, le impone la conquista de este último como condición primera para esa transformación. Por eso, al revés de las revoluciones burguesas que avanzan de éxito en éxito, la revolución proletaria vendrá necesariamente a coronar una serie de derrotas parciales pero trágicas. Y cuanto más decididos son los combates de la clase, más trágicas son las derrotas.

La gran oleada revolucionaria que puso fin a la Primera Guerra Mundial y que siguió durante diez años más, es una clara confirmación de ambas realidades: la clase obrera, único sujeto de la revolución comunista y la derrota, compañera de su lucha hasta la victoria definitiva. Ese inmenso movimiento revolucionario que echa abajo el Estado burgués en Rusia, que hace temblar los países de Europa y que resuena con eco ensordecido hasta China, proclama que el proletariado se presta a dar el golpe de gracia a un sistema que había entrado en su fase de agonía y que el proletariado está dispuesto a ejecutar la sentencia dictada por la historia en contra del capitalismo. Pero, al ser incapaz de llevar a escala mundial el primer éxito de 1917, la clase obrera resulta vencida y aplastada. Es entonces cuando, de manera negativa, queda confirmada la naturaleza revolucionaria, exclusiva, de la clase obrera. El fracaso en el intento revolucionario mundial y el hecho de ser la clase obrera la única clase capaz de llevar a cabo la revolución, y nadie más que ella, es la causa de que la sociedad siga hundiéndose sin remedio en una barbarie creciente.

La decadencia del capitalismo

La decadencia del capitalismo que sigue a la Primera guerra Mundial, decadencia de la que la sociedad no puede librarse sin revolución proletaria, aparece desde entonces como el peor periodo de la historia de la humanidad.

En tiempos pasados, la humanidad había soportado periodos de decadencia, con su correspondiente retahíla de calamidades y sufrimientos sin nombre, pero fueron poco comparados con lo que la humanidad ha soportado desde hace sesenta años. La decadencia de las demás sociedades acarreaban escasez y hambre pero, nunca como hoy tal miseria humana había ido aparejada del despilfarro de riquezas en que vivimos. Ahora que el hombre se ha hecho dueño de técnicas maravillosas que le permitirían poner la naturaleza a su servicio, se ve sometido a los caprichos de ésta, a catástrofes “naturales” climáticas o agrícolas en condiciones aún más trágicas que en el pasado. Peor aun, la sociedad capitalista es la primera de la historia que, en su fase de ocaso, sólo puede sobrevivir sometiendo a destrucciones cíclicas y masivas a una parte cada vez mayor de sí misma. Verdad es que en otros periodos de decadencia hubo frecuentes enfrentamientos entre fracciones de la clase dominante, pero en el que hoy vivimos está encerrada en un ciclo inexorable e infernal de crisis-guerra generalizada-reconstrucción-crisis… Ciclo que exige al género humano un terrible tributo en muertos y sufrimientos. Hoy en día, técnicas de un refinamiento científico inaudito concurren sin parar para aumentar el poder de destrucción y de muerte de los Estados capitalistas, de tal manera que hay que contar por decenas de millones las víctimas de las guerras imperialistas y de los genocidios sistemáticos e industriales en que sobresalieron fascismo y estalinismo en el pasado y que siguen amenazándonos.

De alguna manera, parece como si la humanidad tuviera que pagar el reino de la libertad, al que ya puede llegar gracias a su dominio de la técnica, con el reino de las atrocidades más espantosas que ese mismo dominio permite.

En medio de este mundo de ruinas y convulsiones se ha desarrollado como un cáncer ese órgano garante de la estabilidad y la conservación social que es el Estado. Éste se ha ido metiendo en los mecanismos más íntimos de la sociedad y en particular en su base      económica. Como el dios Moloc de los antiguos, su máquina monstruosa, fría e impersonal ha devorado la sustancia de la sociedad civil y del hombre. Y todo lo contrario de un “progreso”, el capitalismo de Estado, que utilizando toda clase de formas jurídicas e ideológicas y los instrumentos de gobierno más salvajes se ha ido apoderando de la totalidad del planeta, es una de las manifestaciones más brutales de la putrefacción de la sociedad capitalista.

La contrarrevolución

Sin embargo, el instrumento más eficaz que ha desarrollado el capitalismo en decadencia para asegurar su supervivencia ha sido la recuperación sistemática de todas las formas de lucha y organización que la clase obrera había heredado del pasado y que el cambio de perspectiva histórica ha vuelto caducas. Todas las tácticas sindicales, parlamentarias, frentistas que habían tenido un sentido y una utilidad para la clase obrera en el siglo XIX, se convirtieron en otros tantos medios para paralizar su lucha, transformándose en arma fundamental de la contrarrevolución. Después, precisamente porque todas sus derrotas pudieron presentárselas como otras tantas “victorias”, la clase obrera se hundió en la más siniestra contrarrevolución conocida. Fue sin duda alguna el método fraudulento del “estado socialista”, salido de la contrarrevolución en Rusia y presentado como baluarte del proletariado cuando ya no era otra cosa que el defensor del capital nacional estatizado, lo que constituyó el arma esencial tanto para el encuadramiento como para la desmoralización del proletariado. Los proletarios del mundo entero, a quien la hoguera de 1917 hizo nacer una inmensa esperanza, se veían después invitados a someter incondicionalmente su lucha a la defensa de la “patria socialista”; y los que de entre ellos empezaban a darse cuenta del carácter antiobrero de ésta, la ideología burguesa se encargaría de meterles la idea de que la revolución no podía tener otro resultado que el que había tenido Rusia, es decir, la aparición de una nueva sociedad de explotación y opresión. Desmoralizada por los fracasos de los años veinte, pero más todavía por las divisiones entre, por un lado, quienes deslumbrados por el Octubre rojo eran incapaces de percibir la degeneración y la traición de los partidos surgidos entonces; y por otro lado, quienes habían perdido toda esperanza en la revolución; la clase obrera no pudo aprovechar la crisis general del sistema  en los años treinta para volver a la ofensiva. Al revés, de “victoria” en “victoria”, atada de pies y manos fue arrastrada a la segunda guerra imperialista, la cual, contrariamente a la primera, no le permitiría surgir de manera revolucionaria y en la que en cambio sería reclutada para las grandes “victorias” de la “resistencia”, el “antifascismo” o bien de las “liberaciones” coloniales y nacionales.

Las etapas principales del reflujo y de la integración del proletariado en la sociedad burguesa así como de los partidos de la III Internacional representan otras tantas puñaladas en la espalda del movimiento de la clase:

1920-21: Lucha de la Internacional Comunista contra su Izquierda sobre las cuestiones parlamentaria y sindical.

1922-23: Adopción por la IC de las tácticas de “Frente Único” y “Gobierno Obrero”, lo cual lleva a la formación en Sajonia y Turingia de gobiernos de coalición entre comunistas y socialdemócratas, verdugos éstos del proletariado alemán, cuando todavía éste ocupa la calle.

1924-25: Aparición de la teoría de “la construcción del socialismo en un solo país”, el abandono del internacionalismo proletario es reflejo de la muerte de la IC y del paso de sus partidos al campo de la burguesía.

1927: Apoyo político y militar de la IC a Chiang Kai-shek (Jiang Jieshi) que acaba con la matanza por las tropas de éste del proletariado y los comunistas chinos.

1933: Triunfo de Hitler.

1934: Entrada de Rusia en la Sociedad de Naciones; es decir, reconocimiento por parte de la banda de forajidos que en ésa se agrupan de quien es ya como ellos. Esa gran “victoria” es de hecho otro símbolo de la gran derrota proletaria.

1936: Creación de los “Frentes Populares y política de “Defensa Nacional” lo cual lleva a los partidos “comunistas”, con el acuerdo de Stalin, a votar los créditos militares.

1936-39: Orgía antifascista: en España, matanza de trabajadores al servicio de la democracia y la república.

1939-45: Segunda Guerra Mundial y encuadramiento del proletariado en las distintas “resistencias”. En esta guerra, la burguesía, con las experiencias de antes, corta de raíz, toda posible veleidad proletaria, ocupando militarmente cada palmo de terreno de los países vencidos. Al ser incapaz de imponer el fin de la guerra con su propio movimiento –tal como había sucedido en 1917-18- la clase obrera sale de la guerra aun más derrotada.

1945-65: Reconstrucción y “liberación nacional”: se invita al proletariado a levantar el mundo de sus ruinas a cambio de algunas migajas que el desarrollo de la producción permite a la burguesía distribuirle. En los países atrasados, la burguesía nacional recluta al proletariado en nombre de la independencia contra el imperialismo.

Las fracciones comunistas de izquierda

En medio de esta desbandada de la clase y del triunfo absoluto de la contrarrevolución, las fracciones comunistas de izquierda que se fueron separando de los partidos en degeneración, emprendieron una difícil tarea de salvaguardia de los principios revolucionarios. Tuvieron que oponerse a las fuerzas conjugadas de todas las fracciones de la burguesía, no caer en las mil y una trampas que ésta les tendía, hacer frente al enorme peso de la ideología ambiente en su propia clase, soportar el aislamiento, la persecución física, la desmoralización, el agotamiento, la desaparición y la dispersión de sus miembros. Las fracciones comunistas de izquierda, con esfuerzo sobrehumano y heroico, intentaron tender un puente entre los antiguos partidos del proletariado pasados al enemigo, y los que la clase hará surgir de nuevo en la próxima reanudación proletaria para, por un lado mantener en vida los principios proletarios que la IC y sus partidos pusieron a subasta y, a la vez, partiendo de esos principios, hacer balance de las derrotas pasadas para sacar nuevas enseñanzas, de las que la clase deberá apropiarse en futuros combates. Durante años, las diferentes fracciones y en particular las Izquierdas alemana, holandesa, y sobre todo italiana prosiguieron una notoria actividad de reflexión y denuncia de la traición de los partidos que todavía se llaman proletarios. Pero la contrarrevolución fue demasiado profunda y larga como para que pudieran sobrevivir las fracciones. Golpeadas con dureza por la Segunda Guerra Mundial y por el hecho de que ésta no acarreara ningún surgimiento de clase, las últimas fracciones que habían sobrevivido hasta entonces desaparecieron progresivamente o iniciaron un proceso de degeneración, esclerosis o  regresión.

 Así, por primera vez desde hacía más de un siglo, se rompe el lazo orgánico que unía, con eslabones en el tiempo y en el espacio a las organizaciones políticas del proletariado tales como la Liga de los Comunistas, la Primera, Segunda y Tercera Internacional y las fracciones que de ésta salieron.

La burguesía alcanzó momentáneamente los fines que se proponía: que callara toda expresión política de clase, que la revolución apareciera, sin réplica posible, como un anacronismo  polvoriento, vestigio de tiempos pasados, como una especialidad exótica para países atrasados o falsificando totalmente su sentido ante los trabajadores.

La crisis del capitalismo

Pero ahora, desde hace unos diez años, esa perspectiva ha cambiado de manera fundamental porque ya ha terminado la situación de “prosperidad” económica que vino con la reconstrucción de posguerra, “prosperidad” que no sólo los adoradores del capitalismo sino también algunos más, que se las daban de enemigos suyos, presentaban como eterna.

Desde mediados de los años sesenta, tras veinte años de crecimiento eufórico el sistema capitalista ha vuelto a verse enfrentado a una pesadilla que parecía haber pasado a la historia plasmada en imágenes amarillentas de la anteguerra: la crisis. Ésta ha ido profundizándose de manera inexorable lo cual es una patente demostración de la justeza de la teoría marxista, aun cuando toda una serie de falsificadores a sueldo de la burguesía, de universitarios ansiosos de “novedades”, de seudo-revolucionarios con cátedra, de Premios Nóbel y de académicos, de “expertos” y de “celebridades, así como de toda clase de “escépticos” y amargados no han dejado de proclamar su superación, su “caducidad” y su “quiebra”.

La reanudación proletaria

Con la profundización del desorden económico, la sociedad se encuentra otra vez enfrentada con la inevitable alternativa que abre cada crisis aguda del periodo de decadencia: guerra mundial o revolución proletaria[2].

Hoy sin embargo la perspectiva es radicalmente diferente de la que abrió la gran catástrofe económica de los años treinta. En aquel entonces el proletariado, vencido, no tenía fuerzas para aprovechar la nueva quiebra del sistema y lanzarse al asalto de este. Por el contrario, la quiebra de los años treinta tuvo como efecto una mayor agravación de la derrota.

El proletariado actual es diferente al de entreguerras. Por un lado, de la misma manera que los pilares de la ideología burguesa, las mistificaciones que en el pasado aplastaron la conciencia proletaria han ido agotándose progresivamente; el nacionalismo, las ilusiones democráticas, el antifascismo que fueron utilizados hasta la saciedad durante medio siglo ya no tienen el impacto del pasado. Por otro lado, las nuevas generaciones obreras no han soportado las derrotas de las precedentes. Los proletarios que hoy enfrentan la crisis no tienen la experiencia de sus mayores, pero tampoco están hundidos en la desmoralización.

La formidable reacción, que desde 1968-69 ha opuesto la clase obrera a las primeras manifestaciones de la crisis significa que la burguesía no está en condiciones para imponer la única salida que es capaz de dar a la crisis, es decir, un nuevo holocausto mundial. Previamente tendría que poder vencer a la clase obrera; la perspectiva actual no es pues la de guerra imperialista sino la de la guerra de clases generalizada. Si bien la burguesía prosigue los preparativos para la primera, es la segunda la que cada vez más le preocupa: el aumento impresionante de la venta de armas de guerra, único sector donde no hay crisis, oculta por el momento, el reforzamiento general y sistemático de los dispositivos de represión, de lucha contra la “subversión” por parte de los Estados capitalistas. Sin embargo, no es tanto esta manera la que el capital prepara para los enfrentamientos de clases, sino más bien la de instituir toda una serie de medios de encuadramiento del proletariado y de desvío de sus luchas. Porque contra una combatividad obrera intacta y en plena renovación, la burguesía no puede oponer, sin cada vez mayores dificultades, la simple represión abierta con la que corre el riesgo de unificar las luchas en vez de apagarlas.

Las armas de la burguesía

Para estar en condiciones de dar rienda suelta a una represión en regla, la burguesía empezará como en el pasado, por intentar desmoralizar a los obreros desviando sus luchas y metiéndolas en callejones sin salida. Para ello propondrá tres temas esenciales de mistificación con los que encadenar a la clase a su capital nacional y a su Estado: el antifascismo, la autogestión y la independencia nacional.

El antifascismo, ante circunstancias históricas diferentes de las de los años treinta, al no tener enfrente a un “fascismo” bien “concreto” como el de Hitler o Mussolini y por no ser la preparación de la guerra imperialista su tarea inmediata, tendrá un sentido más amplio que en el pasado. Al Este como al Oeste, será en nombre de la defensa de las “conquistas democráticas” y de las “libertades” contra las “amenazas reaccionarias”, “autoritarias, “represivas”, “fascistas” y hasta “estalinistas” cómo las fracciones “de izquierdas”, “progresistas”, “democráticas”, o “liberales” del Capital van a combatir las luchas proletarias.

Cada vez más a menudo los obreros se quedarán desconcertados al constatar que son tenidos por los peores agentes de la “reacción” y de la “contrarrevolución” cuando les dé por luchar para defender sus intereses[3].

La autogestión, mito que vendrá favorecido por las quiebras en serie que provoca la crisis a su paso, como también por una reacción comprensible contra el imperio burocrático del Estado sobre toda la sociedad, será también un arma valiosa que la izquierda del capital propondrá contra los trabajadores; estos tendrán que hacer oídos sordos a los cantos de sirena de todas las fuerzas capitalistas que en nombre de la “democratización de la economía”, de la “expropiación” de los patronos o del establecimiento de “relaciones comunistas” o “más humanas” querrán que de hecho participen en su propia explotación, oponiéndose a su unificación, manteniéndolos divididos por empresas y barrios.

La independencia nacional, en fin, versión moderna de la “Defensa Nacional”, de siniestra memoria, que la burguesía freirá a todas las salsas, y en particular en los países más débiles, donde precisamente es aun más absurda, llamando a la unión interclasista contra tal o cual imperialismo, echando las culpas de la crisis y de la agravación de la explotación a las “pretensiones hegemónicas “de este o aquel país, a las multinacionales o a cualquier otro capitalismo apátrida.

En nombre de una u otra de estas mistificaciones o de todas a la vez, el Capital exhortará por todas partes a los trabajadores a que renuncien a sus reivindicaciones y a que se sacrifiquen en espera de la superación de la crisis.

Como en el pasado los partidos de izquierda y “obreros” sobresaldrán en esa sucia faena y podrán contar con el apoyo “crítico” de las corrientes izquierdistas de todos los pelajes que propagan los mismos camelos pero con métodos más radicales. Hace 57 años, el Manifiesto de la Internacional Comunista ponía ya en guardia a la clase obrera contra esos peligros:

“Los oportunistas, que antes de la Guerra incitaban a los obreros a moderar sus reivindicaciones en nombre del paso progresivo al socialismo, que exigieron durante la guerra la humillación de la clase obrera y su sumisión en nombre de la unión sagrada y la defensa de la patria, piden ahora nuevos sacrificios y abnegaciones al proletariado para superar las terribles consecuencias de la guerra. Si semejantes sermones tuvieron eco en la clase obrera, el desarrollo capitalista seguirá restableciéndose sobre los cadáveres de varias generaciones, con formas nuevas de todavía mayor concentración y mayor monstruosidad, y la perspectiva de una nueva e inevitable guerra mundial”.

La historia ha demostrado con una tragedia sin nombre cuan clarividente era la denuncia de las mentiras burguesas hecha por los revolucionarios de 1919. Hoy, cuando la burguesía vuelve a poner en pie el formidable arsenal político que le permitió en el pasado contener y vencer al proletariado, la CCI reivindica las palabras de la Internacional Comunista, dirigiéndoselas de nuevo a la clase obrera.

“¡Proletarios, acordaos de la guerra imperialista!”, clamaba la I.C. ¡Proletarios de hoy, acordaos de la barbarie del medio siglo transcurrido, e imaginar lo que le espera a la humanidad si tampoco esta vez rechazáis con el suficiente vigor los discursos entontecedores de la burguesía y sus lacayos!.

El desarrollo de la lucha y la conciencia proletaria

Pero si bien la clase capitalista afila metódicamente sus armas, el proletariado por su parte no es la víctima sumisa que aquella desearía tener enfrente. Aunque presenten aspectos desfavorables, las condiciones en las que el proletariado ha reanudado la lucha están fundamentalmente a su favor. En efecto, por primera vez en la historia un movimiento revolucionario de la clase no se desarrolla después de una guerra sino que acompaña a una crisis económica del sistema. Es verdad que la guerra había contribuido a que el proletariado comprendiera rápidamente la necesidad de luchar en el terreno político, arrastrando en su camino a clases no proletarias distintas de la burguesía; pero no constituyó un factor poderoso de toma de conciencia más que para los proletarios de los países del campo de batalla y en especial para los de los países vencidos. La crisis que hoy se desarrolla no deja a salvo ningún país del mundo, y cuanto más intenta la burguesía frenar sus efectos, más se extienden estos. Por eso, nunca un levantamiento de la clase había sido de tal amplitud como el de hoy. Cierto que el ritmo es lento e irregular, pero su extensión viene a confundir a los profetas de la derrota que no paran de platicar sobre el carácter “utópico” de un movimiento revolucionario del proletariado a escala mundial.

Por otra parte, al encarar hoy a las tareas inmensas que le incumben y al haber perdido lo esencial de sus tradiciones de lucha y la totalidad de sus organizaciones de clase, el proletariado tendrá que aprovechar el desarrollo lento de la crisis que le golpea y que da ritmo a su respuesta de clase, para perfeccionar sistemáticamente sus experiencias y su organización.

Será a través de luchas económicas sucesivas como tomará conciencia del carácter político de su combate. Multiplicando y ampliando sus luchas parciales forjará los instrumentos del enfrentamiento generalizado. Frente a las luchas, el capital empezará a lamentarse y utilizará el hecho real de que no puede otorgar nada para pedirles “moderación” y “sacrificios” a los obreros.

Pero éstos comprenderán que si bien las luchas son infructuosas y por lo tanto perdidas de antemano en el plano estrictamente económico, son, en cambio, la condición misma de la victoria decisiva, porque son un paso más en la comprensión de la quiebra total del sistema y de la necesidad de destruirlo.

Contra todos los predicadores de la “prudencia” y el “realismo”, los trabajadores aprenderán que el verdadero éxito de una lucha no es el resultado inmediato, que aun siendo positivo estará sistemáticamente puesto en entredicho por el ahondamiento de la crisis, sino que la verdadera victoria es la lucha misma, son la organización, la solidaridad y la conciencia que la lucha desarrolla.

Así pues, contrariamente a las luchas que se desarrollaron en la gran crisis de entreguerras y cuya inevitable derrota no produjo sino una mayor desmoralización y postración, las luchas actuales son otros tantos jalones hacia la victoria final, y el desánimo momentáneo por derrotas parciales se transformará en sobresalto de cólera, de determinación y de conciencia, que fecundará las luchas futuras.

 Al agravarse, la crisis acaba por liquidar las pocas e irrisorias ventajas que la reconstrucción permitió repartir a los trabajadores a cambio de una explotación cada día más sistemática y científica.

A medida que se va desplegando, con el desempleo y las bajadas masivas de los salarios reales, la crisis hunde en una miseria creciente a un número cada vez mayor de obreros. Por los sufrimientos que acarrea pone al desnudo el carácter salvaje de las relaciones de producción que encadenan a la sociedad. Pero, al contrario que las clases burguesas, pequeño burguesas y sus tenores que sólo ven en la crisis una calamidad y que la reciben con lamentos desesperados, los proletarios reconocerán en ésta,  con entusiasmo, el ímpetu regenerador que barrerá los lazos que los unen al viejo mundo y que prepara las condiciones de su emancipación.

La organización de los revolucionarios

Sea cual sea la intensidad de las luchas llevadas a cabo por la clase obrera, sólo podrá llegar a la emancipación si es capaz de dotarse de una de las armas más importantes y cuya carencia le salió tan cara en el pasado: su partido revolucionario.

Es el lugar que ocupa en el sistema lo que hace que el proletariado sea la clase revolucionaria. La decadencia y la crisis aguda del sistema crean las condiciones indispensables para su actividad de clase. Pero, todas las experiencias históricas enseñan que eso no basta si, al mismo tiempo, la clase no consigue alzarse a un nivel suficiente de conciencia y dotarse del instrumento que es a la vez producto y factor de este esfuerzo: su vanguardia comunista. Ésta no es el producto mecánico de la lucha de clases. Si bien los combates presentes y futuros son el vivero indispensable para el desarrollo de la vanguardia, esta sólo podrá constituirse y cumplir su tarea si los revolucionarios que la clase segrega toman plena conciencia de sus responsabilidades y se arman de la voluntad necesaria para estar a su altura. En particular, las tareas indispensables de reflexión teórica, de denuncia sistemática de las mentiras de la burguesía y de intervención activa en la lucha de clases no podrán ser llevadas a cabo por los revolucionarios de hoy si no restablecen el lazo político que, a través del tiempo y del espacio, ha sido condición indispensable para su actividad. En otros términos, para cumplir la función que tiene como producto de la clase, los revolucionarios deben apropiarse de lo adquirido de las luchas y las corrientes comunistas del pasado, así como reagrupar sus fuerzas a la escala de la clase, a escala mundial.

Los esfuerzos de los revolucionarios en esas dos direcciones, encuentran la dificultad añadida de la ruptura total de la continuidad orgánica con las fracciones del pasado. El restablecimiento de la indispensable continuidad política con esas fracciones, que habían recogido y desarrollado lo esencial de las enseñanzas de la experiencia pasada de la clase, se ha visto retrasado y entorpecido para las corrientes revolucionarias que nacen de la clase.

En estas en particular, encontramos las mayores dificultades para comprender dos cosas: su función específica en la clase y, sobre todo, el conjunto de problemas para los que precisamente, no disponen de ninguna experiencia propia. Además, la descomposición de las capas pequeño burguesas y su proletarización, que siempre fue un lastre para el movimiento obrero y que la decadencia y la crisis vienen a acelerar y a acentuar, refuerzan aun más esas dificultades.

Lo que en concreto ha venido a sembrar confusión en la conciencia de las organizaciones revolucionarias, han sido los residuos del “movimiento estudiantil”, expresión típica de la crisis de la pequeña burguesía intelectual que tuvo su auge cuando la clase volvía a encontrar el camino de sus luchas. El culto a la “novedad”, a la “singularidad”, a la fraseología, al individuo, a la “desalienación” e incluso al “espectáculo” (que sin embargo tanto se denunciaba); esos cultos pues, tan propios de esa variedad de la pequeña burguesía, a menudo consiguieron transformar en sectas carcomidas por problemas mezquinos a numerosos grupos que la clase había hecho surgir desde su reanudación.

De ser factores positivos, esos grupos se han vuelto un obstáculo para el proceso de toma de conciencia del proletariado; y si, en nombre de divergencias inventadas o secundarias, persisten en su oposición a la tarea de reagrupamiento de las fuerzas revolucionarias, el movimiento de la clase obrera las hará desaparecer sin remedio.

Con medios aun modestos, la CCI  se ha consagrado a la tarea larga y difícil del reagrupamiento de los revolucionarios a escala mundial en torno a un programa claro y coherente.

Rechazando el monolitismo de las sectas, la Corriente Comunista Internacional hace un llamamiento a los comunistas de todos los países a que tomen conciencia de las enormes responsabilidades que les incumben, abandonen las falsas querellas que les enfrentan, superen las divisiones ficticias con que el viejo mundo les carga, a unirse a ese esfuerzo con el fin de constituir, antes de los combates decisivos, la organización internacional y unificada de la vanguardia. Como fracción más consciente de la clase obrera, los comunistas deberán mostrarle su camino, haciendo suya la consigna  “REVOLUCIONARIOS DE TODOS LOS PAÍSES, UNÍOS”.

A los proletarios

Proletarios del mundo entero:

Los combates en que habéis entrado son los más importantes de la historia de la humanidad. Sin ellos, ésta irá a un tercer holocausto imperialista del que no podemos prever más que los horrores de sus consecuencias, que podrían significar para ella una vuelta atrás de varios siglos o milenios, o una disgregación que excluya toda esperanza socialista o la destrucción total, pura y simple. Jamás ha habido una clase que cargue con tantas responsabilidades y tantas esperanzas. Los sacrificios que la clase obrera ha soportado en las luchas pasadas y los más terribles que la burguesía acorralada le seguirá imponiendo, no serán vanos.

La victoria de la clase obrera significará para el género humano la liberación definitiva de los grilletes que le han sometido a las leyes ciegas de la economía y la naturaleza. Señalará el final de la prehistoria de la humanidad, estableciendo el principio de la verdadera historia y del dominio de la libertad sobre las ruinas del dominio de la necesidad.

Proletarios, para los grandes combates que os esperan, para prepararos para el asalto final contra el mundo capitalista, por la abolición de la explotación, volved a apropiaros del antiguo grito de guerra de vuestra clase: “PROLETARIOS DE TODOS LOS PAÍSES UNÍOS”.

Corriente Comunista Internacional, enero 1976


[1] Este pasaje hace evidentemente referencia al despertar del proletariado a finales de los años 60 tras medio siglo de revolución. La descripción que da de las luchas obreras parece evidentemente desactualizada respecto a la situación actual. En realidad, el hundimiento de los países “socialistas” a finales de los años 80 ha provocado un profundo retroceso en la conciencia y la combatividad de la clase obrera. El peso de este retroceso se manifiesta todavía hoy a través de las dificultades que tiene el proletariado para desarrollar sus combates de clase y volver a encontrar el camino de una perspectiva revolucionaria obliterada por la burguesía con su agobiante campaña de “la muerte del comunismo”. Sin embargo, este retroceso del proletariado no ha puesto en cuestión en manera alguna el curso histórico hacia los enfrentamiento de clase abierto por la primera oleada de luchas de finales de los años 60. Pese a la lentitud del ritmo actual de recuperación de las luchas el futuro sigue estando en manos del proletariado. Y precisamente porque la lucha de clases es una pesadilla permanente para la burguesía ésta despliega incesantes campañas ideológicas y maniobras extremadamente sofisticadas para impedir al gigante proletario afirmarse sobre la escena social.

[2] Con la desaparición de los dos bloques imperialistas salidos de los acuerdos de Yalta (1945), el espectro de una 3ª Guerra Mundial se ha evaporado por el momento. Así, aunque el militarismo y la guerra caracterizan siempre el modo de vida del capitalismo decadente, la política imperialista de todos los Estados, pequeños y grandes, se desencadena en una situación mundial dominada por el caos y el “cada uno a la suya”.  Como el alistamiento del proletariado de los países centrales para una 3ª Guerra Mundial no está a la orden del día la alternativa histórica se ha modificado en el sentido de Revolución Proletaria o hundimiento de la humanidad en la barbarie y el caos (ver el Manifiesto del 9º Congreso en este mismo folleto).

[3] Aunque en algunos países centrales –Francia, Austria, Holanda- hemos asistido al ascenso de fracciones de extrema derecha, este fenómeno no es en manera alguna comparable con el carácter que tomó en los años 20 y 30 que permitió la subida al poder del nazismo y del fascismo.  El ascenso de los partidos de extrema derecha es esencialmente manifestación de la descomposición del capitalismo, del “cada uno a la suya” que gangrena al aparato político del capitalismo. Pero no es la consecuencia de una derrota histórica del proletariado como fue el caso con los años que siguieron a la derrota de la primera oleada revolucionaria mundial de 1917-23.  Por otra parte, las campañas antifascistas actuales no son comparables a las campañas de movilización masiva del proletariado tras las banderas de la democracia que permitieron el alistamiento de la clase para la 2ª Guerra Mundial.

 

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [4]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Corriente Comunista Internacional [3]

La izquierda comunista y la continuidad del marxismo

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La izquierda comunista y la continuidad del marxismo

Artículo publicado en Tribuna Proletaria (Rusia)

1. Desde la derrota de la oleada revolucionaria internacional de 1917-23 pocos términos han sido tan deformados o mal empleados como socialismo, comunismo, y marxismo. La idea de que los regímenes estalinistas del antiguo bloque de los países del Este, o países como China, Cuba y Corea del Norte actualmente, sean expresiones de comunismo o marxismo es en realidad la Gran Mentira del siglo XX, una mentira perpetuada deliberadamente por todas las facciones de la clase dominante, desde la extrema derecha a la extrema izquierda. Durante la guerra mundial imperialista de 1939-45, el mito de la “defensa de la patria socialista” fue utilizado conjuntamente con el “antifascismo” y la “defensa de la democracia” para movilizar a los trabajadores tanto fuera como dentro de Rusia para la más grande masacre en la historia de la humanidad.

Durante el período de 1945-89, dominado por las rivalidades entre los dos gigantescos bloques imperialistas bajo el liderazgo estadounidense y ruso, la mentira se utilizó más extensivamente: en el Este, para justificar las ambiciones imperialistas del capital ruso; en el oeste, como cobertura para el conflicto imperialista (“defensa de la democracia contra el totalitarismo soviético”) y como medio para envenenar la conciencia de la clase obrera. Se exhibían los campos de trabajo rusos (el famoso GULAG) y se le preguntaba a la población occidental: Sí eso es el socialismo ¿no preferirías tener capitalismo a pesar de todos sus errores? –

Este tema se volvió aún más ensordecedor cuando se dijo que el colapso del bloque de los países del Este significaría la “muerte del comunismo”, la “bancarrota del marxismo”, e inclusive el fin de la clase trabajadora misma. Por su parte, la “extrema” izquierda del capitalismo le agregó más molienda a este molino burgués. Los trotskistas en particular, que siguieron encontrando “fundamentos proletarios” en el edificio estalinista a pesar de sus graves “deformaciones burocráticas”.

2. Este enorme montón de distorsiones ideológicas también ha servido para obscurecer la continuidad real y el desarrollo del marxismo en el siglo XX. Los falsos defensores del marxismo – los estalinistas, los trotskistas, todo tipo de “marxólogos” académicos, modernizadores y filósofos – han ocupado el centro de atención, mientras sus verdaderos defensores han sido desterrados a un segundo plano, descartados como sectas irrelevantes, y o como supuestos fósiles de un mundo perdido, cuando no han sido directamente reprimidos y silenciados. Para reconstruir la continuidad auténtica del marxismo en este siglo, es necesario, por lo tanto, comenzar con una definición de lo que es el marxismo. Desde su primera gran declaración en el Manifiesto Comunista de 1848, el marxismo se autodefinió no como un producto de “pensadores” aislados o genios, sino como la expresión teórica del movimiento real del proletariado.

Como tal, solo puede ser una teoría de combate, la cual prueba su adhesión a la causa de la clase explotada por la defensa intransigente de los intereses inmediatos e históricos de ésta. Esta defensa, aunque basada en una capacidad para permanecer fiel a principios fundamentales e inalterables tales como el internacionalismo proletario, también involucra el enriquecimiento de la teoría marxista en relación directa y viviente con la experiencia de la clase trabajadora. Además, como el producto de una clase que personifica trabajo colectivo y lucha, el marxismo mismo sólo puede desarrollarse a través de colectivos organizados – a través de fracciones y partidos revolucionarios. De esta manera el Manifiesto Comunista apareció como el programa de la primera organización marxista en la historia – la Liga de los Comunistas.

3. En el siglo XIX, cuando el capitalismo era todavía un sistema en expansión, ascendente, la burguesía tenía menos necesidad de esconder la naturaleza explotadora de su dominio pretendiendo que negro era blanco y que el capitalismo era en realidad socialismo. Perversiones ideológicas de este tipo son sobre todo típicas de la decadencia histórica del capitalismo, y se expresan más claramente por los esfuerzos de la burguesía para utilizar el mismo “marxismo” como una herramienta de mistificación. Pero aún en la fase ascendente del capitalismo, la presión implacable de la ideología dominante, tomó frecuentemente la forma de versiones falsas del socialismo que se colaron de contrabando en el movimiento obrero. Fue por esta razón que el Manifiesto Comunista se vio obligado a distinguirse del socialismo “feudal”, “burgués” y “pequeño burgués” y que la fracción marxista de la Primera Internacional tuvo que dar una batalla en dos frentes, por un lado contra el Bakuninismo y por el otro, contra el “socialismo de estado” Lasalleano .

4. Los partidos de la Segunda Internacional se fundaron sobre la base del marxismo, y en este sentido representaban un paso considerable con respecto a la Primera Internacional, la cual había sido una coalición de diferentes tendencias dentro del movimiento obrero. Sin embargo, como existieron en un período de enorme crecimiento capitalista, fueron particularmente vulnerables a las presiones que las empujaban a la integración en el sistema capitalista. Estas presiones se expresaron a través del desarrollo de las corrientes reformistas que habían comenzado a plantear que debían ser “revisadas” las predicciones del marxismo con referencia a la caída inevitable del capitalismo y que sería posible evolucionar pacíficamente hacia el socialismo sin ninguna interrupción revolucionaria.

Durante este período – particularmente a finales de 1890 y principio de 1900 – la continuidad del marxismo fue defendida por las corrientes de “izquierda” que eran las mas intransigentes en la defensa de los principios básicos marxistas, y las primeras en ver las nuevas condiciones que surgían para la lucha proletaria mientras el capitalismo alcanzaba los límites de su era ascendente. Los nombres que personifican el ala izquierda de la social democracia son bien conocidos – Lenin en Rusia, Luxemburgo en Alemania, Pannekoek en Holanda, Bordiga en Italia – pero también es importante recordar que ninguno de estos militantes trabajó de manera aislada. Cada vez más, mientras la gangrena del oportunismo se esparcía por la Internacional, ellos se vieron obligados a trabajar como fracciones organizadas –los Bolcheviques en Rusia, el grupo Tribuna en Holanda, y así sucesivamente, cada uno dentro de sus partidos respectivos e internacionalmente.

5. La guerra imperialista de 1914 y la Revolución Rusa de 1917 confirmaron la visión marxista de que el capitalismo entraría inevitablemente en su “época de revolución social”, y precipitaron una separación fundamental en el movimiento obrero. Por primera vez, organizaciones que se reclamaban de Marx y Engels se encontraron a si mismas en lados distintos de las barricadas: los partidos oficiales social demócratas, la mayoría de los cuales habían caído en las manos de antiguos “reformistas”, apoyaron la guerra imperialista invocando a los escritos de Marx de un período anterior, y denunciaron la revolución de Octubre argumentando que Rusia todavía tenía que pasar por una fase burguesa de desarrollo. Pero al hacer esto, pasaron irrevocablemente al campo de la burguesía, convirtiéndose en banderines de enganche para la guerra en 1914 y en perros sangrientos de la contrarrevolución en 1918, como uno de ellos, el alemán Noske, se calificaba a sí mismo.

Esto demostró definitivamente que la adhesión al marxismo no se basa en declaraciones piadosas o etiquetas partidarias, sino en una práctica viva. Únicamente las corrientes del ala izquierda de la 2ª Internacional, fueron capaces de izar la bandera del internacionalismo proletario contra el holocausto imperialista, quienes se reunieron en la defensa de la revolución proletaria en Rusia, y quienes encabezaron las huelgas y alzamientos que estallaron en numerosos países desde el comienzo de la guerra. Fueron estas mismas corrientes las que proporcionaron el núcleo de la nueva Internacional Comunista fundada en 1919.

6. 1919 fue el punto culminante de la ola revolucionaria de la posguerra, y las posiciones de la Internacional Comunista en su congreso fundador expresaron las posiciones más avanzadas del movimiento proletario: por una ruptura total con los traidores social-patriotas, por los métodos de acción masiva demandados por el nuevo período de decadencia capitalista, por la destrucción del estado capitalista y por la dictadura internacional de los Soviets obreros. Esta claridad programática reflejaba el enorme ímpetu de la ola revolucionaria, pero también había sido preparada mediante las contribuciones políticas y teóricas de las fracciones de izquierda dentro de los viejos partidos: así, en contra de la visión legalista y gradualista del camino al poder de Kautsky, Luxemburgo y Pannekoek habían elaborado la concepción de la huelga de masas como terreno de la revolución; en contra del cretinismo parlamentario de Kautsky, Pannekoek, Bujarin y Lenin habían revivido y refinado la insistencia de Marx en la necesidad de destruir el estado burgués y crear el “estado de la Comuna”. Estos desarrollos teóricos iban a convertirse en materia de políticas prácticas cuando naciera la hora de la revolución.

7. El retroceso de la ola revolucionaria y el aislamiento de la revolución Rusa dio lugar a un proceso de degeneración dentro de la Internacional Comunista y del poder soviético en Rusia. El partido bolchevique se había fusionado más y más con un aparato de estado burocrático el cual creció en proporción inversa a los propios órganos de poder y participación del proletariado – los Soviets, comités de fábricas y guardias rojos. Dentro de la Internacional, los intentos de ganar apoyo de las masas en una fase de retroceso de estas, engendró “soluciones” oportunistas – incrementando el énfasis en el trabajo en el parlamento y sindicatos, el llamamiento a los “pueblos del Este” a levantarse contra el imperialismo, y sobre todo, la política del Frente Único la cual tiró a la basura la claridad ganada con tanto empeño acerca de la naturaleza capitalista del social patriotismo de los social patriotas.

Pero justo cuando el crecimiento del oportunismo en la Segunda Internacional provocaba una respuesta proletaria en la forma de corrientes de izquierda, también la marea del oportunismo en la Tercera Internacional era resistida por las corrientes de la izquierda comunista – muchos de cuyos voceros, tales como Pannekoek y Bordiga, ya se habían probado a si mismos como los mejores defensores del marxismo en la vieja Internacional. La izquierda comunista era esencialmente una corriente internacional y tenía expresiones en muchos países, desde Bulgaria hasta Gran Bretaña y desde Estados Unidos hasta Sudáfrica. Pero sus representantes más importantes se encontraban precisamente en esos países donde la tradición marxista estaba en su punto más sólido: Alemania, Italia y Rusia.

8. En Alemania, la profundidad de la tradición marxista unida al enorme ímpetu del movimiento del momento de las masas proletarias, ya había engendrado, en la cresta de la ola revolucionaria, algunas de las más avanzadas posiciones políticas, particularmente sobre las cuestiones parlamentarias y sindicales. Pero el comunismo de izquierda como tal apareció como respuesta a los primeros signos de oportunismo en el Partido Comunista Alemán y la Internacional, y fue encabezado por el Partido Comunista Obrero Alemán “KAPD”, formado en 1920 cuando la oposición dentro del KPD fue expulsada por una maniobra inescrupulosa. A pesar de ser criticado por el liderazgo de la Internacional Comunista como “infantil” y “anarquista-sindicalista”, el rechazo del KAPD de las antiguas tácticas parlamentarias y sindicalistas estaba basado en un análisis marxista profundo de la decadencia del capitalismo, que hacía estas tácticas obsoletas y demandaba nuevas formas de organización de clase – los comités de fábrica y los consejos obreros; lo mismo puede decirse de su claro rechazo de la vieja concepción de “partido de masas” de la socialdemocracia, a favor de la noción del partido como un núcleo programáticamente claro – una noción heredada directamente del bolchevismo. La defensa intransigente del KAPD de estas adquisiciones en contra de un retorno a las viejas tácticas socialdemócratas lo colocó en el centro de una corriente internacional que tuvo expresiones en numerosos países, particularmente en Holanda, cuyo movimiento revolucionario estaba estrechamente ligado a Alemania a través del trabajo de Pannekoek y Gorter.

Esto no significa que la izquierda comunista en Alemania a principios de la década de los 20 no tuviera debilidades importantes. Su tendencia a ver el declive del capitalismo en la forma de una “crisis mortal” final en vez de un largo y extenso proceso, le hizo difícil ver el retroceso de la ola revolucionaria y le expuso al peligro del voluntarismo; ligado a esto estaban las debilidades sobre la cuestión organizacional, lo que le condujo a una ruptura prematura con la Internacional Comunista e intentar el esfuerzo funesto de convocar una nueva Internacional en 1922. Estas grietas en su armadura le iban a dificultar resistir el curso de la contrarrevolución que se estableció en 1922 y tuvo como resultado un proceso desastroso de fragmentación, teorizado en muchos casos por la ideología del “consejismo” que negaba la necesidad de una organización política distinta.

9. En Italia, por el otro lado, la izquierda comunista – que había ocupado inicialmente una posición mayoritaria dentro del Partido Comunista de Italia – fue particularmente clara sobre la cuestión de la organización y le permitió no sólo llevar una valerosa batalla contra el oportunismo dentro de la Internacional en declive, sino además engendrar una fracción comunista que fuese capaz de sobrevivir el desastre del movimiento revolucionario y desarrollar la teoría marxista durante la noche de la contrarrevolución. Pero a principios de los años 20, sus argumentos a favor del abstencionismo ante la participación en parlamentos burgueses, en contra de fusionar la vanguardia comunista con grandes partidos centristas para dar una ilusión de “influencia de masas”, en contra de los eslóganes de Frente Unido y “gobierno de los trabajadores”, se basaron también en una profunda comprensión del método marxista.

Lo mismo se aplica a su análisis del nuevo fenómeno del fascismo y su rechazo consecuente de cualquier frente anti-fascista dentro de los partidos de la burguesía “democrática”. El nombre de Bordiga se asocia irrevocablemente con esta fase en la historia de la izquierda comunista italiana, pero a pesar de la enorme importancia de esta contribución militante, la izquierda italiana no se puede reducir sólo a Bordiga, de la misma forma que el bolchevismo no se podía reducir a Lenin: ambos fueron productos orgánicos del movimiento político proletario.

10. El aislamiento de la revolución en Rusia había desembocado, como hemos dicho, en un divorcio creciente entre la clase trabajadora y una máquina estatal cada vez más burocrática – siendo la expresión más trágica de este divorcio la represión de la revuelta de obreros y marineros de Kronstadt por el propio partido bolchevique proletario, el cual estaba cada vez más atrapado en los engranajes del estado.

Pero precisamente porque era un partido verdaderamente proletario, el bolchevismo también produjo numerosas reacciones internas en contra de su propia degeneración. Lenin mismo – quien en 1917 había sido el más claro vocero del ala izquierda del partido – hizo algunas críticas pertinentes a la caída del partido en el burocratismo, particularmente hacia el fin de su vida; y por el mismo período, Trotski se convirtió en el principal representante de una oposición de izquierda que buscaba restaurar las normas de la democracia proletaria en el partido, y que continuó combatiendo las expresiones más notables de la contrarrevolución estalinista, particularmente la teoría del “socialismo en un solo país”. Pero en su gran mayoría, puesto que el bolchevismo había socavado su propio papel como una vanguardia proletaria al fusionarse con el estado, las corrientes de izquierda más importantes dentro del partido tendían a ser lideradas por figuras menos reconocidas quienes fueron capaces de mantenerse más cerca de la clase que de la máquina del estado.

Ya en 1919, el grupo Centralismo Democrático, liderado por Ossinky, Smirnov y Sapranov, había comenzado a alertar contra el “marchitamiento” de los Soviets y la desviación cada vez mayor de los principios de la Comuna de Paris. Criticas similares fueron hechas en 1921 por el grupo Oposición Obrera, dirigido por Kollontai y Shliapnikov, aunque éste último demostró ser menos riguroso y estable que el grupo Centralismo Democrático, que continuó desempeñando un papel importante en la década de los 20, y desarrolló un enfoque similar al de la izquierda italiana. En 1923, el Grupo Obrero, encabezado por Miasnikov emitió su manifiesto y tuvo una importante intervención en las huelgas obreras de aquel año. Su posición y análisis estaban muy cercanos a aquellos del KAPD.

Todos esos grupos no solamente emergieron del partido bolchevique; ellos continuaron combatiendo dentro del partido por un retorno a los principios originales de la revolución. Pero mientras las fuerzas de la contrarrevolución burguesa ganaban terreno dentro del partido, el asunto clave vino a ser la capacidad de las diversas oposiciones de ver la naturaleza real de esta contrarrevolución y romper con cualquier lealtad sentimental a sus expresiones organizadas. Esto evidenció la divergencia fundamental entre Trotski y la izquierda comunista rusa: mientras el primero iba a permanecer toda su vida atado a la noción de la defensa de la Unión Soviética e inclusive a mantener la naturaleza proletaria de los partidos estalinistas, los comunistas de izquierda vieron que el triunfo del estalinismo – incluyendo sus giros de “izquierda”, que confundieron a muchos de los seguidores de Trotski – significó el triunfo de la clase enemiga e implicaba la necesidad de una nueva revolución.

Sin embargo, muchos de los mejores elementos en la oposición trotskista – los así llamados “irreconciliables”– se pasaron a las posiciones de la izquierda comunista a finales de los años 20 y principios de los años 30. Pero el terror estalinista los eliminó en su práctica totalidad durante los años 30.

11. En palabras de Víctor Serge, los años 1930 fueron la “medianoche en el siglo”. Las últimas brasas de la ola revolucionaria – el paro general en Gran Bretaña en 1926, la revuelta de Shangai de 1927 – ya se habían extinguido. Los partidos comunistas se habían convertido en partidos de defensa nacional; el terror fascista y estalinista alcanzaron su punto más feroz precisamente en aquellos países donde el movimiento revolucionario había alcanzado su punto más alto; y todo el mundo capitalista se estaba preparando para otro holocausto imperialista. En estas condiciones, las minorías revolucionarias sobrevivientes tenían que encarar el exilio, la represión y un aislamiento cada vez mayor. Como la clase como un todo sucumbió a la desmoralización y a las ideologías de guerra de la burguesía, los revolucionarios no podían esperar tener un impacto extenso en las luchas inmediatas de la clase.

La incapacidad de Trotski para entender esta situación desfavorable lo llevó a él y al grupo que gravitaba a su alrededor, la oposición de izquierda, en una dirección cada vez más oportunista – el “giro francés” hacia los partidos social demócratas, la capitulación ante el antifascismo, etc. – con la vana esperanza de “conquistar las masas”. El resultado final de este curso, para el trotskismo más que para Trotski mismo, fue su integración dentro de la máquina de guerra durante los años 40. Desde entonces el trotskismo, como la socialdemocracia y el estalinismo, ha pasado a formar parte del aparato político del capitalismo, y pese a todas sus pretensiones, no tiene nada que ver con la continuidad del marxismo.

12. En contraste con esta trayectoria, la fracción de la izquierda italiana definió correctamente alrededor de la revista Bilan las tareas de la hora: primero, no traicionar los principios elementales del internacionalismo de cara a la marcha hacia la guerra; segundo, elaborar un “balance” del fracaso de la ola revolucionaria y de la revolución rusa en particular, y elaborar las lecciones apropiadas para que pudieran servir de base teórica para los partidos que emergerían de un futuro renacimiento de la lucha de clase.

La guerra en España particularmente fue una prueba bastante dura para los revolucionarios de entonces, muchos de los cuales capitularon ante los cantos de sirena del antifascismo y no llegaron a ver que la guerra era imperialista en ambos lados, un ensayo general para la guerra mundial que se anunciaba. Bilan sin embargo se mantuvo firme, llamando a la lucha de clase contra de las fracciones fascista y republicana de la burguesía, tal como Lenin había hecho, denunciando a ambos bandos, durante la Primera Guerra Mundial.

Al mismo tiempo, las contribuciones teóricas hechas por esta corriente – que más tarde asumieron fracciones en Bélgica, Francia y México – fueron inmensas y en verdad irremplazables. En su análisis de la degeneración de la revolución rusa – que nunca le llevó a cuestionar el carácter proletario de 1917; en sus investigaciones sobre los problemas de un futuro período de transición; en su trabajo sobre la crisis económica y las bases de la decadencia del capitalismo; en su rechazo al apoyo de la Internacional Comunista a las luchas de “liberación nacional”; en su elaboración de la teoría del partido y la fracción; en sus polémicas incesantes pero fraternales con otras corrientes políticas proletarias; en esta y muchas otras áreas, la fracción de la izquierda italiana llevó a cabo sin duda su tarea de sentar las bases programáticas para las organizaciones proletarias del futuro.

13. La fragmentación de los grupos de la izquierda comunista en Alemania fue completada por el terror nazi, aún cuando algunas actividades revolucionarias clandestinas seguían llevándose a cabo bajo el régimen de Hitler. Durante los años 30, la defensa de las posiciones revolucionarias de la izquierda alemana fue llevada a cabo en su mayoría en Holanda, particularmente por medio del trabajo del Grupo de Comunistas Internacionales, pero también en Estados Unidos con el grupo liderado por Paul Mattick. Como Bilan, la izquierda holandesa permaneció fiel al internacionalismo de cara a todas las guerras imperialistas locales que preparó el camino a la masacre global, resistiendo las tentaciones de “defender a la democracia”.

Continuó profundizando su entendimiento de la cuestión de los sindicatos, de las nuevas formas de organización de los trabajadores en la época de decadencia capitalista, de las raíces materiales de la crisis capitalista, de la tendencia hacia el capitalismo de estado. También mantuvo una intervención importante en la lucha de clases, particularmente en el movimiento de los desempleados. Pero la izquierda holandesa, traumatizada por la derrota de la revolución rusa, cayó más y más en la negación consejista de la organización política – negando de esta manera todo papel a la organización de los revolucionarios. Junto con esto, rechazaba totalmente el bolchevismo y la revolución rusa, descartada como burguesa desde el principio. Estas teorizaciones fueron la semilla de su futura muerte. Aunque la izquierda comunista en Holanda continuó aún bajo la ocupación nazi y dio lugar a una organización importante después de la guerra – el Spartacusbund, que inicialmente retrocedió hacia las posiciones pro-partido del KAPD – las concesiones de la izquierda holandesa al anarquismo en la cuestión organizacional le hizo cada vez más difícil mantener cualquier tipo de continuidad organizada en años posteriores. Hoy estamos muy cerca de la extinción completa de esta corriente.

14. La izquierda italiana, por otro lado, aunque mantuvo la continuidad organizacional no dejó de pagar un tributo a la contrarrevolución. Justo antes de la guerra, la fracción italiana fue llevada a la dislocación por la “teoría de la economía de guerra” la cual negaba la inminencia de la guerra mundial, sin embargo, su trabajo logró ser continuado, particularmente, a través de la aparición de una fracción francesa en medio del conflicto imperialista. Hacia el final de la guerra, el estallido de importantes luchas proletarias en Italia creó más confusión en las filas de la fracción, cuando la mayoría regresa a Italia para formar, junto con Bordiga quien había estado inactivo políticamente desde finales de los años 20, el Partido Comunista Internacionalista de Italia, quien a pesar de oponerse a la guerra imperialista estaba formado sobre bases programáticas confusas y con un análisis equivocado del período, estimado como de un ascenso en el combate revolucionario.

A esta orientación política se le opuso la mayoría de la fracción francesa, la cual vio rápidamente que el período que se abría era de contrarrevolución triunfante, y consecuentemente que las tareas de la fracción no habían sido completadas. La izquierda comunista de Francia así continuó trabajando en el espíritu de Bilan, y aunque no descuidaba su responsabilidad de intervenir en las luchas inmediatas de la clase, enfocaba sus energías en el trabajo de una clarificación política y teórica, e hizo un número de avances importantes, particularmente sobre la cuestión del capitalismo de Estado, el período de transición, los sindicatos y el partido. Mientras mantenía la rigurosidad del método marxista típico de la izquierda italiana, también fue capaz de integrar algunas de las mejores contribuciones de la izquierda germano-holandesa en el conjunto de su blindaje programático.

15. En 1952, sin embargo, erróneamente convencida de la inminencia de una tercera guerra mundial, la Izquierda Comunista de Francia se disolvió. En el mismo año, el PCI en Italia fue agrietado por la división entre la tendencia “bordiguista” y la tendencia liderada por Onarato Damen, un militante que había permanecido activo políticamente en Italia durante el período fascista. La tendencia “bordiguista” fue más clara en su entendimiento de la naturaleza reaccionaria del período, pero sus esfuerzos para mantenerse firme en su defensa del marxismo la llevó a caer en el dogmatismo. Su (nueva!) teoría de la “invariabilidad del marxismo” le llevó a ignorar cada vez más los avances hechos por la fracción italiana en los años 30 y retroceder a la “ortodoxia” de la Internacional Comunista en muchos aspectos. Los diversos grupos bordiguistas de hoy (al menos tres de los cuales se llaman a si mismos el “Partido Comunista Internacional”) son descendientes directos de esta tendencia.

La tendencia de Damen fue mucho más clara en cuestiones básicas de política como el papel del partido, los sindicatos, liberación nacional y capitalismo de Estado, pero nunca se planteó analizar los orígenes de los errores cometidos en la formación original del PCI. Durante los años 1950 y 1960, estos grupos se estancaron políticamente, con la corriente bordiguista en particular “protegiéndose” detrás del muro del sectarismo. La burguesía había llegado tan cerca cómo le fue posible de eliminar todas las expresiones organizadas de marxismo, rompiendo el hilo vital que ligaba a las organizaciones revolucionarias del presente, con las grandes tradiciones del movimiento obrero.

16. Al final de la década de los 60, sin embargo, el proletariado reapareció en el escenario de la historia con la huelga general en Francia en mayo del 68, y la posterior explosión de combates obreros alrededor del mundo. Este resurgimiento dio nacimiento a una nueva generación de elementos politizados, buscando la claridad de las posiciones comunistas, dio nueva vida a los grupos revolucionarios existentes y finalmente produjo nuevas organizaciones que buscaban renovar la herencia de la izquierda comunista. Inicialmente, este nuevo entorno político, reaccionando en contra de la imagen “autoritaria” del bolchevismo, fue impregnado profundamente por la ideología consejista, pero cuando maduró, fue capaz de despojarse de sus prejuicios anti–organizacionales y ver su continuidad con toda la tradición marxista.

No es accidental que hoy en día la mayoría de los grupos en los entornos revolucionarios sean descendientes de la corriente de la izquierda italiana, la cual hace un gran énfasis en la cuestión de la organización y la necesidad de preservar una tradición revolucionaria intacta. Tanto los grupos bordiguistas y el Buró Internacional para el Partido Revolucionario (BIPR) son los herederos del Partido Comunista Internacionalista de Italia, mientras que la Corriente Comunista Internacional es en gran medida descendiente de la Izquierda Comunista de Francia.

17. El resurgimiento proletario de finales de los años 60 ha seguido un camino tortuoso, yendo a través de movimientos de avances y retrocesos, encontrando muchos obstáculos en el camino, pero ninguno más grande que las enormes campañas burguesas sobre la muerte del comunismo, parte de la cual ha involucrado ataques directos contra la izquierda comunista, falsamente injuriada como la fuente de la corriente “negacionista” que niega la existencia de las cámaras de gas nazi.

Las dificultades de este proceso han sembrado muchos obstáculos en el camino del mismo medio revolucionario, retardando su crecimiento y retrasando su unificación. Pero a pesar de estas debilidades, el movimiento de Izquierda Comunista actual es la única continuación viviente del marxismo auténtico, el único “puente” posible hacia la formación del futuro partido comunista mundial. Es de vital importancia que los nuevos elementos militantes que, a pesar de todo, continúan desarrollándose por todo el mundo en este período, se relacionen con los grupos de izquierda comunista, debatan con ellos, y en última instancia, unan sus fuerzas con ellos; al hacer esto estarán haciendo su propia contribución a la construcción del partido revolucionario, sin el cual no puede haber revolución tirunfante.

Corriente Comunista Internacional, septiembre 1998

 

 

Corrientes políticas y referencias: 

  • Izquierda Comunista [1]

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Enlaces
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