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En el contexto de una crisis mundial generalizada, tocó a México en 1994 sumarse al concierto con el llamado “efecto tequila”; a este supuesto “desajuste” de la economía domestica del país azteca, le siguieron la crisis de la devaluación de las monedas de los “tigres asiáticos” que durante los primeros años de esa década fueron considerados como ejemplo de la pujanza y la expansión sin precedente; y luego la de Argentina en el cono sur del continente americano, con su “efecto Tango” que demolió su mercado interno e hizo añicos los ahorros de los trabajadores. Y los brotes no terminaron, por todos lados vimos como se fueron agregando Estados nacionales, anunciando la quiebra de sus finanzas públicas, el ahogamiento de sus economías por descomunales deudas financieras. Para la clase obrera ello trajo la destrucción de los sistemas de protección social y la ampliación de las cargas impositivas; se profundizó la explotación y se prolongó la edad de jubilación. La recesión que padece el sistema económico mundial ha significado para la humanidad la multiplicación de despidos, el incremento vertiginoso del desempleo que está alcanzando cotas desconocidas desde los años 30 del siglo pasado (para muestra véase España y Grecia), el incremento del empleo precario principalmente en las llamadas economías emergentes, el descenso general de un nivel de vida amputado por planes de austeridad a repetición, un empobrecimiento creciente que se concreta en la marginalización brutal de una parte cada día más importante de la población.
Durante mucho tiempo la burguesía ha puesto en la opinión pública mundial variedad de temas y discursos ideológicos. Desde la reducción de la función y el tamaño del Estado planteado por Reagan o Thatcher hasta la revalorización del papel social y regulador del Estado al modo de Clinton y ahora de Obama, la izquierda ha sustituido a la derecha o a la inversa cumpliendo sin ninguna complicación en lo esencial con su tarea de dominación y mistificación ideológica que ejerce sobre el conjunto de la sociedad, al mismo tiempo invariablemente la realidad ha seguido avanzando en el mismo sentido: hacia la profundización constante de la crisis mundial y la degradación generalizada de las condiciones de vida de los explotados. Sin embargo, los teóricos de la clase dominante se empeñan infructuosa pero recurrentemente en la construcción de fórmulas econométricas para enfrentar la crisis mundial presentándolas como “virajes históricos” o “nuevos paradigmas de desarrollo económico”. A principio de la década de los noventa, según sus cálculos sería el proteccionismo el responsable de estar ahogando la reactivación económica. De tal modo que la apertura de los mercados y el respeto de las reglas de libre competencia serían la panacea que permitiría que la economía mundial saliera del fango. En ese contexto se dio la llamada “Ronda de Uruguay del GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio) en 1986 que representó un momento álgido de la guerra comercial agudizada en el campo de batalla del mercado mundial. Un alto en el camino para saldar cuentas, enfundar los sables temporalmente y “acordar” los términos de las futuras contiendas. La clase obrera nada tenía ni tiene por que involucrarse en esos enjuagues, la historia y la realidad se encargaron de exhibir su significado: a la postre, los responsables capitalistas tuvieron un nuevo argumento para explicar los despidos, los recortes salariales, para imponer más miseria. Y luego, un pretexto para que, responsabilizando a ese modelo, justificar el relevo en el timón del abollado barco del capitalismo.
La terca realidad: la fantasía no alivia el hambre
Recientemente, los tres gobernantes de América del Norte, se reunieron en el marco de la celebración de los 20 años del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA en inglés) que las tres naciones-México, Canadá y Estados Unidos- firmaron en 1994. No es nuestro interés sumarnos a conmemoraciones efusivas en la que se revuelcan tanto la derecha como la izquierda del capital para, según sus “talentosas plumas”, desmenuzar los “logros” y “desavenencias” que les trajo esta negociación a los capitalistas de la región. Desde una perspectiva proletaria, es claro que los Convenios pactados entre burgueses siempre están en la lógica de una disputa por la ganancia en el contexto de un mercado mundial agotado y que buscan agruparse bajo la preeminencia de capitales ligados a imperialismos regionales, para enfrentar en mejores condiciones la concurrencia y competir con otros bloques que se configuran por el mundo. No es enfundándose en el traje del tío Sam o en el de Juan Escutia, como se pueden establecer las implicaciones para la clase obrera en estos veinte años de tratado, porque más allá de aspectos territoriales, los costos de la fuerza de trabajo representa en todo momento el elemento central en la pretendida competitividad que como parte de los objetivos iniciales tenía dicho tratado. La desgravación gradual que se planteó significaba, a decir de sus economistas, ir homologando los costos de producción, principalmente los variables donde están los salarios, y cuya tendencia a la homologación en ningún caso la fijan los ingresos más altos sino por el contrario, los más precarios. No es ninguna novedad que uno de los saldos que más se destacan por tirios y troyanos es la agudización de la desocupación de los tres países, principalmente en México y Estados Unidos. Ya Marx en 1848 daba cuenta que el libre comercio simplemente constituye un momento en el proceso de precariedad progresiva para los obreros:
“Admitid por un instante que no existen ya ni leyes cerealistas, ni aduanas, ni arbitrios municipales, en una palabra, que han desaparecido por completo todas las circunstancias accidentales que el obrero podía tomar aún como las causas de su situación miserable, y habréis desgarrado todos los velos que no le permitían ver a su verdadero enemigo.
El obrero comprobará entonces que el capital, desembarazado de toda traba, le reporta no menos esclavitud que el capital coartado por los derechos de aduanas.”[i]
La señora Carla Hills que encabezó al grupo de negociadores estadounidenses en 1994, ha sacado un poco celebrable balance de la gestión del tratado: el incremento de 400% en el comercio entre los tres países y la pérdida directamente adjudicable al TLC de 850 mil empleos en el mercado laboral de su país. En México, la izquierda del capital se esmera en sus análisis para establecer juicios que incriminan a los “tecnócratas” mexicanos el haber firmado literalmente con los pantalones abajo, y achacan al tratado el hecho de haber tenido durante este periodo un lento y débil crecimiento al mismo tiempo en que las masas empobrecidas se expandieron exponencialmente en todo el territorio, como si las dificultades del sistema capitalista mundial pudieran ser ya no digamos sorteadas sino tan siquiera aminoradas con la astucia nacionalista de refinados tecnócratas economistas. Culpan al TLC de la pérdida de 4.9 millones de empleos en el campo mexicano, de la emigración de 6 millones de personas de las localidades rurales, así como de la reducción del PIB agropecuario de 5 a 1.5% convirtiendo a México en el tercer importador de alimentos, como si todo ello no fuera un proceso orgánico y natural a la acumulación capitalista que lo mismo significaba el que fuera conducido por una burguesía trasnacional que una burguesía criolla con un alto amor a la patria. Habría que recordarles que todos los fenómenos destructores suscitados por la libre concurrencia en el interior de un país se reproducen en proporciones más gigantescas en el mercado mundial.[ii]
TLC: la adaptación a un nuevo modelo… de explotación
En el marco de una economía dirigida a la exportación, a la búsqueda de mercados ya saturados igual o peor al interno, este último comprimido aun más por la precariedad de los salarios de los obreros y la miseria generalizada, México vivió durante lo que lleva el tratado, o incluso en años previos, la imposición de una serie de medidas de adaptación técnica en los procesos de trabajo que redundaran en la elevación de los estándares de eficiencia y productividad para enfrentar la competencia de sus iguales luego de las subsecuentes desgravaciones programadas en paquetes según sus teóricos para evitar la quiebra abrupta de ramas económicas completas en algunas regiones, sobre todo en México donde su economía es a todas luces más débil. La introducción de cambios tecnológicos en los procesos de trabajo en ramas económicas (la agricultura de ciertas regiones o la minería, por ejemplo) buscaban trascender la dominación formal de las relaciones capitalistas sobre el territorio a una explotación intensa y directamente capitalista de los procesos de producción, es decir la extracción predominantemente de plusvalía relativa. Sin embargo, se debe considerar que ambas formas de la plusvalía, la absoluta y la relativa, de las cuales la primera es siempre precursora de la segunda, seguirán presentes en el horizonte de la explotación del obrero ya que “ más desarrollada, la segunda, puede constituir a su vez la base para la introducción de la primera en nuevas ramas de la producción […] Con la subsunción real del trabajo en el capital se efectúa una revolución total (que se prosigue y repite continuamente) en el modo de producción mismo, en la productividad del trabajo y en la relación entre el capitalista y el obrero.”[iii]
Desde mediados de los ochenta, y con la inclusión de México en el GATT, se abre paso a una serie de reformas dirigidas a la reducción de costos tanto directos como indirectos de la fuerza de trabajo. De un lado, encubierto en la reconversión de un Estado poseedor a un “Estado regulador”, se emprendió el desmantelamiento de áreas que le representaban beneficios sociales al conjunto de los trabajadores, y no nos referimos a que se hayan privatizado empresas paraestatales, sino por ejemplo, a la desaparición de guarderías en los institutos de seguridad social, al abandono y precarización de las farmacias de los mismos, al retiro de subsidios al trasporte de los trabajadores, y en general a la reducción progresiva del gasto en educación y en salud. Del otro, un cumulo de reformas devastadoras de las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera, la imposición de la flexibilidad laboral que en simple castellano significa intensidad en el trabajo y la extensión de jornadas, sin olvidar la invasión con un mundo de mercancías baratas y de pésima calidad que redujeron y deterioraron los satisfactores del trabajador. Nadie se salvó en este largo infierno que ha representado el amoldamiento del país a las nuevas circunstancias de la lucha brutal por la ganancia: trabajadores de la salud, de la educación, obreros metalúrgicos y mineros, petroleros, electricistas, jornaleros agrícolas, todos los sectores del proletariado sometidos a condiciones de explotación y a una depauperización inhumana que hoy en día apenas si se garantiza la reproducción de su fuerza de trabajo. Desde la introducción de la rotación de turnos y la movilidad en puestos de trabajo que se impusieron en la Volkswagen de Puebla a finales de los ochenta, al outsourcing que hoy se extiende en todos los sectores económicos, la contratación por hora, etc., representan la característica central de las medidas tomadas por el capital para abaratar los costos de producción, en esencia los derivados de los ingresos salariales. Homologar las condiciones contractuales a las que tienen sus socios del tratado, aun cuando las de los estadounidenses se caractericen desde 1994 y en nombre del «liberalismo» y de la sacrosanta ley del mercado, por no contar prácticamente con ningún reglamento en el mercado del trabajo. Ese ha sido la labor de la burguesía local representada en los Congresos, Gobiernos y Tribunales, y en ello, todas sus fracciones se han sumado sin reparo, porque cuando se trata de combatir a la clase obrera, la burguesía se une. El proletariado siempre debe poner por encima de todo su carácter internacional y buscar la unidad con sus hermanos independientemente de fronteras y a pesar de los acuerdos de sus explotadores que buscan colocar el veneno del nacionalismo como barrera.
Raskolnikov, marzo de 2014
[i] Karl Marx. Miseria de la filosofía. Discurso sobre el libre cambio. Pronunciado el 9 de enero de 1848 en una sesión pública de la Sociedad Democrática de Bruselas.
[ii] Idem.
[iii] Marx, Karl. El Capital, libro I, capítulo VI (inédito). Siglo XXI Editores. 1985.