Enviado por Accion Proletaria el
Desde la primavera de 2.003, con las huelgas y manifestaciones masivas contra la reforma de las pensiones desarrolladas en Francia, numerosos países han visto como poco a poco se han producido nuevos combates obreros contra la austeridad capitalista. Los momentos más significativos de estas luchas se han vivido con las huelgas en las industrias del automóvil en Alemania en 2.004 y, en las huelgas salvajes, durante el verano de 2.005 en el aeropuerto londinense de Heatrow. En todos estos combates, la voluntad de luchar como clase, la necesidad de desarrollar la solidaridad obrera y, la preocupación por el futuro que depara el capitalismo a las actuales y futuras generaciones obreras, han estado muy presentes. Dos nuevos episodios significativos de ese desarrollo de las luchas obreras a nivel internacional han tenido lugar en Suecia y Nueva York (EEUU), a finales de 2.005, confirmando el “giro” en la situación de la lucha de clases que hemos analizado en nuestras publicaciones.
Suecia: un “modelo de paz social” comienza a tambalearse
La burguesía sueca ha alardeado durante mucho tiempo de ser un modelo de “paz social”, de ser el país de Europa con el nivel más bajo de conflictividad laboral desde 1.995. Pero las cosas han cambiado en 2.005. En los hospitales de Malmö y Umea, desde finales de Septiembre hasta finales de año, un total de 70.000 trabajadores del sector sanitario han desarrollado diferentes movimientos y huelgas en demanda de mejoras salariales y contra del empeoramiento de sus condiciones de trabajo. En el mismo periodo, los obreros que construyen la refinería Pret en Lysekil han desencadenado una huelga salvaje contra de sus brutales condiciones de trabajo. Doscientos de ellos, obreros tailandeses, han sido especialmente presionados por la dirección y los sindicatos que con un discurso de supuesta “solidaridad” apelaban a los huelguistas a atenerse a los «acuerdos de trabajo suecos y la legislación del país» para poder conseguir las reivindicaciones solicitadas. Tras diez días de conflicto la huelga concluyó con la promesa de la dirección de aumentos salariales, pero tras organizar el silencio más absoluto en torno al conflicto, los obreros tailandeses han sido expulsados del país, sustituidos por obreros filipinos y del aumento de salario,… nunca más se supo, pues la huelga, según patronos y sindicatos, había sido promovida por la influencia “exterior”.
Pero, sin duda, el conflicto más significativo en todo este período ha sido el protagonizado por los trabajadores de la mayor empresa de transportes de viajeros de Suecia, Connex SL. Su lucha contra los hachazos a las condiciones de jubilación y las pensiones vuelve a plantear, como en Francia 2.0003, la enorme preocupación obrera sobre este asunto que, como veremos más adelante, ha sido planteado igualmente en la lucha de los obreros del metro en Nueva York.
La empresa Connex se ha desdicho de acuerdos anteriores sobre las condiciones de jubilación, pasando la edad mínima de 63 a 65 años, exigiendo flexibilidad en los horarios de trabajo que alargan las jornadas hasta 10 horas en uno de los empleos más peligroso y estresantes del país. Los obreros hartos ya de los chantajes y errores permanentes en sus nóminas no han soportado más provocaciones y han desarrollado una huelga que ha paralizado la ciudad de Estocolmo durante varios días.
Si bien es cierto que estas luchas han podido ser fácilmente controladas y dirigidas por los sindicatos y, en especial en Connex, por los sindicalistas radicales, lo que queremos desatacar es que en un contexto general de desarrollo de la lucha de clases, lento y difícil pero real, los trabajadores suecos se suman progresivamente a ese combate, lo que es una confirmación más de la realidad innegable de esta situación.
Nueva York: un nuevo paso para recuperar la identidad, la confianza y la solidaridad de clase
Una táctica común en los ataques capitalistas contra las pensiones y las prestaciones sanitarias es la tentativa de crear sistemas de “multi-servicios”, en los que los nuevos trabajadores reciben muchas menos prestaciones y pensiones inferiores, al tiempo que se les exige aumentar sus contribuciones al sistema de pensiones bajo la amenaza de no recibir más que unas migajas llegado el momento de la jubilación. Al mismo tiempo a los obreros más antiguos se les asegura que a ellos no les afectarán tales recortes, aunque tampoco se les asegura nada en firme para el futuro. Tradicionalmente los sindicatos ayudan activamente a que tales propuestas estatales sean aceptadas por los trabajadores, presentando todos esos recortes como supuestas “victorias” obreras. Está táctica divide a los obreros y los enfrenta entre sí, ya que, oponiendo los intereses de los obreros más antiguos a los de los más jóvenes - un veneno contra la unidad de la clase obrera – se permite que la patronal divida y pueda vencer.
Ha sido precisamente esa tentativa de dividir a los trabajadores lo que ha estado en el centro de la reciente lucha de los transportes de Nueva York. La Autoridad del Transporte Metropolitano (MTA, en inglés), controlada por el Gobernador del estado y en menor medida por la alcaldía, ha intentado retrasar la edad de jubilación de los nuevos empleados de los actuales 55 a los 62 años, exigiendo al mismo tiempo un aumento del 6% en las cotizaciones de los salarios de los jóvenes empleados a los fondos de pensiones de la compañía. Desde hace mucho tiempo la edad de jubilación estuvo fijada en 55 años (tras 25 años de servicio), como reconocimiento de las condiciones de trabajo extremadamente duras en las que desarrollan su trabajo los obreros en metros que tienen más de cien años de antigüedad, con el aire totalmente viciado de humos, infestado de ratas y con una falta evidente y atroz de medidas sanitarias básicas. La propuesta del Gobernador no afectaba, en cambio, a los obreros más veteranos.
Pero los obreros de metro y autobús no estaban en absoluto dispuestos a dejarse dividir por esta maniobra. En nombre de una clase que ha sufrido repetidamente duros ataques contra las pensiones, los trabajadores de los transportes han trazado una línea roja y han rechazado aceptar el más mínimo cambio en sus jubilaciones. Se han declarado en huelga para proteger las pensiones de obreros que aún no están trabajando en sus puestos, lo que ellos llaman los “aún no nacidos”, sus futuros colegas, aún desconocidos. Por si misma esta lucha se ha convertido en la concreción más clara de la reafirmación de la identidad de clase de la clase obrera y de la solidaridad, a día de hoy. Este combate ha tenido un impacto muy profundo en los trabajadores que han participado y también en otros sectores de la clase obrera. Los obreros del metro se han declarado en huelga por solidaridad de clase con la futura generación. Su consigna: «¡No toquéis nuestras pensiones!» ha resonado con fuerza entre muchos obreros de diferentes sectores.
La significación de la lucha de metro y autobuses
La huelga de los 33.700 obreros del metro que paralizó la ciudad de Nueva York durante tres días la semana antes de Navidad de 2.005 ha sido la lucha más significativa en los últimos quince años en los Estados Unidos. Y ha sido importante por la convergencia de varias razones:
1ª.- El contexto internacional en el que se han desarrollado.
2ª.- El desarrollo de la conciencia de clase entre los huelguistas.
3ª.- El impacto potencial de la huelga sobre otros sectores obreros.
La significación de esta huelga no debe ser exagerada. No puede ser comparada con las que, en los años 80, pusieron en cuestión la autoridad del aparato sindical destinado ha hacer fracasar cualquier lucha obrera que se hubiera planteado la extensión de las luchas a otros sectores obreros. Sin embargo, considerando el contexto de las condiciones difíciles en las que la clase obrera lucha hoy en día, esta significación debe ser claramente comprendida.
A pesar de ser una lucha controlada por una dirección sindical local dominada por izquierdistas y sindicalistas de base, la huelga del metro refleja no sólo la combatividad creciente de la clase obrera sino también avances significativos e importantes en el desarrollo de un sentimiento reencontrado de identidad de clase, confianza y desarrollo de la solidaridad por encima de fronteras generacionales y de lugares de trabajo. Los obreros de los transportes públicos han declarado la huelga sabiendo perfectamente que violaban la “Ley Taylor” de Nueva York que prohíbe las huelgas en el sector público y penaliza a los huelguistas con dos días de salario por cada día de huelga, lo que realmente significa perder tres días de salario por cada uno de huelga (uno no trabajado más los dos de penalización). Las autoridades de la ciudad habían amenazado con presentar una demanda penal de 25.000 dólares por día contra cada obrero que se uniera a la huelga y amenazó con doblarla con el paso de los días: 25.000 dólares el primer día, 50.000 el segundo, 100.000 el tercero,…En ese contexto y ante tales amenazas la decisión de hacer huelga no ha sido tomada a la ligera por los obreros, muy al contrario, ha representado un acto muy valiente de resistencia militante.
El contexto internacional de la lucha
La huelga del metro de Nueva York se desarrolla en un contexto internacional de creciente combatividad del proletariado en defensa de sus intereses de clase, tras un retroceso que ha durado quince años, y que comenzó tras el fin de los bloques imperialistas surgidos de la Segunda Guerra Mundial. En 1.989, el hundimiento del bloque estalinista dirigido por la URSS, que fue seguido por el hundimiento de su rival occidental dirigido por los USA, así como los acontecimientos caóticos que se agravaron a nivel mundial, abrió un período de profunda desorientación para la clase obrera internacional. El cambio provocado por esas nuevas condiciones históricas, la ofensiva ideológica de la burguesía y sus medias proclamando el “fin del comunismo, el triunfo de la democracia y el fin de las clases”, tuvieron un efecto nefasto en el proletariado. El proceso de clarificación que se había desarrollado desde los años 1.960 se rompió y los avances en la conciencia de clase conocieron un importante retroceso. Esto se manifestó sobre todo en lo concerniente al papel de los sindicatos, en el pasado organizaciones obreras pero integradas en el Estado en la época del capitalismo decadente, y actores del sabotaje de las luchas obreras. También afectó al desarrollo de formas de lucha que permitan a los obreros controlarlas por si mismos. Tan profundo ha sido el retroceso en la lucha de clases y tan sistemático el ataque ideológico de la clase dominante, que el proletariado ha mostrado signos muy importantes de pérdida de confianza en si mismo y una dificultad para reconocer su propia identidad de clase.
Sin embargo, la gravedad de la crisis económica y la creciente escalada de los ataques de la clase dominante al nivel de la vida obrera implicaba que, inevitablemente, tal periodo de desorientación del proletariado no podía durar eternamente. En 2003 hemos visto comenzar un giro en la evolución de la lucha de clases internacional, que no se ha caracterizado por el desarrollo de espectaculares combates, sino por la acumulación de luchas que intentan, de forma difícil y vacilante, volver a encontrar su lugar en la escena histórica. La primera cuestión planteada por estas luchas que se desarrollan de forma incipiente a escala internacional no es la extensión de las luchas más allá de las fronteras geográficas o de sector, sino la reapropiación de lo más elemental de su conciencia de clase, es decir, la identidad de clase y la solidaridad.
Este proceso ha recorrido su camino también en los Estados Unidos, como lo demuestran las luchas de los empleados de las fábricas de salazones en California, las luchas de Boeing y Nortwest Airlines, la huelga de transportes en Filadelfia, y la lucha de profesores auxiliares en la Universidad de Nueva York. Lo que hace que la huelga de los transportes en Nueva York sea más significativa en este proceso, no es tanto su impacto por haber paralizado la mayor ciudad de los Estados Unidos durante tres días, sino, sobre todo, por lo que ha aportado al desarrollo de la conciencia de clase.
Como hemos señalado, la principal cuestión planteada en la huelga ha sido la defensa de las pensiones de jubilación, que están siendo atacadas en todo el mundo y muy especialmente en los Estados Unidos. En este país, las ayudas gubernamentales de la Seguridad Social son mínimas y los obreros han de contar con sus empresas o con los fondos de pensiones ligados a su trabajo para intentar mantener su nivel de vida tras la jubilación. Estos dos tipos de pensiones están en peligro en el momento actual, el primero por los esfuerzos de la administración Bush para “reformar” la Seguridad Social y, el segundo por la situación de falta de fondos en las empresas y la presión de las mismas para reducir el pago de las pensiones. Tras la famosa quiebra de la Enron Corporation con la que se hundieron los empleos y las pensiones de miles de trabajadores, multitud de empresas norteamericanas han revisado a la baja sus cotizaciones a las pensiones. Ante la situación de bancarrota de los fondos de pensiones, hemos visto recientemente que empresas muy importantes del sector aeronáutico incumplían sus compromisos con los mismos. La agencia gubernamental federal que asume la responsabilidad de los fondos de pensiones corporativos fallidos, no puede garantizar más que el 50% de lo que los obreros afectados deberían cobrar por derecho. Tal es la cantidad de fondos que están en bancarrota, que esta agencia opera con un déficit anticipado de 24 mil millones de dólares. La industria del automóvil, con la amenaza de bancarrota para la General Motors y la Ford, está poniendo igualmente tales fondos en peligro.
El desarrollo de la conciencia de clase entre los huelguistas
En numerosos hechos de esta huelga de los transportes se ha podido ver la reafirmación de la capacidad de la clase obrera para sentirse y concebirse en tanto que clase. De entrada el motivo central de la huelga – la defensa de las pensiones de los futuros obreros – pone en evidencia este aspecto. Pero también hemos asistido a demostraciones aún más explícitas. Por ejemplo, en un piquete de huelga en una base de autobuses en Brooklyn, docenas de obreros e reunieron en pequeños grupos para discutir sobre la marcha de la huelga. Uno de ellos planteó que no estaba de acuerdo en luchar por defender las pensiones de los futuros trabajadores, de gente que no conocía. Sus compañeros le contestaron señalando, con mucho acierto, que muy posiblemente los futuros obreros que se verían obligados a aceptar recortes tan brutales en las pensiones «podrían ser nuestros hijos». Otro obrero señalaba, en el mismo sentido, que es muy importante mantener la unidad de las diferentes generaciones de la fuerza de trabajo. Y argumentaba diciendo que muy probablemente futuros gobiernos intentarían disminuir las ayudas médicas o el pago de las pensiones y que entonces «será importante para nosotros, cuando estemos jubilados que los jóvenes que estén trabajando recuerden que nosotros luchamos por ellos, y que ellos puedan luchar por nosotros y les impidan rebajar nuestras pensiones». Discusiones similares se han desarrollado en toda la ciudad, reflejando clara y concretamente la tendencia de los obreros a concebirse como clase, a solidarizarse unos con otros más allá de las barreras generacionales que el capitalismo intenta utilizar para dividir a los obreros.
Otros obreros pasaban por delante de los obreros en huelga haciendo sonar el claxon de sus vehículos o gritando mensajes de apoyo. En Brooklyn un grupo de trabajadores de la enseñanza de una escuela elemental expresaron su solidaridad con la huelga debatiendo con sus alumnos en clase e invitando a los niños de 9 a 12 años a hacer una visita a alguno de los piquetes. Los niños llevaron sus felicitaciones navideñas a los huelguistas con mensajes, como este: «Os apoyamos, por que vuestra lucha es por el respeto». Los niños también entrevistaron a los obreros y les pidieron más explicaciones sobre los motivos de la huelga.
Al día siguiente de finalizar la huelga, uno de nuestros camaradas tomo un autobús y tuvo una conversación con el conductor, que revela el avance que ha supuesto esta lucha. Tras haber pagado su billete, le dijo al conductor, un trabajador latino de unos 35 años:
«Habéis hecho lo que se tenía que hacer».
El chofer respondió:
«Pero no hemos ganado. Hemos vuelto al trabajo sin el convenio».
«Pero lo más importante es lo que habéis hecho. Habéis dicho que no aceptabais que se tocaran vuestras pensiones. Los obreros tienen necesidad de estar unidos, pase lo que pase. Es, sin duda, un ejemplo importante para muchos otros trabajadores», dijo nuestro camarada.
A esto el chofer respondió:
- «Si, es cierto. Ha sido muy importante que lucháramos por la clase obrera».
El impacto de la lucha en otros trabajadores
La huelga en los transportes ha sido un punto de referencia para obreros de otros sectores. Además de las manifestaciones de apoyo y solidaridad mencionadas anteriormente hay muchos más ejemplos. Uno de ellos: un grupo de profesores auxiliares de la Universidad de Nueva York en huelga que realizó una visita a los huelguistas para discutir de la huelga y de su estrategia con los otros obreros. En otros muchos lugares de la ciudad obreros de otros sectores debatieron la importancia de la solidaridad basándose en el ejemplo de esta lucha por la defensa de las pensiones. Entre los obreros municipales, de los que la mayor parte están desde hace tres o cuatro años sin contrato, caló hondo la consigna de los huelguistas: «No hay convenio, no hay trabajo», lo que muestra la importancia de esta lucha.
La simpatía hacia los huelguistas fue tan fuerte que el primer día de huelga el presidente del sindicato de transportes, Roger Toussaint tenía, según los sondeos de los media capitalistas, un índice de popularidad más alto que el alcalde o el gobernador. Que se supiera además que la Autoridad Metropolitana de Transportes tenía un excedente financiero de más de 1 millón de dólares, hizo que la dureza de la empresa apareciera como particularmente severa e injustificada ante los obreros.
El segundo día de huelga, la burguesía intentó apoyarse en una campaña que pretendía demonizar a los huelguistas. Los periódicos “Post” y “Daily News”, trataron a los huelguistas de “ratas” y “cobardes”. Incluso el muy liberal “New York Times” denunció la huelga como “irresponsable” e “ilegal”.
El tema de la “ilegalidad” de la huelga fue retomado sistemáticamente por el alcalde Michael Bloomberg y el Gobernador George Pataki. Este declaró que la huelga era criminal y que no habría ningún tipo de negociación hasta que los huelguistas no retornaran al trabajo. Bloomberg se hizo eco de esta posición, tratando a los huelguistas de “bandidos” y “criminales”. El alcalde multimillonario se convirtió de la noche a la mañana en el campeón de la causa de los pobres obreros incomodados por los huelguistas, supuestamente tomados como rehenes por los huelguistas de los transportes a los que presentó como “unos privilegiados”. En el mismo sentido, el presidente del sindicato de transportes se presentó como el mejor defensor de los obreros contra los insultos de las autoridades.
Los reportajes de televisión se centraron deliberadamente en mostrar las dificultades ocasionadas por la huelga al conjunto de la población obligada a compartir vehículo para ir o volver del trabajo, o a caminar a lo largo de los puentes del East River o Manhattan. Pero, a pesar de esta intensa campaña, las autoridades de la ciudad sabían que la solidaridad con los huelguistas era intensa. Un juez local amenazó con penas de prisión a los dirigentes sindicales y de apercibir individualmente a los huelguistas por haber desobedecido la orden de parar la huelga y volver al trabajo, pero el alcalde Bloomberg recomendó, y consiguió, que el tribunal aumentara las amenazas individuales contra los huelguistas pero no detuviera a los dirigentes sindicales ya que, se corría el riesgo de hacer de Toussaint “un mártir”, y provocar huelgas de solidaridad de otros empleados del sector público.
La “ilegalidad” de la huelga ha desencadenado discusiones importantes en el seno de la clase obrera tanto en Nueva York como en todo el país. ¿Cómo puede ser ilegal que los obreros protesten ausentándose de sus puestos de trabajo?, se preguntaban muchos obreros. Como dijo un obrero durante una discusión en una escuela de Manhattan «es como si sólo pudiéramos hacer huelga cuando esta no tenga ningún efecto».
El papel de los sindicatos en el sabotaje de la lucha
Muchos obreros habían comprobado en sus propias carnes que la actual dirección sindical que ahora parecía “muy combativa”, había cedido en un convenio anterior con aumentos salariales de un 0% el primer año, y un 3% el segundo y tercer año. Por tanto los sindicatos estaban ahora sujetos a una presión importante motivada por la cólera y la combatividad obreras. Por ello mientras el sindicato local de los obreros del transporte, en manos de izquierdistas y sindicalistas “de base”, controlaba claramente la dinámica de la huelga, empleando una retórica combativa plagada de discursos de solidaridad, etc. el sindicato de transportes ha jugado su papel de minar la lucha y minimizar el impacto de una lucha importante. Casi desde el principio los sindicalistas dejaron caer la reivindicación de un aumento salarial del 8% para tres años, y se focalizaron en el tema de las pensiones. El mitin sindical que votó la huelga no permitió ninguna discusión o debate y fue de hecho conducido como un desfile sindical, con una vedette a la cabeza, el reverendo Jesse Jackson.
La estrecha colaboración entre el sindicato de transportes y la dirección de la empresa fue puesta al descubierto por un reportaje que, al finalizar la huelga, publicó el “New York Times”, y en el que se podía comprobar que las supuestas tensiones e insultos entre los sindicatos y los responsables estatales o municipales era una completa farsa. Así, mientras el alcalde y el gobernador salían a todas horas diciendo que hasta que no se acabara la huelga no empezarían las negociaciones, lo cierto es que esas negociaciones estaban teniendo lugar, secretamente, en el Hotel Helmsley. En esos tejemanejes el alcalde aceptaba, a escondidas, una proposición de Toussaint consistente en obtener de la dirección de la empresa la retirada del ataque contra las pensiones a cambio de aumentar las cotizaciones de los obreros al seguro por enfermedad, para así compensar al Gobierno del coste que representaría el mantenimiento de las pensiones para los futuros empleados.
Este final de huelga orquestado por sindicatos y Gobierno no puede pillarnos por sorpresa. Es, simplemente, una confirmación más de la naturaleza antiobrera de todo el aparato sindical. Pero eso no invalida en absoluto los avances en la conciencia de clase de este sector de la clase obrera. Al contrario sirve para recordarnos que para llevar adelante nuestras luchas debemos deshacernos del control sindical y luchar por conseguir y mantener el control de las luchas en sus propias manos.
Artículos traducidos de Internationell Revolution, publicación de la CCI en Suecia y de Internationalism, publicación de la CCI en los Estados Unidos.