Enviado por Revista Interna... el
La falsa buena salud del capitalismo
Hace un año, los economistas y algunos medios, tras haber comprobado la sucesión de toda una serie de hundimientos financieros en varios continentes, expresaban el miedo que les producía la evolución de la economía mundial. Esos mismos órganos de la burguesía declaran hoy que el crecimiento económico es fuerte, que va a seguir aumentando, que el desempleo decrece, que algunos países han llegado ya a una tasa de desempleo que corresponde al pleno empleo. Los gobiernos de muchos países dicen que van por ese camino.
Con esas declaraciones se quiere dar la idea de que el capitalismo está reabsorbiendo la crisis, y para argumentar ese diagnóstico, los economistas organizan debates sobre la emergencia de una «Nueva economía» en Estados Unidos, que sería la causa de la fase del «crecimiento largo» que se está viviendo en ese país, fase que continuaría y se generalizaría a otros países a condición de que los obreros acepten de buena gana trabajar más por sueldos cada vez más bajos.
Desde que hace 30 años el capitalismo entró en una nueva crisis, no es ésta, ni mucho menos, la primera vez que nos sacan el cuento de «la salida del túnel» y del «fin de la crisis». Como las veces anteriores, ese optimismo de que alardean no tiene la menor base.
El principal objetivo de la burguesía en la acción que está llevando a cabo, tanto para evitar que se inicie una recesión abierta como en toda esa propaganda, es mostrar a la clase obrera que el capitalismo es el único sistema viable y que es utópico y muy peligroso querer y hasta pensar en echarlo abajo.
No estamos en una nueva fase de crecimiento
Primero, es totalmente falso afirmar que el capitalismo conocería hoy una fase en la que el crecimiento sería más elevado de lo que ha sido en estos treinta últimos años. Los problemas siguen siendo enormes en cualquier parte del mundo.
Eso es ya muy cierto para la mayoría de los grandes países europeos. La evolución de las producciones industriales ([1]) de Alemania e Italia son, desde hace un año, negativas y las del Reino Unido (+ 1%) y de la Unión Europea en su conjunto (+ 0,8%) no son mucho mejores.
En Extremo Oriente, contrariamente a lo que nos dicen, el cuadro no es, ni mucho menos, el de una «salida de la crisis». En Japón, en donde están viviendo una recesión desde principios de los años 90, la tasa de crecimiento del PIB es muy débil y los despidos masivos «se multiplican: 21 000 en Nissan y NTT, gigante de telecomunicaciones; 10 000 en Mitsubishi Motors; 1500 en NEC, 17 000 en Sony… Ya no hay “santuarios”: todos los sectores están afectados»; los despidos en las pequeñas y medianas empresas son difíciles de calcular, pero «el plan de reestructuración de Nissan-Renault amenazaría entre setenta y ochenta mil empleos en las PME» ([2]). Aunque otros países del Sudeste asiático conocen un crecimiento más importante, ello se debe, ante todo, al arranque habido tras el frenazo que sufrieron en el segundo semestre de 1997. Pero, como lo demuestran las dificultades del grupo coreano Daewo (junto con otros grupos industriales coreanos del Sudeste asiático en la misma situación) esa «recuperación» es más que frágil, pues han vuelto a endeudarse a mansalva yendo todo recto hacia una nueva crisis financiera. Y para encarar esas dificultades, la burguesía occidental recomienda que se proceda a «dolorosas reestructuraciones», o sea a despidos y más despidos.
En Sudamérica, el PIB ha bajado este año, y algunos países, y no de los menores, como Argentina, han vivido un descalabro de su producción industrial (– 11 %); otros se están preparando para anunciar la suspensión de pagos, como Ecuador.
En cuanto a la economía estadounidense, su tasa de crecimiento se mantiene artificialmente mediante un endeudamiento vertiginoso tanto de las familias como de las empresas. Es evidente que no van a ser las nuevas tecnologías las que la harán resolver el problema. El endeudamiento permite mantener la demanda y es la causa de un déficit de la balanza de pagos que ha alcanzado marcas históricas, pues ya fue de 240 mil millones de dólares en 1998 y en 1999 ha sido de 300 mil millones. De igual modo, la cobertura de las importaciones por las exportaciones sólo alcanza el 66 %. Hay que añadir que tales déficits acabarán desembocando tarde o temprano en tensiones monetarias como la que se vio en septiembre cuando el dólar se debilitó fuertemente respecto al yen.
El capitalismo de Estado evita el bloqueo económico pero no resuelve la crisis
La realidad de las medidas económicas tomadas por Estados Unidos nos indica las razones por las cuales la quiebra financiera del Sudeste asiático, de Rusia y de buena parte de Latinoamérica, y la caída de las importaciones de esos países no ha provocado una baja de la demanda mundial y una penuria de crédito, lo cual hubiera provocado, cuando menos, una terrible recesión del conjunto de la producción mundial.
Tanto los déficits exteriores históricos de EE.UU. como el hecho de que las «familias» americanas tengan un consumo mayor que sus rentas reales, son muestra del vigor con el que la Administración estadounidense decidió impedir que la crisis financiera de 1997-98 tuviera, en lo inmediato, consecuencias importantes. Hay que añadir, y es también el resultado de la política monetaria, que una parte de las rentas de las familias norteamericanas vienen de ganancias bursátiles que no corresponden a ninguna riqueza real.
En hecho de que el Estado con la economía más poderosa del mundo, con la moneda que sigue funcionando como moneda mundial, haya actuado de esa manera, muestra la gravedad del problema. Entre la crisis financiera de Tailandia en julio de 1997 y la de Rusia en agosto de 1998, fue el Fondo Monetario Internacional (FMI) quien entregó los fondos necesarios para evitar la bancarrota de los grandes bancos mundiales que habían prestado a mansalva a esos países. Y, sin embargo, en el verano de 1998, el presidente del FMI, M. Camdessus, declaraba que las arcas estaban vacías y la propia Reserva Federal tuvo que coger de relevo para aprovisionar a los bancos en moneda, evitando así que hubiera un cese de reembolso de la deuda pública de Brasil y la de otros países latinoamericanos. Y, a su vez, esa acción lo que ha seguido provocando es un endeudamiento creciente de la sociedad americana, lo cual hace aparecer el anuncio del final del déficit presupuestario estadounidense como una farsa cómica. Farsa cuyo único objetivo es mostrarnos que la política norteamericana ya no es inflacionista, lo cual sería una prueba más de que se acabó la crisis.
Estados Unidos no es, sin embargo, el único país en practicar esa política: todos los grandes países industrializados participan en ella. La deuda total de los países de la Unión Europea —cuyos gobiernos siguen estando, en principio, sometidos a los criterios de Maastricht— aumenta 10% por año. En cuanto a Japón, cuyos bancos no son lo bastante sólidos como para impedir que el país salga de la recesión, su hacienda pública es un pozo sin fondo: el déficit público será de 9,2% del PIB en 1999, lo cual hará que el Estado japonés emita este año «el 90% de las emisiones netas de obligaciones de Estado (o sea, Bonos del tesoro) de las dieciocho economías mundiales principales» ([3]). Esto significa que el gobierno japonés, para salir de la recesión, ha movilizado las cuentas de ahorro postales en las que los japoneses habían colocado sus ahorros desde hace años.
Todas esas acciones son los medios que se ha dado el Estado en el siglo XX y que definen el capitalismo de Estado. Las medidas de capitalismo de Estado se instauran para evitar el bloqueo y un hundimiento de la economía parecidos a los que sufrió el capitalismo en la crisis de 1929, pues tales fenómenos no sólo serían perjudiciales para los intereses de la burguesía, sino, y sobre todo, porque serán expresión misma de la quiebra del sistema ante la clase obrera, en un periodo en el que ésta no está derrotada, en un curso histórico ([4]) hacia enfrentamientos de clase generalizados.
Eso no quiere decir que la burguesía posea los medios de resolver la crisis del capitalismo. Muy al contrario, pues las políticas de reactivación acentúan las tensiones económicas, monetarias y financieras:
– De igual modo, los gastos públicos japoneses aparecen inquietantes pues el ahorro de los japoneses acabará agotándose «y si se imagina uno el guión catastrófico en el que los poderes públicos nipones perdieran el control de sus finanzas públicas, lo que seguiría a continuación sería una crisis financiera mundial» (Boletín Conjecture Paribas).
Eso significa que hoy como ayer, esas tensiones sólo pueden desembocar en recesiones abiertas, o sea, en mayor caída en la crisis.
En 1987, la progresión de la deuda para mantener la demanda mundial y la «burbuja» financiera resultante, acabaron en el krach del 21 de octubre, durante el cual, la burguesía perdió el control de la situación financiera durante algunas horas, bajando el índice Dow Jones 22 % y aniquilándose dos billones (2 millones de millones) de dólares. Los Estados, por medio de instituciones financieras, compraron los valores bursátiles aprovisionando en moneda a bancos y empresas para que el krach no desembocara en un bloqueo de la economía. Pero, a partir de 1989, la burguesía no pude evitar seguir con esa política, lo cual desembocó en la recesión de 1989-1993, recesión muy profunda que la burguesía justificó entonces con la Guerra del Golfo, ocultando así lo que en realidad era una expresión de la quiebra del capitalismo.
Con la crisis de los países asiáticos, ha aparecido claramente que la burguesía no pude impedir que la deuda masiva de toda una serie de países acabara en bancarrota; y frente a lo que significaría una pérdida de control de la evolución financiera y monetaria, los grandes estados han vuelto a impedir, mediante una deuda todavía más amplia, que desemboque en un bloqueo de la economía mundial. Como antes, los medios empleados agravan las tensiones económicas y no podrán seguir sirviendo por mucho tiempo; por sí mismos, esos medios implican un nuevo ahondamiento de la crisis, y cuando esto ocurra, podemos estar seguros que la burguesía va a darnos una nueva explicación para dar a entender que el capitalismo como sistema no sería el responsable.
La crisis del capitalismo se profundiza permanentemente
La burguesía es capaz de retrasar provisionalmente el hundimiento brutal en la crisis como el que se vivió en 1974, 1981 o 1991. Pero no puede impedir su hundimiento lento y permanente. Frente a la tendencia permanente a la superproducción y a la baja de las ganancias, la burguesía ataca sistemáticamente las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera, hundiendo en la pauperización más absoluta a una parte cada día mayor de ellas. La prensa occidental criticaba a los países del Sudeste asiático por no haber reestructurado lo suficiente, es decir disminuido los costes de trabajo. Ahora, el desempleo se ha disparado en esos países desde 1997 (en Corea del Sur, por ejemplo, se ha triplicado). Esa crítica es muy reveladora: significa que si los países occidentales disfrutan de una mejor salud económica, es porque ellos no han cesado un instante en su búsqueda permanente de reducción de costes de producción, o sea, de agravar la explotación de la clase obrera.
En realidad, la fuerza de los grandes países desarrollados es la herencia de la industrialización temprana que realizaron en el siglo XIX, en el periodo ascendente del capitalismo. En la decadencia del capitalismo, los nuevos países que han logrado industrializarse has sido excepción e, incluso en este caso, su desarrollo es inestable. Corea del Sur es un buen ejemplo de ello. Es, por eso, falso pretender que si esos países llevaran a cabo una reestructuración, saldrían de la crisis. Lo que sí demuestra esa falsedad es la permanente necesidad para la burguesía de atacar las condiciones de vida de la clase obrera desde que se inició la crisis, para así intentar restablecer el nivel de las ganancias.
Nos dicen que Japón está saliendo de la recesión, pero el desempleo en ese país ha pasado de 3,4 % de la población activa en 1997 a 4,9 % y ya se da por hecho que habrá una tasa de desempleo de al menos 5 % durante mucho tiempo.
En los países desarrollados occidentales, la experiencia de la clase obrera y sus potencialidades intactas han llevado a la burguesía a practicar la mentira sofisticada, sobre todo en la cuestión central del desempleo, utilizando cantidad de medios para ocultar su nivel real, y hasta, como dicen hoy, demostrar que está bajando. Junto a las cifras del desempleo hay además otras, mucho menos difundidas por los medios, que muestran la progresión masiva de la miseria en esos países:
– en el Reino Unido, desde 1997, ha aumentado en un millón la cantidad de familias que cobran menos del 40 % de los ingresos medios (y eso que el gobierno de Blair ha puesto el umbral de pobreza en el 50 % de la renta media). Hoy son 8 millones ([5]);
– en Francia, el 10% de las familias viven por debajo del umbral de pobreza, o sea 6 millones de personas; la tasa de desempleo es, dicen, de 10,8 %; pero, y es una cifra reveladora, en la población «por debajo del umbral de pobreza», ¡hay más asalariados que desempleados! ([6]);
– en España, en donde el gobierno afirma que la economía española está creando empleos, más del 60% de éstos duran menos de un mes y, además, 8 millones de habitantes viven por debajo del umbral de pobreza ([7]).
Las cifras de Francia, y ocurre otro tanto en los demás países, muestran que la profundización actual de la crisis, no sólo se plasma en la exclusión del proceso productivo de una proporción cada día mayor de la población activa, sino en que los salarios de una parte creciente de los obreros que han encontrado un empleo, no les permiten adquirir lo mínimo necesario. La flexibilidad del trabajo y la baja de salarios impuestos con el truco de la reducción del tiempo laboral, el incremento imparable del trabajo a tiempo parcial y del interino (éste ha aumentado 8 % en Francia en un año) son otros tantos medios con los que la burguesía está recortando los ingresos obreros.
Y esa situación es la de los países desarrollados, en unos países de Europa occidental y Norteamérica, que aparecen como islotes en un mundo cada vez más sumido en el caos. La burguesía misma afirma que en una parte de los países del Sudeste asiático las inversiones extranjeras han desaparecido y que esos países «han vuelto a caer en el subdesarrollo» ([8]). En la mayor parte de los países de la periferia, la parte de la población que vive en la miseria más estremecedora es inmensa. En Rusia, por ejemplo, y esto puede generalizarse al conjunto de la exURSS, más de la mitad de la población vive por debajo del umbral de pobreza; el nivel de vida en África ha disminuido desde 1980, una época en la que ya la hambruna se cebaba periódicamente en algunos países.
Esa es la realidad de la quiebra del capitalismo. El Estado, ya sea con la derecha, ya sea, como hoy en muchos países, con la izquierda en el poder, no puede resolver el problema de la sobreproducción que es inherente al capitalismo decadente; y todas las afirmaciones sobre «el ritmo actual del crecimiento» no son más que propaganda, una propaganda que se apoya en una medidas de capitalismo de Estado con las que se quiere evitar que la clase obrera recuerde que las tasas de crecimiento, en término medio, no han cesado de bajar desde hace 30 años. Y esto, sólo el marxismo es capaz de explicarlo. Las coplas de victoria que la burguesía canta en cuanto logra, como hoy, estabilizar la situación durante algunos meses, son canciones para dormir.
J. Sauge, diciembre de 1999.
[1] A pesar de todos los trucos de la burguesía, la producción industrial es una cifra más digna de fe que el PIB (Producto Interior Bruto), pues éste está hinchando artificialmente con todo tipo de ingresos de quienes no tienen nada que ver con la producción, los militares y la burocracia y los sectores improductivos como el financiero, los seguros y demás…
[2] Del diario francés Le Monde, 9/12/99.
[3] Boletín Conjecture Paribas, julio de 1999.
[4] Ver los artículos sobre el curso histórico en la Revista Internacional nos. 18 y 53.
[5] La Tribune, 9/12/99.
[6] La Tribune, 26 de mayo de 1998.
[7] L´Humanité, 10/12/1999.
[8] «Bilan du monde», 1998, publicado por Le Monde.