Enviado por Revista Interna... el
XIV Congreso de la CCI
Informe sobre la crisis
(extractos)
Desde hace más de 80 años, el capitalismo ha entrado en su época de decadencia. Sobrevive hundiendo a la humanidad en una espiral de crisis abierta – guerra generalizada – reconstrucción – nueva crisis...([1]). Mientras el estancamiento y las convulsiones del sistema en la primera década del siglo XX desembocaron rápidamente en la terrible carnicería de Primera Guerra mundial, mientras la Gran depresión de 1929 dio paso en el lapso de 10 años al matadero aún más salvaje de la Segunda Gran guerra, la nueva crisis iniciada a finales de los 60 no ha podido desembocar en su salida orgánica de una nueva guerra generalizada, debido a que el proletariado no ha sido derrotado.
Confrontado a esta situación inédita, de crisis sin salida, el capitalismo lleva a cabo lo que hemos llamado una “gestión de la crisis”. Para ello recurre al órgano supremo de salvación de su sistema: el Estado. Si bien la tendencia al capitalismo de Estado se ha venido desarrollando desde hace décadas, en los últimos 30 años hemos asistido a un perfeccionamiento y sofisticación inauditos de sus mecanismos de intervención y control de la economía y la sociedad. Para acompañar la crisis, haciendo que su ritmo fuera más lento y menos espectacular que en 1929, los Estados han recurrido a un endeudamiento astronómico, sin parangón en la historia, y las principales potencias han colaborado entre sí para sostener y organizar el comercio mundial de tal forma que los peores efectos de la crisis recayeran sobre los países más débiles ([2]). Este mecanismo de supervivencia ha permitido que los países centrales, aquellos que son clave tanto desde el punto de vista del enfrentamiento de clases como cara al mantenimiento de la estabilidad global del capitalismo, vivieran una caída lenta y en escalones sucesivos, de tal forma que, globalmente, han logrado dar una sensación de control, de aparente normalidad, incluso, de “progreso” y “renovación”.
No obstante, estas medidas de acompañamiento de la crisis no han logrado ni mucho menos estabilizar la situación. Desde principios del siglo XX el capitalismo es un sistema mundial, con todos los territorios mínimamente significativos del planeta incorporados al engranaje de sus relaciones de producción. En estas condiciones, la supervivencia de cada capital nacional o grupo de capitales nacionales solo puede hacerse en detrimento no solo de sus rivales sino del conjunto del capital global. Por ello, en los últimos 30 años hemos asistido al progresivo deterioro del capitalismo en su conjunto, su reproducción se ha realizado sobre bases cada vez más estrechas, el capital mundial como un todo se ha empobrecido ([3]).
Este progresivo hundimiento del capital global se ha traducido en convulsiones periódicas que nada tienen que ver con las crisis cíclicas del siglo pasado. Estas convulsiones se han expresado como recesiones más o menos fuertes en 1974-75, 1980-82 y 1991-93. Pero la recesión – la caída oficial de los índices de producción – no ha sido su expresión más importante precisamente porque el capitalismo de Estado trata de evitar en lo posible esta forma más clásica y evidente del hundimiento del sistema. Por ello, han tendido a manifestarse bajo otras formas, más alejadas aparentemente de la esfera productiva, pero no por ello menos graves y peligrosas. Tormentas monetarias de la libra esterlina en 1967 y del dólar en 1971, brutal explosión inflacionaria a lo largo de los años 70, sucesivas crisis de la deuda y desde mediados de los 80 violentos seísmos financieros: quiebra bursátil de 1987, miniquiebra de 1989, crisis monetaria del SME en 1992-93, Efecto “Tequila” (devaluación del peso mexicano y caída de las bolsas latinoamericanas) en 1994, la llamada “crisis asiática” en 1997-98.
El XIIIº congreso de la CCI analizó los importantes estragos causados por ese nuevo episodio de la crisis y se hizo eco de previsiones muy pesimistas, entre los propios expertos burgueses, que hablaban de una recesión e incluso de una depresión inminentes. Sin embargo, esa recesión no se ha producido y el capitalismo ha podido entonar de nuevo himnos triunfalistas sobre la “salud de hierro” de su economía y lanzarse a la osadía de especular sobre la entrada de la sociedad en la era de la “nueva economía”. El verano del 2000 con un rebrote inflacionista, de alcance y consecuencias muy importantes, obligó a bajar los humos de la euforia. En poco más de 2 años, de forma concentrada y rápida, hemos asistido al batacazo brutal de 1997-98, el sobresalto de euforia desde mediados de 1999 hasta el verano del 2000 y, ahora, los indicios de nuevas convulsiones.
El nuevo milenio no va a deparar una superación de la crisis ni una estabilización de la situación sino una nueva fase de hundimiento que va a hacer pequeños los tremendos sufrimientos que ha causado el sistema a lo largo del siglo que se acaba.
10 años de crecimiento ininterrumpido en Estados Unidos
Los adoradores del sistema babean de gusto con esos famosos “10 años de crecimiento sin inflación” ([4]). En sus delirios llegan hasta pronosticar que las crisis cíclicas van a desaparecer y en el futuro tendremos un crecimiento permanente.
Estos señores no se molestan en comparar esos índices de crecimiento con otras épocas del capitalismo, ni en ver su naturaleza y composición. ¡A ellos les basta y les sobra con el “crecimiento” y punto!. Pero frente a esa visión inmediatista y superficial, propia de la ideología de un orden social condenado, nosotros aplicamos una visión global, histórica, y desde ella podemos demostrar la falacia del argumento de los “10 años de crecimiento USA”.
En primer lugar, si vemos las tasas de crecimiento de la economía americana desde 1950 comprobamos que el crecimiento de la última década es el peor de los últimos 50 años:
Tasa de crecimiento medio
del PIB de EE.UU. ([5])
Periodo 1950-64 3,68 %
Periodo 1965-72 4,23 %
Periodo 1973-90 3,40 %
Periodo 1991-99 1,98 %
La misma conclusión se saca si consideramos los datos de los países más industrializados:
Tasa de crecimiento medio del PIB de los principales países
industrializados ([6])
1960-73 73-89 89-99
Japón 9,2% 3,6% 1,8%
Alemania 4,2% 2,0% 2,2%
Francia 5,3% 2,4% 1,8%
Italia 5,2% 2,8% 1,5%
Gran Bretaña 3,1% 2,0% 1,7%
Canadá 5,3% 3,4% 1,9%
Las 2 tablas nos muestran un declive gradual pero persistente de la economía mundial que desmonta el triunfalismo de los adalides del capitalismo y pone en evidencia su trampa: deslumbrarnos con cifras inmediatas sacadas de su contexto histórico.
El “crecimiento americano” tiene una historia que nos ocultan con tanto triunfalismo. No hablan de cómo se consiguió reanimar la economía en 1991-92: los tipos de interés se bajaron hasta ¡33 veces!, de tal modo que el dinero era prestado a los bancos a una tasa ¡por debajo del índice de inflación! ¡el Estado les estaba regalando el dinero!. Tampoco nos dicen que ese crecimiento empezó a perder impulso a partir de 1995 con sucesivas crisis financieras que culminaron en la “gripe asiática” de 1997-98, estancándose en la fase 1996-98.
Pero ¿qué pasa con la última fase de crecimiento, la que sucede al estancamiento de 1996-98?. Sus bases son aún más frágiles y destructivas, pues el motor del crecimiento pasa a ser una burbuja especulativa sin precedentes en la historia. La inversión en la Bolsa se convierte en la “única inversión rentable”. Las familias y las empresas americanas han sido arrastradas al mecanismo perverso de endeudarse para especular en Bolsa y utilizar los títulos adquiridos como prenda hipotecaria para adquirir frenéticamente bienes y servicios que son el sostén del crecimiento. Los cimientos de la auténtica inversión se ven, de esta forma, seriamente arruinados: empresas y particulares han subido su endeudamiento en un 300% entre 1997 y 1999. La tasa de ahorro es negativa desde 1996 (tras 53 años de tasas positivas): mientras en 1991 era + 8,3% en 1999 era – 2,5%.
El consumo a crédito mantiene viva la llama del crecimiento pero su efectos son letales sobre la base productiva estadounidense ([7]). Un economista famoso, Robert Samuelson, reconoce que “la utilización de la capacidad productiva de la industria norteamericana bajó sin cesar tras el pico alcanzado a mediados de los 80”. La industria manufacturera pierde peso en el conjunto de las cifras anuales de producción y desde abril 1998 ha despedido a 418 000 trabajadores. La balanza de pagos americana sufre una espectacular degradación pasando de un déficit del – 2,5% del PIB en 1998 a uno actualmente del – 4,7%.
Este tipo de “crecimiento” está en los antípodas del verdadero crecimiento que históricamente ha experimentado el capitalismo. Entre 1865 y 1914 Estados Unidos basó su espectacular crecimiento económico en el aumento permanente de su superávit comercial y financiero. Del mismo modo, la expansión americana tras la segunda posguerra se basó en el predominio de las exportaciones de productos y capitales. Por ejemplo, en 1948 las exportaciones USA cubrían en un 180% sus importaciones. Desde 1971, EE.UU empieza a tener déficits comerciales negativos que no han parado de crecer desde entonces.
Mientras en el siglo XIX el crecimiento económico de los países centrales del capitalismo se basó en el aumento de sus exportaciones de bienes y de capitales que servían de ariete para incorporar nuevos territorios a las relaciones de producción capitalista, hoy asistimos a la situación aberrante y peligrosa según la cual los fondos de todo el mundo acuden – atraídos por las elevadas cotizaciones del dólar – a sostener la principal economía del planeta. Desde 1985 el flujo de inversiones del resto de países del mundo hacia las 10 primeras economías del planeta es superior al de éstas hacia el resto. Esto significa concretamente que el capitalismo, incapaz de expansionar la producción en el mundo, concentra todos los recursos en mantener a flote sus principales metrópolis a costa de crear un erial en el resto, destruyendo de esta forma sus propias bases de reproducción.
La temida recesión tras la crisis asiática no se produjo
Se quiere que veamos en la grave sacudida de 1997-98 una crisis cíclica idéntica a las que el capitalismo sufrió durante el siglo XIX. Entonces, cada etapa de crisis se resolvía con una nueva expansión de la producción que alcanzaba cotas superiores al periodo anterior. Se abrían nuevos mercados mediante la incorporación de nuevos territorios a las relaciones de producción capitalista de tal forma que, por una parte, proporcionaban nuevas masas de proletarios a los cuales extraer plusvalía y, por otro lado, aportaban nuevos compradores solventes de las mercancías producidas. Actualmente, esa salida es imposible para el capitalismo: los mercados hace largo tiempo que están sobresaturados.
Por ello, ante cada batacazo, la “salida” no son nuevos mercados donde se expande la producción ni nuevas masas de obreros incorporados al trabajo asalariado sino todo lo contrario: medidas de endeudamiento que tratan de enmascarar la caída real de la producción y nuevas oleadas de despidos – disfrazadas como reestructuraciones, privatizaciones y fusiones – que van secando poco a poco las fuentes de la plusvalía: “A falta de mercados solventes, en los cuales pudiera realizarse la plusvalía producida, se da salida a la producción en mercados ficticios... Ante un mercado mundial cada vez más saturado, una progresión de las cifras de producción solo puede corresponder a una progresión de las deudas. Una progresión todavía mayor que las precedentes” (Revista internacional nº 59).
El resultado es que cada una de las fases de convulsión supone una caída más violenta en el abismo mientras que cada momento de recuperación suaviza la caída, pero ambas se sitúan en una dinámica de hundimiento progresivo.
En el siglo pasado, el capitalismo estaba dominado por una dinámica de expansión dentro de la cual las fases de crisis preparaban nuevas etapas de prosperidad. Hoy sucede justo lo contrario, cada momento de recuperación no es sino el preparativo de nuevas y más graves convulsiones. Testimonio de ello es que Japón (2ª economía planetaria) sigue en la cuneta y que en 1999 apenas ha alcanzado un raquítico 0,3% de crecimiento mientras que las perspectivas para el 2000 son bastante pesimistas. Ello a pesar del despliegue espectacular de medios crediticios por parte del Estado japonés: en 1999 el déficit público alcanzó el 9,2% del PIB.
La nueva economía
Así pues ni el argumento del “gran crecimiento” americano ni el de la “fácil superación de la crisis asiática” resultan convincentes si se analizan con un mínimo de seriedad. Pero hay un tercer argumento que parece tener más calado: el de la “revolución” de la “nueva economía” que trastocaría totalmente los fundamentos de la sociedad de tal forma que con Internet desaparecería la tradicional división en clases de la sociedad – patronos y obreros – para convertirse en una vasta masa igualitaria de “emprendedores”. Además, el motor de la economía ya no sería la obtención de una ganancia sino el consumo y la información. En fin, todo eso de las crisis desaparecería como una pesadilla del pasado pues toda la economía mundial se regularía armoniosamente a través de las transacciones comerciales por Internet. Los únicos problemas serían los “inadaptados” que se habrían quedado atrapados en la “vieja economía”.
No podemos hacer una refutación detallada de estas estúpidas especulaciones. El artículo editorial de la Revista internacional nº 102 desmonta de forma convincente ese nuevo mito con el cual el capitalismo pretende embaucarnos ([8]).
Lo primero que necesitamos es recordar la historia: ¿cuántas veces en los últimos 70 años el capitalismo ha intentado vendernos un “modelo” de desarrollo económico que sería la solución definitiva?. En los años 30 la industrialización soviética, el New Deal americano, el Plan De Man se presentaron como la salida a la crisis del 29, ¡ el resultado fue la Segunda Guerra mundial ! En los años 50 fue el “Estado del bienestar”, en los 60 el “desarrollo”, en los 70 las diferentes “vías al socialismo” y la “vuelta a Keynes”, en los 80 el reaganomics y el modelo japonés, en los 90 los tigres asiáticos y la “mundialización”, ahora es la “nueva economía”. El viento de la crisis ha arramblado con ellas una tras otra. Ya hoy, a poco más de un año de haber nacido, la “nueva economía” empieza a ser irremediablemente vieja e inoperante.
En segundo lugar, se ha propagado el equívoco de que la “nueva economía” basada en Internet sería la que está creando la mayoría de los nuevos empleos. Esto es una falsedad total. El artículo de Battaglia comunista antes citado demuestra que de los 20 millones de empleos creados en USA solo un millón son consecuencia de Internet. El resto de empleos proviene de actividades tan de “alta tecnología” como paseantes de perros, aparcacoches, repartidores de pizzas y hamburguesas, cuidadores de niños etc.
En realidad, la introducción de Internet en el comercio, la información, las finanzas y las administraciones públicas elimina empleos en vez de crearlos. Un estudio sobre las oficinas bancarias de la “nueva economía” demostraba que:
– una Red de oficinas con ordenadores pero sin conexión permanente necesita ([9]) 100 trabajadores ;
– una Red de oficinas con ordenadores conectados de forma permanente necesita 40 trabajadores ;
– una Red de Banca Telefónica necesita 25 trabajadores ;
– una Red de Banca por Internet necesita 3 trabajadores.
Otro estudio de la Unión europea pone en evidencia que el cumplimiento de formularios administrativos por Internet puede eliminar uno de cada 3 puestos de trabajo en las administraciones públicas.
¿Sería acaso la aplicación de Internet la base para una expansión de la producción capitalista? El ciclo del capital tiene dos fases inseparables: la producción de la plusvalía y la realización de la plusvalía. En la decadencia del capitalismo con un mercado saturado, la realización de la plusvalía se convierte en el problema más agobiante. En ese marco, los gastos de comercialización, distribución, financiación, que corresponden precisamente a la realización de la plusvalía, toman unas proporciones exorbitantes. Las empresas y los Estados desarrollan un enorme aparato de comercialización, publicidad, financiación etc., con objeto de exprimir hasta el último jugo del mercado existente, de estirarlo al máximo (técnicas para aumentar artificialmente el consumo) y de competir con éxito frente a los rivales para arrebatarles segmentos del mercado.
A esos gastos necesarios para la realización de la plusvalía se suman otros que toman una dimensión aún más colosal: armamentos, el desarrollo de una gigantesca burocracia estatal etc. La implantación de Internet busca aliviar todo lo posible la carga tremenda que suponen esos gastos, pero sobre el conjunto de la economía... desde el punto de vista del capital global, el mercado no va a extenderse, va a sufrir una nueva amputación, los compradores solventes van a reducirse.
Lejos de poner en evidencia la salud y progresión del capitalismo, manifiesta la espiral mortal en la que se ve enredado: la reducción de mercados solventes obliga a aumentar los gastos improductivos y el endeudamiento. Pero esto ocasiona una nueva disminución de los mercados solventes, obligando a nuevas vueltas de tuerca en el endeudamiento y los gastos improductivos... ¡y así sucesivamente!.
El nuevo rebrote inflacionario
La inflación es un fenómeno típico de la decadencia del capitalismo que tuvo una manifestación espectacular en Alemania durante los años 20 con una depreciación del marco que llegó a superar el 2000 %. Enfrentado a la violenta llamarada inflacionaria de los años 70 el capitalismo ha logrado en los últimos 20 años reducir de forma significativa las cifras de inflación en los países industrializados, pero, como pusimos en evidencia en el informe del pasado Congreso, la inflación ha sido enmascarada por una fortísima reducción de costes y por una vigilancia más estrecha por parte de los bancos centrales del dinero efectivo en circulación. Sin embargo, las causas profundas de la inflación – el gigantesco endeudamiento y los gastos improductivos que requiere el mantenimiento del sistema – no han sido erradicadas sino que pesan de forma todavía mayor. Por esa razón, las nuevas presiones inflacionarias que se vienen produciendo desde principios del 2000 no son ninguna sorpresa. En realidad, la agravación de la crisis que desde 1995 ha salido a la superficie bajo la forma de sucesivas desbandadas bursátiles puede provocar un nuevo episodio grave esta vez en forma de brote inflacionario.
La OCDE en su Informe de junio 2000 alerta sobre los riesgos inflacionarios crecientes que genera la economía americana diciendo que “el reciente reforzamiento de la demanda doméstica es insostenible y las presiones inflacionarias se han hecho más presentes en los últimos tiempos mientras que el déficit por cuenta corriente ha crecido bruscamente hasta alcanzar el 4 % del PNB. El reto para las autoridades es conseguir una reducción ordenada del crecimiento de la demanda”. La inflación, tras haber caído en 1998 en EE.UU. a su nivel más bajo (1,6 %) puede alcanzar en el año 2000 (según la Reserva federal) un índice del 4,5 %. La tendencia se manifiesta igualmente en Europa donde la media de la Zona euro ha pasado de un 1,3 % en 1998 a una previsión del 2,4 % en el 2000 con picos como los de Holanda (estimación del 3,5 %), España que en septiembre alcanzó el 3,6 % e Irlanda que llegaba a un 4,5 %.
El endeudamiento astronómico, la burbuja especulativa, el creciente desnivel entre la producción y el consumo, el peso del crecimiento de los gastos improductivos, salen a la superficie poniendo en entredicho la pretendida bonanza de la economía.
Las consecuencias catastróficas del acompañamiento de la crisis
Así pues, la economía mundial, tras apenas dos años de respiro, vuelve a entrar en zona de turbulencias. El ruido ensordecedor de las campañas sobre la “salud” del capitalismo y sobre la “Nueva economía” es inversamente proporcional a la eficacia de las políticas de acompañamiento de la crisis. La escalada de triunfalismos oculta una progresiva reducción del margen de maniobra de los Estados. Los costes económicos, humanos, sociales, para el proletariado y para el futuro de la humanidad son elevadísimos. Por la vía de las guerras – por el momento localizadas – y por la vía de las políticas económicas de “acompañamiento de la crisis”, el capitalismo amenaza convertir el planeta en un vasto solar de ruinas humeantes. Tres son los estragos principales:
– el desmoronamiento de la economía en cada vez más países,
– el proceso gradual de fragilización y descomposición de la economía de los países centrales,
– el ataque a las condiciones de vida de la clase obrera.
La “organización” del comercio y las finanzas mundiales para que los países más industrializados descarguen los peores efectos de la crisis sobre los países de la periferia ha ido convirtiendo el mundo en un gigantesco erial. Nuestros camaradas mexicanos destacan que “hasta finales de los años 60 los [países] periféricos eran básicamente exportadores de materias primas, pero la tendencia actual es que los países periféricos se vuelvan crecientemente importadores, aún de los productos más básicos. Por ejemplo, México, el país del maíz, se convierte en importador de este grano. Junto con esto, son ahora los [países] centrales los exportadores de productos básicos”. El capitalismo se concentra en mantener a flote sus países centrales – que históricamente instauraron una división internacional del trabajo que dejaba en manos de los países periféricos la producción de materias primas – se lanzan a disputar a éstos esos mercados.
El reciente informe del Banco mundial sobre África traza una panorámica espeluznante: apenas alcanza el 1 % del PIB mundial y su participación en el comercio internacional no llega al 2 %. “Durante los pasados 30 años África ha perdido la mitad de su cuota de mercado en el comercio global, incluido el tradicional de las materias primas. Si hubiera mantenido simplemente la cuota que tenía en 1970 ingresaría cada año 70 000 millones de dólares más”. Los kilómetros de carreteras son inferiores a Polonia y solo el 16 % están asfaltadas. Menos del 20 % de la población tiene electricidad y menos del 50% tiene acceso al agua potable. Solo hay 10 millones de aparatos telefónicos para una población de 300 millones de habitantes. Más del 20 % de la población adulta está infectada de sida, se calcula en más del 25 % los parados en las grandes ciudades. Las guerras afectan a uno de cada 5 africanos. ¡ Estos datos incluyen Sudáfrica y los países del Magreb que si se descontaran serían aún más aterradores !
Este desarrollo de la barbarie solo puede comprenderse como expresión del avance incontenible de la crisis del capitalismo. Si en el siglo XIX el desarrollo del capitalismo en Inglaterra marcaba el porvenir al mundo entero, en el nuevo siglo la tragedia de África anuncia el porvenir que el capitalismo reserva a la humanidad si no es derribado ([10]).
Pero los estragos del “acompañamiento de la crisis” dañan cada vez más profundamente las propias infraestructuras, el fondo mismo del aparato productivo de los grandes países capitalistas cuyas estructuras de base son cada vez más frágiles y se debilitan progresivamente.
Expertos burgueses reconocen francamente que el capitalismo occidental se ha convertido en una “sociedad de riesgo”. Con este eufemismo encubren el veloz deterioro que están sufriendo los sistemas de transporte (aéreo, ferroviario, por carretera) de lo que son testimonio las catástrofes cada vez más frecuentes en el metro, en los ferrocarriles cuyo último jalón ha sido la muerte de 150 personas en un funicular austríaco. Lo mismo ocurre en las obras públicas. Las redes de canalización, los diques, los mecanismos de prevención, sufren un envejecimiento sin precedentes como consecuencia del recorte sistemático y prolongado en gastos de seguridad y mantenimiento. El resultado es que las inundaciones u otras catástrofes, tradicionalmente reservadas en Europa a los países sureños más atrasados económicamente, se multiplican en Inglaterra, Alemania, Holanda.
En el campo de la salud, vemos que en Estados Unidos la tasa de mortalidad infantil en barrios neoyorquinos de los distritos de Harlem o Brooklin supera a las de Shanghai o Moscú. La esperanza de vida ha caído a 66 años en esas zonas. En Gran Bretaña, la Asociación nacional de Visitadores médicos afirmaba en un informe aparecido el 25-11-96 que “enfermedades de los tiempos de Dickens vuelven a afectar a la Inglaterra actual. Son enfermedades propias de la pobreza como el raquitismo o la tuberculosis”.
El ataque a las condiciones de vida de la clase obrera
El principal indicador del avance de la crisis es la degradación de las condiciones de vida de la clase obrera. Como Marx dice en El Capital, “la razón última de todas las crisis es siempre la pobreza y la capacidad restringida de consumo de las masas, con las que contrata la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si no tuviesen más límite que la capacidad absoluta de consumo de la sociedad”. Sí el ataque a las condiciones de vida fue relativamente suave en la década de los 70, se ha acelerado en los últimos 20 años ([11]).
Para sostener el endeudamiento, soltar lastre y eliminar toda actividad no rentable, para librar la feroz batalla de la competencia, todos los capitales nacionales han descargado lo peor de la crisis sobre la clase obrera: desde los años 80, la vida de los trabajadores “privilegiados” de los países centrales – ¡ no hablemos de la situación espantosa de sus hermanos en el Tercer Mundo ! – está marcada con el hierro candente de los despidos masivos, la transformación del trabajo fijo en trabajo eventual, la multiplicación de subtrabajos pagados miserablemente, la prolongación de la jornada de trabajo a través de múltiples subterfugios incluido el de la “semana de 35 horas”, el recorte de subsidios y prestaciones sociales, los accidentes laborales que se incrementan vertiginosamente...
El desempleo es el principal y más seguro indicador de la crisis histórica del capitalismo. Consciente de la gravedad del problema, la clase dominante de los países industrializados ha desarrollado una política de cobertura política del paro, para enmascararlo a los ojos de los obreros y de toda la población. Esta política, que condena a una gran masa de obreros a un carrusel trágico (un empleo temporal, unos meses de paro, un subempleo, un curso de formación, otro periodo de paro... y así sucesivamente), junto con la adulteración escandalosa de las cifras estadísticas, le ha permitido proclamar a los cuatro vientos sus “permanentes éxitos” en la erradicación del desempleo.
Un estudio sobre el porcentaje de parados entre 25 y 55 años muestra unas cifras más precisas que las estadísticas generales de paro que diluyen los porcentajes al mezclar los jóvenes que están estudiando muchos de ellos (18-25 años) y los trabajadores prejubilados (56-65 años):
Media de paro
en edades comprendidas
entre 25 y 55 años (1988-95)
Francia 11,2%
Gran Bretaña 13,1%
USA 14,1%
Alemania 15,0%
En Gran Bretaña el porcentaje de familias con todos sus miembros en situación de desempleo ha seguido la siguiente evolución ([12]):
1975 6,5%
1985 16,4%
1995 19,1%
La coyuntura más inmediata de los últimos meses muestra una oleada de despidos sin precedentes en todos los sectores productivos, desde la industria hasta las empresas “punto.com” pasando por rancias compañías comerciales como Marks & Spencer.
La ONU elabora un índice llamado IPH (índice de pobreza humana). Los datos para 1998 del porcentaje de la población de los principales países industrializados que están por debajo del IPH mínimo son:
USA 16,5 %
Gran Bretaña 15,1 %
Francia 11,9 %
Italia 11,6 %
Alemania 10,4 %
Los salarios sufren una caída prolongada desde de hace más de 10 años. Limitándose a EE.UU.: “las ganancias semanales promedio – ajustadas a la inflación – del 80 % de los trabajadores estadounidenses cayeron en un 18 % entre 1973 y 1995 al pasar de 315 dólares a 285 dólares por semana” ([13]). Estos datos se confirman para los 5 años siguientes: así entre julio 1999 y junio del 2000 los costes laborales unitarios en EE.UU. cayeron un 0,8 %. El salario medio por hora era en 1973 de 11,5 $ mientras que en 1999 era de 10 $ ([14]). El grado de explotación sube en EE.UU. de forma implacable: para obtener la misma renta salarial (descontando la inflación) los obreros tienen que trabajar en 1999 un 20 % más de horas que en 1980.
Los límites del capitalismo
La política de supervivencia que ha seguido el capitalismo ha logrado hasta ahora salvaguardar la estabilidad de los países centrales, a costa, sin embargo, de agravar más y más la situación: “contrariamente a 1929, en los últimos 30 años la burguesía no ha sido sorprendida ni se ha quedado inactiva frente a la crisis, sino que ha reaccionado permanentemente para controlar su curso. Eso es lo que da a la crisis su carácter prolongado y despiadadamente profundo. La crisis se profundiza a pesar de todos los esfuerzos de la clase dominante... En 1929 no existía una vigilancia permanente de la economía, de los mercados financieros y de los acuerdos comerciales internacionales, no existía un prestamista de última instancia ni una brigada internacional de bomberos para salvar países en dificultades. Entre 1997 y 1999, economías, de una importancia política y económica considerables para el mundo capitalista, se han hundido a pesar de la existencia de todos esos instrumentos capitalistas de Estado” (“Resolución sobre la situación internacional” del XIIIo Congreso).
Frente a esta situación es un método erróneo, producto de la desesperación y el inmediatismo, esperar obsesivamente el momento de una Gran recesión en la que la burguesía perdería el control de los acontecimientos de tal forma que la crisis se manifestara por fin de manera brutal, catastrófica, formulando su sentencia inapelable sobre el modo de producción capitalista.
No se trata de excluir la perspectiva de una recesión. En 1999-2000, el capitalismo apenas ha logrado un breve respiro, utilizando en dosis aún más arriesgadas las mismas pócimas que llevaron al batacazo de 1997-98, por lo cual, convulsiones mucho más graves se perfilan en un horizonte bastante próximo. Sin embargo, la gravedad de la crisis no se mide por el volumen de las caídas de la producción sino, desde una visión histórica y global, por la agravación de sus contradicciones, la reducción progresiva de su margen de maniobra y sobre todo por el deterioro en las condiciones de vida de la clase obrera.
Polemizando contra la posición de Trotski según la cual en la decadencia del capitalismo “las fuerzas productivas de la humanidad han dejado de crecer”, nuestro folleto La decadencia del capitalismo responde “todo cambio social es resultado de una agravación real y prolongada del choque entre las relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas. Si nos situamos en la hipótesis del bloqueo definitivo y permanente, únicamente un estrechamiento ‘absoluto’ de ese envoltorio que son las relaciones de producción existentes, podría explicar una agravación neta de la contradicción. Al contrario, se puede comprobar que lo que se produce generalmente durante las diferentes decadencias de la historia (incluida la del capitalismo) es más bien una tendencia hacia la ampliación de ese envoltorio hacia sus últimos límites y no hacia un estrechamiento. Controlado por el Estado y sometido a la presión de las urgencias económicas y sociales, ese envoltorio se va estirando, despojándose de todo lo que parece superfluo a las relaciones de producción por no ser estrictamente necesario a la supervivencia del sistema. El sistema se refuerza pero en sus límites extremos”.
Forma parte plenamente del análisis marxista de la decadencia de los modos de producción, el comprender por qué el capitalismo trata de “gestionar la crisis” practicando una política de supervivencia frente a ella que consigue aminorar sus efectos en los países centrales. ¿No hizo lo mismo el Imperio romano replegándose a Bizancio y abandonando vastos territorios al empuje de las invasiones bárbaras? ¿No respondió de igual manera el despotismo ilustrado de los reyes feudales ante el avance de las relaciones de producción capitalistas?.
“La emancipación de los esclavos en el Bajo Imperio romano; la de los siervos a finales de la Edad Media; las libertades parciales que la monarquía declinante tiene que otorgar a las nuevas ciudades burguesas, el fortalecimiento del poder central de la corona, la eliminación de la nobleza de espada en beneficio de la nobleza togada sometida directamente al rey; y en el capitalismo, fenómenos como los intentos de planificación, los esfuerzos por aliviar las trabas que imponen las fronteras nacionales, la tendencia a sustituir los burgueses parásitos por ejecutivos eficientes asalariados del capital, las políticas del tipo New Deal, las constantes manipulaciones de algunos mecanismos de la ley del valor, son todos ellos testimonios de esa tendencia a la ampliación del envoltorio jurídico mediante purgas y limpiezas constantes en las relaciones de producción. El movimiento dialéctico no se detiene tras el auge de una sociedad. El movimiento se transforma cualitativamente pero no cesa. Se siguen intensificando necesariamente las contradicciones inherentes a la antigua sociedad y por ello tienen que seguir desarrollándose las aprisionadas fuerzas, aunque sólo sea lentamente” (ídem).
La situación de los últimos 30 años responde plenamente a ese marco de análisis. Tras más de 50 años de supervivencia en medio de grandes cataclismos, el capitalismo ha tenido que concentrarse imperativamente en una gestión política de la crisis destinada a evitar un hundimiento brutal en sus centros neurálgicos que hubiera sido catastrófico tanto frente a las contradicciones acumuladas durante más de 50 años de supervivencia como, sobre todo, para enfrentar a un proletariado no derrotado.
Combatiendo el determinismo economicista reinante en el medio de la Oposición de Izquierdas, Bilan estigmatiza la deformación grosera del marxismo consistente en afirmar que “el mecanismo productivo representa no solamente la fuente de la formación de las clases sino que determina automáticamente la acción y la política de las clases y de los hombres que la constituyen; así el problema de las luchas sociales sería singularmente simplificado; hombres y clases no serían más que marionetas accionadas por fuerzas económicas” (Bilan, nº 5: “Los principios armas de la revolución”). En realidad “si bien es perfectamente exacto que el mecanismo económico da lugar a la formación de las clases, es totalmente falso creer que el mecanismo económico las empuja directamente a tomar el camino que llevará a su desaparición” (ídem). Por esta razón “la acción de las clases no es posible más que en función de una inteligencia histórica del papel y de los medios apropiados a su triunfo. Las clases deben al mecanismo económico su nacimiento y su desaparición, pero para triunfar... deben ser capaces de darse una configuración política y orgánica sin la cual, aunque hayan sido elegidas por la evolución de las fuerzas productivas, corren el riesgo de permanecer por largo tiempo prisioneras de la clase antigua que, a su vez – para resistir – aprisionará el curso de la evolución económica” (ídem)
No se puede formular con mayor lucidez la sustancia última de los problemas que plantea el curso actual de la crisis histórica del capitalismo. Nuestra tarea no es esperar la depresión apocalíptica sino realizar un análisis metódico de la agravación constante de la crisis, mostrando el fracaso acumulativo de todas las medidas de acompañamiento que el capitalismo presenta como “modelos de superación de la crisis y de evolución hacia amaneceres radiantes”. Todo ello con vistas a lo esencial: el desarrollo de la lucha y sobre todo de la conciencia del proletariado, el sepulturero de la sociedad capitalista y el artesano de la acción de la humanidad para construir una nueva sociedad.
Por ello la “Resolución” del pasado Congreso dejó claro que no existe en la evolución del capitalismo “un punto de no retorno económico más allá del cual el sistema estaría condenado a desaparecer irrevocablemente, ni un límite teórico definido al incremento de las deudas, la droga principal del capitalismo en agonía, que el sistema pueda administrarse sin hacer imposible su existencia. De hecho, el capitalismo ha superado ya sus límites económicos con la entrada en su fase de decadencia... Los límites a la existencia del capitalismo no son económicos sino políticos. El desenlace de la crisis histórica del capitalismo depende de la relación de fuerzas entre las clases:
– o el proletariado desarrolla su lucha hasta el establecimiento de su dictadura revolucionaria mundial;
– o el capitalismo, mediante su tendencia orgánica hacia la guerra, hunde a la humanidad en la barbarie y la destrucción definitiva” n
[1] Ver en la Revista internacional nº 101: “¿Adonde lleva el capitalismo al mundo?” y “El siglo más sanguinario de la historia
[2] En ese marco de cooperación frente a los pequeños gángsteres, los grandes gángsteres han librado una batalla encarnizada por aumentar cada cual su parte en el pastel de la economía mundial a costa de sus rivales
[3] “La sociedad capitalista en la época imperialista se asemeja a un edificio donde los materiales necesarios para la construcción de los pisos superiores son arrancados de los pisos inferiores y de sus propios cimientos. Cuanto más frenética es la construcción en las alturas más frágil se vuelve la base que sostiene todo el edificio. Cuanto más imponente es en apariencia la cumbre más vacilante y frágil se vuelve el edificio en sus cimientos” (Internationalisme nº 2 Informe sobre la situación internacional)
[4] La cifra redonda de 10 años es falsa, en realidad son 33 trimestres seguidos de crecimiento (es decir, 8 años y un trimestre). Los comentarios laudatorios sobre la “excepcionalidad” de ese ciclo de crecimiento olvidan intencionadamente que en los años 60 se dio un ciclo más largo de 35 trimestres
[5] Datos tomados de un artículo de Battaglia comunista sobre la Nueva Economía: Prometeo nº 1, 2000
[6] Fuente: ONU, Comisión económica para Europa
[7] En este crecimiento enfermizo juegan también su papel los gastos en armamento por parte de USA que tras haber alcanzado su cumbre en 1985 – época del famoso proyecto de Guerra de las Galaxias de Reagan – con 352.000 millones de $ y haber bajado desde 1990 hasta el nivel anual de 255 000 millones de $ en 1997, en el 2000 han subido a la suma de 274 000 millones de $ (datos proporcionados por Révolution internationale, nº 305).
[8] Del mismo modo, Prometeo de junio del 2000 contiene un artículo contra el mito de la “nueva economía” que aporta algunos argumentos sólidos contra esta mistificación
[9] Índice 100 para la Red de oficinas con ordenadores sin conexión permanente
[10] Frente a esta explicación se alza la que estimula la propia clase dominante a través de los movimientos de Praga o Seattle: echarle la culpa a una política del capitalismo (el liberalismo y la globalización) para reivindicar una “distribución más justa”, la “condonación de la deuda” y acreditar desde la “protesta radical” la buena salud y la posibilidad de progreso del capitalismo que sería “reformable” si “renunciara” a tales “políticas erróneas” propiciadas por la OMC, el FMI y demás “villanos
[11] Ver en la Revista internacional números 96 a 98 la serie “30 años de crisis abierta del capitalismo”.
[12] Fuente: London School of Economics, estudio publicado en enero 1997